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LA ÚLTIMA CENA

Antes de leer:
Jesús celebró la cena de pascua y se despidió de sus amigos. En
esta cena Jesús hizo dos gestos muy especiales: lavó los pies a los
discípulos para enseñarles que lo más importante es ponerse al
servicio de los demás y celebró por primera vez la eucaristía.
Además les dejó el mensaje de que se amaran unos a otros.

JESUS LAVA LOS PIES A SUS DISCÍPULOS


Jesús sabía que sus enemigos lo buscaban para matarlo. Y antes de que
llegara el momento quiso celebrar la cena pascual con sus amigos.
Cuando ya estaban todos preparados para cenar, Jesús se levantó de su
sitio, se quitó el manto, cogió una toalla y se la ató a la cintura. A continuación,
cogió una palangana y una jarra con agua y se puso a lavar los pies de los
apóstoles, secándoselos con la toalla.

Cuando llegó a Simón Pedro, este retiró los pies y dijo muy enérgicamente:
—Maestro, ¿es que pretendes lavarme los pies a mí?
Jesús le dijo:
—Mira, Pedro. Lo que estoy haciendo no lo entiendes ahora, pero lo
entenderás más tarde.
Pero Pedro insistió
—¡Tú a mí jamás me lavarás los pies! Y Jesús le contestó:
—Pedro, si no me dejas lavarte los pies, entonces es que no quieres
formar parte de mis amigos.
—Maestro, si es así no me laves solo los pies. Lávame también las
manos y la cabeza.
—No, Pedro, no hace falta. Quien está limpio no necesita más que
lavarse los pies. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos —Jesús dijo
esto porque sabía quién lo iba a traicionar.
Cuando acabó de lavarles los pies, volvió a ponerse el manto y se colocó
otra vez en su sitio, en medio de todos. Entonces les dijo:
—¿Os habéis fijado bien en lo que acabo de hacer? Me llamáis Señor y
Maestro. Es verdad: lo soy. Pues si yo, que soy vuestro Maestro y
vuestro Señor, os he lavado los pies a vosotros, eso mismo debéis
hacer unos con otros. Os acabo de dar ejemplo para que vosotros
hagáis lo mismo que yo. El que sea el mayor entre vosotros, que se
porte como si fuese el más pequeño y que se ponga siempre al servicio
de todos los demás

LA EUCARISTÍA

Cuando ya iban a empezar a cenar, Jesús les dijo:


—Estaba deseando celebrar esta cena con vosotros. Porque no voy a
volver a cenar con vosotros hasta que todo haya terminado y se haya
cumplido la voluntad de mi Padre Dios.
A continuación se pusieron a comer el cordero pascual y el pan ácimo, como hacían
todos los judíos, siguiendo la tradición de su pueblo. La cena de pascua les servía para
recordar cómo Dios les había liberado de la esclavitud en Egipto.
Durante la cena, Jesús cogió el pan que había sobre la mesa, pronunció la
bendición y lo repartió entre sus amigos mientras les decía:
—Esto es mi cuerpo: tomad y comed.
Luego, tomando en sus manos la copa de vino, volvió a pronunciar la bendición, la
repartió entre sus amigos de nuevo y les dijo:
—Esta es la copa de mi sangre, que se derrama para el perdón de los
pecados. Bebed todos de ella
LA TRAICIÓN DE JUDAS
Mientras estaban cenando, Jesús estaba profundamente conmovido y les dijo estas
palabras:
—Uno de vosotros, esta misma noche, me va a traicionar y me va a
entregar a mis enemigos.
Algunos se preguntaban quién podría ser el que le entregara. Entonces Pedro le
hizo una seña a un discípulo, que estaba inclinado al lado de Jesús, y le dijo que le
preguntase quién era el traidor. Este discípulo, acercándose a Jesús, le dijo:
—Maestro, ¿quién es?
Jesús le contestó:
—Es aquel al que voy a dar ahora un trozo de pan mojado en el plato.
Y, cogiendo un trozo de pan, lo mojó y se lo alargó a Judas, como se hacía con las
personas de más confianza. Y le dijo:
—Judas, lo que vas a hacer hazlo cuanto antes. Judas salió de la sala.
Algunos se creyeron que Judas iba a hacer algún recado que Jesús le había
encargado. Pero Judas se fue a ver a los fariseos y a los sacerdotes que querían coger
preso a Jesús, para apalabrar con ellos cuánto le darían por entregarlo, y dónde y cómo lo
iba a hacer.
UN MANDAMIENTO NUEVO OS DOY

