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ALVARO J. PINEDA

A casi dos siglos de la gesta morazanista,

¿llegará al fin la revolución a nuestra Patria?

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ALVARO J. PINEDA

CIENTO
SESENTA
Y
SIETE
AÑOS

Ella era como una mañana húmeda en el campo. Un lirio tierno, una manzana
fresca, una chispa vivaz y pequeñita. Los fascistas la apagaron…

+ En homenaje a los justos abatidos… en memoria de Dara Gudiel. +

Derechos reservados, Álvaro Pineda

Honduras, C.A. – Febrero 2011

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CONTENIDO

PROLOGO--------------------------------------------------------------------------------Pág. 4

SECCION 1 - EL TRASFONDO HISTORICO DEL FRACASO


1.1-ATADOS A LA HISTORIA ----------------------------------------------------------Pág. 7

1.2-LA TENAZ INSISTENCIA EN SER ESCLAVOS (EL SINDROME


DE MISSISSIPPI) -----------------------------------------------------------------------Pág. 12

1.3-TIEMPOS DE TRAICION -------------------------------------------------------Pág. 22

1.4-UNIFORMES DEL COLOR DEL DOLAR Y EL CAMBIO


DE CAPATAZ ---------------------------------------------------------------------------Pág. 28

1.5-LOS FUSILES OCULTOS DE LA DEDOCRACIA ESCLAVISTA --------------Pág. 49

1.6- OBSERVACIONES SOBRE LAS CARACTERISTICAS POLITICAS,


ECONOMICAS Y SOCIALES DE HONDURAS -------------------------------------Pág. 56

SECCION 2 - DE LA POSTRACION A LA ESPERANZA


2.1- LA INSOSPECHADA GESTION DE ZELAYA ---------------------------------Pág. 88

2.2-EL REGRESO AL OSCURANTISMO---------------------------------------------Pág. 98

SECCION 3 - LA SOCIEDAD Y EL PROBLEMA DE LA RIQUEZA


3.1-EL CARACTER, LA COMPOSICION Y EL ORIGEN DE LA RIQUEZA---------------
-------------------------------------------------------------------------------------------Pág. 108

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SECCION 4 - LA PAZ, LA GUERRA Y EL PUEBLO


4.1-¿ES NUESTRO PUEBLO GENETICAMENTE SUMISO
O HA SIDO INEVITABLEMENTE SOMETIDO Y MAL DIRIGIDO
EN LOS MOMENTOS DECISIVOS? -----------------------------------------------Pág. 117

4.2-SOBRE EL PACIFISMO: LOS LIMITES ENTRE LA PRUDENCIA,


LA RACIONALIDAD, LA INDIGNIDAD Y LA COBARDIA ---------------------Pág. 125

4.3-DECIDIRSE POR LA PAZ EQUIVOCADA CAUSA MAS DAÑO


QUE ASUMIR LA CONFRONTACION ACERTADA -----------------------------Pág. 134

4.4-LA ESENCIA DEL PROBLEMA Y LA DEBIDA


RESPUESTA DEL PUEBLO-----------------------------------------------------------Pág. 141

4.5- LA NATURALEZA, LOS OBJETIVOS Y LAS LEYES


DE LA LUCHA POPULAR DE LIBERACION---------------------------------------Pág. 150

4.6- LAS HERRAMIENTAS Y EL PERFIL DEL GUERRERO


POPULAR-------------------------------------------------------------------------------Pág. 163

SECCION 5 - EL PODER Y LOS ACTORES DE LA LUCHA POPULAR EN

HONDURAS
5.1- SOBRE LOS ACTORES DE LA LUCHA POPULAR--------------------------Pág. 175

5.2- LAS FUERZAS SOCIALES, LAS CORRIENTES


POLITICAS Y EL PODER--------------------------------------------------------------Pág. 199

5.3- MI PUEBLO NO SE MERECE MENOS QUE


LA REVOLUCION ---------------------------------------------------------------------Pág. 215

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PROLOGO.

“Cuando un pueblo va a la guerra debe saber a qué va, por qué va y


con quiénes va”. - José Martí.
Un gigante ha comenzado a despertar en el corazón mismo de Cen-
troamérica. El pueblo de Honduras, por primera vez en casi doscien-
tos años, ha empezado a comprender las verdades de su existencia y
a emprender una gesta revolucionaria integral, no-sectorial, no-
gremial ni reivindicativa, sino absolutamente política. Por primera
vez la población nacional, de manera impresionantemente masiva,
se ha propuesto recuperar la soberanía de su tierra, hacerse con el
poder político verdadero, que le permita realizar por sí misma los
cambios estructurales y profundos que la nación necesita para dar
bienestar, libertad y justicia a cada ciudadano y ciudadana nacidos
en esta tierra. Un nuevo golpe de Estado militar en 2009 ha dejado
en claro, hasta para los más ingenuos, el agotamiento de las vías de
cambio social permitidas por el actual sistema político. Bajo este
esquema, nuestro pueblo puede pasarse otros dos siglos “luchando”
sin salir de la miseria ni sacudirse la dominación. El sistema está
agotado, los caminos al progreso están cerrados. Es necesario des-
mantelar esos muros que apresan a toda una nación trabajadora y
construir un nuevo edificio nacional, justo, libre, que sea del pueblo
mismo y no ajeno.

Este ensayo inició como breves notas y artículos aislados redactados


sobre diferentes temas sociales y políticos, observaciones sobre la
marcha tomadas en el marco de la intensa lucha política que carac-
terizó la gestión de Manuel Zelaya. Mi afición desde niño por los
libros, ya sea artísticos, técnicos o políticos, me ha proveído de algu-

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nos conocimientos, modestos pero fundamentales, acerca de los


principios científicos de la lucha de los pueblos. En lo grueso, no son
conceptos míos, son sólo mi interpretación de los valiosos estudios y
experiencias plasmados por los más grandes pensadores populares a
través de los tiempos, y aplicados a nuestra realidad concreta.

Desafortunadamente, como le sucede a muchos valiosos compatrio-


tas, por mucho tiempo estuve tan absorto en la burbuja del capita-
lismo, tan dedicado a los negocios, que olvidé devolver aunque fuera
una pequeña parte de mi tiempo y de mis humildes capacidades al
pueblo del cual provengo, y a la Patria que me regaló la vida. Con el
recrudecimiento de la lucha de clases en los últimos años, decidí
participar en la lucha social; comencé rebatiendo a algunos voceros
y seudo-intelectuales reaccionarios, que a través de la radio y la
televisión atacaban las iniciativas progresistas del equipo de Zelaya,
cuidándome siempre de hacerlo con propiedad y con argumentos
fuertemente sustentados para calar en la fibra patriótica de la
audiencia. Escribí algunas reflexiones. Con la fascistización del
Estado a partir del 28 de junio de 2009, decidí unificar esas notas,
complementarlas con otros temas en un todo más o menos ordenado
y ponerlas al servicio del público. Desarrollé los temas complemen-
tarios, terminando o ampliando también algunos segmentos incom-
pletos. Es por esa razón que, aunque en esencia el ensayo sigue un
orden lógico en el tiempo, los segmentos de la obra no tienen la
secuencia y la cohesión de un texto elaborado de forma más plani-
ficada, y algunos temas aparecen al principio a pesar de que fueron
escritos recientemente.

Para facilitar la comprensión del lector acerca de la relación del


tema con el momento en el que fue escrito, cada bloque está debi-
damente fechado.

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Mis compromisos personales demoraron la conclusión de la obra,


pero los temas abordados siguen teniendo plena vigencia.

Este es un pequeño aporte de parte mía, y con ello, de la juventud


morazanista hondureña, a la causa de la resistencia de nuestro
pueblo ante la subyugación y la explotación que ahora sufre. Los
retos y las tareas que entraña el proyecto de liberación nacional son
inmensos, y como pueblo, no estamos aun totalmente preparados
para enfrentarlos. Estamos en un momento de construcción de una
organización vasta cuyo deber será unificar, formar, organizar y
dirigir exitosamente a las inmensas masas de la población en ese
proyecto patriótico. Pero antes de comenzar a construir físicamente
un edificio, una máquina o una organización, es indispensable saber
qué queremos construir, para qué queremos construirlo, quiénes son
los aliados confiables para lograrlo y cómo debemos construirlo. La
verdad encontrada por todo un pueblo pensante es mucho más exac-
ta que la verdad de una sola persona. Ojalá que las reflexiones de
este ensayo sean una contribución más, que enriquezca el amplio
debate necesario para que el movimiento popular de liberación
nacional logre definir las concepciones teóricas, las posiciones polí-
ticas, las rutas de lucha y los métodos de acción necesarios para
materializar con éxito los justos objetivos y anhelos de nuestra
gente.

Álvaro P.

San Pedro Sula, Febrero de 2011.

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SECCION 1

EL TRASFONDO HISTORICO DEL FRACASO

1.1-ATADOS A LA HISTORIA

Septiembre de 2008.

¿Por qué los humanos experimentamos cierta fascinación por el


pasado, por las historias épicas, por algunos relatos bíblicos, por las
películas sobre acontecimientos relevantes y dramas personales
vividos por hombres y mujeres a través del tiempo?

Uno de los objetivos de este ensayo es remarcar la importancia


suprema que tiene el hecho de conocer la propia historia, para los
pueblos oprimidos del mundo, de nuestra América Mestiza, y en
particular, para el pueblo avasallado de mi Patria. No me refiero a
conocer la lista de acontecimientos y fechas relevantes que nos rela-
ta superficialmente la historia tradicional, sino que a conocer en
profundidad nuestro devenir histórico, especialmente aquellas par-
tes confusas, muchas veces soslayadas intencionalmente con la
probable intención de evitar que nuestra gente conozca y comprenda
esas realidades históricas. Recordemos que los grupos triunfadores
o dominantes son quienes escriben la historia de una sociedad, que
ellos registran su verdad y no necesariamente la verdad histórica
fidedigna.

Y es que en buena medida existimos sobre el substrato del pasado,


estamos construidos de pasado. Los humanos como especie no sólo
somos nosotros, nuestro pensamiento y nuestros actos: somos tam-
bién un contexto y una herencia que nos condiciona, que nos cimen-
ta, que incluso nos construye, como el suelo que sustenta los bloques

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de un edificio. Contra muchas concepciones de la filosofía y del pen-


samiento tradicionales, el abordaje científico y objetivo que el mate-
rialismo dialéctico hace del devenir humano demuestra que nuestro
ser determina nuestra conciencia; así como la materia y el espacio
no serían nada sin un tiempo en el cual existir, nosotros tampoco se-
ríamos nada sin la cadena de eventos, de factores y de personas que
nos pusieron en este lugar, en este momento y en estas circunstan-
cias. Esto nos lleva de inmediato a dos reflexiones derivadas: la
vinculación y la responsabilidad ineludibles de los actos de nuestros
antepasados en nuestra actual situación, y el hecho, también inelu-
dible, que estamos construyendo los cimientos de la existencia de
nuestros descendientes, las condiciones que los constituirán, deter-
minando en parte, su felicidad o su ruina.

Un niño no puede tomar decisiones sobre su forma de vida ni sobre


sus circunstancias. Comenzamos a incidir conscientemente en el
presente y en el futuro al acercarnos a la adultez, cuando por fin,
después de todo un proceso formativo, llegamos a estar en condición
de tomar decisiones importantes con plena conciencia, y hacerlas
valer, materializarlas. Difícilmente se podría responsabilizar a un
niño o a un adolescente por actos o decisiones sobre los que tiene
escaso o ningún control ni comprensión.

Una nación es en cierto sentido una persona colectiva, vive, siente,


piensa, aprende, triunfa, fracasa, sufre, decide, actúa... Y por esa
razón, considero que como persona colectiva, como nación, los cen-
troamericanos (no se puede analizar objetivamente la existencia de
la nación hondureña en forma desligada de su familia natural, Cen-
troamérica), comenzamos a tomar decisiones solamente a partir de
la víspera de la independencia colonial, es decir, alrededor de las
primeras décadas del siglo XIX. Es a partir de ese escenario de deci-

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siones pre-independentista, que fuimos responsables de las conse-


cuencias.

El carácter más o menos cíclico de la Historia, me refiero a esa ten-


dencia de los pueblos, de las sociedades o de los grupos humanos de
cualquier tipo, a repetir circunstancias parecidas, generando mo-
mentos de cambios, de luchas, de hechos en esencia similares a los
del pasado, hace que el análisis agudo de las experiencias aportadas
por ese pasado sea fundamental para poder afrontar acertadamente
el presente, y construir con éxito el futuro. Una característica regu-
lar de esos ciclos de nuestra historia es el amplio espaciamiento en
el tiempo que transcurre entre un evento nacional crucial y el pró-
ximo acontecimiento de similar importancia; por ejemplo, no es muy
frecuente que se nos presenten coyunturas vinculadas a procesos de
independencia, de liberación, de construcción de un pleno Estado
nacional o de una restructuración revolucionaria de nuestra socie-
dad.

Considero, enfatizo esto por su trascendencia, que desde el decisivo


intento de la gesta morazánica, no ha existido ninguna otra coyun-
tura objetiva y propicia, con vistas a una revolución nacional (enten-
dida como un cambio social, político y económico progresista y pro-
fundo), como la que parece haber iniciado con el ascenso al poder del
Presidente Zelaya. Este cambio vendría ligado en primer lugar, a
una restructuración del sistema económico nacional en todos sus
aspectos, con una reforma agraria efectiva, con un acceso incluyente
a los recursos y a las oportunidades, con una justa distribución de la
riqueza; y segundo, a los cambios jurídicos y políticos que aseguren
la independencia del Estado con respecto a los carteles económicos,
sean internos o externos, mediante el efectivo empoderamiento de la
población en las grandes decisiones políticas del país.

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Estaríamos asistiendo entonces, a un segundo gran momento histó-


rico en la construcción de una verdadera Patria, a la segunda opor-
tunidad después de casi doscientos años, para realizar una revolu-
ción nacional, exitosa y desarrolladora, o de reafirmar por un siglo
más, nuestro fracaso transitorio como generación, como nación y
como pueblo. El fracaso temporal del proyecto de cambio no sería
solamente un fracaso del pueblo, sino nacional, pues resulta que la
minoría social que hunde a la nación en el oscurantismo comparte
con el resto de la población, ese hábitat de atraso por ellos mismos
creado. En cambio, el éxito integral de aquella revolución, o sea, la
materialización de su programa de desarrollo, elevaría a la nación
entera, a todos sus segmentos sociales, a nuevos estadios de digni-
dad y bienestar.

En las páginas siguientes abordaré ciertos hechos y circunstancias,


actuales y pasados, tratando de determinar su relevancia histórica,
conectándolos con el interesante panorama actual, notablemente
revitalizado por la esperanza de un cambio positivo para el destino
de nuestra gente; un proceso de cambio generado a raíz del progreso
natural de nuestra sociedad y del inusual acercamiento de parte del
Presidente hacia los humildes, de su clara voluntad política a favor
de los mismos.

Y revisaré brevemente algunos de los momentos más incidentes de


ese pasado nacional; primero, desde la óptica de su influencia en la
construcción de este presente heredado, del legado, ya sea positivo o
negativo que pudieron dejar los aciertos o los yerros de nuestros
predecesores, desnudando la traición y su daño infeccioso extendido
en el tiempo, marcando todas esas similitudes casi fotocopiadas de
la traición, de la estupidez, del malinchismo de ayer y de hoy; luego,
abordando el pasado desde la perspectiva materialista: porque la

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economía como base (infraestructura), y luego la política, como la


superestructura social, definen prácticamente todos los aspectos de
nuestras vidas, y eso nos atañe y nos interesa sobremanera.

Trataré de realizar además, un pequeño aporte al crucial proceso de


comprensión por parte de nuestra gente, de los factores que inciden
en la encrucijada histórica actual, estableciendo la vital importancia
de conocer por qué lucha, contra qué lucha, y cómo debe luchar
nuestro pueblo.

Como individuos y como nación, estamos atados a la Historia. De-


bemos tener muy presente ese hecho a la hora de decidir la ruta que
como hijos e hijas bien nacidos de esta tierra debemos tomar, para
incidir positivamente en el escenario actual, y para construir un
destino digno, tanto para nosotros como para la futura nación de
nuestros hijos.

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1.2-LA TENAZ INSISTENCIA EN SER ESCLAVOS (EL


SINDROME DE MISSISSIPPI)

Sabemos que la separación de la administración pública del Reino


de Guatemala (la actual Centroamérica), del control político de la
corona española, no significó la independencia plena de los centro-
americanos. Las oligarquías criollas dejaron de obedecer a la coro-
na, pero nuestros pueblos siguieron sometidos al mismo régimen
local, y muchos centroamericanos ni siquiera se enteraron de la lau-
reada independencia.

Examinando algunos de los momentos más destacados de nuestro


período independentista, encontramos puntos sospechosamente opa-
cados por la historia tradicional, que arrojan luces sobre la atmós-
fera social, las condiciones subjetivas de los personajes de la arena
política, las tendencias de pensamiento, los intereses, las condicio-
nes globales existentes, y sobre otros factores influyentes de aquel
momento. Son puntos que alumbran también la cuota de errores, de
traiciones o de negligencia ignorante que le atañen a nuestra misma
población antecesora. Todo ello es de capital interés para nuestro
empeño de examinar el pasado para entender las causas del fracaso,
y lograr reorientar el barco nacional hacia el buen destino que por
justicia merece nuestro país. De veras cuesta trabajo entender por
qué tanta traición, tanta bajeza servil, por qué tanto lodo.

Mucho de aquello tiene que ver, primero, con el predecible fenómeno


de la inercia social y sicológica del estado del hombre: un hombre
continuadamente libre no sabe cómo ser esclavo y un esclavo nato
no sabe cómo ser un hombre libre.

Es el Síndrome de Mississippi: hay algunos esclavos que se rehúsan


tenazmente a ser libres. El esclavo está tan acostumbrado a sus

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cadenas que no concibe la vida sin ellas. Su visión del mundo, de la


existencia y de la supervivencia esta tan ligada al amo que imagina
morir de hambre con sólo pensar en abandonar su vida bajo la servi-
dumbre; la relación con su familia propietaria se ha arraigado hasta
un punto tal, que alberga un sentimiento filial para con sus amos,
una especie de consanguinidad sicológica de animal doméstico, a
pesar del trato brutal que le da el esclavista. Y un buen día aparece
Lincoln, noble, solidario, con sus tropas libertarias… ellos vienen
para liberar a los esclavos de sus cadenas, ¡vienen para arrancarle
sus dulces cadenas! A una palabra del amo, el esclavo toma decidi-
damente las armas, por primera vez en su vida, ¡para combatir al
atrevido de Lincoln que quiere dañar a su amo!

Naturalmente, siempre hay espíritus rebeldes que no pueden ser


subyugados por la coerción ni por la dominación secular, a veces
influenciados por ideas externas, a veces con la capacidad innata de
imaginar la libertad, aunque nunca la hayan visto ni sabido de ella.

El gen traidor.

Segundo, parece que existe en un corto sector de nuestra población


una tendencia hereditaria a vender los valores más sagrados de la
humanidad, la verdad, el bien, la sangre, la justicia, la Patria, en
aras de satisfacer la ambición; y en muchas ocasiones, esto sucede a
cambio de nada… algunos de ellos entregan y traicionan por el puro
amor a lo torcido.

La actitud antipatriótica de los serviles se transmite, por la vía


familiar y por el ambiente social infectado, de generación en gene-
ración. Allí reside la componente cultural de la herencia de la trai-
ción. Es una maldición hereditaria. Una ola de rapaces piratas,

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bestiales asesinos, y perfeccionados canallas españoles asaltaron


esta tierra en el siglo XVI, estableciéndose aquí, reproduciéndose,
diseminando su semilla degradada, su especie saturada de bajeza,
su cultura de la traición. Y una pequeña, pero nociva fracción de
nuestra población, parece por desgracia, haber heredado de sus
ancestros rapiñeros ese gen cultural de la traición, ese instinto
irresistible a la perfidia. El servil de ayer, como el de hoy, necesita
traicionar, no sólo por intereses estomacales, sino por una oscura
necesidad innata, por un instinto irreprimible escrito en su sangre.

Afortunadamente, esas alimañas son una minoría, y en el sentido


estricto del concepto, no pueden llamarse pueblo. Nuestro pueblo
pleno y verdadero es otra cosa, es grande a pesar de su desgracia, es
rico a pesar de su carencia, es heroico a pesar de sus cadenas.

Por último, muchos de aquellos lodos, como de los actuales, siempre


provienen de otra lacra, la enfermedad espiritual de la ignorancia.
Algunos de nuestros indios, miserables, empobrecidos, esclavizados,
pero lo peor, embrutecidos por el régimen de dominación colonial y
sus instrumentos de domesticación, hubieran sido capaces de matar
a sus niños si el omnisapiente sacerdote local les hubiera asegurado
que era necesario hacerlo por estar poseídos, para salvar su alma o
cualquier otra superchería que se le ocurriera. Los curas aun siguen
aquí, más oscurantistas que nunca, y hay nuevas formas de curas,
modernamente re-editados, con nuevos dioses embrutecedores de
las masas, danzando en el cielo de los medios de comunicación cor-
porativos.

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-EL SINDROME DE MISSISSSIPI (Continuación).

Diciembre de 2008

Allá en los alrededores de 1810, una ola independentista febril y


patriótica sacudía todo el subcontinente iberoamericano. El imperio
colonial español se derrumbaba a pedazos producto de sus muchas
contradicciones internas, de la invasión napoleónica y de las gue-
rras independentistas desatadas en su contra por los patriotas sura-
mericanos. Increíblemente, en nuestro Reino de Guatemala, muchos
de los ciudadanos más “notables”, los supuestamente más ilumina-
dos, se oponían a la independencia, pese a la inmejorable oportuni-
dad que se presentaba de ganar la libertad prácticamente gratis, sin
derramar una gota de sangre.

La mediocre Acta de Independencia redactada en Guatemala en


1821, intencionalmente, no resolvió la independencia ese mismo día
sino que dejó la decisión pendiente para que fuera un congreso con-
vocado posteriormente quien ratificara la misma: tal vez los serviles
abrigaban una tenue esperanza de que la situación se revirtiera en
ese lapso de tiempo. Sospechosamente también, el acta se refiere so-
lamente a la independencia con respecto a España, y no establece la
independencia absoluta de Centroamérica, dejando abierta la posi-
bilidad a los serviles de conseguirse otro amo.

Y lo conseguirían.

De paso, estos próceres de barro se desligaron de la metrópoli pero


dejaron las mismas autoridades despóticas y la misma estructura
medieval del fracasado sistema político-económico colonial (!?) Algo
así como: “Cambiemos esto para que todo siga igual”.

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Ya entonces el pecado de nuestra ingenuidad y negligencia colectiva


como pueblo se delineaba trágicamente: mientras los amantes de la
servidumbre decretaban dentro de un salón cerrado la desgracia
eterna de la nación, los diversos sectores populares brindaban unos,
quemaban pólvora otros, festejaban en la calle, todos ellos excitados
como niños por la legítima emoción del pastel de la libertad; mien-
tras tanto, los perros de la reacción se robaban el pastel…

Una vez que la indigna esperanza de volver a la esclavitud española


se derrumbó, los conservadores corrieron a echarse a los pies de un
nuevo amo, el Emperador mexicano Iturbide. Seguro que si México
hubiera devenido en una república democrática avanzada, y le hu-
biera propuesto a Centroamérica un proyecto federativo igualitario
y panamericanista, lo hubieran rechazado de inmediato, por ofrecer
grandeza y dignidad, y no la servidumbre que ellos tanto anhela-
ban. (!)

Pero la felicidad del yugo mexicano les duró poco, tanto a aquellos
serviles declarados como el marqués de Aycinena y su pandilla,
como a los tribunos tibios al estilo de Valle: su adorado imperio se
derrumbó por sí solo, y de pronto, se vieron dolorosamente libres de
nuevo.

Entonces, cuando el imperio mexicano estaba muerto y ya no había


un soberano que les pusiera el deseado yugo, surgió la elocuencia
del discurso de Valle, encendido, deslumbrante, fervoroso, en pro de
la independencia con respecto a México. ¡Heroica defensa caballe-
resca cuando la doncella ya fue violada y el violador ya está muerto!

Nuestro José del Valle, en plena víspera de la independencia, era un


fiel servidor del coloniaje, a grado tal que expresó estar dispuesto a
jugar el papel de delator en contra de los patriotas que conspiraban

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(arriesgándolo todo por la emancipación de Centroamérica), siempre


que la corona lo trasladara, con un empleo jugoso, a un lugar seguro
en España. [1] Este “prócer” proponía postergar la independencia
mientras toda América estallaba indetenible al chispazo de la liber-
tad; y no firmó, quizás por temor, el Acta libertaria que a él mismo,
en una ironía de la vida, le tocó redactar. Pero no tuvo mayor pro-
blema en aprobar el cambio de yugo para la recién liberada Patria,
del amo español al absolutismo plebeyo de Iturbide, la anexión a
México. ¡Que doloroso es para algunos esclavos perder el yugo! Es
seguro que un servil preferiría que le arrancaran un brazo y no sus
cadenas…

Valle, un erudito moderno que llama “espantosa” [2] a la revolución


francesa, un supuesto abanderado de la libertad y de la grandeza de
América, cuya pluma acusó de despotismo y estupidez a Morazán,
[3] a cuya estatura histórica Valle no se podría ni comparar. Se refe-
ría también, con esas palabras, a la necesaria violencia revoluciona-
ria que el genuino patriota se vio obligado a ejercer, tratando de evi-
tar precisamente, esta tragedia de doscientos años y millones de
víctimas que los desdichados hijos de la República Federal seguimos
sufriendo. ¿Para qué sirven tanta ilustración, tantos conocimientos,
tanta elocuencia, tanto estudio tesonero y profundo, si se tiene un
alma pequeña, si se carga con un amor innato por la servidumbre y
se sufre la parálisis del miedo? Si así eran nuestros mejores ciuda-
danos, ¿qué se podría haber esperado de los comunes?

¿Qué decir de Manuel Arce, otro prócer que luchó valientemente por
la independencia para luego pasarse con los conservadores a cambio
de favores políticos? La lista de héroes de barro en la historia de
esta tierra desafortunada es inmensa, pero, para muestra, estos
casos bastan.

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Pero la zaga de aberraciones sigue interminable. El Acta definitiva


de independencia redactada en 1823 y la Constitución de la Repú-
blica Federal, contienen barbaridades como la prohibición del libre
culto y la institución del catolicismo como religión oficial. Con una
“república” así, ¿para qué extrañar el absolutismo?

¿¡Prusia sin armas!?

Encima, se implementó un régimen federal con características tan


parcelarias, tan autonomistas, que prácticamente eran una tenta-
ción, una incitación al separatismo; sobre todo con la calaña de
caudillos malinchistas que plagaban el ambiente político y con las
caóticas condiciones de la naciente estructura político-económica
independiente. Se pretendía crear una gran nación unificada, ¿a qué
clase de estadistas se les pudo ocurrir la “brillante” idea de nombrar
“Jefes de Estado” a un grupo de caudillos atrasados, rodeados de
decenas de otros caudillos iguales o más erráticos y ambiciosos, al
frente de cada una de las provincias que se deseaba unificar? Si
bien es cierto que había unos pocos funcionarios decentes en esos
gobiernos regionales establecidos, carecían de los recursos físicos
para imponer la unidad, y no tenían el filo ni la experiencia política
para suprimir las intentonas de manadas enteras de enemigos de la
Patria Grande. ¿Había que proveer a estas bandadas de cuervos
locales con toda la estructura jurídico-política suficiente para que
cada provincia, no solamente pudieran existir aisladamente como
Estado independiente, sino que más bien dicha estructura invitaba
a separarse? ¿Sin haber forjado aun una cultura de nación unificada
e independiente, con una precaria unidad sostenida antes por el
dominio colonial, pero no cimentada todavía en una identidad y en
una conciencia nacional propias?

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Tal vez queriendo copiar otra realidad concreta y diferente, el mode-


lo estadounidense, a estos gobiernos provinciales, que por las cir-
cunstancias históricas eran poco confiables, no se les instituyó en la
Constitución de 1824 con las estructuras y características propias
de una provincia integrante de una gran nación unitaria, sino con
las características de un Estado independiente y autosuficiente. La
disyuntiva del centralismo o el federalismo fue muy mal aplicada
por los patriotas unionistas. Ellos parecen haber propugnado por el
federalismo en aras de la equidad y de la democratización de las
relaciones internas de la nación, en contraposición a los conserva-
dores, que preferían el centralismo, no por la imponencia unificado-
ra de éste, sino para concentrar el poder y los privilegios. Es cierto
que el centralismo entrañaba el riesgo de la hegemonización absolu-
tista de la nueva nación por parte de los enemigos internos del pue-
blo, pero esto hubiera sido un mal menor comparado al peligro del
separatismo, y eso es lo que finalmente se impuso. Tal vez la nación
centroamericana no se hubiera desmembrado bajo el modelo centra-
lista, manteniendo obviamente, los principios democráticos que re-
frescaban al mundo en esos tiempos, principios que Morazán hizo
suyos.

Salvo raros saltos históricos, los pueblos deben recorrer un proceso


acumulativo y ascendente para alcanzar sus más altos estadios de
progreso, pasando por las necesarias etapas políticas que eleven al
pueblo hasta una posición propicia para conquistar la liberación y el
desarrollo. La experiencia de la unificación de los grandes Estados
europeos y la posterior evolución de su lucha de clases lo prueba.
Francia logró consolidarse como un Estado nacional unificado, bajo
el férreo control del absolutismo, para después ascender a los proce-
sos populares revolucionarios, inconclusos hasta la fecha.

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En el caso centroamericano, la concepción científica exclusiva de la


lucha de los pueblos, de su lucha de clases, y de su camino a la libe-
ración política no había sido desarrollada todavía, sino hasta varias
décadas después; en todo caso, los patriotas unionistas centroame-
ricanos aplicaron al proceso federativo su concepción burgueso-
liberal del mundo, que era en ese momento, lo más avanzado que
había.

El proceso federativo se realizó sin disponer tampoco de la organiza-


ción, de los recursos, ni de la capacidad coercitiva suficientes para
obligar a tantos grupos sociales, tan poco confiables, a mantener la
disciplina unitaria. Sólo imaginemos que hubiera sido de la naciente
Alemania sin las armas y la estructura unificadora de la Prusia de
Bismarck… No defendemos aquí la naturaleza absolutista del pru-
sianismo, pero sí desnudamos el papel indispensable que la fuerza
juega en la construcción de un proyecto nacional exitoso, así como el
error histórico de emprender gestas progresistas como la democrati-
zación y la unificación nacional, sin tener la fuerza necesaria para
defender las causas patrióticas de los ataques de los antipatriotas.
En este sentido, la forma y las condiciones en que se estructuró la
República Federal, fueron casi suicidas.

Realmente es una suerte que Centroamérica no se haya desintegra-


do en más micro-estados de los cinco que se formaron. Con los bajos
niveles de identidad unitaria, con el atraso de la cultura política,
con la profunda desconexión económica y social imperante entre las
regiones en cuestión, perfectamente pudo formarse un micro-estado
por cada ciudad importante o por cada región natural del territorio.
Esto no sucedió quizás porque no existían más polos regionales
desarrollados capaces de implementar otras iniciativas separatis-
tas. Para el caso de Honduras, sus poblaciones más desarrolladas,

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Comayagua y Tegucigalpa, compartían la misma región geográfica


natural, a la vez que tenían vinculaciones económicas y culturales
fuertes; y las regiones más desligadas, como el Litoral Atlántico, no
contaban con el desarrollo necesario para que algún caudillo pudie-
ra instalar allí su propio feudo independiente.

En 1843, cuando ya Honduras era un muñón cercenado del cuerpo


de la Patria Grande, el imperialismo inglés, conociendo bien nues-
tras terribles debilidades, ejecutó una intriga separatista más, al
manipular al “rey mosco” en un plan de secesión de La Mosquitia. Y
Francisco Ferrera, un caudillo retardatario y traidor erigido en Jefe
de Estado de Honduras, ¡reconoció oficialmente al ignorante “rey”
separatista!

Viéndolo así, tal vez nos fue menos mal de lo que pudo irnos.

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1.3-TIEMPOS DE TRAICION

Veamos algunos otros puntos históricos difusos, que son los que tra-
to de acentuar.

Morazán aparece en nuestra historia ante la amenaza de los servi-


les de entregar la Patria centroamericana al Imperio Mexicano,
primero, y de desintegrarla después. Y lo hace con un proyecto na-
cional de avanzada, verdaderamente grandioso. En una asombrosa
similitud con el presente, la iglesia católica y la oligarquía local,
coludidas con intereses extranjeros, se atravesaron, como lo hacen
hoy, en ese proyecto de creación de una nación fuerte, justa y libre.
Pero las coincidencias no terminan allí: el sector más atrasado de la
población se dejó manipular por los retardatarios en contra de los
más sagrados intereses de la nación, como se dejan manipular hoy
algunos hondureños; el gobierno progresista no supo socializar con
todo el pueblo la justeza del contenido de su proyecto, pero los reac-
cionarios si realizaron una eficiente campaña de desinformación
contrarrevolucionaria, y algo parecido sucede ahora. Al igual que
hoy, se implementó un acelerado proceso de cambios progresistas
sin el apoyo concluyente de todos los sectores nacionales que debe-
rían estar naturalmente interesados, pero que no alcanzaron a com-
prender la grandeza del proyecto patriótico. La diferencia es que
hoy, las condiciones en su conjunto, son otras: el balance entre la
ignorancia y el progreso es ahora positivo, la fracción del pueblo
manipulada por los conservadores es minoritaria, y nuestro pueblo
se encamina conscientemente hacia un proceso de construcción de la
nación que se merece, una Nueva República, justa, libre, mejor.

En el caso de Morazán, cuando se presentaron algunas ocasiones de


zanjar de una manera definitiva las contradicciones con los conser-
vadores, él y los patriotas vacilaron, les faltó visión y decisión para

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suprimir contundentemente las fuerzas de los adversarios que des-


pués habrían de acabar con ellos mismos. Perdonaron a un enemigo
letal que no sabía perdonar. Claro que me refiero aquí a circunstan-
cias puntuales, pues no podemos desconocer que los patriotas unio-
nistas enfrentaron condiciones objetivas, internas y externas, extra-
ordinariamente adversas.

Las fuerzas conservadoras han sido casi siempre mucho más con-
tundentes que las fuerzas progresistas. Probablemente esto esté
relacionado con la resuelta maldad de los primeros y con la nobleza
de los últimos. Eso ha definido el balance de poder a través de la
Historia, a favor de las fuerzas más oscuras de la humanidad. No se
puede enfrentar con reglas limpias a quienes no respetan regla al-
guna, a veces son necesarios los resueltamente efectivos senderos de
la fuerza para alcanzar los civilizados objetivos de los justos.

Al igual que en la Francia post-revolucionaria, donde muchos “revo-


lucionarios” tibios se aliaron con los conservadores absolutistas y
con los contrarrevolucionarios, vendiendo al pueblo, la mayoría de
los liberales centroamericanos más destacados, que debían haber
apoyado de manera resuelta el proyecto revolucionario de Morazán,
lo traicionaron aliándose con la contrarrevolución. Algo parecido
sucedió con el caso mexicano, donde el pueblo puso su sangre en una
revolución que no le trajo resultados plenos ni permanentes a las
clases populares. Es notoria esta tendencia a la componenda y a la
capitulación de los grupos liberales y pequeñoburgueses.

Por cierto, entre los “próceres” anti-morazanistas y contrarrevolu-


cionarios figuraba el Padre Trinidad Reyes. Dionisio de Herrera sí
es una de las pocas figuras genuinas, que se comportó a la altura de
un patriota en los momentos críticos, a diferencia de tantos héroes
de barro que la historia oligárquica nos ha vendido.

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No hubo tampoco en los años posteriores al asesinato de Morazán


un liderazgo capaz de retomar efectivamente su causa. En el caso de
Cabañas, que tuvo acceso al poder, pese a su lealtad y honradez
marcadas, no poseía las dotes de estadista necesarias para reem-
prender con éxito aquel gran proyecto político. Los intentos reunifi-
cadores emprendidos a fines del siglo XIX y a inicios del siglo XX no
tendrían la fuerza del morazanismo, y sucumbirían también ante el
caudillismo malinchista, el partidismo sectario, y el imperialismo.

¿Capitalismo bueno? (!!)

En 1876 llegaron al poder los reformistas liberales. No llegaron allí


por si solos, la mano subrepticia del capitalismo transnacional los
impulsaba. Así, Aurelio Soto y su equipo sólo implementaron las re-
formas modernizadoras necesarias para que el capital, especialmen-
te el capital extranjero, tuviera aseguradas todas las condiciones
propicias para florecer y adueñarse del país. La nueva estructura-
ción del Estado iba orientada a dar garantías jurídicas y políticas a
la inversión; los derechos civiles y las libertades públicas asegura-
ban el libre flujo de personas, del trabajo y de las mercancías; la mo-
dernización de la estructura física nacional serviría para proveer al
comercio de buenas vías, servicios y medios de comunicación; la
educación general, para asegurarle al capital la mano de obra nece-
saria, etc.

Aunque innegablemente modernizantes con respecto al anterior


esquema feudal, ninguna de aquellas medidas se orientó hacia la
soberanía nacional, a la justicia social, y menos a la soberanía popu-
lar, algo que jamás le importó a la camarilla liberal elitista. Este
sigue siendo en la actualidad el hipócrita concepto de desarrollo del
liberalismo y de su ultimo aborto, el neoliberalismo: educar un poco

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más, lo mínimo necesario para sacar más utilidades de la mano de


obra trabajadora; una mejor infraestructura, para explotar mejor el
comercio y la industria; más grandes ciudades, con grandes edifi-
cios, con imponentes estructuras, pero en manos de unos pocos capi-
talistas privilegiados; más empleo, para aumentar el volumen de
productos y servicios generados por las empresas capitalistas, pero
sin ningún beneficio tangible para la masa trabajadora que, según
estos genios “desarrollistas”, deberá trabajar eternamente a cambio
de la comida. Y nada más que por la comida. Las otras necesidades
del trabajador no son vitales para el neoliberalismo; si un empleado
tiene lo mínimo para comer hoy, puede vestir harapos y dormir bajo
un puente, no importa, sobrevivirá y regresará mañana a ganarse la
comida del día; si se enferma o muere a causa de las privaciones,
tampoco importa, se contrata un nuevo esclavo.

El concepto de desarrollo del capitalismo y más particularmente, del


neoliberalismo, consiste en la modernización, en la tecnificación, en
el engrandecimiento de las estructuras productivas en manos de las
élites económicas; para ellos, desarrollo significa el enriquecimiento
de la burguesía capitalista, la multiplicación y el engrandecimiento
de sus bienes. El desarrollo pleno e integral que implique bienestar
colectivo para una sociedad es un concepto desconocido para estos
vampiros.

Así funciona el capitalismo, y así se comportan los capitalistas; no


valen sus limosnas ofensivas, sus obras de caridad hipócritas ni la
fementida bondad cristiana del burgués. Es que simplemente, por
naturaleza, por principio, no hay capitalista bueno. Eso sería una
contradicción dialéctica. El capitalismo es algo así como una secta
universal de seres codiciosos e insensibles, cuyo fin supremo es el
lucro propio, explotar, oprimir y empobrecer a los hijos de Dios.

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Volvamos. Desde luego, como todo representante de la mayordomía


político-oligárquica al servicio del capital externo, el mismo Soto se
quedó con su buena tajada del saqueo transnacional, a través de sus
acciones en la explotación minera norteamericana en San Juancito,
entre otros pillajes. [4] Algo así como las treinta monedas por ven-
der la Patria.

En cuanto a la mano derecha de Soto, Ramón Rosa, su perfil resulta


contradictorio. Era, al igual que Valle, culto, elocuente y preparado.
Escribía como un patriota pero actuaba como un agente de negocios
del capital extranjero. Es probable que, como buen liberal, creyera
sinceramente que condimentar la nación entera para servirla en el
plato del capitalismo imperialista traería prosperidad a nuestra
gente; esto, a través de la ”generación de empleo”, del “incremento
en la recaudación de impuestos”, y toda esa sarta de sandeces que el
entreguismo liberal sigue repitiendo hasta hoy. Cualquier persona
sencilla, con sólo su sentido común, sabe que el empleo no significa
prosperidad colectiva si se remunera con lo mínimo para que el tra-
bajador coma; que el capital extranjero jamás generará riqueza para
la población nacional, sino para los extranjeros; ¡su maldito nombre
lo indica: capital extranjero, medios de producción de extranjeros,
dueño extranjero, ganancia de extranjeros! Algunos “estudian”
demasiado para creer y repetir las necedades (o los engaños) que
otros han encumbrado a nivel de ciencia, con un artificial prestigio
universitario. Basta escuchar los absurdos argumentos entreguistas
de los seudo-economistas neoliberales (“Chicago Boys”) hondureños.
El humilde, pero agudo vendedor del mercado, jamás caería es tan
grotescas necedades.

El resultado de la enajenación de la Patria sembrada por aquellos


“reformadores” ya lo conocemos: subdesarrollo, dependencia, y déca-

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das de batallas pueblerinas, caudillescas, en la feroz competencia


entre liberales y conservadores, por definir quién malvendía más la
riqueza nacional. Las minas más ricas, los valles más fértiles, los
más gruesos bosques, la administración misma del país, fueron sis-
temáticamente entregados [5] por el canallismo liberal-conservador.
Quitar y poner a ridículos “presidentes” rurales, se volvió casi un
deporte para las compañías bananeras y para los capitanes de los
buques de guerra norteamericanos que entraban en las prostituidas
aguas de nuestros puertos.

Después de cincuenta años en la dura competencia malinchista para


decidir quién era más traidor, el “campeón”apareció: el peón que
garantizaba la estabilidad absoluta del saqueo extranjero, era un
engendro con especial vocación para matar a cualquier patriota que
osara quejarse por los ultrajes al pueblo y a la Patria: el dictador
Tiburcio Carías, emblema del malinchismo asesino y “héroe” fascis-
ta, admirado por el actual “líder” conservador, Lobo.

A propósito de Lobo, la mediocridad de este individuo resalta tan


pronto como habla; y su retardatismo se reflejó en sus acciones anti-
patrióticas y anti-populares realizadas durante su mini-dictadura
en el congreso conservador bajo el régimen presidido por el semi-
extranjero Maduro; espero, por amor a los desposeídos de mi tierra,
(¡y por la misma vida de los pobres!), que semejante reaccionario
nunca llegue a ser Presidente.

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1.4- UNIFORMES COLOR DEL DOLAR Y EL CAMBIO DE

CAPATAZ

Septiembre de 2009.

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Es bajo el régimen del matón y vende-patria Carías, por decisión y


por necesidad de la invasión bananera yanqui, como nace el em-
brión de lo que llegaría a ser, unos años después, la criatura más
nefasta, prostituida, extranjerista, servil y sanguinaria de la Hon-
duras contemporánea: el ejército oligárquico pro-imperialista. La
magnitud de esta desgracia terrible para el desafortunado pueblo de
mi Patria es todo un tema aparte.

Gracias a los reformadores y a la manada de caudillos pueblerinos


entreguistas, la rapiña capitalista extranjera se adueñó de las tie-
rras, de las riquezas naturales, del comercio, de las instituciones
estatales títeres, y hasta de muchas de las agraciadas mujeres de
nuestra nación. Desde principios del siglo XX, los modernos coloni-
zadores yanquis utilizaron sus buques de guerra y sus marines para
imponer su voluntad política sobre la neocolonia y para ocuparla
militarmente en ocasiones.

Las ganancias obtenidas por estas compañías provenían básicamen-


te del saqueo de los recursos nacionales malvendidos, de la explota-
ción animalesca del trabajo semi-esclavo nativo, de las prebendas,
de las concesiones y de las exoneraciones otorgadas por los gobier-
nos serviles. Por eso era imperativo para los piratas yanquis man-
tener siempre a sus vasallos más complacientes en el poder.

Pero no era conveniente, ni económica ni políticamente, prolongar


indefinidamente esta forma desnuda de sometimiento militar a tra-
vés de tropas extranjeras en el país. Las guerras civiles de aquellos
años dejaron asomar el explosivo potencial guerrero que se anidaba
en el seno del pueblo. Era un peligro latente para los nuevos con-
quistadores, sólo faltaban allí la educación y la dirección política
adecuadas, y ¡boom!, la revolución popular. La misma política de
ocupación militar norteamericana generó por esos tiempos, violen-

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tas reacciones de verdadero patriotismo herido en el hermano pue-


blo nicaragüense, dirigido por el patriota Sandino. El poder trans-
nacional necesitaba mantener la ocupación militar sin marines, y
bajo la dirección de traidores locales “confiables” para los intereses
norteamericanos. Así como en Nicaragua armaron en esos años la
Guardia Nacional, una tropa yanki con mercenarios nativos bajo la
mediación del traidor Somoza, también aquí formaron otra tropa
yanqui, contratando mercenarios hondureños bajo la intermediación
del capataz Carías. ¡Genial, brillante, diabólico! Los invasores yan-
quis sometiendo y ocupando militarmente Honduras, ¡con soldados
nacidos en Honduras!

Y con el dinero de los sometidos…

La nueva criatura militaroide del patio, una especie de monstruo


Frankenstein, con cerebro de sicario yanqui y cuerpo de indito hon-
dureño, azuzada por la sed de traición de Carías y de sus sucesores,
desataría una bestial campaña de represión, tortura y descuartiza-
miento de hondureños durante décadas. Después, en los años cin-
cuentas, esta criatura semi-yanqui se institucionalizó y se “profesio-
nalizó”, desarrollando mejor sus capacidades físicas y “técnicas”,
para desollar a sus compatriotas y entregar la Patria de una mane-
ra más “eficiente”. Era necesario asegurarse que ningún patriota
tuviera jamás las oportunidades políticas para rescatar el patrimo-
nio nacional ni poner en riesgo el supremo saqueo de los extranjeros
contra nuestra nación. ¡Cuánta gloria caramba!

Mal paga el Diablo sin importar cuán rastreramente se le sirva. Los


patrones lo decidieron en Washington, y las alimañas del cariato, de
mala gana, tuvieron que obedecer las órdenes y cambiar la cara visi-
ble de la dictadura. Pero la esencia del poder reaccionario siguió in-
tacta.

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Las pugnas internas por el poder relativo, por la administración


mayordomesca del país a las órdenes del imperio, parieron más trai-
ciones, más componendas, más atropellos contra la soberanía y los
derechos del pueblo.

El régimen de facto encabezado por Julio Lozano en1954 también


ofrece reveladoras observaciones. Refleja la marcada tendencia anti-
democrática de los partidos oligárquicos, su adicción al golpismo y
al reparto del poder público en cuartos oscuros; también confirma la
proclividad de los liberales a doblar la espalda y negociar las con-
quistas del pueblo ante los ultraconservadores (hubo liberales ven-
didos en el Gabinete golpista de Lozano).

El golpe de Estado contra Lozano en 1956, inicia un proceso más


desnudo de militarización de la fachada pública del poder político en
el país. Resalta allí otro hecho especialmente sintomático: la inge-
nuidad y falta de solidez ideológica de los sectores populares, que en
su momento se habían rebelado contra la dictadura de Lozano.
Tumbar la dictadura era positivo, pero, al dar por bueno el golpe
contra Lozano y aplaudir la imposición de los militaroides sobre la
civilidad, los sectores populares cayeron infantilmente en la media-
tización de la oligarquía y del imperio; eso permitió a los conserva-
dores apaciguar el impulso revolucionario del momento y mantener
las estructuras de poder establecidas. En buen lenguaje hondureño,
les dieron atol con el dedo. Más tarde, esta forma de colaboracionis-
mo popular con el ejército oligárquico pro-imperialista alcanzaría
dimensiones superlativas, cercanas a la estupidez ideológica y a la
traición.

