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Pello Maria Irujo Elizalde, semblanza

Es para mí un momento bueno, entre tantos momentos dolorosos que llevo viviendo en
estos 6 meses de la ausencia de Pello, porque estáis aquí su familia y sus amigos,
para recordarlo con la presentación de este libro que es una pequeña parte de sus me
morias.
El recuento de un poco de lo mucho que él hizo por nuestra Euskadi.
Cuando Pello, mi compañero de 50 años de vida dichosa, murió, acosado por un cáncer cont
ra el cual luchó con la misma hombría que había vivido, no sabía muy bien qué hacer para c
almar mi dolor.
Fue entonces, que recibí una foto del concejero Azkarraga: Pello estaba allí, sonrie
nte, junto a la consejera María Esther Larrañaga, bajo un cartel en el que se leía Rad
io Saharahui… Saharako irratia, y entonces, se me rompieron los recuerdos, y regre
saron al tiempo de Radio Euskadi/ Euzkadi Irratia, en Caracas, Venezuela, donde
le conocí y emprendimos nuestra vida en común.
De un viejo manuscrito que hice con él, en su día, surgió esta modesta contribución a la
memoria histórica de nuestro pueblo.
Tanto el consejero Azkarraga, con su entrañable prólogo, como nuestro amigo Carrillo
, que con acierto ha dirigido esta colección de la Consejería de Justicia, dedicada
a la Memoria Histórica, de la que este libro hace el volumen 9, se mostraron más que
receptivos a la publicación que hoy os presentamos, y que ha sido escrito y publi
cado en tiempo record, por eso, pido perdón de antemano por los fallos que podáis en
contrar, aunque los datos son tan rigurosos como rigurosos los hechos que se viv
ieron, allí, a 8.000 kilómetros de la patria, en la amplia, soleada y bendita Venezu
ela.
Esta es la pequeña memoria de una gran historia que habla de ilusión, de lucha pacífic
a pero inquebrantable en su resistencia, de trabajo denodado por la causa de Eus
kadi.
Hablo de una colectividad empeñada, desde el momento de su humilde arribo al puert
o de La Guaira en Venezuela, derrotados en su guerra, despojados de sus bienes,
alejados de su familia y afrentados en su honor, pero que no se dieron por venci
dos.
No conocieron la palabra claudicación Ni ellos ni sus hijos, que son los que crear
on aquel brioso equipo de EGI CARACAS.
Formaron su núcleo Xabier Leizaola Azpiazu, el enlace con la prensa y los políticos
venezolanos, José Joaquín Azurza, nuestro J.J., el técnico en telecomunicaciones, Jose
ba Elosegui, el abogado periodista, Pello Irujo e Iñaki Anasagasti, los más jóvenes de
l grupo, los que no habían nacido en la Euskadi peninsular, y que aportaban americ
anismo.
El excelente capitán de ese grupo dinámico, como pocos pueden encontrarse en el Exil
io Vasco, fue Yokin Intza. Luego se añadirían muchos más.
Como relato aquí, ellos montaron las 4 torres emisoras en la vieja hacienda de caña
de azúcar, La Virginia, varios kilómetros de Caracas, con el sudor de sus frentes, l
a callosidad de sus manos, la energía de un idealismo tan potente como renovador.
Ellos quisieron oponer a la feroz dictadura, la voz limpia del mensaje democrático
.
Y lo lograron.
Radio Euzkadi / Euskadi Irratia se escuchó, recorriendo sus ondas el Atlántico, en e
l país oprimido por la bota militar. Provocó la masiva asistencia a los Aberri Eguna
s de la década de los 60, la difusión de libros y un film Hijos de Gernika, que todo
vasco debe leer y ver para conocer de su pasado, y, además, era el mensaje de que
la Euskadi interior no estaba sola en su empeño resistente… que éramos muchos los vas
cos que combatíamos por medios pacíficos, por la libertad. Así estuviéramos lejos.
Es un libro en el que recojo anécdotas de la actuación de Pello, muy íntimas, pero que
aclaran parte de su personalidad y esbozan algo de su sueño. No sé si él hubiera perm
itido que lo hiciera con tanta claridad, entre otras cosas, porque jamás vio nada
excepcional en cuanto hizo por su país.
