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Difusión y reglamentación del viacrucis actual

El viacrucis tradicional ya se atestigua propagado en España en la primera mitad del


siglo XVII. De la Península Ibérica pasó primero al Reino de las Dos Sicilias, entonces bajo la
Corona Hispana, y después se extendió por toda Italia. El sentido realista del hombre
meridional, sensibilizador de los temas espirituales, explica el porqué del gran éxito de esta
reconstrucción pasionaria que hacía en cierta manera asequible para todos la peregrinatio
spiritualis a Jerusalén en aquella época enardecida de sueños de cruzadas, cuando la
peregrinación real era punto menos que imposible.

En cuanto a la fijación del viacrucis tradicional, el Papa Inocencio XI Odescalchi, ante


las dificultades casi insalvables de la peregrinación a los Santos Lugares, se decantó por la
modalidad practicada por los Menores, Custodios de Tierra Santa como ya hemos comentado, al
conceder a éstos el cinco de septiembre de 1686 facultad de erigir las estaciones en sus iglesias
por la Bula Ecclesiae Catholicae, pudiendo ganar en su ejercicio las mismas indulgencias que
en Tierra Santa los religiosos y sus afiliados.

En cuanto a la promoción de esta práctica devocional por los frailes Menores, en el


Capítulo General de Roma de 1688 de los Observantes se insta a los superiores de la Orden a
que promuevan este ejercicio de la Vía Sacra. Inocencio XII Pignatelli confirmó este privilegio
franciscano y lo extendió a todos los fieles en 1694, lo que declaró la Sagrada Congregación del
Concilio el doce de noviembre de 1695, y Benedicto XIII Orsini señaló clarísimamente su
extensión a todos los fieles en 1726.

San Leonardo de Porto Mauricio (Imperia 1676-Roma 1751, beatificado en 1796 y


canonizado en 1867), franciscano genovés de la Provincia Reformada Romana desde 1697,
Misionero Apostólico, émulo del dominico San Vicente Ferrer, protector de sus misiones, que
comenzó en 1708, terminaba éstas con la solemne erección del vía crucis, “gran batería contra
el infierno”, de los que erigió quinientos setenta y seis en toda Italia.

En consonancia con todo esto, el Capítulo de 1721 de la Provincia Observante de


Andalucía mandó imprimir un formulario breve para uso de sus comunidades, que dedicaban la
oración vespertina comunitaria de los viernes a la meditación de la Pasión. Además, los
religiosos practicaban también en común este ejercicio, aunque voluntariamente, por la noche,
así como muchos frailes en privado, según sus ocupaciones, a distintas horas del día.

En el Capítulo General de Roma de 1723 de la misma Orden, que presidió


personalmente el Papa Inocencio XIII Conti se editó una estampa con el santo ejercicio,
incluyéndose sus fórmulas, consideraciones y oraciones, en la que se advertía también la
necesidad, para ganar las indulgencias, de haber sido erigidas las estaciones con la licencia de
los Superiores de la Orden, a la que se concedió en correspondencia por la Custodia de los
Santos Lugares.

En 1731 Clemente XII Corsini por medio de unas instrucciones de la Sagrada


Congregación de Indulgencias extendió las gracias a todas las iglesias siempre que las
estaciones fueran erigidas por un padre franciscano con la sanción del Ordinario del lugar. Esto
incidió decisivamente en la popularización de la práctica de erigir las Estaciones en las iglesias.
Al mismo tiempo definitivamente fijó en catorce el número de Estaciones y prohibe especificar
qué o cuántas indulgencias pueden ganarse con este piadoso ejercicio.