Jesús, después de que saliera Judas, les dijo a sus amigos:


—Quiero daros un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los
otros tanto como yo os he amado. Fijaos cómo os he querido yo a
vosotros y haced vosotros lo mismo unos con otros. Que todos
conozcan que sois mis seguidores precisamente por esto: porque os
amáis unos a otros
Y después de un rato, al ver que se estaban poniendo tristes, les dijo:
—No estéis tristes ni agobiados; fiaos de Dios y también fiaos de mí. La casa de
mi Padre tiene muchos lugares y yo voy allí a prepararon un sitio. Cuando
os lo haya preparado volveré a buscaron para que vosotros también
estéis donde yo estoy.
Simón Pedro le dijo:
—Señor, ¿no puedo seguirte a donde tú vas? Pero Jesús le respondió:
Te aseguro Pedro que hoy mismo, antes de que cante el gallo, habrás
negado tres veces que me conoces.
Después, Jesús siguió diciendo:
—Debéis confiar en mí. Mi palabra de despedida es que tengáis paz. Os
deseo la paz que yo doy. No la que da el mundo. No tengáis miedo ni os
inquietéis. Me voy, pero para volver. Igual que mi Padre me ha querido a
mí, os he amado yo a vosotros. Vosotros preocupaos de amaros unos a
otros. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Vosotros
sois mis amigos. Y no sois vosotros los que me habéis elegido, como
amigo: soy yo quien os ha elegido y os envío para que sigáis mi tarea.
Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dará. Yo lo único que os
pido es que os améis los unos a los otros.
JESÚS VA A ORAR AL HUERTO Y ES ARRESTADO.
Antes de leer:
Jesús sabía que había llegado el momento de en tregar su vida para salvar la
de todos los hombres, pues esa era la voluntad de su Padre Dios. Por eso,
después de la cena de pascua se retiró para hablar a solas con Dios.

Después de celebrar la cena de Pascua con los Doce, Jesús se dirigió con ellos a
un lugar llamado Getsemaní, y en el huerto de los Olivos les dijo
—Quedaos aquí mientras yo me retiro a orar un rato.
Se alejó con Pedro y los dos Zebedeos, Juan y Santiago; y, como sentía una
angustia terrible, les dijo:
Siento una gran tristeza; quedaos aquí, velando conmigo. Luego, se adelantó un
poco y, arrodillado con el rostro en tierra, oró así:
—Padre, si es posible aparta de mí este sufrimiento. Pero no se haga mi
voluntad, sino la tuya.
Y de nuevo volvió a donde estaban los discípulos. Al encontrarlos dormidos, le dijo a
Pedro:
—¿Pero es que no podéis velar una hora conmigo? Velad y orad para no
veniros abajo ante la prueba que os aguarda.

Por segunda vez se alejó a orar:


—Padre, si tengo que pasar por este sufrimiento, que se haga tu
voluntad.
Regresó de nuevo con sus amigos y los volvió a encontrar dormidos. Los dejó
dormir y se apartó de nuevo repitiendo la misma oración. Orar era el mayor consuelo para
la angustia que sentía. Luego volvió con ellos y les dijo
—¿Todavía estáis dormidos y descansando? ¿No veis que estoy a punto
de ser entregado a los pecadores? ¡Levantaos ya; se acerca el traidor!
En ese momento llegó Judas, uno de los Doce, el que lo había traicionado. Venía
acompañado de una multitud de soldados y gente armada de espadas y palos, enviados
por los sacerdotes y los senadores del pueblo. Acercándose a Jesús, le dijo:
—¡Hola, Maestro!
Y le dio un beso. Pues esa era la contraseña que había dado a los soldados: «Al
que yo bese, ese es; arrestadlo».

