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En algunos ambientes µexclusivos¶ -en el sentido de que las facturas son muy costosas-
miran de reojo, como a apestados, a quienes nos declaramos, franca y decididamente,
partidarios y admiradores de la Fuerza Pública. Eso no implica, ni más faltaba, que
cohonestemos los delitos o faltas que pueda cometer alguna unidad. En todo
conglomerado -máxime si tiene más de 240.000 miembros- habrá, necesariamente,
ovejas negras y descarriadas. Pero sí que es bien lejano a la realidad el prurito de que
respetarlos y quererlos nos define como fascistas; y que odiarlos es un elevado atributo
que reputa y enaltece a la izquierda.
Y llegué; pero a sus exequias. Ese día murió en la batalla cotidiana: la del cumplimiento
del deber. En Bucaramanga, luego en Bogotá, miles de personas lo despidieron entre
lágrimas y aplausos, las únicas recompensas que nos exigen los héroes, aquellos que
siempre están dispuestos al máximo sacrificio.
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Mientras más acercaba su cara a la del bandido que tenía en frente, de mejor calidad
era la filmación y más perfecto el sonido. Queriendo extremar la privacidad del crimen
que cometía, el desgraciado multiplicaba su publicidad.
Se hizo Ramón Ballesteros a la sombra de Horacio Serpa y obró, según cuentan, como
su secretario privado en las jornadas dolorosas del Proceso 8.000.
Solo un patronato de tales alcances puede explicar que llegara a ser director alterno del
Partido Liberal, ese mismo que ha guardado tan meticuloso silencio en este asunto.
Siendo egresado de la Universidad Autónoma, se instala raudo en una cátedra en la
Universidad Externado de Colombia, la que con su callar también autoriza graves
sospechas. ¿Quién lo llevó tan alto y tan aprisa?
Esa congregación de caballeros del ideal consigue tres cosas fundamentales: que con el
nombre de David Murcia Guzmán como garantía se les pudieran robar más de dos
billones de pesos a centenares de miles de colombianos codiciosos e incautos; que el
Fiscal guardara silencio por el tiempo suficiente para que el desfalco ganara colosales
dimensiones; y que descubierto el fraude, tan tardíamente como convenía, la acusación
de la Fiscalía llegara por la insignificante conducta de la captación ilegal de depósitos
del público.
No faltaron sino la estafa y el concierto para delinquir, figuras que en ninguna parte del
mundo se ahorran cuando de estas conocidas trapisondas se trata.
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