Benedicto XIV Lambertini en 1742 exhortó a todos los sacerdotes a enriquecer sus
iglesias con el rico tesoro de las Estaciones de la Cruz, que consideraba una de las principales
devociones para honrar la Pasión del Señor, así como para convertir a los pecadores, reanimar a
los tibios y santificar a los justos.
En 1773 Clemente XIV Ganganelli concedió la misma indulgencia, bajo ciertas
circunstancias, a los crucifijos bendecidos para el rezo de las Estaciones, para el uso de los
enfermos, los que están en el mar, en prisión u otros impedidos de hacer las Estaciones en la
iglesia. La condición es que sostengan el crucifijo en sus manos mientras rezan el padrenuestro,
el avemaría y el gloriapatri un número determinado de veces. Estos crucifijos especiales no
pueden venderse, prestarse ni regalarse sin perder las indulgencias ya que son propias para
personas en situaciones especiales.

Una interesante variante se encuentra en la recensión de once estaciones señalada en


1799 para uso en la diócesis de Vienne, que incluye: la agonía en Getsemaní, la traición de
Judas, la flagelación, la coronación de espinas, la condena, el encuentro con Simón de Cirene,
con las mujeres de Jerusalén, el ofrecimiento de la hiel, la crucifixión, la muerte y el
descendimiento. Como se puede comprobar, sólo seis estaciones se corresponden exactamente
con las tradicionales (la quinta, la sexta, la séptima, la novena, la décima y la undécima) y no se
circunscribe al camino del Calvario.

Una variación que se puede señalar en las estaciones en las iglesias es el sentido
espacial de su colocación. La Sagrada Congregación de Indulgencias, en respuesta a una
consulta suscitada en 1837, respondió que, aunque nada está ordenado en este punto, parece ser
lo más apropiado empezar por el lado del evangelio. Sin embargo, la planta y disposición del
templo o la posición de la figura de Cristo en las estaciones, en cuyo seguimiento se va, puede
aconsejar lo contrario.

En 1857 los obispos de Inglaterra recibieron facultades de la Santa Sede para erigir ellos
mismos las Estaciones con indulgencias cuando no hubiese franciscanos. En 1862 se quitó esta
última restricción y los obispos obtuvieron permiso para erigir las Estaciones ya sea
personalmente o por delegaciones quinquenales siempre que fuese dentro de su diócesis.

El Papa Pío XI Ratti dio un decreto de diecisiete de julio de 1931 también sobre esta
práctica regulando la indulgencia plenaria concedida a este ejercicio piadoso siempre que se
realice siguiendo las estaciones jerosolimitanas legítimamente erigidas, señaladas por cruces,
acompañadas a veces de tablas o imágenes.

Actualmente su enriquecimiento de indulgencias tiene las siguientes condiciones. Para


ganar la indulgencia plenaria se requiere la práctica del ejercicio piadoso y la realización de las
tres condiciones necesarias: confesión sacramental, comunión eucarística y oración según la
mente del Papa, y la plena disposición de ánimo que excluya todo afecto pecaminoso.

Debe realizarse delante de estaciones legítimamente erigidas y señaladas al menos por


catorce cruces. Comúnmente este itinerario va acompañado de catorce meditaciones a las que se
añaden preces vocales, pero basta con la piadosa meditación de la Pasión, no siendo necesaria la
consideración de cada uno de los misterios de las estaciones. Si todos los participantes no se
pueden mover, es suficiente con que lo haga el que lo dirige. Se puede también añadir en el rezo
del viacrucis una decimoquinta estación: la resurrección del Señor.

Un viacrucis bien preparado debe alternar de manera equilibrada: palabra, silencio,


canto, movimiento procesional y parada meditativa. También es frecuente portar una cruz
durante el ejercicio de esta devoción. El modo de rezarlo ha incluido también la introducción,
tras el enunciado de la estación, de una jaculatoria: "Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos
que por tu santa cruz redimiste al mundo". Después de la meditación, si hay, se prosigue con el
rezo del padrenuestro con o sin avemaría y gloriapatri y una jaculatoria final: "Pequé, Señor, ten
piedad y misericordia de mí".

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