Ramón Villeda asumió la Presidencia en 1957, después de la defe-


nestración de Lozano y de la instalación de una Asamblea Constitu-
yente. De nuevo, el reformismo liberal indefinido; el discurso “pro-

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gresista” y las acciones mediocres; la cacareada intención revolucio-


naria, con la firmeza de las gallinas; las contradicciones propias de
la infinita carencia ideológica burguesoide, liberaloide, politiquera…
Villeda fue el agraviado directo del golpe técnico de 1954. Él había
ganado las elecciones, pero los diputados conservadores no conce-
bían entregar el poder después de muchos años de dictadura: no se
presentaron al congreso para investirlo como Presidente, rompiendo
así el orden constitucional. La jefatura de facto del Estado fue asu-
mida por el Vicepresidente Lozano. Esa misma noche Villeda, ¡tuvo
la indignidad de ir a visitar al usurpador y felicitarlo por asumir el
legítimo cargo que le había robado! [6]

Para ilustrar, esta barbaridad basta y sobra. Pero hay mucho más.
En su gestión campearon la represión a los sectores populares, la
posición contrarrevolucionaria adoptada en los casos de Cuba y Ni-
caragua, las leyes descaradamente reaccionarias como la tristemen-
te famosa ”ley quema-libros”, (que era una verdadera forma de in-
quisición medieval contra las ideas políticas de izquierda), las masa-
cres a grupos de oposición y la actitud servil al imperio. Son muchos
los signos contradictorios, que más allá de algunas medidas aparen-
temente positivas de la gestión de Villeda, (como el débil intento de
reforma agraria), lo alejan demasiado del político progresista que él
pretendía ser. Y para coronar con broche de lodo su lamentable ges-
tión, el típico infantilismo ingenuo, la genética incomprensión de la
naturaleza histórica del poder que sufren los burgueso-liberales de
siempre, lo condujo a perder el poder a manos de la peor fracción del
entreguismo malinchista que azota estas tierras tropicales, el ejér-
cito oligárquico pro-imperialista.

Era el nuevo y sangriento golpe de Estado de 1963, donde el “Gene-


ral” Oswaldo López derrocaba a Villeda. López, y sus esbirros del

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ejército oligárquico pro-imperialista masacraron entonces a varios


miles de hondureños. Y mientras los pequeños grupos de partidarios
liberales leales se batían valientemente en armas contra la dictadu-
ra de López, Villeda se dedicó a visitar y a contactar a diferentes
gobiernos americanos (¡la mayoría reaccionarios!), en una inútil y
muy liberal actitud de queja lastimera.

Aquellos grupos de patriotas liberales rebeldes fueron brutalmente


abatidos, encarcelados o expatriados por la dictadura; fueron cobar-
demente abandonados por aquella cúpula liberal floja, negociadora
y acomodada, encabezada por el mismo Villeda. Los líderes liberales
simplemente se quejaron chillonamente al principio, y después se
restregaron gusanescamente a los pies de la dictadura.

Es difícil determinar quién debe más sangre sagrada de este pueblo


mártir a lo largo de su calvario de agresiones, traiciones y masacres.
Tal vez el peor genocida en la infortunada historia de nuestros pue-
blos, sea el animal conquistador español. Pero algo si es histórica y
matemáticamente cierto: en la etapa reciente, nadie ha matado, ma-
sacrado, torturado, desaparecido ni descuartizado más hijos de esta
pobre Patria como el traidor ejército oligárquico pro-imperialista de
Honduras. Hijos de esta Patria he dicho, hermanos recalco, hijos de
mi pueblo despedazados. Jamás los traidores mata-pueblo de unifor-
me podrán, ni así se degollaran a sí mismos sobre la tumba de
Morazán, pagar a esta tierra la terrible deuda de la sangre de sus
hijos.

El grado de culpabilidad por un crimen varía en relación directa con


la época en que sucede, con las concepciones culturales, con el nivel
de desarrollo de la civilización, en ese momento dado; quiero decir,
no es lo mismo cazar y quemar brujas en 1300 D.C., bajo la tiniebla

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de la Edad Media, que hacerlo en estos tiempos, como lo han hecho


ellos, bajo la luz de la era del conocimiento.

Pero la criatura militaroide creada exclusivamente para aplastar a


nuestro pueblo, para entregar a nuestra Patria y para servir fiel-
mente los intereses rapiñeros del extranjero, no podía saciarse sólo
con matar al pueblo. Su otra función, para la cual fue especialmente
engendrada, es entregar las riquezas de nuestra patria al mercado
imperialista. ¡Traicionar y entregar! Es un instinto primario escrito
en los genes mismos del destacamento armado extranjerista; para
eso fue creado, y por el imperialismo fue creado.

Aquel desafortunado aborto de esta tierra llamado Oswaldo López,


así como los caudillos militaroides que le sucedieron, consolidaron
una nueva etapa antipatriótica del ejército pro-imperialista. Asesi-
naron a miles de hijos de Honduras; aseguraron los intereses del
capital extranjero; sumergieron la nación en un nuevo período oscu-
rantista marcado por la fuerza bruta; lo peor de todo, nos cambiaron
de capataz.

Cambio de capataz. Los militaroides no son el capataz del imperio,


son el guardia del capataz. El capataz es siempre la oligarquía, la
élite económica. En la vorágine de su corrupción, de su vileza ven-
dedora de sus hermanos, de su mediocridad y de su entreguismo, la
nueva administración verde olivo se dedicó a regalar las riquezas
nacionales a un nuevo y recién llegado grupo de piratas, aventure-
ros sin asco, codiciosos sin valores: los militaroides crearon, con la
plata de la población empobrecida, a la oligarquía árabe-hondureña,
el nuevo mayordomo local, el nuevo capataz. Estos vende-patrias
condenaron así a nuestro pueblo, no sólo al yugo del imperialista
yanqui, sino también a ser siervos en su propia tierra, de la frac-
ción más desagradecida y desalmada de una etnia extranjera recién

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llegada. Por supuesto, los vende-patrias armados se quedaron con


sus respectivas migajas; algo así como el cambio sobrante de las
treinta monedas de Judas.

*****

-UNIFORMES DEL COLOR DEL DOLAR Y EL CAMBIO DE

CAPATAZ (Continuación).

Marzo de 2010.

El militarismo salvaje tercermundista nunca ha representado el


poder per se, nunca ha sido un poder en sí mismo. Resguarda el
poder y la riqueza de otros, es un simple guardia del patrón. Mata
para otros, es un vulgar sicario. Siempre ha sido un intermediario
de un poder más allá de sus alcances, el poder de las oligarquías y
del imperio, en ese orden jerárquico ascendente. Esto se debe a que
el poder en su plena acepción implica indispensablemente fuerza e
inteligencia, capacidad de ejecución y conocimiento, una compren-
sión elevada del carácter esencial del poder mismo; todo eso está
muy fuera del alcance de un destacamento de energúmenos arma-
dos que aplastan a su pueblo y malvenden su tierra, para complacer
a un extraño. Por eso, aquí o en cualquier parte del mundo, aún en
el caso de constituirse los militares mismos en oligarquía local por
la vía del asalto y del saqueo, sin depender de la subordinación a
una oligarquía económica civil criolla y arraigada, aun en ese caso
dependen siempre de un poder mayor, pleno, de corte extranjero im-
perialista. El servilismo, el entreguismo, el sicariato contra el pue-
blo y la mayordomía extranjerista son condiciones completamente
reñidas con el conocimiento profundo de la soberanía patria y de la

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verdadera naturaleza del poder. Quien posee las altas dotes de ese
conocimiento no puede comportarse servilmente, y quien es servil,
obviamente no posee tales dotes.

La construcción, la formación técnica y doctrinaria, la dirección, y el


aprovisionamiento de la mayoría de los cuerpos armados latinoame-
ricanos, provienen del imperio norteamericano. La mayor parte de
los militaroides latinos son una extensión devaluada, utilizada y
despreciada, de las fuerzas militares de invasión y de ocupación pro-
pias del imperio. En los grandes negocios, el patrón les enseña a sus
siervos solamente lo necesario para que le sean útiles. La oligarquía
militar-industrial estadounidense no le entrega todos sus secretos
ancestrales sobre el monopolio del poder a sus militares, sus sica-
rios nacionales; tampoco estos últimos le van a enseñar a los prosti-
tuidos militaroides mestizos, (íntimamente despreciados por el mili-
tar anglosajón), nada más que lo necesario para matar a sueldo.

En el fondo, el militaroide latino, fascista, entreguista, renegado de


sangre y pro-imperialista, es sólo una víctima más de la subyuga-
ción política, económica, intelectual y espiritual de nuestros pue-
blos, por parte del imperialismo. Los militaroides son un grupo más
entre los sectores títeres de las provincias sometidas, engañado,
utilizado, prostituido y envilecido, por esa maquinaria poderosa y
maligna, que domina naciones, personas y voluntades, para chupar
como un vampiro continental, la riqueza y la vida de nuestros pue-
blos. La mayoría de las veces, la maldad del sátrapa y del renegado
de sangre, es ocasionada por la ignorancia. Indistintamente del
nivel social o económico dentro del cual se manifieste, desde el sol-
dado mata-pueblo hasta el oligarca criollo que renegó de su tierra,
la maldad y la traición para con su raza son siempre gemelas de
alguna variedad de la ignorancia. El ser humano noble jamás daña-

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ría a los suyos para servir a extraños, a cambio de poder y dinero.


Sólo con la búsqueda de la verdad sustentada, del conocimiento crí-
tico, del abordaje científico de las cuestiones de Patria y de pueblo
digno, pueden romperse esas cadenas mentales y espirituales im-
puestas por la dominación secular. Esta ruptura con el yugo del
alma, esta liberación conquistada con el arma de la verdad crítica,
aplica para todos los diversos grupos sociales sometidos a ese yugo
mental que envuelve en mayor o menor grado, todas las esferas de
nuestra existencia.

Al igual que los uniformados extranjeristas, las oligarquías criollas


latinoamericanas padecen también de su propia y particular medio-
cridad atávica, casi genética, que los pone a su vez, en una posición
de servidumbre intermediaria, de rodillas ante los poderes externos.
Las oligarquías criollas y sus guardias son parecidos a un avezado
salteador de caminos: no saben crear nada, no son buenos en nada
bueno, pero sí son hábiles para asaltar, saquear y matar. Esto expli-
ca en gran parte su permanencia en el poder, el fracaso y el sufri-
miento de los pueblos por ellos tutelados.

Pero volvamos al punto. Allí, en plena dictadura oswaldista, el libe-


ralismo criollo volvió a demostrar cuan flexible es su espalda para
doblarse ante la fuerza que ningún liberal puede poseer, su vocación
capituladora y su estomacal acomodamiento. Muchos liberales, en-
tre ellos el padre del ex presidente semi-extranjero Flores Facussé y
varios golpistas actuales, fueron abiertos colaboradores del golpismo
desde el principio. Otros cabecillas liberales, incluido el mismo ex
Presidente Villeda, después del clásico pataleo impotente que los
liberales han exhibido a través de los tiempos, se alinearon dócil-
mente al poder reaccionario. Rajarse y colaborar con la reacción, eso

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han hecho los liberales en todo el mundo, en casi tres siglos de


lamentable existencia.

La guerra inter-oligárquica de 1969, desnudó la corrupción y la


mediocridad de la camarilla militaroide hondureña, y sus colabo-
radores liberal-conservadores. En sentido estricto, no hubo una
guerra de tipo nacional entre Honduras y El Salvador. Lo que hubo
fue un conflicto de rapiña, entre la camarilla de poder salvadoreña y
su contraparte hondureña. Aparte de ser perversamente utilizados
y manipulados por el chovinismo mediático militarista de ambas oli-
garquías, los pueblos salvadoreño y hondureño nada tuvieron que
decidir en aquel pleito.

Quien sí tuvo todo que ver en ese ataque a la nación, como siempre,
es el imperio norteamericano. La oligarquía salvadoreña, sus secua-
ces de la Guardia Nacional y el ejército salvadoreño, actuaron con el
visto bueno y con el apoyo encubierto del Comando Sur norteameri-
cano. Militares estadounidenses participaron largamente en la pla-
nificación, proporcionaron armamento y entrenaron, a las tropas
salvadoreñas de cara a la invasión a Honduras. Existen hechos, tes-
timonios y documentos que lo prueban más allá de toda duda. La
hipocresía institucionalizada de la diplomacia norteamericana negó,
por supuesto, su participación en la agresión. La majadería y la
prostitución pro-imperialista de los militaroides hondureños, y de
su gobierno asaltante, se creyó el cuento o al menos fingió creerlo.

El interés común de la oligarquía salvadoreña y de los conspirado-


res yanquis era aliviar el grave problema de la tenencia de la tierra
en El Salvador, que ya preludiaba una guerra revolucionaria agra-
ria. Los latifundistas salvadoreños pensaron solucionar así su gran
problema social distribuyendo tierras al campesinado salvadoreño,
pero no las tierras salvadoreñas acaparadas por ellos, ¡sino las arre-

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batadas a Honduras! Por su parte, el imperio pensó conjurar así el


peligro de perder el control de la neocolonia salvadoreña, a expen-
sas del territorio hondureño.

Pese a los inmensos gastos en armamento reportados por el ejército


oligárquico pro-imperialista hondureño, no había armas a la hora de
enfrentar la agresión salvadoreña. Las planillas eran infladas, y las
listas de supuestos soldados activos eran extensas, pero en la reali-
dad, no había soldados en los cuarteles para defender el territorio
nacional.

Muchos civiles hondureños, en un sincero y valeroso gesto de patrio-


tismo, (acicateados por la campaña chovinista lanzada por la oligar-
quía, que repentinamente se volvió patriotera ante la amenaza a su
latifundio y su capital), fueron a apoyar a las escasas tropas hondu-
reñas en los frentes de guerra; cuentan estos patriotas que muchas
veces, las armas propias, llevadas por los civiles, estaban en mejor
estado que la chatarra del “ejército nacional”.

Por su parte, el ejército oligárquico salvadoreño, entró en Honduras


como quien entra en su casa. Los pobres soldaditos hondureños
cayeron por docenas, armados con las uñas y enviados al matadero
por la corrupta e incompetente cúpula militaroide hondureña. La
emboscada de la hacienda Las Mataras, no fue una verdadera bata-
lla, sino un asalto unilateral, un golpe de suerte propiciado por la
excesiva confianza, por el triunfalismo que en las tropas invasoras
provocaba el desprecio que sentían hacia las pobres capacidades mi-
litares de la contraparte hondureña.

Los militaristas salvadoreños establecieron sus gobiernos locales y


regionales en los territorios ocupados, manteniéndose en ellos du-
rante un considerable tiempo después de finalizada la guerra, y

38
39

negándose a devolver la tierra conquistada. El ejército oligárquico


pro-imperialista hondureño no tuvo la capacidad, ni la posibilidad
verdadera, de expulsar por la fuerza a los invasores. Aquellos sólo
abandonaron el suelo hondureño ocupado, debido a la aplastante
presión de todos los países de América a través de la O.E.A.

No vamos a demeritar aquí la sangre de los humildes soldados, que


sin entender nada de lo que realmente sucedía, fueron a defender
con sincera devoción el suelo patrio. Tampoco a descalificar a toda
la oficialidad dentro de la cual debió haber algunos hombres hones-
tos, que no compartían el bandidaje político, la corrupción, el entre-
guismo, y menos la matanza bestial de los hijos de la Patria por par-
te de la degenerada institución armada. Pero al margen de unos
pocos hombres sinceros, en el plano institucional, el destacamento
armado fue creado y existe únicamente para aplastar al pueblo hon-
dureño, defender los intereses carroñeros de la oligarquía local, y
entregar la soberanía y las riquezas nacionales al imperio. Esas son
sus únicas funciones y no sabe cumplir ninguna otra, como la defen-
sa territorial, porque no es ese su trabajo ni es esa su naturaleza.
Así quedó demostrado en la única ocasión en que la integridad terri-
torial de la nación estuvo verdaderamente comprometida, y donde
fue vergonzosamente incapaz de defenderla.

La lucha de liberación del pueblo jamás debe depender


de otros, y menos, de los enemigos del pueblo.

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40

La actitud política del hombre está definida básicamente, por su


nivel de conocimiento político exacto y por su identidad de clase.
Por su identidad de clase y no por su extracción de clase. Sólo la
conciencia de clase hace que el individuo defienda los intereses de
su familia social, por encima del interés particular, evitando que
sirva políticamente a los intereses de la clase adversaria. Y sólo la
suma de los más altos principios sociales, los más sólidos funda-
mentos ideológicos y el más elevado compromiso de pueblo, puede
superponerse a la influencia del status económico personal (clase),
sobre las posiciones políticas hacia la Patria popular y verdadera.
Así, conforme cambia su posición social (clase), un sufrido luchador
obrero termina siendo un colaborador servil de la oligarquía; y con-
forme evoluciona su conocimiento (consciencia), un terrateniente
lidera una auténtica revolución popular socialista o un desconocedor
soldadito represivo se transforma en un pensante comandante revo-
lucionario.

Varios años de corrupta dictadura habían enriquecido al gobernante


de facto López, que ya en los años setenta era un representante de
la nueva burguesía nacional y por tanto, pensaba como tal; ya no
sustentaba el pensamiento del guardia militaroide al servicio de
otra clase social, sino que cobraba autonomía clasista; ya no era el
simple guardia del patrón, ahora era un guardia rico, y por tanto, a
su vez, patrón.

Después de regresar al gobierno removiendo con otro golpe en 1972,


a Ernesto Cruz, gobernante títere y máscara de la dictadura perma-
nente de la burguesía, López mostró su nueva máscara “progresis-
ta” a la manipulable población hondureña: reforma agraria limita-
da, un plan de desarrollo nacional más o menos sustentado, una po-
lítica menos entreguista respecto a los recursos nacionales, etc. Las

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políticas adoptadas por el segundo régimen de López, aunque repre-


sentaban un pequeño avance con respecto a la cerrazón reaccionaria
de los regímenes anteriores (incluido su primer período dictatorial),
adolecían de la falta de profundidad originada por la inautenticidad
de los fines y de los principios que sus promotores abrigaban. En los
asuntos públicos, no basta ver lo qué se hace, es necesario ver quién
lo hace, por qué lo hace y para qué lo hace. Una medida política o
económica aparentemente progresista puede ser un arma de doble
filo y convertirse en una acción regresiva, si quien la impulsa es un
hábil y malintencionado reaccionario.

Veamos un ejemplo, la reforma agraria oswaldista. Los embriones


de una lucha revolucionaria agraria se avizoraban ya en el campo.
La toma de tierras y los enfrentamientos de clase que estas traen
consigo, eran un hecho consumándose. La reforma agraria no era
una alternativa, sino que una necesidad para la preservación del
sistema, y las clases dominantes a veces ceden un poquito, sólo una
golosina para calmar al niño, lo mínimo necesario para evitar la in-
surrección popular en tiempos críticos. Pero el militarismo, ahora
aburguesado en sí mismo, era incapaz, por su propia naturaleza, de
realizar una reforma agraria genuina; aunque un poco más práctica
que la reformita propuesta en el pasado por Villeda, la reforma
agraria del gobierno de López fue más un plan de aprovechamiento
de tierras ociosas, que un verdadero proyecto de redistribución de la
tenencia tradicional de la tierra. No fue entonces un proyecto que
rompiera de verdad con el latifundio, propiciando las condiciones
necesarias para el desarrollo pleno del agro y con él, el desarrollo de
la economía nacional. La ley promovida limitaba los alcances de la
redistribución agraria, protegiendo en el fondo al latifundio terrate-
niente y repartiendo migajas al sector campesino, enfriando y me-
diatizando de paso, una importante fuerza revolucionaria en el país.

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La lucha popular puede aprovechar algunas coyunturas propicias


que los sectores del poder reaccionario propicien en determinadas
circunstancias. Pero las concesiones o las alianzas estratégicas de
un pueblo no deben pasar jamás por encima de los principios. [7] La
leve apertura ofrecida por la fracción menos cerrada de la burguesía
nacional y del ejército, a través de la segunda dictadura de López,
era propicia para acumular algunos avances positivos en el proceso
histórico del sector popular hondureño.

Esto es correcto.

Lo que nunca debió hacerse fue poner el destino del proyecto eman-
cipador de todo un pueblo en las manos y bajo la dirección de un
sector taimado del enemigo de clase (!) ¡Nunca debió olvidarse que
se trataba de la burguesía, por tanto reaccionaria, y del ejército oli-
gárquico pro-imperialista, por tanto, entreguista, represivo y anti-
popular!

Jamás debió olvidarse los lagos de sangre de nuestra gente que pe-
saban sobre López y su tropa degenerada. Por generosa y por buena
que parezca la propuesta del asesino, uno no se entrega así de fácil,
en brazos de aquél que ha asesinado brutalmente a la familia, a los
hijos, y a los hermanos de uno. Eso es inconsistencia de principios y
una renuncia a la sangre sagrada de los propios. Quienes cometie-
ron aquel error (los que lo hayan hecho por inexperiencia o ingenui-
dad política, no los traidores) pueden contribuir hoy con la lucha
popular, previniéndonos de no cometer los yerros que precipitaron
su escandaloso fracaso, pero no deberían dirigir más a nuestro pue-
blo. Si realmente desean el triunfo de la causa popular, por concien-
cia autocrítica, deben permitir que un nuevo y limpio liderazgo sur-
ja, apoyándolo, trasladándole todo ese aprendizaje adquirido con las
experiencias y con los errores.

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Algunos compañeros que reniegan de la Historia, se oponen a que


nuestro movimiento explote la experiencia obtenida por la lucha de
otros pueblos revolucionarios a través del tiempo. Sostienen que
aquellos eran otros tiempos, eran otros pueblos, y otras condiciones.

Esa posición es incorrecta. [8]

Es cierto que no pueden reproducirse en forma mecánica las condi-


ciones ni las acciones revolucionarias pasadas en el caso nuestro.
Pero sí hay lecciones, verdades comprobadas y principios generales,
experiencias que fueron obtenidas con sangre a través de las largas
luchas de las clases populares y constituyen hoy, parte del acervo
histórico de conocimientos de la raza humana. Desde la invención
de la primera herramienta, pasando por el uso del fuego, la trigono-
metría griega, los principios políticos de la revolución francesa, el
materialismo histórico, las lecciones de los errores en las guerras
mundiales, hasta llegar a los modernos conocimientos sociales y tec-
nológicos, toda esa inmensa riqueza de conocimiento, basada en la
experiencia adquirida por otros pueblos en otros tiempos y en otras
circunstancias, es ahora patrimonio de la humanidad entera y en
eso se cimentan todas las realidades de nuestra actual existencia.
Renunciar a la experiencia humana significa renunciar a la rueda,
al número, al método científico, al transistor y a la penicilina, es
volver a la prehistoria. La experiencia revolucionaria de la humani-
dad debe ser minuciosamente estudiada, interpretada y utilizada
como referente, como una fuente valiosa de conocimiento previo en
nuestro proceso concreto. Esto nos ahorrará la inmensa dificultad
de partir de cero, sin ninguna referencia, sin saber absolutamente
nada acerca de la imponente tarea que enfrentamos como pueblo,
pagando el innecesario precio de repetir errores que pueden evitar-
se, de descubrir en base a fracasos, verdades ya descubiertas.

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Mao asumió en 1937 la alianza de las fuerzas revolucionarias chi-


nas con el Gobierno dictatorial reaccionario, sólo bajo el imperativo
patriótico de la unidad en la Guerra de Resistencia ante la invasión
imperialista japonesa, [9] una guerra nacionalista y anti-fascista,
necesaria y justa, patriótica y no-chovinista. La alianza tenía como
objetivo luchar contra el fascismo mundial y evitar la colonización
de la nación por parte del imperio japonés, cuidando así la indepen-
dencia nacional imprescindible para el desarrollo posterior de la
nación china y de su revolución popular. Fue una alianza, no una
entrega ni una posición atenida. Nunca esperó que los reaccionarios
realizaran las tareas de transformación nacional que correspondían
únicamente al pueblo y a su movimiento revolucionario ejecutar;
jamás confió el destino de su partido revolucionario y del pueblo chi-
no, en las manos despóticas de la reacción; jamás olvidó la verdad
dialéctica fundamental que separa a los reaccionarios del pueblo
libre: su esencial, natural e inevitable antagonismo clasista y su
abismal diferencia de principios.

La vanguardia del pueblo chino jamás aceptó entregar una tan sola
de sus bayonetas a los reaccionarios, mucho menos desmovilizar a
las tropas populares, que eran la garantía de su destino. Con tal
alianza el movimiento revolucionario salió más fortalecido en todos
los campos. Sus críticos jamás pudieron liberar de las garras de la
reacción, ni siquiera un islote. En cambio, Mao y su movimiento
revolucionario conquistaron la liberación del pueblo más inmenso
del planeta. Los resultados de la revolución china son ahora incues-
tionables: una nación que subsistió por más de cinco mil años en el
más profundo atraso, de repente, en solo cincuenta años, es una de
las primeras potencias económicas mundiales.

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Volviendo al punto, la esencia de aquellas acertadas alianzas estra-


tégicas difiere totalmente del lamentable caso hondureño de los
años setentas.

Los olmos no pueden dar peras; por eso, los sectores reaccionarios,
represivos, anti-populares y entreguistas no pueden, por principio,
sin importar el disfraz que tomen, traer libertad, justicia social, ni
mucho menos, poder y soberanía a las poblaciones oprimidas. La
Historia lo ha confirmado. Un sector del movimiento popular salva-
doreño cometió ese error apoyando el golpe de Estado de 1979, eje-
cutado por un sector progresista del ejército. Lo que cosecharon fue
desengaño, más dominación y ríos de sangre.

La lucha de liberación de un pueblo no debe depender jamás de


otros, ¡y mucho menos si estos han sido los enemigos históricos del
pueblo! El pueblo debe depender siempre de sus propias fuerzas.
Los militares patriotas podrían ser un aliado útil en el proceso de
liberación nacional, eso es posible; pero la hegemonía de la lucha no
debe enajenarse bajo ningún punto, las grandes decisiones sobre el
destino del pueblo solamente deben estar en manos del pueblo mis-
mo, jamás en manos de otro, por amistoso que parezca. La abundan-
cia de casos de ingenuidad popular y de traición contrarrevoluciona-
ria en la Historia, demuestran que enajenar el poder del pueblo es
la fórmula infalible del fracaso, el camino seguro a la subyugación.

En cuanto a López, después que sus mismos compinches del ejército


reaccionario lo derrocaron, se retiró a una próspera vida civil, y sus
crímenes contra la hondureñidad quedaron impunes. Hoy, ya viejo,
el genocida disfruta de los dividendos de su vulgar corrupción,
mientras el servilismo de la sociedad burguesa le rinde grandes
homenajes por haber asesinado a tantos hondureños. (!?)

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No puede haber honor, patriotismo genuino ni principios en un des-


tacamento militar pro-oligárquico, pro-imperialista, servil con los
extranjeros, renegado de su pueblo y de su sangre. Allí siempre han
campeado el mercenarismo, la prostitución moral a cambio de dine-
ro; las intrigas, las envidias internas; la deslealtad, la traición y el
canibalismo inter-militar han marcado la triste historia de la desa-
fortunada institución armada. No hay allí lealtad ni siquiera hacia
los suyos, menos puede haberla hacia el pueblo hondureño. ¿Cómo
podría un oficial conducir eficazmente las tareas de una guerra, si
sus propios compañeros de armas son más peligrosos y traicioneros
que el enemigo mismo?

Patria verdadera y patria chovinista:


La esencia de la Patria es el pueblo.

Tenemos así dos conceptos muy diferentes de los valores: los seudo-
valores de los enemigos del pueblo y los limpios valores de nuestro
noble pueblo. Y tenemos dos conceptos de patria totalmente opues-
tos: el de la patria chovinista de aquéllos, y el de la Patria verdade-
ra del pueblo.

La hipócrita retórica de los militaroides y de la oligarquía no tiene


asco para burlarse de conceptos y valores como paz, honor, sacrifi-
cio, pueblo, libertad y patria. Su honor consiste en mantener escla-
vizada a nuestra gente con sus fusiles, su sacrificio es chupar como
parásitos los recursos generados por el arduo trabajo de la nación.
Alegan que reprimen, torturan y asesinan a nuestra gente para de-
fender la libertad, la democracia, la Patria. Pero libertad, democra-
cia y patria significan para ellos su dominación y su riqueza. Si ellos
no están en el poder saqueando y explotando a nuestro sufrido pue-
blo, entonces, razonan, no hay libertad ni democracia.”Democracia”

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aquí no es el poder del pueblo, es el poder de unas cuantas familias


de la oligarquía. La “paz” aquí, es la tranquilidad que disfrutan los
opresores gracias al silencio amordazado de los oprimidos; si estos
se quejan, un fusil los acallará; la ley aquí es buena si ordena que la
oligarquía mande y el pueblo obedezca, que ellos lo tengan todo y la
población sea su esclava: lo contrario es “subversión”, es delincuen-
cia. La patria aquí, es una gran propiedad de más de 112,000 kiló-
metros cuadrados, llena de riquezas, para los oligarcas, para los
capitalistas transnacionales, y claro, una buena tajada para los
guardias armados del patrón.

Pero su patria privatizada no es la Patria social de nuestro pueblo.


Los judíos estuvieron durante siglos sin un territorio propio, y no
por eso dejaron de tener una plena identidad de nación. El territorio
es un bien material. Es una parte importante de la Patria, pero no
es la esencia de la Patria. Si el pueblo hondureño, por alguna terri-
ble razón perdiera su territorio, jamás dejaría de ser pueblo, jamás
de conformar una nación, jamás dejaría de ser Patria. La Patria no
es la tierra, no es una institución, no es una bandera de tela, no es
un concepto abstracto para venerar.

Eso es absurdo. La Patria está hecha de pueblo. La Patria es el pue-


blo mismo. Los que oprimen, empobrecen y asesinan al pueblo, opri-
men, empobrecen y asesinan a la Patria. Y no se puede defender la
Patria asesinando a la Patria misma. Quienes hacen esto, defienden
otra cosa. La oligarquía y los militaroides defienden una patria aje-
na, privada, chovinista. Nuestra gente busca recuperar ahora, la
Patria popular, colectiva, verdadera.

Concluyamos. Las conspiraciones, asonadas, y golpes de barracas


propiciados por el canibalismo militaroide determinaron los regí-
menes que devastarían el país en los años subsiguientes. Los golpes

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de barracas perpetrados por las camarillas de Alberto Melgar contra


el golpista López, y el de Policarpo Paz contra Melgar, significaron
un retroceso con respecto a la pequeña apertura social emprendida
por la segunda dictadura de López. Con cada cuartelazo, sectores de
poder sucesivamente más conservadores se adueñaban del control
de la nación y retrocedían más, los pocos avances democráticos y
económicos que el pueblo pudo haber logrado en las décadas pre-
vias. Recrudeció la represión instigada por la fracción más cerrada
de oligarquía, contra los sectores campesinos, laborales y populares,
acción ejecutada principalmente por el ejército anti-popular. Los es-
cándalos de corrupción, eterna compañera de los uniformados y de
sus compinches políticos, estaban a la orden del día.

Pero ni el mayordomo oligárquico local ni el guardia armado de la


hacienda están por encima del patrón de la hacienda. La devastado-
ra Revolución Popular Sandinista y las ascendentes guerras popu-
lares revolucionarias en Guatemala y El Salvador, amenazaban la
propiedad del imperio sobre sus neo-colonias centroamericanas y
exigían un cambio de estrategias. Las dictaduras castrenses ya no le
garantizaban la estabilidad de la dominación al imperio sobre estos
países; por el contrario, enardecían el dolor de Patria subyugada y
atizaban más el fuego libertario de los pueblos latinoamericanos,
que habían iniciado un proceso continental de liberación. La oligar-
quía vasalla y los militaroides pro-imperialistas recibieron la orden
de iniciar un simulacro democrático. Así, el imperio y sus lacayos
parieron el aborto de la seudo-democracia estilo Honduras.

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1.5- LOS FUSILES OCULTOS DE LA “DEDOCRACIA”

ESCLAVISTA

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Octubre de 2010.

El proceso constituyente de 1982 que debió haber significado un


verdadero pacto social de toda la ciudadanía hondureña, se convir-
tió en otra piñata donde los grupos privilegiados se repartieron nue-
vamente el poder, la riqueza y el futuro de la nación.

Los cimientos de la supuesta democracia naciente fueron entonces


mal construidos, y por lo tanto, el edificio nacional levantado sobre
esas defectuosas bases resultó ser una pésima construcción, otro
fracaso. Y la primera gestión del nuevo período “democrático”, el
gobierno de Roberto Suazo dejó claro en poco tiempo que la tal de-
mocracia recién estrenada era un fiasco. En la práctica, fue otro
régimen militar más, disimulado con un simulacro electoral y con la
figura de un gobierno civil títere. El poder militar siempre ejerció
paralelamente, la dictadura de hecho. La represión fascista bajo
aquel gobierno “democrático” fue incluso mayor que la ejercida por
las dictaduras castrenses directas, y es posible que haya superado el
record del cariato; la corrupción se mantuvo igual o peor; quedó al
desnudo una vez más el carácter antidemocrático, represivo, corrup-
to, extranjerista y mediocre, del ejército, de la oligarquía, y de sus
politiqueros títeres.

Entre las deudas terribles que pesarán siempre sobre este sangui-
nario, malinchista y mediocre gobernante y sus compinches milita-
roides, están la persecución, el genocidio de hondureños nativos, y el
estado de terror instalado para complacer intereses oscuros, espe-
cialmente norteamericanos; y la traición a la soberanía nacional que
implicó el prostituir el sagrado suelo de la Patria permitiendo que
bases militares y tropas extranjeras lo pisotearan. (Palmerola, las
bases de los “contras” somocistas, el Centro Regional de Entrena-
miento Militar C.R.E.M.).

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50

Acá debo dedicar un espacio acerca del C.R.E.M.

Fue instalado en el valle del Río Aguán durante la gestión de Suazo,


es decir, bajo la dictadura encubierta del “General” y extranjerista y
fascista Álvarez. Los militares norteamericanos entrenaban allí a
tropas reaccionarias de varios países del área, entre ellos los somo-
cistas de la contrarrevolución nicaragüense, ¡y tropas salvadoreñas!
Entendemos el servilismo entreguista, esa enfermedad natural e
irresistible, que sufren los militaroides hondureños, que son esen-
cialmente una extensión de la fuerza militar continental de domina-
ción del imperio. Pero el ejército reaccionario salvadoreño, en una
acción de bandidaje de la oligarquía salvadoreña, había invadido
recientemente a Honduras, masacrando, derrotando y ridiculizando
al “ejército nacional”. ¿Cómo es posible que la degenerada oficiali-
dad castrense hondureña, olvidando indignamente a sus soldados
caídos y la humillación infligida, hayan promovido el pisoteo de la
soberanía nacional precisamente por tropas de ese ejército agresor?

Ni el más indigno de los bellacos le abre así las puertas de su casa a


quienes acaban de atacarlo, de humillarlo y de acribillar a sus com-
pañeros.

En cuanto a los terrenos del C.R.E.M., el interesado en entrenar


tropas reaccionarias era el gobierno norteamericano, no Honduras.
Pero un tiempo después, el mismo gobierno yanki obligó al Estado
hondureño a pagarle una millonaria indemnización al supuesto due-
ño de esos terrenos, el portorriqueño T. Ramírez.

Y la maldición malinchista de esas tierras no termina ahí: posterior-


mente, funcionarios prostituidos de diferentes gobiernos malven-
dieron las mismas tierras a empresarios corruptos, en su mayoría

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de origen extranjero, a precios tan ridículos, ¡como 20 Lempiras por


hectárea!

Recientemente, un sector del campesinado hondureño ha sufrido


agresiones y masacres por parte de los antipatrióticos cuerpos
represivos del Estado y de las criminales guardias privadas de los
terra-tenientes, a raíz del fuerte conflicto de tierras en el valle del
río Aguán, incluyendo los terrenos del C.R.E.M.

Volvamos a Suazo. Quizá le concedemos demasiado crédito al títere


y soslayamos al titiritero. En realidad, en la Honduras posterior a
1982 no hubo un verdadero cambio del modelo de dictadura militar
al modelo republicano democrático-burgués. Lo que el imperio y la
oligarquía local implementaron fue la transición de la dictadura mi-
litar abierta a la dictadura militar encubierta, maquillada por elec-
ciones controladas. Es la tristemente famosa democracia “viable” o
“tutelada”, impuesta a lo largo del continente por los gobiernos nor-
teamericanos de Carter y Reagan, entre otros. Se trataba de preser-
var las dictaduras en una forma velada, menos chocante con los de-
seos de libertad de los pueblos latinoamericanos, pero asegurándose
que dichos pueblos jamás tuvieran la menor oportunidad de alzarse
con el poder y la soberanía efectivos, ni efectuar cambios estructura-
les y verdaderos en sus respectivas naciones.

Los mecanismos principales de control utilizados en este modelo de


dictadura encubierta son bastante básicos. Número uno, está el
acondicionamiento y la manipulación de la opinión pública a través
de los aparatos ideológicos del Estado y de los medios privados de
manipulación de masas; dos, un sistema electoral previamente arre-
glado para controlar los resultados de las elecciones, pero también,
para manipular desde el escenario pre-electoral, la escogencia de los
candidatos “confiables” para el sistema; tres, la garantía última de

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la preservación del poder en caso que el pueblo y la “democracia


controlada” se salgan de control: la represión armada, el ejército oli-
gárquico pro-imperialista, los fusiles garantes de una democracia de
dedo, la dedocracia, como la denomina nuestra gente en un inteli-
gente juego de palabras. Un dedo siniestro determinaría desde la
oscuridad del poder fáctico quiénes debían gobernar y cómo debían
hacerlo; otros dedos estarían detrás de los gatillos de los fusiles
ocultos de la moderna dedocracia esclavista tropical, manteniendo
detrás de la raya a la población.
La ocupación militar extranjera de nuestro suelo, auspiciada por
Estados Unidos continuó en todos los gobiernos seudo-democráticos
después de Suazo. Las tropas norteamericanas, los “contras”, y los
mercenarios nativos del ejército oligárquico pro-imperialista siguie-
ron desollando a nuestra gente. El nuevo gobierno títere presidido
por S. Azcona fue un fiel ejemplo del servilismo, de la mediocridad y
del desarraigo del típico funcionario pequeñoburgués latinoamerica-
no. Su opaca gestión nos dejó más dominación, corrupción, depen-
dencia y atraso.

Para 1990 la oligarquía local, en lugar de delegar a un testaferro,


decidió administrar directamente el Estado, a través de Rafael Ca-
llejas. El oligarca Callejas y su equipo de gobierno implantaron en
el país el nefasto modelo neoliberal. Sometieron a la nación a una
nueva versión del colonialismo: la injerencia, la directriz, y el man-
dato absoluto del supra-gobierno global de los organismos interna-
cionales de financiamiento. Iniciaron de esta forma un proceso ter-
minal, definitivo, de castración y desmantelamiento del Estado, de
sometimiento nacional a las políticas y a los capitales externos, de
extremización de la desigualdad social, de imposición represiva de
sus medidas anti-populares y anti-patrióticas.

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El régimen callejista, abiertamente fascista y anti-popular, repartió


violencia y sangre a granel entre los sectores populares, en especial
los obreros y los campesinos. Realizar una huelga obrera en aque-
llos oscuros días era la vía más expedita para sufrir un asalto mili-
tar…en cuanto a realizar una toma campesina de tierras, ¡era mejor
que cada campesino hondureño se tomara su respectivo lote en el
cementerio!

Paradójicamente, el mismo gobierno Callejista estuvo vigilado y


amenazado por los fusiles de la dictadura militar. En diciembre de
1990, [10] el “General” golpista Alonso Discua derrocó de manera
violenta e ilegal al Jefe de las FF.AA., Arnulfo Cantarero. El 10 de
diciembre, el congreso presidido por el diputado reaccionario Rodol-
fo Irías debatía sobre la ilegalidad del golpe de barracas y el nom-
bramiento del nuevo Jefe de la institución armada. El ejército des-
plegó un inmenso operativo militar en Tegucigalpa, sitiando prác-
ticamente al congreso y otros centros estratégicos del Gobierno,
amenazando con ejecutar un golpe de Estado si Discua no era nom-
brado Jefe de las FF.AA. El régimen Callejas-Irías tuvo que some-
terse humillado a la imposición militar.

No hay dignidad, integridad ni valores en los reaccionarios. Ellos


cometerán las peores traiciones y soportarán las humillaciones más
indignas, con tal de mantenerse en la cosa pública, saqueando la
riqueza de sus desafortunados pueblos. Ya entonces se distinguía
claramente la naturaleza hueca de los regímenes de la falsa demo-
cracia, que son sólo un disfraz suave de la férrea dictadura de clase
concretada a través de las armas. Después del golpe militar de 2009
esto quedó ya fuera de toda discusión.

La corrupción innata del sistema de dominación, y la aplastante


represión a nuestra gente, agravadas por la imposición del modelo

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neoliberal con todas sus secuelas antipatrióticas y anti-populares,


fueron los factores comunes de las subsiguientes administraciones.
Los gobernantes semi-extranjeros Flores Facussé y R. Maduro, pro-
fundizaron la implantación del modelo neoliberal, consolidando la
omnipotencia político-económica de las familias oligárquicas y del
capital de invasión, destartalando al Estado, acorralando de forma
definitiva en la pobreza y la exclusión al resto de nuestra población,
a la mayoría.

En cuanto a la frustrada “revolución moral” del gobernante liberal


Carlos Reina, pese a los pobres resultados de su gestión en la mayo-
ría de los campos de la administración pública, su aporte en el pro-
ceso de democratización del país pudo haber sido considerable. Los
gobiernos que le sucedieron, desafortunadamente decidieron no con-
tinuar el proceso, al contrario, lo revirtieron. Parece que, a diferen-
cia del equipo de gobierno de Mel, Reina sí comprendía mediana-
mente la naturaleza y el problema del poder; estaba consciente de la
vulnerabilidad y de la oquedad de los gobiernos civiles “democráti-
cos”; sobre todo, comprendía mucho mejor el rol fundamental del
ejército oligárquico pro-imperialista en el mapa del poder. Más que
nosotros como pueblo, aquel hombre conocía sus debilidades como
administrador permitido y conocía la naturaleza efectiva, la autori-
dad real de las armas y de los militaroides alquilados por la oligar-
quía y el imperio; comprendía además, el delicado equilibrio estable-
cido entre la decisión irrenunciable de las fuerzas reaccionarias de
retener el poder y la necesidad práctica de mantener calzada la
máscara seudo-democrática. Conociendo esas realidades, con firme-
za de carácter, claridad política y sutil astucia, Reina inició el proce-
so de desmilitarización del sistema político nacional. Y lo hizo con la
resolución, la gradualidad y la cautela necesarias. Aquellos cambios
estructurales en el esquema mismo del poder real eran sin duda,

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más importantes que cualquiera de las conquistas civiles, legales o


gremiales que tanto ha priorizado el movimiento popular: se esta-
ban debilitando las cadenas de fuerza que nos han oprimido durante
siglos…pero la mayoría de nosotros, el pueblo, cegados por la ino-
cencia política típica de las clases subordinadas y aburguesadas, no
comprendimos a cabalidad el trasfondo ni los alcances de tan crucial
proceso. Por eso fue fácil para los reaccionaros revertir aquellos
colosales avances.

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1.6- OBSERVACIONES SOBRE LAS CARACTERISTICAS


POLITICAS, ECONOMICAS Y SOCIALES DE HONDURAS

Algo está mal.

Abril de 2009

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Una observación rápida pero acuciosa del sistema económico-social


hondureño arroja claramente una serie hechos que conducen a cual-
quier observador medio, a una inevitable conclusión: algo está mal
en este país. Algo está mal en su democracia excluyente, en su
macro-economía dependiente, en la economía familiar precaria; en
la administración pública corrupta e ineficiente, en el sistema edu-
cativo atrasante y domesticador, en la seguridad pública anti-
popular, corrupta, fascista y represiva; algo está mal en el sistema
de justicia parcializado, en las actitudes cotidianas de la población,
cargadas a la vez, de explosividad y de servilismo, de “viveza” y de
absurdos. Algo está mal en nuestra sociedad, en su escala de valores
y principios decadente, en su espiritualidad vacía e insolidaria, en
la estructura física pobre y deteriorada, en su sistema productivo
primitivo, en su expresión cultural escasa; en fin, algo está mal con
todo nuestro sistema económico-social.

Veamos un poco la parte política. Recientemente, el Congreso inten-


tó aprobar un decreto en el cual asignaba a los partidos políticos un
presupuesto extra de más de mil cien millones de Lempiras para la
campaña política, básicamente. Esta pretensión leonina generó el
rechazo popular, y, notablemente, el rechazo del Poder Ejecutivo,
dado que los partidos ya disponen de un jugoso presupuesto asig-
nado, basado en la cantidad de votos obtenidos. La confrontación
entre el Ejecutivo y el Congreso fue agria, sonada, y expuso visible-
mente varios puntos:

Uno, la cultura de saqueo, de poca rendición de cuentas públicas, y


el sentimiento de “propiedad” que los eternos políticos abrigan res-
pecto al Estado. Los diputadejos reaccionarios, tenazmente empeci-
nados en derrochar el tesoro público, despotricaban ferozmente con-

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tra el Presidente por oponerse a su voracidad. Esos tipos realmente


parecen estar convencidos que el Estado les pertenece.

Dos, el poco peso que la opinión pública tiene sobre las decisiones de
ese congreso despótico. El rechazo popular a semejante atraco fue
unánime, pero a esos individuos que se supone representan al pue-
blo, por delegación de funciones, quedó claro ahí que les importa un
rábano la opinión, más bien el mandato popular.

Tres, la estructura y el funcionamiento interno, el carácter absolu-


tista de ese congreso reaccionario. El presidente de turno del mis-
mo, es siempre un dictador indiscutido. Quien controle a ese sujeto,
controlará inapelablemente la vida institucional, política y econó-
mica de toda la nación, durante los cuatro años que el títere dirija el
congreso absolutista. El actual presidente del Congreso, Micheletti,
se comporta allí como un dictadorzuelo senil, despiadado y prepo-
tente. Al presenciar el grotesco espectáculo de las sesiones de ese
congreso degenerado, se llega rápido a la conclusión que los diputa-
dos allí son innecesarios, decorativos y justificantes, elementos de
relleno. Las decisiones “parlamentarias” están previamente toma-
das y se aprueba lo que el dictadorzuelo ordena, nada más.

Y cuatro, se notan las lagunas, los vacíos, las contradicciones, las


ambigüedades de la actual estructura de poderes del Estado. El sis-
tema constitucional de tres poderes establecido no define con clari-
dad las funciones de los poderes, sus límites, sus controles ni la in-
terrelación entre los mismos. En el caso de un conflicto de un poder
con otro, aquí no se sabe quién manda, ni por qué razón manda. Lo
justo, lo correcto, y especialmente, la voluntad del pueblo (eso es lo
que debería prevalecer), salen sobrando ahí.

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En cierta comparecencia televisada, algunos diputados explicaban


al público el supuesto malentendido (el intento de atraco), después
de haber dado marcha atrás con el decreto arriba referido. Aquel
decreto de saqueo fue revertido únicamente por la férrea oposición
del Presidente y su denuncia abierta. Decidí plantearle en público a
uno de los diputados conservadores, mi fuerte preocupación como
ciudadano común respecto al elemento antidemocrático que dejaba
entrever el conflicto. -¿Cómo hace valer el pueblo su voluntad en las
decisiones que los diputados toman a sus espaldas?- le pregunté. Si
así como se empeñaron en hartarse con mil cien millones, se le ocu-
rriera a ese congreso omnipotente venderle las Islas de la Bahía a
una potencia extranjera (por dar un ejemplo extremo), ¿quién y
cómo podría detenerlos? Como era de esperar, su respuesta fue
hueca y evasiva, pero el punto planteado sigue allí clavado como
una espina: algo está muy mal con la “democracia representativa”
en Honduras.

Es sólo un ejemplo de los vicios del sistema político vigente. Los


candidatos para los principales cargos de elección, si quieren tener
una oportunidad seria de competir en las elecciones, deben pasar
por el filtro de la camarilla oligárquica, que literalmente posee a los
partidos tradicionales. En cuanto a las posibilidades que podrían
tener las “candidaturas independientes” para acceder al poder, ni
hablemos de eso, ¡seamos serios, por favor!