Era Irujo, nieto de Daniel, el abogado defensor y amigo de Sabino Arana Goiri, s
obrino de Manuel Irujo, el hombre que quiso humanizar una guerra terrible, era s
obrino de Andrés,el editor de EKIN, la otra gran obra del Exilio Vasco, y de Pello
, el periodista de Tierra Vasca. Y era hijo de Eusebio, el hombre cuya acción en S
anto Domingo, junto a Jesús de Galíndez, salvó a muchos vascos de la miseria, reenviándo
los a Venezuela, y que luego, ya en Caracas, levantó una familia de bien, desde la
ruina económica, pero con la moral limpia de quien ha sido vencido por las armas,
no por la razón.
La gran historia de los pueblos se basa en estos pequeños actos. La riqueza de una
nación se basa en la calidad de sus hombres y mujeres. Creo que con este aporte q
ue hoy os presentamos, resaltando la figura de un hombre que se nos acaba de ir,
estamos haciendo país, porque ningún esfuerzo y menos el realizado por el Grupo EGI
de Caracas, y en concreto el realizao por Pello Irujo Elizalde, puede resultar
vano. Nos nutrimos, al menos una parte del país, de estas acciones que tuvieron el
rasgo de la generosidad absoluta, del desprendimiento más total. De la ausencia d
el egoísmo, de la carencia absoluta de cualquier ánimo de lucro. Solo los movió el amo
r por una patria que estaba a 8.000 kilómetros de distancia.
Quiero terminar estas palabras que leo, para controlar mi dolor y mi emoción, con
lo que está escrito en la página 120 del libro. Allí, en el muelle de Santurtzi y para
recibir a Alberto Elosegi y su familia que venían de Inglaterra, se reunieron los
5 miembros del grupo nuclear de EGI Caracas, ya residentes en Euskadi, y sus fa
milias.
Se abrazaban los unos a otros, y hablaban… yo me alejé un poco y fui pensando:…El cora
zón se me ensanchó de agradecimiento. Les debía parte de mi felicidad. También se la debía
n los hombres que merodeaban por los muelles, los capitanes de barco que se disp
onían a amarrar, las mujeres que paseaban sus niños al sol. Los arrantzales que disp
onían el pescado en los muelles, las neskatillas que remendaban las redes.
Se la debían hasta las gaviotas del puerto. Ellos habían trabajado por la libertad d
e cada uno y de todos, sin medir la magnitud de su compromiso y sin esperar reco
mpensa por el mismo. No eran unos héroes al estilo de las oda pero sí gente que se h
abía destacado por su acción sobre el común de la gente.
Y allí, frente al mar de Bizkaia, recordé la oda de León Felipe:
…Todos somos marineros/ Marineros que saben bien navegar/ Todos somos capitanes/
Capitanes de la mar/ Todos somos capitanes/ Y la diferencia está/ Solo en el barco
en que vamos/ sobre las aguas del mar.
Y termino con las últimas palabras del excelente prólogo de Joseba Azkarraga:
…Quizá hoy algunos no logren imaginar el tremendo esfuerzo personal y familiar que s
upuso la defensa de la libertad para muchos vascos. El encuentro con este relato
les servirá para conocer la enorme pasión que personas como Pello pusieron en hacer
de Euskadi una nación libre, en la que nadie fuera más que nadie y en la que todos
pudiesen vivir juntos y mirarse a los ojos sin rencores. Eses es un reto pendien
te, pero estoy seguro de que Pello, esté donde esté hoy, nos dirá sonriendo: Coño, caraj
o…solo tenemos que trabajar para conseguirlo.
EMEN EUZKADI IRRATIA EUZKO ERRESTENZIKO GUDARIEN DEYA
Hacía calor en el estado Zulia. No más que otros días, igual que siempre, J. J. Azurza
lo resentía. Su pálida tez, y sus ojos azules parecían ceder fácilmente a la apretura d
el clima tropical y al sol tórrido de Maracaibo. Por otra parte, andaba acelerado.
