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MUJER: Bueno, pus ahora, dentro de otros veinte años, si Dios nos da
vida, cambiaremos las tornas: yo cenaré dos huevos y tú uno nada más.
MUJER: Haremos otra cosa: desde hoy nos turnaremos: un día me tocará
a mi dos huevos y otro día te tocará a ti. ¿Vale?
MARIDO: No.
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MARIDO: ¿Y sabes lo que quieres tú? Quedarte viuda.
MUJER: Uno.
MARIDO: Dos.
MUJER: ¡Uno!
MARIDO: ¡Dos!
MUJER: ¡Uno!
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MARIDO: Pues llámalos.
MUJER: ¿Con que esas tenemos? ¡ahora verás! (Se asoma a la puerta)
¡Vecinos, qué desgracia más grande, que mi marido se ha muerto!
VECINA: ¡Quién lo iba a decir! ¡Ayer tan sano y tan bueno! No somos
nada.
SACRISTÁN: Y al médico.
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SACRISTÁN: No seas analfabeta. El médico tiene que certificar la
defunción. Sin ese requisito no podrá ser inhumado.
VECINA: ¡Hay que ver cuánto sabe nuestro sacristán! Si es que a los
veinte años era capaz de leer casi de corrido. ¡Lástima que tire de una
pierna.!
MUJER: ¡Ay, pobre marido mío! (Se arrodilla delante de él, haciendo
como que llora y le habla en voz baja) ¡Mira que la cosa va de veras!
MARIDO: No me importa.
MUJER: Levántate, marido, que esto está durando más de la cuenta. Que
es una broma muy pesada.
MARIDO: No me importa.
MUJER: Levántate, marido, que esto ya dura demasiado. Que es una
broma muy pesada.
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MARIDO: (Pega un salto y se pone de pie) ¡Viva! ¡Me comeré dos! ¡Me
comeré dos!