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Benedicto XIV Lambertini en 1742 exhortó a todos los sacerdotes a enriquecer sus
iglesias con el rico tesoro de las Estaciones de la Cruz, que consideraba una de las principales
devociones para honrar la Pasión del Señor, así como para convertir a los pecadores, reanimar a
los tibios y santificar a los justos.
En 1773 Clemente XIV Ganganelli concedió la misma indulgencia, bajo ciertas
circunstancias, a los crucifijos bendecidos para el rezo de las Estaciones, para el uso de los
enfermos, los que están en el mar, en prisión u otros impedidos de hacer las Estaciones en la
iglesia. La condición es que sostengan el crucifijo en sus manos mientras rezan el padrenuestro,
el avemaría y el gloriapatri un número determinado de veces. Estos crucifijos especiales no
pueden venderse, prestarse ni regalarse sin perder las indulgencias ya que son propias para
personas en situaciones especiales.
Una variación que se puede señalar en las estaciones en las iglesias es el sentido
espacial de su colocación. La Sagrada Congregación de Indulgencias, en respuesta a una
consulta suscitada en 1837, respondió que, aunque nada está ordenado en este punto, parece ser
lo más apropiado empezar por el lado del evangelio. Sin embargo, la planta y disposición del
templo o la posición de la figura de Cristo en las estaciones, en cuyo seguimiento se va, puede
aconsejar lo contrario.
En 1857 los obispos de Inglaterra recibieron facultades de la Santa Sede para erigir ellos
mismos las Estaciones con indulgencias cuando no hubiese franciscanos. En 1862 se quitó esta
última restricción y los obispos obtuvieron permiso para erigir las Estaciones ya sea
personalmente o por delegaciones quinquenales siempre que fuese dentro de su diócesis.
El Papa Pío XI Ratti dio un decreto de diecisiete de julio de 1931 también sobre esta
práctica regulando la indulgencia plenaria concedida a este ejercicio piadoso siempre que se
realice siguiendo las estaciones jerosolimitanas legítimamente erigidas, señaladas por cruces,
acompañadas a veces de tablas o imágenes.