Jesús le dijo:
—Amigo, haz lo que has venido a hacer.
Inmediatamente la multitud rodeó a Jesús y lo arrestaron. Simón Pedro echó mano
de una espada, la desenvainó y de un tajo le cortó una oreja al criado del sumo sacerdote.
Pero Jesús le dijo:
—Pedro, guarda la espada.
Entonces Jesús dijo a la multitud:
—Habéis salido armados de espadas y palos para capturarme como si fuera un
bandido. Pero todo está sucediendo para que se cumpla lo que
escribieron los profetas
Entonces todos los discípulos sintieron mucho miedo y huyeron, abandonando a
Jesús
JESÚS ANTE CAIFÁS
Antes de leer:
Caifás era el sumo sacerdote que estaba al frente del sanedrín, la
máxima autoridad religiosa de los judíos. El sanedrín no aceptaba
que Jesús fuera el Mesías, y decidió juzgarlo y condenarlo

Los que arrestaron a Jesús en el huerto de los Olivos lo condujeron a casa de


Caifás, donde se había reunido la autoridad religiosa. Pedro fue siguiendo a Jesús a cierta
distancia hasta el palacio. Las autoridades religiosas buscaban testimonios falsos contra
Jesús para poder condenarlo a muerte.
Fueron muchos los falsos testigos que se presentaron, pero a pesar de ello no
encontraban pruebas suficientes para condenarlo. Finalmente se presentaron dos, que
dijeron señalando a Jesús:
—Este ha dicho que podía derribar el templo de Dios. Jesús estaba
callado.
Caifás se puso de pie y le dijo:
—¿No respondes a las acusaciones de estos hombres? Pero Jesús
seguía callado. Caifás le dijo:
—¡Te ordeno que nos digas si eres el Mesías, el Hijo de Dios! Jesús
levantó la cabeza, miró a Caifás y le respondió:
—Tú lo has dicho. Y yo os digo que desde ahora veréis al Hijo del
hombre sentado a la derecha del Todopoderoso.

Entonces el sumo sacerdote exclamó:


—¡Ha blasfemado! ¿Cuál es vuestro veredicto?
Todos respondieron a la vez:
—¡Es culpable! Tiene que morir.
Pedro estaba en el patio de la casa con otras personas, calentándose en torno a
una hoguera. Una de las criadas se le acercó y le dijo:
—Tú también andabas con Jesús el Galileo.
Pedro, muerto de miedo, lo negó delante de todos:
—No sé lo que estás diciendo.
Más tarde se encontró con otra criada, que dijo:
—Este solía andar con Jesús el Nazareno.
Pero Pedro lo volvió a negar:
—¿Qué dices? Ni siquiera conozco a ese hombre.
Pero los demás decían también:
—No puedes negarlo; tú eres uno de ellos, pues eres galileo.
Pedro, muy asustado, empezó a jurar que no conocía a Jesús. Entonces cantó el
gallo. Y Pedro recordó las palabras que le había dicho Jesús: «Pedro, antes de que cante
el gallo habrás negado tres veces que me conoces». Y saliendo afuera, lloró
amargamente.
JESÚS VA DE TRIBUNAL EN TRIBUNAL
Antes de leer:
Jesús fue llevado ante diversos tribun ales para que lo juzgaran.
De Caifás a Pilato, de Pilato a Herodes y de Herodes a Pilato.
Herodes era hijo del rey Herodes, que quiso matar a Jesús
cuando nació. Pilato era el gobernador romano

A Jesús se lo llevaron desde la casa de Caifás hasta la residencia de Pilato, el


gobernador romano. Era muy de mañana. Los judíos no entraron en el palacio de Pilato
porque era pagano y ellos no querían contaminarse entrando. Así que Pilato salió afuera y
les preguntó:
—¿De qué acusáis a este hombre?
Ellos le contestaron:
—Sabemos que es un malhechor.
Pilato les dijo que lo juzgasen ellos. Pero ellos querían que lo condenasen a morir
en una cruz. Y eso los judíos no podían hacerlo.
Pilato le preguntó a Jesús:
—¿Eres tú el rey de los judíos?
Jesús contestó:
—Mi reino no es de este mundo; mi misión es dar testimonio de la verdad.
Pilato sacó a Jesús al balcón y les dijo a los judíos que estaban esperando fuera
que Jesús era inocente. Se armó un gran revuelo porque empezaron a decir que Jesús
estaba organizando motines con la gente de Galilea. Pilato, al oír hablar de Galilea, se lo
envió al rey Herodes, que era quien gobernaba allí, y que estaba precisamente en
Jerusalén durante esos días.
Herodes quiso que Jesús hiciese algún milagro delante de él. Pero Jesús no le
dirigió la palabra. Entonces Herodes se enfureció y mandó que le pusiesen un vestido de
color llamativo, como se ponía entonces a los locos. Y así vestido, lo envió de nuevo a
Pilato.
A Pilato no le gustaba tener que volver a enfrentarse con el caso de Jesús. Él no
encontraba culpa en el acusado, y, al parecer, Herodes tampoco, puesto que se lo había
devuelto. Todos los años solía soltar a un preso a petición de toda la gente de la ciudad;
así que, para salvar a Jesús, Pilato les dio a elegir entre soltar a Jesús o a Barrabás, que
era un bandido que había cometido un asesinato. La gente pidió que soltase a Barrabás.