Iban a traer elementos nuevos (torres, emisoras, etc.) para modernizar la radio
de la Compañía Petrolera para la cual trabajaba, la Shell. Las viejas torres emisor
as, levantadas sobre la tierra roja y caliente del Zulia, calificadas por los técn
icos como de la guerra de Crimea, pensaban enviarlas a una chivera, como se deno
mina en Venezuela a las chatarrerías. J. J. fue a revisar el vetusto aparato al qu
e tantas veces manipuló en sus funciones de trabajo, pero con una nueva visión, much
o más crítica. La emisora necesitaba urgentes retoques, pero él sabía cómo hacerla funcion
ar. Sus expertos dedos, finos y delicados como los de un pianista, se movieron p
or el cuerpo de hierro de la maquinaria.
El viejo armazón vibró. Fue entonces, así lo contaba, cuando la Idea se apoderó de él. Habí
encontrado lo que necesitaban los vascos para comunicarse a través de los muros d
e la dictadura.
Llegó a la reunión de la Mesa Cuadrada de los lunes, sin aliento, tras haber conduci
do las más de diez horas que separaban Maracaibo de Caracas. Le ofrecieron, en bro
mas, agua, hielo y whisky, o una cervecita Polar, bien fría. Lo rechazó todo con ges
to impaciente, pues tenía prisa en detallar su plan. Intza, a quien le había adelant
ado el asunto, miraba con ojos ahuevados y semi cerrados a cada uno de los compañe
ros de la Mesa Cuadrada. Como los conocía bien, sabía que nadie iba a rechazar la of
erta de J. J., como así fue.
Los iba ganando sin demasiado esfuerzo. Cuando detalló la cantidad de dinero neces
aria para la compra de la maquinaria y su traslado, unos seis mil bolívares, nadie
pestañeó. Era una rebaja considerable a los tanteos que se habían realizado con anter
ioridad, a instancias de Rezóla, y del Gobierno Vasco. Según informes del propio J.
J. y de Iñaki Elguezabal, y apartando las consideraciones técnicas para una audición q
ue debía cubrir ocho mil kilómetros. Sin ir más lejos, el costo de un transmisor (que
habría que comprar en Estados Unidos y transportarlo a Venezuela) podría alcanzar lo
s 15.000 dólares, según su sofistica-cíón. El bolívar, por entonces, se cotizaba a cuatro
por dólar (en pesetas a unas 60), así que la cifra resultaba alarmante y además, en se
mejante traslado, podía fácilmente detectarse el secreto de la empresa. Ahora tenían c
asi en la mano un aparato de 5 kw, con dos transmisores completos de la misma po
tencia, que le permitía funcionar al tiempo en dos frecuencias diferentes. El cost
e de este aparato, nuevo, podía ser de unos 50.000 dólares, aseguró finalmente J. J.
—Y estamos hablando de una zoquetuda... ¡seis mil bolívares! —reafirmó mientras limpiaba e
l cristal de sus lentes y sonreía satisfecho.
Todos estaban absolutamente desbordados por la emoción. El sueño podía hacerse realida
d, tras largos años de debate, iniciativas truncadas, informes sesudos pero que pa
ralizaban el proyecto por su excesivo coste en maquinaria y personal. Cuando lle
gó el consabido momento de reflexión, mientras J. J., ya callado, se dedicaba a bebe
r su cervecita fría, se hizo un silencio profundo. Intza dejó pasar unos minutos y f
inalmente, con voz recia, preguntó con un modismo venezolano que había asumido como
propio:
—¿Le echamos pichón?
—Le echamos pichón —fue la contestación unánime.
Nadie iba a poner un pero al proyecto. Y menos con Jo-kin, el Gordo, como ya le
denominaban familiar y cariñosamente, aprobando la acción. Su siguiente paso fue lla
mar a Ramón Otxondo, que vivía en El Tigre, localidad del interior de Venezuela, y q
ue mantenía una situación económica ventajosa, para pedir la financiación inmediata, cos
a que logró sin problemas. A más, la oferta generosa del patriota Otxondo se ensanchó
hasta ofrecer pagar sueldo de una persona para el cuidado cíe la emisora por seis
meses. Nadie creía que podría durar más. También Otxondo se ofreció a buscar un terreno idó
eo por los alrededores. *
Cuando he hablado o entrevistado, mucho después, a los componentes de EGI sobre aq
uel momento, en ninguno de ellos palpé otra cosa que una decidida movilización hacia
la empresa. Pello aseguraba que a él le pareció natural el paso a seguir. Todo esta
ba preparado para Radio Euzkadi/Kuzkadi Irratia. El modo de obtener fondos económi
cos, la información bibliográfica, la cohesión del equipo. Los inconvenientes no se so
pesaron en ningún momento de esa euforia inicial, y en verdad eran considerables.
