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El Recuerdo. El Libelo.

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Hoy voy a despedir a un amigo y también a
contestar un libelo. La despedida al amigo
es triste pero no amarga puesto que su
muerte terminó una vida plena. La
respuesta al libelo, sin embargo, es por
diversas razones, muy poco grata pero a la
vez indispensable.

Empiezo por responder al libelo. En la


edición pasada de esta revista, Rafo León
publicó un artículo: “Triángulo amarillo,
triángulo rosa” de 641 palabras, 530 de las cuales son una
reproducción del más infecto discurso antisemita, que León califica
en el escaso texto que sirve de introducción y epílogo a esa
purulencia verbal, como “la respuesta ficticia pero no incongruente
que David Waisman habría merecido dada la brutalidad de su
agresión contra Carlos Bruce”.

¿Qué motivó ese intento de pogrom verbal? Una burla idiota y


despreciable que hizo David Waisman respecto de la presunta
orientación sexual de Carlos Bruce. Pero la desaforada respuesta
de León no se circunscribe a un cretino específico sino que, vestido
apenas con el precario hilo dental de unas comillas, reproduce una
compilación de lo más vil del libelo antisemita. Que
recomienda “revisar sin prejuicios … las leyes raciales que creó
Hitler … decidido a convertir a los judíos en cucarachas que debían
ser exterminadas en Alemania y en el mundo… una raza maldita,
inferior y perversa… es indudable que los judíos son una raza pero
no son humanos”.

¿Y toda esa explosión de pestilente rabia por lo que dijo Waisman


de Bruce? ¿Represalia contra todos los judíos que existieron,
existen y existirán? ¿Que esa nauseabunda reproducción de
elogios a Hitler y al exterminio de seis millones de judíos es para
que Waisman comprenda “la brutalidad de su agresión”?

En una respuesta a dos de los judíos que han reaccionado con


estupor e indignación a ese libelo, León reconoce un solo error:
haber pedido disculpas solo a “los lectores judíos por reseñar citas
tan despreciables” y que debió haberlas pedido a todo el mundo.
Por lo demás, le sorprende la protesta de los judíos. “No consigo
comprender cómo no han comprendido ellos el sentido de mi nota”.

Sucede que León no reseña “citas tan despreciables” sino las


reproduce, con el aparente propósito de atacar a Waisman a través
de sus genes para que aprenda, con el auxilio pedagógico de
apologías hitleristas, a no ser homofóbico. ¿Lecciones de tolerancia
con un multimedia de Auschwitz?

¿Por qué reaccionamos los judíos con indignación ante un discurso


antisemita, con o sin hilo dental? Por las mismas razones por las
que reaccionaría cualquier ser humano de bien, a lo que hay que
añadir una experiencia propia del horror a través de los siglos.
Porque la Historia nos enseñó que las palabras cargadas de odio y
los libelos urdidos con veneno, no tardan en matar.

Todos los judíos tenemos a parientes, a seres queridos que


murieron en los campos de exterminio, en el Holocausto. Por el
hecho simple de que un tercio del pueblo judío fue aniquilado
entonces. Y antes de eso, perecieron muchos de los parientes de
las futuras víctimas en los pogromos de Europa oriental. Y todos
supieron entonces y, los que sobrevivieron, después, que el
discurso envenenado, el libelo vil precedió al sable del cosaco o el
genocidio industrial de los nazis.

Así que esa es la razón por la que desde los judíos más religiosos y
tradicionalistas hasta los, como yo, agnósticos, mixtos y laicos,
reaccionamos con alerta e indignación cuando, bajo cualquier
pretexto, se resucitan los libelos del odio, las insidias del Mal.

¿Convocar esa miasma maléfica sobre todos para censurar la


homofobia de Waisman? La obscenidad lógica de ese argumento
es tan evidente que lo único que deja es la pregunta: ¿por qué?

Conozco a Rafo León, lo he leído por años y nunca he encontrado


en él nada que sugiera una inclinación a los odios raciales. Más
bien lo contrario. Quizá por eso el sentimiento de incredulidad
primero e indignación después que muchos hemos sentido. Ojalá
que en última instancia se haya tratado de un caso excéntrico de
desmesura. Ojalá.

Joaquim Ibarz
Hace pocos días murió Joaquim Ibarz en su tierra, en España, lejos
de la nuestra, Latinoamérica, que llegó a conocer y querer como
pocos.

Pude hablar con él por teléfono cuando ya estaba hospitalizado y el


desenlace se dibujaba claro. Lo escuché lúcido y contento, con la
ilusión de llevarse Latinoamérica a su casa en Huesca. El viejo e
infatigable corresponsal había ido juntando a través de los años lo
que para él eran los objetos más representativos de los diversos
momentos y los muchos países que cubrió.

Quim Ibarz parecía eterno. El mismo catalán gruñón, irónico,


brutalmente franco y amical que antes que periodista individual era
una máquina de corresponsalía. Casi no hubo país ni evento
importante en Latinoamérica que Ibarz dejara de cubrir, llegando a
él, por lo general, cuando lo importante estaba a punto de suceder.
Eso no es tan difícil en el caso de elecciones, por ejemplo. Pero
¿golpes de estado? Poco antes o muy poco después ya estaba
Quim Ibarz cubriendo el hecho, haciendo las preguntas más
impertinentes a la gente más poderosa, liderando a los grupos de
corresponsales españoles generalmente despreocupados de
competir entre sí.

Ibarz cultivaba sin el menor problema el estilo periodístico de


informar opinando. Era totalmente diferente en criterio al
típicamente estadounidense, pero no informaba menos; y muchas
veces mejor. Aparte de su inteligencia y su actividad incesante,
Ibarz tenía otra ventaja sobre los demás corresponsales: el tiempo
que llevaba en Latinoamérica. Llegó a este continente a comienzos
de los 1980, enviado por La Vanguardia de Barcelona, y nunca dejó
el diario y menos dejó Latinoamérica.

La continuidad en la cobertura latinoamericana a través de treinta


años intensos lo llevó a tener un conocimiento del continente, de las
fuerzas que lo mueven, de sus líderes, como pocos estudiosos
llegaron a tener. El viejo maestro informó opinando para contar
mejor y aunque por eso muchos líderes nacionales lo detestaron,
Ibarz rara vez se equivocó.

En octubre del año pasado fue, según entiendo, el primer español


en ser honrado con el premio Maria Moors Cabot, en la universidad
de Columbia. Ya estaba enfermo, pero sin resta alguna en su
lucidez. En su discurso contó que el título del libro que había
pensado escribir sobre Latinoamérica era algo así como “Esto no
tiene remedio”. Pero, dijo, los hechos de la situación actual
“permiten anticipar un período de estabilidad y progreso”.

No pudo retirarse a La Casa de Ud. en Huesca. Su vida trepidante


con la que emparejó los ritmos históricos de América Latina no le
permitió otro reposo que el final. Ya extrañamos y extrañaremos sus
rabietas, su ironía y, sobre todo, el gran conocimiento de
Latinoamérica, que le permitía el golpe de vista, el ángulo preciso y
la prodigiosa productividad que entre la crónica y el despacho, armó
la Historia de nuestro continente.

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