Cuando los hondureños van a elecciones (¡los pocos que van!), no eli-
gen libremente a sus autoridades, solamente escogen al que mejor
les vende la propaganda mediática, entre una pequeña lista de can-
didatos pre-seleccionados por los poderes ocultos; es algo así como:
¿quién de estos amigos míos querés que te gobierne, Pueblo?

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Autoridades que deciden sobre nuestras vidas y destinos, (como los


magistrados a la Corte Suprema y el Fiscal General) no los elegimos
los hondureños, los imponen otros personajes poderosos, que no está
muy claro ni quienes son realmente.

Aquí, los gobiernos establecidos son omnipotentes, malvenden nues-


tras riquezas naturales, enajenan el sagrado territorio nacional a
tropas extranjeras, condonan, exoneran o regalan sumas millona-
rias de dinero del tesoro público, firman tratados internacionales
que constituyen verdaderos actos de traición a la Patria, en suma,
reparten a pedazos el país, sin que la población tenga un medio efec-
tivo para detenerlos, para incidir con peso en las decisiones funda-
mentales del destino de la nación. Y mientras la camarilla política y
oligárquica actual siga detentando el poder de la nación, el saqueo,
la corrupción, la represión, el entreguismo y todas las eternas lacras
que nos aquejan, continuarán.

Un Presidente, S. Azcona, y su Canciller, Carlos López, ambos me-


diocres, vende-patrias y serviles, “negociaron”, enajenaron, malven-
dieron en 1986 la soberanía de Honduras, cediéndole a Colombia la
mayor parte del banco de los cayos Serranilla en el Mar Caribe,
sobre los cuales Honduras tenía pleno derecho histórico. El trasfon-
do de esta decisión aparentemente absurda estuvo ligado al ajedrez
geopolítico jugado por Estados Unidos y sus vasallos latinos en con-
tra de la Revolución Sandinista: el tratado marítimo entre Colombia
y Honduras afectaba el espacio marítimo nicaragüense. ¿Se le con-
sultó a la ciudadanía hondureña si se debía sacrificar parte del te-
rritorio y del espacio marítimo nacional, solamente para complacer
el capricho contrarrevolucionario del gobierno yanqui?

No. El imperio y sus lacayos locales lo decidieron. En una palabra,


esta “dedocracia” no es democracia: es la dictadura continuada de

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un grupo de individuos poderosos, corruptos, regresivos, mediocres


y entreguistas.

Ahora lo económico. Este no es un texto de Economía, pero basta


con evidenciar algunas realidades.

Para fines de referencia sobre otros temas abordados, nos referimos


al complejo sistema económico-social actual del país con el término
abreviado de “capitalismo” a secas. Pero el sistema económico-social
hondureño de principios del siglo XXI es básicamente un régimen
capitalista-terrateniente dependiente, que mantiene fuertes rasgos
semifeudales heredados del régimen precedente y ligado aún al cor-
dón umbilical del capital externo. La verdadera Historia, aquella
científicamente abordada, demuestra que la base del sistema econó-
mico (la forma de producción) determina la composición y las carac-
terísticas de una sociedad en un momento dado. Y prueba también
que la división fundamental de toda sociedad humana desde el sur-
gimiento de la civilización son las clases sociales. Veamos a grandes
rasgos la composición socio-económica local.

El gran empresariado o gran burguesía hondureña es básicamente


de tipo intermediario (comerciante), con un fuerte ascendiente
extranjero; políticamente, son la clase oligárquica misma. El origen
extranjero del grueso de la burguesía se da por dos vías: una, por in-
migración, en donde resaltan los grupos económicos árabe y judío; la
otra vía de penetración de capital extranjero proviene de las compa-
ñías transnacionales, primero con los enclaves minero y bananero, y
recientemente con otros grupos transnacionales que han incursiona-
do en rubros nacionales como las telecomunicaciones, energía, com-
bustibles, la maquila, las comidas y otros.

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Una fracción de la gran burguesía, opera en rubros como el comercio


de importación, el sector financiero, alguna industria primitiva, ser-
vicios y comunicaciones. Otro sector de la gran burguesía, el semi-
feudal, es un híbrido de los sectores comercial y terrateniente, ope-
rando mayoritariamente en el rubro agroindustrial. En la práctica,
conforme se concentra la riqueza en un grupo cada vez más reduci-
do de individuos, los capitales de estas fracciones de la gran burgue-
sía se amalgaman de mil maneras, volviendo difusas las líneas que
las diferencian y acaparándolo todo. La fuerte ligazón que la mayor
parte de esta burguesía mantiene con el capital transnacional, le
imprime un marcado carácter dependiente, obediente, antinacional
y entreguista.

El empresariado y el comercio medianos, la mediana burguesía na-


cional, es un sector económico que disfruta de algunas condiciones
materiales relativamente cómodas. Pero la crisis y las limitaciones
de la deficiente economía nacional los golpea crecientemente. Un
grupo se mantiene congelado y otro tiende a empobrecerse. Los pri-
vilegios, las barreras, la competencia desleal y el poder de los gran-
des monopolios los mantienen a raya. Excepto los negocios satélites
o periféricos al gran capital, la mediana burguesía se halla limitada,
maniatada por poderosos oligopolios, asediada por el Estado gran-
capitalista, y una parte está en vías de extinción. Los pocos que cre-
cen algo, lo hacen a una escala de menudeo, que causa risa al gran
capital. A pesar de la inseparabilidad de sus intereses con los autén-
ticos intereses de corte nacionalista, gran parte de este sector no tie-
ne una conciencia política clara de su carácter nacional, tragándose
fácilmente los anzuelos ideológicos de la oligarquía extranjerista y
navegando al remolque del gran capital. Según el grado de concien-
cia patriótica que sustenten, estos empresarios nacionales pueden
ser aliados del progreso o del atraso. La educación política de este

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importante sector de la economía nacional, con miras a hacerle com-


prender su propia necesidad de liberarse de la tiranía de los mono-
polios y su rol patriótico en la construcción de una nación indepen-
diente, justa y próspera, es una tarea impostergable para el movi-
miento de emancipación nacional.

El sector pequeñoburgués ha ampliado su base debido a la irrupción


de nuevas fracciones sociales, profesionales y técnicas, y del peque-
ño empresariado. Esto es producto de la educación y de la tecnología
del siglo XXI. Esos nuevos sujetos sociales tienen mucho que ver con
la creciente presión por el cambio económico-social. La pequeña bur-
guesía se desarrolla principalmente en el área informal de la econo-
mía. Una parte de ellos, los no-asalariados, poseen pequeños medios
de producción de bienes o servicios que van desde el taller, pasando
por el pequeño negocio de ventas, hasta la oficina de servicios profe-
sionales. Apretados por los elevados costos de operación, asediados
por el fisco, con una pobre tecnología, y con utilidades tan bajas
como un salario mediano, este sector del pueblo lucha arduamente
por la supervivencia, bajo las duras condiciones económicas del país.

Los profesionales, excepto aquellos “conectados” con el favoritismo


político o los “empleados de confianza” del patrón gran-capitalista,
sufren la subvaluación grosera de su trabajo calificado y grandes
dificultades por desempleo. Una mediana capa de los empleados
públicos, oficinistas, policías, soldados, operadores de campo de las
instituciones públicas, etc. sobreviven duramente con bajos ingresos
y bajo la inestabilidad laboral ligada al retiro forzoso y a los vaive-
nes de la política partidista. Sólo la alta burocracia de esos sectores
públicos tienen buenos salarios y prebendas, muchas veces ligados a
la corrupción.

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El magisterio nacional constituye ahora un sector popular fuerte,


organizado y homogéneo. Esto le ha permitido acceder a conquistas
laborales que le conceden cierto nivel de bienestar. Aun así, está
muy lejos de ser un gremio privilegiado como aducen los represen-
tantes de la oligarquía, la verdadera clase privilegiada. Pese a su
fortaleza y disciplina organizativas, la mayoría de los maestros
sustentan una concepción política gremialista y adolecen de serias
debilidades ideológicas y éticas, que suelen ir desde el incondiciona-
lismo partidista, pasando por el acomodamiento y la capitulación,
llegando hasta la corrupción. Su conciencia de clase trabajadora, es
difusa y con frecuencia caen, al igual que otros grupos pequeñobur-
gueses, en la desubicación clasista, el arribismo y el arrimamiento a
las clases económicamente superiores. También este es un sector
que debe ser educado política e ideológicamente por su importancia
estratégica en la formación de una juventud genuinamente patrió-
tica.

El sector mediano y pequeño agricultor, se enfrenta a la escasez de


recursos para la producción, es boicoteado por el comercio y por la
banca gran-capitalistas, y está abandonado, más bien acosado por el
Estado, (que en este frente protege los intereses contrarios, los de la
gran burguesía terrateniente). Las bajas utilidades propias de un
mercado precario y cautivo, no les permiten acceder a los modernos
equipamientos productivos. Todos estos factores, sumados a la in-
termediación avorazada y a la desproporcional competencia del gran
capital agroindustrial, mantienen al sector agricultor atascado o en
una lamentable bancarrota. Los pocos que logran mantener una
producción con excedentes, trabajan más para el usurero o para el
“coyote” intermediario, que para sí mismos, y su crecimiento econó-
mico es mínimo.

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Las capas agricultoras más deprimidas, el campesinado raso, pade-


cen de una carencia extrema de tierras; las tierras ociosas que a la
oligarquía terrateniente semi-extranjera le sobran, nuestro campe-
sinado hondureño originario las desea. [11] Su educación y sus re-
cursos para la producción son nulos; no tienen la mínima posibili-
dad de acceder al crédito de la banca gran-capitalista y apenas pro-
ducen su comida. La disputa por las tierras ociosas acaparadas por
los latifundistas, los somete a la constante represión de parte del
Estado oligárquico y de los terratenientes mismos; muchos de ellos
mueren asesinados y otros huyen desahuciados hacia las ciudades a
trabajar en lo que se pueda. La reforma agraria profunda que pueda
devolver a nuestros pobladores originarios la tierra que Dios les dio
para alimentar a sus hijos, y que les ha sido arrebatada por extra-
ños, sólo será posible con la revolución popular.

En cuanto a la clase trabajadora, el grupo más grueso depende de la


economía informal, haciendo diversos trabajos a destajo, realizando
cualquier labor temporal que les permita comer cada día; una parte
más “afortunada” de la clase trabajadora está ubicada en empleos
más o menos permanentes del comercio y la industria, soportando
duras condiciones de trabajo y sobreviviendo con bajos salarios.

El sector obrero, debido a la bajísima industrialización del país, es


numéricamente corto. Su nivel de organización es limitado [12] por
su escaso número y por la estrategia de aniquilamiento a la que ha
sido sometido por el sistema. La política salarial, controlada por la
dictadura permanente burguesa, mantiene su status económico a
un mero nivel de subsistencia. Este es un grupo más o menos homo-
géneo, y pese a su baja condición numérica, suele estar más organi-
zado que otros. Su grado de conciencia social y política es aceptable,
aunque en la práctica, muchos han caído en la parálisis, en el aco-

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modamiento, el conformismo, en el reformismo y hasta en el colabo-


racionismo de clase. Es tal vez una de las fracciones de la clase tra-
bajadora nacional con mayor formación político-ideológica, aunque
aun adolece de graves fallas. La principal debilidad de este sector es
su tendencia al gremialismo economicista. La clase obrera debe asu-
mir su papel histórico como eje de las demás capas y clases sociales
populares en la lucha por la liberación nacional. Esto será logrado
tan pronto como se efectúe la depuración de su dirigencia, y sus ele-
mentos más avanzados superen la estrechez de la concepción gre-
mialista y su cultura de protesta, asumiendo posiciones de lucha
amplias, no de gremio, sino de clase trabajadora, no reivindicativas
sino totalmente políticas; una concepción que no sea de triste pro-
testa, sino de ataque contundente al enemigo de clase, no estando a
la cola de otros sectores, sino en la vanguardia social.

Para concluir, al fondo están los desempleados permanentes por di-


versos impedimentos, y el lumpemproletariado (vagabundos, prosti-
tutas, etc.), con niveles de miseria que van más allá de lo sub-
humano en este paraíso de la democracia tropical.

El esclavo perfecto.

Voy a dedicar un segmento aparte a las capas medias de la sociedad


hondureña, por el rol particularmente especial que juegan a favor
del statu quo y por el potencial aporte que podrían dar a la causa
del pueblo. El movimiento popular tiene la urgente tarea de educar
políticamente a este sector descarriado de la población entregado in-
dignamente en brazos de su enemigo de clase; de entrenar a sus
fuerzas económicas y políticas a no colaborar servilmente con la
explotación de su mismo pueblo; y de enseñar a sus intelectuales, a
pensar como pueblo, a defender los intereses del mismo, a romper

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con la mentalidad de siervos que las élites oligárquicas les han im-
primido en sus manipuladas mentes. Existe ya una pequeña pero
decisiva fracción instruida de las capas medias, que abriga las más
impetuosas inquietudes políticas, y algunos de sus elementos más
avanzados sustentan ya una amplia ideología revolucionaria. Es
precisamente del seno mismo de este sector de la intelectualidad
revolucionaria y del sector más avanzado de la clase obrera, de don-
de deben salir la mayoría de los cuadros políticos destinados a edu-
car, organizar y dirigir a las masas populares en su proceso de libe-
ración.

Pero aquí debemos aclarar un punto de vital importancia: el ele-


mento intelectual patriótico de procedencia burguesa o pequeño-
burguesa integrado a la lucha por la liberación nacional y popular,
debe proletarizarse ideológicamente; quienes venimos de allá debe-
mos adoptar la concepción política propia de la clase trabajadora,
del pueblo, y no a la inversa. La esencia del pensamiento pequeño-
burgués, por más democrático y progresista que intente ser, es capi-
talista; y con respecto a la clase burguesa gran-capitalista, la dife-
rencia es sólo de grado y no de contenido; el pensamiento pequeño-
burgués es sólo una concepción capitalista moderada, socialmente
más consciente, políticamente más tendiente a la democracia, es un
paradigma capitalista menos salvaje; pero no es definitivamente la
concepción propia y natural de la clase trabajadora. Si este factor
tan crucial no es tomado con el cuidado debido, la dirigencia, y por
tanto, la misma orientación del proyecto político de las masas, será
de corte pequeñoburgués y no netamente popular. La ola devastado-
ra de las masas puede volverse entonces una “lucha” negociadora, y
la revolución puede degenerar en una reforma, o en el simple cam-
bio de un régimen capitalista esclavista por otro régimen capitalista
un poco más “generoso”. Eso no es lo que nuestro pueblo se merece.

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Las bases del movimiento, las inmensas masas populares, deben


elevar su conciencia política para rechazar estas desviaciones, que
desgraciadamente son frecuentes en las luchas de los pueblos del
mundo.

Resalta en primer plano que las capas sociales intermedias no pare-


cen tener la homogeneidad, la cohesión, la identidad, ni la conscien-
cia clasista necesarias para constituir una efectiva estructura de
clase. Es la amalgama de los pequeños comerciantes, las distintas
capas profesionales y otros grupos sociales que flotan entre las cla-
ses poseedoras de los medios de producción y la clase trabajadora.
La diferencia fundamental entre los dos amplios polos de clase en
las sociedades capitalistas (clases poseedoras y clases trabajadoras),
reside en la tenencia del capital y de los medios de producción. Aquí
debo hacer un paréntesis, debido a las particularidades especiales
de la estructura clasista nacional.

La posesión del capital y de los medios de producción sí determina


la filiación clasista de sus dueños, la burguesía. Pero eso aplica sólo
a los medios de producción de bienes y servicios a escala capitalista,
aquellos que por su naturaleza y por su tamaño, funcionan en base
a la explotación sistemática del trabajo ajeno. Es la explotación sis-
temática de la mano de obra asalariada lo que determina el carácter
capitalista de un individuo o de una clase. Los medios de producción
de subsistencia, los pequeños negocios comerciales o profesionales
de operación personal, los patrimonios productivos familiares, coo-
perativos o comunitarios, y cualquier otro medio de producción pri-
vado cuyo funcionamiento dependa en lo fundamental del trabajo de
sus propietarios mismos, no son más que el legítimo medio de vida
de una variante especial de la clase trabajadora. Un obrero dueño
de un taller, un profesional que tiene una oficina de consulta o una

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pequeña comerciante con una pulpería, no son en absoluto verdade-


ros capitalistas, son sólo pequeñoburgueses; y en la actual forma-
ción económico-social de la nación, las diferencias entre la verdade-
ra burguesía y la pequeña burguesía son tan abismales, que los pe-
queñoburgueses son en la práctica, simples miembros de la clase
trabajadora que poseen una herramienta para su trabajo personal y
directo, su pequeño negocio.

Continúo. Las capas medias son un grupo social desintegrado cuyas


fracciones se anexan a veces artificialmente a otros grupos sociales
a los cuales por naturaleza no pertenecen, y que no responden a sus
intereses de clase. La mayoría de los individuos de este sector eco-
nómico disgregado parece ignorar cuál es su familia social natural.
Hablamos de profesionales, trabajadores medios, pequeños comer-
ciantes, pequeños agricultores, los militares de rango medio, y otros
similares. Son los que alquilan la vivienda o los que tienen una pro-
pia bastante modesta, los que miran mucho y compran poco en los
escaparates de las tiendas, los dueños del negocio que los monopo-
lios nunca dejaron crecer, etc. La mayoría de ellos no son dueños de
ningún medio de producción, y si algunos lo tienen, es en pequeña
escala. Sus conexiones con ciertos sectores meramente gremiales
socavan en buena medida su concepto de pertenencia clasista, debi-
litándolos como clase ante las clases dominantes. Por ejemplo, el
oficial militar, miembro natural de una capa media pequeñoburgue-
sa, ignora que lo es, considerándose a sí mismo como un integrante
del gremio militar. El problema es que la milicia no es una clase
social; en ella se pueden hallar desde personajes enriquecidos en
base a la corrupción, pasando por una oficialidad mayoritariamente
pequeñoburguesa, y la soldadesca, que pertenece a la capa más baja
de las masas de empleados. Lo mismo ocurre con el pequeño comer-
ciante, que no se considera a sí mismo un pequeño-burgués, sino un

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“comerciante” a secas. El punto es el mismo: no existe una “clase


comerciante” así de extensiva; un comerciante es sólo un humilde
miembro de la clase pequeñoburguesa (esa capa social aquí no es
más que una rama especial de la amplia clase trabajadora), el otro,
es un opulento magnate gran-capitalista. Tampoco existe una “clase
agricultora”: el pequeño finquero nada tiene en común, en cuanto a
clase social, con el propietario de una mega-plantación, miembro de
la aristocracia terrateniente, una clase dominante.

Los elementos con mejores ingresos de las capas medias, como los
profesionales más cotizados y algunos pequeños comerciantes aco-
modados, por ejemplo, tienden a arrimarse desubicadamente a los
segmentos accesibles de la burguesía, en una actitud de franca men-
dicidad clasista. Como es natural, ni la cúpula del gremio militar ni
los “amigos” que aquellos profesionales o los pequeños comerciantes
creen tener en el seno de la clase dominante, van a proteger los in-
tereses de las menospreciadas clases subordinadas a las que los
arrimados pertenecen.

Como instrumentos utilitarios de las clases dominantes, muchos


individuos provenientes de las capas medias son muy apetecidos.
Este sector poblacional, políticamente desconocedor y manipulable
en su mayoría, es en cambio, técnica y académicamente preparado,
y sumamente útil para los negocios de las élites económicas. Los
empleados profesionales tienen la preparación suficiente para ser
una fuerza de trabajo de campo calificada y productiva; y pueden
además cumplir la importante tarea de administrar fiel y eficien-
temente los negocios públicos o privados de la oligarquía. Gozan de
cierta comodidad material, que aunque mínima y relativa, es lo
suficiente para no sentir fuertemente el acicate de hambre. Y el
costo de su incondicional fidelidad es barato, ínfimo para el patrón:

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les basta con tener la comida, un techo alquilado y un vehículo de


segunda, para trabajar tranquilamente, hasta morir, sin ninguna
inquietud de cambio. Estos individuos alienados, al no sufrir los
extremos de la exclusión, al vivir “pasablemente”, y al no sustentar
una comprensión clara de su realidad socio-económica, son ciudada-
nos notablemente conformistas, conservadores y mucho menos beli-
gerantes en la búsqueda del cambio social que aquellos que padecen
descarnadamente el aguijón de la miseria.

Igualmente útiles y manipulables, son el pequeño productor que


provee las materias primas y el pequeño comerciante que distribuye
eficientemente los productos al gran capitalista.

Para completar el cuadro, los individuos de las capas medias, tienen


la capacidad intelectual necesaria para defender, preservar y repro-
ducir la ideología de la clase dominante, a la vez que son totalmente
incapaces de sustentar una plataforma ideológica propia, conse-
cuente con su realidad como clase social, coherente con los intereses
propios y con la necesaria identidad de pueblo. Para los grupos de la
gran burguesía capitalista local y extranjera, el individuo prove-
niente de las capas medias integrantes de la pequeña burguesía,
con sus capacidades intelectuales, con su fuerza de trabajo califi-
cado e incondicional, y en su estado de hipnosis política actual, es el
esclavo perfecto.

Movilidad social controlada, cielos de vidrio,


asimilación de clase y esencia de clase.

La libre movilidad social, es decir, la suposición de que todos los ciu-


dadanos de la sociedad capitalista pueden acceder a estadios de ri-
queza material abundante, es sólo un mito difundido por los defen-

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sores del sistema para maquillar la naturaleza excluyente del mis-


mo. El hecho es que los bienes materiales de una nación con limita-
do desarrollo no son suficientes para que todos sus hijos e hijas vi-
van como magnates. Sólo unos pocos privilegiados pueden hacerlo
privando a otros de la parte que debería corresponderles; y una for-
ma de mantener vigente el sistema social que permite esos privile-
gios, es justificarlos ante la opinión pública. El mensaje justificador
es siempre el mismo: afirma de manera más o menos abierta, que la
riqueza desproporcionada de algunos es fruto de sus grandes capaci-
dades y esfuerzos; de una manera subliminal, esto implica que la
pobreza de los demás, la aplastante mayoría, es entonces producto
de su poca dedicación y de su falta de méritos. Rebatiremos esta
mentira malintencionada adelante.

Pero sí existe una forma limitada de movilidad social, controlada


por los tentáculos automatizados e impersonales del sistema. El
control del ascenso social y económico a pequeña escala, desde el
fondo de la cadena social hacia niveles de capas medias, es mante-
nido a través de los medios de exclusión comunes basados en res-
tricciones educativas y de recursos. Pero ya el control de la movili-
dad social hacia niveles más o menos elevados es mucho más cuida-
do y puntual. A los elementos de la burguesía pequeña y media par-
ticularmente útiles al comercio, a la administración privada o públi-
ca, a la seguridad del sistema y a otros rubros de interés de las éli-
tes oligárquicas, se les permite escalar posiciones sociales de mane-
ra regulada. Esto aplica desde el distribuidor de productos de la
burguesía hasta el funcionario estatal. Sólo la movilidad social
proveniente de negocios “no-regulados” por las reglas formales y
culturales (leyes y tradición) del sistema, es decir, fuera de las
leyes, permite evadir estos controles, verdaderos filtros sociales de
la asignación de la riqueza.

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Estos factores limitadores de la movilidad social constituyen los cie-


los de vidrio. El ciudadano pobre que se debate en el esfuerzo por
alcanzar el sueño dorado que la tradición burguesa le ha vendido, y
el comerciante o funcionario pequeñoburgués “ascendido” a un esca-
lón social relativamente cómodo a cambio de los servicios prestados
al sistema, están ambos limitados u obstaculizados en sus ambicio-
nes. Existe siempre sobre sus cabezas una especie de cielo raso de
vidrio, invisible pero tangible, que jamás les permitirá levantarse
más allá de un nivel previamente establecido, es una barrera cons-
truida por el sistema social en base a limitantes. Limitantes educa-
tivas y de conocimiento estratégico, limitantes materiales, moneta-
rias o crediticias, limitantes en cuanto a la conexión social y política
indispensables para viabilizar el ascenso, limitantes legales, etc.
Los cielos de vidrio tienen como fin evitar que el volumen de creci-
miento económico de las capas trabajadoras no pase de un límite
dado, después del cual afectaría sensiblemente la tajada del león de
la riqueza destinada a las élites económicas; y que el ascenso de los
elementos de la pequeña y de la mediana burguesía más o menos
alineados con el statu quo, no se salgan de control, amenazando el
poder económico y el control político de las élites mismas.

El otro factor de control relacionado con la migración económica de


las clases sociales, es la asimilación de los nuevos ricos por parte de
las clases poseedoras. Los elementos de las clases subordinadas que
logran ascender en la escala social, ya sea por permiso o por evasión
del filtro económico, son hábilmente separados de sus raíces traba-
jadoras, atraídos e integrados a un nuevo núcleo de clase. Igual que
muchos de los controles y reglas sociales o económicas del sistema
de dominación, este mecanismo funciona de una manera espontá-
nea, automática, casi instintiva. Siguiendo el curso natural de los
hechos, un miembro de una familia pobre que logre alcanzar cierto

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nivel de abundancia debería emplear parte de los recursos y de los


conocimientos adquiridos, para ayudar al resto de su familia a salir
de la pobreza. Igual acción se esperaría de parte de los miembros
superados de las clases subordinadas con respecto a su clase, a su
familia social. Sin embargo, eso no sucede en la práctica. ¿Por qué?
Por la asimilación social o asimilación de clase, ejercida por la clase
burguesa sobre aquellos elementos recién enriquecidos provenientes
de las clases subordinadas. El escaso conocimiento teórico y político,
y la baja o inexistente identidad clasista de nuestros sectores traba-
jadores, permiten que, sin importar cuanto haya sufrido la explo-
tación, la humillación y la exclusión de parte de las clases dominan-
tes, tan pronto alcanza un nuevo status económico, el hijo de las
clases trabajadoras lo olvida todo y es asimilado por sus antiguos
opresores, se pasa con el enemigo de clase. Los métodos para el
reclutamiento o la asimilación de los trabajadores recién enriqueci-
dos son variados, y van desde la aceptación de los reclutados dentro
de los círculos de vanidad social de la burguesía hasta la inclusión
en tajadas de negocios. Pero el resultado es invariablemente el
mismo: el excluido que antes huyó al exilio económico, empobrecido
por la oligarquía, el comerciante o el profesional que sufrió las mil
penurias de la exclusión material, al hacerse de algunos recursos, lo
olvida todo y se vuelve un fiel aliado de la misma oligarquía que lo
oprimió por años. Y se torna entonces, un fiero enemigo de sus
antiguos hermanos de clase, los trabajadores…

Y es que la identidad y la esencia de clase, al igual que el sentido de


nacionalidad y de pertenencia a un pueblo, están más ligados a los
principios y a la sólida sustentación de las ideas, que al origen del
individuo mismo. Esto explica por qué ciertas personas provenien-
tes de clases sociales acomodadas se hayan a veces más comprome-
tidas con la causa de los oprimidos que muchos de los hijos renega-

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dos de las mismas clases oprimidas. Existe una identidad de clase


extendida, por la cual un individuo con recursos no olvida sus raíces
de clase trabajadora, considerándose siempre un trabajador indis-
tintamente de la cuantía de los bienes que llegue a tener; ese senti-
miento de pertenencia podría llamarse esencia de clase, y hace que
mantenga una identidad de clase trabajadora, es decir, un sentido
de pertenencia a una clase laboriosa, productiva y no-explotadora. Y
eso que podríamos llamar esencia de pueblo, hace que una persona
nacida en el seno de una clase acomodada (la mediana burguesía
nacional, por ejemplo), guarde un sentido de pertenencia hacia su
pueblo, un sentimiento que no tiene la gran burguesía extranjerista.

La dominación nos ha robado todo.

El daño infligido por la dominación secular a nuestros pueblos es


incalculable, no sólo en la esfera material y económica, sino que se
extiende a la vida cultural, espiritual, a la autoestima colectiva, a la
esencia de nuestra humanidad misma. Es un estigma en el alma de
nuestros pueblos. El orgullo y la autoestima de un pueblo suelen
manifestarse a través de las figuras referentes de sus mejores hijos
e hijas, de sus más grandes próceres y de sus personajes destacados
en las ciencias y en las letras. Hasta eso nos ha robado la domina-
ción. Más allá de Honduras, en toda la América sometida, nuestros
científicos son en su mayoría opacos sirvientes del empresariado
capitalista que ha comprado sus vidas enteras; el arte nuestro, en
su mayoría, es un servicio para las élites, y muchos artistas mendi-
gan el favor de los poderosos, al igual que ciertos artistas medieva-
les se arrastraban alrededor de la nobleza. Muchos de nuestros
escritores alquilan su pluma y su voluntad al servicio del poderío
económico de los modernos reyes del mundo capitalista. Ellos tratan

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de emular sus costumbres “aristocráticas” y su forma de vida, en


una manifestación lastimera de arrimamiento clasista y de renun-
cia a su identidad de pueblo. Comprando, manipulando, envilecien-
do, y poseyendo a muchos de sus mejores talentos, los dominadores
quiebran aun más el espíritu de nuestros pueblos mientras excla-
man soberbios: ¡miren pueblos vasallos, hasta sus hijas e hijos más
instruidos, sus Vargas Llosa, sus artistas y sus científicos, son sólo
nuestras prostitutas!

Conozco una familia que cuenta con cinco hijos e hijas, todos ellos
profesionales, graduados con honores, algunos con más de diez años
de trabajo. Ninguno de ellos tiene una casa. Ni una humilde casa.
No voy a contar aquí sus interminables penurias económicas con los
alquileres, con las cuentas de energía y teléfono, con la escuela de
los niños, etc. Sería demasiado largo y penoso. El punto aquí es la
eterna penuria económica que sufre la mayoría de nuestra gente.
Casos aislados de pereza existen en todas partes, hasta en los paí-
ses más exitosos, pero eso no implica generalidad. Nuestra gente, en
su gran mayoría, trabaja duro, día tras día, año tras año. La oligar-
quía anti-patriota ha difundido el cliché perverso que nuestro pue-
blo es haragán. Eso es totalmente falso. Es la oligarquía el verdade-
ro grupúsculo de haraganes, de mediocres parásitos chupadores de
riqueza, cuyas únicas habilidades son el vampirismo social, el bru-
tal saqueo y la imposición violenta. La vida de opulencia que esta
clase parasitaria e improductiva se da el lujo de llevar es posible
gracias al trabajo duro y productivo de nuestra gente. La oligarquía
disfruta de inmensas riquezas a través del secuestro de la economía
nacional y de la manipulación del Estado, a través del monopolio, de
la corrupción, de las prebendas, condonaciones y exoneraciones, de
la entrega de recursos monetarios y naturales a entidades imperia-
listas extranjeras, etc. Todas esas riquezas salen del trabajo tesone-

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ro de nuestra gente y del saqueo de los recursos naturales prove-


nientes de nuestra tierra.

Extraños, quienes nada tienen que ver con los pueblos originarios
de mi tierra, disfrutan de impensables riquezas que nunca tuvieron,
y que poseen ahora, robándose todo con sus torcidas habilidades de
truhanes internacionales. ¡Que no venga aquí ningún pirata semi-
extranjero, de algún remoto lugar del cual no debió salir jamás, a
decir que mi pueblo es haragán!

Pensemos en una persona que ha trabajado arduamente como em-


pleada, durante cuarenta años de su vida, todos los días, de sol a
sol, sin disfrutar jamás de ningún lujo, sin haber tenido nunca exce-
dentes para derrochar; que no venga a decirnos ningún canalla jus-
tificador de la esclavitud, que esa persona no se ha ganado, durante
toda una vida de trabajo, los valores suficientes para comprar una
casita sencilla. ¿Acaso no produce un hondureño laborioso el valor
de una casita en cuarenta años de trabajo? Ha producido, ha ganado
eso y mucho más. Siendo así, ¿por qué no tiene esa casita aun? Por-
que ha producido con su trabajo los valores suficientes para com-
prar muchas casas, pero alguien le ha robado el valor de su trabajo:
sólo le pagaron lo necesario para comer, pero nunca el valor íntegro
de su trabajo. Alguien se quedó con la diferencia. De eso se trata el
capitalismo. Y es que, al costo promedio de una vivienda digna en
Honduras, con el elevado costo de vida imperante, con los leoninos
intereses impuestos por la usura bancaria y con los bajos salarios
devengados por los trabajadores, ¡a una familia asalariada le lleva-
ría más de cien años pagar una simple casa! Esto equivale al traba-
jo de varias generaciones.

Existe, entre otros, un sujeto de origen extranjero que posee varios


centenares de miles de hectáreas de las mejores tierras cultivables

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Honduras. Lo vergonzoso es que los hondureños originarios, cuyas


familias llevan milenios viviendo en esta tierra, viven y trabajan
colgados como animales en los bordos de los ríos de las ciudades
principales, o encaramados en las faldas de accidentados riscos. El
derecho a la tierra y a la vivienda ha sido absolutamente negado a
las familias hondureñas por este régimen de dominación perverso.

Los cuadros de inequidad que a diario vemos en esta absurda selva


económica rayan en lo grotesco. El tenaz acaparamiento de la rique-
za y de los medios de producción por parte de la oligarquía local y
extranjera, auxiliadas por el Estado secuestrado, ha ido empobre-
ciendo gradualmente a los profesionales, también a la pequeña y la
mediana burguesía nacional que no están ligadas con la corrupción
o la política partidista. Los hijos de los otrora finqueros, agricultores
y comerciantes respetables, han huído mojados a los Estados Uni-
dos, después de trabajar décadas aquí sin obtener el más mínimo
patrimonio. Hasta el nivel de vida de muchas familias urbanas aco-
modadas del pasado se ha visto precarizado, sus bonitas casas de
antes parecen hoy arruinados vestigios de un pueblo fantasma; y las
capas medias ahora tocan fondo y sólo pueden desear un bienestar
que jamás podrán tener. Eso es un fuerte incentivo a la delincuencia
de mediano nivel. Vemos a profesionales universitarios que estudia-
ron duro, trabajan duro, y después de muchos años de trabajo aun
no tienen ni un mínimo patrimonio, trabajando siempre a cambio de
la comida y el techo; los cinturones de miseria crecen como espanto-
sos hormigueros en Tegucigalpa, San Pedro Sula y otras ciudades.

Hasta los derechos más elementales de nuestro pueblo han sido


prácticamente abolidos por una exclusión y una pobreza creadas.

Se dice que en Honduras hay libertad de movilizarse, de vivir, de


trabajar, en fin hacer lo que se desea. Pero la libertad sin recursos

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es letra muerta. El hondureño pobre es libre de vivir donde quiera,


pero en la miseria; es libre de desear: puede ir a las tiendas que
quiera, a “desear libremente” las cosas que no puede tener; es libre
de dormir bajo el puente que más le parezca; también este paraíso
democrático le garantiza el derecho de aguantar hambre donde pre-
fiera, y de morirse en la pobreza cuando guste. Esa es la libertad del
hondureño excluido.

Y el sistema también ha creado sus vacunas sicológicas para inmu-


nizar contra la culpa al sector acomodado de la población. Los pocos
que comemos en esta desgraciada tierra hemos aprendido, desde
siempre, a ignorar el hambre y a verla con naturalidad. Volvemos la
cara hacia otra parte, evitando ver al compatriota desdichado; y nos
lavamos la conciencia cómplice realizando de vez en cuando alguna
obra de caridad casi ofensiva. Menos mal que nos ufanamos de ser
una nación mayoritariamente cristiana…

La paz, la tranquilidad y la salud mental de toda nuestra gente son


brutalmente golpeadas día a día por los sobresaltos y las amarguras
de la pobreza. Y es que la felicidad y la pobreza son irreconciliables,
aunque los domesticadores de pueblos prediquen lo contrario. Nadie
puede estar bien, nadie puede vivir en paz, si pasa permanentemen-
te agobiado por las deudas, por las carencias, pensando que come-
rán sus hijos mañana, y menos, soportando hambre y frío.

La unidad familiar ha sido gravemente afectada por la emigración


forzosa, por el exilio económico. La exclusión les ha negado a padres
e hijos, a esposos y esposas, el derecho de compartir la vida juntos;
hasta el derecho al matrimonio le ha sido coartado a nuestra juven-
tud: las terribles penurias económicas generan círculos viciosos de
problemas y de inestabilidad, que terminan destruyendo la estima
mutua, las parejas y los matrimonios. La frustración, la inseguridad

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y la pérdida de autoestima provocadas por la exclusión económica,


son un fuerte disuasivo para que la juventud hondureña se atreva a
formar un hogar; es notorio el creciente número de compatriotas de
mediana edad que permanecen sin casarse. El sistema de exclusión
económica les ha robado hasta el derecho a la familia.

Recientemente hemos presenciado con asombro, en pleno siglo XXI,


una especie de regresión al fundamentalismo religioso de Estado.
La presencia regresiva de representantes de la iglesia católica y de
algunas sectas evangélicas en el Congreso se ha hecho notar. Una
diputada fundamentalista católica se ha lanzado últimamente a
una fuerte “campaña por la vida”, pregonando así todo tipo de con-
signas beatas de intolerancia sexual y de restricción de los métodos
de planificación reproductiva. Su último “brillante” proyecto es la
imposición de una ley que prohíbe cierto tipo de anticonceptivos. En
su mal llamada “defensa de la vida”, estos fundamentalistas medie-
vales violan los derechos ciudadanos, y matan. Le cierran la posibi-
lidad a las mujeres pobres de controlar su reproducción; resulta que
los embarazos indeseados y los hijos insostenibles traen consigo una
interminable serie de secuelas a nivel personal y a nivel social: des-
de los abortos clandestinos y mortales, pasando por el truncamiento
del futuro de jóvenes madres solteras, hasta los esperables frutos de
la mendicidad, el atraso y la delincuencia asociados a una familia
monoparental, no-preparada y miserable. Es fácil para los represen-
tantes de una élite opulenta y saqueadora, pedirle a una juventud
sumida en la miseria que “se case a través de la iglesia” para que no
tenga la necesidad de planificar su reproducción. Un joven de clase
trabajadora apenas logra pagar su comida con los miserables suel-
dos que la oligarquía empresarial y su Gobierno secuestrado esta-
blecen. No podría costear ni siquiera el alquiler de un apartamento
barato para una pareja, mucho menos sostener una familia “tan

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grande como se la mande Dios”, según promueven los fundamenta-


listas. Hay miles de jóvenes así en esta tierra desdichada. Los mis-
mos profetas del puritanismo hipócrita, explotadores y sembradores
de pobreza, le niegan a la juventud los justos recursos que se necesi-
tan para establecer una familia.

En el fondo, lo que subyace a esto es una forma de discriminación


económica; es la negación a los pobres, especialmente a los jóvenes,
y más particularmente a los jóvenes varones, de sus derechos sexua-
les. Desde tiempos inmemoriales los sectores patriarcales dominan-
tes les han restringido el acceso a las hembras (que son considera-
das un botín de guerra de la dominación), a los varones de las clases
dominadas; lo han hecho a través de la ley, la moral, la tradición y
la religión. Por supuesto, las reglas de la monogamia nunca se han
aplicado para los señores de las clases dominantes. Los hijos de la
oligarquía no enfrentan esas barreras, ni las legales, ni las económi-
cas y menos las morales. Los anticonceptivos y los servicios profesio-
nales de aborto, prohibidos para los pobres, en la práctica están al
servicio expedito de los señoritos aristócratas; la tierra, los recursos
y las mansiones que al pueblo le faltan, a la oligarquía le sobran; y
las orgías de sexo y drogadicción a escala superlativa son sólo “tra-
vesuras” de los niños del capital y del latifundio. En cuanto a las
muchachas humildes que las beatas damas de la religión semifeudal
dicen cuidar, es cierto que las cuidan del muchacho pobre del barrio
que no tiene derecho al sexo, las guardan para las orgías de sus
señoritos de la alta sociedad. (!) Claro que las leyes emitidas por los
puritanos fundamentalistas del Estado oligárquico no aplican para
ellos, ¡por favor! Estamos hablando de los patrones, y las leyes son
sólo para los siervos.

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¿Qué decir del derecho a la educación? En una sociedad capitalista,


y más en una tan atrasada como la hondureña, la calidad y el nivel
de la educación recibida varía proporcionalmente a la capacidad
económica de la familia. Esto significa que, en términos prácticos,
los hijos de los pobres tienen peor calidad y nivel educativo que los
hijos de los ricos. Esto vulnera por tanto, el derecho a la igualdad de
oportunidades. Lo mismo sucede con la salud negada a nuestra gen-
te. La inequidad en el acceso a los servicios de salud, ¡¡es nada me-
nos que un desigual derecho a la vida!! Los hijos de los pobres tie-
nen, en todo ámbito, oportunidades muchos menores. Es espantosa
la cantidad de compatriotas, especialmente niños, que mueren por
malnutrición. Y no se pueden esperar buenos frutos si sembramos
malezas. La hipocresía inconsecuente de la sociedad burguesa exige
que, desde la exclusión económica, desde la ausencia educativa, des-
de la ignorancia construida, y desde el hambre y la precariedad físi-
ca, se produzcan ciudadanos modelo, genios, científicos y artistas;
esta sociedad egoísta pide resultados que no ha buscado y frutos que
no ha sembrado. Si se siembra exclusión, hambre, ignorancia y vio-
lencia, se cosechará lo mismo, más un elevado dividendo de violen-
cia extra. Y cada capitalista egoísta, insensible e hipócrita que habi-
ta en esta tierra, carga con su cuota de culpabilidad en esto, por
hecho o por omisión.

Pero, dirán algunos defensores del paraíso hondureño, “muchos”


tienen casa, muchos “que trabajan” están bien, los pobres consumen
artículos “caros”, existen ejemplos de personas que han demostrado
“que si se puede salir adelante” en esta sociedad maravillosa, etc.
¿Qué significará para la hipocresía burguesa la palabra “muchos”?
¿Y la palabra “caro”? ¿Son realmente “muchos” los hondureños que
se la pasan flotando en la abundancia? ¿Que consideran “caro”, una
baratija electrónica comprada por una persona trabajadora, o los

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palacetes suntuosos y los onerosos viajes de placer derrochados por


los privilegiados a través de todo el planeta?

Veámoslo en orden. Lo que pasa con la pequeña burguesía nacional,


por ejemplo. Una gruesa fracción de esta clase se sostiene sobre la
cuerda floja, otra, más reducida, se la pasa mejor. El sistema capita-
lista monopólico instaurado aquí es omnipresente y extiende la in-
fluencia de sus tentáculos a todos los niveles. El comerciante, el pro-
veedor de servicios o el profesional que es especialmente útil a los
grandes consorcios capitalistas o a la administración del poder oli-
gárquico, es premiado por el sistema con una tajada del negocio.
Pero no hablamos de muchos, sino de una minoría afortunada; ¿qué
hay de la mayoría de ellos en la llanura económica? Muchos de los
que tenían bienes productivos han tendido a proletarizarse en las
últimas décadas. Perdieron sus negocios, sus fincas, sus pequeños
medios de producción, y ahora son empleados o sobreviven realizan-
do transacciones menores. Otros se mantienen a duras penas. Y la
reducción de la riqueza de ese grueso sector social entraña algo
más: esos miles de pequeños patrimonios familiares perdidos han
pasado a otras manos, a unas pocas manos que acaparan y concen-
tran la riqueza. ¿De quién son ahora las propiedades céntricas de
las ciudades, que una vez fueron el hogar o el negocio de una buena
familia nativa? Del reducido grupo de familias de la oligarquía
semi-extranjera…

En cuanto al consumismo desubicado de algunos sectores pobres de


la población, especialmente en las regiones urbanas, es sólo eso:
consumismo de los pobres. La cuestión no trata si son consumistas o
no. Son pobres, ese es el punto. Gastar lo que no se tiene no es señal
de abundancia, es señal de enajenación y de ignorancia. Eso no es
más que el producto de la ignorancia intencionalmente sembrada en

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la población, y de la envolvente campaña mediática que desconecta


al pueblo de sus intereses reales, que lo embrutece con temas dis-
tractivos, farándula, novelas, futbol y todo tipo de trivialidades, y lo
induce al consumismo desenfrenado. Además, un pobre habitante
de las chozas en los cinturones de miseria, bien podría comprar un
teléfono celular u otro artículo secundario relativamente caro, pero
no podría, por más que quisiera, cambiar su precaria choza por una
verdadera casa. Es posible que en cierta manera, este tipo de mani-
festaciones de consumismo estén relacionadas con la necesidad de
apuntalar la autoestima del hondureño empobrecido, que ha sido
profundamente golpeada por la miseria; hasta el vehículo bonito
que el pequeño burgués luce, y que obviamente no va acorde con la
inocultable estrechez económica que padece, es a veces un intento
inconsciente de autoafirmación, un reflejo de la necesidad de sentir
que avanza; ese teléfono celular de moda, ese televisor nuevo dentro
de una choza de tablas rústicas, es quizás un intento desesperado
por mitigar el sentimiento de exclusión, de expropiación, de nega-
ción de los bienes más básicos de una familia y de un individuo; es
la manera de probarse a sí mismo que puede adquirir algo, que pue-
de tener algo bueno, aunque sea un pequeño utensilio… es un acto
simbólico de autoafirmación.

La cultura instaurada por el capitalismo suele recargar todas las


recriminaciones sobre el individuo excluido, y no sobre el sistema
excluyente que provoca su miseria, sembrando un sentimiento de
impotencia, de inutilidad, de incapacidad en la víctima. El mismo
sistema excluyente le ha privado de las herramientas intelectuales,
de la educación crítica necesaria para entender su condición misma
de excluido, la naturaleza y el origen externos e intencionados de
sus desgracias. Esto no lo dice el religioso burgués, el comerciante
“conectado” con alguna camarilla económica, ni el profesional bien

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remunerado y cercano al patrón. No lo dirán porque probablemente


no lo comprenden, y si lo hacen, lo callarán por su complicidad con
el statu quo. Pero sí lo dice Marx, el hombre que descubrió por vez
primera, los tejidos ocultos de la historia de los pueblos.

Una nación es una familia extendida. Debería tener identidad de


sangre, de comunidad, de familia; sentido de cohesión, de grupo
diferenciado de los demás en el planeta, un sentido de pertenencia y
de solidaridad filial. Esto es, idealmente. Pero desde que las clases
sociales existen, la realidad es otra; el mundo no se divide en nacio-
nes, se divide en clases. Y en Honduras, los lobos del hombre des-
truyen al hombre.

NOTAS
[1], [2], Longino Becerra-Morazán Revolucionario, El liberalismo como Nega-
ción del Iluminismo- Sección de Notas.

[3] “[…] en 1827 alzó su frente orgullosa y estúpida el despotismo más irreli-
gioso, más inmoral y más inhumano. Los propietarios fueron saqueados con el
nombre de empréstitos en sus casas y haciendas: los pobres arrancados de sus
ocupaciones inocentes y llevados a los campos de muerte y horror, todos priva-
dos de las garantías más respetables, de los derechos más sagrados. Eran natu-
rales las consecuencias o precisos los resultados. Han quedado las esposas viu-
das; los hijos huérfanos las mujeres, miserables, desvalidas y expuestas a todas
las tentaciones de la indigencia.” -Del “Pensamiento Vivo de José Cecilio del
Valle”, EDUCA, 1971 – Extraído por Longino Becerra, Ob. Cit., Pág 174.

¡Vaya “pensamiento vivo” el del señor Valle! Parece más el pensamiento de un


feroz antimorazanista, elitista burgués y contrarrevolucionario…

[4] Sobre los negocios personales de Aurelio Soto con el enclave minero, ver:
Kenneth Finney, La Rosario y las Elecciones de 1887.

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[5] Mario Posas denuncia estos fragmentos de vergüenza nacional en su texto


de Sociología:

“En el año de1902, un norteamericano llamado William Streich obtuvo una con-
cesión que le permitía arrendar unas 5,0000 hectáreas de tierra entre Omoa y
Cuyamel, debiendo pagar un canon de diez centavos por cada hectárea cultiva-
da y veinticinco centavos por cada hectárea que no lo estuviera. Se otorgó al
concesionario el derecho de construir una línea férrea, hacer uso de los ríos pa-
ra la navegación fluvial, construir embarcaderos y un muelle.

