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Cuentos del lejano oeste (2003) reúne una colección de relatos de extensión
creciente –oscilan entre el leve apunte en dos palabras del primero y las diecisiete
páginas largas del último- ambientados, como La fatiga del sol, en el territorio
rayano del poniente salmantino, en el picón de Hinojosa de Duero. En 2004 publicó
Veinticinco historias de amor (y algunas más), que son en realidad 33 relatos
escritos con una precisión de cirujano del lenguaje.
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Su última obra hasta el momento es Los túneles del paraíso (2009), novela
coral que narra la construcción del ferrocarril entre Salamanca y Portugal en el
último tercio del siglo XIX.
BIBLIOGRAFÍA
Veinticinco historias de amor y algunas más (2004). Ediciones El Taller del Libro
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El segundo corazón (2007). El Pasaje de las Letras. Libro de recuerdos sobre su
ciudad natal.
ANGÉLICA TANARRO/VALLADOLID
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formaron los juristas, o sea, la gente que estructura la sociedad medieval pasa por
la ciudad. Era como la escuela profesional de las clases administrativas de la
monarquía española de la época. Y luego media historia de la Literatura también
pasa por allí.
Breve y denso
-En sus dos últimos libros ha cambiado de registro hacia el relato
breve. ¿Se encuentra a gusto en esa distancia?
–Sí porque, por una parte, es una experiencia nueva y, por otra, me ha recordado mi
etapa de periodista, cuando escribía en los periódicos y tenía que ser breve. Breve
y denso, para aprovechar el espacio. Eso me acostumbró a ser un escritor sinóptico.
Pero no sé si repetiré.
–No mucho, la verdad, porque no eran mi verdadera vocación. Yo lo que quería era
escribir, pero no podía. Tenía una familia y además eran tiempos difíciles y había
poca libertad para experimentar. No lo echo de menos, aunque haciendo
documentales lo pasaba bien. Era muy divertido.
–Es curioso que mostrando tal desapego por los premios le vaya tan bien
en este aspecto.
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–Es el desdén que trae buena suerte. No, lo que pasa es que los premios como la
escritura me llegaron tarde. Cuando estás en plena madurez estas cosas las ves con
otra distancia. A los 77 años, no te van a cambiar. Si esto me hubiera pasado con
20 o 30 años igual me hubiera vuelto loco. Pero ahora lo tengo ya todo establecido.
No van a influir en mí.
-¿Está de acuerdo con los críticos cuando dicen que ‘La piel del tiempo’
es su novela más ambiciosa?
–No. A mí no es la que más me gusta... puede que sea la más lograda, pero yo
prefiero „La fatiga del sol‟, pero no tiene suerte.
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Amor nocturno
Es hermoso que le sea al hombre tan
difícil convencerse de la muerte de lo que ama.
Friederich Hölderlin
.
Colgada del techo, había una escueta bombilla encendida al fondo del
pasillo, lo que me permitió atravesarlo sin hacer ruido, directamente al
cuarto de mi joven cuñada. Después caí en la cuenta de que en el
pueblo no había luz eléctrica. Que mi cuñada se hubiera muerto hacía
muchos años, era ya lo de menos.
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Por eso es justo llamar a la iniciada en 1808 la guerra de la
Independencia, porque era esto lo que se dirimía y no nada
relacionado con la libertad, que es una palabra, como se sabe,
nefasta, peligrosa, prohibida en el habitual vocabulario de la
España oficial, relegada, por no decir confinada, a la literatura de
los panfletos y las proclamas revolucionarias, tan mal vistas y tan
mal traducidas por la historia ad usum Delphini.
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En los levantamientos populares contra el invasor, tuvieron
mucha participación los púlpitos, que excitaban las conciencias de
sus feligreses para considerar a los franceses como enviados por el
demonio a colonizar la católica España, camuflando así sus
intereses como el interés general. Incluso corrió de mano en mano
un catecismo, en forma de preguntas y respuestas, en el que,
imitando los textos de las sacristías, podían leerse cosas como
éstas: “¿Quién eres tú, niño? Español, por la gracia de Dios. ¿Qué
son los franceses? Antiguos cristianos convertidos en herejes”. Se
mezclaba así religión y política y se llegaba a jugar frívolamente
con el misterio dogmático de la Santísima Trinidad, como en el
siguiente diálogo de ese catecismo: “¿Qué es el emperador de los
franceses? Es un malvado, la fuente de todos los males, de todos
los vicios. ¿Cuántas naturalezas tiene? Dos, la naturaleza humana y
la diabólica”. “¿Cuántos emperadores de los franceses hay? Uno
verdadero en tres personas engañosas. ¿Cómo se llaman?
Napoleón, Murat y Godoy. ¿Cuál es el peor? Los tres son iguales.
¿De quién procede Napoleón? Del pecado. ¿Y Murat? De Napoleón.
¿Y Godoy? De la fornicación de los otros dos. ¿Es pecado matar un
francés? No, padre, matando a uno de esos perros herejes se gana
el cielo”.
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mamelucos en la Puerta del Sol desde una ventana de la calle del
Arenal y perpetuó aquel gesto en un cuadro inmortal. Después, en
su estudio, cambió los retratos de los generales franceses que
había pintado por los retratos de los generales españoles, lo que
no le sirvió para nada, porque, a fin de cuentas, tuvo que salir del
país por piernas antes de que el casticismo nacional lo liquidase.
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AGONIZAR EN SALAMANCA, DE LUCIANO G. EGIDO
POR CHRISTOPHER DOMÍNGUEZ MICHAEL
http://www.letraslibres.com
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“¡Mueran los intelectuales! ¡Viva la muerte!”, el discurso de Unamuno es una
frontera en el tiempo, el momento en que los clérigos decimonónicos, de
alguna manera inocentes en su adicción erudita por Marx o por Nietzsche, se
descubren culpables y empiezan a vivir agónicamente, como diría Unamuno.
Del paraninfo salió Unamuno del brazo de Carmen Polo de Franco para morir
apenas ochenta y tantos días después, el 31 de diciembre. 1936 no fue
cualquier año: iniciaba la guerra de España y las purgas en Moscú.
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Con el nervio de los buenos libros breves, entre los que resalta Los
últimos días de Kant, de Thomas de Quincey, como modelo de la biografía que
se ocupa de dilatar al máximo los meses, los días y las horas, Egido registra la
mudanza en el paisaje del alma de Unamuno. En agosto, en carta a un amigo
belga, Unamuno se acusa filosóficamente de aquello que había criticado desde
la primera página de El sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los
pueblos (1913), de haber deseado “salvar la humanidad sin conocer al
hombre”.
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amigo falangista, “me acongoja el porvenir de la inteligencia entre nosotros.
Aunque el mundo entero se orientase a favor de los regímenes antiliberales,
por eso mismo yo sería liberal, cada vez más liberal. ¡Cómo iba yo a colaborar
en la doctrina fascista en España!” “Estoy solo como Croce en Italia”, le dice
Unamuno a otro. Pide al nuevo rector de Salamanca que le mande un bedel en
busca de los libros tomados en préstamo a la biblioteca universitaria. No los
quiere devolver personalmente para no exponerse al ridículo o ultraje de
verse seguido en la calle por el policía que le han puesto en la puerta de su
casa. A un corresponsal le explica que “el grosero catolicismo tradicionalista
español apenas tiene nada de cristiano...”
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