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Tanatología

La tanatología (“La ciencia de la muerte”) es el estudio de los procesos


relacionados con las reacciones ante la muerte, tanto del que está
muriendo, como de los que asisten dolorosamente al proceso. Un área que
guarda relación con ésta es el estudio de las reacciones del personal
sanitario ante la muerte y el duelo en su trabajo con los pacientes y cómo
pueden llegar a entender sus propios temores y sus sentimientos de pérdida.

Disciplina Científica cuya


finalidad principal es curar el
dolor de la muerte y el de la
desesperanza. No se trata, pues, de
dar consejos ni consuelos. Es curar
estos dolores que son los más
grandes que el ser humano pueda
sufrir. "Ayudar a bien morir" será
una meta tanatología cuando la
muerte de un paciente está
cercana, pero no la finalidad
principal.

Por lo mismo, el tanatólogo puede definirse como un "especialista en


enfermos terminales", pero con finalidades específicas, ya que no se trata de
un paliativista, ni de un urgenciólogo, ni de un intensivista, ni de un
algólogo. La definición de lo que es el enfermo terminal, es diferente a la
definición médica del término. En tanatología, un enfermo terminal es:

"Una Persona que padece una enfermedad por la que posiblemente vaya a
morir en un tiempo relativamente corto y que conoce su diagnóstico".
Hacemos hincapié en las palabras: Persona (ver al paciente como lo que es:
Persona Humana), Posiblemente (ni siquiera probablemente), Tiempo
relativamente corto (bajo el punto de vista del enfermo ó su familia),
Conoce el diagnóstico (si es una enfermedad que enfrenta al paciente a su
propia muerte, cambia la vida del paciente, al menos en cuanto a sus
emociones y en cuanto a su visión de la vida, a partir del momento mismo
de conocer el diagnóstico médico).

De esta manera, la labor tanatología debería comenzar en el momento en


que se les diga su diagnóstico al enfermo y a su familia. Lo que
médicamente es enfermo terminal, en Tanatología se le llama enfermo en
fase terminal.

La tanatología gira alrededor del enfermo terminal y se basa en las


descripciones y observaciones que sobre él se realizan para ofrecer un
diagnóstico y, mediante este,
determinar las acciones a
seguir.

La tanatología tiene una base


interdisciplinaria: medicina,
enfermería, psicología,
asistencia social, espiritualidad
y religiones, justicia, ética, etc.

La tanatología percibe al hombre como un todo, con sus necesidades y con


sus realidades físicas, psicológicas, espirituales, sociales y culturales;
contemplando primero al enfermo terminal y luego a quienes le rodean.

El objetivo principal de la tanatología es ayudar al hombre en aquello a lo


que tiene como derecho primario y fundamental: morir con dignidad, plena
aceptación y total paz.

Si comenzamos a intuir qué es la vida, nos será más fácil llegar a


comprender el modo en que
a todo fenómeno vital le
sigue un declive y un nuevo
comienzo. La muerte es un
tránsito y un descanso, un
amanecer y un anochecer,
una despedida y un
encuentro, una realización y
una promesa, una partida y
una llegada. Nuestra vida no comienza cuando nacemos y no termina
cuando morimos. Sólo es pasar un tiempo para madurar y crecer un poco.

La Tanatología comprende muchos campos de acción, desde la atención al


enfermo moribundo y a su familia, hasta la elaboración del proceso de
duelo por una pérdida significativa.

En la biología, se considera vivo lo que tenga las características:

 Organización: Formado por células.


 Reproducción: Capaz de generar o crear copias de sí mismo.
 Crecimiento: Capaz de aumentar en el número de células que lo
componen y/o en el tamaño de las mismas.
 Evolución: Capaz de modificar su estructura y conducta con el fin de
adaptarse mejor al medio en el que se desarrolla.
 Homeostasis: Utiliza energía para mantener un medio interno
constante.
 Movimiento: Desplazamiento mecánico de alguna o todas sus partes
componentes, Se entiende como movimiento a los tropismos de las
plantas, e incluso al desplazamiento de distintas estructuras a lo largo
del citoplasma.