En primer lugar Radio Euzkadi/Euzkadi Irratia debía ser clandestina tanto para los
vascos como para los venezolanos, pero había que llegar a ciertos políticos importa
ntes, para que hicieran la vista gorda. Eso, en cierto modo, ya lo llevaban algo
adelantado Xabier Leizaola, Alberto Elosegi e Iñaki Zubizarreta, cuyos conocimien
tos del medio político venezolano y su intrusión en la política era más profunda. Tenían,
desde las primeras conversaciones, la tarea de mover ciertas fichas para que no
se paralizara cualquier acción emprendida. Rezóla, entre tanto, incansable en su afán,
se movía en Europa, en el medio de la Democracia Cristiana, para el logro de los
fines. Pero no obtuvo la respuesta requerida.
Se insistía, pese a tantas diligencias, en el secreto de la empresa. Era important
e. Como se sabía del espionaje de Ja Embajada española, la petición de partidas moneta
rias debía disfrazarse, aun en los ámbitos del Centro. No se iba a poner confianza e
n nadie porque no es que se desconfiara, sino que se temía que al-
—Radio Euzkadi/Euzkadi Irratia va a ser escuchada en Eus-kadi pero nunca, nunca, (
o será en Caracas —afirmaba rotundo J. J., que se encargó de que así fuera, no solo por
la elección del sitio, sino además por un medio muy simple en la técnica de telecomuni
caciones, que desviaba las ondas libertarias del valle de Caracas.
Llegar a La Virginia no era fácil entonces, no lo es hoy día. Para 1964 la ciudad de
Caracas se había extendido por todo el angosto y largo valle, comiéndose en su crec
imiento vertiginoso los viejos pueblos de Chacaíto, Chacao, Campo Alegre, Los Chor
ros, levantadas las urbanizaciones de Altamira, La Castellana, La Floresta, Los
Palos Grandes, Las Mercedes, El Rosal, y Sebucán, devorando el cemento la jugosa y
verde hierba sabanera. Pero el pueblo de Petare continuaba estando lejano, y po
r Petare se pasaba, siguiendo después (se dejaba atrás el Ávila, la gran montaña de Cara
cas, y se adentraba en el Estado Miranda en dirección sur) por una carretera estre
cha, tortuosa, montañosa. Se seguía las fuentes del río Guaire, el río de Caracas, el cu
al cruzaba la carretera varias veces, y en la época de lluvias se desbordaba impid
iendo el tránsito. Había abundantes controles de la Guardia Nacional, pues había guerr
illa.
El dueño de La Virginia accedió al proyecto, suplicando silencio para su nombre y co
brando un alquiler mensual simbólico de ochocientos bolívares. Además conectó al grupo K
G1 con un abanico más amplio de autoridades venezolanas, que no opusieron resisten
cia a la implantación de cuatro torres para la radio clandestina de los vascos. Ha
y que añadir que la CIA, a través de la Embajada Americana, dio aviso a las autorida
des venezolanas de la instalación de una radio en Santa Lucía.
Más que el asunto político de la radio, que les era enojoso, al parecer les molestab
a que las ondas vascas interferían las comunicaciones de índole comercial entre Gran
Bretaña y Estados Unidos, caso muy grave, y un grupo de sus técnicos pudo detectar
la emisora en las cercanías de Caracas. Dado este conocimiento, era más que probable
que llegara a la Embajada de España, como llegó, y que consecuente con sus continua
s reclamaciones, delatara el desafuero, pero nada consiguieron unos y otros. A l
os americanos se les calló afirmando que no era comunista y desviando las ondas, p
ara no interferirles el negocio. A los españoles, con la frialdad de unas relacion
es diplomáticas tensas, se les aplicó el silencio administrativo. Aunque Manuel Frag
a, por entonces Ministro del Interior, era un demandante obsesivo.
