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UNIVERSIDAD DE LAS NACIONES

COLECCIÓN DE CIENCIAS POLÍTICAS

Y
Y EL
EL DERECHO
DERECHO

DR. MANLIO ARTURO MATTIELLO CANALES.


INDICE

Página

Introducción 3
44
CAPÍTULO I. El Estado Mexicano y la Administración Pública. 57
1.1. Estado y Sociedad 1.2. Estado y Gobierno
1.3. Gobierno y Administración Pública
15
15
CAPITULO II. La Administración Pública Federal. 16
2.1 Bases Constitucionales y Legales 25
2.2. Administración Pública Centralizada 26
2.3. Administración Pública Paraestatal 26
2.3.1. Organismos Descentralizados 26
2.3.2. Empresas de Participación Estatal 27
2.3.3. Fideicomisos 27
2.3.4 Entidades de Cuenta Pública
2.4. Ley de Responsabilidades Administrativas de los Servidores Públicos
31
31
CAPÍTULO III. La Administración Pública Estatal 31
3.1. Marco Jurídico General de la Administración Pública Estatal 3.1.1. 32
Bases Constitucionales 32
3.1.2. Constitución Política del Estado 33
3.2. Ley Orgánica del Poder Ejecutivo del Estado 35
3.2.1. El Poder Ejecutivo del Estado 43
3.2.2. La Administración Pública Centralizada 45
3.2.3. La Administración Pública Paraestatal
3.3. Ley Estatal de Responsabilidades de los Servidores Públicos 50
50
52
CAPÍTULO IV. La Administración Pública Municipal 52
4.1. Marco Jurídico General de la Administración Pública Municipal 4.1.1. 53
Bases Constitucionales 53
4.1.2. Constitución Política del Estado 54
4.1.3. Ley Orgánica del Municipio Libre
4.1.4. Reglamentos Municipales

Conclusiones 58
4.2. Constitución y Estructura del Municipio
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Bibliografía

Anexos 61

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INTRODUCCIÓN.

La sociedad nace ante la necesidad de unificar esfuerzos para el logro del bien
común; sin embargo, esto no sería posible sin la existencia de un órgano regulador:
la Autoridad.

Este órgano tiene dos grandes actividades: la de Gobernar y la de Administrar,


existiendo una diferencia entre ambas, ya que la primera se refiere a la organización
de personas y la segunda a la mejor aplicación de los recursos materiales.

La Administración Pública es aquella parte de la Ciencia Administrativa que contiene


todas las técnicas, métodos y procedimientos necesarios para el mejor
aprovechamiento y aplicación de los recursos públicos.

Es importante que los servidores públicos conozcan las bases teóricas de la


Administración Pública, su estructura y su funcionamiento a fin de que se
dimensione la magnitud y trascendencia de sus actividades y de su puesto en el
logro de los fines del Estado.

Por otra parte, el servidor público debe conocer el marco legal en el que se
fundamentan sus facultades y responsabilidades ya que su actuación debe limitarse
a realizar única exclusivamente lo que la Ley le permite.

La Universidad de Las Naciones., en su afán de colaborar en el desarrollo


profesional de sus alumnos, presenta el curso de "Introducción a la Administración
Pública", el cual contiene los aspectos teóricos, legales y organizacionales de la
Administración Pública en los tres niveles de gobierno.

El curso se estructura de la siguiente forma: el Estado Mexicano y la Administración


Pública, que contiene el marco teórico conceptual que servirá de base para abordar
los próximos tres capítulos; la Administración Pública Federal, en el cual se
desarrollan sus bases constitucionales y legales, así como el análisis de su
estructura; la Administración Pública Estatal, en donde se revisan la disposiciones
legales en materia administrativa de nuestro Estado, así como sus bases jurídicas; y
por último, la Administración Pública Municipal, que contempla los antecedentes del
Municipio y su incidencia en la legislación local dentro del ámbito administrativo.

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CAPÍTULO I. EL ESTADO MEXICANO Y LA ADMINISTRACIÓN PÚBLICA.

El Estado representa el órgano jurídico-político llamado a regir los destinos de la


humanidad y su evolución, su aparición ha ido aparejada con el desarrollo social,
político, cultural, educativo y económico de la comunidad, cuya representación se le
ha confiado.

El Estado está integrado por tres elementos característicos: Población, Territorio y


Gobierno.

El Estado (del latín status), se concibe como una corporación, como una persona
jurídica. Esta corporación es territorial, esto es, actúa y se manifiesta en un espacio,
en una determinada circunscripción territorial. Otra de las características del Estado,
igualmente esencial, es que actúa, se conduce, de forma autónoma e
independiente. Este último dato se describe como poder originario, autoridad
soberana o, simplemente como la soberanía. De ahí la ampliamente compartida
noción del Estado como "corporación territorial dotada de un poder de mando
originario" aportada por Jellinek1.

Del análisis de cada una de las partes que integran el anterior concepto, se
desprenden además los siguientes elementos característicos:

Un orden jurídico que es creado, definido y aplicado por el poder (indirectamente por
orden del pueblo), y una teleología peculiar que consiste en la combinación del
esfuerzo común para obtener el bien público.

1.1. Estado y Sociedad.

El Estado Mexicano basa su soberanía nacional esencial y originalmente en el


pueblo ya que todo poder público dimana de él y se instituye para beneficio de éste.
El pueblo mexicano tiene el inalienable derecho de alterar o modificar su forma de
gobierno; por lo que es voluntad del mismo constituirse en una República
Representativa, Democrática y Federal.

Es importante realizar un análisis de los términos antes mencionados con la finalidad


de comprender mejor el sistema adoptado por la Nación Mexicana. Se constituye
como una República; es decir, un gobierno de la comunidad, en el cual tienen que
ver todos y cada uno de sus miembros.

1Instituto de Investigaciones Jurídicas U.N.A.M. Nuevo Diccionario Jurídico Mexicano. Edit.


Porrúa, 1a. edición, tomo 2, p. 1557. México, 2000.
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Adquiere la naturaleza de República Representativa, dado que el pueblo por


completo no puede, a la vez, ejercer la soberanía y, en consecuencia, necesita
nombrar representantes que decidan por él y para él. La forma de elegir a sus
representantes es Democrática, es decir, tiene su origen en la voluntad popular que
se ejerce mediante el voto directo, así sus representantes adquieren legitimidad.
Además, los ciudadanos pueden tener intervención directa en los asuntos públicos
mediante las figuras de Referéndum, Plebiscito, Iniciativa Popular y Renovación del
Mandato.

Finalmente el concepto Federal, tiene que ver con la distribución territorial del poder.
Cada Estado tiene su Constitución Política, sin embargo esta ley deberá sujetarse a
la Ley Suprema de la Nación, la Constitución Política del los Estados Unidos
Mexicanos.

Ésta no es una contradicción a la soberanía de los estados; si bien los estados están
sujetos a las decisiones colectivas tomadas por la Federación Mexicana, tienen un
margen al cual adaptar las necesidades concretas de sus comunidades. La
soberanía de los estados es un concepto real, efectivo y jurídicamente útil para
fortalecer la toma de decisiones en el ámbito local.

El Estado Mexicano, como consecuencia del ejercicio de su soberanía, es un estado


independiente frente a otros, y puede determinar libremente su actividad interna;
autodeterminarse en cuanto a su forma de gobierno, a su propio orden jurídico, y al
sentido de su política interna e internacional.

1.2. Estado y Gobierno.

La actividad del Estado se origina del conjunto de tareas, operaciones,


procedimientos, etc., que realiza con la finalidad de lograr el bien común. Desde esa
perspectiva, el Estado es "una obra colectiva y artificial, creada para ordenar y servir
a la sociedad. Su existencia se justifica por los fines que históricamente se le han
asignado."2 Por lo que no debe tener otros fines que los de servir al Pueblo que lo
creó.

Serra Rojas, Andrés. Derecho Administrativo. Primer curso. Edit. Porróa, 22a. edición.
2

México, 2000, p.22

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Al hablar de Bien Común, hablamos de necesidades de las cuales una sociedad no


puede prescindir como son: justicia, defensa, seguridad, transportes y educación,
entre otras. Por lo anterior, el Gobierno, como el órgano encargado de satisfacer
esas necesidades, asume tres grandes funciones:

• Función Legislativa,
• Función Administrativa, y
• Función Jurisdiccional.

El Gobierno Mexicano lleva a cabo el cumplimiento de cada una de esas funciones a


través de la división de poderes, los cuales a su vez le permiten el ejercicio de su
soberanía como lo establece la Constitución Política de los Estados Unidos
Mexicanos en su artículo 49: "El Supremo Poder de la Federación se divide para su
ejercicio en los siguientes poderes: Legislativo, Ejecutivo y Judicial"; además
señala: "No podrán reunirse dos o más de estos poderes en una sola persona o
corporación ni depositarse el Legislativo en un individuo salvo el caso de facultades
extraordinarias al Ejecutivo de la Unión cuando se perturbe gravemente la paz
pública".

A continuación se analizan las facultades de cada uno de estos poderes.

Poder Ejecutivo.

El ejercicio de este supremo poder se deposita en un solo individuo: el Presidente


de los Estados Unidos Mexicanos. Su elección es directa y en términos de la Ley
Electoral. Su cargo inicia el 1 de Diciembre y tiene una duración de 6 años. El
puesto es no reelegible. Su labor es auxiliada por los jefes de Despacho o
Secretarios de las diversas Dependencias y/o Entidades Federales, entre las que
se encuentran: Secretaría de Gobernación, Secretaría de Hacienda y Crédito
Público, Secretaría de Economía, Secretaría de Relaciones Exteriores, Secretaría
de Energía, Secretaría de Comunicaciones y Transportes, Secretaría de Contraloría
y Desarrollo Administrativo, y Procuraduría General de la República

Poder Legislativo.

Es el órgano de gobierno cuya función esencial es crear leyes. El Poder Legislativo


de los Estados Unidos Mexicanos se deposita en el Congreso General, integrado por
dos Cámaras:

Diputados: Integrada por 500 representantes de la Nación electos en su totalidad


cada tres años.

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Senadores: Se integra por los representantes de cada Entidad Federativa y del


Distrito Federal.

Poder Judicial.

Se deposita su ejercicio en la Suprema Corte de Justicia, en Tribunales Colegiados


y Unitarios de Circuito y en Juzgados de Distrito. La Suprema Corte de Justicia de la
Nación se integra por once Ministros Numerarios y funciona en pleno o en salas. EI
nombramiento de estos Ministros se realiza a propuesta del Presidente y se somete
a la aprobación de la Cámara de Senadores. Los Magistrados de Distrito, de
Circuito, y los Jueces de Distrito son nombrados por la citada Corte.

1.3. Gobierno y Administración Pública.

Como lo mencionamos anteriormente una de las funciones del Estado es la


Administrativa, la cual es llevada a cabo por el Poder Ejecutivo bajo el orden jurídico.

La función administrativa es el conjunto de actividades materiales e intelectuales,


técnicas y científicas que anteceden o preparan la decisión administrativa y las
operaciones y procedimientos de efectos jurídicos secundarios encaminados al
cumplimiento o ejecución y a la satisfacción del interés general.

La importante actividad que corresponde a la función administrativa es encauzada


por el Derecho Administrativo que forma el conjunto de normas que rigen la
administración pública, los servicios públicos y demás actividades relacionadas.
Antes de abordar el concepto de Administración Pública es importante hablar de
administración en general.

"La administración es el proceso de planear, organizar, dirigir y controlar el uso de


los recursos para lograr los objetivos".3

La administración pública incluye todas las técnicas, métodos y procedimientos


generales de la administración, con la variable de que se trata de recursos públicos.

3 Chiavenato Idalberto, Introducción a la teoría General a la Administración Pública. Edit.

Mc Graw-Hill. México, 2000, p.8

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"Por administración pública se entiende, generalmente, aquella parte del Poder


Ejecutivo a cuyo cargo está la responsabilidad de desarrollar la función
administrativa.

De esta manera, la administración pública puede entenderse desde dos puntos de


vista: uno orgánico, que se refiere al órgano o conjunto de órganos estatales que
desarrollan la función administrativa, y desde el punto de vista formal o material,
según el cuál debe entenderse como la actividad que desempeña este órgano o
conjunto de órganos. Con frecuencia, suele identificarse a la función administrativa,
como la actividad de prestación de servicios públicos tendentes a satisfacer
necesidades de la colectividad".4

Gabino Fraga señala a la Administración Pública como “el organismo público que ha
recibido del poder político, la competencia y los medios necesarios para la
satisfacción de los intereses generales".5

El acto de gobernar se entiende como la forma en que se administran los recursos y


necesidades de la sociedad, entendiendo que esos recursos son del pueblo y por lo
tanto son públicos. Serra Rojas señala: "El organismo más importante del Poder
Ejecutivo Federal, es la Administración Pública o conjunto de entes personalizados,
regidos por el Derecho Administrativo".6

Política

Definición:
• La ciencia de la Autoridad, llamada a Gobernar al Conjunto de los
Conocimientos Humanos,
• La Autoridad es el principio responsable de que los integrantes de una
comunidad humana sea lo que son y lleven la vida que llevan.
• En la vida vegetal hay orden pero no autoridad. Lo mismo ocurre con la vida
animal no humana donde la fuerza es la ley suprema, única que explica que
un espécimen impere sobre sus semejantes.
• El hombre a pesar de que forma parte de la especie animal se distingue de
ella por sus habilidades políticas. Se trata de la definición clásica dada por
Aristóteles del ser humano como animal político o “zoon politikon”.

4 Instituto de Investigaciones Jurídicas U.N.A.M. Nuevo Diccionario Jurídico Mexicano.


Edit. Porrúa, 1a. edición, tomo 1, p. 125. México, 2000
5 Fraga Gabino, Derecho Administrativo. Edit. Porrúa. México. 2001. p.119.

6 Serra Rojas, Andrés. Op. cit. p.91

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• La diferencia esencial entre la especie humana con las demás especies es el


lenguaje y las palabras sin las que ningún pensamiento es posible, así como
la existencia de la autoridad entre los hombres.
• La Autoridad, fenómeno humano por excelencia, es una relación entre lo que
manda y lo que obedece, entre lo que gobierna y lo que es gobernado.

ADMINISTRACIÓN PÚBLICA

• Woodrow Wilson, en su artículo "El Estudio de la Administración Pública'"


editado en 1887, apuntó: "La administración es la parte más sustentable del
gobierno; es el gobierno en acción, es el conjunto del ejecutivo, operante, el
más visible del gobierno, la administración está fuera de la esfera propia de la
política. Las cuestiones administrativas no son cuestiones políticas. Aunque
la política fija las tareas de la administración, no debe tolerarse que ella
maneje las oficinas administrativas..."

• En 1937 Luther Gulik delimitó el ámbito de la Administración Pública: "La


administración pública es aquella parte de la administración que tiene que ver
con el gobierno, y por lo tanto, se ocupa principalmente de la rama ejecutiva
donde se hace el trabajo del gobierno, aunque evidentemente hay problemas
administrativos también en relación con las ramas legislativa y judicial. La
administración pública es, pues, una división de la ciencia política "

• Pedro Muñoz Amato da una definición de Administración Pública en función


de lo que considera sus elementos esenciales, "En un sentido amplio, es el
conjunto de manifestaciones de conducta humana que determina cómo se
distribuye y ejerce la autoridad política y cómo se atienden los intereses
públicos". Sus elementos esenciales son:
o Planificación. La formulación de programas especialmente la
integración de plan a largo plazo de gobierno.
o Administración de personal. La selección, educación y dirección de
las personas que han participado en las tareas gubernamentales.
o Organización y métodos. La ordenación de las estructuras
institucionales: división de trabajo, jerarquías y relaciones de
autoridad, controles, grado de centralización y descentralización,
sistematización de procedimientos.
o Relaciones de la rama ejecutiva con el público y con las ramas
legislativa y judicial. El sistema de gobierno en su significado total,
incluyendo consideraciones específicas sobre las relaciones de sus

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diversas partes y la responsabilidad de los administradores ante el


pueblo..."

• Jiménez Castro apunta: "La administración Pública para el desarrollo integral


es el conjunto de instituciones que facilitan la transformación y el progreso, a
través de factores educativos, políticos, socioculturales, económicos y
morales de cada hombre y de cada país"

• El tipo de Administración Pública al cual se tiende está caracterizado por los


siguientes elementos:

o Una Administración Pública ligada a las demandas de la ciudadanía,


capaz de reaccionar en tiempo real a los requerimientos que la
sociedad hace y que tenga la posibilidad de no burocratizar el concepto
de calidad del servicio público. Esto significa que el criterio de calidad
dominante no puede ser el que impongan los agentes de la prestación
del servicio, sino que deriva del grado de satisfacción que la ciudadanía
obtiene. Como se puede apreciar, este punto de vista implica una
transformación radical del concepto prevaleciente en el sector público,
el cual tiende a verse a sí mismo como la medida de las cosas.

o Desarrollar la capacidad del Estado para la formación de las políticas


públicas. Una de las insuficiencias recurrentes que se anota es la
ausencia de mecanismos y funcionarios idóneos para concebir,
elaborar, ejecutar, controlar y evaluar las políticas públicas.
Frecuentemente el resultado es la carencia de información suficiente,
contradicciones entre las políticas, ausencia de elementos para el
análisis de su impacto y una sistemática incapacidad de seguimiento.
La Administración Pública de un Estado moderno tiene que plantearse
la superación de esta limitación como condición para plantearse el
logro de objetivos de carácter estratégico.

o Desarrollo de la fiscalización y control. Una de las restricciones que


caracteriza al aparato público es su carácter refractario a los procesos
de fiscalización y control, en particular a los mecanismos de control de
gestión. Muchas veces se produce una inercia destinada a hacer cada
vez más complejos los procedimientos y trámites en los cuales la
necesidad de control aumenta y la posibilidad de lograrlo prácticamente
desaparece.

o Sí los mecanismos de control interno de un organismo no son aptos, si


el control externo estatal también es distante, mucho menos

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campo de manifestación tiene el que pudiera ejercer la sociedad civil a


través de sus formas de expresión y organización. Abrir la
Administración Pública a procesos de control es una de las tareas
fundamentales, lo cual requiere una simplificación de los
procedimientos y una capacidad de intervención real de la sociedad
civil.

o Se requiere una Administración Pública que tenga la capacidad de


adaptarse a las situaciones de crisis y manejarlas con eficacia. El estilo
tradicional es construir instituciones y dinámicas administrativas para
situaciones de relativa calma, en la cual los receptores de la acción
administrativa pública tienen forzosamente que someterse a los ritmos
que ésta les impone.

o El desarrollo de la capacidad de negociación política es otro elemento


sumamente importante para la Administración Pública moderna. Tanto
en lo que se refiere a la negociación hacia el interior de las
instituciones públicas, como respecto de las instituciones y sectores
externos, sean políticos, gremiales, sindicales, empresariales o de
cualquier otro orden.

GESTIÓN PÚBLICA

Definición

• El término de Gestión Pública, se refiere a una parte de la organización del


Estado, donde el gobierno juega su parte proporcional como organización
que asegura una convivencia entre todas las partes. Es la capacidad del
gobierno para mejorar las relaciones entre gobernante y gobernados.

• El concepto único de Gestión, puede referirse a la totalidad de la


organización en su conjunto, o bien pueden ser unidades de carácter
administrativo ya sea público, privado o social.

• Gestión estratégica diseña el rumbo general de la organización, en este caso


será el titular del gobierno, al diseñar un Plan donde los Programas
contemplen las decisiones que permitan avanzar. Con ello se debe de tener
un control de la buena marcha del gobierno.

• Gestión Operativa es una secuencia de la anterior, pero con objetivos a corto


plazo. Esta gestión operativa utiliza los instrumentos metodológicos para
poder facilitar la gestión, como son los programas operativos, auditorias, etc.
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• El metodológico en donde se instaura un sistema de incentivos y donde se


tendrá en mente un modelo de motivación de acuerdo a las dependencias o
entidades.

• Modelo es la representación de una idea simplificada en la realidad y en el


que tomamos en consideración elementos básicos capaces de por sí solos
de explicar el comportamiento de la organización, (modelo conceptual implica
un compromiso entre la idea y la realidad)

VISIÓN GERENCIAL EN LA GESTIÓN PÚBLICA

En los nuevos ámbitos de competencia, los gobiernos contemporáneos se ha venido


convirtiendo en un nivel de importancia estratégicocon los esquemas de eficiencia
en la gestión pública, sobre todo para mantener la experiencia que la política, la
economía y el desarrollo social requieren, y que son tan necesarios para mantener
una acertada gobernabilidad en nuestra sociedad.

Desde hace algunos años se viene dejando atrás el modelo tradicional de


Administración Publica, predominante, centralizado y demasiado reglamentista, hoy
mas que nunca existe la necesidad de buscar nuevas salidas sobre todo
herramientas y mecanismos para encontrar soluciones a los mismos, lo que es sin
duda un desafío a estos esquemas tradicionalistas de administrar.

Sin duda son claras pautas a seguir por parte de los estudios realizados por la
Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico OCDE, quienes han
elaborado interesantes documentos e investigaciones respecto a las “relaciones
entre el público y los ciudadanos” sobre la base de hacer que la gestión empresarial
sea visualizada desde papel de la administración pública.

Aunque se puede decir que desde la corriente taylorista con su reingeniería


administrativa ya se reflexionaba sobre la falta de capacidad de los poderes públicos
para llevar a cabo sus fines. Estas reflexiones sitúan aun los problemas de
gobernabilidad debido a la complejidad del aparato administrativo, sus normas y
sobre todo al ejercicio de un poder omnipresente, así como el gran trasfondo de la
falta de eficiencia y sobre todo de gestión pública.

Sin embargo en la actualidad se están acelerando los cambios de la forma en que


se gestiona el sector público y el sector privado, sobre todo en los países de los
llamados industrializados, en estos se esta procediendo a una reorientación
fundamental para pasar de esa administración centralizada, jerarquizada y
reglamentada a otra

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caracterizada por una gestión mas ágil y desconcentrada y orientada hacia el


mercado. Orientadas mas hacia la gestión del sector público que por las funciones
del mismo Estado.

Es como señalan los especialistas, “El arte de gobernar ha sido desafiado”, pues el
desarrollo de un mercado mundial ha puesto en jaque la incidencia de las
actividades públicas sobre la competitividad nacional; la impresión de que la
productividad en el público es inferior a la del sector privado; el mismo temor de que
el sector público sea suplantado por el privado. La limitación del crecimiento futuro
del sector público debido a los déficit presupuestarios y a la importancia de la deuda
pública; una menor esperanza en la capacidad del poder público para resolver los
problemas económicos y sociales mediante recetas tradicionales; las exigencias de
los ciudadanos de una mejor atención. En suma todas estas presiones han
conducido a contemplar con una mirada diferente los motivos que impulsan al
estado a intervenir y a reexaminar la gestión y los resultados del sector público.

Lo importante y el reto para toda gestión pública en cualquier país, es rebajar el


porcentaje de los gastos públicos, pues realmente son pocos países quienes lo han
logrado a pesar de los grandes esfuerzos emprendidos por numerosos países por
rebajarlos, y es que el sector público afecta a todos los elementos de la economía y
de la sociedad. Su eficacia condiciona el desarrollo económico y fortalece la
cohesión política y social.

La misma internacionalización o globalización ha presionado al sector público, para


mejorar los resultados. Cualquier ineficiencia relativa por ejemplo en el campo de la
provisión de infraestructuras sociales y físicas disminuye la competitividad nacional.
El mismo deseo de reducir los déficits presupuestarios así como la reducción de la
deuda pública ha intensificado a buscar reformas en la gestión pública y sobre todo
buscar una visión cada vez más privada de administrar.

Los gobiernos, deberán adaptarse a un entorno cada vez más activo y turbulento y
cada día más difícil de prever. Las transformaciones mundiales, entre otras causas
como la evolución de las tecnologías, las comunicaciones e intercambios exigen
nuevas aptitudes. La forma de gobernar y administrar heredadas del pasado
resultan en la actualidad rígidas y peligrosas, en la actualidad se considera al
Estado incapaz de resolver todos los problemas.

La idea de la gerencia publica se comienza a desarrollar cada vez mas, los


ciudadanos, se trate de individuos, de las empresas o de otros grupos, exigen
respuestas ágiles, exigen servicios mas adecuados, esperan una calidad de trato
igual al que brinda la empresa privada. Asimismo, se ha dado la creciente

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necesidad de incorporar a diversos agentes no gubernamentales en las decisiones


públicas para hacerlas aceptables a las preferencias de los ciudadanos, sobre todo
para lograr una mayor credibilidad y confianza del público.

La privatización y la contratación externa han sido abordadas y hasta


recomendadas, como procede, pero no atribuyéndole una utilidad y validez
universal, plantándose en numerosos ámbitos la posibilidad de reformas exitosas,
sin salir del ámbito de la gestión publica directa, huyéndose de un planteamiento
radical en cuanto a lo público versus la privatización.

Sin embargo, las soluciones o recetas que se han dado en los países
latinoamericanos mas parecen recetas de cocina ante los problemas de eficiencia.
La privatización bajo la idea de que lo privado es mas eficiente que lo publico, esta
llevando a supresión de organismos y programas gubernamentales, bajo ideas
simplistas de ceder espacios a grupos de interés, con el respectivo resultado del
achicamiento del aparato administrativo estatal.

La clase política debe ser la responsable de pensar, adoptar y apoyar los procesos de
modernización administrativa de acuerdo al medio social y necesidades de cada
país. Es aquí donde la Gerencia Pública entendida no como un conjunto de recetas,
sino como un método de análisis de toma de decisiones, surge como una
herramienta para reconceptualizar la acción gubernamental.

En ese entorno, las situaciones existentes dentro de nuestros países conducen a la


postulación de innovaciones sustanciales dentro de las instituciones
gubernamentales, sobre todo para lograr una mejor gobernabilidad pero también
para un pleno bienestar y el desarrollo económico y social.

Esas serian las dificultades de la gerencia publica, el buscar nuevas estrategias


apropiadas de estos ingredientes, para encontrar o llevar programas a un costo mas
razonable, lograr con precisión los efectos buscados generando confianza y
ampliando los espacios de gobernabilidad. Todo ello teóricamente se dice fácil pero
constituye el conjunto cotidiano de los dilemas a los que se enfrenta el gobierno en
los tres niveles.

Las instituciones estatales, están experimentando profundas transformaciones a raíz


de los nuevos modelos políticos y administrativos, pero sobre todo de las demandas
mismas de la población. Y, desde luego de los ciudadanos y de la sociedad civil,
que no desean hoy – ni se les ha ocurrido- la desaparición del Estado.

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CAPÍTULO II. LA ADMINISTRACIÓN PÚBLICA FEDERAL.

2.1. Bases Constitucionales y Legales.

Para el despacho de los negocios del orden administrativo, el Poder Ejecutivo se


auxilia de la Administración Pública Federal. Ésta se integra por el conjunto de
órganos mediante los cuales son conducidas y ejecutadas las tareas del Ejecutivo.

La Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos en su artículo 90


establece: "La Administración Pública Federal será centralizada y paraestatal
conforme a la Ley Orgánica que expida el Congreso, que distribuirá los negocios del
orden administrativo de la Federación que estarán a cargo de las secretarías de
Estado y departamentos administrativos y definirá las bases generales de creación
de las entidades paraestatales y la intervención del Ejecutivo Federal en su
operación".

Como vemos, de ahí deriva la base de la Ley Orgánica de la Administración Pública


Federal (LOAPF) y las dos grandes ramas de la organización administrativa de
nuestro país que son: Centralizada y Paraestatal.

La Administración Pública Centralizada se integra por:

La Presidencia de la República;
Las Secretarías de Estado;
Departamentos Administrativos;
Consejería Jurídica del Ejecutivo Federal, y
Procuraduría General de la República (Se ubica en el ámbito del Poder Ejecutivo
Federal para el despacho de los asuntos que al Ministerio Público de la Federación
y a su Titular el Procurador General de la República, les atribuyen la Constitución
Política, su propia Ley Orgánica y demás disposiciones aplicables, como se explica
más adelante).

La Administración Pública Paraestatal está constituida por:

Organismos descentralizados;
Empresas de participación estatal;
Instituciones nacionales de crédito
Organizaciones auxiliares de crédito;
Instituciones de seguros y de fianzas, y
L O S fideicomisos.

Los órganos del sector central se denominan genéricamente "Dependencias", en


tanto que los del sector paraestatal se conocen como "Entidades".

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Las dependencias y entidades están jerárquicamente subordinadas al Ejecutivo


Federal, en cuanto a sus funciones y a los ramos de su competencia.

La Ley Orgánica de la Administración Pública Federal en su artículo noveno,


enuncia que las dependencias y entidades de la Administración Pública conducirán
sus actividades en forma programada, con base en las políticas que para el logro de
los objetivos y prioridades de la Planeación Nacional del Desarrollo establezca el
Ejecutivo Federal.

A continuación se citan las principales facultades que tienen las dependencias y las
entidades paraestatales que conforman los sectores señalados para que el Poder
Ejecutivo Federal cumpla con sus atribuciones.

2.2. Administración Pública Centralizada.

El artículo 8 de la Ley Orgánica de la Administración Pública Federal señala que el


Presidente de los Estados Unidos Mexicanos contará con las unidades de asesoría,
de apoyo técnico y de coordinación que el propio Ejecutivo determine, de acuerdo
con el presupuesto asignado a la Presidencia.

La Presidencia es el órgano auxiliar que tiene como propósito apoyar las actividades
propias del Titular del Poder Ejecutivo, asistiéndolo en el desahogo de la agenda, en
giras de trabajo e instrumentación de acuerdos y órdenes.

Secretarías de Estado.

La institución de las Secretarías dentro de la organización del Poder Ejecutivo es, tal
vez, la de mayor antigüedad en la vida independiente de México. Las Secretarías de
Estado son órganos superiores, político-administrativos, que auxilian al Presidente
de la República en el despacho de los asuntos de una rama de la actividad del
Estado.

Las necesidades económicas, políticas y sociales imperantes en nuestro país han


motivado la variación en el número de Secretarías y sus objetivos.

Si bien ninguna de las Secretarías de Estado tiene prioridad sobre las otras, algunas
de ellas realizan funciones globalizadoras, es decir, emiten lineamientos, políticas y
controles que son de observancia obligatoria para la totalidad de la Administración
Pública Federal.

En la actualidad sólo dos dependencias están facultadas como globalizadoras: la

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Secretaría de Hacienda y Crédito Público y la Secretaría de Contraloría y Desarrollo


Administrativo.

En la administración 2000-2006 se creó la Secretaría de Seguridad Pública, y tres


más cambiaron de nombre: la SECOFI pasó a ser la Secretaría de Economía; la
SAGAR modificó su denominación a Secretaría de Agricultura, Ganadería,
Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (SAGARPA), y la SEMARNAP se transformó
en la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (SEMARNAT).

Las Secretarías de Estado cuentan con órganos administrativos desconcentrados


que les estarán jerárquicamente subordinados y tienen facultades específicas para
resolver sobre la materia y dentro del ámbito territorial que se determine en cada
caso, de conformidad con las disposiciones legales aplicables (LOAPF, Art.17).

Los órganos desconcentrados son una forma de organización con autonomía


administrativa, pero sin personalidad jurídica ni patrimonio propio, y conforme a la
Ley Orgánica de la Administración Pública Federal, tienen facultades específicas
para atender asuntos de la competencia de su órgano central, siempre y cuando
sigan los señalamientos de normatividad de éste último.

De acuerdo a las últimas reformas a la Ley Orgánica de la Administración Pública


Federal, las dependencias son las siguientes:

• Secretaría de Gobernación;
• Secretaría de Relaciones Exteriores;
• Secretaría de la Defensa Nacional;
• Secretaría de Marina;
• Secretaría de Seguridad Pública;
• Secretaría de Hacienda y Crédito Público;
• Secretaría de Desarrollo Social;
• Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales;
• Secretaría de Energía;
• Secretaría de Economía;
• Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación;
• Secretaría de Comunicaciones y Transportes;
• Secretaría de Contraloría y Desarrollo Administrativo;
• Secretaría de Educación Pública;
• Secretaría de Salud;
• Secretaría del Trabajo y Previsión Social;
• Secretaría de la Reforma Agraria;

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• Secretaría de Turismo, y
• Consejería Jurídica del Ejecutivo Federal.
(LOAPF, Art. 26)

A continuación se describe de manera sintetizada la competencia de cada una de


estas dependencias.

Secretaría de Gobernación.

Presenta las iniciativas de ley o decretos del Ejecutivo ante el Congreso de la Unión
y una vez autorizadas las publica a través del Diario Oficial de la Federación (DOF).

Maneja el servicio nacional de identificación personal, administra el Archivo General


de la Nación, fija el calendario oficial, promueve la producción cinematográfica de
radio y televisión. Está encargada de regular y conducir la política interior del país
bajo el firme propósito de lograr la convivencia armónica, la paz social, el desarrollo
integral, la protección, la seguridad y el bienestar de todos los mexicanos en un
Estado de Derecho, mediante una vocación de servicio y de compromiso para la
administración eficaz y eficiente de los recursos a ella asignados por el pueblo de
México. Conduce las relaciones del Poder Ejecutivo con las autoridades estatales y
municipales y con el Poder Legislativo y Judicial (LOAPF, Art. 27).

Secretaría de Relaciones Exteriores.

Interviene en la celebración de tratados internacionales, coordina las acciones de


dependencias y entidades de la Administración Pública Federal (APF) en el
extranjero, coadyuva a la promoción comercial y turística del país, interviene en
todas las cuestiones relacionadas con la nacionalidad y naturalización, interviene
por conducto de la PGR en la extradición conforme a la ley o a los tratados. Se
encarga de coordinar las acciones de la Administración Pública Federal en el
exterior, y de dirigir el Servicio Exterior Mexicano (consulados y embajadas).
Además, presta importantes servicios tanto a los nacionales como a los extranjeros
dentro y fuera del país (LOAPF, Art. 28).

Secretaría de la Defensa Nacional.

Organiza y prepara el Servicio Militar Nacional, adquiere y fabrica armamento,


municiones, vestuario y toda clase de materiales y elementos destinados al

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ejército y la fuerza aérea, interviene en la expedición de permisos para la portación de


armas de fuego, administra la justicia militar e interviene en los indultos del orden
militar. Determina los planes para la seguridad nacional, dirige la movilización del
Ejército en 'caso de guerra, del personal militar en activo y de las reservas‘ (LOAPF,
Art. 29).

Secretaría de Marina.

Ejerce la soberanía en aguas territoriales; organiza y administra el servicio de


aeronáutica naval. Coordina y dirige las actividades marítimas como son la
reparación y construcción de infraestructura naval para alcanzar la autosuficiencia a
nivel marítimo, programa y realiza investigaciones para el desarrollo oceanográfico
en aguas de jurisdicción federal. Dirige la educación pública naval, prepara a la
Armada de México, maneja el activo y las reservas de la misma, concede licencias,
retiros e interviene en las pensiones de sus miembros (LOAPF, Art. 30).

Secretaría de Seguridad Pública.

Regula y autoriza la portación de armas para empleados federales, administra el


sistema federal para el tratamiento de menores infractores en términos de la política
especial correspondiente y con estricto apego a los derechos humanos, preside el
Consejo Nacional de Seguridad Pública, fomenta la participación ciudadana en la
formulación de planes y programas de prevención en materia de delitos federales y
por conducto del Sistema Nacional de Seguridad Pública, en los delitos del fuero
común. Organiza, dirige, administra y supervisa la Policía Federal Preventiva, así
como garantiza el desempeño honesto de su personal y aplica su régimen
disciplinario. Además organiza, dirige y administra el servicio civil de carrera de la
policía a su cargo (LOAPF, Art. 30 BIS).

Secretaría de Hacienda y Crédito Público.

Entre sus numerosas atribuciones, formula la política del Gobierno Federal en las
materias financiera, fiscal, de gasto público, bancaria, de divisas y de precios y
tarifas de bienes y servicios del sector público. Organiza y dirige los servicios
aduanales y de inspección, proyecta y calcula los egresos del gobierno federal y de
la administración pública paraestatal compatibles con la disponibilidad de recursos y
en atención a necesidades y políticas de desarrollo nacional. Ejerce el control
presupuesta! de los servicios personales así como en forma conjunta con
SECODAM aprueba las estructuras orgánicas y ocupacionales de dependencias y
entidades de la APF. Fija los lineamientos que se deben seguir en la elaboración

21
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de la documentación necesaria para la formulación del informe presidencial e integra


dicha documentación (LOAPF, Art. 31).

Secretaría de Desarrollo Social.

Impulsa la política de desarrollo social para el combate efectivo a la pobreza; en


particular la de asentamientos humanos, desarrollo urbano y vivienda. Proyecta y
coordina la planeación regional. Realiza programas conforme a los lineamientos del
Plan Nacional de Desarrollo, dirigidos a la población en general con especial
atención a la de escasos recursos para elevar su nivel de vida (LOAPF, Art. 32).

Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales.

Fomenta la producción, restauración y conservación de los ecosistemas y recursos


naturales, así como de bienes y servicios ambientales, con el fin de propiciar su
aprovechamiento y desarrollo. Realiza programas de reforestación y restauración
ecológica en cooperación con las autoridades federales, estatales y municipales;
impone las restricciones sobre circulación y tránsito de especies de flora y fauna
silvestre procedentes o destinadas al extranjero; organiza y maneja la explotación
de los sistemas nacionales de riego con intervención de los usuarios en los términos
que determinen las leyes (LOAPF, Art. 32 bis).

Secretaría de Energía.

Ejerce los derechos de la nación en materia de petróleo y carburos de hidrógeno,


energía nuclear y recursos naturales que se requieran para generar y abastecer
energía eléctrica. Conduce la política energética del país, promueve la participación
de los particulares, en términos de las disposiciones aplicables, en la generación y
aprovechamiento de energía y con apego a la legislación ecológica. Realiza y
promueve estudios e investigaciones sobre ahorros, estructuras, costos, proyectos,
mercados, precios y tarifas, procedimientos, reglas, normas y demás aspectos
relacionados con el sector energético. Además, propone en su caso las acciones
conducentes de las entidades paraestatales cuyo objeto está relacionado con la
explotación y transformación de los hidrocarburos y la generación de energía
eléctrica y nuclear, con apego a la legislación en materia ecológica (LOAPF, Art. 33).

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Secretaría de Economía.

Formula y conduce las políticas generales de la industria, comercio interior y


exterior, precios y abasto de bienes y servicios del país. Regula los precios con el fin
de proteger al consumidor ante alzas excesivas y fomenta el comercio para el
crecimiento económico del país. Regula, orienta y estimula las necesidades de
protección al consumidor, coordina y ejecuta la política nacional para crear y apoyar
empresas que asocien a grupos de escasos recursos en áreas urbanas a través de
las acciones de planeación. programación, concertación, coordinación y evaluación;
de aplicación, recuperación y revolvencia de recursos para ser destinados a los
mismos fines; así como de asistencia técnica y de otros medios que se requieran
para ese propósito, previa calificación, con la intervención de las dependencias y
entidades de la APF correspondientes y de los gobiernos estatales y municipales, y
con la participación de los sectores social y privado. Establece y vigila las normas de
calidad, pesas y medidas, necesarias para la actividad comercial, así como las
normas y especificaciones comerciales (LOAPF, Art. 34).

Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación.

Tiene como objetivo formular, conducir y evaluar la política general de desarrollo


rural, a fin de elevar el nivel de vida de las familias que habitan en el campo,
promoviendo de esta manera el empleo en el medio rural. Establece programas que
tiendan a fomentar la productividad y la rentabilidad de las actividades económicas
rurales. Organiza y fomenta las investigaciones agrícolas, ganaderas, avícolas,
apícolas y silvícolas y formula la capacitación de productores rurales. En esta
materia, elabora, actualiza y difunde un banco de proyectos y oportunidades de
inversión en el sector rural. Fomenta la actividad pesquera a través de una entidad
pública (LOAPF, Art. 35).

Secretaría de Comunicaciones y Transportes.

Se encarga de la comunicación en el país, ya sea por vía terrestre, mediante


carreteras y ferrocarriles, por vía aérea, marina y por radio, televisión y vía satélite.
Busca que tanto el transporte como los medios de comunicación sean eficientes
(LOAPF, Art. 36).

Otorga concesiones y permisos previa opinión de la Secretaría de Gobernación,


para establecer y explotar sistemas y servicios telegráficos, telefónicos, sistemas y
servicios de comunicación inalámbrica por telecomunicaciones y satélites, de
servicio público de procesamiento remoto de datos, estaciones de radio

23
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experimentales, culturales y de aficionados y estaciones radiodifusoras comerciales


y culturales; así como vigila el aspecto técnico del funcionamiento de tales sistemas,
servicios y estaciones. Otorga concesiones y permisos para la explotación de
servicios de autotransportes en las carreteras federales y vigila técnicamente su
funcionamiento y operación, así como el cumplimiento de las disposiciones legales
respectivas; participa en los convenios para la construcción y explotación de los
puentes internacionales; fija normas técnicas de! funcionamiento y operación de los
servicios públicos de comunicaciones y transportes y las tarifas para el cobro de los
mismos; así como otorga concesiones y permisos y fija las tarifas y reglas de
aplicación de todas las maniobras y servicios marítimos, portuarios, auxiliares y
conexos relacionados con los transportes o las comunicaciones. Además, participa
con la Secretaría de Hacienda y Crédito Público en el establecimiento de las tarifas
de los servicios que presta la administración pública federal de comunicaciones y
transportes.

Secretaría de Contraloría y Desarrollo Administrativo.

Esta Secretaría se creó con el fin de impulsar la modernización de la gestión


pública, la atención al ciudadano, y el Sistema de Control y Evaluación de la Gestión
Gubernamental, para alcanzar una Administración Pública Federal eficiente, eficaz y
productiva. Lo anterior se traduce en un manejo honesto de los recursos públicos;
gestión pública ágil en los trámites gubernamentales que realiza el ciudadano con el
gobierno; desempeño honrado de los servidores públicos evitando y previniendo
anomalías.

Entre sus atribuciones de despacho en cumplimiento a lo anterior están: Organizar y


coordinar el sistema de control y evaluación gubernamental; inspeccionar el ejercicio
del gasto público federal, y su congruencia con los presupuestos de egresos;
expedir las normas que regulen los instrumentos y procedimientos de control de la
APF, para lo cual podrá requerir de las dependencias competentes, la expedición de
normas complementarias para el ejercicio del control administrativo. Vigila también
el cumplimiento de las normas de control y fiscalización, así como asesora y apoya
a los órganos de control interno de las dependencias y entidades de la APF;
establece las bases generales para la realización de auditorias en las dependencias
y entidades de la APF, así como realiza las auditorias que se requieran a las
dependencias y entidades en sustitución o apoyo de sus propios órganos de control;
designa, para el mejor desarrollo del sistema de control y evaluación
gubernamentales, delegados de la propia Secretaría ante las dependencias y
órganos desconcentrados de la APF centralizada y comisarios en los órganos de
gobierno o vigilancia de las entidades de la Administración Pública Paraestatal;
reivindica los bienes propiedad de la nación, por conducto del Procurador General
de la República (LOAPF, Art. 37).

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Secretaría de Educación Pública.

Tiene a su cargo organizar, vigilar y desarrollar en las escuelas oficiales,


incorporadas o reconocidas la enseñanza a todos los niveles, así como organizar y
desarrollar la educación artística, ejercer la supervisión y vigilancia que proceda en
los planteles en la República, promover el desarrollo de la investigación científica y
tecnológica, establecer y operar los criterios educativos y culturales en todos los
niveles y tipos de enseñanza; en la producción cinematográfica, en la radio y
televisión, y en la industria editorial. Promueve la producción cinematográfica, de
radio y televisión y de la industria editorial, con apego a lo dispuesto por el artículo
3°. Constitucional cuando se trate de cuestiones educativas; dirige y coordina la
administración de las estaciones radiodifusoras y televisoras pertenecientes al
Ejecutivo Federal, con exclusión de las que dependan de otras Secretarías de
Estado y Departamentos Administrativos (LOAPF, Art. 38).

Secretaría de Salud.

Se encarga de garantizar el derecho de protección a la salud que tienen por ley


todos los mexicanos. Constantemente analiza las causas de las enfermedades y
busca su prevención controlando todo aquello que es un riesgo para la salud.
Coordina el Sistema Nacional de Salud. Actúa como autoridad sanitaria y lucha
contra las enfermedades transmisibles, realiza investigaciones de las mismas, está
al tanto de las epidemias y vigila que se apliquen inmunizaciones, fomentando la
salud (LOAPF, Art. 39).

Secretaría del Trabajo y Previsión Social.

Principalmente promueve el incremento de la productividad en el trabajo, buscando


un equilibrio entre los factores de la producción (tierra, trabajo, capital y capacidad
empresarial); resuelve los conflictos laborales; vigila el cumplimiento de las normas
laborales buscando el bienestar de los trabajadores y de sus familiares; impulsa la
ocupación laboral en el país. Establece y vigila el Servicio Nacional de Empleo e
interviene en los contratos de trabajo de los nacionales que vayan a prestar sus
servicios en el extranjero en coordinación con las Secretarías de Gobernación,
Economía y Relaciones Exteriores (LOAPF, Art. 40).

Secretaría de la Reforma Agraria.

Tiene, entre otros, el objetivo de fomentar la participación del sector rural y

25
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desarrollar el bienestar de los campesinos. Para lograr dicho fin, se busca la


promoción del campo por parte de las dependencias y entidades para incrementar la
participación en obras de infraestructura, con el propósito de aprovechar las tierras
mexicanas en beneficio de los campesinos, proyecta los programas generales y
concretos de colonización ejidal excedente, escuchando la opinión de la SEDESOL
(LOAPF, Art. 41).

Secretaría de Turismo.

Está encargada de conducir la política para el desarrollo turístico del país en


coordinación con las entidades federativas correspondientes. Para lograr dicho
desarrollo promueve el otorgamiento de facilidades y franquicias a los prestadores
de servicios y fomenta la actividad turística, en coordinación con la Secretaría de
Hacienda y Crédito Público, estableciendo estímulos fiscales. Lleva el registro de los
prestadores de servicios turísticos, promueve y facilita el intercambio y desarrollo
turístico en el exterior (LOAPF, Art. 42).

Consejería Jurídica del Ejecutivo Federal.

El 31 de diciembre de 1994 fue publicado en el Diario Oficial de la Federación el


Decreto mediante el cual declararon reformados diversos artículos constitucionales.
Uno de ellos fue el 102 que en su apartado A, sexto párrafo, señala: "La función de
consejero jurídico del Gobierno, estará a cargo de la dependencia del Ejecutivo
Federal que, para tal efecto, establezca la ley". Derivado de lo anterior, por Decreto
(DOF, 15-V-1996) se reforma y adiciona la Ley Orgánica de la APF, creándose la
dependencia denominada Consejería Jurídica del Ejecutivo Federal, con nivel de
Secretaría de Estado.

Su función es otorgar apoyo técnico jurídico al Presidente de la República en todos


los asuntos que le encomiende. Asimismo, coordina a las dependencias y entidades
de la Administración Pública Federal en materia jurídica, presta asesoría jurídica a
las entidades federativas que lo soliciten, somete a consideración del Presidente los
proyectos de iniciativas de leyes y decretos que se presenten al Congreso de la
Unión, a una de sus Cámaras o a la Asamblea de Representantes del Distrito
Federal, y da su opinión sobre los proyectos o tratados por celebrar con otros
países. (LOAPF, Art.43)

La Procuraduría también se encuentra ubicada en el ámbito del Poder Ejecutivo

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Federal, según lo establece el artículo primero de la Ley Orgánica de la misma, y a


continuación se describe su función general.

Procuraduría General de la República.

Corresponde al Ministerio Público de la Federación vigilar la observancia de la


constitucionalidad y legalidad en el ámbito de su competencia, sin perjuicio de las
atribuciones que legalmente correspondan a otras autoridades jurisdiccionales o
administrativas; promueve la pronta, expedita y debida procuración e impartición de
justicia; vela por el respeto de los derechos humanos en la esfera de su
competencia; interviene ante las autoridades judiciales en todos los negocios en que
la Federación sea parte cuando se afecten sus intereses patrimoniales o tenga
interés jurídico, así como en los casos de los diplomáticos y los cónsules generales.
Persigue los delitos del orden federal (LOPGR, Art. 2).

2.3. Administración Pública Paraestatal.

Comprende entidades de naturaleza muy diversa. Como ya se mencionó, está


conformada por: organismos descentralizados, empresas de participación estatal
mayoritaria y fideicomisos públicos. Se rigen por la Ley Orgánica de la
Administración Pública Federal, así como por la Ley Federal de las Entidades
Paraestatales y su Reglamento.

Para la operación de las entidades de la Administración Pública Paraestatal, el


Ejecutivo Federal las agrupa por sectores definidos, considerando el objeto de cada
una de dichas entidades en relación con la esfera de su competencia que éstas y
otras leyes les asignan. La Secretaría de Hacienda y Crédito Público publica
anualmente, a través del DOF, la relación de entidades paraestatales que forman
parte de la APF a más tardar el 15 de agosto de cada ejercicio.

Según las actividades que desarrollan, las entidades paraestatales se agrupan en


sectores encabezados por una dependencia, misma que se denomina cabeza de
sector o coordinadora de sector. En las entidades determinadas por el Ejecutivo
Federal como estratégicas y prioritarias el titular de la coordinadora de sector deberá
presidir el órgano de gobierno. En las demás entidades, el titular de la coordinadora
designará al que presidirá dicho órgano, cuyo nivel no será inferior al de Director
General o equivalente. Por ejemplo, una cabeza de sector es la Secretaría de
Energía, agrupa a empresas tan importantes como PEMEX y Comisión Federal de
Electricidad. La coordinadora de sector tiene como funciones la de coordinar la
presupuestación por programas, proyectos y actividades, así como la evaluación de
los resultados del sector.

27
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Dentro del órgano de gobierno, que es el encargado de dictar las políticas de


administración y desarrollo en el seno de la entidad paraestatal, figura un
representante de cada una de las dependencias globalizadoras: SHCP y
SECODAM.

2.3.1. Organismos Descentralizados.

Son instituciones creadas por disposición del Congreso de la Unión o por el


Ejecutivo Federal. Cuentan con personalidad jurídica y patrimonios propios; están
orientadas a la prestación de un servicio público o social, la explotación de bienes o
recursos propiedad de la nación, la investigación científica y tecnológica y la
obtención o aplicación de recursos para fines de asistencia o seguridad social.

Las encabeza un director general designado por el Ejecutivo Federal, quien se


encarga de que se sigan los lineamientos establecidos en la Ley Federal de las
Entidades Paraestatales y de vigilar el cumplimiento del reglamento interior de la
entidad a su cargo, además de cumplir con las disposiciones legales de dar a
conocer los resultados de su gestión administrativa al Ejecutivo Federal.

2.3.2. Empresas de Participación Estatal.

Son aquéllas en las que actualmente el Gobierno Federal es propietario de más del
50% del capital social. En la constitución de su capital figuran acciones de serie
especial que sólo puede suscribir el Gobierno Federal y están integradas por:

Las sociedades nacionales de crédito constituidas en los términos de su legislación


específica.

Las sociedades de cualquier otra naturaleza, incluyendo las instituciones nacionales


de seguros y fianzas.

Cabe hacer mención que éstas surgen para apoyar a ciertos sectores o para regular
la actividad económica del país.

2.3.3. Fideicomisos.

Los fideicomisos públicos son aquellos que el Gobierno Federal o alguna de las
demás entidades paraestatales constituyen con el propósito de auxiliar al Ejecutivo
Federal en las atribuciones del Estado para impulsar las áreas prioritarias del

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desarrollo. Cuentan con una estructura análoga a las otras entidades y tienen su
comité técnico; además, la SHCP debe fungir como el fideicomitente único de la
Administración Pública Federal (LFEP, Art. 40).

2.3.4. Entidades de Cuenta Pública.

Por otro lado, en la ejecución del gasto público federal, las dependencias y
entidades deberán realizar sus actividades de acuerdo al presupuesto que se les
otorga en el Presupuesto de Egresos de la Federación, publicado en el Diario Oficial
de la Federación anualmente.

Existen entidades paraestatales a las que se les asigna presupuesto en forma


directa por la importancia que representan para la actividad económica del país.
Estas se denominan Entidades de Cuenta Pública y para el ejercicio del
Presupuesto de Egresos de la Federación para el ano 2002 son las siguientes:

• Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado;


• Instituto Mexicano del Seguro Social;
• Lotería Nacional para la Asistencia Pública;
• Caminos y Puentes Federales de Ingresos y Servicios Conexos;
• Comisión Federal de Electricidad;
• Luz y Fuerza del Centro, y
• Petróleos Mexicanos y sus organismos subsidiarios.

2.4. Ley de Responsabilidades Administrativas de los Servidores Públicos.

La falta de cumplimiento de los deberes de la función pública por los trabajadores


públicos origina responsabilidades de naturaleza diversa con respecto de la
administración pública y de terceros.

El funcionario y el empleado están subordinados a la ley y a su debido


cumplimiento; por lo tanto están obligados a responder de sus actos públicos. La
responsabilidad en la función pública es la obligación en la que se encuentra el
servidor público que ha infringido la ley, por haber cometido un delito, una falta, o ha
causado una pérdida o un daño.

Es por ello que existe a nivel federal una Ley de Responsabilidades Administrativas
de los Servidores Públicos (LRASP) emitida el 13 de marzo de 2002, para regular su
actuación conforme a derecho. Esta ley tiene por objeto reglamentar el Título Cuarto
Constitucional "De las Responsabilidades de los Servidores Públicos" en cuanto
hace a lo siguiente (Art. 1 LRASP):
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I. Los sujetos de responsabilidad administrativa en el servicio público;


II. Las obligaciones en el servicio público;
III. Las responsabilidades y sanciones administrativas en el servicio público;
IV. Las autoridades competentes y el procedimiento para aplicar dichas
sanciones, y
V. El registro patrimonial de los servidores públicos.

Son sujetos de esta ley (Art. JOS Constitucional párrafo primero)


• Representantes de elección popular.
• Miembros del Poder Judicial Federal y del Poder Judicial del Distrito
Federal.
• Funcionarios y empleados
• Toda persona que desempeñe un empleo, cargo o comisión en la
Administración Pública Federal o en el Distrito Federal
• Servidores del Instituto Federal Electoral
• El Presidente de la República (Durante el tiempo de su encargo, sólo
podrá ser acusado por traición a la patria y delitos graves del orden
común).
• Gobernadores de los Estados
• Diputados a las Legislaturas Locales.
• Magistrados de los Tribunales Superiores de Justicia Locales
• Miembros de los Consejos de las Judicaturas Locales

De manera enunciativa se presentan las obligaciones que tendrá todo servidor


público y que menciona la LRASP en su artículo 8:
• Cumplir con su servicio y abstenerse de cualquier acto u omisión que cause
la suspensión o deficiencia del mismo.
• Formular y ejecutar sus planes, programas y presupuestos, cumpliendo las
leyes y la normatividad sobre el manejo de recursos públicos.
• Utilizar los recursos asignados y las facultades atribuidas exclusivamente
para el desempeño de su empleo, cargo o comisión;
• Rendir cuentas sobre el ejercicio de sus funciones y colaborar en la rendición
de cuentas de la gestión pública federal.
• Custodiar y cuidar la documentación e información de su empleo, cargo o
comisión, que tenga bajo su responsabilidad, e impedir o evitar su uso,
sustracción, destrucción, ocultamiento o inutilización indebidos;
• Observar buena conducta, tratando con respeto, diligencia, imparcialidad y
rectitud a las personas con las que tenga relación con motivo de éste;
• Comunicar por escrito al titular de la dependencia o entidad en la que preste
sus servicios, las dudas fundadas en cuanto ala procedencia d e las órdenes
que reciba y que pudiesen implicar violaciones a la Ley o a

30
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LA ADMINISTRACIÓN PUBLICA EN MEXICO

cualquier otra disposición jurídica o administrativa.


• Abstenerse de:
o Ejercer las funciones de un empleo, cargo o comisión, por haber
concluido el período para el cual se le designó, por haber sido cesado
o por cualquier otra causa legal que se lo impida;
o Disponer o autorizar que un subordinado falte sin causa justificada a
sus labores u otorgar indebidamente licencias, permisos o comisiones
con goce parcial o total de sueldo y otras percepciones;
o Autorizar la selección, contratación, nombramiento o designación de
quien se encuentre inhabilitado por resolución de autoridad
competente.
• Excusarse de intervenir en la atención, tramitación o resolución de asuntos
en los que tenga interés personal, familiar, negocios, o que pueda resultar
algún beneficio para él, cónyuge o parientes consanguíneos o por afinidad
hasta el cuarto grado, civiles, o terceros con los que tenga relación o las
personas antes referidas formen o hayan formado parte.
• Deberá informar por escrito al jefe inmediato sobre la atención, trámite o
resolución de los asuntos del párrafo anterior y que sean de su conocimiento,
y observar sus instrucciones por escrito sobre la tramitación y resolución,
cuando no pueda abstenerse de intervenir en ellos;
• Abstenerse de solicitar, aceptar o recibir, por sí o por interpósita persona,
dinero, bienes muebles o inmuebles mediante enajenación en precio inferior al
que tenga en el mercado ordinario, donaciones, servicios, empleos, cargos o
comisiones para sí, o para las personas antes señaladas, que procedan de
cualquier persona física o moral cuyas actividades profesionales, comerciales
o industriales se encuentren directamente vinculadas, reguladas o
supervisadas por el servidor público que implique intereses en conflicto
(Hasta un año después de finalizadas sus funciones).

Habrá intereses en conflicto cuando los intereses personales, familiares o de


negocios del servidor público puedan afectar el desempeño imparcial de su empleo,
cargo o comisión.
• Una vez concluido el empleo, cargo o comisión, el servidor público deberá
observar, para evitar incurrir en intereses en conflicto, lo dispuesto en el
artículo 9 de la Ley;
• Desempeñar su empleo, cargo o comisión sin obtener o pretender obtener
beneficios adicionales a las contraprestaciones comprobables.
• Abstenerse de intervenir indebidamente en la selección, designación,
contratación, promoción, suspensión, remoción, cese, rescisión del contrato o
sanción de cualquier servidor público por interés personal, familiar o
negocios.
• Presentar con oportunidad y veracidad las declaraciones de situación
patrimonial, en los términos establecidos por la Ley;
31
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Atender con diligencia las instrucciones, requerimientos o resoluciones que


reciba de la Secretaría, del contralor interno o de los titulares de las áreas de
auditoria, de quejas y de responsabilidades, conforme a la competencia de
éstos;
• Supervisar que los servidores públicos sujetos a su dirección, cumplan con
las disposiciones de este artículo;
• Denunciar por escrito ante la Secretaría o la contraloría interna, los actos u
omisiones que llegare a advertir respecto de cualquier servidor público que
pueda constituir responsabilidad administrativa en los términos de la Ley y
demás disposiciones aplicables;
• Proporcionar en forma oportuna y veraz, toda la información y datos
solicitados por la institución a la que legalmente le competa la vigilancia y
defensa de los derechos humanos;
• Abstenerse de:
o Celebrar pedidos o contratos relacionados con adquisiciones,
arrendamientos y enajenación de todo tipo de bienes, prestación de
servicios, y la contratación de obra pública o de servicios relacionados
con ésta, con quien desempeñe un empleo, cargo o comisión en el
servicio público, o bien con las sociedades de las que dichas personas
formen parte.
o Inhibir por sí o por interpósita persona, a los posibles quejosos para
evitar la formulación o presentación de denuncias, y cualquier acto u
omisión en perjuicio de los intereses de quienes las formulen o
presenten;
o Aprovechar su empleo, cargo o comisión para inducir a que otro
servidor público efectúe, retrase u omita realizar algún acto de su
competencia, que le reporte cualquier beneficio.
o Adquirir bienes inmuebles que pudieren incrementar su valor o
mejoren sus condiciones, por la realización de obras o inversiones
públicas o privadas, autorizadas con motivo de su empleo. (Hasta un
año de finalizadas sus funciones).

32
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CAPÍTULO III. LA ADMINISTRACIÓN PÚBLICA ESTATAL.

3.1. Marco Jurídico General de la Administración Pública Estatal.

El orden jurídico de un estado federal como es el caso de nuestro país, se compone


de normas centrales válidas para todo su territorio y de normas locales que valen
solamente dentro del territorio de cada una de las entidades federativas.

En este contexto se denomina autonomía a la competencia de que gozan los


estados miembros o entidades federativas para darse sus propias normas. Esta
autonomía culmina en la creación de su Constitución local, para nuestro caso, la
Constitución Política del Estado de Veracruz.

El imperativo de darse una Constitución en cada entidad federativa, está reconocido


en la Constitución Federal en su artículo 41, cuando dice que el pueblo ejerce su
soberanía en los términos establecidos por dicha Constitución y por "las de los
Estados". De igual forma la Constitución General hace referencia de las entidades
federativas en su artículo 133.

3.1.1. Bases Constitucionales.

Las bases constitucionales son el fundamento que sustenta la vida jurídica de las
entidades federativas, por lo que a continuación se transcriben algunos fragmentos
de los principales artículos de la Constitución Política de los Estados Unidos
Mexicanos, en su texto vigente (Reformada por decreto publicado en el Diario Oficial
de la Federación, el 14 de Agosto del 2 001) con la finalidad de analizar el contenido
de los mismos y conocer primeramente el texto constitucional federal, base del
orden jurídico local.

"TITULO QUINTO
De los Estados de la Federación y del Distrito Federal

Artículo 115.- Los Estados adoptarán, para su régimen interior, la forma de gobierno
republicano, representativo, popular, teniendo como base de su división territorial y
de su organización política y administrativa, el Municipio Libre.

Artículo 116.- El poder público de los estados se dividirá, para su ejercicio, en


Ejecutivo, Legislativo y Judicial, y no podrán reunirse dos o más de estos poderes
en una sola persona o corporación, ni depositarse el Legislativo en un solo individuo
..................."

33
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3.1.2. Constitución Política del Estado.

De igual forma se transcriben los principales artículos de la Constitución Política del


Estado de Veracruz, que justifican los elementos de Autonomía, Soberanía y
Territorio. "Miguel Alemán Velazco.- Gobernador Constitucional del Estado Libre y
Soberano de Veracruz-Llave a sus habitantes sabed:

Que la Honorable Legislatura del Estado se ha servido dirigirme la siguiente ley para
su promulgación:

Ley que reforma y deroga diversas disposiciones de la Constitución Política del


Estado Libre y Soberano de Veracruz-Llave.

TÍTULO PRIMERO, CAPÍTULO I


DE LA SOBERANÍA Y DEL TERRITORIO DEL ESTADO

Artículo 1. El Estado de Veracruz-Llave es parte integrante de la Federación


Mexicana, libre y autónomo en su administración y gobierno interiores.

Artículo 2. La soberanía reside en el pueblo, el que la ejerce por medio de los


Poderes del Estado o directamente a través de las formas de participación que esta
Constitución determine.

Artículo 3. El territorio del Estado tiene la extensión y límites que históricamente le


corresponden y comprende además los cabos, islas e islotes adyacentes a su litoral
en los que ejerce jurisdicción, de conformidad con lo establecido en la Constitución
Federal y la ley...."

3.2. Ley Orgánica del Poder Ejecutivo del Estado.

El Poder Ejecutivo del Estado se encuentra sujeto a las disposiciones contenidas en


la Ley Orgánica del Poder Ejecutivo del Estado de Veracruz-Llave (LOPE), (reforma
publicada en la Gaceta Oficial del 20 de Mayo de 2002), por lo que a continuación
se transcribe el objeto de la misma:

"Artículo 1. La presente Ley es de observancia general para la Administración


Pública del Estado de Veracruz-Llave y tiene por objeto establecer las bases de la
organización y funcionamiento de las dependencias centralizadas y entidades
paraestatales en que se divide..... "

En este sentido podemos damos cuenta que en la ley se establece la organización


administrativa del poder ejecutivo, misma que en los siguientes apartados se

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LA ADMINISTRACIÓN PUBLICA EN MEXICO

3.2.1. El Poder Ejecutivo del Estado.

Se deposita en un solo individuo que es el Gobernador del Estado, el cual durará en


su cargo seis años y comenzará a ejercer sus funciones el primero de diciembre
siguiente a la fecha de su elección. Para el despacho de los asuntos de su
competencia tiene a la Ley Orgánica del Poder Ejecutivo del Estado de Veracruz-
Llave, la cual establece diversas facultades que le otorga a su titular; en este
sentido se analizará el título segundo, capitulo primero, que a continuación se
transcribe:

"Del Ejecutivo del Estado

Artículo 8. El Titular del Poder Ejecutivo, además de las atribuciones que


expresamente le confiere la Constitución Política del Estado, podrá:

I. Autorizar la creación o supresión de los órganos que requieran las


dependencias centralizadas y nombrar o remover libremente a sus titulares; así
como designar a los prestadores de servicios de apoyo técnico o asesoría que
para el mejor desempeño de sus funciones requiera el Gobernador del Estado;
II. Expedir los reglamentos interiores, decretos y acuerdos que tengan por objeto
regular el funcionamiento de las dependencias del Ejecutivo. Los reglamentos
interiores detallarán las atribuciones que, conforme a esta ley, se otorgan a las
diversas dependencias y su distribución entre los órganos que las componen;
asimismo, establecerán la forma en que sus titulares podrán ser suplidos en
sus ausencias;
III. Crear comisiones intersecretariales para la realización de programas en que
deban intervenir varías dependencias o entidades; así como ordenar cuáles de
éstas deberán coordinar sus acciones para la atención urgente o prioritaria de
asuntos de interés social;
IV. Crear, conforme a las bases que establece esta Ley y demás legislación
aplicable, las entidades paraestatales y los órganos desconcentrados que
requiera la Administración Pública;
V. Agrupar las entidades paraestatales por sectores definidos, conforme a la
esfera de competencia de las Secretarías del Despacho; "

La Ley Orgánica del Poder Ejecutivo en su artículo 4 establece:

"La Administración Pública del Estado, deberá conducir sus actividades conforme a
las políticas, prioridades y restricciones que para el logro de los objetivos y metas

35
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LA ADMINISTRACIÓN PUBLICA EN MEXICO

del Plan Veracruzano de Desarrollo y Programas de Gobierno que establezca el


Gobernador del Estado directamente o a través de sus Dependencias y Entidades,
las que se sujetarán a la planeación estatal y presupuestación, bajo criterio de
racionalidad y disciplina fiscal, así como a la contabilidad, evaluación, información
periódica, auditoria interna y control de gestión que dispongan las leyes de la
materia".

El ámbito de aplicación del Plan Veracruzano de Desarrollo 1999-2004, reúne al


Poder Ejecutivo, a las dependencias, organismos y entidades paraestatales, comités
y comisiones, así como fondos y fideicomisos del Estado de Veracruz para los
cuales será obligatorio.

De lo anterior se desprende que el Poder Ejecutivo organizará un sistema de


planeación democrática del desarrollo estatal que imprima solidez, dinamismo,
permanencia y equidad al crecimiento de la economía. A través de la planeación se
fijarán objetivos, estrategias, acciones, metas, prioridades y programas de ejecución
del desarrollo integral del Estado, los cuales se plasman en el Plan Veracruzano de
Desarrollo, en el cual se establece que es atribución del Gobierno del Estado
planear y conducir el Desarrollo Integral de la Entidad estableciendo procedimientos
de consulta popular para formular, instrumentar, ejecutar, controlar y evaluar el Plan
Veracruzano de Desarrollo y los programas que de este se deriven.

En el Plan Veracruzano de Desarrollo 1999-2004, se establecen los siguientes


puntos:

• La determinación de acciones y proyectos prioritarios


• La programación de actividades
• La promoción de la participación ciudadana
• La promoción de la inversión privada
• La gestión de participaciones federales
• La definición de participaciones a municipios
• La presupuestación de ingresos y gastos estatales
• El seguimiento y la evaluación de su cumplimiento

Además los cuatro ejes rectores del desarrollo de Veracruz, que son:

• Atención a las causas y los efectos de la pobreza y la marginación con el fin


de aumentar los niveles de bienestar de los veracruzanos y mejorar la
distribución del ingreso.
• Modernización del orden jurídico para preservar y enriquecer las libertades y
las opciones democráticas.
• Reactivación de la economía veracruzana para que sea fuerte, orientada a

36
UNIVERSIDAD DE LAS NACIONES
LA ADMINISTRACIÓN PUBLICA EN MEXICO

respaldar la inversión para la generación de empleos y producción.


• Modernizar la Administración Pública.

Los programas sectoriales que se derivan del Plan Veracruzano de Desarrollo 1999-
2004, son entre otros los siguientes:

• Programa Veracruzano de Gobierno y Democracia.


• Programa Veracruzano de Finanzas Públicas
• Programa Veracruzano de Educación y Cultura.
• Programa Veracruzano de Desarrollo Económico.
• Programa Veracruzano Integral de Litoral Veracruzano.
• Programa Veracruzano de Desarrollo Regional
• Programa Veracruzano de Estructuración y Desarrollo Urbano.
• Programa Veracruzano de Comunicaciones y Obras Públicas.
• Programa Veracruzano de Desarrollo Agropecuario, Forestal y Pesquero.
• Programa Veracruzano de Procuración de Justicia.
• Programa Veracruzano de Modernización y Control de la Administración
Pública
• Programa Veracruzano de Desarrollo Administrativo.
• Programa de Atención a los Indígenas Veracruzanos.
• Programa Veracruzano de Seguridad Pública.
• Programa de Comunicación Social.
• Programa de Evaluación Permanente del Plan Veracruzano de Desarrollo.
• Programa de Modernización del Transporte Público.

3.2.2. La Administración Pública Centralizada.

Se debe de entender como el conjunto de órganos integrados por las Secretarías de


Despacho, la Procuraduría General de Justicia, la Contraloría General y la
Coordinación General de Comunicación Social, las cuales son dependencias
directas del titular Ejecutivo Estatal.

Los órganos del sector central se denominan genéricamente "Dependencias",


quienes tendrán igual rango entre ellas, no habrá preeminencia alguna con
excepción de lo que establece la Constitución Política del Estado en relación con la
Secretaría de Gobierno.

Si bien ninguna de las Secretarías de Despacho tiene prioridad sobre las otras,
algunas de ellas realizan funciones globalizadoras, es decir; emiten lineamientos,
políticas y controles que son de observancia obligatoria para la totalidad de la
Administración Pública. Actualmente dos dependencias son consideradas como

37
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globalizadoras: la Secretaría de Finanzas y Planeación y la Contraloría General.

Competencia de las Secretarías.

En el Capítulo II, la Sección Tercera, artículos del 17 al 37, de la Ley No. 58,
Orgánica del Poder Ejecutivo del Estado de Veracruz-Llave, se define al ámbito de
competencia de las distintas dependencias que componen la Administración Pública
Estatal de la cual se obtiene el siguiente resumen. (En el anexo 2 se presentan los
nombres de los titulares de cada Secretaría).

Secretaría de Gobierno.

Es la dependencia responsable de coordinar la Política Interna de la Entidad y


tendrá la competencia que expresamente le confiere la Constitución Política del
Estado y demás legislación aplicable.

Es competencia del titular de esta dependencia el sustituir al Gobernador en sus


ausencias temporales que no excedan a treinta días; proponer al gobernador los
proyectos de ley, decretos, reglamentos, acuerdos, convenios y órdenes sobre
asuntos de competencia de la secretaría; presentar ante el Congreso del Estado las
iniciativas de ley o decretos que formule el Ejecutivo; publicar las leyes y decreto
que expida el Congreso del Estado, así como las leyes federales; efectuar el
compendio de datos para elaborar el informe anual de gobierno; coordinar las
relaciones del gobierno del Estado con los diversos grupos sociopolíticos de la
entidad; intervenir en la observancia de las disposiciones relativas a la población,
pirotecnia, detonantes, armas de fuego y explosivos, uso de símbolos patrios y culto
religioso, juegos y sorteos entre otras.

Secretaría de Seguridad Pública.

Coordina, dirige y vigila la política estatal en materia de seguridad pública y privada,


prevención y readaptación social, tránsito, transporte, protección civil y de auxilio en
caso de desastre, de conformidad con las leyes de la materia.

Debe desarrollar, instrumentar y ejecutar la política de seguridad pública estatal,


promover la participación de los ciudadanos en el diseño y planeación de planes y
programas en materia de seguridad pública, así como para el desarrollo de
actividades de vigilancia sobre el desempeño de la Secretaría; organizar, dirigir,
administrar, supervisar y ejercer el mando directo de las corporaciones policíacas y
demás fuerzas de seguridad estatales, tránsito, transporte y protección civil, así

38
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como nombrar, remover a los titulares de las mismas y aplicar su correspondiente


régimen disciplinario; integrar, coordinar y supervisar el Sistema Estatal de
Protección Civil, así como implementar medidas necesarias a fin de proteger y
salvaguardar a la población ante la eventualidad de un desastre; disponer del
mando de policía municipal en los casos que éste juzgue como de fuerza mayor o
alteración grave del orden público; cumplimenta las solicitudes de auxilio de la
fuerza pública que le presenten las autoridades judiciales; proveer lo conducente
para la ejecución de las penas y medidas de seguridad impuestas por las
autoridades judiciales, así como la vigilancia y control de las personas que se
encuentren cumpliendo una condena a disposición del Ejecutivo Estatal, y elaborar
los programas de readaptación social de sentenciados; administrar los centros de
readaptación social y tramitar las solicitudes de extradición, amnistía, indulto,
libertad anticipada y traslado de procesados y sentenciados; coordinar, dirigir y
vigilar la política estatal en materia de prevención y readaptación social; custodia a
los individuos sujetos a reclusión y resguardar los centros estatales destinados a su
intemamiento; colaborar, cuando así lo soliciten, con las autoridades federales,
estatales o municipales.

Secretaría de Finanzas y Planeación.

Es la dependencia responsable de coordinar la administración financiera y tributaria


de la Hacienda Pública, y de proyectar, con la participación de las dependencias y
entidades de la administración pública, la planeación, programación y
presupuestación del Estado, conforme a la legislación y disposiciones aplicables, en
el marco del Sistema de Planeación Democrática; así como de llevar el control
administrativo de los recursos humanos y materiales de la administración pública
estatal.

Corresponde al titular de esta dependencia establecer la política de hacienda


pública, conforme a los planes y programas del Gobierno del Estado; coordinará la
política económica para el desarrollo del Estado; diseñar, implementar y actualizar
un sistema de programación del gasto público; presupuestar anualmente el gasto
público del gobierno del estado, tomando en consideración los anteproyectos de
presupuesto de las dependencias y entidades del gobierno estatal; formular el
presupuesto de ingresos y egresos anualmente; autorizar las ampliaciones o
reducciones de los recursos asignados a los programas a cargo de las
dependencias y las entidades comprendidas en el presupuesto de egresos y demás
según la Ley Orgánica del Poder Ejecutivo (LOPE).

39
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Secretaría de Educación y Cultura.

Es responsable de coordinar la política educativa del Estado y organizar el Sistema


Educativo Estatal en todos sus niveles y modalidades, en los términos que establece
la Constitución Política del Estado y las leyes aplicables; así como desarrollar,
supervisar y coordinar los programas educativos, culturales, recreativos y deportivos
a fin de promover, fomentar y procurar el progreso y bienestar de la población de la
entidad.

Corresponde al titular de la SEC, planear, fomentar, dirigir y vigilar la educación que


impartan las instituciones educativas en todos los tipos, niveles y modalidades;
formular las políticas y programas relativos a la difusión de la cultura, conservación e
incremento del patrimonio artístico, y la promoción de las actividades recreativas y
deportivas; otorgar becas a los estudiantes de escasos recursos económicos;
autorizar o reconocer los estudios que imparten las instituciones educativas
particulares, incorporándolas al sistema educativo estatal, coordinar el
establecimiento de bibliotecas, hemerotecas, casa de la cultura y museos así como
la creación de instituciones culturales, entre otras atribuciones que le confiere la Ley
Orgánica del Poder Ejecutivo (LOPE).

Secretaría de Desarrollo Económico.

Es responsable de coordinar la política de desarrollo industrial, comercial y turístico


de la Entidad, así como vigilar la aplicación y observancia de las disposiciones
legales aplicables en estas materias.

Al titular de esta secretaría corresponde, formular, dirigir, coordinar y controlar la


ejecución de las políticas relativas al fomento de las actividades industriales y
mineras; promover, fomentar y o participar en la creación de parques, corredores y
ciudades industriales en el Estado; promover y fomentar la inversión, coinversión y
la instalación de empresas convenientes al estado; promover el otorgamiento de
estímulos de orden tributaria con objeto de fomentar la participación de la iniciativa
privada en la inversión productiva; fomentar el comercio, la producción económica
del artesanado, de las industrias familiares, del turismo entre otras atribuciones
conferidas en la LOPE.

Secretaría de Comunicaciones.

Es la dependencia responsable de conducir la política del desarrollo de las vías de


comunicación de jurisdicción estatal.

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El titular proyectará y controlará la presupuestación y ejecución de tos programas


relativos a la construcción, conservación y rehabilitación de las vías de
comunicación estatales, conservar y rehabilitar las autopistas, carreteras, puentes,
aeropuertos, estaciones y centrales de telecomunicaciones o de autotransportes de
jurisdicción estatal, participar en el otorgamiento de concesión de autopistas,
carreteras y puentes o aeropuertos de jurisdicción estatal; fomentar la
telecomunicación que tenga fines oficiales y culturales entre otras enmarcadas en la
LOPE.

Secretaría de Desarrollo Regional.

Es responsable de coordinar la política de planeación regional en la entidad y


cuando así se requiera con los gobiernos federal y municipal, con el propósito de
regular el desarrollo urbano, ordenar los asentamientos humanos y ejecutar obras
públicas, así como de preservar y restaurar el equilibrio ecológico y proteger el
ambiente.

El titular, apoyará el desarrollo y ejercicio de los programas, nacionales, regionales y


municipales para el desarrollo urbano y la vivienda, así como para el señalamiento y
cuidado de los destinos usos y reservas de las tierras para este propósito, atender
los problemas relativos a los asentamientos humanos irregulares, coadyuvar con los
ayuntamientos en el señalamiento de las reservas territoriales, destinados a casas
habitación, viviendas de interés social, parques, mercados, corredores industriales,
zonas, escuelas y otros espacios de naturaleza similar.

Secretaría del Trabajo y Previsión Social.

Es la dependencia responsable de conducir y coordinar la política laboral en el


estado, y tendrá la competencia que en la materia le otorguen la Constitución
Política de los Estados Unidos Mexicanos, la Ley Federal del Trabajo y demás
disposiciones aplicables.

Son atribuciones de la secretaría de Trabajo y Previsión Social, conforme a la


distribución de competencias que establezca su Reglamento Interior, las siguientes:

Vigilar, en el ámbito estatal, la exacta aplicación de las disposiciones contenidas en


el artículo 123 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, la Ley
Federal del Trabajo y los reglamentos estatales vigentes en materia laboral, así
como las relaciones del Gobierno del Estado con sus trabajadores; formular y

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ejecutar el Programa Estatal de Empleo; promover y procurar el equilibrio de los


factores de la producción, de conformidad con las disposiciones legales aplicables;
organizar y operar el Servicio Estatal de Empleo, previo diagnóstico de la oferta y la
demanda de trabajo en la Entidad; aplicar los programas y normas que determinen
la estrategia para la capacitación y adiestramiento y la seguridad e higiene en el
trabajo, en coordinación con la autoridad federal del trabajo y con la participación de
los sectores patronal, de los trabajadores, académicos y profesionales de la
sociedad que inciden en este ámbito; vigilar, mediante visitas e inspecciones, que
los centros de trabajo cumplan con las disposiciones legales en materia laboral;
realizar las recomendaciones necesarias cuando así lo ameriten e imponer las
sanciones administrativas procedentes; ejecutar los convenios y acuerdos que en
materia de Trabajo firme el Ejecutivo estatal con la Federación, coadyuvando con la
dependencia federal correspondiente en la solución de los conflictos suscitados con
motivo de Contratos-Ley de empresas asentadas en la Entidad; dirigir y coordinar la
Procuraduría para la Defensa del Trabajo; promover programas en materia de
Previsión Social, así como organizar y patrocinar conferencias, exposiciones,
reuniones, cursos y demás actividades tendientes a elevar el nivel de vida de los
trabajadores y sus familias; estudiar y proponer al Ejecutivo del Estado, una política
laboral con visión regional y local, impulsando líneas estratégicas y de acción
tendientes a la mejoría de la productividad, la ocupación y el empleo, la capacitación
y adiestramiento, la salud e higiene, y todas aquellas medidas institucionales que
tengan como objetivo el fortalecimiento de la planta productiva del Estado y la
mejoría de quienes laboran en ella; participar en la integración y funcionamiento de
los organismos estatales encargados de la Capacitación y Adiestramiento y de la
Seguridad e Higiene en el Trabajo; intervenir, a petición de parte, en la revisión de
los contratos colectivos de trabajo; formular y ejecutar programas de difusión de los
cambios que se den en las normas laborales; promover y apoyar el incremento de la
calidad y la productividad; fomentar y apoyar la organización social para el trabajo y
autoempleo; e impulsar y apoyar el desarrollo social, cultural y recreativo de los
trabajadores y sus familias.

Secretaría de Desarrollo Agropecuario, Rural, Forestal, Pesca y Alimentación.

Es la dependencia responsable de coordinar la política de desarrollo agrícola,


ganadero, forestal y pesquero de la entidad.

Corresponde al titular de esta dependencia, fomentar la producción agrícola,


frutícola, forestal y obras de infraestructura hidráulica, así como apoyar, vigilar y
ejecutar los programas derivados del Plan Veracruzano de Desarrollo, fomentar la
organización, capacitación y asistencia técnica a los productores agropecuarios,

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proponer, ayudar y en su caso ejecutar las obras de infraestructura agrícola e


hidráulica, realizar campañas para prevenir y combatir plagas y enfermedades que
atacan a las especies vegetales en el Estado, fomentar la creación y desarrollo de
Agroindustrias entre otras atribuciones establecidas en la LOPE.

Secretaría de Salud y Asistencia.

Es la dependencia responsable de coordinar la política y programas de salud


pública, seguridad y asistencia social en la entidad.

El titular tiene atribuciones para planear, normar, establecer, coordinar y evaluar el


sistema integral de servicios de salud y asistencia para el estado, en coordinación
con las instituciones de salud de los gobiernos estatal, federal y municipal; formular
conducir y evaluar las políticas de saneamiento ambiental, vigilar y controlar la
asistencia pública en el estado, administrar los bienes y fondos que el gobierno
estatal destina a los servicios de salud, coadyuvar en el cumplimiento de las leyes
federales en materia de salud así como sus reglamentos.

Contraloría General.

Es responsable de la función de control y evaluación gubernamental y, desarrollo


administrativo, así como la inspección y vigilancia de los ingresos, gastos, recursos y
obligaciones de las dependencias y entidades de la administración pública estatal,
durante el ejercicio presupuesta! correspondiente.

El Contralor, deberá planear, organizar y coordinar el sistema de control y


evaluación periódica de la relación que guardan los programas y presupuestos de
las dependencias y entidades de la administración publica en función de los
objetivos y prioridades del Plan Veracruzano de Desarrollo, así como los resultados
de su operación a fin de recomendar la adopción de las medidas necesarias para
corregir las desviaciones detectadas y proponer la adecuación del Plan y los
programas respectivos; vigilará junto con SER PLAN, que se caucione debidamente
el manejo de fondos y valores del Estado; establecerá los criterios y procedimientos
para la realización de auditorias y revisiones a las dependencias y entidades y
demás atribuciones que establece la LOPE.

Procuraduría General de Justicia.

Es la encargada del Ministerio Publico, responsable de procurar y vigilar el


cumplimiento de las leyes y ejercer las acciones correspondientes en contra de los

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infractores de la ley, así como las que tengan por objeto la efectiva reparación del
daño causado y la protección de los derechos de la víctima del acto ilícito en término
de lo dispuesto por la Constitución Federal, la Constitución Política del Estado, la ley
Orgánica del Ministerio Público y demás disposiciones aplicables.

El Ministerio Público del Estado está a cargo de un Procurador General de Justicia


quien, para el ejercicio de sus funciones cuenta con los Subprocuradores3, Agentes,
Policía Ministerial y demás personal que estará bajo su autoridad y mando directo,
en los términos que establezca la Ley Orgánica del Ministerio Público, la cual señala
los requisitos y en su caso el procedimiento para los nombramientos, sustituciones y
remociones.

Coordinación General de Comunicación Social.

Es la dependencia responsable de coordinar la difusión informativa, publicitaria y


promocional de las actividades, obras y servicios de la administración pública del
estado a través de los distintos medios de comunicación o de manera directa.

Corresponde al titular dirigir y ejecutar la política de comunicación social y de


relaciones públicas de la administración pública estatal, coordinar y orientar las
actividades de difusión, comunicación y publicidad social de la administración
estatal, evaluar la opinión pública sobre los programas y servicios gubernamentales;
establecer, coordinar y promover las relaciones públicas de la administración;
mantener actualizado el banco hemerográfico, la fototeca, videoteca, grabaciones
radiofónicas, producciones sobre las obras y actividades del Gobierno Estatal y
demás que establezca la Ley Orgánica del Poder ejecutivo.

Órganos Desconcentrados.

Para la eficaz atención y ágil servicios de los asuntos de su competencia, las


Secretarías de Despacho, cuentan con órganos administrativos desconcentrados
que les están jerárquicamente subordinados y tienen facultades específicas para
resolver sobre la materia y dentro del ámbito territorial que se determine en cada
caso.

A continuación se citan algunos ejemplos de ellos:


• Instituto Veracruzano Del Deporte.
• Instituto Veracruzano de la Educación para los Adultos.

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3.2.3. La Administración Pública Paraestatal.

"DE LA ADMINISTRACIÓN PÚBLICA PARAESTATAL

SECCIÓN PRIMERA
Disposiciones Generales

Artículo 38. El presente capítulo tiene por objeto establecer las bases de
organización, funcionamiento y control de las entidades paraestatales a que hace
referencia el artículo 3 de esta ley. Las relaciones del Ejecutivo del Estado, o de sus
dependencias, con las entidades paraestatales, en cuanto unidades auxiliares de la
administración pública, se sujetarán, en primer término, a lo establecido en esta ley
y sus disposiciones reglamentarías y, sólo en lo no previsto, a otras disposiciones
según la materia que corresponda.

Artículo 39. La Universidad Veracruzana y demás instituciones de educación


superior a las que la ley otorgue autonomía, se regirán por sus leyes específicas. El
Instituto Electoral Veracruzano, la Comisión Estatal de Derechos Humanos y el
Órgano de Fiscalización Superior, en cuanto organismos autónomos del Estado,
atendiendo a sus objetivos y a la naturaleza de sus funciones, quedan excluidos de
la observancia de las disposiciones del presente capítulo.

Artículo 40. Las entidades paraestatales gozarán de autonomía de gestión para el


debido cumplimiento de su objeto, y de los objetivos y metas señaladas en sus
programas. Al efecto, los órganos de gobierno, o sus equivalentes, de las entidades
paraestatales, según sea el caso, expedirán su correspondiente normatividad
interior, que deberá establecer las bases específicas de organización,
funcionamiento y las atribuciones de sus respectivos directores generales, o
similares, y de las distintas áreas que integren la entidad de que se trate. Dicha
normatividad deberá publicarse en la Gaceta Oficial del Estado y registrarse ante la
Contraloría General. "

La Administración Pública Paraestatal se integra por los órganos del sector


paraestatal a los que se les denomina "Entidades", siendo estas las siguientes: Ver
anexo 3.

• Los Organismos Descentralizados.


• Las Empresas de Participación Estatal.
• Los Fideicomisos.
• Las Comisiones.
• Los Comités.
• Los Consejos.

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• Las Juntas.
• Y demás Organismos Auxiliares.

Organismos Descentralizados.

"SECCIÓN SEGUNDA

De los Organismos Descentralizados

Artículo 44. Son organismos descentralizados las personas jurídicas creadas por ley
o decreto del Congreso del Estado, o por decreto del titular del Ejecutivo, con
personalidad jurídica y patrimonio propios, cualquiera que sea la estructura legal que
adopten y cuyo objeto sea:

I. La realización de actividades correspondientes a las áreas estratégicas o


prioritarias;
II. La prestación de un servicio público o social; o
III. La obtención o aplicación de recursos para fines de asistencia o seguridad
social."

A continuación se citan algunos ejemplos de ellos conocidos con las siglas O.P.D.
que significan Organismo Público Descentralizado.

• Instituto Veracruzano de la Cultura.


• Maquinaria de Veracruz.
• Colegio de Bachilleres del Estado.
• Junta Estatal de Caminos

Empresas de Participación Estatal.

"SECCIÓN TERCERA

De las Empresas de Participación Estatal

Artículo 48. Son empresas de participación estatal aquellas que, además de lo


dispuesto por esta ley y leyes del Estado, satisfagan algunos de los siguientes
requisitos:

I. Que el Gobierno Estatal, o uno o más organismos descentralizados, u otras


empresas de participación estatal, considerados conjunta o separadamente,
aporten o sean propietarios del 51 % o más del capital social;

46
UNIVERSIDAD DE LAS NACIONES
LA ADMINISTRACIÓN PUBLICA EN MEXICO

Que en la Constitución de su capital, se hagan figurar acciones de serie


especial, que sólo puedan ser suscritas por el Gobierno del Estado; y
III. Que al Gobierno del Estado corresponda la facultad de nombrar a la mayoría
de los miembros del Consejo de Administración, Junta Directiva u Órgano de
Gobierno, así como designar al Presidente, al Director, al Gerente o cuando
tenga facultades para vetar los acuerdos de la Asamblea General de
Accionistas del Consejo de Administración o de la Junta Directiva u Órgano
de Gobierno equivalente.

Artículo 49. Las empresas de participación estatal deberán tener por objeto áreas
prioritarias, en los términos del artículo 43 de esta ley."

Fideicomisos Públicos.

Son las Entidades creadas por la ley o decreto del Congreso o por decreto del titular
del Ejecutivo que se constituyan con recursos de la administración pública estatal y
se organicen de acuerdo a su normatividad interior, con el propósito de auxiliar al
Ejecutivo en la realización de actividades prioritarias de interés público.

"SECCIÓN CUARTA
De los Fideicomisos Públicos

Artículo 54. Son fideicomisos públicos las entidades creadas por ley o decreto del
Congreso, o por decreto del titular del Ejecutivo, que se constituyan con recursos de
la administración pública estatal y se organicen, de acuerdo a su normatividad
interior, con el propósito de auxiliar al Ejecutivo en la realización de actividades
prioritarias de interés público."

A continuación se citan algunos ejemplos de ellos.

• Fideicomiso Veracruzano de Fomento Agropecuario (FIVERFAP).


• Fideicomiso de la Ciudad Industrial "Bruno Pagliai".

3.3. Ley Estatal de Responsabilidades de los Servidores Públicos.

Ley de Responsabilidades de los Servidores Públicos para el Estado Libre y


Soberano de Veracruz-Llave.

TEXTO ORIGINAL.
Ley publicada en la Gaceta Oficial. Órgano del Gobierno del Estado de Veracruz-

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Llave, el jueves 9 de febrero de 1984.


"AGUSTÍN AGOSTA LAGUNES, Gobernador Constitucional del Estado Ubre y
Soberano de Veracruz-Llave, a sus habitantes, sabed:

Que la H. Legislatura del mismo, se ha servido expedirla siguiente LEY:

"La Honorable Quincuagésima Tercera Legislatura del Estado Libre y Soberano de


Veracruz-Llave, en uso de la facultad que le concede la fracción I del artículo 68 de
la Constitución Política Local y en nombre del pueblo, expide la siguiente:

LEY NÚMERO 36

TITULO PRIMERO CAPITULO


ÚNICO DISPOSICIONES
GENERALES

ARTICULO 1.-Esta Ley tiene por objeto reglamentar el Título Sexto de la


Constitución Política del Estado.

ARTICULO 2.-Son sujetos de esta Ley:

I. Los servidores públicos, entendiéndose como tales, a los Diputados de la


Legislatura, los Magistrados del Tribunal Superior de Justicia, los Jueces de
Primera Instancia, los Funcionarios y Empleados de los Poderes Legislativo,
Ejecutivo y Judicial y, en general, a toda persona que desempeñe un empleo,
cargo o comisión de cualquier naturaleza en los Poderes del Estado; y
II. Todas aquellas personas que manejen o apliquen recursos económicos
estatales."

"TITULO TERCERO
RESPONSABILIDADES ADMINISTRATIVAS.
CAPITULO I
OBLIGACIONES DEL SERVIDOR PÚBLICO.

ARTÍCULO 46,-Todo servidor público tendrá las siguientes obligaciones para


salvaguardar la legalidad, honradez, lealtad, imparcialidad y eficiencia que deben
ser observadas en el desempeño de su empleo, cargo o comisión, y cuyo
incumplimiento dará lugar al procedimiento y a las sanciones que correspondan,
según la naturaleza de la infracción en que se incurra, y sin perjuicio de sus
derechos laborales, previstos en las normas específicas que al respecto rijan:

I. Cumplir con diligencia el servicio que le sea encomendado y abstenerse de

48
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cualquier acto u omisión que cause te suspensión o deficiencia de dicho


servicio o implique abuso o ejercicio indebido de un empleo, cargo o
comisión;
II. Formular y ejecutar legalmente, en su caso, los planes, programas y
presupuestos correspondientes a su competencia, y cumplirlas leyes y otras
normas que determinen el manejo de recursos económicos públicos;
III. Utilizar exclusivamente para los fines a que están afectos, los recursos que
tengan asignados para el desempeño de su empleo, cargo o comisión, así
como las facultades que le sean atribuidas o la información reservada de la
que tenga conocimiento por su función.
IV. Custodiar y cuidar la documentación e información que por razón de su
empleo cargo o comisión conserve bajo su cuidado de la cual tenga
conocimiento impidiendo o evitando el uso, la sustracción, destrucción,
ocultamiento o inutilización indebidas de aquéllas;
V. Observar buena conducta en su empleo, cargo o comisión, tratando con
respeto, diligencia, imparcialidad y rectitud a las personas con las que tenga
relación con motivo de éstos;
VI. Observar en la dirección de sus inferiores jerárquicos las debidas reglas del
trato y abstenerse de incurrir en agravio, desviación o abuso de autoridad;
VII. Observar respeto y subordinación legítimas con respecto a sus superiores
jerárquicos inmediatos o mediatos, cumpliendo las disposiciones que éstos
dicten en el ejercicio de sus atribuciones;
VIII. Comunicar por escrito al titular de la dependencia o entidad en la que presten
sus servicios, el incumplimiento de las obligaciones establecidas en este
artículo o las dudas fundadas que les suscite la procedencia de las órdenes
que reciba;
IX. Abstenerse de ejercer las funciones de un empleo, cargo o comisión después
de haberse separado de él;
X. Abstenerse de disponer o autorizar a un subordinado a no asistir sin causa
justificada a sus labores por más de quince días continuos o treinta
discontinuos en un año, así como de otorgar indebidamente licencias,
permisos o comisiones con goce parcial o total de sueldo y otras
percepciones;
XI. Abstenerse de desempeñar algún empleo, cargo o comisión oficial o
particular que la ley prohíba;
XII. Abstenerse de autorizar la selección, contratación, nombramiento o
designación de quien se encuentre inhabilitado por resolución firme de la
autoridad competente para ocupar un empleo, cargo o comisión en el servicio
público;
XIII. Excusarse de intervenir en cualquier forma en la atención, tramitación o
resolución de asuntos en los que tenga interés personal, familiar o de
negocios, incluyendo aquellos de los que puede resultar algún beneficio para
él, su cónyuge o parientes consanguíneos hasta el cuarto grado o por

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LA ADMINISTRACIÓN PUBLICA EN MEXICO

afinidad o para terceros con los que tenga relaciones profesionales, laborales
o de negocios, o para socios o sociedades de las que el servidor público o las
personas antes referidas formen o hayan formado parte;
XIV. Informar por escrito al jefe inmediato y en su caso al superior jerárquico, sobre
la atención, trámite o resolución de los asuntos a que hace referencia la
fracción anterior y que sean de su conocimiento; y observar sus instrucciones
por escrito sobre su atención, tramitación y resolución, cuando el servidor
público no pueda abstenerse de intervenir en ellos;
XV. Abstenerse, durante el ejercicio de sus funciones, de solicitar, aceptar o
recibir, por sí o por interpósita persona, dinero, objetos mediante enajenación
a su favor en precio notoriamente inferior al que el bien de que se trate tenga
en el mercado ordinario, cualquier donación, cargo o comisión para sí, o para
las personas a que se refiere la fracción XIII, y que procedan de cualquier
persona física o moral cuyas actividades profesionales, comerciales o
industriales se encuentren directamente vinculadas, reguladas o supervisadas
por el servidor público de que se trate en el desempeño de su empleo, cargo
o comisión y que implique intereses en conflicto. Esta prevención es aplicable
hasta un año después de que se haya retirado del empleo, cargo o comisión;
XVI. Desempeñar su empleo, cargo o comisión sin obtener o pretender obtener
beneficios adicionales a las contraprestaciones comprobables que el Estado
le otorga por el desempeño de su función, sean para él o para las personas a
las que se refiere la fracción XIII;
XVII. Abstenerse de intervenir o participar indebidamente en la selección,
nombramiento, designación, contratación, promoción, suspensión, remoción,
cese o sanción de cualquier servidor público, cuando tenga interés personal,
familiar o de negocios en el caso, o pueda derivar alguna ventaja o beneficio
para él o para las personas a las que se refiere la fracción XIII;
XVIII. Presentar con oportunidad y veracidad la declaración de situación patrimonial
a que se refiere esta Ley;
XIX. Atender con diligencia las instrucciones, requerimientos y resoluciones que
reciba para el cumplimiento de esta Ley;
XX. Informar al superior jerárquico de todo acto u omisión de los servidores
públicos sujetos a su dirección, que pueda implicar inobservancia de las
obligaciones a que se refieren las fracciones de este artículo, y en los
términos de las normas que al efecto se expidan;
XXI. Abstenerse de cualquier acto u omisión que implique incumplimiento de
cualquier disposición jurídica relacionada con el servicio público; y
XXII. Las demás que le impongan las leyes y reglamentos.

ARTÍCULO 47. -Cuando el planteamiento a que se refiere la fracción XX del artículo


anterior, que formule el servidor público a su superior jerárquico deba ser

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UNIVERSIDAD DE LAS NACIONES
LA ADMINISTRACIÓN PUBLICA EN MEXICO

comunicado a la Autoridad competente, el superior procederá a hacerlo sin demora,


bajo su estricta responsabilidad, poniendo el trámite en conocimiento d el
subalterno interesado. Si el superior jerárquico omite la comunicación, el subalterno
podrá practicarla directamente informando a su superior acerca de este acto.

ARTÍCULO 48. -Para los efectos de este título se entenderá por superior jerárquico,
al titular de la dependencia de que se trate, el cual aplicará las sanciones cuya
imposición se atribuye a través de los responsables a que se refiere el artículo
siguiente."

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LA ADMINISTRACIÓN PUBLICA EN MEXICO

CAPÍTULO IV. LA ADMINISTRACIÓN PÚBLICA MUNICIPAL. 4.1.


Marco
Jurídico General de la Administración Pública Municipal.

"Municipio (del latín municipium), es la organización político-administrativa que sirve


de base a la división territorial y organización política de los estados, miembros de
la federación. Integran la organización política tripartita del Estado mexicano los
municipios, los estados y la federación."

Responde el municipio a la idea de una organización comunitaria, con gobierno


autónomo que nace por mandato de la Constitución Federal expresado en el
artículo 115.

Debido, seguramente a que el municipio tiene suprimida su potestad legislativa,


disminuida y subordinada la judicial y sólo se presenta a los ojos de la comunidad
con su potestad administrativa, responsable fundamentalmente de la administración
y gestión de los servicios públicos, es que la doctrina mexicana ve en él una forma
de organización administrativa descentralizada por región o territorio.

Gabino Fraga menciona que "el municipio es una forma en que el Estado
descentraliza los servicios públicos correspondiente a una circunscripción territorial
determinada”8 por otra parte Andrés Serra Rojas, afirma que "la forma más
característica de la descentralización regional en el derecho constitucional y
administrativo mexicano, es el municipio".9

"El Municipio es la base de la división territorial y de la organización política


administrativa del Estado Mexicano, de la actividad política electoral y de las
libertades individuales. La ley otorga autonomía y autarquía, esto es potestad para
elegir y designar a sus órganos de gobierno y capacidad" legal para resolver los
problemas económicos, sociales y culturales que afecten a su sociedad"10

Señala Pichardo Pagaza que "el municipio tiene profunda raíz popular y que es el
punto de partida donde se recogen, en primera y en última instancia, las

7 Nuevo Diccionario Jurídico Mexicano. Tomo 3, p. 2166.


8 Fraga, Gabino. Derecho Administrativo. Edit. Porrúa, 41a Edición, México, 2001. p. 219.
9 Serra Rojas, Andrés. Derecho Administrativo. Edit. Porrúa, México, 1991. p. 590.

10 Pichardo Pagaza, Ignacio. Introducción a la Administración Pública de México. Tomo

1. México, 1986, p.277.

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LA ADMINISTRACIÓN PUBLICA EN MEXICO

indeclinables funciones del ciudadano como productor, consumidor, elector, servidor


de sus semejantes y como creador de vínculos y efectos”11

Es necesario conocer como ha venido evolucionado el municipio, así en el México


prehispánico existió una organización llamada "calpulli" azteca siendo una entidad
de carácter agrario, ya que significó en su inicio una forma de organización
económica para la explotación de la tierra, fue la base de la división territorial del
estado azteca, fincada en rasgos de parentesco, que en su evolución derivó
consecuentemente en una institución social y política de asociación vecinal, en la
que las relaciones entre sus miembros aseguraban armonía y la ciudad fue la
explosión física de la convivencia social organizada.

Afirma Pichardo Pagaza que "En el calpulli se encuentra un embrión de la


organización política suprema del municipio libre como ahora lo conocemos".12
Durante la colonia se funda en la Villa Rica de la Veracruz el primer Ayuntamiento
de América continental en el año de 1519, y el primer Ayuntamiento metropolitano
se funda en Coyoacán en el año de 1521; durante la colonia, el municipio en México
carecía de autonomía política y de poder para juzgar, realizando exclusivamente
actividades relacionadas con el orden público y prestación de servicios.

En términos generales comenta Pichardo Pagaza que esto ha sido causa de que el
Municipio no contó con los instrumentos necesarios para hacer efectiva su
autonomía política, ni económica, lo primero porque el propio proceso histórico
impuso una política centralizadora, determinando una relación de subordinación en
relación con los o tros órdenes de gobierno y el segundo por el escaso desarrollo de
las fuerzas productivas de la época.

En la década de los 70, el Gobierno de la República, enfrentó el problema municipal


mediante una estrategia federalista, a través de reuniones celebradas con
presidentes municipales, se inicia el inventario de problemas relacionados con su
gestión administrativa, se dan pasos para una mayor descentralización en lo
administrativo, en lo político y en lo económico.

En 1983 se hacen reformas en el artículo 115 de la Constitución Federal, donde se


superan omisiones de la Constitución de 1917, relacionadas fundamentalmente con
la distribución de competencia y la falta de precisión respecto a la asignación de
recursos convirtiéndose en instrumentos para el fortalecimiento municipal.

11 ídem.
12 ídem.

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LA ADMINISTRACIÓN PUBLICA EN MEXICO

4.1.1. Bases Constitucionales.

La administración municipal opera dentro de un marco jurídico en el que inciden tres


categorías de ordenamientos legales:

1. El constitucional federal, que establece las normas fundamentales de la


estructura política municipal.
2. El orden local, que se integra por las constituciones estatales y las leyes
locales que regulan la estructura de la administración, el funcionamiento del
poder público municipal, las facultades de sus órganos y las finanzas
municipales.
3. El reglamento propiamente municipal, que facilita el cumplimiento de las
leyes federales y estatales; la expedición de los reglamentos municipales
es una facultad específica de los ayuntamientos.

De acuerdo a su jerarquía la legislación que regula los actos municipales queda


circunscrita en los textos siguientes:

La Constitución Política Federal en su artículo 115 establece las bases del municipio
entre las más significativas para este estudio mencionaremos:

1) Facultad legislativa: Fracción II, están facultados para expedir, de acuerdo


con la H. Legislatura del Estado, los bandos de policía y gobierno y los
reglamentos circulares y disposiciones administrativas de observancia
general; esta medida es para buscar el robustecimiento político y jurídico de
los municipios.
2) Prestación de servicios públicos: Fracción III, considera una necesidad
precisar los servicios que deben ser de la incumbencia municipal.
3) Desarrollo urbano: Fracción V, faculta a los municipios para intervenir en la
zonificación y planes de desarrollo urbano municipal, etc.

4.1.2. Constitución Política del Estado.

En el capítulo relativo de los municipios, la Constitución Política local en su artículo 68


establece que las leyes reglamentarias municipales se sujetarán a las bases
señaladas en la misma, respecto de los servicios públicos a cargo de los municipios
son los mismos que establece la fracción III del artículo 115 Constitucional Federal.

La Constitución local también establece que previo acuerdo entre sus


ayuntamientos y con sujeción a la ley, los municipios podrán coordinarse y
asociarse para la más eficaz prestación de los servicios públicos que les

54
UNIVERSIDAD DE LAS NACIONES
LA ADMINISTRACIÓN PUBLICA EN MEXICO

corresponda.

Dentro de la Constitución Política del Estado de Veracruz, existe el artículo número


71, que establece las bases normativas conforme a las cuales, los Ayuntamientos
del Estado, deberán expedir sus bandos de policía y gobierno, reglamentos,
circulares y disposiciones administrativas de observancia general, misma que tiene
como objetivo primordial, precisar la forma de realizar la actividad municipal,
teniendo en cuenta que es de orden público; y señala además una serie de funciones
que los Ayuntamientos podrán realizar con la finalidad de regular sus funciones,
pero en ningún momento menciona que la ciudadanía podrá tomar parte para
aportar ideas y/o dar una posible solución a los problemas con los que se enfrentan
los Municipios en la prestación de los servicios públicos.

4.1.3. Ley Orgánica del Municipio Ubre.

Las leyes orgánicas municipales de cada Estado de la República son expedidas por
los Congresos locales; en términos generales desarrollan el texto de las
Constituciones locales y regulan la estructura y funcionamiento de los órganos de
autoridad de los mismos, todas establecen reglamentación en materia de Hacienda
Municipal además de las facultades, obligaciones, órganos auxiliares y la prestación
de servicios públicos, etc.

La Ley Orgánica del Municipio Libre establece que los ayuntamientos administrarán
el funcionamiento, conservación y explotación de sus servicios públicos bajo las
condiciones que determinen las leyes y reglamentos. Por lo que se refiere a las
cuotas y tarifas que se deban cobrar por la prestación de los servicios públicos, la
legislatura o la Diputación Permanente, aprobarán las mismas.

4.1.4. Reglamentos municipales.

Por disposición constitucional, los ayuntamientos tienen la responsabilidad de


elaborar los reglamentos que normen su funcionamiento interno y la vida
comunitaria. En general se acepta que el reglamento municipal señale el
procedimiento para que el municipio asuma sus atribuciones de manera ordenada,
para lograr que la reglamentación produzca legalidad en el ámbito municipal.

El reglamento, en términos generales, es una colección ordenada de reglas que se da


para la ejecución de una ley o para el régimen de una corporación, dependencia u
otro servicio.

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UNIVERSIDAD DE LAS NACIONES
LA ADMINISTRACIÓN PUBLICA EN MEXICO

En el caso particular de los municipios, se define el reglamento como el conjunto de


normas generales de carácter administrativo y obligatorio para la comunidad,
expedidas por el ayuntamiento constituido en cabildo, para garantizar el
cumplimiento de la ley.

Los reglamentos municipales no necesariamente pormenorizan o detallan una ley,


puesto que son reglamentos autónomos que surgen de la facultad expresa de la
Constitución y que norman, por si mismos, determinadas relaciones o actividades
del ámbito municipal de acuerdo a las costumbres, características socioeconómicas,
culturales e históricas de cada municipio.

Las normas que dictan los ayuntamientos en uso de su facultad reglamentaria,


específica atribución establecida por la Constitución Política Federal, integran un
cuerpo de disposiciones que rigen el funcionamiento de la vida municipal. Por
facultad reglamentaria se entiende la posibilidad que tienen los ayuntamientos de
traducir las leyes federales y estatales en medidas administrativas adecuadas al
municipio.

El bando de policía y gobierno es el más importante de los reglamentos municipales,


pues representa para el ayuntamiento el instrumento fundamental de gobierno
municipal. Es un elemento político y normativo para conducir las relaciones entre las
autoridades y la ciudadanía.

La definición de bando en su acepción gramatical y jurídica significa, "anuncio


público de una cosa: edicto, mandato o ley que se publica solemnemente".13

El bando de policía y gobierno o bando municipal, es el conjunto de disposiciones de


carácter reglamentario y administrativo que regulan la organización política y
administrativa de los municipios, las obligaciones de sus habitantes y vecinos, así
como las competencias de la autoridad municipal para mantener la seguridad
pública en su jurisdicción. Esta importante norma debe contener las disposiciones
de carácter general que deberán observar los habitantes del municipio.

4.2. Constitución y estructura del Municipio

Para la creación de un municipio es necesario cubrir ciertos requisitos que para tal
efecto señala la Ley Orgánica del Municipio Libre en su Art.6.

13Centro Estatal de Desarrollo Municipal. Facultad Reglamentaría de los Ayuntamientos.


México, 1992, p.5.

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UNIVERSIDAD DE LAS NACIONES
LA ADMINISTRACIÓN PUBLICA EN MEXICO

I. Población mayor de veinticinco mil habitantes;


II. Recursos económicos suficientes para cubrir las erogaciones que demande
la administración municipal y para prestar los servicios públicos municipales;
III. Que la cabecera municipal cuente con: locales adecuados para la instalación
de oficinas públicas, infraestructura urbana y medios de comunicación con las
poblaciones circunvecinas; y
IV. Reservas territoriales suficientes para satisfacer las necesidades de la
población.

El municipio así como el Estado se integra de un territorio, una población y un


gobierno por lo que se presenta una descripción de cada uno de ellos.

Territorio

El territorio de los municipios se constituirá por:


I. Cabecera, que será el centro de población donde resida el Ayuntamiento;
II. Manzana, que será la superficie de terreno urbano delimitado por vía pública,
donde residirá el jefe de manzana;
III. Congregación, que será el área rural o urbana, donde residirá el Agente
Municipal; y
IV. Ranchería, que será una porción de la población y del área rural de una
congregación, donde residirá el Subagente Municipal.

Población

Son habitantes del Municipio los veracruzanos con domicilio establecido en el


mismo municipio, así como los vecinos de éste, considerando como vecino a toda
aquella persona con domicilio establecido dentro de su territorio, con una residencia
mínima de un año.

Gobierno

En el derecho constitucional moderno, la doctrina emplea como sinónimos Municipio


y Ayuntamiento; sin embargo existe entre ambos una distinción muy clara y precisa,
el Municipio, como ya se mencionó, es la forma de organización político
administrativa que se establece en una circunscripción territorial para gobernar y el
Ayuntamiento, es el órgano colegiado que se erige como autoridad política y
representa al Municipio frente a los gobernados.

57
UNIVERSIDAD DE LAS NACIONES
LA ADMINISTRACIÓN PUBLICA EN MEXICO

"Ayuntamiento (del latín adiunctum, supino de a diungere, juntar, unión de dos ó


más individuos para formar un grupo). Corporación pública que se integra por un
alcalde o presidente municipal y varios consejiles, con el objetivo de que administren
los intereses del Municipio”14

A este respecto la Ley Orgánica del Municipio Libre en su artículo 1 7 señala: "Cada
municipio será gobernado por un Ayuntamiento de elección popular, libre, directa y
secreta, de acuerdo a los principios de mayoría relativa y de representación
proporcional, en los términos que señale el Código Electoral del Estado. El
Ayuntamiento residirá en la cabecera del municipio y sólo podrá trasladarse a otro
lugar dentro del mismo, por decreto del Congreso del Estado, cuando el interés
público justifique la medida".

Este Ayuntamiento se integra por los siguientes Ediles:

• Presidente Municipal,
• Regidores y;
• Síndicos.

Cada municipio tiene su organización administrativa propia y adecuada a las


necesidades locales, por lo tanto el número de Ediles de un Ayuntamiento depende
del número de habitantes que lo integran que será:

I. Tres para los municipios de hasta 40 000 habitantes;


II. Cinco, para los municipios de más de 40 000 y hasta 70 000 habitantes;
III.Siete, para los municipios de más de 70 000 y hasta 125 000 habitantes;
IV. Nueve, para los municipios de más de 125 000 y hasta 250 000 habitantes;
V. Trece, para los municipios de más de 250 000 y hasta 400 000 habitantes;
y
VI. Hasta quince, para los municipios cuya población exceda de 400 000
habitantes y su capacidad económica lo permita.

Así pues, al Ayuntamiento se le confieren atribuciones para realizar todas aquellas


actividades que, dentro de su territorio, sean necesarias para lograr el bienestar y
armonía de los habitantes del Municipio; teniendo además libertad para administrar
sus bienes y Hacienda. La Hacienda Municipal realmente se forma con los bienes
propiedad del Municipio, las contribuciones que señalan las legislaturas locales, las
participaciones que asigne el Estado provenientes de la Federación y

14 Nuevo Diccionario Jurídico Mexicano. Tomo 1, p. 314.

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UNIVERSIDAD DE LAS NACIONES
LA ADMINISTRACIÓN PUBLICA EN MEXICO

los ingresos que resulten de su administración, y prestación de servicios públicos a


su cargo. Además, el Municipio tiene personalidad jurídica propia para todos los
efectos legales, es decir, es sujeto de derechos y obligaciones ante tribunales e
instituciones, por lo cual puede, en determinado momento, gestionar, obtener
créditos y asesoría jurídica y técnica.

Siguiendo este orden de ideas, se considera importante analizar otro termino que de
acuerdo con el diccionario jurídico mexicano, sí es sinónimo de Ayuntamiento, el
Cabildo, (del latín capitulum), cuerpo de eclesiásticos capitulares de una iglesia.
Ayuntamiento, junta celebrada por el Cabildo o también sala donde se celebra el
Cabildo."15

Cabildo, es la denominación que se le ha dado al órgano colegiado que constituye


hoy en día la autoridad política más importante del Municipio Libre. El Cabildo es el
antecedente más antiguo del Ayuntamiento en la Época Colonial de América Latina,
pues se identifica con los consejos medievales españoles que surgieron de la
decadencia, ya evidente en los siglos XVI y XVII, del Municipio de origen romano.

15 Nuevo Diccionario Jurídico Mexicano. Op. Cit. Tomo 1, p. 369.

59
UNIVERSIDAD DE LAS NACIONES
LA ADMINISTRACIÓN PUBLICA EN MEXICO

CONCLUSIONES.

El Estado Mexicano, como consecuencia del ejercicio de su soberanía, es un estado


independiente frente a otros, y puede determinar libremente su actividad interna,
autodeterminarse en cuanto a su forma de gobierno, a su propio orden jurídico; y al
sentido de su política interna e internacional. El Gobierno Mexicano lleva a cabo el
cumplimiento de cada una de esas funciones a través de la división de poderes, los
cuales a su vez le permiten el ejercicio de su soberanía como lo establece la
Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos en su artículo 49.

La función administrativa es el conjunto de actividades materiales e intelectuales,


técnicas y científicas que anteceden o preparan la decisión administrativa y las
operaciones y procedimiento de efectos jurídicos secundarios encaminados al
cumplimiento o ejecución y a la satisfacción del interés general.

Es necesaria la excelencia de recursos en los niveles de gobierno, basados en una


estrategia de vinculación entre la ciudadanía y la administración pública, ya que
existen una serie de planes y programas que requieren de la participación social; y
que al integrarse los esfuerzos de la ciudadanía y los servidores públicos,
coadyuvan a la optimización de recursos. Se observa que la administración pública
eficiente y eficaz propicia la superioridad de los recursos disponibles y además que
éstos se distribuyan de una mejor manera, logrando con ello un mejoramiento para
la sociedad.

Sugerir la optimización de recursos en los ámbitos federal, estatal y municipal, con


base en procedimientos y mecanismos de gestión ciudadana, así las
administraciones públicas, según las facultades y obligaciones que les asigna la ley,
pueden fomentar los valores de: legalidad, honradez, lealtad, imparcialidad y
eficiencia. Se considera que si este objetivo se logra, es debido a que los servidores
públicos realizan acciones para el mejoramiento de sus funciones. Si existe un
marco legal de procedimientos y mecanismos de gestión administrativos, entonces
habrá un fortalecimiento entre la ciudadanía y el gobierno.

Todo servidor público debe tener en cuenta sus obligaciones para salvaguardar la
legalidad, honradez, lealtad, imparcialidad y eficiencia, valores que deben ser
observados en el desempeño de su empleo, cargo o comisión. Es posible que la
administración pública opere en los programas de los Gobiernos Federal, Estatal y
Municipal, y ésta puede aumentar considerablemente su eficacia, cuando exista por
parte de los servidores públicos (autoridades o no), la disposición de transitar en el
marco de legalidad.

60
UNIVERSIDAD DE LAS NACIONES
LA ADMINISTRACIÓN PUBLICA EN MEXICO

BIBLIOGRAFÍA

BÁS ICA
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CASTRO VÁZQUEZ, Raúl. Contraloría Gubernamental, Instituto Mexicano de


Contadores Públicos A.C., 1996.

CHIAVENATO, Idalberto. Introducción a la teoría General a la Administración


Pública. Edit. Mc. Graw-Hill. México, 2000, p. 8

DE LA MADRID HURTADO, Miguel. Cien Tesis Sobre México. México, 1986.

DE PINA VARA, Rafael. Diccionario de Derecho, Edit. Porrúa, México, 1999.

FRAGA, Gabino. Derecho Administrativo. Edit. Porrúa, México, 2001.

GEORGES Langrod Tratado de Ciencia Administrativa Escuela Nacional de


INSTITUTO DE INVESTIGACIONES JURÍDICAS U.N.A.M. Nuevo Diccionario
Jurídico Mexicano. Edit. Porrúa, 1a. Edición. México, 2000.

OCHOA CAMPOS, Moisés. El Municipio, Su Evolución Institucional. Edit. Porrúa,


México, 1991.

PICHARDO PAGAZA, Ignacio. Introducción a la Administración Pública de México.


tomos I y II, México, 1986.

PUEBLITA PELESIO, Arturo. Elementos Económicos de las Constituciones de


México. Edit. LIMUSA, México, 1986.

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ROSCOE C., Martín. Administración Pública. Edit. Herrero Hermanos, S.A.., México
2000. recopilador Roscoe C. Martín.

SERRA ROJAS, Andrés. Derecho Administrativo. Edit. Porrúa, México, 2000.

TENA RAMÍREZ, Felipe. Derecho Constitucional Mexicano. Edit. Porrúa, México,


2000.

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LA ADMINISTRACIÓN PUBLICA EN MEXICO

LEGISLACIÓN.
Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.
Constitución Política del Estado Libre y Soberano de Veracruz.
Ley Orgánica de la Administración Pública Federal.
Ley Federal de Responsabilidades Administrativas de los
Servidores Públicos. Ley Estatal de Responsabilidades de los Servidores
Públicos.
Ley Orgánica del Municipio Libre.
Ley no. 58, Orgánica del Poder Ejecutivo del Estado de Veracruz-Llave.
COMPLEMENTARIA.
Plan Veracruzano de Desarrollo 1999-2004.
Programa Veracruzano de Desarrollo Administrativo.
Programa de Modernización de la Administración Pública Federal 1995-2000.
Centro Estatal de Desarrollo Municipal. Facultad Reglamentaria de los
Ayuntamientos.
Centro Estatal de Desarrollo Municipal. La Administración Pública Municipal.
De Claudio Napoleoni. Diccionario de Economía Política. Edit Casillas, Madrid,
1962.

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Anexo 1.

SECRETARIAS DEL GOBIERNO FEDERAL.


• Secretaría de Gobernación

• Secretaría de Relaciones Exteriores

• Secretaría de la Defensa Nacional

• Secretaría de Marina

• Secretaría de Seguridad Públic

• Secretaría de Hacienda y Crédito Público

• Secretaría de Desarrollo Social

• Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales

• Secretaría de Energía

• Secretaría de Economía
Rural, Pesca y
• Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo
Alimentación

• Secretaría de Comunicaciones y Transportes;

• Secretaría de Contraloria y Desarrollo Administrativo;

• Secretaría de Educación Públic

• Secretaría de Salud;

• Secretaría del Trabajo y Previsión Social;

• Secretaría de la Reforma Agraria;

• Secretaría de Turismo

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Consejería Jurídica del Ejecutivo Federal.

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SECRETARÍAS DEL GOBIERNO DEL ESTADO DE VERACRUZ.


• Secretaria de Gobierno.

• Secretaría de Seguridad Pública.

• Secretaría de Finanzas y Planeación.

• Secretaría de Educación y Cultura.

• Secretaría de Desarrollo Económico.

• Secretaría de Comunicaciones.

• Secretaría de Desarrollo Regional.

• Secretaría del Trabajo y Previsión Social.

• Secretaría de Desarrollo Agropecuario, Rural, Forestal, Pesca y


Alimentación.

• Secretaría de Salud y Asistencia.

• Contraloría General.

• Procuraduría General de Justicia.

• Coordinación General de Comunicación Social.

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RELACIÓN DE ÓRGANOS DESCONCENTRADOS, DESCENTRALIZADOS, Y


FIDEICOMISOS POR SECRETARÍA Y SECTOR.
Secretaría de Educación y Cultura
Organismos desconcentrados:
Universidad Pedagógica Veracruzana.
Consejo Veracruzano de Arte Popular.
Universidad Femenina de Veracruz.
Escuelas de Enfermería.
Instituto de la Juventud Veracruzana.
Organismos descentralizados:
Instituto de Capacitación para el Trabajo del Estado de Veracruz. (ICATVER).
Colegio de Bachilleres del Estado de Veracruz. (COBAEV).
Institutos Tecnológicos Superiores.
Colegio de Estudios Científicos y Tecnológicos del Estado de Veracruz.
Colegio de Educación Profesional Técnica del Estado de Veracruz.
Instituto Veracruzano de la Cultura
Casa Museo Agustín Lara.
Fototeca.
Casa Principal.
Jardín de las Esculturas.
Pinacoteca Diego Rivera.
Museo de Arte del Estado de Veracruz.
Galería de Arte Contemporáneo.
Centro Cultural Los Lagos.
Teatro J. J. Herrera.
Museo de Sitio El Tajín
Teatro de la Reforma.
Casa de Cultura de Veracruz.
Instituto Veracruzano de Educación para los Adultos.
Instituto de Música de Veracruz.
Seguro Social de los Trabajadores de la Educación del Estado de Veracruz.
Comité de Construcción de Espacios Educativos
Fideicomisos:
Apoyo a los programas del IVEC.
Programa especial de financiamiento a la vivienda del magisterio del Estado de
Ver.
Fortaleza de San Juan de Ulúa.
Zona arqueológica de El Tajín.
Administración de la Universidad Veracruzana.
Fideicomiso del SSTEEV

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Secretaría de Desarrollo Económico.