Qué no es vida

No es vida cualquier otra estructura del tipo que sea (aunque contenga
ADN o ARN) incapaz de establecer un equilibrio homeostático (virus,
viriones, priones, células cancerígenas o cualquier otra forma de
reproducción que no sea capaz de manifestar una forma estable
retroalimentaría sostenible con el medio, y provoque el colapso
termodinámico). Así, se puede concluir que una célula está viva, pues posee
una regulación homeostática relativa a ella misma, pero si no pertenece a
un organismo homeostático, no forma parte de un organismo vivo,
consume recursos y pone en peligro la sostenibilidad del medio en el cual se
manifiesta.

El significado de la muerte

Las reacciones ante la muerte dependen, en parte, del contexto. Por


ejemplo, la muerte puede experimentarse como
predecible, o impredecible. La muerte esperada
implica que uno sabe que la vida dura
aproximadamente lo que, de hecho, dura;
esencialmente, uno muere cuando lo esperaba
y los que asisten a esa muerte no se ven
sorprendidos por ella. En el esquema vital de
Erik Erikson, el último período de la vida
conlleva la lucha entre la integridad y la
desesperanza. Según Erikson, la resolución
positiva del tener que enfrentarse a una muerte
inevitable incluye un sentimiento de plenitud,
paz e integridad, en lugar de sentimientos de fracaso, horror y
desesperación. En la teoría de Erikson, sólo puede existir una resolución
positiva si se han resuelto satisfactoriamente los conflictos propios de las
fases precedentes del desarrollo adulto.

La muerte inesperada implica que ésta se produce de un modo prematuro o


inesperado, y los que presentan el duelo sufren un gran shock. Este tipo de
muerte suele referirse a 1) la muerte de una persona joven, 2) la muerte
repentina, o 3) la muerte catastrófica, relacionada con la violencia o los
accidentes, y situaciones incomprensibles.

La muerte también puede calificarse como intencionada (suicidio), no


intencionada (trauma o enfermedad), y sub-intencionada (abuso de
fármacos, dependencia alcohólica, consumo de cigarrillos). La muerte
puede tener muchos significados psicológicos distintos, tanto para el
moribundo como para la sociedad en general. Según la formulación de
Susan Sontag, la muerte puede llegar incluso a tener el poder de una
metáfora. Por ejemplo, algunas personas ven la muerte como el merecido
castigo por lo que se percibe como una vida inmoral y llena de pecado.

Reacciones ante la muerte inminente

Algunos investigadores han estudiado las reacciones ante la muerte. Una de


las primeras y más útiles clasificaciones de las distintas reacciones ante la
muerte inminente fue la que realizó la psiquiatra y tanatología Elisabeth
Kübler-Ross. Rara vez un paciente moribundo sigue una secuencia regular
de respuestas que puedan identificarse con claridad. Sin embargo, las cinco
fases que proponía Kübler-Ross se encuentran ampliamente.

Fase 1 - Shock y negación

Cuando se le comunica a un paciente que va a morir, la primera reacción


suele ser de shock. Los pacientes suelen sentirse aturdidos al principio y
luego se niegan a creer el diagnóstico o la posibilidad de que algo vaya mal.
Algunos pacientes nunca logran superar esta fase, y van de médico en
médico hasta encontrar a alguno que apoye su posición. El grado en el que
la negación puede ser una respuesta adaptativa o no adaptativa depende de
si el paciente continúa o no con el tratamiento, incluso cuando niega la
realidad del diagnóstico. En estos casos, los médicos deben dar al paciente y
a su familia, de un modo respetuoso y directo, información general sobre el
carácter de la enfermedad, su pronóstico y las distintas opciones de
tratamiento. Una comunicación efectiva presupone que se toleren las
respuestas emocionales del paciente, y que se le asegure que no va a ser
abandonado.

