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José Obdulio Gaviria

Por José Obdulio Gaviria

La academia y el periodismo de opinión de Colombia tienen aplazada una tarea


fundamental: hacer más contacto directo y permanente con la oficialidad. Hay muchos
prejuicios. De hecho, en el Caguán, la µsociedad civil¶ convivió alegremente, rumbió y
enamoró con los guerrilleros, pero -aseguran los testigos- mantuvo distancia -entre
hostil, desconfiada y despectiva- con los soldados.

En algunos ambientes µexclusivos¶ -en el sentido de que las facturas son muy costosas-
miran de reojo, como a apestados, a quienes nos declaramos, franca y decididamente,
partidarios y admiradores de la Fuerza Pública. Eso no implica, ni más faltaba, que
cohonestemos los delitos o faltas que pueda cometer alguna unidad. En todo
conglomerado -máxime si tiene más de 240.000 miembros- habrá, necesariamente,
ovejas negras y descarriadas. Pero sí que es bien lejano a la realidad el prurito de que
respetarlos y quererlos nos define como fascistas; y que odiarlos es un elevado atributo
que reputa y enaltece a la izquierda.

Pude expresarle directamente -sí que me alegra- al general Bocanegra mi sincera


admiración y comunión de ideas. Lo habían conmovido (así lo dijo) mi artículo
µ¿Premio de paz?¶ (EL TIEMPO, 02-02-11) y los dos
programas de CableNoticias, en los que el jurista
Jaime Restrepo ilustró al mundo, con pruebas, sobre
las andanzas de cierta oenegé ducha en practicar la
µcombinación marxista de las formas de lucha¶.

General Bocanegra (q.e.p.d)

El General quería que habláramos personalmente. Acepté su invitación para desayunar


y, el viernes 11, muy temprano, llegué a su puesto de mando de la V Brigada. La
conversación, alternada con leves interrupciones para mandar -como Dios manda- a
sus subalternos, giró sobre la guerra política con la que, sentía él, se acosa
inmisericordemente a las Fuerzas Armadas: ³La justicia politizada, o µmiedosa de que la
asen¶ los medios de comunicación -así lo dijo el General, entre irónico e indignado,
citando el milagro pero no al µsanto¶ autor de tamaño e infeliz tropo-; y el silencio, el
miedo, o la complacencia de los medios, nos están ganando la batalla crucial: la del
dominio del µtrono moral¶ ³. -Yo escribí sobre ese trono -anoté. ³Por eso lo menciono,
porque leí sus dos artículos y espero alimentar con mis ideas el tercero´. El general,
acompañado por otros juiciosos y concentrados militares, me describió con detalles
esclarecedores cómo las Fuerzas Armadas, con amplia cooperación de la ciudadanía,
estaban creando una nueva patria para miles de colombianos en la extensa
circunscripción de su Brigada. ³Después de décadas de prédica incendiaria y ejercicio
del terror de las organizaciones armadas, las aguas están regresando a su curso -dijo-. Y
lo mejor, es que hay muchos empresarios que invierten, traen progreso, crean fuentes
de ingreso. Esa es la razón por la que quería hablar con usted y con el doctor Jaime;
porque nuestra labor quiere ser desacreditada y perseguida por aquellos a quienes la
seguridad democrática derrotó, aquellos que quisieran ver el regreso triunfal de
µGabino¶ y µPastor Alape¶; aquellos a quienes les da urticaria ver a los capitalistas que
pagan salarios y prestaciones normales a los trabajadores que reforestan estas tierras
que ellos inundaron con matas de coca, cuya erradicación intentaron sabotear´. Había
mucho que tratar con el General, pero como le hacían cosquillas en los oídos las aspas
del helicóptero que iba a trasladarlo a Montes de María, le propuse que nos
reuniéramos la víspera del Taller Democrático de Bucaramanga. -Claro -me dijo. Lo
espero aquí el viernes en la noche.

Y llegué; pero a sus exequias. Ese día murió en la batalla cotidiana: la del cumplimiento
del deber. En Bucaramanga, luego en Bogotá, miles de personas lo despidieron entre
lágrimas y aplausos, las únicas recompensas que nos exigen los héroes, aquellos que
siempre están dispuestos al máximo sacrificio.