Órganos descentralizados:
Centro de Exposiciones y Convenciones de Veracruz, S.A.
Acuario de Veracruz.
Fondo de Inversión de Veracruz.

Secretaría de Desarrollo Económico,


Fideicomisos:
Fondo de Fomento Industrial del Estado de Veracruz.
Fideicomiso Acuario de Veracruz.
Consejo de Inversión Veracruzano.
Financiamiento a Empresas de Solidaridad.
Ciudad Industrial Bruno Pagliai.
Fideicomiso Público de Impuesto por la Prestación de Servicio de Hospedaje.
Fideicomiso Soc. Coop. Unión de trabajadores Estibadores y Cargadores en el
Puerto de Coatzacoalcos.

Secretaría de Gobierno.
Organismos desconcentrados:
Editora de Gobierno. Centro estatal de Desarrollo Municipal de Veracruz. Oficinas
del Registro Publico de la Propiedad. Juntas de Conciliación y Arbitraje.

Fideicomisos:
Fideicomiso Editorial del Gobierno del Estado.

Secretaria de Seguridad Pública


Organismos desconcentrados:
Delegaciones y Subdelegaciones de Tránsito y Transporte.
Delegaciones de Seguridad Pública.
Centros de Readaptación Social.

Fideicomisos:
Fondo de Seguridad Pública. (FOSEG)

Secretaria de Salud y Asistencia


Organismos desconcentrados:
Jurisdicdones Sanitarias.
Administración del Patrimonio de la Beneficencia Pública
Comisión de Arbitraje.

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Organismos descentralizados:
Sistema para el Desarrollo Integral de la Familia. (DIF)
Fideicomisos:
Centro de Asistencia Conecalli.

Secretaría de Finanzas y Planeación


Fideicomisos:
COPLADEVER.

Secretaría de Desarrollo Regional.


Organismos desconcentrados:
Coordinaciones Regionales de Patrimonio.

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Anexo 4.

PRESIDENCIA DE LA REPÚBLICA. OFICINA EJECUTIVA DE LA PRESIDENCIA


DE LA REPÚBLICA

Se crea la Oficina Ejecutiva de la Presidencia de la República, la cual tendrá a su


cargo el desempeño de las atribuciones señaladas en el acuerdo publicado en el
Diario Oficial de la Federación de fecha 4 de diciembre del 2000.

La Oficina Ejecutiva de la Presidencia de la República contará con las unidades


administrativas siguientes:

Jefe de Oficina de Planeación Estratégica y Desarrollo Regional;


Jefe de Oficina de Políticas Públicas;
Jefe de Oficina para la Innovación Gubernamental;
Comisionado de Orden y Respeto;
Comisionado para el Crecimiento con Calidad;
Comisionado para el Desarrollo Social;
Oficina de Representación para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas;
Oficina de Representación para la Promoción e Integración Social para Personas
con Discapacidad;
Oficina de Representación para Mexicanos en el Exterior y México-Americanos;
Dirección General de Administración, y Secretario Técnico

Al frente de cada una de las unidades administrativas de la Oficina Ejecutiva habrá


un titular que será nombrado y removido libremente por el Presidente de los Estados
Unidos Mexicanos.

Las unidades administrativas de la Oficina Ejecutiva de la Presidencia de la


República tendrán las funciones de planeación, coordinación, apoyo y promoción
que directamente les encomiende el Presidente de los Estados Unidos Mexicanos.

CREDITOS: DR. ARTURO MATTIELLO CANALES.


RECTOR DE LA UNIVERSIDAD DE LAS NACIONES.
COORDINADOR GENERAL.

MTRO. RENE BARRADAS MENDOZA Y MTRO. JEREMÍAS ZUÑIGA MEZANO.


COORDINACIÓN.

MATERIAL REPRODUCIDO CON FINES DIDACTICOS.

69
DICCIONARIO
JURÍDICO
SELECCIONADO
UUN
ABANDERAMIENTO

I. Autorización que concede el Estado para enarbolar el pabellón


nacional a través de una declaración del capitán de puerto o del
cónsul mexicano, de que un buque es de nacionalidad mexicana,
seguida de una ceremonia en la cual el capitán de puerto o el
cónsul izan la bandera nacional, levantando un acta que
suscriben las personas que asistieron al acto.
En el libro segundo de la «LNCM» , c. V, denominado: 'De la
matrícula y abanderamiento', no se define, ni se desarrolla lo que
es el acto de abanderamiento y sólo dispone que la matrícula es
previa al abanderamiento.
La nacionalidad del buque, conforme a la «LNCM» , se
comprueba con la suprema patente de navegación o el certificado
de matrícula, según el caso. Para este particular hay que tener en
cuenta que el signo exterior de la nacionalidad de un buque es su
bandera.
En la LVGC, en su libro III, capítulo XIII 'De la matrícula y
abanderamiento', tampoco se estableció una definición del acto
de abanderamiento de un buque mexicano. Es en el Reglamento
de abanderamiento y matrícula de los buques mercantes
nacionales, publicado en el «DO» del 2 de agosto de 1946, donde
se describe el acto de abanderamiento y la ceremonia que se
efectúa a bordo del buque para izar la bandera nacional.
En la Ley sobre las características y el uso del Escudo, la
Bandera y el Himno Nacionales, publicada en el «DO» del 17 de
agosto de 1968, se dispone que el uso de la bandera en las
embarcaciones nacionales, se hará conforme a las leyes y
reglamentos aplicables.

II. El propietario o naviero deben solicitar la matrícula y el


abanderamiento de una embarcación. En el Reglamento de
abanderamiento y matrícula de los buques mercantes nacionales,
se establece que las solicitudes de matrícula comprenden aun
cuando no lo expresen, el abanderamiento de la embarcación.
El abanderamiento se hace de oficio en el caso de buques
incautados o expropiados por las autoridades mexicanas, los
capturados al enemigo considerados como buena presa y los que
sean propiedad del Estado.
El abanderamiento puede ser provisional o definitivo. El
abanderamiento es provisional en el caso de buques adquiridos
en el extranjero, los que para el viaje a un puerto mexicano,
requieren la expedición de un pasavante por el cónsul, el cual
para ese efecto abandera el buque.
En el caso de buques que se adquieren en el extranjero por
mexicanos, para efectos de su abanderamiento se requiere la
opinión previa de la Secretaría de Marina, ahora de la Secretaría
de Comunicaciones y Transportes, sobre que la embarcación
reúne las condiciones necesarias para garantizar su seguridad y
correcta operación, así como que los astilleros mexicanos no
tienen la capacidad para construir embarcaciones con las
características adecuadas para el tráfico a que se destinaría la
embarcación.

III. En la Convención de Alta Mar, ratificada por México, «DO»,


diciembre 27, 1965, se establece que los buques tienen la
nacionalidad cuya bandera estén autorizados para enarbolar y
que cada Estado establecerá los requisitos para que puedan ser
inscritos en sus registros y derecho a enarbolar su bandera. Cada
Estado expedirá los documentos procedentes.
El abanderamiento es definitivo cuando lo hace el capitán del
puerto de matrícula de la embarcación.
El abanderamiento se pierde por dimisión de la bandera la que
requiere autorización del Ejecutivo.

ABANDONO DE BIENES

I. El abandono es la renuncia sin beneficio determinado con


pérdida del dominio o posesión sobre cosas que recobran su
condición de bienes nullíus o adquieren la de mostrencos.
La definición del abandono de bienes presenta en la literatura
jurídica civil, serias dificultades, fundamentalmente por lo que
respecta a ciertas hipótesis, «vgr.» «aa.» 961 y 962 «CC» o bien «a.»
15 «LRPC».
Varias son las definiciones que se han intentado respecto del
abandono de bienes. Así podemos decir que abandono es la
pérdida del derecho de propiedad sobre una cosa, mediante la
desposesión de la misma, que ha de realizarse con la intención de
dejar de ser propietario; o bien como un acto de ejercicio de la
facultad dispositiva de la cosa.
Se ha distinguido entre el abandono y la renuncia. El abandono
se entiende como una extinción del derecho de propiedad si
recae sobre una cosa en su totalidad; es una renuncia tácita a
diferencia de la renuncia que implica una extinción de la cuota
de uno de los cotitulares de la propiedad de una cosa o de un
patrimonio.

II. El abandono se entiende como un acto unilateral, ya que no


interviene ningún otro sujeto: su efecto principal no es el de
transmitir la propiedad, sino el de extinguir la propiedad, es
decir hacerlo res nullíus. Y es tácito, ya que en otra forma seria
una renuncia.
ABANDONO DE FUNCIONES PÚBLICAS

I. El abandono de funciones públicas constituía, hasta antes


de las reformas al «tít.» décimo del «CP» para el Distrito
Federal en materia de fuero común y para toda la
República en materia de fuero federal de 5 de enero de
1983, un delito de carácter especial y del orden común, o
de carácter exclusivo porque sólo podía ser cometido por
determinada categoría de personas y se aplicaba a la
conducta de un funcionario o empleado público que no
atiende, descuida o deja el desempeño de la función o
cargo que el Estado le ha encomendado, ya por elección
popular, ya por nombramiento, y para cumplir con
atribuciones o facultades que a dichos funcionarios o
empleados les corresponde conforme a la ley. En México,
al calificarse tal conducta como delictiva, se buscaba
proteger al bien jurídico de garantizar a la sociedad que las
funciones y responsabilidades encomendadas a los
funcionarios y empleados del Estado no atentarán contra
los derechos de los individuos que la conforman, así como
también asegurar que los servicios públicos se prestaren
ininterrumpidamente.
La descalificación penal de la conducta que tipificaba en
la «fr.» V del «a.» 212 del «CP», el delito de abandono de
funciones públicas es consecuencia de las transformaciones
que se realizaron en el régimen jurídico administrativo de
las responsabilidades de los funcionarios y empleados
públicos, a raíz de las reformas a los «aa.» 108, 109, 110 y
111 constitucionales, publicadas en el «DO» de la
Federación del 28 de diciembre de 1982.
La exposición de motivos de la iniciativa del decreto de
reformas y adiciones al «CP», en lo que se refiere al
abandono de funciones, argumenta que se propuso
eliminar la responsabilidad penal de conductas, cuya
peligrosidad no amerita sancionarse penalmente y frente a
las cuales la sanción administrativas es más adecuada, pues
se consideró irrazonable que la hipótesis del «a.» 212 de
aquel Código, enunciadas bajo el c. I intitulado 'Ejercicio
indebido o abandono de funciones públicas' que se refería
a acciones u omisiones en el servicio público, continuará
dando lugar a sanciones de índole penal.

II. En el campo del derecho administrativo, la circunstancia


de que el abandono de funciones deje de ser un delito,
viene a reforzar la postura de considerar como causa de
responsabilidad administrativa la actitud del funcionario o
empleado público que sin haber renunciado o sin
habérsele aceptado ésta, con respecto a una comisión,
cargo o empleo, o bien antes de que se presente quien
haya de reemplazarlo, lo abandone sin causa justificada.
Siguiendo a Marienhoff la conducta del funcionario o
empleado en tal sentido daría lugar a la responsabilidad
administrativa por la comisión de una falta en el
desempeño del servicio, transgrediendo reglas propias de
la función pública y haciéndose por tanto acreedor a
sanciones disciplinarias. La nueva Ley Federal de
Responsabilidades de los Servidores Públicos publicada en
el «DO» de la Federación de 31 de diciembre de 1982, en
la «fr.» IX del «a.» 47 opta por invocar a los servidores
públicos los valores que deben salvaguardarse en el
desempeño del empleo, tales como la legalidad, honradez,
lealtad, imparcialidad y eficiencia. Frente a este marco
referencial, a su vez establece un conjunto de obligaciones
que los mismos deben observar, y entre las que destaca,
abstenerse de haber cesado, por cualquier causa ajena a la
conclusión del periodo para el que hubiese sido designado,
el ejercicio de sus funciones.
En cuanto a la opción de definir la responsabilidad
administrativa a partir del cumplimiento de las
obligaciones inherentes al desempeño de la función
pública, conviene mencionar que André de Laubadere,
señala en el derecho administrativo francés que el
funcionario tiene el deber de consagrar su actividad
profesional a su función, de donde se desprenden
prohibiciones y deberes que atañen a una conducta del
funcionario público que actúe en interés exclusivo del
servicio o de las funciones que desempeña, excluyendo
cualquier actitud que comprometa su independencia con
respecto a los intereses de los particulares con quienes se
encuentre relacionado por razón de sus funciones,
igualmente conciernen dichos deberes a la obligación de
guardar discreción y reserva sobre aquellos hechos e
informaciones de que conocen con motivo del ejercicio de
su encargo, la obligación de obediencia con respecto al
superior jerárquico y las responsabilidades de índole
patrimonial que pueden surgir del incumplimiento de los
deberes propios de la función pública.
En el derecho mexicano, Gabino Fraga sostiene que la
falta de cumplimiento en los deberes que impone la
función pública da nacimiento a la responsabilidad del
autor, responsabilidad que puede ser de orden civil, de
orden penal o de orden administrativo. Cualquier falta
cometida por el empleado en el desempeño de sus
funciones lo hace responsable administrativamente. Esa
responsabilidad no trasciende fuera de la administración; la
falta que la origina se denomina falta disciplinaria; la
sanción que amerita es también una pena disciplinaria y la
autoridad que la impone es la jerárquica superior al
empleado que ha cometido la falta.
La «LFRSP» contempla en el c. II del «tít.» tercero las
sanciones por falta administrativa, las cuales en los
términos del «a.» 53, pueden consistir en apercibimiento
privado o público; suspensión; destitución del puesto;
sanción económica e inhabilitación temporal para
desempeñar empleos, cargos o comisiones en el servicio
público. Estas sanciones cuentan en el «a.» 54 con criterios
que orientan su aplicación y que se refieren a la gravedad
de la responsabilidad, las circunstancias socioeconómicas
del servidor público, el nivel jerárquico, los antecedentes y
condiciones del infractor, su antigüedad, la reincidencia y
el monto del beneficio, daño o perjuicio económico
derivado del incumplimiento de las obligaciones.

ABANDONO DE MERCANCIAS

I. Es una de las formas de extinguir la relación jurídica


aduanera. El abandono puede ser tácito o expreso, la primera
hipótesis consiste en que las mercancías pasan a propiedad del
fisco federal una vez que ha transcurrido el plazo de depósito
legalmente establecido, y no haber sido destinadas a régimen
aduanero alguno y la segunda, en la manifestación de voluntad
expresada por escrito del importador o exportador, cediendo las
mercancías al fisco («a.» 19 de la Ley Aduanera).

II. Las mercancías que son importadas o exportadas de nuestro


país, llegan a recintos fiscales o fiscalizados y permanecen en
depósito durante cierto tiempo. En el campo del derecho
aduanero existe la figura del libre almacenaje o depósito, que se
presenta en casi todas las legislaciones del mundo, con base en
ella las administraciones de aduanas no cobran derechos de
almacenaje por el depósito de mercancías, durante un tiempo
prefijado, lo que se justifica en función de que las autoridades
necesitan de cierto tiempo para realizar una serie de trámites
como reconocer la mercancía, determinar los impuestos,
establecer en su caso, las restricciones a que la operación está
sujeta, etc.

Lo anterior no puede llevarse a cabo en el acto mismo en que


las mercancías quedan bajo la jurisdicción de la autoridad
aduanera, nace así una necesidad de almacenar las mercancías.
El «a.» 41 de la Ley Federal de Derechos para el Ejercicio
Fiscal de 1986, establece los plazos de libre almacenaje, a
manera de ejemplo se puede señalar que el lapso de almacenaje
general es de 'diez días de aquel en que queden en depósito ante
la aduana', si la mercancía objeto de un régimen aduanero
permanece en el almacén por más tiempo, se presume que ello
obedece a que el consignatario o el remitente de las mercancías
no ha activado a la administración de aduanas en forma
eficiente para lograr desaduanar las mercancías, así la necesidad
de la aduana se convierte en una prestación de servicios al
particular y entonces se deben pagar las cuotas que por derecho
de almacenaje fijan los «aa.» 42 y 43 de la ley antes señalada.

De lo anterior se puede concebir que en la medida en que la


administración aduanera pueda agilizar el trámite de los
diferentes regímenes, el tiempo de libre almacenaje se reducirá.

Sin embargo hay ocasiones en que los importadores y


exportadores no realizan los trámites necesarios para que las
mercancías sean despachadas, y entonces el almacenaje se
transforma en una carga para la administración aduanera, la que
no puede permitir que las mercancías permanezcan
indefinidamente en los almacenes, que además entorpecerían las
maniobras de la aduana y en un momento dado serían
insuficientes y la aduana se encontraría incapacitada para recibir
mercancía. Por lo que existe también un plazo establecido en la
ley para que las mercancías deban ser retiradas del almacén
respectivo o de otra manera causan abandono y pasan a
propiedad del fisco federal.

Los plazos máximos de almacenaje, son los siguientes:

1. En importaciones, dos meses, con excepción del tráfico


aéreo en que será de un mes.

2. En exportación, tres meses.

3. En tráfico de cabotaje, dos meses.

4. En exportaciones por vía postal, que hayan sido retornadas


al país, un mes a partir de la fecha en que se le notifique este
hecho.

5. Las de naturaleza explosiva, inflamable, contaminante,


radiactiva o corrosiva, quince días.

6. En caso de haber sido secuestradas por las autoridades


aduaneras con motivo de un procedimiento administrativo o
proceso judicial o que hayan sido vendidas o rematadas, dos
meses contados a partir de la fecha en que queden a disposición
de los interesados.

7. Las que no se reclamen por quienes tengan derecho para


ello, en un mes a partir de la fecha en que se realizó la
notificación por lista.
Los plazos de los numerales 1, 2, 3 y 5 se computan a partir de
la fecha en que ingresen al almacén.

Los «aa.» 22 y 24 de la Ley Aduanera, tratan otros casos


específicos de abandono de mercancías:

-Las que pertenezcan a embajadas y consulados extranjeros,


organismos internacionales a los que nuestro país pertenezca,
así como los equipajes y menajes de casa de los funcionarios
que trabajen en todos ellos, el plazo establecido en el numeral
19 de la ley de la materia se computará, tres meses después de
que hayan ingresado a depósito.

-Las de fácil descomposición, perecederas o animales vivos,


serán vendidas por las autoridades de aduanas dentro de los diez
días siguientes al que queden en depósito.

Un caso especial, es el que regula el «a.» 20 de la Ley


Aduanera, que se refiere al equipo especial para maniobras de
carga y descarga que utilizan las embarcaciones y que dejan en
tierra, caso en el cual causarán abandono tres meses después de
la fecha en que la embarcación abandonó puerto. En este
periodo la mercancía no pagará derechos de almacenaje.

Transcurridos los plazos de abandono las autoridades


aduaneras notificarán al interesado que tiene quince días para
retirar las mercancías del depósito previa comprobación, en su
caso, del cumplimiento de restricciones o requisitos especiales y
haber pagado los créditos fiscales respectivos. Si el interesado
no cumple con lo anterior, las mercancías pasarán a poder del
fisco.

Los plazos señalados se interrumpen si se dan las hipótesis


previstas por el «a.» 23 de la Ley Aduanera:

-Por la interposición de un recurso o de la demanda en la vía


jurisdiccional.
-Por consulta que hagan las autoridades aduaneras a otras
autoridades, y de la que se derive la entrega de la mercancía.

-Por extravío de la mercancía, que se encuentre en depósito en


la aduana.

-Por la práctica de un nuevo reconocimiento ordenado por las


autoridades aduaneras.

También existe excepción en el abandono de mercancías,


cuando éstas pertenezcan a la administración pública federal
centralizada, al Poder Judicial o al Legislativo Federal.
ABANDONO DE PERSONAS

I. Abandono es dejar a la persona en situación de desamparo


material con peligro para su seguridad física. En el vocablo se
comprende el desamparo de los que por algún motivo deben ser
protegidos por quienes tienen el deber u obligación de ello.

El abandono de personas afecta la seguridad física de la


persona humana, la que se pone en peligro, no sólo por actos
dirigidos a ello como el homicidio y las lesiones, sino por el
abandono material de quien no se encuentra en condiciones de
proveer a su cuidado; su punición depende de la exposición al
peligro y del incumplimiento del deber y obligación de no
abandonar al incapaz. Los elementos de esta conducta son el
abandono; que ésta recaiga sobre una persona que no puede
proveer a su propio cuidado material y que quien lo lleve a cabo
sea una persona obligada a proporcionárselo.

II. Este vocablo origina los siguientes supuestos: a) de niños; b)


de menores; c) de personas mayores incapaces; d) de un
cónyuge por otro y el e) del hogar.

Con el nombre genérico de abandono de personas, el c. VII,


del «tít.» XIX del «CP» regula varios tipos penales, cuyas
características son diversas, pero que tienen en común el poner
en peligro la seguridad física de las personas. En todos ellos se
describen conductas que dan lugar a un estado de peligro para la
vida y para la incolumidad de las personas, como las lesiones o
la muerte a virtud del abandono. Las figuras jurídicas que se
desprenden del c. y «tít.» citados son las siguientes: a)
abandono de niños y enfermos («a.» 335); b) abandono de
hogar («a.» 336); c) omisión de auxilio («a.» 340); d) abandono
de atropellados («a.» 341) y e) exposición de niños («a.» 342).
Al estimar que la seguridad de la persona, en su aspecto físico
se coloca en situación de peligro al realizarse las conductas
descritas en los artículos 336, 340 y 341, se justifica su
inclusión en los títulos contra la persona como en los códigos
argentino y brasileño o contra la seguridad de la persona
(código español de 1870) o contra la personalidad física según
el código uruguayo.

El abandono de personas ha sido contemplado como antes se


dijo, por diversas legislaciones en el ámbito nacional o
internacional; sin embargo, su terminología ha variado,
denominándosele 'omisión de socorro', 'omisión de auxilio',
'indolencia culpable' y 'omisión de asistencia a personas en
peligro'.

La 'omisión de socorro' 'o de auxilio', al decir de Porte Petit


equivale al hecho de no dar aviso inmediato a la autoridad
respecto a una persona que se encuentre o está en presencia de
la misma y amenazado de un peligro en sus bienes personales.

El «a.» 340 del «CP» establece, que al que encuentre


abandonado en cualquier sitio a un menor incapaz de cuidarse a
sí mismo o a una persona herida, inválida o amenazada de un
peligro cualquiera, se le aplicarán de uno a dos meses de prisión
o multa de diez a cincuenta pesos, si no diera aviso inmediato a
la autoridad u omitiera prestarle el auxilio necesario, cuando
pudiere hacerlo sin riesgo personal.

La mayoría de los códigos penales de los estados de la


República Mexicana siguen la misma orientación.
Desde luego, como presupuesto del ilícito que se refiere,
encuéntranse un estado de abandono y la existencia de un
peligro que amenace a la propia persona, sea por su incapacidad
a consecuencia de su minoría de edad, por tratarse de una
persona herida o por ser inválida.

En la misma omisión de socorro, encontramos como una


hipótesis el abandono de atropellados, que presupone
lógicamente un atropellamiento, que éste derive de una
conducta culposa o accidental y que quienes lo ejecuten sean los
sujetos a que alude el «a.» 341 del propio «CP», que se refiere
al automovilista, motociclista o conductor de un vehículo
cualquiera, ciclista o jinete.

La omisión de cuidado de incapaces de proveerse a sí mismos


que se identifican dentro del concepto abandono, por aquello de
que se prive a los pasivos de los cuidados que se les deben
satisfacer, tienen su regulación en el «a.» 335 del multicitado
«CP», ya que determina que el que abandone a un niño incapaz
de cuidarse a sí mismo o a una persona enferma, teniendo
obligación de cuidarlo se le aplicarán de un mes a cuatro años
de prisión, si no resultare daño alguno, privándolo, además, de
la patria potestad o de la tutela, si el responsable fuere
ascendiente o tutor del ofendido.

Por último, y dentro de la misma expresión que se ha


manejado sobre el abandono de personas, presentarse el
cumplimiento de la obligación de proveer los recursos para la
subsistencia familiar que implica no proporcionar los recursos
indispensables para la subsistencia familiar cuando se tiene
obligación de ello o el deber jurídico en el mismo sentido.

Así vemos, que el «a.» 336 del «CP» establece que al que sin
motivo justificado abandone a sus hijos o a su cónyuge, sin
recursos para atender a sus necesidades de subsistencia, se le
aplicarán de un mes a cinco años de prisión, privación de los
derechos de familia, y pago, como reparación del daño, de las
cantidades no suministradas oportunamente por el responsable.

La doctrina coincide en que el bien jurídico que se protege con


la penalización del abandono de personas, es la estabilidad
familiar, la cual es el principio de la vida civil.

Con respecto al abandono de niños, cabe observar, que frente a


lo que resulta obvio, el hombre en los primeros años de su vida,
requiere de cuidados que garanticen su seguridad, al no poder
hacerlo por sí mismo por lo que la ley sanciona el abandono de
los deberes de vigilancia y asistencia que incumben a los
encargados legalmente de ello. La impiedad del abandono
deriva de la falta de cuidado, que lesiona la seguridad personal.

En la reforma de 1984 (DO de 13-I-84), .se ha agregado un


«a.» 336 bis relativo a quien intencionalmente se coloque en
estado de insolvencia, con objeto de eludir el cumplimiento de
las obligaciones alimentarias que la ley determina. La pena es
prisión de seis meses a tres años, y el juez debe resolver la
aplicación del producto del trabajo que realice el agente a la
satisfacción de las obligaciones alimentarias de éste.

ABANDONO DE TRABAJO

I. Hecho en virtud del cual el trabajador decide dejar de prestar


en forma definitiva los servicios que tenía contratados.

Por su expresión y por sus efectos, deben distinguirse dos


formas de abandono de trabajo. En la primera el trabajador
avisa previamente al empresario y no se derivan otras
consecuencias que no sean las propias del desarrollo normal de
la relación laboral; en la segunda no media aviso previo y se
incumple realmente con la obligación de prestar los servicios,
caso en el cual podría exigirse al trabajador el resarcimiento de
daños y perjuicios. La doctrina coincide en que en esta última
circunstancia nunca se ejercita la acción resarcitoria.

II. El abandono de trabajo, frase equívoca y por lo mismo muy


polémica, es una posibilidad siempre presente, en función de la
libertad de trabajo, comercio o industria admitida y garantizada
en todas las cartas constitucionales modernas («a.» 5 de la C.).
La decisión del trabajador, unilateral y voluntaria, puede
proceder de motivos estrictamente personales; o bien ser debida
a causas que provengan exclusivamente del otro sujeto de la
relación laboral. Las locuciones abandono de trabajo y
abandono de empleo son equiparables; implican la resolución
de dejar la empresa o establecimiento donde se prestan y tienen
contratados los servicios. Pero ambas difieren de las
expresiones abandono de labores y suspención de labores, que
entrañan la paralización de las actividades durante el resto de la
jornada, o sólo en parte de ella, una vez que han sido iniciadas;
con la particularidad de que no es necesario que el operador -si
así lo decide- se aparte de su área habitual de trabajo, puesto
que la interrupción puede traducirse en un acto de solidaridad
obrera, en un mecanismo de presión hacia el empresario o ser
producto de la fatiga, entre otras causas.

III. Por sus efectos en cuanto al vínculo laboral, es necesario


establecer una clara diferenciación entre el abandono de trabajo
y el abandono de labores (v. «a.» 46, «fr.» I. «LFTSE»).
Mientras que en el primer supuesto generalmente se encuentra
implícita una manifestación de voluntad para dar por concluida
la relación obrero-patronal y se acumula la cantidad de faltas de
asistencia que configuran la causal de rescisión o el trabajador
se aparta definitivamente del centro de trabajo por causas
imputables al empleador, en el segundo simplemente se
desatienden, descuidan, disminuyen en cantidad, calidad e
intensidad o se detienen las actividades ya iniciadas. En este
último caso, aunque el patrón puede rescindir el contrato de
trabajo fundando su decisión en una falta de probidad u
honradez, puede también descontar del salario sólo la parte
proporcional al tiempo no laborado en la jornada respectiva.

IV. La «LFT» no regula el abandono de trabajo, precisamente


con esa denominación, como motivo de rescisión, pero es
incuestionable que al producirse las faltas de asistencia a que
hace referencia la «fr.» X del «a.» 47, sin permiso del patrón o
sin causa justificada, se actualiza la que podríamos llamar
causal de abandono de trabajo, en virtud de que al no
presentarse en la empresa o establecimiento el trabajador se
presume su intención de no seguir prestando servicios. Por otra
parte, el trabajador puede abandonar el trabajo y rescindir el
contrato individual sin responsabilidad para él, de realizarse las
hipótesis previstas en las nueve «frs.» del «a.» 51.
Es importante hacer notar la previsión del «a.» 250 de la
«LFT», relativa a que no se configura la causal de rescisión
cuando los trabajadores ferrocarrileros, por fuerza mayor
plenamente comprobada, abandonen sus puestos. Nótese que no
se habla de abandono de trabajo o de empleo; realmente se trata
de un abandono de labores.

V. La «LFTSE» contempla desde luego la causal de rescisión


por falta de asistencia injustificada; pero además, en la «fr.»
primera del «a.» 46, incluye específicamente a la figura
abandono de empleo, como una de las razones para que el
nombramiento o designación de los trabajadores al servicio del
Estado deje de surtir efectos, sin responsabilidad para los
titulares de las dependencias.
La huelga no constituye un abandono de trabajo ni individual
ni colectivo: sólo es causa legal de suspensión de los efectos de
las relaciones de trabajo por todo el tiempo que dure («a.» 447,
LFT).

Los llamados 'permisos económicos' requieren de la


autorización del patrón para su disfrute; no basta con la simple
interposición de la solicitud, aunque se tenga derecho a un
determinado número de días de descanso. Si el trabajador no
espera la aprobación por parte del empleador, corre el riesgo de
que se integre la causal de faltas de asistencia injustificadas,
equiparable el abandono de trabajo o de empleo. Puede
constituir abandono de trabajo el no presentarse a reanudar las
labores cuando haya expirado una licencia.

Existe una gran cercanía entre las locuciones y vocablos


abandono de trabajo, ausentismo, contrato de trabajo, despido,
estabilidad en el empleo, relación de trabajo y rescisión, en
virtud de que se exige una causa razonable y suficiente para la
disolución del vínculo obrero-patronal.

ABERRATIO
I. La expresión aberratio en derecho penal alude a ciertas
formas de error no esencial que, a diferencia del error esencial,
conforme a la doctrina penal más sostenida, no elimina la
existencia del delito.

II. Como señala Antolisei (Manuale, p. 338), la figura de la


aberratio, se distingue del error, en tanto que este último, en
estricto sentido, se plantea como un error en el proceso de
formación de la voluntad del sujeto, y la aberratio, en cambio,
se plantea como un error en el proceso de ejecución del acto
criminoso. De esta manera no es el mismo caso el que se
presenta entre quien deseando matar a un sujeto 'B' y creyendo
que lo tiene en la mira, hace el disparo ocasionando
efectivamente la muerte de aquel en contra de quien disparó,
para percatarse, después, de su equivocación, al no tratarse de la
persona que él creía; esta situación no es la misma que la que se
presenta en el caso de quien hace un disparo en contra de su
víctima 'B' pero en lugar de herirla, lesiona a 'C', sea por su
mala puntería, sea porque el movimiento de la potencial víctima
o de un tercero que se interpone en el trayecto, que hace variar
el curso causal normal de los hechos.

En relación con esta figura la doctrina no se manifiesta


unánime, y mientras que para algunos autores, como ya
apuntaba Carrara, se está en el caso de un sujeto que tenía la
intención de cometer un delito y aun cuando equivoca el golpe,
sigue sin embargo en la intención de haber cometido un delito.
Para otros autores, en cambio, la figura de la aberratio, plantea
en sentido estricto una doble situación jurídica, contemplada
por una parte en la tentativa de delito frustrado, respecto al
delito intentado y por otra parte, por la comisión de un delito
culposo, respecto del efectivamente causado y no querido, los
cuales, sin embargo, a la luz de la ley son frecuentemente
observados como la realización de sólo delito, el equivalente, y
sólo ocasionalmente son hechas consideraciones acerca de las
circunstancias, lo que a su vez ha dado origen a que sea también
la jurisprudencia la que con frecuencia ha tenido que interpretar
lo necesario.

La teoría del error en derecho penal tradicionalmente se refiere


al error esencial y al error accidental. El primero incide sobre
alguno de los elementos del núcleo del tipo y tiene como
consecuencia la eliminación de la culpabilidad; el segundo
afecta sólo a aspectos que no inciden en el núcleo y por lo
mismo, no eliminan la existencia del delito, ni el reproche por la
culpabilidad, pero sí pueden afectar el grado de reproche. Como
modalidad del error no esencial, se contemplan los casos de la
aberratio, a que se ha hecho mención.

El error, por otra parte es contemplado como error sobre el


derecho, y el error sobre el hecho en la orientación clásica
causalista, y la orientación finalista se ocupa del error de tipo y
del error de prohibición. El error de tipo es aquel que recae
sobre alguno de los elementos del tipo, y el de prohibición el
que incide sobre el conocimiento de la antijuridicidad del
hecho.

El error de hecho recae sobre alguno de los elementos


requeridos para la existencia del delito y puede ser esencial o
accidental, según que su presencia elimine la existencia del
delito y modifique la naturaleza del tipo delictivo, que en
síntesis también supone inexistencia del tipo de origen, como es
el caso del individuo que se apropia de un bien ajeno, en la
creencia de que se trata de un bien propio. Y es accidental,
cuando recae sobre alguna de las circunstancias que no alteran
la existencia del delito mismo.

III. Por aberratio ictus se entiende el caso en que el acto aparece


dirigido en contra de un determinado objeto, pero produce su
eficacia no sobre éste sino sobre otro equivalente (Mezger).

La aberratio se plantea como aberratio ictus, cuando el


resultado es producido por un error en el golpe; es el caso del
homicidio del sujeto 'B' en lugar del sujeto 'A', por haberse éste
interpuesto en el momento del disparo. Se habla de aberratio
delisti, cuando por consecuencia del error en la ejecución se
causa un delito diverso del pretendido.
IV. La ley mexicana se ocupa del error en el «a.» 90 del «CP»,
básicamente en la «fr.» V, planteando en estos casos una
presunción de ser delito intencional aun cuando se pruebe que
erró sobre la persona o cosa en que se quiso cometer el delito,
de donde el legislador ha intentado que en tales casos,
presumiendo e integrándose la figura de la aberratio, estima que
deberá aplicarse la penalidad del delito equivalente. Algunos
autores establecen la diferencia entre la aberratio ictus y la
aberratio in personam entendiendo por la primera el error en el
golpe, sea por mala puntería o por la interrupción del curso
causal normal, del error en la persona derivado de la confusión
en el autor al cometer el delito, quien no yerra en la ejecución,
pero sí en el proceso de formación de su voluntad, al equivocar
a un tercero con la víctima originalmente deseada.

Jurisprudencia. Sobre este punto la «SCJ» ha establecido en la


tesis núm. 198 jurisprudencia firme: 'Error en el golpe'. 'La
presunción de intencionalidad establecida en la ley, no se
destruye por error en el golpe, que recae en persona u objeto
distinto al que estaba dirigido'. (Apéndice al «SJF» de 1917 a
1965, 2a parte, p. 263). También en tesis aislada ha sostenido el
mismo criterio, como puede apreciarse en la p. 75 del t. LXVI
del «SJF», en donde se sostiene que: 'Los elementos del
homicidio intencional simple, se surten atento lo dispuesto en la
fracción V del artículo 9 del Código Penal, si se demuestra que
el reo tuvo la intención de causar y causó un daño igual al que
resultó, sólo que errando sobre la persona a quien quería
ofender, pues el hecho de error sobre la persona, no destruye la
intención delictuosa, ni puede considerarse que se trata de un
delito cometido por imprudencia.'

El mismo criterio se sostiene en los tribunales comunes, así


encontramos la siguiente tesis en la p. 275, t VI de los Anales
de Jurisprudencia: 'Cuando el sujeto activo con dolo
determinado de lesionar a una persona y sin confundir a ésta
dirige contra ella la acción criminal, por ejemplo, el disparo, y
por equivocación en el golpe, mala puntería, lesiona a persona
diversa de la que se proponía ofender, es responsable
intencionalmente del acto cometido, porque aparte de las reglas
de intencionalidad previstas en el artículo 9 del Código Penal,
se integran las constitutivas del delito de lesiones intencionales,
a saber: una alteración en la salud resultado de causas externas
imputables al agente, importando poco para la integración del
delito que haya resultado víctima persona distinta a la del
propósito.'

ABOGACÍA
I. Profesión y actividad del abogado (advocatus, de ad: a y
vocare: llamar o sea abogar), quien al ejercerla debe actuar en
favor de los intereses que tiene confiados; de las más nobles por
su importancia para lograr la paz y el bienestar social.

Durante la época prehispánica, manifiesta Clavijero (1731-


1787) que: en los juicios de los mexicanos las mismas partes
hacían su causa sin intervención de abogados relatores, sin
embargo, Fr. Bernardino de Sahagún (1499?-1590) en el Códice
Florentino que concluyó en 1579, Libro Décimo, Capítulo de
los Hechiceros y Trampistas, relata pormenorizadamente la
actividad del Procurador, típica del ejercicio profesional y la
versión original dise: Tepantlato, cuya traducción según la
gramática del idioma náhuatl de Fr. Alonso de Molina (1514?-
1585), significa intercesor o abogado, tepan: sobre alguno (s) -
por otro-y tlatoa: hablar, tlatoa tepanni: abogar o rogar por otro,
además de las representaciones gráficas ad hoc que contiene al
respecto y son muy ilustrativas; si bien es cierto que la
organización judicial de los aztecas fue sencilla, también es
verdad que se necesitaban ya conocimientos y procedimientos
tales que requerían del abogado, figura claramente corporizada
en el Tepantlato.

II. Al inicio del Virreinato de Nueva España, expresa don


Antonio Pérez Verdía Fernández, sin duda los primeros
abogados que ejercieron en México y en la más elevada forma
su augusto ministerio, fueron quienes no tenían título
profesional, los apostólicos frailes entre los cuales descollaron
Fr. Toribio de Benavente alias Motolinía y el Padre Las Casas,
no combatieron en el foro, fueron más allá, hasta la Majestad
del César y de esas quejas hay que suponer un origen especial
en las admirables Leyes de Indias: la abogacía fue entonces
ejercida por los españoles que de la Metrópoli venían, aunque
años después, se permitió profesarla a los criollos descendientes
de españoles.

La Real y Pontificia Universidad de México instalada


solemnemente el 25 de enero de 1533, inauguró sus cursos el 3
de junio siguiente y dos días después don Pedro Morones
pronunció la primera lección jurídica en América (Prima de
Cánones), fecha cuyo aniversario recuerda la Facultad de
Derecho de la UNAM, e igualmente, en la Ciudad de México,
poco después, el 12 de julio del mismo año, el Sr. Lic. don
Bartolomé Frías y Albornoz impartió la primera cátedra de
Derecho en América (Prima de Leyes), fecha en que celebra su
aniversario la Institución Día del Abogado, fundada en 1960 por
el Periódico Diario de México.

En la Universidad se hacían impresionantes exámenes de


licenciatura y doctorado, ante cinco sinodales, se les llamaba la
noche triste y duraba dos horas de ampolleta (reloj de arena),
éste y otro examen nombrado de academia, fueron prohibidos
por Circular del Ministerio de Justicia del 16 de diciembre de
1876, probablemente por los vejámenes que llevaban
aparejados. La carrera de Leyes se alargaba, pues comprendía
cinco cursos en cinco años, de Prima y Vísperas de Derecho y
dos cursos más, en otro año, de Instituta, que era la
Jurisprudencia Civil, o sexta columna de la Universidad, pues
las había una para cada Facultad y aquélla servía para hacer
recta justicia y observarla; se les enseñaba a trasegar los
volúmenes: Digesto, Inforciado, Código e Instituta, para los que
hubiesen de llegar como jueces fuesen primero examinados y
juzgados por dignos de ese nombre.

Las Universidades de México (Reales Cédulas de 30 de abril


de 1547 y 21 de septiembre de 1551) y de Guadalajara (1791),
proveyeron de abogados a la Audiencia, el foro, las Alcaldías de
Corte y otros tribunales y ya no solamente lo fueron los muy
magníficos señores venidos de la Metrópoli; la práctica de la
abogacía se hacía ciertamente con austeridad, sin faltar por
supuesto pícaros y enredadores. Indica don José Luis Soberanes
que en la época de la Colonia los abogados formaban parte de la
Real Audiencia y para tener el título no bastaba con ser letrado
o sea egresado de la Universidad, se debía también trabajar
cuatro años en el bufete de un abogado reconocido y pasar otro
examen ante una comisión ad hoc de los Oidores y
posteriormente matricularse en el registro correspondiente. Los
abogados cobraban sus honorarios conforme a un arancel que
aprobaba la Audiencia, misma que residía en el Real Palacio
(actualmente a la que ocupa la Presidencia de la República),
algunos de cuyos locales tenían las dos Salas de Justicia y la del
Crimen, todas tapizadas de damasco carmesí, con dos estrados,
en el superior estaban la mesa y sillones para los magistrados y
en el inferior se sentaban los funcionarios subalternos y los
abogados, todos los letrados vestían traje talar, los magistrados
sus garnachas y los abogados colegiados traían además bolillos.

Desde el inicio de la dominación hispana en América se desató


una fuerte polémica en España contra los abogados y la
abogacía, tanto dentro del propio gremio como fuera de él, y
don Jaime del Arenal Fenochio ilustra cómo trascendió a la
Nueva España el problema, acrecentándose con el tiempo, al
grado que en 1835 don Juan Rodríguez de San Miguel publica
un folleto titulado Vindicación de los que se dedican a la
Abogacía.

Durante el Virreinato continuó la división entre jurisconsultos


y abogados, los primeros estudiaban y desahogaban las
consultas en su biblioteca, los segundos asistían a los tribunales.
Usaban traje negro con calzón corto, la chinela con la hebilla de
oro o plata según la alcurnia y posición económica del sujeto y
por supuesto en el foro la imprescindible toga.

Los principales tribunales en dicha época Colonial y ante los


que litigaban los letrados fueron: La Real Audiencia, una en la
Ciudad de México, establecida en 1527 y otra en Guadalajara,
fundada en 1548 y que tenía apelación en la anterior, sobre la
cual sólo estaba el Consejo Real y Supremo de Indias creado
por Carlos V en 1524: El Tribunal de la Inquisición, integrado
por el Estado y la Iglesia se estableció formalmente en México
hacia 1571, quedando los indígenas fuera de su jurisdicción;
Los Consulados, que fungieron como tribunales mercantiles,
tanto administrativos como judiciales, establecidos en la Cd. de
México (1592), en el Puerto de Veracruz (1795), y en
Guadalajara 1795); El Real Tribunal General de Minería en la
Capital de Nueva España (1776); El Tribunal de la Acordada
(1719), de índole penal, sancionado por la Corte en 1722 y el
Tribunal de Infidencia, creado en las postrimerías de la Colonia;
desde luego había otros inferiores cómo las Alcaldías Menores
y las Mayores, los Corregimientos, etc., y por cuanto a los
fueros o jurisdicciones privativas, existieron la eclesiástica, la
castrense e incluso la de bienes de difuntos, todo lo cual
aumentaba los juicios y complicaba las competencias judiciales.

III. En el México Independiente se ocasionó desde luego un


fuerte cambio, pues el abogado dejó la solemnidad del
profesionista togado para convertirse en el republicano hombre
de Ley; durante la breve aparición del Segundo Imperio,
impuesto por la Intervención Francesa, los letrados no
abandonaron sus sencillas prácticas democráticas ante los
tribunales y oficinas por cuanto al ejercicio profesional, desde el
4 de diciembre de 1824, el Congreso Constituyente
Republicano, declaró que todos los juicios podían litigar en
todos los Tribunales de la Federación, disposición que por
primera vez permitió la libre circulación de abogados, cuyo
ejercicio antes se circunscribía dentro de los límites del Distrito
de la Audiencia donde se examinaba el aspirante a Letrado y
más tarde, el 18 de enero de 1834, Valentín Gómez Farías,
conforme a la Ley de 19 de octubre de 1833, promulgó otra
sobre examen de abogados, que finiquito los dos últimos
obstáculos para el libre ejercicio profesional: la prueba ante los
Tribunales y la incorporación al Colegio de Abogados,
subsistiendo el examen presentado ante el Establecimiento de
Jurisprudencia respectivo.

IV. Durante el siglo XIX y precisamente frente a las más


injustas guerras de ocupación extranjeras, tocó encarar la
situación imperante a dos abogados, don Manuel de la Peña y
Peña (1789-1850), Presidente de la República cuando la
Invasión Norteamericana, del 26 de septiembre al 13 de
noviembre de 1847 y del 8 de enero al 3 de junio de 1848, ya
que era Presidente de la Suprema Corte de Justicia y por las
circunstancias tuvo que encargarse de la Primera Magistratura
del País, e igual aconteció con don Benito Juárez (1806-1872),
quien asumió el Poder Ejecutivo el 19 de enero de 1858 para
afrontar la llamada Guerra de Tres Años -1858 a 1860- durante
la cual promulgó las Leyes de Reforma y a continuación, en
1862, hubo de resistir el ataque del ejército francés y
establecimiento del Segundo Imperio con Maximiliano de
Habsburgo como Emperador, hasta el triunfo de las armas
liberales y Restauración de la República el 15 de julio de 1867.
En el siglo pasado hubo una pléyade de hombres letrados que
con su inteligencia y profesión intervinieron en la vida
sociopolítica de México, influyendo en los acontecimientos
nacionales, baste citar el Congreso Constituyente de 1856-1857
que produjo la Carta Magna del 5 de febrero y la creación del
Juicio de Amparo por don Manuel Crecencio Rejón (1799-
1849) en la Constitución de Yucatán en 1841, perfeccionado
por el propio Rejón ante el Congreso de 1846 en México y
brillantemente expuesto en el Acta de Reformas de 1847 por el
jurista don Mariano Otero (1817-1850).

V. A principios de este siglo y cansado el pueblo del régimen


del general don Porfirio Díaz (1830-1915), se inicia en México
el periodo prerrevolucionario y en el hubo ideólogos como los
hermanos Flores Magón, Ricardo (1873-1922), Jesús (1872-
1930) y Enrique (1877-1954), estos dos últimos abogados, que
expusieron su credo político en el periódico Regeneración,
publicado desde agosto de 1900 y después en el Programa del
Partido Liberal, Saint Louis Missouri, primero de julio de 1906.

Puede afirmarse que la presencia de los abogados en la gesta


revolucionaria, desde el antirreeleccionismo, al inicio de la
lucha armada el 20 de noviembre de 1910 y hasta la muerte de
don Venustiano Carranza (1859-1920), imprimió a la misma el
sentido jurídico-político que necesitaba, siendo su máxima
evidencia y fruto la Constitución del 31 de enero de 1917
promulgada en Querétaro el 5 de febrero siguiente.
Baste decir que desde 1946 a la fecha, los Presidentes de
México han sido licenciados en Derecho, con excepción del
señor don Adolfo Ruiz Cortines (1952-1958), don Miguel
Alemán Valdés: 1946-1952; don Adolfo López Mateos: 1958-
1964; don Gustavo Díaz Ordaz: 1964-1970; don Luis
Echeverría Álvarez: 1970-1976; don José López Portillo y
Pacheco: 1976-1982, y Miguel de la Madrid Hurtado: 1982-
1988.

VI. Actualmente los estudios para la carrera de Derecho se


hacen en diez semesmestres, luego unos meses de servicio
social, la presentación de la tesis respectiva y el correspondiente
examen; maestría y doctorado son ya de posgrado. La práctica
profesional se realiza libremente ante todos los tribunales de la
República, tanto de jurisdicción federal: Suprema Corte de
Justicia, Tribunales Colegiados y Unitarios de Circuito y
Juzgados de Distrito, así como ante el supremo tribunal de
Justicia Militar y sus Juzgados; cuanto local: Tribunales
Superiores de Justicia, Juzgados da Primera Instancia, Menores
y Mixtos de Paz, sin otro requisito que el registro del título de
licenciatura en derecho ante la Dirección de Profesiones
respectiva o los Tribunales correspondientes, según las leyes de
cada Entidad Federativa.

La membresía en los Colegios de Abogados que existen en el


Distrito Federal y en cada uno de los Estados es voluntaria, de
todos el más antiguo es el Ilustre y Nacional Colegio, fundado
en la Capital Mexicana por Real Cédula de Buen Retiro del 21
de junio de 1760.

En la Constitución Política del País, la Profesión de Abogado


aparece mencionada directa o indirectamente en los artículos 5,
20, 73-VI, 95-III, 97, 102 y 121-V; la Ley para el Ejercicio de
las Profesiones en el D. F. (30 XII-1944) y la del Notariado para
el D. F. (30-XII-1979) vigentes, la señalan expresamente.

Como ocurre en todas las ramas del saber humano, el abogado


ha tenido que especializarse en las de la Ciencia del Derecho:
Civil, Penal, Procesal, Mercantil, Administrativo-Fiscal,
Laboral, Internacional-Público y Privado-, Bancario, Marítimo,
Aéreo y las de reciente cuño como el Derecho Protector de los
Bienes Culturales de la Nación, y el del Medio Ambiente-
Ecológico, etc.

El ejercicio de las profesiones jurídicas se realiza tanto en la


Judicatura -Ministros, Magistrados, Jueces, Secretarios,
Actuarios-, como es el Foro -abogados con profesión libre que
representan a sus clientes o bien empleados en el sector
empresarial- y desde luego como Agente del Ministerio Público
o Representante Social en las Procuradurías de Justicia -la
General de la República; la del Distrito Federal y las de cada
uno de los Estados-, así como la General de Justicia Militar o
bien en la Federal del Consumidor y en la Federal de la Defensa
del Trabajo, etc., e igualmente labora como defensor de oficio.

El abogado cubre funciones técnicas en todas las dependencias


gubernamentales e importante es la de Notario, en que actúa
tanto como funcionario público, fedatario, como profesionista
que asesora y vela por los intereses de las partes que intervienen
en los negocios a su cargo.

Académicamente el abogado se dedica también a la docencia


jurídica y a la investigación del derecho, en las escuelas o
facultades relativas y en los centros de estudio correspondiente,
como son la Facultad de Derecho y el Instituto de
Investigaciones Jurídicas de la Universidad Nacional Autónoma
de México, respectivamente.

ABOLICIÓN
I. Etimología y definición Del latín abolitio-onis y éste de
abolere, abolir, de ab privativo y oleo: oler o bien de olescere:
crecer; es la acción y efecto de abolir.

1. Significa la supresión de una cosa cualquiera, también


acabar con determinadas prácticas o modos de vida en la
sociedad o en los países.

2. En virtud de que algunos diccionarios y enciclopedias


cometen el error de considerar la anulación como una de las
acepciones de abolición, es necesario aclarar que si bien
comúnmente se entiende por anular, dejar sin fuerza algo o bien
a alguien, en cambio en derecho tiene un sentido distinto y
preciso, como es deshacer lo que se hizo, volver a poner las
cosas en el estado en que se encontraban antes del hecho o acto
que se anula, como si éste no se hubiese realizado ni producido
efectos, en tanto que abolir es poner fin a la observancia de una
norma legal, institución o costumbre social a partir de cuando se
promulga la declaratoria correspondiente, no antes; ambas
figuras jurídicas son diferentes en cuanto a su naturaleza y
tiempo en que operan, por eso no hay que confundirlas.

3. Sinónimos de abolición: abrogación, derogación, extinción,


supresión, terminación.

II. Definición técnica.

1. En el lenguaje del foro, los verbos abrogar y derogar, se


aplican exclusivamente para dar por terminada la vigencia de
ordenamientos legales, por el primero se entiende la supresión
total de una ley o código, por el segundo sólo parcialmente y
ambos pueden realizarse de modo tácito o bien en forma
expresa, pero atendiendo al principio lex posterior abrogat
priorem (la ley posterior abroga la anterior).

2. Por su parte, abolición comprende una idea general y tiene


consecuentemente mayor extensión, tanto en doctrina cuanto en
la práctica legislativa y forense; de esta manera tratadistas y
legisladores razonan y decretan, respectivamente, sobre la
abolición de la esclavitud, de las alcabalas, del uso del papel
sellado, de la pena de muerte, de la práctica de absolver de la
instancia, de la llamada ley seca, de la reglamentación de la
prostitución como ejercicio tolerado, del proteccionismo
económico, de las patentes de corso, del servicio militar
obligatorio, de la jurisdicción militar en tiempos de paz y hasta
de las corridas de toros.

3. Por lo tanto, y jurídicamente considerada, abolición es la


extinción de un precepto, ley, costumbre o institución,
dejándolos en consecuencia sin validez alguna para en adelante,
pudiendo ser tácita o expresa.

III. Antecedentes históricos. I. En Grecia antigua: como en


Esparta se declararon invariables las leyes de Licurgo, no cabía
la abolición; Atenas reconocía la necesidad de modificar las
normas ajustándolas a los tiempos, pero se requería el
consentimiento del areópago.
2. Carondas, legislador griego, exigía que quien propusiera la
abolición de una ley, se presentará ante la asamblea del pueblo
con una soga al cuello y de no aprobarse su propuesta se le
ahorcara con su propia cuerda.

3. En Roma, durante la República y más tarde en el Imperio


existió la costumbre de la Abolitio Generalis que extinguía la
acusación, y la abolitio para poner en libertad a los presos
mientras se celebraban las fiestas, quedando firme después de
30 días hábiles si ya nadie ejercía acción en su contra. La
Abolitio se diferenciaba de la amnistía o indulto -indulgencia-
en que aquélla la concedía el Senado y ésta el Emperador.

4. En España, hasta la Gran Guerra (1914), al Rey se atribuía el


'Derecho de abolición' para sustraer de la aplicación de la ley al
culpable de un delito capital; llamábanse 'Cartas de Abolición
General' y 'Concesiones de Abolición Especial' las otorgadas
por el monarca a una provincia o población o bien a una
persona o grupo, por un crimen contra la real autoridad, salvo
en el caso de asesinato premeditado o rapto violento.

IV. Desarrollo y explicación del concepto.

1. Abolición es un sustantivo verbal de carácter abstracto por su


terminación que comporta efectivamente en su significado tanto
el concepto de hecho como su resultado.

2. Este sustantivo verbal fue aplicado por el Congreso


Constituyente que expidió la Carta Magna del cinco de febrero
de 1857 en el texto de sus artículos 23 (abolición de la pena de
muerte para los delitos políticos, quedando restringida a otros
casos que enumera); 24 (abolición de la práctica de absolver de
la instancia o sea de un sobreseimiento provisional dentro del
proceso penal debido a la falta de pruebas, pero quedaba
pendiente de nuevas evidencias y no se cerraba, ya abolida
dicha práctica, una vez iniciado el juicio o se condena o se
absuelve en definitiva al inculpado), y 124 (abolición de las
alcabalas y aduanas interiores en toda la República, sin embargo
no se cumplió la disposición por los estados miembros de la
Unión y hubo necesidad de reiterar la susodicha abolición por
reformas constitucionales de este artículo de fechas 24 de enero
de 1861, 14 de abril de 1862, 17 de mayo de 1882, 26 de
noviembre de 1884, 22 de noviembre de 1886 y 1o. de mayo de
1896).

3. Ahora bien, inexplicablemente y salvo por un afán populista,


el Constituyente de Querétaro (diciembre de 1916-enero de
1917) sustituyó indebidamente esta locución por la de
'prohibida (s) '', lo cual como opina el maestro José Tapia del
Instituto de Investigaciones Filológicas de la Universidad
Nacional Autónoma de México, es no sólo abaratar el lenguaje
sino deteriorarlo, en virtud de que el verbo prohibir significa
'vedar o 'impedir', pero no suprime ni quita el derecho
correspondiente a la acción cuya realización se imposibilita por
un lapso de tiempo o bien en lugar determinado, como el aviso
'se prohíbe fumar' que aparece en muchos sitios o la prohibición
(veda) de la pesca de ciertas especies durante su reproducción,
etc., en cambio abolición va a la raíz del concepto o precepto,
suprimiendo el derecho que le asistía y poniendo fin a su
observancia o práctica.

4. Veamos otros temas que en el Derecho mexicano han


merecido se decrete su abolición:
A) La esclavitud, recordemos el bando que don Miguel
Hidalgo y Costilla (1753 1811) promulgó en Guadalajara el ó
de diciembre de 1810, por el cual ordenó la libertad de los
esclavos 'dentro del término mino de 10 días, so pena de muerte'
y también 'que en todos los negocios judiciales, documentos,
escrituras y actuaciones se haga uso del papel común, quedando
abolido el del sellado'; dato poco conocido es la proclama de la
supresión de la esclavitud por Sonthonax; en la Provincia Norte
de Haití, el 29 de agosto de 1793, un mes después la haría
igualmente Polvérel en el Oeste y en el Sur de dicho país y
posteriormente el 4 de febrero de 1794, la Convención Nacional
abolió la esclavitud en todas las colonias francesas; el derecho
contemporáneo, en el ámbito del internacional público, usa
mucho la locución en comentario, así la Convención Relativa a
la Esclavitud, celebrada en Ginebra el 25 de septiembre de
1926, en su artículo 4 dice : 'Las altas partes contratantes se
prestarán mutuamente ayuda con el fin de lograr la abolición de
la esclavitud y la trata de esclavos', idem en su Convención
Suplementaria verificada en New York el 7 de septiembre de
1956, tanto en el rubro cuanto en el artículo 1; recordaremos
que en 1775 se creó en Filadelfia una Sociedad Abolicionista
que designó a Benjamin Franklin (1706-1790) como su
Presidente y que entre los principales Abolicionistas de la
esclavitud figuran el inglés William Wilberforce (1759-1833) y
el francés Victor Schoelcher (1804-1893).

B) Don Ignacio López Rayón (1773-1832), después de instalar


en Zitácuaro Michoacán, la Suprema Junta Nacional Americana
(agosto de 1811), formuló los Elementos constitucionales que
más tarde envió al caudillo insurgente don José María Morelos
y Pavón (1765-1815) y aunque nunca tuvieron vigencia
influyeron en el ánimo de éste como lo señala el tratadista
Felipe Tena Ramírez; el artículo 30 expresa: 'quedan
enteramente abolidos los exámenes de artesanos y sólo los
calificará el desempeño de ellos'.

C) En un proyecto de Constitución, como voto particular de la


minoría de la Comisión del Congreso Constituyente, fechado el
26 de agosto de 1842 y firmado por Espinosa de los Monteros,
Otero y Muñoz Ledo, en la sección segunda relativa a los
derechos individuales, artículo 5 fracción XVII dice: 'Quedan
abolidos todos los monopolios relativos a la enseñanza y
ejercicio de las profesiones. La enseñanza privada es libre, sin
que el poder público pueda tener más intervención que cuidar
no se ataque la moral.'

D) Al terminar la Guerra de Crimea, la Declaración de París


del 16 de abril de 1856 dispuso: 'Queda abolido para siempre el
corso', y México se adhirió a ella en 1909, pero sólo la hizo
efectiva hasta el 11 de octubre de 1966 en que fue reformada la
Constitución Mexicana, suprimiendo del artículo 73, fracción
XIII, la facultad del Congreso Federal 'para reglamentar el
modo como deban expedirse las patentes de corso' y
consecuentemente al mismo tiempo se derogaban las fracciones
IX del artículo 89 y II del 117.
E) Por la importancia que tuvo, mencionaremos la abolición de
la llamada Ley Seca en los Estados Unidos de Norteamérica y
que fue parte de la campaña electoral (1932) de Franklin Delano
Roosevelt (1882-1945), pues por la enmienda dieciocho
constitucional llamada Volstead (Andrew J. 1860-1947), de 29
de enero de 1919, se estableció la, prohibición sobre bebidas
alcohólicas en todos sus aspectos, y sólo fue derogada hasta el 5
de diciembre de 1933 por otra enmienda, la veintiuno
constitucional; a los partidarios de la prohibición les decían dry
o secos y a los abolicionistas wet o húmedos.

ABORTO
I. (Del latín abortus, de ab., privar, y ortus, nacimiento). Acción
de abortar, es decir, parir antes del tiempo en que el feto pueda
vivir.

II. Para el derecho penal, aborto es la muerte del producto de la


concepción en cualquier momento de la preñez («a.» 329
«CP»).

III. Entre los romanos fue considerado como una grave


inmoralidad; pero ni en la época de la república ni en los
primeros tiempos del imperio fue calificada dicha acción como
delito.
Según Kohler, en el derecho penal azteca el aborto era
castigado con la muerte que se aplicaba tanto a la mujer como al
que la ayudaba. Las fuentes consultadas permiten conjeturar
que, a diferencia del derecho romano, en el azteca el aborto era
un delito que afectaba los intereses de la comunidad.

IV. Para enjuiciar el aborto con criterio integral, haciéndolo


punible o no, se toman en consideración factores éticos,
jurídicos, económicos y sociales. Con base en esto, se han
manejado a través de los tiempos las siguientes teorías:

1) En pro de su punibilidad por razones de que al Estado


compete la protección de la vida, primera en la lista de los
derechos humanos, y no sólo en el ser concebido sino en la
madre del mismo, mirando también la conservación de su salud.
Su no punibilidad, en opinión de algunos autores y penalistas,
conduciría a un aumento notable del libertinaje sexual y las
enfermedades venéreas; y, según opinan otros, puede conducir a
la instauración de regímenes totalitarios, donde el Estado o el
partido disponen de la vida del feto.

2) En favor de la impunidad del aborto, basándose en los


siguientes criterios: a) Derecho de la mujer de disponer
libremente del fruto materno; b) Derecho de rehusar la
maternidad no deseada; c) El no constituir su práctica un peligro
para la madre cuando es realizado conforme al arte médico.

V. El Código Penal de 1931 para el Distrito Federal, contempla


como no punible:

1) El aborto culposo («a.» 333);


2) El que se practique cuando el embarazo sea producto de una
violación («a.» 333), y
3) El aborto llamado terapéutico, es decir, el que tiene lugar
cuando, de no provocarse, la mujer embarazada corra peligro de
muerte, a juicio del médico que la asista, oyendo el dictamen de
otro médico, siempre que esto fuere posible y no sea peligrosa
la demora («a.» 334).
La punibilidad se contempla de la siguiente manera:

Se impondrán de seis meses a un año de prisión a la madre que


voluntariamente procure su aborto o consienta en que otro la
haga abortar, si concurren las siguientes circunstancias:
a) que no tenga mala fama;
b) que haya logrado ocultar su embarazo, y
c) que este sea fruto de una unión ilegítima. Faltando alguna de
las circunstancias mencionadas, se le aplicarán de uno a cinco
años de prisión («a.» 332).

VI. Cabe señalar que en México se ha presentado a las Cámaras


en 1980 una iniciativa de ley, patrocinada por ciertos grupos
más bien feministas, tendiente a liberalizar el aborto, pero sin
que hasta el momento se haya variado la ley en vigor, en el
sentido de aceptar la interrupción voluntaria del embarazo,
como lo hizo Francia a través de la ley de 17 de enero de 1975.

En el proyecto de Código Penal para el Estado de Veracruz-


Llave de 1979, se apuntaba igualmente una liberalización del
aborto, y así, su artículo 131, anotaba lo siguiente:

No se sancionará el aborto en los siguientes casos:

I. Cuando sea practicado dentro de los noventa días de


gestación, siempre que la mujer embarazada hubiere empleado
medidas de prevención de la concepción, bajo control médico
conforme a reglas prescritas por éste y el aborto se practique en
establecimiento hospitalario que reúna condiciones sanitarias
adecuadas;

II. Cuando a juicio de dos médicos exista razón suficiente para


suponer que el producto padece alteraciones genéticas o
congénitas, que den por resultado el nacimiento de un ser con
trastornos físicos o mentales graves;

III. Cuando sea ocasionado culposamente por la mujer


embarazada;

IV. Cuando el embarazo haya sido resultado de una violación,


siempre que se practique dentro de los 90 días de gestación;

V. Cuando la mujer carezca de medios económicos para el


sostenimiento de la familia, tenga tres hijos y se lleve a cabo
dentro de los noventa días de gestación.

Dicho proyecto no se aceptó en lo relativo a esta materia, por lo


que en el marco jurídico de México el aborto continúa siendo
prohibido, salvo los casos que ya se han mencionado como
excepciones.

ABROGACIÓN
I. (Del latín abrogatio, del verbo abrogare abrogar, anular). Es
la supresión total de la vigencia y, por lo tanto, de la
obligatoriedad de una ley.

II. El término abrogación tiene su origen en la Roma


republicana. En ella se denominaba rogatio a la presentación de
una ley ante los comicios; subrogatio era la adición o
modificación de los preceptos de la ley; la anulación parcial de
la ley tomaba el nombre de derogatio; y por último se llamaba
abrogatio a la anulación completa de la ley.

III. En el lenguaje técnico-jurídico se sigue haciendo la


distinción entre derogación y abrogación; refiriéndonos en el
primer caso a la privación parcial de efectos de la ley y en el
segundo a la privación total de efectos de ésta.

El «CC» a este respecto dispone («a.» 9) que la ley sólo queda


abrogada o derogada por otra posterior que así lo declare
expresamente o que contenga disposiciones total o parcialmente
incompatibles con la ley anterior. De este artículo se desprende
(y la doctrina así lo ha señalado) que existen dos clases de
abrogación y son: I) Expresa cuando una nueva ley declara la
abrogación de una ley anterior que regía sobre la misma materia
que la nueva ley va a regular. En nuestro derecho el
procedimiento generalmente usado para este tipo de abrogación
es declarar en los artículos transitorios de la nueva ley que las
disposiciones anteriores que contraríen a ésta, quedan
derogadas.

Para algunos autores de aquí surge un problema pues el juez


habrá de buscar en todo el ordenamiento jurídico cuáles son
esas disposiciones que se oponen a la nueva ley. 2) Y tácita que
resulta no de un texto legal expreso sino de la incompatibilidad
total o parcial que existe entre los preceptos de la ley anterior y
los de la posterior. Esto es lógico pues no se podrían aplicar
ambas leyes a la vez y debe inferirse que es voluntad del
legislador que se observe la segunda (lex posterior derogat
priori). Puede suceder que la ley anterior tenga un campo de
regulación mayor que el de la ley que va a entrar en vigor. En
este caso la abrogación sólo se da en el límite de aplicación de
la nueva ley (un ejemplo hipotético, si se promulgará un Código
familiar no quedaría derogado todo el Código Civil sino sólo las
disposiciones correspondientes al derecho de familia). Aunque
la mayoría de las leyes tienen un periodo de vigencia
indefinido, existen algunas que son promulgadas para hacer
frente a ciertos acontecimientos de carácter excepcional y tienen
vigor mientras perdure dicha circunstancia (leges ad tempus).
Se entiende que para su abrogación no es necesaria, una nueva
ley; bastando la terminación del Estado de emergencia que les
dio origen.
El «a.» 10 del «CC» establece que contra la observancia de la
ley no puede alegarse desuso, costumbre o práctica en contrario.
Por lo tanto en México la costumbre no puede abrogar a la ley.

Norma fundamental en materia de abrogación es la del inciso


f) del «a.» 72 de la Constitución que dispone que en la
derogación de las leyes o decretos se observarán los mismos
trámites establecidos para su formación.

ABSOLUCIÓN
(Del latín absolutio, absolución, remisión, descargo, libertad,
cumplimiento de una deuda; dimanante de absolvere, de ab y
solvere, desatar, dar por libre de algún cargo u obligación).

I. En sentido general, absolución supone la terminación de un


proceso mediante sentencia favorable al reo o al demandado.

II. En materia penal, la absolución es entendida como la


resolución final del proceso por la cual el procesado queda
exonerado de toda responsabilidad en relación con los hechos
que le habían sido imputados.

III. En materia civil, puede considerarse como la resolución,


dictada en el correspondiente procedimiento, favorable al
demandado.
Ahora bien, en el ámbito estrictamente civil, conviene precisar
con mayor exactitud las distintas situaciones posibles.
Así, puede hablarse:
1. De absolución con reserva. Que se da, cuando absolviendo
la sentencia al demandado, se concede ('se reserva'), al
demandante el derecho de acudir a otra vía.
2. De absolución en la instancia. Se presenta cuando la
resolución no decide la cuestión de fondo al existir defectos
procesales que lo impiden bien por estimarse la procedencia de
una excepción dilatoria, bien por no proceder la vía ejecutiva,
dejándose a salvo los derechos del demandante para su eventual
ejercicio en un nuevo juicio. Alguna parte de la doctrina
procesal utiliza, indistintamente, la denominación de 'cosa
juzgada formal' para designar la absolución en la instancia.
3. De absolución de posiciones. Acto procesal, en el que uno
de los litigantes contesta las preguntas contenidas en el pliego
de posiciones formulado por la parte contraria, durante el
desohogo de la prueba de confesión judicial.

ABUSO DE AUTORIDAD
I. La reforma de 30 de diciembre de 1982 a los delitos
cometidos por servidores públicos (tít. XV del libro II del
«CP»), inspirada en la divisa de la renovación moral de la
sociedad, ha agrupado en las doce fracciones del «a.» 215 los
abusos de autoridad.

Agentes de estos delitos son, desde luego, los servidores


públicos investidos de autoridad, esto es, dotados de facultad de
imperio, de tomar determinaciones y de imponer obediencia. A
veces la ley restringe lógicamente aún más la condición de
servidor público y la contrae al encargado de administrar
justicia (fr. IV), al encargado de la fuerza pública (fr. V) y al
encargado de cualquier establecimiento destinado a la ejecución
de sanciones privativas de libertad (fr. VI).

II. La primera forma de abuso (fr. I) corresponde al servidor


público que 'para impedir la ejecución de una ley, decreto o
reglamento, el cobro de un impuesto o el cumplimiento de una
resolución judicial, pida auxilio a la fuerza pública o la emplee
con ese objeto'. Trátase de una clara forma de abuso de
autoridad en ambas alternativas de pedir o de emplear, con los
señalados fines, el servicio de las personas encargadas de
mantener el orden como agentes de la autoridad.

La segunda forma de abuso de autoridad (fr. II) es la del


servidor público 'que ejerciendo sus funciones o con motivo de
ellas hiciere violencia a una persona sin causa legítima o la
vejare o insultare'. Cabe señalar de partida que la violencia,
vejación o insulto deben ser hechos o proferidos rationae officio
y sin que medie un permiso o autorización legal para efectuar
conductas que, si tuvieran causa legítima, estarían justificadas
por el cumplimiento de un deber. La violencia a que se refiere
primeramente la ley puede ser física o moral. Las acciones de
vejar e insultar, en seguida comprenden las de denostar,
humillar, hostigar, maltratar, molestar, perseguir, ofender a otro
con palabras o acciones. Importa destacar que tanto el ejercicio
de la violencia física como las vejaciones o insultos abarcan
todos los que se practican para obtener abusivamente la
confesión del detenido en las diversas fases del proceso penal,
desde las torturas más burdas hasta las más sutiles. Abarcan,
asimismo, la incomunicación.

La tercera forma de abuso de autoridad (fr. III) es la del


servidor público que 'indebidamente retarde o niegue a los
particulares la protección o servicio que tenga la obligación de
otorgarles, o impida la presentación o el curso de una solicitud'.
En su primera parte trátase aquí de una ley penal en blanco,
puesto que la protección o servicio que el servidor público
retarda o niega debe buscarse en las normas jurídicas que
imponen una protección o servicio determinados por las
funciones asignadas al servidor público, y atendidas las
circunstancias del caso. La segunda parte viene a ser
jurídicamente la contrapartida del derecho constitucionalmente
consagrado (C, «a.» 8) de todo ciudadano de presentar a los
servidores públicos las solicitudes y demandas que procedan y
que sean de la incumbencia de éstos.

La cuarta forma de abuso de autoridad (fr. IV) concierne sólo a


los servidores públicos investidos de la facultad de juzgar y
consiste en negarse injustificadamente y bajo cualquier
pretexto, aunque sea el de obscuridad o silencio de la ley, a
despachar un negocio pendiente ante él, dentro de los términos
establecidos por ella. Esta infracción debió situarse, en rigor,
entre los delitos contra la administración de justicia.
La quinta forma de abuso de autoridad (fr. V) legisla sobre la
denegación de auxilio, reprimiendo al encargado de una fuerza
pública que, requerido legalmente por una autoridad
competente, se niegue indebidamente a dárselo.

En la «fr.» VI se contienen, en síntesis, cuatro formas de abuso


de autoridad por parte del encargado de cualquier
establecimiento destinado a la ejecución de las sanciones
privativas de libertad, de instituciones de readaptación social o
de custodia y de rehabilitación de menores y de reclusorios
preventivos o administrativos. Esas cuatro formas son: a) recibir
en el establecimiento como presa, detenida, arrestada o
internada a una persona sin los requisitos legales; b) mantenerla
privada de su libertad sin dar parte del hecho a la autoridad
correspondiente; c) negar que la persona está detenida si lo
estuviere, y d) no cumplir la orden girada por autoridad
competente. Estas formas de abuso de autoridad importan
esencialmente, habida cuenta de los pertinentes preceptos de la
C y de los códigos procesales penales, atentados en contra de la
libertad, bien jurídico que la generalidad de las legislaciones
tienen por eje en torno del cual se sistematizan estos atentados.

En conexión con la «fr.» anterior, la «fr.» VII describe la


conducta del servidor público que 'teniendo conocimiento de
una privación ilegal de la libertad no la denunciase
inmediatamente a la autoridad competente o no la haga cesar,
también inmediatamente, si esto estuviere en sus atribuciones'.
Esta infracción es, desde luego, claramente concebible respecto
de los alcaides y carceleros, pero la posibilidad de su comisión
no se ve limitada sólo a ellos, sino que se extiende a todo
servidor público que no hiciere cesar la privación de libertad
estando esa cesación dentro de sus atribuciones, como expresa
la ley.

En las «fr.» VIII a XII el abuso de autoridad no se cierne ya


sobre la libertad sino sobre la regularidad e incorruptibilidad de
la función pública. Esto es sobremanera claro en la «fr.» VIII,
que pune al servidor público que 'haga que se le entreguen
fondos, valores u otra cosa que no se le haya confiado a él y se
los apropie o disponga de ellos indebidamente'. En la «fr.» IX el
abuso recae sobre el subordinado del agente cuando 'por
cualquier pretexto obtenga de un subalterno parte de los sueldos
de éste, dádivas u otro servicio'.

La idea de corrupción administrativa está, finalmente, en el


trasfondo de las conductas punibles en virtud de las «frs.» X, XI
y XII, en todas las cuales el servidor público obra a sabiendas
de autorizar una situación que no es real, generalmente con
perjuicio patrimonial del Estado. Ello ocurre al otorgar el
servidor público empleo, cargo o comisión públicos, o contratos
de prestación de servicios profesionales o mercantiles o de
cualquier otra naturaleza, que sean remunerados, a sabiendas de
que no se prestará el servicio para el que se les nombró, o no se
cumplirá el contrato otorgado (fr. X); al autorizar o contratar a
quien se encuentre inhabilitado por resolución firme de
autoridad competente para desempeñar un empleo, cargo o
comisión en el servicio público (fr. XI), y al otorgar cualquier
identificación en que se acredite como servidor público a
cualquier persona que realmente no desempeñe el empleo,
cargo o comisión a que se haga referencia en dicha
identificación (fr. XII).
ABUSO DE CONFIANZA
El Diccionario de la lengua lo define como la 'infidelidad que
consiste en burlar o perjudicar a otro que, por inexperiencia,
afecto, bondad excesiva o descuido, le ha dado crédito. Es una
de las circunstancias que agravan la responsabilidad penal en la
ejecución de ciertos delitos'.

I. En el derecho penal mexicano, el abuso de confianza es un


delito autónomo y no una circunstancia agravante o una
modalidad del robo, figura con la que en un principio estuvo
confundido y posteriormente con el fraude. El delito que
estudiamos poco a poco logró su independencia y delimitó
claramente sus propios rasgos constitutivos. Por abuso de
confianza se entiende la disposición para sí o para otro, en
perjuicio de alguien, de cualquier cosa ajena mueble de la que
se le haya transmitido la tenencia y no el dominio (a- 382
«CP»).

II. El quid de este delito se encuentra en su presupuesto que es


la transmisión de la tenencia y no el dominio de la cosa ajena
mueble. ¿Qué debemos entender por 'transmitir la tenencia' y no
el dominio? Podemos afirmar que, de acuerdo al «a.» 282
«CP», se transmite la tenencia de una cosa ajena mueble cuando
se ha transferido a otro su posesión corporal por cualquier
motivo, toda vez que el «CP» no especifica alguno en especial y
es menester que tal transmisión se acepte ya sea tácita o
expresamente por el sujeto activo del delito. Tal transmisión
implica jurídicamente independizar el poder de hecho sobre la
cosa de la persona que efectúa la transmisión, y transferir o
trasladar dicho poder de hecho a la que más tarde se erige en
sujeto activo del delito. Sólo puede estimarse que se ha
transmitido a éste dicha tenencia, cuando el poder de hecho que
sobre ella obtiene lo ejerce con autonomía, independencia y sin
la vigilancia del que se la transmitió (Jiménez Huerta, «pp.»
112-113).

El simple contacto físico con la cosa mueble, aun en el caso de


que se encargue a una persona, pero sin autonomía e
independencia no integra el presupuesto en el delito de abuso de
confianza, p.e., el empleado del establecimiento comercial que
recibe el carro del cliente para estacionarlo, el doméstico que
toma las cosas que se le dieron para limpiarlas, el lector que
sustrae el libro de la sala de lectura de la biblioteca, esto es, no
habrá transmisión de la tenencia de la cosa mientras ésta no
salga de la esfera de poder de su dueño.

El estudio de los contratos no traslativos de la propiedad, pero


sí del señorío sobre la cosa, así como de todos los demás actos
jurídicos que llevan tal fin, con la obligación de restitución o
uso determinado, es relevante en cuanto al conocimiento del
título jurídico de la posesión derivada, para apreciar, si en
efecto, el sujeto tenga la cosa a resultas de un acto jurídico o
contrato translativo de la posesión derivada; o bien, si su
posesión es de tal naturaleza, que por su actividad no pueda ser
constitutiva del delito de abuso de confianza (Sales Gasque, p.
134).

III. No constituyen presupuesto del delito de abuso de confianza


los actos jurídicos traslativos de la propiedad de las cosas, p.e.
la compraventa («a.» 2248 «CC»), siempre y cuando no se
hubiese convenido la reserva de dominio («a.» 2312). El mutuo
(«a.» 2384 «CC»), renta vitalicia («a.» 2774 «CC»), depósito
irregular («a.» 338 «CCo»), reporto («a.» 259 «LGTOC»),
depósito bancario de dinero, divisas o moneda extranjera («a.»
267 «LGTOC»), depósito bancario de títulos con cláusula de
disposición («a.» 276 «LGTOC»), depósito de mercancías o
bienes genéricamente designados en almacenes generales («a.»
281 «LGTOC») y la prenda constituida sobre títulos o bienes
fungibles con transmisión de propiedad o sobre dinero (a. 336
«LGTOC»). El delito de abuso de confianza no puede
constituirse, en términos generales, cuando las cosas
transmitidas en tenencia sean fungibles, a no ser que se hubiera
pactado la restitución de las mismas cosas.

En la práctica judicial se llega a confundir el abuso de


confianza con el robo y el fraude; para delimitar estas figuras
típicas se ha establecido el criterio de que en el abuso de
confianza el sujeto activo ya detenta la cosa ajena mueble y
únicamente dispone de ella en perjuicio de alguien, en el robo el
activo del delito se apodera, va hacia la cosa mueble, mientras
que en el fraude la cosa va al activo, o sea es entregada por el
pasivo en virtud de la actividad engañosa del activo.

IV. La «SCJ», ha establecido como diferencias entre el abuso de


confianza y el fraude que 'Mientras que el delito de abuso de
confianza, es esencial la acción de disponer o disipar la cosa,
violando la finalidad jurídica de la tenencia, en forma tal que el
abusario obre como si fuera su dueño, tratándose del delito de
fraude se requiere la concurrencia del engaño por parte del
autor, esto es, cuando éste realiza una actividad positivamente
mentirosa que hace incurrir en una creencia falsa a la víctima o
cuando se aprovecha del error en que esta se encuentra, pues si
bien en uno y otro ilícitos, el autor alcanza un lucro indebido,
que implica disminución patrimonial para el ofendido, de todas
formas lo que es esencial, es que en el abuso de confianza, la
tenencia del objeto le ha sido confiada voluntariamente, sólo
que viola la finalidad jurídica de la tenencia; en tanto que en el
fraude el autor se hace de la cosa o valores, mediante el engaño
o maquinaciones a que recurre para obtener su entrega'
(Jurisprudencia firme. Apéndice al «SJF», sexta época, segunda
parte, p. 8).

No cometen abuso de confianza sino robo, los empleados que


cometen esa conducta en los sitios a los que tienen libre acceso
por motivo de su trabajo, para diferenciar estas conductas, la
SCT ha establecido: 'Robo y abuso de confianza, distinción
(dependientes, trabajadores, etc.). La actividad típica del delito
de robo se encuentra expresada en el verbo 'apoderarse',
mientras en el abuso de confianza, dicha actividad se expresa en
el verbo 'disponer'. En el robo el infractor va hacia la cosa,
mientras que en el abuso la cosa va hacia el infractor. La
disposición de bienes con motivo de relaciones de trabajo,
dependencia, etc., no siempre constituye abuso de confianza,
sino que encuentra diversas soluciones en atención a la
naturaleza del acto de entrega, debiendo distinguirse entre la
entrega de la cosa, la entrega de su custodia o la de su simple
vigilancia. Por lo tanto, si por motivo de la relación de trabajo,
dependencia o función que desempeña, el autor tiene acceso a la
cosa, aún con cierta autonomía de su dueño, pero sin haber
recibido la tenencia de ella, ni su custodia, el apoderamiento y
sustracción de ella constituye robo, en virtud de que la cosa no
ha salido de la esfera de custodia del dueño'. (Tesis
jurisprudencial. Apéndice al «SJF», sexta época, segunda parte,
p. 625).
V. La esencia de la conducta típicamente descrita consiste en
que el sujeto activo 'disponga' del objeto material, esto significa
penalísticamente que se apropie de la misma, o sea, que actúe
frente a ella con ánimo de dueño, sin embargo es preciso aclarar
que este delito se configura con la apropiación indebida y no
por el simple uso abusivo o no autorizado del objeto material.

No se integrará el delito de abuso de confianza, cuando la


persona tenedora de las cosas, la retiene en su ámbito en
ejercicio del derecho de retención, tal derecho lo tienen el
mandatario (a. 2579 «CC») y el acreedor pignoraticio (a. 2876,
«fr.» II «CC»), no obstante que el «CC» dispone que el
constructor de cualquiera obra mueble tiene derecho a retenerla
mientras no se le pague (a. 2466) y que el dueño del
establecimiento de hospedaje puede retener el equipaje de los
clientes hasta en tanto éstos no le paguen el importe del
hospedaje (a. 2669 «CC»), resulta claro que en estos casos no se
ha transmitido la tenencia de las cosas y, por lo tanto, no
realizan la conducta típica del abuso de confianza.

Por otro lado, no tienen derecho a retener legítimamente la


cosa cuya tenencia les ha sido transferida, el comodatario (a.
2509 «CC»), el depositario («aa.» 2533 y 2534 «CC»), y no
obstante que tal retención es ilícita, la misma no configura el
delito analizado.

El delito de abuso de confianza sólo es perseguible a petición de


la parte ofendida.

III. La penalidad de estos abusos de autoridad ha sido


considerablemente aumentada por la reforma (DO 5-1-1983).
Antes de ella era de seis meses a seis años de prisión, multa de
veinticinco mil pesos y destitución de empleo. Ahora se ha
elevado a prisión de uno a ocho años, multa de treinta hasta
trescientas veces el salario diario mínimo vigente en el Distrito
Federal y destitución e inhabilitación de uno a ocho años para
desempeñar otro empleo cargo o comisión públicos.
ABUSO DEL DERECHO
I. La voz abuso del derecho no tiene una raíz etimológica
propia. Sin embargo, algunas frases del derecho romano
recogen la idea: summun jus summa injuria: la aplicación ciega
de la regla de derecho conduce a consecuencias injustas; o bien
a contrario se puede citar la frase del Digesto 'neminem leadit
qui suo iure utitur': aquel que usa de un derecho no perjudica a
nadie. La teoría del abuso del derecho tiene como problema
central el considerar que el ejercicio sin control del derecho,
representa una amenaza para la justicia que es el fin esencial del
sistema jurídico.
II. E1 instrumento de control por excelencia es la teoría del
abuso del derecho. El tema más discutido en esta teoría es la
determinación del límite que establezca que más allá de él, el
ejercicio del derecho es abusivo y por tanto reprochable. El
sistema para la determinación del límite varía según algunos
autores: unos opinan que lo determinante es la intención de
dañar a otro; otros afirman que lo importante es la desviación
del derecho de su función social. Los elementos que se señalan
como constitutivos de la teoría del abuso de derecho son:
a) Culpen el ejercicio del derecho; b) Intención de causar un
daño; c) El desconocimiento de la función social del
derecho.

ACCIDENTE DE TRABAJO
I. Con esta locución se denomina a toda lesión orgánica o
perturbación funcional, inmediata o posterior, o la muerte,
producida repentinamente en ejercicio, o con motivo del
trabajo, cualquiera que sea el lugar o el tiempo en que se preste
(«aa.» 474 «LFT», 49 LSS y 29 LISSSTE).

II. La doctrina y la legislación comprenden en toda definición


de accidente de trabajo, a las contingencias que se actualicen y
afecten al trabajador cuando éste se traslade directamente de su
domicilio a su centro de labores y viceversa. Existe
coincidencia doctrinal al designar a esta modalidad de los
accidentes como accidentes 'in itinere', en virtud de que suceden
en el tiempo y ruta de traslado ('tempus in itinere') hacia las
labores diarias, como si de hecho se hubiera iniciado ya la
jornada de trabajo.

Los accidentes y las enfermedades a que están expuestos los


trabajadores en ejercicio o con motivo del trabajo integran el
rubro conocido como riesgos de trabajo. Largo fue el camino y
arduo el esfuerzo de los trabajadores para que el patrón y la
economía, quienes de hecho ponen los medios para que el
riesgo se realice, aceptarán coadyuvar con la sociedad y con el
Estado, en el otorgamiento de protección e indemnizaciones a
los operarios víctimas de algún percance motivado por el
vínculo laboral.

El criterio civilista de que salvo que se probara su culpa, el


patrón no era responsable de los daños sufridos por el
trabajador, fue paulatinamente vencido por la idea de los
seguros sociales, que teniendo a Alemania como centro de
irradiación, se extendió por el mundo y llegó a México, hasta
manifestarse con cierta fuerza en la conceptualización del riesgo
profesional en la Ley de Villada de 1904 y en la de Bernardo
Reyes sobre accidentes de trabajo de 1906. Otras disposiciones
emitidas en entidades como Yucatán, Veracruz y Jalisco,
brindaron magníficos antecedentes a las leyes que
posteriormente irían más allá de la previsión social y
ascenderían al otro peldaño de la solidaridad: la seguridad
social.

La LSS y la LISSSTE aumentan cada día su cobertura y


protección hacia las víctimas de accidentes de trabajo. El «a.»
60 de la LSS señala que el patrón que haya asegurado a sus
trabajadores contra riesgos de trabajo, quedará relevado, en los
términos de la propia Ley, de las obligaciones que sobre
responsabilidad por dichos riesgos establece la LFT. El «a.» 29
de la LISSSTE luego de establecer el seguro de accidentes de
trabajo en favor de los trabajadores federales, expresa que,
como consecuencia de ese mecanismo protector, el ISSSTE se
subrogará, en la medida y términos legales, en las obligaciones
de las entidades y organismos públicos derivados del Estatuto
Jurídico de los Trabajadores al Servicio de los Poderes de la
Unión y de las Leyes del Trabajo por cuanto a los mismos
riesgos se refiere.

ACCIÓN
I. (Del latín actio, movimiento, actividad, acusación.) Si bien
dicho vocablo posee varias acepciones jurídicas, la más
importante y que le otorga un sentido propio es la que se refiere
a su carácter procesal. Dicha acción procesal puede concebirse
como el poder jurídico de provocar la actividad de juzgamiento
de un órgano que decida los litigios de intereses jurídicos.

II. La acción procesal tiene orígenes remotos. En Roma se le


estudia dentro de los tres diversos periodos del procedimiento
civil romano: 1. La época de acciones de la ley (754 «a.C.»
hasta la mitad del siglo II «a.C.»). 2. La época del
procedimiento formulario (que data de la segunda mitad del II
«a.C.» y subsiste hasta el siglo III de la era cristiana). 3. El
procedimiento extraordinario, del siglo III, d.C. hasta Justiniano
y su codificación, 529-534 de nuestra era.

En el estadio primario (acciones de la ley) la acción se dice


que eran declaraciones solemnes, acompañadas de gestos
rituales (tanto el término actio como el verbo agere,
posiblemente, no era empleado cuando se habla del proceso en
el sentido general de 'obrar' o 'hacer alguna cosa', sino más bien,
en la especial de representar una pequeña ficción dramática,
cual es el teatro) que el particular pronuncia y realiza, por lo
general, ante el magistrado, con el fin de proclamar un derecho
que se le discute o de realizar un derecho plenamente
reconocido (Arangio-Ruiz, Vincenzo, Las acciones en el
derecho privado romano, «pp.» 14 a 18). De allí que las
acciones se dividieran en declarativas (legis actio sacramento,
per judicis arbitrive postulationem y per condionem) y
ejecutivas (legis actio per manus iniectio y por pignoris
capionem).

Con ulterioridad, en el periodo formulario, las fórmulas, antes


exclusivas del conocimiento del Colegio de los Pontífices, se
divulgan, se multiplican y se desposeen un tanto del rigorismo
formulista previo, para ser adaptadas a las necesidades
crecientes de un explosivo pueblo romano.

Sin embargo, sin la menor duda, es la conocida y longeva


concepción de Celso, la que ha tenido mayor impacto y
permanencia en la elaboración de la definición de acción
procesal, así el derecho de perseguir en juicio lo que se nos
debe (nehil aliud actio, quam ius quod sibi debeatur judicio
persequendi. D. 44-7-51) se irradia por extensas latitudes, y
todavía algunas legislaciones trasnochadas y autores positivistas
que les toman como base de sus argumentaciones y
comentarios, la conservan a pesar de su obsolescencia, como lo
demuestra el que la tradición de usar el título de acciones
arranca de la Instituta de Gayo, que trata del derecho procesal
en el cuarto y último libro, De actionibus (Margadant,
Guillermo F., El derecho privado romano, p. 140).

Algunos autores objetaban la definición de Celso en vista de


que 'lo que se nos debe' no involucraba a los derechos reales;
objeción que pretendió eludir el famoso romanista, fundador de
la Escuela Histórica del Derecho, Federico Carlos de Savigny al
recordar que si se introdujeron en el derecho romano algunas
acciones in rem, a las que se les distinguía con el nombre de
petitio. Estas observaciones se eliminan siglos más tarde al
agregar los glosadores a la definición de Celso, 'lo que se nos
debe o lo que nos pertenece'.

Una de las corrientes más difundidas sobre la naturaleza


jurídica de la acción procesal, es la doctrina tradicional, que
tiene entre sus destacados sostenedores al referido Savigny, el
que estima a la acción como el derecho que nace de la violación
de un derecho subjetivo y como el ejercicio del derecho
material mismo, al argumentar que si no existe un derecho
sustancial no puede haber su violación y si no hay violación, el
derecho no puede revestir la forma especial de una acción.

Dentro de esta vertiente monolítica (que confunde y funde en


uno solo; el derecho sustantivo con el derecho de accionar) hay
que mencionar a Bernardo Windscheid, quien en 1856 había de
sostener una celebérrima polémica con Theodoro Müther.
En esa época se hacia referencia a una Klagerecht, que era un
concepto no privatista, de un derecho dirigido al Estado a través
de los órganos jurisdiccionales.

Para Windscheid la actio era el derecho material que con su


violación adquiere una fase que es el Anspruch o pretensión,
entendida como la afirmación de que uno es titular de un
derecho. La acción significa tener una pretensión reconocida
por el derecho. La acción es un derecho a la eliminación de la
violación.

El propio autor alemán desconoce la existencia del Klagerecht,


ya que según él, hablar de acciones en lugar de derechos es una
falsificación, ya que pertenecen al derecho procesal y no al
derecho sustantivo.

En el otro extremo de la polémica, se hallaba Müther, quien


con sus argumentos puede ser considerado como el iniciador de
otra de las importantes posturas acerca de la esencia de la
acción procesal, o sea, la doctrina de la autonomía de la acción.

Para Müther con la violación del derecho el lesionado no tiene


una pretensión particular a la eliminación de esa violación, sino
un derecho público dada la prohibición de la autotutela a la
concesión de la tutela del Estado (la acción) un derecho
autónomo para obtener una sentencia favorable (idea a la que se
adherirán Wach y Kisch). El Estado tiene el derecho público a
la eliminación de la violación contra el violador mismo.

Luego, acción y derecho sustancial no son idénticos pues sus


obligados son distintos.

Wach aduce que la acción procesal no emana de la


realizabilidad, accionabilidad o de la pretensión compulsiva del
derecho subjetivo material, sino que es independiente y público,
se dirige al Estado y contra el adversario procurando la tutela
estatal, aunque no puede ser ejercida por cualquiera, de allí que
se alude una teoría de la acción como un derecho concreto a la
tutela jurídica por medio de una sentencia favorable.

Plotzs y Degenkolb un poco más tarde, apuntalan varios de los


criterios sustentados por Müther, al rechazar la idea del
Anspruch de Windscheid y al confirmar la idea de la autonomía
de la acción procesal respecto del derecho sustancial. La acción
es un derecho abstracto de todo sujeto hacia el Estado para ser
oído en vía legal, que emana del proceso y mediante el proceso,
se desenvuelve como un derecho a la sentencia.

Hay que recordar que otro de los argumentos contundentes


contra la doctrina tradicional estriba en la posibilidad de
ejercitar la acción procesal sin tener algún derecho sustancial,
como en los clásicos ejemplos de las obligaciones naturales o
del 'no nacido' derecho de crédito derivado de deudas de juegos
de azar ilícitos, en los que se pone en movimiento, se activa al
órgano jurisdiccional, sin un previo basamento de un derecho
material.

Todavía más, si al resolverse la controversia judicial se otorga


la victoria, supongamos al demandado y legalmente no se
reconoce el derecho sustancial alegado por el actor, quien,
empero, puso en activo al órgano de juzgamiento por tener esa
potestad procesal; dicho en otro giro, tuvo acción mas no razón
o base sustancial.

En contraste, el demandado que 'aparentemente' no tenga


acción (se sostiene que la acción es única), también provocó la
actividad jurisdicente, que al final se le otorga o reconoce la
razón.

III. Muchas exposiciones más han intentado fundamentar la


naturaleza jurídica de la acción procesal, entre las que
sobresalen las de Chiovenda (la acción como derecho autónomo
potestativo); Kohler (como un derecho de personalidad);
Couture (como una forma del derecho constitucional de
petición); Kelsen (que sobrepone la acción al derecho subjetivo,
si no hay acción no hay derecho sustancial); Coviello (facultad
de invocar la autoridad del Estado para la defensa de un derecho
con dos estadios: potencialidad y actuación); etc.

Las más modernas y sólidas concepciones de la acción


procesal se inclinan a calificarla como un derecho abstracto de
obrar procesal de carácter público, cívico, autónomo, para
pretender la intervención gubernamental a través de la
prestación de la actividad jurisdiccional y lograr una justa
composición del litigio planteado (Carnelutti, Hugo Rocco,
Alfredo Rocco, Liebman, Calamandrei).

Por otro lado, estas avanzadas ideas sobre la acción procesal


como potestad dinámica atacante del actor, deben trasplantarse
a la fuerza procesal del demandado, que tiene una función
procesal antitética, de defensa, con un titular diverso y
generalmente con cronología posterior a la acción.

IV. El «CPC» de 1932, conservaba en el «tít.» primero, 'De las


acciones y excepciones', c. I, 'De las acciones', «a.» 1 el texto
tradicionalista siguiente: 'El ejercicio de las acciones civiles
requiere:
I. La existencia de un derecho;

II. La violación de un derecho o el desconocimiento de una


obligación, o la necesidad de declarar, preservar o constituir un
derecho;

III. La capacidad para ejercitar la acción por si o por legítimo


representante; y,

IV. El interés en el actor para deducirla.


Falta el requisito del interés siempre que no pueda alcanzarse
el objeto de una acción, aun suponiendo favorable la sentencia'.

Ese texto fue reformado, según la publicación del «DO» del 10


de enero de 1986, bajo este tenor:

'Artículo 1o. Sólo puede iniciar un procedimiento judicial o


intervenir en él, quien tenga interés en que la autoridad judicial
declare o constituya un derecho o imponga una condena y quien
tenga interés contrario.

Podrán promover los interesados, por sí o por su representantes


o apoderados, el Ministerio Público y aquellas cuya
intervención esté autorizada por la Ley en casos especiales.'

La nueva redacción no toma en consideración los antiguos


requisitos (se puede tener acción sin ser titular de un derecho
material, de un derecho sustantivo) y toma como modelo con
algunos cambios el «a.» 1o. del «CFPC» de mayor actualidad
que el distrital y con directrices que ampliamente lo superan.

ACCIÓN PENAL
I. Es la que ejercita el Ministerio Público ante el juez
competente para que se inicie el proceso penal y se resuelva
sobre la responsabilidad del inculpado, y en su caso se aplique
la pena o la medida de seguridad que corresponda.
La doctrina procesal mayoritaria ha establecido que la acción
procesal es única, ya que está consagrada por el «a.» 17 de la C.
para todas las ramas de enjuiciamiento, por lo que, cuando se
habla de acción penal en realidad se pretende significar que
dicha acción tiene como contenido pretensiones de carácter
punitivo.

II. Según la interpretación efectuada tanto por el legislador


como por la jurisprudencia en relación con el «a.» 21 de la C:,
el ejercicio de la acción penal corresponde de manera exclusiva
al MP, tanto en la esfera federal (regulado también por el «a.»
102 de la C.), como en las entidades federativas (y por ello se
habla de 'monopolio'), pues debe tomarse en cuenta que el
ofendido no es parte en el proceso penal mexicano, de acuerdo
con lo establecido por los «aa.» 9 del «CPP» y 141 del «CFPP»,
ya que sólo interviene en dicho proceso en los aspectos relativos
a la reparación del daño y a la responsabilidad civil proveniente
del delito.

El citado ejercicio de la acción por el MP se efectúa a través


de la instancia calificada como 'consignación', en la que el
propio MP solicita del juez respectivo la iniciación del
procedimiento judicial; las órdenes de comparecencia y las de
aprehensión que procedan; el aseguramiento precautorio de
bienes para los efectos de la reparación del daño, y en su caso,
las sanciones respectivas, pero al mismo tiempo debe ofrecer las
pruebas de la existencia de los delitos y de la responsabilidad de
los inculpados («aa.» 5 y 6 del «CPP» y 136 «CFPP»).

III. Se ha discutido si al ejercitar la acción penal, el MP realiza


una actividad únicamente acusatoria, o si también puede
solicitar, cuando proceda, la libertad del inculpado, como
expresamente lo señala el «a.» 3 «fr.» VII del «CPP». A1
respecto consideramos acertada la afirmación del procesalista
mexicano Sergio García Ramírez, en el sentido de que la acción
en el proceso penal tiene por objeto obtener el pronunciamiento
jurisdiccional sobre la pretensión deducida por el MP, a lo cual
agrega, que dicha pretensión puede ser formulada en casos
excepcionales por el acusado cuando solicita, al producirse o
descubrirse nuevos hechos significativos, que se revise el
proceso anterior por conducto del que indebidamente se calificó
tradicionalmente como 'indulto necesario' («aa.» 614 «CPP» y
560 «CFPP»). Afortunadamente esta expresión fue modificada
por la reforma al citado «a.» 560 «CFPP» publicada en el «DO»
el 24 de diciembre de 1984, y sustituida por la que
consideramos más adecuada de: 'reconocimiento de la inocencia
del sentenciado'.

IV. Debido al citado monopolio de la acción penal por el MP,


éste puede adoptar varias posiciones: en primer lugar está
facultado para negarse a ejercitar dicha acción penal, cuando los
hechos de que conozca no sean constitutivos de delito; o
pudiendo serlo, resulte imposible la prueba de su existencia, o
bien cuando la propia acción sea extinguida legalmente («a.»
137 «CFPP»). En la reforma al citado precepto promulgada en
diciembre de 1983, se agregaron otros dos supuestos: cuando se
acredite plenamente que el inculpado no tuvo participación en
la conducta o en los hechos punibles, y sólo por lo que respecta
a aquél; y cuando de las deligencias practicadas se desprenda
plenamente que el inculpado actuó en circunstancias que
excluyen la responsabilidad penal.

En una segunda posibilidad, el propio MP puede promover el


sobreseimiento y la libertad absoluta del inculpado
(anteriormente desistimiento de la acción penal), cuando
durante el proceso aparezca que la conducta o los hechos no son
constitutivos de delito, conforme a la descripción típica
contenida en la ley penal; que el inculpado no tuvo
participación en el delito que se persigue; que la pretensión
punitiva está legalmente extinguida, o que existe en favor del
inculpado una causa excluyente de responsabilidad («aa.» 8
«CPP» y 138 «CFPP»).

En tercer lugar, el MP puede presentar conclusiones no


acusatorias al terminarse la instrucción del proceso («aa.» 320-
323 «CPP» y 294-295 «CFPP»), las que equivalen al
desistimiento de la acción en cuanto a sus efectos, ya que
vinculan al juzgador, quien debe decretar el sobreseimiento
definitivo del proceso. En estos tres supuestos, la determinación
del agente del MP debe ser revisada, ya sea de oficio o a
petición de los interesados, por el Procurador General
respectivo, en su calidad de jefe de la institución.

Finalmente, el MP puede presentar conclusiones acusatorias, y


en ese supuesto, debe fijar los hechos punibles que atribuye al
acusado; los elementos constitutivos del delito, y las
circunstancias que deben tomarse en cuenta al solicitar la
aplicación de las disposiciones legales y de las sanciones
correspondientes («aa.» 7 «CPP» y 293 «CFPP»).

Aun cuando ha sido objeto de un apasionado debate la


posibilidad de que los afectados puedan interponer el juicio de
amparo contra las decisiones del MP confirmadas por el
Procurador respectivo, en las que se niegue a ejercitar la acción
penal, desista de la misma o formule conclusiones no
acusatorias; la jurisprudencia firme de la «SCJ» ha considerado
que es improcedente el propio amparo en esos supuestos (tesis
198, 408, Primera Sala, Apéndice al «SJF», publicado en 1975).

V. La doctrina ha señalado las diversas características de la


acción penal entre las cuales destacan las relativas a su unidad e
indivisibilidad, ya que se hace valer contra todos los
participantes en la realización del delito, y además se señala que
la propia acción tiene por objeto una resolución de condena,
pero en esta segunda hipótesis, que se refiere más bien a la
pretensión, no siempre posee esa finalidad, pues como lo hemos
señalado, el MP puede desistir o formular conclusiones no
acusatorias, y en ese caso, la resolución tiene carácter
declaratorio, pues desemboca en la absolución del inculpado.

Es interesante en este aspecto el punto de vista del tratadista


mexicano Javier Piña y Palacios, quien sostiene que la acción
penal (en realidad, pretensión), puede dividirse en las etapas
persecutorias y acusatoria, la primera desde la consignación
hasta que se declare cerrada la instrucción, y la segunda cuando
el propio MP formula conclusiones acusatorias; y por lo que
respecta a la segunda instancia, será persecutoria cuando el MP
interponga apelación, pero cuando solicita como apelado la
confirmación de la sentencia condenatoria, la acción asume
carácter acusatorio.

ACCIÓN SOCIAL
I. (Todo esfuerzo colectivo, casual o concertado, consciente o
inconsciente. Cooperación.)
Impulso coherente dirigido a la transformación de las
instituciones políticas económicas, sociales, culturales o de
cualquiera otra naturaleza similar que signifiquen un valor o un
interés general. Puede estimarse asimismo como acción social a
la investigación, la organización de los adictos, su formación
dogmática, su divulgación y algunos actos de propaganda;
también la práctica o la recomendación de los medios y de los
fines son la expresión de una acción social genérica.

II. La obra gubernamental o de un grupo cuando modifica con


eficacia y en sentido benéfico, al menos en el propósito o en la
declaración del mismo las condiciones de trabajo y de los
trabajadores, constituye otro tipo de acción social que ofrece
una amplia gama, a saber: 1o. De orden sindical para mantener
lo que se ha dado en llamar la paz industrial y que comprende
por una parte la actitud del Estado hacia las agrupaciones de
trabajadores en protección de sus intereses colectivos; por la
otra el cumplimiento de los sindicatos de sus propias
obligaciones y como fiadores de sus miembros. 2o. De índole
individual, que abarca la actitud del trabajador en lo particular,
a) frente a su contraparte en un contrato de trabajo; b) frente a
otro grupo; c) frente al propio grupo. Es un cierto tipo de
responsabilidad que contraen el gobierno, las asociaciones de
trabajadores y éstos individualmente respecto de los demás
miembros de la sociedad en que actúan.

III. En un sentido procesal puede entenderse por tal la facultad


que se otorga a los sindicatos de intervenir en representación de
sus agremiados, avocándose a la defensa de sus intereses
colectivos o mediante la realización de una actividad laboral
genérica. Desde este punto de vista la acción social integra
dentro del orden laboral un elemento de justicia social y
constituye un medio de suavizar las luchas entre el capital y el
trabajo a través de la participación activa de los trabajadores.

ACORDADA
Del latín acordare, poner de acuerdo, derivado de
concordare estar de acuerdo, a su vez de cor, cordis, corazón.
I. Trátase de un tribunal creado en 1710, con el fin de perseguir
y castigar a los delincuentes en las zonas rurales de la Nueva
España, mediante una rápida acción, con procedimiento y
ejecución expeditos y eficaces. Vino a sustituir a la Santa
Hermandad, institución de origen castellano, trasplantada a
Indias, cuya característica era que el tribunal se desplazaba a
buscar al delincuente para juzgarlo y ejecutarlo -si fuera el caso-
en el lugar de la detención.

En un principio careció de una estructura y procedimiento


formales; sus primeros jueces, Miguel Velázquez de Loera y
después su hijo José, solamente contaron con un secretario, su
ayudante, un asistente médico, un capellán y un carcelero.
Posteriormente, por disposición del virrey marqués de Cruillas,
se agregaron las plazas de asesor, defensor, consultor y
secretario, las cuales, por su carácter técnico-jurídico,
pretendían darle una mayor formalidad. Más adelante se
aumentó de uno a dos el número de asesores (de primera y
segunda respectivamente), de uno a dos secretarios y además se
establecieron los cargos de procuradores, en número de dos,
escribientes, en número de cuatro y un archivista. En 1785 se
creó una sección de contabilidad del tribunal.

En el año de 1747 se le agregó a la jurisdicción del juez de la


Acordada, la de Guarda Mayor de Caminos; para ese efecto, en
cada lugar frecuentado por los bandidos se puso un cuartel bajo
las órdenes del juez de la Acordada, servido por 21 guardias
cada uno. MacLachlan nos informa que estos cuarteles se
situaron en Acahualcingo, Río Frío, Monte de las Cruces, Lupe
de Serrano. Cerro Gordo, Perote, Pozuelos, Maltrata y
Aculcingo. También se agregó a la Acordada el Juzgado de
Bebidas Prohibidas. De esta forma el juez de la Acordada
llevaba anexos los siguientes nombramientos: alcalde provincial
de la Santa Hermandad, guarda mayor de caminos y juez de
bebidas prohibidas.

La prisión del tribunal, sita en la ciudad de México, era


también sede del cuartel y residencia del juez. En el interior del
virreinato, el juez se auxiliaba de tenientes y comisarios, entre
ambos no había mayor diferencia que el rango social, pues los
dos tenían las mismas facultades y ninguno percibía sueldo por
ello (sin embargo cobraban la tercera parte de lo que se
confiscaba). En 1776 había tenientazgos en Puebla, Querétaro,
Guadalajara y Córdoba.

La Acordada se sostenía con una participación del impuesto al


pulque (un grano de real por carga) y los derechos del Juzgado
de Bebidas Prohibidas.

II. La jurisdicción de la Santa Hermandad le daba competencia


para conocer de los delitos de hurto, violencia física, despojo,
rapto, incendio premeditado y mantenimiento de cárceles
privadas, cometidos en pueblos y en campo abierto; sin
embargo podían aprehender a los delincuentes que hubieran
cometido un delito en una ciudad y se encontraran al momento
de su captura en el campo o en algún pueblo, en estos casos
podía inclusive juzgarlos y ejecutarlos tratándose de los delitos
de robo, violencia física o incendio premeditado. En virtud de
ser guarda mayor de caminos, conocía del delito de bandidaje.
En 1756 el virrey dispuso que la Acordada rondara la ciudad de
México y otras ciudades populosas, y conociera, en ese caso, de
los delitos de homicidio, robo y violencia física.

Las resoluciones del juez de la Acordada no podían ser


apeladas en virtud de estar investido de la calidad de alcalde
provincial de la Santa Hermandad y en consecuencia dichas
resoluciones eran distadas y ejecutadas en el mismo lugar donde
aprehendiera al delincuente. Sin embargo, por Real Cédula de
19 de septiembre de 1790, se creó la Junta de Revisiones,
integrada por un alcalde del crimen, el asesor del virreinato y un
abogado, su finalidad era revisar y en su caso ratificar o
modificar, dentro de los 15 días siguientes a ser dictada,
cualquier sentencia de tortura, muerte, azotes o similar que
implicará una vergüenza pública; tratábase de una revisión
obligatoria no de resolver un recurso.

III. La Constitución de Cádiz de 1812 disponía en su artículo


248 que no habría más que un solo fuero, en consecuencia el
Real Acuerdo resolvió la disolución de la Acordada, como en
efecto sucedió. Cuando regresó al trono Fernando VII, en 1814,
dispuso que se volviera al orden institucional existente en el
Imperio Español antes de 1808, por lo tanto se debería
restablecer la Acordada, sin embargo como su presupuesto ya se
había ocupado para otros fines y su local destinado para
almacén de tabaco, el Tribunal de la Acordada de la Nueva
España nunca más volvió a existir.

ACREEDOR
I. (Del latín creditor, de credere, dar fe, que tiene acción o
derecho a pedir el pago de una deuda.) El acreedor es la persona
ante quien y en cuyo interés otra llamada deudor debe tener un
cierto comportamiento económicamente apreciable, es el titular
de la prestación a cargo de otra llamada deudor.

II. Concepto. El acreedor es el titular del derecho a la prestación


debida por el deudor, es decir es el sujeto activo de la
obligación, del vínculo jurídico por el cual una persona (deudor
o 'promitente') queda constreñida o comprometida frente a otra
(acreedor o 'estipulante') a cumplir una prestación, o sea, a
desarrollar una actividad determinada, patrimonialmente
valorable que consiste en un dar, hacer o no hacer, y que
atribuye a la segunda (acreedor) un correspondiente poder que
consiste en la pretensión de esa prestación. Cabe advertir que el
legislador sólo adopta el vocablo 'acreedor' cuando el objeto de
la prestación está constituido por una suma de dinero y lo elude
cuando la prestación tiene un objeto diverso, de manera que el
término empleado en su lugar hace referencia al negocio
particular de que se trate, p.e., comprador, arrendador, fiador,
asegurado, legatario, etc. De cualquier manera, cuando la ley
alude al acreedor no sólo se refiere al titular o sujeto activo de
una obligación pecuniaria, sino al sujeto activo de cualquier
posición obligatoria.

Así, el acreedor es el titular del derecho de crédito, del derecho


que se tiene contra otra persona llamada deudor para la
satisfacción de un interés digno de protección, en donde dicho
interés constituye propiamente lo que la prestación debe
satisfacer; la particularidad de la obligación estriba en que el
interés del acreedor está tutelado, es un derecho por el cual debe
ser satisfecho por el deudor.

III. Derecho de crédito. Existen diversas teorías sobre la


naturaleza jurídica del derecho de crédito; una de ellas, la
subjetiva (crédito como potestad) considera que la obligación o
derecho de crédito importa un señorío sobre determinados actos
de la conducta del deudor, los cuales deben concebirse como
sustraídos a su libertad y sometidos a la voluntad del acreedor.
Por su parte las teorías objetivas vinculan el derecho del
acreedor a la realización de un resultado objetivo de
transferencia de valores, es decir, de relación entre patrimonios.
En cambio, la teoría de la doble relación (debitum y garantía)
estima que la obligación ha de ser considerada como un vínculo
jurídico complejo en cuyo seno se deben distinguir dos
relaciones diversas: una de deber y otra de responsabilidad; así
la norma jurídica que sanciona una obligación importa un
mandato para que el deudor cumpla voluntariamente la
prestación y autoriza al acreedor para exigir su cumplimiento.
En el supuesto de que el deudor no quiera cumplir
voluntariamente, la norma le da al acreedor medios para obtener
forzadamente satisfacción a sus derechos. El primer mandato
crea entre deudor y acreedor una relación de debitum, cuyo
objeto es la prestación, el segundo confiere al acreedor
potestades contra el patrimonio del deudor y constituyen la
relación de garantía. El debitum atribuye al acreedor una
expectativa, una esperanza dirigida a la prestación, es un
derecho o título para pretender el cumplimiento voluntario,
independientemente de que tenga medios para hacerlo efectivo;
la garantía, en cambio, entra a funcionar cuando ocurre el
incumplimiento voluntario y el acreedor tiene potestades para
dirigirse contra el patrimonio del deudor.

IV. Antecedentes. En el derecho primitivo romano se empleaba


el término reus, rei para designar indistintamente a los sujetos
activo o pasivo de la obligación, es decir al acreedor o al
deudor, figuras que nacen en tiempos arcaicos dentro del campo
de los delitos. En efecto, el ofendido o su familia, 'titulares' del
derecho de venganza, podían optar mediante una 'composición'
por el derecho de exigir determinada prestación del culpable o
su familia y éste o uno de sus familiares quedaban obligados
'atados' en la domus de la víctima como garantía de
cumplimiento. Más tarde el acreedor optó por posponer dicha
atadura hasta el momento del incumplimiento, en cuyo evento
acudía a la manus iniectio con la que el deudor era llevado a
prisión, puesto en venta, reducido a esclavo o incluso el
acreedor le daba muerte. Se trataba evidentemente de un
derecho por parte del acreedor sobre el mismo cuerpo de su
deudor, similar al que se tiene sobre una cosa; además, si eran
varios los acreedores podían partir al deudor en tantas partes y
porciones como fueran los acreedores y su crédito (Ley de las
Doce Tablas, Tabla III, fragmentos 5 y 6: de rebus creditis).
Posteriormente el acreedor pierde el derecho de vida y muerte
sobre el deudor y tiene únicamente la facultad de hacer que se le
encarcele (prisión por deudas). A finales de la República
romana, la situación mejoró para el deudor gracias a la Lex
Poetelia Papiria que prohibió el nexus y la prisión por deudas,
por lo que el acreedor podía ejercitar su derecho sólo sobre los
bienes de su deudor, entonces aquél tomaba posesión del
patrimonio del deudor insolvente y los bienes eran vendidos al
mejor postor; para proteger el derecho del acreedor se crearon la
acción pauliana para el fraus creditorum, la restitución in
integrum para la reparación de daños y ciertas garantías como el
pignus praetorium y el pignus judicati captum. Así las cosas
Justiniano definió a la relación entre acreedor y deudor,
obligación como el iuris vinculum, quo necessitate adstringimur
alicuius solvendae rei, secundum nostrae civitatis iura (Inst.
313pr.), de donde resultarían el acreedor o creditor reus
stipulandi o reus credendi y del deudor o debitor, reus
promittendi o reus debiendi.

V. Determinación del acreedor. Hablar de una relación entre


acreedor y deudor hace precisa la determinación de esos sujetos,
sin embargo no es necesario que se hayan establecido desde el
principio las personas del acreedor y del deudor, basta con que
ellas estén indicadas de forma tal que puedan ser posteriormente
determinadas en vista de circunstancias a realizarse o de la
relación que pueda existir con una cosa determinada
(obligaciones propter rem y obligaciones ambulatorias).
En otras palabras, el acreedor, o debe estar ya individualizado
en el momento en que nace la obligación (X celebra una
compraventa con Y) o individualizable conforme a un criterio o
a un hecho ya previstos en ese momento, ora en la oferta al
público en la que el acreedor se individualizará por el hecho de
hallarse en cierta situación o realizando cierta acción, ya en el
seguro por cuenta de quien corresponda, ora en la promesa de
recompensa. Casos de indeterminación también se presentan en
los títulos de crédito al portador en donde el acreedor no está
determinado, su determinación depende de una circunstancia de
hecho (la posesión del documento). Dichos sujetos pueden ser
cambiados, en tal supuesto quedan determinados ab initio sólo
que la relación es susceptible de pasar después a otros
(causahabientes), p.e., mediante endosos cesión de créditos,
descuento bancario, herencias o legados. No debemos confundir
la indeterminación del acreedor con la obligación condicional ni
con el supuesto en el cual la titularidad de un derecho puede
aparecer dudosa, desconocida o litigiosa, puesto que en éstos se
trata de situaciones jurídicas determinadas de manera
objetivamente cierta cuya duda se debe a circunstancias de
hecho que deben dilucidarse judicialmente.

VI. Derechos del acreedor. Existen derechos que en principio


corresponden a todo acreedor y que resultan de la existencia de
vínculos jurídicos simples o perfectos provistos de todas sus
consecuencias jurídicas y que se conocen como obligaciones
civiles, cuya fuente puede ser el contrato, la declaración
unilateral de la voluntad, el enriquecimiento ilegítimo, la
gestión de negocios, el acto ilícito la responsabilidad civil o, en
fin, la ley, pero existen otras llamadas naturales cuya fuerza
dista mucho de ser completa, amén de aquellas obligaciones
afectadas con modalidades y las complejas, las cuales imponen
ciertos cotos o 'modalidades' a esos derechos que tiene todo
acreedor. Grosso modo podemos decir que al acreedor le
corresponden los siguientes derechos:

1. Si el deudor no cumple, no satisface el interés del acreedor,


éste puede exigir el cumplimiento forzoso y el pago de daños y
perjuicios («a.» 1949 «CC»). Esto no impide que tanto el
deudor como el o los acreedores tengan interés en que la
ejecución forzosa no se lleve a efecto y en su lugar convengan
que el primero ceda a éste o a éstos todos o parte de sus bienes,
pero si no se acuerda dicha cesión, el cumplimiento forzoso
puede provenir de uno o varios acreedores, por lo que puede
llegarse al concurso («a.» 2965 «CC»), a la quiebra («aa.» 1 y 2
LQ), a la intervención en la administración (como ocurría con
las instituciones bancarias mexicanas, «cfr.» el «a.» 173 de la
LIC) o a la liquidación administrativa prevista anteriormente
para las instituciones de crédito («a.» 100 LIC).
2. Si se trata de obligaciones derivadas de contratos
sinalagmáticos, el acreedor puede rehusar la propia
contraprestación mediante la exceptio non ad impleti contractus,
o bien exigir por escrito que en cierto plazo cumpla su
obligación o rescindir el contrato y exigir el pago de daños y
perjuicios («a.» 1949 «CC»).

3. En ciertos casos señalados expresamente por la ley o


convenidos por las partes, el acreedor puede negarse a restituir
al obligado incumplido una cosa de su propiedad; se trata del
derecho de retención, sin previa intervención judicial que le
asiste al acreedor en una compraventa mercantil -a. 386 «CC»-,
al porteador en el transporte terrestre -a. 591 «fr.» VII «CCo»-,
y al hotelero en el contrato de hospedaje, «a.» 2669 «CC»).

4. Además el acreedor cuenta por ley o por convenio con otros


medios: a) que le facilitan el cumplimiento de la obligación
(cláusula penal, «aa.» 88 «CCo» y 1840 «CC»), b) que hacen
más seguro el cumplimiento, como la entrega por parte del
deudor de una cosa (arras, «a.» 381 «CCo») con la que el
acreedor podrá cobrar en caso de incumplimiento, c) con
instrumentos que impiden la pérdida o menoscabo del
patrimonio del deudor que constituye la garantía genérica en
favor del acreedor (vencimiento del plazo, acciones
subrogatoria, revocatoria o pauliana, embargo y secuestro), d)
con medios que refuerzan la garantía como la prenda («aa.»
2856 «CC» y 334 «LGTOC») o a la hipoteca («a.» 2893 «CC»),
o en fin, e) el acreedor puede vincular además de los bienes del
deudor, los de un tercero (la fianza o el obligado solidario), o
ciertos bienes de un tercero (la hipoteca por el obligado).
5. También el acreedor tiene el derecho de ejercitar la acción
oblicua, es decir ejercitar los derechos y acciones de sus
deudores. En efecto, un principio general declara que ninguna
acción puede ejercitarse sino por aquel a quien compete, o por
su representante común («a.» 29 «CPC»), sin embargo,
cumplidos ciertos requisitos el acreedor puede ejercitar los
derechos que corresponden a su deudor, requisitos tales como:
a) tener un crédito que conste en título ejecutivo, b) el descuido
o negativa del deudor para deducir sus deudas una vez que ha
sido compelido por su acreedor, y c) que las acciones
ejercitadas no sean derivadas de derechos inherentes a la
persona del deudor.

VII. Mora del acreedor. Mora accipiendi, es el hecho del retraso


del cumplimiento de la obligación por el deudor debido a la
conducta del acreedor que omite la cooperación indispensable
para que la prestación se realice. Para que el deudor se libere
del pago de daños y perjuicios, o de intereses moratorios, o en
fin, para que demuestre que su incumplimiento se debió a la
culpa de su acreedor debe: a) estar en situación lícita de realizar
su prestación, b) ofrecer debidamente esa prestación al
acreedor, de forma que todo incumplimiento en adelante le sea
imputable a éste, c) demostrar que el acreedor no acepta la
prestación ofrecida o que omite la cooperación indispensable
para su cumplimiento, d) ofrecer la prestación debida en la
forma y términos pactados o prescritos por la ley, y e)
demostrar la culpa del acreedor.