Se le eximió de pago de impuestos fiscales y municipales para la importación de


maquinarias, herramientas, ganado extranjero, semillas, materiales y útiles
para la construcción de casas, cercas, vehículos, locomotoras, rieles, tubos, bo-
tes, lanchas, dragas, combustibles, útiles y elementos para la fuerza motriz y
luz eléctrica, ropa de trabajo y víveres para sus trabajadores…”

“[…] en el año de 1906 con la concesión que el régimen de Manuel Bonilla le


otorgó a la Vaccaro Bros. and Co. […] se otorga a la Vaccaro Bros. and Co. dos-
cientos cincuenta hectáreas de terreno nacional libre, por cada kilómetro de vía
férrea que construya, en lotes alternados para el Gobierno y para el concesio-
nario.”

“Además […] el Estado hondureño concede al concesionario los siguientes dere-


chos, exenciones y privilegios: a) cortar y usar gratuitamente toda la madera
que haya en terrenos nacionales para la construcción de casas, estaciones y bo-
degas, así como las rocas, la cal y otros materiales requeridos para este propó-
sito; b) libre uso de la fuerza motriz del agua de los ríos y demás corrientes
naturales en un radio de cincuenta kilómetros de la línea férrea construida; c)
libre uso del petróleo y el carbón necesarios para el servicio de las máquinas,
funcionamiento del ferrocarril, alumbrado, etc; d) uso gratuito de los terrenos
nacionales libres que la empresa necesite para construir oficinas, estaciones,
bodegas y talleres para el servicio del ferrocarril; e) exención de todo impuesto
fiscal o municipal, ordinario o extraordinario por todo lo que se relacione con la
construcción y manejo del ferrocarril; f) importación, libre derechos de aduana,
y de todo tipo de impuesto fiscal y municipal, establecido o por establecer, du-
rante el término de esta contrata, las máquinas, carros, rieles, durmientes, he-
rramientas, dinamita y otros explosivos, aceites, y en general, todos los artícu-

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los materiales, etc. para la construcción, mantenimiento, administración y fun-


cionamiento del ferrocarril; y g) exención del servicio militar y de los servicios
doctrinales de los peones en tiempos de paz, y en tiempos de guerra, de los
indispensables para la empresa. El tiempo de duración de esta concesión era de
cincuenta y cinco años.”

“Pero, a diferencia de la concesión a la Vaccaro Bros. and Co. a que se ha hecho


referencia, las subsidiarias de la United Fruit Company en Honduras recibirán
500 hectáreas en dominio pleno por cada kilómetro de línea férrea construida.
[…] las concesiones que usufructuaron la Tela RR CO. y la Truxillo RR Co.
eran de duración indefinida. […] los derechos y privilegios que el Estado hondu-
reño otorgó a la Vaccaro Bros. and Co. en una segunda concesión que le dio en
1910 […] fue de noventa y nueve años.”

[6] Longino Becerra-Evolución Histórica de Honduras, Pág. 161.

[7] ”[…] pactad acuerdos para alcanzar los objetivos prácticos del movimiento,
pero no trafiquéis con los principios, no hagáis "concesiones" teóricas”.-K. Marx,
Crítica al Programa de Gotha.

[8] Vadimir Lenin en su obra “Qué Hacer” señala respecto a los movimientos
obreros socialistas europeos: “el movimiento incipiente en un país joven sólo
puede desarrollarse con éxito a condición de que aplique la experiencia de otros
países”.

Y Friedrich Engels, sobre el acervo de lucha de los obreros europeos contra la


reacción: “el movimiento obrero práctico alemán nunca debe olvidar que se ha
desarrollado sobre los hombros del movimiento inglés y francés, que ha tenido
la posibilidad de sacar simplemente partido de su experiencia costosa, de evitar
en el presente los errores que entonces no había sido posible evitar en la mayo-
ría de los casos. ¿Dónde estaríamos ahora sin el precedente de las tradeuniones
[sindicatos] inglesas y de la lucha política de los obreros franceses, sin ese im-
pulso colosal que ha dado particularmente la Comuna de París?”

[9] En 1931, mientras se libraba la guerra civil entre las fuerzas populares
revolucionarias dirigidas por el Partido Comunista y la dictadura reaccionaria
del General Chiang Kai Shek, el imperialismo japonés ocupó militarmente
varias provincias del noreste de China, estableciendo allí un gobierno colonial

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títere. El gobierno reaccionario no hizo nada para evitar la pérdida de esos


territorios.

En 1937, los japoneses reiniciaron la invasión para anexarse el resto del terri-
torio chino. El Partido Comunista de China suspendió unilateralmente la gue-
rra revolucionaria agraria, y junto a otras fuerzas patrióticas, obligó al gobier-
no antipatriótico a integrar un frente de resistencia unificado y pelear contra la
agresión japonesa. Después de la derrota de los japoneses en 1945, el gobierno
reaccionario emprendió nuevamente la campaña de exterminio contra las fuer-
zas revolucionarias. Tas casi 4 años de sangrienta guerra civil, en 1949, el
Ejército Popular de Liberación dirigido por el Partido Comunista derrocó a los
reaccionarios que huyeron a la isla de Taiwán, donde permanecen hasta hoy en
calidad de provincia separatista.

[10] Longino Becerra- Evolución Histórica de Honduras, Pág. 332.

[11] Más de 200,000 familias campesinas carecen de tierra en Honduras.


(Fuente: FIAN Internacional.)

Todos los recursos proveídos por la naturaleza a una nación, son por principio
un bien social. La tierra es el espacio de vida indispensable de toda una pobla-
ción en una nación dada. El derecho a la tierra que todos los hijos de una na-
ción tienen es tan intrínseco, vital e inalienable como el derecho al agua o al
oxígeno del aire. El suelo cumple entonces una función social y es un bien abso-
lutamente social. En justicia, ningún particular puede entonces implementar el
latifundio, quitándole a toda una población el derecho a la tierra, por más dine-
ro que pueda pagar por ella.

[12] Según datos recientes, solamente el 8% de los empleados registrados del


sector formal en Honduras están sindicalizados. (Fuente: Bloque Popular.)

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SECCION 2

DE LA POSTRACION A LA ESPERANZA

2.1- LA INSOSPECHADA GESTION DE ZELAYA

Febrero de 2009.

Hace casi 167 años los serviles y reaccionarios centroamericanos


asesinaron a Morazán, en 1842 en Costa Rica. El oscurantismo y la
desesperanza han sumergido desde entonces a nuestra tierra y a
nuestra gente. Cada cien o doscientos años surgen grandes hombres
y mujeres que escriben las páginas de la libertad de los pueblos. Y
ahora en 2009, la esperanza de los hijos de Morazán ha renacido.

En cierta ocasión, mientras cabildeaba su primera precandidatura


presidencial entre los círculos políticos, llegó Manuel Zelaya, “Mel”,
de visita a la casa de un amigo común, también militante de su par-
tido, en San Pedro Sula. En medio de la conversación típica de las
reuniones políticas informales, alguien le preguntó cuál sería su
actuación si llegara a ser Presidente; viéndolas retrospectivamente,
sus palabras, que pasaron desapercibidas en ese momento, resultan
hoy muy sugestivas. La respuesta fue más o menos esta: “voy a
hacer cambios importantes, voy causar un terremoto, voy a trabajar
18 horas diarias por Honduras...“

Ciertamente, la trayectoria de Mel como político tradicional dentro


de las filas de un partido tradicional, su paso por el congreso bur-
gués y por cargos ejecutivos dentro de gobiernos profundamente oli-
gárquicos, como el régimen del calculador reaccionario Carlos F.
Facussé, no sembraba muchas esperanzas para muchos de los hon-

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dureños políticamente despiertos. Tampoco su formación político-


ideológica liberal dejaba espacio para esperar mucho de él como
gobernante, sobre todo en el terreno de las reivindicaciones de
carácter clasista, popular y revolucionario, las únicas que pueden,
no reformar o remendar el régimen de dominación que pesa sobre
nuestro pueblo, sino desmontarlo de raíz para construir un nuevo
sistema político, social y económico, popular y justo.

Ya a fines de su segunda campaña presidencial, en medio de un


debate televisado con su adversario de turno, el Sr. Lobo, (que des-
graciadamente aspira de nuevo a la Presidencia), algo llamó mi
atención: las declaraciones públicas de Mel en torno al deber del
Gobierno de poner orden a las compañías transnacionales del petró-
leo, de establecer un alto a sus abusos en contra de nuestra pobla-
ción y contra nuestra economía. Por supuesto, el gobierno conserva-
dor del cual Lobo era parte, no cumplió con ese deber. Recientemen-
te, Mel ha demostrado con actos concretos, que aquellas palabras no
eran demagogia electorera, al efectuar en su gobierno importantes
cambios en materia de importación y comercialización de combusti-
bles, a favor de los consumidores. Aquella comparecencia televisiva
era una declaración diáfana y enérgica de soberanía nacional, de
una abierta concepción política anti-monopolista y quizá hasta anti-
imperialista, (?) considerando que tales compañías representan la
crema misma de los tentáculos del imperialismo. A nivel interno,
eso entrañaba también una componente anti-oligárquica, pues las
élites del patio son socios carroñeros, extensión y servidumbre del
capital foráneo.

Además, el hecho de emitir semejantes criterios a pocos días de las


elecciones, y cuando desde un partido de la oligarquía, se requiere el
permiso de la misma para acceder a la administración del país,

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denota algún grado de osadía y muestra ese discurso claro con que
el auténtico líder popular expone su posición antagónica, abierta y
declarada contra los conservadores. Un líder revolucionario, por
ejemplo, no vacila para declarar públicamente su intención decidida
de destruir el statu quo y de derrocar del poder a los enemigos del
pueblo.

Ignoramos hasta qué punto Zelaya era consciente en ese momento


del alcance de sus posiciones y del tamaño mismo del problema que
entrañaba enfrentarse al poder real en el país, un poder de hecho,
camuflajeado por el cascarón de la seudo-democracia burguesa. Vol-
veré sobre ese entramado político después. Lo evidente (y él mismo
lo ha expresado públicamente en reiteradas ocasiones), es que Mel
no estaba totalmente enterado al momento de iniciar su gestión, de
cuán profundo era el grado de control que los poderes fácticos tenían
sobre las instituciones del Estado, ni de cuan falaz era la comedia
de la democracia montada por el capital en Honduras. Y lo ha decla-
rado llanamente más de una vez: el Presidente no manda aquí, los
grupos privilegiados controlan toda la maquinaria del Estado y no
lo dejan gobernar, no le permiten hacer nada en favor del desarrollo
pleno de toda la nación, de todos sus ciudadanos. Ahora intenta a su
manera, romper con esas redes oscuras del hampa oligárquica, des-
hacerse de los hilos omnipresentes del titiritero del poder real, plan-
teando acertadamente la necesidad de liberar al Estado del control
de los que él llama grupos de poder. Por primera vez en los larguísi-
mos años de la orgía todopoderosa gran-capitalista, el simple admi-
nistrador osa rebelarse ante los ilegítimos y soberbios dueños de la
hacienda…

La aversión generada por la actitud desobediente de Mel ante los


señores feudales que se creen propietarios eternos de esta tierra, ha

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sido feroz, abierta, explícita. Los medios de comunicación y sus pe-


riodistas alquilados no desaprovechan oportunidad alguna para
atacarlo y tratar de desprestigiarlo; hasta los programas de radio y
televisión supuestamente cómicos o de ocio, hacen escarnio de él y
de su gobierno mediante obras teatrales grotescas, encarnadas por
personajes que se mueven en la periferia del oligopolio mediático.
La mayoría de estos personajes utilizados son jóvenes desclasados
de claro ascendente plebeyo, con una conciencia pobre, alienada y
burguesoide; decenas de “analistas”, parásitos permanentes del
sistema, destilan veneno a diario por los medios de comunicación
corporativos, con aires de demócratas sabihondos e imparciales;
usar un sombrero, montar un caballo, tomarse un trago, hasta los
actos y hechos más triviales se han vuelto ridículos argumentos
para atacar a un hombre público, y más que eso, para atacar una
causa.

Mel ha planteado la inaplazable necesidad de convocar al pueblo a


una Asamblea Constituyente para reordenar el Estado, defender los
recursos naturales y modificar las condiciones económico-sociales
que miserabilizan a toda una población de casi ocho millones de
hondureños, concentrando la riqueza en unas pocas familias y sus
colaboradores. (En los cafés se habla de los diez grupos denunciados
por Mel). Sólo estando allí, en la ejecución del poder administrativo
de la nación, se comprenden las brutales fuerzas en juego dentro del
complicado mapa del poder, las limitaciones objetivas, las murallas
invisibles, los retos casi imposibles que conlleva llegar hasta esa
posición y luego desempeñarla en pro del pueblo. Sólo allí se conoce
a fondo, más allá de las ilusiones, el gran juego de la política real,
siempre oculto a los profanos. De ahí que una parte de la población
aun no termina de cobrar conciencia del profundo alcance de este
crucial proceso de cambio. Este hombre ha puesto en práctica una

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sorpresiva política de soberanía nacional en todos los campos. En


las relaciones con la banca internacional, se ha negado a ser chan-
tajeado (como sí fueron chantajeados otros gobernantes), rechazan-
do aplicar medidas económicas anti-patrióticas y anti-populares
como la devaluación de la moneda y los “trancazos” fiscales exclu-
sivos para los pobres, a cambio de financiamiento internacional; ha
practicado la soberanía y la dignidad en cuanto a la pluralidad de
las relaciones internacionales de Honduras con todos los Estados
del mundo, especialmente con aquellos que impulsan la emancipa-
ción político-económica y la retoma del proyecto panamericanista
latinoamericano; miramos soberanía y pudor patrio cuando intenta
recuperar el territorio enajenado con la base militar norteamericana
de Palmerola, acción que ha sido ferozmente combatida por parte de
los incondicionales al imperio.

Este último punto es muy sensible por dos razones: primero, porque
afecta directamente al imperialismo en cuanto a la afirmación de su
omnipotencia, de la “propiedad obediente” de sus neo-colonias, y de
sus intereses estratégicos de control militar en la región; lo segundo
atañe a la dignidad soberana del pueblo, pues la ocupación militar
extranjera en nuestro suelo sagrado es una afrenta permanente, un
baldón oscuro sobre la frente de la nacionalidad entera. Un patriota
que se precie de serlo, preferiría mil veces cortarse la mano derecha
antes de permitir que el territorio, el cuerpo mismo de la Patria, sea
mancillado así.

La activa intención del gobierno de reorientar la política energética


del país (secuestrada en este momento por el “cartel térmico” enca-
bezado por un grupo de empresas de la oligarquía árabe), hacia la
construcción de grandes centrales hidroeléctricas en las que el Esta-
do tendrá acciones inmediatas y la propiedad total dentro de un pla-

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zo determinado, es sólo una más de las ejecutorias indiscutiblemen-


te patrióticas de este inesperado gobierno.

Hay muchas más acciones (una política agrícola para la soberanía


alimentaria, el reinicio de un programa de distribución agraria, el
financiamiento solidario al sector productivo incipiente y netamente
nacional, los controles a los excesos del oligopolio bancario, etc.), que
sugieren la intención sincera del Presidente de iniciar un proceso de
cambios estructurales y sustanciales, una reforma verdaderamente
progresista y auténtica en pro del desarrollo nacional pleno, no para
unos pocos privilegiados, sino para toda la población. En cuanto es
una reforma, es una propuesta limitada, quizá no es lo que la frac-
ción políticamente más avanzada de los hondureños aspira a darle a
nuestra Patria. Pero sí es una etapa de progreso, es un buen inicio
para un futuro proceso transformador más profundo, revolucionario.
Pero enumerar todas las facetas positivas del cambio histórico que
Zelaya ha emprendido no es el objeto de este ensayo.

Ante semejante coyuntura, se delinean con mucha claridad algunas


de nuestras debilidades históricas, tanto del pueblo como de su diri-
gencia. Un bienintencionado proyecto del Gobierno para atenuar los
efectos de la última crisis económica internacional, ahorrando divi-
sas nacionales en los combustibles a través de un control vehicular
denominado “hoy no circula”, se convirtió en un duro revés político,
cuando la Corte de Justicia reaccionaria desautorizó al Presidente:
un mensaje aclaratorio sobre quién detenta el poder real, de quién
manda tras el velo engañoso de los poderes republicanos aparentes,
los poderes fácticos. Y allí quedó al desnudo cuán fácil es para la
reacción manipular el pensamiento de una parte nuestra población
con su aparato mediático, así como era fácil para los antimorazanis-
tas hacerlo a través de la iglesia de aquel tiempo.

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Algo más sobre nuestras debilidades: ante este escenario de la lucha


política anti-oligárquica, el movimiento popular tradicional se pre-
senta adormecido, tibio e indefinido. Pareciera que aun no alcanza a
entender las características cruciales, decisivas, trascendental del
momento histórico.

¿Cómo es posible luchar durante medio siglo por el ideal del cambio
social, desde la llanura carente e ineficaz, y cuando al fin se presen-
ta la oportunidad irrepetible de implementar ese cambio de manera
concreta, no darse cuenta de lo que sucede? ¿Por qué no tomar aho-
ra la oportunidad de concretar lo que sólo ha sido un anhelo, desde
la ventajosa posición de la administración pública, teniendo muchas
pruebas tangibles de la autenticidad progresista del nuevo aliado en
el poder? ¿Cómo no reconocer esa ocasión providencial, cómo no per-
catarse de la coyuntura inmejorable? ¿Cómo es posible que algunos
compatriotas que se consideran luchadores populares se opongan,
hasta se atraviesen en el camino del proyecto patriótico, en lugar de
sumarse sinceramente a la lucha efectiva? (!) Pero muchos de ellos
sí apoyaron incondicionalmente el proyecto de un militar golpista y
mata-pueblo en el pasado…

Sumarse a la lucha efectiva, no a un intento de lucha. No es lo mis-


mo pregonar el deseo o la exigencia (casi siempre ignorada) de que
se realicen los cambios, a efectivamente realizarlos sin mucha alha-
raca.

Tradicionalismo, demagogia, dicen algunos. Mel proviene de la pla-


taforma bipartidista, del seno mismo del oligopolio político. ¿Quién
correría tantos riesgos, quién sacrificaría tantos bienes materiales y
sociales, afectando tan abiertamente los intereses más sensibles de
los dueños del sistema, sin tener una decisión sincera de tomar par-
tido por los humildes?

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“Se cometen muchos errores, en el gobierno todavía hay corrupción


y desorganización”, dicen otros. Ven las debilidades del proceso y no
la inusitada voluntad política, la decisión diferente para hacer las
cosas a favor del pueblo. Aquellas no son fallas ni debilidades origi-
narias del Gobierno, lo son de la población entera. Existen en nues-
tros pueblos, profundas raíces sociales, políticas y culturales que las
provocan. Cualquier sector político que emprenda aquí un proyecto
de profunda transformación nacional por cualquier vía, por cientí-
fico y sustentado que pueda ser, tendrá idénticos problemas. Esto
no sucede sólo en Honduras, sino en toda Latinoamérica, en donde
los vicios, las debilidades y las limitantes de los pueblos enteros son
las mismas, con las mismas raíces históricas. Pero esas no son excu-
sas para no emprender tan necesario proyecto, que no es una op-
ción, sino un deber patriótico. Son errores a corregir, y no se come-
ten en un terreno estéril, sino en un camino emprendido, necesario
y correcto; son obstáculos internos a vencer para salir del atascade-
ro histórico.

El único que no se equivoca es quien no intenta hacer nada. Se está


intentando hacer algo distinto, lo que unos en el poder no quisieron
hacer, y lo que otros fuera del poder no pudieron. Se dan los errores
porque el equipo de gobierno es liberal, con las debilidades ideológi-
cas que eso implica, porque viene de un partido oligárquico tradicio-
nal y trabaja aun con sus estructuras viciadas; porque le hace falta
experiencia y filo revolucionario, porque la mentalidad domesticado-
ra burguesa nos ha impregnado hasta la última neurona a todos los
que crecimos bajo su tutela, incluyendo a quienes buscan el bien del
pueblo; porque todas las estructuras sociales, políticas, económicas
y culturales dominantes están en contra del progreso; porque el
Presidente está todavía en un proceso de aprendizaje práctico y de
consolidación de su conciencia ideológica; porque él está peleando

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solitario por este pueblo, sin un apoyo eficaz de su propio gabinete,


contra el Estado entero, contra el sector privado; contra el funda-
mentalismo religioso, contra la injerencia del imperio, incluso con-
tra un movimiento popular cegado por el izquierdismo y el gremia-
lismo anti-políticos; y también contra un sector manipulado y sui-
cida de la población misma.(!?)

Quienes no hemos peleado nunca de manera efectiva por el bien de


este pueblo desdichado, ¿cómo podríamos descalificar a quien, pese
a los errores, si lo está haciendo?

Y los que sí han luchado o han intentado luchar en esa dirección


(intentar hacer algo no es lo mismo que hacerlo en la práctica), y
que debido a diferentes razones no han podido alcanzar sus objeti-
vos, ¿no deberían por lo menos apoyar a quien, repentina e inespe-
radamente, si lo está logrando?

Imaginemos a un grupo de rebeldes que toda su vida ha estado com-


batiendo en una guerra contra un tirano malvado y poderoso, al
cual no sólo ha sido imposible derrotar, sino que permanentemente
les ha infligido sangrientas derrotas. ¿Cómo se sentirían estos sacri-
ficados combatientes si un día, como caído del cielo, apareciera un
fuerte aliado desconocido, atacando y asestándole serias derrotas al
enemigo, declarándose sincera e inesperadamente a favor de los re-
beldes?

Lo menos que podrían hacer es alegrarse y apoyar a ese aliado ines-


perado.

Aunque su gobierno presenta algunas vacilaciones, inconsistencias


y errores, me parece abismal la diferencia entre la voluntad política,
la valentía, y la estatura histórica del Presidente Zelaya con respec-
to a la mayoría de los miserables gobernantes que hemos tenido en

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los últimos ciento cincuenta años; y así lo he establecido pública-


mente en los pocos espacios que los medios radiales y televisivos
corporativos dejan. En lo personal, considero que este hombre im-
perfecto, bienintencionado y valiente, está sentando las bases para
una positiva transformación nacional; nos corresponde a nosotros
como pueblo hacerla nuestra, proletarizarla, profundizar revolucio-
nariamente esa transformación. Les digo a mis amigos, un poco en
broma, un poco en serio, que voy a erigir una estatua, Mel sobre su
caballo, al estilo morazánico, al finalizar su gestión en 2010.

¡Bienvenida la nueva Asamblea Nacional


Constituyente del pueblo!

¡Bienvenida la nueva y buena República


Morazanista de Honduras!

¡No más exoneraciones, condonaciones


ni privilegios leoninos en la Nueva República!

¡No más privatizaciones antipatrióticas,


no más saqueo de los recursos sagrados del pueblo,
no más plantas térmicas en la Nueva República!

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2.2- EL REGRESO AL OSCURANTISMO

Diciembre de 2009.

Sólo la inocencia política de nosotros, el pueblo hondureño, del mo-


vimiento popular organizado, y del equipo político del Presidente
Zelaya, impidió que viéramos con claridad el advenimiento del golpe
de Estado. Viendo el panorama en retrospectiva, era un hecho más
que evidente. Las señales fueron clarísimas. Sólo hizo falta que los
golpistas enviaran un aviso oficial comunicando la fecha, la hora del
golpe, y el procedimiento programado para ejecutarlo.

Aquella mañana nos desayunamos con la esquiva noticia filtrada


por unos pocos medios de comunicación: en Honduras, en el centro
del mundo occidental y civilizado, en el año 2009 de nuestra era, ¡los
militares nos habían recetado un golpe de Estado!

Alguien de mi familia me hablaba alarmado sobre lo sucedido. Las


radioemisoras y las televisoras de la oligarquía transmitían parti-
dos de futbol o alguna otra intrascendencia. Sólo un canal de televi-
sión sampedrano, a pesar del cerco informativo preparado por los
conspiradores, transmitía las inauditas imágenes de un pelotón de
soldados semi-desnutridos, con fuertes rasgos indígenas, retroce-
diendo “defensivamente” mientras apuntaban feroces con sus fusi-
les, ¡a las cámaras de televisión y a sus operadores! En otras esce-
nas se mostraba el despliegue de tropas, vehículos de combate y
tanques en diferentes lugares, y hasta algunas acciones de asalto a
diferentes instituciones, incluyendo ciertos medios de comunicación.

A los hondureños de las generaciones jóvenes aquello no nos cabía


en la cabeza. ¡Un golpe de Estado! ¡Si estábamos en el siglo XXI y
esto no era África, carajos! Si, nosotros estábamos en el siglo XXI y

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en el centro de la civilización occidental, pero los golpistas se habían


quedado congelados en el siglo pasado y en la selva…

Luego, a media mañana, supe que en el parque de San Pedro Sula


la población seguía depositando simbólicamente sus votos para la
frustrada consulta sobre la Asamblea Constituyente o Cuarta Urna,
y me dirigí hacia allá. Algunos aviones de combate sobrevolaban
amenazantes, a baja altura, los sectores residenciales del noroeste
de la ciudad. Las calles estaban semi-desiertas. Un hombre, parado
frente al portón de su casa observaba, usando su mano como visera,
el intimidante sobrevuelo de los aviones. -Estos chafas majaderos
no trabajan, no producen nada, hay que mantenerlos, comprarles
esos aviones y de remate nos amenazan con ellos- me comentó
cuando pasaba. Traté de no olvidar las hondas palabras de pueblo,
expresadas por aquel ciudadano.

Mil ideas, palabras e imágenes pasaban por mi cerebro. Golpe,


fusiles, feroces inditos uniformados y semi-desnutridos, tanques,
bombarderos, secuestro, exiliados…Ahora, en retrospectiva, todo
estaba claro. La campaña venenosa en los medios, contra todo lo
que el Gobierno de Zelaya hacía. Los programas payasescos de los
periodistas y “artistas” alquilados, aquellos chistes de mal gusto,
tendenciosos, en el internet, en los celulares, en la televisión, ridi-
culizando al Presidente; las agresiones de mercenarios extranjeros,
embajadores, políticos y agentes internacionales; los ataques cada
vez más osados de parte de otras instituciones del Estado, confron-
tando y desautorizando al Presidente; los ataques políticos, judicia-
les y hasta letales a sus allegados, y quizás contra el mismo Presi-
dente. Y los insultos furibundos del dictadorzuelo Micheletti, las
denuncias desestimadas de una conspiración golpista; en los últi-
mos momentos, las damas de blanco de la oligarquía, prácticamente

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exigiendo frente a los batallones la intervención de los militares.


¿Qué tipo de intervención podía ser sino la intervención armada? La
ambigüedad y el abandono del barco por parte de algunas ratas del
equipo mismo del Presidente fueron síntomas inequívocos del nau-
fragio; la confiscación de las urnas de un evento electoral civil por
parte de los militares, la insubordinación de la junta de comandan-
tes significaba ya, ser malquerido y estar en casa ajena. Ya podía
comprenderse la salida intempestiva del embajador yanqui de la
conferencia de prensa en la Casa Presidencial la noche anterior al
golpe, en una actitud de desprecio, de superioridad consciente ante
un interlocutor que uno sabe ya está acabado, aunque él lo ignore.

Todo estuvo tan claro, que sólo la ingenuidad y la miopía causadas


por la falta de filo político, por la carencia de dominio histórico, y
por la incomprensión de la naturaleza y de los caminos del poder
(por parte del equipo de Zelaya y del movimiento popular), pudieron
impedir que un hecho tan inmenso y tan evidente como la llegada
del golpe de Estado pasara desapercibido. Fue algo parecido a estar
parado junto a un león hambriento, ¡y no darse cuenta!

Para las generaciones jóvenes que nunca habíamos visto la barbarie


de las asonadas militares, aquello era algo nuevo, brutal e inaudito.
Presenciamos las cosas más increíbles y traumáticas de nuestra
existencia. Había más fusiles que árboles en las calles. Supimos de
funcionarios secuestrados con sus familias enteras por los militares,
mientras otros habían huido del país. El acoso y el cierre de medios
de comunicación no-alineados estaban a la orden del día. Ni hablar
de los toques de queda.

¿Qué diablos era un toque de queda?

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De repente, estábamos prisioneros, en nuestras propias casas y en


nuestra propia tierra, varios millones de ciudadanos totalmente
desvalidos, secuestrados por un pequeño grupo de perpetradores
armados.

¡Millones de ciudadanos indefensos, reducidos y secuestrados por


un destacamento de perpetradores armados!

El mundo real, con su verdadera cara, fría, brutal y despiadada,


irrumpió de repente, por vez primera, ante los ojos de una juventud
que había crecido dentro de la falaz burbuja ilusoria de una seguri-
dad, de una democracia, y de una civilidad inexistentes. Siempre
nos habíamos sentido libres, a pesar de la escasez, y seguros, a pe-
sar del delito común; pero ahí, en un parpadeo, estábamos prisione-
ros en nuestra propia tierra, y comprendiendo que nuestros bienes,
nuestras familias, nuestras vidas completas, estaban en las manos
de un grupo de poderosos tiranos, que tenían de hecho, la potestad
de dejarnos vivir o de aplastarnos como insectos. Era el clímax del
desengaño y la profundidad máxima de la indefensión, de la invali-
dez y de la impotencia colectivas.

La magnitud y la amplitud de la conspiración, y la cerrada unidad


de todos los sectores que representaban algún estrato de poder en el
país, eran aplastantes. Todos, los Poderes del Estado, las cúpulas
institucionales, sociales, económicas, religiosas, deportivas, mediáti-
cas, académicas, armadas, parecían estar diabólicamente coludidos
en el asalto al poder, en contra de la voluntad y de la inteligencia de
todo un pueblo, y del mundo civilizado. Hasta instituciones y secto-
res de obligatorio carácter humanitario, como los servicios médicos
y la Cruz Roja, fueron denunciados por acciones de clara índole fas-
cista, durante las confrontaciones del grupo golpista con las multi-
tudes de la población alzadas en protesta.

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Jamás mi generación imaginó ver a las tropas supuestamente hon-


dureñas atacando y disparando a su misma ciudadanía; a policías
matando y torturando a la población civil, masiva y abiertamente
en las calles. Las cárceles se llenaron, y entonces la dictadura proce-
dió a instalar verdaderos campos de concentración de prisioneros
políticos, improvisados en canchas de futbol y en otras instalacio-
nes. Se llegó al extremo de ejecutar a manifestantes en plena vía
pública. Militares y agentes de policía perpetraron hasta violaciones
sexuales colectivas. De la noche a la mañana, Honduras pasó de ser
un país de normalidad, seguridad y tranquilidad relativas, a un
infierno que nos recordaba las más oscuras horas del fascismo nazi.

En el desvío de Alauca, pudimos ver el infierno en El Paraíso, retra-


tado en los ojitos fríos y tristes, asombrados y abiertos, de Pedro
Magdiel, en sus manchas de reseca sangre café, y en su cuerpecito
joven y ligero, perforado por más de cuarenta estocadas de yatagán
militar. Matar niños hondureños es la obra “heroica” de los “fervien-
tes patriotas”, los uniformados pro-yanquis nacidos en Honduras.

La brutal represión desatada por la dictadura no surtió el efecto de


aplastamiento pretendido, al menos, no entre las masas populares.
Nunca antes en el país hubo un estado pre-insurreccional popular
tan masivo. No era una insurrección devastadora como las protago-
nizadas por otros pueblos aguerridos, pero sí un explosivo estado de
ánimo insurreccional de las inmensas masas; y para una población
profundamente domesticada como la nuestra, aquello marcaba una
ruptura con el pasado, era un cambio de actitud y de conciencia sin
precedentes. Las manifestaciones de patriotismo herido salían has-
ta de debajo de las piedras. La faceta rebelde de nuestra sangre ma-
ya se asomó desde su letargo en las hondas arterias de la población
común, del pueblo verdadero. Algunos de los clásicos luchadores

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populares y otros respetables “políticos progresistas” literalmente


desaparecieron, se escondieron bajo la tierra. En su lugar, millones
de hondureños comunes abandonamos la privacidad de nuestras
ocupaciones para saltar hacia la trinchera de la Patria, allí donde
las balas fascistas zumbaban y la sangre de los patriotas indefensos
corría. Aquello no era una simple protesta del movimiento gremial o
social tradicional, tampoco era una fracción del partido político del
Presidente apoyándolo. Era mucho más que eso. Era una reacción
de las inmensas masas populares. ¿Desde cuándo un partido político
o un movimiento gremialista movilizan simultáneamente a millones
de personas en este país? ¿Cuándo sus manifestaciones han tenido
un carácter insurreccional y masivo? Nunca. Solamente las inmen-
sas masas populares son capaces de realizar movilizaciones tan vas-
tas y de una manera tan enérgica. No fuimos allí, a exponer la vida
por un Gobierno, ni por un Presidente, ni por una Constitución rota
que nunca fue nuestra, que nunca nos protegió de la explotación ni
de la miseria. ¿Por qué razón estábamos allí entonces, rechazando
la asonada militar? Porque nos estaban robando la esperanza; por-
que después de siglos de exclusión, renació en los hondureños esa
esperanza de llegar a ser libres, dignos, de vivir con bienestar en
una nueva Patria, popular, buena y justa. Y todos esos sueños nos
estaban siendo arrebatados, en un parpadeo, a punta de fusil.

Hubo una rebelión popular enérgica y espontánea. Aquel era un


momento estratégico, crucial, sin precedentes e irrepetible. [13]
Desafortunadamente, el impacto de un asalto militar a nivel nacio-
nal sí afectó sensiblemente a la dirigencia de las fuerzas democráti-
cas, dentro y fuera del Gobierno. Fue como si una montaña de nieve
les cayera encima mientras dormían. Quedaron mental y material-
mente devastados, no pudieron levantarse ni recuperarse del shock.

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Las débiles corrientes revolucionarias, puramente teóricas, jamás se


prepararon material ni estructuralmente para capitalizar la increí-
ble ventaja de tener a su disposición a masas populares contadas en
millones de personas, en franco estado de rebeldía y ansiosas por
derrocar a los usurpadores. Otros pueblos americanos, realizaron en
el pasado reciente, con mucho menos recurso humano, exitosas in-
surrecciones de masas, derrocando a los opresores y transformando
positivamente su destino. La diferencia estuvo en la preparación, en
la organización y especialmente, en la eficaz conducción revolucio-
naria que aquellos pueblos sí tuvieron. [14] Aquí la realidad rebasó
a la teoría. La acción desbordada de las masas rebasó la pobre capa-
cidad de la conducción política.

En cuanto al Gobierno derrocado, aquel asalto militar los dejó total-


mente desorientados, fuera de base. Un equipo político de corte libe-
ral y pequeño burgués no estaba en capacidad de afrontar acertada-
mente, por la misma naturaleza política de sus miembros, un ata-
que político-militar a esa escala. El mismo Presidente derrocado se
había declarado recientemente un abanderado de la “no-violencia”,
un término muy burgués y ambivalente, que fue rápidamente inter-
pretado como debilidad por el golpismo. Así, los golpistas contaban
con que el Gobierno depuesto no iba a reaccionar de forma contun-
dente para revertir una derrota militar. La “no-violencia” es un con-
cepto típico de la democracia burguesa. En la concepción científica
de la lucha de los pueblos, la democracia plena es irrestricta, es la
imposición del poder del pueblo trabajador por las vías que sean
requeridas, incluyendo la guerra necesaria. La paz proletaria no es
una paz con indefensión y miedo, es la seguridad de que el pueblo
tiene el control físico y político de su tierra, de su vida y de su des-
tino.

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Un ataque político-militar. Era un terreno totalmente desconocido


para el equipo puramente cívico-político del Gobierno derrocado y de
sus aliados en el movimiento popular. La vacilación no fue tal vez,
falta de voluntad. Simplemente no supieron qué hacer. “Protestar”
lastimeramente era la reacción natural de un movimiento popular
puramente gremialista o puntualista. Y correr a quejarse con el im-
perio y con otros gobiernos u organizaciones continentales, era la
predecible reacción de un equipo de gobierno liberal derrocado. Es lo
que siempre han hecho la mayoría los gobiernos liberal-demócratas
golpeados de América Latina. La sola voluntad política progresista
del Presidente Zelaya y de su equipo no fue suficiente. La voluntad
subjetiva sola nunca es suficiente. Se necesita poder hacer las cosas,
tener el factor objetivo.

El equipo del Presidente Zelaya jamás debió confiar más en la inter-


vención del imperio y de otras naciones amigas que en las fuerzas
libertarias del pueblo. La lucha de liberación de un pueblo debe apo-
yarse siempre en sus propias fuerzas, y jamás depender de otros. El
apoyo de los amigos es bueno, pero ellos son sólo eso, amigos.

Y nosotros, como pueblo originario y dueño de su tierra, jamás debi-


mos caer en un nivel de postración y minusvalía tales que llegamos
a ser incapaces de defender hasta los bienes y las vidas de nuestros
hijos; el secuestro militar de 2009 demostró que nuestros bienes y
nuestras vidas dependen de la voluntad absolutista de un grupo de
todopoderosos, auténticos dueños de la vida y de la muerte en nues-
tra tierra. Eso es vergonzoso, es inaceptable y debemos corregirlo.

Y tanto el equipo de Zelaya como amplios sectores del pueblo gol-


peado abrigamos en algún momento, en mayor o menor grado, la
cándida esperanza que “una buena mañana todos los reaccionarios
se pondrían de rodillas por su propia voluntad. [15] La realidad nos

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ha despertado, pero hemos despertado sobre la cama de espinas de


la derrota. Creo que todos hemos aprendido y comprendido, en pocos
meses de intentos y fracasos, algo que en otras condiciones tomaría
décadas aprender y comprender. Creo que Mel no es el mismo, y se-
guro que nuestro pueblo tampoco. Ahora somos más claros, más for-
mados, más sólidos. Hemos dado un impresionante salto histórico
cualitativo. Si en algo hemos avanzado en este proceso es en eso: en
el conocer, en el comprender. Y esa es una base indispensable para
construir en el futuro próximo, una vía firme y segura hacia la ple-
na liberación nacional, una liberación política, material, cultural y
espiritual.

NOTAS
[13] Algunos dirán que 2009 no era el momento indicado, que faltaba organiza-
ción, que no se debe caer en la visión de corto plazo, etc. Algo de cierto podría
haber en esas objeciones. Pero desde Dantón, pasando por Marx, Engels, y
Lenin, hasta los más claros comandantes revolucionarios latinoamericanos, nos
enfatizan un mismo punto: se deben explotar audazmente los momentos histó-
ricos cruciales. La experiencia demuestra que los momentos, las situaciones y
las condiciones insurreccionales críticas no son fáciles de reproducir. Sin la
organización necesaria, sin la conducción eficaz, y sin la toma de decisiones
oportuna, el momento crucial se esfuma, y también la oportunidad del triunfo
de la causa del pueblo. Y la coyuntura de 2009 era uno de esos momentos histó-
ricos valiosos que se ha esfumado. Nuestro pueblo nunca estuvo tan cerca de la
libertad en los últimos doscientos años.

Lenin nos dice al respecto: “La insurrección debe apoyarse en el auge revolu-
cionario del pueblo. […] en aquel momento de viraje en la historia de la revo-
lución ascensional en que la actividad de la vanguardia del pueblo sea mayor,
en que mayores sean las vacilaciones en las filas de los enemigos y en las filas
de los amigos débiles, a medias, indecisos, de la revolución.”

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[14] A propósito de las características indispensables de los movimientos


revolucionarios y de su liderazgo eficaz, Marx nos habla acerca de las
virtudes de Dantón, “el maestro más grande de la táctica revolucionaria
que se ha conocido: de l'audace, de l'audace, encore de l'audace”. (Auda-
cia, audacia y más audacia).

El autor considera que la conducción política (incluido el mismo Zelaya)


le imprimió al vasto movimiento pre-insurreccional de masas encendido
tras el golpe de Estado, una orientación vacilante y no-revolucionaria.
Inconscientemente, apagaron y mediatizaron el volcánico impulso liber-
tario de la fuerza de masas más impresionante que se haya levantado en
estas tierras en toda la Historia. Por eso insistimos en la indispensable
formación revolucionaria de nuestros líderes. No basta tener una genui-
na voluntad política para hacer los cambios, hay que saber cómo hacer-
los, y poder concretarlos. Perseguir la causa correcta por las vías equivo-
cadas es contraproducente.

Hubo aquí una masa popular contada en millones de personas, en un


explosivo estado pre-insurreccional, ansiosa por derrocar a una dictadu-
ra aislada y agonizante. Tomar la conducción de esa colosal fuerza de
masas, para pacificarla y convertirla en un gran grupo de “protesta” o en
un desvalido movimiento electorero burgués, es un acto contrarrevolucio-
nario, un gran servicio prestado a la dictadura y al imperialismo.

[15] Ver cita Pág. 140.

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SECCION 3

LA SOCIEDAD Y EL PROBLEMA DE LA
RIQUEZA
3.1- EL CARACTER, LA COMPOSICION Y EL ORIGEN

DE LA RIQUEZA

Del trabajo y la riqueza.

Junio de 2010.

Una nueva, poderosa ola continental y mundial de democratización


de los pueblos sacude los cimientos podridos del despotismo. Los
problemas que nuestro pueblo exige erradicar en todos los campos,
reclamando una efectiva participación política, pasando por la cues-
tión alimentaria, educativa, sanitaria, habitacional y cultural, hasta
el respeto verdadero a los derechos humanos elementales, todos son
fallas de una superestructura social torcida; y esa superestructura
caerá sólo cuando sean derribados sus cimientos materiales, o sea,
cuando sea cambiada la infraestructura económica atrasada que
sostiene a la superestructura política, jurídica y social del modelo de
dominación. Todo, en el fondo, en el origen, es un problema econó-
mico, un problema sobre la riqueza.

¿Cuál es la justa apreciación sobre el carácter, las formas, la pose-


sión y la distribución de la riqueza material de una nación?

En una célula económica familiar, (por ejemplo, el caso de la hacien-


da de una familia), con un determinado número de integrantes y
con un patrimonio dado, todos sus miembros deben aportar su tra-

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bajo pleno, según sus capacidades características, al mantenimiento


y reproducción de ese patrimonio familiar.

“Todos deben aportar su trabajo pleno según sus capacidades”. Si la


hermana menor de la familia, socia igualitaria de la heredad, apor-
ta su trabajo pleno, es decir, da el máximo de sí misma en el trabajo
colectivo, en la medida de sus capacidades, ¿recibirá una menor par-
te de las utilidades que su hermano mayor, cuyo derecho sobre la
heredad es igual, y que también ha aportado todo su esfuerzo en las
faenas colectivas? Ambos han aportado su máximo esfuerzo a las
labores productivas, pero ese máximo esfuerzo o trabajo pleno es
cuantitativamente diferente, al ser uno más fuerte, más rápido o
más hábil en ciertas tareas que el otro. Pero ambos son propietarios
igualitarios y ambos han aportado su máximo esfuerzo. En ese caso
no cuenta el factor cuantitativo, sino el cualitativo. Pero, sobre todo,
pesa el criterio de justicia. Al ser un patrimonio heredado, (es decir,
que no fue adquirido por ninguno de los hermanos por su cuenta), se
parte de la premisa inicial que todos tienen igual derecho sobre los
bienes poseídos. Entonces, como todos aportan también, su máximo
esfuerzo, todos tienen derecho a igual parte de las utilidades produ-
cidas. La distribución de ese patrimonio y de sus frutos, debe ser
realizada allí en una forma equitativa. Si uno o dos de los miembros
de la familia toman más de esa riqueza que los otros, debido a que
tal riqueza es limitada y no infinita, la diferencia, el excedente que
tomen, les faltará a los demás, iniciando así un ciclo de inequidad.
Algunos hermanos se volverán progresivamente más ricos, y la bre-
cha con respecto a los demás será cada vez mayor, acentuada por la
diferencia de recursos y por la diferencia de capacidades individua-
les. Los más fuertes se habrán enriquecido empobreciendo a los más
débiles.

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Honduras, como la mayoría de los países latinoamericanos, es un


país inmensamente rico en todo tipo de recursos naturales y en su
potencial recurso humano. Pero el hecho de que una nación posea
abundantes riquezas no significa necesariamente que su población
sea rica. Frecuentemente ocurre lo contrario, un territorio es riquí-
simo y su población es espantosamente pobre.

Esta paradoja puede tener dos motivos: quizás la población no está


aprovechando adecuadamente los recursos que el territorio provee,
o los está aprovechando un sector externo, ajeno a la población, es
decir, los recursos están en manos de otros. Al ser ajenos los recur-
sos materiales primarios, también será ajeno el valor que el trabajo
social efectuado sobre ellos, les añada.
Trabajo social. Esa es la otra parte del asunto. La producción de bie-
nes y servicios en la sociedad moderna tiene necesariamente un
carácter social. No sería posible producir ningún valor fuera de las
estructuras que la sociedad provee. La producción en gran escala se
basa en la tecnología y en la socialización de la producción. La mis-
ma tecnología tiene un carácter social, pues no hay ningún avance
técnico o científico al margen de las estructuras, de los recursos y de
los conocimientos de la sociedad. Entonces, sin el trabajo colectivo y
sin las estructuras provistas por la sociedad, la producción no sería
posible. Así, las cualidades que el trabajo humano añade a los mate-
riales, la componente no-natural, (artificial) de la riqueza, plasmada
en los valores de uso, es por principio, un bien social y no privado.

Ahondemos en esto. La riqueza material está conformada por los


bienes o valores de uso. La valía de los bienes materiales termina-
dos o utilizables (valores de uso), está constituida por el valor de los
materiales naturales primarios empleados en su preparación, y por
el valor del trabajo humano invertido en tales materiales para con-

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vertirlos en productos utilizables. Los recursos materiales prima-


rios, al ser un producto donado por la naturaleza, representan tam-
bién un bien social, como probaremos adelante. Entonces, el modelo
artificialmente privado de producción capitalista expropia a la colec-
tividad social, su riqueza material natural y también el valor que la
fuerza social del trabajo les añade a los bienes.
La cultura justificativa que el modelo capitalista ha diseminado,
predica que todos tenemos iguales oportunidades, y es emblemático
el caso de aquellas personas que viniendo de la pobreza, son ahora
respetados poseedores capitalistas. El mensaje implícito en eso, es
que todos podemos repetir la misma hazaña, es la afirmación de que
la riqueza es resultado del mayor esfuerzo de trabajo, del puro méri-
to de quien la posee; y la parte más velada del mensaje, dice que si
alguien no alcanza esa riqueza (¡¡la mayor parte de la humanidad!!),
eso se debe a su falta de esfuerzo, de méritos y de capacidades. Esa
es la tristemente célebre meritocracia de la perspectiva burguesa
del mundo.

Para empezar, esta tesis parte de la premisa de que la fuente de la


riqueza es meramente la acción humana, el trabajo, y que por tanto,
esa riqueza depende de la capacidad y del esfuerzo de uno u otro in-
dividuo. Esto es falso. La fuente originaria de la riqueza, es la natu-
raleza.* El trabajo humano sólo le añade cualidades a esa riqueza
material natural, le imprime a los valores materiales naturales las
características necesarias para que puedan ser consumibles o uti-
lizables por la sociedad. Por tanto, el trabajo no es la fuente origina-
ria de la riqueza, sino que es la fuerza transformadora de los recur-
sos materiales para darles una utilidad práctica. Este es un hecho
trascendental, pues todos los humanos promedio poseemos el poten-
cial natural del trabajo; de ahí se deduce que la diferencia funda-

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mental entre quienes tienen riqueza y los que carecen de ella, no


radica principalmente en el nivel de sus esfuerzos ni de sus capaci-
dades, sino más bien en quienes se apropian de las fuentes de recur-
sos materiales. Este es el verdadero origen de la desigualdad econó-
mica y de la formación de clases sociales. Las ventajas o desventajas
de esa especial diferencia, (la posesión o la carencia de los recursos
originales), genera lógicamente, círculos virtuosos o viciosos para
uno u otro grupo social, que profundizan más las posibilidades y las
capacidades de aumentar la riqueza, o las limitantes para obtener-
la, respectivamente. Dicho de otra manera, el hecho de poseer deter-
minados recursos materiales originales aumenta progresivamente
las posibilidades y las capacidades de obtener otros bienes materia-
les, intelectuales, servicios, y otros; esto es, genera un círculo vir-
tuoso. Mientras tanto, el hecho de carecer de los recursos originales
aumenta progresivamente la dificultad para acceder a otros bienes;
esto es un círculo vicioso.