Fase 2 - Ira

Los pacientes se sienten frustrados, irritables y coléricos por estar enfermos.


Una pregunta típica es: "¿Y por qué a mí?". Pueden sentirse coléricos contra
Dios, contra su destino, algún amigo o algún miembro de su familia; incluso
llegan a culparse a sí mismos. A veces la cólera se desplaza hacia el personal
hospitalario o los médicos, a los que se ataca por la enfermedad. Los
pacientes en este estado son difíciles de tratar. El médico que tenga
dificultades para comprender que la ira es una respuesta esperable, y que
realmente se ha producido un desplazamiento, puede llegar a abandonar al
paciente o a ponerlo bajo la atención de otro colega. El tratamiento de la
rabia de los pacientes implica comprender que ésta no puede tomarse como
nada personal. La cólera suele disminuir si uno se enfrenta a ella con
respuestas no defensivas y comprensivas: se ayuda así también al paciente a
reenfocar los sentimientos profundos (p.ej., duelo, miedo, soledad) que
subyacen en la rabia. También, el médico debe reconocer que esa cólera
puede representar los intentos de pacientes de dominar una situación a lo
cual se sienten completamente fuera de control.

Fase 3 - Negociaciones

Los pacientes pueden intentar negociar con los médicos, los amigos, e
incluso con Diossi se produce la curación, ellos cumplirán tal o cual
promesa, tales como obras de caridad o asistir a la iglesia regularmente.
Otro aspecto de estas negociaciones, es que los pacientes pueden creer que
los médicos, si él es un buen enfermo (complaciente, que no discute,
cariñoso), lo tratarán mejor. El tratamiento con este tipo de pacientes
consiste en hacerles entender que van a ser tratados lo mejor posible, hasta
donde lo permitan las posibilidades del médico y que se hará cuando esté
en su mano, con independencia de la conducta o de cualquier otra acción
del paciente. El enfermo debe ser animado a participar activamente en el
problema y comprender que ser un buen paciente significa ser lo más
honesto y directo posible.

Fase 4 - Depresión

En la cuarta fase, los pacientes muestran claros síntomas de depresión -


abandono, retardo psicomotor, problemas de sueño, desesperanza y ,
posiblemente, pensamientos suicidas. La depresión puede ser una reacción
contra lo que la enfermedad ha podido provocar en su vida (p.ej., la pèrdida
del trabajo, apuros económicos, falta de
ayuda, soledad y aislamiento de amigos y
familiares), o bien puede ser la anticipación
de la pérdida de la vida que se producirá al
final. Si aparece una depresión profunda
con signos vegetativos y pensamientos
suicidas, puede estar indicado el
tratamiento con antidepresivos o con
terapia electro-convulsiva (ECT). Todas las
personas sienten al algún grado tristeza ante
la perspectiva de su propia muerte, y la
tristeza normal no requiere ningún tipo de
intervención biológica. Sin embargo, los
trastornos depresivos profundos y los
pensamientos suicidas activos pueden aliviarse, y no deben ser aceptados
como consustanciales al conocimiento de la muerte próxima. Si se sufre una
depresión profunda, es poco probable que se pueda mantener la esperanza.
La esperanza puede llegar a retrasar la muerte y fomenta la dignidad y la
calidad de vida del paciente.
Fase 5 - Aceptación

Los pacientes llegan a aceptar que la muerte es inevitable y la entienden


como una experiencia universal. Sus
sentimientos pueden variar desde la
neutralidad hasta la euforia. En
circunstancias ideales, el paciente resuelve
sus sentimientos sobre la inevitabilidad de la
muerte y es capaz de hablar de ello y de
enfrentarse a lo desconocido. Las personas
que tienen profundas creencias religiosas y
que están convencidas de que existe una vida
futura después de la terrena, pueden
encontrar consuelo en la máxima religiosa: no temas a la muerte; acuérdate
de los que se han ido antes que tú, y de los que te seguirán.