VIII. Clases de acreedores.


1. Acreedor quirografario. Para la doctrina clásica se trata de un
causahabiente del deudor a título universal, mientras que para
Bonnecase de un causahabiente a título particular. Se trata de un
acreedor sin derecho a prelación, carente de privilegio, prenda o
hipoteca cuyo pago se hace en proporción de su derecho, al
monto de su crédito y una vez que se han pagado a los
acreedores con privilegio o prenda o hipoteca.

2. Acreedor a plazo, condicional o eventual. Aquel cuyos


derechos son aún eventuales o se hallan en suspenso por un
plazo o una condición, no facultado para actuar en nombre de su
deudor.

3. Acreedor aparente. Esta institución aparece cuando se hace el


pago realizado de buena fe al poseedor del crédito (se considera
válido), se trata del titular aparente del crédito, de quien para
todo el mundo es el acreedor, aun cuando en verdad no lo sea.

4. Acreedor privilegiado. Aquel que por ley tiene el privilegio


de ser pagado con antelación a ciertos acreedores, así se alude a
los acreedores singularmente privilegiados («a.» 260 LQ) y a
los acreedores con privilegio especial.

5. Acreedor hipotecario. Aquel acreedor que tiene derecho, en


caso de incumplimiento de la obligación garantizada, a ser
pagado con el valor de los bienes, sin necesidad de entrar en
concurso con los otros acreedores, a menos que se trate de otros
de la misma clase (también hipotecarios, «aa.» 2893, 2981 y
2982 «CC» y 263 LQ).

6. Acreedor prendario. Es el titular del derecho real constituido


sobre un bien mueble enajenable para garantizar el
cumplimiento de una obligación y su preferencia en el pago y
no necesita entrar en concurso para hacer efectivos sus créditos
(«aa.» 2856 y 2981 «CC»). 7. Acreedor alimentario. La persona
que tiene el derecho irrenunciable, inembargable,
imprescriptible y no sujeto a transacción de recibir alimentos, es
decir, comida, vestido, habitación, asistencia en casos de
enfermedad y tratándose de menor de edad, gastos para su
educación y para proporcionarle algún oficio, arte o profesión
honestos y adecuados a su sexo (sic) y circunstancia («aa.» 301
y 308 «CC»), son acreedores alimentarios: el cónyuge («a.» 309
«CC»); los hijos de sus padres, en su defecto de sus abuelos en
ambas líneas, y a falta de éstos de los hermanos de padre y
madre, de los de madre, de los de padre o de los hermanos y
demás parientes colaterales («aa.» 303, 304, 305 «CC»); los
padres son acreedores alimentarios de sus hijos, a falta de éstos
de los descendientes más próximos en grado (ctr. «aa.» 304 y
305 «CC»); el adoptante es acreedor del adoptado y éste del
adoptante en los casos en los que lo son el padre y los hijos
(«a.» 307 «CC»).

8. Pluralidad de acreedores. Cuando existen dos o más titulares


de un crédito, aquí la situación puede variar según que la
obligación sea mancomunada o solidaria, divisible o indivisible.

9. Acreedor personal. Sólo tiene acción personal contra su


deudor, su crédito puede constar en documento público, privado
o bien de palabra.

10. Acreedor real. Tiene a su favor una acción real sobre los
bienes de su deudor, dicho acreedor puede ser de dominio
(propiedad), de posesión, hipotecario o pignoraticio, según que
la acción sea de reivindicación, prescripción, hipoteca o prenda,
respectivamente.

11 Acreedor del fallido. El titular de créditos respecto del


deudor que se encuentra en situación de quiebra.

12. Acreedor de la masa. Se refiere al acreedor de la entidad


ideal, masa que se constituye con motivo y desde el momento
del desapoderamiento del deudor fallido.

13. Acreedor solidario. Titular de un crédito constituido en su


favor y al de otro u otros acreedores de manera tal que cada uno
de ellos tiene derecho a exigir el pago total de la deuda y el
deudor la obligación de pagar a cualquiera de los mismos.

14. Acreedor de la sucesión. Aquel cuyo crédito se origina por


obligaciones del causante o por la apertura de su sucesión.

15. Acreedor testamentario. El titular del derecho a reclamar del


heredero la entrega de la donación mortis causa o del legado.

16. Acreedor hereditario. Se trata de uno de los acreedores de


12 sucesión, es aquél del causante que no recibió de éste en vida
el pago de sus créditos y tiene el derecho a reclamarlo sobre los
bienes de la herencia respectiva.

17. Acreedor sin acción. El acreedor que carece de acción para


reclamar lo que se le debe por ser el titular de una obligación
natural, sin derecho compulsivo sobre el deudor para hacer
efectiva su responsabilidad patrimonial.

18. Acreedor común u ordinario, es cl acreedor quirografario.

IX. Prelación de créditos. El acreedor tiene un derecho de


garantía general sobre los bienes de su deudor, pero no sobre un
bien determinado, sino sobre el patrimonio del mismo, es decir,
el deudor responde de sus obligaciones con todos sus bienes (a.
2964 «CC»). En principio, el acreedor sufre las consecuencias
de los actos de su deudor, si éste enajena uno de sus bienes, esta
operación es oponible a sus acreedores, quienes no pueden
oponerse al tercer adquirente ni intentar embargar un bien que
ha salido del patrimonio sobre el cual recae su derecho de
garantía (otra cosa sería el fraude de acreedores). En efecto, los
acreedores no tienen el derecho de persecución sobre la masa de
los bienes que integran el patrimonio de su deudor, por lo que el
valor de su garantía se ve mermado cuando el pasivo aumenta
debido a nuevas deudas, de suerte que si dicho pasivo excede al
activo, dichos acreedores carecen de preferencia alguna basada
en la antigüedad de sus créditos todos los acreedores corren la
misma suerte por lo que son pagados con el precio de los bienes
del deudor a prorrata, proporcionalmente al monto de sus
créditos. Sin embargo, un acreedor puede tener una causa
legítima de preferencia que resulte de un privilegio o bien de
una prenda o de una hipoteca (a. 2981 «CC»), es decir, que
pueden existir diversas clases de acreedores y, por tanto cierto
orden o prelación en el pago de sus créditos, veamos la
prelación de créditos en caso de quiebra de un comerciante: la
«LQ» establece el orden en que deben satisfacerse los créditos
de los acreedores, así 1o., los acreedores singularmente
privilegiados (por gastos de entierro, gastos de enfermedad que
haya causado la muerte del deudor y salarios del personal,
obreros y empleados), 2o., acreedores hipotecarios, 3o.,
acreedores con privilegio especial, los que según las leyes
tengan un privilegio especial o un derecho de retención, 4o.,
acreedores comunes por operaciones mercantiles, 5o.,
acreedores comunes (quirografarios) por derecho civil (a. 267
LQ). En cuanto al fisco como acreedor, remite a la ley especial.
En materia civil se establece la prelación de los créditos fiscales
provenientes de impuesto (a. 2980), posteriormente los créditos
hipotecarios y los prendarios, en tercer lugar se alude a los
acreedores preferentes sobre determinados bienes (a. 2993
«CC»), y finalmente, y en este orden, acreedores de primera,
segunda, tercera y cuarta clases («aa.» 2994-2998 «CC»).

X. Extinción del crédito del acreedor. 1o., Normalmente la


obligación se extingue cuando el acreedor es satisfecho con el
cumplimiento de la obligación (pago). 2o., Cuando es satisfecho
por un modo diverso (dación en pago, novación, confusión o
compensación). 3o., Como excepción, hay casos en que se
extingue la obligación: a) porque el cumplimiento se haya
terminado (plazo extintivo), b) porque el acreedor acepta el
incumplimiento (remisión de deuda), c) porque el cumplimiento
se hace imposible, o d) por prescripción. En cuanto a
obligaciones derivadas de un contrato existen otros modos de
extinción que destruyen la obligación atacando al contrato
mismo, el deudor queda liberado porque el contrato es destruido
o suspendido, se trata de la anulación del contrato, de su
rescisión o de su revocación.

ACTA DE ASAMBLEA
I. En derecho, es la reseña escrita, fehaciente y auténtica de todo
acto productor de efectos jurídicos. En cuanto a su contenido
(declaración que contiene), designa principalmente la operación
voluntaria cuya finalidad es producir efectos jurídicos. Como
documento, es un escrito encaminado a verificar una operación
jurídica; y como tal, tiene el valor que en cada caso le otorgan
las leyes; su contenido puede ser distinto, ya sea que consista en
una confesión de sus redactores, en una declaración o
manifestación de voluntad, dispositiva o contractual, o bien que
reproduzca un acto o negocio jurídico determinado.

1. Principios elementales de las actas. Habrán de reflejar


siempre la verdad. De contenido inalterable salvo
consentimiento expreso de los que en ella intervinieron y previa
observancia de los preceptos especiales determinados para cada
caso particular. Habrán de observarse también normas
específicas establecidas para su redacción y formato, entre las
que se encuentran básicamente, la previa lectura por todos
aquellos que al suscribirla la autorizan. De redacción simultánea
a la verificación del hecho o inmediatamente después, o bien, en
un periodo posterior, ya que, salvo prohibición, nada obsta para
su validez que la persona encargada de su elaboración la redacte
días después, con notas e indicaciones recogidas en el momento
de la celebración de la reunión respectiva.

Singular mención merecen aquellos tipos de actas cuya


aprobación se acostumbra reservar a la sesión siguiente de la
asamblea a la que se refiere. Se produce en esos casos, un
estado transitorio relativo a la validez y eficacia del acta que en
ocasiones puede presentar serios problemas, particularmente en
lo relativo a determinar el valor del documento hasta el
momento de aq ABORDAJE
uella aprobación definitiva (Mascareñas).

2. Clasificación. Hay actas de diversos tipos; tan sólo nos


referimos a dos de ellas. Las actas multilaterales o colectivas
(las de una asamblea de accionistas), consisten en la toma de
decisión única por un grupo de personas con idénticos intereses
derechos y que según reglas más o menos estrictas, permiten
obtener de la mayoría, una voluntad común. Las actas
constitutivas o creadoras, que hacen nacer derechos nuevos. P.e.
las que contienen el pacto social («aa.» 30, «LMV» y 101
LGSM).

En derecho mercantil, podemos encontrar la regulación de los


libros de las actas de las sociedades («aa.» 34, 36 y 41 «CCo». y
57 «frs.» I a IV, «RLSC»); de las actas de cotización de valores
(«a.» 13, «fr.» V del Reglamento de las Bolsas de Valores); de
las actas con trascendencia en las declaraciones de quiebra («a.»
6 a), LQ); de las actas levantadas con motivo de la junta de
acreedores («a.» 82, LQ); de las actas de emisión de
obligaciones («a.» 213, pfo. primero, «LGTOC»; en relación
con el 21, «fr.» XIV, «CCo».). Solamente nos habremos de
referir a las primeras.

3. Contenido del acta. El acta de asamblea deberá contener: 1)


el lugar, fecha y hora de celebración de la misma; 2) la
asistencia de los socios, 3) el número de acciones y partes
sociales representadas en la asamblea; 4) el número de votos de
que las acciones pueden hacer uso; 5) el número de votos
emitidos sobre cada una de las materias tratadas; 6) la
deliberación que existió, es decir, una clara y sucinta mención
de lo expuesto; 7) el sentido de la resolución acordada; 8) la
hora en que se levanta la sesión; 9) las firmas de las personas
facultadas por los estatutos, y 10) todo aquello que conduzca al
perfecto conocimiento de lo acordado. Cuando el acta se refiera
a una junta de consejo de administración, basta con expresar: 1)
la fecha, 2) el nombre de los asistentes, 3) la relación de los
acuerdos aprobados y 4) las firmas correspondientes («aa.» 41
«CCo»; 195, «LGSM»; 14, Ley General de Sociedades
Cooperativas; 35 y 43, parágrafo dos, «RLSC»).

La indicación del lugar, fecha y hora de la celebración es


primordial, pues ésta es la forma para determinar si la asamblea
se realizó en el domicilio social o en el domicilio fijado por los
estatutos; así como a la hora y en la fecha señaladas en la
convocatoria. El accionista tiene derecho de impugnar la
asamblea cuando ésta no se verificó en el lugar fijado o en el
día y hora convenidos (Vásquez del Mercado).

En la constitución de las sociedades cooperativas, el acta se


levantará por quintuplicado y deberá contener: 1) los generales
de los fundadores; 2) los nombres de los integrantes por vez
primera de los consejos y comisiones, y 3) el texto de las bases
constitutivas («a.» 14, LSC). En tal caso, los ejemplares del acta
deberán remitirse a la Secretaría del Trabajo («a.» 40, «fr.» X,
«LOAPF»), e inscribirse en el Registro Cooperativo Nacional
(«a.» 19, LSC).

Cuando el acta de la asamblea general reforme las bases


constitutivas de una «SC», tendrá el valor de nuevo contrato y
de ella se harán llegar a la Secretaría del Trabajo para su
autorización, cinco copias firmadas por los miembros de ambos
consejos. En dicho documento se transcribirá el texto íntegro de
la asamblea, se dejará constancia del número de socios
asistentes a la reunión y del sentido del voto emitido por los
mismos. Aprobadas las reformas, la Secretaría del Trabajo
autorizará su inscripción en el Registro Cooperativo Nacional
(«aa.» 35, «RLSC» y 40, «LOAPF»).

También es frecuente llevar al acta la orden del día («a.» 43,


segundo parágrafo, «RLSC») y cuando los acuerdos se tomen
por votación nominal, el nombre de los que voten a favor o en
contra.

4. Obligatoriedad de redactar el acta. Las sociedades


mercantiles tienen obligación de llevar un libro de actas en el
que consten todos los acuerdos relativos a la marcha y
operaciones sociales tomadas por las juntas generales, consejos
de administración, juntas de consejos, secciones especiales o
juntas de distrito o secciones foráneas («aa.» 34, 36 y 41,
«CCo».; 194 y 195, «LGSM»; 14, LGSC; 43, apartado primero
y 57, «RLSC»).

5. Formalidades. Las actas de asambleas deberán levantarse


por quien actúe como secretario de la junta o asamblea;
asentarse en el libro de actas; firmarse por el presidente, el
secretario de la asamblea y el o los comisarios asistentes.
Anexos a las actas podrán ir los documentos justificantes de que
las convocatorias se efectuaron conforme a la ley. También
podrán dichos documentos transcribirse en el acta; cuando las
actas no se hayan asentado en el libro respectivo se
protocolizarán notarialmente. Además de este requisito, las
actas de asambleas extraordinarias se inscribirán en el Registro
Público del Comercio («a.» 194 LGSM). Asimismo, las actas de
asambleas especiales deberán asentarse en el libro
correspondiente (a. 195 relacionado con el 194, LGSM). En
cuanto a las actas de asambleas constitutivas, éstas se
protocolizarán y registrarán en documento por separado de los
estatutos («aa.» 101 «LGSM»; 14, LSC y 19, «RLSC»).

Las actas constitutivas como las de reformas estatutarias, antes


de inscribirse en el Registro, deben obtener el permiso
respectivo de la Secretaría de Relaciones Exteriores (a. 17, LIE)
y la orden judicial correspondiente (a. 260, LGSM).
Los libros de actas de las sociedades cooperativas deberán
tener la autorización de la Secretaría del Trabajo. Dichas actas,
sin la firma respectiva y en libros no autorizados o fuera de
ellos, carecen de validez (a. 58, «RLSC»).

Tales actas van numeradas extractando al margen los acuerdos


adoptados, escritas una a continuación de la otra, sin dejar
espacios libres (a. 59, «RLSC»). El secretario de la asamblea se
hará cargo del libro de actas (a. 60, «RLSC»).

Normalmente, en la misma asamblea que acuerda, se señala un


delegado como encargado de efectuar los tramites de la
inscripción; en otras ocasiones esta función recae en el notario.
La inscripción tiene carácter publicitario, pero la falta de
inscripción de aquellos actos que la ley decide que deban
inscribirse, acarrea que los acuerdos tomados por la asamblea
no sean oponibles.
En cambio, la resolución de una asamblea extraordinaria que
acuerda la modificación de los estatutos, obliga a la sociedad, a
pesar de no haberse protocolizado e inscrito el acta
correspondiente. Si llegará a celebrarse en la misma fecha una
asamblea ordinaria poco después de la extraordinaria, que
acordó las modificaciones, la asamblea ordinaria se regulará por
los estatutos modificados (Vásquez del Mercado).
Por otra parte, el derecho de impugnar una deliberación o
pedir la rectificación de un acta compete exclusivamente a los
socios, por lo que el encargado del Registro, sin juzgar de la
validez intrínseca del acto, procederá a su inscripción.
6. Aprobación del acta. La aprobación parcial o total del
contenido del acta se debería hacer antes de terminar la reunión;
sin embargo, es práctica reiterada y constante diferir dicha
aprobación para la sesión siguiente. La aprobación del acta
deberá hacerse, cuando menos, por mayoría; también en este
aspecto la ley es silente (Garrigues-Uría).
7. Valor del acta y efectos de la falta de acta. Las actas son,
sencillamente, un instrumento de prueba de los acuerdos
sociales, un medio ad probationem no ad solemnitatem. Se
presume la autenticidad y corrección del contenido de las actas,
salvo prueba en contrario. Las modificaciones estatutarias no
consignadas en el acta provocan la irregularidad de ésta. Aun
las actas protocolizadas por notario público, son susceptibles de
impugnación. Esta irregularidad sólo debilita su fuerza
probatoria. La validez de la asamblea no depende de la validez
del acta (Rodríguez y Rodríguez).
Los acuerdos sociales son válidos aunque no se levante acta de
la reunión o aquélla sea incompleta. Los acuerdos tomados
tienen como elemento constitutivo, la redacción del acta 'El
acuerdo existe como manifestación de la voluntad social, desde
que la mayoría expresa su decisión en la forma y modo
prevenido por la ley', de manera tal que los efectos derivados de
dicha manifestación de voluntad no pueden hacerse depender de
la redacción del documento en el que se recoja el resultado de la
votación y el acuerdo en sí. Por otra parte, no se desconoce el
papel relevante que juega el aspecto formal para configurar la
voluntad en los entes colectivos, pero no existiendo un precepto
legal que asigne al acta la condición de elemento sustancial para
la validez de los acuerdos de la sociedad, no se puede recurrir al
principio de la nulidad de los que no estén recogidos en dicho
documento (Garrigues-Uría).
Otra cuestión es la relativa a la eficacia de los acuerdos que no
se consignan en el acta. Si son acuerdos que deban inscribirse
necesariamente, éstos resultarán ineficaces porque sin acta no
hay inscripción. Los efectos de la falta de acta serán, pues, los
propios de la falta de inscripción. Así, los acuerdos de emisión
de obligaciones, los de fusión o transformación, no surten
efectos frente a terceros por no constar en actas y porque la falta
de ésta no permite inscribir dichos actos en el Registro. Luego,
si los acuerdos no requieren necesariamente inscripción, su
eficacia no depende de que consten en acta. Todo se concreta a
una prueba más o menos difícil. La existencia del acuerdo podrá
acreditarse por otros medios de prueba reconocidos por el
derecho, sin menoscabo de la responsabilidad en que hayan
podido incurrir los administradores al no levantar el acta
respectiva y al no haber llevado con regularidad el libro de actas
que determinan los «aa.» 34 y 36 «CCo». (Garrigues-Uría).
Cuando haya discrepancia entre el contenido del acta y el texto
protocolizado por el notario, prevalece el del acta, en atención
al pacto habido entre las partes, si la disconformidad es entre el
contenido del acta y el de su inscripción, predomina éste con
relación a terceros (a. 29 «CCo».).

ACTA JUDICIAL
I. La voz acta procede del substantivo latino acta que significa
documento escrito. En el derecho romano se llamaban acta a las
leyes, ordenanzas o decretos. Las acta senatus consignaban lo
acaecido en las sesiones del senado. Acta urbana pública diurna,
rerum urbanasum o simplemente acta, era la gaceta oficial de
Roma, boletín de noticias, relación oficial de nacimientos,
muertes, etc., que se fijaba en las calles.
El adjetivo judicial, proviene a su vez del latín, judicialis, o
sea, perteneciente al juicio o realizado en un procedimiento ya
sea contencioso o voluntario, ante los tribunales. Por tanto, acta
judicial es la relación escrita de uno o más actos realizados en
un procedimiento judicial, autorizada por funcionario facultado
para certificar o dar fe, generalmente el secretario o el notario
que haga sus veces por designación del promovente en los
asuntos de jurisdicción voluntaria, o por las partes en los de
carácter contencioso («a.» 68 «CPC»), o bien por testigos de
asistencia en asuntos de la competencia de los jueces de paz
(«a.» 44 del «tít.» especial de la Justicia de Paz del «CPC»).

II. En el artículo 126 del Código de Procedimiento Civil


italiano, de 28 de octubre de 1940, se concreta claramente lo
que debe contener el acta judicial. A saber; 'indicación de las
personas que han intervenido, y de las circunstancias de lugar y
de tiempo en que se han llevado a cabo los actos que
documenta; debe contener, además, la descripción de las
actividades desarrolladas y de las manifestaciones hechas, así
como de las declaraciones recibidas. El acta la firma el
secretario.'

III. Carnelutti dividió los documentos según su contenido, en


descriptivos y constitutivos. Los descriptivos sirven para
representar algo ya sucedido, en tanto que los constitutivos
consignan algo que sucederá, y les llama de representación
anticipada. Entre los documentos descriptivos, menciona el acta
judicial en la que se encuentra, de modo permanente, la
representación de hechos que han de apreciarse en un momento
posterior. Explica que deben documentarse únicamente los
hechos esenciales, porque se infiere que en el proceso moderno
ya no rige con el rigor con que lo enuncian las palabras, del
proloquio latino que decía: quod non est in actis, de hoc mundo
non est. Dice el autor que en principio se hallan sujetos a
documentación las afirmaciones de las partes, las pruebas
constituyentes y los proveimientos del oficio judicial. Pero el
documento descriptivo puede también elaborarse fuera del
proceso, éste es el documento público, el acta notarial. Lo que
el notario recibe, agrega, es precisamente la declaración ya
hecha por las partes.

ACTA NOTARIAL
I. Conforme al Diccionario de la Real Academia, es una
relación fehaciente que extiende el notario de uno o más hechos
que autoriza.

II. En los términos del «a.» 58 LN, vigente a partir de 1946, se


le definía como el instrumento original que el notario asienta en
su protocolo para hacer constar un hecho jurídico, y que tiene la
firma y el sello del propio notario. Posteriormente en la LN,
publicada en el «DO» del 8 de enero de 1980, y conforme a su
«a.» 82 se define al acta notarial como el instrumento original
autorizado, en el que se relacione un hecho o acto jurídico que
el notario asiente en el protocolo bajo su fe, a solicitud de parte
interesada.
Aparentemente, conforme a la «LN» actual, el acta notarial
comprende tanto a los actos como a los hechos jurídicos, lo que
contradice el texto del «a.» 60 de la misma ley, en términos del
cual la escritura es el original que el notario asienta en su
protocolo para hacer constar un acto jurídico y que contiene las
firmas de los comparecientes, así como la firma y sello del
notario.
En realidad el «a.» 82 de la «LN» debe circunscribirse a
hechos jurídicos y a actos materiales. Así debe entenderse dicho
artículo. Además, esta es la tendencia en el derecho comparado,
p.e., en los derechos español y argentino.

III. Las actas notariales tienen un régimen legal específico y


existen en la legislación notarial reglas operativas, relativas a
casos particulares de hechos jurídicos, como notificaciones,
interpelaciones, etc. relacionadas con el ejercicio notarial. El
régimen supletorio de las actas notariales es el de las escrituras
públicas («a.» 83 LN). La actividad notarial en materia de
hechos jurídicos y, en consecuencia, en la redacción de actas
notariales representa una faceta diferente de la función notarial.

ACTA SINDICAL
I. Documento en el cual se certifica acerca del escrutinio de una
elección que posibilita que él o los elegidos puedan desempeñar
y ejercer un cargo determinado dentro de una agrupación
obrera, que entraña un acto que debe ser esencialmente
democrático. En el artículo 365 fracción I de la Ley Federal del
Trabajo se dispone que, tratándose de la constitución de un
sindicato, debe levantarse un acta de la asamblea constitutiva en
la que habrá de expresarse todo cuanto se dise o se haga, se
convenga o se pacte. Por ello el vocablo id quom actum est
significa en derecho la reseña escrita, fehaciente y auténtica de
todo acto que produzca efectos jurídicos. Son también los
documentos en los que consten los incidentes y acuerdos a que
se llegue en el transcurso de una asamblea ordinaria o
extraordinaria de una organización de trabajadores; así como las
constancias o certificaciones que levanten los inspectores del
trabajo en los casos en que intervengan tratándose de un acto
sindical.

II. Levantar un acta es extender por escrito con cargo a quien


tenga autoridad para ello, por lo general un secretario, una
relación lo más completa posible y redactada de manera
concreta y en síntesis, de las deliberaciones de una asamblea
sindical. Puede serlo el documento en el que se formule una
constancia análoga de los hechos que en ella tengan lugar o de
las exposiciones que hagan las personas reunidas, cuando sea de
interés conservar lo que se hubiere tratado o lo que se haya
discutido. El documento deberá estar firmado ya sea por los
reunidos, por quien tenga facultad legal para hacerlo de
conformidad con los estatutos de la agrupación y en los casos
en que intervenga alguna autoridad, por la persona que la
represente, con el objeto de reforzar la autenticidad del acto
realizado.

III. El acta tiene valor legal y fuerza obligatoria una vez que
haya sido aprobada o autorizada por el secretario, el actuario, el
inspector del trabajo o la autoridad ante quien deba presentarse
el documento, si ello entraña una obligación legal. Así por
ejemplo, el acta constitutiva de un sindicato deberá exhibirse
ante la autoridad administrativa del trabajo que corresponda,
para que pueda procederse al registro de la agrupación.

IV. Se da el nombre de acta sindical también al documento en el


que conste un acto conciliatorio relacionado con trabajadores y
puede ser de carácter laboral o de índole administrativa.

ACTIVIDAD COMERCIAL
I. Comprende tanto aquella que se realiza comprando,
vendiendo o permutando géneros o mercancías, como toda la
que se realiza con la finalidad de crear o explotar una empresa.
El concepto jurídico de actividad comercial excede en mucho al
concepto vulgar del término. Además de la típica actividad
mercantil, se considera que lo son la explotación de la fianza de
empresa, la navegación, el transporte y el seguro.
Puede afirmarse que todo aquel que se dedique a ella de modo
profesional es, según nuestro derecho, comerciante. Lo que
significa que la mera realización de actos de comercio no puede
calificarse de actividad mercantil. Todas las personas celebran y
ejecutan, todos los días, actos de comercio. A esto se le califica
de realización accidental de actos mercantiles.
Por otro lado, sólo se califica como mercantil la actividad de
aquellos sujetos que realizan actos considerados como
mercantiles en cuanto a su finalidad. Los actos absolutamente
mercantiles, así como aquellos que lo son en cuanto a su objeto,
al sujeto y por conexión, no constituyen, necesariamente, la
materia de una actividad comercial. Aunque quienes se
dediquen a ésta, necesariamente, los realizan.

II. Nuestra legislación no atiende de manera principal y


exclusiva a la actividad mercantil, para calificar la
mercantilidad de las sociedades comerciales. Así, el artículo 3
«CCo». «fr.» II califica de comerciantes a las sociedades
constituidas con arreglo a las leyes mercantiles, y según la
«LGSM», tienen este carácter todas aquellas que se constituyan
en alguna de las formas reconocidas por el «a.» 1 de la misma.
Siendo éstas, la sociedad en nombre colectivo, la sociedad en
comandita simple la sociedad de responsabilidad limitada, la
sociedad anónima, la sociedad en comandita por acciones y la
sociedad cooperativa. De donde se concluye que una persona
moral (sociedad mercantil) puede ser comerciante sin que,
necesariamente, realice una actividad comercial. Por ejemplo:
una sociedad anónima dedicada a fines de beneficencia.
Sin embargo, el «CC», en su «a.» 2688, condiciona que el fin a
que deben dedicarse las sociedades civiles, no constituya una
especulación comercial, de donde se desprende que una
sociedad civil, que se dedique a la realización de una actividad
comercial, adquiere carácter de comerciante (como sociedad
mercantil irregular).
Se refiere a la actividad mercantil, de acuerdo con el concepto
económico de ésta, el «a.» 75 «CCo»., «frs.» I y II, que califica
como actos de comercio las adquisiciones, enajenaciones y
alquileres de bienes muebles, cuando se verifican con propósito
de especulación comercial, así como las compras y ventas de
bienes inmuebles, cuando se realicen con el mismo propósito.
No hay problema para conocer si existe intención de especular
si se trata de actos realizados por comerciantes, respecto de los
cuales el propósito se presume, relativa o absolutamente, a tenor
de lo que disponen las «frs.» XX y XXI del «a.» 75. Más difícil
será el caso de que quien realice el acto no sea comerciante.
Supuesto en el que se presume que el acto es civil y quien
afirme su mercantilidad debe comprobarlo, para lo cual deberá
atenderse a 'lo que realmente ha pasado entre las partes. Las
declaraciones de éstas; la naturaleza de las mercancías (que son
por lo común objeto de especulación, o impropias del consumo
del adquirente); su cantidad excesiva para las presuntas
necesidades del mismo; la condición económica y social del
comprador; las relaciones de negocios que anteriormente hayan
mediado entre las partes; otras adquisiciones de mercancías de
la misma especie y de distinta procedencia; la notoriedad de
especulaciones análogas realizadas antes por el mismo
comprador; el lugar de la contratación; la forma del contrato; el
modo de la ejecución, etc...' (Tena).

III. Se refieren a la actividad comercial (conceptos económicos


y jurídicos), directa o indirectamente, entre otros, los «aa.» 3
«CCo»., «fr.» I, que califica de comerciantes a quienes hacen
del comercio su ocupación ordinaria. El 75 en sus «frs.» V a XI,
que califican como actos de comercio a las empresas de
abastecimientos y suministros, de construcciones y trabajos
públicos y privados, de fábricas y manufacturas, las librerías y
las empresas editoriales y tipográficas, de comisiones, de
agencias, de oficinas de negocios comerciales y
establecimientos de ventas en pública almoneda y de
espectáculos públicos. La «fr.» XIV, que califica como actos
mercantiles todas las operaciones de bancos. La XVI, los
contratos de seguros hechos por empresas. Por analogía con las
fracciones citadas, con base en la «fr.» XXIV, la doctrina
califica de mercantil toda la actividad empresarial.
Ante la imposibilidad, por parte de los estudiosos, de obtener
un concepto unitario del acto jurídico de comercio, con validez
universal para todos los tiempos y lugares, que sirva para
proporcionar un criterio seguro y definitivo de lo que para el
derecho son la actividad comercial y la materia de comercio, los
autores se han volcado a la búsqueda de nuevas pautas
orientadoras.
En la actualidad, han adquirido importancia dos criterios:
primero, el de que la materia de la actividad comercial consiste
en el tráfico en masa, siendo de escasa trascendencia práctica,
para el derecho mercantil, las operaciones aisladas; y segundo,
el de que la actividad mercantil corresponde a la de la empresa
y el derecho comercial es una regulación profesional de ésta
(con mejor técnica, los italianos, se refieren al empresario).
Rodríguez y Rodríguez recoge estas dos opiniones, así como
las críticas que se les hacen (que hay actos que se realizan en
masa que no son mercantiles y que hay empresas que tampoco
lo son) y sostiene que el derecho mercantil 'es el derecho de los
actos en masa realizados por empresas'; lo que viene siendo,
para este autor la materia de la actividad mercantil.
Esta solución, por lo menos desde el punto de vista de nuestro
derecho positivo, no es válida. El «CCo». y las leyes
mercantiles en vigor, como ha quedado expuesto, regulan los
actos de comercio y la actividad de los comerciantes; no los
actos en masa realizados por empresas.
Barrera Graf señala que se tiende a considerar que la actividad
que debe regular el derecho mercantil debe ser la de las
empresas y la económica. Pero, con acierto señala que esto es
sólo un desideratum, que no se encuentra consagrado en nuestro
derecho vigente.
Mantilla Molina, al considerar los límites de la legislación
mercantil, para determinar cuáles son las facultades del
legislador federal para legislar en materia de comercio (C, «a.»
73, «fr.» X), encuentra que la falta de un concepto jurídico de
comercio impide precisar qué alcance dio el constituyente a la
palabra comercio y afirma que 'desde un punto de vista estático
el legislador federal debe entender por comercio lo que
tradicional y consuetudinariamente, se ha entendido en derecho
por tal, y sin perjuicio de ampliar el concepto, dinámicamente, a
medida que el consenso general, manifestado a través del
derecho comparado, lo ampliase'.

IV. Aunque, en general, el ejercicio de la actividad mercantil es


libre, existen, no obstante, incapacidades, incompatibilidades y
prohibiciones.
Así, salvo excepciones («CC» «a.» 556) los menores y los
sujetos a estado de interdicción no pueden, ni siquiera por
conducto de sus representantes legales, dedicarse al ejercicio
del comercio. Las profesiones de notario público, corredor y
agente aduanal, son incompatibles con el ejercicio de la
actividad mercantil profesional. Tienen prohibido dedicarse a
esta actividad los quebrados no rehabilitados y los reos de
delitos contra la propiedad. Los extranjeros pueden dedicarse al
comercio, pero sujetos a restricciones. Por último, leyes
especiales imponen requisitos para el ejercicio de determinadas
actividades mercantiles, tales como la banca, explotaciones
forestales, explotación de sustancias del subsuelo, fianza de
empresa, industria eléctrica, pesquería, seguros y transportes
(Mantilla Molina).

ACTIVOS
I. El total de bienes materiales, créditos y derechos de una
persona, de una sociedad, de una corporación, de una
asociación, de una sucesión o de una empresa cualquiera.

II. Dentro de los elementos del estado de situación financiera o


balance se encuentra el de conceptos del activo y su valor
clasificados en la siguiente forma:
1. Activo amortizable. Aquellos bienes o derechos que por
agotamiento, por el transcurso del tiempo y por otras causas
ajenas a la fluctuación de precios en el mercado, disminuyen
constante o periódicamente de valor, el cual en los libros debe
reducirse en la cantidad correspondiente. En esta clase de activo
se incluyen: yacimientos y minerales, derechos de autores
concesiones de Estado, los gastos de instalación, los de
organización y en general todos aquellos bienes o derechos
agotables por propia naturaleza y cuya disminución y valor no
puede evitarse por medio de gastos de reparación o de
conservación. Los bosques y los montes madereros
comúnmente se incluyen en esta categoría, aun cuando son
susceptibles de conservación mediante una reforestación
adecuada.
2. Activo circulante. Aquellos derechos, bienes materiales o
créditos que están destinados al tráfico mercantil o proceden de
éste, que se tienen en giro de modo más o menos continuo y
que, como operaciones normales de una negociación pueden
venderse, transformarse, cederse, trocarse por otros, convertirse
en numerario, darse en pago de cualquier clase de gastos y
obligaciones o ser materia de otros tratos semejantes y
peculiares de toda empresa comercial.
Debe tenerse en cuenta que, los bienes que forman el activo
fijo y el activo diferido, aun cuando ocasionalmente pueden ser
objeto de alguna de las operaciones señaladas en el párrafo
próximo anterior, no lo son de manera constante dado su origen
y finalidad.
Forman parte del activo circulante las partidas de activo
disponible (aunque éstas suelen presentarse bajo una
clasificación especial en el balance general), los documentos y
cuentas por cobrar, los inventarios en materias primas, de
artículos en proceso de fabricación y de artículos terminados,
las inversiones en valores que no tengan por objeto mantener el
dominio administrativo de otras empresas, y otras partidas
semejantes. Los documentos y cuentas por cobrar a cargo de
accionistas, directores, funcionarios y empleados de las
empresas, pueden mostrarse en el balance general formando
parte del activo circulante, pero es conveniente agruparlos
separadamente bajo un título especial.
Existen otras locuciones similares a la de activo circulante,
como las de activo flotante y activo realizable. Este último
nombre se usa más bien para denotar aquellos bienes que
pueden ser vendidos en cualquier momento.
3. Activo congelado. Se designan con este nombre aquellas
partidas del activo de las cuales no se puede disponer fácilmente
por consistir en créditos dudosos o venidos a menos, en
mercancías o productos pasados de moda, en general en bienes
o inversiones del activo circulante para los cuales no haya
mercado. Aunque en el balance general no se hace aparecer el
nombre de activo congelado, es conveniente que el auditor
clasifique, señale o comente, de modo apropiado, el importe de
las partidas correspondientes.
4. Activo contingente. Se llama así al conjunto de bienes o
derechos cuya pertenencia legal depende de ciertos actos o
hechos que pueden o no, llegar a efectuarse.
5. Activo de realización inmediata. Dícese del efectivo y en
general de cualquier inversión que fácilmente puede ser
convertida en efectivo.
6. Activo diferido. La porción de ciertas partidas de gastos que
es aplicable a ejercicios o periodos posteriores a la fecha de un
balance general. En mejores términos, debe designarse con el
nombre de cargos diferidos o de gastos diferidos, ya que no se
trata sino de determinados gastos cuya aplicación se difiere o
pospone por no corresponder al ejercicio que se clausura.
Algunas veces se incluye el activo congelado dentro de éste, así
como otras partidas de activo cuya realización no puede
esperarse sino después de un tiempo largo; p.e.: la
capitalización de rentas en virtud de un contrato de
arrendamiento por el cual las rentas pueden ser aplicadas como
tales o bien a cuenta del precio de compra del inmueble, a
opción del arrendatario respectivo.
7. Activo disponible. Bajo este rubro se incluyen: el efectivo
en caja, los depósitos a la vista en instituciones bancarias, los
fondos en tránsito, los documentos de cobro inmediato, los
fondos o dineros de que se puede disponer inmediatamente,
para cubrir las erogaciones ordinarias de los negocios. Los
fondos separados para algún fin particular, aquellos retenidos
por un fideicomiso como una garantía especial o los fondos
gravados en cualquier forma, no constituyen parte del activo
disponible y deben mostrarse separadamente en el balance
general. El activo disponible debe considerarse como una
subdivisión del activo circulante del cual forma parte.
8. Activo dudoso. Se dice de aquellas partidas del activo cuya
cobranza o realización es incierta.
9. Activo en trabajo o de trabajo. Véase activo semifijo. En la
agrupación de cuentas en el balance general, suele establecerse
la designación de activo circulante y de trabajo, comprendiendo
bajo este rubro las dos clases de activo de que se trata.
10. Activo eventual. Véase activo contingente.
11. Activo ficticio. Aquellas partidas del activo que no
representan un valor real o que no pueden ser realizadas a
ningún precio. Partidas falsas que se hacen figurar en el activo.
12. Activo fijo. Las propiedades, bienes materiales o derechos
que en el curso normal de los negocios no están destinados a la
venta, sino que representan la inversión de capital de una
empresa en las cosas usadas o aprovechadas por ella, de modo
continuo, permanente o semipermanente, en la producción o en
la fabricación de artículos para venta o en la prestación de
servicios a la propia negociación, a su clientela o al público en
general, p.e. la maquinaria de las compañías industriales, las
instalaciones y equipo de las empresas de servicios públicos, los
muebles y enseres de las casas comerciales, el costo de
concesiones y derechos, etc. También se incluyen las
inversiones en acciones, bonos y valores emitidos por empresas
afiliadas. El rubro que se analiza denota una fijeza de propósito
o intención de continuar en el uso o posesión de los bienes que
comprenden. En otras palabras, denota inmobilización al
servicio del negocio. Eventualmente, tales bienes pueden ser
vendidos o dados de baja ya sea porque se considere que no son
útiles, porque sean reemplazados por nuevas instalaciones o por
otras causas similares a las expuestas. Las erogaciones que se
hagan con objeto de mejorar el valor de una propiedad o su
eficacia para el servicio, pueden considerarse como inversiones
fijas.
Desde un punto de vista estrecho, solamente pueden
capitalizarse aquellas erogaciones que tengan por objeto
aumentar los ingresos o disminuir los gastos.
El activo fijo se clasifica en tres grupos:
a) tangible, que comprende las propiedades o bienes
susceptibles de ser tocados, tales como los terrenos, los
edificios, las maquinarias, etc.
b) intangible, que incluye cosas que no pueden ser tocadas
materialmente, tales como los derechos de patente, los de vía, el
crédito mercantil, el valor de ciertas concesiones, etc., y
c) las inversiones en compañías afiliadas.
13. Activo flotante. Véase activo circulante.
14. Activo intangible. Bajo este rubro se incluyen los costos de
concesiones, franquicias, marcas de fábrica, patentes, derechos
de autores, crédito mercantil, etc., y también ciertas partidas
diferidas como gastos de desarrollo, gastos de organización,
etc., cuya amortización no se piensa hacer en un plazo
relativamente corto.
15. Activo líquido. Suele llamarse así al capital contable, pero
tal designación es técnicamente incorrecta.
16. Activo neto. Se usa por capital contable, pero técnicamente
es incorrecto.
17. Activo computable. Se llama así a aquellas partidas del
activo que figuran en las contabilidades de las instituciones
bancarias, de fianzas, y de seguros y que de acuerdo con las
disposiciones legales respectivas, son computables como
inversiones de los depósitos y reservas técnicas. El artículo 40
de la Ley de Instituciones de Fianzas, p.e., establece que se
considerarán como activo computable la existencia en cajas
representada por moneda de curso legal y divisas extranjeras;
depósitos, préstamos y créditos en instituciones de crédito;
valores aprobados como objeto de inversión por la Comisión
Nacional de Valores; acciones de sociedades que se organicen
exclusivamente para adquirir el dominio y administración de
edificios destinados al establecimiento de las oficinas de la
institución, etc.
18. Activo no computable. Se llama así a aquellas partidas del
activo que figuran en las contabilidades de las instituciones
bancarias y de seguros y que, de acuerdo con las disposiciones
legales respectivas, no son computables como inversiones de
los depósitos y reservas técnicas sino que se suponen hechas
con el capital, con las reservas del capital o con otros recursos
propios de las empresas.
19. Activo ocioso. Denominación aplicable a los activos fijos
que están temporalmente fuera de uso y sobre los cuales se tiene
una certeza razonable de que serán puestos en servicio por la
empresa.
20. Activo pignorado. Las partidas de activo dadas en prenda o
garantía de alguna deuda u operación y de las cuales no se
puede disponer si no en determinadas circunstancias.
21. Activo realizable. Véase activo circulante.
22. Activo semifijo. Se usa para designar aquellos renglones
del activo que tienen un carácter intermedio entre el activo fijo
y el activo circulante. Especialmente, denota las existencias de
efectos que se consumen en la fabricación sin que formen parte
integral de los productos, como p.e.: los abastecimientos de
combustibles y lubricantes los explosivos en compañías
mineras, los utensilios y piezas para la maquinaria, los envases
cuando pueden ser devueltos por los clientes, etc.
También suelen incluirse dentro de este grupo, aunque es
preferible mostrarlas separadamente: las cuentas deudoras de
empresas afiliadas y las que son a cargo de accionistas,
directores, funcionarios y empleados. En el balance general, no
se acostumbra presentar esta clasificación particular sino que
los renglones de que se ha hecho mención se agrupan bien sea
en el activo fijo, bien en el circulante (que en tal caso recibe el
nombre de activo circulante y de trabajo) o bien se muestra
separadamente sin designación especial alguna.
23. Activo tangible. Propiedades o bienes materiales
susceptibles de ser tocados.

ACTO ADMINISTRATIVO
I. Es el acto que realiza la autoridad administrativa. Expresa la
voluntad de la autoridad administrativa, creando situaciones
jurídicas individuales, a través de las cuales se trata de
satisfacer las necesidades de la colectividad o la comunidad. A
veces, las autoridades legislativas o las judiciales realizan
también el acto administrativo, cumpliendo funciones de
autoridad administrativa.
Prevalece en la doctrina del derecho administrativo, la
distinción formal o subjetiva y material u objetiva del concepto
de acto administrativo. En sentido formal, acto administrativo
es todo acto del Poder Ejecutivo, que es el órgano
administrativo del Estado. En sentido material, es el acto del
Estado, intrínsecamente administrativo, sin importar que el
órgano estatal que lo realice sea el legislativo, el judicial o el
administrativo. 1. Para salvar los inconvenientes del concepto
formal, que lleva necesariamente a tener como acto
administrativo, el Reglamento, el Decreto o cualquiera otra
disposición general proveniente del Ejecutivo, la doctrina
procura el concepto material, por ejemplo Andrés Serra Rojas
define el acto administrativo como: 'una declaración de
voluntad de conocimiento y de juicio, unilateral, concreta y
ejecutiva que constituye una decisión ejecutoria que emana de
un sujeto: la Administración Pública, en el ejercicio de una
potestad administrativa, que crea, reconoce, modifica, transmite
o extingue una situación jurídica subjetiva y su finalidad es la
satisfacción del interés general'. (p. 226); Agustín A. Gordillo
dice: 'acto administrativo es el dictado en ejercicio de la función
administrativa, sin interesar qué órgano la ejerce' (p. 14, t. III);
Manuel María Diez expresa: 'acto administrativo puro es una
declaración concreta y unilateral de voluntad de un órgano de la
administración activa en ejercicio de la potestad administrativa'
(p. 77). 2. El Repertoire de droit public et administratif de
Francia, llega finalmente a la siguiente definición: 'un acto
jurídico unilateral, realizado por una autoridad administrativa
francesa en el ejercicio de un poder administrativo, creando
derechos y obligaciones para los particulares'. 3. La legislación
administrativa no toma partido en esa distinción, pues no cuenta
con un código administrativo y ni siquiera con una ley de
procedimiento administrativo, en el orden federal. 4. Los
tribunales del Poder Judicial Federal, reiteradamente distinguen
el concepto, en su apreciación formal y material.
II. Acto administrativo, significa acto jurídico, pero también es
hecho jurídico.

III. Legalidad del acto administrativo. El acto administrativo


proviene de la potestad que tiene la autoridad administrativa en
la ley. Esto significa que el acto administrativo está sometido al
principio de la legalidad, conforme al cual la autoridad
administrativa sólo puede realizar los actos que la ley le
autorice. 1. El principio referido se encuentra consagrado por la
garantía individual de legalidad, que se recoge en el artículo 16
de la Constitución Federal. Esta garantía exige que toda
molestia que se cause a alguien, en su persona, familia,
domicilio, papeles o posesiones, sólo podrá hacerse mediante
mandamiento escrito o sea una resolución administrativa escrita
que cumpla con ciertos requisitos fundamentales como son: a)
que provenga de autoridad competente, b) que se den a conocer
los hechos aplicables al caso, en que se apoye y c) que se
especifiquen las disposiciones legales en que se fundamenta. 2.
El principio de la legalidad se ha hecho efectivo,
reiteradamente, por la Suprema Corte de Justicia de la Nación,
señalando en su jurisprudencia que, 'Las autoridades sólo
pueden hacer lo que la ley les permite' «SJF» Compilación
1917-1965, tesis 47 Apéndice al temo CXVII, tesis núm. 166. 3.
La garantía de legalidad, también ha quedado cubierta por la
jurisprudencia de nuestro Alto Tribunal, que reza: 'Para que la
autoridad cumpla la garantía de legalidad que establece el
artículo 16 de la Constitución Federal en cuanto a la suficiente
fundamentación y motivación de sus determinaciones, en ellas
debe citar el precepto legal que le sirva de apoyo y expresar los
razonamientos que le llevaron a la conclusión de que el asunto
concreto de que se trata, que las origina, encuadra en los
presupuestos de la norma que invoca'. «SJF» Compilación
1917-1975, tercera parte II, segunda sala, tesis 402, p. 666. 4.
Presunción de legalidad del acto administrativo. La legalidad
del acto administrativo no se presume como regla absoluta en la
legislación administrativa, el Código Fiscal de la Federación sí
la previene. Esta presunción, cuando la norma jurídica
establece, no inmuniza al acto administrativo frente a los
tribunales; la consecuencia es práctica y consiste en que la
ilegalidad del acto debe acreditarse. La carga de la prueba sobre
la ilegalidad del acto, es para quienes la invocan.

IV. Régimen jurídico del acto administrativo. El acto


administrativo tiene su origen en la ley que lo autoriza, como
acto propio de autoridad administrativa, pero en la vida
económica, social y política de la administración pública, se
sirve para lograr los cometidos u objetivos de ésta, tanto de las
leyes administrativas como de las leyes civiles y mercantiles.
Está sometido por las necesidades propias de la administración
contemporánea, a las normas del derecho público y a las normas
del derecho privado, pero, esta situación, no le priva de su
índole administrativa. Esto explica que sólo metafóricamente se
puede admitir que se distinga entre actos administrativos y actos
privados, de la administración, pues en la realidad cotidiana
estos últimos son simplemente actos administrativos que
utilizan las normas del derecho privado para colmar fines
públicos. En la práctica administrativa, es común observar que
el acto administrativo tenga como régimen jurídico el de la ley
administrativa, pero también es ordinario constatar su frecuente
estadía en los solares del derecho privado. La actividad
económica del Estado acepta con toda naturalidad este régimen
híbrido.

V. Elementos orgánicos del acto administrativo. No se tiene un


códico administrativo ni una ley de procedimiento
administrativo, a nivel federal, que resuelvan cuáles son los
elementos orgánicos del acto administrativo, pero en la doctrina
general del derecho administrativo se propone un número de
elementos esenciales mayor que los dos tradicionales del acto
jurídico civil. Son: a) sujeto, o sea el órgano administrativo, b)
voluntad, equivalente al consentimiento del civil, c) objeto, que
es producir efectos jurídicos, igual que el objeto del acto civil,
d) motivo, que es el antecedente de hecho o de derecho en que
se origina el acto, e) fin, identificado con el propósito, objetivo
o lo que pretende alcanzar la autoridad a través de esos efectos
jurídicos y, f) forma, que indica la expresión exterior de la
voluntad de la autoridad administrativa, que casi siempre se
tiene por elemento esencial y no de simple validez como se
entiende esto en el derecho civil.

ACTO DE AUTORIDAD
I. Son los que ejecutan las autoridades actuando en forma
individualizada, por medio de facultades decisorias y el uso de
la fuerza pública y que con base en disposiciones legales o de
facto pretenden imponer obligaciones, modificar las existentes o
limitar los derechos de los particulares.

II. Los actos de autoridad no son únicamente los que emiten las
autoridades establecidas de conformidad con las leyes, sino que
también deben considerarse como tales los que emanen de
autoridades de hecho, que se encuentren en posibilidad material
de obrar como individuos que expidan actos públicos. De esta
manera se podrá establecer con toda claridad que existen actos
emanados de autoridades de facto, por más que tengan
atribuciones que legalmente no les correspondan.

III. Para efectos de la procedencia del juicio de amparo en


México, debemos citar la fracción I del artículo 103
constitucional que establece: 'Los Tribunales de la Federación
resolverán toda controversia que se suscite por leyes o actos de
autoridad que violen las garantías individuales.'
La Suprema Corte de Justicia de la Nación ha sostenido al
respecto que:
'El término 'autoridades' para los efectos del amparo,
comprende a todas aquellas personas que disponen de la fuerza
pública, en virtud de circunstancias, ya legales, ya de hecho, y
que por lo mismo, estén en posibilidad material de obrar como
individuos que ejerzan actos públicos, por el hecho de ser
pública la fuerza de que disponen' (Apéndice al «SJF» 1917-
1975, octava parte, tesis 53, p. 98).
El Primer Tribunal Colegiado en Materia Administrativa del
Primer Circuito, ha sostenido que la tesis anterior necesita ser
afinada en la época actual, por lo que se refiere a todas aquellas
personas que disponen de la fuerza pública, en virtud de que las
funciones del Poder Ejecutivo se han desplazado con
complejidad creciente a organismos descentralizados y
paraestatales. 'Y se tiene que llegar a la conclusión de que si los
particulares no pueden por su voluntad unilateral, ni por
estipulación respecto de tercero (artículos 1860, 1861, 1868 y
relativos del Código Civil aplicable en materia federal),
imponer a otras cargas que sean exigibles mediante el uso de la
fuerza pública, ni directa ni indirectamente (acudiendo para ello
a los tribunales, por ejemplo), uno de los elementos que viene a
caracterizar a las autoridades, para los efectos del amparo
(artículo 103, fracción I, de la Constitución Federal), es el
hecho de que con fundamento en alguna disposición legal
puedan tomar determinaciones o dictar resoluciones que
vengan, en alguna forma cualquiera, a establecer cargas en
perjuicio de terceros, que puedan ser exigibles mediante el uso
directo o indirecto de la fuerza pública (según que dispongan
ellas mismas de esa fuerza, o que haya posibilidad de un camino
legal para acudir a otras autoridades que dispongan de ella). Y
cuando esas cargas sean en alguna manera exigibles mediante el
uso de la facultad económico coactiva, como impuestos,
derechos o aprovechamientos (artículo 1 fracción I, del Código
Fiscal de la Federación), se estará frente a autoridades
facultadas para dictar resoluciones de carácter fiscal' (Informe
1981, tercera parte, tesis 4, p. 29).

ACTO DE COMERCIO
I. Denomínase acto de comercio a la expresión de la voluntad
humana susceptible de producir efectos jurídicos dentro del
ámbito de la realidad reservada a la regulación de la legislación
mercantil.
Estos actos jurídicos se encuentran expresamente
reglamentados, de manera enunciativa, que no taxativa, en
dicha regulación mercantil, así como en otro tipo de leyes que,
sin ser mercantiles, contemplan tal tipo de normas: «CCo».,
«LGSM», «LGTOC», LIF, LIC, Ley del Petróleo y Ley Minera,
que en seguida se analizan.
Para su estudio y comprensión, los doctrinarios han elaborado
diversas clasificaciones ninguna de las cuales se compadecen en
el fondo (p.e., para unos las operaciones bancarias son actos de
comercio relativos, mientras que para otros son absolutamente
mercantiles), aunque sí hay coincidencia en la nomenclatura
clasificatoria, ya que de manera uniforme se ha intentado
ordenarlos bajo los rubros que a continuación se exponen, cuyo
desglose se hará conforme se vayan enunciando.

II. Actos mercantiles subjetivos. Esta categoría tiene una


explicación jurisdiccional, «i.e.» , en la Edad Media, época de
las primeras codificaciones comerciales, las controversias de los
comerciantes se dirimían ante el tribunal consular nacido en el
seno de las corporaciones de los mismos, sin injerencia de la
autoridad estatal y es materia de comercio todo negocio jurídico
regulado por las leyes particulares de los comerciantes
consistentes en un conjunto de reglas para su gobierno y para
las transacciones que podían realizar, cuyo contenido proviene
de los usos y las costumbres, por lo que se decía que era un
derecho subjetivo, personal y privilegiado.

III. Actos de comercio objetivos. A principios del siglo XIX se


abandona ese carácter subjetivo, con el nacimiento de los
grandes Estados nacionales, que asumen para sí la función
legislativa mercantil, cuya columna vertebral se forma por los
actos de comercio, por lo que al sistema mercantil que declara
expresamente, como lo hace nuestro «CCo». en su «a.» 1 'Las
disposiciones de este código son aplicables sólo a los actos
comerciales', se le denomina objetivo, porque ya no se requiere
ser comerciante para estar protegido por las leyes mercantiles,
sino que basta que accidentalmente, con o sin establecimiento
fijo, una persona realice una operación o un acto de comercio,
para quedar sujeto a las leyes mercantiles («a.» 4 «CCo».). De
manera tal que los actos cuya mercantilidad proviene de la ley,
independientemente de las personas que los realicen, se les
denomina objetivos.

IV. Actos de comercio absolutos. Se denominan de esta manera


en virtud de que son siempre mercantiles y se subdividen en
atención al sujeto que los realiza; al objeto en torno al cual se
realizan y a la forma que para determinados actos exige la ley.
En este orden de ideas, tenemos:
1. Actos de comercio absolutos por el sujeto: forman parte de
esta categoría los enumerados en el «a.» 75 «fr.» XIV del
«CCo». que se refiere a las operaciones bancarias como p.e., los
diversos depósitos bancarios: de ahorro (v. «a.» 18 LIC); en
cuenta de cheques (v. «a.» 269 «LGTOC»); de dinero; que
puede ser regular o irregular, a la vista, a plazo o con previo
aviso («aa.» 267 a 275 de la «LGTOC»); de títulos, que puede
ser igualmente regular o irregular, simples o de custodia o
depósitos de títulos en administración («aa.» 276 a 279 ibid.);
descuento de crédito en libros («a.» 288 ibid.); crédito
confirmado («a.» 317 ibid.) y fideicomiso («aa.» 346 a 359
ibid.).
Asimismo, se incluyen en esta clasificación a los depósitos en
almacenes generales («a.» 75 «fr.» XVIII «CCo».), en virtud de
que el sujeto que los recibe es una institución auxiliar de
crédito, a más de que sus operaciones se encuentran
documentadas con títulos de crédito, como son los certificados
de depósito y bonos de prenda, operaciones que son siempre
mercantiles, según lo establece el «a.» 1 de la «LGTOC».
Por último tenemos a las fianzas otorgadas por instituciones
autorizadas que serán siempre mercantiles para todas las partes
que intervengan, ya sea como beneficiarias, solicitantes,
fiadoras, contrafiadoras u obligadas solidarias, excepción hecha
de la garantía hipotecaria («a.» 12 LIF).
2. Actos de comercio absolutos por el objeto. La mercantilidad
de estos actos se deriva del objeto sobre el que recae la voluntad
de las partes, por lo que en esta categoría se comprenden a las
negociaciones sobre cosas mercantiles, «i.e.» , buques,
empresas, títulos de crédito («a.» 1 «LGTOC»), patentes y
marcas, el nombre comercial, el emblema, el rótulo y demás
signos distintivos de mercancías o del establecimiento, las
partes sociales, las cartas de porte, la póliza de fletamento, la
póliza de seguros, etcétera.
Igualmente se comprenden todos los contratos relativos a la
navegación, interior y exterior («a.» 75 «fr.» XV «CCo».) y, por
último, las operaciones sobre petróleo y gas («a.» 12 Ley del
Petróleo).
3. Actos de comercio absolutos por la forma. Existen actos
acerca de los cuales la ley exige determinada forma para
calificarlos de mercantiles, por lo que en esta clasificación se
comprenden los actos constitutivos de las sociedades
mercantiles, ya que si una sociedad se constituye en forma
distinta a como la ley lo exige, no será mercantil, ni los actos
que intervienen en su constitución son de comercio («aa.» 1 y 4
LGSM).
Asimismo, se comprenden los derechos incorporados en los
títulos de crédito, ya que si los mismos no reúnen las menciones
literales que la ley exige, no se considerarán como tales (v., p. e.
«aa.» 76, 170 y 176 «LGTOC»), lo cual se puede desprender de
la ejecutoria sustentada por la Suprema Corte de Justicia de la
Nación: 'Los documentos que reúnen los requisitos del «a.» 170
de la «LGTOC», deben de ser considerados como tales títulos, y
todos los derechos y obligaciones que de ellos nacen, son de
naturaleza mercantil, independientemente de la calidad civil o
mercantil de las personas, de conformidad con lo que establece
el «a.» 1 de la ley citada.' (Colón de Ulíbarri Ramona y coags.,
«SJF» quinta época, t. LXXVI, p. 3765).
Y por último se incluyen las operaciones de crédito: apertura
de crédito, que es un contrato en virtud del cual una de las
partes, llamada acreditante, se obliga a poner a disposición de la
otra, denominada acreditada, una suma de dinero, o a contraer
por cuenta de éste una obligación para que el mismo haga uso
del crédito concedido en la forma y términos pactados,
quedando obligada, a su vez, a restituir al acreditante las sumas
de que disponga, o a cubrirlo oportunamente por el importe de
la obligación que contrajo, y en todo caso, a pagar los intereses,
comisiones, gastos y otras prestaciones que se estipulen («aa.»
291 a 301 de la «LGTOC»); cuenta corriente, que es un contrato
conmutativo, por medio del cual los créditos derivados de las
remesas recíprocas de las partes se anotan como partidas de
abono o de cargo en una cuenta y sólo el saldo que resulte a la
clausura de la cuenta constituye un crédito exigible y disponible
(«aa.» 302 a 310 de la LGTOC); carta de crédito («aa.» 311 al
316 ibid.); y créditos refaccionarios y de habilitación y avío,
que son contratos mediante los cuales el acreditado queda
obligado a invertir el importe del crédito, precisamente en los
bienes que especifica la ley («aa.» 321 y 323 ibid.).

V. Actos de comercio relativos: su relatividad estriba en que


serán mercantiles si el fin que persigue el sujeto es el de
especular o de participar en el mercado. Y en este orden de
ideas se encuentran comprendidas en esta categoría las
adquisiciones y enajenaciones de bienes muebles o inmuebles
(«a.» 75 «frs.» I y II del «CCo».), los alquileres de bienes
muebles (a. 75 «fr.» I del «CCo».), ya que si el ánimo de los
sujetos, no es el de especular con los mismos, los contratos
serán de naturaleza civil.
Ahora, las empresas de abastecimiento (a. 75 «fr.» V), de
construcciones y trabajos públicos y privados (fr. VI ibid.), de
manufacturas (fr. VII), de transporte de personas o cosas por
tierra o por agua, de turismo (fr. VIII), de librerías, editoriales y
tipográficas (fr. IX), de comisiones, de agencias de oficinas de
negocios comerciales y establecimientos de ventas en almoneda
(fr. X), de espectáculos públicos (fr. XI) y de seguros (fr. XXI),
por su participación en el mercado se les atribuye la
mercantilidad, ya que por sí mismos esos actos no son
mercantiles.
Igualmente participan de una mercantilidad relativa, las
enajenaciones de productos agrícolas, ganaderos y piscícolas,
ya que las mismas dependen de que los agricultores, ganaderos
o pescadores tengan un establecimiento fijo donde expender los
productos de sus fincas (a. 75 «fr.» XXIII del «CCo».).
VI. Actos accesorios o conexos. La naturaleza de estos actos
depende del acto absoluto o relativo del cual se derivan, por lo
que la asociación de que nos habla el «a.» 252 de la «LGSM»,
se incluye en esta categoría por depender su mercantilidad de
que dicha asociación se realice con fines de comercio.
Encontrándose en este mismo caso la comisión mercantil
regulada por el «a.» 273 del «CCo»., ya que el mismo previene
que el mandato aplicado a actos concretos de comercio se
reputará como tal; el depósito si las cosas depositadas son
objeto de comercio, o si se hace a consecuencia de una
operación mercantil (a. 332 ibid.); el préstamo que se estimará
mercantil cuando se contraiga en el concepto y con expresión de
que las cosas prestadas se destinen a actos de comercio o
cuando se contrae entre comerciantes (a. 358 ibid.); las
compraventas cuando se realicen con el objeto directo y
preferente de traficar (a. 371 ibid.); el contrato de transporte
terrestre y fluvial cuando tenga por objeto mercaderías o
cualesquiera efectos de comercio o sea comerciante el porteador
o se dedique habitualmente a verificar transporte para el
público, respectivamente (a. 576 ibid.); la mediación (a. 75 fr,
XIII) cuando se refiera a negocios mercantiles, las obligaciones
de los comerciantes reguladas por las «frs.» XX y XXI del a. 75
del «CCo»., entendiéndose que es al comerciante al que le
competerá demostrar que las mismas se han derivado de una
causa mercantil o civil. Y por último, la prenda (a. 334 ibid.)
que es un contrato accesorio típico, por encontrarse vinculado
con uno absoluto o principal. Sobre estos contratos ha dicho la
Suprema Corte de Justicia de la Nación: 'Para que existan
contratos vinculados no es suficiente que las mismas partes
celebren dos o más contratos en la misma fecha y en un mismo
documento, y teniendo algunas otras coincidencias meramente
externas, sino que es necesario que la voluntad de las partes sea
manifestada claramente en el sentido de relacionar a los
contratos entre sí, ya sea en forma coordinada o subordinada.
Además, es necesario que de manera objetiva, lógica y jurídica,
los contratos no puedan tener una vida propia en virtud de sus
nexos...' (SJF, sexta época, cuarta parte, «vol.» VII, p. 139).
Ahora bien (y para concluir), respecto de los tribunales ante
los cuales se dirimen los conflictos mercantiles, debemos decir
que nuestro sistema legislativo no contempla la competencia
por materia en este tipo de conflictos, por lo que se ventilan
ante los tribunales civiles y los jueces civiles son los que
conocen de estos asuntos, por lo que se permite la acumulación
de juicios mercantiles y civiles, así como la concurrencia de
acciones. Y a este respecto ha dicho la Suprema Corte: 'La
circunstancia de ser mercantil un juicio particular, y civil uno
universal, no es óbice para la acumulación, porque aun siendo
ambas materias de distintos fueros, en la mercantil hay
jurisdicción concurrente, cuando se trata de intereses
meramente particulares.' (SJF, quinta época, t. LXIII, p. 816).
Y: 'Se pueden reclamar conjuntamente la acción de
cumplimiento del contrato y la de cobro de pena moratoria
estipulada en la materia mercantil, y como el texto del a. 88 del
«CCo». es incompleto, lo cual significa que en dicho
ordenamiento hay una laguna, en su caso es procedente
subsanarla mediante la aplicación supletoria del derecho común,
conforme al a. 2 de dicho «CCo»., y, en la especie es aplicable
el a. 1846 del «CC». Federal. Por tanto, no es incorrecta la
admisión y tramitación de una demanda en que se ejercitan
conjuntamente la acción de cumplimiento del contrato y la de
pago de la pena moratoria estipulada' (SCJ, sexta época, cuarta
parte, «vol.» XIV, p. 146).

ACTO DE GOBIERNO
I. Por acto de gobierno se entiende un acto del poder ejecutivo
que trasciende más allá de lo administrativo y que, en razón de
su contenido político, escapa del control jurisdiccional, tanto de
orden judicial como administrativo.

II. La teoría del acto de gobierno nació en Francia, durante el


siglo XIX, como resultado de decisiones del Consejo de Estado
(supremo tribunal judicial) a través de las cuales, este tribunal
rechazó entrar al estudio de conflictos surgidos de actos
tomados por cuestiones políticas. De esta manera, en sus
orígenes, la teoría del acto de gobierno se asociaba a la
criticable 'razón de Estado'.
A través de la teoría del acto de gobierno, el juez (tanto
judicial como administrativo), rechazaba la posibilidad de
revisar decisiones gubernamentales tomadas por razones de alta
política.
En 1875, el Consejo de Estado revisó la teoría del acto de
gobierno, considerado hasta entonces exclusivamente como un
acto tomado por cuestiones políticas. Así en la decisión del caso
del 'prince Napoleón', el Consejo de Estado estatuyó que la
calificación de un acto como de gobierno no pertenece al
arbitrio de la autoridad emisora; sino que está limitada a los
objetos, por los que la ley ha estimado necesario confiar al
gobierno los poderes generales, en casos en los que los derechos
de los ciudadanos se encuentran subordinados al interés
superior del Estado.
Sin embargo, la ley no define las hipótesis en las que la
autoridad puede emitar un acto de gobierno. Por esta razón, a
partir de una serie de decisiones judiciales la doctrina elaboró
empíricamente una 'lista de actos de gobierno', entendiendo por
ella una serie de actos que por su propia naturaleza escapan al
control jurisdiccional. En esta lista se encuentran actos como los
relativos a las relaciones entre el Ejecutivo y el Legislativo, las
relaciones con otros gobiernos y organismos internacionales;
los actos de guerra, los decretos de gracia, así como de algunas
otras medidas de política interior.
Conceptos similares a la teoría francesa del acto de gobierno
encontramos en otros países tales como Inglaterra, Estados
Unidos (polítical questions), Italia y España. En este último país
existe incluso una reglamentación de este tipo de actos.

III. Es importante establecer que un acto de gobierno es un acto


de poder. Como afirma Jellinek, el sustento de un Estado lo
forman hombres que mandan y hombres que obedecen. Toda
teoría del Estado tiene como preocupación fundamental la
justificación del poder del Estado. Un acto de gobierno no está
sujeto a la discusión de los gobernados sino que la justificación
se la va a dar la oportunidad en la toma de decisión. Declarar la
guerra a un gobierno enemigo significa comprometer a todos
los habitantes de un país, a un sistema de vida restringido. Sin
embargo, cuando es preciso hacerlo los gobernantes deben
tomar en consideración el bienestar de la mayoría de los
miembros de su país.
Por lo que se considera que los actos de gobierno se
caracterizan por tener un fin político, por su objeto y en razón
de su oportunidad.

IV. Los principales autores jus administrativistas mexicanos, al


referirse al acto de gobierno señalan que dichos actos se han
caracterizado sucesivamente a causa de su fin político y a causa
de su objeto, por constituir parte de la actividad de gobernar,
distinta de la de administrar (Gabino Fraga). Esta última
postura, implica subrayar la distinción de la función ejecutiva
en administrativa y gubernativa. La primera se refiere a la
observancia y aplicación de la ley, que generalmente implica la
afectación de la esfera jurídica de los particulares. En la función
gubernativa, sostiene Fraga, el Ejecutivo se define por la
situación que guarda dentro del Estado, con relación a éste y a
los demás poderes en que se divide el ejercicio de la soberanía;
es decir, tanto con los otros poderes federales, como con los de
los Estados. Asimismo, se deben incluir las relaciones
diplomáticas.
Para el maestro Miguel Acosta Romero, los actos de gobierno
no existen; se trata de actos políticos. En realidad, se confunde
con frecuencia a los actos de gobierno con los políticos, ya que
sobre estos últimos, la «SCJ» ha declarado claramente que no
son sujetos a revisión jurisdiccional, sin embargo creemos que
sí existen diferencias, puesto que, en nuestro país, el acto
político se asocia a los relacionados con los procesos
electorales, mismos que debemos distinguir claramente con el
contenido del acto de gobierno.
En este sentido es importante subrayar que ni la jurisprudencia
de la «SCJ», ni la legislación interna hacen ninguna referencia a
los 'actos de gobierno'. El autor francés René Chapus, se
pregunta ¿tal silencio no se deberá a que en realidad tales actos
no existen? o bien si existen, por su propia naturaleza, no
constituyen un supuesto de revisión jurisdiccional, pues se trata,
p. e., de actos entre los poderes o entre distintos países.
En realidad, la noción de 'acto de gobierno' es un concepto que
ha creado la doctrina para explicarse algunos casos en los que
un acto de autoridad no es susceptible de ser revisado
jurisdiccionalmente.
Pocos son los países que cuentan con una reglamentación
expresa de estos actos (España); por lo que en los países en
donde este término no ha sido recogido por la legislación su
delimitación sólo puede hacerse de manera empírica y
casuística.
Ciertamente, en Francia encontramos la elaboración más
acabada de la teoría del acto de gobierno; pero dadas las
importantes diferencias que existen entre su sistema jurídico y
el nuestro, resulta imposible trasladar textualmente esta doctrina
al caso de México.
En primer término porque en el derecho francés, la
jurisprudencia ocupa un lugar de la más alta importancia y que
en ella encontramos desde 1822 (decisión Laffitte) referencia a
esta figura y porque en aquel país no existe el juicio de amparo
y por ende la ley es inatacable.
En nuestro país, la jurisprudencia no juega el mismo papel que
en Francia y además en ella nunca se ha empleado el término
'acto de gobierno'. Por otra parte, la existencia del juicio de
amparo hace impugnable todo acto de autoridad que vulnere o
restrinja las garantías individuales.
Por ello sería necesario revisar si existen actos de autoridad, en
cuya impugnación, los tribunales mexicanos se han negado a
resolver sobre el fondo de la demanda por considerar que el
acto fue tomado por razones políticas (no electorales) que
escapan al control jurisdiccional, como resultado del principio
de separación de poderes.
En virtud de que nosotros no encontramos ninguna tesis
jurisprudencial en ese sentido, pensamos que los actos de
gobierno son inimpugnables por su propia naturaleza y que por
tanto se encuentran asociados a alguna causal de improcedencia
de cualquier procedimiento contencioso (p.e., «a.» 73 LA).
En todo caso, debemos anotar ciertos elementos que debe
reunir un acto de gobierno. El acto de gobierno es un acto
discrecional que emite el ejecutivo en ejercicio de sus funciones
gubernativas, no de las administrativas. Pero por tratarse de un
acto del Estado debe cumplir con los requisitos que impone
nuestra estructura de Estado de derecho; es decir deberá cumplir
con los elementos de legalidad que exigen los aa, 14 y 16 de la
C. Debe ser un acto fundado en una ley y en el que se expresen
los motivos y la oportunidad que justifica su emisión; debe
constar por escrito y ser emitido por autoridad competente. Esto
significa que se puede impugnar la forma del acto de gobierno,
pero no el fondo ni la oportunidad de su emisión, misma que
queda a la sola apreciación del Ejecutivo.
El acto de gobierno es, en consecuencia, un acto discrecional
de la autoridad ejecutiva (en sus funciones gubernativas)
relacionado con los otros poderes, o con otros Estados u
organismos internacionales, que por su objeto y naturaleza no es
susceptible de ser revisado por la autoridad jurisdiccional (sea
judicial o administrativa).
Sobre estas bases podemos pensar que se consideran como
ejemplo de actos de gobierno los que tienen por objeto la
protección del territorio del país contra una agresión del
exterior, la expedición y reglamentación de las leyes; el
mantenimiento de la ley y el orden; la ayuda en los grandes
desastres nacionales y la protección de las personas y sus
bienes; la concesión de indultos; la expulsión de extranjeros
cuya permanencia en el país sea considerada inconveniente;
proponer a la Comisión Permanente convocar al Congreso de la
Unión a sesiones extraordinarias; ejercer la iniciativa de ley y el
derecho de veto; las relaciones internacionales de nuestro país.

ACTO DISCRECIONAL
I. El acto discrecional se presenta en el derecho administrativo
derivado del ejercicio de una atribución expresa. Es el acto
administrativo que tiene su fundamento en una ley o reglamento
que deja al órgano ejecutor un poder libre de apreciación para
decidir si debe obrar o de abstenerse, cuándo debe de obrar,
cómo debe de obrar y cuál va a ser el contenido de su actuación,
como dice Bonnard: 'el poder discrecional consiste, en la
apreciación dejada a la administración para decidir lo que es
oportuno hacer'.

II. El acto discrecional consiste en que los órganos del Estado


pueden decidir su actuación o abstención, estableciendo los
límites y contenidos de los mismos, debiendo tomar en
consideración la oportunidad, la necesidad, la técnica, la justicia
o igualdad o las razones para actuar de una determinada forma
según el caso y de conformidad con las restricciones
establecidas por la ley.
El exceso que la autoridad tenga en el ejercicio del acto
discrecional es lo que la legislación administrativa y la doctrina
francesa llaman desvío de poder (detournement de pouvoir) y
que consiste, según la jurisprudencia del Consejo de Estado
Francés, en que éste se presenta cuando el órgano
administrativo competente, al emitir el acto administrativo,
perseguiría una finalidad diversa de la que conforme a la ley
debería ser perseguida.
Por lo que se puede afirmar que el acto discrecional lo ejerce
la autoridad administrativa en forma libre, apegándose a los
límites que le señala la ley que es la que delimita su esfera de
competencia.

III. El acto discrecional, que es un acto administrativo, se


presenta cuando la propia ley faculta a la administración con un
poder libre de apreciación para decidir su actuación y el
contenido de ésta. Por regla general, de los términos que use la
ley se podrá deducir si ella concede o no a la autoridad una
facultad discrecional es así que normalmente cuando la ley
utiliza términos que son facultativos, no imperativos, se está
frente al otorgamiento de un poder discrecional. De igual forma
ocurre en aquellos casos en que la ley deja a la autoridad
libertad de decidir su actuación por consideraciones subjetivas
como las de necesidad, oportunidad, justicia, equidad,
razonabilidad, racionalidad, suficiencia, exigencia del interés
público o del interés social, etc. Se presenta la misma
discrecionalidad cuando el supuesto jurídico contemple dos o
más posibles respuestas en un mismo caso y no imponga
ninguna de ellas con carácter obligatorio.
Entre el acto administrativo obligatorio y el discrecional hay
una frontera no perfectamente delineada, entre ellos existe una
infinita variedad de circunstancias y caracteres en grados muy
diversos, que inciden en su ejecución. Este se explica porque al
conceder la ley facultades discrecionales a los órganos
ejecutores, más que a la realización del acto en su integridad,
solamente se confiere a algunos de los elementos del mismo.
Como afirma Gabino Fraga puede ocurrir que la ley otorgue
discreción a la administración para juzgar si existe motivo
suficiente que provoque su intervención pero que la obligue a
realizar un acto determinado una vez que se ha llegado a la
conclusión de que el motivo de su intervención existe o por otro
lado, se puede presentar que estableciendo la ley las causas de
la intervención de la autoridad deje a ésta, en libertad para
determinar el contenido de su actuación.
En la práctica entre más elevada jerarquía tiene el órgano
administrativo competente, se le otorgan mayores y más
amplias facultades discrecionales.

IV. Los elementos del acto discrecional son los del acto
administrativo, pero con las siguientes particularidades:
a) Siempre son parte de la competencia del órgano
administrativo.
b) Sus límites están señalados por la ley.
c) La ley debe autorizar al órgano administrativo para actuar
con cierta libertad; y,
d) Es el propio órgano el que debe estar autorizado para fijar
las diversas modalidades de su actuación.

V. En la legislación mexicana la discrecionalidad de los órganos


administrativos es muy extensa, desde las facultades que la C
otorga al Ejecutivo Federal para hacer abandonar a los
extranjeros el territorio nacional hasta la de los órganos
especializados como la Comisión de Inversiones Extranjeras a
la que la «LIE» la faculta para que discrecionalmente autorice la
inversión directa extranjera.
El principio de legalidad al que deben atenerse todos los actos
discrecionales debe entenderse desde el punto de vista material,
es decir, la norma en que se funda cualquier decisión individual
debe ser de carácter abstracto e impersonal y expedida con
anterioridad al momento de su aplicación conforme a la C. En
todo caso, todo acto discrecional debe estar previsto por el
orden jurídico.

ACTO ILICITO
I. Conducta que viola deberes prescritos en una norma jurídica.
Resulta más propio hablar de conducta ilícita, pues ésta
comprende la forma positiva (acción) y la negativa (omisión).
Pueden ser sinónimos de lo ilícito, si se le quita la carga de
violación del derecho y de la moral, lo antijurídico, y lo injusto,
si se estima que la justicia y el derecho tienen la misma esencia.

II. Para Eduardo García Máynez, las conductas ilícitas son: la


omisión de los actos ordenados y la ejecución de los actos
prohibidos. Las conductas lícitas son: la ejecución de los actos
ordenados, la omisión de los actos prohibidos y la ejecución u
omisión de los actos potestativos (actos no ordenados ni
prohibidos) (Introducción al estudio..., p. 221).

III. Kelsen sostiene que los actos de sanción son la reacción


contra actos u omisiones determinados por el orden jurídico.
Tradicionalmente se dice que un acto está sancionado porque es
ilícito, cuando debería decirse que un acto es ilícito porque está
sancionado. La primera tesis está fundada en una concepción
'iusnaturalista' que piensa que hay conductas buenas o malas,
justas o injustas por naturaleza. Afirma Kelsen el relativismo
axiológico y en consecuencia, señala que lo que es bueno o
justo para un sistema moral puede ser malo o injusto para otro.
La concepción tradicional de lo ilícito implica que el término, al
igual que sus sinónimos, lo antijurídico o lo injusto, es contrario
a derecho; asegura que esta posición es equivocada pues el acto
ilícito es castigado según las normas que el propio derecho
establece. Concluye diciendo que en realidad el acto ilícito es
una de las condiciones de la sanción. La sanción civil y la penal
consisten en irrogar coactivamente un mal o sea la privación
coactiva de un bien.
IV. El Código Civil para el Distrito Federal indica que es ilícito
el hecho que es contrario a las leyes de orden público o a las
buenas costumbres («a.» 1830); otro precepto del mismo
ordenamiento («a.» 1910) en contradicción al anterior, dice que
el que obrando ilícitamente o contra las buenas costumbres
cause un daño a otro está obligado a repararlo. La contradicción
es evidente pues en el primer artículo citado, la ilicitud
comprende las leyes de orden público y las buenas costumbres,
mientras que en el segundo excluye a las buenas costumbres del
término ilicitud y por tanto las vuelve a mencionar. En realidad
cuando el artículo 1830 menciona a las buenas costumbres está
introduciendo un concepto equívoco que deja al arbitrio del
juzgador interpretar (es decir, el tribunal puede determinar lo
que es buena costumbre según la concepción que tenga en
determinado momento). Por otra parte, resulta en la opinión de
algunos juristas redundante que se mencione a las leyes de
orden público, pues en su concepto toda ley emanada del
legislador pretende establecer un orden en la sociedad.

ACTO JURÍDICO
I. Es la manifestación de voluntad de una o más personas,
encaminada a producir consecuencias de derecho (que pueden
consistir en la creación, modificación, transmisión o extinción
de derechos subjetivos y obligaciones) y que se apoya para
conseguir esa finalidad en la autorización que en tal sentido le
concede el ordenamiento jurídico.

II. Podemos considerar que los actos jurídicos constituyen una


especie o categoría dentro del conjunto de los hechos jurídicos,
dado que estos últimos son todos aquellos acontecimientos que
el orden normativo toma en consideración para atribuirles
efectos de derecho (es decir son los sucesos que en el mundo
fáctico realizan las hipótesis contenidas en las normas
jurídicas). Sin embargo determinar a qué clase de hechos
jurídicos les debe ser asignado el término 'acto jurídico' es una
cuestión en la que no existe acuerdo en la doctrina. A este
respecto podemos mencionar dos grandes corrientes.
1) La de los civilistas franceses (Bonnecase, Colin y Capitant,
etc.) que divide a los hechos jurídicos en dos grandes grupos,
los cuales son: A) el de los hechos jurídicos en sentido estricto,
en el que están comprendidos los fenómenos naturales o
accidentales que siendo ajenos a la voluntad humana provocan
consecuencias de derecho (p.e., el nacimiento, la muerte) y
también los hechos realizados por el hombre, pero en los que
los efectos jurídicos se producen independientemente y aun
contra la voluntad del autor o autores. Estos últimos hechos
pueden ser lícitos o ilícitos (p.e. respectivamente la gestión de
negocios de los «aa.» 1896-1909 del «CC». y el delito de
homicidio del «a.» 302 del «CP».), y B) el de los actos jurídicos
que está integrado sólo por los hechos que son efectuados
voluntariamente por el hombre con la intención manifiesta de
producir consecuencias jurídicas (p.e. el contrato de
compraventa del «a.» 2248 del «CC».).
Esta concepción de la doctrina francesa queda perfectamente
explicada por Bonnecase de la manera siguiente: 'La noción de
hecho jurídico es susceptible de revestir un sentido general y
una significación específica. En el primer sentido comprende la
noción de acto jurídico. El hecho jurídico es entonces un
acontecimiento engendrado por la actividad humana o
puramente material, que el Derecho toma en consideración para
hacer derivar de él, a cargo o en provecho de una o varias
personas, un estado, es decir una situación jurídica general o
permanente o, por el contrario un efecto de Derecho limitado.
Pero la expresión hecho jurídico es con más frecuencia
empleada en un sentido especial en oposición a la noción de
acto jurídico. En tal caso se alude ya a un suceso puramente
material como el nacimiento o la filiación, ya a acciones más o
menos voluntarias, generadoras de situaciones o de efectos
jurídicos sobre la base de una regla de derecho, cuando el sujeto
de tales acciones no ha podido tener o no ha tenido la intención
de colocarse, al realizarlas, bajo el imperio de la ley. Si el hecho
jurídico en sentido estricto no consiste en sucesos puramente
materiales sino en acciones más o menos voluntarias, es
llamado según los casos cuasi-contrato, delito o cuasi-delito en
oposición al contrato, que representa el tipo más caracterizado
del acto jurídico. Pasemos ahora a la definición de éste: El acto
jurídico es una manifestación exterior de voluntad bilateral o
unilateral, cuyo fin directo consiste en engendrar, con
fundamento en una regla de derecho o en una institución
jurídica, a cargo o en provecho de una o varias personas, un
estado, es decir una situación jurídica general y permanente o,
por el contrario un efecto de derecho limitado, que conduce a la
formación, modificación o extinción de una relación de derecho'
(Bonnecase, p. 176).
Esta postura de los civilistas franceses en cuanto a la noción de
acto jurídico ha sido recogida por la doctrina y la legislación
mexicanas y es por lo tanto la que usamos aquí.
2) Por el contrario un sector de la doctrina al que pertenecen
principalmente tratadistas alemanes e italianos (Enneccerus,
Stolfi) designa con el nombre de acto jurídico a los sucesos en
los que interviniendo la voluntad humana, ésta no es tomada en
cuenta al atribuirles efectos jurídicos y reserva el término
negocio jurídico (de la expresión alemana Rechtgeschaft), para
los acontecimientos en los que aparece una voluntad dirigida
precisamente a crear las consecuencias previstas en la norma de
derecho.
Ahora bien le ha interesado a la doctrina determinar si los
efectos de derecho producidos por el acto (o negocio) jurídico
provienen de la ley o de la voluntad. Existen tres posiciones: la
de la teoría clásica defendida por Baudry-Lacantinerie, Planiol,
Colin y Capitant que atribuye a la voluntad poder suficiente,
para producir mediante actos jurídicos los efectos de derecho.
El legislador y la ley sólo cumplirían una función
complementaria de limitación a la voluntad; la teoría de Duguit
que piensa que el hombre sólo produce movimientos corpóreos
y que los efectos de derecho son resultado de la aplicación del
derecho objetivo y por último la tesis ecléctica de Marcadé,
quien sostiene que los efectos de derecho son producto de la
conjunción de la ley y la voluntad, siendo insuficientes ambas
por sí mismas para provocarlos (De Buen Lozano, «pp.» 164-
165).

III. El «CC» reglamenta a los actos jurídicos a través de las


disposiciones generales sobre contratos («aa.» 1792-1859)
debido a que considera que éstos constituyen el tipo más
caracterizado del acto jurídico de acuerdo a la tesis de
Bonnecase.
Para que un acto jurídico tenga vida es necesario que reúna
ciertos elementos (llamados esenciales o de existencia) los
cuales son: I) Una voluntad de uno o varios sujetos (el «a.»
1794, «fr.» I del «CC» la designa como consentimiento ya que
hace referencia a los contratos) que debe ser manifestada de
alguna manera; en forma expresa o tácita («a.» 1803) y 2) un
objeto sobre el que recaiga la voluntad que sea física y
jurídicamente posible («a.» 1794, «fr.» II). En este caso se trata
del objeto indirecto que es el contenido de la obligación surgida
del acto jurídico. Según el «a.» 1828 hay imposibilidad cuando
un hecho no puede existir porque es incompatible con una ley
de la naturaleza (física) o con una norma jurídica que debe
regirlo necesariamente y que constituye un obstáculo
insuperable para su realización. Además la ley ha convertido en
algunos casos a la forma en elemento de existencia de los actos
jurídicos (p.e. en el matrimonio). A esta forma esencial se le
llama solemnidad. A falta de estos elementos el acto no
producirá ningún efecto legal («a.» 2224).
Por otra parte para que los actos jurídicos tengan plena eficacia
y no puedan ser anulados, deben cumplir con ciertos requisitos
de validez (establecidos en forma negativa en el «a.» 1795) que
son: 1) La capacidad legal del autor o autores del acto. Se trata
de la capacidad de ejercicio que no tienen las personas
mencionadas en el «a.» 450. 2) Una voluntad exenta de vicios,
éstos son el error, el dolo, y la violencia («a.» 1812). 3) La
licitud en el objeto, motivo o fin del acto. Ilícito es el hecho
contrario a las leyes de orden público y a las buenas costumbres
(«a.» 1830). 4) Cierta forma específica cuando la ley la
requiera. La falta de estos requisitos produce la nulidad absoluta
o relativa del acto (a.a. 2225 y 2228).
Las disposiciones que integran un acto o un negocio jurídico
son de tres clases: I ) esenciales (essentialia negotii) que son las
que cada tipo de acto exige para formarse (p.e. un crédito que
garantizar en el contrato de fianza); 2) naturales (naturalia
negotii) que se entienden implícitas en el negocio, pero pueden
ser suprimidas por la voluntad expresa del autor o autores del
acto (p.e. la responsabilidad por incumplimiento contractual) y
3) accidentales (accidentalia negotii) que son modalidades que
sólo existen, si son establecidas (p.e. el término y la condición).
Los actos que no admiten dichas modalidades como el
matrimonio y la adopción, se denominaron puros y simples.
Existe una variedad de formas de clasificación de los actos
jurídicos. Así podemos dividirlos en: 1) Unilaterales en los que
la voluntad proviene de una sola parte (p.e. la aceptación de una
herencia) y bilaterales, si se origina de dos o más partes (p.e. el
contrato). El concepto de parte denota un centro de intereses en
la relación negocial en el que pueden confluir declaraciones de
voluntad de varios sujetos y por lo tanto no es igual al de
persona. 2) Familiares como el reconocimiento de hijo natural y
patrimoniales como el contrato de compraventa. 3) Mortis
causa, cuando la muerte de una persona es un elemento esencial
para que el acto produzca efectos, el único es el testamento e
inter-vivos cuando no resulta ser así (p.e. en un contrato de
seguro de vida, la muerte del asegurado es sólo una modalidad
pactada por las partes). 4) De obligación si sólo crean derechos
de crédito (p.e. el contrato de arrendamiento) y traslativos, si
implican la constitución o transferencia de derechos reales (p.e.
el contrato de donación) y, por último, 5) De derecho privado,
en los que se regulan relaciones entre particulares. De esta clase
son todos los anteriormente citados y de derecho público, en los
que se manifiesta la voluntad del Estado actuando como órgano
soberano, como en la sentencia o en el contrato de ejecución de
obras públicas.

ACTOS DE ADMINISTRACIÓN Y DE
DOMINIO
I. La doctrina ha elaborado un conjunto de reglas para distinguir
el acto de administración y el de disposición; y la realiza en
función de la clase de patrimonio en el que surta sus efectos. El
patrimonio en todo caso no debe ser considerado en sus
elementos concretos e individualizados; y tampoco en su valor
pecuniario, un acto que tiende a mantener el patrimonio en su
valor de conjunto, pero operando una modificación en los
bienes que lo constituyen, no es necesariamente un acto de
administración; debe tenerse en cuenta al analizar la distinción,
la consistencia de la naturaleza del patrimonio y no la de su
valor.
La administración se entiende como un mandato conferido a
una persona para que ejerza la dirección, gobierno y cuidado de
bienes ajenos ya sea de una herencia, de un menor, etc. La
administración es organización y administrar es 'ordenar
económicamente los medios de que dispone y usar
convenientemente de ellos para proveer a las propias
necesidades' (Bielsa).
El acto de disposición por el contrario es aquel que tiene por
objeto hacer salir del patrimonio de una persona un bien o valor.

II. Los conceptos anteriormente precisados varían según la clase


de patrimonio en el que presten sus efectos. Por tanto la
doctrina distingue tres clases de patrimonios: a) El patrimonio
de derecho común; b) Patrimonio de explotación, y c)
Patrimonio de liquidación.
1. Patrimonio de derecho común. A esta clase pertenece el
patrimonio de los menores, y en general el de los incapaces.
Para determinar si un acto es de disposición o de administración
en esta clase de patrimonios debe tenerse en cuenta inicialmente
el texto legal. En segundo término debe analizarse el acto de
disposición o de administración por contraste entre ellos.
Así, si la ley expresamente establece como de administración,
un acto en concreto, será de disposición el que no lo implique.
Finalmente se acude a la misma noción de acto de
administración. El acto de administración tiende a impedir que
salga un bien del patrimonio; es un acto necesario y urgente. El
acto de administración en el patrimonio de derecho común, está
destinado a darle estabilidad. El acto de disposición por el
contrario invoca la idea de enajenación; en otras palabras, tiene
como consecuencia una pérdida para el patrimonio.
2. Patrimonio de explotación. El patrimonio de explotación es
la especulación; la realización está en el constante movimiento
que experimenta; está en permanente circulación. Referido a
este patrimonio el acto de administración se aproxima en su
contenido al de disposición.
3. Patrimonio de liquidación. Este patrimonio consiste en un
conjunto de bienes destinados a ser enajenados con el fin de
desinteresar a los acreedores de ese patrimonio. (Borja Soriano.)

ACUERDO GENERAL DE ARANCELES Y


COMERCIO
I. EL GATT (General Agreement on Tariffs and Trade) es un
acuerdo multilateral de comercio que se creó en 1o., de enero de
1948, tiene por objeto desarrollar y liberalizar los intercambios
de mercancías a nivel internacional y cuyos principios
fundamentales son los siguientes: 1. Cláusula de la nación más
favorecida; 2. La reciprocidad; 3. La no discriminación; 4. La
igualdad formal de todos los Estados; 5. Las tarifas y aranceles
como únicos reguladores de los intercambios comerciales entre
sus miembros.

II. El GATT actualmente está compuesto por 92 países y regula


esencialmente los intercambios de manufacturas, pues quedan
fuera de la competencia de dicho organismo los productos
agropecuarios y los llamados productos básicos y materias
primas (cobre, petróleo, café, azúcar, estaño, etc.).
Los países que conforman el GATT son de distintos sistemas
económicos. Así tenemos 60 países subdesarrollados, 20 países
industrializados y alrededor de 10 países socialistas.
Las fuentes jurídicas del GATT se conforman por 38 artículos
de su Carta Constitutiva y por seis códigos de conducta que
complementan y actualizan las prescripciones originarias de la
Carta del GATT. Los códigos, que forman parte del llamado
derecho jurisprudencial del GATT, son los siguientes: 1.
Código sobre licencias de importación; 2. Código sobre
valoración aduanera; 3. Código anti dumping; 4. Código sobre
subsidios y derechos compensatorios; 5. Código sobre compras
del sector público; 6. Código sobre obstáculos técnicos al
comercio internacional.

III. El GATT en sus 38 años ha cumplido en lo esencial con la


función para la cual fue creado. Es decir, reglamentar la libertad
comercial de noventa y dos países de diversos grados de
desarrollo y de diferentes sistemas económicos, sociales y
políticos. Si bien no ha logrado materializar una justicia en los
intercambios comerciales internacionales, tarea que supera con
creces su estructura y mecánica, si ha logrado disciplinar las
políticas comerciales y uniformar criterios en torno a puntos
tales como valoración aduanera, tarifas ad-valorem, prácticas
desleales, restricciones cualitativas, etc. Es decir, a través del
despliegue de un derecho jurisprudencial que armoniza la
política con el derecho, ha podido crear una doctrina
generalizada de tipo liberal y pragmática que busca
descontaminar las relaciones comerciales de los contextos
políticos.
Como acuerdo internacional, carece de supranacionalidad y
por ende de coercibilidad, ha recibido permanentemente el
impacto de las grandes potencias mercantiles, las que
frecuentemente desvirtúan los principios del Acuerdo a sus
conveniencias. Esta variable, por lo demás, no privativa del
GATT, se manifiesta en instituciones tales como el Fondo
Monetario Internacional y el propio sistema de las Naciones
Unidas. Pese a ello el Acuerdo ha actuado en diversas
circunstancias en favor de países pequeños, abriendo sus
instancias para evitar perjuicios y represalias provocadas por
países poderosos.
IV. Desde la creación del GATT (1948), México se ha
mantenido al margen de este organismo por razones políticas y
económicas.
Políticas, México ha sido renuente a suscribir compromisos
internacionales que limiten aspectos de su soberanía nacional y
su nacionalismo revolucionario lo ha defendido en los foros
internacionales, a través de una política exterior independiente.
Sólo en 1960, México suscribió la ALALC (actualmente
ALADI), organismo multilateral de comercio latinoamericano
cuya experiencia ha sido favorable. En el sistema de Naciones
Unidas, México ha pugnado por la autodeterminación y la
independencia de los países bajo el principio juarista 'El respeto
al derecho ajeno es la paz'.
Económicas. El modelo de sustitución de importaciones que
México ha seguido está basado en un proteccionismo a la
industria nacional, proteccionismo, que permitió crecer a tasas
de un 7% anual durante cuarenta años.
Con tal esquema económico, su comercio exterior fue
raquítico, de tal suerte que no tuvo necesidad de vincularse a los
mercados internacionales y, en consecuencia al GATT. Su
cercanía fronteriza con Estados Unidos paradójicamente,
provocó que México se aislara del mundo y se hiciera
proveedor y comprador del mercado norteamericano.
La crisis abierta en 1980 derivada de la baja en los precios del
patróleo y el creciente endeudamiento externo, obliga a México
a replantear su modelo de crecimiento económico y su política
comercial.
Para ello y a partir de 1983, México se ve en la necesidad de
abrir sus ojos a los mercados internacionales para importar
maquinaria y equipo más allá del mercado americano y, al
mismo tiempo, tratar de vender y exportar productos no
petroleros en los mercados exteriores.
Estos cambios, inducidos por los factores externos
mencionados, plantean revisar la protección a las empresas
productivas nacionales las que deben ahora, mejorar su
eficiencia productiva elaborando productos de calidad y a
precios competitivos internacionales.
En dicho contexto surgen el Plan Nacional de Desarrollo
1983-1988, el Programa de Fomento Industrial y Comercio
Exterior (PRONAFICE) y el Programa de Fomento Integral a
las Exportaciones (PROFIEX), instrumentos todos que preparan
el camino para que con fecha 15 de octubre de 1985, el
presidente De la Madrid, instruya a la Secretaría de Comercio y
Fomento Industrial para iniciar los trámites de adhesión al
GATT.
Según los procedimientos contemplados en el propio Acuerdo
el país que inicia los trámites de ingreso debe comprometerse a
observar obligatoriamente las partes I, III y IV. Respecto a la
parte II, el propio Acuerdo establece las reservas que pueden
señalarse en el Protocolo de Adhesión, que pasa a ser la fuente
generadora de los derechos y obligaciones entre el país
respectivo y el resto de las Partes Contratantes, nombre con que
se denomina a los países miembros.

V. En resumen el GATT es una norma jurídica internacional


que regula los intercambios comerciales de manufacturas,
propiciando ampliar mercados mediante rebajas y reducciones
de aranceles y otras barreras al comercio entre países. Es
además un foro de negociaciones para los asuntos referidos al
comercio y políticas comerciales de los países más importantes
de la comunidad internacional y, finalmente, podemos decir,
que el GATT cumple además tareas de verdadero tribunal en el
que es posible resolver controversias mercantiles entre sus
miembros.

ACUSACIÓN
I. (Del latín acussatio, derivado del verbo accusare, acusar.) La
acusación como concepto general implica el señalamiento ante
la autoridad respectiva de que una persona ha realizado una
conducta que se considera delictuosa, a fin de que se siga en su
contra el proceso judicial respectivo y en su caso, se le aplique
la sanción correspondiente.

II. En segundo término, es conveniente destacar que el vocablo


está relacionado con los sistemas del enjuiciamiento penal, en
cuanto se califica de régimen acusatorio a aquel en el cual
predomina la separación de funciones entre los diversos sujetos
del proceso penal, ya que existe la libre defensa y la igualdad
procesal entre los contendientes, encomendándose la acusación
a un órgano público, es decir, al MP; mientras que por el
contrario, en el llamado proceso inquisitorio o inquisitivo, la
persecución tiende a concentrarse en el juzgador, que se
transforma así también en acusador y por ello, en parte. No
puede afirmarse que ni siquiera históricamente se han
configurado sistemas puros, sino aquellos en los cuales existe
predominio de la acusación o de la inquisición.

III. En el ordenamiento mexicano posterior a la Independencia,


debido al derecho español que se continuó aplicando al proceso
penal hasta que se expidieron los primeros códigos de
enjuiciamiento penal, que lo fueron el del Distrito de 1880 y el
federal, de 1908, no se precisaron con claridad, inclusive en los
últimos ordenamientos, las funciones del juez y del MP, en
virtud de que se otorgaron al juzgador facultades persecutorias
en cuanto realizaba también funciones de policía judicial, lo que
ocasionó graves abusos que se pretendió corregir con las
disposiciones de los «aa.» 21 y 102 de la C de 1917, de acuerdo
con los cuales se encomendó exclusivamente la función
persecutoria al MP, así como la dirección de la policía judicial
como cuerpo técnico especializado en investigaciones penales,
y al juzgador únicamente la imposición de sanciones a través
del proceso respectivo, y dentro de los límites de la acusación
del primero, por lo que puede afirmarse que nuestro sistema es
predominantemente acusatorio.

IV. En relación también con el vocablo acusación es preciso


mencionar que el «a.» 16 de la misma C parece distinguirlo de
otras dos instituciones a través de las cuales se inicia el
procedimiento penal. En efecto, dicho precepto establece que
toda orden de aprehensión o detención debe expedirse por la
autoridad judicial, cuando preceda denuncia, acusación o
querella de un hecho de terminado que la ley castigue con pena
corporal, apoyadas aquéllas en declaraciones bajo protesta de
persona digna de fe o por otros datos que hagan probable la
responsabilidad del inculpado.
A su vez, el «a.» 20, «fr.» III, de la misma C exige que se haga
saber al inculpado el nombre de su acusador y la naturaleza y
causa de la acusación, por lo que al parecer existe una confusión
sobre el alcance de estos términos, y para precisarlos es posible
interpretar ambos preceptos constitucionales considerando
como acusación la que sostiene el ofendido o sus
representantes; querella cuando dicha acusación corresponde a
delitos que sólo se persiguen a petición de parte, en tanto que la
denuncia se atribuye a cualquier persona que, sin ser afectada
por el delito, lo pone en conocimiento de las autoridades
persecutorias.

V. En sentido estricto puede afirmarse que en el ordenamiento


mexicano la acusación corresponde en exclusiva al MP a través
del ejercicio de la acción penal en la consignación y
posteriormente en las conclusiones acusatorias, ya que el
ofendido y sus representantes no son parte en el proceso penal,
en cuanto intervienen sólo en lo que se refiere a la reparación
del daño y la responsabilidad civil proveniente del delito. Según
los «aa.» 9 del «CPP» y 141 «CFPP» (este último de acuerdo
con la reforma promulgada en diciembre de 1983), el ofendido
sólo está facultado para proporcionar al MP o directamente al
juez de la causa, todos los datos que tenga y que conduzcan a la
comprobación de la existencia del delito, la responsabilidad del
inculpado y la procedencia y monto de la reparación del daño.
El citado «a.» 141 del «CFPP» niega expresamente al ofendido
su calidad de parte en el proceso penal, y le reconoce sólo el
carácter de coadyuvante en relación con la propia reparación del
daño.
Por este motivo, la jurisprudencia obligatoria de la «SCJ» ha
establecido los criterios de que, corresponde exclusivamente, al
MP el ejercicio de la acción penal, y que el juez no debe rebasar
los límites de la acusación (tesis 6 y 12, «pp.» 15 y 29, Primera
Sala, del Apéndice al «SJF» publicado en el año de 1985).

VI. No existe en nuestro sistema la figura del acusador privado


en los delitos perseguibles de oficio, por lo que toda persona
que pone en conocimiento de la autoridad persecutoria la
existencia de un delito y señala al presunto responsable, actúa
sólo como denunciante, pues no participa en la materia de fondo
del proceso penal, aun cuando esté afectado por el delito.
Hasta cierto punto puede señalarse como excepción, la posible
existencia de acusador privado en la acción popular, que en
nuestro ordenamiento está restringida a los delitos comunes y a
las infracciones oficiales de los altos funcionarios de la
Federación, del DF y en ciertas hipótesis, también de las
restantes Entidades Federativas. Esta acción se ejercita ante la
Cámara de Diputados en los términos de los «aa.» 109, 110 y
111 de la C.; 9-24 (para las infracciones oficiales) y 25-29 (para
los delitos comunes), de la LFRSP, promulgada en diciembre de
1982, ya que en dichos preceptos se otorga intervención directa
al denunciante en las diligencias que se efectúan ante las
secciones instructoras de la citada Cámara de Diputados, pero
tratándose del juicio político, cuando dicha Cámara considere
por votación, que existe la responsabilidad del funcionario
acusado, debe designar una comisión de tres diputados para que
sostenga la acusación ante el Senado, al que corresponde la
decisión final («aa.» 21-24 de la LFRSP).

ADMINISTRACIÓN DE JUSTICIA
I. Se usa esta denominación con significados diversos: en un
primer sentido se emplea como sinónimo de la función
jurisdiccional, y en segundo lugar, implica el gobierno y
administración de los tribunales.
A. Desde el primer punto de vista, la actividad de los
tribunales dirigida a la resolución de controversias jurídicas a
través del proceso, se realiza en México tanto por el conjunto de
organismos que integran el poder judicial, como por otros que
formalmente se encuentran fuera del mismo pero que efectúan
también funciones jurisdiccionales. Este es el sentido de la
disposición del «a.» 17 de la C cuando establece que los
tribunales estarán expeditos para administrar justicia en los
plazos y términos que fije la ley.
Por le que se refiere al poder judicial en sentido estricto, se
encuentra dividido en el ordenamiento mexicano en dos esferas
diversas, ya que se inspiró en el sistema federal creado por la
Constitución de los Estados Unidos de 1787, en virtud de que
las Cartas Federales de 1824, 1857 y la vigente de 1917
implantaron el sistema calificado de doble jurisdicción, que se
apoya en la existencia paralela de tribunales federales y de las
entidades federativas, cada sector con esfera específica de
competencia, de manera que sólo en casos excepcionales, al
menos en el sentido original del sistema, los asuntos resueltos
por los jueces locales pueden llevarse en impugnación ante los
federales.
Sin embargo, esta doble organización se transformó
paulatinamente en nuestro país, debido a un conjunto de
factores históricos políticos y sociales muy conocidos, que
influyeron en la aceptación por la «SCJ» de la interpretación
artificiosa del «a.» 14 de la C de 1857, con apoyo en la cual se
inició en la segunda mitad del siglo anterior una concentración
de todos los asuntos judiciales del país en los tribunales de la
federación, particularmente en la «SCJ», todo ello en cuanto se
aceptó la procedencia del juicio de amparo contra las
resoluciones judiciales por la indebida aplicación de
disposiciones legales de carácter local, la que se disfrazó de
violaciones de carácter constitucional.
En la actualidad se conserva sólo de manera aparente la doble
jurisdicción, pero en realidad ésta se ha unificado, en virtud de
que los tribunales locales se encuentran subordinados a los de
carácter federal, en cuanto los fallos de los primeros pueden
impugnarse ante los segundos por medio del juicio de amparo,
invocándose de manera artificial la violación (únicamente
indirecta o refleja) de los «aa.» 14 o 16 de la C vigente. Por otra
parte, los tribunales locales tampoco conservan su autonomía
para interpretar libremente las disposiciones legales de sus
respectivas entidades, ya que la jurisprudencia firme de la
propia «SCJ» y de los tribunales colegiados, debe ser obedecida
por los jueces locales inclusive en relación con sus propios
ordenamientos, de acuerdo con lo establecido por el «a.» 94
constitucional.

II. Según lo dispuesto por el mencionado «a.» 94 de la C, el


poder judicial federal está formado por la Suprema Corte de
Justicia, los Tribunales Colegiados y Unitarios de Circuito y los
Juzgados de Distrito. La primera y los últimos poseen una doble
competencia, en virtud de que conocen tanto de asuntos
ordinarios federales como de los juicios de amparo; los
tribunales colegiados sólo de estos últimos, y los unitarios
exclusivamente de los primeros. La estructura y funciones de
los citados tribunales federales se encuentran regulados por la
«LOPJF» de 30 de diciembre de 1935, la cual también incluye
al Jurado Popular Federal que conoce de ciertos delitos
cometidos por medio de imprenta y de otros imputados a los
empleados y funcionarios del gobierno federal y el del DF.
Aun cuando no forman parte del poder judicial federal,
también deben incluirse dentro de los organismos
jurisdiccionales nacionales al Tribunal Fiscal de la Federación,
cuya ley orgánica promulgada el 30 de diciembre de 1977, entró
en vigor en agosto de 1978, y que conoce preferentemente de
controversias tributarias federales, pero también de algunas
otras relacionadas con las anteriores, como las relativas a las
pensiones a cargo de fondos públicos y de la legalidad de los
contratos administrativos.
En la esfera nacional funciona la Junta Federal de Conciliación
y Arbitraje que resuelve las controversias laborales en los
asuntos que se consideran también de ámbito nacional (regulada
por la «LFT» que entró en vigor el primero de mayo de 1970), y
el Tribunal Federal de Conciliación y Arbitraje que decide los
conflictos laborales entre los empleados y funcionarios y los
titulares de las dependencias de los poderes de la Unión y del
gobierno del DF «a.» 123, apartado B, de la C y la «LFTSE» de
27 de diciembre de 1963.
Finalmente deben mencionarse los tribunales militares, que
conocen de los delitos y faltas cometidos por los miembros de
las fuerzas armadas con motivo o en ocasión del servicio y
están formados por el Supremo Tribunal Militar, los Consejos
de Guerra Ordinarios y los Consejos de Guerra Extraordinarios
(«a.» 13 de la C y el «CJM» de 29 de agosto de 1933).

III. El poder judicial del DF se integra con el Tribunal Superior


de Justicia, jueces de primera instancia (civiles, de lo familiar,
del arrendamiento inmobiliario y penales), así como con los
jueces de paz, tanto civiles como penales («a.» 73, «fr.» VI,
base 4 C y la «LOTJFC» de 26 de diciembre de 1968, con
varias reformas posteriores). Además, fuera del citado poder
judicial actúa el Tribunal de lo Contencioso Administrativo del
DF para conocer y decidir sobre las controversias
administrativas entre las autoridades del DF y los
administrados, incluyendo las fiscales («a.» 104, «fr.» I, pfo.
segundo C. y ley orgánica promulgada el 25 de febrero de
1971).

IV. Por lo que se refiere a las restantes entidades federativas,


siguen en esencia y con ligeras variantes el modelo del
organismo judicial del DF, con un Tribunal Superior, jueces de
primera instancia y de paz o municipales. En materia laboral
funcionan las Juntas Centrales de Conciliación y Arbitraje («a.»
123, apartado A. «fr.» XX y «LFT» del primero de mayo de
1970). Además se han establecido recientemente varios
tribunales administrativos, algunos sólo con competencia
tributaria, pero con la tendencia hacia el contencioso
administrativo, en los Estados de México (1958), Veracruz
(1975), Tamaulipas (1975), Sinaloa (1975), Sonora (1977),
Hidalgo (1979), Jalisco (1983) y Guanajuato (1985).

V. B. En su segundo significado, la administración de justicia


comprende el gobierno y la administración (en sentido estricto)
de los tribunales. La función de gobierno siempre ha
correspondido a los órganos superiores de los tribunales
mexicanos, debido a la tradición española que confiaba dicha
actividad a las Audiencias y al Consejo de Indias durante la
época colonial, pero no ocurrió así con las funciones de
administración, ya que a partir de la independencia, varias de
ellas se encomendaron a la Secretaría de Justicia la que fue
suprimida definitivamente, por considerarse que afectaba la
autonomía de los tribunales, en el «a.» XIV transitorio de la C
vigente, por lo que a partir de entonces ambas atribuciones se
ejercitan por los mismos órganos judiciales.
Podemos señalar que las más amplias corresponden al
Tribunal en Pleno de la «SCJ», ya que posee la atribución de
designar por un periodo de cuatro años a los magistrados de los
Tribunales Colegiados y a los jueces de Distrito, los cuales si
son confirmados o ascendidos por la misma Corte, se
consideran inamovibles («a.» 97 C), pero además, posee, entre
otras, las de dictar las medidas que estime convenientes para
que la administración de justicia (en el primer sentido) sea
expedita, pronta y cumplida en los tribunales de la federación;
para fijar y modificar la adscripción de los ministros de la
propia Corte, de los magistrados de Circuito y jueces de
Distrito; para designar a los ministros visitadores de los
diversos tribunales federales; para imponer sanciones
disciplinarias y para suspender en sus funciones a los
funcionarios judiciales; para elaborar el proyecto de
presupuesto de egresos del poder judicial federal; para designar
magistrados de circuito y jueces de distrito supernumerarios en
lugares donde hubiere recargo de labores, creando los tribunales
respectivos. Para realizar varias de estas atribuciones actúa con
el auxilio de una Comisión de Gobierno y Administración,
integrada de oficio por el presidente de la Corte y por dos
ministros nombrados anualmente con posibilidad de una sola
reelección («a.» 12 «LOPJF»).
El Pleno del Tribunal Superior de Justicia designa los jueces
del DF, establece y cambia la adscripción de los propios jueces
y de los magistrados del Tribunal; nombra a los magistrados
visitadores; aprueba el proyecto de presupuesto de egresos;
conoce de las acusaciones y quejas contra los funcionarios
judiciales; suspende en sus funciones a los mismos
funcionarios; etc. («a.» 28 «LOTJFC»).

VI. Para no reiterar la enumeración de facultades de gobierno y


administración de los restanets organismos jurisdiccionales,
podemos afirmar que poseen atribuciones similares a las
señaladas, la Sala Superior del Tribunal Fiscal de la Federación
(«a.» 16 «LOTFF»); el Pleno de la Junta Federal y los Plenos de
las Juntas Centrales de Conciliación y Arbitraje («aa.» 614 y
623 LFT), así como los respectivos Plenos de los Tribunales
Superiores locales.
ADMINISTRACIÓN FISCAL
I. Desde el punto de vista organizativo la administración fiscal
es el conjunto de órganos de la administración pública
encargados de la planeación, recaudación y control de los
ingresos fiscales. Esta administración se encarga de aplicar las
leyes fiscales, y de ejercer el poder fiscal del Estado, inscrito en
el principio de legalidad, característico del Estado de derecho.

II. En la relación jurídico-fiscal el único sujeto activo es el


Estado. Sólo éste tiene el poder fiscal derivado de su soberanía
y en consecuencia es sólo el Estado y por reflejo o delegación
del mismo las entidades menores subrogadas a él, quienes
pueden exigir el cumplimiento de las obligaciones tributarias.
Para la federación en México estos ingresos fiscales 'tributarios'
son las contribuciones, que de acuerdo con el «CFF», se dividen
en impuestos, aportaciones de seguridad social, contribuciones
de mejoras y derechos.
Los ingresos fiscales 'no tributarios' son los aprovechamientos
y los productos.
En México, el órgano encargado de la administración y
recaudación de los ingresos fiscales de la federación es la
SHCP.
En cuanto a los ingresos fiscales de las entidades federativas y
de los municipios, éstos son recaudados por sus propias
administraciones fiscales, las cuales son denominadas en forma
diversa. Sin embargo, en el caso de algunos gravámenes
federales, como el impuesto al valor agregado, la recaudación
puede ser efectuada por las administraciones fiscales de las
entidades federativas, en virtud de convenios celebrados entre la
federación y dichas entidades.
Respecto de la facultad del Poder Ejecutivo Federal para crear
las administraciones fiscales regionales, mediante decreto de 13
de junio de 1973, la «SCJ» sostuvo el criterio que dicho decreto
no contraviene la C, '... puesto que es una disposición
reglamentaria especial expedida con apoyo en los artículos 89,
«fr.» I constitucional y 28 de la Ley de Secretarías y
Departamentos de Estado, para desarrollar y detallar los
principios generales contenidos en ésta y en el «CFF», a fin de
facilitar el ejercicio de las funciones que conforme a esos
ordenamientos debe realizar la SHCP en el cobro de los
impuestos,

ADMINISTRACIÓN PÚBLICA
I. Por administración pública se entiende, generalmente, aquella
parte del Poder Ejecutivo a cuyo cargo está la responsabilidad
de desarrollar la función administrativa. De esta manera, la
administración pública puede entenderse desde dos puntos de
vista, uno orgánico, que se refiere al órgano o conjunto de
órganos estatales que desarrollan la función administrativa, y
desde el punto de vista formal o material, según el cual debe
entenderse como la actividad que desempeñan este órgano o
conjunto de órganos. Con frecuencia, suele identificarse a la
función administrativa, como la actividad de prestación de
servicios públicos tendentes a satisfacer las necesidades de la
colectividad.

II. La administración pública aparece desde que el hombre se


organiza en sociedades, más o menos complejas, en las que se
distingue la presencia de una autoridad, que subordina y rige
actividades del resto del grupo y que se encarga de proveer la
satisfacción de las necesidades colectivas fundamentales.
Acosta Romero, relaciona la existencia de estructuras
administrativas en sociedades como la del antiguo Egipto, en
donde, bajo el régimen de Ramsés, existía un Manual de
Jerarquía; en China, 500 años «a.C.», existió un Manual de
organización y gobierno. En Grecia y en Roma, también
existieron estructuras administrativas.
Por lo que se refiere a nuestro país, en la época precolombina,
los pueblos más avanzados que ocupaban el territorio de lo que
hoy es México, contaban con una estructura administrativa, a la
que se habría de superponer la administración colonial. Durante
esta época, la administración estaba bajo el mando del virrey
que ejercía, a nombre de la Corona Española, además de la
función administrativa, funciones gubernativas, militares,
jurisdiccionales, legislativas y religiosas, de la más grande
importancia.
Al lado del virrey, se encontraba la Real Audiencia, que
coadyuvaba con éste en el ejercicio de la función
administrativa, además de vigilar y controlar la acción del
virrey. A nivel central-peninsular participaban en la
administración colonial el rey y sus secretarios, así como el
Consejo de Indias. Finalmente, existían administraciones
locales a dos niveles: a) provincial y distrital en el que
participaban los gobernadores de reinos y provincias, al igual
que los corregidores y alcaldes mayores, y b) local, en el que
intervenían los cabildos y sus oficiales.
Al consumarse la independencia nacional, el emperador
Iturbide organiza la administración pública en cuatro grandes
Secretarías de Estado: Relaciones Exteriores e Internas; Justicia
y Negocios Eclesiáticos; Guerra y Marina, y Hacienda.
Obviamente las distintas situaciones y regímenes políticos que
imperan en nuestro país, a lo largo del siglo XIX, afectan la
organización y atribuciones de la administración pública, que
conoce cierta estabilidad hasta el régimen porfirista.
Al triunfo de la Revolución mexicana y bajo el imperio de la
C. de 1917, el Estado mexicano adopta un régimen claramente
intervencionista y, a través de lo dispuesto por sus «aa.» 3, 27 y
123, se compromete a proteger y promover las condiciones de
vida de la población. Este esquema constitucional impondrá a la
administración pública, encabezada por el presidente de la
República, un papel de importancia fundamental en la atención
de las necesidades sociales. Sobre estas bases el 31 de
diciembre de 1917 se publica la primera Ley de Secretarías de
Estado, a la que habrían de suceder las leyes de 1935, 1939,
1946 y la del 23 de diciembre de 1958, que habría de ser
derogada por la actual «LOAPF».

III. Acerca de la noción de administración pública existen


distintas corrientes, entre las que destacan fundamentalmente
dos: el enfoque formal, Según el cual se le considera, en
palabras de Gabino Fraga, como el organismo público que ha
recibido del poder político la competencia y los medios
necesarios para la satisfacción de los intereses generales. Por
otra parte, el enfoque material considera, a la administración
pública, siguiendo al propio Fraga, como la actividad de este
organismo considerado en sus problemas de gestión y de
existencia propia tanto en sus relaciones con otros organismos
semejantes como con los particulares para asegurar la ejecución
de su misión. Con la misma óptica, Georges Vedel considera a
la administración, en sentido funcional, como designando a una
cierta actividad, y como el conjunto de personas cumpliendo
tareas de administración, en su acepción orgánica. Es decir, al
hablar de administración pública nos referimos tanto a la
actividad administrativa que desarrolla el Estado, como al
conjunto de órganos que desarrollan dicha actividad.
Por su parte, Acosta Romero afirma que la administración
pública es la parte de los órganos del Estado que dependen
directa o indirectamente, del Poder Ejecutivo, tiene a su cargo
toda la actividad estatal que no desarrollan los otros poderes
(Legislativo y Judicial), su acción es continua y permanente,
siempre persigue el interés público, adopta una forma de
organización jerarquizada y cuenta con: a) elementos
personales; b) elementos patrimoniales; c) estructura jurídica; y
d) procedimientos técnicos. Sin embargo, precisa Vedel: la
administración no es la única función del Ejecutivo; pero la
administración es exclusivamente responsabilidad del
Ejecutivo.
En efecto, en México, el Poder Ejecutivo es unipersonal y se
deposita su ejercicio en el presidente de la República quien es,
al mismo tiempo, jefe de Estado, jefe de gobierno y jefe de la
administración pública. Así pues, además de la función
administrativa, el Ejecutivo mexicano desarrolla funciones de
gobierno y de Estado.
En México, en virtud del sistema federal que caracteriza a
nuestro Estado, existen tres niveles de gobierno: el municipal, el
estatal y el federal. En cada uno de estos niveles podemos
encontrar, el correspondiente nivel administrativo.
La administración pública, como parte del aparato estatal se
rige por el principio del Estado de derecho y en virtud de su
actividad se encuentra subordinada al mandato de la norma
jurídica.
El «a.» 90 de la C, precisa que la administración pública
federal será centralizada y paraestatal conforme a la ley
orgánica que expida el Congreso de la Unión la que distribuirá
los negocios del orden administrativo que estarán a cargo de las
Secretarías de Estado y Departamentos administrativos y definir
las bases generales de creación de las entidades paraestatales.
Dicha ley es la «LOAPF», publicada en el «DO» el 29 de
diciembre de 1976.
De esta manera, conforme a las disposiciones legales
aplicables, el Ejecutivo Federal se auxilia, para cumplir con sus
funciones administrativas, de las dependencias de la
administración centralizada y las entidades de la paraestatal. En
la primer categoría encontramos a la Presidencia de la
República, las Secretarías de Estado, los Departamentos
administrativos y la Procuraduría General de la República. Por
otra parte, los organismos descentralizados, las empresas de
participación estatal, las instituciones nacionales de crédito (hoy
sociedades nacionales de crédito, instituciones de banca
múltiple o de banca de desarrollo), las organizaciones auxiliares
nacionales de crédito, las instituciones nacionales de seguros y
fianzas y los fideicomisos, integran la administración pública
paraestatal.
La «LOAPF», define las atribuciones de las siguientes
dependencias:
Secretaría de Gobernación,
Secretaría de Relaciones Exteriores,
Secretaría de la Defensa Nacional,
Secretaría de Marina,
Secretaría de Hacienda y Crédito Público,
Secretaría de Programación y Presupuesto,
Secretaría de la Contraloría General de la Federación,
Secretaría de Energía, Minas e Industria Paraestatal,
Secretaría de Comercio y Fomento Industrial,
Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos,
Secretaría de Comunicaciones y Transportes,
Secretaría de Desarrollo Urbano y Ecología
Secretaría de Educación Pública,
Secretaría de Salud,
Secretaría del Trabajo y Previsión Social,
Secretaría de la Reforma Agraria,
Secretaría de Turismo,
Secretaría de Pesca; y
Departamento del Distrito Federal.
Las dependencias y entidades de la administración pública
federal deberán conducir sus actividades en forma programada,
observando los principios y políticas que defina el presidente de
la República en el Plan Nacional y en los programas de
desarrollo («a.» 9). Asimismo, se precisa que las dependencias
tendrán igual rango y entre ellas no habrá prominencia alguna.
De conformidad con el «a.» 92 de la C. se faculta a los
secretarios de Estado y jefes de departamento administrativo
para refrendar todos los reglamentos, decretos y acuerdos
expedidos por el presidente de la República, salvo los
publicatorios de leyes expedidas por el Congreso de la Unión,
los que sólo requerirán del refrendo del secretario de
gobernación («a.» 13 reformado el 26 de diciembre de 1985).
La «LOAPF» prevé la existencia de órganos desconcentrados
jerárquicamente subordinados a las dependencias de la
administración central, pero con autonomía técnica para
resolver asuntos de su competencia. Por otra parte, se faculta al
presidente de la República para constituir comisiones
intersecretariales para resolver asuntos de la competencia de
más de una de sus dependencias, en las que incluso podrán
participar entidades de la administración paraestatal.
La ley faculta al presidente de la República para celebrar
convenios de coordinación, con los gobiernos de los Estados, o
aun con municipios, para desarrollar acciones de desarrollo de
las propias entidades federativas.
Asimismo, cabe señalar que la ley obliga a los titulares de las
dependencias centralizadas, a presentar al Congreso de la Unión
un informe anual sobre el estado que guarden sus respectivos
ramos y de comparecer ante cualquiera de las Cámaras para
explicar o aclarar algún asunto de su competencia. Esta última
obligación es extensiva para los directores de organismos
descentralizados y de las empresas de participación estatal.
Entre el Ejecutivo Federal y la administración centralizada
existe una relación jerárquica que subordina a ésta al poder de
aquél. Dicha relación jerárquica, explica Acosta Romero,
implica una serie de poderes como los siguientes: de decisión,
de nombramiento, de mando, de revisión, de vigilancia,
disciplinario y para resolver conflictos de competencia. Estos
poderes determinan una clara relación de supra a subordinación
entre el jefe de la administración pública y sus dependencias.
Por lo que se refiere a las entidades de la administración
paraestatal, este poder no existe formalmente y sus relaciones
con el Ejecutivo Federal se rigen, en primera instancia, por su
Ley orgánica o por el acto jurídico que les dé origen; así como
por leyes generales en materia de planeación, programación,
presupuestación, control y evaluación.
Cabe señalar que estas entidades se encuentran agrupadas por
sectores administrativos, a cuya cabeza se hallan las
dependencias centrales, encargadas de coordinar las relaciones
entre el Ejecutivo Federal y estas entidades.
ADMINISTRADOR
I. (Del latín administrator-oris, que administra.) Persona, física
o moral, que desenvuelve sobre bienes ajenos una actividad
dirigida a hacerlos servir de diversa manera en provecho de
alguien, generalmente con obligación de rendir cuentas.
La administración puede considerarse en sentido técnico o en
sentido jurídico; también se distingue entre actos materiales de
administración (p.e., pintar una casa, cuidarla, refaccionarla) y
actos jurídicos (p.e., arrendar la casa, cobrar el precio, invertirlo
a nombre del propietario).