No se trata de restarle importancia al trabajo humano como fuerza


transformadora del medio material, que moldea y transforma los
recursos existentes proveídos por la naturaleza en valores de uso,
utilizables por la sociedad; pero el trabajo es sólo una parte del pro-
ceso de acumulación de la riqueza. La práctica nos demuestra que el
talento y el esfuerzo personal juegan un papel importante pero se-
cundario en ese proceso: bajo el capitalismo, no es el que más tra-
baja ni el que tenga más talento quien usufructúa la riqueza colec-
tivamente generada, sino el propietario de los medios de producción.
Se trata entonces de ubicar al trabajo en su verdadera dimensión,
como eslabón contributivo en la producción de bienes; y más, se tra-
ta de establecer el papel relativo y parcial que juega el trabajo en
cuanto a la tenencia de la riqueza. La ubicación del trabajo en su
justo lugar, no como el creador mágico de la riqueza, sino como una

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fuerza contributiva a la generación de la misma, demuele los argu-


mentos (que algunos “tienen más porque trabajan más”) esgrimidos
por los defensores del latifundio y del monopolio capitalistas, para
aliviar su consciencia y para forzar la aceptación de la desigualdad
atroz que caracteriza su sistema económico-social. Teóricamente,
con la misma riqueza natural inicial, la mayoría de los humanos po-
drían también amasar iguales fortunas que esos magnates legenda-
rios con supuestas virtudes sobrenaturales. Pero en la práctica, la
riqueza material no es infinita.

*Marx desarrolla un amplio análisis sobre el carácter de la riqueza material en


su obra El Capital, y expone también esta síntesis del asunto en su Crítica al
Programa de Gotha:

“El trabajo no es la fuente de toda riqueza. La naturaleza es la fuente de los


valores de uso (¡que son los que verdaderamente integran la riqueza material!),
ni más ni menos que el trabajo, que no es más que la manifestación de una
fuerza natural, de la fuerza de trabajo del hombre. Esa frase [que el trabajo es
la fuente de la riqueza] se encuentra en todos los silabarios y sólo es cierta si se
sobreentiende que el trabajo se efectúa con los correspondientes objetos y me-
dios. […] En la medida en que el hombre se sitúa de antemano como propietario
frente a la naturaleza, primera fuente de todos los medios y objetos de trabajo,
y la trata como posesión suya, su trabajo se convierte en fuente de valores de
uso, y, por tanto, en fuente de riqueza. Los burgueses tienen razones muy fun-
dadas para atribuir al trabajo una fuerza creadora sobrenatural; pues precisa-
mente del hecho de que el trabajo está condicionado por la naturaleza se dedu-
ce que el hombre que no dispone de más propiedad que su fuerza de trabajo,
tiene que ser, necesariamente, en todo [tipo de] estado social y de civilización,
esclavo de otros hombres, quienes se han adueñado de las condiciones materia-
les de trabajo. Y no podrá trabajar, ni por consiguiente, vivir, más que con su
permiso.”

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Este magistral análisis que hace Marx sobre el carácter fundamen-


talmente natural de la riqueza material y de su diferenciación con
respecto al trabajo humano, ubicándolos a ambos en su justo sitio,
le dio un giro histórico de 180 grados a la forma de ver y entender
las relaciones entre la riqueza y el hombre, y las relaciones entre los
hombres. La aserción que el trabajo es la fuente de la riqueza sola-
mente es cierta “si se sobreentiende que el trabajo se efectúa con los
correspondientes objetos y medios”, o sea, sobre los recursos mate-
riales naturales.

La gran y terrible verdad, soslayada durante miles de años y que


Marx desnudó de un plumazo, es que la riqueza no existe por mérito
exclusivo de los hombres, que el trabajo humano sólo le agrega cua-
lidades a la riqueza ya existente, que la base originaria de la rique-
za es un don de la naturaleza, un recurso material natural, y por
tanto, es un bien social que no le pertenece en derecho a nadie en
particular, sino que a la población entera de un territorio o de un
país. Y como las cualidades añadidas por el trabajo a los valores
materiales naturales son también un valor necesariamente social,
la riqueza terminada, constituida por los valores de uso, tiene en
justicia, un carácter social y no particular.

Riqueza latente y riqueza desarrollada.

Pero los malintencionados mitos justificadores del capitalismo no


terminan allí. Pongamos bajo la lupa crítica esa absurda tesis de
que todos podemos llegar a ser magnates si aplicamos los esfuerzos
suficientes y si adquirimos las capacidades personales necesarias,
como se supone que hicieron aquellos que ya poseen riqueza. Los
recursos naturales de una nación, si bien son inmensos, tampoco
son ilimitados. Considerando la riqueza natural de nuestra nación y

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el número actual de sus hijos, y repartiendo equitativamente todos


los bienes materiales que la naturaleza nos concedió, teóricamente
todos sus hijos seríamos automáticamente ricos. En este punto se
deben considerar otras cuestiones que limitan el abordaje de la dis-
tribución automática, como el sostenimiento del Estado y los bienes
destinados al uso público. Otra consideración tiene que ver con el
crecimiento de la población y el derecho que tendrían todos los futu-
ros hijos de la nación, de acceder a la riqueza patria.

En un momento dado, los solos recursos heredados por la naturale-


za serían insuficientes para suplir a una población multiplicada. El
factor aditivo del trabajo humano y la tecnología juegan allí en ese
momento un papel decisivo. Pero el punto fundamental de esta ima-
ginaria distribución de la riqueza es la índole misma de tal riqueza.
Hablamos de los recursos naturales donados por nuestra tierra a
sus hijos, y de los recursos vírgenes, en bruto, no transformados aun
por el trabajo humano; son minerales profundos, selvas cerradas,
aguas incontenidas, tierras intactas, es una riqueza que necesita ser
trabajada aun para volverla utilizable, es una riqueza latente.

Ahora bien, existe en toda sociedad una determinada cantidad de


bienes utilizables (los valores de uso), recursos naturales ya trans-
formados por el trabajo humano, “que verdaderamente integran la
riqueza material”, un tipo de riqueza ya procesada, disponible para
ser consumida o utilizada por la sociedad. Esa riqueza material ya
disponible, el resultado del trabajo humano transformador sobre los
materiales naturales, es la riqueza desarrollada. Si la riqueza laten-
te, natural, de una nación es finita, cuanto más limitada es la canti-
dad de su riqueza desarrollada.

Entonces, en una nación cuyos recursos disponibles son limitados,


probablemente, con duro esfuerzo, sí podrían acceder todos sus hijos

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a una parte de la riqueza colectiva que les permita a todos vivir con
dignidad. Con duro esfuerzo. Pero, si algunos de ellos desean llevar
una vida de derroche y opulencia, deberán expropiar, excluir a otros
de la parte que en derecho les corresponde para suplir sus infladas
necesidades. Eso es precisamente lo que pasa hoy con las sociedades
capitalistas, indistintamente de las diferencias de grado de la desi-
gualdad entre un país y otro: un país puede ser muy rico y muy de-
sarrollado en su conjunto, pero sus recursos, por impresionantes
que sean, no son infinitos; si algunos de sus ciudadanos acaparan
riquezas obscenamente excesivas para sí, provocarán que otros de
sus compatriotas carezcan en lo particular de los bienes básicos que
necesitan.

Aun en el futuro caso en que la nación, a través de su desarrollo


tecnológico y científico logre aprovechar la mayoría de su riqueza
latente, el mito de que todas las personas laboriosas de la nación
pueden vivir como magnates es un absurdo. Se trata solamente de
eso: un mito creado por la clase dominante en un intento de justifi-
car sus inmerecidos privilegios. La opulencia y el derroche no son
derechos ni necesidades humanas naturales, son deseos propios del
egoísmo, del individualismo, de la vanidad del aristócrata y del
capitalista. Los pueblos nobles y solidarios aspiran sobriamente a la
igualdad, al bienestar y a la dignidad.

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SECCION 4

LA PAZ, LA GUERRA Y EL PUEBLO

4.1-¿ES NUESTRO PUEBLO GENETICAMENTE SUMISO O HA


SIDO INEVITABLEMENTE SOMETIDO Y MAL DIRIGIDO EN
LOS MOMENTOS DECISIVOS?

Una raza milenaria de guerreros.

Agosto de 2010.

Acá debo hacer algunos apuntes acerca del enfoque, la dirección y la


estrategia asumidos en los últimos años por la izquierda, y más allá
de la izquierda, por el movimiento popular. El movimiento popular
entendido como la contraparte política opuesta al actual sistema
burocrático-militar dominante, el sector social y político que esgrime
un proyecto nacional alternativo y contrario al plan de la oligarquía
y del imperio.

Hubo algunos intentos en pequeña escala, muy disgregados, para


implementar la lucha armada revolucionaria en las décadas de 1970
y 1980, que se desarrollaron bajo condiciones sumamente adversas.
Después de eso, muchos de los sectores políticos de izquierda y del
movimiento popular, literalmente bajaron los brazos entregándose
al conformismo o a la engañosa maniobra reformista seudodemocrá-
tica ordenada por Washington e implementada fielmente por la ma-
yordomía oligárquica local.

Mientras tanto, el grueso de nuestra población, políticamente ino-


cente y alienada, fue entrenada por los aparatos de dominación
ideológica de la élite económica, para ver en todo impulso revolucio-

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nario, un peligro satánico, y en la revolución, un apocalipsis. Lo que


no le dijeron a la población enajenada es que se trataba de un peli-
gro y de un apocalipsis para los enemigos del pueblo, por tanto, la
libertad para los desposeídos. ¡Por supuesto que la revolución popu-
lar auténtica sería un apocalipsis para los explotadores y para los
grupos de rémoras que colaboran con ellos, para todo este sistema
perverso de opresión!

Otros sectores, partidarios de la lucha revolucionaria ilimitada, se


tomaron cerca de cuarenta años para formarse, organizarse, estu-
diar y planificar la revolución. Esto es tiempo suficiente para conso-
lidar una poderosa organización revolucionaria. Se escribieron así,
incontables volúmenes doctrinarios y programáticos, manifiestos
etc., lo cual es positivo. Pero el desarrollo teórico del pueblo y de sus
cuadros revolucionarios no es un fin en sí mismo, es solamente la
preparación para estar en capacidad de materializar un objetivo
concreto. Y para materializarlo. La teoría sin acción es letra muer-
ta. Cuando llegó el momento propicio, la coyuntura histórica valiosa
e irrepetible para suprimir el sistema de dominación oligárquico,
esa lacra que asola la existencia de los hondureños, ellos no estaban
preparados ni para tomarse una carretera. No estamos afirmando
que esos reducidos grupos debieron llevar a cabo una insurrección y
hacerla triunfar por sí solos; pero sí debieron enseñar y dirigir a las
inmensas masas, espontáneamente insurrectas, a atacar contun-
dentemente a la tambaleante dictadura golpista. Si los revoluciona-
rios por convicción no lo hacían, ¿quién más debía y podía hacerlo?
¿Los liberales? (!!)

Ciertos grupos “moderados”, invirtieron décadas enteras en miles de


foros, campañas, capacitaciones, estudios, etc., todos orientados a la
lucha social más o menos progresista; esas acciones son productivas,

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pero deben desembocar en la concreción de acciones determinantes


por parte de las masas políticamente capacitadas, en su proceso de
emancipación. Pero después de medio siglo bajo esa concepción,
(una forma de lucha tan enmarcada en las reglas del sistema que
parece a veces una misión burguesa inconsciente de control social),
ni el pueblo estaba concientizado ni los cuadros formados para po-
nerse a la altura de las circunstancias. Y el poder de la opresión
seguía tan incólume, tan seguro de su control real, de su existencia
y de su preservación, como nunca. El sistema de dominación y la
exclusión son realidades materiales concretas, que efectivamente
existen, no son conceptos metafísicos. ¿Qué pasó con la lucha real,
tangible, la que puede incidir sobre el mundo material? ¿Esperan
que los muros de la dominación se derrumben al sonar de las trom-
petas? Las frías leyes naturales, las del mundo real, se imponen
siempre sobre los sueños ilusorios de quienes pretenden descono-
cerlas con una concepción metafísica y desconectada de la realidad.
Los corderos piensan, actúan, existen como corderos, y cosechan el
destino de los corderos; en cuanto a los leones, sobra describirlos, su
solo nombre los retrata todos.

Algunos ideólogos de izquierda y algunos dirigentes populares, se


ubicaron en una posición tan fatalista con respecto a la capacidad
del pueblo de luchar por su liberación por cualquier vía, que prácti-
camente negaron, grosera y despectivamente, esa capacidad; ellos
descartaron de tajo la posibilidad de un triunfo popular por la vía
coercitiva, ya fuera esta una guerra revolucionaria o una devasta-
dora ola de la lucha político-insurreccional de masas, revoluciona-
riamente orientada. Al caer la dirección del movimiento en este
determinismo negativo, una especie de paradigma derrotista que
proclama la invalidez y la incapacidad de nuestra gente para rom-
per sus cadenas y librarse de la dominación, dejaron al pueblo sola-

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mente dos opciones de lucha, que en el fondo son la misma cosa: la


protesta pedigüeña y lastimera, o la colaboración ingenua y entre-
guista con el teatro electorero de la oligarquía.

Y esta forma de capitulación llega a tales extremos de ironía que


llevarían a cualquier patriota de otras latitudes a una mezcla de
risa y llanto: primero se promueve la aceptación fatalista de que el
pueblo es incapaz de imponer por cualquier vía necesaria su derecho
a la libertad. (Y no en un momento específico o en una determinada
coyuntura histórica transitoria que puede cambiar, sino dentro de la
concepción indigna de que, por naturaleza, nuestro pueblo está y
estará siempre indefenso). Por otro lado, los mismos abanderados
del derrotismo denuncian públicamente la inequidad, la monopoli-
zación férrea y la fraudulencia del aparato electoral, la clara imposi-
bilidad de arrancarle el poder a la oligarquía en esos procesos elec-
torales totalmente controlados. En este espantoso marco teórico de
la derrota predestinada, la liberación popular por cualquier medio
coercitivo, ya sea militar o insurreccional, estaría descartada; por lo
tanto nos quedaría solamente la ruta electoral legal, que reconocen
también está condenada al fracaso. No podría el pueblo entonces,
conquistar la libertad ni por la vía coercitiva ni por la vía política.
¡Estaríamos condenados por el destino a ser esclavos por siempre!

Esas posiciones fatalistas, deterministas y derrotistas, carecen defi-


nitivamente de un fundamento racional y objetivo. Subvaloran y
menosprecian las capacidades y las virtudes inherentes de un pue-
blo que ha sobrevivido contra las más feroces condiciones de agre-
sión colonialista e imperialista por más de quinientos años. Somos
los herederos de una raza con destacados atributos intelectuales,
que concibió el cero y elaboró, entre otras maravillas, unos calenda-
rios astronómicos con una exactitud y con un alcance ciertamente

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impresionantes; somos los descendientes de una estirpe de guerre-


ros heroicos hasta la locura, con unos antecedentes de resistencia
indígena decidida, ante una dominación objetivamente inevitable,
fuera del alcance de sus posibilidades y de su voluntad, y en condi-
ciones de desigualdad virtualmente suicidas. Nuestros padres indí-
genas fueron inevitablemente sometidos por un poder brutal que
rebasaba absolutamente sus capacidades de defensa, y aun así lo
intentaron virilmente. Esa subyugación se ha transmitido en el
tiempo manteniendo sus condiciones de desigualdad, hasta llegar a
nosotros.

La gesta morazánica audaz, pese al momento hostil y desfavorable


enfrentado, y los interminables conflictos civiles de nuestra era pos-
independentista (una expresión mal orientada de nuestra bravura
innata), son pruebas de la elevada capacidad de lucha que hereda-
mos.

Las guerras revolucionarias más demoledoras en contra las oligar-


quías opresoras en la América reciente fueron libradas por los pue-
blos hermanos centroamericanos de Nicaragua y El Salvador, porta-
dores de una herencia histórica, cultural y genética común a la
nuestra. Las razones por las cuales nuestro pueblo no ha sido capaz
de hacer saltar en pedazos las cadenas de la dominación no son in-
trínsecas, más bien deben buscarse en el desfavorable proceso histó-
rico que le fue impuesto, en toda una serie de coyunturas tempora-
les y transitorias, y por tanto modificables. Son factores coyuntura-
les y externos, y nunca permanentes e intrínsecos, los que han evi-
tado la manifestación práctica de ese gen bravío que porta nuestra
sangre.

No planteo aquí un infundado acudimiento al misticismo, que pre-


tenda atribuirnos capacidades extraordinarias de corte sobrenatural

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(como el alegado origen divino de la nobleza medieval o los poderes


atribuidos a los templarios, supuestos descendientes de Cristo), no.
Es la afirmación rotunda y consciente de nuestra alta capacidad de
lucha, sustentada sobre el sustrato de nuestro pasado, en lo que
nuestros antepasados fueron, en lo que efectivamente hicieron, y en
el análisis de las condiciones históricas a las que se vieron enfrenta-
dos; sustentada también en las virtudes y en las capacidades actua-
les de nuestra gente luchadora. Aunque, como todo pueblo noble,
amamos la paz, la insurrección y la guerra revolucionaria necesaria
y justificada no nos son prohibitivas. No somos un pueblo castrado
ni cobarde como los enemigos internos y externos de la Patria nos
quieren hacer creer. Por el contrario, como acabo de examinar, tene-
mos como pueblo, la vocación histórica y genética de una raza mile-
naria de guerreros.

Toda una cadena de obstáculos se ha interpuesto entre este pueblo


desafortunado y su libertad; adversas condiciones internas y exter-
nas que van desde las estructuras coloniales de atraso e ignorancia,
pasando por el instinto de traición de la clase reaccionaria, hasta el
daño deliberado y vampiresco de la injerencia neo-imperialista. Las
secuelas del brutal sometimiento, del exterminio, de la exclusión,
del aplastamiento espiritual y cultural, y de la miseria impuestos
durante siglos han construido barreras reales, tangibles, objetivas,
a nuestro proceso de liberación nacional definitivo; también han
sembrado en nuestro subconsciente colectivo una serie de bloqueos
mentales, de prejuicios religiosos y morales, de mitos conservadores
y temores, que tienen profundas raíces en la barbarie histórica que
ha sufrido nuestra raza. Todos esos factores negativos empantanan
el impulso libertario de nuestro pueblo y persisten hoy, a pesar de la
ola emancipadora que recorre nuestra tierra.

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Todos esos obstáculos son circunstanciales y transitorios, no tienen


en manera alguna carácter esencial ni permanente, por tanto, pue-
den y deben cambiarse. Y cambiarán seguramente. Nuestro pueblo
se librará inevitablemente de ellos y triunfará. De hecho, una gran
parte de esas condiciones adversas ya no existen y otras están sien-
do rápidamente superadas por la evolución tanto natural como
orientada de la sociedad. Trataré de examinar algunos de los facto-
res que han imposibilitado nuestro proceso concreto de liberación y
de formación de una nación popular plena en este período contem-
poráneo, tanto los obstáculos objetivos, palpables, como los subjeti-
vos, aquellos plantados en nuestras mentes.

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4.2- SOBRE EL PACIFISMO: LOS LIMITES ENTRE LA


PRUDENCIA, LA RACIONALIDAD, LA INDIGNIDAD Y LA
COBARDIA.

“Los esclavos no van viviendo, van muriendo. Los van matando len-
tamente entre el látigo del esclavista y la vergüenza de saberse
humillados y vencidos. Únicamente cuando toman el camino de la
lucha por la libertad es que comienzan a vivir”. - Comandante Raúl
Castro.

¿Es realmente posible la paz en medio de la injusticia, de la opre-


sión, de la exclusión y sobre todo, enfatizo esto, en medio del dolor
humillante de la dominación y de la indignidad que esta trae consi-
go? Las víctimas de violación sexual saben muy bien acerca de este
tipo de dolor que, por encima del trauma físico, devasta al espíritu
generando sentimientos de humillación, de posesión inexorable, de
frustración e impotencia ante la impunidad.

¿Existen, evocando a Martí, [16] circunstancias humanas objetivas,


reales, dentro de las cuales la guerra es tan necesaria, que el hecho
de evadirla causa tanto daño al bien universal que constituye una
traición y un crimen? ¿Hasta dónde pueden estirarse los límites del
pacifismo, de la racionalidad y de la civilidad sin pasar al territorio
de la cobardía, de la ignominia y de la indignidad?

Todos los hombres y mujeres de buena voluntad compartimos el


amor por la paz y el rechazo natural e instintivo, pero a la vez racio-
nal y ético, a la violencia. Sin duda, deseabilidad y la idoneidad de
las relaciones sociales pacíficas, armoniosas, y de una coexistencia
humana enmarcada en el respeto, en la equidad, en la justicia, en
todos los valores que representan al bien, son cuestiones que están
fuera de toda discusión.

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Ese no es el punto.

No se trata de enfocar la posición del ser humano justo con respecto


a la paz y a la violencia, posición que invariablemente se inclinará
por la paz. Enfocar la cuestión de esa manera simplista es desviar
la atención del verdadero asunto. Se trata de las circunstancias y
las condiciones en las que se produce la paz, se trata de cuál debe
ser la actitud, del hombre y la mujer racionales, pero por lo tanto
dignos, ante circunstancias de violencia, de afrenta y de injusticia
extremas, inevitablemente impuestas por terceros.

Un hombre justo y su familia poseían una hacienda donde vivían y


trabajaban. Un mal día, a su casa llega un malvado criminal enca-
bezando una fuerte banda salteadores; someten con las armas al
buen hombre, saquean sus valores, asesinan a sus hijos varones,
violan a sus hijas en su propia cara, y expulsan a la familia de su
propiedad. Luego, como si nada hubiera sucedido, se quedan allí,
tranquilos y satisfechos de su salvajismo.

Si todo esto ocurre en una tierra salvaje y secuestrada, ante la im-


posibilidad de alcanzar justicia por alguna vía legal, ¿cuáles son los
caminos, las formas de proceder que le quedan al buen hombre?

Si aplicara la justicia con sus manos, ¿estaría faltando acaso a los


principios humanísticos, a la racionalidad y en general a los valores
que se presupone deben sustentar el hombre y la mujer civilizados?
Si decidiera dejar impune al agresor y olvidar la barbarie sufrida en
aras de la paz, ¿no estaría acaso traicionando sus deberes para con
su sangre? Y como hombre de bien, ¿no estaría también faltando a
su compromiso con la justicia? ¿Qué decir de su responsabilidad
social con el bien común, cuando decide, por razones subjetivas, no
ejercer la única vía de justicia disponible, no sentar un precedente

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disuasivo y dejar expuestos al resto de su gente y a su sociedad, a


un peligro tan terrible como supone la existencia, la movilidad y la
impunidad de semejante depredador suelto?

Estableciendo un paralelo entre la familia afrentada y un pueblo


dominado por las armas, examinaré el asunto desde varios ángulos
tratando en lo posible de evitar los prejuicios, pero sin soltar las
verdades irrenunciables de la rectitud, del cumplimiento del deber
sin excusas ni eufemismos, de la defensa de la razón y de la justicia
por encima del sacrificio que cueste. Los seres humanos no podemos
renunciar a los principios ni a los deberes universales derivados de
la dignidad y de la justicia, aunque resulten dolorosos y parezcan
chocar con algunas creencias o valores muy arraigados en las socie-
dades moldeadas según por el pensamiento tradicional.

Es terreno espinoso, y los profetas de la mansedumbre y de la domi-


nación aceptada podrían acusarnos de hacer una apología de la ven-
ganza. Pero, precisamente se trata de delinear los difusos límites
entre la justicia necesaria e irrenunciable, con acciones como la ven-
ganza o el exceso, y de establecer hasta qué punto la renuncia a la
justicia puede ser una traición al bien universal. La venganza es
subjetiva, se basa en deseos y no en principios, por tanto, no tiene
límite alguno. La justicia no se origina en el sujeto sino que provie-
ne de principios que están por encima del nivel personal; además, la
justicia se rige por el deber y por los parámetros éticos inherentes a
toda acción o categoría relacionadas con el bien; sin los límites y los
principios dictados por su propia naturaleza, la justicia dejaría de
ser justicia.

Primero, resalta que el buen hombre, la víctima, está en su casa, en


su terreno, sin invadir propiedad ajena ni molestar a nadie. Él es
además, un hombre justo, esto implica que no debe agravio a nadie,

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y eso le otorga el derecho de ser respetado, de no ser agredido en


manera alguna. La agresión sufrida es un acto no-provocado, uni-
lateral, un acto de poder motivado solamente por los deseos y las
ambiciones personales, todos ilegítimos, del ofensor. A veces no se
necesita agraviar a nadie para ser atacado. Suelen sufrirse ataques
por lo que uno es, por lo que uno tiene o por lo que uno hace en el
ejercicio legítimo de sus derechos; el bien propio puede ser codiciado
por otros y el ejercicio práctico de los derechos propios puede limitar
o evitar, los privilegios o los abusos de otros.

Estoy presuponiendo un escenario de impunidad infranqueable y


descarada, en una tierra sin ley, una situación típica en el contexto
de un golpe de Estado; aun así el hombre y la mujer civilizados, en
una actitud híbrida de esperanza e impotencia, en casos como este
suelen hacer el intento, más inercial que racional, de buscar justicia
a través de un sistema legal poseído por los perpetradores.

Veamos la posibilidad del diálogo. No se trata de un pleito cotidiano,


es un caso de masacre, un acto de sangre. Buscar el diálogo con el
asesino, aparte de ser un acto de torpeza profunda (el usurpador se
siente triunfante, está muy cómodo y no le interesa “negociar” nada
con los derrotados) y de indignidad infrahumana (no se suplica por
lo propio), supondría arriesgarse también a ser físicamente destro-
zado por aquél, dados los antecedentes sanguinarios de su conducta.
¿Sobre qué tema podrían “dialogar” la víctima y el asesino? ¿Tal vez
para “exigirle” o reconvenirle que devuelva lo robado y que se meta
voluntariamente tras las rejas a expiar sus crímenes? Si el juez es el
asesino mismo, ¿se le podrá inducir con buenas razones para que se
auto-condene? ¿Acaso existe punto alguno sobre el cual pueden dia-
logar o negociar los dolientes y el asesino? ¿Es sujeto de análisis, de

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discusión o negociación entre el hechor y las víctimas, la sangre


derramada en una masacre injustificada?

Exigir no significa pedir algo o rogar por algo. Sólo se puede exigir
de manera efectiva, entendiendo que la esencia del acto de exigir
implica demandar algo contundentemente, no desde un plano de
ruego y debilidad, sino hacerlo con pleno derecho, pero sobre todo,
enérgicamente, desde una posición de relativa fuerza. De lo contra-
rio, no se está exigiendo, se está suplicando. En las brutales circuns-
tancias de violencia y desigualdad planteadas entre la víctima y el
asesino, reclamar sin tener el respaldo de la fuerza necesaria sería
tan absurdo, inútil y suicida, como el reclamo de un insecto ante
una gallina, ¡todos sabemos cómo terminaría semejante discusión!

Al llegar a este punto y al alcanzar la comprensión dolorosa pero


clara de las desfavorables condiciones que le rodean en el mundo
real, conforme se agotan los posibles cursos de acción “razonables”
al problema, le van quedando al buen hombre dos opciones: olvidar
y dejar impune el saqueo y el asesinato de su familia o ejecutar la
justicia por sí mismo, ajusticiar con sus manos al asesino.

Veamos el primer caso. Probablemente el buen hombre abrigue cier-


tas posiciones filosóficas, morales o religiosas que le inclinen a per-
donar, a olvidar los crímenes sufridos; pero, si bien es cierto que
algunas líneas filosóficas o religiosas proclaman la paz, la armonía y
el perdón, entre otros valores, no lo hacen en un marco irrestricto,
no en un grado que induzca la postración absoluta del ser humano
hasta niveles de indignidad que serían contrarios al espíritu mismo
de tales doctrinas, como elevadoras y cultivadoras de la humanidad.
Aún cuando en mensajes puntuales, estas doctrinas invitan al hom-
bre y a la mujer de bien a conciliar ante una ofensa inmerecida, en
su contexto global predican también la justicia, la dignidad, el honor

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y la valentía, sustentados por el bien y la razón. Ninguna doctrina


religiosa o corriente filosófica que se precie de enseñar virtud, guia-
ría al ser humano a situaciones de indignidad tales que anulen, en
aras de la paz, su sentido mínimo de dignidad y de justicia, ni sus
deberes naturales con su sangre, con su gente, con la humanidad
misma. Faltar a esos compromisos y deberes intrínsecos a todo ser
humano justo, sería más bien, transgredir la esencia misma de la
religión y de la filosofía.

En cuanto al perdón, debo apuntar que éste presupone ciertas con-


diciones o requisitos: implica el cese, la no-continuidad de los actos o
hechos agraviantes de parte del ofensor, la rectificación de su con-
ducta práctica y de su actitud; es decir, el perdón requiere un am-
biente de arrepentimiento materializado, y no entraña solamente la
decisión de perdonar de la parte ofendida, sino también la actitud
rectificadora del ofensor. El perdón es unilateral en la acción pero
bilateral en cuanto a las condiciones que lo propician. Claramente,
este no es el caso.

Entonces, sacrificar el deber y el compromiso tanto natural como


ético de defender la vida, la justicia, el bien universal, sin límite de
formas o recursos, incluyendo la violencia necesaria, arguyendo
principios morales, filosóficos o religiosos, significa abandonar y
traicionar todo lo bueno, lo humanamente justo y deseable que esos
principios precisamente defienden. ¿Qué religioso, moralista o asce-
ta puede serlo realmente si contempla pasivamente como los malva-
dos despedazan a su gente, sin intentar hacer nada efectivo al res-
pecto? ¿Qué clase de hombre es aquél a quien los injustos pueden
atropellar cuando quieran, expropiarlo, humillarlo, violar y asesinar
a los suyos, teniendo la total seguridad que no hará absolutamente

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nada eficaz para defenderse ni para castigarlos? No puede llamarse


hombre a un ser tan bajo e inútil…

A veces esta forma extrema de pacifismo puede estar motivada por


el temor por los propios, es decir, por un sentido de protección a ter-
ceros, probablemente a los sobrevivientes de la familia atacada.
Aunque esta manifestación de pasividad tiene un origen más noble
que aquella actitud motivada por la cobardía, aun deja un amplio
espacio para el cuestionamiento.

¿Justifica el temor a las posibles represalias, el hecho de abandonar


a la impunidad infame la sangre de los inocentes? Si vemos el pano-
rama desde un punto no-inmediatista, sino con una visión ampliada
en el tiempo, esta decisión de dejar al depredador suelto “para evi-
tar más problemas”, ¿protegerá realmente, tanto a los propios como
al resto de la comunidad? ¿De veras esta demostración abierta de
indefensión y debilidad evitará que ocurran más abusos, o por el
contrario, propiciará nuevos atropellos, perpetrados incluso por
otros abusadores potenciales que hasta entonces no se habían atre-
vido a atacar? ¿Qué hay del honor de la familia, y de sus probabili-
dades de ser respetados o agraviados en adelante?

La falta de castigo al asesino sienta un precedente, que es aceptado


de manera implícita por la víctima. Eso supone un acto público, que-
dando establecidos, tanto el poder incontestable del ofensor como la
incapacidad de respuesta del ofendido. Peor aún, queda públicamen-
te establecida la aceptación sumisa de la víctima, de su lamentable
estado de indefensión. Este precedente de impunidad, desafortuna-
damente no es puntual y aplicable sólo al caso del buen hombre,
sino que es extensivo hacia el futuro, para otras posibles víctimas y
otros posibles agresores.

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No se disuade a un animal agresivo demostrándole debilidad, temor


o intentando evadirlo. Todos los individuos o grupos humanos que
utilizan la fuerza física para imponer la posesión, el saqueo y el do-
minio sobre otros, siguen una lógica conductual abiertamente ani-
mal: un depredador intimida o ataca a sus víctimas para saciar sus
deseos, sin consideraciones de ningún tipo. El asaltante ataca a su
víctima sin ser provocado en ninguna manera, movido solamente
por sus propios deseos. Está suficientemente demostrado por la vida
que evadiendo el conflicto no se evitará la agresión de un enemigo
empecinado en causar daño.

En un escenario de violencia, injusticia y humillación impuestas por


otros, la defensa efectiva no es una opción, es una necesidad, y más
aun, es un deber. No es una decisión del agredido. No es su opción.
No escogió esa situación, le fue impuesta, es real y no puede cerrar
los ojos a la realidad y simplemente desear que fuese diferente. La
iniciativa la tiene el agresor y sólo hay una salida humanamente
digna: intentar defenderse de manera efectiva. Si se tiene éxito o se
fracasa en el intento de defensa, eso dependerá de las capacidades
subjetivas y de las condiciones dadas, pero invariablemente, sin im-
portar el resultado, la defensa sigue siendo la única reacción digna.

Antes de continuar, veamos la cuestión de la defensa efectiva. Como


el término lo sugiere, la defensa es efectiva si evita, de manera real,
que un enemigo nos cause daño o nos lo siga causando. La forma de
defensa adoptada deberá indispensablemente, ser correspondiente y
proporcional a las características del ataque; la forma de defensa
adoptada no será efectiva si no guarda esa necesaria proporción.
Una agresión física no-armada puede ser contrarrestada por una
reacción defensiva no-letal, pero que sea lo suficientemente enérgica
para derrotar, reducir o disuadir al atacante; pero sería totalmente

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desfavorable, por ejemplo, enfrentarse con palabras a un ataque con


balas de armas automáticas. Volviendo a la parábola, el buen hom-
bre no estaría defendiendo en nada a los suyos, si sólo pretendiera
enfrentar con razones o con palabras a los irracionales violadores,
saqueadores y descuartizadores armados que asaltan su casa.

Tenemos entonces a un hombre justo, enfrentando el drama del ase-


sinato y la violación de su familia, el saqueo voraz de sus bienes y la
falta de un sistema legal que lo proteja; este es un drama agravado
por toda una serie de temores y preocupaciones muy humanas. En
circunstancias extremas como esta, suele ser sumamente difícil dis-
tinguir y ejecutar las decisiones y las acciones correctas; y suele ser
amargo el cumplimiento de los deberes que todos los seres libres y
dignos deben asumir en esos casos. El ofendido podría innegable-
mente morir en el intento de ajusticiar al verdugo. Además de eso,
el hecho de hacer justicia en este caso exigiría derramar la sangre
del asesino; y para redondear el problema, el ajusticiamiento del
verdugo podría iniciar una ola de venganzas recíprocas, una ven-
detta sangrienta.

¿Justificarían estas legítimas razones la decisión de abandonar el


compromiso con la justicia, el deber con la propia sangre? ¿Justifica-
rían la pérdida de la dignidad esencial de todo hombre o mujer de
bien? Absolutamente no.

Quizá otro ejemplo extremo y demoledor pueda ilustrar mejor la


esencia de la cuestión de los deberes naturales y universales del ser
humano, que van más allá de su interés particular y que están por
encima su misma supervivencia: una persona virtuosa transita por
un lugar solitario y es testigo de cómo unos bandidos se disponen a
violar y asesinar a una inocente niña. Ya señalé antes que el cum-
plimiento de los deberes con el bien y con la humanidad puede ser

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amargo… el buen testigo se encuentra solo, lejos de toda ayuda po-


sible y ante un grupo de desalmados asesinos; el testigo es una per-
sona poco habituada a las situaciones violentas, lo que supone una
inhibición para decidir y una desventaja técnica si intenta defender
a la niña; el testigo tiene una buena vida que apreciar y una familia
que sostener, por lo que su muerte, si sucumbiera a manos de los
asesinos, sería una tragedia para muchos. A estas poderosas razo-
nes se suman las bajas probabilidades de derrotar a los bandidos
pues el testigo no trae armas consigo, y por lo tanto, la probabilidad
de morir junto a la niña en el intento por salvarla, es elevada.

¿Justificarían todas esas razones legítimas y de mucho peso, la


eventual decisión de pasar de lejos y no defender a la niña? Absolu-
tamente no. Es cierto que los riesgos son mayúsculos y que la deci-
sión de intervenir casi significa la decisión de morir luchando junto
a ella. Digo “luchando junto a ella” y no “luchando por ella”, pues no
sólo se trata de salvar la vida de la niña; cuando los seres humanos
nos hallamos frente a una encrucijada así, se trata de la defensa de
nuestra humanidad misma y de todo aquello que consideramos bue-
no, justo o valioso, por lo que vale la pena nuestra existencia y la de
los nuestros; se trata de la defensa de esas cosas trascendentales sin
las cuales ni la vida propia ni la de aquellos tendrían valor o senti-
do. Queda duramente esclarecido que el deber ineludible del buen
testigo es pelear, y morir si fuera necesario, al lado de la pequeña
desafortunada.

La acción efectiva en defensa del bien universal, y en particular, en


la reivindicación de la justicia, no es una opción, es un deber huma-
no ineludible.

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4.3-DECIDIRSE POR LA PAZ EQUIVOCADA CAUSA MAS


DAÑO QUE ASUMIR LA CONFRONTACION ACERTADA

Septiembre de 2010.

Nos trasladaremos a Suramérica, a Chile, al año 1973. El Presiden-


te Allende dirigía, por mandato democrático, el Gobierno chileno. La
pugna política y la lucha de clases eran particularmente intensas a
raíz de la alianza popular con el Gobierno de Allende, orientada a
impulsar cambios importantes en la estructura política, económica y
social del país. Estos cambios de corte progresista enfrentaron como
siempre, la feroz oposición de la oligarquía local y del imperialismo.
En pocas palabras, la clásica descripción de las luchas populares
anti-oligárquicas en América Latina y algo muy parecido al caso
hondureño actual.

Las indecisiones, las ingenuidades y los errores políticos se dieron


allí desde mucho antes, en el transcurso de la confrontación entre el
proyecto reformista progresista del Gobierno y el plan reaccionario
de la oligarquía chilena, naturalmente extranjerista y militarista;
pero hubo un momento crucial en el que la dirección del proyecto
progresista chileno debió tomar las decisiones contundentes y defi-
nir el balance del poder real (resolver revolucionariamente el pro-
blema del poder, según el comandante Shafik H.), [17] que vino con
el “tancazo”, una sublevación militar, una intentona golpista reac-
cionaria que fue sofocada por las tropas leales dirigidas por el Gene-
ral Pratts y otros oficiales constitucionalistas. Ese momento de im-
posición física sobre los enemigos del pueblo, esa condición de poder
decisivo ganada con la derrota militar de los retrógrados, esa atmós-
fera de indignación nacional suscitada tanto en el pueblo como en la
parte sana del ejército, no fueron explotados por el equipo político
de Allende para desarmar contundentemente a las fuerzas anti-

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populares. En su civilidad pacifista y suicida, le perdonaron la vida


al monstruo. Y en la guerra contra el homicida fascista nunca hay
segundas oportunidades…el siguiente round del conflicto trajo el
devastador golpe de Estado reaccionario de Pinochet.

Los errores fatales de un capitán no sólo pueden hundir su barco


sino que también pueden ahogar a la tripulación. Lo grave de los
errores estratégicos de la dirigencia de un movimiento popular o de
un Gobierno progresista en los momentos cruciales de la lucha polí-
tica y de la lucha de clases, es que allí no solamente está en juego la
dirigencia o el Gobierno mismo: un descalabro arrastraría también
a todo un pueblo, el cual quedaría sometido por la reacción a unas
condiciones de dominación mucho peores que las iniciales, recrude-
cidas por la derrota. En ese momento el allendismo no era solamen-
te una fracción de un partido político en el poder formal, (como tam-
poco lo era el Poder Ciudadano en Honduras), sino que cargaba con
su condición de abanderado de la causa popular, resultando que de
sus errores provinieran, no sólo su propia caída, sino que también la
derrota popular, una larga noche oscurantista, el más negro lago de
terror y sangre vistos por el pueblo chileno en los últimos tiempos,
la dictadura fascista.

Los casos ejemplares de pacifismo equivocado son abundantes en el


curso de la Historia; la misma indecisión evitó que las potencias re-
lativamente sobrias o ”las menos malvadas”, los aliados del frente
mundial anti-fascista, detuvieran a tiempo el crecimiento del mons-
truo de la Alemania nazi. Así, por evitar los daños normales de una
guerra necesaria, cosecharon males mil veces mayores, un genocidio
superlativo y otra guerra peor, que si era innecesaria, ya que pudo
haberse evitado tomando las medidas ineludibles y resueltas que la
situación y el momento demandaban.

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El amor por la paz es una cosa, estar dispuesto a tolerar el abuso y


la humillación en aras de una paz deshonrosa, es otra. De hecho,
eso implica una paradoja, ya que la prevalencia del abuso atentará
contra la paz misma, tarde o temprano.

¿Qué pasa cuando el individuo o la colectividad no zanjan de una


manera definitiva los incidentes que laceran sus derechos, si no se
establece ni se define palmariamente cuál es el propio derecho, cuan
irrenunciable es para uno ese derecho, lo ilimitado de la voluntad de
uno para hacerlo prevalecer y cuáles serían las consecuencias para
cualquiera que se atreva a atropellarlo?

Tolerar un atropello causará que se produzcan más atropellos.

El abuso impune se retroalimenta y se reproduce. Tanto a nivel


personal como a nivel colectivo, el abuso impune se reproduce debi-
do a la dinámica repetitiva del acto exitoso. Si una acción o un mé-
todo le producen buenos resultados, el sujeto que los adopte invaria-
blemente recurrirá a los mismos en el futuro, hasta que esa dinámi-
ca se interrumpa y sus intentos fracasen. La persona individual o
colectiva atropellada una vez, debe ejecutar las acciones efectivas
para frustrar el éxito del agresor, evitando que el hecho se concrete,
recuperando lo despojado o bien castigando sensiblemente al sujeto,
según sea el caso; esto es necesario no sólo para corregir el abuso
presente, sino también para evitar que se repita en el futuro.

Esto de “castigar sensiblemente” al culpable nos lleva pronto a dos


consideraciones: primera, la cuestión de la reacción proporcional a
la fuerza del atropello sufrido, pues no se detendría ni se castigaría
a un energúmeno agresor recriminándole con razones, ni se reduci-
ría a un asaltante armado con las puras manos, menos podría casti-

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gársele. Segunda, el grado y la naturaleza de las acciones que pue-


den golpearlo sensiblemente dependen en parte de ciertos factores
subjetivos del agresor. Como ejemplos, una cachetada no detendría
la agresión por parte de un gorila corpulento, una multa de un sala-
rio no le causaría ni cosquillas a un multimillonario, una denuncia
pública recriminadora no le robaría el sueño a quien la moral y la
reputación le importan un comino. Esto va al caso cuando se recri-
mina ingenuamente a los golpistas por ser injustos, violentos y anti-
democráticos, ¡eso no les roba ni un minuto de sueño!

La dinámica repetitiva de abusos exitosos tiene un largo historial


en estos lares. El cariísmo, por ejemplo, aprendió que la fórmula del
encierro, destierro y entierro funcionaban de maravilla para obtener
la sumisión de la sociedad. Sus esbirros a nivel local, hallaron por
ese método poder y riquezas personales. El “éxito” obtenido por los
fascistas hondureños en esas experiencias motivó el aprendizaje de
las mismas y su repetición posterior; por esa razón siguieron matan-
do impunemente y formaron una generación fresca de “discípulos”.

Carías también patentó un auto-golpe político, una especie de “golpe


legal” exitoso, que siguiendo la misma lógica del abuso exitoso, fue
imitado luego con algunas variantes, por Julio Lozano en 1954 y por
Micheletti en 2009.

Los herederos de aquella escuela cariísta de sicariato estatal, ya


“profesionalizados” como descuartizadores del pueblo en los años
setentas, también lograron sus objetivos de saquear y malvender el
país sin oposición. De nuevo, el éxito obtenido por los malvados, y su
impunidad acompañada incluso de honra y prestigio, (!?) los animó
a repetir la matanza en los años ochentas; y ahora, en el siglo XXI,
los mismos esbirros de aquellos años oscuros, dirigen a la nueva
manada de bestias mata-pueblo. Y seguirán degollando al pueblo

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mientras ese método siga siendo “exitoso” para ellos. Un sistema


similar de salvajismo dictatorial militaroide fue aplicado en la Nica-
ragua somocista, donde el círculo de abuso repetitivo fue roto a
pedazos por la demoledora revolución popular en 1979. Al igual que
la maleza, la ambición sanguinaria de los injustos puede retoñar en
cualquier momento, pero allá, en la hermana tierra de Sandino, los
fascistas lo pensarán mil veces antes de emprender otra aventura
de descuartizamiento del pueblo…

Ningún político o militar golpista hondureño ha sido castigado por


la justicia, ni ajusticiado de hecho por el pueblo, por sus crímenes
contra la vida, contra los derechos humanos y ciudadanos, contra la
institucionalidad, contra el bien nacional y contra la humanidad
entera. Unos murieron viejos, enriquecidos y prestigiados, después
de disfrutar una larga vida en abundancia y tranquilidad; otros aun
disfrutan de la riqueza y del poder. En una palabra, todos ellos han
tenido éxito en sus atracos contra la nación y contra la población. Y
exactamente lo mismo está comenzando a suceder nuevamente, y
seguirá ocurriendo mientras lo permitamos como pueblo.

La dinámica del método exitoso de los opresores nunca fue rota, los
asesinos jamás fueron castigados y sus cúpulas lograron gozar de
los frutos de su saqueo sangriento; por tanto, el método se repitió y
se seguirá utilizando hasta que nuestro pueblo rompa la secuencia y
establezca un precedente de castigo ejemplar.

Es hora de la dignidad para el pueblo hondureño. Es la hora de la


justicia, de romper el círculo de la impunidad, del castigo ejemplar
para los reaccionarios vende-patria y mata-pueblo. Es la hora del
pueblo. Después de todo, es su derecho. Esta es su tierra. Esta es su
Patria. Absolutamente nadie, ni fuerza extranjera, ni grupo local
alguno, tiene derecho a subyugar ni a masacrar a toda una amplia

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población nacional y originaria, en su propia casa. Si el pueblo hon-


dureño no rompe este círculo vicioso, pagará con la esclavitud y con
la sangre de sus hijos la continuación de la fatal secuencia del abuso
impune, y arrastrará consigo, como les sucedió a las generaciones
anteriores, la carga aplastante de la vergüenza, de la cobardía, y de
la culpa por el deber no cumplido.

Y sufrirá además, el peso de las consecuencias.

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4.4-LA ESENCIA DEL PROBLEMA Y LA DEBIDA RESPUESTA

DEL PUEBLO

La fuerza sólo puede ser contrarrestada por la fuerza.

“No existen caminos rectos en el mundo; debemos estar preparados


para seguir un camino de vueltas y revueltas y no tratar de conse-
guir las cosas a precio de baratillo. No hay que imaginarse que una
buena mañana todos los reaccionarios se pondrán de rodillas por su
propia voluntad.” - Mao Tse Tung.
Un golpe de Estado es el secuestro armado de la población, del terri-
torio, de los recursos y de las instituciones públicas de todo un país,
por parte de una minoría interna de la sociedad. Al igual que el
asalto y secuestro de una casa ajena, no es un hecho revestido de ra-
zón o legitimidad alguna, sino que es un mero acto de poder, al mar-
gen y por encima de todo derecho. Es un acto de fuerza puro. Lo que
diferencia al golpe de una revolución popular, más allá de la dife-
rencia de las dimensiones del conflicto, es el factor trascendental de
la legitimidad democrática: el golpe es la imposición por la fuerza de
una élite de poder minoritaria sobre la población, y la revolución es
el mandato soberano de un pueblo, materializado también por la vía
de la fuerza, sobre la minoría oligárquica. La diferencia es astronó-
mica.