Pilato mandó azotar a Jesús. Después de azotarlo, los soldados empezaron a burlarse de
él: le pusieron un manto por los hombros, le colocaron en la cabeza una corona de
espinas y una caña en la mano como si fuera el cetro de un rey. Todos iban pasando por
delante, doblando la rodilla y golpeándole con la caña en la cabeza, dándole bofetadas y
diciendo:
—Salve, rey de los iudíos
JESÚS ES CONDENADO A MUERTE.
Antes de leer:
Aunque Pilato consideró inocente a Jesús, lo con denó a muerte
para complacer a los judíos. Mu chas personas que en otros
momentos de la vida de Jesús aclamaron y admiraron a Jesús, en
ese momento pidieron su muerte

Pilato estaba cada vez más persuadido de que Jesús era un hombre justo, y ya no
sabía qué hacer para salvarlo. Se asomó al balcón después de que lo hubieran azotado y
le dijo a la gente:
—Aquí tenéis al hombre. Yo no encuentro ninguna razón para matarlo.
Pero, al verlo, todos empezaron a gritar:
—¡Quítalo de en medio! ¡Crucifícalo, crucifícalo!
Estaba aún Pilato en el tribunal cuando le llegó un recado de su mujer que le decía:
«Ten cuidado con lo que haces. Jesús es un hombre justo».
La gente seguía fuera gritando. Pilato estaba convencido de que Jesús era
inocente, pero tenía mucho miedo de que los judíos lo acusasen ante el emperador de
Roma de que había perdonado a un judío que era rebelde y revolucionario.
Pilato pidió un recipiente con agua y, delante de todo el mundo, se lavó las manos y
dijo:
—Yo no tengo ninguna culpa en la muerte de este hombre. Pero se lo entregó
para que lo crucificaran.
El condenado tenía que cargar con su propia cruz. Y recorrer el camino hasta el sitio
en el que lo tenían que crucificar en Jerusalén, estaba a las afueras de la ciudad y se
llamaba La Calavera, porque era un montecillo que tenía esta forma.
Como Jesús apenas tenía ya fuerzas, cogieron a un hombre que pasaba por allí, al
volver del campo, y le obligaron a cargar con la cruz de Jesús. Se llamaba Simón y era de
Cirene.

Así fueron
atravesando las
calles de la
ciudad. Con
Jesús, iban
también otros
dos
malhechores a
los que sacaron
de la cárcel para
crucificarlos.
JESÚS MUERE CRUCIFICADO.
Antes de leer:
En época de Jesús, los malhechores condenados a muerte morían
en una cruz. Así murió Jesús. Por esto, la cruz es la señal de los
cristianos

Cuando Jesús y los dos malhechores llegaron al lugar llamado La Calavera los
crucificaron y les quitaron sus vestidos. Jesús dijo:
—Padre mío, perdónalos porque no saben lo que hacen.
La gente, sin embargo, no hacía más que gritar e insultarlo. Cuando la cruz ya
estaba levantada del todo, muchos gritaban:
—iQue baje ahora de la cruz y creeremos en él!
Uno de los malhechores que estaba crucificado también, sabiendo que Jesús no
había hecho nada malo, le dijo:
—Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino. Y Jesús volvió la cabeza
hacia él y le dijo:
—Esta misma tarde estaremos los dos juntos en el Paraíso.

Los soldados, que ya habían acabado su tarea, se pusieron a jugarse a los dados
las ropas de Jesús. Entonces Jesús miró hacia su madre. Ella estaba junto a la cruz,
acompañada por algunas mujeres. Y también estaba aquel discípulo al que Jesús tanto
quería
Jesús, con muchísimo dolor, le dijo a su madre:
—Mujer, ahí tienes a tu hijo.
Y después, dirigiéndose al discípulo, le dijo: —Esta es tu madre.
Y desde aquel día Juan la recibió como si fuera su propia madre. Entonces, Jesús
se puso a rezar. Con voz muy fuerte se le oyó decir el principio de uno de los salmos:
—¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?
La gente seguía insultándolo y burlándose de él. Y Jesús dijo:
—Tengo sed.
Los soldados colocaron en una caña una esponja empapada en vinagre y se la
acercaron a la boca. Jesús probó el vinagre y dio un fuerte grito:
—Padre, entrego mi alma en tus manos.