Se dijo que hasta el mismo Franco despotricaba contra la radio clandestina que h
ablaba con verdad de su régimen odioso. Exigía a su policía y a su embajada venezolana
que, de una vez por todas, quitaran ese estorbo del medio. Había respirado tranqu
ilo el día de la muerte del Lehendakari Agirre, en 1960. Creía, con esa estólida mente
militar y poco cultivada que era la suya, que la cuestión vasca acababa aquel día.
Para su sorpresa, renacía en una generación criada a ocho mil kilómetros del país de los
vascos.
Estas dificultades fueron vencidas, gracias a la intervención decidida del ministr
o de Relaciones Exteriores venezolano, Gonsalvi. De él sí sabemos el nombre porque i
ncluso llegó a personarse alguna vez en las reuniones de la Mesa Cuadrada. Apoyó a l
os vascos en su empresa, incondicionalmente. Hasta les llegó a ofrecer otro terren
o y unas condiciones más favorables sí arremetían contra Fidel Castro, ya despejado de
su talante libertario de la Sierra Maestra y que mostrando la faz de su dictadu
ra atroz impulsaba la guerrilla que se mantenía en el interior del país y en la prop
ia Caracas.
—Ser un declarado anticomunista procura ventajas —aconsejó en tono sereno.
Pero el Grupo EGI, que no era comunista, era esencialmente vasco. Y nada y menos
el dinero, podía ingerir en la pura naturaleza de ese sentimiento. Rechazaron la
jugosa oferta al asombrado Gonsalvi.
Mudarse, añadieron, para suavizar la negativa, arrastrando tras sí a Pedro y Pablo,
nombres que se dieron a las torres emisoras, ya enclavadas en La Virginia, era c
omenzar de nuevo, y eso iba a dar más trabajo del que podían soportar; así, entre conv
ersaciones, reuniones, comentarios, fueron toreando el asunto. A ese proceso le
llamaron Operación Gallego.
Por un tiempo, el que duró la concertación, dejaron de emitir para apaciguar los ánimo
s de unos y otros. Fue el precio que tuvieron que pagar. También fue vencido el mi
edo que tenían a su rival, Radio España Independiente, la voz de la resistencia comu
nista. Radio Euzkadi/Euzkadi Irratía resultó más fiable en su información y responsabili
dad dial.
Como se dieron cuenta de que La Virginia necesitaba su guardián y encargado de emi
tir los Talos, se escogió a Isaka Atutxa, soltero, de Galdakao, un gudari, por ent
onces sin trabajo, y que aceptó el arriesgado trabajo de custodiar una emisora cla
ndestina en medio de la selva venezolana.
—Euzkadik behar ñau. Euskadi me necesita —comentó simplemente, al aceptar la encomienda.
La tarde en Venezuela cae a las 6. Caracas tenía por entonces un tráfico denso e imp
redecible. Se estaban realizando las autopistas vértebras que recorrían la ciudad de
oeste a este, pero nunca fueron ni parece que lo serán, suficientes. Pese al tráfic
o, que mantenía los coches (carros como se denominan en Venezuela) parados horas s
obre la ardiente vía de asfalto, y las dificultades que suponía atender a sus vidas
privadas y compromisos laborales, los jóvenes del grupo EGI decidieron que trabaja
rían los sábados y domingos de sol a sol en las tareas de la instalación del equipo en
los linderos de la laguna de La Virginia.
—Bien duro, a pico y pala, compadre —afirmaban entre risas.
Durante meses las manos de aquellos hombres dedicados a oficios de administración
y oficina, estuvieron tan curtidas como las de un obrero de la construcción. Añadiría
que esos hombres despidieron también no el olor rancio del sudor que procura el tr
abajo físico, sino que transpiraban de sí algo de ese suave aroma de los araguaneys,
los esbeltos chaguaramos, los espinudos habillos, ceibas con sus semillas aceit
osas envueltas en una lana blanca, de algún caobo asilvestrado, y un mango generos
o en sus frutos deliciosos, que una vez cobijaron las esbeltas cañas de azúcar de la
hacienda, esa humedad del fango de la laguna mansa, ese perfume de la flora tro
pical. Y que sus voces, cuando llegaban de La Virginia tenían en algo, la dulce so
noridad del cantar del turpial.
