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Ni una más, ni uno más. Ni una más, de las historias donde se le arrebato la vida a uno de
nuestros jóvenes; ni uno más, de los asesinatos colaterales; ni una una más, de las familias con
el corazón desgarrado; ni uno más, de los jóvenes que además de haberles asfixiado las
oportunidades, les fracturaron la vida; ni una más, de las mujeres que deben de recontruir toda
su vida a fuerza de ausencias que duelen como lumbre; ni uno más, de los discursos donde se
justifica que no haya responsables; ni una más, de las famiias que se ven obligadas a
abandonar sus hogares en busca de la posibilidad de vivir.
Poco a poco somos testigos de cuando los mensajes mutan en contradicciones: pues
somos señalados por no estudiar, pero una vez que estudiamos somos igualmente señalados.
Se nos proclama en una y más conferencias como el futuro del país, pero con dolor
vislumbramos los escasos apoyos para edificar el presente. Y con las herramientas
construidas, con las que nos donen, nos fíen o nos regalen, tomaremos decisiones adecuadas,
inadecuadas, impulsivas, planificadas, o postergaremos desiciones. Y entonces, entrados los
30 o más allá de los 30, mutamos en testigos de las mismas situaciones y nuestra muda
contemplación promueve que se repitan en las nuevas generaciones, sólo que hoy el costo del
estigma es la muerte, hoy el ejercicio de la violencia (del crimen o del gobierno) cubre gran
parte de la demanda de oportunidades laborales, hoy quien no alcanza una butaca en un salón
de clases, alcanza un arma o una bala, hoy la desconfianza que depositamos en los jóvenes,
nos ha ido dejando solos y temerosos de ellos y con ellos.
Cada uno sabe quiénes son sus muertos, y a ellos no les faltan lágrimas, veladoras,
ofrendas, oraciones o despedidas: somos responsables de nuestros muertos. Cada uno sabe
también que 40 mil de nuestros jóvenes muertos son los “asesinados” de alguien más y esa
responsabilidad no es nuestra. A quienes corresponda, háganse responsables.
Francisco de la Rosa Donlucas