II. Naturaleza del acto de administrar. La función de


administración participa de la naturaleza del mandato, pues el
administrador actúa en nombre y por cuenta ajena y es
responsable ante su comitente. En algunas hipótesis, puede
lindar con los conceptos de cuasi-contrato en general, y de
gestión de negocio, más específicamente.
Atendiendo a su origen, la administración puede ser
convencional o contractual (p.e., el administrador de
propiedades que celebra un contrato de derecho civil), cuasi-
contractual (el gestor de negocios, «aa.» 1896 y ss. «CC»), legal
(el padre que administra los bienes de sus hijos, «a.» 425 del
«CC»; el tutor legítimo, «aa.» 486 y ss., quien actúa al frente de
una administración pública, etc.), o judicial (síndico de la
quiebra; interventor judicial de una empresa; albacea designado
judicialmente, «a.» 1684 «CC»), etc.

III. El concepto jurídico de administración compete a diversas


ramas del derecho, tanto del público como del privado. Así, los
constitucionalistas denominan 'poder administrador' al Poder
Ejecutivo. Y en un sentido más lato, es administrador todo
funcionario o cuerpo colegiado que tiene a su cargo un sector de
la administración pública (p.e., el director de un ente autónomo,
el titular de una institución descentralizada del Estado). En
derecho civil encontramos diversos tipos de administradores: el
padre que, en ejercicio de la patria potestad, vela por el
patrimonio del hijo menor de edad; el tutor, que administra los
bienes de su pupilo, el albacea en la sucesión, etc. En derecho
mercantil el concepto de 'administrador' adquiere singular
relevancia, ya que lo es, el director de una sociedad anónima, el
gerente de una filial de la empresa, el factor de una casa
comercial, el síndico de la quiebra, etc. En derecho procesal
según Carnelutti, también en el transcurso del proceso se
administra, porque, 'ni el proceso ni ningún otro mecanismo de
derecho puede sustraerse a las leyes de la economía'. El juez
ejerce sobre los bienes del proceso actos de administración:
ordenar la remisión de un bien a la parte a quien corresponda,
ordenar el secuestro y depósito del bien embargado, disponer la
colocación de sellos, inventarios, avalúos, etc. Aun en derecho
internacional, es administrador quien, a nombre de un
organismo supranacional, realiza la gestación o gobierno de
territorios disputados, estratégicos, zonas de refugiados, etc.

ADQUISICIÓN DE LA PROPIEDAD
I. La adquisición significa en términos generales la
incorporación de una cosa o de un derecho a la esfera
patrimonial de una persona.
En materia de propiedad se puede afirmar que la adquisición
es el hecho o acto jurídico en términos del cual se incorpora al
patrimonio de una persona un bien mueble o inmueble: es el
acto o hecho jurídico al que liga la ley el traslado del dominio.
La doctrina ha distinguido los siguientes elementos para la
adquisición en su acepción lata: 1) un adquirente; 2) un objeto
adquirido; 3) el título de la adquisición.
La distingue asimismo, en el modo de adquirir la propiedad:
en forma originaria o derivada.

II. Son modos originarios aquellos que hacen adquirir la


propiedad independiente de cualquier otra persona (p.e. la
ocupación). Son modos derivados los que hacen adquirir la
propiedad fundados en un precedente de derecho que tenía otra
persona (enajenación voluntaria, usucapión y accesión).
La adquisición de propiedad puede ser también universal,
cuando comprende la universalidad del patrimonio o bien
particular cuando sólo comprende un bien determinado.
En doctrina también se ha discutido dentro de la teoría general
de bienes cuáles deben ser los actos o negocios jurídicos que
producen o determinan una adquisición derivativa o una
transmisión del dominio y de los derechos reales. La política
jurídica debe ser determinante: conforme al principio de
seguridad es necesario poder constatar quién es el propietario de
una cosa y al efecto cuáles deben ser los signos ostensibles de
ello.

III. En el derecho romano existían diversas formas: la


mancipatio o la iniure cessio; posteriormente la traditio.
En el derecho actual se han podido delinear tres sistemas: a) el
sistema de la transmisión mediante traditio (teoría del título y
del modo); b) el sistema de la transmisión puramente
consensual y c) el sistema de acuerdo abstracto traslativo.
a) La traditio debe ir precedida de un negocio jurídico que le
sirva de antecedente y el traspaso posesorio: por ello se le
conoce como teoría del título y del modo.
b) Es la voluntad de las partes la que determina la transmisión.
En este último sistema se inserta el «CC» francés y el «CC»
(«a.» 2014).
c) Este sistema lo recoge el BGB. Conforme a este sistema
para la eficacia de la traditio no se requiere de un contrato
antecedente, sino pura y simplemente el consentimiento de las
partes para transmitir el dominio. La transmisión y la
adquisición se fundan en un acuerdo abstracto; es abstracto
porque el acto o negocio jurídico previo no desempeña ningún
papel para el efecto traslativo.

AGRAVIO
I. Por tal debe entenderse la lesión o afectación de los derechos
e intereses jurídicos de una persona, en especial, a través de una
resolución judicial, y por extensión, también cada uno de los
motivos de impugnación expresados en el recurso de apelación
contra una resolución de primera instancia.
En un sentido muy amplio, el agravio es el equivalente a
perjuicio o afectación de un interés jurídico, y éste es el
significado que se emplea en los «aa.» 4 y 5 «fr.» I, de la «LA»
cuando califica de agraviado al demandante de la protección de
los tribunales federales.

II. De acuerdo con un concepto más restringido, el agravio es la


afectación producida por una resolución judicial y se utiliza
generalmente por los códigos procesales tratándose de la
segunda instancia, al regular la llamada 'expresión de agravios'
considerada como los argumentos que hace valer el recurrente
contra la resolución impugnada en apelación.
En tal virtud, la expresión de agravios está estrechamente
vinculada con el régimen del recurso de apelación, y en el
proceso de amparo, con el llamado recurso de revisión (que en
sentido estricto también es una apelación), por lo que la forma,
alcance y efectos de los propios agravios se pueden separar en
tres sectores:

III. (Derecho procesal civil y mercantil). Los códigos modelos


«CPC», «CFPC» y «CCo». siguen esencialmente el sistema de
la apelación española según la Ley de Enjuiciamiento Civil de
1881, con algunos aspectos peculiares.
Lo anterior significa que la apelación debe mejorarse o
formalizarse ante el tribunal de segundo grado, de manera que
el apelante debe acudir ante dicho tribunal a formular agravios,
y si no los presenta o los entrega fuera del plazo respectivo (seis
días en materia civil distrital y tres días, que pueden ampliarse
en razón de la distancia, en la esfera civil federal), se declara
desierto el recurso («aa.» 704-705 «CPC» y 243-249 «CFPC»).
El «CCo». dispone escuetamente en su «a.» 1342 que el recurso
de apelación, una vez admitido, se tramitará con un solo escrito
de cada parte y el informe en estrados (exposición oral) si las
partes quisieran hacerlo.
El contenido del escrito de expresión de agravios es regulado
de manera imprecisa por el «a.» 244 del «CFPC» cuando
establece que deberán expresarse los conceptos por los que, a
juicio del apelante, se le hubiesen causado dichos agravios por
la resolución impugnada, pero en términos generales dichos
argumentos no están sujetos a formalidades estrictas, ya que
según la jurisprudencia firme de la SCJ: 'Cuando en un agravio
se expresan el acto u omisión que lesiona un derecho del
recurrente, el mismo debe estudiarse por el tribunal que conozca
del recurso aun cuando no se cite el número del precepto
violado' (tesis 26, p. 66, Tercera Sala, del Apéndice al «SJF»,
publicado en el año de 1975).
Por lo que se refiere a las facultades de cognición del tribunal
de segunda instancia, la apelación civil implica de manera
exclusiva el análisis de los agravios del apelante principal y de
los del recurrente en la adhesiva, y sólo se admite el
ofrecimiento y desahogo de nuevos medios de prueba o la
presentación de nuevas defensas, cuando las mismas no se
hubieran aportado en el primer grado por causas ajenas a la
voluntad del apelante, o no se hubiese tenido conocimiento de
las mismas de manera oportuna («aa.» 706 a 708 del «CPC» y
253 a 255 del «CFPC»).
Para los efectos del juicio de amparo contra la sentencia
pronunciada en apelación, también debe tomarse en cuenta, que
para no tener por consentidas las violaciones procesales
respectivas en los asuntos civiles de carácter patrimonial, el
afectado debe impugnar la violación del procedimiento
mediante el recurso ordinario y dentro del plazo que la ley
respectiva señale, pero si la propia ley no concede dicho
recurso, o si concediéndolo fuere desechado o declarado
improcedentes el propio interesado deberá invocar la violación
como agravio en la segunda instancia, si se cometió en la
primera. No es preciso cumplir con estos requisitos en los
amparos contra actos que afecten derechos de menores o
incapaces, ni en los promovidos contra sentencias dictadas en
controversias sobre acciones del estado civil o que afectan al
orden y a la estabilidad de la familia («a.» 161 LA).

IV. (Derecho procesal penal). En virtud de que la apelación en


el proceso penal es más flexible que la regulada en asuntos
civiles y mercantiles, el recurso puede presentarse oralmente o
por escrito ante el juez que dictó la resolución impugnada, y no
es necesario, como sí lo es en la apelación civil, mejorar o
formalizar el recurso ante el órgano superior, en virtud de que
los agravios pueden formularse ya sea con motivo de la
interposición o bien en la audiencia de alegatos (esto último
según el «a.» 364 «CPP»).
Por otra parte, el tribunal de segundo grado posee mayores
facultades de conocimiento que las otorgadas en cuestiones
civiles, ya que en esencia, el recurso implica un nuevo examen
de todo el procedimiento y de las resoluciones impugnadas en
primera instancia, tomando en cuenta que la parte recurrente
puede ofrecer nuevas pruebas, limitándose sólo la testimonial a
los hechos que no hubieren sido objeto de examen en el primer
grado («aa.» 428 y 429 «CPP», 376-378 y 380 del «CFPP»).
Además, si bien la reposición del procedimiento únicamente
puede ordenarse por el tribunal de segundo grado, de acuerdo
con los motivos expresamente señalados en ambos códigos de
procedimientos penales y a petición de la parte recurrente
expresada en los agravios («aa.» 430 y 431 del «CPP» y 388 del
«CFPP»), el segundo ordenamiento dispone que se podrá suplir
la deficiencia de los propios agravios cuando exista una
violación manifiesta del procedimiento que hubiese dejado sin
defensa al procesado y que sólo por torpeza o negligencia de su
defensor no fue combatida debidamente («a.» 387).

V. (En materia de amparo). El llamado recurso de revisión en el


juicio de amparo de doble instancia conserva ese nombre por
razones históricas, en virtud de que existía la revisión de oficio
en las leyes de amparo de 1869 y 1881, y en los códigos de
procedimientos civiles de 1897 y 1908, pero constituye en
estricto sentido un recurso de apelación, y por ello la «LA»
vigente utiliza la denominación de agravios para calificar los
motivos de impugnación contra las resoluciones de los jueces
federales de primer grado, empleando el nombre de 'conceptos
de violación' para los argumentos de oposición expresados en la
primera o en única instancia.
La revisión o apelación en amparo es amplia en cuanto a las
facultades de cognición del tribunal de segundo grado, ya que
está facultado para examinar los agravios expresados por el
recurrente, pero si éstos son fundados, también debe conocer de
los conceptos de violación expresados en primer grado, cuando
los segundos no hubiesen sido examinados por el juez de primer
grado («a.» 91, «fr.» I, LA); además, si el tribunal de segunda
instancia al estudiar los propios agravios advierte que se
violaron las leyes fundamentales que norman el procedimiento,
o que el juez del primer grado incurrió en alguna omisión que
hubiere dejado sin defensa al recurrente o pudiera influir en la
sentencia que debe dictarse en definitiva, el referido tribunal de
mayor jerarquía debe revocar el fallo recurrido y mandar
reponer el procedimiento, también en el supuesto de que
indebidamente no hubiese sido oída alguna de las partes que
tenga derecho a intervenir en el juicio («a.» 91, «fr.» IV, LA).
Sin embargo, en materia probatoria la revisión es restringida,
ya que en el escrito en el cual se formulan agravios no se
pueden ofrecer nuevos elementos de convicción, puesto que el
tribunal de segundo grado sólo puede tomar en consideración
las pruebas que se hubieren ofrecido ante el juez de primera
instancia («a.» 91, «fr.» II, LA).
Otro aspecto que debe examinarse en cuanto a la expresión de
agravios en la segunda instancia del juicio de amparo, se refiere
a la suplencia de la queja, ya que el tribunal de segundo grado
(SCJ o TC) están facultados para corregir los errores o
deficiencias que adviertan en los agravios, en beneficio del
recurrente, si se trata del quejoso y el acto reclamado se apoya
en una ley inconstitucional de acuerdo con la jurisprudencia
obligatoria; si se trata del acusado o del trabajador que hubiesen
quedado sin defensa en las materias penal y laboral («a.» 76
LA), pero inclusive el tribunal de mayor jerarquía está obligado
a realizar dicha suplencia si los recurrentes son menores de edad
o incapaces («a.» 91, «fr.» V, LA); o si son ejidatarios,
comuneros o núcleos de población («a.» 227 LA).

ALEGATOS
I. (Del latín allegatio, alegación en justicia.) Es la exposición
oral o escrita de los argumentos de las partes sobre el
fundamento de sus respectivas pretensiones una vez agotada la
etapa probatoria y con anterioridad al dictado de la sentencia de
fondo en las diversas instancias del proceso.
Esta denominación de alegatos predomina en nuestros
ordenamientos procesales en las diversas ramas de
enjuiciamiento, aun cuando en ocasiones, por influencia de la
legislación española se utiliza también en los códigos de
procedimientos penales, pero tomando en consideración que las
conclusiones del MP en el mismo proceso penal no constituyen
una simple alegación, ya que son vinculatorias para el juzgador.

II. Los ordenamientos procesales no determinan su contenido


con excepción del «a.» 393 del «CPP», según el cual, en los
alegatos orales deben evitarse palabras injuriosas y alusiones a
la vida privada y opiniones políticas o religiosas, limitándose a
tratar de las acciones y de las excepciones que quedaron fijadas
en la clausura del debate preliminar y de las cuestiones
incidentales que surgieran.
La doctrina mexicana ha fijado el contenido de los alegatos,
señalando tres sectores esenciales de los mismos, tomando en
cuenta lo dispuesto por el «a.» 670 de la LEC española: a)
exposición breve y precisa de los hechos controvertidos y de los
elementos de convicción que se hicieron valer para
demostrarlos; b) el razonamiento sobre la aplicabilidad de los
preceptos legales respectivos y sobre su interpretación jurídica;
c) la petición de que se resuelva favorablemente a las
pretensiones de la parte que alega. Dentro de cada uno de estos
aspectos se rebaten los argumentos expuestos por la contraparte
y se hace el estudio de las pruebas presentadas por la misma. El
análisis de la etapa probatoria ha tenido una mayor importancia
en la tradición jurídica española, y por ello el «a.» 188 del
«CCo». regula los alegatos de 'buena prueba'.

III. Por lo que se refiere al procedimiento de presentación de los


alegatos orales, son escasos los ordenamientos procesales que lo
regulan, con excepción de los «CPC», «CFPC» y de manera
mucho más breve, la LA.
De acuerdo con los dos primeros, las partes pueden alegar en
dos ocasiones como máximo, ya sea directamente, o a través de
sus abogados o apoderados, concediéndose la palabra primero
al actor después al demandado, y también al Ministerio Público
cuando hubiese intervenido en el proceso, exigiendo el «CFPC»
que este último tenga la calidad de parte («aa.» 393 «CPC» y
344, «frs.» II y III «CFPC»).
De acuerdo con el citado artículo 393 del «CPC», las partes no
podrán hacer uso de la palabra más de un cuarto de hora cada
vez en la primera instancia y de media hora en la segunda, en
tanto que el «CFPC» dispone que cuando una de las partes
estuviere patrocinada por varios abogados no podrá hablar por
ella más que uno solo cada turno, y que no se podrá usar de la
palabra por más de media hora cada vez, pero cuando la
naturaleza del negocio lo amerite, los tribunales podrán permitir
que se amplíe el tiempo marcado, o que use por otra vez la
palabra, observándose la más completa equidad entre las partes
(«a.» 344, «frs.» IV y V).
Sin embargo, en ambos ordenamientos se reconoce la realidad
de la tradición de los alegatos escritos, el «a.» 394 del «CPC» al
prohibir la práctica viciosa de dictar los alegatos en el momento
de la audiencia de fondo, establece que las partes pueden
presentar sus conclusiones por escrito, en tanto que el «CFPC»
dispone que cuando las partes no concurran a la citada
audiencia o renuncien al uso de la palabra, podrán presentar
apuntes de alegatos, y aún proyecto de sentencia, antes de que
concluya la propia audiencia («a.» 344 «fr.» VII).
De acuerdo con el «a.» 155 de la «LA», en la audiencia de
fondo en la primera instancia ante el juez de distrito, las partes
pueden presentar alegatos por escrito, pero el quejoso puede
alegar verbalmente cuando se trate de actos que importen
peligro de privación de la vida, ataques a la libertad personal,
deportación, destierro o alguno de los prohibidos por el «a.» 22
de la C, asentándose en autos extractos de sus alegaciones, si lo
solicitare. Por lo que respecta a los demás casos, las partes
pueden alegar oralmente pero sin exigir que sus argumentos se
hagan constar en autos y sin que puedan exceder de media hora
para cada parte, incluyendo las réplicas y las contrarréplicas.
• IV. En la práctica son poco frecuentes los alegatos orales y
predomina su presentación por escrito, sin que por otra parte se
les otorgue la importancia que debieran tener, pues como lo ha
hecho notar el destacado procesalista español Niceto Alcalá-
Zamora y Castillo, al referirse a la realidad judicial mexicana, la
escasa trascendencia que se otorga a los alegatos constituye un
grave detrimento de la abogacía cuya actividad culmina en
ellos, en igual o en mayor medida que los escritos polémicos de
la fase expositiva y que en la conducción de la prueba a lo largo
de la fase demostrativa, pues además, el procedimiento escrito
empequeñece y oscurece la función del abogado de la misma
manera que la engrandece y abrillanta el efectivamente oral.

ALIMENTOS
I. (Del latín alimentum, comida, sustento, dícese también de la
asistencia que se da para el sustento.)
El «a.» 308 «CC» establece que los alimentos comprenden la
comida, el vestido, la habitación, la asistencia en caso de
enfermedad, y, tratándose de menores, los gastos necesarios
para la educación primaria y para proporcionarle un oficio, arte
o profesión honestos y adecuados a su sexo y circunstancias
personales; siendo proporcionados a la posibilidad de quien
debe darlos y a la necesidad del que debe recibirlos («a.» 311
«CC»), como se observa en el derecho el concepto de alimentos
sobrepasa a la simple acepción de comida. Constituyen un
elemento de tipo económico que permite al ser humano obtener
su sustento en los aspectos biológico, social, moral y jurídico,
de ahí que la «SCJ» ha sostenido que los alimentos son materia
de orden público e interés social siendo improcedente conceder
la suspensión contra el pago de alimentos, ya que impide al
acreedor alimentario recibir la protección necesaria para su
subsistencia; ni tampoco, dada su importancia, es posible
aceptar que la obligación del deudor alimentario sea cumplida
parcialmente.
La deuda alimentaria es un deber derivado del derecho a la
vida que tiene el acreedor alimentario y gravita sobre el grupo
familiar.

II. Son características de la obligación la proporcionalidad ya


citada; la reciprocidad, toda vez que quien los da tiene a su vez
derecho de recibirlos cuando así lo requieran las circunstancias
(«a.» 301 «CC»); la imprescriptibilidad; el derecho a recibir los
alimentos es irrenunciable y no está sujeto a transacción («a.»
321 «CC»). Se cumple asignando una pensión al acreedor
alimentario o incorporándolo a la familia del deudor, excepto en
el caso de un cónyuge divorciado o cuando exista algún
impedimento legal para ello («aa.» 309 y 310 «CC»).
Están obligados a proporcionar los alimentos: los cónyuges y
concubinos entre sí («a.» 302 «CC»); los padres respecto de los
hijos, a falta o por imposibilidad de ellos, la obligación recae en
los ascendientes más próximos en ambas líneas («a.» 303,
«CC»); los hijos respecto de los padres, en caso de que las
circunstancias así lo requieran, a falta o por imposibilidad de
ellos, son deudores los descendientes más próximos en grado
(«a.» 304 «CC»); a falta o por imposibilidad de los ascendientes
o descendientes, la obligación recae en los hermanos («a.» 305
«CC»); faltando algunos de ellos a los parientes colaterales
dentro del cuarto grado («a.» 305 «CC»). Esta obligación de
hermanos y demás parientes colaterales está vigente en tanto el
menor no alcance los 18 años o cuando se trate de incapaces
(«a.» 306 «CC»).
Como se puede observar la relación acreedor y deudor
respecto de esta obligación es cambiante, coincidiendo con cada
persona de la relación y dependiendo de las posibilidades y
necesidades de cada una.
Tratándose de los cónyuges la obligación surge como parte del
deber que tienen de contribuir al sostenimiento de la familia en
los términos de los «aa.» 164 y 165 «CC». La obligación de los
padres respecto de los hijos nace de la filiación, tratándose de
menores no es necesario que se pruebe la necesidad de recibir
los alimentos, sin embargo, cuando el hijo ha adquirido la
mayoría de edad deberá probarse la necesidad para poder exigir
judicialmente el cumplimiento de la obligación. Esta obligación
no comprende la de proveer de capital a los hijos para que
puedan ejercer el oficio, arte o profesión que hubieren elegido
(a. 314 «CC»).
La obligación alimentaria cesa cuando el deudor carece de
medios para cumplirla; cuando el acreedor deja de necesitar los
alimentos; por injuria, falta o daños graves del acreedor hacia el
deudor; cuando la necesidad de los alimentos se origine en la
conducta viciosa o de holgazanería del acreedor y finalmente,
cuando el acreedor abandona la casa del deudor sin su
consentimiento y por causa injustificada (a. 320 «CC»).

III. Tienen derecho para solicitar, mediante la acción respectiva,


el aseguramiento de alimentos, y de conformidad con lo
establecido en el «a.» 315 «CC», en primer término el propio
acreedor alimentario; el ascendiente que tenga al acreedor bajo
su patria potestad; el tutor del mismo; los hermanos y demás
parientes colaterales dentro del cuarto grado, y, finalmente el
Ministerio Público. En caso de que no hubiere ascendientes,
tutores, hermanos o parientes colaterales dentro del cuarto
grado que pudieran representar al acreedor en el juicio de
aseguramiento de alimentos, el juez debe proceder a nombrarle
un tutor interino (a. 316 «CC»), quien deberá dar una garantía
suficiente para cubrir el importe anual de los alimentos; en caso
de que este tutor administre algún fondo, la garantía deberá ser
suficiente para cubrir su actuación (a. 318 «CC»). El
aseguramiento a que se refiere el ordenamiento civil puede
consistir en hipoteca, prenda, fianza, depósito de una cantidad
que baste para cubrir los alimentos o cualquier otro tipo de
garantía que a juicio del juez sea suficiente (a. 317 «CC»). La
acción de aseguramiento se tramita sin ningún tipo de
formalidades especiales, conforme a lo establecido en el c
único, de las controversias de orden familiar, del «tít.» décimo
sexto del «CPC» («aa.» 940 a 956).

ALLANAMIENTO
I. (Del latín applanare, del adverbio ad y planus, llano.) Esta
palabra recibe dos significados en las disciplinas jurídicas. Por
una parte, en el campo procesal, como allanamiento a la
demanda, y, por otra en el derecho penal, como allanamiento de
morada.
Allanamiento, acto o efecto de allanarse. Procesalmente
hablando encontramos opiniones en el sentido de que el
allanamiento a la demanda es una actitud que puede asumir el
demandado capaz a una demanda judicial en la que se conforma
expresa e incondicionalmente con el contenido de la pretensión
que se le reclama.
Empero, esta posible contestación del reo a la demanda, es una
fórmula autocompositiva unilateral (solución al litigio, parcial
dada por una de las partes, en la que se ofrece el sacrificio del
interés propio) y en la que -es obvio- que el arreglo se obtiene
por la extinción de la fuerza procesal de resistencia, al volver
llano (sin obstáculos) el camino del actor. Esto ocurre si los
elementos torales de una demanda son admitidos o sólo en
algunos aspectos, al allanarse; es decir, si se contesta
admitiendo cabalmente los hechos, el derecho y la pretensión.
Cabe imaginar la hipótesis, no meramente teorética (hay
asuntos de esta índole ventilándose en tribunales) de que un
demandado rechace los hechos, tampoco acoja el derecho
esgrimido por el demandante; y, no obstante, consienta la
pretensión. En apariencia, el negocio debía sentenciarse de
inmediato a favor del actor; pero, como por mandato
constitucional («a.» 14), la resolución jurisdiccional de fondo
debe fundarse en leyes o en principios generales de derecho; y,
procedimentalmente ese mismo proveído debe ser congruente,
claro y preciso en las demandas y contestaciones y con las
demás pretensiones deducidas en el pleito («a.» 81 «CPC»), lo
que se configura es la llamada sumisión (aunque el término es
del todo expresivo y adecuado), por lo que el juez ante la litis,
con hechos y derechos controvertidos, deberá continuar el
examen del negocio y pasar al periodo probatorio.
Sobre todo medítese en los casos en que se admitiera por el reo
la pretensión del atacante y que se tratara de derechos
legalmente irrenunciables.
El allanamiento de la demanda, puede ser total o parcial, según
que el demandado admita la demanda en todas sus partes; o,
bien, si sólo se somete a ciertos hechos, derechos y pretensiones
del actor.
• II. En la legislación procedimental civil para el Distrito
Federal localízase el «a.» 274, que ordena: 'Confesada la
demanda en todas sus partes o manifestando el actor su
conformidad con la contestación de ella, se citará para
sentencia'. Es manifiesta la confusión del texto legal al hablar
de 'confesada' en vez de 'allanamiento' en vista de que la
confesión como actitud del demandado (o la hipótesis reversible
del actor) consiste en la admisión de los hechos de la demanda,
aunque rechazando el derecho y la pretensión, por lo que el
litigio judicial continúa. Situación antitética supone el
allanamiento, que termina el pleito por la desaparición de la
oposición procesal por obra de una de las partes, constriñendo y
limitando al juez a declarar formalmente el autoarreglo de la lid,
ante el 'reconocimiento de la acción' como también algunos
tratadistas denominan al allanamiento de la demanda.
Independientemente del allanamiento de morada, en materia
penal se ha aludido al juicio penal truncado como una especie
de allanamiento.

AMENAZAS
I. (Del latín minaciese, amenazas), dar a entender con actos o
palabras que se quiere hacer un mal a otro.
(Derecho penal). En el «CP» de 1871 se introdujo un nuevo
tipo de amenazas (valerse de un escrito anónimo para obligar a
alguien a ejecutar un delito o cualquier otro acto sin derecho a
exigirlo) y se incluyó en el título relativo a las amenazas-
amagos-violencias físicas. Se criticó su ubicación y se adujo
que el significado de amenazas y amagos no eran sinónimos y,
por otra parte, se dijo que las violencias físicas configuraban en
sí mismas un delito autónomo; razón por la cual desapareció la
rúbrica de dicho título y quedó como en la actualidad se le
conoce.
Tanto en el «CP» de 1929, como en el vigente, se localiza a las
amenazas en el título referente a los delitos contra la paz y la
seguridad de las personas («aa.» 282-284). El «CP» actual habla
de dos formas específicas de amenazas: a) cuando se amenace a
otro, de cualquier modo, con causarle un mal en su persona, en
sus bienes, en su honor o en sus derechos, o en la persona,
honor, bienes o derechos de alguien con quien esté ligado con
un vínculo, y b) cuando el que por amenazas de cualquier
género trate de impedir que otro ejecute lo que tiene derecho de
hacer. De lo anterior se desprende que no existe un modo
específico de amenazar (puede ser verbal, escrito, con señas,
etc.), por lo que las amenazas pueden ser:
1. Amenaza simple, ya que se trata de una intimidación
anunciativa de un mal, hecha directa o indirectamente a una
determinada persona, y
2. Amenaza conminatoria y condicionada, la que se realiza
imponiendo una condición que ha de cumplirse, por el
amenazado, para evitarla.
La penalidad prevista para las amenazas puede ser atenuada
(«a.» 283) en los casos siguientes: 1. Cuando los daños que
encierra la amenaza sean leves o evitables; 2. Cuando se
ejecuten por medio de emblemas, señas, jeroglíficos o frases de
doble sentido, y 3. Cuando por medio de ellas se evite que el
amenazado realice un hecho ilícito en sí. Y puede ser agravada
(a.. 284), cuando se dé el concurso real de delitos.
En conclusión, el delito de amenazas se concreta con el simple
hecho de que el amenazado sienta temor ante la amenaza
proferida y constituye un delito doloso (dolo específico).

II. (Derecho internacional). La Carta de la Organización de las


Naciones Unidas, en su «a.» segundo, pfo. cuarto, señala que
los miembros de la ONU, en sus relaciones internacionales, se
abstendrán de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra
la integridad territorial o la independencia política de cualquier
Estado, o en cualquier otra forma incompatible con los
propósitos de las Naciones Unidas.
Esta disposición prohíbe el uso de la amenaza o de la fuerza
militar. No se contempla la prohibición del uso de la amenaza o
de la fuerza política o económica.
En el derecho de los tratados se reconoce como vicio del
consentimiento la amenaza y el uso de la fuerza, en dos
supuestos: a) Cuando existe coacción ejercida por un Estado en
contra del representante de otro Estado por medio de actos o
amenazas y b) Cuando un tratado haya sido celebrado contra un
Estado por medio de la amenaza o el uso de la fuerza.

AMNISTÍA
I. (Del griego amnestia, olvido). Acto del poder legislativo que
ordena el olvido oficial de una o varias categorías de delitos,
aboliendo bien los procesos comenzados o que han de
comenzarse, bien las condenas pronunciadas.
Los atenienses dieron el nombre de amnistía a una 'ley' que el
general Trasíbulo hizo adoptar por el pueblo en 403 «a.C.»,
después de expulsar a los Treinta Tiranos, y que prescribía el
olvido de los hechos cometidos durante la rebelión. Esta medida
también se aplicó en Roma, principalmente en la Roma imperial
que distinguía la indulgencia especialis, la indulgencia generalis
o comunis, y la general abolitio, que correspondían
respectivamente a la gracia, el indulto y la amnistía de nuestro
tiempo. En la Europa medieval, el olvido, el perdón de las
conductas punibles era atributo del monarca; más tarde, el
derecho de gracia, el indulto, pasó a ser facultad del jefe del
Estado, y, bajo la influencia de la ciencia constitucional
moderna, el derecho de amnistiar fue declarado prerrogativa del
poder legislativo.
La amnistía ha sido objeto de críticas por algunos tratadistas,
como Bentham, Beccaria, Kant, etc., así como por la escuela
positivista o antropológica italiana, con Ferri y Lombroso, por
estimar que era contraria al principio de igualdad y por
favorecer las inclinaciones criminales de los amnistiados. Pese a
los censores, siempre ha prevalecido la corriente de opinión
favorable a la amnistía. Montesquieu y Cremani figuran entre
sus defensores, por estimar que es un principio de prudencia
política; por su parte, Story y Mancini la fundamentan en la
soberanía misma 'la potestad de clemencia es un atributo de la
soberanía'. Sin profundizar la discusión, cabe recordar que, en
determinadas circunstancias, 'es más útil perdonar que castigar,
más acertado olvidar que perseguir'. La amnistía aparece, pues,
como una medida de carácter político, tendiente a apaciguar los
rencores y resentimientos inseparables de las luchas sociales y
políticas.

II. En México, la Comisión de Constitución propuso en el


Congreso Constituyente de 1856 que el indulto y la amnistía
correspondieran al ejecutivo, a diferencia de los precedentes
que los concedían al legislativo; en efecto, el proyecto primitivo
de la Comisión consagraba la facultad del presidente de la
República para 'conceder amnistías e indultos por delitos cuyo
conocimiento pertenezca a los Tribunales de la Federación'.
Después de una larga discusión, se aprobó por la escasa
mayoría de 42 votos contra 41 el sistema todavía en vigor hoy
en día, que atribuye la facultad de indultar al presidente y la de
amnistiar al Congreso.
En efecto, a ejemplo de la C de 1857, la de 1917 establece que
'el Congreso tiene facultad:... para conceder amnistías por
delitos cuyo conocimiento pertenezca a los Tribunales de la
Federación' («a.» 73, «fr.» XXII). Cabe subrayar que la
amnistía no es atributo exclusivo de alguna de las cámaras, sino
que figura entre las facultades del Congreso de la Unión, o sea
entre las que se ejercitan separada y sucesivamente por la
Cámara de diputados y la de senadores.
Conforme al «CP», la amnistía -que figura entre las causas de
extinción de la responsabilidad penal- 'extingue la acción penal
y las sanciones impuestas, excepto la reparación del daño...'
(«a.» 92). En resumidas palabras, a) la ley de amnistía puede
abarcar toda clase de delitos, aunque con frecuencia se aplica a
los delitos políticos (v. la 'Ley de Amnistía', publicada en el
«DO» de 20 de mayo de 1976); b) la amnistía es una
disposición general que se aplica automáticamente a toda la
categoría de personas que la misma ley determine, mientras el
indulto es una medida e carácter individual; c) en fin, y a
diferencia del indulto que reduce o suprime la pena sin apagar
los efectos accesorios de la condena, la amnistía extingue la
acción penal y hace cesar la condena y sus efectos, pero deja
subsistir la acción civil en reparación de los daños sufridos por
terceros.

AMPARO
I. (Del castellano amparar, en el sentido de proteger o tutelar los
derechos de una persona.)
El juicio de amparo mexicano constituye en la actualidad la
última instancia impugnativa de la mayor parte de los
procedimientos judiciales, administrativos y aun de carácter
legislativo, por lo que tutela todo el orden jurídico nacional
contra las violaciones realizadas por cualquier autoridad,
siempre que esas infracciones se traduzcan en una afectación
actual, personal y directa a los derechos de una persona jurídica,
sea individual o colectiva.

II. Sin embargo, debe tomarse en consideración que el propio


juicio de amparo surgió con el propósito esencial de proteger
los derechos de la persona humana consagrados
constitucionalmente, contra su violación por parte de las
autoridades públicas.
En efecto, después de haber sido introducido en varios
documentos constitucionales, tales como la Constitución
yucateca de 16 de mayo de 1841, debido al pensamiento de
Manuel Crescencio Rejón, y en el Acta de Reformas a la
Constitución Federal de 1824, promulgada el 21 de mayo de
1847, a iniciativa de Mariano Otero; la institución se estableció
definitivamente en los «aa.» 101 y 102 de la C de 5 de febrero
de 1857.
De acuerdo con dichos preceptos constitucionales,
correspondía a los tribunales federales, es decir en aquella
época a los jueces de distrito y a la «SCJ», conocer de toda
controversia por actos o disposiciones legales de las autoridades
públicas que afectasen los derechos de los gobernados
conocidos como 'garantías individuales' y también, a través de
dichas violaciones, de la afectación de las atribuciones de las
autoridades federales en relación con las que correspondían
derativas.
2. De acuerdo con los ordenamientos reglamentarios, es decir,
según las leyes de amparo de 30 de noviembre de 1861; 20 de
enero de 1869; y 14 de diciembre de 1882; así como la parte
relativa de los Códigos de Procedimientos Civiles Federales de
6 de octubre de 1897 y 26 de diciembre de 1908, y la
jurisprudencia de la «SCJ», el juicio de amparo amplió
paulatinamente su esfera tutelar en varias direcciones para
comprender la protección de varios derechos de los gobernados,
es decir, no sólo aquellos consagrados directamente en la
Constitución, sino también los establecidos en leyes de carácter
secundario, es decir, lo que se conoce con el nombre de 'control
de la legalidad', especialmente a través de la impugnación de las
sentencias pronunciadas por todos los jueces del país, tanto
locales como federales, lo que no se encontraba en los fines
originales de la institución. Este crecimiento se debió desde un
punto de vista formal, a una interpretación muy discutible del
«a.» 14 de la C de 1857, pero en el fondo se produjo en virtud
de factores sociales y culturales que se impusieron contra el
criterio de varios tratadistas e inclusive de los legisladores, ya
que el «a.» 8 de la Ley Reglamentaria de 1869 prohibió
expresamente el amparo contra resoluciones de carácter
judicial, precepto que fue declarado inconstitucional de manera
implícita por la «SCJ», provocando en el citado año de 1869 un
enfrentamiento con el Congreso de la Unión.
3. En la C vigente promulgada el 5 de febrero de 1917, se
reconoció de manera expresa, en los «aa.» 14 y 16, esta
amplitud protectora, regulándose el juicio de amparo en sus
bases esenciales, en los «aa.» 103 y 107 de dicha Carta
Fundamental, los cuales fueron reglamentados por las Leyes de
Amparo de 18 de octubre de 1919; y la vigente, con numerosas
reformas posteriores, que fue promulgada el 30 de diciembre de
1935, pero que entró en vigor el 10 de enero de 1936.
Las fuentes legislativas actuales del juicio de amparo están
formadas por los mencionados «aa.» 103 y 107 de la C, la «LA»
de 30 de diciembre de 1935; la «LOPJF» de la misma fecha, y
el «CFPC» de 31 de diciembre de 1942, que es de aplicación
supletoria respecto del primer ordenamiento.

III. En nuestros días de juicio de amparo es una institución


procesal sumamente compleja, que protege prácticamente a
todo el orden jurídico nacional, desde los preceptos más
elevados de la C hasta las disposiciones modestas de un
humilde reglamento municipal. De acuerdo con esta gran
extensión de los derechos tutelados y las funciones procesales
que realiza, podemos señalar cinco sectores:
1. En primer lugar, el juicio de amparo puede solicitarse por
toda persona que se encuentre en peligro de perder la vida por
actos de una autoridad, sea detenida sin orden judicial;
deportada, desterrada, o se encuentre sujeta a penas infamantes
como la mutilación, los azotes, los tormentos, la confiscación de
bienes, y otros actos prohibidos por el «a.» 22 de la misma C
(«a.» 17 L.A).
Como en estos supuestos la persona afectada no puede acudir
al juez del amparo, cualquier persona en su nombre puede
hacerlo, inclusive un menor de edad, quien puede presentar la
demanda por escrito u oralmente, a cualquier hora del día o de
la noche («aa.» 17, 23 y 117 LA), y si en el lugar en que se
ejecutan estos actos no reside un juez federal de distrito, la
misma demanda se formulará ante el juez de primera instancia u
otra autoridad judicial del lugar, y si esto no es posible, puede
enviarse telegráficamente, con ratificación posterior («aa.» 38 y
118 LA).
El juez local que reciba dicha demanda de amparo debe
ordenar que se paralice la actividad de la autoridad que lesione
los derechos del quejoso y enviará el expediente al juez de
distrito que corresponda para la continuación del procedimiento,
que debe ser rápido, al menos en teoría y que tiene semejanza
con la institución del derecho inglés conocida como habeas
corpus (presentación del detenido ante el juez), la cual está
consagrada en la mayoría de las legislaciones contemporáneas,
para proteger a los particulares contra detenciones indebidas, si
se toma en consideración que el juez de amparo al recibir la
demanda debe realizar todas las gestiones necesarias para la
presentación del reclamante a fin de que se ratifique la propia
demanda («aa.» 17 y 18 LA).
El procedimiento es de doble instancia, correspondiendo la
primera, según se ha visto, a los jueces de distrito («a.» 114,
«fr.» II, LA), sin plazo preclusivo («a.» 22, «fr.» II, LA), y el
segundo grado, a través del llamado recurso de revisión,
interpuesto por la parte afectada, generalmente ante los
Tribunales Colegiados de Circuito y sólo ante la Primera Sala
de la «SCJ» cuando se impugne en materia penal la violación
del «a.» 22 constitucional («a.» 84, «fr.» I, inciso f) y 85, «fr.»
II, «LA», y 25, «fr.» I, inciso c) y 7 bis, «fr.» III, «LOPJF»).
2. En segundo término, el juicio de amparo puede emplearse
para combatir las disposiciones legales expedidas tanto por el
Congreso de la Unión como por los legislaturas de los Estados,
así como los reglamentos del presidente de la República o de
los gobernadores de los Estados, cuando el afectado considere
que las disposiciones legales respectivas contrarían la C y
entonces recibe el nombre de amparo contra leyes. En esta
situación el agraviado puede acudir ante un juez de distrito
indicando como reclamados la expedición y promulgación de
una ley o reglamento, cuando el ordenamiento respectivo
lesione sus derechos desde el momento en que entre en vigor
(leyes autoaplicativas), o señalando también a las autoridades
que han aplicado en su perjuicio las disposiciones legales
combatidas («a.» 114, «fr.» I, LA).
Contra la sentencia del juez de distrito procede el recurso de
revisión ante el Pleno o alguna de las Salas de la «SCJ», según
se trate de leyes federales, o disposiciones legislativas locales,
respectivamente («a.» 84, «fr.» I, inciso a) LA). Si la «SCJ»
considera que la ley o reglamento impugnados son contrarios a
la C, dicha sentencia se traduce en la desaplicación del
ordenamiento respectivo sólo en beneficio del afectado, de
acuerdo con el principio calificado como 'fórmula Otero' («aa.»
107, fr. II, C y 76, primer pfo. LA).
3. Una tercera categoría, la más importante desde el punto de
vista práctico, ya que un gran porcentaje de los juicios de
amparo que resuelven los tribunales federales corresponden a la
misma, se refiere a la impugnación por la parte afectada de las
sentencias judiciales definitivas, es decir, aquellas contra las
cuales no procede ningún recurso o medio de defensa ordinario
(«a.» 46 de LA) ya sea que la violación se cometa durante el
procedimiento («aa.» 159 y 160 LA) o en la sentencia misma (a
158 LA), y en todas las materias, es decir tratándose de
sentencias pronunciadas por los tribunales civiles (incluyendo
las mercantiles); las de carácter penal (si son condenatorias del
inculpado); los laudos de las Juntas de Conciliación y Arbitraje
y las de los tribunales administrativos. En este sector, llamado
amparo judicial o amparo casación (por su similitud con el
recurso de casación) la demanda debe interponerse ya sea ante
los Tribunales Colegiados de Circuito o las Salas de la «SCJ»,
según la materia, y tomando en consideración que a la Corte le
corresponden los asuntos de mayor importancia económica,
social o jurídica; y además, se tramita en una sola instancia y
por ello ha sido calificado también como amparo directo («aa.»
158-191 «LA»; y 24, fr. III, 25, fr. III, 26, fr. III, 27, fr. III, y 79
bis, fr. I, «LOPJF»).
4. La amplitud del amparo permite, en cuarto lugar, que
cuando se produzca un acto, se pronuncie una resolución o se
incurra en omisión, por parte de una autoridad administrativa
federal o local, y contra esta conducta que afecte a un particular,
no exista posibilidad de acudir ante un tribunal administrativo,
entonces puede combatirse a través del amparo y de manera
inmediata ante un juez de distrito («a.» 114, fr. II, LA), y en
segunda instancia ante la «SCJ» o los Tribunales Colegiados de
Circuito («aa.» 84, fr. I, inciso e) «LA», y 25, fr. I, inciso d), y
79 bis, fr. III, inciso a) «LOPJF»). A este sector se le ha
calificado como amparo administrativo.
5. Finalmente, en las reformas a la legislación de amparo que
entraron en vigor el 5 de febrero de 1963, se introdujeron varias
disposiciones para proteger a los campesinos sujetos al régimen
de la reforma agraria, es decir los llamados núcleos de
población ejidal o comunal y a los ejidatarios y comuneros en lo
particular, ya que de acuerdo con las reglas generales del juicio
de amparo en materia administrativa -las autoridades agrarias
tienen el carácter de autoridades administrativas federales-
dichos campesinos no tenían oportunidad adecuada para
defender sus derechos, ya que generalmente carecen de
asesoramiento técnico. En tal virtud, se redujeron
considerablemente los requisitos procesales y se confirió al juez
federal la obligación de suplir los errores en que incurran los
propios campesinos en la tramitación del amparo. Tan
importante se ha considerado este sector, calificado como
amparo social agrario, que en virtud de la reforma a la «LA»
publicada el 29 de junio de 1976, se dividió dicho ordenamiento
en dos libros, que antes no existían, de manera que todos los
otros sectores quedan en el primer libro y las disposiciones del
amparo agrario se han concentrado en el segundo («aa.» 212-
234). Por el contrario, si el reclamante es un pequeño
propietario (agrario), que sólo puede interponer el amparo si
posee certificado de inafectabilidad («a.» 27, fr. XIV, C) o se
encuentra en situación similar, el procedimiento se sigue con los
requisitos del amparo administrativo que según la
jurisprudencia es de estricto derecho, es decir no se puede suplir
ni ampliar lo expuesto en la demanda (a. 76 LA).

IV. Para evitar que con motivo de la tramitación del amparo se


causen perjuicios irreparables o de difícil reparación a los
peticionarios del amparo, existe la medida precautoria que se
conoce como suspensión de los actos reclamados, que
normalmente sólo paraliza la actividad de la autoridad
demandada, pero que en ocasiones puede tener efectos
restitutorios como amparo provisional («aa.» 122-124, para el
procedimiento de doble instancia, y 170-191, en amparo de una
sola instancia, y 233-234, en materia social agraria, todos de la
LA).

V. La sentencia que concede el amparo tiene por objeto restituir


al agraviado en el goce de sus derechos infringidos,
restableciendo las cosas al estado anterior, cuando el acto
reclamado sea de carácter positivo; y cuando sea negativo, el
efecto será obligar a la autoridad responsable a que obre en el
sentido de cumplir con lo que el derecho violado exija (a. 80
LA). Dicha sentencia protectora debe ser cumplida por las
autoridades de las cuales emanó el acto o provenga la omisión,
dentro de un plazo razonable, y si no lo hace, el juez del amparo
tiene la facultad de requerirlas a ellas o a sus superiores
jerárquicos para que cumplan (aa. 104-107 LA), pero si no
obedecen o incurren en repetición de los actos o en evasivas
para cumplir el fallo de amparo, se turna el expediente a la
«SCJ» para que destituya a la autoridad remisa y la consigne a
un juez federal, o bien solicite a los órganos competentes,
cuando dicha autoridad tenga inmunidad constitucional, para
que se inicie el procedimiento de responsabilidad (aa. 107, fr.
XVI C y 108-113 LA).

VI. Debe tomarse en consideración que el juicio de amparo


mexicano ha tenido repercusión internacional y que se ha
consagrado con la denominación de 'acción' 'recurso' o 'juicio'
de amparo, en los ordenamientos constitucionales de Bolivia,
Chile, Costa Rica, Ecuador (al menos hasta el golpe de Estado
de 1971), El Salvador, España, Guatemala, Honduras,
Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú y Venezuela; a los cuales
debe agregarse el mandado de segurança brasileño, que algunos
tratadistas han traducido al castellano como 'mandamiento de
amparo'.
Por otra parte, debido a la intervención de las delegaciones
mexicanas, el juicio de amparo ha sido también introducido en
los aa.: XVIII de la Declaración Americana de los Derechos y
Deberes del Hombre (Bogota, mayo de 1948); 25 de la
Convención Internacional Americana de los Derechos del
Hombre (San José, Costa Rica, 1969); 8 de la Declaración
Universal de los Derechos del Hombre (París. diciembre de
1918); y 2 fr. 3, del Pacto Internacional de los Derechos Civiles
y Políticos (Naciones Unidas, Nueva York, diciembre de 1966).
ANTECEDENTES PENALES
I. Los antecedentes penales son los registros de las personas
para conocer si han cometido algún delito, y en su caso si han
sido condenadas por alguno de ellos. En el derecho positivo
italiano la existencia de antecedentes penales en un procesado
constituye una presunción de pleno derecho de habitualidad,
cuando las condenas reúnen ciertos requisitos determinados por
la ley.

II. La certificación de antecedentes penales la otorga en México


la policía y tiene mucha importancia práctica para determinar la
reincidencia («a.» 20 «CP»), la habitualidad («a.» 21) y la
individualización de la sanción («a.» 52, «fr.» III «CP»). En el
caso de la reincidencia: se les aumentará la sanción desde uno
hasta dos tercios de su duración, a juicio del juez, de la que
debía imponérseles por el último delito cometido. Si la
reincidencia fuera por delitos de la misma especie el aumento
será desde los dos tercios hasta otro tanto de la duración de la
pena («a.» 65 «CP»). La sanción para los delincuentes
habituales no podrá ser menor de la que se les impondría como
simples reincidentes («a.» 66).

ANTICONSTITUCIONALIDAD
I. En la voz constitucionalidad se hace referencia a la no
coincidencia de los términos inconstitucionalidad y
anticonstitucionalidad. El Diccionario de etimologías latinas
menciona la inconstitucionalidad, en su primera acepción 'en,
entre' y en acepciones posteriores, las de 'con, contra, mientras,
durante'. Es decir que el vocablo inconstitucionalidad
etimológicamente es equívoco por multívoco, que lo mismo
puede significar dentro de la Constitución que contra la misma.
Por el contrario, el término anti es muy preciso. No se presta a
confusiones pues significa 'contrario a la Constitución'.

II. Mientras la constitucionalidad de un precepto (se presupone)


la inconstitucionalidad hay que demostrarla. Seguidamente
manejaremos el término inconstitucionalidad en la acepción de
contrario a la Constitución pues así es manejado por la mayoría
de los autores constitucionalistas. La inconstitucionalidad de
una ley implica afianzar la supremacía de la Constitución sobre
los demás ordenamientos jurídicos de ella derivados. Origina el
control jurisdiccional sobre leyes y la facultad a los ciudadanos
de un país de impugnar los actos de las autoridades cuando
éstos van en detrimento de la Constitución. En su consecuencia,
son causa de conflicto. Se presupone que es entre los poderes
ejecutivo y judicial donde tiene aquél, mayor cabida, por un
abuso de autoridad o error, en perjuicio del afectado.
El tratadista Loewenstein distingue entre los controles
interorgánicos y los intraorgánicos considerando a éstos como
característicos de los sistemas no democráticos, ya que en el
estado autocrático donde el poder político está concentrado
monolíticamente en las manos de un solo detentador del poder,
no pueden existir controles interorgánicos, y de hecho 'no
existen'. Considera éste autor que 'cuando las instituciones de
control operan dentro de la organización de un solo detentador
del poder son designadas como controles intraórganos; cuando,
por otra parte, funciona entre diversos detentadores del poder
que cooperan en la gestión estatal se le designa como controles
interórganos'.
De aquí la importancia que tienen los diversos sistemas
democráticos desde la inaccesible democracia directa, hasta la
de mayores posibilidades: el de la representación política y de la
democracia semidirecta. De aquí, también, que el régimen
parlamentario, con la separación entre el Jefe del Estado y el
Jefe de Gobierno impulse más la participación del pueblo en las
tareas del gobierno, y sea más fácil el control de aquél sobre las
decisiones de la autoridad, ya que 'los diferentes intentos -en la
II República Francesa- (1848), en la República de Weimar y en
la República Española de 1931 para restablecer un dualismo
eficaz en el poder ejecutivo fortaleciendo la posición del
Presidente del Estado, condujeron, invariablemente, al
abandono del gobierno parlamentario y a la instalación del
autoritarismo presidencialista' (Loewenstein).
Desde el punto de vista sustantivo la inconstitucionalidad
significa la negación de la libertad, supremo bien del hombre
político. Implica por consiguiente, la negación del deber ser,
sustituido por la arbitrariedad (ser) en el caso concreto. Así, la
inconstitucionalidad o anticonstitucionalidad supone la
iniquidad al ser aplicada una interpretación resolutiva al caso
particular. Por el contrario, el derecho constitucional es el faro
luminoso de la vida institucional del pueblo y del Estado. De
aquí la importancia de mantener el dualismo Constitución
democracia, máxime con las garantías de sistemas que como el
parlamentario protegen con mayor eficacia el derecho de los
pueblos a participar en la vida política y controlar la actuación
de los gobernantes; ello a pesar de que la Norma Suprema o
Código Político, es el menos dinámico de los derechos, pues las
dificultades de reforma facilitan su rango jerárquico, y la
estabilidad, demostratibilidad, y fijeza de sus preceptos. En
estas condiciones se fincan las instituciones políticas y las
garantías individuales y sociales. Y ello, no tanto por el aspecto
formal del contrato de los gobernantes con los gobernados sino
porque es la esencia jurídica que regula toda y cada una de las
manifestaciones sociales. La declaración de
inconstitucionalidad de la ley presenta diversos instrumentos o
sistemas, unos diferentes, y otros semejantes, en las
constituciones comparadas
ANTIJURIDICIDAD
I. Calidad de ciertas conductas que no cumplen con lo prescrito
por la norma jurídica que las regula. Dependiendo del concepto
de derecho que se aplique, pueden ser sinónimos 'injusto' (si se
piensa que derecho y justicia son esencialmente iguales) e
'ilícito' (si se concibe sin una connotación de ataque a la moral,
además del derecho). Tradicionalmente, se ha concebido la
antijuricidad como lo contrario a derecho. Esto se da por una
necesidad lógica para que una acción pueda ser clasificada
como lícita (adecuada a la norma jurídica que la regula) o como
ilícita (violando la norma jurídica).
Eduardo García Máynez señala que son lícitas las conductas
que ejecutan lo ordenado, omiten lo prohibido u omiten o
ejecutan los actos potestativos, no ordenados ni prohibidos);
mientras que son ilícitos las que omiten un acto ordenado y las
que ejecutan uno prohibido (Introducción, p. 221).

II. Hans Kelsen ataca la concepción tradicional de la palabra


antijuridicidad (contraria o violatoria del derecho) indicando
que ésta proviene de una concepción estrecha del derecho que
solo toma en cuenta a las normas secundarias (en el sistema
kelseniano, norma secundaria es aquella que contiene la
conducta debida que evita la sanción) y no a la norma primaria
(aquellas que contienen la orden de aplicación de la sanción a
cargo de un órgano que la aplica). Indica, además, que
contrariamente a lo que se piensa, no es el ilícito lo que provoca
que un acto tenga sanción, sino que es la sanción lo que provoca
que un acto sea ilícito. La primera postura indicada proviene de
una concepción iusnaturalista, donde se pretende que las
conductas son buenas o malas, justas o injustas per se. La
ilicitud no es necesariamente algo inmoral, pues lo que puede
ser ilícito (antijurídico) en un sistema moral, puede no serlo en
otro. La ilicitud debe ser considerada por los juristas
independientemente de que acepten o no su utilidad.
Si es visto así el derecho, ya no es posible hablar de anti
juridicidad (como contrario o violación del derecho), pues la
aplicación de la coacción es un acto prescrito en la norma. En
consecuencia, la ilicitud es sólo una de las condiciones para que
el Estado aplique la sanción, que puede ser penal o civil (Teoría
para del derecho, «pp.» 123 a 125; Teoría general del Estado,
«pp.» 67 y ss.).

III. En el derecho penal, algunos autores sostienen que la


antijuridicidad es uno de los elementos del delito. Estos autores
definen al delito como la conducta típica, antijurídica, culpable
y punible (no existe un criterio uniforme sobre el número de
elementos). Otros señalan que darle a la antijuridicidad
característica de elemento del delito, resulta redundante, va que
el legislador al señalar en su catálogo de tipos a cierto delito, le
dio ya la connotación de ilícito. Es interesante destacar que
algunos autores -entre ellos Porte Petit- la definen indicando
que una conducta es antijurídica cuando no se prueba una causa
de justificación (legítima defensa, estado de necesidad, ejercicio
de un derecho, cumplimiento de un deber, impedimento
legitimo, el consentimiento del interesado).

APELACIÓN
I. (Del latín apelare). La apelación es un recurso ordinario y
vertical a través del cual una de las partes o ambas solicitan al
tribunal de segundo grado (tribunal ad quem) un nuevo examen
sobre una resolución distada por un juez de primera instancia
(juez a quo), con el objeto de que aquél la modifique o revoque.
Podemos dividir el examen de la apelación en los códigos
procesales mexicanos en dos sectores que siguen principios
similares, o sea, en la materia civil y mercantil por una parte, y
en la penal por la otra, tomando en consideración que, en
principio, los procesos administrativo y laboral se tramitan en
un solo grado.

II. (Derecho procesal civil y mercantil). De acuerdo con lo


establecido por los códigos modelos, «CPC», «CFPC» y
«CCo». se sigue esencialmente el sistema de la apelación
española según la Ley de Enjuiciamiento Civil de 1881, con
algunos matices.
El citado recurso procede en términos generales contra
sentencias definitivas e interlocutorias y contra autos que
decidan un aspecto esencial del procedimiento, estableciéndose
una enumeración muy variable para los autos en cada uno de los
citados ordenamientos. Al respecto, el tratadista mexicano José
Becerra Bautista considera, siguiendo los términos de la
dispersa legislación procesal civil, que son apelables las
siguientes clases de autos: a) los que ponen término o paralizan
el juicio, haciendo imposible su continuación; b) los que
resuelven una parte sustancial del proceso, y c) los que no
pueden ser modificados por sentencia definitiva.
Por lo que se refiere a las sentencias, la apelación sólo se
otorga contra las pronunciadas por los jueces civiles y de lo
familiar, pero no contra las sentencias dictadas por los jueces de
paz («a.» 23 del «tít.» especial 'De la justicia de paz' del
«CPC»). En el «CCo». procede la apelación contra sentencias
pronunciadas en juicios con cuantía superior a 5 mil pesos («a.»
1340); y en el «CFPC», en juicios cuya cuantía exceda de mil
pesos («a.» 238).
La apelación puede interponerse de manera exclusiva por la
parte agraviada, pero el «a.» 689 «CPC» hace referencia,
también a los demás interesados a quienes perjudique la
resolución combatida, precepto que ha sido interpretado por la
jurisprudencia de la «SCJ» en el sentido de que los terceros
extraños no están obligados a agotar recursos ordinarios o
medios legales de defensa antes de acudir al amparo (tesis 207,
p. 611, Tercera Sala del Apéndice «SJF», publicado en el año
de 1985).
Por otra parte, tanto el citado «CPC» («a.» 689, segundo pfo.),
como el «CCo». («a.» 1337, «fr.» II), disponen que la parte que
obtuvo sentencia favorable también puede interponer apelación
cuando no obtuvo la restitución de frutos, la indemnización de
perjuicios o el pago de costas. Además, el primero de dichos
ordenamientos regula también la llamada apelación adhesiva.
La apelación civil y mercantil se interpone ante el juez que
dictó la resolución impugnada, el cual la puede admitir o
desechar, así como calificar sus efectos de manera provisional,
y de acuerdo con los códigos respectivos, dichos efectos se
califican, según el criterio tradicional, en devolutivos o
suspensivos o ambos, los que en realidad pueden estimarse sólo
como ejecutivos o como suspensivos, ya que los primeros
admiten la ejecución de la resolución de manera inmediata, y
los segundos implican que dicha ejecución debe aplazarse hasta
que se dicte sentencia de segundo grado («aa.» 694 «CPC»;
232-234 «CFPC» y 1338 del «CCo».).
Cuando el juez de primera instancia ante el cual se interpone el
recurso desecha la apelación, procede la queja («a.» 723, «fr.»
III, «CPC») y la llamada 'denegada apelación', en los términos
del «CFPC» («aa.» 259 a 266).
La apelación civil asume dos características en nuestros
códigos procesales, ya que la misma debe motivarse ante el
tribunal de segundo grado y además es restringida, pues no
implica un nuevo examen de la controversia. En relación con el
primer aspecto, el apelante debe acudir ante el órgano de
segunda instancia a formular agravios, y si no se presentan o se
entregan fuera del plazo, se declara desierto el recurso.
Por lo que se refiere a la limitación del recurso, la apelación
civil implica exclusivamente el análisis de los agravios del
apelante y los del apelado en la apelación adhesiva, y solo se
admite el ofrecimiento y desahogo de nuevos medios de prueba
o la presentación de nuevas defensas, cuando las mismas no se
hubieren aportado en la primera instancia por causas ajenas a la
voluntad del apelante, o no se hubiese tenido conocimiento de
las mismas de manera oportuna («aa.» 706 a 708 del «CPC» y
253 a 255 «CFPC»), y fuera de estos supuestos, el tribunal de
segundo grado apreciará los hechos como fueron probados en la
primera instancia («a.» 225 «CFPC»).
El «CCo». es muy escueto en cuanto a la tramitación de la
apelación ante el tribunal de segundo grado, ya que se limita a
disponer que se admitirá o desechará de plano y se sustanciará
con un solo escrito de cada parte y el informe en estrados
(alegatos orales), si las partes quisieran hacerlo («a.» 1342).
Finalmente debemos hacer referencia a la peculiar institución
calificada como apelación extraordinaria, que constituye una
innovación desafortunada del «CPC», pero que no es adoptada
por varios de los códigos locales que lo siguen directa o
indirectamente. Resulta difícil establecer un concepto preciso de
esta impugnación, ya que la doctrina ha señalado que constituye
una mezcla de medios impugnativos y sólo existe acuerdo en el
sentido de que no se trata de una verdadera apelación y que el
calificativo correcto es el de extraordinaria, lo que es contrario a
la propia apelación, que como hemos señalado es el recurso
ordinario por excelencia. En todo caso, la extraordinaria no es
tampoco un recurso en sentido estricto, sino un verdadero
recurso impugnativo de anulación por vicios de procedimiento.
De acuerdo con el «a.» 717 del citado «CPC», dicha
impugnación procede en cuatro supuestos, a saber: a) cuando se
hubiere notificado el emplazamiento por edictos al demandado
y el juicio se hubiese seguido en rebeldía, b) cuando el actor o
el demandado no hubiesen estado representados legítimamente,
o siendo incapaces, las diligencias se hubiesen entendido con
ellos; c) cuando el demandado no hubiese sido emplazado de
acuerdo con la ley, y d) cuando el proceso se hubiese seguido
ante juez incompetente, no siendo prorrogable dicha
competencia.
Los plazos para interponer ese recurso extraordinario son de
tres meses contados desde el día siguiente al de la notificación
de la sentencia.

III. (Derecho procesal penal). La apelación penal se regula en


nuestros códigos de procedimientos en forma más flexible que
la civil y mercantil, en cuanto se encuentra inspirada en el
principio in dubio pro reo.
En primer término, podemos señalar que se pueden apelar
tanto las sentencias definitivas como los autos que tienen
efectos decisivos dentro del proceso penal, tales como los que
mandan suspender o continuar el procedimiento judicial; los
que declaran la llamada formal prisión y los que conceden o
niegan la libertad del inculpado («aa.» 418 «CPP» y 366 y 367
«CFPP»).
Se encuentran legitimados para apelar, el Ministerio Público
que ha sostenido la acusación, el inculpado y sus defensores, así
como el ofendido o sus legítimos representantes. Estos últimos
sólo en cuanto a la reparación del daño («aa.» 417 «CPP» y 365
«CFPP»).
Los citados códigos procesales penales siguen el criterio
tradicional al calificar los efectos del recurso como devolutivos
o en 'ambos efectos', al cual nos referimos al examinar la
apelación civil, estableciéndose como regla general la
suspensión de la ejecución de la sentencia definitiva cuando
establezca una sanción («a.» 366 «CFPP») en tanto que el «a.»
419 del «CPP» contiene una disposición curiosa, que en el
fondo posee el mismo sentido, de acuerdo con la cual, el
recurso de apelación sólo procederá en efecto devolutivo, y muy
especialmente respecto de las sentencias definitivas que
absuelvan al acusado, salvo determinación expresa en contrario.
El recurso se presenta oralmente o por escrito ante el juez que
dictó la resolución impugnada, quien tiene la facultad de
admitirlo o desecharlo de plano, así como de señalar sus
efectos. Contra el auto de desechamiento procede el llamado
recurso de denegada apelación; pero las partes pueden combatir
la admisión y la calificación de efectos ante el tribunal de
segundo grado («aa.» 421-423, 435-442, «CPP»; 370 y 374,
392-398 «CFPP»).
No es necesario, como sí lo es en la apelación civil, formalizar
el recurso ante el órgano superior, en virtud de que los agravios
pueden formularse ya sea con motivo de la interposición o bien
en la audiencia de alegatos (esto último según el «a.» 364
«CFPP»), y además, el tribunal de segundo grado posee
mayores facultades que las otorgadas en cuestiones civiles, ya
que es amplia la materia del recurso, con algunas restricciones,
pues en esencia implica un nuevo examen de todo el
procedimiento y de las resoluciones impugnadas en primera
instancia, tomando en cuenta que la parte recurrente puede
ofrecer nuevas pruebas, limitándose sólo la testimonial a los
hechos que no hubieren sido objeto del examen en el primer
grado («aa.» 428 y 429 «CPP»; 376-378 y 380 «CFPP»).
Además, el tribunal de apelación puede suplir la deficiencia de
los agrarios cuando el recurrente sea el procesado, o, siéndolo el
defensor, se advierta que por torpeza no los hizo valer
debidamente («aa.» 415 del «CPP» y 364 del «CFPP»).
Por otra parte, si bien la reposición del procedimiento
únicamente puede ordenarse por el tribunal de segundo grado,
de acuerdo con los motivos expresamente señalados en ambos
códigos de procedimientos penales, y a petición de la parte
recurrente («aa.» 430 y 431 «CPP» y 386 y 388 «CFPP»), el
segundo dispone que se podrá suplir la deficiencia de los
agravios, cuando existe una violación manifiesta del
procedimiento que hubiese dejado sin defensa al procesado y
que sólo por torpeza o negligencia de su defensor no fue
combatida debidamente (a. 387).

APERCIBIMIENTO
I. La voz de apercibimiento posee en el lenguaje forense dos
acepciones que se distinguen claramente. Significa, en primer
lugar, la advertencia o conminación que la autoridad hace a
determinada persona, de las consecuencias desfavorables que
podrá acarrearle la realización de ciertos actos u omisiones; en
un segundo sentido es una sanción que los magistrados y los
jueces pueden imponer a sus subordinados y también a quienes
perturben o contraríen el normal desarrollo de las audiencias y
demás actividades judiciales o falten de palabra o por escrito, al
respeto y consideración debidos a la administración de justicia.
Constituye ese tipo de sanción, uno de los modos de
manifestarse la facultad disciplinaria que corresponde a los
titulares del poder jurisdiccional para mantener el orden y buen
gobierno de sus respectivos tribunales. Sobre este particular
enseñaba en su curso el profesor Eduardo J. Couture, según
refiere Enrique Vescovi, que ese poder de disciplina no es otra
cosa que una facultad de mando y de gobierno realizada con el
objeto de mantener normal o regularmente el funcionamiento
del servicio público en la parte en que le es confiado.

II. En nuestro derecho, la «fr.» I del «a.» 62 del «CPC»


menciona como corrección disciplinaria 'el apercibimiento o
amonestación', palabra ésta última, que proviene del latín
moneo, que significa prevenir, anunciar, predecir. El «CFPC»,
en cambio, en su correlativo «a.» 55, «fr.» I, únicamente
incluye el apercibimiento.
El examen de diversas disposiciones de ambos códigos
procesales demuestra cómo en algunas de ellas se alude el
apercibimiento como advertencia o prevención y en otros
constituye una sanción impuesta por infracciones que no tienen
calidad delictual. Así el «a.» 547 del «CPC» ordena que cuando
se aseguren créditos en vía de apremio, 'el secuestro se reducirá
a notificar al deudor o a quien deba pagarlos, que no verifique
el pago, apercibido de doble pago en caso de desobediencia...'.
Se trata en ese supuesto de una advertencia o conminación y no
de un acto de disciplina. Algo similar se encuentra en los casos
de citación a testigos para que concurran a declarar en una
audiencia apercibidos de ser sancionados con multa o arresto si
no concurrieren («a.» 357 «CPC»).
Tienen, en cambio, carácter de verdaderas sanciones por
disposición expresa de la ley, las correcciones disciplinarias que
señala la «LOTJFC» para los funcionarios judiciales que
incurran en faltas oficiales de las que se ocupan los «aa.» 288,
289, 291 y 292 a 294 de la misma. En efecto, el «a.» 295
determina concretamente los supuestos en que el apercibimiento
tiene naturaleza punitiva. Se hará -dice- 'por escrito por el
funcionario encargado de aplicar la pena...'. El procedimiento
para imponer dichas correcciones a funcionarios y empleados
judiciales se precisa en los «aa.» 302 a 306 del mismo
ordenamiento.

III. El tratadista Jaime Guasp en sus comentarios al «tít.» XIII


del libro I de la Ley de Enjuiciamiento Civil española analiza el
problema de la naturaleza jurídica de las normas tocantes a
correcciones disciplinarias en ella, para determinar si se trata de
preceptos de índole procesal o si, por el contrario, dado el
carácter genuinamente administrativo de la facultad
disciplinaria que se atribuye al juez y la condición que también
posee de órgano de la administración, tales correcciones son
típicamente administrativas, 'pero si se deja a un lado el
equívoco calificativo de 'disciplinario' y se observa que los
supuestos regulados en el «tít.» XIII de la LEC son efectos
inmediatos de actos procesales típicos que se producen dentro
del proceso mismo, se comprende que no hay motivo para negar
a tales normas la consideración de procesales', y anota en favor
de su tesis la opinión coincidente de Manresa.

IV. El legislador mexicano se inclino manifiestamente en favor


de la tesis administrativista desde el momento que incluyó la
reglamentación de las mismas en lo que se refiere a los
funcionarios y empleados de la administración de justicia, en la
«LOTJFC» que es un cuerpo de preceptos de naturaleza
administrativa.
La reglamentación de las correcciones disciplinarias en cuanto
pueden ser sujetos pasivos de ellas personas distintas de los
funcionarios y empleados de la administración de justicia, que
se encuentran en los «aa.» 61 a 63 del «CPC» y 54 a 56 del
«CFPC» es incompleta y escasa, merecedora de una futura
reforma a fondo.

APLICACIÓN DEL DERECHO


I. 'Aplicación' proviene del latín applicatio, onis: 'vínculo',
'colocación'; de applico, are: 'poner (se)', 'colocar (se)'. Este
significado se aprecia en la expresión ius applicationis con la
cual los romanos se referían al derecho de colocarse o ponerse
bajo la protección de una persona influyente (patronus)
mediante un acto solemne (applicatio ad patronum). El uso más
general y persistente de 'aplicar' significa: 'emplear alguna cosa',
'hacer uso de ella', o bien 'referir a un caso particular lo que se
ha dicho en general'. 'Aplicación' alude a un acto que alguien
realiza o efectúa; expresa la idea de concretar o hacer efectivo
algo. Aplicación es, así, la operación que alguien ejecuta con el
propósito de emplear alguna cosa, la acción por medio de la
cual se lleva a cabo algo o se hace valer en ocasión apropiada o
caso especifico. De esta forma se aplica, p.e., un principio
(lógica), una fórmula (matemática); un plan, etc. En suma,
'aplicación' significa: 'operación por la cual se actualiza algo
previsto'.

II. Este significado claramente persiste dentro de la expresión


jurídica: 'aplicación del derecho'. Con ella normalmente se
entiende la operación por la cual cierta instancia (en particular
un tribunal) determina los hechos que el derecho define in
abstracto en normas generales e individualiza; las
consecuencias previstas (ordenando su ejecución).

III. La aplicación del derecho es una función regular del orden


jurídico; a través de ella los órganos aplicadores (tribunales,
autoridades administrativas, etc.), en ejercicio de sus facultades,
determinan que un cierto caso concreto del tipo definido en la
norma general se ha presentado v, como consecuencia de ello,
efectúan un acto por el cual actualizan las consecuencias
previstas.
Aunque la aplicación del derecho es un acto complejo que
presupone la participación de muchas normas jurídicas (normas
de competencia, normas de procedimiento), normalmente se
piensa en la norma general material y en el acto que la
concretiza.
La sentencia jurisdiccional es considerada el acto de aplicación
por excelencia; en ella se manifiesta, de forma por demás
característica, la esencia de la jurisdicción (opuesta a legislación
y a administración). En ella se aprecia toda la complejidad del
fenómeno aplicativo.
La sentencia, en tanto acto de aplicación del derecho, no es
como lo quiere parte de la dogmática tradicional, la conclusión
de un silogismo práctico (más conforme con el dogma de la
doctrina de la división de poderes que con una adecuada
descripción de la función jurisdiccional).
En una sentencia jurisdiccional (como en cualquier acto de
aplicación) se pueden distinguir tres elementos: 1)
determinación del derecho aplicable a la controversia (quaestio
iuris), 2) determinación de los hechos que condicionan la
aplicación del derecho (quaestio facti) y 3) actos de decisión por
los cuales se ordena la ejecución de las consecuencias.
Las dos primeras determinaciones, erróneamente consideradas
elementos 'declarativos', condicionan el elemento normativo
característico de la sentencia: el pronunciamiento que ordena la
realización de las consecuencias previstas (por la norma general
material). Es claro que la decisión que ordena la aplicación de
las consecuencias (a ciertos individuos particulares) es una
norma jurídica nueva que no existía antes de su creación
judicial. Sin embargo, éste no es el único elemento novedoso
que contiene.
Es importante hacer notar que la determinación de los hechos,
elementos esenciales de la aplicación del derecho, no son
simples actos que corroboran hechos. Esta determinación será,
mayor o menormente, un acto de apreciación del tribunal.
La quaestio iuris no es meramente una 'localización
topográfica', es necesario que el tribunal (o cualquier órgano
aplicador) establezca el significado, el alcance del material
jurídico que debe aplicar.
La atribución de significado es siempre resultado de una
operación conceptual que comporta, además, el reconocimiento
de varias opciones interpretativas y escoge una. Es por esta
razón que buena parte del acto aplicativo consiste en
argumentaciones (considerandos, resultandos) en favor de la
interpretación escogida (Guastini). Esta atribución de
significado es más patente en los casos en que el 'derecho
aplicable' se muestra 'vago', 'confuso', 'contradictorio' o
'insuficiente'.
La atribución de significado, a la cual se alude comúnmente
con la expresión 'interpretación jurídica', es inherente al acto de
aplicación del derecho. Ciertamente, su trascendencia es mayor
en la función jurisdiccional, toda vez que los tribunales son
considerados los órganos encargados de interpretar el derecho.

IV. En cuanto a la calificación de los hechos, la resolución


correspondiente está lejos de ser la aserción de un hecho, en
particular cuando se trata de hechos jurídicos (p.e.
incumplimiento, dolo, costumbre). La calificación del hecho es
una resolución del tribunal, un argumento que requiere
normalmente de una clara justificación. Sólo los 'hechos'
establecidos por el tribunal mediante el procedimiento
apropiado son los hechos jurídicos que condicionan la
aplicación de las consecuencias previstas.
Es claro que a través de estas determinaciones se introducen
nuevos elementos que prosiguen el proceso de creación,
determinaciones sin las cuales las normas generales y abstractas
no se aplicarían. El pronunciamiento del tribunal establece el
'sentido', 'el alcance', la 'correcta' interpretación' del derecho, así
como el sentido 'objetivo' de los hechos.
No obstante, la tendencia es siempre a mantener el dogma (de
donde, se cree, deriva la autoridad de su función) de que el
tribunal únicamente aplica el derecho existente.
La creación jurisdiccional no es abiertamente presentada como
tal, ciertos dogmas sobre la función jurisdiccional y la
aplicación del derecho, lo impiden. La creación jurisdiccional es
ocultada, es 'vestida con ropa modesta' (Guastini).
Podría pensarse que estas determinaciones del tribunal son
extraordinariamente arbitrarias pero, en realidad, no lo son
tanto, éstas normalmente se conforman a las reglas
(metarreglas) de la hermenéutica jurídica y a las costumbres y
prácticas de los tribunales y de la profesión jurídica.
Puesto que el acto de aplicación es manifiestamente un acto
sucesivo por el cual se condena a un individuo determinado a
comportarse de cierta forma, la aplicación de una norma general
a un caso concreto trae aparejada la creación de una norma
individual y concreta (Bobbio, Kelsen). Es indudable que el
acto jurisdiccional por el cual se individualiza una norma
general es un acto de creación jurídica regulada por esta norma
material (y demás normas de competencia y procedimiento).
Puede ocurrir que la norma individual creada por el tribunal se
convierta en una norma general a través del precedente, es decir
cuando la resolución del tribunal, con sus considerandos y
resultandos (ratio decidendi), obliga a otros tribunales.
Si bien es cierto que para la dogmática jurídica tradicional, la
aplicación del derecho se presenta exclusivamente en la
sentencia jurisdiccional, cabe afirmar que todos los actos
jurídicos son aplicación del derecho (con excepción de los actos
originarios de creación de un sistema jurídico). Los actos
legislativos, las decisiones administrativas e, incluso, los actos
infralegislativos (contratos, testamentos), al igual que las
sentencias jurisdiccionales, crean una norma individual cuyo
contenido está determinado (mayor o menormente) por las
normas generales que ésta aplica.
La relación que existe entre las normas jurídicas generales y su
aplicación por los tribunales es sustancialmente idéntica a la
que existe, p.e., entre la Constitución y las normas generales
que la aplican (y cuya creación regula). La creación de normas
generales es aplicación de la Constitución de la misma forma en
que lo es la aplicación de las normas generales (y abstractas)
por parte de los tribunales.
La creación de una norma que está regulada por otra norma
constituye una aplicación de esta última. La aplicación del
derecho es, a la vez, creación del derecho: acto que continúa la
creación gradual y sucesiva del orden jurídico.
Para que un acto jurídico pueda ser considerado un acto
regular de un orden jurídico determinado, necesita ser un acto
de aplicación de una norma que lo condiciona y lo regula.
El acto de aplicación que continúa los actos de creación que le
preceden (y condicionan) hace posible el funcionamiento del
orden jurídico. Sin el acto de aplicación no podría existir un
orden jurídico positivo. La aplicación constituye una etapa en el
proceso de creación del derecho.
Las normas individuales y concretas que, en gran número,
componen el orden jurídico, existen 'aunque sólo fuera para
hacer posible la aplicación de las normas generales y abstractas'
(Bobbio).

ARANCELES
I. Antiguamente alanzel de origen árabe, significó lista de
cantidades recaudadas, también se dice que está compuesto de
la partícula a y de rancel que quiere decir decreto. En el siglo
XVIII, en España era lo que debían pagar los géneros en las
aduanas.)
El arancel es un instrumento legal de carácter económico,
considerado como una barrera impuesta al comercio
internacional, a fin de regular la entrada y salida de mercancías
por territorio nacional, mediante la fijación de los impuestos al
comercio exterior.

II. El arancel tiene un antiguo origen histórico en Egipto


durante los siglos XIV y XIII «a.C.» ya se determinaban
impuestos por la importación de mercancías. En la India existía
también un impuesto por la entrada o salida de mercancías.
Alejandro Magno tuvo conocimiento de este impuesto, que
después estableció en Grecia fijando una cuota del 2% sobre el
valor de las mercancías.
En Roma fue Anco Marcio quien estableció en el puerto de
Ostia, un impuesto al comercio exterior, bajo la denominación
de portorium, posteriormente fue aplicado en todo el imperio
romano. Los recaudadores de estos impuestos se llamaban
portitores, quienes eran sumamente severos.
En el México independiente, el primer arancel en vigor es el
Arancel General Interino para el Gobierno de las Aduanas
Marítimas en el Comercio Libre del Imperio de fecha 15 de
diciembre de 1821.
Posteriormente el 16 de noviembre de 1827 siendo Secretario
de Hacienda don José Ignacio Esteva apareció el 'Arancel para
las Aduanas Marítimas y de Frontera de la República
Mexicana', en él se establecían exentas dos quintas partes del
pago de impuestos sobre las mercancías que fueran introducidas
por las aduanas al territorio de Yucatán, Chiapas y las
Californias, también se declararon libres del pago de impuestos
a las mercancías de exportación salvo el oro y la plata.
Existieron igualmente mercancías de importación y exportación
prohibida.
Por Ley de mayo 22 de 1829, se amplió el arancel anterior,
Lerdo de Tejada expresaba al respecto: 'Esta ley, que puede
muy bien decirse es una de las más severas de cuantas se han
dictado en materia de prohibición, fue sin embargo expedida
por un gobierno que ostentaba los principios más exagerados de
libertad y progreso social, lo cual deja presumir que sus autores,
sacrificando en ello sus ideas que proclamaban, no tuvieron otro
objeto de adquirir popularidad, halagando las opiniones de los
que creen que así es como deben protegerse las artes y la
industria nacional.' La severidad de esta Ley fue aminorada por
decreto de 6 de abril de 1830 que otorgó libertades a la
importación como a la exportación.
En el 'Arancel General de Aduanas Marítimas y Fronterizas' de
11 de marzo de 1837 las listas de mercancías de tráfico
prohibido fueron similares a las del arancel anterior, así
comprenden limitaciones a mercancías semimanufacturadas y
manufacturas, lo que da lugar a conocer que no existió una
política económica encauzada a desarrollar la industria, pues en
esa época carecíamos de este tipo de mercancías.
Siguieron los aranceles generales, de 30 de abril de 1842 que
introdujo la equivalencia del peso mexicano con monedas
extranjeras; el de 26 de septiembre de 1843 que tuvo por objeto
sistematizar el arancel, fijar reformas en beneficio del erario y
del comercio de buena fe, así como fomentar la industria; el de
4 de octubre de 1845, en él se estableció la integración de una
junta de aranceles a la que se planteaban las dudas de las
contiendas sobre la aplicación de los derechos de aduanas,
estaba integrado por 4 empleados de la Secretaría de Hacienda,
dos comerciantes de notoria probidad y una persona nombrada
por la Dirección General de Industria. Era un órgano de
consulta y sus dictámenes no tengan fuerza obligatoria; y el de
1 de junio de 1853, todos ellos sufren la influencia del régimen
de Antonio López de Santa Anna.
El 31 de enero de 1856 siendo presidente don Ignacio
Commonfort aparece la primera 'Ordenanza General de
Aduanas Marítimas y Fronterizas de la República Mexicana', en
ella las mercancías se encontraban ordenadas alfabéticamente,
especificando peso y medida y las cuotas específicas que debían
cubrirse, establecía igualmente en su «a.» VII que las
mercancías no contenidas en el arancel pagarían el 25% del
precio al por mayor de la plaza.
El 1 de enero de 1872 bajo el régimen juarista se expidió el
'Arancel de Aduanas Fronterizas y Marítimas de los Estados
Unidos Mexicanos', se establecen derechos específicos, se
aumenta la lista de artículos llegando a ser 800, se aceptaba el
sistema métrico decimal, autorizaba el tránsito por territorio
nacional.
En noviembre 8 de 1880 se publica un nuevo arancel que
conjuga todas las disposiciones dispersas en materia de aduanas
hasta esa fecha, le siguió el arancel de 24 de enero de 1885 que
estableció derechos muy onerosos, lo que indujo a su
abrogación el 1 de marzo de 1887 con la nueva 'Ordenanza
General de Aduanas Marítimas y Fronterizas', que estableció
una política abierta a las importaciones.
El 12 de junio de 1891 se expidió la 'Ordenanza General de
Aduanas Marítimas y Fronterizas de los Estados Unidos
Mexicanos', las mercancías se ordenaron atendiendo al Reino
Animal, Vegetal y Mineral, tenía notas explicativas,
vocabulario, lista de aduanas, etc. Esta Ordenanza fue
reformada por ley de 29 de marzo de 1904 y posteriormente se
modificaron las tasas de algunas mercancías el 31 de julio de
1916, pero sin alterar la esencia de esta Ordenanza.
Desde el arancel interino de 1821 hasta la Ordenanza de 1891,
estaban conformados tanto por disposiciones de carácter
arancelario como por normas que regulaban el trámite ante las
aduanas para el despacho de importación y exportación de las
mercancías, las atribuciones de las autoridades, la instrucción de
procedimientos, etc.
Es a partir del 1 de enero de 1930, fecha en que entra en vigor
la Tarifa del Impuesto General de Importación publicada en el
«DO» de 2 de diciembre de 1929, que se separan por primera
vez las normas arancelarias, contaba con 17 reglas generales
que interpretaban la tarifa, se debe señalar que surge el
antecedente de la antigua regla XIV; los impuestos eran
específicos. Después de 17 años, el 13 de noviembre de 1947,
se publica otra Tarifa del Impuesto General de Importación que
entro en vigor treinta días después, trata de ajustarse al
desarrollo económico del país y a la actividad industrial lograda
con motivo de la guerra mundial.
El 20 de enero de 1956, se publica la Tarifa del Impuesto
General de Importación, que adopta un sistema internacional de
clasificación basado en la Clasificación Uniforme de Comercio
Internacional que surge en el seno de la Organización de las
Naciones Unidas.
En el año de 1964 se lleva a cabo una reestructuración radical
en materia arancelaria al adoptar el entonces sistema de
Nomenclatura Arancelaria de Bruselas (NAB) plasmándolo en
la Tarifa del Impuesto General de Importación con ciertas
adecuaciones, como fijar un régimen impositivo mixto mediante
cuotas específicas y ad-valorem, además de establecer una base
gravable mínima, el precio oficial, la que convierte el sistema
en rígido y difícil de adecuar a los constantes altibajos de los
precios internacionales, las fracciones arancelarias llegaron a
ser más de catorce mil, convirtiéndose de impráctico manejo.
El 23 de diciembre de 1974, aparecen publicadas en el Diario
Oficial la Ley del Impuesto General de Importación y la Tarifa
del Impuesto General de Exportación, que entraron en vigor el 1
de enero de 1975, entre ambas existe correspondencia y se
encuentran estructuradas en forma semejante: 4 reglas
generales, XXI secciones, 99 capítulos, 1011 partidas,
subpartidas, fracciones arancelarias, notas legales de sección y
de capítulo, notas nacionales y reglas complementarias. Gravan
las mercancías únicamente mediante cuotas advalorem
conservando los precios oficiales, lo que implica que se
continúe con un sistema arancelario rígido al utilizarse como
base gravable para la determinación del impuesto la que
constituya el valor más alto entre el oficial y el de factura.

III. De conformidad con lo establecido por el «a.» 131


constitucional es facultad privativa de la Federación gravar las
mercancías que se importen o exporten o que pasen por
territorio nacional. También dispone que el Ejecutivo Federal
podrá ser facultado por el Congreso de la Unión para aumentar,
disminuir, crear o suprimir las cuotas de las Tarifas de
importación y exportación, así como también para restringir y
prohibir las importaciones, exportaciones y tránsito de
mercancías, es decir, puede legislar mediante facultades
extraordinarias en materia arancelaria, a este tipo de tarifas se
les conoce como tarifas flexibles, porque las maneja el
presidente de la República. De lo anterior se deduce la
existencia de tres tipos de aranceles, de importación,
exportación y tránsito.
Por otra parte la «LOAPF» establece en su «a.» 34 las
atribuciones de la Secretaría de Comercio entre las que se
encuentran: estudiar, proyectar y determinar los aranceles, fijar
los precios oficiales escuchando la opinión de la Secretaría de
Hacienda y Crédito Público y establecer las restricciones a la
importación y exportación.
La Ley Aduanera establece en su «a.» 35 los impuestos a la
importación y a la exportación.
1. A la importación que se causarán:
A. General, conforme a la ley respectiva.
B. 2% sobre el valor base del impuesto general, que se aplica
al fomento de las exportaciones.
C. En las importaciones temporales para explotación lucrativa,
el 2% sobre el monto de los impuestos al comercio exterior que
tendrán que pagarse si la importación fuera definitiva por cada
mes o fracción del plazo concedido.
D. Adicionales:
a) 3% sobre el impuesto general, que de conformidad con la
Ley de Coordinación Fiscal se distribuye entre los municipios
del país.
b) 10% sobre el impuesto general en importaciones por vía
postal.
2. A la exportación:
A. General, conforme a la ley respectiva.
B. Adicionales:
a) 3% sobre el impuesto general en exportaciones de petróleo
crudo, gas natural y sus derivados.
b) 2% en las demás exportaciones.
c) 10% sobre el impuesto general en exportaciones por vía
postal.
Por lo tanto que se refiera a las cuotas que se cubren por el
tránsito de mercancías, en nuestro derecho positivo se les da
tratamiento de derechos y se encuentran establecidas en la Ley
Federal de Derechos.

ARBITRAJE
I. (Del latín arbitratus, de arbitror: arbitraje). Es una forma
heterocompositiva, es decir, una solución al litigio, dada por un
tercero imparcial (Carnelutti), un juez privado o varios,
generalmente designado por las partes contendientes (en
ausencia de su consentimiento el nombramiento será hecho por
el juez público nacional), siguiendo un procedimiento que
aunque regulado por la ley adjetiva tiene un ritual menos severo
que el del procedimiento del proceso jurisdiccional. La
resolución por la que se manifiesta el arreglo se denomina
laudo, cuya eficacia depende de la voluntad de las partes o de la
intervención judicial oficial, según las diversas variantes que se
presenten.
II. Aunque el arbitraje es una vía que desde muy antiguo se
empleó para dirimir contiendas de repercusiones jurídicas (al
grado de que es citado como el inmediato antecedente del
proceso jurisdiccional, por ejemplo en el primer periodo de las
acciones de la ley del procedimiento civil romano), en épocas
recientes ha cobrado nuevos bríos y la frecuencia y, por que no
decirlo, la preferencia con que se ve favorecida, especialmente
en el orden internacional y en el privado, va en aumento,
considerándosele un instrumento práctico y útil debido a que
permite evitarse entrar en la avalancha de negocios
contenciosos que se ventilan en los tribunales y a la posibilidad
de designación de un tercero imparcial, a la vez calificado (se
alude a honoríficas razones) en su preparación jurídica, en sus
condiciones subjetivas y porque no está involucrado ni
presionado por el cúmulo judicial.
Empero, como es natural el moderno Estado de derecho,
celoso de sus atributos y finalidades, en campos como el penal y
otros de carácter público y social como el derecho de recibir
alimentos, el divorcio -salvo en sus aspectos pecuniarios-; la
nulidad de matrimonio; los referidos al estado civil de las
personas -de nuevo con exclusión de los derechos patrimoniales
de la filiación legal- no permite que la justicia sea administrada
por los particulares.
Acerca de la naturaleza jurídica del arbitraje son ya famosas
las dos principales corrientes doctrinales, que como corrientes
impetuosas de caudaloso río, en ocasiones, arrastran a los
legisladores a adoptar posturas en las reglamentaciones
positivas.
En primer término, se estudia a los que explican que la
solución arbitral deriva de un acuerdo de voluntades de las
partes en pugna. Los contractualistas o privatistas cuentan en
sus filas a famosos procesalistas como Chiovenda, Wach, Weil,
Rosenberg y Mattirolo. Mientras que en el sector teórico
contrapuesto, se ubican los pensamientos publicistas o
jurisdiccionalistas, que estiman al arbitraje como una función
semejante o que se puede confundir (no fundir) con la que el
juez oficial público realiza en su juzgamiento compositivo; a la
cabeza de ellos se menciona al ilustre Mortara y a la que se
adhiere el ibero Alcalá-Zamora y Castillo. No faltan, como
asevera Ottolenghi, autores que sin llegar a la posición
jurisdiccionalista, estiman que en el arbitraje ocurre el
desarrollo de un proceso. Para tomar partido en la polémica
sobre la esencia del arbitraje es indispensable determinar los
conceptos de estas figuras.

III. a) Cláusula compromisoria, que para algunos es un


segmento, un apartado de un contrato en virtud del que las
partes estipulan que en caso de surgir una contienda jurídica
entre ellas, se someterán para su arreglo a un arbitraje. Es obvio,
que esta cláusula que tiene el acuerdo de voluntades de los
interesados, es previa al nacimiento del litigio futuro y de su
posterior arreglo arbitral. Otros tratadistas se inclinan a calificar
a la cláusula compromisoria como un contrato con objeto
propio: el comprometerse en posible y futuro arbitraje, diverso
del contacto 'principal' que puede ser una operación de
compraventa mercantil, p.e.
b) Compromiso arbitral, es el acuerdo pactado entre las partes,
una vez que ya se suscitó una controversia jurídica entre ellos,
para que su lid sea dirimida en el porvenir por medio del
arbitraje; es decir, el compromiso se conviene después de
planteado el pleito actual.
c) Contrato arbitral o contrato de arbitraje (Carnelutti, Becerra
Bautista), es el acuerdo de voluntades entre las contendientes
(partes interesadas en la pugna) y el árbitro designado, en el que
se consignan las obligaciones y derechos de los árbitros en
relación con las partes; así: el plazo para resolver, los
honorarios a cubrir, etcétera.

IV. Según nuestras disposiciones legales pueden ser árbitros los


particulares designados por las partes contendientes o a falta de
su acuerdo de voluntades en la preparación del juicio arbitral, lo
hará el juez público de entre las personas que anualmente son
listadas por el Tribunal Superior, con tal objeto («aa.» 220 a
223 «CPC»).
También se distingue entre árbitros de derecho y los
arbitradores o amigables componedores que emiten su
resolución en conciencia (el de los primeros se denomina laudo,
el de los segundos, veredicto o dictamen).

V. El procedimiento del arbitraje (que para algunos es un


equivalente jurisdiccional, Carnelutti, García Rojas) reviste
ciertas ritualidades, así, partes y árbitro seguirán los plazos y
formas establecidas para los tribunales; los árbitros siempre
están obligados a recibir pruebas y oír alegatos, si cualquiera de
las partes los pidiere, o no hubieren convenido otra cosa («a.»
619).
La problemática de la naturaleza de la heterocomposición
arbitral privada es de pensar se centra en las diversas hipótesis
que pueden acontecer con el dictado de la resolución del laudo
y de la procedencia de la designación del árbitro que lo emite.
En efecto, si el arbitraje se pactó en una cláusula
compromisoria o en un compromiso en árbitros; si el árbitro fue
designado por las propias partes; si se aceptó el nombramiento
en un contrato arbitral, que se cumple hasta llegar a un laudo; y
si éste es espontánea y voluntariamente acatado por las partes
(naturalmente por la parte vencida), es un caso en que el
arbitraje nace, se desarrolla y se cumple por la voluntad
contractualmente manifiesta de los combatientes.
En cambio, si el árbitro no fue nombrado por las partes, sino
por el juez público, la ley adjetiva del Distrito Federal ordena:
'La apelación sólo será admisible conforme a las reglas del
derecho común.
Contra las resoluciones del árbitro designado por el juez cabe
el amparo de garantías conforme a las leyes respectivas' («a.»
635).
En el caso de admitirse la apelación ordinaria ante el tribunal
de alzada, el arbitraje privado se equipararía a la primera
instancia ante un juzgado público; así como en el del amparo,
pues es sabido, que este recurso extraordinario sólo procede
contra actos de autoridad, y no contra los de particulares. En
ambos supuestos parece funcionar la concepción
jurisdiccionalista del arbitraje.
Otra hipótesis que puede suceder, es que ante la desobediencia
del vencido en el laudo, la parte favorecida pueda pedir la
'homologación' -denominación dada por la doctrina mexicana, a
pesar de no consagrarse la voz en la ley adjetiva- ante el juez
público, para su eficaz cumplimiento («a.» 632 «CPC»).

VI. Por otra parte, algunos tratadistas mexicanos han tildado al


arbitraje de violatorio de la Constitución, por ir en contra del
texto de los artículos 13 y 14, postura que no ha trascendido
mayormente.

VII. Debemos, por último, recordar que el término arbitraje, se


emplea en materia laboral para designar a los órganos de
juzgamiento especializado, las Juntas de Conciliación y
Arbitraje, lo que podría orillar a pensar que éstas llevan a cabo
dicha función de carácter privado. Sin embargo, es de sobra
conocido que se trata de tribunales paritarios que juzgan en
primera instancia los conflictos obrero-patronales y que sus
resoluciones, llamados 'laudos' pueden ser combatidas ante la
Suprema Corte de Justicia de la Nación, dentro del marco de
orden público y protección social, muy ajena al arbitraje
privado.

ARBITRARIEDAD
I. (Del latín arbitrium, arbitrio, facultad de regir la propia
conducta). Es la inadecuación que tiene un acto o mandato
imperativo e inapelable, emitido por un órgano de autoridad,
con respecto a una o varias normas de carácter general que
deben regir en la situación en que dicho acto se produce.

II. Un acto arbitrario es aquel que establece para una situación


concreta una solución no prevista en una regla general. Es decir
va contra la esencia del derecho que siempre está basado en
normas de carácter general aplicables a una infinitud de casos
particulares. Por el contrario el acto arbitrario no sigue ningún
criterio fijo o preestablecido. Es por esto que la arbitrariedad es
radicalmente antijurídica. Sin embargo nos encontramos con un
gran número de hechos antijurídicos que aún siendo producto
de la acción de órganos del Estado no podemos calificar de
arbitrarios (p.e. las sentencias no fundadas en derecho, los actos
administrativos ilegales) por la sencilla razón de que una nota
básica de una resolución arbitraria es imponerse coactivamente,
no admitiendo recurso alguno en contra. Por lo tanto debe
provenir normalmente de un órgano estatal de máxima jerarquía
para no poder ser revisada por una instancia superior.
Es conveniente aclarar que la arbitrariedad se origina en un
órgano legítimo de poder que viola un orden jurídico del que el
mismo deriva.
Ahora bien sería un lamentable error hacer sinónimos los
conceptos de arbitrariedad e injusticia, ya que el primero sólo se
refiere al desajuste de un acto en relación a una norma, mientras
que el segundo ya implicaría un juicio sobre la bondad
intrínseca de aquélla. O sea si la norma es injusta el acto
arbitrario que la violente puede ser correcto a la luz de valores
metajurídicos (sociales, económicos, éticos). Un ejemplo
histórico aclara muy bien esta distinción entre arbitrariedad e
injusticia y es el siguiente: En el siglo XVIII en la Prusia
gobernada por Federico II, un molinero dejo de recibir la
corriente de agua que pasaba antes por un predio vecino debido
a que el propietario de éste, impedía su paso con el solo afán de
perjudicarlo. El molinero demandó al responsable, pero no
existiendo la figura del abuso del derecho el juez falló en su
contra y en la apelación el tribunal de segunda instancia ratificó
la sentencia. Al saber Federico II de las resoluciones judiciales
las revocó y mandó arrestar a los jueces. Es evidente tanto la
justicia como la arbitrariedad de la primera a las decisiones del
monarca ya que la actuación de los jueces se apegó plenamente
a las normas aplicables al caso (Recaséns Siches, p. 215).
Sin embargo, una solución arbitraria aunque justa para un caso
concreto en el fondo resulta injusta pues si partimos de que la
norma general no es correcta y resolvemos sólo un caso de los
que puede englobar, 'justa y arbitrariamente', entonces los
demás casos semejantes serian tratados 'injustamente' pues no
recibirían este beneficio. Por el contrario si resolvemos todos
los casos análogos 'justa y arbitrariamente', ya no habría
arbitrariedad sino la creación de una nueva norma general
formalmente inválida.
Por ultimo para Stammler tanto la arbitrariedad como el
derecho consisten en un querer entrelazante y autárquico (es
decir son mandatos que se imponen a aquéllos a quienes van
dirigidos) pero se diferencian en que en la primera la
vinculación se da en forma caprichosa según cada caso concreto
y en el segundo se da de manera uniforme y permanente. Así la
arbitrariedad sería un querer entrelazante, autárquico y violable
mientras que el derecho es un querer entrelazante, autárquico e
inviolable.
ARRAIGO
I. (Acción y efecto de arraigar; del latín ad y radicare, echar
raíces.) En la legislación actual se le considera como una
medida precautoria dictada por el juzgador, a petición de parte,
cuando hubiere temor de que se ausente u oculte la persona
contra quien deba entablarse o se haya entablado una demanda
(«aa.» 235, «fr.» I «CPC» y 822, «fr.» I LFT). Tiene por objeto
o finalidad impedir que el arraigado abandone el lugar del juicio
sin dejar un apoderado que pueda contestar la demanda, seguir
el proceso y responder de la sentencia que se dicte.
En el derecho mexicano puede solicitarse no sólo contra el
deudor, sino también contra los tutores, albaceas, socios y
administradores de bienes ajenos («a.» 236 «CPC»). Podrá,
asimismo, solicitarse como acto prejudicial, al tiempo de
entablarse la demanda o después de iniciado el juicio. En el
primer caso, además de acreditar el derecho que tiene el
solicitante para gestionarlo y la necesidad de la medida que
solicita, deberá dar una fianza suficiente a satisfacción del juez
para responder de los daños y perjuicios que se causen si no se
entabla la demanda; en el segundo, bastará la petición del actor
para que se haga la notificación correspondiente y la
providencia consistirá en prevenir al demandado para que no se
ausente del lugar del juicio sin dejar representante legítimo,
instruido y expresado para responder a las resultantes del juicio;
en el tercer caso, se substanciará en incidente por cuerda
separada, en el cual el peticionario deberá acreditar el derecho
que tiene para gestionar y la necesidad de la medida («aa.» 237
a 241 «CPC»). En materia laboral el arraigo no procede cuando
la persona contra quien se pide sea propietaria de una empresa
establecida («a.» 825 LFT); quien quebrante el arraigo en los
términos del «a.» 242 «CPC», será castigado con la pena que
señala el «CP» al delito de desobediencia a un mandato legítimo
de la autoridad pública, quedando sujeto a las medidas de
apremio que el juez dicte para obligarlo a regresar al lugar del
juicio.

II. En el derecho romano se obligaba a garantizar mediante


fianza a fin de asegurar al actor las resultas del juicio;
posteriormente en el derecho justinianeo esa fianza fue
sustituida por la obligación de prestar caución juratoria de que
el demandado cumpliría con la sentencia condenatoria si ese
fuera el caso. El Fuero Juzgo, las Leyes de Partida y las de
Toro, conservaron el sistema de la fianza, autorizando la pena
privativa de la libertad para el deudor insolvente.

III. En el derecho moderno el arraigo es también una excepción


que el demandado puede oponer cuando el actor es extranjero o
transeúnte y consiste en obligar a este último a garantizar las
resultas del juicio. El Código de 1884 lo contemplaba, siendo
suprimido en el actual por ser contrario a los principios de
derecho internacional emanados de las convenciones de La
Haya de 1896 y 1905 en donde se les reconocieron a los
extranjeros los mismos derechos que a los nacionales, en
materia procesal. Aún así algunas legislaciones conservan esta
figura para los tajes en que el extranjero no domiciliado en el
país no tuviere bienes en el lugar del juicio, salvo caso de
reciprocidad.

ARRENDAMIENTO
I. Hay arrendamiento cuando las dos partes se obligan
recíprocamente, una, a conceder el uso o goce temporal de una
cosa y la otra a pagar por ese uso o goce un precio cierto («a.»
2398 del «CC»).
Destacan en esta definición los elementos importantes: la
obligación del arrendador consistente en la enajenación
temporal del uso o el uso y goce de una cosa y la temporalidad:
el arrendamiento no puede exceder de diez años para los bienes
destinados a habitación, de quince para los bienes destinados al
comercio y de veinte para los bienes destinados al ejercicio de
una industria («a.» 2398 del «CC»).
El contrato de arrendamiento en nuestro derecho es un
contrato principal ya que tiene su propia finalidad; es bilateral
porque se pactan obligaciones recíprocas; es oneroso porque
existen provechos y gravámenes recíprocos; es conmutatorio
porque las prestaciones son ciertas en el momento de celebrarse
el contrato; es formal por regla general, salvo cuando se pacte
una renta inferior a cien pesos anuales; es temporal por las
razones anteriormente expuestas; y finalmente es de tracto
sucesivo.
Existen diversas especies de arrendamiento mercantil, civil y
administrativo.
Dentro de los requisitos de existencia de este contrato destaca
el problema del objeto: El arrendador está obligado a transferir
temporalmente el uso o el uso y goce de una cosa; en tanto el
arrendatario paga por ello un precio llamado renta. La renta
puede consistir en una suma de dinero o en cualquier otra cosa
equivalente con tal que sea cierta y determinada («a.» 2399 del
«CC»).
• II. Es interesante también mencionar algunos problemas
teóricos que se presentan con motivo del contrato de
arrendamiento.
1. La diferencia entre arrendamiento y compraventa.
Aparentemente la diferencia es clara. La dificultad se presenta
en algunos casos concretos como la explotación de una mina, o
cantera, etc., en donde el arrendatario hace suyas parte del
mineral, etc. La doctrina mexicana ha considerado que aunque
la cosa objeto del contrato sufra un desgaste o merma, en
algunos con mayor incidencia, como es la explotación de
productos naturales, se trata de arrendamiento.
2. La naturaleza del derecho del arrendatario, específicamente
cuando se transmite la propiedad del inmueble dado en
arrendamiento, y las acciones persecutorias en materia de
posesión.
Respecto al primer punto nuestro derecho positivo establece
que la vigencia del arrendamiento continúa aun cuando se
transmita la propiedad de la cosa, objeto del arrendamiento
(«a.» 2409 del «CC»). La explicación que sostiene la doctrina
mexicana se fundamenta en la cesión de contrato: el arrendador
cede los derechos obligaciones derivadas del contrato, es decir,
su estatuto de arrendador, y el arrendatario consiente
fácitamente en ello.
En relación al segundo punto se sostiene que el arrendatario
tiene acciones persecutorias en función de la posesión derivada
de la que es titular («a.» 790 del «CC») al igual que cualquier
otro poseedor derivado. Los argumentos anteriores hacen
concluir a nuestra doctrina que el arrendatario tiene un derecho
de crédito.
• III. Es conveniente enunciar las obligaciones principales de las
partes en el contrato de arrendamiento.
A. Obligaciones del arrendador:
a) Conceder el uso o el goce o a la vez el uso y el goce de la
cosa o del derecho arrendado.
b) Entregar al arrendatario la finca arrendada con todas sus
pertenencias y en estado de servir para el uso convenido y si no
hubo convenio expreso para aquél a que por su propia
naturaleza estuviere destinada («a.» 2412 «fr.» I del «CC»).
c) Conservar la cosa en el mismo estado, haciendo para ello
toda clase de reparaciones necesarias («a.» 2416 del «CC»).
d) No estorbar, ni embarazar de manera alguna el uso de la
cosa arrendada; a no ser por causa de reparaciones urgentes e
indispensables («a.» 2412 «fr.» III del «CC»).
e) Garantizar el uso o goce pacífico de la cosa por todo el
tiempo del contrato («a.» 2412 «fr.» IV del «CC»).
f) Responder de los daños y perjuicios que sufra el
arrendatario por los defectos o vicios de la cosa, anteriores al
arrendamiento (a. 2412 «fr.» V del «CC»).
Obligaciones del arrendatario:
a) Satisfacer el precio en la forma, lugar y tiempos convenidos
(«aa.» 2398, 2399 y 2425 «fr.» II del «CC»).

ARRENDAMIENTO FINANCIERO
I. Concepto. Contrato en virtud del cual la arrendadora
financiera se obliga a adquirir determinados bienes y a conceder
su uso o goce temporal, a plazo forzoso, a una persona física o
moral, obligándose ésta a pagar como contraprestación, que se
liquidará en pagos parciales, según se convenga, una cantidad
de dinero determinada o determinable, que cubra el valor de
adquisición de los bienes, las cargas financieras y los demás
accesorios, y adoptar al vencimiento del contrato alguna de las
opciones terminales previstas en la LGOAAC («cfr.» «a.» 25).

II. Antecedentes. La figura fue introducida por las prácticas


comerciales y posteriormente en la legislación fiscal, para
designar una operación compleja en virtud de la cual una
empresa, adquiere bienes cuyo uso transmite a una segunda
empresa, por un periodo de tiempo forzoso para ambas partes,
durante el cual ésta debe cubrir un estipendio o renta cuyo
monto agregado excede al costo en que adquirió tales bienes la
primera de las empresas, los gastos financieros y la ganancia de
ésta.
Nacido en la práctica norteamericana es adoptado en México,
a partir de los años sesenta. Entre 1960-61 se constituye
Interamericana de Arrendamiento, S.A., empresa que introduce
tal tipo de operaciones en el mercado mexicano. El 30 de abril
de 1966, la Dirección General del Impuesto sobre la Renta
emitió su criterio núm. 13, para regular 'los contratos de
arrendamiento' en los cuales al transcurrir el plazo forzoso el
'arrendatario' puede adquirir los bienes en 'arrendamiento'
mediante pago de un precio simbólico, estableciendo un
régimen fiscal sumamente favorable.
El criterio núm. 13 fue aclarado mediante el oficio del 23 de
octubre de 1967 y dejado sin efectos mediante oficio del 23 de
septiembre de 1969, confirmado por oficio del 3 de julio de
1970.
En las reformas introducidas a la «LIR» publicada en el «DO»
del 19 de noviembre de 1974, es acogida la figura en el «a.» 19
«fr.» IV inciso h, describiendo a los contratos y asimilando su
régimen fiscal al de la compraventa en abonos.
El régimen es nuevamente modificado a través de las reformas
a la «LIR» publicadas en el «DO» del 31 de diciembre de 1979.
Las reformas introducidas al «CFF» a finales de 1980 (DO del
31 de diciembre de 1980), llevan a este ordenamiento la figura,
e incluso la expresión 'arrendamiento financiero', al adicionarse
la «fr.» IV del «a.» 15, cuyo contenido es adoptado en lo
sustancial, por el nuevo «CFF» publicado en el «DO» del 31 de
diciembre de 1981 («a.» 15).
Las reformas a la «LIR» publicadas en el «DO» del 31 de
diciembre de 1981, llevan a cabo algunos ajustes al régimen
fiscal de la figura, entre ellos al establecer que en el caso de
variación en el tipo de interés durante el primer año de vida del
contrato, se tomará en cuenta la tasa promedio de ese año para
determinar el porcentaje considerado como monto original de la
inversión sujeto a depreciación («a.» 48).
Fue por tanto en la legislación fiscal, especialmente a través de
la LIR, la LSIM, «IVA», y «CFF», donde primero encontró
acogida esta figura desarrollada por la práctica financiera.
En la práctica sólo solía celebrarse por escrito un contrato de
arrendamiento por plazo forzoso para ambas partes, a cuyo
término debía ejercitarse alguna de las opciones mencionadas
en el «a.» 15 del «CFF», sin que soliera celebrarse por escrito
un contrato que cubriera la totalidad de la operación.
La asimilación que se había hecho en la práctica entre esta
figura y el arrendamiento, planteaba problemas delicados en
cuanto al régimen jurídico del mismo, ya que la operación vista
en su conjunto presentaba características propias que no se
compadecían a las del arrendamiento, especialmente dada la
necesidad de que el pago del estipendio debiera hacerse
independientemente de la posibilidad del uso de los bienes, lo
cual si bien resulta incomprensible en un arrendamiento no lo es
cuando los bienes han sido adquiridos por el 'arrendador' a
instancias del 'arrendatario', el cual ha seleccionado al
proveedor y elegido los bienes a su completa libertad, pues la
adquisición de los mismos por parte del 'arrendador' se lleva a
cabo única y exclusivamente con la finalidad de dar su uso al
'arrendatario'.
Dadas las especiales características de estas operaciones, sólo
actuaban habitualmente como 'arrendadores' empresas
especializadas que llevaban a cabo una operación de tipo
financiero, pues adquirían los bienes para ser dados en
arrendamiento a solicitud del 'arrendatario', la renta se
determinaba como la suma del costo de los bienes adquiridos
adicionado con el costo financiero (intereses) y el lucro
respectivo, de ahí que se llegó a considerar pertinente que tales
empresas se considerarán como organizaciones auxiliares de
crédito y se les sujetará al régimen aplicable a las mismas.
En el mes de diciembre de 1981, el Ejecutivo Federal sometió
al Congreso un proyecto de reformas a la LIC, a fin de que las
arrendadoras financieras quedarán reguladas por dicha ley como
organizaciones auxiliares de crédito y se reglamentará el
contrato de arrendamiento financiero. El proyecto fue aprobado
por el Congreso y la reforma se publicó en el «DO» del 30 de
diciembre de 1981 y entró en vigor el día siguiente a su
publicación.
Conforme a la reformas el arrendamiento financiero tan sólo
podía ser celebrado habitualmente por organizaciones auxiliares
de crédito que gozarán de la concesión correspondiente,
otorgada por la Secretaría de Hacienda y Crédito Público.
La reforma incorporó en gran medida los conceptos
desarrollados en la práctica, y resolvió el problema de los
riesgos.
Con anterioridad a la reforma mencionada de 1981, la doctrina
trató de determinar la naturaleza jurídica de tal tipo de
contratos, dando lugar a una discusión de interés. Para Sánchez
Medal se trataba de una compraventa a plazos (2 ed., «pp.» 174-
178), Frich Philipp y Gutiérrez Cardona lo consideraron un
contrato sui generis (p. 59). López-Valdivia una venta o un
arrendamiento sui generis (p. 62); Porras y López un contrato
mixto (pp. 103-104), opinión ésta que parecía seguir Pintado (p.
11). Vázquez Pando lo consideraba una figura típica de derecho
consuetudinario ('En torno...', p. 267), de intermediación
financiera (id. «pp.» 287-288) y propuso una definición (p. 267)
que parece haber inspirado la adoptada en la reforma de 1981
(«cfr.» LIC, «a.» 63), así como el que se considerará a las
arrendadoras financieras como instituciones auxiliarse de
crédito (pp. 287-288), criterio seguido en la reforma
mencionada («cfr.» LIC, «a.» 18).
Ambas disposiciones de la reforma de 1981 pasaron a la
LGOAAC («cfr.» «aa.» 25 y 5 pfo. final).
Con posterioridad a la reforma de 1981, la discusión doctrinal
ha continuado. Díaz Bravo (pp. 90-91) considera que se trata de
un contrato mixto, formado por un arrendamiento y una
promesa unilateral de venta por parte del arrendador; Bugeda
Lanzas lo considera una figura jurídica propia (p. 398) y
Sánchez Medal (7 ed., «pp.» 190-195) considera que el
concepto incluye muy diferentes figuras, como pueden ser la
compraventa a plazos, el arrendamiento y la unión externa de
contratos según la opción terminal. Vázquez Pando continúa
considerándolo una figura autónoma ('Reflexiones', «pp.» 419,
422-423).

III. Regulación actual. En el «DO» del 14 de enero de 1985 se


publicó la LGOAAC que entró en vigor el día siguiente a su
publicación y derogó, en su parte relativa, a la LIC. La nueva
ley incorporó casi literalmente las disposiciones de los «aa.» 63
y siguientes que derogó.
a) Concepto. 'Por virtud del contrato de arrendamiento
financiero, la arrendadora financiera se obliga a adquirir
determinados bienes y a conceder su uso o goce temporal, a
plazo forzoso, a una persona física o moral, obligándose ésta a
pagar como contraprestación, que se liquidará en pagos
parciales, según se convenga, una cantidad en dinero
determinada o determinable que cubra el valor de adquisición
de los bienes, las cargas financieras y los demás accesorios, y
adoptar al vencimiento del contrato alguna de las opciones
terminales a que se refiere esta Ley' (LGOAAC, «a.» 25).
b) Opciones terminales. 'Al concluir el plazo de vencimiento
del contrato una vez que se hayan cumplido todas las
obligaciones, la arrendataria deberá adoptar alguna de las
siguientes opciones terminales:
I. La compra de los bienes a un precio inferior a su valor de
adquisición, que quedará fijado en el contrato. En caso de que
no se haya fijado, el precio debe ser inferior al valor de mercado
a la fecha de compra, conforme a las bases que se establezcan
en el contrato;

II. A prorrogar el plazo para continuar con el uso o goce


temporal, pagando una renta inferior a los pagos periódicos que
venía haciendo, conforme a las bases que se establezcan en el
contrato; y,

III. A participar con la arrendadora financiera en el precio de la


venta de los bienes a un tercero, en las proporciones y términos
que se convengan en el contrato.
La Secretaría de Hacienda y Crédito Público, mediante reglas
de carácter general, está facultada para autorizar otras opciones
terminales. Siempre que se cumplan los requisitos señalados en
el primer pfo. del «a.» 25 de esta Ley.
En el contrato podrá convenirse la obligación de la
arrendataria de adoptar, de antemano, alguna de las opciones
antes señaladas, siendo responsable de los daños y perjuicios en
caso de incumplimiento. La arrendadora financiera no podrá
oponerse al ejercicio de dicha opción.
Si, en los términos del contrato, queda la arrendataria facultada
para adoptar la opción terminal, al finalizar el plazo obligatorio,
ésta deberá notificar por escrito a la arrendadora financiera, por
lo menos con un mes de anticipación al vencimiento del
contrato, cuál de ellas va a adoptar, respondiendo de los daños y
perjuicios en caso de omisión, con independencia de lo que se
convenga en el contrato' (LGOAAC, «a.» 27).
c) Documentación de la renta. 'La arrendataria podrá otorgar a
la orden de la arrendadora financiera, uno o varios pagarés,
según se convenga, cuyo importe total corresponda al precio
pactado, por concepto de renta global, siempre que los
vencimientos no sean posteriores al plazo del arrendamiento
financiero y que se haga constar en tales documentos su
procedencia de manera que queden suficientemente
identificados. La transmisión de estos títulos implica en todo
caso el traspaso de la parte correspondiente de los derechos del
contrato de arrendamiento financiero y demás derechos
accesorios en la proporción que corresponda.
La suscripción y entrega de estos títulos de crédito no se
considerarán como pago de la contraprestación, ni de sus
parcialidades' (LGOAAC, a. 26).
d) Riesgos a cargo del arrendatario. 'Salvo pacto en contrario,
son a riesgo de la arrendataria:

I. Los vicios o defectos ocultos de los bienes que impidan su


uso parcial o total. En este caso, la arrendadora financiera
transmitirá a la arrendataria los derechos que como compradora
tenga, para que ésta los ejercite en contra del vendedor, o la
legitimará para que la arrendataria en su representación ejercite
dichos derechos;

II. La pérdida parcial o total de los bienes, aunque ésta se


realice por causa de fuerza mayor o caso fortuito; y,

III. En general, todos los riesgos, pérdidas, robos, destrucción o


daños que sufrieren los bienes dados en arrendamiento
financiero.
Frente a las eventualidades señaladas, la arrendataria no queda
liberada del pago de la contraprestación, debiendo cubrirla en la
forma que se haya convenido en el contrato' (LGOAAC, a. 31).
e) Aseguramiento de riesgos que puedan afectar a los bienes.
'En los contratos de arrendamiento financiero deberá
establecerse la obligación de que se cuente con seguro o
garantía que cubra, en los términos que se convengan, por lo
menos, los riesgos de construcción, transportación, recepción e
instalación, según la naturaleza de los bienes, los daños o
pérdidas de los propios bienes, con motivo de su posesión y
uso, así como las responsabilidades civiles y profesionales de
cualquier naturaleza, susceptibles de causarse en virtud de la
explotación o goce de los propios bienes, cuando se trate de
bienes que puedan causar daños a terceros, en sus personas o en
sus propiedades.
En los contratos o documentos en que conste la garantía
deberá señalarse como primer beneficiario a la arrendadora
financiera, a fin de que, en primer lugar, con el importe de las
indemnizaciones se cubran a ésta los saldos pendientes de la
obligación concertada, o las responsabilidades a que queda
obligada como propietaria de los bienes. Si el importe de las
indemnizaciones pagadas, no cubren dichos saldos o
responsabilidades, la arrendataria queda obligada al pago de los
faltantes' (LGOAAC, a. 34).
Las arrendadoras financieras podrán proceder a contratar los
seguros a que se refiere el a.
anterior, en caso de que habiéndose pactado en el contrato que
el seguro deba ser contratado por la arrendataria, ésta no
realizará la contratación respectiva dentro de los 3 días
siguientes a la celebración del contrato, sin perjuicio de que
contractualmente esta omisión se considere como causa de
rescisión.
Las primas y los gastos del seguro serán por cuenta de la
'arrendataria' (LGOAAC, a. 35).

