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Alma Azul

Estrella Rubilar Araya


El día que me quieras tendrá más luz que junio;
la noche que me quieras será de plenilunio,
con notas de Beethoven vibrando en cada rayo
sus inefables cosas,
y habrá juntas más rosas
que en todo el mes de mayo.

Amado Nervo
Prólogo

Hubo un tiempo en el que la humanidad no vivía de la manera en que la


conocemos hoy en día. Los humanos eran desplazados y tratados como
burdos animales de carga por otros seres que se hacían autonombrar Ki-
sinkan, “Supremos hijos de la luna”.
Superiores en todos los sentidos para la humanidad existente de aquel
entonces, los Kisinkan no sólo poseían una ferocidad y fuerza descomu-
nal, muy por encima a la de cualquier ser humano, sino también los co-
nocimientos tecnológicos de una civilización mucho más avanzada que la
actual, ni mencionar la de la humanidad de aquel entonces, cuyas únicas
armas consistían en palos y piedras.
Los hombres y mujeres humanos nacían, crecían y morían como es-
clavos de los Kisinkan, a quienes debían servir y adorar como a dioses,
pues era así como ellos se hacían llamar.
Unos cuantos se mezclaron con mujeres humanas, de ellos nació una
raza nueva, mezcla de humana y Kisinkan, a la que se les llamó Kinam:
“De sangre suprema”. Estos nuevos seres, aprendieron las costumbres de
sus antecesores, y se convirtieron, a pesar de su humanidad, en una nue-
va plaga para los hombres.
Una plaga que parecía imposible de controlar, una peste que amenaza-
ba con manchar la sangre humana con el gen Kinam, como ellos mismos
hacían llamar a su descendencia, hasta hacer desaparecer por completo a
la sangre humana pura de la faz de la tierra.
Y así habría sido de no ser porque la humanidad, a pesar de su estado
desventajoso y falto de conocimientos, había sido bendecida con un don,

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Prólogo
un poderoso don que iba mucho más allá al de cualquier Kisinkan o Ki-
nam que hubiera existido.
Ese don era la magia.
Los primeros hechiceros se mantuvieron ocultos del conocimiento de
los Kisinkan y los Kinam, por temor a sufrir la misma suerte de aquellos
que habían tenido la mala fortuna de hacer muestra de alguno de sus po-
deres frente a sus amos.
Estos desdichados fueron sometidos al gas hipnótico (un poder cono-
cido de estos monstruos para gobernar a la humanidad), la única manera
en la que consiguieron hacer confesar a estos primeros valientes los su-
puestos crímenes que habían cometido, para luego ser quemados vivos
por el poder de fuego del Kisinkan, en un acto público que, además de
entretener a sus amos, tenía la finalidad de enseñar a los otros humanos
cuál sería su destino si osaban desafiarlos o revelarse contra ellos.
Sin embargo, esos crueles actos, lejos de mermar el ánimo de los hom-
bres y mujeres, hicieron crecer el espíritu de guerra que llevaba demasia-
do tiempo oculto dentro de sus corazones.
Como una fiera que termina por vencer la atadura a la que la tenían
sujeta, el esclavo se reveló contra el esclavista, luchando hasta la muerte
por conseguir su libertad.
Sin embargo, los Kisinkan y los Kinam eran demasiados, poderosos,
su fuerza incomparable a la de los hombres, y su poder indescriptible.
La humanidad estaba condenada a perecer en esta contienda, aunque
eso parecía ser precisamente lo que buscaban los mismos hombres, deci-
didos a morir antes de continuar con una vida tan miserable, como escla-
vos de aquellos seres a los que detestaban.
Hasta que la primera hechicera, Adah, mostró de su enorme poder…
Y la balanza se equilibró.
Todos aquellos hechiceros, quienes compartían distintos dones, se
unieron a ella, imitando sus gestos y comportamiento. Y así, lograron
aquello que nunca en la historia había sucedido hasta entonces: vencie-
ron a sus amos.
Dueños de su libertad por primera vez, la humanidad se dispersó por
el mundo, dispuestos a continuar manteniendo ese tesoro en su poder.