La atención del paciente moribundo

La habilidad de los médicos para atender compasiva y eficazmente a un


paciente moribundo depende, en gran medida, de la firmeza de sus propias
actitudes ante la muerte y el hecho de morir. Algunos médicos tienen
actitudes disfuncionales hacia la muerte y los moribundos, que suelen ser
reforzadas por el tipo de enseñanza que reciben. Cuando la formación se
basa casi exclusivamente en el control y la erradicación de la enfermedad a
expensas de la atención y la comodidad de la persona enferma, la muerte y
el paciente moribundo se convierten en enemigos. En otras palabras, puede
llegarse a pensar que la muerte y el moribundo son consecuencia de un
fallo personal y, por ello, reflejan las limitaciones y la inadecuación del
médico. Cuando ocurre esto, no es infrecuente que se evite el contacto con
pacientes moribundos o que éstos provoquen una especie de irritación,
impaciencia y miedo.

A causa de sus conocimientos extensos sobre el cuerpo humano y su


experiencia técnica para controlar muchas enfermedades, los médicos
pueden llegar a sentirse inconscientemente omnipotentes a la hora de
prevenir la muerte. Cuando estos médicos tienen que enfrentarse a ella,
pueden sentirse traicionados y a la defensiva: su imagin se ha visto
gravemente dañada. Estos médicos ven a los pacientes moribundos como
recordatorios de su propia falibilidad.

Algunos médicos iniciaron sus estudios de medicina movidos por


sentimientos inconscientes de miedo a la muerte. Estos médicos esperan,
sin conciencia de ello, que, a través del estudio y la destreza médica,
pueden conseguir algún tipo de control sobre su propia mortalidad. Aunque
estos médicos tienen en alguna ocasión que enfrentarse a pacientes que
mueren, sienten tal grado de ansiedad, que experimentan una fuerte
necesidad de evitar el contacto con enfermos moribundos. Estos médicos
pueden intentar enfrentarse con su miedo a la muerte a través de una
profunda intelectualización; por ejemplo, pueden dar al paciente detalles
poco importantes y con frecuencia innecesarios sobre el día a día de las
vicisitudes de la enfermedad, mientras tratan de evitar cualquier
conversación sobre los temores, las preocupaciones y los sentimientos del
paciente.

La tarea fundamental del médico que se ocupa de atender a enfermos


terminales es proporcionarles una atención compasiva y un apoyo contante.
Los puntos esenciales de una atención apropiada son visitar al paciente de
forma regular, mirarle a los ojos, tocarlo, escuchar lo que el paciente quiere
decir y tratar de contestar a cualquier pregunta de la manera más
respetuosa posible. Lo más importante es saber ser honesto y tener tacto. La
mayoría de los pacientes desean que su médico les diga la verdad; por
ejemplo, prefieren saber que tienen cáncer. Decir la verdad no excluye que
se puedan tener esperanzas. Si el 85% de la gente que sufre una enfermedad
dada muere en el plazo de 5 años, también es cierto que otro 15% sigue
viviendo después de ese tiempo. Además, es posible que no todos los
pacientes quieran saber detalles concretos sobre su enfermedad. El médico
debe preguntar al paciente hasta qué grado quiere conocer su enfermedad y
debe responder de acuerdo a los deseos del paciente.
El grado de conocimiento de la enfermedad que tiene el paciente, su familia
y el personal hospitalario varían en extensión. Podríamos concretar cuatro
tipos de conciencia: conciencia abierta, en la cual el personal médico, la
familia y el paciente son perfectamente conscientes del diagnóstico,
tratamiento y pronóstico de la enfermedad, conciencia que simula no saber,
en el que esas mismas personas lo saben, pero pretenden que no lo saben;
conciencia sospechosa, en el que todos lo saben excepto el paciente, que
sospecha la verdad; y conciencia cerrada, en la que todo el mundo, menos
el paciente, lo sabe. Los hospitales tienden a que el conocimiento sea
abierto, siempre que pueda ser tolerado por todas las personas implicadas;
pero algunos pacientes terminales pueden preferir no saber la verdad sobre
su estado, y este deseo debe respetarse. Sin embargo, hay que hacer todos
los intentos posibles, de un modo educado y respetuoso, para animar al
paciente y a su familia a que hablen abiertamente. Muchas veces, lo que
parece ser un rechazo a hablar sobre la muerte inminente puede ser, de
hecho, miedo al aislamiento o al rechazo o, a que se percibe sin, falta de
valor.