ARRESTO
I. (Acción de arrestar del latín, ad, a y restare, quedar; detener,
poner preso). Detención, con carácter provisional, de una
persona culpable o sospechosa, en nombre de la ley o de la
autoridad.
Consiste en una corta privación de libertad, que se realizará en
lugar distinto del destinado al cumplimiento de las penas de
privación de libertad, y cuya duración no debe exceder de
quince días.

II. El arresto puede ser decretado por la autoridad


administrativa, recibiendo -en este caso- la denominación de
arresto administrativo.
También puede ser ordenado por la autoridad judicial,
supuesto constitutivo del doctrinalmente llamado arresto
judicial, implica una de las variantes de las 'correcciones
disciplinarias y medios de apremio'.

III. En algunos países, sus ordenamientos jurídicos consideran


el arresto como sanción privativa de libertad distinta de la de
prisión, si bien en nuestro sistema jurídico carece por completo
de este carácter.

IV. La «SCJ» ha establecido que la aplicación de los medios de


apremio ha de ser gradual, y que se haga uso de aquellos que
resulten suficientes para la finalidad perseguida; en
consecuencia, la aplicación del arresto (como medida de
apremio), sin agotar antes los otros medios coactivos
legalmente establecidos, constituye una violación del «a.» 16 C.

ASALTO
I. Uso de la violencia sobre una persona, en despoblado o en
paraje solitario, con el propósito de causar un mal, obtener un
lucro o exigir su asentimiento para cualquier fin («CP», «a.»
286).

II. No resulta fácil precisar los contornos de esta especie


delictiva, dispuesta sistemáticamente entre los atentados contra
la paz y seguridad de las personas (libro II, «tít.» XVIII).
Objetivamente, ella requiere el empleo de la violencia sobre una
persona, en despoblado o en paraje solitario. Despoblado es el
sitio desprovisto de edificaciones habitadas; paraje solitario,
aquel en que, al momento del delito, no encuentra el asaltado a
quién pedir socorro. Sin embargo, lo que termina de dar sentido
jurídico a esa conducta violenta, frente a las de las otras figuras
en que la violencia conduce a un resultado reprimido que
importa ofensa de la vida, la integridad corporal o el
patrimonio, es un elemento subjetivo que se expresa en los
propósitos que deben animar al agente. Lleva razón Jiménez
Huerta al afirmar que de los tres propósitos indicados en la
definición del delito, sólo el de exigir el asentimiento de la
víctima para cualquier fin viene realmente a caracterizar la
figura como descriptiva de un ataque autónomo al bien jurídico
de la libertad.
Adviértase de lo que se lleva dicho que al ejercerse la
violencia con el propósito de exigir el asentimiento de la
víctima para cualquier fin aparece claro el momento
consumativo del delito, y queda la figura claramente deslindada
y sin superposición a otros tipos. No puede decirse esto último
de la violencia usada con los otros dos propósitos. Si el mal que
el agente se propone causar llega a materializarse en las lesiones
o la muerte de la víctima, el tipo de que aquí se trata se
convierte en el de lesiones o el de homicidio, y si el lucro que
persigue el autor se hace realidad en la forma de robo habrá
surgido un caso de robo agravado. Es, pues, difícil concebir el
delito de asalto en estas dos hipótesis como algo diferente de la
tentativa de lesiones, homicidio o robo. Es manifiesto, sin
embargo, que si se llega a las lesiones, el homicidio o el robo
como efectos de la violencia ejercida en despoblado o en paraje
solitario con los dos propósitos sobredichos, el disvalor del
delito de asalto se verá absorbido o consumido en aquellos
tipos, sin que quepa castigar, además, por asalto. Cierto es que
la ley ordena esto último, 'independientemente de cualquier
hecho delictuoso que resulte cometido', pero la necesidad de
respetar el apotegma ne bis in idem obliga a la restricción
interpretativa indicada.

III. En conexión con el asalto del «a.» 286 dispone a seguido la


ley («a.» 287) que 'si los salteadores atacaren una población, se
aplicarán de veinte a treinta años de prisión a los cabecillas o
jefes, y, de quince a veinte años a los demás'.
La pena se ha alzado a esas magnitudes desde la prisión de uno
a cinco años conminada en el artículo anterior. Ese severo
castigo recae en la perpetración de un ataque por parte de varios
sujetos sobre una población, esto es, sobre 'una ciudad, pueblo,
ranchería, comunidad, conjunto de casas habitadas, etc.'
(Carrancá y Trujillo). Contra la opinión del maestro Jiménez
Huerta, reconocemos en esta figura de delito un claro atentado
contra la paz y seguridad de las personas, aunque los fines
puedan ser, entre otros, los que la regla precedente señala.
Trátase del ataque a una colectividad con su secuela de
vejámenes y depredaciones de toda índole, que es lo que
justifica penalidad tan alta.

ASAMBLEA DE SOCIOS Y ACCIONISTAS


I. En cualquier clase de sociedades, de asociaciones y, en
general, de grupos colectivos, la asamblea de los miembros que
los integran, constituye el órgano supremo. Así lo establecen
expresamente, los «aa.» 2674 «CC», respecto a las asociaciones
civiles; 77 y 178 «LGSM», en relación, respectivamente, con la
«S de RL» y la SA; el «a.» 23 de la LGSC, sobre cooperativas.
Se trata, sin embargo, de la asamblea general es decir, de
aquella formada por todos los socios (y en el caso de las
sociedades por acciones, formada por todas las series o clases
de acciones que se hubieran emitido), y no de asambleas
especiales que se constituyen solamente con una categoría de
socios, o de acciones, a las que no corresponde el 'poder o
autoridad suprema'.

II. Tal característica se manifiesta tanto en que los demás


órganos sociales o del grupo que existan, y los representantes
del ente que se designará, están subordinados a la asamblea
general, la que los nombra y los revoca, como en que ella 'podrá
acordar y ratificar todos los actos y operaciones de la sociedad',
según también establece el «a.» 178 «LGSM», antes
mencionado. No obstante, a dicho órgano supremo no
corresponden las facultades que definen y califican a los otros
órganos el de administración interna y el de vigilancia; o sea,
administración interna y la representación en cuanto al primero,
y el control y vigilancia, en cuanto al segundo.
1. El nombramiento de los miembros de esos órganos
subordinados, corresponde a la junta o asamblea general,
aunque es posible que se efectúe en el negocio constitutivo
mismo («aa.» 2676 «fr.» III «CC», 29 «frs.» I y III de la Ley
sobre el régimen de propiedad en condominio de inmuebles
para el Distrito Federal, respecto a la asamblea de condóminos,
aunque en este caso, sólo para los administradores o los
miembros del comité de vigilancia, que funjan por el primer
año; «a.» 216 «LGTOC», en relación con el representante
común de los obligacionistas); o bien, que provisionalmente, el
órgano de vigilancia de una «SA» designe administradores
(«a.» 155 «fr.» II LGSM). En cambio, la revocación de
miembros de ambos órganos si es facultad exclusiva de la
asamblea o junta general.
2. A pesar del carácter supremo del órgano, la ley no siempre
exige que la junta o asamblea se constituya o funcione oblitoria
y necesariamente. Esta es la regla general, pero en las
sociedades civiles, en la «S en NC», y en la «S en CS», puede
funcionar sólo en casos especiales, como el nombramiento y la
revocación de administradores («aa.» 2711 «CC» y 37 LGSM),
la cesión de los derechos de socio («aa.» 2705 «CC» y 31
LGSM) o la exclusión de ellos («a.» 2707 «CC»), las
modificaciones del contrato social («a.» 74 LGSM); y en la «S
de RL», 'el contrato social podrá consignar los casos en que la
reunión de la asamblea no sea necesaria' («a.» 82 LGSM)). En
todo caso, los acuerdos de las juntas y asambleas se rigen por el
principio de la mayoría; según el cual, 'las resoluciones
legalmente adoptadas son obligatorias aun para los ausentes
disidentes' («a.» 200 id.).
3. La asamblea es un órgano diuturno, en cuanto que no
funciona en forma permanente, sino solamente cuando se
convoca y cuando, de acuerdo con los datos de la convocatoria,
sus miembros se reúnen para deliberar y votar. Reunión,
deliberación y voto son, pues, características de este órgano y
de su funcionamiento, con la notable excepción de la «S de RL»
arriba señalada.
4. La reunión de los socios en asambleas, se debe efectuar en
el lugar, día y hora que se indique en la convocatoria, y se debe
concretar al examen de 'la orden del día' («aa.» 187 «LGSM»,
2677 «CC», 24 LGSC); las únicas excepciones a estas reglas
son: primero, que se trate de una asamblea totalitaria (véase
infra); segundo, que se trate de exigir responsabilidad a
administradores o comisarios, así como de revocar su mandato,
caso éste en el que no se necesita que el asunto se liste en la
orden del día; y tercero, en los supuestos del «a.» 199 «LGSM»,
para los que se permite una nueva reunión, cuya fecha, lugar y
orden del día se señalen en la sesión previa, en los casos de que
un mínimo del 33% de las acciones (o de los socios), presentes
o representados en dicha reunión previa, soliciten un
aplazamiento, que será por tres días y solo respecto 'de
cualquier asunto... del cual no se consideren suficientemente
informados' («a.» 199 LGSM).
5. La «LGSM», y el Reglamento de la LGSC, establecen la
obligación de convocar, 'por lo menos una vez al año' («aa.»
181 y 21, respectivamente), a la Asamblea general ordinaria; y
en el contrato social se puede (o se debe señalar en el caso de
las cooperativas, según dicho «a.» 21), un día determinado para
la celebración.

III. Las asambleas se clasifican en cuanto a su composición y


competencia, y en ocasiones, en cuanto a su periodicidad.
Relativamente a este último criterio, las asambleas de socios de
las sociedades cooperativas, son ordinarias y extraordinarias;
aquéllas, de acuerdo con dicho «a.» 21, son las que celebran una
vez al año cuando menos, en la fecha que señalen las bases
constitutivas; y las extraordinarias, 'cuando las circunstancias lo
requieran'.
1. De acuerdo con los dos primeros criterios, las asambleas
pueden ser: I) constitutivas, para la formación de la sociedad
(«aa.» 100 «LGSM» y 14 LGSC); II) generales, en cuanto que
las integren todos los socios («a.» 79 «LGSM» para la «S de
RL»), o miembros del grupo relativo (p.e., obligacionistas); III)
especiales, integradas por categorías o clases de socios, como
por ejemplo, titulares de acciones preferentes o de acciones de
goce («a.» 195, en relación con los «aa.» 71, 113, 137 LGSM);
IV) ordinarias, cuya competencia se fija, por exclusión de la que
corresponda a las extraordinarias (sistema de las sociedades por
acciones, «aa.» 180 y 182 LGSM), o bien, como queda dicho,
por su periodicidad («a.» 21, Reglamento LGSC); V)
extraordinarias, a las que, si se trata de sociedades por acciones
o de la «S de RL» (en este caso, por analogía, según Mantilla
Molina), corresponde cualquier modificación del pacto social
(a. 182 «fr.» XII LGSM), y otros asuntos que la ley señale, que
no exijan dicha modificación, pero que estén o deban estar
previstos en el contrato social (como son los casos de la emisión
de acciones privilegiadas, la amortización por la sociedad de sus
propias acciones y emisión de acciones de goce, así como de
bonos u obligaciones, «a.» 182 «frs.» VIII, IX y X LGSM); y si
se trata de las sociedades cooperativas, serán todas, menos la
anual, que será la ordinaria (a. 21 Regl. LGSC); VI) totalitaria,
o sea, aquella en que esté presente o representada la totalidad de
las acciones o de los socios (a. 188 «LGSM», aplicable por
analogía a las sociedades personales, y a la «S de RL»). En el
caso de las sociedades cooperativas, en las asambleas
totalitarias no se admite representación de socios (a. 24 Regl.
LGSC).
La ley fija diferentes porcentajes de socios o de acciones en
distintos supuestos, diferentes clases de asambleas, y en
relación con su constitución quorum de asistencia, o
propiamente quorum), y con los votos necesarios para adoptar
válidamente los acuerdos (quorum de votación, según
Rodríguez y Rodríguez).
2. Para las totalitarias, como ya se dijo, el quorum será la
unanimidad de los socios, quienes deben estar presentes durante
la celebración de la asamblea, hasta el momento de la votación
(a. 188 LGSM); ésta, a su vez, requiere unanimidad en el caso
de las sociedades civiles (a. 2968 «CC»), de ciertos asuntos en
las sociedades personales, salvo que el contrato social permita
el voto simplemente mayoritario («aa.» 31, 34, 35, 57 LGSM),
y de las cooperativas (a. 24 Regl. LGSC), y simplemente el voto
de aquella mayoría que sea propia del caso que se discuta en el
caso de ciertos asuntos (p.e., en las sociedades personales, los
supuestos previstos en los «aa.» 42, 46 y 57 LGSM), y de las
otras sociedades mercantiles.
3. Para la asamblea extraordinaria, se requerirá igualmente
unanimidad de votos (y en consecuencia, también asistencia
unánime), primero cuando se trate de imponer a socios o
accionistas obligaciones adicionales a las que establezca el
contrato social (en el caso de las sociedades civiles, si el pacto
lo prevé, puede obligarse a los socios a hacer una nueva
aportación (a. 2703 «CC», sin que se requiera acuerdo
unánime); en la «S de RL», asimismo, cuando, se modifique el
objeto o fin de la sociedad (a. 83 LGSM); segundo, tanto en la
«S de RL», como en las «S en NC» y «S en CS», unanimidad
de votos en los casos de cesión de partes sociales (salvo que el
pacto social permita mayoría) («aa.» 65, 31 y 57 LGSM);
tercero, para la «S en NC» y la «S en CS», unanimidad de
votos para modificar el contrato social (con la misma salvedad
anterior); cuarto, para todos los tipos, se requerirá unanimidad
de asistencia y de votación, cuando así se indique en el contrato
social.
4. La asamblea extraordinaria y las asambleas especiales (a.
195 LGSM), requieren mayorías superiores a las de la ordinaria,
en las sociedades de capitales (S de RL, «a.» 83 y SA, «aa.»
190 y 191 pfo. segundo LGSM), en la «S en C por A» (a 208
id.) y en las cooperativas (a. 26 del Regl. LGSC). Para las
sociedades por acciones, la «LGSM», impone, como quorum
mínimo de asistencia, las tres cuartas partes del capital con
derecho a voto, si la asamblea se celebra a virtud de primera
convocatoria (a. 190 cit.), y la mitad de las acciones con voto
representativo del capital si se celebran por segunda (o ulterior)
convocatoria (ex-a. 191 pfo. segundo); en la votación, la
mayoría debe ser, tanto en primera como en posterior
convocatoria del cincuenta por ciento del capital social.
Expresamente, la «LGSM», tanto para estas sociedades por
acciones, como para la «S de RL», permite que en el contrato
social se aumenten los porcentajes de mayoría («aa.» 77, 190 y
191 LGSM); pero los mínimos legales nunca pueden reducirse.
En el caso de la «S de RL», las modificaciones del contrato
social sólo pueden tomarse por mayoría de las tres cuartas
partes del capital social, con las excepciones antes referidas del
cambio de objeto y del aumento de las obligaciones de los
socios (a. 83 LGSM).
5. Por lo que se refiere a las asambleas ordinarias, para la «S
de RL», salvo que el pacto requiera porcentaje más elevado, la
mayoría de votos será de la mitad del capital social, en primera
convocatoria y la mayoría de los socios que asistan a virtud de
segunda convocación (a. 77 LGSM); para la anónima y la «S en
C por A», en primera convocatoria se exige la asistencia al
menos del 50% del capital social, y para la segunda
convocatoria, no se fija (aa. 189 y 191 pfo. primero id.), por lo
que la asamblea se constituirá válidamente 'cualquiera que se a
el número de acciones representadas' (o sea, que una sola de
ellas bastaría). En cuanto a votación, se requiere el 50% del
capital social, en asambleas que se celebren por primera vez, y
mayoría simple de votos de las acciones que estuvieran
presentes o representadas, en asambleas que se reúnan a virtud
de segunda o ulterior convocatorias.
Respecto a estas asambleas ordinarias, la LGSM, no es tan
clara, como respecto a las extraordinarias, sobre si resulta
válido aumentar en el contrato social los porcentajes
mayoritarios de asistencia y de votación (el llamado derecho de
veto). A juicio del que escribe esta voz, esa práctica
generalizada sí es válida, salvo que la mayoría más elevada se
exigiera para asuntos que sean esenciales para el
funcionamiento de la sociedad, como es el caso de la discusión
y aprobación de los estados financieros; por la asamblea
ordinaria anual (a. 181 «fr.» I LGSM),y que por razón del
derecho de veto no pudieran resolverse, lo que llevaría a la
sociedad a la inacción, o a tener que ser disuelta ante la
imposibilidad de realizar su finalidad (a. 229 «fr.» II LGSM).
6. Las actas de las asambleas extraordinarias, deben
protocolizarse ante notario, e inscribirse en el Registro Público
de Comercio (a. 194 pfo. tercero, en relación con «aa.» 5 y 260,
LGSM), o en el de las cooperativas (a. 2 «fr.» II del Regl. del
Registro Cooperativo Nacional; en el caso de estas sociedades,
el «a.» 35 del Regl. LGSC, indica que el 'acta... tendrá el valor
de nuevo contrato'); en cambio, las actas de las asambleas
ordinarias, sólo se deben protocolizar cuando no puedan
asentarse en el libro de asambleas de la sociedad (a. 194 pfo.
segundo LGSM),o cuando así lo acuerde la propia asamblea.

IV. Los acuerdos de las asambleas pueden impugnarse por los


socios ausentes o disidentes, que representen, cuando menos, el
33% del capital social (a. 201 id); y por cualquier socio, cuando
se violen sus derechos propios que sean indisponibles por parte
de la asamblea (p.e. que el acuerdo niegue su derecho de
preferencia para suscribir proporcionalmente aumentos de
capital o que les niegue derecho de voto); cuando la resolución
se adopte con infracción de lo dispuesto en los «aa.» 186 y 187
LGSM, según dispone el a. 188 (y también el a. 24 Regl.
LGSC); cuando la asamblea se reúna fuera del domicilio social,
salvo caso fortuito o de fuerza mayor (a. 179 id), o en fin,
cuando la resolución sea ilícita por ser 'contraria a las leyes de
orden público o a las buenas costumbres' (a. 1830 «CC»), o se
adopte por el voto de socios que pueda invalidarse por
incapacidad o vicios del consentimiento.

ASOCIACIÓN
I. (Acción y efecto de asociar del latín ad, a, y socius,
compañero, juntar una cosa o persona con otra.). En el derecho
civil es una persona jurídica con nombre, patrimonio y órganos
propios originada en un contrato plurilateral en el que las partes
se obligan a la realización de un fin determinado de carácter no
económico. Se dice que la asociación civil es una corporación
en virtud de que sus socios se deben regir por sus estatutos que
deben estar inscritos en el Registro Público a fin de que surta
sus efectos contra terceros, por lo tanto, el contrato que le da
origen es formal: debe constar por escrito. Es también intuito
personae en virtud de que corresponde a la asamblea aceptar y
excluir a los socios, calidad que es intransferible.
Los órganos de dirección de la asociación civil son: la
asamblea general en la que descansa el poder supremo y él o los
directores de la misma.
La asamblea general tiene facultades para resolver: sobre la
admisión y exclusión de los asociados; sobre la disolución
anticipada de la asociación; sobre su prórroga por más tiempo
del fijado en los estatutos; sobre el nombramiento de director o
directores cuando no hayan sido nombrados en la escritura
constitutiva; sobre la revocación de los nombramientos hechos;
y sobre todos aquellos asuntos que le sean encomendados por
los estatutos.
La asociación civil se extingue por las causas expresamente
establecidas en sus estatutos, y, además, por: consentimiento de
la asamblea general; haber concluido el término fijado para su
duración; haber conseguido totalmente su objetivo; incapacidad
para alcanzar los fines previstos en su fundación; resolución
distada por autoridad competente.
En el marco de la legislación civil mexicana, el Código de
1928 presenta como una innovación útil la reglamentación de la
asociación civil dotándola de personalidad jurídica en su «a.»
25. Anteriormente en los códigos de 1870 y 1884 sólo era
posible la existencia de este tipo de reuniones a través de
contratos privados sin que se pudieran deslindar las
personalidades de los asociados. El ordenamiento vigente
reglamenta este tipo de asociación en sus artículos 2670 a 2687,
este último artículo se refiere a las asociaciones de beneficencia
remitiéndolas a sus leyes especiales.

II. La Ley de Instituciones de Beneficencia Privada para el


Distrito Federal (DO 2-I-1943, reformada el 15-V-1978),
considera como instituciones de beneficencia entre otras a las
asociaciones civiles dotadas de personalidad jurídica propia,
reconocidas por el Estado como auxiliares de la administración
pública, constituidas en forma transitoria o permanente
conforme a esta ley, con fines de utilidad pública, no lucrativos
ni especulativos, humanitarios y en las que no designe
individualmente al beneficiario.

III. En la legislación mercantil, la «LGSM», en sus «aa.» 252 a


259 reglamenta otro tipo de asociación denominada: asociación
en participación. Definida como un contrato formal no sujeto a
registro, mediante el cual una persona, llamada asociante,
concede a otras, llamadas asociados, que le aportan bienes o
servicios, una participación en las utilidades y en las pérdidas
de la negociación. Este contrato no está dotado de personalidad
jurídica propia ni de denominación, por lo tanto, el asociante
actúa en nombre propio no existiendo relación jurídica entre los
asociados y los terceros.

IV. El «a.» 123 constitucional en su «fr.» XVI permite la


creación de las llamadas asociaciones profesionales como una
forma de coalición para la defensa de los intereses de tipo
laboral de los asociados.
En la doctrina se discuten dos posiciones frente a este tipo de
asociaciones. La primera que las inserta en las demás
asociaciones, y la segunda que les da categoría propia. Mario de
la Cueva, hablando de la asociación sindical, dentro de la que se
comprende a los sindicatos y asociaciones profesionales,
explica que es un derecho distinto al general de asociación,
porque es producto de circunstancias históricas y de finalidades
distintas, pero ambos están fundamentados en la naturaleza
social del hombre.

ATENTADO
I. (Del latín attentare, intentar, emprender.) Se habla de la
tentativa de un delito, a partir del principio de ejecución de un
delito por actos externos que no lleguen a ser lo suficientes para
que se realice el hecho, sin que haya mediado desistimiento
voluntario del culpable.

II. Como antecedente del delito atentado, el Éxodo XXI, 12,


expresa: 'El que hiere a un hombre queriéndolo matar, muere
por ello.' En el derecho romano la tentativa sólo se reglamentó
en relación con determinados delitos: Lex Cornelia de Sicariis
et veneficis, en la Lex Julia Majestatis, en la Pomponia de
Parricidiis y de Calumniatis. En el Digesto, Ulpiano expresa la
máxima del cognitationis poenam nemo patitur. El iter criminis
al parecer encuentra su origen en el Tractatus de maleficiis, de
Alberto Gandino en 1262 que expresaba: 'Qui cogitat, nec agit,
nec perficit; Qui cogitat et agit, sed non perficit; Qui cogitat et
agit et perficit; Qui agit et perficit, sed non cogitat.' En el
Código de las 7 partidas Ley 2, «tít.» 31, se expresaba: 'Después
que lo hubiese pensado se trabajase de lo faser e de lo cumplir,
comenzándolo de meter en la obra Magüer no lo cumpliesen del
todo.'

III. La tentativa del delito es una figura jurídica que se presenta


en la esfera del iter criminis o 'camino del delito', es decir, las
etapas por las cuales debe pasar la realización de un hecho para
ser considerado como delito. El delito es un fenómeno social
que surge como consecuencia de la realización de un hecho que
de acuerdo con la ley penal aparece previsto como delito. En
ese sentido, en cuanto hecho manifestado en la realidad social,
supone la presencia de un acto en cuanto tal, por definición es
manifestación de la voluntad de su autor. Aparece integrado.
así, el acto, por dos momentos, el primero psicológico e interno
cuya vida se da exclusivamente dentro de la esfera de la psique
del individuo y el externo, dado al exteriorizarse el anterior.
El momento psicológico o fase interna del iter criminis, a su
vez, aparece integrado por los momentos de la representación
del sujeto acerca del hecho y la voluntad de su realización;
éstos, que constituyen los elementos cognoscitivo y volitivo de
la voluntad, dentro de lo que podría denominarse como
evolución cronológica del mismo aparecen presentados en tres
momentos: la ideación, que corresponde al momento en que
surge en el individuo la idea criminosa, dando principio al iter
criminis; la deliberación, que aparece dada en el debate interno
o psicológico del individuo, antes de exteriorizar su voluntad,
en que aparecen en juego por una parte los restrictores sociales
e individuales de la voluntad y por la otra parte los factores o
procesos psicológicos, que llevan a un individuo a la realización
de un acto, y, finalmente, el tercer momento dado en la
resolución de cometer el acto, que es al mismo tiempo el punto
de partida de su exteriorización.
Integrada la fase interna del iter criminis, tiene inicio la fase
externa, generalmente contemplada por la doctrina penal en la
realización de los actos preparatorios y los actos ejecutivos. Se
entiende por actos preparatorios aquellos que subsumen todas
aquellas actividades realizadas por un individuo previas a la
ejecución misma del delito. A su vez, se entiende por actos
ejecutivos aquellos que suponen ya el inicio de la ejecución del
delito de que se trate.
Esta aparentemente sencilla diferenciación, en realidad ha sido
fuertemente debatida por la doctrina penal de todos los tiempos,
en un intento de lograr establecer el punto de diferenciación
indubitable entre unos y otros actos, o lo que es lo mismo, el
momento a partir del cual se puede estimar como iniciada la
realización de un delito. La dificultad de ésta, ha llevado a la
doctrina en no pocas ocasiones a buscar caminos para definir el
inicio de la acción típica y por lo mismo el inicio de la acción
punible. Y así, algunos códigos se refieren a la 'univocidad' de
los actos, es decir, señalar que se trata de actos unívocos y no
equívocos; otros códigos se refieren a la 'dirección' de los actos,
y otros más hacen valer el criterio de la 'inmediatez'.

IV. El legislador mexicano se ocupa de la materia, en el «a.» 12


del «CP» de 1931, cuando expresa: 'La tentativa es punible
cuando se ejecutan hechos encaminados directa e
inmediatamente a la realización de un delito, si éste no se
consuma por causas ajenas a la voluntad del agente.'
Conforme aparece del texto transcrito, es visible que el
legislador se ha referido al criterio de la dirección y de
inmediatez de los actos realizados para la comisión del delito.
No obstante esto, la dificultad en determinar caso por caso
cuando se estima integrada la tentativa del delito a partir de
dichos elementos ha dado lugar a una jurisprudencia no
uniforme en que con frecuencia se ha recurrido nuevamente al
criterio generalmente más aceptado del comienzo de la
ejecución de los actos, según aparece en la jurisprudencia que
más adelante se consigna.
En México el proyecto de Código de 1949 incorpora el
principio del comienzo de la ejecución. El proyecto de Código
de 1958 utiliza el criterio de la univocidad unido al del inicio de
la resolución criminosa y el proyecto de 1963 se refiere
nuevamente a la resolución de cometer un delito, que en todos
los casos modifican el criterio adoptado por el Código de 1931.
La tentativa del delito aparece estudiada por la doctrina como
tentativa inacabada, y tentativa acabada o delito frustrado. El
primer caso se refiere a la realización de actos que no llegan a la
consumación por causas externas a la voluntad del agente; y el
segundo, se refiere al caso presente cuando el agente habiendo
ejecutado todos los actos necesarios para la realización del
hecho, este no se consuma, por causas ajenas a la voluntad del
agente.
Unido a estas figuras, se habla del 'arrepentimiento' cuando
habiéndose realizado todos los actos que supondrían la tentativa
acabada o el delito consumado, el delito no se presenta por
razón del propio agente que realiza nuevos actos orientados a
desvirtuar las consecuencias criminógenas de su intentada
conducta delincuencial. Asimismo se plantea el caso del
'desistimiento', presente cuando el sujeto habiendo iniciado la
ejecución del acto, antes de realizar todos los actos necesarios
para su consumación desiste voluntariamente de su acción
criminosa. Finalmente, se plantea el caso del delito imposible,
cuando habiendo realizado el agente todos los actos orientados
a una ejecución, el delito no se presenta, sea por inidoneidad de
los medios o por inexistencia del objeto.
Estas figuras aparecen previstas en algunas leyes penales de
los diferentes países contempladas en forma diferente, no pocas
veces como exculpatorias o atenuantes de la responsabilidad
penal.

V. Jurisprudencia. 'Hay tentativa punible cuando el agente inicia


exteriormente la ejecución del hecho delictuoso, directamente
por actos idóneos y no practique todos los esenciales de
ejecución...' (SJF, 5 época, t. XXXV, 2 parte, p. 2349). 'Dos
características esenciales indican la tentativa que es punible: el
principio de ejecución del hecho material, porque hasta ese
momento todavía no hay tentativa...' (SJF, 5 época, t. LVIII, 3
parte, p. 3715).

AUDIENCIA
I. (Del latín audientia.) Consiste en el acto, por parte de los
soberanos o autoridades, de oír a las personas que exponen,
reclaman o solicitan alguna cosa.

II. La primer constitución federal que incluyó la garantía de


audiencia fue la Constitución de 1857, en su «a.» 14. Los «aa.»
21 y 26 del proyecto de esta Constitución regulaban dicha
garantía. En la redacción original de estos artículos la garantía
de audiencia debía ser previa a todo acto de autoridad, de índole
privativa; más en la versión definitiva quedó como una garantía
de legalidad exacta en materia judicial, como se desprende del
precepto constitucional 'Nadie puede ser juzgado, ni
sentenciado...'. Esto trajo aparejada la transformación del Juicio
de Amparo y la consecuente intervención de la Suprema Corte
como órgano de control constitucional. Luego, los juristas
Lozano y Vallarta trataron de referir la aplicación de esta
garantía exclusivamente a la materia penal. Para ello, Vallarta
se basó en argumentos de carácter auténtico-interpretativo,
gramatical, constitucional y jurídico general, logrando su
objetivo, por lo menos durante su estancia como presidente de
la Suprema Corte, ya que una vez que esta concluyó fueron
admitidos los juicios de amparo en materia civil por violación a
la garantía de audiencia, aunque conciertas limitaciones. Fue
hasta la promulgación de la actual Constitución, que la garantía
de audiencia pudo realmente ser aplicada en materia civil, de
igual manera que en materia penal.

III. En la Constitución mexicana vigente hoy en día, la garantía


de audiencia se encuentra regulada por el «a.» 14, en su
segundo pfo. Conforme al precepto constitucional esta garantía
corresponde a la fórmula americana del 'debido proceso legal'.
La garantía de audiencia, en tanto garantía de seguridad
jurídica, impone a las autoridades estatales la obligación, frente
al particular, de evaluar todos sus actos, conforme a las
exigencias implícitas en el derecho de audiencia. A su vez esta
garantía está integrada por cuatro garantías específicas de
seguridad jurídica concurrentes, las cuales son: a) un juicio
previo al acto privativo; b) seguido ante tribunales previamente
establecidos; c) con el cumplimiento de las formalidades
procesales esenciales y, d) conforme a las leyes vigentes, con
anterioridad al hecho. La primera de estas garantías específicas
se encuentra en la expresión 'mediante juicio', lo que implica
que para que un acto sea violatorio de la garantía de audiencia,
debe ser precedido de un procedimiento en el cual el sujeto
afectado tenga plena injerencia El juicio puede ser llevado por
la autoridad jurisdiccional, administrativa o judicial, según el
tipo de bien afectado por la privación. La segunda, relativa a los
tribunales previamente establecidos, se refiere tanto a los
órganos jurisdiccionales estatales como a las autoridades
administrativas. La tercera, referida a las formalidades
esenciales del procedimiento, se integra por los derechos de
defensa y de prueba que tiene el sujeto afectado. La cuarta y
última garantía específica hace referencia a la no retroactividad
de las leyes. La garantía de audiencia corresponde a todo sujeto
susceptible de ser, parcial o totalmente, objeto de actos de
autoridad. El acto violatorio de la garantía de audiencia debe ser
de carácter privativo, o sea que debe consistir en una merma o
menoscabo en la esfera jurídica del particular o en un
impedimento para el ejercicio de algún derecho. Además, tales
hechos deben constituir el fin último, definitivo y natural del
acto impugnado. Los bienes tutelados por la garantía de
audiencia son: la vida, entendiendo por ella al ser humano en su
sustantividad psicofísica y moral; la libertad, tanto física como
moral; la propiedad, es decir el uso, disfrute y disposición de
una cosa; la posesión originaria y derivada, sea cual sea el título
o la causa de su constitución y los derechos subjetivos del
particular. La garantía de audiencia admite las siguientes
excepciones, emanadas de la misma Constitución: los
extranjeros pueden ser expulsados del país sin juicio previo
(«a.» 33); en materia de expropiación, por lo que hace a la
declaración de afectación del bien inmueble por causa de
utilidad pública; en materia tributaria, respecto de la fijación de
los impuestos, y las órdenes de aprehensión emitidas por una
autoridad judicial.

AUTO DE FORMAL PRISIÓN


I. Resolución dictada por el órgano jurisdiccional, durante el
curso del proceso penal, en cuya virtud se fija la calificación
legal de un hecho consignado por la acusación y se atribuye a
un sujeto, previamente señalado por ésta, la responsabilidad
penal correspondientes con carácter provisional y en grado de
probabilidad. Al mismo tiempo, y eventualmente, se ordena la
privación de la libertad del presunto responsable a título de
medida cautelar.

II. En nuestro sistema jurídico, el auto de formal prisión tiene


jerarquía constitucional («a.» 19). La Ley Suprema regula tanto
los elementos de fondo como los de forma de dicha resolución,
así como el plazo en el que debe dictarse y su necesidad en todo
proceso que se desarrolle frente a un acusado. Ante esta última
característica es preciso resaltar que también se exige
congruencia entre el delito señalado en el auto y la resolución
sobre el fondo que en su oportunidad se dicte. Al mismo tiempo
y como necesario corolario de lo anterior, se torna inadmisible
el desenvolvimiento del proceso por un delito distinto del que se
persigue aun cuando se conozca con motivo de la instrucción
del primero. Ello sin perjuicio de resolver la acumulación si
procediere.

III. Los códigos de procedimientos penales, tanto federales


como estatales y el del DF, regulan la institución en sus
aspectos formales, sustantivos y temporales («aa.» 297 y ss.,
305 y ss., etc., del «CPP» y 164 y ss., etc., del «CFPP»). En la
legislación secundaria, ciertos códigos como el federal y los que
siguen su modelo establecen, con mejor técnica que el del DF y
los que le siguen, la distinción entre auto de formal prisión y
auto de sujeción a proceso, según sea el caso de que el delito
que se imputa al acusado se sancione con pena corporal o con
pena no corporal o alternativa, respectivamente. Sin embargo,
constituye una deficiencia de todos los códigos la fusión de lo
que debería ser el auto de procesamiento por un lado y el auto
de prisión preventiva por otro.

IV. Siendo una resolución necesaria, el auto de formal prisión


aparece como condición de validez de los actos procesales
posteriores al mismo, tales como la apertura del procedimiento
ordinario o sumario, la apertura del periodo probatorio, la
formulación de conclusiones de las partes y, especialmente, la
sentencia. Al mismo tiempo y por la particular estructuración
(constitucional y legal) del procedimiento penal, constituye una
violación de las reglas del debido proceso, dictar el auto de
formal prisión sin haber dado oportunidad de defensa al
acusado (declaración preparatoria y careo constitucional), sin
ejercicio de la acción penal por el órgano competente
(consignación) o sin haber radicado la causa ante el juez
competente (auto de radicación).

V. Los requisitos de forma del documento cuyo contenido es el


auto de formal prisión generalmente son los siguientes: fecha,
hora, delito imputado por el Ministerio Público, el delito o
delitos por los que debe seguirse el proceso, la expresión de
lugar, tiempo y circunstancias de ejecución y demás datos que
arroje la averiguación previa que permita comprobar el cuerpo
del delito y hagan probable la responsabilidad y, por último,
nombres del juez y secretario. Todo ello, es obvio, sin perjuicio
de los demás requisitos formales que deben reunir los
documentos judiciales según lo regula a la ley respectiva.

VI. En cuanto a los requisitos de fondo del auto de formal


prisión, no sólo es necesario su fundamento y motivación, sino
que por exigencia tanto constitucional como legal, la cantidad
de pruebas debe ser tal que el cuerpo del delito esté plenamente
comprobado y la responsabilidad debe ser al menos probable.
Esta exigencia es un mínimo y no un máximo en la relación de
los elementos probatorios que han de hallarse reunidos para
justificar la resolución, de lo que se desprende claramente que
la sentencia condenatoria que eventualmente se dicte, puede
basarse en los mismos elementos probatorios en que se apoyó el
auto de formal prisión. Ello determina que si bien no es
necesario establecer en el auto el carácter culposo o doloso de la
infracción, o circunstancias modificativas de responsabilidad,
tal cosa es posible, sobre todo en el caso en que el acusado
pueda verse beneficiado con la libertad provisional en
cualquiera de sus formas.

VII. La posibilidad de modificar oficiosamente la calificación


legal del hecho consignado por el Ministerio Público, que la ley
procesal acuerda al juzgador, ora en forma expresa, ora
tácitamente, ha sido cuestionada por diversos autores como
opuesta al sistema procesal consagrado en la Constitución, dado
que en dicho cuerpo normativo no se confiere tal facultad a los
jueces y por considerarse tal prerrogativa una ruptura con el
modelo acusatorio supuestamente seguido por el legislador
constituyente. No es posible aquí desarrollar la polémica en
torno al modelo procesal penal constitucional y sus rasgos tanto
inquisitorios como acusatorios, amén de los mixtos si por tal se
entiende un sistema con especificidad histórica. Pero la vigencia
del iura novit curia no constituye un principio opuesto al ne
procedat iudex ex officio, ni al ne eat iudex ultra petita partium.

VIII. El auto de formal prisión puede ser impugnado por vía del
recurso de apelación o por vía del amparo indirecto, puesto que
cuando se trata de la violación de los «aa.» 16, 19 o 20 de la
Constitución, el principio de definitividad no rige. Sin embargo,
escogida una de las vías posibles no es dable utilizar la otra,
salvo desistimiento si los plazos para interponer el recurso o la
demanda respectivamente, no ha concluido.

IX. Es importante destacar que los efectos del auto de formal


prisión no se reducen al plano meramente procesal, sino que por
mandato constitucional, todo individuo sujeto a proceso
criminal por delito que merezca pena corporal es suspendido en
el goce de sus derechos o prerrogativas como ciudadano a partir
de la fecha en que se dicte dicho auto en su contra (38, «fr.» II
C).

AUTODETERMINACIÓN
I. El principio de la autodeterminación de los pueblos tiene sus
orígenes en diversos documentos que la Humanidad ha
producido en su larga trayectoria como la Declaración de la
Independencia de los Estados Unidos de 1776; la Constitución
del mismo país, de 1787; la Declaración de los Derechos del
Hombre y del Ciudadano, de Francia, en 1789, entre otros. El
presidente Wilson, en sus famosos Catorce Puntos también
estableció la autodeterminación de los pueblos como piedra
angular del moderno derecho internacional. Lamentablemente
el Pacto de la Sociedad de las Naciones, aunque inspirado en los
Catorce Puntos, no menciona este principio, pero hace
referencias indirectas al mismo en el «a.» 22.

II. La Carta de San Francisco, constitutiva de las Naciones


Unidas, de 1945, se refiere a este principio, en su «a.» 1, pfo. 2,
cuando enuncia los propósitos de la organización: 'Fomentar
entre las naciones relaciones de amistad basadas en el respeto al
principio de igualdad de derecho y de la libre determinación de
los pueblos', reiterándolo en el «a.» 55.
Las primeras resoluciones sobre la igualdad y el derecho de los
pueblos a la libre determinación fueron aprobadas por la
Asamblea General de las Naciones Unidas, el 16 de diciembre
de 1952. La primera de ellas, la 637A/VII, fue aprobada con 40
votos en favor, 14 en contra y 6 abstenciones, habiendo
recomendado a los Estados miembros responsables con
territorios no autónomos que a través de plebiscitos o de otros
medios democráticos, y bajo la vigilancia de las Naciones
Unidas, facilitaran el ejercicio del derecho de la
autodeterminación de los pueblos puestos bajo su cuidado. La
segunda Resolución, 637B/VII, aprobada con 39 votos a favor,
12 en contra y 5 abstenciones, comprometió a los mismos
Estados administradores a presentar un informe anual a las
N.U., sobre el avance de la libre determinación de los países
bajo su administración. La tercera resolución 637C/VII,
aprobada con 42 votos a favor, 7 en contra y 8 abstenciones,
encargó a la Comisión de Derechos Humanos, a través del
Consejo Económico y Social, que elaborará estudios y
recomendaciones a fin de asegurar el respeto internacional del
derecho, a la autodeterminación.
La Asamblea General, en su resolución 1314/XIII, de 1958,
consideró que estaba implicado en el derecho a la
autodeterminación el derecho de los pueblos y naciones a la
soberanía permanente sobre sus recursos y riquezas naturales.
La resolución más precisa al respecto lo es la 1514/XV, de
1960, sobre la concesión de la independencia a los países y
pueblos coloniales, aprobada por 89 votos a favor, ninguno en
contra y 9 abstenciones.
Para el año de 1966 la Asamblea General aprobó la resolución
2160/XXI, con 98 votos a favor, 2 en contra y 8 abstenciones,
en la cual se hace un llamado urgente a los Estados a fin de que
realicen todo tipo de esfuerzos y adopten todas las medidas
necesarias con miras a facilitar el ejercicio del derecho a la libre
determinación de los pueblos bajo dominio colonial. Por último,
el principio de la autodeterminación e igualdad de los pueblos
se definió y precisó en la Declaración de los Principios de
Derecho Internacional, aprobada en 1970, y confirmada
mediante la resolución 2787/XXVI, del 6 de diciembre de 1971.
AUTOPSIA
I. (Del griego aytos, mismo, propio, y ópsis, vista). Sinónimo:
necropsia (del griego nekros, muerto, y ópsis, vista). Examen
anatómico de un cadáver, con el objeto de reconocer las
alteraciones de sus tejidos y establecer así las causas de la
muerte. Consta de dos partes: el reconocimiento externo y el
estudio del contenido craneotoracoabdominal.

II. La reiteración de las autopsias de cadáveres humanos, a


partir del siglo XV, cualquiera que fuese el fin a que con ellas
se aspiraba, condujo al descubrimiento de anomalías o lesiones
morbosas en el interior de los cuerpos disecados y despertó en
los médicos el afán intelectual de ponerlas en conexión con la
dolencia de que había sucumbido el difunto, a fin de conocer
con más seguridad su causa continente y su patogénesis. De tal
afán nacerá una de las más fecundas vías para la conversión de
la medicina en verdadera ciencia, el 'método anatomoclínico'.
Se distinguen, clásicamente, dos tipos de autopsia: la
anatomopatológica y la medicoforense, ambas con la finalidad
primordial de esclarecer la causa de la muerte. La última, es
decir, la medicoforense, ambas con la finalidad primordial de
esclarecer la causa de la muerte. La última, es decir, la
medicoforense, en auxilio de los órganos encargados de
administrar justicia.
La autopsia medicoforense debe ser metódica, completa y
descriptiva, pues la experiencia enseña que 'no puede rehacerse
nunca', según la afortunada expresión de Pablo Zacchia, padre
de la medicina forense.
El procedimiento autópsico de orden médico forense
comprende además del examen externo e interno del cadáver, el
estudio de las ropas que vestía y del lugar donde se encontraba,
única forma de poder establecer con un grado elevado de
probabilidad la causa de la muerte y las circunstancias en que
esta se produjo.

AUTOR DEL DELITO


I. En lo criminal, autor, según el Diccionario de la Lengua
Española, que en este caso sigue lo establecido por el código
penal español, es la persona que comete el delito, o fuerza o
induce directamente a otras a ejecutarlo, o coopera a la
ejecución por un acto sin el cual no se habría ejecutado.
Cuando en la realización de un hecho delictivo hay una
concurrencia de varias personas, cabe distinguir siempre entre
las que son autores y otras que participan en el mismo, pero que
no son autores. A esa concurrencia de personas en el delito se la
llama 'participación criminal' (lato sensu), que abarca a quienes
son autores y a quienes con cómplices e instigadores o
inductores (participación stricto sensu), que dan origen a las
formas de: autoría, complicidad e instigación, respectivamente.
El problema de la concurrencia de personas no es propio del
derecho penal, sino de cualquier hacer cotidiano. Así, con
frecuencia se dice que Fulano es autor de tal cosa, que Mengano
es autor de tal otra, que Perengano cooperó con Fulano en tal
cosa y que Fulano indujo a Mengano a hacer tal otra. Los
conceptos de autor, cómplice e instigador, por tanto, son
tomados de la vida cotidiana de la realidad. El concepto de
autor en una conducta de escribir una carta amorosa no se
distingue fundamentalmente del concepto de autor en una
conducta de escribir una carta injuriosa.
Conviene, pues, distinguir quiénes intervienen como autores y
quiénes como participes en la realización de un determinado
hecho, en este caso de un hecho delictivo.

II. Son diversos los criterios que se han desarrollado en la


doctrina penal al respecto. Hay opiniones en el sentido de negar
toda importancia a la distinción entre autores y partícipes, pues
consideran a todos autores; parten del criterio de la causalidad y
sostienen la teoría del 'autor único', al considerar autores a todos
los que de alguna manera concurren en el delito, pero que son
rechazadas por la mayoría de la doctrina actual; el rechazo se
plantea tanto desde el punto de vista político-criminal como
desde el dogmático: es un criterio que, además de ampliar el
ámbito del injusto y de la culpabilidad, conduce a ciertas
injusticias, en virtud de tratar igual a todos, no obstante que no
todos tuvieron la misma intervención; por otra parte, choca con
los diversos conceptos y contenidos conceptuales de la
estructura dogmática del delito. Más aceptación tiene la
concepción 'diferenciadora' de autor, conforme a la cual, tanto
en la ley como en la jurisprudencia y en la doctrina, deben
hacerse las distinciones de todas aquellas personas que
intervienen en la realización del hecho, tomando en
consideración la forma y el alcance de su intervención, algunos
siguiendo una dirección puramente objetiva, otros una
puramente subjetiva y otros que abarcan ambos aspectos. De
acuerdo con esto, se distinguirán los que realmente son autores
de los que sólo son partícipes. En los criterios diferenciadores, a
su vez, se encontrará un concepto amplio o extensivo de autor y
un concepto restringido; el primero es más propio de los
criterios extremos (objetivos o subjetivos).
Un primer criterio eminentemente objetivo es el 'formal-
objetivo', que parte de la consideración de la acción descrita en
el tipo para determinar quién es autor y, conforme a él, autor, es
el que realiza o ejecuta la acción descrita en el tipo, y cómplice
el que, o bien sólo prepara, o bien ayuda en el momento de la
realización del delito sin llevar a cabo un acto ejecutivo. Este
criterio encuentra una primera crítica frente al problema de la
llamada 'autoría mediata', en aquellos casos en que el tipo
requiere que el sujeto ejecute 'en persona' la acción descrita;
además, porque en tratándose de la coautoría sólo abarca a
aquellos que, por lo menos, realizan una parte del tipo. Ante las
objeciones a la teoría formal, se elaboró otra como correctivo
que es la teoría 'material-objetiva', que se orientó hacia la
causalidad; según ella, el autor es la causa, el cómplice, la
condición del resultado típico (Feuerbach, Finger, Bar, Binding,
etc.). El punto de partida de esta teoría lo constituyen, por lo
general, las doctrinas individualizantes de la causalidad, que
estiman que, entre las distintas fuerzas que han contribuido al
resultado, se puede distinguir entre causa y condiciones; pero, al
aplicar criterios de las ciencias naturales, la postura resulta
inadmisible; además, cuando se hace valer la teoría de la
equivalencia de las condiciones esa distinción ya no es posible,
cayendo a un concepto extensivo de autor. Ante el fracaso de
este criterio, surge otro, ahora puramente subjetivo, para
encontrar dicha distinción, y que, al explicar sin contradicciones
el problema de la autoría mediata, tuvo gran aceptación en la
jurisprudencia alemana. Esta nueva concepción parte de la
teoría causal de la condición, y, en base a ella, niega toda
distinción objetiva entre la actividad del autor y la del cómplice;
que la distinción ha de hallarse en el terreno subjetivo, en la
actitud interna de los intervinientes. Según ella, autor es el que
actúa con animus autoris y quiere el hecho como propio, y
partícipe el que actúa con animus socii y quiere el hecho como
de otro; pero, para saber cuándo se quiere el hecho como
propio, se echa mano de un correctivo, el criterio del interés, de
donde el autor es el que tiene interés en el hecho y partícipe el
que no lo tiene. Por las consecuencias a que conduce la
aplicación de este criterio, resulta insostenible.
Con el desarrollo de la dogmática jurídico-penal, sobre todo a
partir de la aparición de la teoría de la acción finalista, surge
también una propia concepción para delimitar autoría y
participación stricto sensu; tal es el criterio final objetivo o del
dominio del hecho, conforme al cual autor es el que tiene el
dominio del hecho, es decir, de la conducta descrita en el tipo, y
partícipe el que determina dolosamente a otro (autor) a la
comisión de un injusto doloso (instigador) o le presta ayuda o
auxilio en la comisión del injusto doloso (cómplice), pero que
no tiene el dominio del hecho. El dominio del hecho lo tiene
quien retiene en sus manos el curso, el 'si' y el 'como' del hecho,
pudiendo decidir preponderantemente a su respecto (Zaffaroni,
Manual, p. 496). La teoría del dominio del hecho, que se funda
tanto en aspectos objetivos como subjetivos, viene a subsanar
en gran medida los problemas que no resuelven los criterios
anteriores y está acorde a los avances más recientes de la
ciencia jurídico-penal. Pero se trata de un criterio que se plantea
fundamentalmente en el ámbito de los delitos dolosos, ya que es
en ellos donde se presenta el problema de delimitación entre
autores y participes. Para ser autor, en la generalidad de los
casos se requerirá esta característica: tener el dominio del
hecho; pero hay tipos penales que, además, exigen ciertas
calidades para ser autor, en tales casos tendrá que darse dicha
calidad, como ser 'funcionario', por ejemplo, o que en el sujeto
tenga que concurrir un especial elemento subjetivo diverso al
dolo (ánimo, propósito, etc.), en cuyo caso también debe darse.
En tratándose de los delitos cultosos no se plantea el problema
de delimitación, porque no interesa saber quién tiene el dominio
del hecho y quién no lo tiene; en los delitos culposos, de
acuerdo con esta postura, sólo hay autores o coautores. Autor en
un delito culposo, es aquel que produce un resultado típico
mediante la realización de una conducta violatoria de un deber
de cuidado.
La autoría, sobre todo en el sentido de la teoría final objetiva,
puede revestir diversas 'formas' a saber: la autoría directa, la
autoría mediata y la coautoría. Es decir, en la realización de la
conducta típica, ésta puede llevarse a cabo en forma personal y
directa por el sujeto que tiene en sus manos el curso del devenir
central del hecho; pero también puede suceder que éste la haga
valiéndose de alguien, que no comete injusto sino que actúa
como mero instrumento, o bien hacerla conjuntamente con otros
que también tienen el dominio del hecho, es decir, que también
son autores.
Respecto del 'autor directo', según lo anterior, no hay ya mayor
problema: es aquel que tiene el poder de dirección sobre la
configuración del hecho, y es a quien en principio se refieren las
reflexiones: 'al que', 'el que', 'a los que', 'a todo el que', etc.,
utilizadas en los diversos tipos penales de la parte especial del
Código Penal, ya que no hay injusto sin autor. El 'autor mediato'
es el que para la realización del injusto se vale de otra persona
que actúa como mero instrumento, ya sea porque actúa sin dolo,
atípicamente o justificadamente, o incluso inculpablemente. En
relación a los casos de inculpabilidad, la solución doctrinaria
varía para los efectos de determinar si hay autoría mediata o
instigación. El 'coautor' es aquel que, teniendo las calidades de
autor, posee el codominio del hecho; es decir, en la coautoría
cada uno de los que llevan a cabo el hecho típico conjuntamente
son 'autores'.

III. En el derecho penal mexicano, el «CP» se refiere al


problema de la concurrencia de personas en la realización de un
delito en el «a.» 13. En su «fr.» II se recoge el concepto de
autor al hablarse de 'los que realicen (el delito) por sí', mención
innecesaria según algunos, pues el autor está obviamente
aludido en cada tipo de la parte especial.
La jurisprudencia mexicanas así como la doctrina, es bastante
imprecisa a este respecto, lo que en mucho obedece a la
imprecisión u oscuridad de la ley.
Un avance legislativo muy considerable en esta materia, se
manifiesta en el Código Penal del Estado de Guanajuato (1977),
que en su «a.» 20 define lo que es autor en sentido estricto.
Algo semejante se muestra también en el Código Penal para el
Estado de Veracruz de 1980 («a.» 28) y en el nuevo Código
Fiscal de la Federación de 1982 («a.» 95).

AUTORIDAD
I. La palabra 'autoridad' (del latín auctoritas-atis: 'prestigio',
'garantía', 'ascendencia', 'potestad'; de auctor: 'hacedor', 'autor',
'creador'; a su vez de augeo, ere: 'realizar', conducir) significa
dentro del lenguaje ordinario: 'estima, ascendencia, influencia,
fuerza, o poder de algo o de alguno', 'prerrogativa', 'potestad',
'facultad'. Los usos jurídicos de 'autoridad' reflejan esa compleja
polivalencia.
La polisemia y la carga emotiva del vocablo 'autoridad'
proviene de su antecesor latino auctoritas, el cual pertenece al
patrimonio lingüístico de la Roma arcaica, impregnado de con
notaciones místicas y carismáticas que han pervivido hasta
nuestros días.

II. Auctoritas aparece tanto en el ius privatum, en el ius


publicum, como en el ius sacrum. La palabra auctoritas
presupone un atributo o cualidad especial de alguien (auctor) o
de un acto (rito, ceremonia o fórmula): sólo las acciones de
ciertas personas o la realización de los actos apropiados
producen los efectos que se les pretende atribuir.
Así se explica la autoridad de los colegios sacerdotales
(auctoritas augurum, auctoritas pontificum) era necesario
conocer la voluntad de los dioses antes de iniciar una actividad
del Estado. En este mismo sentido se entiende la sanción, voto o
aprobación del Senado (auctoritas patrum) sin cuya garantía
ciertos actos públicos no tenían efecto. Lo mismo puede decirse
de la auctoritas del pater familias o del tutor.
Con el correr del tiempo todas las magistraturas, colegios y
demás corporaciones (prefectos, ediles, pretores, jueces,
jurisconsultos, etc.) tenían su auctoritas, y llamamos así a la
fuerza u obligatoriedad de sus actos o resoluciones (p.e.
auctoritas rei iudicatae: autoridad de cosa juzgada).
En su conjunto la auctoritas atribuida a todas las magistraturas
expresa todas las potestades y funciones de la administración
romana, la cual, posteriormente, habría de desembocar en la
summa potestas hecha manifiesta en la autoridad del emperador
(auctoritas principis) llamado por ello augustus. La supremacía
imperial condujo a la soberana autoridad del Estado, a la
maiestas, que Bodino habría de llamar en la Baja Edad Media:
'soberanía'. De ahí, 'autoridad' se aplica, por extensión, a todo
aquello que es manifestación del poder del Estado.
III. Los juristas entienden por 'autoridad': la posesión de quien
se encuentra investido de facultades o funciones o la persona o
cosa que goza (o se le atribuye) 'fuerza, ascendencia u
obligatoriedad'. Por extensión la expresión se aplica para
designar a los individuos u órganos que participan del poder
público, nombrando así a los detentadores (legítimos) del poder.
De lo anterior se desprende que el significado persistente de
auctoritas expresa, primeramente, 'ascendencia, fuerza, vinculo';
en segundo lugar, manifiesta capacidad, atributo, potestad
función; por último, se refiere a los individuos o entidades
investidos de estas facultades o funciones. Estos tres
significados descriptivos (estrechamente relacionados entre sí)
reciben la carga ritual, mágica o ideológica que rodea los usos
de 'autoridad'.
El significado jurídico relevante de la noción de autoridad
presupone la idea de una investidura («i.e.» potestad, función).
La noción de autoridad jurídica gira, así, alrededor del concepto
de facultad la cual indica el poder o capacidad de un individuo
(o grupo) para modificar la situación jurídica existente. El
concepto jurídico de autoridad indica que alguien está facultado
jurídicamente para realizar un acto válido, presupone la
posesión de capacidad o potestad para modificar válidamente la
situación jurídica de los demás.
El orden jurídico otorga a los individuos investidos como
órganos del Estado, a los que se les denomina 'autoridades'
(obrigkeitliche Organe), la facultad de obligar (o permitir) a los
demás mediante actos de voluntad (Kelsen). X tiene autoridad
sobre Y, si, y sólo si, X puede hacer que Y haga o se abstenga
de hacer algo (esto es, sólo si X está facultado para cambiar la
situación jurídica de los demás). De esta forma, las relaciones
de autoridad no son sino relaciones de dominio, donde se
presenta la posibilidad de imponer la voluntad de uno a la
conducta de los demás. Pero sólo el dominio ejercido por los
órganos del Estado es un dominio en virtud de autoridad
(Weber). Un individuo (o grupo) tiene autoridad si su poder
descansa en el orden jurídico de la comunidad, si es la autoridad
legítima. Es de esta manera como se identifica autoridad (la
autoridad en una determinada comunidad) con la 'fuerza' o
'poder' del orden jurídico: el 'monopolio' legítimo del poder.
En esto último reside el criterio que subyace detrás de
expresiones como 'autoridad regular', 'autoridad constituida'
'autoridad legítima', etc.
En tanto institución social el derecho manifiesta su autoridad
en formas diversas. La autoridad del derecho es independiente,
última (su autoridad no proviene de ninguna otra autoridad). La
autoridad del derecho es exclusiva y excluyente. La autoridad
del derecho es primaria.
El derecho reclama autoridad para regular toda forma de
comportamiento; reclama autoridad para prohibir, permitir o
imponer condiciones a la actividad de otras instituciones
sociales (partidos políticos, iglesias, etc.). El derecho manifiesta
su autoridad proscribiendo o legitimando las actividades de las
demás instituciones sociales (Raz).

AVAL
I. (Del francés aval -à valoir, que debe valer y este del latín ad
vallem, abajo; ad valere, fortificar, reforzar.)
Genéricamente el aval es el acto jurídico y también el
documento en que éste consta y por el que se garantiza la
solvencia religiosa, política o económica de una persona
determinada.
Jurídicamente, consiste en la firma que se consigna en un
título para garantizar su pago total o parcial, en caso de no
realizarlo la persona principalmente obligada a ello («a.» 109
«LGTOC»).

II. Sin poder precisar el momento de su nacimiento, el uso de


esta institución se difundió ampliamente en las ferias
medievales; cuando tenían que liquidarse operaciones y el
acreedor desconfiaba del deudor, aquél exigía la firma de un
banquero o de persona reconocida, frecuentemente en un
segundo o tercer ejemplar, obligándose éste sin poder invocar
excepción alguna. La garantía en acto por separado se regia por
normas del derecho civil y permanecía la obligación de
solidaridad.

III. Al nacimiento de un título de crédito, el tomador sólo


cuenta con la responsabilidad del girador y en el caso de la letra
de cambio con la del aceptante, sin embargo, para evitar las
eventualidades que pueda sufrir el patrimonio de su o sus
deudores, suele exigir una garantía anticipada asegurando el
pago de su crédito. Así pues, en derecho cambiario es posible la
existencia de una garantía adicional, la del aval.
Podemos afirmar que la fianza es al derecho civil lo que el
aval es al derecho cambiario. Claro este último con su rigor
característico.
Así pues, el aval es una garantía típicamente cambiaria que por
el principio de la literalidad tiene que constar en el propio
documento. Es también, como dice Bolaffio, una garantía
objetiva porque se extingue un crédito cambiario objetivamente
considerado y no una particular obligación cambiaria («aa.» 110
y 11 «LGTOC»).
El aval expresa siempre una relación de garantía porque su
finalidad es precisamente garantizar el pago de la letra. El
avalista no se propone como el librador, asumir una obligación
de hacer pagar o de pagar por sí mismo la letra que crea, ni se
propone como aceptante asumir la deuda cambiaria, accediendo
a la invitación que se le hace para que acepte la letra. Al
contrario, el aval da por supuesta la existencia del título ya
creado y que nadie nos obliga a firmar y en el que intervenimos
espontáneamente para asegurar un buen fin (Garrigues).
Se trata de una garantía cambiaria formal, porque debe
ajustarse a las solemnidades legales; abstracta, porque
permanece ajena a la causa; objetiva, porque no garantiza al
avalado sino el pago de la letra a favor de su portador legítimo;
autónoma, porque subsiste independientemente de la obligación
garantizada, salvo que ésta se halle viciada formalmente;
limitada, porque a voluntad del avalista cubre parcial o
totalmente el importe de la obligación cambiaria (Cámara).
Constituye -añade este autor- un acto jurídico unilateral,
abstracto y completo de naturaleza cambiaria que obliga
autónoma, distinta y personalmente al avalista para el pago de
la obligación.
Estas premisas permiten entender con exactitud la naturaleza
jurídica del aval y diferenciarle de la fianza. Sin embargo, la
principal diferencia con la fianza es que en ésta se aplica el
principio de que -lo accesorio sigue la suerte de lo principal-,
mientras que en el aval -lo accesorio no sigue a lo principal-, es
decir, ambas obligaciones, la del avalista y la del avalado, son
principales, autónomas e independientes (Cervantes Ahumada).
Así pues, el aval es un negocio jurídico bilateral. Bilateral en
el sentido de que coinciden dos voluntades, avalista y tenedor,
pero unilateral por razón de la obligación que engendra y que
grava solamente al avalista.
1. Elementos personales. Avalista: quien otorga la garantía (un
tercero o alguno de los signatarios del título, «a.» 110,
«LGTOC») y avalado: por quien se presta la garantía (librador,
tomador, endosantes).
Se entiende que quien presta el aval debe ser capaz
cambiariamente y tener libre disposición de sus bienes («a.»
2802, «CC»).
2. Elementos reales. La existencia material de un título de
crédito y de una obligación cambiaria principal.
3. Elementos formales (forma y fórmula del aval). La firma del
avalista escrita en el título (ad solemnitatem) o en hoja que se le
adhiera, es suficiente. Sin embargo, es usual que se acompañe
de la expresión 'por aval' u otra equivalente («a.» 111,
«LGTOC»). Cuando el aval se consigna en documento por
separado, se convierte en una fianza ordinaria. Además, el
avalista indicará por quién y por cuánto otorga la garantía y
estará obligado con todos los acreedores del avalado; pero será
acreedor de éste. A falta de indicación por quién y por cuánto se
confiere el aval, se entiende concederse por el aceptante, en su
defecto por el girador y por el importe total del documento
(«aa.» 113 y 112, «LGTOC»). En el caso del pagaré, se
entenderá a favor del suscriptor («a.» 174, 2 pfo., «LGTOC»).
Puede avalarse un título incoado o incompleto, su validez está
sujeta a que se complete el documento o a la futura existencia
de la firma principal. El aval también opera para el cheque («a.»
196, «LGTOC»).
4. Clases de aval:
A. Por la persona avalada
a. Aval del aceptante
b. Aval del librador
c. Aval del endosante
B. Por la amplitud de la garantía
a. Limitado
• en cuanto al tiempo
• en cuanto a la persona determinada («a.» 113 «LGTOC»).
• en cuanto a la cantidad («a.» 112 LGTOC).
b. Ilimitado
cuando el avalista responde en los mismos términos que el
avalado.
5. Características:
A. Accesoriedad. Presupone la existencia formal de la
obligación. El aval garantiza precisamente a ésta. En este
sentido autonomía y accesoriedad se complementan.
B. Solidaridad. La obligación del avalista es solidaria con la de
aquel cuya firma garantiza y 'su obligación es válida aun cuando
la obligación garantizada sea nula, por cualquier causa que no
sea la de vicio de forma' («a.» 114, LGTOC). Una vez
acreditado el incumplimiento del deudor principal, la obligación
ya es solidaria, de modo tal que formalizado el protesto se
puede perseguir ya al avalista, sin que operen los beneficios de
orden y excusión que el derecho común otorga al fiador («a.»
2814, «CC»).
C. Unilateralidad. Ya que el único obligado es el avalista, sin
que se descarten los derechos subrogatorios.
D. Reintegrabilidad. Posibilidad de que el avalista recobre del
avalado el crédito que ya pagó.
6. Aplicación de normas. Por ser una obligación de garantía, se
aplican al aval, las disposiciones generales del Código Civil
relativas a la fianza, siempre que no contradigan la naturaleza
de la obligación cambiaria.
Así, el aval no puede concederse por una suma mayor a la
debida por el avalado y en caso de que así suceda, sólo es válida
hasta el monto de lo debido (a. 2799, «CC»). El aval puede
prestarse sin que el avalado lo solicite o tenga conocimiento de
su existencia («aa.» 2828 y 2832, «CC»); el aval no puede
extenderse más allá de los límites en los que fue prestado; el
aval comprende las cuestiones accesorias del adeudo: intereses
y demás aspectos considerados por la ley (a. 2829, «CC»).
En ese orden de ideas, el avalista puede accionar contra su
avalado utilizando la acción subrogatoria que le concede la ley
común (a. 2830, «CC»). No debemos olvidar la disposición
relativa a que el aval queda liberado, cuando por causa del
acreedor (portador del título) no puede realizarse en su favor la
subrogación de los derechos y garantías que asisten al crédito
cambiario (a. 2821 «CC»).
7. Efectos del aval:
A. Relaciones entre avalista y tenedor. Como ya
mencionamos, el avalista al quedar obligado solidariamente con
aquel cuya firma ha garantizado, asume una obligación
cambiaria directa frente a cualquier tenedor legítimo y, por lo
tanto, el tenedor puede proceder indistinta y simultáneamente
contra el avalista y el avalado.
En cuanto a la excepciones que puede oponer el avalista al
tenedor, dice el «a.» 116 LGTOC, que la acción contra el
avalista se sujetará a los mismos términos y condiciones a que
lo está la acción contra el avalado. Ello obviamente significa
que el avalista no puede oponer las excepciones que el avalado
pudiera oponer al ejecutante cambiario, sino tan sólo las que
enumera el «a.» 8 LGTOC.
Así pues, si el avalado es el aceptante, el tenedor no necesita
levantar el protesto para exigir el pago del avalista, puesto que
no lo levantó para obtener el pago del aceptante. Por el
contrario, si el avalado es el girador u otro obligado indirecto, el
tenedor, si no levanta el protesto (a. 139, LGTOC), pierde su
acción contra el avalista; ya que si el avalista pagara, no se
reembolsaría de lo pagado, pues el avalado y sus garantes se
negarían a pagar por haber caducado la acción de regreso (a.
160 «fr.» II, LGTOC). Sencillamente si el tenedor del título no
tiene acción contra el avalado, no la tiene tampoco contra el
avalista.
La acción cambiaria contra el avalista puede ejercitarse
durante todo el tiempo que la ley permite, antes de declarar su
prescripción. Sin olvidar que la misma ley prevé los plazos de
caducidad.
B. Relaciones entre avalista y los demás obligados. El «a.»
115 LGTOC establece que el avalista que paga el título
adquiere los derechos inherentes a ello, contra el avalado y
contra aquellos que están obligados cambiariamente con este
último.
Ello significa que el avalista al pagar la letra, se convierte en
titular de la misma y puede por ello accionar en contra del
avalado y en contra de los obligados anteriores para con éste, no
los posteriores que se opondrían contraponiéndole su propia
responsabilidad. El avalista del aceptante sólo contra éste puede
repetir lo pagado.
Si existen varios avalistas, las relaciones entre ellos se rigen
por el tipo de obligaciones que asuman. La relación de un
avalista con otro avalista es la misma que existe entre avalista y
avalado, sin que el avalista-avalado pueda accionar contra su
avalista, en el caso de que pagará, ya que este último sólo
garantizó el pago por aquél y por los obligados anteriores
(Rodríguez y Rodríguez).
Habiendo coavalistas, cualquiera de ellos está obligado al pago
sin que exista entre los mismos un derecho regresivo cambiario
(a. 159, LGTOC), aunque sí una acción de regreso civil (a.
1999, «CC»).

IV. En derecho bancario. Tratándose de una apertura de crédito


-de firma-, el «a.» 297 LGTOC prevé la posibilidad de que el
acreditante contraiga una obligación por cuenta del acreditado,
al firmar un título de crédito como aval.

AVERIGUACIÓN
I. Acción y efecto de averiguar (del latín ad, a, y verificare: de
verum, verdadero y facere, hacer). Indagar la verdad hasta
conseguir descubrirla.
El vocablo es utilizado, en su forma más general y ordinaria,
en referencia a la esfera procesal penal.
El «a.» 1 del «CFPP», al establecer los distintos periodos del
procedimiento penal, señala en su «fr.» I el de la averiguación
previa, que comprende las diligencias necesarias para que el
Ministerio Público pueda determinarse en orden al ejercicio de
la acción penal.
Esta etapa de averiguación previa también recibe la
denominación de preliminar, las actuaciones son realizadas, en
sede administrativa, por el Ministerio Público.
La fase de averiguación comprende desde la denuncia o la
querella (que pone en marcha la investigación) hasta el ejercicio
de la acción penal, con la consignación, o -en su caso- el
acuerdo de archivo con la conclusión de la averiguación, o la
determinación de reserva, que solamente suspende la
averiguación.
La averiguación tiene por objeto que el Ministerio Público
practique todas las diligencias necesarias para acreditar el
cuerpo del delito y la presunta responsabilidad del diligenciado,
en definitiva se trata de una preparación para el ejercicio de la
acción penal.
La averiguación comporta, por consiguiente, todas las
actuaciones necesarias para el descubrimiento de la verdad
material, de la verdad histórica.

AXIOLOGÍA JURÍDICA
I. La palabra axiología (del griego áElos, valor y noyos, razón),
se ha introducido en la filosofía de este siglo para designar la
teoría de los valores.
II. La axiología comprende por una parte el conjunto de
ciencias normativas y por otra la crítica de la noción de valor en
general. Nació como una consecuencia de la separación
kantiana entre el mundo del ser y él mundo del deber ser, de
acuerdo con la cual la filosofía se divide en dos grandes partes:
la ontología (estudio del ser) y la axiología (estudio del deber
ser o del valor).

III. La teoría de los valores cuenta con dos posturas


fundamentales: la subjetiva que entiende al valor como la
cualidad que reviste una cosa al ser más o menos apreciada
(como valor de uso, o valor de cambio); y la objetiva, que
entiende al valor como el carácter que tiene una cosa por el que
satisface cierto fin. Entre los autores que siguen la primera
postura cabe destacar a W. Dilthey, B. Russel, G. Simmel, R.B.
Rerry; entre los autores objetivistas destacan: H. Rickert, M.
Scheler y N. Hartmann.
Últimamente se ha dado la tendencia de considerar la
axiología como una profundización de la ontología, para lo cual
se concibe el valor en relación con el concepto tradicional
(tomista) del bien. Se dice entonces que el bien es el ente
concreto, el soporte del valor, y que el valor es la bondad o
valiosidad, lo que hace que el ente sea bueno.

IV. La axiología jurídica también llamada estimativa jurídica,


no es más que la teoría de los valores aplicada al estudio de los
fines (o valores) propios del derecho, o sea la justicia, el bien
común y la seguridad jurídica.

V. Entre los filósofos del derecho mexicanos se ha recibido la


axiología jurídica con algunas discrepancias. García Máynez,
siguiendo la postura neokantiana, divide la filosofía en
ontología y axiología e incluye la filosofía del derecho como
una parte de esta última. La axiología jurídica la concibe como
una rama de la filosofía del derecho encargada 'de descubrir los
valores propios del Derecho' (Introducción, p. 115). Los valores
jurídicos son algo ajeno a la noción del derecho (cuya
determinación se deja a la 'Teoría Fundamental del Derecho'),
pero constituyen también fines 'a cuya realización debe aspirar
el orden jurídico positivo'.
Recaséns acepta una mayor incidencia de los valores en lo
jurídico, aunque sin llegar a afirmar que éstos forman parte de
la esencia del derecho. Dice que 'no cabe entender el sentido de
lo jurídico sí prescindimos de la referencia a ideales de justicia'
y que si se eliminará la referencia a los criterios estimativos del
derecho 'el mismo derecho positivo nos aparecería como
imposible', 'se habría evaporado su esencia jurídica, es decir lo
que el derecho tiene de derecho'. No obstante, afirma: 'la
definición del derecho no alberga dentro de sí los supremos
valores jurídicos' únicamente 'los mienta, se refiere a ellos
intencionalmente' (Filosofía, «pp.» 380 y 381). En cuanto a la
esencia del valor, Recaséns sigue la idea de M. Scheler de que
los valores son 'ideas a priori objetivas' (Filosofía, p. 461).
Preciado Hernández rechaza la separación tajante entre el ser y
el deber ser, por lo que rechaza también la axiología jurídica
como una parte de la filosofía del derecho que estudia los
valores jurídicos sin conexión con el ser del derecho
(Lecciones, «pp.» 38 y 39). Para él, los valores son 'entes de
razón, objetos ideales desde el punto de vista de su forma, pero
tienen su fundamento en la realidad, expresan y postulan un
orden ontológico'.
De conformidad con esto, concibe los valores jurídicos como
parte de la esencia del derecho, y propone esta definición del
mismo, 'el derecho es la ordenación positiva y justa de la acción
al bien común' ibidem, «pp.» 266 y 268).

BALANCE
I. Operación contable periódica, por la que se determinan y
resumen en forma ordenada, los saldos de todas las cuentas para
establecer el activo, el pasivo y el capital de una empresa, así
como las ganancias y pérdidas producidas en ese periodo.
La historia de un negocio, desde su nacimiento hasta su
liquidación, se inserta en el documento que, en términos
jurídicos se denomina 'sistema financiero', que corresponde a lo
que en nomenclatura contable, se designa como 'balance'.

II. La «LGSM» en sus «aa.» 172 al 177, previene la obligación


de las sociedades anónimas bajo la responsabilidad de los
administradores y comisarios, de presentar a la asamblea de
accionistas, anualmente, un informe que incluya, entre otros
conceptos, la declaración y explicación de las principales
políticas y criterios contables y de información seguidos en la
preparación de la información financiera, un estado que muestre
la situación financiera de la sociedad a la fecha de cierre del
ejercicio; un estado que muestre los cambios en la situación
financiera durante el ejercicio; un estado que muestre los
cambios en las partidas que integran el patrimonio social,
acaecidos durante el ejercicio y las notas que sean necesarias
para completar o aclarar la información que suministren los
estados anteriores.
A la información anterior se agregará el informe de los
comisarios, respecto a la veracidad, suficiencia y razonabilidad
de la presentada por el consejo de administración («a.» 166
«fr.» IV).

III. La falta de presentación oportuna del informe, será motivo


para que la asamblea general de accionistas acuerde la remoción
del administrador o de los comisarios, sin perjuicio de que se les
exijan las responsabilidades en que respectivamente hubieran
incurrido.

IV. Toca a la asamblea ordinaria de accionistas, la obligación de


discutir, aprobar y modificar el balance («a.» 181 LGSM),
mismo que debe practicarse dentro de los tres meses contados
desde la conclusión del ejercicio (ibid 173). La aprobación de la
operación contable, causa diversas consecuencias, a saber: a) la
distribución de utilidades entre los socios, ya que la ley
previene que la misma sólo podrá realizarse después de que
hayan sido debidamente aprobados los estados financieros que
las arrojen («a.» 19 ibid); b) la formación del fondo de reserva
(«a.» 20 ibid); c) el ejercicio de las acciones personales que,
contra los socios, pretendan incoar sus acreedores particulares,
toda vez que la propia ley establece que éstos no podrán hacer
efectivos sus derechos, sino sobre las utilidades que
correspondan a su deudor, según los correspondientes estados
financieros («a.» 23 ibid).

V. Quince días después de la fecha en que la asamblea general


de accionistas haya aprobado dicho informe, deberá mandarse
publicar en el periódico oficial de la entidad en donde tenga su
domicilio la sociedad, o, si se trata de sociedades que tengan
oficinas o dependencias en varias entidades, en el «DO» de la
Federación. Se depositará copia autorizada del mismo en el
Registro Público de Comercio. Si se hubiere formulado en
término alguna oposición contra la aprobación del balance, se
hará la publicación y depósito con la anotación relativa al
nombre de los opositores y el número de acciones que
representen (v. «aa.» 196, 197, 201 a 205 LGSM).

VI. El «CCo», en sus «aa.» del 33 al 46, hace referencia a la


obligación de los comerciantes de llevar la contabilidad
mercantil, i. e., una lista de sus activos y pasivos que, por
definición deben siempre estar en equilibrio, o sea tener totales
idénticos.

VII. En diversas leyes bancarias (v. LIF, LIC, Estatutos del


Banco de México, así como la LIR) se previenen las
formalidades que han de revestir los estados financieros de las
instituciones bancarias, de seguros, afianzadoras, arrendadoras
financieras, fiduciarias, etc., así como los periodos en que han
de practicarse, p. e., remitimos a los «aa.» del 41 al 49 de los
Estatutos del Banco de México; «aa.» 61, 64, 65 y passim de la
LIF; «a.» 58 «fr.» I de la LIR.

VIII. En la nomenclatura contable, se encuentran las siguientes


definiciones:
1. Balance general: el estado demostrativo de la situación
financiera de una empresa, a una fecha determinada, preparado
de acuerdo con la contabilidad y documentación respectiva, que
incluye al activo, al pasivo y al capital contable.
En el 'sistema continental', llamado así por haberse usado
primeramente en el continente europeo, el activo se presenta en
el lado izquierdo del balance, mientras el pasivo y el capital
contable se hacen aparecer en el lado derecho. En el sistema
inglés se invierte esta colocación.
2. Balance general comparativo: estado financiero en el que se
comparan los diferentes elementos que lo integran, en relación
con uno o más periodos, con el objeto de mostrar los cambios
en la posición financiera de una empresa en relación con los
periodos comparados y facilitar el estudio de tales cambios.
3. Balance general condensado o concentrado: el que se
prepara incluyendo ciertos renglones de carácter análogo, en
uno solo.
4. Balance general consolidado: aquel en que se combinan los
datos correspondientes a los balances generales particulares de
una campaña matriz y de sus empresas filiales, después de
eliminar los saldos intercompañías de las empresas afiliadas.
Este tipo de balance se prepara con objeto de mostrar clara y
correctamente la situación financiera del grupo de empresas
afiliadas, considerado como una unidad económica.
5. Balance general dando efecto a ciertas operaciones: se usa
para describir un balance general basado en cuentas ya
existentes y en el que se da efecto retroactivo a ciertos actos o
contratos, ya sea que estén consumados después de la fecha del
balance ordinario o que estén por llevarse a cabo en virtud de
convenios o resoluciones formales, como en el caso de
reorganizaciones financieras, fusiones de sociedades, emisiones
de obligaciones, etc.
En esta clase de balances, el contador público puede expedir
un dictamen siempre que los convenios o contratos hayan sido
firmados por personas o compañías capaces de llevarlos a cabo,
que no medie entre la fecha del balance y la de la operación un
plazo demasiado largo, que el contador se cerciore o investigue
acerca de si no ha habido ninguna operación o acontecimiento
que, en el intervalo, haya afectado adversamente la situación
financiera de la empresa, que el carácter del balance y de la
operación se haga constar expresamente en el encabezado y que
en el informe o certificado se establezca claramente el propósito
del balance formulado.
El contador debe evitar dictaminar un balance en el que se
tomen en consideración operaciones en perspectiva, sobre las
cuales no existe un convenio formal a la fecha de expedición
del dictamen correspondiente, salvo en el caso de que se trate de
presentar la aplicación de los productos que se obtengan
mediante nueva 'financiación' del negocio y que tal aplicación
se muestre de modo claro y completo en el balance, en el
informe o en el dictamen y siempre que el contador esté
convencido de que los fondos pueden ser obtenidos y aplicados
en la forma correspondiente.
También se puede presentar y dictaminar un balance de esta
naturaleza, cuando se formule para dar efectos o tomar en
consideración las aplicaciones de resultados aprobados por una
asamblea de accionistas, celebrada con posterioridad a la fecha
del balance anual.
6. Balance general de un fondo: el balance general que
contiene el activo, el pasivo y el importe neto de un fondo
especial p. e.: de un fondo de amortización, de un fondo para
auxilios, de un fideicomiso, de un fondo de beneficencia, etc.
7. Balance general en forma de cuenta: aquel en que se
presenta de un lado el activo y del otro el pasivo y el capital
contable.8. Balance general en forma de reporte: aquel en el que
primeramente se presenta al activo, abajo al pasivo, cuya suma
se resta del importe del primero, quedando como diferencia el
capital contable.
9. Balance general estimativo: es un balance general preparado
con datos incompletos y que usualmente comprende datos
aproximados, sujetos a rectificación.
10. Balance general no dictaminado: el balance general en el
que no consta o al que no se acompaña, el dictamen de un
contador público.
11. Balance general pro-forma: esta locución se refiere más
bien a la forma que a las cifras del balance general. Significa un
balance sujeto a revisión, modificación o ampliación, antes de
ser aprobado definitivamente para ser presentado como un
documento oficial. Usualmente está basado en datos correctos y
completos y en esto se distingue de un 'balance general
estimativo', que invariablemente se formula con datos
incompletos o aproximados.
12. Balance general tentativo: el estado preparado en la forma
de un balance general, pero sin que sus datos hayan sido
tomados precisamente de los libros de contabilidad y el cual
tiene por objeto mostrar la condición resultante, si se tomarán
en consideración algunas suposiciones. El significado es un
tanto vago, pero en general indica que el auditor no asume
ninguna responsabilidad y que tal balance no puede ser
considerado más que como una simple presunción.

IX. El concepto de balance estimamos que también debe


estudiarse desde diversos aspectos que son: el contable, el
jurídico y el económico, podemos ensayar su definición acorde
con las ideas que a continuación se expresan:
La técnica contable moderna llama al balance estado de
situación financiera y al estado de pérdidas y ganancias, estado
de resultados; sin embargo, como la legislación les llama con un
nombre tradicional, así lo usaremos
Las reformas a la «LGSM» «aa.» 172 al 177, publicadas en el
«DO» de 23 de enero de 1981 se refieren ya no al balance de las
sociedades anónimas sino a la información financiera y cambian
un poco los conceptos de estados financieros.
Los administradores no presentarán a la asamblea ordinaria de
accionistas un balance, sino una información que incluya lo
siguiente:
'A) Un informe de los administradores sobre la marcha de la
sociedad en el ejercicio, así como sobre las políticas seguidas
por los administradores y, en su caso, sobre los principales
proyectos existentes.
B) Un informe en que se declaren y expliquen las principales
políticas y criterios contables y de información seguidos en la
preparación de la información financiera.
C) Un estado que muestre la situación financiera de la
sociedad a la fecha de cierre del ejercicio.
D) Un estado que muestre, debidamente explicados y
clasificados, los resultados de la sociedad durante el ejercicio.
E) Un estado que muestre los cambios en la situación
financiera durante el ejercicio.
F) Un estado que muestre los cambios en las partidas que
integran el patrimonio social, acaecidos durante el ejercicio.
G) Las notas que sean necesarias para completar o aclarar la
información que suministren los estados anteriores.
A la información anterior se agregará el informe de los
comisarios a que se refiere la fracción IV del artículo 166.' («a.»
172 LGSM).
Además el «a.» 177 habla de estados financieros anexos al
informe financiero y, por otra parte, el «a.» tercero transitorio
del decreto de reformas dice que a partir de la vigencia de dicho
decreto, todas las expresiones de las leyes mercantiles en que se
hable del balance general o cualquier otra expresión equivalente
como documento de información financiera, se entenderán en el
sentido de que dichas expresiones incluyen los estados y notas
determinadas en los incisos c) a g) del «a.» 172 reformado de la
«LGSM»; sin embargo, resulta que hay leyes mercantiles
especiales y posteriores a la de sociedades mercantiles que
continúan hablando de balance, por lo cual es conveniente a
futuro, hablar de los estados financieros de las instituciones de
crédito y organizaciones auxiliares.

BALANZA DE PAGOS
I. La balanza de pagos es el documento de cuenta de un país
dado, que proporciona el cuadro del conjunto de operaciones o
transacciones económicas que han sido realizadas entre
residentes de dicho país y del extranjero, durante un periodo
determinado (un trimestre, un año), y por lo tanto las relaciones
entre los pagos que salen del país y los que entran en él. Se trata
de una contabilidad de transacciones, cuya forma de
presentación ha variado durante siglos. La contabilidad del
comercio exterior se desarrolla en los siglos XVI y XVII, sobre
todo por influencia de los mercantilistas que dan gran
importancia a la balanza comercial. Concebida primero como
simple cuenta de caja, donde aparecen los pagos e ingresos en
oro y divisas, efectuados por el banco encargado de asegurar la
convertibilidad de la moneda, este documento se ha modificado
en profundidad a fin de adaptarse a las necesidades del análisis
económico.

II. La balanza general de pagos suele subdividirse en una serie


de balanzas parciales:
1. La balanza comercial establece las relaciones entre las
importaciones de mercancías destinadas a un país dado, y las
exportaciones de mercancías provenientes del mismo, con
exclusión de las que se hallan en tránsito o sujetas a
reexportación. Se la establece tradicionalmente a partir de las
estadísticas aduaneras.
2. La balanza de servicios describe los intercambios de
servicios correspondientes al turismo, a los transportes,
especialmente el marítimo y el aéreo, ligados al comercio
exterior, y los gastos accesorios, como seguros, mantenimiento,
ocasionados por la circulación de mercancías.
3. La balanza de ingreso de inversiones describe el activo de
capitales nacionales invertidos en el extranjero, y el pasivo de
ingresos pagados al exterior por inversiones realizadas en el
país. Ella puede incluir sólo inversiones de cartera, o también
ingresos provenientes de inversiones directas. Los movimientos
de capitales pueden desagregarse según la naturaleza de los
fondos, o según la calidad de los tenedores.
4. La balanza de pagos de transferencia o de donaciones y
otras transacciones unilaterales, ya sea del sector público o del
sector privado.
Estas cuatro balanzas constituyen en conjunto la balanza de
operaciones corrientes. El pago del saldo resultante es
asegurado por el conjunto de movimientos de capitales y de oro
monetario, registrado por:
5. La balanza de operaciones en capital. Ésta registra las
transacciones representando cambios en la situación acreedora-
deudora del país en cuestión, los movimientos de activos y
pasivos y de oro monetario. Estos movimientos son
reagrupables de diversos modos, que tienen en cuenta: el objeto,
la duración, el régimen.

III. La balanza de pagos es forma de registro de un contenido


regulado por el régimen jurídico de México en diferentes
aspectos y niveles, en especial los referentes a comercio
exterior, inversiones extranjeras, moneda y crédito.
BANCA
I. (Del germánico Bank = banco.) Según el Diccionario de la
Lengua Española, es el comercio que principalmente consiste
en operaciones de giro, cambio y descuentos, en abrir créditos y
llevar cuentas corrientes y en comprar y vender efectos
públicos, especialmente en comisión.

II. Antecedentes históricos de la banca se encuentran en Egipto,


Babilonia, Grecia, Roma, Bizancio, la Europa Medieval.
Precursores más inmediatos son la Banca de Venecia (1171), la
de Amsterdam (1609), la de Inglaterra (1694), y otras
instituciones en rápido desarrollo durante los siglos XVIII y
XIX, en concordancia con la rápida expansión de la industria, el
comercio y el intervencionismo estatal, y bajo formas
distintivas según las características específicas de la economía,
la sociedad y el régimen político de los diferentes países.

III. Se trata de la actividad económica referida primordialmente


a operaciones con dinero e instrumentos de crédito. Esta
actividad se organiza y cumple bajo forma del tipo de empresa
que hace su profesión habitual de la recepción de dinero del
público, bajo las modalidades de depósitos aceptados u otras,
sujetos al retiro o transferencia por cheques; fondos que aquélla
emplea por su cuenta en operaciones de descuento, en
operaciones de crédito, o en operaciones financieras. La banca
conjuga así esencialmente dos tipos de operaciones cuya
ligazón caracteriza su actividad: la gestión de los fondos
depositados y el otorgamiento de créditos. Esta actividad
implica además la posibilidad para la banca, por una parte, de
creación de moneda documental a través de los créditos
otorgados que a su vez generan nuevos depósitos; y por la otra,
el recurso a diversos medios de otorgamiento de crédito
(creación de moneda, transformación de depósitos a la vista o
de ahorro liquido).
La categoría banca se desagrega así, en la realidad y en la
diversidad de países, según una amplia variedad de tipos y
funciones primordiales: comercial (préstamos, inversiones,
depósitos, ahorros); de fomento (construcción, vivienda,
hipotecas); de seguros; financiera, industrial; agropecuaria,
nacional, internacional.
La intensificación y estrechamiento de las relaciones
económicas internacionales, y los problemas que en tales
niveles se plantean en cuanto a operaciones de crédito, de
inversiones y de transacciones monetarias entre países y
regiones y a escala global, han multiplicado el número e
importancia de las instituciones de banca internacional: Banco
Internacional de Reconstrucción y Fomento o Banco Mundial;
Banco Internacional de Cooperación Económica y Banco
Internacional de Inversiones (instituciones del Consejo de
Ayuda Económica Mutua o COMECON); Banco
Interamericano de Desarrollo; Banco Europeo de Inversiones
(Comunidad Económica Europea), etc.

BANCO
I. (Del germánico Bank, asiento; por referencia al que en las
ferias medievales ocupaban los cambistas.)
Noticia histórica. Aunque se dice que a mediados de la etapa
colonial operaron en la Nueva España varios bancos privados, y
que bajo el reinado de Carlos III se creó, como entidad pública,
el Banco de Avío de Minas, información fidedigna permite
afirmar que el 2 de junio de 1774 se autorizó la creación del
Monte de Piedad de Ánimas, y que el mismo monarca expidió
la Real Orden del 19 de julio de 1782, en la que se ordenaba el
cumplimiento, en lo conducente, de la Cédula Real por la que se
acababa de constituir el Banco de San Carlos, germen del actual
Banco de España.
Correspondió al ya citado Monte de Piedad efectuar la primera
emisión autóctona de billetes.
A partir de la proclamación de la independencia se
proyectaron y funcionaron numerosos bancos, que corrieron
suerte muy desigual; los más importantes fueron el Banco de
Avío, creado por un decreto del Congreso fechado el 16 de
octubre de 1830, y el Banco Nacional de Amortización, que se
conoció como Banco del Cobre, creado por ley de 17 de enero
de 1837 con el principal propósito de amortizar los numerosos
tipos de moneda de ese metal, que sin control alguno circulaba.
El más antiguo de los bancos actuales, Banca Serfín, data de
1864, año en el que se estableció en el país, como sucursal del
Banco de Londres, México y Sudamérica.
Al estallar el movimiento armado de 1910 operaban en el país
veintinueve bancos, de los cuales veinticuatro eran emisores,
que fueron disueltos y liquidados, ante el inminente
establecimiento del banco único de emisión previsto por el «a.»
73, «fr.» X, de la reciente C. Tras de varios titubeos, por ley de
25 de agosto de 1925 se creó el actual Banco de México, con un
capital de cien millones de pesos, oro, y con cinco fines
principales: 1) emitir billetes; 2) regular la circulación
monetaria, los cambios sobre el exterior y la tasa del interés; 3)
redescontar documentos mercantiles; 4) encargarse del servicio
de Tesorería del Gobierno Federal; 5) efectuar operaciones de
depósito y de descuento.
II. Evolución legislativa. La primera ley bancaria mexicana fue
la Ley General de Instituciones de Crédito, de 1897, que sólo
atribuía tal carácter a los bancos de emisión, hipotecarios y
refaccionarios. Corta vida tuvieron las posteriores Ley General
de Instituciones de Crédito y Establecimientos Bancarios, de 24
de diciembre de 1924, así como la de igual nombre de 1926, y
la Ley General de Instituciones de Crédito, de 1932; la ulterior
LIC, de 1941, con numerosas y profundas reformas, mantuvo
vigencia hasta el 31 de diciembre de 1982, pues, a raíz de la
expropiación de las acciones bancarias, decretadas el 1 de
septiembre de 1982, y particularmente con motivo de la
posterior estatización de los servicios bancarios, el día 1 de
enero de 1983 entró en vigor la «LRSPB», que a su vez fue
abrogada por la vigente, del mismo nombre, que se publicó en
el «DO» del 14 de enero de 1985 y al día siguiente cobró
efectos de ley positiva.

III. Régimen legal. Aunque la «LRSPB» emplea, aparentemente


con acepciones diversas, los vocablos banca y crédito, no
establece distinción conceptual entre ambos, y así dispone que
'el servicio público de banca y crédito será prestado
exclusivamente por instituciones de crédito constituidas con el
carácter de sociedades nacionales de crédito, ...' («a.» 2, así
como que dichas sociedades nacionales de crédito son
instituciones de derecho público, con personalidad jurídica y
patrimonio propios...' y que serán creadas por decreto del
Ejecutivo Federal («a.» 9). Aunque se establecen dos tipos de
ellas, instituciones de banca múltiple e instituciones de banca de
desarrollo, tanto unas como otras pueden realizar toda la gama
de operaciones de la banca tradicional («a.» 30), pero las de
banca de desarrollo realizarán, además, 'las operaciones
necesarias para la adecuada atención del correspondiente sector
de la economía nacional y el cumplimiento de las funciones y
objetivos que les sean propios, conforme a las modalidades y
excepciones que respecto a las previstas en éste u otros artículos
les determinen sus leyes orgánicas' («a.» 31); cabe tener
presente que también se han expedido dichas leyes orgánicas.
Las relaciones entre los bancos y sus empleados se rigen por la
Ley Reglamentaria de la «fr.» XIII-bis del Apartado B) del «a.»
123 de la C (DO 30 de diciembre de 1983), así como por las
Condiciones Generales de Trabajo que se han aprobado por los
Consejos Directivos de las empresas de que se trata.

IV. Régimen corporativo. El ejercicio de la banca y del crédito


sólo puede llevarse a efecto, en México, por las citadas
sociedades nacionales de crédito, que 'son instituciones de
derecho público, con personalidad jurídica y patrimonio
propios. Tendrán duración indefinida y domicilio en territorio
nacional. Serán creadas por decreto del Ejecutivo Federal...'
(«aa.» 2 y 9 «LRSPB»). Empero, la Secretaría de Hacienda y
Crédito Público puede autorizar, previa opinión del Banco de
México y de la Comisión Nacional Bancaria y de Seguros, el
establecimiento de oficinas de representación de entidades
financieras extranjeras, las que no pueden realizar actividades
que impliquen el ejercicio de la banca y del crédito («a.» 7).
En el capital de las sociedades nacionales de crédito no pueden
participar personas físicas o morales extranjeras ni sociedades
mexicanas en cuyos estatutos no figure la cláusula de exclusión
directa e indirecta de extranjeros. El capital social está
representado por certificados de participación patrimonial, que
tienen el carácter de títulos de crédito y que son de dos series: la
serie A, que representa el 66% del capital y que sólo puede ser
suscrita por el Gobierno Federal; la serie B, que representa el
34% restante y que, con las salvedades apuntadas, es de libre
suscripción y circulación; en principio, ninguna persona puede
suscribir más del 1% del capital en lo que se refiere a los
certificados de la serie B, excepto entidades de la
administración pública federal y gobiernos de las entidades
federativas o de los municipios, según reglas de carácter general
que debe expedir la Secretaría de Hacienda y Crédito Público
(«aa.» 11, 14 y 15). El capital mínimo será establecido por
dicha Secretaría, y debe estar íntegramente pagado («a.» 16).
La administración de estas sociedades está encomendada a un
consejo directivo y a un director general, el primero de ellos
integrado por un mínimo de nueve y un máximo de quince
consejeros propietarios, por cada uno de los cuales debe de
asignarse un suplente.
El órgano de vigilancia está formado por dos comisarios uno
de ellos nombrado por la Secretaría de la Contraloría General de
la Federación, y el otro por los consejeros de la serie B. Existe,
además, una Comisión Consultiva formada por los tenedores de
estos últimos certificados, en cuanto no correspondan al
Gobierno federal, que sólo tiene facultades de examen y
opinión.

V. Régimen de control y vigilancia. Aunque corresponde al


Ejecutivo Federal, a través de la multicitada Secretaría de
Hacienda, interpretar la «LRSPB» para efectos administrativos,
la inspección y vigilancia de estas sociedades se atribuye a la
Comisión Nacional Bancaria y de Seguros («aa.» 8 y 97).
En ejercicio de sus facultades, la SHCP ha dictado, en los
últimos años, importantes disposiciones en materia de crédito
bancario, entre ellas las Reglas Generales sobre el importe
máximo de las responsabilidades directas y contingentes a cargo
de una misma persona, entidad o grupo de personas y a favor de
bancos múltiples (DO 5 de marzo de 1984), y las Reglas para el
funcionamiento y operación de las tarjetas de crédito bancario
(DO 19 de agosto de 1981).
Por otra parte, al Banco de México asisten importantes
funciones en cuanto regulador de los cambios sobre el exterior
(«a.» 2 «fr.» I de la Ley Orgánica del Banco de México), banco
de reserva y acreditante de las demás instituciones bancarias (fr.
II), etc.

BANCO DE MÉXICO

I. Es el banco central del país, detenta el monopolio de la


emisión de moneda y tiene importantes funciones de regulación
monetaria y crediticia, y, en general, de apoyo y fomento del
desarrollo del sistema financiero nacional.

II. La creación del banco único de emisión de billetes, se


encuentra prevista en el texto original del «a.» 28 de la C. de
1917. Esta idea se justifica a partir de los inconvenientes que
representó el sistema bancario nacional del siglo XIX, que se
caracterizó por conceder a un gran número de bancos la facultad
de emitir sus propios billetes.
A pesar de que la disposición constitucional que ordenaba la
creación de éste banco data de 1917, esto no pudo ser posible
sino hasta el 1 de septiembre de 1925. Dificultades de orden
político y financiero aplazaron la creación de este banco, la que,
por lo demás fue objeto de prolongados debates y numerosos
proyectos.
La C. de 1917 preveía, el monopolio de la emisión de billetes,
en favor de un solo banco que controlará el Gobierno Federal.
Esta disposición posibilitaba que dicha institución pudiera ser
privada, pública con participación privada o solamente pública.
La primera ley del Banco de México optó por crear un banco,
bajo la forma de sociedad anónima, con capital
mayoritariamente estatal, pero con participación privada.
El capital social era de cien millones de pesos oro y estaba
representado por dos series de acciones: La serie A, que 'tendrá
en todo tiempo, por lo menos, el 51% del capital social, deberá
ser siempre íntegramente pagada, sólo podrá ser suscrita por el
Gobierno de la República, será intransmisible y en ningún caso
podrán cambiarse su naturaleza ni los derechos que en esta ley
se le confieren'; por su parte, la serie B podía ser suscrita por el
propio Gobierno Federal, o por particulares.
La ley de septiembre de 1925, fijaba como parte del objeto
social del banco, los de: a) emitir billetes; b) regular la
circulación monetaria de la República, los cambios sobre el
exterior y las tasas de interés; c) redescontar documentos
mercantiles; d) encargarse del servicio de tesorería del Gobierno
Federal, y e) en general, efectuar las operaciones bancarias que
corresponden a los bancos de depósito y descuento.
La administración de la sociedad estaba a cargo de un Consejo
de Administración, integrado por cinco consejeros por la serie
A y cuatro por la B. La vigilancia de la sociedad estaba a cargo
de dos comisarios nombrados por los accionistas de la serie B.
La escritura constitutiva del Banco de México, S.A. fue tirada
el 1 de septiembre del mismo año y se designó a Alberto
Mascareñas como primer gerente general de la institución.
La rivalidad del resto de las instituciones bancarias y la
desconfianza con que, en un principio, se acogió al Banco de
México, le impidieron desarrollar plenamente sus objetivos,
aunque si monopolizo la emisión de billetes aun cuando su
tiraje fue muy discreto; operó efectivamente como agente
financiero del gobierno federal y tuvo que atender, más de lo
previsto, las funciones normales de un banco de depósitos y
ahorro.
Los problemas de orden financiero y monetario por los que
atravesaba el país, a partir de 1929, asociados a la 'gran
depresión' de ese año, motivaron la promoción de reformas
importantes a la «LM» (leyes de 25 de julio de 1931 y del 9 de
marzo de 1932), que posteriormente alcanzaron a la ley del
Banco de México (ley del 12 de abril de 1932).
A través de esta nueva legislación se buscó reforzar la función
de banca central del Banco de México, fundamentalmente a
través del fortalecimiento de su capacidad emisora de billetes,
con el señalamiento de que éstos eran de aceptación voluntaria
para el público y forzosa para todas las oficinas del gobierno
federal, de los gobiernos de los Estados y de los municipios.
Asimismo, se obligó a los bancos particulares a 'asociarse' con
el de México, participando en su capital social, así como a
realizar, con esta institución, operaciones de descuento, por lo
que el banco central fungiría también como cámara de
compensaciones.
Estas reformas legislativas contribuyeron al reforzamiento del
papel del Banco de México, como institución central de emisión
y redescuento.
El 28 de agosto de 1936 se decretó una nueva Ley Orgánica
del Banco de México, con el propósito de consolidar las
relaciones de éste con los bancos privados; de mejorar la
coordinación de actividades de las unidades internas del banco;
ampliar el régimen de la emisión de billetes, y revisar el estatuto
de la reserva monetaria.
El 26 de abril de 1941, en el marco de los fenómenos
económicos producidos por la Segunda Guerra Mundial, se
decreta una nueva Ley Orgánica del Banco de México, que
obligaba a los bancos asociados a depositar en efectivo, en sus
arcas, una suma no menor del 5%, ni mayor del 20% de sus
depósitos totales; entre otras disposiciones.
Este último instrumento legislativo sufrió varias reformas
importantes, hasta que fue abrogado por la nueva ley orgánica
publicada el 31 de diciembre de 1984. De entre estas reformas,
destaca la del 31 de diciembre de 1982, que dispuso la
transformación del Banco Central de sociedad anónima (forma
que había revestido, desde su creación) a organismo público
descentralizado del Gobierno Federal; lo cual trajo como
consecuencia, que sus órganos de gobierno se transformarán, en
consonancia con su nueva naturaleza jurídica, así pues se
sustituyó la asamblea general de accionistas y al consejo de
administración por una Junta Directiva.

III. El proceso llamado de 'nacionalización' de la banca privada


de septiembre de 1982, fue ocasión propicia para promover la
importante reforma al Banco de México, que lo transformó de
sociedad anónima en organismo público descentralizado.
En el mismo año, el 31 de diciembre, se publicó la «LRSPB»,
de efímera vida, pero que sirvió como instrumento para sentar
las bases de organización y funcionamiento de las instituciones
que se habían 'nacionalizado' en septiembre de ese año. Dos
años más tarde se publica (DO 14 de enero de 1985) una nueva
y más depurada ley, con el mismo nombre y en consonancia con
ésta se elabora una nueva Ley Orgánica del Banco de México,
publicada el 31 de diciembre de 1984.
En este nuevo ordenamiento se ratifica al Banco de México su
carácter de organismo público descentralizado del Gobierno
Federal con personalidad y patrimonio propios. Se le asignan
como finalidades las de emitir moneda, poner en circulación los
signos monetarios y procurar condiciones crediticias y
cambiarias favorables a la estabilidad del poder adquisitivo del
dinero, al desarrollo del sistema financiero y, en general, al sano
crecimiento de la economía nacional.
Para lograr estas finalidades el banco puede: a) regular la
emisión y circulación de la moneda, el crédito y los cambios; b)
operar con las instituciones de crédito como banco de reserva y
acreditante de última instancia, así como regular el servicio de
cámara de compensación; c) prestar servicios de Tesorería al
Gobierno Federal y actuar como agente financiero del mismo en
operaciones de crédito interno; d) fungir como asesor del
Gobierno Federal en materia económica y, particularmente, en
la financiera, y e) participar en el Fondo Monetario
Internacional y en otros organismos de cooperación financiera
internacional o que agrupen a bancos centrales.
Corresponde privativamente al Banco de México emitir
billetes y ordenar la acuñación de moneda. En materia de
regulación crediticia y cambiaria el banco está facultado para
recibir depósitos del Gobierno Federal y de todas sus
dependencias; así como depósitos bancarios en moneda
extranjera; para emitir bonos de regulación monetaria, obtener
créditos del exterior, realizar cobros o pagos por cuenta del
Gobierno Federal en el extranjero; y para celebrar todo tipo de
operaciones con divisas. En materia fiduciaria la ley prescribe
que el banco sólo actuará como fiduciario cuando por ley se le
asigne esa encomienda o cuando se trate de fideicomisos cuyos
fines coadyuven al desempeño o funciones del banco. En todo
caso, señala el «a.» tercero transitorio, el banco podrá seguir
operando los fideicomisos que actualmente maneja.
Por lo que se refiere al financiamiento que el banco puede
otorgar al Gobierno Federal, la ley introduce un novedoso
mecanismo que limita su monto, a la cantidad que, para cada
ejercicio fiscal, determine su Junta de Gobierno, tomando en
cuenta las previsiones del Plan Nacional de Desarrollo y las
disposiciones relativas de la Ley de Ingresos y del Presupuesto
de Egresos, de cada año. La ley faculta al Banco de México
para determinar el encaje legal (el monto del pasivo exigible de
las otras instituciones de crédito) que se deben depositar en sus
arcas y para canalizar estos recursos con fines de regulación
monetaria y de apoyo crediticio a actividades prioritarias.
Asimismo, la ley dispone la creación de la Comisión de
Crédito y Cambios, con funciones en materia de control de
cambios y de fijación de la paridad del peso con otras monedas.
Son órganos de gobierno del Banco de México, junto con esta
Comisión de Crédito y Cambios, la Junta de Gobierno y el
Director General. En la Junta de Gobierno (once miembros
propietarios y sus suplentes) participan los secretarios de
Hacienda y Crédito Público, de Programación y Presupuesto y
de Comercio y Fomento Industrial y el propio Director General
del banco; el cual es designado por el presidente de la
República.
De esta manera se pretende consolidar al Banco de México,
como institución de banca central del país, para que funcione
como banco de bancos, monopolice la emisión de billetes y
ordene la acuñación de moneda; regule la cotización del peso
con la moneda extranjera y funja como agente financiero y
asesor del Gobierno Federal, con amplias facultades en materia
de financiamiento tanto interno, como externo.
En consecuencia, el Banco de México aparece como el eje
central no sólo del sistema bancario, sino, en general del
sistema financiero nacional.

BASES CONSTITUCIONALES
I. Con este nombre se conoce en la historia del
constitucionalismo mexicano a dos documentos solemnes. En
primer lugar, a las bases constitucionales de 24 de febrero de
1822, distadas por el congreso constituyente establecido
después de la declaración de independencia, conforme a lo
fijado por la Junta Provisional Gubernativa. En estas bases,
previas a la elaboración del Estatuto Provisional Político del
Imperio Mexicano, los diputados legítimamente constituidos,
declaraban que: se adoptaba como forma de gobierno la
monarquía moderada constitucional, denominada Imperio
Mexicano; llamaban al trono del imperio a las personas
designadas en el Tratado de Córdoba; el poder se dividía para
su ejercicio en legislativo, ejecutivo y judicial; la religión
católica era la religión del Estado, y finalmente, que todos los
habitantes del Imperio serían iguales. Después de la expedición
de las Bases, el congreso que las había dictado entró en
conflicto con Iturbide y fue disuelto. En su lugar, se estableció
la Junta Nacional Instituyente que dictó el Estatuto Provisional
Político del Imperio Mexicano.

II. El segundo documento solemne del constitucionalismo


mexicano que se conoce con este nombre fue expedido por el
congreso constituyente, el 23 de octubre de 1835, y precede a
las Leyes Constitucionales conocidas como Siete Leyes. Estas
Bases Constitucionales pusieron fin en forma arbitraria al
sistema federal de gobierno establecido en la Constitución de
1824. En su articulado establecían que: la religión católica era
de la nación mexicana; el sistema gubernativo era la república
representativa popular; el poder se ejercía por el legislativo,
ejecutivo y judicial; el primero dividido en dos cámaras a las
que se accedía por sufragio popular, el segundo ejercido por un
presidente elegido popular e indirectamente, y el tercero
constituido por una suprema corte de justicia y los tribunales y
jueces que estableciera una ley constitucional. En lugar de
estados libres y soberanos, estas bases constitucionales
proponían la existencia de departamentos, cuyos gobernadores
serían elegidos por el jefe del ejecutivo; el gobernador de los
departamentos estaría asistido por un órgano consultivo con
funciones económicas, electorales y legislativas llamado junta
departamental. El poder judicial local se ejercería en los
departamentos hasta la última instancia, y los funcionarios de
este poder serían nombrados con intervención del supremo
poder ejecutivo. Estas bases preceden, como quedó apuntado, a
las llamadas Siete Leyes, la primera de las cuales fue dictada
sólo dos meses después que las Bases.

BENEFICIARIO
I. (La persona que percibe una indemnización o una ayuda
económica por la muerte de un trabajador a consecuencia de un
riesgo profesional. La persona a quien un trabajador designa
para recibir determinados beneficios derivados de una relación
laboral.)
Los romanos entendieron por beneficio de la ley (beneficiorum
legis) una especie de privilegio (ius singulare) que se concedía a
una categoría de individuos por consideraciones especiales.
Beneficiario venia a ser por ello la persona que obtenía un
privilegio legal por encontrarse en una situación particular que
debía ser protegida jurídicamente; esto es, aquella persona a la
que debían otorgársele beneficios legales por encontrarse en
situación jurídica específica de manera tal que no pudieran ser
renunciables dichos beneficios a menos que el interesado
manifestase en forma expresa su voluntad de no hacer uso de
ellos.

II. La calidad de beneficiario se ha ligado por la misma razón


desde las primeras leyes del trabajo a los aspectos
fundamentales de los riesgos profesionales, por ello las normas
que han regulado la situación jurídica del beneficiario han de
tener un carácter transitorio, pues en la medida en que los
beneficios de un sistema completo de seguridad social se vayan
extendiendo, habrán de ir desapareciendo las disposiciones
relativas en las leyes laborales.

III. La «LFT» no define al beneficiario sino que únicamente


señala la prelación de los posibles sujetos que adquieren
derechos al fallecer un trabajador («a.» 297), a saber: la esposa
o esposo en su caso y los hijos legítimos o naturales que sean
menores de dieciséis años y los ascendientes, a menos que no
dependan económicamente de él; a falta de hijos, esposa o
esposo y ascendientes podrán obtener los beneficios las
personas que parcial o totalmente hubiesen dependido del
trabajador. El principio responde al de familia como célula
social que eduque a los hijos en una idea de servicio a su
comunidad natural y a la sociedad. Sólo en materia de
prestaciones pendientes de pago al ocurrir el deceso del
trabajador, ya se trate de salarios percibidos y no cobrados,
primas de antigüedad, de utilidades, de descansos, de
vacaciones u otras a las que ya hubiera adquirido un derecho,
permite la ley que sea el propio trabajador en vida quien
designe el beneficiario a ellas.

BIEN COMÚN
I. En el lenguaje corriente: bien = utilidad, beneficio, caudal o
hacienda; común = lo que, no siendo privativamente de
ninguno, pertenece o se extiende a varios; adv. que denota que
se goza o posee una cosa por muchos sin que pertenezca a
ninguno en particular; juntos todos los individuos de un cuerpo;
para todos generalmente (Diccionario de la Lengua Española).
En sentido general, bien es lo que resulta útil para alguna cosa
o persona; lo que respondiendo a una necesidad o tendencia,
provoca en los seres conscientes deseo y búsqueda de
satisfacción. En sentido ético, lo que es conforme a una norma o
ideal y debe ser buscado por sí mismo, con independencia de su
utilidad, para la aprobación de la conciencia; y también lo
hecho para alivio o ventaja moral de otra persona.
II. En el concepto de bien común, se articulan dos ideas. La de
bien implica los elementos materiales indispensables para la
satisfacción de las necesidades de las personas, y la norma
moral que ordena su uso y destino. La de común o público
implica que el Estado no puede perseguir ni admitir fines
puramente particulares. El bien común se manifiesta como parte
de la oposición entre lo privado y lo público, entre lo que es
para un hombre y lo que es para los otros y para la comunidad
global. Es el bien de los seres humanos tomados en su conjunto,
tal como se realiza dentro de los marcos y por el intermedio de
la sociedad, por el Estado, que encuentra en la responsabilidad y
desempeño de tal función una de las fuentes principales de
legitimidad y consenso.
Esta concepción general se ramifica sin embargo en una gran
variedad de significados divergentes, en las obras de los
principales pensadores y analistas. Un primer significado
identifica bien común con todo aquello, especialmente lo
económico, que puede ser compartido o usado por muchos
(tierras comunales de una ciudad o aldea). Un segundo
significado, que asocia el punto de vista colectivo y el
distributivo, es el de todo bien que corresponde a una multitud o
comunidad organizada para un propósito común, caso en el cual
los miembros individuales del grupo se benefician a la vez de la
prosperidad general y de los resultados particulares de la mutua
asociación. En un tercer significado posible, bien común es lo
que pertenece a todos los miembros de la especie humana como
individuos, no en cuanto sometidos a cualquier forma de
organización humana.
Estos diversos significados son, en algunas concepciones,
mutuamente excluyentes, con excepción por un solo de ellos; o
bien compatibles aunque en una jerarquía. Otra gran división de
los significados opone, por una parte las concepciones que
afirman la supremacía política del bienestar de la comunidad
sobre el del individuo (variedades del organismo y del
socialismo; sistemas totalitarios); y por la otra, las que
defienden la primacía del interés y el bienestar individual sobre
los de la sociedad y el Estado (liberalismo, variedades del
anarquismo y del socialismo). En contraposición a una y otra,
un tercer orden de concepciones sostiene que se trata de una
oposición no genuina entre falsos extremos; y que se da y debe
dar la coexistencia de aspectos comunes e individuales,
colectivos y distributivos, ambos verdaderos y necesarios y por
lo tanto inseparables.

BIENES
I. (Del latín bene, entre sus acepciones están: utilidad,
beneficio, hacienda, caudal). Jurídicamente se entiende por bien
todo aquello que puede ser objeto de apropiación, entendiendo
como tales, las cosas que no se encuentran fuera del comercio
por naturaleza o por disposición de la ley («aa.» 747 a 749
«CC»).

II. Existen diferentes criterios de clasificación: la legislación


mexicana comprende: a) los bienes muebles e inmuebles; b) los
bienes considerados según las personas a quienes pertenecen y
c) los bienes mostrencos y vacantes. Además, doctrinalmente,
se habla de: a) bienes fungibles y no fungibles; b) bienes
consumibles y no consumibles y c) bienes corpóreos e
incorpóreos.
Son bienes muebles aquellos que por su naturaleza pueden
trasladarse de un lugar a otro ya sea por sí mismo (semovientes
p.e. los animales) o por una fuerza exterior («a.» 753 «CC»).
También se consideran muebles, por disposición de la ley, las
obligaciones y derechos personales o que tienen por objeto
cosas muebles («a.» 754 «CC») las acciones de asociaciones y
sociedades aun cuando a éstas pertenezcan algunos bienes
inmuebles («a.» 755 «CC»), y los derechos de autor («a.» 758
«CC»).
Son bienes inmuebles aquellos que por su naturaleza se
imposibilita su traslado; división que se aplica exclusivamente a
las cosas («a.» 750 «frs.» I, II, III y IV «CC»). Son también
inmuebles aquellos que por su destino agrícola («a.» 750 «frs.»
V. VI, VII, IX, X, XI, «CC»), industrial («a.» 750 «frs.» VI,
VII, XIII «CC»), civil y comercial («a.» 750 «fr.» VI «CC»),
son considerados por la ley como inmuebles, aunque por
naturaleza sean muebles. Para ello se requiere que pertenezcan
al mismo dueño del inmueble y que sean necesarios para los
fines de la explotación. Son también inmuebles, por disposición
de la ley, los derechos reales constituidos sobre inmuebles («a.»
750 «fr.» XII «CC»).
Los bienes considerados según a las personas a quienes
pertenecen pueden ser del dominio del poder público o de
propiedad de los particulares (a. 764 «CC»). Dentro de la
primera categoría están comprendidos los pertenecientes a la
Federación, a los Estados, o a los Municipios (a. 765 «CC»); y
en la segunda todas las cosas cuyo dominio pertenece
legalmente a los particulares, no pudiendo aprovecharse
ninguno sin consentimiento del dueño o autorización de la ley
(a. 772 «CC»).
Son bienes mostrencos los muebles abandonados y los
perdidos cuyo dueño se ignore (a. 774 «CC»), y bienes vacantes
los inmuebles que no tienen dueño cierto y conocido (a. 785
«CC»). Son bienes fungibles aquellos que tienen un mismo
poder liberatorio (a. 763 «CC»), es decir que teniendo el mismo
valor pueden reemplazar a otro en el pago, se determinan por su
género, cantidad y calidad, son genéricos. Los no fungibles se
determinan individualmente y no tienen ese poder liberatorio,
son específicos. Son consumibles aquellos bienes que se agotan
en la primera ocasión que son usados, sin permitir, por tanto, el
uso reiterado o constante (p.e. alimentos) y no consumibles son
aquellos que sí lo permiten; se considera bien principal, entre
dos incorporados, al de mayor valor, o aquel cuyo uso,
perfección o adorno se haya conseguido por la unión de otro
que se denomina accesorio («aa.» 917 y 918 «CC»),
clasificación importante en las accesiones. Y, finalmente, la
categoría de bienes corpóreos se refiere a las cosas y los
incorpóreos a los derechos.
Esta última clasificación -corpóreos e incorpóreos- tuvo
mucha importancia en derecho romano debido a la diferencia
que existía en las formas de transmitir las cosas y los derechos.

BIENESTAR SOCIAL
I. Es la contribución de la sociedad moderna al mejoramiento de
la persona a efecto de que cada vez dependa menos de su
esfuerzo individual y obtenga mayores satisfactores que le
permitan una vida saludable, sin graves preocupaciones y con
las mínimas comodidades que sea posible disfrutar.
El Estado incluye en la actualidad, como parte de sus
responsabilidades públicas, el bienestar de los habitantes de su
territorio a quienes procura una protección personal con la
finalidad de que tengan una existencia digna y segura mediante
la aportación de servicios públicos de las más variadas especies
y otras contribuciones colectivas que hagan agradable, atractiva
e higiénica la relación con sus semejantes. El bienestar social
representa por ello la tranquilidad del espíritu, la satisfacción
que puede provocar el vivir en un ambiente de común
solidaridad, de afanes comunes y de empeñosa búsqueda de la
felicidad: es en suma, la convivencia pacífica de los seres
humanos y el propósito estatal de proporcionar el mayor
número de satisfacciones personales.

II. En derecho del trabajo estas condiciones se traducen en el


otorgamiento de un salario remunerador que baste, como se dice
en las definiciones legales para que el trabajador pueda cubrir
sus propias necesidades y las de su familia, incluyendo
educación, goces y placeres honestos; descansos remunerados;
aguinaldos para cubrir gastos extraordinarios en las festividades
de fin de año; vacaciones pagadas; facilidades para practicar
deportes o para asistir a espectáculos culturales o de simple
divertimiento y en algunos casos el otorgamiento de
habitaciones cómodas e higiénicas.

II. La Carta de las Naciones Unidas aun cuando no contiene


dentro de las finalidades específicas de los derechos humanos el
del bienestar social, sus propósitos revelan la idea, al decir 'que
los pueblos están dispuestos a preservar las generaciones
venideras, del flagelo de la guerra, a reafirmar la fe en los
derechos fundamentales del hombre y en la dignidad y el valor
de la persona humana, a promover el bienestar social y a elevar
el nivel de vida dentro de un concepto más amplio de la libertad'
(«a.» 45). Se declara además, como obligación de las naciones,
el promover niveles de vida más elevados, trabajo permanente
para todos y condiciones de progreso y desarrollo económico y
social que, en síntesis, representan el más alto objetivo del
bienestar de la sociedad. Así lo expresa también la Declaración
de los Derechos Humanos en la cual, después de promover el
bienestar social para elevar el nivel de vida de la persona,
agrega que esta tiene el derecho a obtener mediante el esfuerzo
nacional y la cooperación internacional, la satisfacción de sus
derechos económicos, sociales y culturales indispensables a su
dignidad y al libre desarrollo de su personalidad («a.» 22).
Finalmente, resulta indudable que en las sociedades
industriales evolucionadas de hoy se afirman plenamente los
valores del bienestar colectivo para una mejor realización y
desarrollo del trabajo, tanto a través de los salarios como de las
prestaciones adicionales que se proporcionan a los trabajadores
y los beneficios adicionales que se les otorgan para hacer más
placentera su existencia.

BILATERALIDAD
I. (Que consta de dos lados o partes). Característica de las
normas jurídicas que las diferencia de las morales en virtud de
que aquéllas imponen deberes correlativos a facultades o
derechos correlativos a obligaciones. Se explica con la
afirmación de que frente al jurídicamente obligado (sujeto
pasivo), se encuentra una persona (sujeto activo) facultada a
reclamarle el cumplimiento de su deber.