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Prólogo

Adah llegó a convertirse en una leyenda, su poder y su legado fue trans-


mitido entre los hechiceros de generación en generación.
Los primeros grupos dispersos evolucionaron con el tiempo hasta
formar asociaciones perfectamente estructuradas; mantuvieron a buen
resguardo el conocimiento heredado por Adah y perfeccionaron sus en-
señanzas, llegando a tener la capacidad de adiestrar tanto a hechiceros
como a hombres comunes y corrientes en las artes necesarias para defen-
derse de sus más grandes enemigos, los Kisinkan. Y así mismo, proteger
a la humanidad de cualquier otro peligro que pudiera surgir en adelante.
Se hicieron llamar “Guerreros de Fuego”, pues era fuego lo que sen-
tían latir en sus venas, el fuego de la libertad que los había impulsado a
emanciparse.
Los Guerreros de fuego se extendieron alrededor de todo el planeta.
Para mantenerse unidos y en constante comunicación entre su allegados,
se realizó una ceremonia en la que se escogieron cinco líderes; cinco des-
cendientes directos de Adah, quienes se encargarían de dirigir a los Gue-
rreros de Fuego en las distintas Antorchas (el nombre dado a las bases es-
tablecidas en su territorio), así como de compartir el poder e información
con sus otros compañeros.
Para distinguirse entre ellos, se hicieron llamar: Los Blancos, Los Ro-
jos, Los Pardos, Los Negros y Los Amarillos. Formaron una sólida base
sobre la que se irguió la institución de los Guerreros de Fuego, y eran ellos
quienes tomaban las decisiones más importantes con respecto a la direc-
ción que debía tomar la orden, y por consiguiente, la humanidad.
Conforme la población humana crecía, la existencia de los Guerreros
de Fuego se iba convirtiendo en una superstición, la historia pasó a ser
mito, y el mito se convirtió en leyenda…
Y mientras el mundo se modernizaba, la leyenda se olvidaba… Al igual
que el peligro que conlleva dejar de lado las enseñanzas del pasado de
nuestros padres, a riesgo de cometer los mismos errores en el futuro.
Junto con ellos, también los Kisinkan, y su descendencia, los Kinam,
pasaron de la realidad a ser parte de la tradición popular; los antiguos
monstruos aguerridos y temidos por la gente, se transformaron en los pro-
tagonistas de los cuentos infantiles, seres irreales que sólo podían existir

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Prólogo
en la imaginación de los pequeños, seres de quienes ni siquiera sospecha-
ban el peligro del que los Guerreros de Fuego los mantenían a salvo.
Con la llegada de la inquisición y la persecución mundial que siguió
a todas las fraternidades y órdenes existentes alrededor del mundo, los
Guerreros de Fuego debieron buscar la forma de protegerse y continuar
manteniéndose fuera del ojo crítico y evaluador de los encargados de so-
meter a aquellos que iban contra las normas. Fue ese el motivo por el que
cambiaron su nombre a “La Capadocia”, en honor a San Jorge de Capa-
docia, un descendiente de linaje directo de Adah, y quien se había hecho
famoso por haber matado con su propia lanza a un Kisinkan y salvado a
una princesa humana de la muerte.
Al paso de los siglos, con el desarrollo de la humanidad y la expansión
de la influencia de los Kinam sobre ella, las estrictas normas de La Capa-
docia comenzaron a modificarse, al punto que la estrecha orden se dividió
en dos órdenes no abiertamente definidas:
-La Antigua Capadocia o Tolerantis, conocidos por tener un pensa-
miento abierto al cambio; y
-La Capadocia Extremus, aquellos decididos a mantener inquebran-
tables las normas, así como la severidad contra cualquier mancha a la
pureza del linaje de la raza humana.
Con el tiempo, La Capadocia se hizo más grande y fuerte, y por supues-
to, invisible a los ojos comunes de quienes viven día a día sin tener idea
de que su vida existe tal como es gracias a esos individuos desconocidos
para ellos, individuos de su misma sangre y raza que continúan luchando
cada día por mantener el mundo como lo conocemos, protegiéndolo de
cualquier peligro que pueda amenazarlo.

“Los elegidos de los elegidos”


La Capadocia.

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