Hay que tener en cuenta también otros factores en la atención al paciente


moribundo. El control del dolor debe ser enérgico en la fase terminal. Un
moribundo debe poder seguir funcionando con tanta efectividad como
permita su enfermedad. Esto es relativamente fácil de hacer cuando el
enfermo está relativamente libre de dolor. El médico debe usar tantos
narcóticos como se necesiten y se puedan tolerar para que el paciente pueda
atender sus cometidos con un mínimo de incomodidad. Además, el médico
no debe personalizar las quejas de un enfermo que podría estar en la fase de
cólera, y debe ayudar a los miembros de la familia a enfrentarse a los
sentimientos que provoca en ellos la muerte inminente del enfermos. Para
muchos pacientes, su familia es la fuente fundamental de apoyo emocional
y se entienden con ella mucho mejor y con más fluidez que con el médico
que le atiende.

Intervenciones familiares
El primer paso en el trabajo con la familia del paciente moribundo es
establecer una alianza con ella. Esto puede lograrse dejando que los
miembros de la familia hablen de sus propias vidas y preocupaciones, y
mostrando cierta comprensión hacia ellos. El médico debe tratar de evaluar
hasta qué punto la familia quiere que se la oriente y se la ayude, y hasta que
punto desea ser autónoma.

Cuando se sufre un gras estrés externo, cual es la muerte inminente de un


miembro de la familia, los conflictos familiares pueden intensificarse. El
médico puede ser de utilidad para ayudar a la familia a centrarse en la
mejor manera de hacer frente al estrés exterior, en lugar de la mutua
culpabilidad y la discusión. La apertura de canales de comunicación entre
los miembros de la familia puede servir de ayuda.

La familia puede negarse a hablar con el enfermo moribundo acerca de su


muerte inminente, por miedo a sentirse demasiado afectados o afectan al
paciente. De la misma manera, el enfermo moribundo puede tratar de
evitar el hablar sobre su propia muerte por temor a agobiar a la familia. En
situaciones como éstas, el médico puede hacer saber a las dos partes los
sentimientos de los otros y puede animarles a hablar, e incluso sacar este
tema cuando todos estén juntos.

"De los cuidados paliativos al Ars Moris - Un abordaje psico-espiritual"

"Aprende a morir y aprenderás a vivir. Nadie aprenderá a vivir si no ha


aprendido a morir", así rezaba un viejo manual occidental sobre la muerte y
el proceso de morir.

Actualmente, en nuestra sociedad se ha producido un considerable avance


en lo referente a la atención al paciente moribundo, desarrollo que se ha
realizado por un lado en lo que hace a la terapia del dolor y más
específicamente a la farmacología en sí. Pero también, el movimiento de los
cuidados paliativos desarrollado a mediados del siglo pasado por C.
Saunders en Inglaterra y que da cuenta de la necesidad de brindar una
atención compasiva tendiente no sólo a disminuir el sufrimiento físico del
paciente sino también a optimizar su calidad de vida, a través del control de
los síntomas físicos, emocionales, mentales, sociales.