II. En derecho civil se sitúa en el contexto de los contratos


bilaterales; son contratos bilaterales cuando las partes se obligan
recíprocamente («a.» 1836 del «CC»). La bilateralidad equivale
pues al sinalagma: cada parte en el contrato es a la vez
acreedora y deudora de la otra (p.e. la compraventa). La
característica fundamental es la correlación, la interdependencia
de las obligaciones en el contrato. La obligación de la parte es
la causa de la obligación de la contraparte. La importancia de
esta afirmación es considerable: es la explicación técnica de la
excepción de contrato no cumplido; de la teoría del riesgo; de la
resolución por incumplimiento, etc.
Un aspecto interesante resulta de los llamados contratos
sinalagmáticos imperfectos. Bajo este nombre se entienden a los
contratos que nacen como unilaterales, pero que por diversas
circunstancias se convierten en bilaterales o sinalagmáticos. El
caso que al efecto se menciona, es el del depósito gratuito en el
que el depositario se ve en la obligación, una vez formado el
contrato, de realizar diversos gastos para conservar la cosa. En
este caso se convierte en acreedor del depositante. Sin embargo
la doctrina dominante afirma que el derecho de crédito que tiene
en contra del depositante, es meramente circunstancial, esta
obligación nace posterior a la celebración del contrato; no
puede conceptuarse como un contrato sinalagmático, así fuera
imperfecto, ya que existe una justa oposición de obligaciones y
no una correlación, que es la característica de los contratos
bilaterales.

III. En derecho internacional privado, la bilateralidad es la


característica de ciertas reglas de conflicto que consiste en de
terminar el derecho aplicable a cada relación jurídica, en el
ámbito nacional o internacional, a partir de su localización por
medio de los llamados puntos de vinculación. La bilateralidad
se caracteriza por el hecho que las reglas de conflicto de este
tipo llamadas 'reglas de conflicto bilaterales' pueden designar
como aplicable tanto al derecho del foro como a cualquier
derecho extranjero.

IV. Fue el autor alemán Federico C. von Savigny quien, al


introducir la idea de la 'localización de las relaciones jurídicas' a
través de los puntos de vinculación, puso de relieve la necesaria
bilateralidad de las reglas de conflicto, en oposición a la
unilateralidad de las reglas utilizadas con anterioridad, en
particular por las escuelas estatutarias.

V. En la actualidad, los sistemas de conflicto de leyes incluyen


tanto reglas bilaterales como unilaterales. En México
encontramos ejemplos de reglas bilaterales en el «CC». «a.» 15;
en el «CCo». «a.» 24, y en la «LGTOC» «a.» 252; y también
reglas unilaterales, siendo las más famosas las contenidas en los
«aa.» 12, 13 y 14 del «CC».

VI. Después de la publicación de las obras de Savigny la


tendencia de los legisladores y redactores de tratados
internacionales en materia de conflictos de leyes fue de elaborar
reglas de conflicto de tipo bilateral, salvo en los países de
tendencia eminente territorialista, en los cuales se siguió
utilizando, preferentemente, reglas de conflicto unilaterales; sin
embargo se presentaron casos de sistema jurídicos elaborados
con anterioridad a Savigny, y por lo tanto unilateralistas, en los
cuales la práctica judicial procedió a lo que se conoce como la
'bilateralización' de las reglas de conflicto unilaterales. Dicha
práctica consiste en extraer de la regla de conflicto unilateral el
punto de vinculación apropiado por utilizarlo en una regla de
conflicto bilateral, conservando la misma institución jurídica
como objeto de la regla. Así el «a.» 13 del «CC» referente a los
actos y contratos celebrados en el extranjero podría
'bilateralizarse' de la siguiente manera: 'Los actos y contratos
internacionales se regirán por la ley del lugar de su ejecución'.
El punto de vinculación utilizado, el lugar de ejecución, se
encuentra implícito en el «a.» 13 al referirse a los efectos
jurídicos de actos y contratos 'que deban ser ejecutados en el
territorio de la República'. Esta práctica judicial de la
bilateralización está por desaparecer en virtud de que los
legisladores utilizan con cada vez más frecuencia reglas de
conflicto bilaterales en las legislaciones modernas.

BOICOT
I. Se define en el derecho internacional, como la cesación
voluntaria de todas las relaciones con un individuo, una
empresa o una nación. En el ámbito internacional es una forma
especifica de represalia de un Estado contra otro Estado, sin que
sea necesario que se extingan todas las relaciones entre las
partes. Puede comprender acciones económicas o diplomáticas.
Para que el boicot sea legal es menester que no se manifieste
como acto de fuerza o amenaza militares, en cuyo caso estaría
prohibido por el «a.» 2, pfo. cuatro, de la Carta de las Naciones
Unidas.

II. La naturaleza político-social del boicot se ha traducido en el


derecho del trabajo, en la facultad de todo individuo de negarse
a mantener relaciones con un patrón o patrones determinados,
aunque no siempre con el ánimo de causar daños a la empresa o
establecimiento, sino simplemente de impedir una conducta
contraria al orden social y al respeto humano. No es lo mismo
que la huelga, porque en ésta lo que tiene lugar es una simple
suspensión legal del trabajo y tratándose de la materia laboral,
puede consistir en hacer campañas contra dicha empresa o
establecimiento para que no se consuman los productos
elaborados una vez que salen al mercado o bien, en estricto
sentido colectivo, impedir la realización de determinadas
actividades o tratándose de organizaciones profesionales, no
proporcionar trabajadores hasta en tanto se corrijan prácticas
viciosas o perjudiciales.
En algunos casos si puede producirse el boicot como resultado
de una huelga, pero la actitud asumida por los trabajadores
obedece a situaciones diversas independientes entre sí, que
entrañan propiamente un conflicto de trabajo. Más aún, a través
del boicot no se produce necesariamente la paralización de
labores en la propia empresa o establecimiento, sino que sólo se
presiona para obtener un beneficio a un trato asequible.
También debe distinguirse el boicot del sabotaje, porque aun
cuando ambos son actos deliberados de la persona, el primero
se caracteriza por manifestaciones pacíficas, de no obrar o de
abstención; en tanto que en el segundo se busca causar daño
material a las instalaciones, máquinas o equipo de la empresa o
establecimiento, daños que entran en el ámbito de lo delictivo.

BOLSA DE VALORES
I. (Del latín bursa, bolsa; según otras opiniones, del apellido de
Van der Bourse, en cuya casa de Brujas se reunían, a principios
del siglo XVI, algunos negociantes en mercancías y
documentos.)
Noticia histórica. A fines del siglo XIX se constituyeron las
primeras bolsas de valores en la ciudad de México. Según
Alfredo Lagunilla, el 21 de octubre de 1895 surgió una de ellas,
si bien en junio del mismo año aparece registrada otra, como
sociedad anónima, con un capital de cuarenta mil pesos y,
además, ya operaba una tercera que, fusionada con la anterior,
dio lugar al surgimiento de la Bolsa de México, que
prontamente languideció y acabó por desaparecer en 1896.
En enero de 1907 se constituyo la Bolsa Privada de México,
S.A., que en julio de 1910 se transformó en Bolsa de Valores de
México, S.C.L., la que se liquidó en 1933, año en el que surgió,
con la denominación Bolsa de Valores de México, la actual
Bolsa Mexicana de Valores, S.A. de C.V., según concesión
acordada por la Secretaría de Hacienda y Crédito Público el día
29 de agosto de dicho año.
Durante algunos años, hasta el de l976, operaron otras dos
bolsas de valores en el país: la de Guadalajara y la de
Monterrey; su raquítica existencia, aunada a la posibilidad de
que coexistieran en el país diferentes cotizaciones para los
mismos valores, con las consecuentes y desaconsejables
operaciones de arbitraje, fueron las razones que adujo la
Comisión Nacional de Valores en sus oficios «núms.» 2129 y
2130 de 23 de diciembre de 1975, para ordenar la suspensión de
actividades y de remates por parte de dichas bolsas. Empero, de
conformidad con las disposiciones legales aplicables, cabe la
posibilidad de que operen varias bolsas en el país.

II. Régimen legal de su estructura corporativa. Las bolsas de


valores deben constituirse en forma de sociedad anónima de
capital variable; el capital mínimo, sin derecho de retiro, debe
estar totalmente pagado, y su monto se determinará en la
concesión que otorgue la Secretaría de Hacienda y Crédito
Público; el capital autorizado no podrá exceder del doble del
pagado. Las acciones, obviamente nominativas, sólo pueden ser
suscritas por agentes de valores, cada uno de los cuales sólo
podrá poseer una acción; el mínimo de accionistas-agentes es de
veinte y los administradores, en mínimo de cinco, deberán
actuar constituidos en un consejo de administración. En los
estatutos de las bolsas deberá consignarse que los socios podrán
ser personas físicas o morales (casas de bolsa), así como que su
derecho de operar en bolsa es exclusivo e intransferible; que las
operaciones en bolsa de los agentes que sean personas morales
deberán ser efectuadas por apoderados-operadores con la
capacidad técnica y solvencia moral que se exijan a los socios
que sean personas físicas; que las acciones deben conservarse
depositadas en la bolsa, como garantía del correcto desempeño
de los socios; que éstos no deberán operar, fuera de la bolsa,
con valores inscritos en ella («a.» 31 LMV).

III. Inscripción y operación en bolsa. En las bolsas mexicanas


sólo puede operarse con 'acciones, obligaciones y demás títulos
de crédito que se emitan en serie o en masa' («a.» 3 LMV), pero
deben realizar también otras actividades inherentes a la de
mercado de valores: establecer locales adecuados para la
celebración de las operaciones de oferta, demanda y remate;
informar al público sobre los valores inscritos, sus emisores y
las operaciones realizadas en la bolsa («a.» 29-I y II).
Ahora bien, para que los valores sean operables en bolsa es
preciso que previamente se inscriban en el Registro Nacional de
Valores e Intermediarios de la Comisión Nacional de Valores,
así como que los emisores obtengan su inscripción en la bolsa
respectiva y, posteriormente, suministren la información y
satisfagan los demás requisitos que fijen la «LMV» y el
reglamento interior de la bolsa («a.» 33).

IV. Operaciones bursátiles. Las compras o ventas en bolsa


pueden realizarse, en México, directamente, con la sola
intervención de un agente de bolsa -persona física-, o
indirectamente, a través de una casa de bolsa -persona moral-,
en todo caso precisamente en el salón de remates y sólo durante
las sesiones de remate, en las que sólo pueden participar los
indicados agentes y casas de bolsa, estas mediante los llamados
operadores de piso.
Por su forma, las compraventas bursátiles se pueden celebrar
conforme a cualquiera de estos tres procedimientos principales:
1) orden en firme, que es la propuesta escrita de compra o de
venta, que el agente u operador deposita en el corro de la bolsa,
con indicación precisa de las características, número y precio de
los valores que desea comprar o vender, así como si se trata de
una operación al contado o a futuro; el agente u operador
dispuesto a aceptar la propuesta debe manifestarlo así, de viva
voz, al personal de la bolsa, a cuyo efecto, después de emplear
las palabras cierro vendiendo o cierro comprando, según el
caso, indicará las características y la cantidad de los valores,
con lo cual la operación quedará cerrada, y ninguna de las
partes podrá retractarse;
2) de viva voz, que es también una propuesta de compra o de
venta, pero formulada en voz alta, igualmente con indicación de
las características, número y precio de los valores; el agente u
operador que acepte la propuesta lo manifestará en voz alta con
la sola expresión cerrado, que será suficiente para que la
operación se perfeccione; sólo para información y registro en la
bolsa, el vendedor debe llenar y entregar al personal de la
misma una ficha -muñeco, en la jerga bursátil mexicana- en la
que consignará los principales datos de la compraventa;
3) registro o cruce, que supone en el agente u operador una
doble representación: la de un vendedor y la de un comprador
que se interesan en transmitir y en adquirir, respectivamente, los
mismos valores; las prácticas y las reglas de operación bursátil,
contrarias a una automática operación por parte del agente en su
doble representación, le imponen el deber de anunciar en voz
alta, su doble intención, a cuyo efecto debe precisar que se trata
de una orden cruzada, las características de los valores, su
cantidad y precio, todo ello acompañado de la expresión doy o
tomo; el otro agente interesado, a su vez, deberá manifestarlo
también en voz alta, con empleo, según su propósito, de uno
cualquiera de los vocablos doy o tomo, seguido de la expresión
de la cantidad de valores que desea vender o comprar. En ese
momento se iniciará una puja, según sumas mínimas y reglas
adoptadas por las bolsas, concluida la cual se cerrarán las
operaciones respectivas, en prueba de lo cual el vendedor
entregará la ficha o muñeco al personal de la bolsa;
naturalmente, si ningún otro agente se interesase en vender o
comprar, el autor del cruce podrá celebrar consigo mismo la
operación, de lo cual dará cuenta, igualmente, al personal de la
bolsa.
En lo que toca al plazo para el cumplimiento, las transacciones
bursátiles pueden ser: a) de contado, en cuyo caso el precio
deberá pagarse y los títulos entregarse a más tardar dos días
hábiles después del cierre; b) a plazo o a futuro, y entonces el
intercambio de precio y valores se efectuará en cualquier
momento, a condición de que ello ocurra entre los tres y los
trescientos sesenta días hábiles siguientes al cierre.

BUENA FE
I. Locución tomada en consideración en numerosas
disposiciones legales, definida como la obligación de
conducirse honrada y concienzudamente en la formación y
ejecución del negocio jurídico sin atenerse necesariamente a la
letra del mismo. Se distinguían, así, los contratos de buena fe y
los de estricto derecho, entendiendo por los primeros aquellos
en que el juez podía dictar sentencia según las reglas de equidad
y justicia en los puntos que los contratantes no habían previsto.
Actualmente esta distinción no se hace, ya que el ordenamiento
civil vigente establece que los contratos se perfeccionan y
obligan a las partes no sólo al cumplimiento de lo pactado
expresamente, sino también a las consecuencias que, según su
naturaleza, son conforme a la buena fe, al uso o a la ley («a.»
1796 «CC»). De igual manera es repetido este concepto cada
vez que el legislador lo considera necesario como supuesto
lógico de la norma tanto jurídica como de convivencia humana
(p.e. «aa.» 806, 807, 811, 840, 2232 «CC», entre otros), siendo
incorporado en diversas hipótesis como son la buena fe
posesoria; la buena fe contractual, ya mencionada; la cláusula
rebus sic stantibus; la buena fe del accipiens en el pago de lo
indebido; la buena fe de los terceros; y la buena fe en el
matrimonio putativo.

II. Entre civilistas y romanistas se debate este concepto, en


primer lugar se cuestiona sobre su naturaleza ética o sicológica.
En el periodo clásico del derecho romano siempre se le
consideró como un concepto ético y no es sino hasta la llegada
del cristianismo cuando se hizo especial referencia al aspecto
sicológico del conocimiento o la creencia. Sin embargo el
derecho canónico considera a la buena fe desde un punto de
vista ético, igualmente sucede en el Código Napoleón. En la
legislación italiana reviste el doble aspecto ético-sicológico.
Los autores mexicanos, especialmente Galindo Garfias,
sostienen que la buena fe, expresión de un deber moral
calificado de social, adquiere imperatividad y coercibilidad, al
ser postulada como un principio de derecho en la medida en que
se transforma en regla de derecho.
Así, la noción de buena fe en el ámbito del derecho se presenta
no sólo como un postulado moral incorporado al ordenamiento
jurídico como un principio general de derecho, sino como una
fuente de derecho subsidiaria; una guía del intérprete en su
labor doctrinal y jurisprudencial; una norma de conducta rectora
en el ejercicio de los derechos subjetivos y en el cumplimiento
de obligaciones; un deber jurídico; una convicción
razonablemente fundada de que con nuestra conducta no
causamos daño a otro.

III. Derecho internacional. La expresión latina bona fide se


utiliza en su versión o traducida a diversos idiomas, en
castellano buena fe, para indicar espíritu de lealtad, de respeto
al derecho, y de fidelidad, es decir, como ausencia de
simulación, de dolo, en las relaciones entre dos o más partes en
un acto jurídico. En la interpretación y ejecución de las
obligaciones internacionales significa fidelidad a los
compromisos, sin pretender acrecentarlos o disminuirlos. El
principio de la buena fe se encuentra recogido en la Carta de
Naciones Unidas, «a.» 2, pfo. 2, que dispone que los Estados
deberán cumplir de buena fe los compromisos contraídos.
Asimismo, en el derecho de los tratados, el cumplimiento de
los tratados está sujeto a la obligación mutua de la buena fe de
los Estados contratantes. Este principio se aplica también a la
interpretación de los tratados, y se interpreta como una
violación al mismo, cuando un Estado se vale de una pretendida
ambigüedad en el tratado para alegar que tal cosa no fue
intención de los negociadores del instrumento internacional. En
algunos casos se ha interpretado que la emisión de una cierta
legislación que sea contraria al espíritu de un tratado se puede
interpretar como quebrantamiento del principio de la buena fe.
La Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados, de
1969, establece, en su «a.» 26, que 'Todo tratado en vigor obliga
a las partes y debe ser cumplido por ellas de buena fe'. A su vez
el «a.» 31, que se refiere a la regla general de interpretación de
los tratados, dispone que: 'Un tratado deberá interpretarse de
buena fe, conforme al sentido corriente que haya de atribuirse a
los términos del tratado en el contexto de éstos y teniendo en
cuenta su objeto y fin.' Otra disposición que contiene
implícitamente el principio de la buena fe es el «a.» 18 que
establece la obligación de los Estados de abstenerse de realizar
actos en virtud de los cuales se frustren el objeto y fin de un
tratado.

BUROCRACIA
I. Proviene del francés bureaucratie. La etimología de la voz se
integra del francés bureau, oficina, y del helenismo cratos,
poder. Término que engloba las diversos formas de
organización administrativa, a través de las cuales las
decisiones de un sistema político se convierten en acción.
Al evolucionar la organización social, se fue conformando la
burocracia. El término se convertía, cada vez más, en expresión
del poder público. No se debe pasar por alto que en las
nacientes sociedades, cimentadas en la familia o en la tribu, los
hombres se regían por órdenes verbales y por costumbres; las
comunicaciones eran directas.

II. La administración -coinciden especialistas y sociólogos-


nació con el Estado, que se limitaba originalmente a la ciudad.
Pronto, la necesidad de guerrear y de percibir impuestos obligó
a las dirigencias políticas a servirse de intermediarios, a emplear
personal, a estructurar cadenas interminables de oficinas -en
francés burcaux-.
Atenas y varias ciudades griegas tenían funciones o
magistraturas que eran desempeñadas por ciudadanos,
nombrados casi siempre por un año, y en ocasiones mediante
sorteo.
Guillermo Cabanellas informa que inicialmente los
funcionarios no percibían remuneración, lo que constituye un
dato distintivo en relación con la profesionalidad moderna de
los burócratas. Agrega que la apetencia natural de poder en el
hombre y la celebridad pública entre los griegos, son la
explicación de que hubiera siempre candidatos a ocupar cargos
que de hecho eran cargas.
Desde la época de Pericles se instituyó el pago de una
retribución diaria que fue conocida como mismos, percibida por
gobernantes, soldados y miembros de los tribunales. El
mecanismo de pago se denominó mitoforia.
En Roma, durante la República, se multiplicaron instituciones
y cargos públicos, como resultado del ascenso político y social
de los plebeyos.
La palabra burocracia también es utilizada peyorativamente.
Se señala con ella, en ocasiones, a lo más negativo de la
administración pública; a lo caracterizado por las exigencias de
detalle; la tramitación lenta, rutinaria y hasta superflua. A este
respecto, la administración romana, aunque no como una nota
original y exclusiva, es identificada por la generalización de la
venalidad y el cohecho en el desempeño de las funciones
públicas; irregularidades que se acentuaban cuando la
responsabilidad burocrática se cumplía en colonias alejadas de
la urbe romana.
Hitos en el ascenso y multiplicación de la burocracia son: la
división en el siglo III en Roma, de las funciones civiles y
militares; la instalación de los pueblos bárbaros en las
penínsulas meridionales europeas, donde se mezclan con
factores de ascendencia romanista y 'asimilan con su cultura sus
instituciones'.
En pleno Edad Media -aporta Cabanellas en su Diccionario
enciclopédico de derecho usual-, los Estados cristianos
europeos crean progresivamente, en sus feudos y señoríos,
densas estructuras administrativas y una gran red burocrática.
El surgimiento de los Estados nacionales, fenómeno
sociopolítico característico del siglo XV, multiplica el número
de empleados públicos al consolidarse las soberanías
territoriales. Dicha centuria estaba a punto de concluir; la
imprenta reproduce miles de formularios y facilita la
propagación de todo tipo de resoluciones.
El Imperio napoleónico se desdobla y sistematiza en
ministerio, secretarías, subsecretarías, direcciones nacionales y
todo tipo de oficinas públicas. Estos estratos administrativos se
difunden no sólo en Francia, sino en aquellos países que
sufrieron las campañas del Primer Cónsul y fueron impactadas
por la Revolución francesa.
No puede entenderse a la burocracia solamente como un frío y
complejo andamiaje de unidades y oficinas públicas; es
inherente a ella lo que muchos autores llaman racionalización
laboral. En efecto, mientras se organizaban las funciones y se
fijaban objetivos programáticos, los trabajadores al servicio del
Estado lograban conquistas y reivindicaciones muy
significativas; entre ellas está el reconocimiento de su
estabilidad en el empleo, un salario que en algunos niveles -
como hoy- llegaba a ser aceptable; y el reconocimiento de
derechos de naturaleza colectiva, que van desde el contrato
colectivo y la huelga hasta la facultad de sindicación.
Diversas formaciones burocráticas fueron trasplantadas desde
la metrópoli europea aMéxico y matizadas por la realidad
ultramarina. Simples oficinas o pequeños departamentos
administrativos fueron el germen de los que hoy conocemos
como secretarías de Estado.
Las Leyes de Indias e innumerables ordenanzas fueron el
punto de partida institucional para incorporar a las
constituciones mexicanas del siglo XIX y a sus disposiciones
reglamentarias, algunas estructuras administrativas, o bien para
suprimir otras, por ser atentatorias de la dignidad humana, al
negar capacidad política y hasta religiosa a los indígenas.

III. Por razones doctrinarias, expositivas, y sistemáticas, se


reconocen en las constituciones dos partes bien diferenciadas: la
dogmática y la orgánica. La primera se circunscribe a una esfera
integrada por diversas áreas del individuo, impenetrables hasta
el límite de su protección para las autoridades públicas. La
segunda comprende los grandes lineamientos para las
estructuras y mecanismos a través de los cuales se llevará a
cabo el cumplimiento de los fines estatales. Fines que pasan por
la clásica división de funciones o parcelación del poder: función
ejecutiva, función legislativa y función judicial; en los niveles
federal, de las entidades federativas y de los municipios.
La «LOAPF» mexicana norma la actividad de las
dependencias que auxilian al titular del Poder Ejecutivo de la
Unión en el estudio, planeación y despacho de los negocios del
orden administrativo; dependencias que se conocen como la
administración pública centralizada (Secretarías de Estado y
Departamentos Administrativos).
Por otra parte, debe destacarse que el propio ejecutivo se
apoya también, en las siguientes entidades de la administración
pública paraestatal: organismos descentralizados; empresas de
participación estatal, instituciones nacionales de crédito,
organizaciones auxiliares nacionales de crédito e instituciones
nacionales de seguros y de fianzas, así como en los
fideicomisos públicos. A este respecto, es necesario destacar
que el «a.» 50 de la «LOAPF» faculta al presidente de la
República para determinar agrupamientos de entidades de la
administración pública paraestatal, por sectores definidos, con
el objeto de que sus relaciones con el Ejecutivo Federal, en
cumplimiento de las disposiciones legales aplicables, se realicen
a través de la Secretaría de Estado o Departamento
Administrativo que en cada caso designe como coordinador del
sector correspondiente. La dependencia designada como cabeza
de sector, planeará, coordinará y evaluará la operación de las
entidades paraestatales que, como radio de acción, la señale el
titular del ejecutivo.
Los poderes legislativo y judicial de la federación se regulan,
básica y respectivamente, por la Ley Orgánica del Congreso
General de los Estados Unidos Mexicanos -cada cámara tiene
su propio reglamento interior y de debates- y por la Ley
Orgánica del Poder Judicial de la Federación.
El Procurador General de la República es el consejero jurídico
del gobierno federal, en los términos que determine la ley.
En el caso especial del Distrito Federal, su gobierno está a
cargo del presidente de la República, quien lo ejerce a través del
Jefe del Departamento del Distrito Federal. El Procurador
General de Justicia del Distrito Federal también depende del
presidente de la República. El Poder Judicial está encabezado
por el Tribunal Superior de Justicia. El Congreso General, por
otra parte, también está facultado para legislar en todo lo
relativo al Distrito Federal.
Las relaciones laborales entre los trabajadores y los poderes de
la Unión, así como en el Departamento del Distrito Federal, se
rigen por la Ley Federa de los Trabajadores al Servicio del
Estado, reglamentaria del Apartado 'B' del «a.» 123
constitucional. A este respecto, no se puede hacer caso omiso de
las llamadas Condiciones Generales de Trabajo que fija
unilateralmente el titular de cada dependencia y sobre cuya
formulación los representantes gremiales simplemente opinan.
Tampoco debemos pasar por alto lo que dispone el «a.» 89 de la
C en su «fr.» II, cuando al fijar las facultades del Jefe del
Ejecutivo, lo autoriza a remover libremente a los empleados de
la Unión cuyo nombramiento o remoción 'no estén
determinados de otro modo en la Constitución o en las leyes'.
Los Estados de la República (entidades federativas) regulan el
funcionamiento de sus órganos ejecutivo, legislativo y judicial,
a través de sus leyes orgánicas de la administración pública
local, de las leyes orgánicas de sus legislaturas y de las leyes
orgánicas de sus tribunales superiores de justicia,
respectivamente. Las relaciones de trabajo con sus servidores se
habían normado tradicionalmente por las llamadas leyes del
servicio civil.
Las leyes orgánicas municipales, expedidas por las legislaturas
locales, y sin contradecir el «a.» 115 de la C., brindan las
grandes directrices para el funcionamiento y atribuciones de los
ayuntamientos, con sus órganos, oficinas y regidores y
concejales.
La nueva «fr.» IX del «a.» 115 de la C. prescribe que las
relaciones entre las entidades federativas y los municipios con
sus servidores (DO, 3 de febrero de 1983), se regirán por las
leyes que expidan las legislaturas locales, tomando como base
lo dispuesto por el «a.» 123 constitucional y sus ordenamientos
complementarios. La indefinición en cuanto al apartado de este
precepto, A o B, se debe inscribir en el anecdotario de nuestro
parlamentarismo; la fracción obrera del Partido Revolucionario
Institucional, proveniente de la Confederación de Trabajadores
de México, amenazó con abandonar el recinto legislativo si la
asamblea se hubiera inclinado por el relativo a los burócratas
federales.

IV. El término burocracia es altamente equivoco. Puede ser


analizado desde diversos ángulos de las ciencias sociales.
Existen casos de frontera en relación con el tratamiento de la
administración pública. En nuestros días casi no puede hablarse
de burocracia si no se alude también a la política y a la
economía (caso de Polonia). Sociólogos como Max Weber, al
referirse a la administración burocrática pura, expresan que es
'la forma más racional de ejercer una dominación'.
En fin, las disposiciones jurídicas, como receptáculos de
complejas cadenas de organismos para administrar la 'cosa
pública', son sólo una cara de un vasto problema. No olvidemos
que se habla de la enajenación de la burocracia a otros grupos
sociales, de la burocracia como grupo con intereses propios; de
las relaciones entre burocracia, técnica y política, etc.
Para concluir, difícil tarea representa responder a la pregunta
consistente en quiénes, en México, forman parte de la
burocracia. Gaetano Mosca, al tratar de clasificar en sus líneas
fundamentales a todos los organismos políticos, desembocó en
dos tipos: el feudal y el burocrático. Mientras en el primero
tenemos las funciones directivas básicas ejercidas por los
mismos individuos y al mismo tiempo en una componente de
pequeños agregados sociales; en el segundo -grandeza,
civilización, racionalización política y económica aparte-, la
actividad militar y casi todos los servicios públicos, son
ejercidos por empleados asalariados. Desde esta última vertiente
tendríamos, en la burocracia mexicana, a todos los servidores
públicos en todas las jerarquías del ejercicio del poder -federal,
local o municipal-.
Lo que importa desentrañar es qué se entiende por burocracia
en su acepción y función más cercanas. Para autores como
Bertha Lérner, las burocracias florecen en todo tipo de sistemas
políticos sean totalitarios o liberales, constitucionales o
anárquicos; la jerarquización y una clara división del trabajo les
son inherentes.
Para la mencionada autora, la burocracia mexicana finca parte
de sus bases en el presidencialismo, sobre todo a partir de 1930.
Del titular del Ejecutivo deriva -agrega, 'una estructura vertical
de poder con líneas de mando y obediencia... se produce
asimismo una división del trabajo'.
Burocracia nos lleva al grupo político que está al frente del
Estado; 'requiere, además de una tipificación, de una mayor
concreción'. En el siglo XX mexicano contemplamos, de alguna
manera, a otras burocracias: la privada en la sociedad civil la
militar en el ejército, la confesional en las iglesias. Para Lérner
hay que distinguir a la burocracia que encabeza al Estado de las
otras burocracias, puesto que se trata de la burocracia política,
pero no de toda la burocracia política. En el Estado capitalista,
como es el Estado mexicano del siglo XX, florecen cuerpos
jerarquizados, con centralización y división del trabajo, pero
que no gobiernan. Hay una burocracia gobernada. Pero la que se
sitúa en una posición de mando es la burocracia gobernante,
reafirma de manera contundente la referida tratadista.

CABILDO
I. (Del latín capitulum) cuerpo de eclesiásticos capitulares de
una iglesia. Sinónimo de ayuntamiento. Junta celebrada por el
cabildo o también sala donde se celebra el cabildo.
El cabildo es el antecedente más antiguo del ayuntamiento en
la época colonial de América Latina, pues se identifica con los
concejos medievales españoles que surgieron de la decadencia,
ya evidente en los siglos XVI y XVII, del municipio de origen
romano.
Cabildo, sinónimo de ayuntamiento es la denominación que se
ha dado al órgano colegiado que constituye hoy día la autoridad
política más importante del municipio libre. Con el nombre de
cabildos, los concejos de las ciudades y pueblos coloniales, eran
instalados mediante el otorgamiento de fueros que se conferían
a los intereses locales, para dotar de gobiernos autónomos a las
ciudades y pueblos tanto de España como de América Latina. A
los cargos que se desempeñaban en los cabildos se les llamaban
oficios concejiles. Se contaban entre estos últimos, los cargos
de alcaldes, regidores, procuradores, alférez real, fieles
ejecutores, mayordomos, escribanos públicos y corredores de
lonja. En la primera etapa de su establecimiento, algunos oficios
concejiles eran objeto de subasta pública. Esto último propició
que dichos oficios fuesen adquiridos por el mejor postor, en
detrimento de la administración democrática de los intereses de
la colectividad, que había hecho de los primeros municipios del
México colonial vigorosas modalidades de gobierno autónomo.
De las recopilaciones de la Legislación de Indias de 1680,
citadas por la doctrina, se desprende que los oficios concejiles
como los de regidores, alguaciles mayores y escribanos de
pueblos de Indias, eran enajenables, y en los remates de pública
almoneda se recomendaba preferir en ellos a descubridores y
pobladores, bajo la prohibición expresa de recurrir a elecciones.
Al reinado de Carlos III se atribuyen las reformas municipales
que dieron paso a los primeros cargos de elección indirecta, que
recayeron en un oficio creado para defender a la comunidad del
cabildo, se trató del síndico personero y de los diputados de los
pueblos, habiéndose ordenado que los primeros formaran parte
de las comisiones de abastos y de policía. Los cabildos del
derecho indiano eran de dos géneros, los ordinarios y los
abiertos. Los primeros se integraban por alcaldes ordinarios y
regidores y en las ciudades que tenían el carácter de cabeza de
gobierno, eran presididos por el gobernador de la ciudad o por
su lugarteniente. Los segundos representaban la posibilidad de
elegir regidores en lugares de nuevo asiento de las poblaciones.
Lo característico de este tipo de cabildo era la celebración de
reuniones públicas para la integración del mismo y para la
discusión de los asuntos de la colectividad.

II. Juan de Solórzano y Pereyra definió al cabildo como el


cuerpo político colegiado que gobernó a las ciudades y villas de
las Indias, eligiendo a jueces, regidores y alcaldes ordinarios,
así como a los demás oficiales necesarios en las poblaciones.
Moisés Ochoa Campos cita a Hevia Bolaños y precisa que
'Cabildo es ayuntamiento de personas señaladas para el
gobierno de la República, como son Justicia y regidores'.
Erigido el cabildo como asamblea deliberante y particularmente
el cabildo abierto, tenía como facultades la de firmar el libro del
pueblo y distar y reformar las ordenanzas municipales, así como
también mandar efectuar los trabajos semanales de la
comunidad. La proliferación en la Nueva España de los cabildos
abiertos fue limitada, pues su institución llegó a prohibirse. De
las prerrogativas conferidas a los cabildos, la de dictar
ordenanzas garantizó por mucho tiempo que los gobiernos
municipales conservaran su autonomía. Testimonio de esto
último es lo ordenado por Felipe II en el sentido siguiente:
'porque las ciudades, villas y lugares de las Indias, presentan
algunas veces sus Ordenanzas ante nuestros Virreyes, los cuales
las confirman y otras veces las hacen de nuevo en materia de
gobierno. Mandamos que si se apelare de ella para las
audiencias reales, donde los Virreyes presidieren, se guarden,
cumplan y ejecuten, hasta que por justicia se vean y determine
en revista por las audiencias lo que se debe hacer'.
Las principales funciones objeto de las ordenanzas de los
cabildos, eran las relacionadas con el ejercicio del comercio
dentro de las jurisdicciones de las ciudades, villas y pueblos a
que gobernaban.
Actualmente, en la legislación orgánica de los municipios de
algunas entidades federativas es frecuente encontrar un empleo
diverso del vocablo cabildo, ya como sinónimo de
ayuntamiento o de órgano deliberativo municipal, como por
ejemplo en las leyes orgánicas municipales de Jalisco y San
Luis Potosí, ya como el vocablo con el cual en la tradición se
denomina al lugar donde sesiona el ayuntamiento o concejo
municipal, es el caso de la Ley Orgánica Municipal del Estado
de Tlaxcala. En cambio en la Ley Orgánica Municipal de
Sinaloa en ningún momento se alude al cabildo.

III. En el derecho histórico mexicano, la voz cabildo se refiere


fundamentalmente a una corporación o gobierno colegiado,
existiendo dos tipos de cabildos totalmente diferentes: el
eclesiástico y el secular o civil.

IV. El cabildo secular, también llamado concejo, municipalidad


o ayuntamiento, tenía a su cargo el gobierno del municipio,
célula o base de la organización política desde la época
colonial.
En la Nueva España había dos tipos de cabildos seculares: el
de españoles y el de indios, el primero se refería a comunidades
predominantemente integradas por españoles (peninsulares y
criollos) lo que se conocía también como la república de los
españoles, mientras que el segundo se refería a comunidades de
indígenas o naturales, lo que formaba la república de los indios.
Aunque desde el principio de la dominación española se
dispuso respetar la organización política y social de los
indígenas, en tanto no contraviniera los principios políticos
fundamentales de los españoles, ello duró bien poco, pues los
pueblos de indios se organizaron políticamente según el modelo
del ayuntamiento castellano.
En esencia, el cabildo secular se integraba con alcaldes y
regidores, más un escribano para dar fe de lo actuado; en cuanto
a su número, podemos decir que de aquellos había normalmente
dos, aunque hubo casos en que uno bastó, eran electos por éstos
el primer día hábil del año y duraban un año en el cargo; por su
lado, el número de regidores varió de entre cuatro a
veinticuatro, dependiendo de la importancia del lugar; eran
nombrados por el rey o su mandatario, con carácter perpetuo. A
estos concejales se les podía añadir el alguacil mayor, el alférez
mayor y el procurador, sin voto este último.
La erección del cabildo secular correspondió al monarca o a
quien éste diera poder para ello, como por ejemplo el
adelantado, o el virrey.
El primer cabildo mexicano fue el fundado por Cortés el 22 de
abril de 1519, que por ser el Viernes Santo de aquel año púsole
por nombre el de Villa Rica de la Vera Cruz.

V. El cabildo eclesiástico es un colegio de clérigos que tiene por


objeto dar un culto más solemne a Dios, puede ser de dos tipos:
catedralicio y colegial. El primero, además ayudaba al obispo
como su consejo o senado, además de suplirlo en el gobierno de
la diócesis cuando vacare la sede, después de 1983 quedaron
suprimidas estas facultades de gobierno.
El cabildo eclesiástico se integra de dignidades, canonjías y
dignidades menores. Entre los primeros encontramos al dean, al
arcipreste, al arcediano, al chantre, al maestrescuela y al
tesorero; las canonjías o prebendas eran ocupadas por los
canónigos (dentro de éstos hay dos oficios fundamentales: el
canónigo lectoral o teologal y el penitenciario), y las dignidades
menores, llamados beneficiarios, que aunque formalmente no
son parte del cabildo, están ajenos a él y se les considera
también capitulares.

CAJAS DE AHORRO
I. Asociación constituida por trabajadores o empleados de un
centro de trabajo, con aportaciones económicas de los propios
trabajadores o empleados, destinadas a facilitarles préstamos
con intereses módicos y con la obligación de cubrir los créditos
otorgados en partidas semanales, quincenales o mensuales, así
como la parte proporcional de los intereses que se causen.

II. La caja de ahorro es ajena e independiente al ahorro en sí y


al llamado 'fondo de ahorro' que es una prestación adicional al
salario y que deriva de una obligación patronal, generalmente
contraída a través de los contratos colectivos de trabajo. Por
esta razón cuando los trabajadores carecen de un fondo de
ahorro o préstamos legalmente constituidos, organizan estas
asociaciones que ellos mismos manejan bajo las siguientes
bases:
a) No es obligatoria para los trabajadores de una empresa o
establecimiento el formar parte de la caja de ahorros; su
adhesión a ella es voluntaria y libre, sin más requisito que
aportar una cantidad inicial o una suma determinada en cada
pago del salario, para que pueda financiarse a la comunidad con
tales aportaciones.
b) Del caudal o capital con el cual deba iniciar sus operaciones
de préstamo se reserva un porcentaje que sirva como fondo de
garantía. En algunas empresas o establecimientos este fondo de
garantía lo aportan los patrones o empresarios, con la condición
de que sea devuelto en un término prudente y entre tanto la
propia caja se capitaliza.
c) El trabajador asociado adquiere lo que en términos comunes
se conoce como 'bono' o 'acción' por el monto de las
aportaciones que haga, ya sea al contado o en parcialidades. La
Ley Federal del Trabajo aun cuando no lo expresa en forma
específica admite la posibilidad de integrar cajas de ahorro pues
aun cuando no existe ninguna disposición sobre el particular, en
el capítulo de descuentos al salario, permite que de éste se
hagan los que correspondan a las aportaciones semanales,
quincenales o mensuales que hagan los trabajadores; así como
los pagos proporcionales de los préstamos e intereses que
causen («a.» 110 «fr.» IV LFT).
d) El trabajador asociado, una vez que la caja de ahorros
cuenta con un fondo de reserva aceptable o convenido, puede
solicitar préstamos por cantidades equivalentes a uno, dos o tres
meses de salario; desde luego puede convenirse en préstamos
mayores si son amplios los fondos de reserva, pero el objetivo
son pequeños préstamos de pronta devolución para que no se
agote dicho fondo.
e) Se cobra un modesto porcentaje, inferior desde luego al de
cualquier institución de crédito o depósito ya que el objetivo es
precisamente no gravar en extremo el salario del trabajador sino
prestarle una ayuda en un momento de apuro o de extrema
necesidad para cubrir gastos imprevistos.
f) Se nombra una directiva de tres personas a lo sumo, para
que manejen dicha caja y se responsabilicen de los fondos
recaudados y de las operaciones de préstamo que se realicen.
Como garantía se acostumbra que sea otro asociado quien firme
de aval una solicitud de préstamo para evitar que la caja se
descapitalice en caso de ausencia de un trabajador o de
incumplimiento al pago de las aportaciones correspondientes.
Asimismo es costumbre otorgar al final de cada ejercicio anual
de una caja de ahorros, un porcentaje a los directivos, por el
manejo y responsabilidad que hayan adquirido.
g) En el mes de diciembre de cada año y coincidiendo con el
pago de la prima de aguinaldo que por disposición legal se hace
a los trabajadores, se formula el balance de las operaciones
realizadas por la caja y se entrega a los asociados un estado
contable de los resultados para que aprecien el movimiento de
los fondos y presenten en todo caso sus objeciones. Con el
importe de los intereses recaudados se constituyen las utilidades
netas que se hayan obtenido y deducidos los gastos de
operación se distribuyen entre los asociados de acuerdo a los
'bonos' o 'acciones' que hubieren suscrito.

III. Sólo en cajas de ahorro que manejan fondos considerables o


en aquellas en que intervienen los patrones cuando son éstos los
que constituyen el fondo de reserva, se establecen normas
estatutarias o reglamentarias; en cajas de ahorro que integran
solamente los trabajadores con sus propios recursos, son ellos
mismos quienes se encargan de la vigilancia de los valores y de
evitar que haya malversaciones que hagan nugatorio su interés
de ahorro. Finalmente y para dejar debidamente aclarada la
naturaleza jurídica de la caja de ahorro y su diferencia con el
fondo de ahorro, que como ya expresamos, forma parte de las
prestaciones salariales que se otorgan al trabajador, citaremos la
jurisprudencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación
sobre el particular: 'El artículo 95 de la Ley Federal del Trabajo
de 1931 establece que el salario es inembargable; no estará
sujeto a retención o descuento alguno, fuera de los establecidos
en el artículo 91 de la misma Ley (Artículo 110 de la Ley
vigente de 1970). Ahora bien, en virtud de que el fondo de
ahorros de un trabajador forma parte de su salario, debe
estimarse que la orden dada a la empresa para que retenga dicho
fondo con el fin de entregarlo a persona distinta, es contraria a
la prohibición establecida por el artículo 95 invocado; de
manera que si la empresa se allanará a la orden expresada,
incurriría en la sanción de doble pago, implícita en esa
prohibición; por lo que debe estimarse que la orden de
referencia afecta los intereses jurídicos de la empresa y debe
concedérsele el amparo que solicite con tal motivo.' (Tesis núm.
16, Apéndice al «SJF» 1917-1975, 5 parte, cuarta sala, p. 23.)
De conformidad con esta jurisprudencia se obtiene: primero, la
diversa naturaleza de ambos tipos de ahorro; segundo, la
facultad patronal para que, si los trabajadores lo acuerdan y
otorgan su aprobación, se hagan los descuentos que
correspondan al fondo de la caja de ahorro; tercero, se garantiza
de esta manera la operatividad de dicha caja y se evita su
descapitalización, la cual tendría lugar en perjuicio de todos los
asociados.

CALIFICACIÓN DEL DELITO


I. Bajo la denominación de calificación del delito se entienden
aquellas situaciones que, previstas en la ley penal y conocidas
por la doctrina bajo la denominación de 'circunstancias
calificativas' o 'circunstancias agravantes', suponen un
incremento de la punibilidad prevista por el legislador,
generando, por lo mismo, nuevos tipos delictivos que resultan
ser más agravados que los estimados básicos.

II. En general, la doctrina al referirse a la calificación de los


delitos, plantea la división entre los tipos básicos; los tipos
especiales, que a su vez pueden ser privilegiados o agravados; y
los tipos complementados, que también pueden ser
privilegiados o agravados.
Por tipo básico, expresa Mezger, se entienden los diferentes
tipos fundamentales que incluye la parte especial de la ley penal
y que constituyen la espina dorsal del Código Penal, según
afirma otro autor. Tipo básico es aquel que no deriva de ningún
otro y cuya existencia es independiente de cualquier otro tipo, o
como expresa otro autor, es el que se presenta en su puro
modelo legal, sin más características que las esenciales del
delito o bien aquellas figuras típicas cuya descripción sirve de
base a otros tipos delictivos.
Por tipo especial a diferencia de los anteriores, se entienden
aquellos que se integran autónomamente agregando al tipo
fundamental o básico otro requisito, y pueden ser privilegiados
o agraviados. En el primer caso, el elemento que se agrega
origina una disminución de la pena, en el segundo una
calificación agravada de la misma.
Los tipos complementados, que también pueden ser
circunstanciados en forma agravada o atenuada, son aquellos
que requieren para su existencia el tipo fundamental o básico, al
cual se le añade una circunstancia que no obstante no integra un
delito autónomo; así, el tipo complementado supone siempre la
aplicación del tipo básico que se complementa con la
circunstancia que agrava o disminuye la penalidad.
De esta manera, la doctrina ha entendido que, a manera de
ejemplo, el hecho de privar de la vida, supone, en principio, un
delito de homicidio cometido por quien realiza la acción
respectiva, siempre que se reúnan los extremos penales
correspondientes. Junto a esta figura, sin embargo, existe el
delito de parricidio, consistente en el homicidio del ascendiente
en línea recta y que supone un delito autónomo con penalidad
agravada; y, por otra parte existe también el delito de
infanticidio que se hace consistir en el homicidio del producto
de la concepción dentro de las 72 horas siguientes a su
nacimiento, y que la ley penal vigente castiga con una penalidad
atenuada, como un delito autónomo. Por otra parte, la misma
ley penal al referirse al delito de homicidio, contempla en otros
artículos ciertas circunstancias que son origen de una
agravación o atenuación de la pena como es el hecho de que el
homicidio sea perpetrado con motivo de inundación, incendio y
explosivos, etc., o bien que sea perpetrado en riña, caso este
último en que resulta atenuado.
En síntesis, independientemente de los matices derivados de
las posiciones doctrinales sustentadas sobre el particular,
fundamentalmente, la calificación del delito es atendida, como
una forma de clasificación de los tipos delictivos.
Independientemente de este orden de ideas, otra orientación la
contempla básicamente como una clasificación de la
punibilidad.

CALUMNIA
I. (Del latín calumnia.) Acusación falsa, hecha maliciosamente
para causar daño. Imputación falsa de un delito de los que dan
lugar a un procedimiento de oficio. La calumnia significa
penalísticamente imputar o acusar falsamente a otro de la
comisión de un delito.

II. La calumnia, desde épocas pasadas siempre se ha equiparado


con la mentira, siendo ésta la esencia propia de este delito.
Como precedentes de la calumnia nos encontramos las Leyes de
Hammurabi, consistentes en el castigo a que se hacía merecedor
el que acusaba y no podía probar su acusación. La calumnia se
castigaba en los pueblos egipcios, según se deriva del libro de
los funerales, y en la India, como se observa en las leyes de
Manú, que con tienen terribles imprecaciones contra la mentira.
Se dice que en el Manava-Dharma-Zastra se encuentran las
penas más graves contra el falso denunciador. Lo propio se
señala de la legislación mosáica, en el Levítico o Libro de los
sacerdotes. En la época del talión, la calumnia tuvo un gran
auge. En Grecia, Roma y en el derecho canónico, la calumnia
era castigada, presentando características distintas: en los
pueblos de la antigua Grecia, los calumniadores eran conocidos
con el nombre de sicofantes, llamados así porque alardeaban de
influencia con algún oficial público o con el mismo príncipe,
logrando ganancias por su vendido silencio. En la época
romana, mientras subsistió el sistema de acusación pública, el
calumniador había de presentarse a cara descubierta, armado de
descaradas mentiras para combatir en el foro contra el enemigo;
este sistema desaparece y surge el delator. Dicho primer periodo
pertenece a la celebre lex remmia, en contra de los
calumniadores, a quienes castigaba con marcas en la frente, la
marca empleada era la letra K, pero que fue desplazada por el
castigo del talión. En el derecho canónico, la calumnia es
maliciosa et mendax acusatio, y las Decretales llamaron
calumniador a quien conscientemente y con dolo imputa un
crimen a otro. Si la calumnia era evidente, el acusador debía
sufrir la pena del talión. En el Fuero Juzgo, Fuero Real y la Ley
de Partidas, se le aplicaba igual penalidad señalada con
anterioridad en el derecho canónico. Pero en los códigos
españoles, la calumnia como imputación de un hecho delictuoso
fue incluida en la legislación alfonsina, influyendo de esta
manera en los códigos actuales.

III. La primera característica que es apreciable en la calumnia,


es la falsa imputación de un delito y, además, que este delito sea
de aquellos que la ley persigue de oficio.
En el delito de calumnia, a diferencia de la injuria y de la
difamación, la falsedad es un elemento esencial; sin embargo,
deben concurrir otros aspectos importantes que la hacen
diferente de los otros delitos que la ley señala como los delitos
contra el honor. Esa falsedad por otra parte, debe ser consciente
y voluntaria por la persona que realiza la imputación de un
delito; además, la imputación debe ser a persona directa y los
hechos también deben ser concretos y determinados. Por
ejemplo: no incurre en calumnia el que llama ladrón al
perjudicado; ello constituye injuria. En cambio, si yo atribuyo
con falsedad a otro el robo de mi cartera, el delito es de
calumnia y no de injuria. Se considera, además, que la finalidad
en el delito de calumnia se traduce en una imputación
totalmente falsa, concreta y dolosa; la finalidad del delito de
injuria, es fundamentalmente el animus injuriandi, la ofensa y el
desprecio. A su vez, la naturaleza esencial que reviste el delito
de difamación es en sí la comunicación a una o más personas de
la imputación que se hace a una tercera persona. En la
difamación el dolo es evidente, ya que prevalece el objetivo del
descrédito por medio de la publicidad y divulgación. Por lo que,
en la injuria y en la calumnia se incurre en delitos sin necesidad
de la publicidad.

IV. En el «CP» mexicano, el delito de calumnia se encuentra


ubicado en el título relativo a los 'delitos contra el honor' y
regulado en el «a.» 356; a diferencia de otros países que lo
consideran como un 'delito en contra de la administración de
justicia', ya que consideran que el bien jurídico que se protege
no es el honor, sino prevalentemente un 'interés jurídico que la
sociedad tiene en que la recta administración de justicia no se
vea entorpecida por acusaciones o imputaciones engañosas'.
Este criterio es el seguido por los códigos italianos, en tanto que
los españoles y los de Iberoamérica, con excepción de Costa
Rica y Venezuela, estiman que el honor es el bien jurídico
ofendido.
Por eso se dice que la calumnia no trasciende ni a los muertos,
ni son sujetos pasivos las sociedades, salvo cuando trasciende a
los individuos que las representan o dirigen por encontrarse
afectado su honor. Por tal razón, los sujetos pasivos sólo pueden
ser las personas físicas, porque la ratio del delito de calumnia
consiste en la falsa imputación, denuncia, queja, acusación o
atribución de un delito, y si sólo la persona física es susceptible
de responsabilidad penal, obvio es que únicamente dicha
persona puede devenir en sujeto pasivo.
De la lectura del «a.» 356 del «CP» se desprende que los
delitos que se imputan a una tercera persona deben ser de
aquellos que se persiguen de oficio; también no deja de revestir
importancia, que la imputación del delito debe ser falsa y esta
falsedad debe ser objetiva y subjetiva. La falsedad objetiva es la
imputación de un delito, sin que este delito se haya cometido
por la persona. La falsedad subjetiva se da cuando existe el
ánimo doloso; es decir cuando se tiene conocimiento y voluntad
de que se está cometiendo un hecho injusto. Por lo que el tipo
de calumnia se puede integrar con la imputación, denuncia o
queja de hechos, a sabiendas de la falsedad de los mismos en
que se funda o de la inocencia de la persona a quien se hace la
delictiva atribución.
Del «a.» 356, también se pueden establecer las formas de
realización de la calumnia: verbales o escritas, formales y
reales. Las primeras se desprenden de la «fr.» I del mencionado
artículo, ya que la imputación puede hacerse mediante palabras
proferidas en presencia o en ausencia del sujeto pasivo o
mediante escritos dirigidos a éste o comunicados a terceras
personas, pues dentro de la especialidad del tipo de calumnia
entran los diversos modus operandi. Las formales se
contemplan en la «fr.» II, cuando se hace mediante la
presentación de denuncia, queja o acusación calumniosa;
entendiéndose por tales, aquellas en que el autor 'imputa un
delito a persona determinada, sabiendo que ésta es inocente o
que aquél no se ha cometido'. La calumnia real, descrita en la
«fr.» III, consiste desde el punto de vista fáctico en poner 'sobre
la persona calumniada, en su casa o en otro lugar adecuado...,
una cosa que pueda dar indicios o presunciones de
responsabilidad'.
La consumación y la tentativa de calumnia se puede establecer
en base a las formas de como se presenta este delito. Existe
consumación si la calumnia es verbal y es oída por el sujeto
pasivo o por tercera persona. Escrita cuando una u otra persona
lea la imputación falsa. La «fr.» II del «a.» 356, en donde se
enmarca la forma de calumnia formal, se consuma cuando se
está ante un organismo judicial presentando la denuncia, etc.,
teniendo el carácter de falsa. Y con respecto de la otra forma de
calumnia, se dará la consumación cuando engendre en contra de
la persona indicios o presunciones de responsabilidad.
Es configurable la tentativa en todas las formas de calumnia,
habiendo dificultad respecto de la verbal, cuando esta no es oída
por alguna persona o por la persona a quien se le imputa el
hecho delictivo.

CALUMNIA
I. (Del latín calumnia.) Acusación falsa, hecha maliciosamente
para causar daño. Imputación falsa de un delito de los que dan
lugar a un procedimiento de oficio. La calumnia significa
penalísticamente imputar o acusar falsamente a otro de la
comisión de un delito.

II. La calumnia, desde épocas pasadas siempre se ha equiparado


con la mentira, siendo ésta la esencia propia de este delito.
Como precedentes de la calumnia nos encontramos las Leyes de
Hammurabi, consistentes en el castigo a que se hacía merecedor
el que acusaba y no podía probar su acusación. La calumnia se
castigaba en los pueblos egipcios, según se deriva del libro de
los funerales, y en la India, como se observa en las leyes de
Manú, que con tienen terribles imprecaciones contra la mentira.
Se dice que en el Manava-Dharma-Zastra se encuentran las
penas más graves contra el falso denunciador. Lo propio se
señala de la legislación mosáica, en el Levítico o Libro de los
sacerdotes. En la época del talión, la calumnia tuvo un gran
auge. En Grecia, Roma y en el derecho canónico, la calumnia
era castigada, presentando características distintas: en los
pueblos de la antigua Grecia, los calumniadores eran conocidos
con el nombre de sicofantes, llamados así porque alardeaban de
influencia con algún oficial público o con el mismo príncipe,
logrando ganancias por su vendido silencio. En la época
romana, mientras subsistió el sistema de acusación pública, el
calumniador había de presentarse a cara descubierta, armado de
descaradas mentiras para combatir en el foro contra el enemigo;
este sistema desaparece y surge el delator. Dicho primer periodo
pertenece a la celebre lex remmia, en contra de los
calumniadores, a quienes castigaba con marcas en la frente, la
marca empleada era la letra K, pero que fue desplazada por el
castigo del talión. En el derecho canónico, la calumnia es
maliciosa et mendax acusatio, y las Decretales llamaron
calumniador a quien conscientemente y con dolo imputa un
crimen a otro. Si la calumnia era evidente, el acusador debía
sufrir la pena del talión. En el Fuero Juzgo, Fuero Real y la Ley
de Partidas, se le aplicaba igual penalidad señalada con
anterioridad en el derecho canónico. Pero en los códigos
españoles, la calumnia como imputación de un hecho delictuoso
fue incluida en la legislación alfonsina, influyendo de esta
manera en los códigos actuales.

III. La primera característica que es apreciable en la calumnia,


es la falsa imputación de un delito y, además, que este delito sea
de aquellos que la ley persigue de oficio.
En el delito de calumnia, a diferencia de la injuria y de la
difamación, la falsedad es un elemento esencial; sin embargo,
deben concurrir otros aspectos importantes que la hacen
diferente de los otros delitos que la ley señala como los delitos
contra el honor. Esa falsedad por otra parte, debe ser consciente
y voluntaria por la persona que realiza la imputación de un
delito; además, la imputación debe ser a persona directa y los
hechos también deben ser concretos y determinados. Por
ejemplo: no incurre en calumnia el que llama ladrón al
perjudicado; ello constituye injuria. En cambio, si yo atribuyo
con falsedad a otro el robo de mi cartera, el delito es de
calumnia y no de injuria. Se considera, además, que la finalidad
en el delito de calumnia se traduce en una imputación
totalmente falsa, concreta y dolosa; la finalidad del delito de
injuria, es fundamentalmente el animus injuriandi, la ofensa y el
desprecio. A su vez, la naturaleza esencial que reviste el delito
de difamación es en sí la comunicación a una o más personas de
la imputación que se hace a una tercera persona. En la
difamación el dolo es evidente, ya que prevalece el objetivo del
descrédito por medio de la publicidad y divulgación. Por lo que,
en la injuria y en la calumnia se incurre en delitos sin necesidad
de la publicidad.

IV. En el «CP» mexicano, el delito de calumnia se encuentra


ubicado en el título relativo a los 'delitos contra el honor' y
regulado en el «a.» 356; a diferencia de otros países que lo
consideran como un 'delito en contra de la administración de
justicia', ya que consideran que el bien jurídico que se protege
no es el honor, sino prevalentemente un 'interés jurídico que la
sociedad tiene en que la recta administración de justicia no se
vea entorpecida por acusaciones o imputaciones engañosas'.
Este criterio es el seguido por los códigos italianos, en tanto que
los españoles y los de Iberoamérica, con excepción de Costa
Rica y Venezuela, estiman que el honor es el bien jurídico
ofendido.
Por eso se dice que la calumnia no trasciende ni a los muertos,
ni son sujetos pasivos las sociedades, salvo cuando trasciende a
los individuos que las representan o dirigen por encontrarse
afectado su honor. Por tal razón, los sujetos pasivos sólo pueden
ser las personas físicas, porque la ratio del delito de calumnia
consiste en la falsa imputación, denuncia, queja, acusación o
atribución de un delito, y si sólo la persona física es susceptible
de responsabilidad penal, obvio es que únicamente dicha
persona puede devenir en sujeto pasivo.
De la lectura del «a.» 356 del «CP» se desprende que los
delitos que se imputan a una tercera persona deben ser de
aquellos que se persiguen de oficio; también no deja de revestir
importancia, que la imputación del delito debe ser falsa y esta
falsedad debe ser objetiva y subjetiva. La falsedad objetiva es la
imputación de un delito, sin que este delito se haya cometido
por la persona. La falsedad subjetiva se da cuando existe el
ánimo doloso; es decir cuando se tiene conocimiento y voluntad
de que se está cometiendo un hecho injusto. Por lo que el tipo
de calumnia se puede integrar con la imputación, denuncia o
queja de hechos, a sabiendas de la falsedad de los mismos en
que se funda o de la inocencia de la persona a quien se hace la
delictiva atribución.
Del «a.» 356, también se pueden establecer las formas de
realización de la calumnia: verbales o escritas, formales y
reales. Las primeras se desprenden de la «fr.» I del mencionado
artículo, ya que la imputación puede hacerse mediante palabras
proferidas en presencia o en ausencia del sujeto pasivo o
mediante escritos dirigidos a éste o comunicados a terceras
personas, pues dentro de la especialidad del tipo de calumnia
entran los diversos modus operandi. Las formales se
contemplan en la «fr.» II, cuando se hace mediante la
presentación de denuncia, queja o acusación calumniosa;
entendiéndose por tales, aquellas en que el autor 'imputa un
delito a persona determinada, sabiendo que ésta es inocente o
que aquél no se ha cometido'. La calumnia real, descrita en la
«fr.» III, consiste desde el punto de vista fáctico en poner 'sobre
la persona calumniada, en su casa o en otro lugar adecuado...,
una cosa que pueda dar indicios o presunciones de
responsabilidad'.
La consumación y la tentativa de calumnia se puede establecer
en base a las formas de como se presenta este delito. Existe
consumación si la calumnia es verbal y es oída por el sujeto
pasivo o por tercera persona. Escrita cuando una u otra persona
lea la imputación falsa. La «fr.» II del «a.» 356, en donde se
enmarca la forma de calumnia formal, se consuma cuando se
está ante un organismo judicial presentando la denuncia, etc.,
teniendo el carácter de falsa. Y con respecto de la otra forma de
calumnia, se dará la consumación cuando engendre en contra de
la persona indicios o presunciones de responsabilidad.
Es configurable la tentativa en todas las formas de calumnia,
habiendo dificultad respecto de la verbal, cuando esta no es oída
por alguna persona o por la persona a quien se le imputa el
hecho delictivo.

CÁMARA DE ORIGEN
I. Nombre que se da a la cámara del Congreso de la Unión
encargada de conocer y discutir, en primer término, los
proyectos o iniciativas de ley o decreto, cuya resolución no sea
de la competencia exclusiva de una sola de las cámaras.

II. Las expresiones cámara de origen y cámara revisora se


utilizaron por vez primera en el constitucionalismo mexicano en
los «aa.» 54, 55 y 58 al 62 de la Constitución Federal de 1824 y
posteriormente por el «a.» 71 de la Constitución de 1857,
reformado el 13 de noviembre de 1874. Este dispositivo pasó en
forma similar al «a.» 72 de la Constitución de 1917. Algunas
constituciones extranjeras utilizan también estas expresiones
(p.e.: Argentina, «a.» 68; Venezuela, «a.» 167).

III. En el procedimiento de formación de una ley o un decreto


cuya resolución no sea exclusiva de una sola cámara, las
cámaras del Congreso de la Unión son designadas como cámara
de origen y cámara revisora. A la cámara de origen le
corresponde ser la primera en conocer, discutir y en su caso,
aprobar, las iniciativas de leyes o decretos que presenten las
entidades que gozan de esta prerrogativa constitucional.
Asimismo, la cámara de origen es la primera en conocer las
observaciones que en su caso hiciera el presidente de la
República al proyecto aprobado por las cámaras.
Indistintamente puede fungir como cámara de origen la de
diputados o la de senadores, pero, tratándose de proyectos
relativos a empréstitos, contribuciones o impuestos y
reclutamiento de tropas, la cámara de origen debe ser
necesariamente la de diputados, como lo prevé expresamente el
inciso h) del «a.» 72 de la Constitución. Además de estas tres
excepciones consignadas en la disposición mencionada, el
penúltimo párrafo del «a.» 111 de la Carta Fundamental dispone
que la Cámara de Diputados fungirá como cámara de origen
tratándose de la solicitud de destitución de funcionarios
judiciales formulada por el presidente de la República.
El origen de la excepción relativa a la materia de
contribuciones e impuestos, se encuentra en el «a.» 1, sección 7
de la Constitución norteamericana, que el constituyente
mexicano de 1824 recogió en el «a.» 51 de la Constitución de 4
de octubre. Las otras dos excepciones previstas en el «a.» 72
surgieron con la reforma de 1874 al a. 70 de la Constitución de
1857.
Un sector de la doctrina mexicana ha argumentado que la
razón por la cual la Cámara de Diputados es cámara de origen
en los asuntos comentados, se debe a que siendo dicha cámara
la genuinamente popular debe conocer primero de los asuntos
que afectan inmediata y directamente al pueblo.

CÁMARA REVISORA
I. Nombre que se da a la cámara del Congreso de la Unión
encargada de conocer y discutir, en segundo término (después
de la cámara de origen), los proyectos o iniciativas de ley o
decreto, cuya resolución no sea de la competencia exclusiva de
una sola de las cámaras.

II. Las expresiones cámara de origen y cámara revisora se


utilizaron por vez primera en el constitucionalismo mexicano en
los «aa.» 54, 55 y del 58 al 62 de la Constitución Federal de
1824 y posteriormente por el «a.» 71 de la Constitución de
1857, reformado el 13 de noviembre de 1874. Este dispositivo
pasó en forma similar al «a.» 72 de la Constitución de 1917.
Algunas constituciones extranjeras utilizan también estas
expresiones (p.e.: Argentina, «a.» 68; Venezuela, «a.» 167).

III. En el procedimiento de formación de una ley cuya


resolución no sea exclusiva de una sola cámaras las cámaras del
congreso de la Unión son designadas como cámara de origen y
cámara revisora. A la cámara revisora le corresponde ser la
segunda en conocer, discutir y en su caso, aprobar, las
iniciativas de leyes o decretos que presenten las entidades que
gozan de esta prerrogativa constitucional. Asimismo a la
cámara revisora le corresponde conocer en segundo lugar, es
decir, después de la cámara de origen, las observaciones que en
su caso hiciera el presidente de la República al proyecto
aprobado por las cámaras. Indistintamente puede fungir como
cámara revisora la de diputados o la de senadores, pero,
tratándose de proyectos relativos a empréstitos, contribuciones
o impuestos y reclutamiento de tropas, el Senado debe ser
necesariamente cámara revisora. Además de estas tres
excepciones contenidas en el inciso h) del «a.» 72 de la
Constitución, el penúltimo párrafo del «a.» 111 de la misma
Carta Fundamental, que establece el procedimiento de
destitución de funcionarios judiciales, prevé que el ejecutivo
debe enviar la solicitud de destitución a la cámara de diputados
y si ésta lo aprueba pasará a la de senadores, razón por la cual el
Senado funge necesariamente como cámara revisora en este
procedimiento

CÁMARAS DE COMERCIO E INDUSTRIA


I. Son corporaciones que tienen por objeto la representación
legal y la defensa de los intereses comerciales e industriales de
las personas que las componen, que son precisamente personas
dedicadas a este tipo de actividades del comercio y de la
industria. Se les reconoce personalidad jurídica propia y se han
creado al amparo de la libertad de asociación.

II. Su origen es muy remoto y se recuerda el auge extraordinario


que tuvieron durante la Edad Media, principalmente en los
grandes puertos de Italia, Francia y España, incentivando el
comercio y la industria en general y perfeccionando o
consolidando cada vez más su organización, como ocurrió con
la Cámara de Comercio de Marsella del siglo XVI, que había
establecido delegaciones en varios puertos del Mediterráneo.
Nace, pues, la Cámara de Comercio sobre la idea romanista de
las corporaciones, universitas personarum, y de la libertad para
crear este tipo de asociaciones.

III. Actualmente se rigen por la ley de 26 de agosto de 1941,


fecha de publicación en el «DO», la cual las caracteriza como
personas jurídicas públicas, autónomas, englobando tanto a las
cámaras de comercio y de la industria propiamente tales como
las uniones de comerciantes ambulantes y a las uniones de
comerciantes de mercados públicos municipales y del Distrito
Federal. Dichas cámaras abarcan o se extienden a todo el
territorio nacional, pudiendo tener delegaciones, salvo que la
Secretaría de Comercio autorice la creación de cámaras con
jurisdicción local. El objeto de estas cámaras consiste en
representar los intereses generales del comercio o de la industria
dentro de su jurisdicción fomentar el desarrollo del comercio o
de la industria nacionales; participar en la defensa de los
intereses particulares de los comerciantes o industriales, según
corresponda; ser órgano de consulta del Estado; actuar como
árbitros en los conflictos entre comerciantes e industriales, si así
convienen en someterse a dicha cámara; desempeñar la
sindicatura en las quiebras de comerciantes e industriales
inscritos en ella.
La inscripción por parte de los comerciantes e industriales es
obligatoria prácticamente, pues la ley establece esta
obligatoriedad a todo aquél que tenga un capital manifestado
ante la Secretaría de Hacienda y Crédito Público de dos mil
quinientos pesos.
Los órganos de las cámaras de comercio e industria serán la
asamblea general, que actúa como órgano supremo; un consejo
directivo y los demás que establezcan sus correspondientes
estatutos.
La ley en vigor autoriza y reconoce tanto a estas cámaras
como a las uniones para confederarse a nivel nacional las
primeras y para federarse por estados y por el Distrito Federal,
primero y luego confederarse a nivel nacional las uniones.
Las confederaciones de cámaras de comercio y de las de
industria serán autónomas, gozarán de personalidad jurídica
propia y tendrán como domicilio social la capital de la
República, como indica el «a.» 123 de la ley que venimos
citando, según la reforma efectuada el 31 de diciembre de 1962.
Asimismo, las federaciones estatales de las uniones serán
autónomas y gozarán de personalidad jurídica propia al igual
que la federación de las uniones del Distrito Federal. Y unas y
otras podrán confederarse a nivel nacional, en cuyo caso dichas
federaciones gozarán de personalidad jurídica propia,
autonomía y tendrán su domicilio social en la capital de la
República.
Los objetivos que se prevén para estas federaciones y
confederaciones de uniones y las confederaciones de las
cámaras son los de representar legalmente los intereses de sus
miembros, a nivel local en el caso de las federaciones, y a nivel
nacional tratándose de las confederaciones: fomentar el
comercio y la industria en sus respectivos campos de acción;
organizar ferias nacionales e internacionales y fomentar y editar
su respectivos directorios generales de comerciantes y de
industriales de la República.

CAPITAL SOCIAL
I. Capital (del latín capitalis, de caput, is, cabeza). Existen
diversas acepciones del término en cuestión, según el marco
teórico de referencia empleado. Por ejemplo, el Diccionario de
la Lengua Española señala doce distintos significados, cinco de
los cuales aluden a la cuestión económica: 7. Hacienda, caudal,
patrimonio. 8. Cantidad de dinero que se presta. 9. Caudal,
bienes que aportan el marido o la mujer al matrimonio. 10.
Valor permanente de lo que de manera periódica o accidental
rinde u ocasiona rentas, intereses o frutos. 11. Uno de los cuatro
factores de la producción formado por la riqueza acumulada que
en cualquier aspecto se destina de nuevo a aquélla, en unión del
trabajo y de los agentes naturales. Por su parte, el Diccionario
de Ciencias Sociales indica que es el producto destinado a
nuevas producciones. El trabajo acumulado y destinado a nueva
producción. El caudal de bienes que una persona o entidad
posee. Mercantilmente, el conjunto de medios de cambio de
moneda, destinados a sostener, regularizar e incrementar
operaciones comerciales. Social (del latín socialis). Lo
perteneciente o relativo a una sociedad o a los socios aliados o
confederados (Diccionario de la Lengua Española).

II. Concepto. Como vemos, el vocablo capital expresa una


realidad compleja que no se puede reducir a una fórmula
simple. Denota varios aspectos de una única realidad que dada
la conexión recíproca existente entre los distintos significados
se trata de perfiles diversos de un mismo fenómeno complejo,
cuya integración no puede compendiar una sencilla definición.
La disciplina del capital se caracteriza por las frecuentes
intersecciones con la disciplina del patrimonio, lo cual puede
suceder en virtud de aquella relación de implicación
(continenza) que existe entre los dos conceptos. Como si se
tratara de esferas concéntricas de las cuales una -el patrimonio-
comprende también a la otra -el capital- que en ella está
circunscrita.
Se entiende por patrimonio social, 'el conjunto de bienes y
derechos de la sociedad, con deducción de sus obligaciones. Se
forma inicialmente, con el conjunto de aportaciones de los
socios' (Mantilla Molina). El conjunto efectivo de bienes de la
sociedad en un momento determinado.
Su cuantía adolece de las mismas variaciones que el
patrimonio individual. Se incrementa si la industria es próspera,
se reduce en el caso contrario. El patrimonio activo comprende:
dinero, cosas, derechos, valores económicos de toda clase. El
patrimonio pasivo: abarca las deudas (Garrigues). Dichos bienes
pasan a ser propiedad del ente social de modo distinto o como
ocurre con el capital (Simonetto).
El capital social es el conjunto de bienes propios (fondo
patrimonial) del ente social, constituido por el valor inicial en
dinero de las aportaciones de los accionistas (personas físicas o
morales) que lo forman. Su valor permanece inmutable durante
la vida de la sociedad, salvo los aumentos y disminuciones
acordados por los socios. Según el concepto clásico, es una
entidad formal y una expresión invariable y cristalizada de valor
que refleja el balance.
'Es la cifra en que se estima la suma de las obligaciones de dar
de los socios y señala el nivel mínimo que debe alcanzar el
patrimonio social para que los socios puedan disfrutar de las
ganancias de la sociedad' (Mantilla Molina).
Cifra permanente de la contabilidad, que no necesariamente
refleja el patrimonio efectivo. Señala dicha cifra el patrimonio
que debe existir no el que realmente existe. Es la cifra
considerada como tal en la escritura constitutiva de la sociedad
o en sus reformas («a.» 6 «fr.» V, LGSM). 'La cifra del capital
es una línea cerrada o círculo ideal trazado en el activo de la
sociedad, que no acota bienes determinados pero que impone a
la sociedad la obligación de tenerlo siempre cubierto con bienes
equivalentes a aquella cifra.' Técnica y legalmente, patrimonio y
capital social deben coincidir al erigirse la sociedad; sin
embargo, pueden ser diversos desde el primer momento
(Garrigues).

III. Aplicación de normas. La presencia del capital social en las


sociedades de capitales es esencial no sólo para la productividad
de éstas, sino para garantizar a los acreedores el pago puntual de
las obligaciones sociales.
1) Determinación y unidad del capital social. Fijar el capital
social es una de las cláusulas esenciales de la escritura
constitutiva («a.» 6 «frs.» V y VI; 89, «fr.» II, 91, «fr.» I y 97,
LGSM). 2) Estabilidad del capital social. La cifra del capital no
puede modificarse arbitrariamente. Los procedimientos de
aumento y de reducción del capital social son excepciones a
este principio («a.» 9, LGSM). 3) Intangibilidad del capital. Si
hubiere pérdida del capital social, éste deberá ser reintegrado o
reducido antes de repartirse o asignarse utilidades («a.» 18,
LGSM). 4) Fidelidad del balance. Las utilidades habrán de
repartirse solamente cuando ello resulte del balance («a.» 19,
LGSM). 5) La formación de un fondo de reserva, 5% anual,
derivado de las utilidades, hasta igualar la quinta parte del
capital social («a.» 20 LGSM). 6) El capital deberá estar
íntegramente suscrito («a.» 89, «fr.» II, LGSM). 7) El importe
de las acciones pagaderas en efectivo, deberá estar cubierto
cuando menos en un 20% y liberadas cuando deban cubrirse en
bienes distintos del dinero («a.» 89, «frs.» III y IV LGSM). 8)
Las sociedades no pueden emitir acciones (las cuales
representan el capital) por una suma inferior a su valor nominal
(«a.» 115, LGSM). 9) La integridad del capital social. Para su
mantenimiento el legislador otorga acción para reclamar a los
socios el monto no saldado de su aportación (a. 24, in fine,
LGSM); la no conservación íntegra del capital, hasta un límite
de una tercera parte, acarrea la disolución de las sociedades (a.
229, «fr.» V, en relación con los «aa.» 17, 104 y 136, LGSM).

IV. Representación del capital social. El capital social de una


sociedad por acciones se halla representado por estos
titulosvalor.

V. Carácter jurídico del capital social. Esencial al concepto de


sociedad es el concepto de capital («aa.» 2688 y 2693, «fr.» IV,
«CC», 6 «fr.» V, 51, 89, «fr.» II, 208, 209, 213 y 216, «LGSM»
y 15, fr. IV, 34, LSC), cuyas variaciones están limitadas por la
ley y por la naturaleza del negocio.
VI. Aumento del capital social. En vista de que la obligación
del accionista se limita al pago de sus acciones, siempre que la
sociedad necesita allegarse nuevos recursos para la explotación
de un negocio, o cubrir las pérdidas sufridas, habrá de recurrir
al préstamo o, al aumento de su capital. Este último implica una
modificación estatutaria, excepto en las sociedades de capital
variable.
Para aumentar el capital la sociedad puede emitir nuevas
acciones o incrementar el valor nominal de las ya existentes.
En ambos casos, las nuevas acciones o el aumento en su valor
nominal pueden pagarse con dinero o en especie, o a través de
convertir las obligaciones en acciones o transformar las reservas
o beneficios también en acciones (a. 210 bis, «LGTOC»). En
dichas circunstancias, cuando al aumento de capital se
acompañan nuevas aportaciones por antiguos o nuevos socios,
se habla de un aumento real de capital; en los otros casos de un
aumento contable.
La posibilidad de aumentar el capital social se considera en el
«a.» 9, LGSM. Es facultad de la asamblea general
extraordinaria pronunciarse al respecto (a. 182, fr. III,
relacionado con el 260, LGSM). No podrán emitirse nuevas
acciones hasta que las emitidas anteriormente hayan sido
totalmente pagadas (a. 132, LGSM). Los accionistas tienen
derecho preferente para adquirir acciones de nueva emisión (a.
132, LGSM).

VII. Reducción del capital social. Cuando la sociedad sufra


pérdidas que hagan disminuir el patrimonio real con relación a
la cifra del capital nominal, de manera tal que no se puedan
repartir beneficios, puesto que no los hay, cabe la posibilidad de
reducir el capital social para adaptar la cifra del capital al valor
real del patrimonio, consiguiendo así un reparto de beneficios.
La reducción del capital afecta a la garantía de los terceros y
requiere modificación de los estatutos. La reducción es posible
efectuarla por reembolso a los socios o por liberación concedida
a éstos de exhibiciones no realizadas. Para ello deberán seguirse
normas especiales de publicidad. Los socios pueden oponerse
ante autoridad judicial a la reducción (a. 9, LGSM). Compete a
la asamblea general extraordinaria acordar la reducción (a. 182,
fr. III, en relación con el «a.» 260, LGSM).
La reducción del capital puede hacerse por: 1. Disminución del
número de acciones: A. fusión; B. amortización. 2. Disminución
del valor nominal de las acciones: A. única; B. progresiva.
La disminución del número de acciones puede efectuarse por
amortización simple o por amortización con emisión de
acciones de goce. La disminución, habrá de realizarse
respetando el derecho de los accionistas a recibir un trato
idéntico.

VIII. Clasificación (Gertz Manero).


CAPITAL
1. Por las personas que aportan.
A. Sociedades de personas.
Responden solidaria, subsidiaria ilimitadamente «a.» 51,
LGSM).
B. Sociedades de capitales.
Responden hasta el monto de 4 aportación («aa.» 58 y 87,
LGSM).
2. Por la manera de constituirse.
A. Aportaciones inmediatas.
a. Cargo activo.
b. Abono capital.
B. Aportaciones mediatas.
a. Por el compromiso contraído.
b. Cuentas puentes de activo (accionistas).
c. Exhibiciones secretas.
3. Por la forma de constituirse.
A. En efectivo.
B. En especie.
Se quedan los títulos en depósitos en Tesorería, por 2 años (a.
141 LGSM).

IX. Función económica del capital social. Las aportaciones de


capital efectuadas por los socios permiten que la sociedad
ejercite sus funciones y alcance su fin.

X. Acepciones complementarias. Múltiples y diversificados son


los significados de la voz capital, no menos lo son los vocablos
que se conectan directa o indirectamente con el capital social.
Éste puede estar a su vez formado por: 1. Capital autorizado:
cifra máxima que puede alcanzar el capital suscrito sin que se
requiera modificación estatutaria. Deberá estar colocado el
mínimo que marca la ley para la S. de R.L. y la S.A. o bien, el
mayor que fije la propia escritura. 2. Capital autorizado y no
emitido: constituye la diferencia entre el máximo del capital
autorizado en la escritura constitutiva o en sus reformas y la
cantidad disponible a suscripción, ya sea que esté o no suscrita.
Dicha cifra es meramente un elemento de información y para
efectos de los estados financieros no integra el capital contable
(Instituto Mexicano de Contadores Públicos, IMCP). 3. Capital
emitido y no suscrito: parte del capital autorizado que por
acuerdo de la asamblea general de accionistas o del consejo de
administración se ofrecerá al público para su suscripción. 4.
Capital suscrito: aquel que los socios se obligan a aportar.
Capital social y capital suscrito coinciden en las sociedades de
capital fijo. 5. Capital suscrito y no exhibido: aquel que los
socios se comprometieron a aportar pero que la sociedad aún no
ha recibido (IMCP). 6. Capital exhibido: es el importe del
capital suscrito que ha sido cubierto por las aportaciones de los
socios. 7. Capital social autorizado y exhibido: cuando el capital
autorizado está totalmente pagado. Nunca el capital exhibido
podrá ser mayor al capital social.

XI. Capital contable o patrimonio social. Es la diferencia entre


el activo y el pasivo de la sociedad, está constituido por: 1. El
capital social pagado. 2. Otras aportaciones de los socios y
asociados. 3. Utilidades retenidas en el negocio: A. Aplicadas o
se paradas específicamente (reserva: legal y estatutaria): a) Con
fines específicos determinados; b) Con finalidades generales; A.
Sin aplicación especial. 4. Revaluaciones de activos y pasivos.
5. Aportaciones no reembolsables hechas por terceros. 6.
Utilidad del ejercicio. En suma: capital contable es igual a
capital social pagado más superávit (utilidades retenidas y
resultados del ejercicio) menos déficit pérdidas.

CAREO
I. Es la confrontación del acusado con los testigos de cargo, así
como entre las personas que formulan declaraciones
contradictorias en un proceso penal, con el objeto de establecer
la veracidad de los testimonios.
De acuerdo con la doctrina, el careo posee en el ordenamiento
mexicano una doble connotación: por una parte debe
considerarse como un derecho constitucional de la defensa del
inculpado en el proceso penal, para conocer con precisión y de
manera directa lo sostenido por los testigos que declaran en su
contra, y por la otra, el cotejo de los testimonios que incurran en
discrepancias, para efectos probatorios.

II. El antecedente inmediato del primer aspecto, se introdujo en


el a 20, «fr.» III, de la C de 5 de febrero de 1857, y se reiteró en
la «fr.» IV del precepto del mismo número de la C vigente, de
acuerdo con la cual, el acusado será careado con los testigos que
depongan en su contra los que declararán en su presencia si
estuviesen en el lugar del juicio, para que pueda hacerles todas
las preguntas conducentes a su defensa.

III. Lo anterior significa que los careos pueden efectuarse entre


el procesado y el ofendido, el procesado y los testigos, y
también entre estos últimos. De acuerdo con lo establecido por
el «a.» 265 del «CFPP» la confrontación del acusado contra los
testigos de cargo, prevista por la «fr.» IV del «a.» 20 de la C,
debe efectuarse en todo caso, aun cuando no existan
discrepancias. Sin embargo, la jurisprudencia de la «SCJ» ha
interpretado la disposición constitucional en el sentido de que la
confrontación no es indispensable cuando exista coincidencia
entre lo expuesto por el inculpado y los testigos que declaran en
su contra.
IV. El careo entre el acusado y los testigos de cargo ha sido
calificado como constitucional, y el de los testimonios
divergentes, se le considera como de carácter legal, por estar
regulado por los códigos de procedimientos penales. Podemos
dividirlo en directo, cuando se encuentran presentes los
declarantes, y supletorio cuando no se puede lograr la
comparecencia de alguno de ellos.
De acuerdo con lo establecido por los códigos modelos,
«CPP» y «CFPP», el careo directo se practicará sólo entre dos
personas y en una sola diligencia, durante el periodo de
instrucción, y a la mayor brevedad posible, sin perjuicio de
repetirlo cuando el juez lo estime oportuno o cuando surjan
nuevos puntos de contradicción. A la diligencia sólo pueden
acudir las personas que deban ser confrontadas, las partes y, los
intérpretes, si fueren necesarios («aa.» 226 «CPP» y 266
«CFPP»).
Dichos careos se practicarán, dando lectura, en lo conducente,
a las declaraciones que se reputen contradictorias y llamando la
atención a los careados sobre los puntos de contradicción a fin
de que discutan entre sí y pueda aclararse la verdad («aa.» 228
«CPP» y 267 «CFPP»).
Por lo que se refiere a los llamados careos supletorios, los
mismos pueden efectuarse cuando alguno de los que deban ser
careados no fuere encontrado o residiere en otra jurisdicción, y
se practicarán leyendo al presente la declaración del ausente y
haciéndole notar las contradicciones que hubiere entre aquélla y
lo declarado por él, a fin de que puedan hacerse las aclaraciones
necesarias. Sin embargo, cuando las dos personas que deban
confrontarse se encontrarán fuera del ámbito territorial del
tribunal del proceso, se practicará el careo directo a través del
exhorto correspondiente («aa.» 229 «CPP» y 268 «CFPP»).

V. La doctrina ha destacado el valor del careo, tanto por lo que


respecta a la defensa del inculpado al enfrentarse a los testigos
de cargo y conocer directamente, si se encuentran en el lugar
del juicio, o de manera supletoria en caso contrario, las
declaraciones de sus contradictores, como también la
confrontación de los testimonios discrepantes, con el objeto de
verificar la veracidad de los mismos. Sin embargo, para la
eficaz utilización de este instrumento se requieren dos
condiciones importantes: en primer término la inmediación del
juez con los participantes del careo, y en segundo lugar, la
preparación del propio juzgador en los conocimientos de la
psicología del testimonio y del interrogatorio, sin los cuales
resulta difícil valorizar con precisión las declaraciones
divergentes.
Desafortunadamente en nuestra realidad jurídica no siempre
pueden cumplirse estas condiciones, si se toma en
consideración que en numerosas ocasiones, debido al recargo de
las labores, la diligencia se practica ante el secretario, el cual se
limita a anotar las declaraciones de los careados, sin intentar,
salvo excepciones, un verdadero interrogatorio, que tampoco es
frecuente por parte del defensor y del MP.

CARTA DE CRÉDITO
I. Es un documento por cuyo medio la persona que la expide
suplica a otra que le entregue a una tercera, una cantidad fija o
varias cantidades indeterminadas, comprendidas en un máximo
cuyo límite se debe señalar (Hernández, «pp.» 268-271).

II. Aunque la ley habla de un destinatario («LGTOC» «a.» 315),


en la practica y en la doctrina se admite la existencia de varios
destinatarios.
La forma de operación de la carta de crédito varía mucho, ya
que puede consistir en la entrega de dinero contra simples
recibos, o contra la entrega de documentos, tales como los
conocimientos de embarque, y puede utilizarse también para el
pago de documentos cambiarios.
Es importante hacer notar que la carta de crédito no confiere al
tenedor derecho alguno en contra de la persona a quien va
dirigida («LGTOC» «a.» 312).
La carta de crédito suele considerarse como una operación de
crédito, aunque en los casos en que el beneficiario ha dejado su
importe en poder del dador, o es acreedor del mismo por el
importe de la carta, se convierte en una figura de mediación en
el pago. El documento no es titulovalor, pues la ley claramente
prevé que no son negociables («LGTOC» «a.» 311), y que
pueden ser libremente reubicados («a.» 314) salvo en el caso en
que el tenedor haya entregado el importe.
En la carta de crédito existen tres elementos personales: el
dador, que es la persona que la expide, el pagador o
destinatario, (que es aquella a quien se suplica que pague la
suma al tercero y, el tomador, que es el tercero a quien el
pagador, a solicitud del dador, debe hacer entrega de la suma de
dinero.
De la «LGTOC» se desprende que la carta de crédito debe ser
nominativa, contener la súplica de que se pague la cantidad fija,
o cantidades indeterminadas pero comprendidas dentro del
máximo señalado, y los requisitos generales para poder
identificar a cada una de las partes, así como también la fecha.
El dador queda obligado ante el pagador, por la cantidad que
éste pague en virtud de la carta dentro de los límites fijados en
la misma («LGTOC» «a.» 315).
En cuanto a duración, salvo pacto en contrario, el término de
la misma es de 6 meses contados a partir de la fecha de
expedición.
En cuanto a la existencia de provisión, la carta puede ser con
ella o sin ella, lo cual afecta definitivamente los derechos y
obligaciones de las partes, pues, evidentemente, de existir
provisión no puede darse la relación de reembolso.

CASO FORTUITO
I. En derecho civil, el caso fortuito o fuerza mayor presupone
un incumplimiento del contrato. Sin embargo, el caso fortuito o
la fuerza mayor funcionan como un mecanismo de liberación
del deudor ante el incumplimiento del contrato.
Los caracteres del caso fortuito o fuerza mayor son los
siguientes:
a. Irresistible. Esta característica se traduce en una
imposibilidad absoluta de cumplimiento. Es necesario distinguir
entre la simple dificultad y la imposibilidad absoluta.
b. Imprevisible. El caso fortuito o la fuerza mayor debe ser
imprevisible. La sociedad exige del deudor que tome todas las
precauciones que puedan evitar el incumplimiento.
c. Exterior. El acontecimiento debe ser exterior; es decir, debe
producirse fuera de la esfera de responsabilidad del deudor. Así,
p.e. la falta de personal o de material que necesita el contratante
para ejecutar el contrato puede ser imprevisible para él, pero
como se produce en el interior de su empresa no produce los
efectos del caso fortuito.
Finalmente es de destacar la posible antinomia entre fuerza
mayor y caso fortuito. Parte de la doctrina sostiene que la fuerza
mayor es el acontecimiento extraño al deudor (fuerza de la
naturaleza, hecho del príncipe, hecho de un tercero, etc.), en
tanto que el caso fortuito se produce en el interior de la esfera
de responsabilidad del deudor y en consecuencia no sería
liberatorio. Otros opinan que la fuerza mayor indica lo
insuperable del obstáculo en tanto el caso fortuito se refiere al
origen externo del obstáculo. Lo importante es que ambas
expresiones como se emplean en nuestro «CC» producen los
mismos efectos y la posible distinción, por tanto, carece de
interés.

II. En derecho penal es un acontecimiento que no se puede


prever ni resistir; su distinción con la fuerza mayor con la que
frecuentemente se le confunde, resulta tan difícil que la mayoría
de los códigos y de los especialistas no profundizan en ello y
establecen para ambos vocablos idénticas consecuencias. Los
que señalan una distinción entre ambas figuras en el ámbito del
derecho penal, afirman que la fuerza mayor es un
constreñimiento de carácter físico de procedencia natural o
metahumana, que impide al sujeto que la recibe conducir su
voluntad con relación al resultado que se produce, y aun cuando
puede preverse, no es factible superarse o vencerse; por su
parte, el caso fortuito es el suceso que se presenta de manera
inesperada e imprevisible, cuando el agente que lo sufre está
efectuando un obrar legítimo con todas las precauciones y
diligencias debidas, produciendo un resultado por mero
accidente, como lo determina la «fr.» X del «a.» 15 del «CP».
Un ejemplo puede ser, el de un sujeto que al conducir su
vehículo acompañado de un amigo por la carretera, cumpliendo
con lo dispuesto por el Reglamento de Tránsito Federal
(velocidad permitida, buenas condiciones del auto, distancia
requerida, etc.), al dar una curva se produce repentinamente
hundimiento del asfalto, sin que el manejador pueda evitar
proyectarse a un lado del camino y que su acompañante resulte
lesionado.
Con relación a esta voz, puede darse el extremo de que el
acontecimiento extraño al obrar del agente, se prevea pero lo
inesperado y sorpresivo no se pueda superar o vencer. Esta
figura no sólo guarda relación estrecha contra la fuerza mayor
sino también con la fuerza física de procedencia humana
irresistible y con la culpa. Se distingue de la primera, porque la
fuerza física como su nombre lo indica siempre debe proceder
del hombre, no así en el caso fortuito; se distingue de la culpa,
por el hecho de que en esta última el agente al efectuar un
comportamiento desatiende un deber de cuidado que
personalmente le incumbe y previendo o no el resultado, es
responsable de las consecuencias que se produzcan, lo que no
ocurre en el caso fortuito, porque debido a la forma en que se
presenta el suceso, no es posible atribuirle responsabilidad
alguna por el mismo.
A propósito de la similitud que existe entre el constreñimiento
físico, la fuerza mayor y el caso fortuito, Raúl López Gallo
señala como semejanzas de los tres institutos, una fuerza física,
inevitable, irresistible, de naturaleza objetiva, con imposibilidad
de elección en el actuar y con el efecto de no atribuir
responsabilidad para quien se encuentra frente a alguna de ellas.
Por su parte, el mismo autor señala como diferencias que el
constreñimiento físico siempre es de origen humano, que la
fuerza mayor proviene de la naturaleza o de un factor
metahumano y en el caso fortuito la fuerza física puede ser de
cualquier índole; el constreñimiento físico y la fuerza mayor
pueden ser previstos o no, ya que su inevitabilidad proviene de
su magnitud y el caso fortuito es imprevisible por definición; la
causalidad en el caso fortuito y en la fuerza mayor es fatal y
tratándose del constreñimiento físico, la causación es
teleológica; en la fuerza mayor y en la fuerza absoluta
(costreñimiento físico), puede existir o no una conducta previa,
en el caso fortuito la conducta previa es indispensable; en la
fuerza absoluta y en la fuerza mayor, la energía es inevitable de
suyo, en el caso fortuito podría suceder en forma excepcional
que la energía externa fuera vencible, pero se torna inevitable
por su sorpresividad.
En sentido filosófico, sociológico y económico, 'caso' equivale
a ignorancia total o parcial de las causas que producen un
determinado efecto, pero diverso es el concepto tratándose de
las ciencias jurídicas, donde el evento debe ponerse en relación
no ya con el desarrollo de una determinada disciplina que
explique los fenómenos naturales, sino la voluntad de una
persona singular. Caso, penalmente, es por tanto, toda energía
extraña a la voluntad del individuo en cuya esfera de
actividades ha ocurrido el evento, la cual impide al agente
mismo llevar a cabo aquella diligencia ordinaria que habría sido
suficiente para ajustarse al cumplimiento de un mandato penal,
o a otra norma de conducta diferente de la violación voluntaria
y de la que puede surgir responsabilidad penal por las
consecuencias no queridas.

CATEO
Registro y allanamiento de un domicilio particular por la
autoridad con el propósito de buscar personas u objetos que
están relacionados con la investigación de un delito.

I. Desde la Constitución española expedida en Cádiz el 19 de


marzo de 1812 se protegió el domicilio particular contra los
allanamientos, los cuales sólo podían practicarse en los casos
que determinará la ley para el buen orden y seguridad del
Estado («a.» 306); y en las constituciones posteriores se reiteró
dicha protección, y así el «a.» 152 de la C de 4 de octubre de
1824, dispuso que ninguna autoridad podía liberar orden para el
registro de las casas, papeles y otros efectos de los habitantes de
la República, sino en los casos expresamente dispuestos por la
ley, y en la forma que ésta determinará; en tanto el «a.» 16 de la
C de 5 de febrero de 1857 estableció en su parte conducente que
nadie podía ser molestado en su persona, familia, domicilio,
papeles y posesiones, sino en virtud de mandamiento escrito de
autoridad competente, que fundara y motivará la causa legal del
procedimiento. Todos estos preceptos, si bien de manera
paulatina perfeccionaron los requisitos del registro de los
domicilios particulares, remitían a los ordenamientos
reglamentarios para determinar a la autoridad facultada para
ordenarlo.

II. Para evitar los abusos de los registros decretados por las
autoridades administrativas, que no estaban prohibidos por los
ordenamientos constitucionales anteriores, la parte final del «a.»
16 de la C vigente, establece con precisión los requisitos que
deben cumplirse en los cateos, y señala expresamente que sólo
la autoridad judicial puede ordenarlos.
En efecto, de acuerdo con el citado precepto constitucional, en
la orden escrita judicial de cateo, debe expresarse el lugar que
haya de inspeccionarse, la persona o personas que hayan de
aprehenderse y los objetos que se buscan, a lo que únicamente
debe limitarse la diligencia, levantándose al concluir el acta
circunstanciada, en presencia de dos testigos propuestos por el
propietario del lugar cateado, o en su ausencia o negativa, por la
autoridad que practique la diligencia.

III. La citada disposición constitucional está regulada por los


códigos de procedimientos penales, pero concretándonos a los
modelos, es decir los «CPP» y «CFPP», ya que éstos sitúan la
institución con criterios diversos, pues en tanto que el primero
la contiene en la parte relativa a la prueba, el federal la
considera como una regla general del procedimiento penal, lo
que nos parece más correcto.
En términos generales es mucho más preciso el «CFPP», ya
que el distrital confunde el cateo propiamente dicho con las
visitas domiciliarias («a.» 153), no obstante las últimas pueden
practicarse por las autoridades administrativas con fines
diversos, es decir, para que se cercioren dichas autoridades de
que se han cumplido los reglamentos sanitarios y de policía, así
corno las disposiciones fiscales, de acuerdo con lo dispuesto por
el último párrafo del «a.» 16 constitucional.

IV. Como lo señala con agudeza el procesalista mexicano


Sergio García Ramírez, es preciso distinguir el cateo
relacionado con la investigación previa y el que se ordena para
fines probatorios dentro del proceso penal propiamente dicho,
por lo que consideraba equivocada la disposición anterior del
«a.» 61 del «CFPP» que exigía el ejercicio de la acción por
parte del MP para solicitar del juez respectivo la orden de cateo.
De acuerdo con la reforma a dicho precepto promulgada en
diciembre de 1983, se autoriza al MP para que pueda solicitar al
juez la orden de cateo, durante la averiguación previa, sin
necesidad de tener que ejercer la acción penal. En dicha orden
de cateo el tribunal debería decidir si la diligencia se lleva a
efecto por el personal judicial, por el propio MP o por ambos.
Cuando dicho MP practique el cateo, deberá informar al
tribunal que lo autorizó, de los resultados de la diligencia.

V. Por lo que se refiere a la realización del registro, las


diligencias se practicarán por el tribunal que las ordene o por el
secretario o actuario del mismo, o por los funcionarios o
agentes de la policía judicial, y podrá asistir al propio cateo la
autoridad que lo hubiese solicitado del MP («a.» 62 «CFPP»).
Las propias diligencias sólo podrán efectuarse de las seis a las
dieciocho horas, salvo caso de urgencia, ya que en ese supuesto,
si se consigna en el mandamiento judicial respectivo, podrá
hacerse en cualquier momento («aa.» 153 «CPP» y 64-65
«CFPP»); y además, el registro debe limitarse al hecho que lo
motive, sin averiguar delitos o faltas en general («a.» 157
«CPP»). Ambos ordenamientos disponen que si casualmente se
descubre otro delito perseguido de oficio, debe levantarse el
acta respectiva («aa.» 159 «CPP» Y 66 «CFPP»).
Si se trata de flagrante delito, el registro se practicará sin
demora; si no hubiese peligro de hacer ilusoria o difícil la
averiguación, se citará al inculpado para que presencie el acto y
en todo caso al jefe de la casa o finca, y a la falta de éstos, se
procederá con dos testigos como representantes del acusado, y
otros dos de asistencia («a.» 154 «CPP»). Cuando se trate de un
edificio público, se avisará con una hora de anticipación por lo
menos, al encargado de aquél, salvo caso de urgencia («a.» 155
«CPP»).
Por otra parte, únicamente deben recogerse con motivo del
registro, los objetos relacionados con el delito que se investiga o
con el nuevo que se descubriere casualmente («aa.» 160 «CPP»
Y 69 «CFPP»). Cuando el inculpado se encuentre presente debe
poner su firma, rúbrica o huella digitales sobre los objetos
recogidos o la tira de papel con que los selle, en su caso («a.»
70 «CFPP»).

VI. Existen reglas especiales para la práctica de ciertos cateos,


ya que cuando el registro deba efectuarse en la residencia de
cualquiera de los poderes federales o de las entidades
federativas, el tribunal debe recabar la autorización
correspondiente («a.» 67 «CFPP»); para realizarlo en el
domicilio oficial de un agente diplomático es preciso recibir
instrucciones de la Secretaría de Relaciones Exteriores, sin
perjuicio de adoptar en el exterior del inmueble las providencias
pertinentes («a.» 156 «CPP»); y para practicarlo en buques
mercantes extranjeros debe actuarse de acuerdo con las leyes y
reglamentos marítimos (a. 68 «CFPP»).

VII. Sobre la valoración de los resultados del registro, los


mismos hacen prueba plena si las diligencias se han practicado
de acuerdo con las exigencias legales («aa.» 253 «CPP» Y 284
«CFPP»).

CAUSA
I. (Del latín causa: fundamento u origen de algo.) La palabra
causa tiene varios significados en el derecho. 1) En materia
procesal alude, por una parte, al conjunto de actuaciones en un
litigio sometido por las partes a un juez para su resolución. Si
bien la causa puede ser civil o criminal, comúnmente se reserva
dicho término para los asuntos criminales, usándose respecto de
los civiles preferentemente el nombre del pleito. Asimismo, en
el derecho procesal se habla de la causa de la acción o de la
causa de pedir (causa petendi), la cual se refiere al hecho
generador del derecho que hace valer el actor en un juicio, o
bien, al título en que se funda la acción dando, en este último
caso, a la palabra acción la acepción tradicional de derecho
substancial materia del litigio. 2) En materia civil, por su parte,
se distinguen por lo general los siguientes sentidos de la palabra
causa: A) Causa final: es el propósito o fin abstracto que se
proponen las partes al contratar. Es un elemento intrínseco al
contrato y es idéntico en cada categoría de contratos; B) Causa
impulsiva: es el móvil o motivo determinante de la voluntad del
individuo que lo lleva a contratar. Es un elemento extrínseco al
contrato y es variable en cada contrato y en cada persona; C)
Causa eficiente: es la fuente de las obligaciones, es decir, el
contrato, el delito, el cuasicontrato, el cuasidelito, etc.;

II. Corrientes doctrinarias sobre la causa en los contratos y otros


actos jurídicos civiles: 1) Doctrina clásica de la causa: tiene su
origen en Domat, quien inspiró a Pothier, el cual influyó, a su
vez, a los autores del Código Napoleón. Los «aa.» 1108 y 1131
de este código incluyeron a la causa lícita como uno de los
elementos del contrato (junto con el consentimiento, el objeto y
la capacidad), así como declararon que la obligación sin causa,
con una causa falsa o con una causa ilícita, no produciría efecto
legal alguno. Conforme a la doctrina clásica y la jurisprudencia
francesa vigente hasta 1832, la causa de la que se ocupan estos
artículos es aquella que determina esencialmente el contratante
a obligarse, esto es, el fin directo e inmediato que éste propone
al contratar, por lo que se trata de la causa final. 2) Doctrina
anticausalista: iniciada en Bélgica, con Ernest y Laurent y
desarrollada en Francia, entre otros, por Baudry-Lacantinerie y
Planiol. Sostiene que la noción clásica de la causa es falsa e
inútil, ya que se duplican innecesariamente los elementos del
contrato, al confundirse la causa con el objeto o con el
consentimiento. 3) Doctrina derivada de la jurisprudencia
francesa a partir del caso Pendariés de 1832: en este caso, la
jurisprudencia aceptó, por primera vez, que es la causa
impulsiva a la que se refiere el Código Napoleón. Así pues, la
causa impulsiva en tanto motivo de terminante de la voluntad de
las partes en el contrato o del autor del acto jurídico en cuestión,
la cual se exterioriza en alguna forma, es un elemento distinto
del consentimiento y del objeto. Como advierte Bonnecase, la
jurisprudencia francesa, al considerar la causa como el motivo
determinante y único de la voluntad de las partes en el acto
jurídico, sustituyó atinadamente el concepto de causa por el de
fin determinante de la voluntad.

III. En derecho positivo mexicano: mientras que los «CC» de


1870 y 1884 fueron anticausalistas, nuestro «CC» vigente,
siguiendo la jurisprudencia francesa de mediados del siglo
pasado y las ideas de Bonnecase y Duguit, abandonó por
impropia y por ser fuente de confusiones la doctrina de la causa
final y prefirió usar como elemento del contrato a la causa
impulsora, refiriéndose a ella como 'fin o motivo determinante
de la voluntad'. Lo anterior se encuentra consagrado en los
«aa.» 1301, 1304, 1795 «fr.» III, 1813, 1831 y 2225 del «CC»
vigente.

CHEQUE
I. (Del inglés check, documento en forma de mandato de pago,
por medio del cual una persona puede retirar por sí o por un
tercero, todos o parte de los fondos que tiene disponibles en
poder de otra.).

II. Es un título de crédito en virtud del cual se da a una


institución, también de crédito la orden incondicional de pagar a
la vista, de una suma determinada de dinero a cuenta de una
provisión previa establecida de acuerdo al convenio respectivo.
El título de crédito es un documento representativo de un
valor, p.e. letra de cambio pagare, cheque, etc., cuyo cobro por
vía judicial goza de un procedimiento particularmente expedito.
La institución de crédito recibe el nombre de ''librado'' y quien
da la orden incondicional el de ''librador'', a favor de un
beneficiario también llamado ''tenedor'' o ''tomador''. Se dice ''la
orden incondicional'' («a.» 176 «fr.» III «LGTOC») en virtud de
que el pago del cheque no puede llevar inserta ninguna
condición («a.» 78) (los «aa.» que no indiquen ley o código, se
entienden que son de la «LGTOC»). La locución ''a la vista''
significa que el librado debe pagar al tenedor del cheque la
cantidad que en el mismo se contenga el mismo día en que se le
presente, sin atender si la fecha es anterior o posterior a la de
presentación («a.» 178). Por provisión de fondos se entiende
que el librador ha concertado con el banco una operación
bancaria de depósito de dinero a la vista o apertura de crédito,
que le da derecho a disponer de las sumas depositadas o
acreditadas mediante cheques expedidos a cargo del librado
(«a.» 269), siempre y cuando entre librador y librado exista en
relación contractual, en virtud de la cual aquél es autorizado
para dicha emisión («a.» 175).

III. Contenido del cheque: la ley exige («a.» 176) que el cheque
contenga la mención de ser tal, en el texto del documento, la
orden incondicional de pagar una suma determinada de dinero;
el nombre del librado; la firma del librador; el lugar y la fecha
en que se expide y el lugar de pago. Los dos últimos requisitos,
si no se indican, la ley los presume (v. «a.» 177).
Por lo que hace a los otros requisitos los cheques podrán
transmitirse o circular sin los mismos (excepción hecha de la
firma del librador), pero deben ser satisfechos hasta antes de la
presentación del cheque para su pago («a.» 15), pues en caso
contrario el mismo no producirá efectos («a.» 14).

IV. Capacidad de partes: beneficiario, tomador o tenedor, puede


serlo cualquiera persona, pero librado sólo una institución de
crédito. El cheque que no se libra en estas condiciones, no tiene
siquiera la consideración de título de crédito («a.» 175).
La capacidad para suscribir con cualquier carácter (emitir,
transmitir, garantizar) un título de crédito, la tiene el que sea
capaz de contratar según el «CCo», y las disposiciones del
derecho común («aa.» 2 y 3). En consecuencia, los mayores de
18 años que no estén incapacitados (a. 450 «CC») y los
comerciantes, pueden suscribir títulos de crédito. Sin embargo,
si un menor de edad es perito en el comercio, o ha presentado
certificados falsos del registro civil o dolosamente manifiesta
que es mayor de edad, la emisión de los cheques se entiende
suscrita legalmente («aa.» 639 y 640 del «CC»).
La invalidez de una firma y aun la del emisor, no supone la
invalidez del cheque, dada la autonomía de las obligaciones
cambiarias (a. 12), y sí permite la oponibilidad de la excepción
correspondiente (a. 8 «fr.» IV) que puede invocarse frente a
cualquier tenedor de título y no sólo contra aquel que lo
adquirió del incapaz. El momento en que debe apreciarse la
incapacidad es el de la suscripción. Ni la desaparición de la
incapacidad ni la incapacidad sobreveniente tienen eficacia
sobre la exigibilidad del cheque.
A tenor del «a.» 9, se puede firmar en representación del
librador, librado, endosante, avalista, y de un tenedor, mediante
poder inscrito debidamente en el registro de comercio o por
simple declaración escrita dirigida al tercero, con quien habrá
de contratar el representante. La representación debe hacerse
constar en la antefirma, ya que en virtud de la característica de
la literalidad, la falta de indicación del carácter del
representante, haría que éste se obligara personalmente.

V. Formas de circulación y trasmisión del cheque: el cheque es


un título de pago y susceptible de circular (a. 21). Para que el
título entre a la circulación, requiere que su transmisión se
realice de acuerdo a lo que preceptúan las normas legales. En tal
virtud, tenemos que existen títulos negociables, que son los que
pueden circular, y cheques no negociables, ya sea porque se
haya insertado en ellos la cláusula respectiva, o porque la ley les
dé ese carácter (a. 201), cuya circulación es restringida.
La emisión de los cheques puede ser ''al portador''
''nominativa'' o ''a la orden'' («aa.» 21 y 25). Son al portador los
que no indican a favor de quién se expiden, o los que se emiten
con la cláusula ''al portador'' o bien que indicándose beneficiario
lleven inserta la cláusula ''al portador'' («aa.» 69 y 179). Éstos se
trasmiten por simple tradición y la entrega del documento (a.
70).
Los títulos ''a la orden'', son los emitidos a favor de persona
determinada y tienen la característica de ser negociables (a. 25).
Los nominativos son igualmente negociables y por ende
trasmisibles, así como se expiden a favor de persona
determinada, con la peculiaridad de que deben inscribirse en el
registro del emisor («aa.» 23 y 24). La forma de trasmisión de
estos títulos, es por medio de la institución llamada endoso o
por cualquier otro medio legal («aa.» 26, 27 y 28). El endoso
debe constar en el cheque o en hoja adherida al mismo (a. 29).
Los títulos de crédito no negociables, sólo podrán ser endosados
a una institución de crédito para su cobro (a. 201).
La institución del aval igualmente concierne al cheque.
Mediante la misma se garantiza en todo o en parte el pago del
documento (a. 109). Puede prestar el aval quien no ha
intervenido en el cheque y cualquiera de los signatarios de él (a.
110). El aval debe constar en el cheque o en hoja que se le
adhiera (a. 11). A falta de mención de cantidad y de persona por
quien se presta, se entiende que se garantiza todo el importe del
cheque y que se presta por el librador («aa.» 112 y 113).
El protesto es otra de las operaciones que pueden consignarse
en el cheque. A virtud de éste, se establece en forma autentica
que el cheque fue presentado en tiempo y que el obligado dejó
total o parcialmente de pagarlo (a. 140). La anotación que el
banco ponga en el cheque de que fue presentado en tiempo y no
pagado total o parcialmente surtirá los mismos efectos que el
protesto (a. 190 pfo. IV), así como la anotación que haga la
cámara de compensación de que siendo presentado el cheque en
esta, el librador se rehusó pagarlo (a. 190 pfo. II).
El tenedor no puede ser obligado a aceptar un pago parcial,
pero si lo aceptare deberá insertarse el mismo en el cheque y el
tenedor extenderá un recibo a favor del librado por la cantidad
recibida (a. 189).

VI. Términos de presentación para el pago: deben presentarse al


banco, dentro de los 15 días naturales que sigan al de su fecha,
si fueren pagaderos en el mismo lugar de su expedición, dentro
de un mes si fueren expedidos y pagaderos en diversos lugares
del territorio nacional; dentro ele tres meses: si fueren
expedidos en el extranjero y pagaderos en el territorio nacional;
o si fueren expedidos dentro del territorio nacional para ser
pagaderos en el extranjero, siempre que no fijen otro plazo las
leyes del lugar de presentación (a. 181) Cuando el último día de
presentación fuere inhábil, el término se entenderá prorrogado
hasta el primero hábil siguiente. Ni en los términos legales ni en
los convencionales se comprenderá el día que les sirva de punto
de partida (a. 81). La presentación de un cheque en cámara de
compensación, surte los mismos efectos que la hecha
directamente al librado (a. 182).

VII. De la presentación para el pago del cheque: el pago se hace


precisamente contra su entrega (a. 129). El librado tiene la
obligación de pagar el importe, siempre y cuando tenga fondos
suficientes del librador, aun cuando este devenga incapaz o
haya fallecido (a. 187). Si teniéndolos no lo hiciere, el tenedor
no podrá ejercitar ninguna acción contra el banco, sino contra el
librador, pero éste tendrá derecho a que el banco le cubra los
daños y perjuicios que con ello le ocasione. En ningún caso la
indemnización será menor del 20% del valor del cheque («aa.»
184 pfo. II y 188). Empero, la institución puede rehusar el pago:
si el librador se encuentra en estado de suspensión de pagos de
quiebra o de concurso (a. 188); si el cheque se encuentra
falsificado o alterado en forma notoria (a. 194 pfo. II), o bien
que, habiendo transcurrido los plazos de presentación para su
pago sin que se hubiere reclamado, el librador haya revocado el
cheque (a. 185). Sin dicha revocación el librado no puede
rehusar el pago aun cuando el cheque no haya sido presentado a
protestado en tiempo (a. 186).

VII. De las acciones cambiarias los títulos de crédito, también


son llamados títulos ejecutivos, porque traen aparejada
ejecución. Se dice que ''traen aparejada ejecución'' los títulos
mediante los cuales se demanda una cantidad de dinero a través
de un juicio ejecutivo cuya característica estriba en que sin
entrar en averiguaciones de fondo, se trata de hacer efectivo el
pago, ya que la ley le da a dicho título la misma fuerza que una
sentencia. Por lo tanto, el pago de un cheque no cubierto, debe
hacerse mediante las acciones ejecutivas que son: la acción
cambiaria directa, que podrá ejercitar el tenedor contra el
librador o sus avalistas (a. 191 «fr.» III). El tenedor puede exigir
al librador el pago del importe del cheque, los intereses de mora
y los gastos legítimos que se hayan hecho para obtener el cobro
forzoso; pero en ningún caso los dos últimos conceptos
importarán menos del 20% del valor del cheque si bien el
tenedor puede probar que sufrió daños y perjuicios superiores y
pedir que le sean indemnizados (a. 193). Y, la acción cambiaria
en vía de regreso. Sobre este particular la doctrina discute si la
acción pertinente que tiene el tenedor contra el librador o sus
avalistas es esta o la directa, en virtud de que, dicen, la ley si
regula la aceptación en el cheque, según se desprende del «a.»
199 pfo. III, pero en la práctica judicial ambas acciones son
procedentes ya que hasta la fecha no se ha rehusado la admisión
de una demanda por denominar la acción cambiaria ''directa'' o
en ''vía de regreso''.
Ahora, por no haberse presentado o protestado el cheque en la
forma y plazos previstos en la ley (a. 181), caducan: las
acciones de regreso del último tenedor contra los endosantes o
avalistas y contra los endosantes y avalistas entre sí; así como la
acción directa contra el librador y contra sus avalistas (a. 191);
y prescriben en seis meses, contados desde que concluya el
plazo de presentación, las del último tenedor del documento, y
desde el día siguiente a aquel en que se pague el cheque, las de
los endosantes y las de los avalistas (a. 192).
Las excepciones y defensas que pueden oponerse a estas
acciones, se encuentran enumeradas taxativamente en el «a.»
8o.

IX. De las acciones extracambiarias: el fundamento de esta


acción se encuentra en la relación que da origen a la emisión del
cheque, esto es, el negocio o acto jurídico. La relación causal
entre el librador y el librado es la llamada provisión de fondos,
que puede constituirse mediante un contrato de depósito a la
vista en cuenta de cheques, o bien mediante la apertura de
crédito. Pues bien, si las acciones cambiarias prescriben o
caducan (a. 168 «pfos.» II y III), o porque así lo haya decidido
el tomador, podrá ejercitar la acción causal, siempre que haya
ejecutado los actos necesarios para que el demandado conserve
las acciones que pudieran corresponderle y deberá intentarse
restituyendo el cheque al demandado. A este respecto ha dicho
la Suprema Corte: en el caso del «a.» 168 de la «LGTOC», para
el ejercicio de la acción causal, no es necesario que con
anterioridad se restituya el título de crédito, pues la ley no lo
exige así, sino simplemente la restitución, la que puede hacerse
en el momento mismo de presentarse la demanda... ello es
suficiente para que se considere cumplido dicho requisito (SJF
6a., época, 4a., parte: «vol.» LXXIV, p. 53, A.D. 6228/61,
María de Jesús Rueda de Rodríguez y Coag.).
Al librador compete esta acción, en contra del librado, cuando
este se niega a cubrir un cheque teniendo fondos suficientes de
aquel y no exista ninguno de los casos previstos para el no
pago.
Como acción extracambiaria, también existe la denominada de
''enriquecimiento ilegítimo'' que corresponde al tenedor del
cheque contra el girador para que éste no se enriquezca a costa
de aquél, y proceda su ejercicio cuando el tenedor no le queda
ninguna otra acción o ningún otro medio jurídico («aa.» 196 y
169).
La acción causal prescribirá en los términos que la ley
establezca en relación con el acto jurídico de donde deriva y la
de enriquecimiento ilegitimo en un año contado desde el día en
que caducó o prescribió la acción de regreso (a. 169).

X. Destrucción, extravío y robo de los cheques: existe todo un


procedimiento en los «aa.» 42 a 68, mediante el cual el tomador
de un cheque que se encuentre en esas circunstancias, puede
evitar su circulación y obtener el pago respectivo.

XI. Formas del cheque: la ley contempla diversas formas de


expedición del cheque, mismas a que la doctrina ha calificado
de:
1. Cheque cruzado: aquel que el librador o tenedor crucen con
dos líneas paralelas trazadas en el anverso. Esta modalidad
implica que únicamente podrá ser cobrado por una institución
de crédito. Si se especifica entre las líneas el nombre de la
institución el cruzamiento se denomina ''especial''; caso
contrario el cruzamiento es ''general'', que puede devenir
cruzamiento especial, sin que este pueda variar por ningún
concepto (a. 197). Esta costumbre de cruzar cheques apareció
en las cámaras de compensación.
2. Cheque para abono en cuenta: a la presentación de un
cheque con la cláusula ''para abono en cuenta'' el librado no hará
el pago en efectivo, sino que abonará el importe en la cuenta
que lleve del tomador o abra en favor del mismo. Este tipo de
cheques no es negociable (a. 198).
3. Cheque certificado: el librador puede exigir que el librado,
antes de la emisión del cheque, lo certifique, declarando que
existen en su poder fondos bastantes para pagarlo. La
certificación no puede ser parcial y sólo puede extenderse en
cheques nominativos (a. 199), ya que si se expidiesen al
portador, éstos harían las veces de billetes de banco. Tampoco
es negociable y para su revocación precisa que el librador lo
entregue al librado (a. 199).
4. Cheques de caja: la emisión de este tipo de cheques tiene la
particularidad de que hacen concurrir en la institución de
crédito las calidades de librador y librado. Para su validez
deberán ser nominativos y no negociables (a. 200).
5. Cheques de viajero: igualmente acontece la concurrencia de
calidades en el banco, ya que el «a.» 202 previene que los
cheques de viajero son expedidos por el librador a su propio
cargo y pagaderos por su establecimiento principal o por las
sucursales o corresponsales que tenga en la república o en el
extranjero. Son nominativos (a. 203) y pueden ser puestos en
circulación por el librador, sucursales o corresponsales
autorizados por él al afecto (a. 202). La falta de pago inmediato
dará derecho al tenedor para exigir al librador la devolución del
importe y la indemnización de daños y perjuicios, que en
ningún caso serán inferiores del veinte por ciento del valor del
cheque no pagado. (v. «aa.» 204 a 207).

CIUDADANIA
I. La palabra ciudadanía proviene del latín civitas, que fue la
organización jurídico-política de los romanos. Se puede afirmar,
ante todo, que la ciudadanía indica la cualidad genérica de los
ciudadanos; entendiéndose por ciudadano, etimológicamente, la
pertenencia de un individuo -hombre o mujer- al grupo social
estructurado políticamente y, diríamos hoy, dotado de
soberanía.
El anterior concepto no es aceptable porque, por una parte, es
confuso y tautológico, y por la otra, carente o ajeno a la técnica
jurídica; situación esta última derivada de la confusión
doctrinaria y legislativa existente entre los conceptos Estado y
Nación; de los que derivan los términos jurídicos nacionalidad y
ciudadanía.