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Fernando Londoño Hoyos

Por Fernando Londoño Hoyos

Mientras más acercaba su cara a la del bandido que tenía en frente, de mejor calidad
era la filmación y más perfecto el sonido. Queriendo extremar la privacidad del crimen
que cometía, el desgraciado multiplicaba su publicidad.

Se hizo Ramón Ballesteros a la sombra de Horacio Serpa y obró, según cuentan, como
su secretario privado en las jornadas dolorosas del Proceso 8.000.

Solo un patronato de tales alcances puede explicar que llegara a ser director alterno del
Partido Liberal, ese mismo que ha guardado tan meticuloso silencio en este asunto.
Siendo egresado de la Universidad Autónoma, se instala raudo en una cátedra en la
Universidad Externado de Colombia, la que con su callar también autoriza graves
sospechas. ¿Quién lo llevó tan alto y tan aprisa?

Lo hallamos en la exclusiva lista de quienes concurren a la Casa de Nariño para


celebrar el triunfo de otro personaje, Mario Iguarán, de condiciones muy parejas a las
suyas. No resulta tan sorprendente, entonces, que la esposa de don Ramón encuentre
alero de cobijo como empleada de la Fiscalía. Lo que no impedirá, parece que al
contrario recomendaría, que nuestro hombre acampare en ese organismo para
apoderar las mejores causas que por allá se ventilaren.

Los abogados que se prestaron para conspirar en la mayor estafa cometida en la


historia de Colombia, la de DMG, encontraron que Ballesteros era el personaje ideal
para guiar la estratagema por dentro. Aquí
surge su cercanía con Jaime Bernal Cuéllar, y
otros personajes sacados de la misma cantera,
para diseñar el sistema que mejor conviniera a
la colosal pirámide.

Ramón Ballesteros (codirector del Partido


Liberal), Antonio Guterres (presidente de la
Internacional Socialista), Horacio Serpa y
Ricardo Montenegro (ambos del Partido Liberal)

Esa congregación de caballeros del ideal consigue tres cosas fundamentales: que con el
nombre de David Murcia Guzmán como garantía se les pudieran robar más de dos
billones de pesos a centenares de miles de colombianos codiciosos e incautos; que el
Fiscal guardara silencio por el tiempo suficiente para que el desfalco ganara colosales
dimensiones; y que descubierto el fraude, tan tardíamente como convenía, la acusación
de la Fiscalía llegara por la insignificante conducta de la captación ilegal de depósitos
del público.

No faltaron sino la estafa y el concierto para delinquir, figuras que en ninguna parte del
mundo se ahorran cuando de estas conocidas trapisondas se trata.

Cuando el ordenado equipo en el que Ballesteros empezaba a ser infaltable urdió la


trama de la µYidispolítica¶, lo encontró ideal para la misión. Nadie parecía más a
propósito para tratar de organizar, sin la menor vergüenza, a la torpe, insaciable y
amoral Yidis, que irrumpe en el escenario, a veces vestida y a veces no, con sus
mentiras grotescas y su desenfado sin par.

Es posible que a Ballesteros se le fuera la mano. El número de las contradicciones de la


histriónica diablesa excede todo margen de lo razonable. Hasta nuestra Corte tendría
problemas para basar condenas en sus dichos.

Ballesteros no descansa. Mejor dicho, no descansa su ambición. Y aparece


interviniendo en el tema del tercer canal de televisión, probable motivo para la
parquedad noticiosa de los dos ganadores sobre este tema. Y remata la jurídica faena
con su salto al ruedo de la µparapolítica¶, donde padeció la cornada que comentamos.

Pero no es todo. Porque lo incluyen como candidato al Ministerio de Justicia. El otro


era Alfonso Gómez Méndez, lo que permite el remate de la faena: Ballesteros ya fue su
tesorero de campaña. Otro patrocinador de quilates para un peón dispuesto a cualquier
brega. No es frecuente, pero los peones también caen a veces entre las astas del toro.
Solo que la cuadrilla corre al auxilio y Ballesteros apenas es acusado por el delito de
soborno. La misma técnica que en DMG. Y los mismos técnicos, sin duda

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