¿Qué debemos hacer como pueblo entonces? Ante la actual encru-


cijada política de la nación, un político partidista seguro asumirá
posiciones electoreras, un religioso verá las cosas desde su óptica
mítico-religiosa, un contestatario verá la cuestión desde su con-
cepción de protesta, para un guerrillero será un asunto puramente

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militar; así, las posiciones personales son innumerables. Son posi-


ciones subjetivas. ¿Cuál es la posición objetiva que debe asumir el
pueblo, que sin renunciar a los principios, esté apegada a la reali-
dad y no a los deseos, los sueños o las creencias de unos u otros indi-
viduos? Esto requiere del análisis crítico y científico de la situación,
interna y externa. Tal análisis, indispensable y urgente, no es tarea
de una sola persona, sino que debe ser llevado a cabo por toda la
población patriota y condensado por un buró político objetivo, ideo-
lógicamente sólido, capaz.

Veamos el fondo del asunto a través del ejemplo simple y práctico de


la familia que fue asaltada, atacada, expropiada, y expulsada de su
propia hacienda por una banda de asaltantes armados.

Primero, el hecho se da en una provincia salvaje, sin ley, es decir


que no hay ninguna autoridad legítima que pueda proteger a las
víctimas; la autoridad allí, la ejercen de hecho los asaltantes, y los
agraviados dependen únicamente de sí mismos.

Vimos antes que es un deber irrenunciable del buen hombre y de su


familia, intentar hacer justicia por la sangre inocente de todos sus
muertos, sin límite de formas o de recursos. Pero, en cuanto a la
cuestión material, ¿qué debería hacer la familia asaltada si desea
sacar a los usurpadores de su propiedad y recuperar sus bienes? Ya
hemos discurrido sobre la inutilidad de la razón y del derecho, ante
la fuerza incontestable de los injustos. Nadie va a intervenir desde
afuera tampoco. La lógica más elemental nos conduce a una rea-
lidad clara y llana: se debe expulsar a los usurpadores por la fuerza.

Pero, ¿no hay realmente otras salidas al problema, otras opciones


que eviten el peligro, la confrontación amenazante o la violencia
indeseable? Planteado más descarnadamente, ¿no existe alguna

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manera de recuperar lo usurpado sin esfuerzo ni sacrificio elevados,


una vía “más inteligente” y fácil? ¿Existirá, bajo las condiciones des-
critas, una salida mágica que les devuelva a los legítimos dueños su
patrimonio sin correr los riesgos que implica enfrentar y expulsar a
los violentos usurpadores?

Veamos. La familia asaltada puede decidir recuperar su patrimonio


o darlo por perdido, evitando así el conflicto y olvidando el asunto.
Partamos de la premisa de que se desea, y que se ha decidido recu-
perar lo robado. La posibilidad de la intervención o la ayuda externa
está descartada. Ya vimos antes que reclamar, increpar, reconvenir,
rogar o lloriquear, definitivamente no funciona con los energúme-
nos, además de ser absurdamente peligroso. En definitiva, en un
contexto puro, no intervenido por agentes externos efectivos, la fuer-
za sólo puede ser contrarrestada por la fuerza. El carácter y el grado
de la fuerza ejercida, son amplios y dependerán de las característi-
cas específicas de los actores y de la situación dada.

Aquí, la nación entera, el pueblo hondureño, hemos sido asaltados


secuestrados y saqueados por el golpismo. Nuestra soberanía de
pueblo ha sido usurpada. Como familia nacional fuimos asaltados y
sometidos por vía de las armas, y el grupo de asaltantes posee a sus
anchas nuestra casa, y rige por la fuerza nuestras vidas.

Estamos solos, el pueblo contra la oligarquía y el imperio.

Honduras es un Estado soberano, a despecho de lo que esgriman los


derrotistas o los entreguistas. Si aun siendo una nación intrínseca y
formalmente libre, la oligarquía y sus mal-gobiernos malinchistas
insisten en ser vasallos de fuerzas imperiales extranjeras, eso es

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otra cosa, es esclavitud voluntaria; es la tenaz insistencia en ser


esclavos, de los criollos latinos.

Voy al punto: los amigos externos de la justicia, de la democracia y


del verdadero pueblo hondureño, pueden apoyarnos moralmente y
colaborar en nuestra lucha por la libertad en una manera paralela,
solidaria, secundaria. Pero nadie va intervenir decisivamente en la
contradicción interna pueblo-oligarquía. En la parte fundamental
del conflicto, es nuestro problema, estamos solos. La derecha ha sido
siempre más contundente y más letal que la izquierda popular, esa
es posiblemente la razón por la cual los primeros han sometido al
mundo durante siglos; el único sector internacional tajante, eficaz y
decidido, que no respeta los principios de no-intervención y de sobe-
ranía, es la derecha esclavista mundial encabezada por el imperio
yanqui, y éste más bien interviene clandestinamente en contra de
nuestro pueblo.

La tierra secuestrada es la nuestra. El pueblo agredido, humillado,


sometido y saqueado es el nuestro. Los esclavos somos nosotros.
Una de las primeras realidades objetivas que el movimiento popular
de liberación nacional debe asumir es precisamente esa, que esta-
mos básicamente solos, el pueblo contra la oligarquía y el imperio;
es un problema del pueblo hondureño y sólo éste debe y puede resol-
verlo. La colaboración de las fuerzas progresistas y de los sectores
democráticos del mundo es buena, pero el destino del pueblo no de-
be depender jamás de otros, sino de sí mismo. El patriota auténtico
y el militante genuino del movimiento popular de liberación, deben
rechazar rotundamente a aquellos que por desconocimiento o por
oportunismo tratan de manipular la consciencia de nuestra gente,
predicando el “intervencionismo bueno”, la aberrante mentira que
desde afuera nos van a venir a liberar; eso induce al pueblo hacia la

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postración atenida y a la aceptación indigna de su invalidez para


defenderse.

Nuestra Patria ha sido secuestrada por la fuerza


y sólo puede ser liberada por la fuerza.

Retomando el tema, nuestra Patria ha sido secuestrada a través de


las armas, por una fuerza bruta e irracional. Ya comprobamos hasta
la saciedad la desvergüenza, la tozudez y el cinismo del hampa gol-
pista. El diálogo franco, la denuncia veraz o el reclamo justo, son
para ellos sólo ridículos y despreciables lloriqueos. Y en semejantes
circunstancias, eso son realmente. El golpe es una moderna forma
de conquista militar, y desde la óptica del conquistador, no se cede
cobardemente la tierra, los súbditos ni el botín conquistados. Vién-
dolo con un gramo de claridad, sería estúpido y absurdo que este
grupo de mafiosos se tome el costo y los riesgos de secuestrar una
nación entera hoy, para decir mañana “está bien, nos hemos equivo-
cado”. No van entregar así, tan fácil e infantilmente su conquista,
quedando además a merced de perderlo todo, a causa de presiones
tibias y de inconvenientes secundarios. Sólo nuestra candidez de
pueblo noble, nuestro desconocimiento de la naturaleza del poder, y
nuestra falta de filo revolucionario, pudieron permitir que creyéra-
mos semejante absurdo alguna vez…

El ser racional, e incluso el animal promedio (!) no necesita repetir


diez veces un error ni estrellarse diez veces con el mismo muro para
detectar que algo está mal en la idea o en la ejecución de una acción
dada. Aquí, después de intentar vez tras vez las acciones ineficaces,
después de fracasar en tantos intentos mal orientados, hace mucho
debimos, como pueblo y como fuerza política, saber que algo andaba
mal en las estrategias del movimiento y en el movimiento mismo.

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Y ese “algo” es el error infantil, anti- histórico y anti- científico (si lo


vemos desde la perspectiva de la lucha de clases), de creer que se
puede, con razones, con reclamos, con comunicados, con legalismos y
con recriminaciones públicas, contrarrestar la efectiva violencia po-
lítica que la reacción ejerce para retener el poder, con pragmática
capacidad y con plena conciencia. Debemos entender que la reacción
fascista está haciendo lo que debe hacer, y desde la óptica de sus
torcidos intereses, lo hace bastante bien, con resolución, eficacia y
contundencia; que cualquier grupo capaz, eficiente y despiadado que
deseara alcanzar los mismos fines, haría lo mismo y más. Quien no
ha hecho acopio de la claridad política, de la efectividad y del prag-
matismo revolucionario, necesarios para establecer su soberanía y
su libertad, somos nosotros, el pueblo, encarnado en su dirigencia y
en sus organizaciones. Hemos hecho algo, se ha intentado mucho,
pero no ha sido lo más acertado, no ha sido suficiente.

Si sabemos que en un contexto no intervenido por agentes externos


efectivos, la fuerza sólo puede ser contrarrestada por la fuerza, que
nuestra Patria ha sido secuestrada por la fuerza, y que nadie más
va a intervenir decisivamente en nuestro problema, tenemos ahí la
otra realidad objetiva que el auténtico movimiento popular de libe-
ración debe asumir ineludiblemente: nuestra Patria ha sido secues-
trada por la fuerza y sólo puede ser liberada por la fuerza. Esto se
deduce de los principios de proporcionalidad, de reciprocidad y del
carácter físico del poder mismo, todos ampliamente probados por la
Historia y avalados por la más simple lógica.

¿Significa esto que las vías políticas están totalmente descartadas y


debemos ir forzosamente a una guerra civil revolucionaria?

No necesariamente. La fuerza efectiva tiene muchas maneras de


manifestarse. Al hablar aquí de fuerza efectiva, nos referimos a la

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capacidad organizada, disponible e inminente, que tiene un pueblo


para hacerse respetar. Las vías políticas son totalmente válidas en
la disputa del poder contra la oligarquía golpista, siempre que ten-
gan un soporte físico real. Cuando decimos que nuestra Patria ”sólo
puede ser liberada por la fuerza” significa que, indistintamente de
la forma de lucha principal empleada para derrocar del poder a la
oligarquía, esta última no se irá de buena gana, sino obligada. La
oligarquía local es una clase social organizada y armada. Y no se
obliga a un poder armado con palabras.

Obligada. Tenemos la razón y el derecho de nuestra parte, pero eso


no es suficiente. Es la fuerza lo que debe sustentar al derecho y no
el derecho sustentarse solo. Las vías políticas para acceder al poder,
sin la fuerza, sin una forma de poder real que las respalde, valen
poco o nada. Solamente cuando los opresores sepan, más allá de
toda duda, que el pueblo puede golpearlos ya, inmediatamente, y
que está resuelto a hacerlo si es necesario, sólo entonces considera-
rán la posibilidad de abdicar a su reinado y devolver la soberanía
usurpada.

Lógicamente el uso del derecho a la fuerza para defender los más


sagrados valores del pueblo debe ser inteligente, planificado y no
emotivo; contundente y audaz, no suicida; no se debe caer en una
encerrona cuando el enemigo nos provoca sabiendo que tiene todo
preparado para aplastarnos. Pero tampoco se debe olvidar el hecho
obligante de que somos una mayoría abismal y el pueblo a quien
Dios dio esta tierra sagrada. No se trata de evadir el deber de ata-
car hasta derrocar a los opresores, sino de hacerlo audaz e inteligen-
temente. Lo que nunca debe hacerse, bajo pena de incurrir en una
virtual traición, es renunciar al derecho del pueblo para imponer
por cualquier vía que sea necesaria su soberanía; ni menos, eludir

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ese deber, pretextando una “prudencia” paralítica, escudando la


indecisión, el acomodamiento al sistema o el miedo, detrás de una
anti-histórica preocupación por la sangre de los patriotas, que es el
motor de todas las conquistas y las libertades humanas. Y la sangre
del pueblo siempre se derramará, ya sea de rodillas, ya sea pelean-
do… No se debe achacar al pueblo, las debilidades, la incapacidad,
la indecisión o el miedo de su dirigencia. Si nuestro pueblo tuviera
un Fidel Castro hondureño y un equipo de trabajo como el suyo, pro-
bablemente estaríamos hoy consolidando el segundo año de la revo-
lución popular.

¡No envíen a mi pueblo a morir como corderos!

Por supuesto que coincidimos con la idealidad de alcanzar la libera-


ción popular por la vía cívica y política pura. Sin peligros, sin con-
flicto, sin sangre. Esa sería la salida ideal en un mundo ideal.

Pero, para construir las condiciones indispensables en las que seme-


jante sueño democrático sea objetivamente posible, el pueblo debe
obligar a los reaccionarios a ceder los espacios de poder necesarios,
por la vía que sea necesaria. Y el concepto obligar implica coerción,
es decir, alguna forma de fuerza real y efectiva. Un acuerdo de paz
se alcanza entre dos enemigos envueltos en un conflicto verdadero,
que se temen y se respetan mutuamente. Nadie firma un acuerdo de
paz con un adversario indefenso, incapaz de combatir. Un adversa-
rio incapaz de pelear está reducido a la impotencia, está derrotado,
no tiene nada que reclamar ni negociar y sólo puede rendirse.

Aquí, los fascistas se divierten eliminando a varios patriotas por


semana. Lo hacen con facilidad, unilateralidad e impunidad. ¡Y el
“mando político” del movimiento popular les “exige” a los fascistas

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que se auto-castiguen! Se les pide a los militantes del movimiento


popular que vayan a desafiar, a atacar políticamente a la dictadura,
pero no se hace nada eficaz para defenderlos cuando viene el contra-
ataque fascista. No se defiende “con la boca”, con protestas o comu-
nicados, a un compatriota que corre huyendo de los balazos. Ningún
movimiento, de ningún tipo en el mundo, puede sobrevivir si envía
todos los días a sus militantes a morir como moscas, sin protección
alguna y sin infligir bajas en el lado enemigo. A eso podría apropia-
damente llamársele “los principios de la derrota”. Con esa desas-
trosa estrategia, sus fuerzas serán aniquiladas en cierto tiempo, y
las fuerzas del enemigo crecerán. Eso ya sucedió en el pasado, y los
patriotas fueron exterminados uno a uno hasta que el movimiento
se diluyó.

La lógica más simple nos dice que cualquier lucha debe tener algu-
na proporcionalidad. Si un grupo de hombres se enfrenta a un grupo
de niños, allí no habrá batalla alguna, sino una masacre unilateral.
Las fuerzas del pueblo deben devolver medida por medida a los ene-
migos del pueblo, si es que acaso no desean ser exterminadas. Si el
pueblo va a enfrentar a la oligarquía, con votos, en la deseable are-
na cívica, ¡bienvenida! Así debería ser en una sociedad civilizada y
eso deseamos como pueblo noble. Pero ser noble es una cosa, ser
cobarde, absurdo y suicida, es otra. Si la oligarquía va a usar balas,
no podemos enviar a los patriotas a detener las balas con su pecho
desnudo. ¡Es más asesino el que manda al pueblo a repeler las balas
del fascismo con palabras, que quien dispara las balas mismas!

Si el Frente está verdaderamente dispuesto a luchar por la libera-


ción nacional y popular, debe comprender la gravedad del problema
al que se está metiendo con la oligarquía y con el imperio. Es una
disputa de sangre, literalmente, es un conflicto a muerte. No está

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claro si la conducción política del movimiento comprende esto a


cabalidad, o si creen ingenuamente que esto es sólo un jueguito
“civilizado” de la pequeña política. No se amenaza a un terrible
criminal si no se está preparado y dispuesto a enfrentar su ira
asesina. Tampoco se le amaga. O se le ataca contundentemente
hasta derrotarlo o no se hace nada, pero uno nunca debe discutir
con él, ofenderlo y menos amenazarlo gravemente, si no está dis-
puesto a liquidarlo. De lo contrario, el asesino no va a amagarle a
uno…

Los humildes patriotas de mi tierra están siendo exterminados a


diario por los fascistas renegados de su pueblo y de su sangre. Pero
ninguna dictadura comete asesinatos políticos contra alguien que no
la ataque políticamente. Por tanto, están siendo aniquilados porque
han sido enviados, sin ninguna defensa, a atacar políticamente a la
dictadura. Si nuestros líderes no están en la disposición de asumir
apropiadamente todos los deberes y las consecuencias de ese terri-
ble conflicto, ¡por Dios! ¡No envíen a mi pueblo a morir como corde-
ros!

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4.5- LA NATURALEZA, LOS OBJETIVOS Y LAS LEYES DE LA

LUCHA POPULAR DE LIBERACION

0ctubre de 2010.

Vivimos tiempos especiales que exigen personas y acciones también


especiales. La colosal tarea de la liberación nacional y popular re-
quiere de un delicado equilibrio. La orientación de la lucha debe ser
integral y no aislada. Debe tener una organización y una planeación
sabias y sistemáticas, pero también la acción audaz, resuelta y efi-
caz en el momento indicado. Una mezcla oportuna de serenidad fría
y de audacia explosiva, de inteligencia y de fuerza.

El extremismo precipitado puede ser suicida. Es una concepción de


lucha no planificada sino espontaneísta, no es integral sino unilate-
ral y puntualista. Pero en algo tienen razón los extremistas: “No
hay que imaginarse que una buena mañana todos los reaccionarios
se pondrán de rodillas por propia voluntad.” Es más probable que
los extremistas lleguen, por milagro, a derribar al monstruo de la
dominación con un disparo providencial, que los moderados lo derro-
ten con reclamos y con buenas razones.

Por otro lado, la “moderación” es contraproducente en medio de una


lucha de liberación nacional, donde la acción enérgica y la definición
tajante de la cuestión del poder son indispensables y vitales. En un
escenario así, la moderación puede convertirse en flojera ideológica,
tibieza política, indecisión, colaboración indirecta y renuncia a los
verdaderos objetivos. Es el reflejo práctico de no estar dispuesto uno
a dar la batalla total por la causa, es la disposición previa de sólo
llegar hasta cierto punto en la batalla, y de tocar la retirada si las
cosas se tornan difíciles. La moderación es en suma, una tendencia
reformista y pequeñoburguesa por excelencia, una forma de auto-
preservación del sistema de dominación.

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La moderación es también la propuesta de convivir con las víboras,


asumiendo ingenuamente que ellas pagarán con reciprocidad. (!?)
En el duro mundo de la política real, convivir con las víboras es un
suicidio, a menos que se les arranquen los colmillos. Aquella es una
concepción de lucha diseñada para los pueblos por los ideólogos me-
diatizadores de la burguesía. Diseñada para el pueblo, no para ellos
mismos; las clases dominantes enseñan a los pueblos, a ser domina-
dos, les entrenan para luchar inefectivamente. Pero sí enseñan a los
suyos a dominar eficazmente. La línea de acción de la derecha escla-
vista es radical, férrea, eficaz, contundente y letal. Jamás comprar-
ten el poder con la clase antagónica: la someten o la liquidan. Ellos
si saben defender a muerte, literalmente, el poder y la riqueza. Y si
llegan a perderlos (eso es muy raro dada su eficacia), no lo piensan
dos veces para contraatacar con todas sus fuerzas; la contrarrevolu-
ción es entonces, absolutamente inmediata y sólo termina cuando
ellos han triunfado o cuando están ya definitiva y desahuciadamen-
te derrotados. Esas son virtudes del enemigo. Y en toda batalla, no
se debe subestimar las virtudes del enemigo sino aprender de ellas.

Las posiciones tibias desorientan al pueblo. Lo inducen hacia la


vacilación y la ineficacia, y por consiguiente hacia el fracaso. Ca-
nalizan las inmensas energías revolucionarias de la población hacia
una lucha renunciadora, concesionista, que por tanto no es lucha.
La soberanía y los derechos sagrados de un pueblo no se negocian,
no se comparten, se defienden y se imponen; o al menos se intenta
hacerlo con todas las fuerzas y recursos disponibles, sin auto-
maniatarse. Las condiciones objetivas determinarán hasta qué pun-
to es posible imponer la soberanía popular en una circunstancia y
un momento dados, pero el pueblo debe dar todo de sí mismo, no un
poco, todo, para lograrlo.

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La concepción de la lucha popular debe ser entonces resuelta, con-


tundente, inclaudicable, radical. Radicalidad de principios, no fana-
tismo ni fundamentalismo. Significa no hacer concesiones, no nego-
ciar ni compartir la soberanía del pueblo. Cuando se defienden valo-
res relacionados a la verdad, a la justicia, al bien, no hay puntos
intermedios. La menor concesión implica faltar a ellos, pasarse al
otro lado. Es cierto que en política se requiere de cierta flexibilidad
y tolerancia en el plano subjetivo, por dos razones básicas: servir
mejor a los propios intereses e incluir los derechos ajenos; pero es
una flexibilidad coyuntural, de las formas, jamás de los principios.
En el caso planteado, no se trata de alguna forma de dogmatismo
extremo-izquierdista ni de radicalidad personal, subjetiva, sino de
una inflexibilidad objetiva e intrínseca, la inflexibilidad de los prin-
cipios. Hay principios, valores y derechos que definitivamente no
admiten concesiones, y la soberanía popular es uno de ellos. Una
mujer, por ejemplo, no puede hacer concesiones sobre la soberanía
de su cuerpo: ella tiene el derecho a no ser violada nunca, y no pue-
de aceptar sólo ser violada de vez en cuando… Y tiene el deber de
reivindicar ese derecho con su vida si es necesario.

Radicalidad revolucionaria, firme y férrea, a la vez que razonada y


analítica; intrépida y valiente, pero no absurdamente suicida. La
filosofía tradicional nos predicó la relatividad de los valores, más la
realidad nos prueba lo absoluto de los valores: sucede que la verdad,
la belleza, la perfección, están allí, independientemente del sujeto
que las califica, existen incluso cuando no exista sujeto alguno que
las perciba. Los valores y los principios no pueden pandearse. Por
supuesto que el hampa seudo-intelectual burguesa arremeterá con-
tra una concepción radicalmente revolucionaria, tildándola de extre-
mismo, fanatismo y de otros mil calificativos, porque amenaza efec-
tivamente y no con juegos tibios la hegemonía y el reinado de la oli-

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garquía. Al pueblo no debe importarle eso, después de todo, esa es la


principal función de los encantadores de serpientes de la “intelec-
tualidad” burguesa: domesticar a las masas. Y el objetivo del pueblo
no es agradar a sus enemigos para que opinen bien de su movimien-
to revolucionario, sino derrocarlos.

Movimiento revolucionario. Si un movimiento popular de liberación


política no es revolucionario, entonces es falso. Si su orientación es
reformista o si su objetivo es alcanzar el poder político y nada más,
sin destruir el sistema de dominación, entonces es un movimiento
caudillesco y demagógico que únicamente utiliza a las masas como
escalera política.

En suma, la tesis de conciliación y de lucha limitada pregonada por


los moderados contraviene seriamente los objetivos estratégicos de
la lucha popular y contradice los principios técnicos y científicos de
la misma.

Profundicemos un poco.

Por su magnitud, la lucha por la liberación política


es una guerra y obedece a las leyes de la guerra.

La lucha popular de liberación nacional trata del poder, de la rique-


za y del destino de una nación entera. La magnitud de semejantes
intereses determina que tal lucha no sea un simple pleito de intere-
ses menores, sino una forma de la guerra. Es una guerra por las di-
mensiones del conflicto, por la envergadura de los valores en juego,
y porque se elimina físicamente una parte de los contrincantes. La
magnitud del conflicto, los intereses materiales en juego y el costo
en vidas humanas se mantienen en esa guerra, independientemente
de las formas específicas que ésta adopte, ya sean la batalla cívico-

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política, el cerco económico, la insurrección de las masas, la confron-


tación político-militar, la represión masiva o la eliminación selecti-
va de los adversarios políticos.

Al ser, por su naturaleza, una guerra, la lucha de liberación obedece


a las leyes de la guerra. El objetivo de esta guerra es derrotar por
cualquier medio a los enemigos del pueblo, expulsarlos del poder de
la nación, e instalar en su lugar al pueblo mismo, como nuevo poder
de la nación. Ese es el objetivo fundamental de la lucha popular de
liberación y no debe confundirse con otras metas que son solamente
herramientas para construir la república popular. [18] La exitosa
consecución de ese objetivo fundamental permitiría al pueblo, ins-
talado como nuevo poder de la nación, implementar un programa
revolucionario de desarrollo nacional.

Siendo que la lucha popular de liberación nacional presenta por su


naturaleza, las características y las dimensiones de una guerra, y
que es una guerra, obedece entonces a las leyes de la guerra; apli-
quémosle pues los principios generales de la guerra. El principio
fundamental de la guerra consiste en conservar las fuerzas propias
y en destruir las fuerzas del enemigo. [19] Este principio general es
válido para las diversas formas de la guerra, incluyendo la lucha
por la liberación nacional y popular. Aplicando este principio gene-
ral de la guerra a nuestro caso concreto, se deduce que el principio
fundamental de la lucha popular de liberación nacional consiste en
conservar las fuerzas del pueblo y en destruir las fuerzas del ene-
migo del pueblo. Y esos dos últimos preceptos, deben necesariamen-
te ser consecuentes con el objetivo fundamental de la lucha popular
de liberación: derrotar por cualquier medio al enemigo del pueblo,
expulsarlo del poder de la nación, e instalar en su lugar al pueblo,
como nuevo poder de la nación.

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¿Qué significa “ser consecuentes con el objetivo fundamental de la


lucha popular de liberación”?

Significa que ambos preceptos del principio fundamental de la lucha


(el de conservar las fuerzas del pueblo y el de destruir las fuerzas
del enemigo del pueblo), deben ser interpretados y aplicados en con-
sonancia con la persecución del objetivo principal, que es derrotar al
enemigo del pueblo, expulsarlo del poder e instaurar la soberanía
del pueblo. Dicho de otra manera, no se trata sólo de conservar las
fuerzas del pueblo para contemplarlas, sino para utilizarlas en la
destrucción de las fuerzas del enemigo del pueblo; ni se trata de des-
truir las fuerzas del enemigo por deporte, sino para derrocarlo y pa-
ra instalar al pueblo en el poder de la nación.

Es llegado este punto donde la tesis de los moderados contraviene


los objetivos estratégicos y los principios de la lucha de liberación.
Primero, veamos el precepto de conservar las fuerzas del pueblo, es
decir, los recursos humanos, materiales y las condiciones favorables
alcanzadas. Todos los recursos del movimiento, incluido el recurso
humano, la vida de los patriotas, están subordinados al objetivo
principal de la lucha de liberación, derrotar al enemigo, expulsarlo
del poder e instalar al pueblo como nuevo poder de la nación. De tal
manera que el primer precepto, aplicado a la práctica, significa con-
servar las fuerzas del pueblo en el sentido de sufrir las mínimas
pérdidas posibles, mientras se cumple con la tarea ineludible de
causar el máximo daño posible a las fuerzas del enemigo del pueblo.
Entonces, el precepto de conservar las fuerzas del pueblo no quiere
decir que no se debe atacar nunca a las fuerzas del enemigo para no
tener pérdidas. Eso sería capitular de antemano, pues al renunciar
a atacar al enemigo para evitar las pérdidas, se estaría renunciando
también al objetivo fundamental de la lucha, pues sin atacarlo, no

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se podría derrotar jamás al enemigo ni instaurar el poder del pue-


blo. Así, el precepto de conservar las fuerzas del pueblo significa
conservar en lo fundamental dichas fuerzas para continuar la lucha,
reduciendo al mínimo las pérdidas, y desarrollar esas fuerzas para
alcanzar el objetivo fundamental.

Todas las conquistas del bien humano han pagado un alto precio a
través de los tiempos. Aquellos hombres y mujeres nobles que le
heredaron tantos derechos y beneficios a la humanidad, nunca esca-
timaron sacrificios para alcanzarlos. La concepción que los modera-
dos pregonan respecto a la renuncia del pueblo a pagar el precio de
su libertad es por eso anti- histórica, absurda y engañosa, al preten-
der que las grandes conquistas populares nos caigan gratis del cielo,
atrayéndolas con lastimeros ruegos y protestas, sin ningún sacrifi-
cio de nuestra parte.

Por último, la posición inocua de los moderados, choca también con


el precepto de destruir las fuerzas del enemigo. Tratamos en otro
párrafo como sus posiciones colisionan con la irrenunciabilidad de
los principios y de los derechos del pueblo. Pero los moderados se
oponen también a destruir las fuerzas del enemigo, proponiéndole al
pueblo coexistir con la espada de los reaccionarios pendiendo siem-
pre sobre su cabeza. No se puede instalar al pueblo como el nuevo
poder de la nación si no se destruye antes el poder de sus enemigos.
Y nadie puede vivir tranquilo si está conviviendo en la misma casa
con un enemigo feroz y traicionero, ¡y de paso, armado! Resulta que
en el duro mundo real, conciliar, negociar y compartir la soberanía
popular implica vender el principio de la soberanía misma, y dejar
escondido e intacto, el substrato del poder efectivo de los enemigos
del pueblo. Y cuando se trata de la derecha fascista, dejar intacto el
poder del enemigo es algo más que un suicidio, es un genocidio.

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La paz de la dominación mata mil


veces más que la guerra liberadora.

Es un hecho históricamente comprobado que ante la dominación de


los déspotas, la sangre del pueblo correrá inevitablemente. Esa no
es su decisión, es una condición impuesta por otros. La diferencia, lo
que sí puede decidir un pueblo es cómo correrá esa sangre valiosa, si
peleando o de rodillas. Cuando un pueblo está de rodillas bajo el
yugo de un régimen de dominación represivo, el desangramiento se
vuelve ilimitado en el tiempo, acrecentado por la facilidad y por la
impunidad con que los verdugos matan; a pesar de su inocencia, la
sangre mártir se vuelve menos digna, veladamente avergonzada por
el sentimiento de invalidez moral, por la aceptación sumisa de la do-
minación y por la humillación tolerada. Esto último es uno de los
sentimientos que han calado hondamente en el espíritu de nuestros
pueblos sometidos en toda la América Latina, devastando nuestra
identidad y nuestra autoestima colectiva, obstaculizando nuestro
desarrollo humano. Es agudamente doloroso pasar, de ser un pueblo
de guerreros libres y orgullosos, a la humillación de la esclavitud y
del coloniaje. Hasta ahora, representamos a las clases más desposeí-
das de una raza derrotada. La infinita humillación de los derrotados
es una mancha espiritual, colectiva y secular, que debe ser limpiada
con el borrador de la victoria popular, con la acción heroica, pero
efectiva y triunfante, que restaure la autoestima de toda nuestra
raza, el orgullo de su sangre continuamente pisoteada desde que el
pirata Colón apareció navegando en nuestras aguas.

Acción heroica pero triunfante. Porque al margen de su estatura


moral, hay poca utilidad práctica en el héroe derrotado. Sí hay un
valioso aporte simbólico en su legado y en su ejemplo, pero su gente
queda sometida y aquél nada puede hacer por ellos, a tal grado que

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en ciertas ocasiones, queda la sensación de que mejor hubieran


estado los suyos sin su heroísmo y sin el emprendimiento de su
fallida acción heroica.

Subrayo una vez más, que la forma y el grado de la acción coercitiva


que el pueblo debe ejercer para romper el yugo de la dominación,
dependerán de las condiciones y circunstancias que la lucha misma
vaya presentando. No hablamos de dar saltos que son objetivamente
imposibles, de la noche a la mañana. Pero sí de la decisión resuelta,
consciente y no-vacilante, del pueblo y de su dirigencia, para avan-
zar de manera efectiva y contundente hacia el objetivo, siguiendo
los pasos lógicamente ascendentes de las formas de lucha, sin arru-
garse ante ningún sacrificio que sea necesario por la causa.

La manifestación de la población en las urnas es la expresión de un


mandato con fuerza moral, únicamente. Las urnas limpias le dan
legitimidad al poder. Pero no es una expresión de fuerza efectiva, a
menos que esté respaldada por otras formas de fuerza física. En
cambio, las masas organizadas y revolucionariamente dirigidas sí
tienen muchas formas de ejercer la fuerza para obligar a los señores
feudales, locales o invasores, a abandonar el poder usurpado. Las
acciones van desde huelgas incisivas, los trancones contundentes a
nivel nacional, el boicot económico, el sitio masivo y decidido de los
centros de poder político, pasando en su momento, si es necesario, a
la insurrección y a la guerra popular revolucionaria. [20]

Pero ninguna de tales acciones es un juego, toda acción con un tras-


fondo revolucionario tiene un alto precio. Todos estos escalones en
las formas de lucha deben tener en común la decisión valerosa y
resuelta, es decir, deben presentar las características de acciones
revolucionarias, independientemente de la acción particular que se
ejecute; no es lo mismo realizar una huelga tradicional para pedir

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unas monedas de aumento de salario, que realizar una poderosa


huelga nacional complementando a la insurrección con el fin de
derrocar a una dictadura. La primera es casi un juego, la última es
una acción revolucionaria que requiere organización, coraje, resolu-
ción y una alta cuota de sacrificio en forma de represión sufrida y
vidas de patriotas. Hasta el sencillo hecho de pegar un afiche de agi-
tación revolucionaria en la calle es un acto diferente, intenso y peli-
groso, en situaciones de conflicto político agudo.

Los patriotas deben estar plenamente conscientes de la naturaleza


de la lucha en la que se hallan inmersos. Si verdaderamente esta-
mos comprometidos como pueblo en una batalla por derrocar la tira-
nía oligárquica, debemos entender que eso no es un juego, no es una
tibia demandita reivindicativa ni una campañita politiquera para
ver quién va a administrar durante el próximo período el poder de
la élite oligárquica. Es una guerra por la liberación de la nación y
del pueblo. Sólo puede ser una guerra, pues lo que está en juego es
nada menos que el poder, la riqueza y el destino de la nación entera,
y porque cuesta sangre. Una vez que hayamos aterrizado en este
punto, si ya entendimos que se trata de una guerra real, cada acción
deberá ejecutarse teniendo eso en cuenta, de modo que la intensidad
y las características de las acciones se correspondan con el nivel del
conflicto y con el peligro que la situación de guerra supone.

Y con la comprensión clara de la situación, con la decisión firme y


consciente de ir hasta las últimas consecuencias por la libertad,
cada acción del pueblo será diferente, cada huelga será un ataque
económico feroz, cada toma será una barricada insurgente, cada
movilización un cerco que amenace hasta el pellejo mismo de los
opresores. Cuando un movimiento popular masivo alcanza ese nivel
de conciencia y de resolución, dependerá del enemigo la decisión de

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devolver al pueblo la soberanía usurpada, con el consecuente fin del


conflicto o negarse, con el recrudecimiento del mismo; dependerá de
los opresores decidir la paz o arriesgarlo todo en un conflicto contra
todo un pueblo cuya decisión está ya, fuera de discusión.

Enfrentamos la necesidad y el deber de ejercer la fuerza necesaria


para liberar a la Patria secuestrada. Soslayar esta verdad, dura y
fundamental, eludir el alto y amargo deber que implica enfrentarla,
ese ha sido nuestro error como pueblo, como movimiento, esa nues-
tra falla ante la Patria, ese nuestro pecado ante la Historia. Pero
aun somos un movimiento naciente, y tenemos tiempo de cumplir
con nuestro deber patriótico. Aquel patriota que se precie de luchar
verdaderamente por el objetivo de la liberación nacional, debe asu-
mir sin vacilaciones el cumplimiento de su más alto deber de hondu-
reño, el de luchar con todo por la libertad sin escatimar ni su sangre
misma; y no ofreciéndola en vano como un cordero, pacifista y suici-
da, ante el verdugo complacido, sino peleando, literalmente, por la
libertad; también debe rechazar y exponer públicamente al cobarde,
al oportunista, al acomodado, al ingenuo equivocado o al manipula-
dor infiltrado, que pretenda desviar a las masas populares patrióti-
cas, de su impulso natural y heroico de pelear por la dignidad nacio-
nal y por la libertad plena.

Acá dirán los desviadores del pueblo, alérgicos a la lucha, que las
acciones realizadas de esa manera, ofensiva y revolucionaria, son
peligrosas. ¡Claro que lo son! Si una “lucha” del pueblo no conlleva
peligro, significa que es inofensiva, que es una lucha falsa, que no
molesta a nadie, menos va a derrocar una dictadura. Dirán que la
guerra de liberación ocasiona sufrimiento y muerte. ¡¿Es que acaso
la miseria, la privación de lo elemental, la ignorancia y la violencia
antipopular permanentemente provocadas por la dominación no

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traen sufrimiento y muerte?! ¿Qué cosa causa más daño, la guerra


transitoria o la esclavitud perpetua? Si Morazán hubiera triunfado
en su proyecto de la Patria Grande, si hubiera perdido cien mil pa-
triotas más para lograrlo, ¿no habría valido la pena acaso? No son
cien mil los centroamericanos que han caído indignamente a causa
de la dominación, a raíz del fracaso del proyecto morazanista, son
millones; y la secuela de bajas aun no termina.

Ni hablar de la diferencia moral de morir luchando como hombres y


mujeres dignos, o de morir como pordioseros por malnutrición, como
enfermos sin medicina, como borrachos sin educación, morir por la
privación, por exclusión, por desposesión. ¿Cómo se podrían compa-
rar, ni cuantitativa ni cualitativamente, un millar de patriotas caí-
dos peleando por la libertad en un solo día, a un millón de muertos
por hambre, miseria, represión y exclusión en cien años?

Cuando de pelear por la libertad de los pueblos se trata, la paz de la


dominación mata mil veces más que la guerra liberadora.
Además, nuestro pueblo no quiere la violencia, son otros los que le
traen la violencia. Nuestra gente ha hecho, y hará todo lo posible
por evitarla. Pero el amor por la paz, y la cobardía, son dos cosas
infinitamente diferentes.

Pero, ¿cómo rayos la paz puede matar más que la guerra? ¿Cómo
puede ser eso cierto?

La ausencia de un conflicto abierto en un contexto de dominación no


es una paz verdadera. La dominación es en cierta forma una exten-
sión de la guerra. Es la violencia de la guerra extendida a la etapa
del cese de combates, es la continuación de la imposición violenta
alcanzada en la guerra. Todo pueblo dominado fue una vez derrota-
do mediante alguna forma de la guerra.

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La dominación es permanente, es una guerra reducida, sin combate,


una forma de guerra unilateral donde sólo los dominadores atacan
continuamente, de diversas maneras, a los dominados. La muerte y
el sufrimiento están garantizados para el grupo dominado, no de
manera temporal como en el combate, sino de forma permanente; y
a diferencia de aquél, sin posibilidad de defensa. Con respecto a un
conflicto abierto, la violencia de la dominación, es menor en cuanto
a intensidad, pero es mayor en amplitud de formas y en duración.
Así, las bajas sufridas por el grupo dominado en esa guerra unilate-
ral y disimulada, serán muchas más que en la guerra abierta, serán
causadas a través de muchas más vías y seguirán ocurriendo por
mucho más tiempo.

En cuanto a las vías para matar, mientras la guerra abierta mata


casi exclusivamente mediante las armas, la dominación en cambio,
mata mediante todo tipo de lacras asociadas a la miseria que siem-
bra, sin renunciar por ello, a la matanza armada de los dominados.
Es una guerra de exterminio controlado, silenciosa, menos intensa,
dispersa y disimulada, pero más sangrienta y más amplia que la
guerra abierta, porque es multifactorial y porque se prolonga por
siglos.

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4.6- LAS HERRAMIENTAS Y EL PERFIL DEL GUERRERO

POPULAR

Mencioné antes que nuestro pueblo tuvo siempre “el impulso natu-
ral y heroico de pelear por la dignidad nacional y la libertad plena”.
Desde el día del golpe, la actitud instintiva y espontánea de nuestra
gente fue siempre, luchar de verdad para repeler a los golpistas.
Pese a eso, nunca fuimos un pueblo tan sometido como ahora. Quizá
nunca en la etapa reciente, la reacción vulneró tanto los derechos y
las conquistas de la población como ahora. Pero la deplorable pasivi-
dad y la parálisis práctica en las que hemos caído no provino de las
masas, sino que fue inducida por su dirigencia. Parálisis práctica, el
pueblo se ha movilizado y protestado, pero no ha realizado acciones
efectivas que contrarresten la imparable ofensiva anti-popular.

Pero, ¿qué tipo de liderazgo necesitamos para conducir a las gran-


des masas populares en la dirección correcta, la dirección de la vic-
toria? ¿Qué parte de lo hecho hasta el momento está bien, qué está
por mejorarse y qué por corregirse radicalmente? ¿Qué sustrato
ideológico ha marcado hasta hoy nuestras estrategias, y cuál les ha
dado resultados duraderos a los pueblos en la Historia moderna?
¿Cuál, desde la perspectiva científica, tiene todas las herramientas
teóricas, metodológicas y prácticas para lograr la imposición de las
mayorías con derecho sobre la minoría de poder reaccionaria, y para
la construcción de un régimen popular estable?

La concepción burguesa del mundo ha reinado a sus anchas por más


de doscientos años. Mientras la fuerza ha sido la herramienta im-
plantadora de la hegemonía capitalista, el pensamiento liberal ha
sido su brazo ideológico rector y justificador. En Centroamérica,
prácticamente todas las tendencias filosóficas, económicas, sociales

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y políticas florecientes en el marco de ese mundo moldeadamente


burgués, son hijas del sistema; y los partidos políticos, son parte de
esas corrientes (salvo algunos movimientos popular-nacionalistas y
tal vez, algunos de genuino corte marxista), y no han sido la excep-
ción. Todos los grupos políticos, sin importar el color de la bandera
con la que se disfracen, son extensión y parte natural del engranaje
de la seudo-democracia burguesa. Pero la conexión, la dependencia
y la influencia de la ideología dominante se extienden no sólo a los
partidos y a las corrientes de pensamiento, sino que también a las
organizaciones populares.

En el ámbito subjetivo, hemos presenciado una extraordinaria


transformación en nuestra sociedad. Nuestra gente no es la misma
masa adormecida de hace unos años. Hemos adquirido conciencia
política, conciencia patriótica. Ahora más que nunca, somos pueblo.
Y nos formamos, nos cohesionamos, nos organizamos paso a paso.
No podemos desconocer tales logros. En eso hemos avanzado tanto,
que el pueblo va adelante y la dirigencia no logra ni alcanzarlo,
mucho menos ponerse a la vanguardia. El liderazgo patriótico debe
ahora ponerse a la altura de un pueblo revolucionario.

Hallamos ya una de las respuestas que buscamos: nuestros líderes


políticos o conductores populares han sido formados dentro del sis-
tema y han adoptado los paradigmas del mismo; así, por genuina
que sea la intención de construir la victoria popular por parte de un
individuo o de un grupo, los resultados no se alcanzan porque se
intenta derribar la dominación reaccionaria con las herramientas
teóricas y prácticas equivocadas, aquellas basadas en la sumisión y
la aceptación que el sistema ha enseñado a los pueblos como forma
de existencia. Hasta la izquierda más ortodoxa parece ablandada,

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mediatizada por la inercia del ambiente y desarmada por la revisión


de unos principios irrevisables.

La delicada función de guiar a las grandes masas oprimidas hacia la


liberación política, tarea en la que se juega la vida y el destino de
todo un pueblo, no puede ni debe, si persigue los intereses de clase
auténticos, ser orientada por la ideología “liberal-progresista”, una
concepción capituladora, reformista tibia y moldeada por la esencia
profunda del sistema. Tal corriente suele tener el deseo sincero de
cambiar las cosas, pero carece de la visión clasista y del coraje para
hacerlo, y se inclina a creer en milagros políticos de ensueño. Me
refiero al ala “progresista” del liberalismo, porque el liberalismo
puro, por su naturaleza exclusiva como brazo ideológico del capital,
es un enemigo natural de la clase trabajadora. Pero tampoco puede
el pueblo ser dirigido por el conformismo “moderado”, concesionista
e indefinido en cuanto a criterio de clase, de las corrientes políticas
pequeñoburguesas, domesticadas por la burbuja mental capitalista.
Menos puede darle mayores resultados a la causa, la conducción de
la estrecha corriente laboralista-economicista, limitada a la protesta
y a las pobres reivindicaciones gremiales, bajo el todo de la domina-
ción política de la oligarquía.

Nuestro pueblo necesita una orientación que sea política e integral,


definida por un sólido criterio de clase, sin la contaminación ideoló-
gica de las ideas del enemigo y que sea además, definitiva y contun-
dente; esto es, una perspectiva, un sustrato ideológico, y un método
de acción, expresa y científicamente creados para la emancipación
de los pueblos. Y las masas necesitan guías certeros, a quienes con-
sultar qué hacer, que puedan darles las indicaciones acertadas y
que no les recomienden el camino seguro hacia la derrota. Necesitan
la asertividad del experto, más la audacia, la resolución y la eficacia

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del revolucionario. Tal vez nadie posea a plenitud tantas virtudes,


pero sí podemos conformar un equipo de conducción política que se
aproxime a eso.

Los pueblos oprimidos esperan lo mejor de sus hijos más avanzados,


el compromiso leal e ilimitado, la educación política sólida y clara,
la orientación acertada y la decisión resuelta, sin vacilaciones, basa-
da en la convicción conocedora de lo que se hace. Desde el día en que
se produjo el golpe, nuestro pueblo demostró más allá de la duda, su
arrojo patriótico sin límites. Sin importar cuán difícil o cuán desca-
bellada fuera la misión que se le encomendara, nuestra gente, inva-
riablemente, con el fuego de la libertad quemándole la sangre, se
lanzó en su consecución. Todo lo que se le pidió, el pueblo lo hizo
prontamente sin escatimar ni la vida; y toda tarea que se le hubiera
asignado, la hubiera asumido sin dudar. Si los objetivos de derribar
la dictadura golpista e instaurar un régimen con verdadero carácter
popular y democrático no se han alcanzado, las causas de ese fraca-
so temporal deben buscarse en las condiciones objetivas del momen-
to, pero principalmente en la dirección política del movimiento po-
pular, en las estrategias, en las decisiones, en fin, en una inadecua-
da conducción de las masas populares insurrectas.

Tampoco debemos caer en una visión de corto plazo, en una urgen-


cia irrealista. La batalla por la liberación de los pueblos suele ser
larga y durar muchos años. “Pelearemos mil años” como decía el ge-
neral Giap [21] a sus guerrillas populares vietnamitas; eso no im-
porta si se sabe que se está en la ruta correcta y avanzando mate-
rialmente hacia el triunfo. Cuando la lucha avanza así, todo se per-
cibe diferente, el cansancio, el dolor, hasta la muerte; se está avan-
zando paso a paso; no es una ilusión vendida con simples palabras:
se pueden tocar los avances; cada sacrificio es un aporte, cada caído

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es un pago valioso por el tesoro de la libertad, cuyo precio se amorti-


za cada día; y esa libertad es cada vez más nuestra, como cuando se
paga un artículo a plazos. Se puede palpar esa convicción inconfun-
dible de que los sacrificios del pueblo sí valen la pena…En última
instancia, sabemos que los individuos y los movimientos sociales no
son infalibles; entonces, lo más descorazonador de esta tragedia de
metas no alcanzadas, de batallas no peleadas, no es el hecho de no
lograr aún el objetivo, más bien es el sentimiento de no estar avan-
zando tangiblemente para lograrlo, pero sí estar pagando un eleva-
do precio. Es el oscuro presentimiento de haber caminado demasia-
do, tan duramente y en el camino equivocado; no es cuan largo y
duro sea ese camino lo que duele, sino que es el camino equivocado,
que uno no se ha acercado nada al destino deseado, que más bien se
está más lejos ahora. Y duele más recordar cómo muchos patriotas
quedaron, en vano, tendidos en la orilla.