Había prisa. Rezóla, entusiasmado por la idea, apuraba las decisiones pues se sabía qu
e ETA pensaba instalar otra emisora en Argelia. Eso hacía que el grupo se dedicara
al trabajo con frenesí. Eueron finalmente ayudados por una cuadrilla de obreros;
tal cosa fue asumida y con pesar como absolutamente necesaria. Se levantaron pue
s las cuatro torres, se embutió la emisora (dos transmisores, llamados Pedro y Pab
lo) en una choza, a resguardo de las tormentas y del sol tropical, y tuvieron qu
e abrir caminos en la maleza, para instalar las antenas.
Se fabricó una txabola. La amoblaron con dos camas, una mesa y armario, y sillas p
ara jugar las previsibles partidas de dominó y mus, e instalaron una nevera capaz
para las cervezas a consumir. En todos latía la conciencia de que la soledad sería d
emasiado profunda para Atutxa, y el compromiso tácito era compartir algunas noches
con él y se elaboró un calendario de responsabilidades que se cumplió escrupulosament
e. Durante algún tiempo, al observar que la incom tínicación gravaba demasiado en el áni
mo de Atutxa, le destinaron como compañero al navarro José Elizalde. Otras veces aco
mpañaba a Pello Irujo su cuñado, Ringen Amezaga, médico, y así Isaka era revisado profes
ionalmente, hablaba de sus dolencias, cosa que siempre conforta el alma, y tomab
a las medicinas correspondientes. Atutxa, a finales de 1966, tuvo un grave accid
ente de coche, y fue internado en una clínica.
Durante su ausencia, los miembros del grupo se repartieron las tareas que, al se
r diarias, ponían en peligro los trabajos personales. Así que durante la convalecenc
ia de Atutxa, decidieron ofrecerle el puesto ajóse Eli/alde, y posteriormente se f
ueron turnando Juan Ortiz, Jotxu Castañero, Julián Atxurra. Años más tarde, tras una vis
ita inesperada de miembros de ETA, se decidió contratar un guardia jurado venezola
no.
Nadie dejó de cumplir con su calendario previsto para acudir sábados y domingos a La
Virginia. El que llevaba los Talos, como se denominó a los casetes grabados, solía
siempre, por más prisa que hubiera, echarse unos «palitos» y jugar una partidita al mu
s con Atutxa. Corriendo el tiempo, el hombre se aficionó al pueblo de Santa Lucía, y
solía estarse ahí algunas tardes. Nadie preguntaba qué hacía por aquellos predios un «mus
iú», según el argot venezolano, tan rico como singular, es decir un extranjero, de ojo
s claros, complexión robusta y hablar intrincado... qué clase de Irabajo realizaba e
n La Virginia. Él hablaba vagamente de unas perforaciones a la orilla de la laguna
.—Igual encontramos petróleo por ahí, compadre, y nos hacemos todos ricos —explicaba en
la bodega del pueblo, antes de iniciar su recorrido por los dos bares de Santa L
ucía. Nadie le demostró jamás desconfianza. Sabían todos lo locos que eran los extranjer
os, sobre todo los europeos, con ese asunto de hacer «las Américas».
Ni Atutxa ni ninguno de los pobladores de Santa Lucía había escuchado hablar de El D
orado de los conquistadores. De esa ciudad al borde de una laguna donde se sumer
gía un cacique cubierto de oro y cuyo fondo no era de algas y carecía de peces, porq
ue estaba cubierto de una inmensa pátina del precioso metal dorado. La que describ
e enfebrecido el aventurero ingles Wal-ter Raleigh, en sus vanos intentos de lle
gar a la Manaos prodigiosa, con su lago Cassipa, antecedente en el paso del encu
entro con Manoa. Como un río que en vez de gotas de agua las tiene de oro que se o
bservan en sus bancos, cuando el verano caliente seca las fuentes de agua. En ci
erto modo, La Virginia era El Dorado para los jóvenes del grupo EGT.
