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Herman Melville
(originalmente publicado como Cuento largo en ARR N° 6)
1685.
2 Alude a un célebre trabalenguas inglés: Peter Piper picked a peck of pickled peppers./ A peck
of pickled peppers Peter Piper picked/ If Peter Piper picked a peck of pickled peppers,/ How
many pickled peppers did Peter Piper pick?
Señor:
HIRAM SCRIBE
Sin embargo, la nota del señor Scribe, al evocar de manera tan extraña el
recuerdo de mi pariente, entró muy naturalmente en resonancia con lo que en
él había habido de misterioso o, por lo menos, de inexplicado; vagos destellos
de lingotes se unieron en mi mente a un vago relucir de calaveras. Un
momento de fría reflexión bastó, sin embargo, para hacerme descartar tales
quimeras; y con una sonrisa tranquila me volví hacia mi mujer, la que,
SEÑOR SCRIBE
Señor:
Muy fielmente,
Los mismos,
YO Y MI CHIMENEA
Por supuesto, esta epístola nos valió una buena lavada de cabeza. Cuando
le hice entender claramente a mi mujer que la nota del señor Scribe no había
alterado mi resolución ni un ápice, dijo entre otras cosas, para conmoverme,
que, si no recordaba mal, había una ley que ponía la posesión privada de
cámaras secretas en el mismo nivel de ilegalidad que la de pólvora de cañón.
Pero no surtió efecto.
Pocos días después, mi esposa cambió de táctica.
Era casi medianoche y todo el mundo se había ido a la cama salvo
nosotros, que seguíamos sentados, uno a cada lado de la chimenea, ella
agujas en mano, tejiendo incansablemente un calcetín, yo pipa en boca,
entretejiendo indolentes volutas de humo.
Era una de las primeras heladas noches de otoño. El fuego estaba
encendido en el hogar, y ardía despacio. Afuera el aire estaba aletargado y
pesado; la leña, debido a algún descuido, estaba lo que se llama empapada.
—Mira esta chimenea —empezó diciendo—; ¿no ves que debe haber algo
en ella?
—Sí, mujer. Sin duda hay humo en la chimenea, como en la nota del señor
Scribe.
—¿Humo? Sí, claro, y también en mis ojos. ¡Qué manera de fumar,
ustedes dos, viejos pecadores impenitentes!, esta vieja y malvada chimenea y
tú.
—Mujer —le dije—, yo y mi chimenea gustamos de fumar juntos y en paz,
es cierto, pero no nos gusta que nos insulten.
—Vamos, viejito mío —dijo ella, suavizando el tono y cambiando
levemente de tema—, cuando piensas en aquel viejo pariente tuyo, bien sabes
que debe haber una cámara secreta en esta chimenea.
—Una cámara secreta para las cenizas, mujer, ¿cómo es que no lo
entiendes? Sí, supongo que debe haber una cámara secreta para las cenizas en
la chimenea; si no, ¿a dónde van todas las cenizas que caen por ese curioso
agujero que está ahí?
—Yo sé a dónde van; he andado por ahí casi tantas veces como el gato.
—¿Qué demonio, mujer, pudo haberte dado la idea de meterte en la
cámara para las cenizas? ¿No sabes que el diablo de San Dunstan salió de una
cámara para cenizas3? Vas a matarte un día de tanto explorar todo lo que te
3 Según una de varias leyendas, Dunstan (909 – 988), arzobispo de Canterbury de 961 a 973
y hábil herrero, fue tentado por el diablo, que se le apareció en su fragua en la forma de una
hermosa mujer. Dunstan reconoció al Maligno al ver sus pezuñas, que el vestido femenino no
alcanzaba a cubrir, y lo venció aferrándolo por la nariz con sus pinzas al rojo.
4 Según la fábula de Esopo, el primer hombre, el primer toro y la primera casa fueron hechos,
respectivamente, por Zeus, Prometeo y Atenea. Los dioses acudieron luego al juicio de Momo
para saber cuál de las tres obras era la más perfecta.Movido por los celos, Momo criticó a los
tres: a Zeus, por no haber puesto los cuernos del toro debajo de sus ojos, para que pudiese
ver dónde iba a golpear; a Prometeo, por no haber puesto el corazón del hombre delante de su
pecho, para que todos pudiesen ver su maldad; a Minerva, por no haber dotado las casas de
ruedas, para facilitar la mudanza a sus moradores en caso de tener vecinos desagradables.
Indignado con él, Zeus expulsó al criticón Momo del Olimpo.