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Entre la amplia bibliografía sobre la autonomía universitaria puede consultarse Fer-
nández, Tomás-Ramón: La autonomía universitaria: ámbito y límites, Madrid, Cívi-
tas, 1982; Sosa Wagner, Francisco: El mito de la autonomía universitaria, Madrid,
Cívitas, 2004, y Torres, Ignacio: La autonomía universitaria: aspectos constituciona-
les, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2005.
84 JOSÉ MANUEL DÍAZ LEMA
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En general, sobre la autonomía de los centros, véase Martínez López-Muñiz, José
Luis: “Autonomía de los centros escolares y derecho a la educación en libertad”, en
Persona y Derecho, 50 (2004).
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Sobre esto, véase mi trabajo “La participación de la comunidad educativa en la ges-
tión de los centros concertados” en: Panorama jurídico de las Administraciones
Públicas en el siglo XXI. Homenaje al profesor Eduardo Roca Roca (Ed. INAP-BOE),
Madrid, 2002, pp. 327 y ss.
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gestión, etc., que es tanto como decir que la orientación asumida por
el legislador para facilitar la mejora de nuestro sistema educativo
pasa por una más adecuada organización de los centros, al margen
de la trascendencia que ingenuamente otorgaba al principio de par-
ticipación la ley de 1985. Dicho con otras palabras, lo que viene a
sugerir, solapadamente, la reciente legislación española es la pre-
ponderancia de la gestión sobre la participación. Frente a una visión
marcadamente ideológica que se plasmaba, y se plasma todavía, en
el principio de participación, tenemos ahora una visión más realista
–en la que probablemente es posible encontrar puntos de acuerdo
entre las distintas formaciones políticas– que gira en torno al princi-
pio de la autonomía de los centros. No en vano la autonomía surge
en la ley de 1995, se traslada a la de 2002 y se refuerza en la ley de
2006. Es curioso este acercamiento entre normas con un origen ideo-
lógico distinto, pero que en este punto siguen el mismo sendero. Lo
cual es muy de agradecer.
Una prueba de que esta es la orientación del legislador espa-
ñol, marcada por un criterio realista que trata de huir de la partici-
pación, aunque no lo reconoce en sus últimas consecuencias, se
advierte si se contrasta lo que decía la ley de 1985 sobre la dirección
de los centros en los artículos 37 a 39, y lo que dice la nueva ley de
2006 en el Capítulo IV, que se titula "dirección de los centros públi-
cos"; en él se contiene una precisa regulación del equipo directivo,
de la función directiva, de las competencias del director, de la selec-
ción del director, del procedimiento de selección, nombramiento,
cese; en definitiva, situando la función directiva de los centros públi-
cos en el punto central de la reforma organizativa del sistema edu-
cativo. Aunque no se quiera reconocer abiertamente, hay una consi-
derable distancia entre el poderoso director de la ley de 2006,
sostenido por la Administración educativa, y el director de la ley de
1985, que no era más que un simple producto del Consejo escolar,
órgano que daba vida por encima de todo al principio de participa-
ción.
Pero me gustaría también apuntar otra consecuencia de la
nueva legislación, en este caso en relación con los centros concerta-
dos. Ya hemos señalado que la autonomía de los centros se vierte
de una manera más intensa en los centros públicos. En cuanto a los
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