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Hablar de las raíces de nuestra alimentación equivale a tratar uno de los aspectos
más resaltantes de nuestros orígenes culturales. Los manuales de historia, los
epítomes de formación social y ciudadana, los folletos turísticos y muchas otras
obras de divulgación, vienen repitiendo cansonamente como simple axioma, que
la cultura venezolana se debe a tres fuente: la indígena, la española y la africana.
Esta aseveración corriente, si bien no es falsa deja de lado la complejidad que
caracterizó el proceso de génesis de nuestra cultura, pues el no matizar la
importancia de los aportes de cada uno de los grupos que intervinieron en ese
cruzamiento, deja lagunas, o presenta de manera simplista, ciertas influencias con
efectos un tanto deformadores del proceso socio histórico del cual somos
resultado.
A su vez, se entiende por cocina un complejo que incluye desde los alimentos
básicos usados regularmente como ingredientes en el as recetas, hasta el
significado cultural de ellos dentro de contextos económicos, sociales,
psicosociológicos y religiosos. En toda cocina así entendida, ha de encontrarse
cierta homogeneidad que puede traducirse en la frecuencia con que se usan
ciertos comestibles, en la especificidad de una manera de condimentar, en la
presencia predominante de ciertas formas de cocción o de aderezo de los
alimentos, en determinados hábitos de ayuno religioso, en creencias sobre las
cualidades de algunos alimentos o de mezclas de ellos, e incluso prejuicios
relativos al prestigio o desprecio, que conlleva el consumo de comestibles o
bebidas particulares.
Se escogió como fundamento para presentar este tema, dos obras que dan cuenta
de la cocina tradicional venezolana de mediados de la presente centuria. Estas
son la Geografía gastronómica venezolana, de Ramón David León, publicada
originalmente en 1954, y el opúsculo de Lolita Llamozas de Lleras Codazzi,
Recetas para la confección de platos típicos mencionados en la obra Geografía
gastronómica venezolana, de Ramón David León, editado por el Ince, en 1972.
Ambas forman, con es patente por sus títulos, una unidad que incluye la vertiente
literario-costumbrista junto a la formulación técnica.
La lectura de estos dos libres ofrece el perfil de es “árbol culinario” cuyas raíces se
tratan de desentrañar. Se ha considerado de primordial importancia el análisis
cuantitativo y cualitativo de los recetarios, que constituyen una de las fuentes más
preciosas para la historia de la alimentación, sobre todo hoy, cuando se dispone
del auxilio de recursos tecnológicos avanzados, como los ordenadores personales,
provistos de ingeniosos programas para archivar y tratar los datos breve tiempo,
sin importar cuán numerosos sean.
II
Una primera visión de los aportes de distinto origen presente en nuestra cocina
criolla tradicional, sería la cuantificación de los ingredientes que aparecen en las
63 recetas incluidas en los libros escogidos, agrupándolos según su procedencia
en tres categorías autóctonos de América; traídos por los europeos; y los
autóctonos del África Occidental. Esta clasificación tripartita, que como toda
taxonomía es arbitraria, obliga a hacer algunas aclaratorias, aun cuando sea
brevemente.
Aplicando esa división a los 693 ingredientes que aparecen en la totalidad de las
recetas escogidas (excluidos el agua y aquellos que se repiten en una misma
fórmula), se obtuvieron los siguientes resultados aproximados: 135 de ellos,
equivalentes al 19.48% son autóctonos de América; 511, esto es una
79.50%fueron traídos por los europeos: y 6, es decir 0.86% originarios del África.
(Es de notar que en las recetas figura un ingredientes, el curry, que fue traído
directamente a la región del Caribe por los hindúes en el siglo pasado, y
representa apenas el 0.14%, por lo que no se ha tomado en cuenta a los efectos
de estos resultados). En resumen, de acuerdo con los porcentajes indicados, es
evidente el abrumador predominio de ingredientes traídos por los europeos;
significativo el de los autóctonos americanos, y prácticamente sin relevancia,
aquellos oriundos del África.
III
De estas técnicas, tres por lo menos (freír, guisar y hornear) son aportes de la
culinaria europea, y las dos restantes (asar y hervir) son comunes a aquella y a las
prácticas coquinarias americanas.
Es interesante advertir que la técnica más usada, según los cálculos que
anteceden, es la fritura, lo que permitiría explicar la acepción de “alimento,
sustento diario” que se da al vocablo frito en el Diccionario de venezolanismos.
(Caracas, Academia Venezolana de la Lengua y UCV, 1983, tomo I, p 445), que
recoge el uso más que centenario de ese sentido. Esta supuesta universalidad de
lo frito en nuestra cocina típica es fundamentaría en la gran frecuencia con que
aparece el sofrito en las recetas que nos ocupan, pues aun cuando el plato de que
se trate sea por ejemplo, una sopa o un guiso, casi siempre en el proceso de
aderezo, se le incorpora esta fritura en la que básicamente entran aceite, cebollas,
ajos y tomates, a veces con añadidura de ají dulce, onoto y comino.
IV
Se hace necesario ahondar más en el estudio del tema que nos preocupa, pues
aún hay abundantes lagunas en la información disponible. En la medida en que
esas deficiencias sean superadas, se podrá ver con más claridad las tres raíces a
las que se ha hecho referencia.