Era evidente que le gustaban los niños, así que le llevábamos el nuestro para que le e
nseñara con una honda, fabricada por él, a tirar piedras para asustar a las gallinas
, que cacareaban levantando polvo con sus alas rojizas, recolectar caracoles, gr
andes como la palma de mi mano, a las orillas mansas de la laguna y espantar, a
grito limpio, a las garzas que merodeaban por allí.
La cabeza de la operación radial, tras varios domicilios precarios, se instaló defin
itivamente en el apartamento del edificio La Sierra, llamado así por su curiosa ar
quitectura, parecida a una sierra. Era un apartamento amplio y ventilado en el q
ue se acolchó un dormitorio para lograr grabaciones perfectas. Las demás dependencia
s estaban atiborradas de paquetes de propaganda, cajas con llaveros, estuches co
n las monedas de oro. Como si se tratara de los baúles de un barco pirata tras la
algarada filibustera de Maracaibo. Esto me sorprende ahora, cuando recuerdo las
cosas... la cantidad de monedas de oro y plata allí dispuestas. Era tal la rectitu
d de cada uno y la confianza del grupo, que nadie presumió un robo. Y es que no lo
hubo.
DIA FINAL
Bajo el lema Batasuna eta Indarra/Unidad y fuerza, que brotó de sus labios con nat
uralidad, pues expresaba el ánimo del grupo EGI con claridad.
Esa Asamblea de PNV/EAJ fue importante porque significaba la primera manifestación
del partido en el país, tras cuarenta años de clandestinidad. Además de la gestión de s
u organización, de la redacción de sus ponencias, del cuidado de los detalles, mucha
de esa labor recayó en Anasagasti e Irujo, así como la instalación de un equipo de tr
aducción instantánea eus-kara-castellano que fue tarea de J. J., se preparó el acta fi
nal de Radio Euzkadi/Euzkadi Irratia.
El grupo nuclear EGI Caracas hizo un último esfuerzo conjunto pues la vida los iba
a disgregar: Anasagasti se quedaba en Bizkaia, Azurza, Elosegi e Intza en Gipuz
koa, e Irujo en Na-farroa. La despedida de la Radio era también la despedida del e
quipo.
La Asamblea constituía un reencuentro entre personalidades, un robustecer de un pa
rtido que había operado en la clandestinidad, y un prepararse para gobernar un país.
Aquella magna congregación presidida por Manuel Irujo y Juan Ajuriagerra signific
aba un movimiento democrático sin precedentes.
Las Juntas de los Territorios Históricos del país convivieron con las Extraterritori
ales, donde los vascos habían combatido durante dos generaciones por su país. Paúl Agi
rre y Garbiñe Urresti, nuestra Golda, representaban a Venezuela. Un emocionado y a
nciano Manuel Robles Arangiz, palpando el espíritu de aquella reunión, exclamó: «¡Quién pud
era ser joven para volver a empezar!» Y yo, entre tanto trajín, iba recitando los ve
rsos de León Felipe, el poeta que se murió en el exilio de México:
Todas las lenguas en un salmo único,
Todas las bocas en un grito único,
Todos los ojos en un llanto único
Y todas las manos en un ariete solo
Para derribar la noche,
Para rasgar el silencio,
Para echar de nosotros la sombra...
El cierre de Radio Euzkadi/Euzkadi Irratia se anunció al final de la Asamblea. Le
tocó a Pello Irujo un cometido difícil porque debía anunciar a los allí congregados, alm
a y nervio del país en el futuro, que la radio, alma y nervio de su generación en Ve
nezuela, emitía su último programa en Santa Lucía.