Las mayorías populares han estado siempre avasalladas en esta tie-


rra. Las pocas acciones de fuerza colectiva que han ocurrido en el
pasado, excepto la gesta morazanista, han sido movimientos dirigi-
dos por el caudillismo reaccionario o acciones gremiales puramente
reivindicativas; nunca hubo acciones políticas integrales de carácter
revolucionario. El Frente de Resistencia del pueblo hondureño con-
tra la dominación de la oligarquía y del imperialismo, es un fenóme-
no inédito en la vida nacional. Es el primer planteamiento político
masivo y clasista de nuestra historia, no-manipulado por la reacción
a través de las corrientes liberales o pequeñoburguesas, un frente
popular no-partidista, y no- gremialista; al menos así debería ser. Y
es el primer movimiento de carácter político integral para la trans-
formación del país después de Morazán. Político integral en cuanto
a su masividad y también en cuanto a la amplitud de las reivindi-
caciones planteadas. Es decir, el Frente es un movimiento político

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de proporciones nacionales que no se está proponiendo solicitar al


poder oligárquico algunas generosidades o concesiones hacia las
mayorías, sino que se plantea de manera seria y factible tomar por
sí mismo el poder de la nación, para realizar, como pueblo empode-
rado, directamente y sin intermediarios, los cambios radicales que
el país necesita inaplazablemente. Y eso no se da todos los días. La
construcción de esa formidable herramienta política es un notable
avance histórico del pueblo hondureño.

Pero la lucha y el sacrificio de un pueblo por la libertad requieren,


para tener posibilidades de éxito, una orientación política correcta
basada en las herramientas dialécticas correctas. La posibilidad del
fracaso debe preverse siempre, principalmente para asegurar la
continuidad del proyecto político popular. Debemos estar muy cons-
cientes de que aun ofrendando nuestra sangre en la batalla verda-
dera, necesaria y consecuente con la meta patriótica, el enemigo y
las condiciones adversas existen, y el pueblo podría ser temporal-
mente derrotado en su avance. Pero una cosa es caer intentando
escalar los muros de la prisión con herramientas de primera calidad
y otra cosa morir intentando derribar los muros, ¡estrellándose
repetidamente contra ellos! Una cosa es caer uno, intentando una
empresa justa con el equipamiento adecuado y con la estrategia
correcta, con los cuales el éxito es objetivamente posible; otra cosa
es inmolarse inútilmente intentándola por los medios equivocados,
mediante los cuales no existe la menor posibilidad lógica de alcan-
zar la meta. Necesitamos urgentemente, como pueblo en rebeldía,
ser científicamente orientados y eficazmente dirigidos. En una fra-
se, requerimos claridad político-ideológica, eficacia, contundencia y
resolución valiente en la conducción del pueblo hacia la libertad.
Nada fácil. Nadie dijo que fuera fácil. Pero esos son los requisitos

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indispensables de aquél o aquellos que merezcan liderar nuestro


proceso de liberación nacional y popular.

El machete intelectual, las pupilas del guerrero


popular y el hombre que inventó la Historia.

Nuestro nuevo movimiento popular de liberación nacional requiere


entonces de “una perspectiva, un sustrato ideológico, y un método
de acción, expresa y científicamente creados para la emancipación
de los pueblos”. Esto es, en una palabra, el marxismo, el machete
intelectual del guerrero popular. No es el dogma rígido, sino la guía
para la acción; una guía teórica y práctica basada en principios uni-
versales irrebatibles, diseñada para ser aplicada por los pueblos, a
diferentes realidades concretas, en diferentes lugares y momentos.

La lucha de clases es el motor de toda la Historia humana.

Hace un siglo y medio, Karl Marx patentó la Historia humana, la


verdadera Historia. Antes de Marx, la humanidad solamente tenía
un registro cronológico de eventos, más la opinión empírica y subje-
tiva que el pensamiento dominante emitía sobre los acontecimientos
registrados. Él, en cambio, planteó la forma científica de la Historia.
La sometió al análisis metódico y crítico, bajo la lupa certera del
materialismo histórico. A diferencia de los cinco mil años de sus
predecesores, no se limitó a narrar los hechos, sino que profundizó
en ellos, para conocer su naturaleza, sus relaciones, sus fuerzas
motrices, en una palabra, para explicarlos. Ya nada sería igual para
la humanidad después de Marx. Los esquemas tradicionales de la
Historia, la Filosofía, las Ciencias Políticas y Económicas, en fin, de
todas las ciencias sociales, fueron sacudidos hasta los cimientos por

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aquella tremenda revolución del pensamiento, la mayor que la raza


humana ha conocido.

Aparte de su planteamiento programático, es decir, de las vías y las


formas propuestas para la transformación de la sociedad capitalista
explotadora en una sociedad socialista justa y distributiva, el mar-
xismo también explica la Historia, los fundamentos materiales de la
economía, la naturaleza del poder político, los fenómenos sociales
vistos desde su raíz material y clasista; en suma, explica la compo-
sición, el desarrollo y el funcionamiento de la sociedad humana. Y lo
hace de manera científica y objetiva, a diferencia de la mayoría de
la intelectualidad tradicional, viciada por la superstición metafísica,
por el subjetivismo, por los intereses y por muchas otras transgre-
siones anti-científicas.

Por tanto, comprender las verdades universales planteadas por el


marxismo es comprender la Historia, las relaciones, las fuerzas, los
motivos del hombre y de la sociedad. Si alguien desea estudiar, com-
prender e incidir deliberadamente el desarrollo de un fenómeno físi-
co, debe antes conocer las leyes y los principios de la Física que lo
rigen. Si deseamos estudiar, comprender, e incidir deliberadamente
en el devenir de una sociedad humana, debemos antes conocer las
leyes, los principios, los motivos, las fuerzas motrices, en suma, los
factores que determinan el desarrollo y el funcionamiento de esa
sociedad.

Algunas mentes enanas, (¡sin el menor mérito para cuestionar ni a


Sancho Panza, mucho menos a una mente colosal como Marx!), des-
cartan al marxismo como a un dogma obsoleto. No distinguen la
diferencia entre la teoría científica y sus aplicaciones particulares;
confunden a un régimen político específico con la validez de una am-
plia y objetivamente sustentada corriente de pensamiento. El mar-

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xismo no es un régimen político dado, es un conjunto de verdades


universales y científicas que definen como ningún otro, las cuestio-
nes filosóficas, políticas y económicas más sustanciales de la socie-
dad humana. ¿Cuestionará con razón algún economistoide burgués
una obra como El Capital? No. Si se atreve al ridículo, lo hará sólo
porque las verdades allí desnudadas despiertan y liberan al ser
humano, especialmente a la clase trabajadora, de las cadenas del
capitalismo esclavista que esos mismos intelectuales de alquiler
defienden. ¿Están acaso obsoletas las realidades económicas allí
expuestas, que rigen ahora mismo la sociedad capitalista? ¿Lo están
las leyes universales expuestas por vez primera por el materialismo
histórico, que explican la Historia, la política, la economía, en fin, la
vida material y social del mundo? Estarían obsoletas solamente si
las clases sociales no existieran (!!) y si la vida humana no dependie-
ra del alimento y de las condiciones materiales que le atañen…

Las verdades y principios universales del materialismo histórico no


son patrimonio exclusivo de los socialistas, son conocimientos y
herramientas científicas de la humanidad. Son armas intelectuales
para todos los pueblos y clases oprimidas del planeta. Los cerebros
oscuros, lo más granado de las clases dominantes, para comprender
en detalle la estructura y el funcionamiento de su propio régimen
económico mundial, el sistema capitalista, consultan a Marx, la
mente humana que por vez primera analizó, descifró y explicó in-
contestablemente los intrincados mecanismos de la economía y de la
política de las diferentes etapas históricas de la humanidad, y en
particular, de la actual etapa capitalista. Los economistoides y los
intelectualoides burgueses nunca pudieron descifrar ni explicar de
manera científica e irrebatible la conformación y las leyes de funcio-
namiento de su propio sistema. Conocer a fondo la estructura y los
mecanismos de su propio sistema económico-social, les permite a los

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modernos esclavistas capitalistas “mejorar” y profundizar su siste-


ma de explotación. Y si los enemigos naturales de la clase trabaja-
dora mundial consultan a Marx para conocer a la sociedad humana
y manipularla a su favor, con mucha más razón deben hacerlo las
clases y los pueblos oprimidos del mundo, aquellos para quienes él,
de manera exclusiva, estudió y desentrañó la Historia de la sociedad
humana, proveyéndoles el conocimiento, el método y las herramien-
tas prácticas para transformar su propia historia en camino a la li-
beración.(!!)

Por supuesto que las verdades universales del marxismo no deben


ser aplicadas mecánicamente, sino en consecuencia con la realidad
concreta de Honduras en el siglo XXI, de acuerdo a nuestro tiempo y
al natural progreso de la humanidad. La concepción marxista debe
aplicarse a esa realidad histórica de manera inteligente, viva, y efi-
caz. Si permitimos que los vicios heredados de un lamentable pasa-
do contaminen la línea científica de pensamiento y de acción que
debemos adoptar, tendremos entonces un izquierdismo ineficaz que
no dará el menor fruto a nuestra gente.

Si, como pueblo en resistencia, deseamos integrar un verdadero


movimiento popular de liberación nacional debemos, por lo tanto,
formar y transformar a nuestra dirigencia, de tibios caudillos polí-
ticos aburguesados, de directivos gremiales con una mentalidad
economicista o puntualista, de cerrados izquierdistas anti-políticos,
a sólidos orientadores y conductores del pueblo; con un pleno enten-
dimiento de la naturaleza política y de los alcances del conflicto, con
una perspectiva clasista, no-liberal, no-gremialista ni pequeñobur-
guesa, sino con una perspectiva amplia, científica, absolutamente
política y revolucionaria. Las verdades y los principios universales
del marxismo son las pupilas del guerrero popular; sin ellos, se

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encontrará ciego en medio de la feroz batalla contra los reacciona-


rios, y será inevitablemente derrotado.

NOTAS

[16] José Martí sostenía que es criminal hacer la guerra donde no es necesaria,
pero que más criminal es no hacerla cuando sí es necesaria.

[17] Shafik H.- El Poder, el Carácter y Vía de la Revolución y la Unidad de la


Izquierda- El Salvador, 1981.
[18] En los círculos de debate del Frente de Resistencia se suele hablar de la
Asamblea Constituyente como el objetivo principal de la lucha del pueblo y del
Frente mismo. El autor considera que ese es un enfoque equivocado. El objetivo
fundamental del pueblo de Honduras y de su organización política de vanguar-
dia debe ser el derrocamiento de la dictadura oligárquica permanente y la toma
del poder político efectivo de la nación por parte del pueblo mismo, para imple-
mentar un programa revolucionario de desarrollo del país y transformar así su
destino. En ese orden de cosas, la Asamblea constituyente es sólo una herra-
mienta, no un objetivo en sí misma.

[19] Obras Escogidas de Mao Tse Tung, Tomo II-Pág. 77

[20] Todas las acciones humanas deben enmarcarse en su tiempo y su realidad


concreta. Eso es irrebatible. Pero las leyes y los principios científicos son per-
manentes. La lucha de clases tuvo tanta validez hace 5,000 años como la tiene
ahora: las formas cambian, pero los principios permanecen. El problema funda-
mental de toda lucha revolucionaria es el problema del poder, y el problema
básico del poder, a su vez, son las armas. La moderna mediatización realizada
por la maquinaria global de dominación ideológica les dice a los pueblos que
esas son cosas del pasado, que el poder ahora es la democracia electorera, los
medios, las organizaciones contestatarias, etc. Eso es totalmente falso y ten-
dencioso. La naturaleza física y fáctica del poder no ha cambiado ni cambiará,
es un principio universal. La derecha mundial lo sabe, por eso induce a los pue-
blos a renegar de la forma de poder más elevada e incontestable, el poder arma-

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do. Pero esa derecha, que sí conoce los tejidos del poder, jamás renunciará a las
armas, que son la garantía y la columna vertebral de su hegemonía.

[21] General Vo Nguyen Giap, Ejército Nacional de Liberación de Vietnam.

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SECCION 5

EL PODER Y LOS ACTORES DE LA LUCHA


POPULAR EN HONDURAS

5.1- SOBRE LOS ACTORES DE LA LUCHA POPULAR

El cambio social y la cuestión de la perspectiva.

Septiembre de 2010.

Toquemos la manera en la que la mayoría de una población ideoló-


gicamente dominada mira el mundo, la lente instalada en sus men-
tes. Los pueblos, para luchar efectivamente por su libertad necesi-
tan aprender a ver la realidad con ojos de pueblo, a través de la len-
te de la clase trabajadora, no a través de la lente con la que las
élites económicas les han enseñado a hacerlo.

La revolución burguesa mundial derribó al feudalismo y al absolu-


tismo, implantando gradualmente en todo el planeta, no sólo el
nuevo sistema político-económico liberal-capitalista, sino también
una nueva cosmovisión, un nuevo pensamiento colectivo, un para-
digma global de vida que razona de manera favorable a los intereses
de la nueva clase dominante y de su régimen mundial. Después de
varios siglos de hegemonía capitalista, el ciudadano nativo de ese
mundo deliberadamente moldeado ve, siente, piensa, interpreta to-
do, y reacciona ante todo, con una actitud de “así es el mundo”, sin
cuestionar cuan absurdos o injustos pueden ser los hechos que acep-
ta. Percibe los más aberrantes absurdos de la sociedad burguesa con
el acostumbramiento y la aceptación con los que se ven otros hechos
que sí son naturales, como el tiempo o la muerte. No concibe siquie-

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ra plantearse la posibilidad de que haya otras formas de organizar


el mundo, probablemente mejores. La lógica burguesa ha penetrado,
con el paso de los siglos, las raíces más profundas de la sociedad, los
mecanismos más elementales de las mentes, los rincones más ínti-
mos de la persona misma. Podría decirse, sin temor a exagerar, que
vivimos inmersos en una gigantesca burbuja hipnótica capitalista,
tan poderosa, que prácticamente cada pensamiento que se produce
en nuestra mente está originado, controlado, o al menos influencia-
do, por el poder mental de la visión burguesa del mundo.

Este elemento perturbador, manipulador del pensamiento, del razo-


namiento, de las actitudes individuales y colectivas, deben tenerlo
en cuenta permanentemente el patriota individual, nuestro pueblo
en lucha, y especialmente su dirigencia. No tomar las precauciones
debidas contra la manipulación mental burguesa puede conducir al
individuo y al movimiento entero hacia una interpretación errónea
de las realidades planteadas, y a la consecuente adopción de estra-
tegias y acciones equivocadas.

Si realizamos una encuesta entre una muestra aleatoria de los ciu-


dadanos promedio, es decir, si preguntamos al profesor, al tendero,
a la supervisora de maquilas, al repartidor de productos, a la vende-
dora del mercado, etc., muchos coincidirán en que un “buen emplea-
do y un buen ciudadano” es aquella persona mansa y complaciente
que jamás se va a una huelga “perezosa“ y mucho menos participa
en una insurrección “vandálica”. Ese es el retrato del pensamiento
domesticador burgués, inoculado al sector dominado de la sociedad.

La lógica burguesa profundamente implantada en la mente del pue-


blo, hace, por ejemplo, que se vea como un hacendado exitoso al lati-
fundista usurpador de las tierras del pueblo; que se considere como
a un haragán inútil al excluido, a quien el rapaz sistema capitalista

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le ha cerrado todas las oportunidades desde antes de nacer; y desde


la niñez, la burbuja hipnótica dominadora de mentes nos enseña
que debemos aceptar como natural el hecho de que todo es ajeno;
que las autoridades son sagradas, incuestionables, y no un instru-
mento sujeto a la aprobación legitimadora o revocadora del pueblo;
enseña a aceptar como algo natural el monopolio de las armas por
parte del Estado, o sea, por la clase dominante; en fin, es una larga
lista de “verdades naturales” cuestionables que la población es ori-
llada a aceptar como a un animal entrenado.

La clase dominante encarnada por la burguesía mundial es en reali-


dad, la nueva clase burguesa en sí misma, fusionada con los rema-
nentes de otros sectores de poder (como la vieja aristocracia), des-
plazados por la revolución anti-feudal, sectores que se adaptaron al
nuevo orden. Ocurrió así la absorción de los viejos grupos de poder
feudales sobrevivientes, por parte del nuevo grupo social dominan-
te. La burguesía capitalista absorbió pronto a esos sectores sociales
aliados, y también asimiló el acervo histórico que éstos poseían. De
manera magistral, la clase capitalista, haciendo acopio de esa vasta
experiencia heredada por varios milenios de práctica de dominación,
instauró un sistema de control político-económico totalmente blin-
dado, en el cual todas las formas de incidencia política legales son
inocuas al sistema establecido. Y más aun, lo refuerzan. Esta ley de
la imbatibilidad del sistema, anti-democrática y por encima de la
voluntad de los pueblos, se repite alrededor del mundo capitalista
yendo desde los regímenes monárquico- parlamentarios hasta las
más “libres” repúblicas democrático-burguesas.

En un Estado burgués cuyas estructuras sociales, económicas, y


especialmente, las estructuras políticas, estén cumpliendo con sus
funciones mínimas, por diseño, es prácticamente imposible cambiar

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la naturaleza esencialmente explotadora, anti-popular y elitista de


tal Estado mediante las vías de cambio político o social permitidas
por el mismo Estado. En una palabra, el sistema esta “vacunado”
contra el germen interno del cambio estructural. Esto se logra me-
diante la combinación de la manipulación mental y de la represión
de la población (persuasión y coerción) **; y se logra en parte, propi-
ciando canales de alivio “seguros” para las ansias de cambio político
de los segmentos sociales menos conformistas y políticamente más
inquietos, pero proscribiendo y reprimiendo a la vez, cualquier ini-
ciativa de cambio político-económico estructural y profundo, asegu-
rando así la conservación del sistema.

Aquí quiero dedicar un breve espacio a la trascendental función del


periodismo y de los medios de comunicación, que desempeñan un rol
decisivo en la cuestión de la perspectiva, como parte de los aparatos
para el control ideológico de las masas.

El grueso de los medios de comunicación en el país es propiedad de


fuertes grupos empresariales. Las radioemisoras, los canales de
televisión y los periódicos, son parte de los múltiples negocios de
extensos consorcios capitalistas. Son medios corporativos. Entonces,
la subordinación de éstos al capital, que literalmente los posee, es
natural e inevitable. Y eso, sumado a la falta de firmeza ética y de
criterio político clasista de una buena parte de su personal periodís-
tico y administrativo, ha convertido a la mayoría de estos medios en
meras agencias de relaciones públicas de los grupos capitalistas.

Las tristes condiciones de dependencia económica, la posición cer-


cana a la mendicidad, y la humillante relación, casi de amo-esclavo,
a las que se ven sometidos algunos periodistas, profundizan esta
deformación. Es realmente deplorable el bajo nivel de criterio que
en todos los campos del saber humano, exhibe una parte del perio-

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dismo nacional. El desconocimiento y los grilletes de la burbuja


capitalista de dominación del pensamiento, atenazan sus cotidia-
nizadas mentes. Más deplorable aun, es ver cómo algunos de los
periodistas patriotas y valientes, identificados con la causa del
pueblo, padecen de las mismas deficiencias ideológicas de cualquier
esclavo mental pequeñoburgués. Lo más grave del asunto es que el
pensamiento domesticado de un periodista infecta también, en
mayor o menor grado, a una parte considerable de su público. Es un
daño social masivo.

Esta es otra tarea para el movimiento popular de liberación y debe


ser urgentemente abordada. Los pobres periodistas sometidos men-
tal y económicamente por la tiranía de los medios reaccionarios,
deben ser patrióticamente concientizados. Y sobre todo, nuestros
periodistas progresistas, las pocas voces del pueblo en los medios,
deben re-educarse, consolidar sus criterios políticos y su visión de
clase, de manera tal que no sigan defendiendo la causa popular de
manera empírica, insuficiente y hasta contraproducente.

Echemos ahora un vistazo rápido a ciertas formas de lucha social y


política que son toleradas y hasta promovidas por el sistema (!?) en
la moderna sociedad burguesa occidental, con sus manifestaciones
concretas en este país. Todos los casos abajo descritos se parecen
entre sí y tienen la misma debilidad en común: no entrañan una
lucha política por el poder. Parece que las capas y las clases sociales
sub-ordinadas de nuestra sociedad no aspiran a gobernar jamás en
su tierra, sólo saben suplicar tristemente por la generosidad del
poder reaccionario y están tan acostumbradas a la dominación, que
les parece algo natural.

** Ver: A. Gramsci- El Moderno Príncipe

179
180

>Sindicalismo y organizaciones gremiales “razonables”.

No vamos a desconocer los aportes que los sectores trabajadores han


brindado a la lucha popular, ni lo que los otros grupos referidos
hayan sumado. Sin apasionamientos, como lo vería un extranjero
imparcial, se han hecho algunas cosas importantes, y no se han
hecho otras. Y hay cosas que no se han podido hacer. Existen condi-
ciones históricas objetivas que no pueden ser superadas en determi-
nado momento. Además los grupos, las generaciones y los indivi-
duos suelen tener sus límites subjetivos, más allá de los cuales sus
capacidades no dan más. Y no debe sopesarse solamente lo que el
movimiento popular ha hecho, sino lo que ha logrado evitar que la
derecha esclavista haga contra el pueblo. No sabemos cuándo se
sumarán las condiciones necesarias para concretar el triunfo defini-
tivo de la causa popular; pero sí sabemos que el pueblo debe luchar
verdaderamente, de la manera más efectiva posible, con la actitud,
con las estrategias y con las armas adecuadas.

Acá hablamos de organizaciones gremiales de obreros, maestros,


campesinos, profesionales, etc. El requisito fundamental para que
sean socialmente aceptados es sustentar una concepción de lucha
dentro del esquema capitalista, y limitar todas sus demandas a un
marco “razonable” para la burguesía. Lo más importante, deben
mantener esas demandas en el terreno reivindicativo puro, dentro
del sistema pre-establecido, aceptado y no-cuestionado, sin ningún
contenido político que insinúe cambios estructurales a la sociedad y
el Estado; en una frase, para que los gremios y organizaciones sean
aceptados por la sociedad y tolerados por el Estado, deberán limitar
sus luchas al campo estrictamente laboral o puntual, y no sustentar
ninguna propuesta política revolucionaria orientada a modificar ni
en lo mínimo, el régimen económico-social.

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181

La sociedad burguesa está programada para aceptar el sindicalismo


conciliador, aquel limitado a negociar periódicamente un aumento
salarial para los agremiados, que no rasguñe ni ligeramente el abul-
tado bolsillo del patrono, además de tramitar algunas otras reivin-
dicaciones laborales de corte tradicional.

Por increíble que parezca, una buena parte de la dirigencia de los


gremios es usualmente “capacitada” para sus funciones por la mis-
ma patronal capitalista y hasta por la Embajada del imperio. (!!) El
nivel de bienestar personal y de reconocimiento social con el que la
burguesía recompensa a la dirigencia trabajadora “razonable” es un
fuerte disuasivo para defender al tope los intereses de sus bases. Ya
los movimientos obreros de de finales del siglo XIX y principios del
siglo XX abordaban estas desviaciones. [22] El estilo de vida y las
acciones prácticas de las cúpulas de estas agrupaciones, y de una
parte de su base militante, están marcadas por el pensamiento bur-
gués, o sea, se trata de individuos de la clase trabajadora que inter-
pretan la vida según el sistema de la clase adversaria les ha enseña-
do; que no piensan ni actúan como clase trabajadora, ¡son “trabaja-
dores burgueses”!

Algunos de estos gremios, especialmente los dedicados al trabajo in-


telectual o burocrático (magisterio, médicos, personal de oficinas del
Estado, etc.) acusa serias falencias políticas e ideológicas; y pese a
las nociones de la lucha popular y del cambio social que aparentan
tener, no existe una clara posición política clasista en ellos; aun no
tienen firmemente definidas cuestiones fundamentales, sobre la
pertenencia de clase, sobre el grado de antagonismo con el enemigo
de clase, y especialmente, sobre la manera debida de llevar las rela-
ciones con el régimen oligárquico. Carecen de una plataforma de cri-
terios sólida, radicalmente popular y clasista, que les permita llevar

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su defensa gremial en concordancia con el todo político de la lucha


del pueblo. Sus debilidades políticas fraccionan la unidad de la clase
trabajadora y los vuelven presa fácil para los tiburones del poder
reaccionario.

Como resultado de esa débil identidad social, y de la alienación


mental que hace al trabajador interpretar las cosas como si fuera un
aliado de la clase enemiga, vemos muchos casos donde el trabajador
traiciona a su gremio y a su gente para apoyar a un partido político
del enemigo de clase, de la oligarquía; ciertos líderes populares y
gremiales hasta parecen estar contratados para domesticar a sus
respectivas organizaciones en favor del sistema de dominación. En
los casos más flagrantes, los vemos trabajando directamente con el
régimen, apagándole afanosamente los incendios insurreccionales, y
empantanando o desviando hacia la inofensividad, cualquier acción
huelguística o los nacientes movimientos populares de probable
cariz revolucionario. Pero hay también entre estos grupos algunos
cuadros políticamente formados, que debido a diversas condiciones
desfavorables no han logrado orientar su labor en una manera más
eficaz como ellos desearían. Este valioso capital humano debe ser
fortalecido y aprovechado por el movimiento popular para conducir
revolucionariamente al resto de la militancia, y a las masas en ge-
neral, en función de reorientar el proceso hacia el triunfo.

>Organizaciones asistencialistas, ONG´s, etc.

Ciertas organizaciones de este tipo son en realidad meros nidos de


corrupción y modus vivendi de sus fundadores o administradores.
Algunas son utilizadas para mantener en alto el perfil político de
ciertos individuos, incidiendo de ese modo en la opinión pública y
defendiendo intereses particulares. Grupos familiares ligados a la

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oligarquía utilizan sus ONG´s para lavar su conciencia regalando


pequeñeces a los pobres o brindando algunos servicios “gratuitos” o
de bajo costo. El precio verdadero que el pueblo tiene que pagar por
esas miserias filantrópicas es el saqueo del Estado, de las riquezas
naturales y la explotación salvaje de su fuerza de trabajo. De paso,
la “generosidad” de las ONG´s oligárquicas también es deducible de
impuestos y levanta el perfil social y político de sus “benefactores”.
La beneficencia de las damas de la oligarquía le cuesta demasiado
caro a la población…

Otras ONG´s son definitivamente agencias de infiltración política


de la derecha local e internacional, una suerte de ariete ideológico
vestido de servicios sociales neutrales. Prácticamente todas las eje-
cutorias de tales entes, entrañan en una forma más o menos velada,
el mensaje político de la justificación, de la promoción, de la defensa
de la ideología dominante y del sistema establecido.

La mejor fracción de las ONG´s sí realiza funciones genuinas y des-


interesadas. Intentan cubrir necesidades de la población que el
Estado oligárquico, en su desprecio por el pueblo, ha descuidado o
abandonado. La labor que realizan puede ser bastante positiva y
bienintencionada, pero el enfoque general es erróneo. Nadie, ni per-
sona particular ni organización social alguna, puede cumplir con las
obligaciones que le corresponden al Estado. Tratar, por la vía parti-
cular, de paliar el hambre y las necesidades extremas de una pobla-
ción excluida, es echar azúcar al mar y encubrir de manera indirec-
ta, el verdadero origen, totalmente político, de todos esos problemas.
Y también es evitar que los problemas sean entendidos y enfrenta-
dos acertadamente, no como meros problemas educativos, sanita-
rios, alimentarios u otros problemas puntuales, sino como lo que en
verdad son: las fallas del sistema económico-social, partes integran-

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tes de un problema político. La buena voluntad no exime a estas


ONG´s del pecado político de ser portadoras del pensamiento con-
servador burgués, y por tanto, contribuidoras indirectas en el soste-
nimiento y la preservación del sistema de dominación que aplasta la
mente y la vida material de nuestra gente.

No se pueden solucionar los arraigados problemas de la nación, del


tipo que sean, sin eliminar las causas que originalmente los provo-
can. No basta con vitaminar a una mascota famélica, cuya sangre
está siendo succionada por miles de garrapatas; para ayudar efi-
cazmente al atormentado animal, se debe eliminar a las garrapatas,
y destruir el nido de donde provienen. Se ara en el océano cuando se
intenta erróneamente, suprimir los problemas atacando aislada-
mente las condiciones provocadas por ellos, sin tocar la raíz de los
mismos, y manteniendo intacto el régimen económico-social que los
engendra. Desde el fatal momento en que un movimiento social
adopta esa concepción y esas limitadísimas formas de luchar, se
atiene en consecuencia, a no menos limitados resultados; se suscribe
a sí mismo a dar rodeos, a evadir el problema de fondo; se condena a
a la imposibilidad infinita de detentar alguna vez el poder político
efectivo que le permitiría aplicar soluciones estructurales y no
paliativos a los problemas en cuestión; y relativamente, desperdicia
su potencial y su esfuerzo social. Al no lograr transformar el sis-
tema, persisten entonces las causas de los problemas, de allí que
estos reincidirán o se transformarán en otros problemas sincréticos.
En el raro caso en que se logre incidir en el sistema para atender
algún problema social puntual, los intereses sectoriales y particula-
res afectados, desde su posición hegemónica en el Estado, harán
retroceder en el terreno práctico las pocas conquistas alcanzadas.

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>Organizaciones ambientalistas, feministas, anti-racistas, etc.

Octubre de 2010.

Son organizaciones que defienden causas sociales varias. La mayo-


ría de estos grupos asumen también una lucha puntual, esencial-
mente no- política, contra problemas sociales que tienen raíces visi-
bles o veladas de naturaleza absolutamente política. Vimos que esa
característica contradictoria trae necesariamente la imposibilidad
de alcanzar los objetivos sociales que se persiguen, prolongando el
esfuerzo perpetuamente, desviando valiosas energías y distrayendo
importantes grupos del movimiento popular lejos del blanco funda-
mental contra el cual deberían concentrarse todas las fuerzas del
progreso.

El eje de lucha de este tipo de organizaciones es siempre una causa


noble. Pero los problemas que tratan de atacar son hijos directos del
sistema económico-social; todos son fenómenos sociales, económicos
o políticos que permiten el lucro capitalista, o al menos, problemas
que son una consecuencia inevitable de la naturaleza del sistema.
Porque eso son meramente la depredación ambiental (voracidad
mercantilista), el patriarcado (primacía económica de género) y el
racismo (expresión cultural del imperialismo): puras necesidades,
productos y consecuencias de la sociedad capitalista e imperialista.
¿Por qué razón el omnipresente poder burgués habría de permitir y
hasta promover entidades que luchen contra sus propias formas de
lucro o de preservación?

Veamos de cerca el caso del feminismo, sólo como ejemplo. La ten-


dencia viene importada del Norte, de países acentuadamente capi-
talistas, casi todos en su etapa elevada, la fase imperialista. La
bandera de la igualdad integral de género está fuera de todo cues-

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tionamiento y constituye uno de los pilares reivindicativos de toda


revolución popular auténtica, y más aun, de su máxima expresión,
la revolución socialista. Y la sinceridad de las personas entregadas
a esa noble causa también es incuestionable.

Pero ese no es el punto.

La auténtica batalla de los pueblos (aun en asuntos reivindicativos


puntuales o sectoriales) no puede nunca desligarse del carácter
esencialmente político de toda lucha social. Soslayar el imperativo
de circunscribir cualquier reivindicación social dentro del todo polí-
tico de la lucha de clases, es un error de principio; si se parte de pre-
misas equivocadas, se sacan conclusiones y se toman acciones tam-
bién equivocadas. Ese error elemental desvía la atención del grupo
beligerante desde su objetivo real hacia su reflejo sobre el agua; dis-
trae el enfoque del problema lejos de su causa originaria, que es el
sistema económico-social establecido. Y lejos de la lucha contra el
generador de este sistema, la forma de producción capitalista.

El patriarcado es necesidad y resultado de la forma de producción


capitalista de bienes y servicios. La apropiación de los bienes mate-
riales por parte de los más fuertes origina básicamente, la desigual-
dad primaria de las clases sociales, y las desigualdades secundarias,
como la desigualdad de género y la desigualdad entre las naciones,
entre otras. Entonces, si alguien desea suprimir el patriarcado en
forma efectiva, debe suprimir primero la raíz que lo engendra, el
sistema económico-social mismo. Combatir el patriarcado enfocan-
dose en el sujeto que lo encarna e ignorando el objeto que lo genera
de continuo es, desconocimiento político en el mejor caso.

La igualdad de los humanos como especie, hembra o varón, señalé


antes, es un pilar programático de todo movimiento revolucionario

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auténtico. Pero todas las aristas de la lucha de los pueblos están


contenidas dentro de la lucha de clases. Lucha de clases, no lucha
de géneros (tampoco de razas, ni de edades, etc.). Los opresores no
lo son por género, ni raza, lo son por clase social. Y sucede lo mismo
con los oprimidos. Un magnate africano no pertenece políticamente
a la raza negra, pertenece a la clase dominante. Ni una dama de la
oligarquía opresora tiene nada en común con la mujer trabajadora.
Abordar cualquier causa social progresista haciendo abstracción del
carácter primariamente clasista de la lucha de la humanidad es un
acto desorientado, anti-científico y anti-histórico.

Una muestra clara de la delgada línea que separa a estas formas de


lucha puntualistas, no clasistas, de la manipulación reaccionaria, y
de su vulnerabilidad ante la misma, es la actitud hostil asumida por
una parte del feminismo hondureño en contra de la figura política
de Daniel Ortega. Figura política. Una cosa es el Ortega personal y
otra es su entidad simbólica, lo que representa en el terreno históri-
co y político para todos los pueblos oprimidos de la América Mestiza
y de todo el mundo. Para los imperialistas y los reaccionarios del
continente, él es una especie de demonio aborrecido. ¿Debe serlo
también para quienes decimos trabajar por la libertad y el progreso?

Primero, habría que cuestionar las acusaciones de tipo personal que


la derecha le imputa, con ojos de revolucionario, no con la lente mio-
pe del burgués: cualquiera que sepa un poco de verdadera política,
conoce las intrigas que los reaccionarios criollos, atizados por las
agencias de terrorismo del imperio, son capaces de tramar a través
de su hampa mediática y política. Esto debería de inmediato gene-
rar un margen de prudencia en cualquier sector progresista, antes
que lanzarse desenfrenadamente en apoyo indirecto a una posible
campaña contrarrevolucionaria de desprestigio.

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Eso en lo personal.

Y más allá de sus aciertos o de sus fallas políticas, se trata de un


hombre que ha dejado la propia sangre, a sus amigos y hasta su
hermano, caídos en la lucha revolucionaria centroamericana verda-
dera, no de pancartas, no de programas radiales ni de salones.

Ni hablar de la lectura anti-política que las compañeras hacían de


la coyuntura, del proceso político nuestro. El estrechamiento de la
relación del Gobierno Sandinista de Ortega con su par encabezado
por Zelaya obedecía a significativas razones de compromiso y soli-
daridad ideológicos: uno, denotando la comprensión histórica que el
sandinismo ha adquirido, en base a la dura experiencia, del necesa-
rio carácter morazanista, centroamericanista, de su propia revolu-
ción y de la nuestra; de la obligatoria interdependencia de nuestros
procesos históricos de liberación, que solamente podrán cristalizarse
unificadamente. Dos, era el reconocimiento de la autenticidad del
proceso hondureño iniciado por Zelaya, de parte del grupo de “los
que saben” acerca de la lucha de nuestros pueblos, no solamente del
Frente Sandinista. Cuba, Nicaragua, Venezuela, Bolivia, Ecuador,
en fin, todo el bloque revolucionario de América parecía entenderlo,
menos algunos hondureños; a veces, la misma cercanía nos impide
ver, nos ciega. Es miopía política. Si Ortega se acercaba a Honduras
no lo hacía en calidad de simple mortal, era la revolución nicara-
güense solidarizándose con nosotros, reconociendo y apoyando nues-
tro incipiente proceso de emancipación nacional. Nunca antes esto
había sucedido; era la primera vez que el bloque revolucionario lati-
noamericano detectaba nuestras nacientes señales de transición de
la niñez a la madurez política; por primera vez nos tomaban en se-
rio. Y es nuestro pueblo y nuestro proceso los que más necesitan el

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apoyo solidario de todos los revolucionarios panamericanistas, no


ellos de nosotros.

En parte, la burguesía acepta o tolera las formas aisladas de lucha


social, por su carácter esencialmente burgués, por su efecto distrac-
tivo en los posibles segmentos sociales revolucionarios, y por su ino-
cuidad con respecto a la preservación del modelo establecido. La jus-
teza de este tipo de causas es indiscutible, pero el abordaje aislado
que se les da es cuestionable. La forma debida de llevar las justas
causas feminista, la anti-racista, la ambientalista y otras similares,
de parte del genuino movimiento popular, sin hacerle el juego a la
maquinaria de la dominación, es sólo dentro del todo político de la
lucha de clases; un todo orientado a la supresión del sistema de
dominación social, económico, político y cultural que genera los
males raíces; y a su reemplazo por un sistema alterno basado en la
soberanía del pueblo trabajador sobre la sociedad y el Estado.

>Conclusión.

“Pero la lucha de clase contra clase es [siempre] una lucha políti-


ca.[…] […] No digáis que el movimiento social excluye al movimien-
to político. No hay jamás movimiento político que, al mismo tiempo,
no sea social. “ – K. Marx-Filosofía de la Miseria.

Toda lucha social entraña una lucha política. Aquellos peleadores


sociales que soslayen esta verdad fundamental estarán limitados
terriblemente, condenados a intentar y fracasar permanentemente
en busca de sus reivindicaciones, a suplicar eternamente la genero-
sidad de quienes sí pueden, pero que no querrán jamás solucionar
sus problemas: los dueños del poder político reaccionario.

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En el escenario actual de la lucha contra la dictadura y contra el


sistema de dominación que subyace tras la misma, el área de con-
flicto no se limita a los grupos radicalmente definidos, a los reaccio-
narios golpistas y a la resistencia popular; no se necesita ser un re-
accionario abierto o un golpista definido para colaborar de ciertas
maneras con el sistema de dominación. El reformismo es el segundo
mayor enemigo de la revolución popular. La inconcisa pretensión de
luchar contra el conservadurismo mediante acciones tibias y no-
revolucionarias, es por sí misma una forma de colaboración indirec-
ta; lo es debido a que se renuncia a la intención de demoler y recons-
truir totalmente el sistema, pretendiendo simplemente modificarlo
de manera parcial según las reglas minusválidas del sistema mis-
mo, es decir, tendiendo más a bien preservarlo.

El movimiento popular debe realizar una labor técnica y científica,


definiendo detalladamente las correctas líneas ideológicas, políticas
y operativas de su programa de lucha. Tales lineamientos deben ser
clara y ampliamente difundidos entre todos sus militantes, que a su
vez deben entenderlos cabalmente e implementarlos en los distintos
campos del proceso de liberación. La unidad y la certeza política,
ideológica y programática, conseguidas así, traerán como resultado,
el correcto planteamiento político y las acertadas líneas de acción
práctica en los diferentes frentes por parte de los militantes activos,
de las organizaciones y de las masas populares en general. La gran
mayoría de los compañeros y compañeras que aportan su cuota de
lucha en infinidad de organizaciones sociales, políticas, gremiales y
otras, tienen una genuina voluntad de dar lo mejor de sí por el pue-
blo. Merecen ser correctamente orientados, ser provistos con las
adecuadas herramientas políticas, ideológicas y metodológicas para
concretar de forma efectiva sus aportes al proceso. Y es deber de la
conducción del movimiento popular proveerlos.

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“Sin teoría revolucionaria tampoco puede haber movimiento revolu-


cionario”, nos dice Lenin. Se refiere a un movimiento político no-
espontáneo, sino consciente y sustentado. A él no se lo contaron,
dirigió personalmente la revolución popular que instauró el primer
Estado obrero de la Historia. Y aunque después de setenta años, la
Rusia revolucionaria cayó de nuevo en las garras de los capitalistas,
el patrimonio histórico que ese suceso trascendental significa para
las clases oprimidas del mundo no tiene precio. Durante milenios
las clases poseedoras rigieron el mundo; el Estado obrero ruso probó
con hechos, que las clases trabajadoras sí pueden gobernar su tie-
rra, y más aun, pueden transformarla en una nación poderosa.

Debemos entonces formar intelectual, ideológica y técnicamente a


los luchadores del pueblo. Los oscuros cerebros del capital esclavista
mundial respetan y aplican en su beneficio las verdades universales
del materialismo histórico. Pero quizás haya entre nosotros quien
las descuide. Ahí reside la explicación a la derrota de los ciegos. No
importa si asume una lucha empírica nacionalista o progresista, si
usted pelea por los oprimidos del mundo, necesita tener las armas
políticas exclusivamente creadas para ellos. Si una persona quiere
profundizar su conocimiento sobre el cristianismo, recurrirá a la
Biblia; si nosotros, el pueblo oprimido de Honduras, queremos pro-
fundizar nuestros conocimiento sobre la propia causa, la lucha cla-
sista por liberarnos de la explotación, ¿recurriremos acaso a los ma-
nuales burgueses, a la teoría y a los métodos recetados por los mis-
mos opresores, la burguesía capitalista y reaccionaria? Supongo que
no. Ya no, desde el año 167 después de Morazán en adelante.

*****

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-SOBRE LOS ACTORES DE LA LUCHA POPULAR… (Anexo).

>Acerca de otros grupos y la figura de Zelaya.

Octubre de 2010.

Ahora unas palabras en torno al liderazgo. Abordamos antes las


características del adecuado liderazgo revolucionario. Tratemos
ahora la cuestión de su existencia misma.

Algunos grupos y organizaciones han realizado acciones continuas


durante muchos años, con diferentes grados de incidencia, en el
esfuerzo por el cambio social progresista, tratando de concientizar y
movilizar a la hondureñidad subyugada en todos los aspectos de la
vida. Otros grupos han sostenido también, propuestas teóricas y
políticas para el cambio revolucionario.

Esos esfuerzos son positivos.

Pero nuestro pueblo es real y su subyugación política, económica y


cultural es también una realidad. Se puede trabajar un poco y con-
seguir mucho, conseguir poco o no conseguir nada. También es cier-
to que se puede trabajar mucho y conseguir mucho, conseguir poco o
no conseguir nada. Los continuos esfuerzos realizados por estos gru-
pos y organizaciones que han tratado de ayudar a nuestra gente de
diversas maneras, si bien han llegado a conseguir algunos benefi-
cios sociales, estos no han sido suficientes. Y además han sido bene-
ficios puntuales, ayudas, no verdaderos avances estructurales para
construir la liberación popular.

Ilustremos un poco la cuestión. Proveer eventualmente a una comu-


nidad con asistencia alimentaria o con un programa de techos, por
ejemplo, es una ayuda, una que les sirve a los pobladores para no
sufrir hambre o frío. En cambio, proveer a esa comunidad con una

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estructura de educación, y de producción material y económica, no


sólo solucionaría los problemas puntuales que las ayudas intentan
paliar, sino que transformaría el rol social de los miembros de esa
comunidad: pasarían de ser necesitados a ser autosuficientes, y más
bien serían potenciales proveedores de otros necesitados; las nuevas
condiciones de plenitud material alcanzadas se traducen necesaria-
mente en progreso educativo, cultural y espiritual.

Pero falta lo grueso. “La política es la expresión concentrada de la


economía”. [23] Lo más relevante ahí es el empoderamiento político
que las nuevas condiciones materiales brindarían inevitablemente a
la comunidad. Esa capacidad de incidencia política es indispensable
para mantener y reproducir el nuevo estatus de libertad económica
alcanzado por la comunidad, y es un escalón tangible en el ascenso
a la liberación plena. El empoderamiento económico y político de la
ciudadanía soluciona por sí mismo las carencias materiales, al
transformar a un pueblo dominado y necesitado, en un pueblo libre
y autosuficiente.

Esa es la diferencia entre una dádiva o una ayuda puntual al pueblo


y un avance estructural en su proceso de liberación.

El caso sorprendente es que algunos de los grupos y organizaciones


antes mencionados se oponen a la propuesta de cambio y al lide-
razgo alcanzado por Manuel Zelaya, que ha sacudido los cimientos
dormidos de la sociedad nacional, despertando y movilizando las
masas populares, devolviéndoles la esperanza y reposicionándolas
en pie de lucha. “Caudillismo”,” idolatría”, acusan ciertas voces car-
gadas con disimulado celo contrarrevolucionario. Unos son los eter-
nos predicadores de una revolución imaginaria; otros, son los pro-
motores del cambio social según la soñadora concepción pequeño-
burguesa de la lucha a través de pequeñas organizaciones, sin la

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menor comprensión del problema del poder y totalmente al margen


del mismo. (!?) Muchos de ellos se erizan como gatos espantados al
ver venir, de verdad, las transformaciones prácticas. Aunque dife-
rentes en la intención, se parecen en esto a los falsos humanistas de
la “izquierda derechista”, quienes durante toda una vida se han pro-
clamado demócratas, defensores del pueblo y revolucionarios, pero
que en los momentos cruciales, develan su verdadera cara reaccio-
naria. Tal parece que en el fondo, algunos de los sectores y organiza-
ciones supuestamente populares, defienden y preservan el sistema
que los ha creado; son una pieza inconsciente de la compleja maqui-
naria de control que sirve de aparente contrapeso social, y que evita
la autodestrucción del sistema de dominación, que lo preserva, con
sus organizaciones auto-limitadas, disuasivas, distractivas e inca-
paces de impulsar cambios estructurales concluyentes en bien de
nuestra población.

Los primeros, la izquierda teórica, necesitan comenzar a actuar en


el mundo real, en la práctica, para sus excelentes propuestas revo-
lucionarias sean más que palabras para nuestra gente. No tienen,
por ahora, la autoridad moral suficiente para criticar a quienes sí
produzcan algunos resultados tangibles a la población. En cuanto a
las corrientes “moderadas” pequeñoburguesas, sus intenciones y sus
métodos son paradójicos, se anulan mutuamente.

Veamos por qué. El problema del poder es el punto fundamental de


toda causa revolucionaria, [24] y el poder tiene intrínsecamente un
carácter fáctico y físico. No puede haber transformaciones de fondo
en ningún sistema económico social, sin la presencia de la fuerza.
Esas son realidades histórica y científicamente sustentadas. Pero el
concepto de progreso social de los moderados, aunque algunos lo
nieguen, es simplemente un sistema capitalista menos salvaje. Sus

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posiciones de conciliación concesionista chocan con el necesario ejer-


cicio de la fuerza que implica derribar, con el tractor de la igualdad
socialista y popular, el actual régimen económico-social capitalista
esclavista. Por eso, sus intenciones “medianamente progresistas” se
vuelven reaccionarias en el fondo: la esencia de su propuesta políti-
ca se opone, hasta hostiliza, al proyecto contundente y definitivo
que el pueblo debe implementar necesariamente para conquistar la
auténtica liberación. Porque el progreso buscado por ellos no es la
liberación plena, es sólo la sociedad de los mismos magnates gran-
capitalistas, llena de compatriotas menos pobres, pero pobres al fin.
En la cima del conflicto entre clases sociales, la guerra revoluciona-
ria, muchos de los moderados, que ahora dicen estar con nuestro
pueblo, se pasarían al lado de la reacción.

El caudillismo tradicional es, por naturaleza, anti-democrático y


regresivo. No enfoca el liderazgo desde las fortalezas ideológicas o
técnicas del líder, ni en la justeza de sus ideales o de sus objetivos,
porque carece de tales virtudes. Las intenciones del caudillo, al
sustentar una concepción política regresiva, son también de corte
regresivo, jamás progresista en su contenido. El disfraz progresista
que en ocasiones el caudillo tradicional adopta es prontamente
debelado por sus actos y por sus resultados, también regresivos y
reaccionarios. Es elemental, las zarzas no producen manzanas.

Por otro lado, el liderazgo positivo, progresista, es por naturaleza


democratizador, busca el progreso y no el atraso, tiende siempre a la
soberanía del pueblo y no a su subyugación. Toda buena planta se
conoce por sus frutos. Por sus hechos se conoce la autenticidad del
predicador, y los reaccionarios jamás pueden promover, con hechos
prácticos, la democratización genuina en lo político, en lo económico,

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en ningún campo de la sociedad. No veo cómo alguien sincero no


pueda distinguir tan abismales diferencias.