E inclinando la
cabeza hacia un lado,
murió. En lo más alto
de la cruz se podía leer
la inscripción que había
mandado poner Pilato:
INRI, que son las
iniciales, en latín, de
“Jesús Nazareno, Rey
de los Judíos”
¡¡ JESÚS HA RESUCITADO !!
Antes de leer:
Jesús había anunciado que resucitaría a los tres días de morir.
Con ello quería decir que volvería a vivir después de morir. La
resurrección de Jesús es el acontecimiento más im portante para
los cristianos

Pasado el sábado, muy de mañana, algunas mujeres volvieron al sepulcro con los
perfumes que habían preparado para embalsamar a Jesús. Cuando estaban llegando,
hubo un fuerte temblor que no sabían a qué se debía. Era un ángel del Señor que bajó del
cielo e hizo rodar la enorme piedra que cerraba el sepulcro. Parecía un relámpago del
cielo y su vestido era completamente blanco.
Los centinelas se pusieron a temblar de miedo y se quedaron como muertos. Las
mujeres también se asustaron mucho, pero el ángel les dijo:
—No temáis. Sé que buscáis a Jesús, el crucificado, pero él ya no está aquí; ha
resucitado, como había dicho. Podéis acercaros a ver el lugar donde yacía.
Después id corriendo a decírselo a sus amigos. Lo encontraréis en Galilea. Este
es mi mensaje

Las mujeres se alejaron aprisa del sepulcro, llenas de miedo y de alegría a la vez.
Estaban deseando dar la noticia a los discípulos. Por el camino, Jesús les salió al
encuentro y les dijo:
—Salve
Ellas reconocieron a Jesús y, aunque estaban un poco asustadas por la aparición,
se abrazaron a sus pies y lo adoraron. Jesús les dijo:
—No temáis, podéis estar tranquilas; id a avisar a los discípulos, que vayan a
Galilea, que allí me encontrarán
Entretanto, los que guardaban el sepulcro fueron a la ciudad y contaron a los sumos
sacerdotes todo lo ocurrido. Estos se reunieron a deliberar con los ancianos para ver qué
hacían. Finalmente decidieron comprar el silencio de los guardias, pues temían que si la
gente se enteraba de la verdad, todo el mundo creería que efectivamente Jesús era el
Mesías. Así que les dijeron:
—Decid a la gente que de noche, mientras vosotros dormíais, llegaron los
discípulos y robaron el cadáver de Jesús. No os preocupéis de que esto llegue a
oídos del gobernador, pues nosotros lo tranquilizaremos para que no os
castigue.
Ellos aceptaron el dinero y siguieron las instrucciones que les habían dado. Así se
difundió esta historia entre los judíos.
Por su parte, María Magdalena se acercó ese mismo día al sepulcro y vio que no
estaba la piedra que lo cerraba. Con los ojos llorosos, se inclinó hacia el sepulcro y
comprobó que efectivamente se habían llevado a Jesús. En su lugar había dos ángeles
vestidos de blanco, uno a la cabecera y otro a los pies de donde había estado el cadáver
de Jesús. Los ángeles le preguntaron:
—Mujer, ¿por qué lloras?
Ella respondió:
—Porque se han llevado a mi señor y no sé dónde lo han puesto.
Dicho esto, dio media vuelta y vio a un hombre de pie que también le preguntó:
—Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?
Era Jesús en persona, pero María no lo reconoció y lo tomó por el jardinero que
cuidaba aquel huerto. Por eso le dijo:
—Señor, si te lo has llevado tú. dime dónde lo has puesto y yo iré a recogerlo.
Entonces Jesús exclamó:
—¡María!
En ese momento ella lo reconoció. Se puso muy contenta y dijo en arameo:
—¡Rabboni! —que quiere decir «maestro».
Pero Jesús le dijo:
—Ahora déjame, porque tengo que ir junto a mi Padre del Cielo. Diles a mis
amigos que voy junto a mi Padre, que es vuestro Padre; junto a mi Dios, que es
vuestro Dios.
María se marchó corriendo a buscar a los discípulos y, en cuanto los encontró, les
dio el mensaje de Jesús

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