Pero como supiera decir el sabio maestro budista, Padmasambhava:


"Quienes creen que disponen de mucho tiempo, sólo se preparan en el
momento de la muerte. Entonces los desgarra el arrepentimiento. Pero, ¿no
es ya demasiado tarde?".

En este sentido creo que la pregunta que todos y cada uno de nosotros nos
debemos hacer aquí y ahora a nosotros mismos y con total sinceridad es:
¿Qué sé sobre la muerte?".

En primer lugar debemos ser conscientes de que la muerte es un absoluto


misterio, pues nadie ha regresado del "más allá" para referirnoslo. Todo lo
que contamos es con lo que se denomina "experiencias cercanas a la
muerte".

Pero debemos ser con nosotros mismos tan íntegros como lo fue el célebre
filósofo griego Sócrates, cuando afirma: "El temor a la muerte, señores, no
es otra cosa que considerarse sabio sin serlo, ya que es creer saber sobre
aquello que no se sabe. Quizá la muerte sea la mayor bendición del ser
humano, nadie lo sabe, y sin embargo todo el mundo le teme como si
supiera con absoluta certeza que es el peor de los males".

Aunque si contamos con dos certezas irrefutables. Sabemos que es


absolutamente cierto que habremos de morir y también que es
absolutamente incierto cuándo y cómo. Angustiosas interrogantes
existenciales ambas si las hay.

En "El conocimiento silencioso" de Carlos Castaneda, don Juan, el gran


brujo yaqui dice: "Sin una visión clara de la muerte, no hay orden, no hay
sobriedad, no hay belleza. Los brujos se esfuerzan sin medida por tener su
muerte en cuenta, con el fin de saber, al nivel más profundo, que no tienen
ninguna otra certeza sino la de morir. Ese conocimiento da a los brujos el
valor de tener paciencia sin dejar de actuar; les da, asimismo, el valor de
acceder, el valor de aceptar todo sin caer en la estupidez y, sobre todo, les
otorga el valor para no tener compasión ni entregarse a la importancia
personal". En otro momento expresa: "Los brujos dicen que la muerte es
nuestro único adversario que vale la pena. La muerte es quien nos reta y
nosotros nacemos para aceptar ese reto, seamos hombres comunes y
corrientes o brujos. La diferencia es que los brujos lo saben y los hombres
comunes y corrientes no".

Este concepto de la muerte como el gran adversario que nos infunde de


valor y paciencia para actuar sin entregarnos a la importancia personal o
ego-centrismo nos hace ver a la muerte como un maestro que nos saca de
nuestro in-consciente escondite y nos abre a la verdad de la vida y del
universo.

Reflexionemos sobre ello. A poco que pensemos, hemos de llegar a darnos


cuenta de que en realidad ignoramos quienes somos, es decir, cuándo nos
preguntan sobre nuestra identidad respondemos con una diversa variedad
de elementos que hemos coleccionado con el fin de definirnos a nosotros
mismos (por ejemplo, soy uruguayo, psicólogo, hombre, etc.). Pero cuando
todas esas cosas se nos quitan, ¿tenemos idea de quienes somos en realidad
sin y detrás de todos esos agregados?.

Además, nos identificamos con nuestro cuerpo y con nuestra muerte, pero
que sucederá cuando ya no estén presentes, ¿son estos dos elementos
sostenes seguros y confiables de nuestro ser y de nuestra identidad?

Para no hacer frente a estas interrogantes, buscamos y exigimos vivir según


un plan pre-establecido, por ejemplo, estudiar, trabajar, formar una familia,
etc., etc., de manera de vivir de forma acelerada, ocupando el tiempo con
responsabilidades y con cosas materiales.

En una palabra, si deseamos dejar de una vez por todas que la vida nos viva
a nosotros y en cambio vivir nosotros la vida (valga la perogrullada),
debemos empezar por aceptar la muerte como una gran maestra que
continuamente nos susurra al oído: "Carpe diem", es decir, vive la vida en el
aquí y ahora, sin dejar situaciones inconclusas, pues no sabemos que llegará
primero, si la muerte o el próximo día.