II. Concepto jurídico. Utilizando las palabras de un clásico,


Niboyet, se puede sostener que ciudadanía es el vínculo jurídico
y predominantemente político que relaciona a un individuo con
un Estado. De manera más amplia y clara podemos sostener que
ciudadanía es la cualidad jurídica que tiene toda persona física -
hombre y mujer- estatal o 'nacional' de una comunidad
soberana, que le permite participar en los asuntos políticos de su
Estado; básicamente en el proceso democrático de designación
de funcionarios públicos de elección y en el ejercicio de las
atribuciones fundamentales de los órganos del propio Estado.
De lo anteriormente expuesto podemos advertir que la
ciudadanía posee las siguientes características:
a. Cualidad jurídica. La ciudadanía existe como un concepto
fundamental del Estado, mismo que sólo se explica y justifica si
actúa conforme al derecho. La ciudadanía, en efecto, es una
categoría jurídica, de derecho constitucional, para ser exactos.
En este punto se distingue la ciudadanía no sólo de la
nacionalidad stristo sensu, sino también de la 'estabilidad' o
nacionalidad jurídica.
La nacionalidad es un concepto eminentemente sociológico;
implica la pertenencia o integración natural con un grupo étnico
y cultural específico, dotado de un profundo sentimiento de
solidaridad y de un peculiar estilo de vida.
La estabilidad, en cambio, es un concepto jurídico, implica,
por tanto, derechos y obligaciones; se tiene no de manera fatal
ni definitiva, sino por realización de hipótesis normativa,
pudiéndose renunciar por decisión expresa de la voluntad, o
perderse como sanción. La ciudadanías por su parte, constituye
una especie del género estatalidad, de suerte tal que sólo pueden
ser ciudadanos, tener ciudadanía, quienes previamente ostenten
el carácter de estatales, posean la estabilidad, y si esta, el
género, es jurídica, es obvio que la especie, la ciudadanía,
también sea del mundo del deber ser.
b. Es cualidad propia de personas físicas. En este punto
también se advierte la juridicidad del concepto en estudio y la
diferencia específica es nítida. Pueden ser y de hecho son
nacionales, tanto personas como objetos, señala García
Morente. La estabilidad la ostentan, por resolución jurídica,
básicamente las personas y accidentalmente objetos
predeterminados -buques y aeronaves- y de aquéllas pueden ser
estatales tanto las personas físicas como las colectivas. Así, los
sindicatos, los partidos políticos, las sociedades, tienen
estatalidad. En cambio, única y exclusivamente los humanos
pueden poseer ciudadanía y ejercitar las prerrogativas y deberes
que les son inherentes. De modo tal que para tener ciudadanía
se debe antes poseer estatalidad, sin que el hecho o
circunstancia de ser estatal conlleve al propio tiempo el signo de
la ciudadanía. Todo ciudadano es estatal, pero no
necesariamente todo estatal es ciudadano. Más claro y
contundente, todo ciudadano mexicano es estatal de nuestra
República, pero no todo mexicano es ciudadano de la misma.
La exclusividad de su reconocimiento a las personas físicas se
explica por su contenido y finalidad.
c. Cualidad jurídica para intervenir en la política. He aquí su
teleología, la finalidad de la ciudadanía. Quienes disfrutan de
ella, y sólo ellos, pueden participar en la política, en la lucha
por el poder; razón de más para limitarla a los estatales; se
protege así al Estado de intervenciones extranjeras, se
salvaguarda su autodeterminación y se garantiza la
inalienabilidad de la soberanía.
La política es la preocupación por bien administrar los bienes
de la sociedad, la actividad tendiente a ordenar de cierta
manera, conforme a una determinada corriente filosófica, a la
sociedad, a instaurar una determinada idea de derecho y a
concretar un sistema de vida considerado justo. De ahí que su
ejercicio sea propio y exclusivo de los humanos. El Estado es la
sociedad global, la asociación general dentro de la cual
pretenden realizarse todos los humanos vinculados por la
estatalidad. De ahí que sólo a ellos competa decidir la forma y
suerte de su organización política.
La ciudadanía, en efecto, es la capacidad o reconocimiento
jurídico para intervenir en la política. Ésta requiere de madurez
o independencia de criterio; por ello de la misma son excluidos
muchos individuos que pese a ser estatales físicos, no se les
atribuyen las dotes apuntadas. Las personas colectivas, han
determinado serios estudios de cratología, hacen política; no
sólo influyen, sino que aun deciden la suerte de los Estados, de
mil maneras actuando para imponer y sustituir a los
gobernantes. Esta situación fáctica, realidad insoslayable en
países subdesarrollados, víctimas del imperialismo o del
intervencionismo extranjero, no nos debe conducir a variar la
tesis, a aceptar que los entes colectivos de derecho puedan
lícitamente intervenir en cuestiones políticas. ¿Puede una
sociedad anónima, por poderosa que sea, ejercitar per se las
funciones de presidente de la república?
Tocamos aquí un aspecto medular de la ciudadanía. Ésta es un
derecho o prerrogativa personalísimo, sólo puede ser ejercitada,
y directamente, por su titular. Los entes colectivos adquieren
derechos, pero los ejercitan por medio de personas físicas. La
ciudadanía es instrumento para la democracia; y ésta solo puede
realizarse por y para los humanos; es el poder del pueblo, y a
este lo integran seres de razón. La democracia es tarea política.
De ahí que por conclusión si la democracia es de humanos, su
medio, la política, se reserve también para los seres pensantes.
d. Designación de funcionarios y ejercicio de atribuciones
públicas. Los medios de participar en la política son diversos.
Corresponde al derecho permitir su desarrollo conforme a sus
postulados, ofrecer a los contendientes -individuos o grupos- un
medio pacífico de confrontar sus ideas y filosofías, evitar
derramamientos de sangre, tomas arbitrarias de poder e
inseguridad para la población. Por ello se ha sostenido que el
derecho constitucional es el esfuerzo jurídico de encuadrar la
lucha por el poder, esto es, de enmarcar a la política.
Corresponde a los legisladores, esencialmente a los
Constituyentes, establecer las reglas democráticas de la política,
de la conquista de los controles del Estado.
Corresponde así señalar a los Congresos Constituyentes los
métodos de realizar la política y, de manera más específica,
indicar los deberes y potestades de los ciudadanos. Ambos
pueden ser variables en el tiempo y en el espacio, pero son
indispensables a la ciudadanía los anotados.
Quienes la disfrutan están autorizados para elegir a los
gobernantes, para decidir sobre las personas y los programas
que les convenzan y que crean más adecuados para realizar el
bien común, para decidir con entera libertad el destino de la
comunidad. Principio medular de la democracia es intervenir
personalmente en la designación de los gobernantes. Quedar
excluidos de tal posibilidad es aherrojar la soberanía y
entronizar la autocracia o la dictadura. Sólo un pueblo que elige
a sus gobernantes es demócratas.
La designación de funcionarios implica la posibilidad de ser
designado, y por ende de aspirar a la representación popular, de
la misma manera que lo cóncavo implica necesariamente lo
convexo. Más aún, los Constituyentes pueden atribuir otros
derechos y reservar otras misiones para quienes tienen el
honroso título de ciudadanos. Tal es el caso de México, al tenor
del «a.» 35 de nuestra Ley Suprema. Elección de funcionarios
públicos y ejercicio de atribuciones trascendentales, es el
contenido mínimo de la ciudadanía.
e. Edad determinada. De lo dicho en torno a la diferencia entre
estatalidad y ciudadanía se infiere el sentido de esta última
característica. Del ejercicio de la ciudadanía depende el hoy y el
mañana de la sociedad política soberana. Ésta pretende ser
proyectada en el tiempo, perfeccionarla pero no destruirla; se
debe por lo mismo confiar la ciudadanía a humanos
supuestamente capaces, a individuos maduros y responsables, a
humanos que autodeterminándose para el bien, sepan decidir
con sinceridad y desprendimiento el destino de la colectividad.
Por ello se exige una edad determinada, o, mejor dicho aún, de
una edad mínima. Quedan así excluidos los menores de edad,
por inteligentes y responsables que sean.
No es marginación ni injusticia. La infancia y la adolescencia
son etapas formativas de desarrollo somático y de preparación
educativa. Las tareas de pasión política de lucha enconada
requieren preparación y sólido criterio, pertenecen a los adultos.
A cada etapa corresponde una función específica: a los menores
la preparación, a los mayores la ejecución, a los primeros el
cultivo del intelecto, a los segundos la práctica ardua de la
política. Determinar la edad mínima para participar en las
contiendas políticas es decisión que compete al Constituyente.
Es la única limitante, que no restricción, que admite el sufragio
para ser universal.

II. La ciudadanía en la historia constitucional de México. Tema


imprescindible de derecho constitucional, la ciudadanía ha sido
siempre regulada por nuestros códigos políticos.
A. Constitución de la Monarquía Española de 1812. Tres de
sus artículos se consagran a la ciudadanía, el 18, el 20 y el 22.
No bastaba la estabilidad española y llegar a determinada edad
para adquirir el carácter de ciudadano español; para ello se
necesitaban diversos requisitos, estatuidos en el c. IV, titulado
'De los ciudadanos españoles'. La ciudadanía se concedía a tres
tipos de personas: a) A españoles de origen español por ambas
líneas, o a indios puros también por ambas líneas, b) A
españoles naturalizados y c) A españoles descendientes de
africanos por una o ambas líneas. La única nota en común de
que disfrutaban las tres categorías de ciudadanos, era la de la
estabilidad, todos tenían que ser españoles. Respecto al mínimo
de edad, ésta era de 25 años, al tenor de lo dispuesto en los
«aa.» 45, 75, 91 y 317.
B. Constitución de Apatzingán de 1814. En el Decreto
Constitucional inspirado por Morelos, la palabra 'ciudadanía'
quedó reservada para significar la estatalidad; por tal motivo,
para caracterizar a los individuos que poseían los antiguos ius
suffragi e ius honorum se utilizó la expresión 'elector'. Los
«aa.» 6 y 65 son al respecto reveladores: 'el derecho de sufragio
para la elección de diputados, sin distinción de clases ni países,
a todos los ciudadanos en quienes concurran los requisitos que
prevenga la ley'. 'Se declaran con derecho a sufragio: los
ciudadanos que hubieren llegado a la edad de diez y ocho años,
o antes si se casaren, que hayan acreditado su adhesión a
nuestra santa causa, que tengan empleo o modo honesto de vivir
y que no estén notados de alguna infamia pública ni procesados
criminalmente por nuestro gobierno'.
De las normas transcritas merece especial atención la edad
electoral, la de ser ciudadano: diez y ocho años.
Contrariamente a lo sostenido en 1970 respecto a la novedad
de la edad electoral vigente no existió tal innovación; ya los
previsores constitucionales independentistas la habían
postulado.
C. Constitución Federal de 1824. Incuestionablemente que por
una concepción purista del federalismo, los constituyentes de
1824 no trataron los importantes y esenciales temas de la
estatalidad y la ciudadanía. La determinación de estas
cualidades se consideró materia propia de las constituciones
locales. Éstas fueron al respecto muy explícitas: establecieron
los derechos y deberes de los estatales y de los ciudadanos,
reglamentaron la pérdida de ambas cualidades, la suspensión de
la ciudadanía e indicaron las reglas de naturalización. La base
constitucional fue el «a.» 9: 'Las cualidades de los electores se
prescribirán constitucionalmente por las legislaturas de los
estados...'.
D. Constitución de las Siete Leyes de 1836. Ley Primera, «a.»
7: 'Son ciudadanos de la República mexicana: I. Todos los
comprendidos en los cinco primeros párrafos del artículo 1 (ser
mexicanos) que tengan una renta anual por lo menos de cien
pesos o trabajo personal honesto y útil a la sociedad. II. Los que
hayan obtenido carta especial de ciudadanía del Congreso
General, con los requisitos que establezca la ley.'
Si nos limitáramos a este artículo para determinar quiénes eran
ciudadanos mexicanos en 1836, sin relacionarlo con la «fr.» I
del «a.» 10, podríamos legítimamente concluir que eran
ciudadanos mexicanos en el pleno goce de sus facultades y
derechos, los menores de edad que disfrutarán de una renta
anual de $100. Pero tal conclusión, además de ilógica, fue
imposible. En efecto, la «fr.» I del «a.» 10, declaró suspendido
el ejercicio de los derechos ciudadanos durante la minoridad.
E. Bases Orgánicas de 1843. Artículo 18. 'Son ciudadanos los
mexicanos que hayan cumplido 18 años siendo casados, y 21 si
no lo han sido, y que tengan una renta anual de doscientos pesos
por lo menos, procedente de capital físico, industrial o trabajo
personal honesto. Los Congresos Constitucionales podrán
arreglar, según las circunstancias de los Departamentos, la renta
que en cada uno de éstos haya de requerirse para gozar los
derechos de ciudadano. Desde el año 1850 en adelante los que
llegaren a la edad que se exige para ser ciudadano, además... es
necesario que sepan leer y escribir.'
Los miembros de la Junta Nacional Legislativa se excedieron
en su misión de caracterizar a la ciudadanía. Todos los
requisitos no eran, en realidad, sino obstáculos a la democracia.
Consagraron el voto censitario y el voto capacitario. Con ello se
propiciaba el régimen aristocrático.
F. Constitución de 1857, texto original de la de 1917. En
ambas leyes fundamentales el «a.» 34 regula la ciudadanía en
términos casi idénticos: 'son ciudadanos de la República todos
los que, teniendo la calidad de mexicanos, reúnan además las
siguientes: I. Haber cumplido diez y ocho años, siendo casados,
o veintiuno si no lo son. II. Tener un modo honesto de vivir'.
G. Texto vigente: 'Son ciudadanos de la República los varones
y las mujeres que teniendo la calidad de mexicanos, reúnan
además, los siguientes requisitos: I. Haber cumplido diez y ocho
años y II...'.

IV. Consideraciones sobre las reformas. Dos reformas ha


sufrido este precepto. Una en 1953 y la otra en 1970. Por ésta,
en el mundo actual -que no novedad en nuestro derecho- se
concedió la ciudadanía a los jóvenes de diez y ocho años. Por la
de 1953 se concedió tal calidad a las mujeres mexicanas,
enalteciendo su dignidad y, honrando con ello a la justicia.
La reforma ruizcortinista, contraria a lo que se ha sostenido, no
fue inútil ni innecesaria; no fue sólo una reforma literal.
Gramaticalmente es cierto que el texto de 1917, heredado de
1857, implicaba a las mujeres; pero también es indubitable que
la interpretación histórica y teleológica hizo indispensable la
reforma, pues, de no ser así,. y de permitir el acceso femenino a
las urnas sin modificación constitucional, se habría dado a
entender que las anteriores elecciones habían sido realizadas al
margen de la Constitución, lo que no fue así en virtud de la
interpretación histórica de la ciudadanía, como prerrogativa
exclusiva de los varones. Hoy, gracias a la enmienda
constitucional, las mujeres tienen iguales privilegios y deberes
que los varones, intervienen en política con responsabilidad,
eligen gobernantes, ocupan puestos de elección popular, militan
en partidos políticos; participan, estimulan y vigorizan el
régimen político de la dignidad: la democracia.

CLÁUSULA
I. Del latín clausula, de clausus: cerrado, y se define como en
cada una de las disposiciones de un contrato, tratado,
testamento o cualquier otro documento análogo, público o
particular.

II. La doctrina ha distinguido tres clases de cláusulas en el


contrato:
a) Las cláusulas esenciales son aquellas sin las cuales el
contrato no puede subsistir.
b) Las cláusulas naturales son aquellas que están
sobreentendidas en el contrato; cuando las partes no se han
explicado, pero que, no siendo de la esencia del contrato pueden
ser suprimidas en él por una explicación formal.
c) Las cláusulas accidentales son aquellas que no estando en la
naturaleza del contrato no pueden estar contenidas en él sino en
virtud de cláusula particular.

III. Existe en nuestra legislación también la llamada cláusula


penal. La cláusula penal consiste en el pago de una pena en
dinero que el obligado promete satisfacer a quien tiene el
derecho de exigirle el cumplimiento, o a una tercera persona en
el supuesto de que incumpla o cumpla defectuosamente su
obligación. La cláusula penal tiene como función evaluar
anticipadamente los daños y perjuicios que pudieran causarse
por el incumplimiento contractual y fungir como sustitutiva de
los daños y perjuicios («a.» 1841 «CC»). La cláusula penal
sigue la suerte del contrato: si el contrato es nulo, es nula la
cláusula penal («a.» 1841 «CC»).
Es de destacarse la cláusula limitativa de responsabilidad. Esta
cláusula tiene como finalidad limitar la responsabilidad civil;
tiene su límite cuando ésta proceda de dolo («a.» 2106 «CC»).
Fuer de esta hipótesis, la validez de estas cláusulas es
incuestionable («a.» 2117 «CC»). Especial mención en este
sentido merecen las normas protectoras del consumidor que
limitan en forma radical la extensión de estas cláusulas («a.» 13
LPC).
Finalmente es de mencionarse la cláusula rebus sic stantibus.
Conforme a esta teoría cuyo origen es encuentra en el derecho
canónico, existe una cláusula implícita en todos los contratos de
tracto sucesivo en términos de la cual las partes se obligan
mientras las condiciones bajo las cuales se formó el contrato
persistan (rebus sic stantibus).

IV. La tesis moderna la ha formulado la doctrina alemana y ha


sido aceptada por tribunales austriacos y suizos. La tesis
alemana se resume en estos términos: en todos los contratos se
sobreentiende que existe una cláusula de acuerdo con la cual la
subsistencia de la relación jurídica depende de la persistencia de
determinadas circunstancias existentes al concluir el contrato,
que eran debidamente presupuestas por las partes y cuya
variación era imprevisible.
La teoría francesa ha elaborado la teoría de la imprevisión pero
en base a consideraciones técnicas distintas. Reafirma
inicialmente la fuerza obligatoria del contrato, pero admite la
liberación del deudor por causas extraordinarias sobrevenientes
en base a una idea de equidad: la variación de las condiciones
implica un enriquecimiento de una de las partes a costo del
empobrecimiento de la otra.

CLÁUSULA DE LA NACIÓN MAS


FAVORECIDA
I. Es aquella que se incluye en tratados de carácter comercial,
entre dos o más Estados, para que en el supuesto de conceder
uno de los signatarios, en ulteriores convenios, beneficios
mayores a otra nación, éstos queden automáticamente
incorporados, en tal aspecto, al tratado previo. También se
consideran otorgadas, por esta cláusula, las franquicias o
ventajas en vigor al firmarse el acuerdo. Por medio de esta
disposición en tratados comerciales se extienden los beneficios
arancelarios, convenidos por los firmantes, a todos los demás
Estados que participen en el sistema recíproco. Así, los arreglos
de este tipo extendidos a otros países, por cualquier signatario,
se aplicarán en forma automática a las partes originales. Con
esto se pretende evitar la discriminación, en materia comercial,
entre terceros Estados, ya que concede a todos tratamiento
similar. La inserción de esta cláusula en un acuerdo de
comercio significa que las partes no tratarán de establecer un
arreglo bilateral preferente que cause discriminación contra
otros asociados comerciales.

II. Esta fórmula es admitida de manera general y puede ser


incondicional o automática, y condicional o americana; en ésta,
los beneficios que se conceden dependen de las ventajas
equivalentes que se reciban. En los Estados Unidos el
presidente tiene facultades para suspender la aplicación de la
cláusula en los intercambios comerciales con naciones que
hagan discriminaciones contra artículos norteamericanos. La
cláusula está recogida en el Acuerdo General de Aranceles
Aduaneros y Comercio (AGAAC o GATT), vigente desde
1947. Según el «a.» 1 párrafo 1, del mencionado documento
'...cualquier ventaja, favor, privilegio o inmunidad concedido
por una parte contratante a un producto originario de otro país o
destinado a él, será concedido inmediata e incondicionalmente a
todo producto similar originario de los territorios de todas las
demás partes contratantes o a ellos destinado'.

III. El profesor Gros Espiell opina que la introducción del


tratamiento de dicha cláusula, en un tratado de tipo general con
tendencias universalistas '...fue la gran innovación del Acuerdo
General'. Hasta antes de 1948, la cláusula se encontraba en
tratados bilaterales y regionales. La intención de los Estados, al
incluirla en un tratado como el Acuerdo General fue la de
'...liberalizar el comercio internacional en base a un régimen
convencional multilateral que eliminará las trabas al comercio
internacional y que produjera, por el juego de la Cláusula, una
igualación general de las condiciones del comercio'.

IV. La cláusula entró en crisis con el cambio del panorama


económico mundial ya que no pudo favorecer de la misma
manera a países industrializados y a subdesarrollados, dentro
del sistema multilateral planteado por el GATT.
La UNCTAD o Conferencia de las Naciones Unidas sobre
Comercio y Desarrollo, dentro del I Decenio de las Naciones
Unidas para el Desarrollo, a partir de 1960, vino a calificar al
comercio internacional -y no a la cláusula- como el instrumento
para alcanzar el desarrollo económico. Hoy la cláusula de la
nación más favorecida no tiene esa validez y eficacia
incuestionable que tenía en los años de la posguerra, sus
mecanismos han tenido que variar para afrontar las
desigualdades económicas entre los Estados que participan en el
Acuerdo General. Los problemas presentados por esta cláusula
fueron objeto de estudio por instituciones diversas. Una de
ellas, la Comisión de Derecho Internacional de las Naciones
Unidas, que elaboró, entre 1964 y 1975, un interesante proyecto
de convención de 21 artículos, sobre la cuestión.

COACCIÓN
I. (Del latín coactio-onis: cobro, extracción [fiscal], de coacto,
are: compelir, a su vez, de cogo, ere: 'conducir a'; así coactus:
'impulso') significa: 'empleo de la fuerza o violencia (o miedo)
sobre un individuo para que éste haga alguna cosa', 'cualidad de
algo que apremia o impulsa (a hacer algo)', 'acción de compelir'.
No es difícil advertir que la expresión 'coacción' evoca la idea
de un impulso, de una motivación. La coacción se distingue de
cualquier otro empleo de fuerza o violencia por su propósito
específico: provocar una acción. El uso de la fuerza que
'coacción' presupone es aquella que se introduce como
motivación; su finalidad: hacer que alguien haga u omita.

II. Dentro del lenguaje jurídico por 'coacción' se entiende, en


términos generales: 'empleo de la fuerza de que dispone el
orden jurídico'. Tal expresión alude al carácter coactivo del
derecho que reside en el hecho de que emplea la fuerza para
regular la conducta humana: establece (e impone) sanciones y
hace uso de la ejecución forzada.
En ocasiones los juristas (o los mismos órganos), pensando
más en la representación psicológica del orden jurídico y sus
sanciones, se refieren al carácter coactivo del derecho usando
expresiones equivocas: '...fuerza a la que recurre el derecho
para...', '...poder que respalda... garantiza... el cumplimiento del
derecho', etc.
Este tipo de expresiones genera la errónea impresión de un
dualismo: orden jurídico, por un lado; sistema de coacción, por
el otro. Esta dicotomía: derecho-coacción, sugerida por el uso
del lenguaje, no existe. No hay un sistema de coacción por fuera
del derecho que venga a 'auxiliar', 'garantizar', o 'asegurar' la
eficacia del orden jurídico. El derecho no se encuentra
'protegido' por un sistema extraordinario de sanciones, el
derecho es coactivo, tiene como característica ser un orden
coactivo que regula la conducta humana mediante el uso de la
fuerza.

III. Hacer que otros hagan o dejen de hacer algo no es fácil. El


comportamiento es resultado de causas y motivaciones tan
persistentes (biológicas, fisiológicas, psíquicas), que es muy
difícil suprimir o atenuar su fuerza motivadora. Para que
alguien se comporte como otro quiere o desea, éste necesita
disponer de medios altamente persuasivos (inhibidores) para
alterar el cuadro de motivaciones de aquél.
La forma más simple en la que un individuo se ve constreñido
a hacer lo que otro desea es cuando se está amenazado con
consecuencias desagradables si rehusa (Hart). El castigo, el
recurso a la coacción, es el elemento enormemente persuasivo
que anula (o altera) el cuadro inicial de las motivaciones de los
individuos (en todo tiempo y lugar). Por ello el derecho es
descrito como 'monopolio del uso (legítimo) de la fuerza'
(Kelsen, Weber).
El carácter coactivo del derecho resulta de la forma en que éste
regula la conducta humana. El derecho provoca cierta conducta
(no matar) haciendo de la conducta contraria (matar) la
condición de un acto de coacción (privación de la libertad). El
derecho es, en este sentido, una técnica social que motiva el
comportamiento aplicando una medida de coacción que habrá
de imponerse en casa de conducta contraria (Kelsen).
La sanción se aplica sobre el sujeto 'responsable'.
Normalmente al mismo sujeto 'obligado', pero no
necesariamente, puede imponerse especial (p. e. parentesco) con
el sujeto responsable.
La sanción es un acto de coacción, toda vez que es resentida
como un mal, una desventaja (privación de la vida, de la
libertad, de bienes económicos, de derechos) la cual se aplica si
es necesario, mediante la fuerza física (Kelsen). La sanción es
un 'daño sustancial físico o psicológico' (Oberdiek).
Los demás actos de coacción establecidos por el orden jurídico
que no tienen el carácter de sanciones (requisición, facultad
económico coactiva de la administración) también pueden ser
impuestos, en casos de resistencia, mediante el empleo de la
fuerza física.
Las sanciones, así como los actos coactivos que no tienen tal
carácter, son instituidos por el orden jurídico; son socialmente
inmanentes (de este mundo) e institucionalizados: establecidos
y aplicados por instituciones jurídicas (órganos) cuyos actos se
atribuyen al orden jurídico (estatal). Los actos coactivos del
derecho se distinguen, así, de las sanciones trascendentes
(ultramundanas) y de las reacciones espontáneas de aprobación
o reprobación de los miembros de la comunidad (Bobbio,
Kelsen, Raz). El carácter institucional del derecho distingue a
éste de otros sistemas normativos en los cuales la coacción
juega un papel importante (p.e. órdenes religiosas).
El uso de la fuerza física fuera de los casos establecidos por el
derecho está prohibida. Al determinar las condiciones por las
cuales la fuerza (coacción) es legítimamente usada, el derecho
organiza coactivamente (mediante el uso de la fuerza) a la
comunidad.

IV. Una descripción sucinta de regulación coactiva podría


formularse de la siguiente manera: 1) X 'quiere que Y se
abstenga de C (-C), por tanto, 2) X hace de la conducta
contraria (C) condición de una sanción S: 'si tú C, entonces yo
S'. 3) S constituye un daño sustancial (físico o psicológico). 4)
X está en posición de imponer S. Cuando estas condiciones se
presentan Y se encuentra coactivamente regulado por X.
En el caso del derecho es necesario adicionar la siguiente
condición: (5) X (o sus funcionarios) está facultado para
establecer e imponer S y sus actos son atribuidos (imputados) al
orden jurídico de la comunidad.
No cabe duda que la característica mas general y relevante del
derecho en todo tiempo y lugar es que su presencia indica que
cierta conducta humana deja de ser optativa (Hart). Este
argumento corresponde a una generalización empírica
respaldada por abundante evidencia histórica y corresponde, por
mucho, a la idea que la gente tiene del derecho.
Aunque el carácter coactivo del derecho fuera aceptado sólo
como una característica histórica, común a todos los órdenes
jurídicos conocidos y no como rasgo esencial o de definición
(Oberdiek), aún así, continuaría siendo un rasgo distintivo que
nos permite diferenciar y describir los órdenes jurídicos
positivos. Las teorías más alejadas del positivismo (lo cual
revela que el carácter coactivo del derecho no es una tesis
positivista) describen el derecho como coactivo: '...la noción
derecho contiene, primero... que es regla.. segundo... que tiene
poder coactivo...' (S. Tomás. Sum. Th. I, II, Q. 96, A. 5).
Con independencia de si la sanción es un elemento esencial o
de definición de toda norma jurídica, el carácter coactivo es
prácticamente indiscutible. Buena parte de la doctrina distingue
las normas que imponen sanciones: 'normas sancionadoras'
(Bentham), 'normas primarias' (primer Kelsen), 'normas de
obligación' (Hart) etc. El gran debate sobre el carácter coactivo
gira no alrededor de si el derecho es o no es coactivo sino de
cómo y en qué grado funciona la coacción dentro del orden
jurídico. La tesis más compartida es que todas las normas
(normas de competencia, de procedimiento, de adjudicación,
'secundarias', 'no independientes', o como quiera que se
denominen) constituyen un todo normativo en el que mantiene
una relación esencial con las normas sancionadoras.
Se puede pensar en una coacción in abstracto: el
establecimiento de sanciones, y en una coacción in concreto: la
imposición de sanciones y la ejecución forzada (empleo de la
fuerza física). En ocasiones la simple representación de la
norma coactiva es suficiente para convertirse en una razón para
que alguien actúe en consecuencia). Sin embargo, esta
representación no debe ser confundida con la institución de un
acto coactivo. Todos los órdenes jurídicos que son eficaces
ejercen, en cierto grado, una coacción psíquica. El derecho no
es un orden coactivo porque ejerza una coacción psíquica sino
porque instituye (establece e impone) actos de coacción.
Es importante subrayar que la imposición de la sanción no
siempre requiere del empleo de la fuerza física. Existen algunas
en que la aplicación de la fuerza física es prácticamente
imposible como en el caso de la cancelación de un derecho o de
un título.

COBRO
I. (Recolección de caudal u otras cosas que se deben). Se le
puede considerar como el derecho del acreedor para exigir el
cumplimiento de una obligación o pago de una cantidad debida
realizando las diligencias necesarias para ello.

II. En la práctica jurídica mexicana se habla de requerimiento


del pago o cobranza para refirirse a las diligencias que realiza el
acreedor para obtener del deudor el pago debido ya sea en
forma voluntaria o forzosa. Tanto el «CC» como la LGOTC
contienen un capítulo, en el que, bajo el rubro del pago,
estipulan las reglas a las que deben sujetarse las diligencias de
la cobranza que sólo pueden iniciarse hasta que la obligación
sea exigible por haber transcurrido el plazo convenido o el
necesario para cumplirla.
El cobro de lo indebido genera una obligación cuasicontractual
de restituir la cantidad cobrada por error o sin causa.

COPROPIEDAD
I. (Condominio de una cosa.) Hay copropiedad cuando una cosa
o derecho pertenece pro indiviso a varias personas («a.» 938
«CC»). Así, en derecho mexicano, se adoptó la teoría clásica en
donde se explica esta figura jurídica no como el dominio de
cada copropietario sobre determinadas partes de la cosa o
derecho, sino un derecho de propiedad sobre el todo en cierta
proporción a la que se le da el nombre de parte alícuota. Sin
embargo, esta teoría fue influida por la concepción alemana, al
reglamentar la formación de una colectividad para ciertos
efectos («aa.» 945, 946, 947 y 948 «CC»), sin llegar a
reconocer a la copropiedad una personalidad jurídica.

II. Son fuentes de la copropiedad la ley y el contrato


estableciéndose, así las dos primeras formas de copropiedad: la
forzosa y la voluntaria. Se habla de copropiedad forzosa o
establecida por la ley cuando se trata de bienes que por
naturaleza no pueden dividirse o existe imposibilidad para la
venta («aa.» 939, 940 y 953 «CC»), como p.e., los servicios de
un inmueble (agua, drenaje, etc.), las cosas comunes y las
paredes medianeras. Además, existen copropiedades temporales
y permanentes, estas últimas son las establecidas por ley.
Copropiedades sobre bienes determinados o sobre un
patrimonio. Copropiedades entre vivos y por causa de muerte.
Copropiedades reglamentadas y no reglamentadas.
Copropiedades generales por un acto jurídico o por un hecho
jurídico (p.e, accesión).

III. Son derechos de los copropietarios: a) la participación en


los beneficios («a.» 942 «CC»); b) el uso y disfrute de la cosa
común («a.» 943 «CC»); c) la propiedad sobre la parte alícuota
como si fuera individual («a.» 950 «CC»); d) la solicitud de
dividir la cosa común cuando no se trate de una copropiedad
con indivisión («a.» 939 «CC»).
Son obligaciones de los copropietarios: a) participación en las
cargas («a.» 942 «CC»); b) participación en los gastos de
conservación y en las contribuciones («a.» 944 «CC»); c)
conservar, reparar o reconstruir la cosa común («aa.» 959 y 960
«CC»).
Se entiende que los derechos y obligaciones son
proporcionales al derecho de copropiedad que le corresponde a
cada copropietario, representado en su parte alícuota.

IV. La legislación civil mexicana presupone que hay


copropiedad («a.» 953 «CC»): a) en las paredes divisorias de
edificios contiguos, hasta el punto común de su elevación; b) en
las paredes divisorias de los jardines o canales ubicados en
poblaciones o en el campo; c) en las cercas, vallados y setos
vivos que dividan los predios rústicos, hasta la altura de la
construcción menos elevada, y d) en las zanjas o acequias
abiertas entre las heredades («a.» 956 «CC»).
Y son signos contrarios a la copropiedad (a. 954 «CC»): a) las
ventanas o huecos abiertos en la pared divisoria de los edificios;
b) cuando la pared, vallado, cerca o seto estén construidos sobre
el terreno de una de las fincas y no por mitad entre una y otra;
c) cuando la pared soporte cargas y carreras, pasos y armaduras
de una de las propiedades; d) cuando la pared divisora de
heredades esté construida de modo que la albardilla caiga hacia
una sola de las propiedades; e) cuando la pared construida de
mampostería presente piedras pasaderas que salgan fuera de la
superficie solo por un lado de la pared; f) cuando la pared fuere
divisoria entré un edificio del cual forma parte un jardín, campo
o corral sin edificio; g) cuando la heredad se halle cerrada o
defendida por cercas, vallas o setos y las contiguas no; h)
cuando la cerca que encierra una heredad es de distinta especie
de la que tiene la vecina, e i) cuando la tierra o braza sacada de
una zanja o acequia se halla de un solo lado, excepto cuando
esta circunstancia se deba a la inclinación del terreno («aa.» 957
y 958 «CC»).

V. La copropiedad se extingue por división de la cosa por


destrucción por enajenación, por consolidación (reunión de
todas las cuotas en una sola persona) (a. 976 «CC»). También
puede extinguirse por ejercicio de la acción comuni dividundum
en los casos de los «aa.» 939 y 940 «CC».

VI. En la legislación mexicana, además del ordenamiento civil


(«aa.» 938 a 979 «CC»), se ocupa de reglamentar la
copropiedad la Ley sobre el Régimen de Propiedad en
Condominio de Inmuebles, para el Distrito Federal (DO 28 de
diciembre de 1972), en donde se diferencian el derecho singular
y exclusivo de los diversos propietarios sobre su departamento,
vivienda, casa o local y el derecho sobre los elementos y partes
comunes del inmueble necesarios para su adecuado uso y
disfrute, cuando el inmueble en cuestión construido en forma
vertical, horizontal o mixta, tenga partes de uso común y un
elemento de propiedad privada.

VII. En derecho romano esta figura era conocida con los


nombres de rem communem esse, rem plurim esse o rem
communem habere.

CÓDIGO
I. (Cuerpo de leyes según un método y sistema. Del latín
codicus, de codex-icis). En sentido histórico se entiende por
código toda compilación de preceptos jurídicos; actualmente se
denomina código a la fijación escrita que comprende el derecho
positivo en alguna de sus ramas (civil, penal, mercantil, etc.)
con unidad de materia, plan, sistema y método.

II. En su sentido originario, codex alude a cierto formato


editorial consistente en un conjunto de tablillas de madera
encerada, unidas de modo que cada tablilla actúe como la hoja
de un libro moderno. A partir del siglo I d.C. comenzó a usarse
este mismo formato editorial en pergamino, formándose con él
cuadernillos. A fines del siglo II, este tipo de codex comenzó a
imponerse, desplazando a otras formas de editar hasta llegar a
equiparse codex y libro. Paulatinamente codex fue ligándose a
la materia jurídica y vino a significar libro con contenido
jurídico y más específicamente: el libro que recogía una
compilación de leyes para su uso forense. Desde el siglo VI,
d.C. el codex por antonomasia fue el mandado elaborar por el
emperador Justiniano en 534 d.C., que recogía las
constituciones imperiales de varios emperadores romanos
reputadas como vigentes en su época. Desde entonces la palabra
código ha sido utilizada para designar a una muy variada
tipología de obras jurídicas, y ha estado siempre vinculada a la
idea de fijación escrita, única y totalizadora.

III. El código se distingue de otros cuerpos fijadores de derecho


porque consagra su propia vigencia en cuanto a forma. Guzmán
Brito explica este hecho de la manera siguiente: 'Un cuerpo
fijador del derecho puede escindirse en materia y forma, en
contenido y continente, es decir, por un lado, en el conjunto de
fuentes, o más en general, de derecho que fija y, por otro, en la
sistemática y redacción que se da a ese conjunto. Cuando el
cuerpo fijador logra consagrar su vigencia en cuanto forma (lo
que llevaba aparejada la vigencia de su contenido o materia),
entonces estamos en presencia de propiamente un código'. Si el
cuerpo jurídico no consigue vigencia como tal estamos en
presencia de otro tipo de fijaciones escritas de derecho pero no
de un código.
A partir del momento en que el cuerpo fijador consigue
vigencia como tal, la comunidad que hace uso de él, admite que
las disposiciones que contiene, están vigentes por estar
contenidas en el cuerpo fijador que podemos llamar código, y
para su uso en los tribunales recurre al código y no a cada
disposición por separado.
A diferencia del código, en una compilación las disposiciones
recogidas pueden estar vigentes, pero no derivan su vigencia del
hecho de estar contenidas en la compilación, sino de haber sido
promulgadas (a través del procedimiento establecido en cada
época) por un órgano creador del derecho.

IV. En la forma arriba descrita, código y recopilación pueden


ser sinónimos, si ésta ha sido promulgada para que las
disposiciones que contienen tengan vigencia por el hecho de
haber sido recogidas precisamente en un cuerpo fijador que se
realiza con afán totalizador. Sin embargo, históricamente,
código y recopilación no son sinónimos, puesto que con el
primer vocablo se alude al resultado de un proceso codificador
que adquirió una connotación específica a partir del siglo XVI,
al amparo de la filosofía del iusnaturalismo racionalista.

V. Entre 534 d.C., fecha en que se publicó el Codex de


Justiniano y el principio del siglo XVI no fue utilizada la
palabra codex o código para aludir a ninguna fijación del
derecho. El codex por antonomasia como se ha explicado
arriba, era el de Justiniano y, a las fijaciones escritas del
derecho que alcanzaron vigencia en ese periodo se les llamó:
corpus lex, liber, collectio, especulo, etc. El uso del vocablo
codex o código para aludir a una fijación escrita del derecho
vigente por su forma reaparece en el siglo XVI y el primer
registro de este hecho lo tenemos en el Codex Statutorum de
1547. A partir de ese momento es cada vez más frecuente el uso
de la palabra código para hacer referencia al tipo de fijación
escrita del derecho que se ha venido describiendo. En diversos
países de la Europa continental comenzaron a elaborarse
códigos que agrupaban disposiciones relativas a varias materias
o a una sola rama del derecho.
V. El código como producto del proceso de la codificación del
derecho que se desarrolló en Europa continental a partir del
siglo XVII se distingue de todas las fijaciones escritas del
derecho anteriores porque no pretendió consignar todo el
derecho ya existente ni reformarlo ni continuarlo, sino que
buscaba planear la sociedad mediante una nueva ordenación
jurídica sistemática y creadora. Apoyados en la 'razón', los
ilustrados europeos elaboraron, a través de los códigos,
proyectos de una sociedad mejor y más justa. En esta empresa
participaron, sobre todo, sujetos cultivados filisófica o
políticamente y de confianza del gobernante.

VII. Este fenómeno fue recibido en México antes de la


independencia. Los hombres que lucharon por ella buscaban
constituir a la nueva nación conforme a las 'luces del siglo', el
ejemplo más claro de la recepción del movimiento codificador
es el Decreto Constitucional para la Libertad de la América
Mexicana de 1814, primer código fundamental o código
político de la nación mexicana.

COERCIÓN
I. (Del latín corceo que significa contener, ceñir, encerrar).
Aunque en los diccionarios jurídicos y los tratados de filosofía
del derecho se considera a la palabra coerción sinónimo de
coacción, es posible encontrar una sutil diferencia entre las dos
voces.
Dentro del marco jurídico generalmente se entiende por
coacción el uso de la fuerza física o moral que el ordenamiento
jurídico efectúa para sancionar una conducta contraria a éste.
Con el fin de evitar confusiones en la terminología se define a
continuación la palabra coercibilidad.
La coercibilidad es la posibilidad abstracta que detenta el
ordenamiento jurídico de aplicar una sanción a la conducta
antijurídica.
Una vez definidos los dos términos que pueden representar
alguna confusión con la palabra coerción podemos analizar la
naturaleza de ésta.

II. La coerción es un momento intermedio entre la aplicación


concreta de la fuerza (coacción) y la posibilidad meramente
abstracta de que esta se aplique (coercibilidad). Es en sí la
advertencia directa del sistema de derecho al violentador de la
norma jurídica que expresa que de no cumplir con la
prescripción normativa aplicará una sanción.
La coerción tiene en su aplicación un contenido coactivo, pero
no sustenta la totalidad de la fuerza de que el ordenamiento
jurídico puede hacer uso para sancionar la conducta antijurídica.
Dos ejemplos recurrentes pueden ilustrar este concepto.
1. En el campo civil el embargo de los bienes del deudor sería
el acto coercitivo, el remate de éstos el acto coactivo, la
coercibilidad estaría compuesta por el supuesto abstracto y
permanente de que si no se cumple con el contenido de la
obligación se ejercerá una sanción.
2. El policía ordena al asaltante que detenga su huida, de lo
contrario hará uso de su arma. En el momento en que el policía
emite la orden se configura el acto coercitivo. Si el policía
llegase a disparar se llevaría a cabo un acto coactivo. La
coercibilidad estaría compuesta por la facultad que detenta el
policía de ejercer la fuerza en caso necesario.

COHECHO
I. (De confectus, participio del verbo latino conficere, acabar,
negociar.) Incurre en el delito de cohecho el servidor público
que por sí o por interpósita persona reciba indebidamente dinero
o cualquier otra dádiva para hacer o dejar de hacer algo justo o
injusto relacionado con sus funciones. Es éste el cohecho
pasivo, al paso que el acto del particular que induce a la
corrupción denomínase cohecho activo. Atenta el delito de
cohecho contra la incorruptibilidad de la función pública. El
término servidor público se enuncia en términos muy amplios
por el «a.» 212 del «CP», que es reproducción fiel del «a.» 108
pfo. primero de la C. De esa regla se infiere, además, un
concepto asimismo muy amplio de administración pública para
estos efectos.
El concepto arriba enunciado es, aproximadamente, el que del
cohecho pasivo ofrece la «fr.» I del «a.» 222 del «CP», único
del c. X del «tít.» X del libro II, consagrado a los delitos
cometidos por los servidores públicos. El servidor público
puede obrar por sí o a través de interpósita persona, que será
responsable del delito si actúa a sabiendas, aunque no sea ella
misma servidor público, según aparece claramente de lo
preceptuado en el segundo pfo. del «a.» 212 del «CP». La
acción consiste alternativamente en solicitar, recibir o aceptar
promesa de dinero o cualquier otra dádiva para hacer o dejar de
hacer algo justo o injusto relacionado con sus funciones. La
preposición subrayada reviste particular importancia para la
debida inteligencia de la figura, tanto porque indica la
orientación subjetiva que da sentido a las tres mencionadas
conductas cuanto porque deja ver que, a diferencia de lo que
acontece en otras legislaciones, el momento consumativo no es
el de ejecutar u omitir el acto justo o injusto que se vende sino
el de realizar, con tal propósito, alguna de las tres acciones
aludidas. Es indiferente que el dinero o la dádiva solicitados o
recibidos o la promesa aceptada sean en beneficio propio o de
otro. La ley dice, en seguida, que estas tres acciones deben
ejecutarse indebidamente, adverbio que, como parece obvio,
sólo tiene sentido si, tratándose de actos justos relacionados con
la función ministerial, no están ellos sujetos al pago de
derechos. Relativamente a los actos injustos, no parece que
deba llegarse al extremo de postular que ellos constituyan
delito. Injusto, en este contexto, equivale a ilícito. Pero es
esencial que el acto, justo o injusto, esté relacionado con las
funciones propias del servicio público.

II. Con la figura del cohecho pasivo ensambla perfectamente la


del cohecho activo, prevista en la «fr.» II de este «a.» 222. Se
castiga allí al que de manera espontánea dé u ofrezca dinero o
cualquier otra dádiva a alguna de las personas que se sancionan
en la «fr.» anterior para que cualquier servidor público haga u
omita un acto justo o injusto relacionado con sus funciones.

III. El elenco de figuras de cohecho se ha visto ampliado con lo


dispuesto en el a 88 de la LFRSP, cuyo último pfo. sanciona
también como cohecho, con las penas establecidas al efecto por
el «CP», la infracción a la prohibición establecida para los
servidores públicos en el primer pfo. de este «a.» 88. En él se
expresa que los servidores públicos no podrán, durante el
desempeño de su empleo, cargo o comisión, solicitar, aceptar o
recibir, por sí o por interpósita persona, dinero o cualquier otra
donación, servicio, empleo, cargo o comisión, para sí o para las
personas a que se refiere la «fr.» XIII del «a.» 47 de la ley, y
que procedan de cualquier persona cuyas actividades
profesionales, comerciales o industriales se encuentren
directamente vinculadas, reguladas o supervisadas por el
servidor público en el desempeño de su empleo, cargo o
comisión, que determinen conflicto de intereses. Agrega la ley
que en ningún caso podrán recibirse de esas personas títulos de
valor, bienes inmuebles o cesiones de derechos sobre juicios o
controversias en las que se dirima la titularidad de los derechos
de posesión o de propiedad sobre bienes de cualquier clase.
Sin embargo, para esa ley no alcanzan a constituir cohecho las
dádivas u obsequios que el servidor público reciba en una o más
ocasiones de una misma persona física o moral de las ya
mencionadas, durante un año, cuando el valor acumulado
durante ese año no sea superior a diez veces el salario mínimo
diario vigente en el Distrito Federal en el momento de su
recepción.

IV. En cuanto a la penalidad, la ley no hace distingos entre


sobornado y sobornante. Antes de las profundas reformas
introducidas en el «tít.» X del libro II (DO de 5-I-1983), el
cohecho se punía con tres meses a cinco años de prisión y multa
hasta de dos mil pesos. Ahora la pena se gradúa en relación a la
cantidad o al valor de la dádiva o promesa. Si ésta no excede al
equivalente de quinientas veces el salario mínimo diario vigente
en el Distrito Federal en el momento de cometerse el delito, o
no sea valuable, se impone prisión de tres meses a dos años y
multa de treinta a trescientas veces el salario diario mínimo
vigente en el Distrito Federal en el momento de cometerse el
delito y destitución e inhabilitación de tres meses a dos años
para desempeñar otro empleo, cargo o comisión públicos. Si el
monto de la dádiva excede la expresada cantidad, la pena de
prisión conminada pasar a ser de dos a catorce años, la multa de
trescientas a quinientas veces el indicado salario mínimo, y la
destitución o inhabilitación de dos a catorce años. Previene la
ley, además, que en caso alguno se devolverá a los responsables
del delito el dinero o dádiva entregados, los que se aplicarán en
beneficio del Estado.

COLEGIOS PROFESIONALES
I. Son corporaciones o agrupaciones de personas de la misma
dignidad o profesión. Estas corporaciones, de acuerdo con la ley
pueden constituirse con personalidad jurídica propia; para
pertenecer a las mismas se suele establecer el requisito de estar
en posesión del correspondiente título profesional o estar
habilitado de acuerdo con la ley, por último el ingreso a estas
corporaciones puede ser forzoso o de colegiación libre en uno o
varios colegios dentro de una misma profesión. En México esta
materia se halla regulada en el «a.» 5 de la Constitución, el cual
reconoce plena libertad de profesión, indicando que en cada
entidad federativa la ley correspondiente determinará qué
profesiones requieren título para su ejercicio. Para el Distrito
Federal se ha expedido la ley reglamentaria de dicho artículo 5
constitucional el día 26 de mayo de 1945, en donde además del
principio de la libertad de profesión, se establece el principio de
la libertad de colegiación y la facultad de constituir uno o más
colegios dentro de una misma profesión. De acuerdo con esta
ley para el Distrito Federal las profesiones que requieren título
para su ejercicio son la de actuario; arquitecto; bacteriólogo;
biólogo; cirujano dentista; contador; corredor; enfermera y
partera; ingeniero; licenciado en derecho; licenciado en
economía; marino; médico; médico veterinario; metalúrgico;
notario; piloto aviador; profesor de educación preescolar;
profesor de educación primaria; profesor de educación
secundaria; químico; trabajador social. Asimismo, para el
ejercicio de la profesión se requerirá tener registrado el propio
título ante la Secretaría de Educación Pública.

II. El origen de los colegios de profesionales, según nuestra


tradición jurídica, se remonta hasta el derecho romano, donde se
admitió la facultad para fundar colegios o corporaciones, las
cuales llegaron a gozar de importantes prerrogativas legales,
tanto como personas jurídicas o morales cuanto como miembros
incorporados a dichos colegios. Desde sus inicios estas
corporaciones tuvieron el carácter o la misión de representar los
intereses profesionales de los individuos que los componían; la
misión de velar por la dignidad y ética profesional en el
desempeño de cada uno de sus miembros, con facultades
inclusive para decretar la suspensión temporal y aun definitiva
de tal ejercicio.
La Iglesia asimilo el principio jurídico de estas corporaciones
y lo utilizó para fundar congregaciones, cofradías o
hermandades, de diversas clases y con propósitos diferentes.
Durante la Edad Media, fundamentalmente a través de los
gremios, se les dio un extraordinario impulso a estas sociedades
de tipo artesanal, sobre todo, con fines de defensa y protección.
En esta época, pero por otros caminos se incrementó la
importancia de los colegios con el establecimiento y creación de
los primeros estudios generales y de las primeras universidades,
toda vez que a estas instituciones de enseñanza se les
reconocerá personalidad jurídica propia y se les caracterizará
como comunidades de alumnos y maestros, sujetos a un estatuto
muy singular, aun en materia disciplinaria. Con la aparición de
la Universidad, que se define igual que las corporaciones o
colegios romanistas como universitas personarum, nacerán las
diversas carreras profesionales, a nivel superior, y los títulos
correlativos, indispensables para su ejercicio.
Por su parecido con la universidad, lo mismo que por la
especialidad de la materia y exigencias internas derivadas de
privilegio y de la defensa de sus intereses, a los colegios y
corporaciones profesionales se les reconoció durante mucho
tiempo la facultad para examinar y, en su caso, declarar
habilitados para ejercer la profesión a los postulantes, tal como
encomendaba en España una disposición de 1617 o las cédulas
que crearon al Ilustre y Real Colegio de Abogados en México a
partir del 21 de junio de 1760, sin duda la corporación más
antigua de este género.
Siendo, en principio, los propios colegios los encargados de
habilitar a los postulantes para el ejercicio de la profesión, la
colegiación se impuso como forzosa, situación que duró en
México y por lo que respecta a la abogacía hasta el decreto de 5
de agosto de 1823 en que se autorizo el ejercicio de la profesión
de abogado sin pertenecer al Ilustre y Real Colegio de
Abogados, que cambiara lo de real por nacional a partir de
1829.
Con el tiempo, se introduce la libertad para formar dentro de
un misma profesión uno o más colegios. De esta manera,
siempre en materia de abogacía, tenemos en la actualidad
además del mencionado Colegio ya bisecular, la Barra de
Abogados; la Asociación Nacional de Abogados; el Sindicato
Mexicano de Abogados; el Foro de México. La ley vigente
permite, en efecto, la existencia de varios colegios, pero con un
máximo de cinco.
III. No obstante las grandes libertades reconocidas en materia
de colegios de profesionales, se han señalado serios problemas
en este campo. Por ejemplo se ha puesto de manifiesto la
conveniencia de volver al principio de la colegiación forzosa a
fin de mantener en alto la dignidad y el ejercicio de la
respectiva profesión y poder sancionar las faltas de la ética de
manera efectiva.
Parece que son relativamente pocos los profesionales inscritos
en los diversos colegios, de ahí que su escasa representatividad
numérica no sea apenas tenida en cuenta por las autoridades.
Los cinco colegios de abogados apenas reúnen entre el 10 y el
15 por ciento de los abogados que ejercen esta profesión.
Se ha mencionado también la conveniencia de prohibir el
ejercicio profesional a extranjeros quienes vienen, como señala
El Foro, órgano de la Barra Mexicana, con fines simplemente
utilitarios. En esta misma revista se rechaza el principio de que
pueda ejercerse la profesión sin estar en posesión del
correspondiente título, haciéndose efectiva la disposición del
«a.» 26 de la ley de profesiones.

COMERCIALIZACIÓN
I. (Viene de la voz comercio, que significa 'negociación que se
hace comprando, vendiendo o permutando géneros o
mercancías'.)
Concepto económico. Consiste, la comercialización, en ofrecer
cosas o servicios al público, con propósitos de lucro; se habla
así, en sentido peyorativo, de comercialización de profesiones
(de abogados de médicos); o como una política deseable, de
comercializar los productos agrícolas permitiendo y fomentando
que los agricultores ofrezcan directamente los frutos de su finca
o de su cultivo, ya sea sin necesidad de intermediarios
(comerciantes), o reduciendo el número de éstos, para evitar
tanto el excesivo encarecimiento de los artículos -que son
muchas veces de consumo necesario- cuando llegan al
consumidor, como que al cultivador se le paguen precios
irrisorios. En fin, la oferta pública misma de mercancías y de
servicios, a través de mercados y de lonjas, y a través de las
bolsas, de titulosvalor, como son las acciones y las obligaciones
emitidas por sociedades anónimas, son, modos de
comercialización, en que se utilizan instrumentos y canales
comerciales para hacer llegar esos bienes a los consumidores.
A su vez, la economía de consumo, que caracteriza la presente
etapa del capitalismo, se basa en la creciente oferta de
productos, y jurídicamente ha llevado a la protección de los
consumidores por medio de leyes especiales (en México la Ley
Federal de Protección al Consumidor «DO», 22-XII-75), de
organismos profesionales como el Instituto Nacional del
Consumidor («aa.» 67 y ss, ibidem), y de oficinas de
inspección, vigilancia y de represión de abusos en contra de los
consumidores, como la Procuraduría Federal del Consumidor
(«aa.» 57 y ss., ibid.).

II. Concepto jurídico. Jurídicamente, la comercialización


significa que los bienes (mercancías), y la actividad de quienes
los ofrecen al mercado, estén regidos por la legislación
mercantil, y no por la civil; y ello, tanto si la oferta se hace
masivamente, o por negociaciones establecidas, como si se hace
a través de actos aislados e individuales. La nota que debe
caracterizar esa actividad (y esos actos aislados), es 'el propósito
de especulación comercial' («a.» 75 «frs.» I y II «CCo».) o bien,
que se trate de la explotación de una empresa («a.» 75 «frs.» V
a XII «CCo».). Y como la economía capitalista contemporánea
tiende a funcionar a base de la organización de empresas; de la
obtención de ganancias (lucro) sobre los precios de producción;
de abastecer mercados con la adquisición previa de enormes
cantidades de artículos y su oferta al público, y como esas
actividades económicas se desenvuelven a través de
instrumentos y de figuras de derecho mercantil, como son la
empresa, las sociedades, los títulos de crédito (como el cheque y
la cambial), existe una tendencia hacia la comercialización del
derecho; del derecho civil principalmente.

III. Manifestaciones legales. Son múltiples las de esta corriente.


En su origen, el derecho mercantil fue el derecho de los
comerciantes; y al regular sus transacciones, es decir al
someterlos a esa nueva disciplina, la actividad de ellos quedó
excluida del imperio del derecho civil. De subjetivo, el derecho
mercantil se convirtió en objetivo: el derecho de los actos de
comercio, independientemente de que en la ejecución o
celebración de cualquiera de ellos (que en nuestro derecho son
múltiples: veintitrés clases en el «a.» 75 «CCo».; y otras que
están comprendidas en diversas leyes como la «LGTOC»; las
leyes de minas y de petróleos etc.), intervengan comerciantes.
Además, por tradición y conveniencia, ciertos bienes (el buque,
los titulosvalor, los derechos sobre patentes y marcas) se
consideraron como 'cosas mercantiles' con lo que su regulación
escapó también al derecho común, y los actos que sobre esas
'cosas' recayeran, también se reservaron al derecho mercantil.
Todo esto es manifestación de la tendencia aludida de la
comercialización del derecho privado. Bienes, en cambio, que
tradicionalmente habían quedado fuera del derecho comercial
como los inmuebles, o actividades que se consideraban como
civiles por su propia naturaleza, como las agrícolas, o las de los
profesionistas liberales, tienden también a comercializarse en
función de la intervención empresarial.

IV. Las consecuencias de la comercialización. Que una


actividad esté regulada por el derecho mercantil, significa que la
ley respectiva sea federal, y no local; y que el Estado federal, y
no el de cada una de las entidades de la federación, intervengan
tanto desde el punto de vista sustantivo como procesal y
administrativo. Existe entonces unificación legislativa, y
también se propicia el intervencionismo del Estado en las
relaciones económicas, que antaño estaban reservadas a los
particulares.
Por otra parte, la comercialización de actividades, o sea, que
ellas estén regidas por normas de derecho comercial -por el
«CCo». y leyes mercantiles- o por el derecho común (por los
códigos civiles de los Estados), se logra fácilmente disponiendo
la ley que los actos relativos (la actividad) sólo pueden
celebrarse y realizarse por y a través de empresas. Así, se
consideran mercantiles actos que antes se consideraban sólo
civiles (p.e. el fideicomiso y la prenda); o bien se regulan o se
comprenden en ambas disciplinas, aunque los contratos
relativos sólo o principalmente sean mercantiles en la práctica
(p.e. el transporte, el seguro, la venta de mercaderías). La
regulación del abasto, que respecto a quienes venden sus
productos (agrícolas) sería materia del derecho civil, puede
comercializarse -como ya se propuso en un reciente proyecto de
ley- exigiendo la intervención de empresas; y decretando que
los actos relativos son mercantiles para todas las partes que en
ellos intervienen.

COMERCIO
I. (Del latín commercium, de cum, con y merx-cis, mercancía.)
Constituye una actividad lucrativa que consiste en la
intermediación directa o indirecta entre productores y
consumidores de bienes y servicios a fin de facilitar y promover
la circulación de la riqueza.

II. Derecho económico. Esta actividad de intermediación -


también ubicada en la atapa de circulación o distribución dentro
del sistema económico de libre empresa- para ser tal debe tener
los siguientes caracteres: a) Ser de intermediación entre
productores y consumidores; b) Ser de intermediación a través
del cambio (operación sinalagmática); c) El cambio debe ser
habitual para que asuma la función de profesionalidad, y d)
Debe haber un fin de lucro.
La actividad comercial en México en líneas generales está
entregada a los particulares, reservándose el gobierno federal
algunos sectores como energéticos, electricidad, fertilizantes,
granos diversos (café, maíz, trigo, etc.). Dicha actividad se
encuentra legitimada además por el «a.» 5º de la C., y pudiendo
además el Congreso legislar a nivel federal sobre el comercio
interno («a.» 73 «fr.» X).
El libre comercio en el contexto de un mercado administrado
como el establecido en México está formalmente protegido
además por el «a.» 28 constitucional (precepto tomado de la C.
liberal de 1857), que tiene una ley reglamentaria llamada Ley
de Monopolios promulgada el 31 de agosto de 1934, misma que
carece de reglamento volviendo letra muerta tanto el precepto
constitucional como la propia ley orgánica. Esa circunstancia
determina que la realidad comercial tienda a la monopolización
de dicha actividad subsistiendo prácticas restrictivas y desleales
que perjudican a los consumidores. La «LPC» y los respectivos
reglamentos sobre ofertas, son también parámetros legales que
intervienen en el sector comercio. Toda la regulación comercial
está a cargo en México de la Subsecretaría de Comercio
Interior, dependencia que controla la política de precios,
subsidios y estímulos, instrumentos propios de una economía
mixta y cuya sistematización corresponde al derecho económico
mexicano.

III. Derecho mercantil. 1. Es un concepto que pertenece al


mundo de la economía, ya que ésta se ocupa de la circulación
de la riqueza, pero guardando un estrecho vínculo con el
derecho, pues hay una relación social que lo pone en
movimiento.
Económicamente es la actividad de intermediación entre
productores y consumidores que se efectúa con la finalidad de
obtener un lucro.
En términos jurídicos el comercio no es sólo una
intermediación lucrativa, sino también la actividad de las
empresas, de la industria, de los títulos de crédito, etc. El
concepto jurídico es variable, porque se refiere a lo que el
legislador haya querido reputar como tal y este concepto lo
plasma a lo largo del derecho positivo y de una manera
implícita.
2. Antecedentes: al incrementarse los grupos humanos, el
hombre tiene la necesidad de la obtención de satisfactores que
no produce la organización donde se encuentra y surge el
trueque, pero es notorio que al efectuar trueques casi nunca es
con el fin de consumir los productos adquiridos, sino más bien
para realizar nuevos intercambios con el objeto de hacerlos
llegar a un consumidor; por lo tanto, en sentido amplio se puede
decir que el trueque lleva como consecuencia al comercio.
En Roma no tuvo trascendencia el comercio a pesar de su
expansión territorial que trajo como fruto el trato con países
industriales o comerciantes, incluso se ha afirmado por la
doctrina, que esta actividad era observada despectivamente por
los romanos, perteneciendo al área de la población esclava.
Las raquíticas relaciones jurídicas que emanaban del comercio
ataban encuadradas en el ius civilis, que, aun con su rigorismo,
daban seguridad y libertad para el ejercido de esta actividad.
En el medioevo se encuentra como nota importante la caída
del Imperio Romano, trayendo aparejada la disgregación
política y social; en medio de esta situación se presenta un
florecimiento en Italia del comercio, al tener sus puertos una
posición geográfica muy apropiada, jugando un gran papel el
inicio de las Cruzadas, las que abrieron las vías de
comunicación y fomentaron el intercambio de los productos
entre Oriente y Europa.
Desde el punto de vista jurídico, el auge en Italia consiste en
que, al no ser posible regular las hipótesis nacientes del
comercio en el corpus iuris civilis, ya que el derecho ahí
contenido no respondía a las exigencias de la época, surgen las
practicas uniformes en las operaciones comerciales que en la
mayoría de los casos se imponían obligatoriamente en las
corporaciones o asociaciones de comerciantes, cimentadas en
una serie de usos y costumbres comerciales que paulatinamente
van recopilándose como ordenanzas y estatutos, entre las que
sobresalen: las Ordenanzas de Bilbao, de Colbert en lo relativo
a comercio terrestre y marítimo; los Roles de Olerón, respecto
al comercio marítimo.
Las corporaciones se integraban por tribunales que tenían una
función jurisdiccional realizada por los cónsules, que
primeramente se ejercía frente a comerciantes agremiados y
matriculados, sistema mercantil denominado subjetivo, en
virtud de ser lo más importante el sujeto, la figura del
comerciante. Posteriormente se amplió a comerciantes
miembros de diversas corporaciones y a particulares que
trataban con comerciantes.
Con el descubrimiento de América, Italia dejo de ser eje del
comercio universal, pasando a serlo España, Francia y Holanda
principalmente.
Paulatinamente el Estado va restando jurisdicción a los
tribunales consulares, con la creación de tribunales judiciales y
legislando sobre la propia materia.
Hasta 1807 en el Código de Napoleón, se observa ya un
sistema objetivo, o sea, la aplicación de la legislación
comercial, tomando en cuenta solamente al acto o actividad que
la ley repute comercial (v. «a.» 75 del «CCo». y passim) sin
importar que lo realice un comerciante o no (v. aa 1o. y 49 del
«CCo».), aunque es menester aclarar que los sistemas
mercantiles de diversas partes del mundo, no han observado
completamente un sistema objetivo puro, p.e., aunque el
«CCo». mexicano en su «a.» 1o. establece que sus disposiciones
se aplicarán únicamente a los actos de comercio, existen
diversas normas que se refieren a la figura del comerciante.
3. En México, las instituciones y legislaciones más
preponderantes en nuestro derecho positivo son:
A. Banco Nacional de Comercio Exterior. El día 28 de junio
de 1937, se publicó en el «DO» la concesión otorgada por la
Secretaría de Hacienda y Crédito Público, a la Nacional
Financiera, S.A., para la constitución del Banco antes citado y
se regula fundamentalmente con las bases de la «LIC» y la
LGSM. Esta sociedad siempre será considerada mexicana, así
como sus accionistas, aun en el caso de ser extranjeros.
Las importaciones y exportaciones de mercancías, se regulan
primordialmente en la Ley Aduanera, publicada en el «DO», el
día 30 de diciembre de mil novecientos ochenta y uno y consta
de nueve títulos, con sus respectivos capítulos, secciones y
apartados.
B. Banco del Pequeño Comercio del Distrito Federal: previsto
en la ley publicada en el «DO», el día tres de enero de mil
novecientos cuarenta y nueve, que tiene como legislación
supletoria a la LIC. Es una sociedad anónima de capital
variable, con domicilio en el Distrito Federal. Su objeto es
promover y auxiliar a las asociaciones de comerciantes en
pequeño; fomentar la creación de fideicomisos y almacenes de
depósito de artículos de consumo necesario.
C. Cámara de Comercio y de las Industrias: establecidas por la
ley del mismo nombre, en fecha 2 de mayo de 1941, de la que
se desprende que las cámaras son instituciones públicas,
autónomas, con personalidad jurídica. Esencialmente se crearon
para la representación de intereses generales de comercio o de
la industria de acuerdo a su jurisdicción y para incrementar el
desarrollo del comercio.
Funcionan igualmente como órganos de consulta del Estado
para satisfacer las necesidades del comercio. Pueden
desempeñar la sindicatura en las quiebras, etc. Tienen su
antecedente en las antiguas corporaciones y asociaciones de los
comerciantes.
D. Preceptos constitucionales que contemplan al comercio: en
la C. existe como garantía individual la libertad de comercio,
que se refiere a la protección y oportunidades brindadas por el
Estado para que toda persona pueda ejercer el comercio («a.»
5o.). Guarda relación con el «a.» 253 «fr.» II del «CP» que
tipifica como delito los actos o procedimientos en contra de la
libre concurrencia en la producción, industria, comercio o
servicio público, en perjuicio de la colectividad o de una clase
social en particular.
La libertad de comercio, por supuesto, no es ilimitada, según
se desprende de la lectura del propio «a.» constitucional: ''... el
ejercicio del comercio sólo podrá vedarse por determinación
judicial cuando se ataquen los derechos de terceros -i. e.,
maniobras desleales dirigidas a su competidor- o por resolución
gubernativa dictada en los términos que marque la ley, cuando
se ofendan los derechos de la sociedad. -La base de esta
restricción es evitar el daño al público consumidor-. Tampoco
puede admitirse convenio en que la persona pacte su
proscripción o destierro, o que renuncie temporal o
permanentemente a ejercer determinada profesión, industria o
comercio''.
En el «a.» 28 de la ley fundamental -que tiene un lazo
indisoluble con el anterior dispositivo- nos habla sobre la
prohibición de monopolios o estancos, a excepción de los
controlados por el Estado y de ''concentración o acaparamiento
en una o pocas manos de artículos de consumo necesario, que
tenga por objeto obtener el alza de los precios...''.
Por lo que hace al «a.» 73 «fr.» X de la carta magna,
encontramos la facultad del Congreso de la Unión para legislar
en toda la República en materia de comercio y el «a.» 131, pfo.
último, nos señala que el Ejecutivo podrá ser facultado por el
Congreso de la Unión para aumentar, disminuir o suprimir las
cuotas de las tarifas de exportación e importación, expedidas
por el propio Congreso, y para crear otras, así como para
restringir y para prohibir las importaciones, las exportaciones y
el tránsito de productos, artículos y efectos, cuando lo estime
urgente, a fin de regular el comercio exterior, la economía del
país, la estabilidad de la producción nacional... debiendo el
ejecutivo, al enviar al Congreso el presupuesto fiscal de cada
año, someter a su aprobación el uso que hubiere hecho de la
facultad concedida.
E. Ley sobre Atribuciones del Ejecutivo Federal en Materia
Económica publicada en el «DO» de fecha 31 de diciembre de
1950. Esta legislación es de orden público y sus disposiciones
serán aplicables a quienes efectúen actividades industriales o
comerciales, relacionadas con la producción o distribución de
mercancías o con los servicios que en la propia ley se enumeran
(«a.» 1o.).
Se otorgan facultades al ejecutivo para imponer precios
máximos al mayoreo o menudeo y fijar las tarifas de los
servicios, en su caso, siempre sobre la base del reconocimiento
de una utilidad razonable para los productores y comerciantes
(«a.» 2o.). Igualmente se le otorgan facultades para imponer la
obligación, a las personas que tengan existencias de
determinadas mercancías, de ponerlas a la venta a los precios
que no excedan de los máximos autorizados, para dictar
disposiciones sobre la organización de la distribución de las
mercancías mencionadas en el a. 1o. de la propia ley, a fin de
evitar que intermediaciones innecesarias o excesivas provoquen
el encarecimiento de los productos («aa.» 7 y 9)
F. LPC: su objeto es esencialmente proteger el interés público
del consumidor y su defensa. Entró en vigor el 5 de febrero de
1976.
Su cumplimiento es obligatorio, no sólo para los comerciantes,
industriales o prestadores de servicios, sino para todo ente que
desarrolle actividades de producción distribución o
comercialización de bienes o prestación de servicios.
La ley, por conducto de la Procuraduría del Consumidor,
vigila que no se establezcan prestaciones desproporcionadas u
obligaciones inequitativas a cargo de los consumidores («a.»
63); su contenido es bastante completo, aunque cabe mencionar
que carece de facultades coercitivas para hacer que sus
disposiciones se cumplan o se cumplimenten.
G. Por último, hemos de mencionar que diversas secretarías de
Estado tienen igualmente atribuciones sobre esta materia de
comercio, siendo la más importante: la Secretaría de Comercio
y Fomento Industrial, pero escapa al contenido de esta voz su
análisis.

COMISIÓN DE DERECHO
INTERNACIONAL
I. El «a.» 13 de la Carta de las Naciones Unidas establece que la
Asamblea General promoverá estudios y hará recomendaciones
para fomentar la cooperación internacional en el campo político
e impulsar el desarrollo progresivo del derecho internacional y
su codificación. La atribución abarca dos funciones: la
codificación y el desarrollo progresivo. La Comisión de
Derecho Internacional, creada en el año de 1948, consta de
veinticinco miembros, nombrados por la propia Asamblea
General de acuerdo con los dos criterios de la calificación
personal y de una equitativa distribución geográfica.

II. La labor de la Comisión ha sido fundamentalmente preparar


proyectos de convenciones sobre las materias más importantes,
cuyas normas eran consuetudinarias y requerían de precisión
convencional. Así, la Comisión ha dado las bases para la
adopción de los siguientes instrumentos: Ginebra, 1958:
a) Convención sobre el derecho del mar territorial y la zona
contigua.
b) Convención sobre el alta mar.
c) Convención sobre pesca y conservación de los recursos
vivos de alta mar.
d) Convención sobre la plataforma continental.
e) Protocolo de firma facultativa sobre la jurisdicción
obligatoria en la solución de las controversias. Viena, 1961:
a) Convención de Viena sobre relaciones diplomáticas.
b) Protocolo de firma facultativa sobre adquisición de la
nacionalidad.
c) Protocolo de firma facultativa sobre la jurisdicción
obligatoria en la solución de las controversias. Nueva York,
1961:
Convención sobre reducción de la apatridia. Viena, 1963:
a) Convención de Viena sobre relaciones consulares.
b) Protocolo de firma facultativa sobre adquisición de la
nacionalidad.
c) Protocolo de firma facultativa sobre la jurisdicción
obligatoria en la solución de las controversias. Nueva York,
1969:
Convención sobre las misiones especiales. Viena, 1969:
Convención sobre el derecho de los tratados. Viena, 1975:
Convención sobre la representación de los Estados en sus
relaciones con las organizaciones internacionales de carácter
universal. Viena, 1978:
Convención sobre la sucesión de los Estados con respecto a los
tratados.

COMISIÓN DEL DELITO


I. Es la realización de una acción u omisión voluntarias,
castigadas por la ley con una pena. En otras palabras, es la
acción de cometer un hecho delictivo, es decir, de un hecho
sancionado por las leyes penales.

II. La comisión de un delito implica la realización de una


conducta contraria a la norma jurídico-penal, que se traduce en
la lesión o puesta en peligro de un bien jurídico protegido por
dicha norma. La idea de comisión, por tanto, encierra
conceptualmente un juicio de relación entre el comportamiento
atribuido al hombre y la norma que su realización prohíbe. En
un sentido amplio, la comisión se refiere a ambas formas en que
se puede manifestar la conducta contradiciendo la norma:
acción y omisión de manera que si la comisión del delito se
lleva a cabo por una ''acción'', es decir, por una actividad, se
violará una norma prohibitiva y se dará origen a un delito
comisivo, y si es por una ''omisión'', es decir, por una
inactividad, se violará una norma preceptiva y se dará origen a
un delito omisivo, de donde se deriva la distinción hecha por la
doctrina entre; delitos de comisión y delitos de omisión, y que
hace que, en un sentido restringido, ''comisión del delito'' sea
también entendido sólo como la realización de una conducta
delictiva mediante una ''acción''. Es decir, en un sentido
restringido, la comisión de un delito solo es una de las formas
de realización de la conducta contraria a la norma penal, siendo
la otra forma la omisión. Es, sin embargo, más aceptable el
sentido amplio del concepto, toda vez que se admite que el
concepto de comportamiento comisivo no debe considerarse
sinónimo del de acción, pues mientras este último tiene un
significado naturalístico el primero sólo adquiere sentido en
relación con la norma.
Si en los delitos de acción se infringe una norma prohibitiva y
en los delitos de omisión una norma preceptiva, se habla de una
tercera forma de comisión en que la norma prohibitiva se viola
mediante la infracción de una norma preceptiva; tal es el caso
de los llamados delitos de ''comisión por omisión'' o de omisión
impropia. Éstos se caracterizan porque el autor hace que la
situación típica de la omisión equivalga a la de un tipo activo;
siendo autores de conductas típicas de omisión impropia
aquellos que tengan la ''calidad de garante'', es decir, un deber
de garantía para el bien jurídico penalmente tutelado.
Como forma de comisión de un delito, también se encuentra la
''tentativa''. Por regla general, de acuerdo con la redacción de los
tipos penales de la parte especial del «CP», éstos se refieren
fundamentalmente a los delitos ''consumados''. Pero tomando en
consideración principios de la parte general, también se
consideran punibles, y por tanto delictivas, las conductas que no
llegan a la consumación pero que se encuentran en una etapa
que ya constituye, por lo menos, un principio de ejecución de la
acción descrita en el tipo.

III. Conforme al «CP», en el «a.» 7o. se establece que delito son


las acciones u omisiones sancionadas por las leyes penales; de
donde se derivan las dos formas en que pueden cometerse los
delitos: mediante una acción o mediante una omisión. En la casi
generalidad de los delitos de la parte especial la forma de
realización de ellos es la acción pero esos mismos pueden a su
vez cometerse por una omisión dando origen a los delitos de
comisión por omisión. Solo algunos están considerados de tal
manera que su forma de realización es únicamente la omisión y
son precisamente los llamados delitos de ''omisión propia''; así,
por ejemplo, el delito de omisión de auxilio («a.» 340). Del «a.»
8o. se derivan también como formas de comisión, la comisión
dolosa y la comisión culposa de un delito. En el «a.» 12 se
regula la tentativa, igualmente como forma de comisión de un
hecho punible, cuando por circunstancias ajenas al agente los
actos ejecutivos no llegan a la consumación; es decir, no se
produce el resultado, pero la norma se lesiona al ponerse en
peligro el bien jurídico. Finalmente, en el «a.» 13 se establece
que un delito puede cometerse no solo por una persona o por el
número de personas que expresamente señala el tipo, sino
también por varias personas, que pueden intervenir como
coautores, autores mediatos, instigadores o cómplices.

COMMON LAW
I. Es el sistema de derecho, distinto del sistema neorromanista,
que se originó en Inglaterra y que actualmente se aplica en el
Reino Unido y en la mayoría de países con antecedentes
anglosajones, principalmente los países que fueron colonias
inglesas. También, dentro de tal sistema el término common
law significa el cuerpo jurídico que proviene de sentencias
dictadas por los jueces, en contraste con el cuerpo jurídico
formulado por leyes, decretos o reglamentos expedidos por el
poder legislativo o por el poder ejecutivo.

II. El sistema del common law se formó en Inglaterra desde el


siglo XII en adelante, correspondiendo con la centralización del
poder en manos del rey, efectuada después de la conquista
normanda. En la segunda mitad del siglo XII, Enrique II
estableció los primeros tribunales reales de justicia, con jueces
profesionales y un método racional de procedimientos, que
aplican reglas fijas y comunes a todo el territorio (de donde
viene el término common law).
Las reglas del common law se entendían como un cuerpo
jurídico no escrito, basado en la costumbre, la lógica o la
tradición; estas reglas fueron reconocidas y aplicadas en las
sentencias escritas por los jueces de tribunal. Para el siglo XV,
tanto las reglas como el procedimiento se habían vuelto tan
rígidas que no siempre daban resultados justos, y el Canciller,
en reacción estableció un sistema adicional de tribunales -courts
of equity (tribunales de equidad)- que aplicaban reglas y
procedimientos más flexibles para dar resultados justos cuando
no había remedio en los tribunales de common low. Así,
compitieron durante varios siglos dos sistemas paralelos de
tribunales y dos cuerpos de jurisprudencia hasta la unificación
de ambos sistemas en el siglo XIX, tanto en Inglaterra como en
los Estados Unidos de América. Todavía, en algunas
jurisdicciones se reconocen distinciones entre reglas de law y
reglas de equity, pero en la mayoría de los casos las reglas de
equity han sido incorporadas en la jurisprudencia del common
law en general.
Los principios de common law -tanto las reglas sustantivas
como las procedimentales- se pasaron a aplicar en las colonias
inglesas. Sin embargo, desde el comienzo de la administración
colonial, el common law aplicado en las colonias
norteamericanas fue distinto de las reglas y procedimientos
seguidos en Inglaterra, por varias razones: el reconocimiento de
que las nuevas condiciones que se presentaban en las colonias
diferían de la situación relativamente estática de Inglaterra; la
falta de profesionales -abogados y jueces capacitados- que
conocieran y supieran aplicar el common law; y un cierto
desdén por las reglas inglesas que sentían los grupos disidentes
que fueron importantes en algunas de las colonias. Al
independizarse, trece colonias, que luego se unieron en los
Estados Unidos de América, aceptaron que el common law
siguiera aplicándose, tal como se aplicaba en ellas al momento
de su independencia, pero aclararon que el desarrollo de las
reglas del common law provendría desde entonces de la
jurisprudencia independiente de sus propios jueces. La
independencia de otras colonias dio resultado similar, de
manera que actualmente no se puede hablar de un sistema de
common law, sino de varios sistemas que provinieron de la
misma fuente.

III. En los sistemas de common law, se destacan varias


características que los distinguen de los otros grandes sistemas
legales, como el neorromanista, el socialista, el canónico, etc.
La primera, y más importante, es que una gran parte, si no la
mayoría de las reglas que se aplican en los países de common
law provienen de la jurisprudencia de casos litigados, y no de
leyes o decretos. Cuando los jueces dictan sentencias, ponen por
escrito, crean reglas que, a causa de la tradición de stare decisis
(v. el pfo. siguiente), tienen vigencia dentro de la misma
jurisdicción. Por esta razón, el abogado de common law tiene
que consultar toda la jurisprudencia judicial aplicable (que
normalmente se publica en colecciones oficiales) para saber las
reglas específicas conforme a las cuales se resolverá el caso.
Aun cuando se trate de un caso regido por alguna ley, será
necesario consultar la jurisprudencia para conocer la
interpretación que se ha dado a la ley, ya que tal interpretación
es obligatoria conforme al stare decisis.
La regla de stare decisis (stare decisis et non quieta movere,
acatar decisiones y no abrogar reglas establecidas) existe sólo
por tradición en el sistema de common law y es la base del gran
poder judicial que caracteriza estos sistemas. La regla de stare
decisis se desarrolló junto con las cortes de common law en
Inglaterra, y ha sido preservada, con más o menos fuerza, en
todas las jurisdicciones. Según la regla, una vez que una corte
dicta una sentencia final en un caso litigado, esa sentencia
establece reglas que requieren aplicación igual en casos futuros
que presenten las mismas circunstancias dispositivas. La regla
ha sido aplicada con una rigidez variable según la jurisdicción y
la época. Por ejemplo, de acuerdo con la teoría de stare decisis,
una vez que una corte dicta una regla, esa regla regirá los casos
análogos presentados ante la misma corte o ante cortes y
tribunales inferiores. Sin embargo, las cortes en algunas
jurisdicciones (p.e. las cortes federales de los Estados Unidos)
no temen reconsiderar una regla establecida anteriormente por
ellas, y pueden anularla o reformarla de acuerdo con el cambio
de circunstancias, ocurrido entre el lapso del caso anterior y el
actual. Hasta que se anula o se revisa una regla, las cortes
inferiores a las que establecieron la regla tienen la obligación de
seguirla sin variación.
Otra característica del sistema de common law es el papel que
desempeñan los jueces durante los litigios civiles criminales o
administrativos. Se considera que la solución justa de un
conflicto se producirá después de un riguroso debate y
desahogo de las pruebas presentadas por las partes
contendientes. El papel del juez es el de un mero árbitro que
aplica las reglas sobre el procedimiento y sobre la cuestión
debatida, y no actúa inquisitivamente, como en otros sistemas,
interrogando a los testigos o a quienes confiesan ni allegándose
medios de prueba distintos de los que las partes le ofrecen.
De igual importancia en el sistema de litigios es la utilización
del jurado -un grupo de ciudadanos (tradicionalmente doce)-
que presencian el juicio y deciden sobre responsabilidad,
culpabilidad, etc. El jurado también tiene su origen en la
Inglaterra medieval, y se utiliza con frecuencia en los sistemas
de common law (en los Estados Unidos, hay garantías
constitucionales de acceso a jurado en casos civiles y
criminales). Cuando se trata de un caso sometido a un jurado, el
juez se limita a decidir cuestiones de procedimientos y de
pruebas, o cuestiones sobre la aplicación de otras leyes o reglas
al caso. Los hechos decisivos, como la culpabilidad o
responsabilidad de una persona, pertenecen a la decisión del
jurado. Por esto, se dice que el juez decide cuestiones de
derecho, y el jurado decide cuestiones de hechos litigados.
Cuando se trata de un juicio sin jurado, el juez decidirá
cuestiones de derecho y de hechos.

COMODATO
I. (Del latín commodatum, préstamo). Contrato traslativo de uso
por el cual uno de los contratantes se obliga a conceder
gratuitamente el uso de una cosa no fungible y el otro contrae la
obligación de restituirla individualmente («a.» 2497 «CC»). Es
un contrato de tracto sucesivo; sinalagmático, consensual,
gratuito e intuitu personae. Puede ser principal o accesorio.
De los elementos esenciales, el consentimiento sigue las reglas
generales planteadas por la legislación; el objeto solo puede
estar constituido por cosas no fungibles dada la obligación que
tiene el comodatario de restituir el bien dado en comodato en su
individualidad. En caso de que el contrato tuviera por objeto
bienes consumibles, sólo se le considera como comodato si
éstos fueren prestados como no fungibles, es decir, con la
obligación de restituirlos idénticamente («a.» 2498 «CC»). Por
analogía puede considerarse como objeto del comodato los
bienes inmuebles, a pesar de que la clasificación de fungibles y
no fungibles sólo se refiere a los muebles, en los términos del
«a.» 763 «CC». Es objeto del contrato el uso de la cosa
prestada, mas no sus frutos y accesiones («a.» 2501 «CC»).
De los requisitos de validez señalados por el «a.» 1795 «CC»,
sólo se aplican a este contrato la capacidad, la voluntad exenta
de vicios y el objeto, motivo o fin lícitos, de los cuales los dos
últimos siguen las reglas generales. La forma no es un requisito
de validez en virtud de tratarse de un contrato consensual.
Tanto al comodante como al comodatario les basta la
capacidad general para contratar, en los términos del «a.» 1798
«CC»; sin embargo, los tutores, curadores y en general todos los
administradores de bienes ajenos, deberán solicitar autorización
especial para dar en comodato los bienes confiados a su guarda
(«a.» 2499 «CC»), por tratarse de un contrato gratuito.

II. Las obligaciones del comodante son: a) conceder el uso


temporal de una cosa no fungible, en forma gratuita («a.» 2497
«CC»); b) reembolsar al comodatario los gastos extraordinarios
y urgentes que hubiere tenido que erogar para conservar el bien
(«a.» 2513 «CC»), y c) indemnizar al comodatario los
perjuicios que le hubieren causado los defectos del bien, si el
comodante los conocía y no dio aviso oportuno al comodatario
(«a.» 2514 «CC»).

III. Las obligaciones del comodatario son: a) conservar la cosa


(«aa.» 2497, 2502, 2503, 2505, 2506, 2507 y 2508, «CC»); b)
usar la cosa personalmente y en la manera convenida o
conforme a su naturaleza («aa.» 2500, 2504, 2511, 2512 y 2515
«CC»), y C) restituir la cosa («aa.» 2497, 2509, 2511 y 2512
«CC»).

IV. Son causas de terminación del contrato: a) el vencimiento


del plazo («a.» 2511 «CC»); b) el requerimiento del comodante
(«a.» 2512 «CC»); c) el perecimiento de la cosa (a. 2505
«CC»), y d) la muerte del comodatario (a. 2515 «CC»).

V. En el derecho romano era un contrato real, sinalagmático


imperfecto gratuito, de buena fe. Se perfeccionaba a la entrega
de la cosa. En el derecho mexicano se le consideró como un
contrato real unilateral en los Códigos Civiles de 1870 y 1884.

COMPARECENCIA
I. Del latín comparesco-ere y compareo-ere, aparecer,
comparecer.

II. En sentido estricto, por comparecencia en juicio se entiende


el acto por el cual una persona se presenta o se constituye como
parte ante los tribunales, para formular una demanda o para
contestarla. En sentido amplio, también se llama comparecencia
a cualquier presentación de una persona ante las autoridades
judiciales para llevar a cabo una determinada actividad
procesal. En este sentido, Guasp considera que la nota esencial
de la comparecencia está en el ''acudir en nombre propio o ajeno
ante el órgano jurisdiccional para desarrollar una actividad
procesal'' (p. 89). Por extensión, ocasionalmente se designa
comparecencia al acto de concurrir ante alguna autoridad
diversa de la judicial, para realizar una determinada actividad
jurídica.

III. En el primer sentido, las partes comparecen en juicio


regularmente por medio de la demanda o de la contestación. De
acuerdo con el «CPC», ''todo el que, conforme a la ley, este en
el pleno ejercicio de sus derechos civiles puede comparecer en
juicio''; por los que no se encuentren en esta situación,
''comparecerán sus representantes legítimos o los que deban
suplir su incapacidad conforme a derecho'' («aa.» 44 y 45).
En el «tít.» especial de la justicia de paz del propio «CPC», se
prevé que ''a petición del actor se citará al demandado para que
comparezca dentro del tercer día...'' «a.» 7o.).
Por regla, la comparecencia en juicio se debe hacer a través de
la demanda o de la contestación formuladas por escrito, al tenor
de lo dispuesto en los «aa.» 95, 255 y 260 del «CPC». Sin
embargo, en los juicios especiales sobre controversias
familiares se autoriza a la parte actora para formular su
demanda ''por escrito o por comparecencia personal'' («a.» 943);
asimismo, en los juicios de mínima cuantía se permite que tanto
el actor como el demandado formulen su demanda y
contestación, respectivamente, de manera oral, sin excluir la
posibilidad de que lo hagan por escrito («a.» 20, «fr.» I, del
«tít.» especial de la justicia de paz).

IV. Cuando el demandado, una vez emplazado legalmente, no


comparece a tiempo para contestar la demanda se coloca en la
situación jurídica de rebeldía o contumacia, la cual trae consigo
determinadas consecuencias procesales adversas («aa.» 271,
637 y 640), que no impiden, sin embargo, que el rebelde o
contumaz pueda comparecer posteriormente en el mismo juicio
o que, concluido éste, haga valer los medios de impugnación
pertinentes contra la sentencia (apelación extraordinaria o juicio
de amparo).

COMPENSACIÓN
I. (Del latín, compensatio-nis acción y efecto de compensar;
compensar: compensare, de cum, con y pensare, pesar). Una de
las formas de extinguir obligaciones. Es el balance entre dos
obligaciones que se extinguen recíprocamente si ambas son de
igual valor, o sólo hasta donde alcance la menor, si son de
valores diferentes.
La doctrina estudia otros modos de extinguir obligaciones,
tales como el pago, la novación, la transacción, la confusión, la
renuncia, la remisión, la imposibilidad de pago, el vencimiento
de la condición resolutoria, el vencimiento del plazo resolutorio,
la nulidad de los actos jurídicos que le dieron origen, la
prescripción extintiva.
Como forma de extinguir obligaciones, la compensación se
incluye entre aquellas que implican cumplimiento, al igual que
el pago, la novación, la transacción, etc. Otras figuras jurídicas
operan la extinción de las obligaciones sin que estas hayan sido
cumplidas, por ejemplo, la imposibilidad de pago, la
prescripción.
La compensación tuvo su origen en el derecho romano y de
allí paso a las legislaciones antiguas y modernas. En las
modernas, con pequeñas diferencias, la encontramos en todos
los países. Ello está justificado, teniendo en cuenta que la
institución se funda en motivos de equidad de interés práctico y
de economía procesal.

II. Se pueden distinguir tres grupos de legislaciones, según la


concepción que predomine con respecto a la compensación: a)
el grupo de la legislación francesa y de las que se inspiraron en
ella, que adoptaron el sistema de la compensación legal, o sea
que ésta se opera de pleno derecho, por la sola fuerza de la ley,
desde el día en que ambas deudas comenzaron a coexistir. Este
es el sistema a que se adhiere la legislación mexicana («a.»
2186 «CC»); b) en el sistema ingles, como en el derecho
romano, la compensación se produce mediante acto
jurisdiccional; es decir, debe ser opuesta por el deudor
interesado, y c) en el sistema germánico, la compensación se
realiza por la declaración unilateral de cualquiera de los
deudores, hecha en juicio o fuera de él; la declaración tiene
efecto retroactivo y, una vez formulada, se produce desde el
momento en que ambas deudas comenzaron a coexistir.

III. En México, él «CC» acoge el instituto de la compensación


en el c. I del «tít.» V, ''Extinción de las obligaciones''. El «a.»
2185 dice que ''Tiene lugar la compensación cuando dos
personas reúnen la calidad de deudores y acreedores
recíprocamente y por su propio derecho''. Y el «a.» 2186
expresa: ''El objeto de la compensación es extinguir por
ministerio de la ley las dos deudas, hasta la cantidad que
importe la menor''.
Para que se realice la compensación legal es necesario que se
cumplan las siguientes condiciones: 1) que dos personas reúnan
las calidades de acreedora y deudora, en forma recíproca y por
su propio derecho («a.» 2185 «CC»). Las palabras ''por su
propio derecho'' significan que el acreedor de una de las
obligaciones debe ser el deudor principal y personal de la otra
obligación y, recíprocamente, el acreedor de esta debe ser
principal y personal deudor de aquélla; 2) que las deudas
consistan en cantidad de dinero o en cosas fungibles. Son
fungibles las cosas que pueden ser reemplazadas por otras de la
misma especie, calidad y cantidad («a.» 763 «CC»), 3) que las
deudas sean liquidas («a.» 2188 «CC»). Según la definición de
Pothier, una deuda es líquida cuando consta lo que es debido y
cuánto es debido; o sea, que se trate de una deuda cierta en
cuanto a su existencia y que esté determinada en cuanto a su
cantidad. El «CC» admite como líquida la deuda cuyo monto
pueda determinarse dentro del plazo de 9 días («a.» 2189), y 4)
que las deudas sean exigibles. Es exigible la deuda cuyo pago
no puede rehusarse conforme a derecho («a.» 2190 «CC»), es
decir, cuando el acreedor puede reclamar el pago en forma
inmediata. No son exigibles, por ejemplo, las obligaciones con
plazo pendiente, o las contraídas bajo condición suspensiva,
mientras ésta no se cumpla.
La compensación produce los siguientes efectos: 1) extingue
ambas deudas de pleno derecho («a.» 2194 «CC»); 2) en caso
de ser iguales, la extinción se opera por el importe total; si
fuesen desiguales, la compensación se produce por un monto
equivalente a la deuda menor, quedando subsistente la
obligación por el saldo no compensable («a.» 2194 «CC»); 3)
una vez compensadas las obligaciones principales, quedan
extinguidas las accesorias (fianzas, hipotecas, prendas) («a.»
2194 «CC»), y 4) los intereses dejan de correr desde el
momento en que se opera la compensación. Si las deudas fueran
desiguales, subsistirían las garantías y seguirían corriendo los
intereses correspondientes al saldo no compensable.

IV. El instituto jurídico de la compensación es de vasta


aplicación en el mundo moderno, tanto en sus aspectos civiles
como mercantiles, y aun internacionales. Toda la teoría de la
cuenta corriente comercial reposa en el sistema de la
compensación. Las cámaras compensadoras (clearing-houses)
implican el uso de la compensación a escala interbancaria. En el
orden internacional, la compensación se efectúa por obra del
comercio entre los diversos países y mediante ella se evita el
transporte efectivo de grandes cantidades de dinero o de oro.

COMPETENCIA
I. (Encuentra su raíz etimológica en las voces latinas
competentia, a (competens, entis), relación, proposición,
aptitud, apto, competente, conveniencia. En castellano se usan
como sinónimos los vocablos: aptitud, habilidad, capacidad,
suficiencia, disposición.)
En un sentido jurídico general se alude a una idoneidad
atribuida a un órgano de autoridad para conocer o llevar a cabo
determinadas funciones o actos jurídicos. Recuérdese que el
«a.» 16 de nuestra C. dispone que nadie puede ser molestado
sino en virtud de mandamiento escrito de autoridad competente.
Sin embargo, en un sentido más técnico y especializado del
derecho judicial y del derecho procesal, o mejor aún, de la
llamada teoría general del proceso -cabría reflexionar si esta
denominación reiterativa sólo se justifica en un afán didáctico
de recalcar lo general de una teoría-, la figura de la competencia
debe entenderse en un sentido más restringido que el ya
mencionado, excluyendo de ella a los órganos -legislativo y
ejecutivo- y a las personas particulares individuales o ideales
que tienen jurisdicción.

II. La competencia como concepto específico (frente a la idea


global de jurisdicción), obedece a razones practicas de
distribución de esa tarea de juzgamiento, entre los diversos
organismos judiciales. Por otra parte, en el D. F. antes de 1984
correspondía a los litigantes determinar el órgano idóneo, apto,
con la potestad adecuada para el negocio concreto a resolver;
era menester efectuar una escrupulosa selección de los órganos
potencialmente capaces para decidir.
En la actualidad se ha establecido un sistema de turno judicial
por el que el demandante debe presentar el escrito por el cual se
inicia un procedimiento ante la Oficialía de Partes común a los
juzgados de la rama de que se trate, para ser turnado al juzgado
que corresponda, los interesados -ordena el «a.» 65 del «CPC»-
pueden presentar una copia simple del escrito citado, a fin de
que dicha Oficialía se los devuelva con la anotación de la fecha
y hora de presentación, sellada y firmada por el empleado que la
reciba. Los escritos subsecuentes se presentarán ante el juez que
conozca el procedimiento. Y en el «a.» 54 de la «LOTJFC» se
especifican las atribuciones de dicha Oficialía de Partes.

III. El «CPC» estatuye en su «a.» 144: ''La competencia de los


tribunales se determinará por la materia, la cuantía, el grado y el
territorio.'' Tomando en cuenta este precepto, así como la
doctrina, podemos distinguir los siguientes criterios de
competencia:
A) Materia. Es el criterio que se instaura en virtud a la
naturaleza jurídica del conflicto objeto del litigio (Carnelutti); o
por razón de la naturaleza de la causa, o sea de las cuestiones
jurídicas que constituyen la materia litigiosa del proceso (E.
Pallares, Liebman); o es la que se atribuye según las diversas
ramas del derecho sustantivo (Becerra Bautista). Este criterio de
distribución del quehacer judicial toma en consideración la
creciente necesidad de conocimientos especializados, respecto
de las normas sustantivas que tutelan los intereses jurídicos
involucrados en el debate sujeto a juzgamiento; así encontramos
órganos que conocen de materia civil, familiar, penal,
constitucional, administrativa, laboral, agraria, fiscal, etc.
B) Territorio. Entendido desde la óptica jurídica, el concepto
de territorio, no se restringe a la ''costra terrestre'', sino que
abarca el subsuelo, la superficie terrestre, una columna del
espacio aéreo hasta los límites que los recientes
descubrimientos astronáuticos recomienden. Por otro lado, en
planos internacionales se comprenden otras instituciones como
el mar jurisdiccional, la plataforma continental, el zócalo
submarino, etc. Amén del denominado principio de
extraterritorialidad por el que el territorio se extiende al espacio
que ocupan las embajadas, legaciones, ubicadas en el
extranjero; así como el de naves y aeronaves nacionales.
Además de este ámbito espacial, en cuya esfera de acción
pueden producirse los actos y sus efectos jurídicos, debe
tomarse en cuenta el problema que plantea el ángulo de
distribución territorial de la competencia entre los diversos
órganos judiciales; otros principios jurídico-políticos influyen
sobre la división territorial de la competencia, como ocurre en
nuestro país donde existe una organización constitucional que
establece autoridades y normas de carácter federal y estadual,
así como la creación, en algunos sectores como el fiscal de
nuevos tribunales regionales.
C) Cuantía. Aunque se ha dado lugar a una cadena de
polémicas ardorosas, en que se discute si deben plantearse
distingos en torno al monto pecuniario de los litigios a
ventilarse; y así se habla de ''justicia para pobres'' y de ''justicia
para ricos''; hace luengas centurias que la competencia se
determina también por este punto de vista del valor económico
que pueden revestir los negocios judiciales. En ese sentido tanto
en el orden local, como en el federal se regula por las Leyes
Orgánicas del Poder Judicial esta distribución para el
conocimiento de los pleitos de mayor o menor quantium.
Naturalmente hay problemas que no tienen traducción
monetaria, en los que concretamente, el legislador tiene que
definir y ordenar cuál es el juzgado o tribunal competente para
componerlas. Pensemos en la decisión sobre la pérdida de la
patria potestad de uno de los cónyuges en un divorcio, o en
instituciones semejantes que no pueden ser apreciadas en signos
económicos.
D) Grado. Este vocablo en su acepción jurídica significa cada
una de las instancias que puede tener un juicio (E. Pallares); o
bien el número de juzgamientos de un litigio. También se hace
referencia al ''grado de jurisdicción'' como el lugar que ocupa un
órgano jurisdiccional en el orden jerárquico de la
Administración de Justicia (De Pina) o sea, se emplea la palabra
grado como sinónimo de instancia.
Así las cosas, un sector mayoritario de tratadistas se ocupan de
la competencia funcional, como la aptitud de un órgano judicial
de conocer de los pleitos en primera -órganos inferiores-, o en
ulterior instancia -órganos superiores- (desde Wach, pasando
por Kisch, Carnelutti, Calamandrei, Rosenberg, Devis
Echandía, E. Pallares).
Empero, otros autores apuntan matices de diversificación entre
los criterios funcional y de grado (Alcalá-Zamora y Castillo y
Levene, hijo; Oderigo), como por ejemplo basados en la
gravedad mayor o menor de los actos antisociales que pueden
caer dentro de la competencia de distintos órganos del orden
penal.
E) Subjetivo. Ahora el punto de atribución de esta categoría de
competencia se centra en el justiciable, en el sujeto que pide
justicia; o sea, para fincar la capacidad objetiva del órgano de
juzgamiento se tiene en consideración la condición o calidad
personal de las partes involucradas en el pleito, como una
reminiscencia de los denominados fueros o privilegios
personales que antaño abundaban y que en México de manera
muy limitada se han conservado, como ocurre con el «a.» 13
constitucional al regular el fuero militar o castrense. Puede
citarse también el caso del procedimiento para menores
infractores.
F) Prevención. Criterio por el que siendo legal y
potencialmente competentes para conocer de un mismo negocio
varios juzgados o tribunales, uno de ellos se anticipa a los
demás y puede continuar ventilando el pleito, excluyendo a los
otros órganos. Llámase prevención, porque previene y se
adelanta a conocer antes que otros; cuya significación
metafóricamente se toma de aquel acto en que concurriendo dos
o más, solicitando su preferencia para el logro de alguna cosa,
por la antelación de asistencia, lo consigue aquel que primero
interviene (E. Pallares). Otro autor le atribuye su aplicación al
principio de que el que es primero en tiempo es primero en
derecho (Gómez Lara).
G) Turno. Es otra forma de distribución de la labor judicial,
por la que se procura repartir los expedientes de asuntos entre
varios tribunales que tienen igual circunscripción territorial de
competencia (Alcalá-Zamora y Castillo y Levene, hijo) o tienen
la misma competencia por razón de la materia, del territorio, de
la cuantía y del grado (Gómez Lara). Este criterio se determina
distribuyendo, por el orden de entrada de los nuevos asuntos,
entre los órganos que reúnen las características de igualdad en
competencia. (v. supra el apartado II.).
H) Funcional. Ya dejamos apuntada la opinión generalizada en
cuanto asimilar este criterio con el de grado o instancia.
Sin embargo, se afirma que el funcional se caracteriza ''por la
índole de la actividad desenvuelta por el juez o tribunal en el
proceso''. En materia penal destaca, ante todo, en las
legislaciones procesales que acogen al sistema procesal mixto o
anglo-francés, la separación funcional entre la instrucción y el
juzgamiento (Alcalá-Zamora y Castillo y Levene, hijo).
En México con la desaparición de las Cortes Penales del
Distrito Federal, asimismo quedó relegada en el pasado la
diferencia atribuida al juez instructor y a la reunión de tres de
ellos en una Corte Penal, para dictar sentencia; ahora todos esos
órganos tienen una forma monocrática.
I) Conexión. Figura que se discute pueda constituir otro
criterio para determinar la capacidad objetiva del órgano
judicial tanto que en la terminología común, es conocida por
muchos autores como conexidad y era estudiada como
excepción dilatoria de previo y especial pronunciamiento, «aa.»
35, 39 a 42 del «CPC», que ahora sufre modificaciones con la
acertada implantación de la audiencia previa y de conciliación
regulada por los nuevos «aa.» 272A a 272G del «CPC».
Puede haber conexidad de causas, y por ello se acumulan,
cuando hay identidad de personas (conexidad o conexión
subjetiva) y acciones, aunque las cosas sean distintas; y, cuando
las acciones provengan de una misma causa, conexidad o
conexión objetiva.
Se trata de juicios diferentes, que vienen a sumarse al
conocimiento de un solo juzgado, por acumulación o prórroga
(Chiovenda, E. Pallares), pensamos en la demanda de un actor y
en la reconvención de su contraparte.
J) Elección. Basado en la ley instrumental civil local, se señala
que este ''fuero'', en el sentido de ''jurisdicción especial'', por el
que los justiciables hacen, antes o en el juicio mismo, la
selección del juzgado que ha de conocerlo y resolverlo (E.
Pallares). Naturalmente en el caso de competencia por materia,
por cuantía, etc., entre varios órganos.
En efecto, el «a.» 156 del «CPC» establece que ''Es juez
competente: I. El del lugar que el deudor haya designado para
ser requerido judicialmente de pago; II. El del lugar señalado en
el contrato para el cumplimiento de la obligación. Tanto en este
caso como en el anterior, surge el fuero no sólo para la
ejecución o cumplimiento del contrato, sino para la rescisión o
nulidad''.
K) Atípico. Este otro parámetro de especificación de la
competencia ha sido proclamado en nuestra doctrina tomando
en consideración el ordenamiento procedimental del Distrito
Federal en su «a.» 149, que damite el caso de que el tribunal de
apelación, a petición de las partes, puede seguir conociendo de
un negocio en lo principal, conforme a las reglas de su clase,
después de haber resuelto una apelación ordinaria contra
sentencia interlocutoria.
En principio, el tribunal de segundo grado no tiene esa
competencia, pero seguramente por una errónea interpretación
de la economía procesal (Becerra Bautista), el legislador quiso
prorrogar esta competencia al tribunal de alzada.
L) Remisión. Nuevamente el catálogo estrecho que la ley
procedimental enuncia en el «a.» 144, se amplía, y no es en
contraposición, sino con fundamento en criterios regulados por
las propias normas de nuestro código local.
La remisión tiene lugar en los casos en que se trata de
establecer una correcta capacidad subjetiva en concreto
(imparcialidad) y por excusa o recusación de un funcionario
judicial, pasan los autos al que corresponde según la Ley
Orgánica de los Tribunales, o cuando por exceso en el número
de juicios que cause un tribunal, la ley ordene que el exceso se
distribuya entre los otros (E. Pallares).
M) Concurrente y exclusiva. La primera es la que tienen varios
tribunales, en principio, para conocer de cierta clase de
negocios; tal es la hipótesis prevista por el «a.» 104 de nuestra
Ley Suprema, cuando en una controversia civil (léase o
mercantil) se suscite el cumplimiento o aplicación de leyes
federales y sólo se afecten intereses particulares podrán conocer
también de ellas, a elección del actor, los jueces o tribunales del
orden común de los Estados y del Distrito Federal, o los
Tribunales de la Federación (''jurisdicción concurrente'').
Mientras que la segunda es la que tiene un tribunal para dirimir
determinado litigio, sin que exista otro órgano que tenga igual
competencia (E. Pallares).
N) Prorrogada. Este criterio para establecer la capacidad
objetiva del órgano jurisdiccional se concede a la manifestación
de la voluntad de las partes en virtud de la cual un juzgado
queda habilitado para conocer de una cuestión que está fuera de
su competencia normal, de acuerdo con las normas generales
relativas a la misma (De Pina); como ocurre con el criterio
territorial: ''La jurisdicción (nosotros sabemos que es
competencia) por razón del territorio es la única que se puede
prorrogar'' («a.» 149 «CPC»).

COMPLICIDAD
I. Calidad de cómplice. Cómplice, del latín complex-icis;
participante o asociado en crimen imputable a dos o más
personas.

II. La complicidad es un instituto jurídico que se ubica en la


teoría de la participación criminal lato sensu. La complicidad es
una forma de participación stricto sensu, que presupone la
conducta de otra u otras personas que no son cómplices sino
autores, coautores o instigadores.
Cómplice, en un sentido más técnico, es el que presta auxilio o
coopera dolosamente en el injusto doloso de otro. El cómplice
es un participe, en sentido estricto y, en tal virtud no tiene el
dominio del hecho al que ayuda o coopera; quien lo tiene es el
autor. La conducta del partícipe (cómplice o instigador) es, por
eso, accesoria del injusto realizado por otro u otros.

III. Como antecedentes legislativos del criterio de la


accesoriedad, que se inserta en la naturaleza de la acción del
cómplice, se menciona el Código penal prusiano de 1851, que
contrapone el concepto de autor -que es el que realmente causa-
al del cómplice -que pone una simple condición que el proceso
dinámico causal de aquél-. A partir de ahí se desarrolla la teoría
llamada ''material-objetivo de la causalidad'', para explicar la
delimitación entre autoría y complicidad que, por influencia de
Von Buri sostiene la relevancia causal de todas las condiciones
(teoría de la equivalencia de las condiciones), pero que, en
virtud de la dificultad para distinguir causa y condición y, por
tanto, autor y cómplice, condujo a aceptar criterios
eminentemente subjetivos en torno a los animus intervenientes
(animus auctoris y animus socii), con lo que la conducta del
cómplice es accesoria de la del autor. El criterio del Código
prusiano, que fue adoptado posteriormente por el Código penal
italiano («a.» 110), no permite determinar una accesoriedad de
la actividad del cómplice y, en cierto modo, elimina el
requerimiento siempre más ajustado a una concepción
valorativa del delito, que pretende recabar de cada sujeto un
examen propio e individual de culpabilidad. Aunque el
cómplice no realiza la acción típica por sí, sino que ayuda a otro
u otros a su realización, es conveniente tomar en cuenta las
circunstancias de hecho (agravantes o atenuantes), las calidades
especiales, vínculos personales, etc., respecto de varios
participantes entre sí, así como los elementos subjetivos que
integran el tipo.

IV. La teoría de la accesoriedad de la complicidad (y de la


instigación), desde su aparición se ha sostenido por la doctrina
de diferente manera, con un mayor o un menor número de
requisitos en el hecho principal del autor. Así se tiene, por una
parte, la teoría de la accesoriedad extrema, conforme a la cual la
participación stricto sensu (complicidad e instigación) es
accesoria de una conducta típica, antijurídica y culpable; es
decir, de un ''delito''. Por otra, la teoría de la accesoriedad
limitada, según la cual la participación es accesoria de una
conducta típica y antijurídica, es decir, de un ''injusto'', sin
requerir de la culpabilidad; y, finalmente, la teoría de la
accesoriedad mínima, para la que la participación es accesoria
de una conducta típica. Si la punición del cómplice (o
instigador) se basa en la ''culpabilidad del autor'', entonces se
manejará la teoría de la accesoriedad extrema; si, en cambio, la
culpabilidad del partícipe no depende de la culpabilidad del
autor, podrá entonces manejarse una teoría limitada o incluso
una mínima de la accesoriedad. Pero todo ello dependerá de las
regulaciones contenidas en el Código Penal, así como de la
concepción que se tenga respecto de la estructura del concepto
del delito y de la ubicación sistemática que se le den a ciertos
componentes, como, por ejemplo, el dolo. La opinión aceptada
es la de la accesoriedad limitada.
Hay por supuesto, autores que niegan que la complicidad
(como la instigación) tenga naturaleza accesoria, y afirman que
se trata de un tipo independiente, es decir, de una ''autoría de
participación'', de una conducta con desvalor propio e
independiente del desvalor de la conducta en la que se participa,
que puede entrar en concurso con el o los delitos que se
cometan o bien queda con éstos en relación de exclusión por
absorción; pero se trata de una concepción doctrinariamente
desacreditada, por las consecuencias inaceptables a que
conduce.

V. Tomando en consideración las fórmulas normativas respecto


de la naturaleza jurídica de la complicidad, puede decirse que el
«CP» adopta un criterio mixto, ya que si bien la complicidad
está sistematizada en la parte general («a.» 13, «frs.» VI y VII)
y es aplicable, por ende, al conjunto total de los delitos de la
parte especial, no dejan de salir al encuentro hipótesis
particulares que requieren otros términos de solución legal; así
tenemos, p.e., el tipo del «a.» 312 «CP» que reprime al que
''prestare auxilio'' a otro para que se suicide, que se corresponde
al criterio que considera a la complicidad como tipo
independiente; lo propio podría decirse respecto de la evasión
de presos para el que ''favorezca'' la evasión de otro («a.» 150),
o el que ''aporte recursos económicos o de cualquier especie, o
colabore de cualquier manera al financiamiento'', para la
ejecución de alguno de los delitos contra la salud («a.» 197,
«frs.» III y IV), entre otros.
Por lo que respecta al problema de la accesoriedad, el «CP»
contiene diversas disposiciones, que hacen suponer que no es la
teoría de la accesoriedad extrema la que se acepta; así, por
ejemplo, los «aa.» 13, 52 y 53. El «CP» de Guanajuato de 1977
es claro en este caso al establecer que ''cada partícipe será
penado conforme a su culpabilidad'' («a.» 23).
Para que haya complicidad es necesario que exista un injusto,
es decir, una conducta típica y antijurídica de otro, pues quien
coopera en una conducta justificada de otro, quien coopera en
una conducta atípica de otro, o quien coopera en los
movimientos de otro que no realiza conducta, no puede ser
cómplice. Por otra parte, ese injusto debe ser un injusto doloso;
esto es, la complicidad (como la instigación) sólo se plantea en
los delitos dolosos, ya que la ayuda o auxilio debe ser doloso en
el injusto doloso de otro; con lo que se excluye la participación
(complicidad e instigación) en un injusto culposo. Esta
concepción resulta clara en el «CP» a raíz de las reformas
introducidas en 1984, que precisan el alcance de la complicidad,
al establecer: ''los que intencionalmente presten ayuda o
auxilien a otro a cometerlo'' («a.» 13 «fr.» IV), que implica que
el que presta la ayuda o el auxilio conoce la voluntad del autor
y, con base en ese conocimiento, quiere auxiliarlo. El Código de
Guanajuato, por su parte, establece en su «a.» 22: ''Es cómplice
el que dolosamente presta ayuda a otro para la comisión dolosa
de un delito.'' En idéntico sentido el «CP» de Veracruz de 1980
(«a.» 28, «fr.» VI).
El hecho principal en el que se participa, o del que es accesoria
la complicidad, debe, además, hallarse por lo menos en la etapa
ejecutiva, para que la participación sea punible; por lo que una
participación a nivel de la concepción o de los actos
preparatorios no será punible si el hecho principal no llega por
lo menos a la etapa de la tentativa.
La complicidad se distingue de la autoría (o coautoría) en
virtud de que en aquélla el cómplice no tiene el dominio del
hecho, es decir, no tiene la posibilidad de controlar la
configuración del hecho como sucede con el autor (o coautor).
La jurisprudencia mexicana no es clara a este respecto, ya que
indistintamente se habla de ''coautor'' y ''cómplice''; véase, p.e.,
amparo directo 5731/1961, José Luis González Ayad, marzo 7
de 1962, unanimidad de 4 votos. «SJF», 1o. sala, sexta época,
«vol.» LVII, segunda parte, p. 14.
La cooperación en la complicidad se distingue de la
cooperación en el encubrimiento; en que en éste ella es
posterior a la ejecución del delito y, además, no es una forma de
participación en el delito, sino un tipo independiente en los
casos concretos, sin embargo, con frecuencia se presentan
dificultades de distinción,.
Una modalidad sui generis de la complicidad y, en cierto
modo, una parcial derogación de su dogmática, es la que en la
terminología moderna se denomina complicidad correspectiva.
Fue ideada, según se dice, por la jurisprudencia napolitana a
comienzos del pasado siglo para resolver un caso dudoso en que
dos individuos habían asesinado a un tercero, sin poderse
precisamente determinar quién de ellos hubiera asestado el
golpe mortal. En todo caso, ha sido en la ciencia penal italiana
en la que el concepto ha logrado mayor desarrollo y más
completa bibliografía. En la legislación penal mexicana, esta
figura ha adquirido ya carta de naturalización; en el «CP» y en
los códigos penales de los estados de la República que siguen su
ordenación, la complicidad correspectiva sólo vale para
determinados delitos en particular, como son homicidio y
lesiones («aa.» 296 «fr.» II y 309). En el «CP» de Guanajuato,
en cambio, la fórmula de la complicidad correspectiva es
aplicable a todo tipo de delitos y de ahí que se le considere un
tema de la parte general del derecho penal, encuadrable en la
teoría de la participación («a.» 27).

COMPRAVENTA
I. Es un contrato por medio del cual uno de los contratantes
llamado vendedor se obliga a transferir la propiedad de una cosa
o la tilularidad de un derecho a otro, llamado comprador, quien
se obliga a pagar un precio cierto y en dinero («a.» 2248 «CC»).
Por su naturaleza es un contrato translativo de dominio,
clasificado como: a) bilateral, en virtud de que crea
obligaciones para ambas partes; b) generalmente conmutativo
dado que es posible fijar el monto de la ganancia o pérdida
desde el momento de su celebración (excepto en los casos de
los «aa.» 2792 y 2793 «CC» relativos a la compra de esperanza
en que se trata de un contrato aleatorio); c) oneroso porque
representa provechos o ventajas y gravámenes o cargas
recíprocas; d) al ser un contrato típico reglamentado en la ley se
le clasifica como nominado, y e) tratándose de bienes muebles
es un contrato consensual, perfeccionado únicamente por el
acuerdo de voluntades y tratándose de inmuebles es formal.

II. Dentro de las especies de este contrato se distinguen: a) la


compraventa voluntaria y la necesaria, diferenciadas en la
espontaneidad del consentimiento del vendedor, en el segundo
caso estamos frente a una fuerza jurídica coercitiva como p.e.
en la venta de bienes del quebrado; b) compraventa privada o
pública, según sea realizada entre las partes o en almoneda
pública al mejor postor; c) compraventa judicial o extrajudicial
según intervenga o no la autoridad judicial en la realización del
contrato, y d) compraventa civil o mercantil siendo esta última
la realizada con propósito de ejecución comercial o entre
comerciantes y banqueros.

III. Delimitando los elementos de existencia de este contrato se


tiene un acuerdo de voluntades con el objeto directo de celebrar
un contrato translativo de dominio y las modalidades a que esté
sujeto. El objeto indirecto se compone de la cosa y del precio.
Son requisitos de validez: 1. La capacidad general para
contratar y la especial para transmitir el dominio de la cosa, en
el caso del vendedor, y para adquirirlo, en el caso del
comprador. En este sentido son incapaces para comprar los
extranjeros dentro de los límites marcados por el «a.» 27
constitucional y sus leyes reglamentarias («a.» 2274 «CC»); los
magistrados, jueces, el Ministerio Público, los defensores de
oficio, los abogados, los procuradores y los peritos respecto de
los bienes que son objeto de los juicios en que intervengan («a.»
2276 «CC») excepto en los casos de venta o cesión de acciones
hereditarias cuando dichas personas sean coherederas o cuando
se estén afectando bienes de su propiedad («a.» 2277 «CC»);
los tutores, curadores, mandatarios, ejecutores testamentarios y
los nombrados ab intestato, los interventores nombrados por el
testador o por los herederos, los representantes, administradores
e interventores en los casos de ausencia, y los empleados
públicos respecto de los bienes de cuya venta o administración
se hallen encargados («a.» 2280 «CC»); asimismo, los peritos y
los corredores tratándose de bienes en cuya venta hayan
intervenido («a.» 2281 «CC»). Y son incapaces para vender su
parte alícuota los propietarios de cosa indivisa sin antes
notificar a sus partícipes a fin de que éstos tengan posibilidad de
ejercitar el derecho del tanto («aa.» 973, 974 y 2279 «CC»).
Los menores e incapacitados no pueden vender sino a través
de sus representantes; tratándose de hijos sujetos a patria
potestad pueden vender a sus padres los bienes adquiridos por
su trabajo («aa.» 428 y 2278 «CC»).
2. La forma, tratándose de un contrato consensual la
compraventa de bienes muebles no requiere ninguna formalidad
(«a.» 2316 «CC»). Sin embargo, cuando versa sobre inmuebles
o derechos reales cuyo valor sea hasta de quinientos pesos
debería realizarse en documento privado firmado ante dos
testigos y ratificado ante notario, juez de paz o el Registro
Público de la Propiedad («a.» 2317 «CC»). Si el valor excede
de esa cantidad, la compraventa deberá realizarse en escritura
pública («a.» 2320 «CC»). Excepto cuando se trate de
enajenaciones para la constitución del patrimonio familiar en
los términos del párrafo segundo del «a.» 2317 «CC». Si se
tratase de bienes ya inscritos en el Registro y cuyo valor no
exceda de cinco mil pesos el contrato se puede realizar con el
endoso en el certificado de propiedad, mismo que debe
notificarse ante el registrador a fin de que se haga una nueva
inscripción a favor del comprador (a. 2321 «CC»). En caso de
no realizarse la compraventa con los requisitos formales
establecidos por la ley no producirá efectos contra terceros (a.
2322 «CC»).
3. El objeto; como había quedado asentado se compone de la
cosa y del precio. La primera debe cumplir con los requisitos de
ser lícito y estar dentro del comercio («aa.» 1794 y 1795 «CC»);
el segundo deberá ser cierto y en dinero (a. 2248 «CC»).
4. La ausencia de vicios de la voluntad, que se calificará de
acuerdo a las reglas generales («aa.» 1812 a 1823 «CC»).

IV. Son obligaciones del vendedor: a) transmitir la propiedad de


la cosa o la titularidad del derecho, obligación que, por regla
general, se cumple por mucho efecto del contrato excepto en los
casos de compra de géneros (a. 2015 «CC»), de cosas futuras o
de esperanza («aa.» 2309 y 2792 y 2793 «CC»); de los
contratos sujetos a modalidades; o de la transmisión de títulos
de crédito. b) Conservar la cosa, el vendedor es deudor de la
cosa y su pérdida en poder de éste se presume por culpa suya
mientras no se demuestre lo contrario. c) Entregar la cosa («aa.»
2283 «fr.» I y 2292 «CC») que puede ser real, jurídica o
virtualmente. El primer caso se refiere a la entrega material, el
segundo a la consideración legal de que ha sido recibida por el
comprador y el tercero a la aceptación del comprador de que la
cosa ha quedado a su disposición. La legislación mexicana
establece que la cosa deberá ser entregada en el estado en que se
encontraba al perfeccionarse el contrato junto con los productos
y frutos, en el tiempo y lugar convenido. A falta de convenio se
deberá entregar la cosa 30 días después de la interpretación y en
el lugar donde se encontraba al momento de realizarse el
contrato. d) Garantizar las calidades de la cosa respondiendo
por los vicios ocultos, y e) prestar la evicción.
Son obligaciones del comprador: a) pagar el precio en el lugar,
tiempo y formas convenidos («aa.» 2293, 2300 «CC»), y b) las
demás lícitas a que se haya obligado (a. 2293 (C).

V. Son modalidades comunes en la compraventa: a) la compra a


vistas (a. 2257 «CC»), que se presenta doctrinalmente como una
condición suspensiva; b) la compra sobre muestras (a. 2258
«CC») es generalmente sujeta a término cuando no se tiene la
cosa misma a la vista c) la compra al acervo o a precio alzado;
d) con pacto de no vender a persona determinada (a. 2301
«CC»); e) compra con derecho de preferencia por el tanto
(«aa.» 2303 al 2309 «CC») en donde el vendedor está obligado
a ejercer su derecho dentro de los 3 días tratándose de muebles
o 10 días tratándose de inmuebles, a partir del día en que el
comprador le hace saber la oferta que tiene por la cosa; f) la
compra de esperanza («aa.» 2309, 2792 y 2793 «CC») que tiene
por objeto la adquisición de los frutos que una cosa produzca en
el tiempo fijado, tomando el comprador el riesgo para sí de que
no lleguen a existir, o bien los productos inciertos de un hecho
que puedan estimarse en dinero; g) la compra en abonos,
técnicamente está sujeta a la condición resolutoria de que el
comprador no pague puntualmente los abonos, y h) la venta con
reserva de dominios (aa. 2312 a 2315 «CC»).

VI. En el derecho romano la compraventa sólo obliga al


vendedor a poner al comprador en posesión de la cosa
garantizándole la posesión pacífica en virtud de que no se
trataba de un contrato translativo de dominio; idea que se
transmitió al derecho francés antiguo y no es sino hasta el
Código Napoleón cuando se le transforma en un verdadero
contrato translativo de dominio.

COMPULSA
I. Copia, trasunto o traslado de algún escrito o instrumento
judicial debidamente cotejado con su original. Acto por el cual
un notario público revisa determinados documentos que deban
registrarse o ser insertos en su protocolo.

II. La compulsa realizada en debida forma hace fe plena en


juicio siempre que esté legalizada y autorizada por funcionario
que tenga fe pública. En las leyes del notariado tanto del
Distrito Federal como de los estados de la República se
establecen reglas conforme a las cuales debe realizarse toda
compulsa para que el instrumento de que se trate tenga validez
legal, pues de no llenarse este requisito formal, carecerá de
eficacia para cualquier finalidad jurídica. Estos requisitos
atañen a la constancia que se inscriba en el propio documento
trasladado, en el sentido de que el notario se cercioró de su
contenido, que debe examinar íntegro, firmando al calce con
expresión lo más clara posible, del acto que certifique.

III. La compulsa puede ser realizada también en juicio por el


secretario del juzgado o tribunal en donde esté radicado, cuando
por alguna circunstancia el instrumento que se exhiba por la
parte interesada sea requerido por ésta por resultar
indispensable para otros usos legales. Por ejemplo, cuando un
apoderado debe exhibir tantas veces como resulte necesario la
escritura pública que contiene las facultades que le han sido
conferidas por el poderdante en otros juicios o en otros actos
judiciales, extrajudiciales o administrativos, debe ser
compulsada dicha escritura por el secretario del juzgado o
tribunal, e inclusive en los juicios laborales por el secretario de
la junta especial que corresponda, para dejar en autos copia de
ella de exigirlo así el procedimiento, debidamente cotejada;
haciendo saber al calce de dicha copia que se procedió a tal
cotejo y que el contenido inserto concuerda exactamente con el
original. La constancia que pone el secretario constituye la
compulsa, lo cual permite que los efectos legales del
instrumento se produzcan para la finalidad propuesta.

IV. Existen, asimismo, algunos casos en que debe hacerse la


compulsa de libros documentos de contabilidad, instrumentos
públicos u otras constancias que sean ofrecidas como prueba y
que por disposición legal o determinadas circunstancias no
pueden salir del local en donde se encuentran ubicados o
guardados. En tales casos el juez o tribunal comisiona a un
actuario o inspector para que tal compulsa sea hecha en el lugar
de su depósito o guarda, siendo este funcionario el que debe dar
fe de haber tenido a la vista dichos instrumentos, los cuales
procede a copiar en el expediente o a agregar una copia de ellos,
poniendo la constancia de cotejo que haya hecho, acto que
equivale a la certificación notarial y produce fe pública para
cualquier efecto legal. En materia fiscal estas compulsas son
necesarias en razón de que determinados instrumentos deben
conservarse en forma permanente en el domicilio del causante.
En las otras materias sólo algunos documentos no pueden salir
del domicilio de quien los tenga en su poder, sobre todo si se
trata de oficinas del Estado. En estos casos es la autoridad
judicial quien determina si deben ser presentados o se hace la
compulsa de los mismos, actuación procesal que actualmente se
facilita, debido a la existencia de máquinas copiadoras que han
facilitado esta labor y que han permitido se exhiban únicamente
copias xerográficas, eso sí, debidamente compulsadas y con la
certificación de quien realiza la compulsa de haber examinado
en forma minuciosa el documento original. La exhibición en los
juzgados o tribunales de los documentos originales junto con las
copias xerográficas respectivas ha facilitado al personal judicial
la labor de compulsa e inclusive hoy se permite a los propios
notarios públicos tomar copias xerográficas y certificarlas al
calce mediante la constancia de haber realizado tal compulsa.