Que Pedro y Pablo, tras trece años de labor continua, callaban para siempre. Fue b
reve. Porque o se decía cuánto había significado la encomienda, o simplemente se resumía
en la palabra Agur, que en euskara tiene significación de salutación y despedida. O
ptó por esto último, y su voz, impecable y melodiosa, que tantas grabaciones de había
efectuado, se quebró por vez primera de la emoción. Pero pensó, con su optimismo habit
ual, que ahora tenía otros retos que afrontar y que lo haría de la misma forma y man
era con que se enfrentó, con apenas veinte años, al de Radio Euzkadi/Euzkadi Irratia
. Y con el mismo amor, la misma dedicación. El mismo optimismo. Levantar EAJ/PNV e
n Navarra era su próximo reto. Y mientras decía Agur a su criatura de la selva, se p
reparaba para la tarea próxima de SLI criatura en la cuenca de Pampfona/Iruña herria
.
Entre tanto, en Venezuela, aquel 30 de abril de 1977, el resto del grupo colocó el
último Talo en el cuerpo de la emisora. Pedro y Pablo escupieron su humareda habi
tual e hiparon sus últimos ruidos. El programa fue breve. Había tanto que decir que
ellos también lo sintetizaron en una sola frase: «La labor está cumplida.» Lágrimas ardien
tes corrían por las mejillas CLirtidas de Guillermo Ramos, Domeka Etxarte, Félix Ara
nguren, Iñaki Aretxabaleta, Joseba Iturralde, Txomin Bizkarret, Jon Mikel Olabarri
eta, de Atutxa, de Elizaldc...
Desplazados desde Caracas a La Virginia, a El Paraíso, bordeando el río Guaire que e
n la época de lluvias tantas veces nos inundó peligrosamente la carretera, cruzando
el puente de metal militar, salvada la inspección de la Guardia Nacional, con prud
ente miedo a los guerrilleros que deambulaban cercanos, llegaron al borde de la
laguna en la que una vez un trapiche molió caña de azúcar. Triste el ánimo pero cumplida
la misión, dijeron adiós a su labor, enterrando en la selva venezolana la ilusión que
fue motor de sus vidas durante 13 años.
Pero los vascos, al menos los que son como ellos, no tienen temperamento plañidero
. Como una sola voz aquellos hombres reunidos en La Virginia por última vez, hicie
ron llegar a los reunidos en el Amaya por primera vez, el himno de los gudaris,
de los que ofrendaron vida y honor por la libertad de la patria.
... Euzkadikogudarigera...
Muchos años después, cuando la mortal enfermedad cercaba a Pello Irujo, cuando lo al
ejaba de nosotros, le sacaron una foto en el Sahara. Estaba en una misión de la Co
nsejería de Justicia del Gobierno Vasco/Eusko Jaurlaritza, en los campamentos saha
rauis, en compañía del Consejero Joseba Azkarraga, con el que mantuvo una afectuosa
relación personal y una relación de trabajo excelente. Fue Joseba quien me envió la fo
to, que recibí en los primeros días del duelo, y con certera intuición. Irujo está, sonr
iente, junto a la hoy Consejera de Medio Ambiente, Es-ther Larrañaga. Ambos posan
junto a un cartel que lleva caracteres árabes y la siguiente leyenda en euskara: S
AHARAKO IRRATI NAZIONALA.
Hasta el final de sus días Pello estuvo en cierto modo regresando a Radio Euzkadi/
Euzkadi Irratia. Al compromiso que significa la palabra, la divulgación de la verd
ad, la transmisión de las ideas como única arma valedera para conseguir el objetivo
de la libertad.
Besé la foto una y mil veces, recordando todo lo sucedido en relación a Radio Euzkad
i/Euzkadi Irratia, y también porque solo yo sabía que en su vieja billetera de cuero
, entre sus tarjetas de direcciones, teléfonos y dineros, había, cuidadosamente dobl
ado, un papel envejecido, casi imposible de leer, donde estaban escritos, con su
letra puntiaguda, los teléfonos del grupo nuclear de EGI/Caracas. Los teléfonos que
habían servido para el contacto de la operación radial más importante, a mi juicio, d
e la resistencia vasca en el exilio. Jamás pudo desprenderse de él, aunque ya los te
léfonos no sonaban. Ya nadie podía responder. Y él mismo pronto no podría llamar ni resp
onder más. Pero gracias a que un día funcionaron con semejante vitalidad, Euskadi pu
do renacer de sus cenizas.

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