En cuanto a la democracia participativa y a la horizontalidad, el


liderazgo genuino no contraviene en nada estos principios. La parti-
cipación y la inclusión democráticas no significan, en absoluto, pres-
cindir de las fortalezas políticas y técnicas de los más avanzados
hijos de la nación. El buen líder recoge las inquietudes y los anhelos
de su pueblo, y mediante la unificación, la orientación y la conduc-
ción eficaz de esa energía colectiva, materializa la voluntad de las
masas por él dirigidas, en un acto de inclusión verdadera, práctica y
tangible. Conduce a las masas a obtener resultados reales y positi-
vos; y eso implica inclusión; inclusión en las ideas recogidas desde el
seno del pueblo, y en los frutos cosechados por la población al mate-
rializar esas ideas. Esto contrasta con el “organizacionismo” de esos
críticos “populares”, que teorizan mucho en los foros, pero que cris-
talizan poco en la práctica. Si nunca se concretan las conquistas, las
predicadas horizontalidad e inclusión, se limitan a una democracia
de salón, vacía, que no trasciende a la sociedad; son sólo sueños de
un poder inexistente, sin posibilidades de existir jamás.

No se puede suprimir el liderazgo. Eso sería anti-natural y anti-


histórico. Se trata de que el liderazgo sea genuino, incluyente, e
indispensablemente conocedor y eficaz, capaz de materializar el
triunfo de las causas justas. La Historia lo refrenda. ¿Cómo concebir
a la India sin Gandhi, a la Revolución de Octubre sin Lenin, a la
nueva y poderosa China sin Mao, a la Cuba libre sin Fidel?

Algunas críticas acerca de las debilidades ideológicas y los errores


estratégicos de Zelaya son razonables. Esa es sólo una cara de la
moneda. Pero, por el otro lado, en estricta justicia, esos factores no
pueden hacernos olvidar sus servicios al pueblo y a la Patria.

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El autor de este ensayo, como hijo de la nación cuyo destino está en


juego, sí cuestiona algunos errores de Zelaya y de su equipo, en
cuanto a que los yerros del conductor de un pueblo arrastran a todo
el pueblo con él. Sí exige que quien asuma la dura responsabilidad
de dirigir la lucha popular de liberación nacional y la definición de
nuestro destino, no vacile, que cumpla con todos los difíciles deberes
patrióticos que se le imponen, que enfrente resueltamente los retos
terribles, que tome las amargas decisiones necesarias, que asuma
los caros sacrificios que debemos pagar por la libertad y el porvenir
pleno de la nación; en suma, que le dé resultados a mi pueblo. Lo
que no podría hacer el autor es desconocer sus rol como unificador,
movilizador y despertador de las masas populares, de esa volcánica
energía colectiva y de sus justas esperanzas; no podría descalificar
sus sacrificios personales, ni la sinceridad de su voluntad hacia los
humildes; ni descartar su posibilidad y su derecho ganado a escribir
las gloriosas páginas de un pueblo finalmente libre, si acierta a con-
ducirlo por los senderos correctos.

Un destacado intelectual de San Pedro Sula afirma que, dependien-


do de sus decisiones, los grandes hombres y mujeres que entran en
la Historia, pueden quedarse en ella inmortalizando su nombre, o
salirse de ella y terminar en el olvido. Es temprano aún para juz-
garlo, y sólo el tiempo nos dirá si Zelaya es el paladín indicado para
guiar a nuestro pueblo a la plena liberación, o si es sólo un líder
bienintencionado más.

Nuestro pueblo, en esta dura gesta por la libertad, necesita, urge,


precisa del liderazgo patriótico eficaz. Y necesita triunfar. Aquellos
que tengan las posibilidades ciertas de brindar a nuestro pueblo esa
orientación triunfante, tienen la obligación y el deber patriótico de
hacerlo de manera irrestricta; y quienes no puedan ofrecer esto, si

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no desean colaborar con quien sí puede hacerlo, deben al menos, no


atravesarse.

Algo más: para el pueblo en rebeldía, Mel no es un hombre, es el


símbolo de una causa. Nuestra gente sabe distinguir entre un ídolo
irracional y un personaje que encarna sus más hondas aspiraciones
de Patria viva. En este momento de la batalla, su figura es impor-
tante como símbolo de los anhelos populares de libertad y de justi-
cia, también por su arrastre unificador y por su aceptación entre las
masas. Si Mel le faltara por cualquier motivo al movimiento popu-
lar, esto significaría un duro golpe, un retroceso, la carga simbólica
del proceso y su unidad se verían temporalmente afectadas. Tempo-
ralmente. Los valores, los principios y los anhelos de bienestar, de
dignidad, de libertad y de justicia que él simboliza no están exclusi-
vamente en su persona, sino que en el corazón de cada hondureño
oprimido y de cada patriota consciente.

Y eso es algo indestructible.

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5.2- LAS FUERZAS SOCIALES, LAS CORRIENTES POLITICAS

Y EL PODER

Estado, partido político y clase social.

Noviembre de 2010.

Los partidos políticos tradicionales surgieron aquí por iniciativa y


necesidad de la burguesía, cuando la ola de pensamiento liberal pre-
paraba el camino para la implantación de la nueva estructura capi-
talista dependiente en el país. No son “organizaciones políticas
multiclasistas” como falazmente se autodenominan; eso no existe y
es un concepto anti-científico. Un verdadero partido es el brazo polí-
tico de una clase social organizada. Todos los partidos aquí, son ins-
tituciones políticas oligárquicas en su más pleno sentido, creadas y
dirigidas por las clases privilegiadas para defender sus intereses. El
hecho irónico de que en sus bases militen personas de otras capas
sociales, del seno de la clase trabajadora, no significa que sean orga-
nizaciones multiclasistas. Significa que las clases dominantes utili-
zan perversamente a las clases dominadas a través de sus partidos
políticos para sostener su dominación, y que estas clases subordina-
das colaboran en su propio sometimiento, son utilizadas como tontos
útiles. Cada partido político en Honduras es como una gran planta-
ción agrícola, donde el dueño es la oligarquía, los frutos producidos
son para la oligarquía y los peones de las capas sociales dominadas
trabajan voluntariamente, sin tener nada ni ganar nada, excepto,
tal vez, algunas migajas.

Actualmente, todos los partidos políticos, con diferencias de grado,


abrigan el sustrato ideológico predominante, aquel que gira en torno
al liberalismo. El liberalismo es el brazo político e ideológico del sis-
tema capitalista mundial. Hasta los partidos y corrientes de supues-

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to corte ideológico “intermedio” y de la “izquierda moderada” peque-


ñoburguesa, fueron creados por necesidad y por iniciativa del siste-
ma de dominación; todos ellos padecen de las debilidades de su cer-
canía al pensamiento liberal y de su simpatía por el sistema esta-
blecido; proponen únicamente ligeros cambios “humanizantes”, pero
no transformaciones estructurales en el tejido económico-social. En
realidad, todas esas tendencias políticas son sólo diversas variantes
de la ideología del poder capitalista global. Cuando, por accidente,
toma la administración pública un partido político pequeñoburgués,
“centrista” o de la izquierda moderada en Latinoamérica, gobierna
exactamente igual que los partidos conservadores: eso pasa porque,
en esencia, no son verdaderas organizaciones políticas de la clase
trabajadora organizada, sino brazos políticos secundarios de la bur-
guesía.

La conclusión es que el sistema partidista democrático-burgués, con


todas sus instituciones seudo-democráticas y sus partidos políticos,
es una máquina política ensamblada por la clase capitalista para
hacer prevalecer sus intereses a través del control del Estado. La
estructura entera de nuestra república democrático-burguesa, con
su aparato burocrático-militar, su esquema cultural, su economía,
su sistema electoral, y sus partidos políticos, fue diseñada y ensam-
blada por el capital, es controlada por el capital y sirve sólo al capi-
tal. Esto no es nada nuevo en el mundo: ya hace más de un siglo los
teóricos revolucionarios europeos, exponían a las monarquías par-
lamentarias y a las democracias republicanas como dictaduras per-
manentes de la clase capitalista, independientemente de la forma
estatal adoptada o del partido gobernante.

Alguien podría argüir por allí que dentro del ruedo electoral de la
república democrático-burguesa “compiten” partidos populares y

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partidos de izquierda. Incluso, alguno podría impugnar hasta el


calificativo de “república democrático-burguesa”, aduciendo que si
es democrática no puede ser excluyente o clasista. Eso es solamente
el producto de la burbuja ilusoria que envuelve la ingenuidad del
razonamiento pequeñoburgués, aislándolo y protegiéndolo de la
dura realidad. La cálida e ideal democracia de ensueños que sólo el
pequeñoburgués tiene capacidad de imaginar, no existe. En el frío
mundo real, ninguna forma de poder, por tanto, ninguna forma de
gobierno, puede prescindir de su naturaleza clasista. El Estado es
siempre el instrumento de poder de una clase social. Lo más cercano
a la democracia ideal es el Estado como instrumento de poder de la
coalición de las clases y capas sociales mayoritarias en un territorio
dado.

En el caso de nuestro país, con su actual sistema económico-social


capitalista dependiente, y con su blindada estructura política, hasta
esa forma de democracia aproximada es imposible. Tal forma de
democracia requiere la igualdad y la primacía política de la mayoría
de los ciudadanos, la condición más imposible en una sociedad capi-
talista salvaje, y peor aún, en un sistema político secuestrado por el
capital mediante el uso de las armas. Es obvio que aquí, quien tiene
más, (capital y armas) puede más, por tanto, el acceso al poder polí-
tico se vuelve entonces, intrínsecamente inequitativo.

En cuanto al fantástico pluralismo partidista y a la supuesta igual-


dad de oportunidades que todos los partidos tendrían en la arena
electoral, el tema es más complejo. Para empezar, el sistema elec-
toral partidista está diseñado por la oligarquía, y los partidos parti-
cipantes fueron también creados por la misma, de forma directa o
indirecta. Un partido es siempre un instrumento político de clase, y
aquí solamente la clase oligárquica tiene organizaciones políticas

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202

funcionales, que no son partidos políticos en sentido estricto; las


clases populares carecen de una organización política eficaz, que
represente sus intereses. O sea que los grupos políticos capitalistas
compiten entre sí mismos en las elecciones y nunca contra una
verdadera oposición política de las clases sociales antagónicas. El
sistema de dominación está tan perfeccionado que establece todos
los mecanismos necesarios para su auto-preservación, no sólo en su
maquinaria burocrático-militar, administrativa y coercitiva, sino
también, generando también los aparentes contrapesos que cana-
licen y mediaticen de manera “segura” la oposición y las demandas
sociales inaceptables para la élite oligárquica. Eso son los mini-
partidos y las candidaturas independientes: canales de alivio apara
la presión social y apoyos secundarios de la manipulación seudo-
democrática. En los pocos casos en que un partido electoral nazca
realmente de una conciencia popular, clasista, no mediatizada por
la burbuja hipnótica o el manoseo burgueses, enfrentaría aun la
terrible dificultad de estar luchando contra el poder oligárquico en
el terreno de la oligarquía misma, aceptando sus reglas (que obvia-
mente no son suicidas), y con los instrumentos que el sistema le pro-
vee (que obviamente no son letales).

La dirección política del movimiento popular debe saber rescatar,


re-educar y poner al servicio de la lucha popular de liberación a los
miles de compatriotas sinceros que provienen de los partidos polí-
ticos oligárquicos, grandes o pequeños. La mayoría de estos elemen-
tos arrastran los vicios o las debilidades ideológicas típicas de los es-
calones medios y bajos de todo partido con ideología burguesa. Eso
es cierto. Pero, desde el otro ángulo, esas personas, más por intui-
ción que por una clara comprensión de la verdadera política, tienen
la intención y la inquietud de no seguir en lo mismo, de no seguir
colaborando con los instrumentos de dominación del enemigo de cla-

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se; y urgen de un proceso de re-educación política que les permita


actuar por convicción, por un conocimiento concreto y científico de la
lucha del pueblo, en lugar de hacerlo por instinto.

Poder formal, poder real, poder latente


y sistema de dominación.

Entremos ahora en los nublados dominios del poder, con sus leyes
casi naturales, casi animales, con sus secretos sumamente esquivos
para nosotros, los de afuera, los profanos.

El centro del sistema de dominación es el poder de hecho, ese poder


primario y escondido que caracteriza a todos los Estados seudo-
democráticos hegemonizados por el capital. Existe en ese tipo de
aparato estatal una división disimulada del poder, en poder real (las
armas, los recursos orientados, las estructuras o cofradías de poder)
y poder formal (la administración pública y los cargos públicos, los
títulos de acreditación de bienes o posiciones, etc.).

Para ilustrar este punto podríamos comparar a un Estado poseído


por los capitalistas con una gran empresa. La Gerencia y el resto de
la administración visible de la empresa, si bien detentan cierta
autoridad para dirigir los asuntos generales del funcionamiento de
la empresa, no tienen el nivel de poder para decidir cuestiones de
mayor trascendencia, como la definición del rubro al que se dedicará
la empresa o el cambio de propietarios. Solamente los dueños de la
empresa tienen poder para decidir sobre los asuntos vitales y tras-
cendentales de la misma. Aplicado al caso concreto, solamente los
dueños de hecho de la nación, la oligarquía capitalista nacional y
transnacional, tienen el poder real para decidir sobre las máximas
cuestiones estructurales del país, mientras perduren las actuales

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condiciones del poder político. Para evitar que la omnipotencia de


estos “dueños” de la nación continúe abusando de la población origi-
naria, habría que demoler, destruir esa propiedad de hecho, ese po-
der de hecho que en este momento poseen. Y eso no se puede lograr
con las herramientas de juguete, con el martillo de plástico que la
misma oligarquía proporciona; se necesita un poderoso martillo de
acero que las fuerzas populares deben obtener desde fuera del juego,
por su cuenta; obviamente, deben obtener y forjar tal herramienta
de liberación, sin permiso y en contra de la voluntad de los dueños
del sistema que se desea destruir con ella.

Idealmente, el Estado es la expresión institucionalizada de la volun-


tad de toda una sociedad, el resultado de un gran pacto social fra-
terno. ¿Cómo puede ese instrumento administrativo, delegado por
toda una sociedad, estar poseído por diez familias capitalistas?

Pacto social. Otro de los hermosos conceptos idealistas del cielo polí-
tico burgueso-liberal. Pero dejemos los suaves términos metafísicos
para la dimensión espiritual, y apliquémosle las duras verdades
materialistas al mundo material. En el mundo real, el Estado es el
instrumento de represión de una clase, o de varias clases sociales
afines, sobre las otras. En un Estado obrero o socialista, las clases
trabajadoras imponen su voluntad sobre una clase minoritaria que
prefiere el sistema de explotación capitalista. En una nación capita-
lista, la burguesía impone su voluntad sobre las clases trabajadoras
a través del Estado. La imposición clasista puede tener diferencias
de grado de una nación a otra, pero no cambia jamás su contenido.

Pero las clases sociales hegemónicas no sólo ejercen su poder por


medio del Estado. Poseen toda una estructura política, económica,
cultural y mediática fuera del Estado; es utilizando el poder parcial
que esa estructura les provee, como se adueñan del Estado mismo.

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Poseyendo el poder parcial de sus estructuras privadas más el poder


estatal, las clases hegemónicas construyen un amplio aparato de
poder, dentro y fuera del Estado, el sistema de dominación.

Prosigamos. En ese orden de cosas, el poder estatal está constituido


por la parte formal, es decir las instituciones, los cargos públicos, la
estructura jurídica etc.; y por la parte efectiva, los instrumentos que
le dan la capacidad real para hacer valer físicamente la autoridad
estatal en el campo concreto. El verdadero poder tiene entonces una
naturaleza fáctica y física. Es la capacidad que tiene una persona o
un grupo social para imponer su voluntad sobre otros. [25]

Esas son las condiciones de fondo que distinguen al poder formal o


autoridad administrativa permitida y al poder real, el poder esen-
cial no-condicionado, que no depende de otros y que es capaz de im-
ponerse por sí mismo. En el fondo, toda forma de poder verdadero
en las sociedades humanas está intrínsecamente relacionada con la
capacidad de ejercer la fuerza.

Esto en cuanto a las formas del poder estatal.

Pero en cuanto al poder en su acepción general, ¿acaso no son las


capacidades económicas, los movimientos de masas populares, las
organizaciones sociales o políticas, formas de poder alguno? La res-
puesta es un “sí” condicionado. Veamos.

A fin de distinguirlo del poder real (a nivel de Estados), denominaré


poder efectivo a cualquier forma de poder tangible, inmediatamente
disponible, capaz de imponer o materializar los fines de quien posea
tal poder, independientemente de su magnitud o su contexto. En-
tonces, el poder real referido antes, es un poder efectivo a gran esca-
la, capaz de controlar a una nación entera.

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Hablé arriba de los recursos orientados. Si el propósito de un equipo


de atletas es ganar un torneo deportivo altamente competitivo, ellos
no sólo deben aprender las técnicas más avanzadas del deporte y
organizar a los integrantes del equipo de la manera más eficiente
posible, sino que necesitan también disponer de los útiles y de los
instrumentos adecuados para la tarea. En ese caso, el grueso de los
recursos no deberá destinarse a gastos administrativos, a la comida,
al hotel, ni a otros factores secundarios, sino que a obtener la máxi-
ma capacitación y el mejor equipamiento posible para superar a los
competidores. En suma, los recursos disponibles deben ser delibera-
damente orientados en función de la meta estratégica dada, conse-
guir un objetivo, triunfar en una causa.

El dinero, los materiales, los recursos en general, son elementos


poseídos que proporcionan ventajas de grado ante a otros sujetos
sociales. Si son adecuadamente utilizados, estos recursos pueden
proporcionar algún grado de poder a quien los posea. Se deduce que
tales recursos son insumos de poder, factores cimentadores del po-
der, que sumados a otros elementos, pueden devenir en formas de
poder efectivo. Pero los solos recursos no son una forma de poder en
sí mismos. Alguien puede tener muchos recursos y ser fácilmente
sometido, humillado, expropiado y hasta eliminado por otros que
poseen otras formas más efectivas de poder.

Un gobierno de cualquier tipo, ejerce su autoridad mediante el uso


de los recursos materiales conscientemente invertidos en el objetivo
de gobernar, mediante la organización humana capaz de ejecutar
ese fin, y utilizando la fuerza resultante de la integración de todos
esos factores. La consciente orientación de los recursos implica em-
plear los fondos o los materiales disponibles para obtener el resul-
tado deseado; si se desea, por ejemplo, administrar la red tributaria,

206
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se invierten los recursos en la estructura de oficinas, comunicacio-


nes, personal operativo, medios de coerción, de cobro y otros necesa-
rios para recaudar los impuestos; si se desea imponer un orden so-
cial dado, entonces se invierte en la estructura humana capacitada,
las armas, las estructuras físicas, el transporte, el apoyo jurídico,
las comunicaciones, y en todos los demás elementos necesarios para
imponer tal orden.

En este ejemplo, vemos que es la fuerza resultante de la suma de


todos esos insumos materiales, humanos y organizativos, lo que con-
fiere a estructuras tales como un gobierno, un cuerpo policial, un
ejército o una milicia civil armada, su carácter de instrumentos con-
formados de poder efectivo. El resultado de la integración orientada
y deliberada de los factores materiales, humanos y organizativos es
mucho más que la suma aislada de sus partes, es el poder efectivo.
El hecho de disponer de personas comunes, de los recursos materia-
les en general y de organizaciones aisladas, sería sólo una especie
de poder latente, insuficiente para cumplir con los fines deseados
por un grupo social; sólo si se integran, se combinan y se orientan
deliberadamente esos factores, puede obtenerse un poder efectivo,
inmediato, capaz de alcanzar o imponer tales fines.

Las masas movilizadas, los grupos organizados de naturaleza social


o política constituyen una forma de presión sobre el balance social
del poder y son a la vez, una forma innegable de autoridad moral.
Esas capacidades de presión, de movilización y de autoridad moral
exigente son también formas de poder latente, que igualmente nece-
sitan integrarse con otros factores para alcanzar la categoría de
poder efectivo. Los recursos materiales, las organizaciones sociales
y las masas, en estado aislado y en su acepción general, no son
entonces un poder efectivo establecido, son sólo insumos de poder.

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Sumados a otros factores y deliberadamente orientados, tales


insumos pueden llegar a constituir un instrumento de poder efec-
tivo. Mientras esos requisitos no se cumplan, su fuerza limitada
constituye sólo una forma de poder latente. Esto explica el hecho
aparentemente contradictorio que grupos relativamente reducidos
de individuos, con los recursos, la organización y las capacidades
resultantes de la integración orientada de esos insumos (poder
efectivo), impongan su voluntad sobre millones de personas, que
teniendo más recursos materiales y humanos, no los han organizado
ni orientado efectivamente a la construcción del poder.

Solamente cuando los recursos materiales y humanos son orienta-


dos conscientemente a la construcción de una estructura física y de
una superestructura organizativa capaz de imponer efectivamente
la voluntad de sus poseedores sobre el medio en que se desenvuel-
ven, devienen en verdaderos componentes del poder efectivo.

Y sólo cuando los grupos sociales organizados adquieren las capaci-


dades estructurales y superestructurales que les permitan imponer
sus objetivos de manera efectiva sobre su medio social, pasan de ser
simples insumos de poder y formas de poder latente, a ser auténti-
cos instrumentos de poder efectivo o poder real.

Sub-partidos políticos, gran política y pequeña política.

Volvamos a los partidos políticos. Aquí, una sola clase social hace
representar sus intereses a través de varias agrupaciones políticas,
sin competencia por parte de las clases sociales opuestas. Tenemos
en realidad, a un pequeño grupo de sub-partidos políticos, columnas
cardinales que sostienen el edificio de la dictadura permanente de
la oligarquía, facciones políticas que en la práctica son parte de un

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todo sistémico, de un solo gran partido orgánico conservador. [26]


Estos sub-partidos se hallan siempre envueltos en el afán de una
competencia que no es en esencia una lucha política real, en el sen-
tido de la gran política. [27] La gran política trata del poder real a
nivel de la formación, la definición y la preservación o el cambio de
las estructuras económico-sociales de los Estados modernos. Los
sub-partidos se dedican más bien a la pequeña política, que consiste
en mantener en la normalidad el statu quo y repartirse la adminis-
tración del poder formal, un poder secundario, establecido, definido
y controlado por el poder real. (El de los grupos fácticos denunciados
por Manuel Zelaya, los que sí juegan con la gran política, con el des-
tino entero de esta infortunada tierra). Los sub-partidos, compiten
entonces por repartirse un poder institucional formal, no esencial
sino puramente administrativo. Y por tanto, no pretenden cambiar
en manera alguna la esencia del sistema, las características actua-
les de la sociedad y del Estado, ni podrían hacerlo. No se proponen
derribar ni transformar la máquina estatal opresora, al instrumen-
to de clase que aplasta en todos los ámbitos a nuestro pueblo, sólo
pretenden gerenciarla ellos.

Dogmatismo anti-político no; acomodamiento,


oportunismo y colaboracionismo, menos.

Visto esto, la única manera consecuente en que un partido político


popular puede participar en el ruedo electoral democrático-burgués,
demanda siempre algunos requisitos de principio indispensables.

El objetivo debe ser siempre la construcción del poder efectivo, la


toma del poder real de la nación, no ser un simple administrador del
poder de otras clases sociales. Alcanzar por la vía exclusivamente
electoral alguna cuota de poder formal o administrativo, es sólo un

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escalón en el ascenso a la meta plena. Este engañoso y limitado po-


der puede ser barrido de un soplo por el poder real de los reacciona-
rios, así como los administradores de una empresa pueden ser echa-
dos a la calle en el momento en que le plazca al dueño de la misma.
Esto quedó fuera de cualquier duda el 28 de junio, y quien, con se-
mejante lección no lo haya comprendido aun, ya no lo comprenderá
jamás.

Un primer requisito reside entonces en la no-aceptación, esencial,


en principio, del sistema establecido. Esto es, no participar en el
juego democratoide con una visión de permanencia, sino hacerlo con
el fin de fortalecer la vanguardia política del pueblo con miras a su
fin supremo e irrenunciable, destruir el sistema reaccionario para
instaurar uno nuevo, una nueva forma de democracia, con el pueblo
mismo en el poder real de la nación.

Luego, es indispensable un análisis coyuntural profundo, apegado a


las principios universales de la lucha de los pueblos, sobre las posi-
bilidades que tiene el movimiento al participar en la arena electoral,
de explotar las oportunidades relativas que el sistema pueda permi-
tir; y de cómo hacerlo sin fortalecer al régimen oligárquico ni des-
viar o comprometer la esencia de la lucha.

Ya los movimientos revolucionarios alemán y francés en el siglo XIX


y Partido Socialdemócrata ruso, valoraban la utilidad práctica de la
lucha política legal hábilmente implementada, sopesando a la vez
las desventajas y los peligros que esta forma de lucha conlleva. Se
desprende de aquellos profundos estudios sobre el devenir “en vivo”
de la lucha de clases, que esos riesgos son el acomodamiento o la
colaboración con el sistema dominante, y la renuncia a la revolución
plena a cambio del reformismo tibio y mediatizador.

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En el caso nuestro, la decisión de participar en uno de los medios de


mantenimiento del poder del enemigo de clase (la seudo-democracia
electoral), tiene terribles limitantes y exige pagar cierto costo políti-
co, sacrificar conscientemente algunas líneas políticas generales de
la lucha. El partido popular, clasista, científicamente planteado,
puede participar limitadamente en la disputa por el poder formal;
pero debe hacerlo sin comprometer los principios fundamentales de
la causa, sin renunciar a la concepción política primaria de la lucha
popular de liberación, sin perder de vista el objetivo irrenunciable
de desmontar el sistema de dominación vigente y reemplazarlo por
uno basado en la plena soberanía y en la hegemonía del pueblo. En
una frase, se trata de aprovechar al máximo las pocas herramientas
que el sistema legal nos permite a favor de la lucha revolucionaria,
sacrificando a cambio, las mínimas concesiones políticas.

Y ya hablar de concesiones mínimas en el contexto de la lucha popu-


lar es entrar en terreno resbaladizo, pues la más pequeña concesión
en el área de los principios y en los fundamentos ideológicos del mo-
vimiento, puede significar renuncia, aceptación y aval tácito al régi-
men reaccionario; podría llegarse, gradualmente, sin percatarse de
manera clara, a la capitulación y al reformismo, a la prostitución
política, al colaboracionismo de clase, a la venta vulgar de la causa.
Las fuerzas políticas reaccionarias son muy hábiles para manipular
cualquier acto de la oposición, genuina o fingida, que implique o pa-
rezca implicar apoyo y aceptación a su sistema. También son hábi-
les para escamotearles la revolución a los pueblos a cambio de una
miserable reforma. Sólo podría justificarse una riesgosa participa-
ción electoral, si ésta aporta ventajas y avances extraordinarios,
indiscutibles, que eleven al movimiento popular hasta condiciones
objetivas superiores y que coloquen al pueblo sustancialmente más
cerca de realizar la revolución.

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Sobra afirmar aquí, que obtener algunas cuotas de poder vinculadas


directamente al servicio de la dictadura no es, ni remotamente acep-
table. Aceptar por ejemplo, un cargo ejecutivo del régimen, aunque
es innegablemente la adquisición de una cuota de poder formal, es
una posición personal alcanzada por un individuo; no es una ganan-
cia del movimiento popular, que es amenazado en sus intereses por
cualquier institución del poder reaccionario. El hecho que desde esa
posición de poder secundario se puedan realizar algunas acciones
puntuales a favor de la población, no cambia la naturaleza del servi-
cio prestado al régimen, ni cambia tampoco las relaciones entre los
dominadores y los dominados. Es como trabajar para alguien que
expropió a la familia de uno, y pedirle diariamente al canalla un pe-
dazo de pan para que no mueran de hambre… Esto, sin contar que
el colaboracionista puede ser tirado a la calle en el instante que los
dueños del poder lo decidan. El aliado de mi enemigo es también mi
enemigo; trabajar políticamente para el enemigo del pueblo es inevi-
tablemente trabajar contra el pueblo.

En cuanto a la participación como bloque de oposición en el congre-


so, se deben sopesar detenidamente todos los factores, que son cam-
biantes con las diferentes coyunturas. Lo que es válido en un esce-
nario concreto podría no serlo en otro. El precio político sacrificado
en cuanto a la acción aceptadora y legitimadora del régimen, al par-
ticipar en su parlamento es inevitable. Pero existe una diferencia de
contenido entre el hecho de ser un empleado, servidor directo del
régimen y contratado por el dictador de turno, a ser un opositor ine-
vitable e indeseable en el congreso, surgido del aprovechamiento de
la debilidades del monopolio electoral.

Aquí deberá prevalecer el concienzudo análisis estratégico, en el


cual se debe sopesar el balance de costo-beneficio político de la posi-

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ble participación electoral. Sólo con un número considerable de


diputados, una bancada popular en el congreso puede realmente ser
útil a la causa progresista. La experiencia de la participación del
partido de la izquierda pequeñoburguesa (UD) en la última década,
deja en claro una cruda verdad de las supuestas democracias tropi-
cales: que una minoría parlamentaria de oposición no vale nada en
medio de un congreso absolutista.

Hemos presenciado en las últimas legislaturas el papel lastimero


que estos mini-congresistas pequeñoburgueses han jugado, más
bien han sufrido, en medio de la despiadada aplanadora de quienes
sí detentan un poder delegado por la oligarquía. Allí se observa el
despotismo “parlamentario” más soberbio, más grotesco, más humi-
llador.

En vano gritaba uno, en las sesiones de la dictadura legislativa


reaccionaria, “protestando” ante una decisión canallesca tomada en
el congreso, ya consumada, irreversible, imperial.

Al otro, una prepotente cuchilla eléctrica lo dejaba hablando solo,


sin sonido, mientras un rumoroso abucheo le decía ¡silencio! El “se-
ñor presidente” le había desconectado el micrófono, quitándole la
palabra para que no siguiera despotricando contra sus inapelables
decisiones de dictadorzuelo fascista… y luego el clímax de la escena,
la invariable rabieta del desdichado, los puñetazos sublimadores en
la mesa, el micrófono inquisidor despedazado, y la calma aterrizada
de la derrota.

En el pasillo, los saludos cargados de conmiseración mal disimulada


de otros plebeyos útiles, delegados por la aristocracia; allí mismo, el
encuentro con alguno de los señores de sangre azul que decidieron
representarse personalmente en el senado absolutista, el saludo frío

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214

y desganado, la mirada de superioridad de la nobleza feudal, y el


hondo desprecio al plebeyo que se huele en su aliento. Más tarde, el
lamentable lloriqueo ante los medios de comunicación, la deplorable
y auto-provocada tragedia del ex revolucionario envilecido, la airada
frustración del iluso que quiso convertir al infierno en un lugar bue-
no con el permiso del demonio... (!?) Simple protesta, mero pataleo,
nada que usted no pudiera hacer sin necesidad de postrarse a los
pies de los príncipes para que le permitan participar en el senado
imperial. Las únicas diferencias serían, la dignidad suya y la dieta
parlamentaria de aquél.

En síntesis, la poca capacidad de incidencia o de acción práctica que


la mayoría reaccionaria le permite a una bancada así de débil en el
congreso, es solamente en cuestiones puntuales, de forma, y no de
contenido. Los pequeños auxilios que estos diputados de relleno
pueden prestarle a la población son insignificantes. Prácticamente,
la única función que una minoría opositora en el congreso puede de-
sarrollar a plenitud en esas condiciones, es de denuncia y de protes-
ta, y eso puede hacerse, sin necesidad de compartir la mesa con los
verdugos, desde cualquier ONG bien informada.

Se gana poco como pueblo; eso sí. El costo político es elevado.

Un último apunte: la reforma es la concesión “generosa” que una


clase con poder les hace a sus dominados para mantener la armonía
en su sistema político-económico. Una vez que el movimiento popu-
lar se haya subido al carro de la democracia burguesa, habrá elegido
como consuelo el camino de la reforma y habrá abandonado el de la
revolución.

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215

5.3- MI PUEBLO NO SE MERECE MENOS QUE LA

REVOLUCION

Diciembre de 2010.

El Frente de Resistencia, a pesar de las dificultades, las debilidades


y los tropiezos normales de una organización naciente de semejante
envergadura, se consolida, se capacita, se organiza y se fortalece. Su
deber, su tarea fundamental debe ser unificar, educar, organizar y
conducir eficazmente a los diversos sectores sociales, a las inmensas
masas populares, en pos de la liberación nacional plena, con todas
las conquistas que eso implica. La tarea de la liberación nacional y
popular no sólo supone conquistar el poder político del país. Esa es
solamente una parte de la tarea integral consistente en derrocar a
la dictadura reaccionaria e instalar al pueblo en el poder real de la
nación, para ejecutar desde allí, un programa revolucionario de
desarrollo. Es una tarea amplia, en materia de soberanía popular,
de independencia con respecto al imperialismo, de una genuina
democracia, de igualdad y justicia en todos los ámbitos, de bienestar
material y de desarrollo intelectual de nuestro pueblo. El Frente no
debe ser solamente un conglomerado de organizaciones gremiales,
un amplio grupo de protesta, o un órgano limitado a la contienda
electoral; por la amplitud y por la magnitud de sus tareas, y por el
contexto adverso que lo condiciona, éste debe ser definitivamente un
frente popular de liberación nacional, una organización política con
un radio de acción extenso. [28]

Todas las vías, todas las formas de lucha le son legítimas al pueblo
hondureño para conquistar la soberanía sobre su tierra y su destino.
Esas variedades de la lucha deben ser adoptadas en la manera, en
las condiciones y en el momento correctos. El pueblo no debe dar

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ninguna batalla que no pueda ganar (sin caer por ello, en la pará-
lisis o en la cobardía), ni ganar la batalla para que fuerzas oscuras
cosechen los frutos de su esfuerzo y de su sangre.

Si deviene en un frente popular de liberación con un radio de acción


extenso, el Frente podría en el futuro, en la manera, las condiciones
y el momento correctos, utilizar la vía electoral como uno de los ins-
trumentos para alcanzar sus objetivos. Pero la libertad no se regala.
La oligarquía no va a abrirle al pueblo las puertas de su reinado por
generosidad política. Debe ser literalmente obligada por las fuerzas
populares.

Obligada. Es decir, mediante la fuerza, no mediante la protesta, el


acuerdo o la súplica. Las “conquistas” políticas populares basadas
en el acuerdo con el enemigo de clase son en realidad, concesiones
de parte del pueblo, son derrotas políticas disimuladas con avances
democráticos falsos.

Cuando el movimiento popular, mediante la presión de fuerzas


sociales irresistibles, obligue a la mafia oligárquica a soltar el mono-
polio que ahora ejerce sobre toda la institucionalidad, y especial-
mente, sobre el sistema electoral, hasta entonces el pueblo podrá
considerar seriamente su participación en las urnas con verdaderas
posibilidades de alzarse con la victoria. Y nunca debe olvidarse que
la victoria electoral en esas condiciones sería sólo una etapa de la
lucha, pues las urnas sólo pueden entregarle al pueblo el poder for-
mal, un poder limitadísimo, casi falso. La esencia del poder reaccio-
nario seguiría intacta y aun quedaría pendiente la colosal tarea de
suprimir, de una vez por todas, ese poder hostil.

El golpe de Estado continúa plenamente vigente en Honduras. El


simulacro electoral impuesto a fuerza de fusiles en 2009, sólo rea-

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lizó el cambio de un dictador por otro, tratando de darle ahora una


fachada más suave y democratoide a la dictadura oligárquico-
militar. La hegemonía del golpismo es absoluta y se fortalece en el
tiempo; especialmente, se fortalece en el factor más determinante
del poder real, el factor coercitivo, el poder militar. Con las actuales
condiciones de inequidad, de represión, de secuestro político y físico
que la población sufre en este momento, “competir” en elecciones
con esa oligarquía todopoderosa, sería un triste acto de colaboración
y de prostitución política.

Algunos compañeros proponen la auto-convocatoria del pueblo a la


Asamblea Constituyente. Es una buena idea siempre que el pueblo
construya el poder físico indispensable para sustentarla. En justi-
cia, nuestro pueblo tiene el derecho soberano a auto-convocarse a
una Asamblea así; pero una cosa es tener derecho a algo y otra muy
diferente es tener ese algo en la realidad. El punto es, ¿tiene el pue-
blo en este momento la fuerza, el poder efectivo y coercitivo para lle-
var a cabo la Asamblea y hacer valer la Constitución por ella redac-
tada? La respuesta es dolorosa pero tajante: definitivamente, sin un
instrumento de fuerza para imponerla, tal Constitución sería letra
muerta. Esto, si es que llega a redactarse, si los temerarios consti-
tuyentes” no son asaltados por un comando militar y expatriados en
el acto. (!) El marco jurídico vigente en un territorio es el reflejo de
la voluntad de un poder establecido, es el mandato hecho ley, de la
clase que lo detenta. Sin poder real no puede haber ningún poder
formal estable alguno. Una constitución política es un instrumento
de derecho, y el derecho se sustenta en la fuerza. Por eso, el poder
efectivo, en todas sus formas posibles, debe comenzar a ser construi-
do ya por el movimiento popular, si aspira seriamente a gobernar el
país. [29]

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Precisamente, por la misma naturaleza fáctica y física del poder, es


que necesitamos un frente popular de liberación nacional y no una
organización cívico-política limitada e indefensa. ¡Por supuesto que
nos gustaría un partido político popular, poderoso y triunfante, ejer-
ciendo la soberanía de la población en las urnas, en una nación nue-
va, libre y verdaderamente democrática! Cuando hayamos construi-
do esa nación. De momento, lo que necesitamos es una organización
con la capacidad de unir, formar y dirigir al pueblo hacia el triunfo;
que tenga la fuerza revolucionaria necesaria para lograr desmante-
lar los obstáculos y construir esas nuevas condiciones democráticas;
que no sólo pueda ganar unas elecciones, sino que tenga capacidad
para defender e imponer ese triunfo. Un simple partido electoralista
no puede hacer eso. Difícilmente podría ganar las elecciones, pero si
lo consiguiera y los fusiles le dicen “no”, ese partido se iría a la lla-
nura con la cola entre las patas. Y ese tipo de organización minus-
válida no es lo que se merece nuestro pueblo. Queremos la paz y la
democracia, pero sin invalidez política, sin depender de la fuerza o
de la generosidad de otros, siendo un pueblo autosuficiente, con el
poder real, que toma aquello que le pertenece y que no lo mendiga.
Queremos un león, libre, fuerte y respetado, no un indefenso cordero
cuya suerte depende de la decisión de otros. Necesitamos un frente
popular de liberación nacional capaz de paralizar el país, ganar las
elecciones o ganar una guerra… no queremos un partidito político
que “tal vez” llegue a ganar las elecciones alguna vez, y que deberá
“portarse bien” con la oligarquía para que se le permita administrar
una nación privada.

En otro ámbito, combatir permanentemente y con todos los recursos


posibles a la actual dictadura disfrazada es un deber que no debe
descuidar el pueblo en resistencia. Nuestra Patria ha sido sometida
militarmente por un imperio extraño utilizando mercenarios nati-

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vos. El porfiriato es una dictadura servil, impuesta por el imperia-


lismo, que mancilla nuestro suelo y subyuga a nuestro pueblo. Los
patriotas no deben acomodarse ni olvidar nunca eso.

Otra tarea y necesidad inmediata del Frente es el retorno al país de


los cientos de exiliados por la dictadura, en especial Manuel Zelaya.
Esperamos como pueblo, que Mel venga a contribuir decisivamente
en las tareas de unificar, de orientar y de lanzar, con precisión y
contundencia, a las fuerzas populares hacia la victoria.

Basado en su vasta experiencia al frente de la revolución popular


china, Mao [30] nos enumera dos requisitos indispensables para la
correcta dirección de las masas en una lucha de liberación política:

“ a) Conducir a los dirigidos […] a luchar resueltamente contra el


enemigo común y a lograr victorias;

b) Dar beneficios materiales a los dirigidos o, por lo menos, no da-


ñar sus intereses y, al mismo tiempo, darles una educación política.“

Y luego sentencia: “Si no hay una lucha resuelta, o si hay lucha pe-
ro sin victoria, [los seguidores] vacilarán […]”

Los hondureños necesitamos, como pueblo en rebeldía, ser dirigidos


“a luchar resueltamente” contra el enemigo de las clases populares;
resueltamente, no de manera vacilante. Pero eso no basta. Necesi-
tamos ser conducidos a luchar resueltamente de tal manera que
podamos “lograr victorias” contra el enemigo del pueblo, no ser
enviados a luchar insulsamente, como ovejas al matadero, a sufrir
baja tras baja y derrota tras derrota.

Hablamos de líderes populares a un nivel individual, pero principal-


mente, de una organización política de vanguardia, que sepa unifi-
car, organizar, educar y dirigir de manera efectiva a todas los gru-

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pos, clases y capas sociales progresistas para conquistar el poder


real y transformar a Honduras en una nación nueva y mejor; que
elabore un proyecto de liberación y de construcción nacional amplio,
sustentado, científico, y que unifique en torno a ese proyecto patrió-
tico a la mayoría de los diferentes sectores sociales justos de la hon-
dureñidad, aislando solamente a los reaccionarios. Esa gran organi-
zación podría ser el Frente de Resistencia. Lo será en la medida en
que alcance a cubrir esos requisitos y esas necesidades; lo será la
organización que le dé resultados efectivos al pueblo hondureño en
su lucha de liberación. Lo mismo puede decirse de los líderes: preva-
lecerán aquellos que puedan concebir y forjar tal organización,
brindando triunfos y resultados efectivos al pueblo a cambio de sus
inmensos sacrificios.

167 largos y penosos años transcurrieron desde que la posibilidad


concreta de una revolución progresista se derrumbó con el vil ase-
sinato de Morazán en 1842, hasta el renacimiento de lo que podría
ser un verdadero movimiento popular de liberación nacional en
2009. El progreso natural de nuestro pueblo y la acción catalizadora
del liderazgo de Zelaya provocaron ese renacimiento, y esperamos
que sea él mismo quien conduzca la lucha resuelta y la victoria ab-
soluta del pueblo sobre sus opresores. De no hacerlo él, otros patrio-
tas se levantarán, y la justa causa de nuestro pueblo, inexorable-
mente triunfará.

Hemos sufrido cinco siglos bajo la tiniebla de la subyugación, la


humillación, la miseria y la sangre. Pero se acerca la hora de la
libertad. Nada nos detendrá como pueblo en ese propósito si nos
esforzamos y cumplimos con nuestro alto deber de hacer lo que sea
necesario en aras de la libertad del pueblo y de la Patria.

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Nos hemos levantado desde la postración hasta la esperanza, del


triste derrotismo del esclavo a la rebeldía de la pelea. Somos los
herederos de la sangre maya y somos los hijos de Morazán. Merece-
mos el bienestar, la justicia, la libertad, y merecemos la revolución.
La reforma significa compartir la soberanía del pueblo con aquellos
saqueadores y genocidas del pueblo; la revolución, en cambio, signi-
fica derrotar definitivamente, después de quinientos años, al inva-
sor colonialista y a su progenie maldita y sanguinaria, que han
dominado y destrozado la vida de nuestra gente desde 1536. No
queremos reformas, rechazamos la mediatización, no aceptamos
más atol con el dedo en nuestra tierra. Esta es nuestra tierra. Y
queremos la revolución popular plena y auténtica, una que plante
las bases de una Nueva República popular, libre, justa, fuerte y
próspera como la concibió Morazán.

Nuestro pueblo se merece esa revolución y no aceptará menos que


eso.

¡A luchar por la nueva República Morazanista de Honduras!

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NOTAS

[22] V. Lenin- El Imperialismo, Fase Superior del Capitalismo, prólogo de 1920:


“Es evidente que una superganancia tan gigantesca (ya que los capitalistas se
apropian de ella, además de la que exprimen a los obreros de su "propio" país)
permite corromper a los dirigentes obreros y a la capa superior de la aristocra-
cia obrera. Los capitalistas de los países "avanzados" los corrompen, y lo hacen
de mil maneras, directas e indirectas, abiertas y ocultas.

Esta capa de obreros aburguesados o de "aristocracia obrera", completamente


pequeños burgueses en cuanto a su manera de vivir, por la cuantía de sus emo-
lumentos y por toda su mentalidad, es […] hoy día, el principal apoyo social (no
militar) de la burguesía. Pues éstos son los verdaderos agentes de la burguesía
en el seno del movimiento obrero, los lugartenientes obreros de la clase capita-
lista […], los verdaderos portadores del reformismo y del chovinismo. En la
guerra civil entre el proletariado y la burguesía se ponen inevitablemente, en
número no despreciable, al lado de la burguesía…” (El remarcado es nuestro).

Y en la Pág. 138 de la misma obra, cita este fragmento escrito por Marx:

"El proletariado inglés se va aburguesando de hecho cada día más; por lo que se
ve, esta nación, la más burguesa de todas, aspira a tener, en resumidas cuen-
tas, al lado de la burguesía, una aristocracia burguesa y un proletariado bur-
gués. Naturalmente, por parte de una nación que explota al mundo entero, esto
es, hasta cierto punto, lógico". […] "las peores tradeuniones [sindicatos] ingle-
sas […] consienten ser dirigidas por individuos vendidos a la burguesía o que,
por lo menos, son pagados por ella".

[23] a) V. Lenin- Una vez más sobre los sindicatos, el momento actual y los
errores de Trotski y Bujarin. b) Obras Escogidas de Mao Tse Tung- Tomo II-
Pág. 354

[24] a) A. Gramsci, Cuadernos de la Cárcel. b) Shafik H.- El Poder, el Carácter


y Vía de la Revolución y la Unidad de la Izquierda.

[25] “El poder es la organización armada de una clase [social]. […] No basta con
que el proletariado tenga en sus manos los organismos económicos, las tierras,

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las fábricas, etc. […]” -Andreu Nin, El Problema del Poder en la Revolución,
Conferencia de 1937, Barcelona.

[26] A. Gramsci- El Moderno Príncipe.

[27] Gramsci define así estas diferencias de objeto y de nivel en la política, en


su obra El Moderno Príncipe:

“La gran política comprende las cuestiones vinculadas con la función de nuevos
Estados, con la lucha por la destrucción, la defensa, la conservación de determi-
nadas estructuras orgánicas económico-sociales. La pequeña política compren-
de las cuestiones parciales y cotidianas que se plantean en el interior de una
estructura ya establecida, debido a las luchas de preeminencia entre las
diversas fracciones de una misma clase política. (El remarcado es nuestro).

[28] El Frente de Resistencia nace de manera espontánea como una reacción


defensiva del pueblo ante el golpe militar del 28 de junio de 2009. De ahí pro-
viene su nombre, un nombre coyuntural. Pero el carácter, la composición y los
objetivos del Frente no deben corresponder tanto a un frente popular de resis-
tencia, defensivo y reactivo, sino más bien a un frente popular de liberación
nacional, con orientación ofensiva y constructiva.

[29] La construcción del poder popular debe priorizar las formas de poder efec-
tivo. Casos emblemáticos de la Historia demuestran que cuando el fascismo es-
tá decidido a aplastar la expresión libertaria de los pueblos, la concepción tradi-
cional pequeñoburguesa del poder popular puramente cívico, es una engañosa
vía al suicidio político. El caso chileno es una de esas dolorosas experiencias.
Las aparentemente poderosas estructuras formadas por organizaciones políti-
cas, gremiales y territoriales coligadas en el proyecto progresista del Presidente
Allende, fueron aplastadas con facilidad por los fusiles del fascismo. El retroce-
so histórico y el precio de sangre pagado por el pueblo chileno por ese error son
incalculables.

Debido a que el cambio político en las últimas décadas fue alcanzado por el pue-
blo chileno por la vía electoral y no por una revolución verdadera, la esencia del
poder reaccionario instaurado a fuerza de sangre subsiste hasta hoy. Las es-
tructuras políticas y económicas de fondo, erigidas entonces por la imposición
militar de los reaccionarios sobre las fuerzas populares, siguen vigentes a pesar
de los positivos avances democráticos (en el sentido burgués) operados en aquel

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hermano país. La oligarquía capitalista se enseñorea aun sobre la clase traba-


jadora, y las miles de víctimas masacradas por la dictadura fascista siguen
sumergidas por la impunidad. El golpe de 1973 tuvo éxito. Y aun lo tiene.

[30] Obras Escogidas de Mao Tse Tung- Tomo III- Pág. 192.

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Portada: Mural del grupo juvenil Pinceles


del Barrio y Organización JHA-JA.

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