Como dice Sogyal Rimpoché: "El último pensamiento y emoción que


tenemos justo antes de morir ejerce un poderosísimo efecto determinante
sobre nuestro futuro inmediato. Este último pensamiento o emoción puede
amplificarse desproporcionadamente e inundar toda nuestra conciencia en
el momento de la muerte. En este momento nuestra mente se encuentra
completamente expuesta y vulnerable a cualquier pensamiento que
entonces nos ocupe".

Como afirmábamos, vivir una "vida impecable" como decía don Juan, daría
cuenta asimismo del logro de la capacidad de lo que podríamos denominar
como "morir con arte" o "ars moris", que consistiría en afrontar el momento
último de nuestra existencia sin desear ni pensar en nada, sin mantener
apego a ser o cosa alguna.

Y esto se lograría tan sólo a través de la práctica de un camino espiritual,


que no necesariamente religioso. La consecución de una visión espiritual
implica ni más ni menos que mirar hacia dentro de nosotros disolviendo
aquellos aspectos fragmentarios y en perpetuo conflicto en nuestra
conciencia, relajando la tensión del ego y volviendo a reposar en la
naturaleza de la mente. Se podría decir que consiste en una metodología,
una praxis tendiente a lograr una plena conexión con nuestra esencia más
íntima.

En conclusión y coincidiendo plenamente con C. Longaker, afirmamos que


las cuatro tareas básicas para experimentar con plenitud la vida y la muerte
son:

1) darnos cuenta de que el sufrimiento existe y que se puede transformar en


una experiencia de plenitud.

2) mantener una comunicación con nosotros mismos y con los demás,


donde nos expresemos con todo nuestro ser y fundamentalmente con
nuestro corazón, lo más compasivos y libres de apego que podamos.
3) prepararnos espiritualmente para la muerte, lo que implica el ser capaces
de vivir en el momento presente, sin dejar situaciones inconclusas que sólo
han de constituir un lastre que incrementará nuestro dolor y sufrimiento y
el de quienes nos rodean.

4) encontrar significado a nuestra existencia, sintiéndonos seres plenos a


pesar de nuestras imperfecciones, aceptando nuestros errores y expiando los
que podamos haber.

Aspectos multidisciplinarios:

La intervención con los enfermos terminales es multidisciplinaria, puesto


que son varias las áreas que necesitan apoyo:

 Médica.- cuya función es dar al enfermo aquellos paliativos que le


permitan estar con el mínimo dolor y sufrimiento. (Cuidados
Paliativos)
 Tanatología.- ayudando al enfermo en el aspecto emocional. También
dando a poyo a sus familiares y allegados.
 Legal.- Para que el enfermo pueda dejar resueltos este tipo de
asuntos.
 Espiritual.- Que puede incluir no solamente el aspecto religioso, sino
también el aspecto espiritual del sentido de la vida, del sufrimiento o
de la muerte.

Conclusiones

La Tanatología ayuda tanto a los pacientes terminales como a los familiares


y allegados desde que el familiar es diagnosticado, durante el proceso y
posterior a la muerte para la elaboración del duelo.
Asi también la Tanatología se enfoca a cualquier pérdida significativa que
tenga el ser humano, es por ello que la importancia de la Tanatología hoy
en día es indiscutible, contemplando que a lo largo de nuestra vida
enfrentamos diversos tipos de pérdidas, muertes, separaciones, pérdidas de
miembros, pérdida de salud, de ilusiones ante una discapacidad, es por ello
que su campo de acción es muy amplio.

“La muerte es sólo un paso más hacia la forma de vida en otra frecuencia
y el instante de la muerte es una experiencia única, bella, liberadora,
que se vive sin temor y sin angustia”.-
Elizabeth Kübler Ross.

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