CONCILIACIÓN
I. Es el acuerdo a que llegan las partes en un proceso, cuando
existe controversia sobre la aplicación o interpretación de sus
derechos, que permite resulte innecesario dicho proceso. Es
asimismo el acto por el cual las partes encuentran una solución
a sus diferencias y la actividad que sirve para ayudar a los
contendientes a encontrar el derecho que deba regular sus
relaciones jurídicas.
II. La conciliación tiene amplia aplicación jurídica. Forma parte
importante del derecho procesal del trabajo, pero también del
derecho civil y del derecho internacional público, en donde ha
alcanzado también categoría de instancia obligatoria; y
actualmente la de institución de carácter voluntario u
obligatorio en controversias que se presentan en una amplia
gama de actividades relacionadas con instituciones bancarias,
instituciones de seguros, defensa del consumidor o protección
de personas y menores. Veamos cada una de estas aplicaciones.
Es tradicional en nuestra época que la conciliación la liguemos
por razones ideológicas a las cuestiones laborales. La
denominación de los tribunales del trabajo como Juntas de
Conciliación y Arbitraje y la constante referencia a un cuerpo
de conciliadores que actúan en el campo de las autoridades
administrativas del trabajo, nos lleva en primer término a esta
referencia procesal, porque como nos lo ha expresado Eduardo
J. Couture en términos sencillos ''aun cuando la justicia de
conciliación y avenimiento pertenece a la tradición germánica y
a la justicia medieval en la cual el juez actuaba con el propósito
de dirimir una controversia con la solución que a él parecía
equitativa, ha sido forma constante en el derecho procesal del
trabajo la penetración de esta segunda forma de justicia. No era
otra la intención de los Conseils de Prud' hommes, forma
incipiente de la magistratura del trabajo en la legislación
napoleónica, modalidad que continúa ocupando un primer plano
en el derecho moderno''.
En el proceso laboral ha venido a constituir un trámite
obligatorio preliminar al arbitraje, que debe ser intentado en
forma permanente por los tribunales de trabajo durante todo el
desarrollo del proceso e inclusive por las procuradurías de la
defensa del trabajo a las cuales se ha facultado para intentar
soluciones amistosas en los conflictos que se les plantean («a.»
530 LFT). El proceso conciliatorio conduce a evitar un proceso
futuro, de duración y resultados no previsibles («a.» 865 en
relación con el «a.» 660 «fr.» I LFT). Las Juntas de
Conciliación, así como las Juntas de Conciliación y Arbitraje, al
presentarse cualquier tipo de reclamación, deberán intentar la
celebración de pláticas entre las partes, a quienes exhortará para
que procuren llegar a un arreglo que ponga término a sus
diferencias («a.» 875 LFT). De llegar las partes a un acuerdo
ahí concluye el juicio laboral y mediante acta que se levante
para tal efecto se deja constancia de la solución adoptada y de
los actos tendientes a su ejecución («a.» 876 LFT).
En nuestro orden jurídico laboral la conciliación tiene lugar
también en forma obligatoria en los procedimientos especiales,
en los procedimientos de conflictos colectivos de naturaleza
económica y en el procedimiento de huelga. Los primeros son
de índole muy variada («aa.» 5o., «fr.» III, 28 «fr.» III, 151, 162
«fr.» IX, 209, 236, 389, 418, 424 «fr.» IV, 427, 434 y 503 LFT)
pues se contraen a controversias derivadas: a) del
incumplimiento de obligaciones que contraen patrones
extranjeros cuando contratan los servicios de trabajadores
mexicanos para laborar fuera del país; b) de convenios
celebrados entre patrones y trabajadores para proporcionar a
éstos habitaciones; c) reconocimiento de antigüedades; d)
terminación o suspensión colectiva de las relaciones de trabajo;
e) revisión de los reglamentos interiores de trabajo; f) pago de
indemnizaciones en caso de muerte de un trabajador a
consecuencia de un riesgo profesional, y g) cuando se trata de
implantar nueva maquinaria que traiga como consecuencia la
reducción de personal. En todos es obligatoria la celebración de
una audiencia de conciliación en la que se procurará avenir a las
partes, ya que la índole de los conflictos permite evitar el
proceso. Éste se continúa cuando no es posible la avenencia
pero en la práctica se ha observado que un gran número de rasos
se resuelven en la forma conciliatoria.
En cuanto a los conflictos de naturaleza económica, que son
aquellos cuyo planteamiento tiene por objeto la modificación o
implantación de nuevas condiciones ele trabajo, o bien la
suspensión o terminación de las relaciones colectivas de trabajo,
las Juntas deberán procurar, ante todo, que las partes lleguen a
un convenio y para tal propósito tienen facultad para intentar la
conciliación en cualquier estado del procedimiento, siempre que
no se haya dictado la resolución que ponga fin al conflicto
(«aa.» 900-901 LFT). Y por lo que corresponde al
procedimiento de huelga, una vez entregado al patrón un
emplazamiento a huelga, la Junta deberá citar a las partes a una
audiencia de conciliación en la que procurará avenirlas, sin
hacer declaración que prejuzgue la existencia o inexistencia,
justificación o injustificación de la huelga; audiencia que podrá
diferirse a petición de los trabajadores por una sola vez («aa.»
926 y 927).

III. La conciliación en materia de derecho internacional público


es un medio de solución pacífica de controversias entre Estados,
caracterizado por la participación ele comisiones especiales,
creadas convencionalmente por las partes con anterioridad al
surgimiento de la diferencia o a posteriori, para atender de
manera específica cualquier caso concreto de conflicto. Tiene
por finalidad dilucidar la controversia y presentar un informe o
acta que no es obligatorio para las partes. De esta suerte, la
conciliación es un método intermedio entre los buenos oficios y
la mediación, ya que es un recurso institucional entre el
arbitraje y la Corte Internacional de Justicia, en la medida que el
fallo de la mediación carece de fuerza obligatoria.
El sistema de conciliación para el tratamiento de cuestiones
internacionales adquirió importancia al aprobarse en la
Sociedad de las Naciones la llamada Acta General para el
Arreglo Pacífico de las Diferencias Internacionales de Ginebra
de 1928. Pero asimismo en el continente americano han sido
previstas Comisiones Interamericanas de Soluciones Pacíficas,
adoptadas en la conferencia panamericana de Bogotá el año de
1948, cuyo propósito es similar al establecido en el orden
mundial, esto es, encontrar formas de arreglo a problemas cuya
trascendencia no requiera de un tratamiento que implique
formalidades tradicionales de conducta internacionales.

IV. Puede afirmarse que en derecho civil la conciliación no


constituye un poder jurídico, sino un deber jurídico. En algunas
legislaciones relacionadas con la materia civil la conciliación es
voluntaria y los conciliadores actúan cuando son requeridos
para solucionar las controversias; pero en derecho mexicano la
circunstancia de que las personas ''pueden conciliar sus
diferencias'' no determina la dispensa de la conciliación, ya que
puede ocurrir que una de las partes no tenga capacidad para
disponer por sí misma. Por esta razón la conciliación es tanto el
acto procesal que se lleva a cabo ante un juez de paz como el
resultado de un acuerdo amigable interpartes. Se dice que ha
habido conciliación cuando se ha obtenido un acuerdo que pone
fin a un conflicto de intereses.
En materia de justicia de paz el título especial que la establece
en nuestro «CPC» faculta al juez para intentar una conciliación
entre las partes («a.» 20 «fr.» VI) durante las audiencias del
juicio y antes de que sea pronunciada sentencia, cuando se trata
de cuestiones de mínima cuantía. Nuestro tratadista de derecho
procesal civil, José Ovalle Favela, nos indica al respecto que a
pesar de la eficacia de la función conciliatoria, en nuestros
juzgados de paz prácticamente ha quedado abolida, pues los
jueces no suelen hacer uso de la facultad que les confiere la ley,
sino que la pasan por alto. Por otra parte, agrega, es el secretario
del juzgado civil quien normalmente se encarga de llevar las
audiencias y a éste no interesa plantear la posibilidad de un
arreglo entre las partes. Sin embargo, agregaríamos nosotros,
ello no implica que carezca de trascendencia la institución en la
justicia de paz.

V. En materia de divorcio por mutuo consentimiento, los


cónyuges, según lo previene el «tít.» XI del «CPC», deberán
ocurrir al tribunal competente y presentar un convenio en el que
sean fijados los siguientes puntos: a) designación de persona a
quien se confíen los hijos del matrimonio mientras se tramita su
separación; b) el modo de subvenir a las necesidades de los
hijos; c) la casa que servirá de habitación a la mujer durante el
procedimiento; d) la forma en que se proporcionarán alimentos
a los hijos y a la esposa, en su caso; e) la administración de los
bienes de la sociedad conyugal y términos para proceder a la
liquidación de ésta. Formulado este convenio y presentada al
juez la solicitud respectiva, se cita a dichos cónyuges y al
Ministerio Público a una junta, con el objeto de procurar la
reconciliación. Si no se logra avenir a las partes el convenio
será aprobado de manera provisional en lo relativo a la situación
en que deban quedar los hijos menores, pero se insistirá por la
autoridad judicial en una nueva diligencia, buscar un acuerdo
conciliatorio entre los cónyuges, para evitar su separación
(«aa.» 674 y 675 «CPC»).
De acuerdo con las reformas que fueron hechas a esta
legislación el año de 1973, las cuestiones familiares podrán
tramitarse a través de un juicio especial previsto en el «tít.» XVI
del citado código procesal. En el procedimiento que se regula
en dicho título se indican los tramites que deban realizarse en
los juzgados de lo familiar, creados para conocer de: a) los
litigios sobre cuestiones alimenticias; b) la calificación de
impedimentos para contraer matrimonio; c) las diferencias entre
los cónyuges sobre la administración de los bienes comunes y la
educación de los hijos; d) las oposiciones de esposos, padres y
tutores, y e) todos los problemas familiares que guarden
similitud con los anteriores y que requieran la intervención
judicial. En todas estas controversias el juez de lo familiar está
facultado también para intentar da conciliación entre las partes
antes de que el asunto sometido a su decisión pase a sentencia,
disponiendo igualmente de facultades para proponer las bases
que les permitan optar por un arreglo que dirima los puntos
controvertidos y ponga fin al juicio («a.» 946 «CPC»).
La conciliación en materia civil ha continuado su desarrollo,
en virtud de las reformas tanto al «CPC» como a la «LOTJFC»
publicadas en el «DO» de 7 de febrero de 1985, por virtud de
las cuales se adicionó el «tít.» decimocuarto bis al citado
ordenamiento procesal para regular las controversias en materia
de arrendamiento de fincas urbanas destinadas a habitación, y
en la mencionada ley orgánica se crearon los Juzgados del
Arrendamiento Inmobiliario.
En el referido procedimiento, una vez presentada la demanda
con los documentos y copias requeridas, se correrá traslado de
ella al demandado, citando a las partes para que concurran en el
plazo de tres días al juzgado para que tenga verificativo la
audiencia conciliatoria respectiva. Si comparecen las partes o
sus representantes con facultades expresas para transigir
legalmente, el juez, a través del conciliador, escuchará las
pretensiones de las partes con el objeto de procurar una
amigable composición; si la logra, se celebrará el convenio
respectivo, que será aprobado por el juez con efectos de
autoridad de cosa juzgada, cuando reúna los requisitos legales
(«aa.» 959 y 969 «CPC»).
Si a la citada audiencia conciliatoria no asiste el actor, se le
tendrá por desistido de la demanda, pero si el demandado no
comparece o en la diligencia no se lograra la avenencia de las
partes, el juez prevendrá al propio demandado para que conteste
la demanda en el plazo de cinco días («a.» 969 «CPC»).
Una de las innovaciones de la reforma procesal y orgánica de
1985 fue la introducción de los conciliadores en los Juzgados
del Arrendamiento Inmobiliario, los que deberán reunir los
mismos requisitos que la ley orgánica señala a los Secretarios
de los Juzgados de lo Civil y son designados en la misma
forma. Dichos conciliadores profesionales deben estar presentes
en la audiencia de conciliación y escuchar las pretensiones de
las partes para procurar su avenimiento, así como dar cuenta al
juez de la aprobación del acuerdo, en casa de que proceda, y
además, informar al propio juzgador de los resultados logrados
en las audiencias que se les encomienden («a.» 60-F
«LOTJFC»).
También en materia civil se ha logrado un nuevo avance en la
reforma al «CPC» publicada en el «DO» el 10 de enero de
1986, en la que se introdujo como institución genérica la
audiencia previa y de conciliación, que debe señalarse por el
juez dentro de los diez días siguientes a la contestación de la
demanda o de la reconvención, o de la declaración de rebeldía,
dando vista en el plazo de tres días a la parte que corresponda
con las excepciones que se hubieren opuesto en su contra.
Cuando una o las dos partes no concurren sin causa justificada,
el juez debe imponerles una multa, de acuerdo con los nuevos
montos señalados por la «fr.» II del «a.» 62 «CPC», pero si
asistieren ambas, el propio juzgador examinará las cuestiones
relativas a la legitimación procesal y luego procederá a procurar
la conciliación, la que está a cargo del conciliador adscrito al
juzgado, y el cual debe preparar y proponer a las partes
alternativas de solución a la controversia.
Cuando los interesados lleguen a un acuerdo, el juez lo
aprobará de plano, si procede legalmente, con efectos de cosa
juzgada. Pero de no lograrse el avenimiento, la citada audiencia
debe continuar a fin de que el juzgador regularice el
procedimiento a través del examen y la depuración de los
presupuestos procesales («a.» 272-A «CPC»).
Como puede observarse de las dos reformas mencionadas de
1985 y 1986, en materia de conciliación el legislador ha
adoptado el criterio de las nuevas corrientes contemporáneas,
que atribuyen a este instrumento un carácter dinámico y técnico,
puesto que tradicionalmente ha fracasado en materia civil
debido a que se había, transformado en una simple exhortación
hecha por el juez o el secretario a las partes. Actualmente tanto
en materia de conflictos inmobiliarios como en el proceso civil
en general, la actividad conciliatoria queda a cargo de
funcionarios profesionales y especializados, adscritos a los
juzgados respectivos.

VI. En la «LPC» se halla fijado asimismo un breve


procedimiento conciliatorio por cuanto en esta legislación se
concede al procurador federal del consumidor el ejercicio de la
función conciliadora (a. 59 LPC). El procedimiento se prevé
para el caso de ''reclamaciones contra comerciantes,
industriales, prestadores de servicios, empresas de participación
estatal, organismos descentralizados y demás órganos del
Estado''. El procedimiento se inicia ante la Procuraduría con la
reclamación que presenta el consumidor, organismo que solicita
un informe al reclamado advirtiéndole las consecuencias de una
omisión. Recibido dicho informe se cita a las partes a una
audiencia en la que se buscará conciliar los intereses del
proveedor y el consumidor, presumiéndose la negativa de un
arreglo respecto del primero, si no concurre a la diligencia. El
afectado, independientemente de que la Procuraduría obtenga
una solución favorable a su reclamación o de que no sea posible
un acuerdo entre las partes, podrá presentar su demanda judicial
por los medios y en la forma establecida en las disposiciones
legales competentes. El otro derecho de que dispone es que al
interponer su reclamación la prescripción de cualquier acción
que pueda intentarse contra el proveedor se interrumpirá hasta
dictar resolución la Procuraduría, cualquiera que sea el sentido
en que ésta se pronuncie.

VII. En materia de relaciones de trabajo entre las instituciones


de crédito y auxiliares y sus respectivos trabajadores, desde el
20 de noviembre de 1937 se promulgó un Reglamento del
trabajo de las instituciones de crédito y auxiliares, sustituido
con fecha 22 de diciembre de 1953 y finalmente modificado en
casi la totalidad de sus disposiciones el año de 1974, en cuyo
reglamento los empleados bancarios quedan sujetos a las
normas ahí establecidas en todo lo concerniente al contrato
individual de trabajo por medio del cual se establezca a su vez
la relación laboral. Ahora bien, conforme a este reglamento los
conflictos que surjan entre los bancos y sus servidores podrán
ser planteados previamente ante la Comisión Nacional Bancaria
y de Seguros, que intervendrá entre las partes en forma
conciliatoria en lo que atañe a conflictos derivados de la
jornada, el salario, los descansos y demás condiciones fijadas en
las contrataciones.
Para obtener la conciliación la Comisión sigue un breve
procedimiento en el que se contemplan los siguientes actos
procesales: a) el reclamante debe presentar una solicitud
indicando la violación o el incumplimiento de cualquiera de las
disposiciones reglamentarias; b) la institución demandada
contestará concretándose a los capítulos de la reclamación, para
afirmarlos o negarlos, exponiendo las razones de su conducta no
podrá modificar el planteamiento de las acciones intentadas; c)
se citará a las partes a una audiencia en la que únicamente se
recibirán pruebas y se procederá a su desahogo de in mediato, y
d) analizadas las pruebas en relación con las cuestiones
controvertidas la Comisión dicta por medio del órgano
encargado de la función conciliatoria que le compete, que es
una especie de consejo de representantes, la opinión que a su
juicio procede para poner fin al conflicto. Las partes, conocida
dicha opinión, la pueden aceptar o rechazar, ya que este acto
conciliatorio no les obliga. Se admite como en el caso de la
Procuraduría del Consumidor que al solicitarse la Intervención
de la Comisión Nacional Bancaria cualquier acción laboral
interrumpe la prescripción y al conocerse la opinión empezara a
contar el término para intentarla ante los tribunales de trabajo
(«aa.» 77 y ss.).

VII. Por último, en la «LIS» existe un procedimiento arbitral


para que la propia Comisión Nacional Bancaria y de Seguros
pueda intervenir en caso de reclamaciones con motivo de los
contratos de seguros que sean celebrados, en el que
encontramos una fase previa de conciliación a cargo de la
referida Comisión. Desde luego en este tipo de avenencia la
citada Comisión no interviene como hemos visto ocurre
tratándose de los empleados bancarios, sino que cuando una
persona presenta una reclamación se solicita un informe a la
institución y se le cita a una junta en unión del reclamante,
ajustándose el procedimiento conforme a lo que señala la ley, a
un juicio arbitral que convencionalmente fijan los interesados
en acta que levanta la propia Comisión y siguiendo para ello las
disposiciones del juicio arbitral a que se contrae el «CCo».,
mismo que se aplica supletoriamente a falta de regla expresa, o
en su caso, el «CPC». Lo que prevé la «LIS» es, repetimos, que
''antes de iniciarse formalmente el arbitraje, la Comisión tratará
de avenir a las partes'', pues el laudo arbitral que pronuncie no
admite más recurso o medio de defensa que el juicio de amparo
(a. 135 LIS).

CONFESIÓN JUDICIAL
I. En un sentido lato, es la admisión que se hace en un juicio
(sinónimo de procedimiento judicial) o fuera de él, de la
''verdad'' (coincidente o no con la verdad histórica) de un hecho
o de un acto, que produce consecuencias desfavorables para el
confesante.
Con independencia de la connotación que en el área penal
puede atribuírsele, la confesión judicial puede ser considerada
en tres diversos estadios o momentos procesales: 1. Como una
diligencia prejudicial (antes de la presentación de la demanda).
2. Como una actitud que puede asumir el demandado. 3. Como
un medio de prueba (mejor llamada confesional provocada).

II. En el «CPC», se regulan los medios preparatorios (uno de los


fenómenos de la prejudicialidad) en general; y, en capítulo
separado, los medios preparatorios del juicio ejecutivo.
En efecto, el «a.» 193 previene que: ''El juicio podrá
prepararse: I. Pidiendo declaración bajo protesta el que pretenda
demandar, de aquel contra quien se propone dirigir la demanda
acerca de algún hecho relativo a su personalidad o a la calidad
de su posesión o tenencia.''
Esta diligencia de preparación puede utilizarse para cualquier
clase de juicios (insistimos está regulada en el c. del Código de
preparación de juicios en general) y no puede ser calificada
como algunos lo hacen como un ''proceso preliminar'', pues
aunque carece de autonomía con el proceso a que se destina,
puede incorporarse a él, formando parte de un segmento del
procedimiento judicial, no siendo la solución heterocompositiva
del proceso jurisdiccional ni un proceso primario al principal.
Es una confesión judicial anticipada (cronológicamente
hablando, porque no se realiza en el periodo probatorio), del
futuro demandado.
Al reglamentar el «CPC» los medios preparatorios del juicio
ejecutivo, el «a.» 201 consigna: ''Puede prepararse el juicio
ejecutivo pidiendo al deudor confesión judicial bajo protesta de
decir verdad, y el juez señalará día y hora para la
comparecencia. En este caso el deudor habrá de estar en el lugar
del juicio cuando se le haga la citación, y ésta deberá ser
personal, expresándose en la notificación el objeto de la
diligencia, la cantidad que se reclame y la causa del deber.
Si el deudor no fuere hallado en su habitación, se entregará la
cédula, conteniendo los puntos a que se refiere el párrafo
anterior, al pariente más cercano que se encontrare en la casa.
Si no comparece a la primera citación, se le citará por segunda
vez bajo apercibimiento de ser declarado confeso.
Si después de dos citaciones no compareciere ni alegare justa
causa que se lo impida, se le tendrá por confeso en la certeza de
la deuda.''
Se ha calificado, esta diligencia preliminar de confesión
judicial, de limitada y prejudicial, en la preparación del juicio
en general; y, de prueba anticipada (y de ser más exigente que
la confesión intentada en el periodo probatorio regular) a la
confesión judicial como un medio preparatorio del juicio
ejecutivo (Pallares).
Además los «aa.» 202 y 203 contienen lo que se ha
denominado como ''reconocimiento'' judicial o notarial de
documento privado que contenga deuda líquida y exigible
(Ovalle).

III. La confesión judicial puede producirse en un segundo


momento o estadio procedimental, como actitud que puede
asumir el reo y que ocurre después de realizado el importante
acto formal del emplazamiento, por el que se notifica al
demandado de la presentación de una demanda en su contra y se
le advierte de la existencia de la carga (el «CPC» lo califica de
''obligación'', «fr.» III del «a.» 259) de contestar la demanda
ante el juzgado que lo emplazo, en un plazo determinado (es
plazo y no término: por eso se llama emplazamiento).
Transcurrido dicho plazo sin haber sido contestada la demanda
se hará de oficio la declaración de rebeldía o contumacia, tras
examinar el juez si el procedimiento se ha cumplido con fiel
legalidad.
Se presumirán confesados los hechos de la demanda que se
deje de contestar, ordena el pfo. final del a 271. Aquí se
configura la confesión judicial ficta, en una nueva
interpretación auténtica, o mejor, en una nueva versión del
legislador procedimental mexicano, ya que antiguamente la no
contestación de la demanda se presumía como contestación
negativa de los hechos afirmados por el actor. Otro tanto puede
colegirse sobre la confesión judicial tácita, en la hipótesis
prevista por el «a.» 638 del propio «CPC» que establece: ''El
litigante será declarado rebelde sin necesidad que medie
petición de la parte contraria y cuando el que haya sido
arraigado quebrante el arraigo sin dejar apoderado instruido.''
Es necesario aclarar que no en todos los casos de falta de
contestación de la demanda se presenta la rebeldía, sino que el
«a.» 271 específicamente exceptúa los casos en que las
demandas afecten las relaciones familiares o el estado civil de
las personas o de cuestiones de arrendamiento de fincas urbanas
para habitación, cuando el demandado sea el inquilino; pues
entonces la demanda se tendrá por contestada en sentido
negativo.
Dentro de esta catalogación de la confesión judicial como
postura que cabe adopte el demandado, se puede involucrar
aquélla cuando al contestar la petición judicial del actor, el reo
admita, total o parcialmente los hechos. Hipótesis clara y
clásica de la confesión judicial, en la que se rechaza el derecho
esgrimido y la pretensión (aspiración jurídica del actor, que
consiste en el sometimiento del interés ajeno al propio:
Carnelutti), y por lo consiguiente, continúa el litigio sobre estas
partes fundamentales de la demanda. Así el «a.» 276 del «CPC»
expresa que: ''Si las cuestiones controvertidas fueran puramente
de derecho y no de hecho, se citará a una audiencia de alegatos,
que podrán ser escritos.''
Es menester que esta actitud de confesión judicial no se
tergiverse con el allanamiento, como sucedía con el «a.» 274
del propio ordenamiento adjetivo local que en su texto
reproducimos: ''Confesada la demanda en todas sus partes o
manifestando el actor su conformidad con la contestación de
ella, se citará para sentencia.'' Como ya expresamos en otro
pasaje, es menifiesta la confusión de la ley procesal al hablar de
''confesada'' en virtud de que se trata del allanamiento, ya que la
confesión como actitud del demandado (o en la hipótesis
reversible del actor) estriba en la aceptación de los hechos de la
demanda, aunque se rechazan el derecho y la pretensión en vista
de lo cual la contienda persiste. Situación contrastante existe en
el allanamiento, que produce la terminación del pleito por la
existencia o desaparición de la oposición o resistencia procesal
por obra de una de las partes, constriñendo y limitando al juez a
sólo declarar de manera formal la autocomposición de la lid.
Por ello es plausible le reforma procesal del 10 de enero de
1986, que entre otros aciertos, reformó el «a.» 274 al tenor
siguiente: ''Cuando el demandado se allane a la demanda en
todas sus partes o manifestando el actor su conformidad con la
contestación de ella, se citará para sentencia, previa ratificación
del escrito correspondiente ante el juez de los autos si se trata de
juicio de divorcio, sin perjuicio de lo previsto en la parte final
del artículo 271.''

V. Pasemos de la confesión ficta o tácita (presuntuosamente


presuntiva, en especial en el caso del voluptuoso legislador
local) y de la confesión espontánea ya examinadas, a la
confesión provocada (ofrecida judicialmente por la contraparte
que fuese calificada por prolongadas centurias como la ''reina de
las pruebas'').
Es considerada por la mayoría de los tratadistas y de las
legislaciones como un medio de prueba y en términos generales
puede concebirse como la admisión que una parte del juicio,
persona con capacidad plena y que adecuando su conducta y
declaraciones a los requisitos procedimentales, hace
conscientemente sobre hechos propios que producen efectos
jurídicos en su perjuicio.

VI. Diversas clases de confesión: Judicial, es la que se realiza


dentro del proceso jurisdiccional apegada a las formalidades
legales. Extrajudicial, la que se lleva a cabo fuera de proceso
judicial o ante órgano jurisdiccional incompetente. Expresa, es
la que se manifiesta en forma oral, al contestar (absolver) las
posiciones (preguntas), formuladas (articuladas) por la
contraparte ante órgano competente Tácita, es aquella que se
produce por la falta de comparecencia del confesante; o por la
emisión de respuestas del absolvente; o que conteste con
evasivas o dijere ignorar hechos propios; o por la falta de
respuestas categóricas (afirmativas o negativas).
La expresa puede a su vez dividirse en: Simple que es aquella
cuando se formula la aceptación lisa y llanamente en
consonancia con las posiciones articuladas y Cualificada,
cuando se agrega alguna declaración más sobre la veracidad de
lo articulado, limitando (Goldschmidt) o modificando el alcance
de la confesión (E. Pallares).
La cualificada también admite subdividirse en: Dividua, que
puede ser la confesión cualificada en la que el confesante acepta
una parte de la confesión como eficaz medio de prueba y se
rechaza otra parte que modifica el alcance de la primera (E.
Pallares) e Individua e indivisa, contrastante con la dividua, o
sea, aquella confesión que no puede dividirse en perjuicio del
confesante, sino que ha de rechazarse en su integridad (E.
Pallares). Sin embargo, existen reticencias doctrinarias y
jurisprudenciales sobre esta clase de confesión judicial, que si
se interpreta, debe hacerse en su conjunto.

VII. Diversas teorías acerca de la naturaleza jurídica de la


confesión judicial provocada. 1. En muchos autores
tradicionalistas (Laurent, Lessona) se califica a la confesión
como acto de disposición del derecho material controvertido en
el proceso jurisdiccional. No obstante se ha observado, que a
pesar de la confesión, el juez aprecie como de mayor peso otros
medios de convicción y no dicte la sentencia en el sentido del
acto voluntario de la confesión vinculante (del animus
confitendi).
2. Para otros tratadistas la confesión es el testimonio que rinde
una de las partes sobre hechos propios, dando importancia a que
es un acto de ciencia y no un acto de voluntad (Carnelutti,
Cappelletti). Aquí se prescinde del animo de disposición y lo
que preocupa es la información que sobre los hechos debatidos
puede aportar la parte. Empero, conviene advertir que no es
fácil olvidar el factor sicológico que impele en sus funciones
distintivas al confesante (parte), y al testigo (no interesado en la
controversia). Todavía se mencionan varias posturas más sobre
la esencia de la confesión como ocurre al hablar de diversas
variantes del papel del animus confitendi (Devis Echandía) o
que estiman la confesión como un contrato, con o un negocio
procesal o en la concepción elusiva de ser una prueba sui
generis.
No podemos dejar al margen de esta nota un hecho
significativo en torno a la confesional judicial provocada,
derivada de la reforma legislativa que operó en el «CPC» con
fecha 10 de enero de 1986 y es el relativo a su valor probatorio.
De acuerdo con las disposiciones anteriores, ese catálogo legal
adjetivo seguía el sistema de la prueba tasada, aunque no faltara
alguien que le calificara de mixto, pues en la parte conducente
el «a.» 289 proclamaba: ''La ley reconoce como medios de
prueba: 1. Confesión, ...'' y el numeral 402 especificaba: ''La
confesión judicial hace prueba plena cuando concurren en ella
las siguientes condiciones: I. Que sea hecha por persona capaz
de obligarse; II. Que sea hecha con pleno conocimiento y sin
coacción ni violencia; III. Que sea de hecho propio, o en su caso
del representante o del cedente, y concerniente al negocio; IV.
Que se haga conforme a las formalidades de la ley''.
Y así hasta el a. 410 el legislador determinaba las reglas que
debía seguir el juzgador para valorar este medio de convicción.
Por fortuna, en una muestra del avance científico legislativo
que propugnó dicha reforma, ahora se adopta por el «CPC» el
régimen de valoración de la sana crítica, como fácilmente se
puede colegir de los nuevos «aa.» 289 y 402, que a
continuación transcribimos:
''289. Son admisibles como medios de prueba aquellos
elementos que puedan producir convicción en el ánimo del
juzgador acerca de los hechos controvertidos y dudosos.''
''402. Los medios de prueba aportados y admitidos, serán
valorados en su conjunto por el juzgador, atendiendo a las
reglas de la lógica y de la experiencia. En todo caso el tribunal
deberá exponer cuidadosamente los fundamentos de la
valoración jurídica realizada y de su decisión.''

CONFLICTO DE LEYES
I. Se dice que se presenta el problema llamado ''conflicto de
leyes'' cada vez que una relación jurídica contiene dos o más
elementos que la vinculan con dos o más sistemas jurídicos:
p.e.: la adopción de un niño vietnamita realizada por un
matrimonio mexicano en Francia. El problema se puede
plantear a propósito de una relación jurídica vinculada con
sistemas jurídicos de varios países o de sistemas jurídicos de los
Estados de un país de tipo federal. En el primer caso se habla de
conflictos de leyes en el ámbito internacional, en el segundo de
conflictos de leyes en el ámbito nacional. Ambos casos
constituyen los conflictos de leyes en el espacio, por oposición
a los llamados ''conflictos de leyes en el tiempo'' o ''conflictos
móviles'' que se presentan cuando una misma relación jurídica
se encuentra sometida sucesivamente a varios sistemas
jurídicos, p.e.: una persona cambia de nacionalidad es un
sistema dentro del cual ésta es el factor que permite determinar
la ley aplicable.
Es importante subrayar el hecho de que la terminología
''conflictos de leyes'' puede prestarse a confusión. En efecto, no
son las leyes las que entran en conflicto sino los sistemas. En
realidad no existe un verdadero conflicto de leyes en el sentido
de que las leyes entran realmente en conflicto, tal colisión de
reglas se presenta únicamente en los sistemas territorialistas y
en los sistemas de personalidad de las leyes, sin embargo en
ambos casos no existe ''conflicto de leyes'' en el estricto sentido
jurídico de la expresión.
El problema de los conflictos de leyes consiste en la
determinación del derecho aplicable para resolver la relación
jurídica en la cual existe por lo menos un elemento extraño. En
el ejemplo citado anteriormente ¿cuál es el derecho aplicable a
la adopción del niño vietnamita realizada en Francia por el
matrimonio mexicano? ¿El derecho vietnamita, el francés, el
mexicano u otro derecho?

II. Fuentes. Las fuentes del derecho de los conflictos de leyes


son de dos tipos: por una parte, las fuentes nacionales cuya
importancia es relevante en relación al segundo tipo constituido
por las fuentes internacionales.
Las fuentes nacionales se dividen en cuatro categorías; ley,
jurisprudencia, costumbre y doctrina. La importancia de cada
fuente es variable según los países. En México la ley en razón
de su carácter territorialista («a.» 12 «CC») predomina y
obstruye el desarrollo de las demás fuentes; en Francia por el
contrario, la jurisprudencia tiene el papel primordial y el
desarrollo del derecho de los conflictos de leyes se debe a la
bilateralización por parte de los jueces del «a.» 3 del «CC».
Asimismo, la doctrina tiene una marcada importancia dentro de
tal sistema.
A nivel internacional, si bien las fuentes son de menor
importancia no puede ser negada su existencia. La ausencia de
un órgano legislativo supranacional no permite olvidar los
esfuerzos para uniformar o armonizar el derecho internacional
privado y la existencia de tratados que concretizan tales
esfuerzos tan importantes con los convenios de la Conferencia
de La Haya, o en el caso latinoamericano, del Código
Bustamante y, en particular, de los convenios firmados en las
reuniones de la Conferencia Interamericana de Derecho
Internacional Privado.
Recordemos que en México el «a.» 133 de la C. estipula que
los Tratados celebrados por el presidente de la República con
aprobación del Senado tienen la misma fuerza que las leyes del
Congreso de la Unión. Los tratados son entonces derecho
uniforme que se incorpora al derecho nacional. En caso de
contradicción entre un tratado y una ley se aplicará entonces el
principio lex posterior derogat priori, es decir, que se aplica el
último texto, mismo que se considerará como derecho vigente.
La jurisprudencia internacional no constituye una fuente
importante, ya que se requiere la intervención de los Estados
ante la Corte Internacional de Justicia sin embargo, en lo
relativo a la interpretación de los tratados, la Corte dictó
algunas sentencias de suma importancia, como p.e.: en el caso
de Bool.
La costumbre como fuente de internacional está constituida
por principios tales como: lex rei sitae, lex fori, locus regit
actum. En ocasiones se critica su validez en razón de la
ausencia de su carácter obligatorio. En realidad la costumbre se
integró a los sistemas jurídicos ya sea como norma legislativa o
como norma jurisprudencial.
Es importante subrayar que los conflictos de leyes constituyen
para una gran mayoría de la doctrina, en razón de las fuentes
comunes, parte del derecho internacional privado al lado de los
llamados problemas de competencia judicial, derecho de la
nacionalidad y estudio de la condición jurídica de los
extranjeros; sin embargo en razón de la complejidad y de las
características específicas de la materia, pensamos que se debe
considerar al derecho de los conflictos de leyes como una
materia autónoma.

III. Por lo relativo a los conflictos de leyes en el ámbito


nacional, en el caso de México, estos problemas son muy
frecuentes por el hecho de que la Constitución concede de
manera directa en su «a.» 73 facultades a los Estados para
legislar en materia civil y penal, así como para los
procedimientos relativos a dichas materias. En razón de las
particularidades entre los Estados, resulta inevitable una gran
heterogeneidad entre las leyes estatales.
En México los conflictos se pueden dar de dos formas: a) entre
una ley federal y la ley de un Estado, b) entre dos legislaciones
estatales.
El primer tipo de conflicto se encuentra resuelto
automáticamente por el «a.» 134 de la C. que da primacía a las
reglas federales.
Los conflictos interestatales se encuentran regidos por las
disposiciones del «a.» 121 de la C.
Es importante subrayar que este texto regula tanto los
conflictos de leyes como los conflictos de competencia judicial.
Las «frs.» I, II y IV son las únicas referidas al problema de los
conflictos de leyes. La primera fracción consagra el principio de
la territorialidad de las leyes, la segunda retoma un principio
casi universal, el principio de la lex rei sitae. La cuarta fracción
es un ejemplo de regla material en el sentido de que plantea y
resuelve los eventuales conflictos entre Estados. Las «frs.» II y
IV marcan una excepción al principio de territorialismo
proclamado en la «fr.» I. Además es conveniente apuntar una
contradicción entre una aplicación estrictamente territorialista
de las leyes de cada Estado y el reconocimiento en todos los
Estados de los actos públicos, registros y procedimientos
judiciales de un Estado.

IV. En lo relativo a los conflictos de leyes en el ámbito


internacional, en el caso de que los problemas sean de la
competencia judicial, existen tres procedimientos de resolución.
1. Un método consiste en delimitar el campo de aplicación de
las leyes nacionales. Así el «a.» 12 del «CC» estipula que ''las
leyes mexicanas, incluyendo las que se refieren al estado y
capacidad de las personas, se aplican a todos los habitantes de la
República, ya sean nacionales o extranjeros, estén domiciliados
en ella o sean transeúntes''. Sin embargo este sistema de reglas
unilaterales presenta graves inconvenientes para la resolución
de los conflictos de leyes y lleva a la territorialidad de las leyes.
A pesar de esto, todos los sistemas jurídicos contienen normas
que requieren que su aplicación sea general en el territorio
nacional en razón de la existencia de un interés socio-
económico-político del Estado en la aplicación de dicha norma.
Como ejemplo de tales normas en México se puede señalar la
LIE, así como el «a.» 8 de la «LM» que dispone: ''...Las
obligaciones de pago en moneda extranjera, contraídas dentro o
fuera de la República, para ser cumplidas en ésta, se solventarán
entregando el equivalente en moneda nacional al tipo de cambio
que rija en el lugar y fecha en que se haga el pago''.
Se trata de las llamadas normas de aplicación inmediata o
leyes de policía o de orden público. Estas normas se aplican sin
que el juez consulte sus normas de conflicto, por eso se les
considera como un método directo de resolución de los
conflictos de leyes. Sin embargo, el concepto le dichas normas
es demasiado amplio y la falta de definición precisa permiten a
los jueces clasificar cualquier norma como tal, con el único
objetivo de aplicar su propio derecho.
2. El segundo método es también un método directo en el
sentido de que elimina la consulta de las normas de conflicto.
Nos referimos a las normas materiales que pueden ser
nacionales, internacionales o de creación sui generis. La
característica de estas normas es prever el conflicto de leyes y
darle solución directa.
Hemos encontrado un ejemplo de esas normas en el «a.» 121
«fr.» IV de la C.
Este método se encuentra igualmente utilizado y muy
desarrollado en el derecho mercantil y en caso de competencia
arbitral, los árbitros resuelven frecuentemente los conflictos de
leyes con la aplicación de la lex mercatoria, la cual es el nuevo
prototipo de las normas materiales elaboradas por organismos o
poderes privados (Cámaras de Comercio, Asociaciones de
Banqueros).
Las normas materiales constituyen el medio más adecuado
para resolver los conflictos de leyes, sin embargo las
dificultades para uniformarlas o armonizarlas explican su
desarrollo limitado.
3. Finalmente el tercer método utilizado es el sistema
tradicional de los conflictos de leyes. A causa de su uso casi
generalizado, se encuentra aún considerado por una parte
importante de la doctrina como el único método pero frente al
desarrollo reciente de las normas materiales y del creciente uso
por los jueces de las normas de aplicación inmediata esta
corriente doctrinal tiene que hablar de ''una crisis de los
conflictos de leyes''. Debido a esto, preferimos hablar de un
derecho de los conflictos de leyes en el cual se incluyen todos
los métodos de resolución de este tipo de problemas jurídicos.
El sistema tradicional consiste, en primer lugar, para el juez
competente, en aplicar las reglas de conflicto de su sistema
jurídico y así determinar el derecho sustancial aplicable al caso,
en función del punto de vinculación de la relación jurídica con
un orden jurídico.
En algunos casos el juez debe interpretar su norma de conflicto
para poder aplicarla: éste es el problema de la calificación o
mejor dicho del conflicto de calificaciones, que el juez
soluciona colocando una institución jurídica extranjera en una
de las categorías de su sistema jurídico.

V. Las reglas de conflicto por su carácter bilateral pueden


designar el derecho del foro o un derecho extranjero para
solucionar el litigio.
Si la norma de conflicto designa el derecho del foro, el juez lo
aplicara al caso sin ningún problema. Si la norma de conflicto
da competencia al derecho extranjero, de la misma manera el
juez tendrá que aplicarlo. La aplicación del derecho extranjero
se justifica, no por la Cortesía Internacional (tampoco sería
correcto rechazarla en nombre de la soberanía de los Estados),
sino que la ley extranjera debe aplicarse únicamente por que la
regla de conflicto del juez, es decir, el derecho del juez, lo
ordena.
Sin embargo dicha aplicación del derecho extranjero presenta
dificultades y características específicas.
a) El derecho extranjero designado contiene reglas de conflicto
diferentes a las del foro. ¿Cómo poder resolver en este caso el
conflicto utilizando las reglas sustanciales de un derecho
extranjero, si este mismo derecho no se reconoce competente?
Se presenta entonces el problema del reenvío; que puede ser
simple, en la hipótesis de que las reglas de conflicto remitan al
orden jurídico del foro, o de segundo grado cuando dicho
derecho extranjero da competencia a un tercer sistema jurídico.
b) Salvo la excepción de reenvío simple, el juez aplicará el
derecho extranjero para resolver cl caso. Sin embargo dicha
aplicación puede resultar contraria al orden público
internacional del foro. En esta hipótesis el juez, generalmente,
substituirá el derecho extranjero por el derecho del foro; en
algunos casos el juez dará al orden público un efecto atenuado y
aplicará el derecho extranjero a pesar de ser contradictorio con
el derecho del foro.
c) El fraude a la ley, que consiste en un cambio voluntario de
los puntos de vinculación con el fin de resolver un litigio con la
aplicación de una ley más favorable que no hubiera sido
declarada aplicable sin el fraude, provoca también la
substitución del derecho extranjero por el derecho del foro.
d) En cuanto a su aplicación, el derecho extranjero plantea
problemas específicos. Los jueces tienen la obligación de
conocer el derecho nacional, pero esta obligación no se puede
extender al conocimiento del derecho de todos los países. Por
esta razón, el derecho extranjero debe tener en este aspecto un
trato específico que lo asimila, para numerosos autores, a un
puro hecho en el proceso. Tanto la comprobación del derecho
extranjero como su interpretación son dificultades adicionales
que se acumulan a las sutilezas del sistema tradicional de los
conflictos de leyes.

CONSEJO DE ADMINISTRACIÓN
I. Concepto. Es, en efecto, el consejo de administración, un
''cuerpo'' o un grupo formado de dos o más personas, cuya
función consiste en representar, dirigir y gobernar ciertos entes
públicos y algunas sociedades mercantiles, de éstas, consejo de
administración en derecho mexicano sólo puede haber en las
sociedades por acciones (SA y «S en C por A»), en las
cooperativas y en las sociedades de responsabilidad limitada de
interés público (S de RL de IP). Las parte del contrato de
sociedad (socios), no están facultadas para crear un consejo
cuando la ley no lo establece.
Se contrapone el consejo de administración, al administrador
único, que también puede darse en dichas sociedades por
acciones, según su reglamentación en la «LGSM», pero no en
las «SA» que realicen actividades bancarias, de seguros, de
fianzas, en las sociedades de inversión, en las cooperativas, ni
en las «S de RL» de IP, («aa.» 8o. «fr.» V, LIC; 29 «fr.» VII,
LIS; 75 LIF; 2o. «fr.» VII, Ley de Sociedades de Inversión; 21
inciso b) LGSC; 10 Ley «S de RL» de IP).
También se distingue el consejo de otros ''cuerpos'' que puedan
darse en los demás tipos de sociedades mercantiles (S en NC;
«a.» 36; S en C. S.; «a.» 57, S. de R.L. «aa.» 74 y 75 LGSM), y
en las sociedades y asociaciones civiles, en cuanto que estos no
constituyen colegio, en el sentido de que deban reunirse,
deliberar y resolver, por mayoría de votos generalmente, para
adoptar resoluciones o acuerdos (cuya naturaleza jurídica es,
precisamente un acto colegiado), sino que los miembros de esos
otros grupos pueden actuar colectiva o individualmente; y los
acuerdos o resoluciones no siempre se adoptan conjuntamente,
sino en forma separada.
En todos los casos, consejo de administración, administrador
único, o conjunto de administradores constituyen un órgano
social: el órgano de administración, que forma parte de la
sociedad, junto con el órgano supremo que es la asamblea o
junta de socios (accionistas si se trata de la «SA» o de la «S en
C por A»), y del órgano de vigilancia, que es obligatorio en
estos dos tipos sociales, optativo en la «S de RL», y que no
existe en las sociedades personales ni en las civiles.
El órgano de administración está subordinado a la junta o
asamblea, en cuanto que ésta tiene la facultad de nombrar y de
remover a los miembros de aquél, y en cuanto que dicho órgano
supremo puede exigirles responsabilidades por el
incumplimiento de sus deberes, o por la violación de sus
facultades. En cambio no corresponde a la asamblea, sino al
pacto social, restringir la esfera de competencia (las facultades
legales) del órgano de administración.
Se trata de un órgano, es decir, de un elemento que forma parte
de la sociedad, al que corresponde una finalidad y funciones
específicas (la dirección y representación de ella), con una
esfera de competencia que la ley le fija, y que ejerce por la
persona o personas físicas que lo integran.
II. Nombramiento. Los miembros del consejo de administración
(administradores o consejeros), al igual que el administrador
único que, como dijimos, son nombrados por la asamblea de
accionistas o de socios, pueden también serlo en el contrato
social (por la asamblea constitutiva), excepcional y
transitoriamente, por el órgano de vigilancia (comisario o
comisarios), cuando se revoque, muera o esté impedido el
administrador único, o un número tal de miembros del consejo
que los restantes sólo integren una minoría («a.» 155 LGM). En
ciertas SA. especiales, el cargo de presidente del consejo se
concede por ley a un secretario de estado («vgr.» Ley Orgánica
de la Nacional Financiera S. A., «a.» 19; Ley Orgánica del
Banco Nacional de Obras y Servicios Públicos, S.A., «a.» 5o.).

III. Integración. Que sea un administrador único o un consejo, y


en este caso el número de miembros que lo forme, depende de
lo que establezca el contrato social; como también que al lado
de los propietarios haya consejeros suplentes. En el caso de las
cooperativas se exige que el consejo se integre con un número
impar -de tres a nueve- que los miembros sean socios y que
deban ser mexicanos («aa.» 11 y 29 LGSC); y respecto a
instituciones de crédito, de seguros, de fianzas, de sus
organizaciones auxiliares, y a sociedades de inversión, el
número mínimo es de cinco administradores.
La «LGSM» concede a la minoría el derecho de nombrar
consejeros; aquella que represente, cuando menos, el 25% del
capital social, o el 10% si se trata de «SA» que tengan inscritas
sus acciones en la Bolsa de Valores, tiene derecho de nombrar -
siempre en el seno de la junta de consejo- un administrador
cuando menos, pero siempre que el consejo esté compuesto de
tres o más miembros. Este derecho irrisorio (Mantilla Molina),
puede y suele ampliarse en los estatutos en protección de la
minoría.
Si se trata de sociedades con socios extranjeros, la «LIE» «a.»
5o. pfo. cuarto, establece que su participación en el órgano de
administración -consejo- no puede exceder de la que tenga en el
capital; o sea, que también debe ser minoritaria, salvo acuerdo
de la Comisión Nacional de Inversiones Extranjeras («a.» 12
«frs.» I y II).

IV. Requisitos de los miembros del órgano de administración.


Respecto a las sociedades por acciones, los administradores
deben ser personas físicas («a.» 147 «LGSM», norma que
agrega que la función no puede desempeñarse por medio de
representante), que no estén inhabilitadas para ejercer el
comercio («a.» 15 ibidem), o sea, que tengan capacidad de
ejercicio -dieciocho años o más-; que no sean corredores, ni
quebrados que no hayan sido rehabilitados ni condenados por
delitos contra la propiedad («a.» 12 «CCo».), ni miembros del
órgano de vigilancia de la misma sociedad («a.» 165 «fr.» II
LGSM). Los extranjeros, pueden ser consejeros y participar en
las juntas («a.» 42 «fr.» IV LGP).
Pueden ser administradores, socios o terceros («a.» 142 ibid),
pero el contrato social podrá exigir uno u otro carácter, así
como que los administradores, o algunos de ellos, tengan
determinadas calidades, vfr, ser profesionista no realizar por su
cuenta actividades competitivas, ser mexicano.
En todo caso, el administrador debe prestar una garantía del
correcto desempeño de su cargo, cuya cuantía, que en la
práctica también es irrisoria y no garantiza nada, cuando no se
fija en los estatutos por la asamblea («a.» 152 ibid); y no puede
inscribirse en el Registro de Comercio el nombramiento (para
que surta efectos contra terceros), si la garantía no se ha
prestado.

V. Funcionamiento del Consejo. Como cuerpo colegiado, está


regido por el principio de la mayoría; es decir, que en general,
no se requiere unanimidad en cuanto a la asistencia a las juntas,
ni en cuanto a la votación de los asuntos que se sometan a ella.
Para que, funcione legalmente, ''deberá asistir por lo menos la
mitad de sus miembros y sus resoluciones serán válidas cuando
sean tomadas por la mayoría de los presentes'' (a. 144 LGSM).
Es posible que el pacto fije número o porcentaje mayores
(unanimidad, inclusive), pero nunca menores de los que dicha
norma establece.
La «LGSM» impone a los administradores ''que en cualquier
operación tengan un interés contrario al de la sociedad'', que se
abstengan de deliberar y de votar; y sanciona el incumplimiento
no con la nulidad de su voto como sería de desearse, sino con
responsabilidad por los daños y perjuicios que con su
intervención o voto, causaren a la sociedad (a. 156). Les
prohíbe también votar respecto a la aprobación de los estados
financieros (balance) o cuando se les exijan responsabilidades;
la violación de esta prohibición sí acarrea la anulabilidad de la
resolución, cuando sin dicho voto ''no se habría logrado la
mayoría requerida'' (a. 197 ibid).

VI. Naturaleza y funciones de los administradores. La «LGSM»


-a. 142-, dice que el o los administradores son mandatarios, lo
que no es exacto literalmente, porque su designación procede de
un contrato de prestación de servicios (Minervini), entre cada
uno de ellos y la sociedad, que al nombrarlos actúa a través del
órgano supremo que es la asamblea; porque sus facultades y
atribuciones exceden a las de un mandatario ya que no sólo les
corresponde la representación y la ejecución de actos jurídicos
(a. 2546 «CC»), sino también la dirección y administración de
la sociedad y la ejecución de actos materiales, a nombre y por
cuenta de ella; por otra parte, la representación corresponde al
órgano, al administrador único o al consejo como un todo, y no
a cada uno de sus miembros, por lo que tampoco es aplicable el
mandato. Así pues, las atribuciones de los administradores,
tanto son externas de representación, como internas, frente a sus
socios, su personal, su patrimonio, el Estado.
Interna y externamente, el ámbito de sus facultades de
dirección y de representación lo fija y limita el objeto o
finalidad de la sociedad misma (a. 10 LGSM); y si el órgano
realiza actos que excedan dichas facultades o la finalidad social
(actos ultra vires), si la sociedad nos los ratifica sólo la obliga
en razón del beneficio obtenido (a. 2726 «CC». aplicable
supletoriamente a las sociedades mercantiles), y en este caso los
integrantes del órgano responderán personal y solidariamente
(a. 1917 «CC») frente a la sociedad y frente a terceros («aa.»
2565 «CC» y 289 «CCo». aplicables por analogía).

VII. Facultades. Las que le fija la ley, constituyen la esfera de


su competencia -por lo que también en esto se distinguen del
mandato y de la representación convencional-. Otras facultades
puede atribuirles el contrato social. Las principales de aquéllas,
son: verificar las aportaciones de los socios y la existencia real
de los dividendos que se les pague; la existencia, y regularidad
de los libros que la sociedad debe llevar; cumplir los acuerdos
de las asambleas (a. 158 LGSM), preparar y presentar a la
asamblea ordinaria anual los estados financieros (a. 172 ibid);
convocar debidamente y asistir a las asambleas («aa.» 183, 186,
187 ibid); nombrar gerentes y apoderados (a. 145), así como
delegados para la ejecución de actos concretos (a. 148), es
decir, ejecución de los acuerdos adoptados por la asamblea o
por el mismo órgano de administración.

VIII. Responsabilidad de los administradores. Incurren en ella,


frente a la sociedad, por violación de sus deberes e
incumplimiento de las obligaciones derivadas de su cargo, y de
los que la ley o los estatutos les impongan (a. 157 LGSM); la
suya, es una responsabilidad que deriva de su función de
encargados de la administración y de sus deberes como
integrantes del órgano; y como efecto de los actos ilícitos que
realicen, a nombre de la sociedad, hacen incurrir a ésta en
responsabilidad frente a terceros. La ley impone a los
administradores responsabilidad solidaria («aa.» 158, «LGSM»
y 1917 «CC») (salvo que algún administrador que, exento de
culpa, haya manifestado su inconformidad en el momento de la
deliberación y al aprobarse el acto de que se trate, «a.» 159
LGSM), y con quienes les hayan precedido, en los supuestos del
«a.» 160 ibid.
La acción de responsabilidad corresponde a la sociedad, por
acuerdo de la asamblea ordinaria de socios (a. 161 ibid), pero
también socios que representen el 33% del capital social, por lo
menos, podrán ejercitarla directamente si la demanda respectiva
comprende el monto de la responsabilidad, y no sólo ''el interés
personal de los promoventes; y si los actores no hubieren
votado en favor del acuerdo de la asamblea de no proceder
contra los administradores demandados'' (a. 163 ibid).

IX. Terminación del cargo de administrador. Las causas más


comunes de conclusión del cargo, son su revocación, que
libérrimamente puede acordar la asamblea ordinaria (aunque la
puede hacer incurrir en responsabilidad por daños y perjuicios,
si ella fuere injustificada); la renuncia, también totalmente libre,
la muerte, incapacidad o inhabilitación superveniente y el
cumplimiento de la condición o plazo a que su nombramiento se
hubiere sometido. En relación a esta causal -el plazo- la
«LGSM» dispone -a. 154-, que ''los administradores
continuarán en el desempeño de sus funciones, aun cuando
hubiere concluido el plazo... mientras no se hagan nuevos
nombramientos y los nombrados no tomen posesión de sus
cargos''.

COPROPIEDAD
I. (Condominio de una cosa.) Hay copropiedad cuando una cosa
o derecho pertenece pro indiviso a varias personas («a.» 938
«CC»). Así, en derecho mexicano, se adoptó la teoría clásica en
donde se explica esta figura jurídica no como el dominio de
cada copropietario sobre determinadas partes de la cosa o
derecho, sino un derecho de propiedad sobre el todo en cierta
proporción a la que se le da el nombre de parte alícuota. Sin
embargo, esta teoría fue influida por la concepción alemana, al
reglamentar la formación de una colectividad para ciertos
efectos («aa.» 945, 946, 947 y 948 «CC»), sin llegar a
reconocer a la copropiedad una personalidad jurídica.

II. Son fuentes de la copropiedad la ley y el contrato


estableciéndose, así las dos primeras formas de copropiedad: la
forzosa y la voluntaria. Se habla de copropiedad forzosa o
establecida por la ley cuando se trata de bienes que por
naturaleza no pueden dividirse o existe imposibilidad para la
venta («aa.» 939, 940 y 953 «CC»), como p.e., los servicios de
un inmueble (agua, drenaje, etc.), las cosas comunes y las
paredes medianeras. Además, existen copropiedades temporales
y permanentes, estas últimas son las establecidas por ley.
Copropiedades sobre bienes determinados o sobre un
patrimonio. Copropiedades entre vivos y por causa de muerte.
Copropiedades reglamentadas y no reglamentadas.
Copropiedades generales por un acto jurídico o por un hecho
jurídico (p.e, accesión).

III. Son derechos de los copropietarios: a) la participación en


los beneficios («a.» 942 «CC»); b) el uso y disfrute de la cosa
común («a.» 943 «CC»); c) la propiedad sobre la parte alícuota
como si fuera individual («a.» 950 «CC»); d) la solicitud de
dividir la cosa común cuando no se trate de una copropiedad
con indivisión («a.» 939 «CC»).
Son obligaciones de los copropietarios: a) participación en las
cargas («a.» 942 «CC»); b) participación en los gastos de
conservación y en las contribuciones («a.» 944 «CC»); c)
conservar, reparar o reconstruir la cosa común («aa.» 959 y 960
«CC»).
Se entiende que los derechos y obligaciones son
proporcionales al derecho de copropiedad que le corresponde a
cada copropietario, representado en su parte alícuota.

IV. La legislación civil mexicana presupone que hay


copropiedad («a.» 953 «CC»): a) en las paredes divisorias de
edificios contiguos, hasta el punto común de su elevación; b) en
las paredes divisorias de los jardines o canales ubicados en
poblaciones o en el campo; c) en las cercas, vallados y setos
vivos que dividan los predios rústicos, hasta la altura de la
construcción menos elevada, y d) en las zanjas o acequias
abiertas entre las heredades («a.» 956 «CC»).
Y son signos contrarios a la copropiedad (a. 954 «CC»): a) las
ventanas o huecos abiertos en la pared divisoria de los edificios;
b) cuando la pared, vallado, cerca o seto estén construidos sobre
el terreno de una de las fincas y no por mitad entre una y otra;
c) cuando la pared soporte cargas y carreras, pasos y armaduras
de una de las propiedades; d) cuando la pared divisora de
heredades esté construida de modo que la albardilla caiga hacia
una sola de las propiedades; e) cuando la pared construida de
mampostería presente piedras pasaderas que salgan fuera de la
superficie solo por un lado de la pared; f) cuando la pared fuere
divisoria entré un edificio del cual forma parte un jardín, campo
o corral sin edificio; g) cuando la heredad se halle cerrada o
defendida por cercas, vallas o setos y las contiguas no; h)
cuando la cerca que encierra una heredad es de distinta especie
de la que tiene la vecina, e i) cuando la tierra o braza sacada de
una zanja o acequia se halla de un solo lado, excepto cuando
esta circunstancia se deba a la inclinación del terreno («aa.» 957
y 958 «CC»).

V. La copropiedad se extingue por división de la cosa por


destrucción por enajenación, por consolidación (reunión de
todas las cuotas en una sola persona) (a. 976 «CC»). También
puede extinguirse por ejercicio de la acción comuni dividundum
en los casos de los «aa.» 939 y 940 «CC».

VI. En la legislación mexicana, además del ordenamiento civil


(«aa.» 938 a 979 «CC»), se ocupa de reglamentar la
copropiedad la Ley sobre el Régimen de Propiedad en
Condominio de Inmuebles, para el Distrito Federal (DO 28 de
diciembre de 1972), en donde se diferencian el derecho singular
y exclusivo de los diversos propietarios sobre su departamento,
vivienda, casa o local y el derecho sobre los elementos y partes
comunes del inmueble necesarios para su adecuado uso y
disfrute, cuando el inmueble en cuestión construido en forma
vertical, horizontal o mixta, tenga partes de uso común y un
elemento de propiedad privada.

VII. En derecho romano esta figura era conocida con los


nombres de rem communem esse, rem plurim esse o rem
communem habere.

CONSENTIMIENTO
I. Concepto. El consentimiento es el acuerdo de dos o más
voluntades destinadas a producir consecuencias o fines de
interés legal en la celebración de cualquier convenio o contrato.
Convenio según el «a.» 1792 del «CC» es el acuerdo de dos o
más voluntades para crear, transferir, modificar o extinguir
obligaciones. El «a.» 1793 agrega que cuando las convenciones
producen o transfieren obligaciones y derechos toman el
nombre de contratos.
El consentimiento es un requisito de existencia del contrato, de
acuerdo a lo establecido en los «aa.» 1794 y 2224 del «CC». Si
no existe consentimiento, no habrá contrato.
El consentimiento nace en el instante en que legalmente se
produce el acuerdo de voluntades de las partes que intervienen
en una relación jurídica en formación, o sea, cuando coinciden
entre sí las voluntades individuales de cada uno de los
interesados.
Técnicamente el concepto tiene este significado en la doctrina
y en las legislaciones de los diversos sistemas jurídicos. Los
«aa.» 1803 y siguiente del c. especial destinado por el «CC» al
proceso de formación del consentimiento reafirman este
alcance.

II. Las numerosas definiciones del consentimiento, concuerdan


con los principios expuestos. Joaquín Escriche en su
Diccionario razonado de legislación y jurisprudencia, lo define
como ''la adhesión a la voluntad de otro; o el concurso mutuo de
la voluntad de las partes sobre un hecho que aprueban con pleno
conocimiento''.
Se hacen estas aclaraciones, porque hay disposiciones del
«CC» que denominan ''consentimiento'' a simples
manifestaciones individuales de voluntad, como ocurre en los
«aa.» 149 a 155, 181, 187, 209, 238, 240, 397, 405 «fr.» I, 426,
427, 1908, entre otros. Se trata en la especie de autorizaciones
aprobaciones o conformidades unilaterales y no de acuerdo de
voluntades.
Este error lo encontramos también en el Código Civil francés,
que emplea indebidamente la expresión consentimiento en el
«a.» 1108 al disponer que para la validez de una convención se
requiere ''el consentimiento de la parte que se obliga''.
Habrá que concluir que en la legislación mexicana al igual que
en la francesa, este vocablo tiene dos significados o acepciones.
Es del caso observar que en la legislación mexicana los «aa.»
1655, 1668 y 1679, entre otros, emplean correctamente la
expresión ''autorización'' y no consentimiento como lo ha hecho
en los otros que se han citado.
Sólo nos detendremos en esta ocasión, en el estudio del
consentimiento, considerado como acuerdo de voluntades.

III. En el proceso legal de formación del consentimiento,


pueden distinguirse dos etapas sucesivas: la oferta y la
aceptación.
La oferta, denominada también propuesta o policitación,
consiste en la declaración unilateral de voluntad que hace una
persona a otra u otras proponiéndoles la celebración de un
contrato.
Laurent opina que la oferta puede emanar no sólo del que
desea obligarse, sino también de quien pretende adquirir un
derecho. Poco importa cual de los dos tome la iniciativa, en
especial cuando se trata de contratos bilaterales donde ambas
partes son recíprocamente acreedoras y deudoras.
Para que la oferta sea eficaz y sea tomada en consideración por
el destinatario debe ser seria y concreta. Esto quiere decir que
debe contener los datos necesarios para la plena
individualización del contrato que se ofrece celebrar,
describiéndolo en todos sus detalles y pormenores.
La oferta puede ser expresa cuando se manifiesta verbalmente
por escrito o por signos inequívocos y tácita cuando resulta de
hechos o de actos que la presupongan o que autoricen a
presumirlo, excepto en los casos en que por ley o convenio la
voluntad deba manifestarse expresamente («a.» 1803 del
«CC»).
La oferta puede hacerse a personas presentes o no presentes,
cuando estas últimas se encuentran en lugares distintos.
Si se hace a una persona que se encuentra presente, puede el
proponente fijar un plazo para la aceptación o exigir la
respuesta de inmediato.
Si la oferta se hace a una persona presente sin fijación de plazo
la respuesta debe darse de inmediato.
Si es aceptada sin modificación alguna queda en ese mismo
instante perfeccionado el contrato. El consentimiento se ha
formado al producirse el acuerdo de voluntades entre el
proponente y el aceptante.
Si la oferta es rechazada, la ausencia de consentimiento impide
la formación del contrato por ser un requisito de existencia del
mismo. La falta de consentimiento acarrea la inexistencia
jurídica. El proponente queda desligado de todo compromiso y
la oferta sin efecto legal alguno («a.» 1805 del «CC»).
Cuando la oferta se hace a una persona presente fijándole un
plazo para aceptar, queda el proponente ligado por su oferta
hasta la expiración del plazo («a.» 1805 «CC»).
Se consideran como ofertas hechas entre presentes, las que se
hacen por teléfono («a.» 1805 «CC»).
Las ofertas pueden hacerse a una o varias personas, sobre uno
o varios objetos y a personas determinadas e indeterminadas. En
cambio la aceptación debe hacerse a persona determinada: el
proponente.
Si la oferta se hace a varias personas unas pueden aceptarla y
otras rechazarla. El contrato se celebrará entre el proponente y
los que acepten.
Si la oferta se hace a varias personas conjuntamente y se exige
la aceptación conjunta, el rechazo de cualquiera de ellas
impedirá la formación del contrato.
A la misma conclusión puede llegarse cuando la oferta
comprende varias cosas Si se las considera como un conjunto
indivisible, el rechazo a una de ellas obstaculizará la formación
del contrato, en caso contrario, podrán celebrarse contratos
parciales.
No hay que confundir la oferta con la simple proposición a la
celebración de un contrato (ofrecer en venta una casa sin señalar
precio ni forma de pago) ni con los actos y entrevistas
preliminares que se efectúen antes de que se haga formalmente
la propuesta (elaboración de planos, presupuestos, etc.). Se
discute por los autores si le puede acarrear responsabilidad al
que se desiste injustificadamente de estos trámites preliminares.
Tampoco puede confundirse la propuesta con el pre-contrato o
contrato de promesa, donde existe un acuerdo previo de
voluntades para la celebración de un contrato, como lo señala el
«a.» 2243 que dice: ''Puede asumirse contractualmente la
obligación de celebrar un contrato futuro''.
Si la oferta se hace a una persona que no se encuentra
presente, el autor de la oferta queda ligado durante tres días
además del tiempo necesario para la ida y vuelta regular del
correo público o del que se juzgue bastante no habiendo correo
público según las distancias y la facilidad o dificultad de las
comunicaciones («a.» 1806 «CC»).
Puede también el oferente fijar plazo al destinatario para que
conteste.
En todos estos casos el proponente está obligado a esperar la
contestación del destinatario. Si éste no responde dentro de los
términos que señala la ley o dentro del plazo que se le hubiere
señalado el solicitante, la oferta quedará sin efecto y el oferente
desligado de todo compromiso. Caduca la oferta, como dice
Planiol.
También queda la oferta sin efecto, cuando dentro de los
términos señalados el destinatario rechaza la oferta, pues la
ausencia de consentimiento acarrea la inexistencia jurídica.
Si la solicitación es aceptada se produce entre las partes el
acuerdo de voluntades que genera el consentimiento y el
contrato se llevará a efecto.

IV. ¿En qué instante se produce el acuerdo de voluntades que


permite la formación del contrato? Tiene importancia
determinarlo para conocer quién responderá de la perdida de la
cosa o qué ocurrirá en caso de incapacidad superveniente, de
quiebra o de muerte de alguna de las partes.
Hay sobre la materia cuatro sistemas que se conocen en la
doctrina con respecto al instante en que queda formado el
contrato, dice Manuel Borja Soriano.
Sistema de la declaración. De acuerdo con esta doctrina el
contrato quedaría formado cuando el aceptante declara por
cualquier medio su conformidad con la propuesta.
Sistema de la expedición. El contrato quedaría formado
cuando el destinatario de la propuesta expide la respuesta
afirmativa, desprendiéndose materialmente del medio utilizado
para manifestar su aceptación. En materia mercantil, el «a.» 80
del «CCo». adopta este sistema.
Sistema de la recepción. Según esta doctrina el contrato se
forma cuando la aceptación la recibe el proponente y puede
imponerse de ella en cualquier momento.
Sistema de la información. El contrato se formaría sólo cuando
el proponente se informa o entera de la aceptación.
El legislador mexicano ha aceptado el sistema de la recepción,
según se comprueba con la lectura del «a.» 1807 que dice: ''El
contrato se forma en el momento en que el proponente recibe la
aceptación, estando ligado por su oferta según los artículos
precedentes.''.
Rafael Rojina Villegas sostiene que en materia de donaciones
el «CC» prefiere el sistema de la información, según se
desprende de lo dispuesto por los «aa.» 2338, 2340 y 2346.
Dice el «a.» 2340: ''La donación es perfecta desde que el
donatario la acepta y hace saber la aceptación al donador.''.
En los contratos celebrados por correspondencia puede
retirarse tanto la oferta como la aceptación. La oferta puede
retirarse siempre que la retractación llegue a conocimiento del
destinatario antes que la oferta, o sea por un medio más rápido
de comunicación. Igual cosa puede hacer el destinatario,
siempre que su retractación llegue a conocimiento del oferente
antes que la aceptación. Así lo dispone el «a.» 1808 cuando
dice: ''La oferta se considerará como no hecha si la retira su
autor y el destinatario recibe la retractación antes que la oferta.
La misma regla se aplica al caso en que se retire la aceptación.''.

V. Contraoferta. La persona a quien se propone la celebración


de un contrato debe aceptarlo en los mismos términos en que se
le ofrece. Si le introduce modificaciones a la propuesta, éstas se
considerarán como una contraoferta o nueva oferta. En este caso
se invierten los papeles de las partes. Así lo dispone el «a.»
1810 que dice: ''El proponente quedará libre de su oferta cuando
la respuesta que reciba no sea una aceptación lisa y llana, sino
que importe modificación de la primera. En este caso la
respuesta se considera como nueva proposición que se regirá
por lo dispuesto en los artículos anteriores.''.
En el caso de fallecimiento del proponente, dispone el a. 1809
que: ''Si al tiempo de la aceptación hubiere fallecido el
proponente, sin que el aceptante fuere sabedor de su muerte,
quedarán los herederos de aquél obligados a sostener el
contrato.''.
La propuesta y la aceptación pueden hacerse telegráficamente,
según lo dispone el a. 1811, siempre que los contratantes con
anterioridad hubieren estipulado por escrito esta forma de
contratación y que los originales de los respectivos telegramas
contengan las firmas de los contratantes y los signos
convencionales establecidos entre ellos.
Se discute entre los autores si el silencio puede considerarse
como aceptación. Existe dicen, un principio según el cual el que
calla otorga. Laurent refuta este aserto diciendo que quien
guarda silencio no hace ninguna manifestación de voluntad.
Como dice Massé, agrega: ''si yo no digo no, tampoco digo si.
Mi silencio significa que no tomo ningún partido''. Sólo podría
interpretarse como aceptación, dice Gutiérrez y González,
cuando la ley así lo disponga como sería el caso del mandato a
que se refiere el a. 2547, según el cual el mandato conferido a
personas que ofrecen al público el ejercicio de una profesión, se
entiende aceptado si no lo rehusan dentro de los tres días
siguiente. En sentido negativo, dispone el 2054, ubicado en
el c. referente a la cesión de deudas, que si se fija un plazo al
acreedor para que manifieste su conformidad a la cesión, se
entiende que rehusa si deja pasar el plazo sin dar a conocer su
determinación. Respecto a los denominados por Saleilles
''contratos de adhesión'', discuten los autores sobre su naturaleza
jurídica. Afirman algunos que no son propiamente contratos,
porque falta la voluntad libre, sin la cual no puede existir
contrato. Otros, en cambio, opinan que son contratos, pero de
otra categoría jurídica, visiblemente distinta de los demás
contratos.

CONSTITUCIÓN
I. (Del latín constitutio-onis), forma o sistema de gobierno que
tiene cada Estado: ley fundamental de la organización de un
Estado.

II. Según Aristóteles la Constitución es el ser del Estado. Para


este autor la Constitución política es la organización, el orden
establecido entre los habitantes de la ciudad (La política, libro
III, c. 1). ''Es la organización regular de todas las magistraturas,
principalmente de la magistratura que es dueña y soberana de
todo; ......La Constitución misma es el gobierno (La política
libro III, c. IV).
Según Schmitt, la Constitución es la manera de ser del Estado,
por cuanto la unidad política de un pueblo.
Sieyes, el clásico doctrinario francés del siglo XVIII, declara
que ''la constitución comprende a la vez la formación y la
organización interior de los diferentes poderes públicos, su
correspondencia necesaria y su independencia recíproca''.
Manuel García Pelayo se ha referido a que necesariamente el
vocablo Constitución, de por sí tan poco concreto, va seguido
de un adjetivo: p.e., Constitución jurídica, real, política,
normativa material, formal, empírica, ideal, etc., ''más como
sucede que lo que aparece como adjetivo es en realidad
sustantivo, el resultado es que a tales contraposiciones se les
escapa la Constitución como un todo''. Tan es cierta la posición
de García Pelayo que hasta Schmitt para dar un enfoque más
concreto establece su célebre clasificación de las Constituciones
por su sentido ideal, positivo, absoluto y relativo.
Bryce no solamente es conocido por su celebre clasificación
de las Constituciones en rígidas y flexibles sino que además
considera que la Constitución es ''El complejo total de leyes que
comprenden los principios y las reglas por los que la comunidad
está organizada, gobernada y defendida'', lo que nos parece muy
acertado.
En definitiva, debe considerarse la Constitución como la ley
fundamental y suprema del Estado, que atañe tanto a las
atribuciones y límites a la autoridad como a los derechos del
hombre y pueblo de un Estado. Además, la Constitución
estipula los derechos y deberes tanto de los gobernantes como
de los gobernados en orden a la solidaridad social (Duguit). El
régimen constitucional es la raíz primera del de las instituciones
políticas, por cuanto la organización de la sociedad política es
de siempre el ''alma de la polis'' (Isócrates). También se ha
dicho que la Constitución es el primer poder ordenador del
Estado, ya que de la Norma Suprema se derivan las leyes
orgánicas, leyes ordinarias, códigos, estatutos orgánicos y hasta
reglamentos administrativos. Los pueblos griegos de la
civilización del Mar Egeo proclamaron constituciones (véase el
estudio que de ellas hace Aristóteles en la política) y los
romanos tuvieron su rem publicam constituere del que se
derivaba el derecho público y privado del pueblo romano. Sin
embargo Hauriou afirma que del derecho público se derivan dos
ramas: el derecho constitucional (derecho político) y el derecho
privado, con lo que no estamos de acuerdo por ser la
Constitución la raíz primera y suprema de la idisiosincrasia del
pueblo de un Estado.
III. ¿Qué es una institución? Según Hauriou ''es el conjunto de
actos o de ideas que los individuos encuentran ante ellos, y que
se imponen''. En su consecuencia deberá entenderse por
institución constitucional el conjunto de ideas que regulan la
manera o forma de ser del Estado.
Según Duverger el vocablo Constitución proviene de la Edad
Media. Así se denominaban a las reglas que regían la vida
conventual. Siguiendo a este autor, existe un derecho
constitucional formal y un derecho constitucional material. El
primero se encuentra recogido en la Norma Suprema del
Estado, cuando el derecho público del mismo se presenta
escrito. El segundo ya no es por el lugar en que se encuentra,
sino por lo que expresa. Así será derecho constitucional si el
precepto, o norma se refiere: 1o., a la estructura del Estado; 2o.,
a la organización del gobierno 3o., a los regímenes políticos;
4o., a los problemas de autoridad 5o., a la división de poderes, y
6o., a las garantías individuales y sociales. Es decir, el derecho
constitucional, derivado del vocablo Constitución se refiere a
las instituciones políticas.
Desde la primera mitad de nuestro siglo cuando afloran las
grandes Constituciones comprendidas entre las dos guerras
mundiales, dejaron de oponerse los términos Constitución e
instituciones establecidas. La primera era obtenida
generalmente, por presión de las fuerzas progresivas sobre las
conservadoras, ya que presuponía un hondo cambio en las
estructuras de la sociedad y del Estado.
Curiosamente hoy día la Constitución es garantizadora del
orden establecido, de lo que debe conservarse para evitar el
riesgo de las innovaciones y cambios. Ya desde la Constitución
de Weimar los partidos de derecho presionaron a la
socialdemocracia para que sus postulados fueran elevados a
rango constitucional. En México, en el Constituyente de 1857 y
en algunos sectores públicos se consideró el problema de la
libertad de enseñanza, en los siguientes términos: puesto que la
religión católica no iba a ser la religión oficial del Estado, la
declaración de libertad de enseñanza les favorecía en lo privado,
a los conservadores.

IV. Las Constituciones también son denominadas: 1) Norma


Suprema. 2) Norma de Normas, Ley Fundamental, Acta de
Establecimiento, Forma de Formas. Las Constituciones surgidas
en la posguerra de 1945, por haber perdido muchas de ellas la
presentación tradicional, de parte dogmática dedicada a
especificar las garantías individuales, y su parte orgánica
respecto de la organización del Estado; se apartaron del vocablo
Constitución y optaron por el de Ley Fundamental; p.e., Bonn,
y con anterioridad las dos primeras Constituciones soviéticas y
la vigente.
Por su origen las Constituciones pueden ser: otorgadas (Cartas
Magnas, hoy en desuso). Y Constituciones propiamente dichas.
Son en las que el pueblo soberano designa a sus representantes
para la elaboración de la nueva Constitución. Este representante
recibe el mandato de dar forma positiva, de crear el derecho
positivo, proveniente, en mucho, de los principios generales que
el pueblo aporta a través de los usos y costumbres. Es decir a
través de la consuetudo jurídica. Cuando se cumple con el
mandato político. Cuando el poder constituyente es designado
por el pueblo, y cuando la Constitución es refrendada por aquél,
y cuando las instituciones constituidas son sustituidas por
nuevas instituciones que serán regidas por la nueva Norma
Suprema, entonces quedan cumplidos los principios básicos del
derecho constitucional procesal y con ellos la legitimidad
formal de las nuevas autoridades.

V. La palabra Constitución precedida del vocablo Estado


adscribía a aquél en el sistema democrático. Hoy día ya no es
así. Los Estados totalitarios manejan Constituciones, de
presentación tradicional (p.e. la actual dictadura chilena
sancionó su Constitución vigente el 11 de marzo de 1981)
Cuba, China, la Unión Soviética y sus Estados satélites
adscritos al Pacto de Varsovia se rigen formalmente por una
Norma Suprema, ya que tanto para las democracias
representativas de nuestros días como para los regímenes
dictatoriales tiene cabida el siguiente concepto de Constitución
que nos ofrece Carlos Schmitt al considerarla ''como la
situación actual de la unidad y ordenación políticas'', aunque
tiene mayor contenido, y precisión, el concepto de Aristóteles
para quien la Constitución política es ''el principio según el cual
están ordenadas las autoridades públicas especialmente la
superior a todas: la soberana''.
La Constitución, expresa, además, los sistemas los regímenes
y las estructuras de la sociedad en acción, organiza la suprema
institución política que hoy día se denomina Estado. Las
Constituciones contemporáneas han ampliado profusamente las
denominadas garantías individuales (los veintiocho primeros
«aa.» de la C) y han añadido las denominadas garantías sociales
de las cuales dicha Constitución fue la primera en formularlas
(«a.» 123 y sus relativos).
Sin duda alguna, el precepto básico de una Constitución es
aquel que fija la titularidad de la soberanía («a.» 39).

VI. Los preceptos de una Constitución deben ser estudiados a la


luz de la realidad fáctica, precisamente de lo que es el Estado,
resultado de la decisiva acción del pueblo soberano. El estudio
formal constitucional nos conduce al alejamiento entre el deber
ser y el ser político. Ni aun Kelsen pudo desvincularse del
enfoque sociológico de las instituciones proclamadas en la ley
fundamental del Estado, cuando nos dice ''la Constitución en
sentido formal es cierto documento solemne un conjunto de
normas jurídicas que sólo pueden ser modificadas mediante la
observancia de prescripciones especiales, cuyo objeto es
dificultar la modificación de tales normas''. En este pasaje
Kelsen no se está refiriendo, tan sólo a la diferencia entre el
concepto formal y material de la Constitución sino que lo
interpretamos respecto a la distinción entre la realidad
constitucional como aplicación de dicha ley y las meras
declaraciones de textos que por no ser aplicadas implican letra
muerta. Enfoque básico de los artículos referidos a la
organización del Estado es la división de poderes (sistema
competencial) principio fundamental de la organización política
y jurídica junto con las amplias y nuevas garantías sociales de
las Constituciones actuales.

CONTRATO
I. (Del latín contractus, derivado a su vez del verbo contrahere,
reunir, lograr, concertar.) Es un acto jurídico bilateral que se
constituye por el acuerdo de voluntades de dos o más personas
y que produce ciertas consecuencias jurídicas (creación o
transmisión de derechos y obligaciones) debido al
reconocimiento de una norma de derecho. Sin embargo, tiene
una doble naturaleza pues también presenta el carácter de una
norma jurídica individualizada.

II. Antecedentes históricos. En Roma surge el contrato, pero


originalmente no es una fuente genérica de obligaciones, ya que
sólo algunas figuras típicas del acuerdo de voluntades producían
acción y era sancionado su incumplimiento. El sistema
contractual romano en una larga evolución histórica que va del
formalismo al consensualismo ve aparecer las siguientes
figuras: 1) Contratos verbis que se perfeccionaban (es decir
adquirían obligatoriedad) sólo mediante el uso de determinadas
frases verbales, p.e. la stipulatio. 2) Contratos litteris que se
perfeccionaban mediante la inscripción de un registro (codex
accepti et expensi) de una deuda. Era una forma contractual que
tuvo escasa importancia. 3) Contratos re que se perfeccionaban
mediante el consentimiento de las partes aunado a la entrega
(traditio) de una cosa (res), eran el mutuo, el comodato, el
depósito y la prenda; generalmente creaban obligaciones sólo
para la parte que recibía la cosa (exigibles por una actio directa)
pero eventualmente podían surgir para la otra parte (exigiéndose
por una actio contraria) p.e. cuando un depositario hacía gastos
extraordinarios para la conservación de la cosa, el depositante
debía reembolsarlos. 4) Contratos consensuales que se
perfeccionaban por el mero consentimiento de las partes y eran
la compraventa o emptio-venditio, el arrendamiento o locatio-
conductio, la sociedad y el mandato. 5) Contratos innominados
eran aquellos que no encuadraban dentro de una figura típica y
que resultaban obligatorios cuando concurrían el
consentimiento y la prestación de una de las partes. 6) Pactos
que eran los acuerdos que no producían ningún efecto jurídico
(nada pacta), posteriormente para algunos de ellos se concedió
acción para exigir su cumplimiento (pacta vestita).
La concepción romana del contrato subsiste prácticamente
inalterada hasta la aparición del liberalismo a fines del siglo
XVIII. Es en esta época que se otorga a esta figura jurídica un
valor fundamental, pues incluso la existencia de la sociedad se
quiere hacer depender de un pacto (como en las doctrinas de
Rousseau). Se estatuye el principio de la autonomía de la
voluntad y el de una casi absoluta libertad de contratación.
Actualmente con el auge de las ideas colectivistas el ámbito del
contrato se va reduciendo paulatinamente.

III. El contrato como acto jurídico. Entre los sucesos que el


derecho toma en cuenta para atribuirles efectos jurídicos destaca
el acto o negocio jurídico que es una manifestación exterior de
la voluntad bilateral o unilateral, cuyo fin es engendrar con
apoyo en una norma jurídica o en una institución jurídica en
contra o en favor de una o varias personas un estado, es decir
una situación jurídica permanente y general o por el contrario
un efecto de derecho limitado consistente en la creación,
modificación o extinción de una relación jurídica (p. 176). Se ha
considerado al contrato como el tipo más caracterizado del acto
jurídico y el «CC» acepta esta postura pues dispone que las
disposiciones legales sobre contratos serán aplicables a todos
los convenios y a otros actos jurídicos en lo que no se opongan
a la naturaleza de estos o a disposiciones especiales de la ley
sobre los mismos («a.» 1859).
Determinar si todo acto jurídico bilateral (es decir cualquier
acuerdo de voluntades con efectos jurídicos) es un contrato o si
este concepto es aún más restringido es una cuestión que ha
ocupado a la doctrina. Se han agrupado las diferentes
definiciones en cuatro grupos. Así tenemos la ''concepción
amplia'' que identifica al contrato con la convención o acto
jurídico bilateral y que incluye todo acuerdo dirigido a crear,
modificar, o extinguir relaciones de obligación y a constituir
relaciones de derecho de familia. Luego estaría la ''concepción
estricta'' en que se separa a la convención del contrato siendo la
primera el género y el segundo la especie. Esta es la posición
del «CC» que considera como convenios a los acuerdos que
crean, transfieren, modifican o extinguen las obligaciones y
derechos y como contratos sólo a los convenios que crean o
transmiten dichas obligaciones y derechos («aa.» 1792-1793).
Para esta concepción el contrato es un acuerdo dirigido a
constituir una obligación patrimonial. La ''concepción
intermedia'' acepta que el contrato, siempre con contenido
patrimonial, no sólo se dirige a la constitución de derechos y
obligaciones sino que además sirve para extinguirlos o
modificarlos. Por último la ''concepción novísima'', proveniente
del campo del derecho público, representada por Jellinek,
Hauriou y Duguit que limita el concepto del contrato para
encontrarlo solamente donde hay intereses opuestos. De
acuerdo con estas teorías habría junto al contrato otros acuerdos
de voluntades, como el acto colectivo y la simple convención.
El «CC» establece las reglas generales sobre contratos («aa.»
1792-1859) por la razón histórica de que los contratos civiles
fueron los primeros en aparecer. Ahora bien el contrato como
todo acto jurídico debe reunir para ser existente ciertos
elementos señalados en el «a.» 1794 del «CC» y son: 1) El
consentimiento, que se da cuando existe el concurso de
voluntades de dos o más sujetos; por lo tanto implica la
manifestación de dos o más voluntades, pero no basta, es
necesario además que concuerden. 2) Objeto que pueda ser
materia de contratación (la doctrina ha distinguido entre objeto
directo del contrato que es la creación o transmisión de
derechos y obligaciones y objeto indirecto que es el contenido
de la obligación que se constituye en virtud de dicho contrato. A
esta última acepción nos estamos refiriendo) es decir que sea
posible tanto física como jurídicamente; de acuerdo al «a.»
1828 del «CC», se entiende que hay imposibilidad cuando un
hecho no puede existir porque es incompatible con una ley de la
naturaleza (física) o con una norma jurídica que debe regirlo
necesariamente y que constituye un obstáculo insuperable para
su realización (jurídica). Además de estos elementos de
existencia, es necesario que se den ciertos requisitos o
presupuestos de validez para que el contrato produzca
normalmente todos sus efectos jurídicos y no pueda ser
invalidado.
Estos requisitos (establecidos en forma negativa en el «a.»
1795 del «CC») son: 1) La capacidad legal de las partes. Se
entiende por ésta la capacidad de ejercicio, de la que están
excluidas las personas señaladas en el «a.» 450. 2) La ausencia
de vicios del consentimiento. Estos vicios son el error, la
violencia y el dolo («a.» 1812). 3) La licitud en el objeto, el
motivo o el fin del contrato. La ilicitud es lo contrario a las
leyes de orden público o a las buenas costumbres («a.» 1830).
4) Y una determinada forma cuando la ley la establezca. El
«CC» es consensualista pues la forma siempre es una excepción
(«a.» 1796). La ausencia de estos requisitos produce la nulidad
absoluta o relativa («aa.» 2225 y 2228). También el contrato
puede ser rescindido cuando alguien obtiene un lucro excesivo
y desproporcionado a lo que el se obliga, aprovechándose de la
ignorancia de otro («a.» 17). Esta es la figura de la lesión.
Si se dan estos elementos de existencia y requisitos de validez
el contrato es obligatorio. Esta idea se ha expresado en el
principio conocido como pacta sunt servanda (es decir, los
pactos deben ser cumplidos). El «CC» lo señala así en los «aa.»
1796 y 1797.
Sin embargo frente a este principio la doctrina ha desarrollado
últimamente la teoría de la imprevisión o de la excesiva
onerosidad superveniente que consiste en que los contratos
deben ser revisados cuando acontecimientos extraordinarios
provocan un cambio en las condiciones que resiente
injustamente una de las partes. El antecedente de esta teoría es
el principio de rebus sic stantibus (mientras las cosas así
permanezcan) elaborado por los canonistas medievales.
Los civilistas han hecho una clasificación de los elementos del
contrato diferenciando a los: 1) Esenciales que son (aparte de
los dos existencia que ya vimos que tienen carácter general) los
que cada figura típica contractual exige para configurarse, p.e.
cosa y precio en la compraventa. 2) Naturales que son las
consecuencias implícitas en el contrato pero que se pueden
eliminar por acuerdo expreso de las partes, p.e. el saneamiento
por evicción en la compraventa. 3) Accidentales que son
modalidades que sólo existen en el contrato si las partes así lo
acuerdan, p.e. el término y la condición.
Existen múltiples criterios de clasificación de los contratos
algunos de ellos son: 1) Civiles (p.e. el arrendamiento),
mercantiles (p.e. el seguro), laborales y administrativos. 2)
Bilaterales o sinalagmáticos («a.» 1836 del «CC»), cuando
existen obligaciones para ambos contratantes y unilaterales
(«a.» 1835) cuando sólo una de las partes está obligada. 3)
Onerosos cuando se estipulan provechos y gravámenes
recíprocos y gratuitos cuando el provecho es de una sola de las
partes («a.» 1837). No se deben confundir los contratos
gratuitos con los unilaterales pues, en aquellos, una parte sólo
tiene provecho si está obligada, p.e. en el comodato que es un
préstamo gratuito de uso, el comodatario debe devolver la cosa.
Los onerosos se subdividen en A) conmutativos cuando las
partes desde un principio pueden apreciar el beneficio o pérdida
que el contrato les causa, y B) aleatorios cuando la existencia o
monto de la prestación depende del azar («a.» 1838). 4)
Nominados que son los tipificados en la ley, e innominados los
que no están y se rigen de acuerdo al «CC» por las normas del
contrato nominado con el que tengan mayor semejanza (a.
1858).
Cierto sector de la doctrina considera que existen muchas
figuras a las que indebidamente se les da el nombre de contrato
siendo en realidad actos jurídicos de naturaleza especial p.e. el
matrimonio la sociedad, el contrato colectivo de trabajo y el
contrato de adhesión (Buen Lozano, «pp.» 265 a 298).

IV. El contrato como norma jurídica individualizada. El más


brillante expositor de esta concepción es Hans Kelsen. Este
autor explica que la teoría tradicional sólo vio en el contrato un
acto jurídico, ya que lo analizó desde la perspectiva de un acto
de aplicación del derecho. (Así al contratar las partes aplican
una regla de derecho -pacta sunt servanda- a una situación
concreta). Olvidando que el contrato también es un acto de
creación del derecho pues de él surgen para los sujetos,
obligaciones y derechos que anteriormente no tenían. Kelsen
parte de la idea de que todo acto es al mismo tiempo de
creación y aplicación del derecho. La ''fuerza obligatoria'' del
contrato radica en que éste ha creado una norma que sólo se
distingue de la que los contratantes aplicaron en que tiene
carácter individual o concreto. Para este autor existe un
equívoco pues contrato designa tanto un acto o procedimiento
determinado como su producto que es la norma contractual.

CONTRIBUCIÓN
I. La contribución es un ingreso fiscal ordinario del Estado que
tiene por objeto cubrir sus gastos públicos. En México, la «fr.»
IV del «a.» 31 constitucional, que determina las obligaciones de
los mexicanos, señala la de ''contribuir para los gastos públicos,
así de la Federación, como del Estado y municipio en que
residan, de la manera proporcional y equitativa que determinen
las leyes''. De esta forma las contribuciones en México deben
reunir los requisitos referidos. Sin embargo, es necesario hacer
algunas precisiones. En primer término las contribuciones no
sólo deben pagarlas los mexicanos, sino todos aquellos que se
sitúen en los supuestos previstos por las leyes que las crean y
éstas determinan las calidades que deben reunir los sujetos
pasivos. La misma disposición constitucional determina que las
contribuciones deben destinarse para los gastos públicos,
entendiéndose por éstos, según la jurisprudencia, todos los que
realiza el Estado. Para Flores Zavala ''por gasto público debe
entenderse todo el que sea necesario para que las entidades
públicas realicen sus atribuciones, es decir, para el desarrollo de
su actividad legal'', y la «SCJ» ha aseverado que: ''Los gastos
públicos están previstos en el presupuesto de egresos, y los
impuestos para cubrir esos gastos, en el de ingresos, de modo
que la prueba de que una contribución no esta destinada a cubrir
gastos, necesariamente debe encontrarse o en la ley que los
establece o en el presupuesto de egresos.''.
Otra idea contenida en esta «fr.» es la de que estas
contribuciones están destinadas tanto al financiamiento de la
federación, como de los estados y municipios de residencia de
los contribuyentes. En cuanto a contribuir para los gastos
públicos de la federación, la disposición es clara, sin embargo,
parece desprenderse que las legislaturas locales sólo pueden
establecer impuestos estatales y municipales a cargo de sus
residentes; pero en la realidad las entidades federativas con
frecuencia se han financiado parcialmente a través de la
imposición indirecta, la cual recae sobre quienes consumen
bienes y servicios, sin atender al lugar de residencia del
consumidor.
Otro de los requisitos que se establecen en la «fr.» IV del «a.»
31 constitucional, es que las contribuciones deben establecerse
en forma proporcional y equitativa. Esta disposición plantea una
posible contradicción entre la norma constitucional y la
tendencia de los sistemas tributarios modernos que durante el
siglo XX han tratado de introducir progresividad en los
gravámenes especialmente a través del impuesto sobre la renta.
Este fenómeno se ha presentado en la mayoría de los países
capitalistas, tanto desarrollados como en desarrollo, y al
introducirse gravámenes progresivos al ingreso, dicha
imposición se ha convertido en la piedra angular de numerosos
sistemas fiscales por sus efectos económicos y financieros.
El conflicto entre los conceptos de ''proporcionalidad y
equidad'' establecidos por la «fr.» IV del «a.» 31 constitucional
y por el impuesto sobre la renta, instituido como ingreso federal
ordinario desde 1924, ha tenido diversas soluciones pero la
tendencia del máximo tribunal ha sido la de legitimar la
progresividad en la imposición al ingreso. Por ultimo, la propia
«fr.» IV del «a.» 31 exige que las contribuciones estén
contenidas en leyes. Esta subordinación al principio de
legalidad tiene dos excepciones, ambas incluidas en la norma
suprema. En primer término el supuesto establecido en el «a.»
29 constitucional, que permite la suspensión temporal de
garantías. En este caso es posible, como efectivamente ha
sucedido, que sean establecidos gravámenes en reglamentos
emitidos por el órgano ejecutivo federal. Sin embargo, una vez
terminado el estado de emergencia vuelve a aplicarse el
principio de legalidad. La otra excepción a éste se encuentra
contenida en el segundo pfo. del «a.» 131 constitucional, el cual
determina que: ''el Ejecutivo podrá ser facultado por el
Congreso de la Unión para aumentar, disminuir o suprimir las
cuotas de las tarifas de exportación e importación, expedidas
por el propio Congreso y para crear otras...''. De esta forma la C.
otorga al ejecutivo facultades para modificar uno de los
elementos fundamentales de los impuestos, lo que en el caso de
otros gravámenes solo puede ser efectuada por la ley.
Así, concluimos que las contribuciones son ingresos fiscales
ordinarios con las características determinadas por la «fr.» IV
del «a.» 31 constitucional.

II. Sin embargo, existen también las llamadas ''contribuciones


especiales''. Por estas se entiende el pago de una prestación que
los particulares realizan obligatoriamente al Estado, para
contribuir a los gastos que ocasionó la realización de una obra o
la prestación de un servicio de interés general, que los benefició
o los beneficia en forma específica.
Margáin Manautou asevera que esta contribución solamente es
pagada por el contribuyente que obtiene un beneficio directo e
inmediato. Esto implica que es posible la distribución del costo
de la obra porque se conoce quiénes son los que más se
benefician con ella.
La figura típica de la contribución especial y como se le
conocía originalmente es la contribución por mejoras. Seligman
la define así: ''La contribución por mejoras es una contribución
compulsiva, proporcional al beneficio específico derivado,
destinada a sufragar el costo de una obra de mejoramiento
emprendida para el beneficio común.''.
Entre las características que se atribuyen a la contribución
especial, destacan las siguientes: 1) tiene un radio de aplicación
geográfica, esto es el legislador al crear esta figura presume
hasta qué radio geográfico alcanzan los beneficios de la obra, y
2) coadyuva al financiamiento de una obra, o de un servicio,
aumentando así el patrimonio del Estado.
Al considerar que la contribución especial se establece en
función del beneficio recibido, estamos frente a una figura
jurídica tributaria en la que no se aplica el principio de la
capacidad de pago, orientador de los sistemas fiscales
modernos, especialmente en el caso de la imposición al ingreso,
con estructura progresiva, sino del principio del beneficio. Esta
contribución se utiliza frecuentemente, bajo diversas
connotaciones, por los niveles inferiores de gobierno para
coadyuvar al financiamiento de determinadas obras y servicios.

III. La contribución entendida como un ingreso fiscal ordinario


tiene repercusiones en el sistema económico. La determinación
de la cuantía y de las características de los ingresos fiscales
forma parte de la política financiera la cual debe estar contenida
en el proceso de planeación y programación del desarrollo. En
dicho proceso debe tomarse en cuenta los efectos que sobre los
diversos aspectos de la actividad económica tienen los ingresos
fiscales.

CONTRIBUYENTE

I. Es el sujeto pasivo de la relación fiscal. El sujeto pasivo de


esta relación puede definirse como todo aquel sujeto con la
obligación de contribuir por haber incurrido en el supuesto al
que la ley imputa esa obligación tributaria. Esta amplia
definición implica que el sujeto pasivo de la contribución puede
ser nacional o extranjero: persona física o moral, o bien ser un
ente público o privado. Más aún el sujeto pasivo de la relación
tributaria puede carecer de personalidad jurídica, como es el
caso de las unidades económicas.
Así, el contribuyente es todo aquel sujeto que debe participar
en el financiamiento de los gastos públicos, por haber incurrido
en el supuesto previsto por las leyes fiscales. Cabe recordar para
mejor comprensión de la definición de contribuyente como
sujeto pasivo, que los elementos de las contribuciones en
particular de los impuestos, son: 1) El sujeto activo del
impuesto; 2) El sujeto pasivo del impuesto; 3) El objeto
material del impuesto; 4) La causa y fines del impuesto; 5) La
forma de realizar la transmisión de valores que supone el
impuesto, y 6) La determinación de las particularidades que
concurren en dicha transmisión.

II. En México, la «fr.» IV del «a.» 31 constitucional determina


que son obligaciones de los mexicanos: ''Contribuir para los
gastos públicos, así de la Federación, como del Estado y
municipio en que residan, de la manera proporcional y
equitativa que dispongan las leyes''. Sin embargo, otras
disposiciones amplían esta obligación a los extranjeros, y cada
ley fiscal especifica cuáles son los supuestos que implican la
generación de la obligación tributaria.
Además el «a.» 13 «CFF», determina que el sujeto pasivo de
un crédito fiscal es la persona física o moral, mexicana o
extranjera que, de acuerdo con las leyes, está obligada al pago
de una prestación determinada al fisco federal.

CONVENIO
I. (De convenir y éste del latín convenire ser de un mismo
parecer, ajuste o concierto entre dos o más personas.).

II. Es el acuerdo de dos o más personas para crear, transferir,


modificar o extinguir obligaciones («a.» 1972 «CC»). Las
definiciones doctrinales coinciden con la que estipula el
ordenamiento civil. Es, pues, un genero particular de actos
jurídicos en el que el acuerdo de voluntades tiene por objeto un
interés jurídico referido a la transmisión, modificación, creación
o extinción de derechos y obligaciones. Los contritos son una
especie de este género.

III. En el derecho romano eran considerados como una fuente


de obligaciones de inferior categoría de los contratos en virtud
de que por sí solos no generaban obligaciones, para ello, era
necesario que: a) estuvieran unidas a un contrato principal
(pacta adiecta): b) los amparara el derecho pretorio (pacta
pretoria), o c) los amparara el derecho imperial (pacta legitima).
Para que surtieran efectos iban acompañados de palabras
solemnes o menciones escritas y su cumplimiento se
garantizaba a través de estipulaciones penales, de la entrega de
arras, de la constitución de hipoteca o permuta, o del aval de
una tercera persona.

COSTUMBRE
I. Por costumbre se entiende el procedimiento consuetudinario
de creación del derecho; sin embargo, es frecuente que con el
término ''costumbre'' se aluda no solo al procedimiento
consuetudinario sino al resultado de dicho procedimiento; esto
es, a la norma jurídica así creada. Para evitar equívocos, sería
conveniente que al hecho productor de derecho se le llame
procedimiento consuetudinario y a la norma jurídica resultante
se le denomine norma consuetudinaria.
En tanto método creador de derecho, el procedimiento
consuetudinario constituye una de las llamadas ''fuentes
formales del derecho'' (distinta al proceso legislativo, al
jurisprudencial o de precedente judicial y a la doctrina).
Si bien en épocas anteriores el procedimiento consuetudinario
constituyó una de las 'fuentes' principales de producción
jurídica, a partir de los grandes procesos de codificación y del
establecimiento de instancias centrales de creación de derecho
(con las diversas asambleas legislativas) ha decrecido su
importancia, especialmente en los sistemas de tradición
romano-canónica, a diferencia de lo que ocurre en los sistemas
del common law donde varios sectores se encuentran normados
consuetudinariamente, mas sin embargo, predomina el régimen
de precedente judicial.
En opinión del eminente jurista C. K. Allen, la existencia de
una comunidad, la mera pluralidad de individuos, presenta
costumbres de las cuales el individuo particular no puede
divorciarse. Nuestras comunidades más altamente desarrolladas
y civilizadas del mundo moderno se encuentran tan repletas de
costumbres como las comunidades primitivas del pasado. Esas
costumbres son quizá más racionalizadas y, para la mayoría,
menos supersticiosas de lo que fueron en la antigüedad; pero, en
realidad, son igual de numerosas y poderosas.
Independientemente de las diversas definiciones que se han
dado de costumbre y del significado habitual que se le atribuye,
pudiéramos afirmar que esta expresión connota un
procedimiento de creación jurídica ajeno al legislativo o al de
precedente judicial. Tal aseveración ha provocado que
frecuentemente se identifique al derecho consuetudinario con el
derecho no escrito. Pero este criterio es equivoco en cuanto que
puede haber cierto derecho no escrito -p.e., un contrato
consensual- el cual quizá nadie haya pensado como constitutivo
de alguna costumbre, al mismo tiempo, nos encontramos con
determinadas practicas -como las gubernamentales- que constan
por escrito y, no obstante, se estima que algunas de ellas
constituyen un procedimiento consuetudinario de creación
jurídica.

II. Los elementos del procedimiento consuetudinario.


a) El carácter fáctico. Este primer elemento del procedimiento
consuetudinario, también conocido como el elemento material u
objetivo, se encuentra constituido por los actos humanos, es
decir, por todos aquellos actos humanos estimados como
repetidos.
Según el profesor Francisco Gény, ''la formación de un
derecho consuetudinario supone primeramente el que, por una
serie bastante de hechos repetidos, se ha establecido una
practica constante respecto a una relación de la vida social, y
este es el elemento de hecho que sirve a la costumbre de
substratum necesario''.
Es así como se afirma que la costumbre es, por definición,
conducta repetida. No obstante, debe advertirse que, en rigor,
las conductas o los acontecimientos no son exactamente
idénticos y, por tanto, no pueden repetirse. Como observaba el
filósofo presocrático Heráclito de Efeso: ''No puedes entrar dos
veces en el mismo río, porque nuevas aguas están siempre
fluyendo sobre ti.'' Pero, si una conducta, en estricto sentido,
jamas se repite, ¿como es posible pensar que una serie de
conductas pudieran llegar a constituir una costumbre?
Si un evento nunca es repetición de otro y si en esa medida no
es posible que los actos se repitan, entonces, la repetición no se
presenta a nivel fáctico. Al hablar de repetición de conductas en
relación a la costumbre, más bien se tienen en cuenta
comportamientos diversos realizados por diferentes sujetos, en
distinto tiempo y diferente lugar; diversidad, a pesar de la cual
se habla de repetición. Cuando se dice ''repetición'', en realidad,
se hace una abstracción de ciertos datos, estimados semejantes,
que presentan los comportamientos ocurridos, prescindiendo de
sus diferencias. La costumbre, pues, contiene siempre un
criterio que determina qué es lo común en los actos -diversos en
su acaecer empírico- que se consideren repetidos.
Los actos humanos que constituyen el procedimiento
consuetudinario -y, en general, toda conducta que se encuentre
jurídicamente regulada- pueden consistir en un acto positivo o
en un acto negativo. Esto es, el contenido de una costumbre
puede ser una acción (o actividad), o bien, una omisión:
mientras que por acción se entiende cualquier movimiento
corporal, la omisión consiste en la abstención de realizar cierta
conducta, teniendo la posibilidad material de realizarla. En este
sentido se suele hablar de costumbre activa y costumbre pasiva.
Debemos insistir en que la idea de la repetición no se presenta
a nivel fáctico (con el comportamiento), sino que la misma, en
realidad, consiste sólo en el criterio que permite establecer que
actos pueden ser considerados como semejantes sin importar
sus diferencias. La repetición señala únicamente un conjunto de
actos con propiedades similares. Estas propiedades que
presentan los diversos actos son adscritas por un órgano
aplicador, de acuerdo con el específico criterio de repetición.
Solamente si se establece un criterio que permita reconocer las
mismas propiedades en diferentes actos es posible afirmar que
dichos actos se repiten. Por tal razón, pues, no podemos incluir
a la repetición dentro del elemento material.
Lo único que podemos señalar dentro del carácter fáctico del
procedimiento consuetudinario es a todos los actos humanos
que ahí se encuentran considerados, actos humanos que son la
condición necesaria para la aparición de una costumbre. Los
criterios que nos permiten establecer que ciertos actos forman
una pauta de conducta o que un específico acto es una
instanciación de una repetición, pertenecen a un nivel diferente:
es una determinación más o menos arbitraria por parte de aquel
que contempla dichos actos.
b) El carácter normativo. El segundo elemento del
procedimiento consuetudinario, generalmente llamado opinio
iuris consiste en la adscripción de una significación normativa a
los actos considerados. Es conveniente recordar que la opinio
iuris requiere ser desprovista de cualquier factor sicológico que
pretenda atribuírsele para que se le pueda admitir como
distintiva de la significación normativa del procedimiento
consuetudinario.
La determinación del carácter normativo funciona siempre que
un individuo estima que, según cierto criterio, determinados
actos se repiten, con mayor o menor frecuencia, durante un
periodo de tiempo específico y decide que un acto concreto es
una instanciación de la secuencia o repetición, es decir, se
encuentra incluido en cierta pauta de conducta. Desde el
momento en que este individuo -particularmente, un órgano
jurídico aplicador- decide que tal acto pertenece al conjunto de
conductas que forman, según su criterio esa repetición de
conducta, entonces, convierte dicha repetición de conducta en el
contenido de una norma que constituye el derecho aplicable al
caso contemplado (al caso que se incluye en la repetición).
Ahora bien, al incluir el acto que se contempla dentro de esa
repetición quiere decir que tal acto satisface las características o
los criterios de pertenencia que el órgano ha establecido para
ese conjunto de actos repetidos. Desde el momento que lo
incluye ahí y se decide o resuelve el caso o el conflicto de
conformidad a dicha pauta de conducta, convierte los actos
repetidos en el contenido de una disposición que funciona como
el derecho aplicable.
De esta manera, dicho órgano aplicador, consciente o
inconscientemente, establece (crea o determina) el derecho
aplicable al caso concreto. El derecho aplicable que resulta de
este procedimiento (establecido por este procedimiento) es una
norma consuetudinaria.

III. Concepto de norma consuetudinaria. De conformidad con lo


señalado precedentemente, entendemos por norma
consuetudinaria al resultado de aquel procedimiento jurídico de
creación en el que un conjunto de actos, considerados como
repetidos por un órgano aplicador, se encuentran formando una
disposición o pauta de conducta, en virtud de la decisión más o
menos consciente de dicho órgano de incorporar un caso
específico dentro de esa repetición de actos, convirtiéndolos,
así, en el derecho aplicable.
IV. La relación entre ley y costumbre. De lo apuntado
precedentemente se aprecia que el procedimiento
consuetudinario constituye un método de creación jurídica tan
importante como el legislativo, sólo que, en nuestra opinión, ha
sido un poco olvidado. Pensamos que tal situación obedece,
principalmente, a la admiración desmedida por la ley que tanto
ha propugnado la dogmática jurídica.
Antes de referirnos a las relaciones que pueden presentarse
entre la ley y la costumbre, conviene distinguir una de otra.
Conforme a Kelsen, mientras que el proceso legislativo es un
método deliberado y centralizado de creación de derecho, el
procedimiento consuetudinario es una forma espontánea y
descentralizada de producción jurídica. Esto es, en tanto que las
leyes son creadas por órganos específicos previamente
establecidos para el efecto, los individuos que a través de sus
actos crean alguna costumbre pueden serlo cualesquiera e,
inclusive, sin percatarse de ello.
Por otra parte, los órganos creadores de normas
consuetudinarias y los sujetos sometidos a esas normas siempre
coinciden; en cambio, los órganos legislativos pueden crear
leyes destinadas a individuos distintos a los legisladores.
Igualmente, los actos de los órganos que crean una norma
consuetudinaria, simultáneamente, son actos de los órganos (o
sujetos) que aplican (u obedecen) la misma norma
consuetudinaria a diferencia de las normas legislativas que
requieren de posteriores actos de aplicación (u obediencia).
Ahora bien, frecuentemente los juristas -influidos por los
postulados de la jurisprudencia dogmática- se refieren a la
relación entre ley y costumbre colocándose exclusivamente
desde el punto de vista de la ley, e intentan resolver el problema
que dicha relación suscita según las características que le
otorgan a la costumbre diversas disposiciones legislativas.
Debemos destacar aquí que aquellos que pretenden resolver el
problema de la relación entre ley y costumbre con la pura
invocación de la ley, prejuzgan sobre el tema que se intenta
elucidar. Asimismo, como se explicará más adelante, los
frecuenta ejemplos de desuetudo ponen de manifiesto la
inoperancia de las disposiciones legislativas que pretenden
excluir a la costumbre como resultado de un específico
procedimiento jurídico de creación.
La teoría tradicional romano-canónica, p.e., clasifica la
costumbre teniendo en cuenta las relaciones que la misma
guarda con la ley y el modo de influir en ella; en costumbres
secundum legem, praeter legem y contra legem. Tal distinción
la encontramos también en las Siete Partidas del rey Alfonso X
El Sabio. Por costumbre secundum legem se entiende, pues,
aquella que coincide con lo establecido por las leyes y,
ocasionalmente, sirve para interpretar lo dispuesto por ellas
cuando surge alguna duda. La costumbre praeter legem es la
que regula los casos no previstos por la ley, por lo que sirve
para completar y colmar sus lagunas, considerándosele,
habitualmente, como ''fuente supletoria'' de la ley. La costumbre
contra legem, por su parte, se refiere a los casos en que la
costumbre se aparta de lo dispuesto por alguna ley ''antigua'',
''inconveniente'' o ''perjudicial''.
La anterior doctrina ha sido, en lo esencial tomada por
diversos tratadistas modernos, quienes clasifican la relación de
la costumbre con la legislación de la siguiente manera: a)
interpretativa, que tiene relevancia únicamente cuando por esta
vía se llega a modificar el sentido del texto legislativo; b)
introductoria, que se desenvuelve en aquellos casos que cierta
situación no ha recibido regulación alguna por parte de las
disposiciones legislativas o, por lo menos, no ha conseguido
completa regulación, y c) derogatoria, que se refiere al caso de
la costumbre contra legem y a la operancia de la desuetudo.
Una explicación interesante sobre las relaciones que pueden
haber entre la ley y la costumbre ha sido la proporcionada por
Walter Heinrich, quien describió tres diversas formas del
derecho consuetudinario: delegante, delegado y derogatorio. El
delegante se presenta cuando a través de la costumbre se
autoriza a una determinada instancia centralizada para crear
derecho escrito; se dice que en estos casos la costumbre se halla
''supraordinada'' a la ley. El derecho consuetudinario delegado
existe en aquellos casos que alguna disposición legislativa
remite expresamente a la costumbre para la solución de
determinadas controversias; en esta hipótesis se afirma que la
costumbre hállase ''subordinada'' a la ley. El derecho
consuetudinario derogatorio se refiere, según Heinrich, a los
casos en que la costumbre se desenvuelve en sentido opuesto al
de los textos legales; el mismo autor admite la posibilidad de
que la costumbre ''derogatoria'' se forme aun cuando el propio
legislador le niegue expresamente validez.

V. La desuetudo. Conforme a un compartido criterio, la


desuetudo consiste en la perdida de validez de una disposición,
o de un conjunto de disposiciones, especialmente legislativas,
debido a su ineficacia. Sostener que cierta disposición ha
perdido su validez por desuetudo significa afirmar que la misma
ha dejado de formar parte de un orden jurídico positivo.
El caso de la desuetudo es uno de los puntos en que hace crisis
la doctrina tradicional que tiene una admiración desmedida por
la ley y llega hasta identificarla con el derecho. Tal doctrina no
tiene más remedio que negar la desuetudo, si quiere ser fiel a su
punto de partida. Esta conclusión es reforzada a menudo por
disposiciones legislativas que pretenden establecer
expresamente la inoperancia de la costumbre y la desuetudo
frente a la ley. Tal situación ocurre, por ejemplo, con el «a.» 10
del «CC» de 1928, que señala: ''Contra la observancia de la Ley
no puede alegarse desuso, costumbre o práctica en contrario''.
En nuestra opinión, estas limitaciones no representan sino una
mera expresión de deseos o de una ideología que pretende
restringir la tarea de los órganos aplicadores, puesto que, como
hemos intentado demostrarlo, la costumbre es resultado de un
proceso jurídico de creación tan importante como el legislativo,
máxime en los ordenes jurídicos donde la eficacia de las normas
es una condición necesaria para su validez y, por tanto, no
puede proscribírsele de esta manera.
Sin embargo, apoyada en textos legales como el mencionado,
la doctrina tradicional suele negar al procedimiento
consuetudinario que produce la costumbre contra legem y a su
efecto jurídico negativo que es la desuetudo. Esta conclusión
obedece generalmente a la aceptación dogmática de la ley -sin
cuestionar su permanencia al específico sistema jurídico de que
se trate- y al rechazo dogmático de la costumbre, llegando al
absurdo de suponer, precisamente, lo que se intenta investigar:
al invocar una disposición legislativa para rechazar la
costumbre contra legem ya se ha tomado partido,
evidentemente, a favor de la ley en contra de la costumbre.
En realidad, si la experiencia jurídica nos demuestra que las
costumbres operan aun en situaciones aparentemente reguladas
por leyes, provocando la desuetudo de éstas, tendremos que
reconocer que la primera disposición legislativa que pierde su
validez por desuetudo es justamente aquella que pretende
impedir la formación de la costumbre en casos regulados
legislativamente.

VI. La costumbre en el derecho mexicano. Simultáneamente,


encontramos en nuestro «CC» diversas disposiciones que
señalan a la costumbre como la reguladora de ciertas
situaciones particulares. De esta manera, tenemos, entre otras,
las talas o cortes ordinarios que puede efectuar el usufructuario
de un monte («aa.» 996 y 997), los honorarios en materia de
servicios profesionales («a.» 2067), las condiciones del contrato
de aparcería («a.» 2754), etc.
Situación muy parecida a la que guarda la costumbre en el
derecho civil se presenta en el orden mercantil: v. el «a.» 2,
«fr.» III, de la «LGTOC», que pretende proporcionar a la
costumbre un carácter exclusivamente supletorio para aquellos
casos no regulados por la ley. Sin embargo, la importancia de la
costumbre es particularmente notable en esta rama del derecho,
nacida ella misma por vía consuetudinaria, por lo que al igual
que en otras áreas del derecho puede llegar a formarse una
costumbre mercantil aun contra lo dispuesto por alguna
disposición legislativa, o bien, concretarse a regular los casos
no previstos por la ley a la vez que aquellos en que ésta remite
expresamente a lo prescrito por los usos o costumbres
mercantiles.
El «a.» 17 de la «LFT», igualmente, confiere a la costumbre
un carácter meramente supletorio. No obstante, si bien existe el
principio ampliamente difundido de que una costumbre no
puede dejar sin efecto las disposiciones legales favorables al
trabajador -admitiéndose, claro está, el que cierta costumbre de
empresa, p.e., mejore los derechos legales mínimos del
trabajador-, debe reconocerse la posibilidad, como ocurre en
cualquier otra rama del derecho, de que opere la desuetudo con
respecto de alguna disposición legislativa en virtud de un
procedimiento consuetudinario contra legem.

CRÉDITO
I. (Del latín creditum), es la transferencia de bienes que se hace
en un momento dado por una persona a otra, para ser devueltos
a futuro, en un plazo señalado, y generalmente con el pago de
una cantidad por el uso de los mismos. También pueden
prestarse servidos a crédito.
Su concepto: como vemos, la palabra crédito viene del latín
creditum, que significa tener confianza, tener fe en algo. Paolo
Greco nos dice que ''en sentido moral crédito es la buena
reputación de que goza una persona. En sentido jurídico, crédito
índica el derecho subjetivo que deriva de cualquier relación
obligatoria y se contrapone 'al débito' que incumbe al sujeto
pasivo de la relación. En sentido económico-jurídico significa
cuando en una relación de dar o poseer existente entre dos
sujetos, se da en un primer tiempo para recobrar después en un
segundo tiempo, lo que se ha dado'' (pp. 21-22).

II. Elementos y características del crédito: estimamos que los


elementos del crédito son: la existencia de ciertos bienes, la
transferencia de ellos, o de su disposición jurídica, de su titular
a otra persona (la que los disfruta); el lapso de tiempo durante el
que se usan esos bienes y la obligación de restitución de los
mismos, con el pago de la cantidad pactada por su uso. Hay
quien afirma que también la confianza forma parte importante
del concepto del crédito.

III. Clasificación: se le puede considerar, desde el punto de vista


de las entidades que lo reciben como: crédito a la industria, a la
importación, al comercio, al consumo, etc. Ahora, por la
finalidad a que está destinado, se clasifica como: para
adquisición de bienes de consumo duradero, para obras
públicas, para importación y exportación, para la agricultura,
para la industria, etc. Según el plazo a que se contrae: a corto,
medio y largo plazo.

IV. Operaciones activas y pasivas: el problema fundamental


cuando se estudia la materia del crédito, a determinar el
concepto de éste y lo que la doctrina en general estima que
deben llamarse operaciones activas y pasivas, con cierto criterio
contable, porque reflejan como si fuera en un balance, los
registros del activo y del pasivo o sea saldos acreedores y
deudores.
El crédito es un concepto genérico que puede abarcar una serie
de operaciones específicas o ramas que han ido
especializándose y que van tipificando las distintas actividades
de las instituciones de crédito, es decir, hay operaciones de
crédito que son fundamentales y que pueden resultar comunes
como son la captación de recursos del ahorro público y el
otorgar prestamos a los sectores de la población que los
necesitan.
Ahora bien, esas operaciones fundamentales pueden adoptar
una serie de modalidades específicas conforme a la estructura
jurídica que rige en México y que pueden ser: depósitos a plazo,
de ahorro, de capitalización, emisión de bonos, en el aspecto
que llaman pasivo o sea de asunción de los recursos del público
o de otras entidades por parte de las instituciones y una serie de
créditos muy diversos y con modalidades muy peculiares,
cuando la institución es la que proporciona el dinero a quien lo
necesita.
Puede afirmarse que aquellas operaciones en las que las
instituciones reciben dinero de terceros, es decir, que éstos son
acreedores y las instituciones deudoras, son las que la doctrina
califica como pasivas y el origen de los fondos puede ser el
siguiente: a) del público en general a través de los instrumentos
que la Ley Bancaria permite a cada tipo de instituciones; b) de
otras instituciones del país; c) directamente del gobierno federal
o de organismos descentralizados o del instituto central, y d) de
bancos extranjeros, previo cumplimiento de los requisitos que
señale el Banco de México y en su caso, la Secretaría de
Hacienda y Crédito Público (en lo sucesivo: SHCP).
Operación pasiva que no sólo consiste en que el banco recibe
dinero en efectivo, sino que consideramos que también puede
ser en bienes o servidos estimables en numerario, pagaderos a
futuro.
Operaciones activas en este orden de ideas, serán todas
aquellas que realizan las instituciones, en las que prestan dinero,
o conceden crédito, o servicios estimados en numerario,
pagaderos a futuro a cualquier persona, mediante la utilización
de los contratos, o instrumentos, que para ese efecto señala la
ley.
Los autores han llamado a las operaciones que no son el
recibir, ni otorgar crédito al público, operaciones neutras, pero
esta terminología puede resultar confusa, por lo que se
preferible utilizar la palabra ''servicios bancarios'' para designar
toda aquella serie de operaciones que prestan los bancos y que
no necesariamente consisten en una operación activa o pasiva,
como p.e., las operaciones fiduciarias, o las cobranzas.

V. Fondo de protección de créditos a cargo de instituciones


bancarias: en el «DO» de fecha 30 de diciembre de 1981
aparecen publicadas diversas adiciones y modificaciones a la
LIC, entre las que aparecen el «a.» 94 bis 7, que previene la
creación de un fideicomiso que importa a la voz que se analiza.
Con apoyo en la consideración de que toda institución jurídica
ha de tener, dentro del amplio campo del derecho, su
denominación, su objetivo, su estructura y sus límites propios,
procedemos a enunciarlos:
1) Denominación: La «fr.» I del «a.» a que se alude, establece:
''El Gobierno Federal por conducto de la SHCP constituirá... un
fideicomiso que se denominara Fondo de Protección de
Créditos a Cargo de Instituciones Bancarias...''.
2) Estructura: a) Fiduciario. La propia «fr.» nos indica que lo
será el Banco de México, quien tendrá como cometido cubrir
los créditos, en los términos en que éstos se encuentren
documentados, a los titulares de depósitos y otras obligaciones
que sean objeto de protección expresa del fondo con cargo a los
recursos del fideicomiso, en caso de que se declare la quiebra o
suspensión de pagos de la institución deudora, siempre que se le
trasmitan todos los derechos derivados de tales créditos,
ajustándose al procedimiento que el mismo señale al efecto
(ibid. «fr.» II. pfo. primero).
Al realizar dichas operaciones, podrá adquirir acciones
representativas del capital de instituciones de crédito, aun en
exceso del 15% del capital pagado, pero deberán recolocarlas en
el mercado tan pronto como las circunstancias sean propicias
para ello. A tal efecto, deberá someter a la previa autorización
de la SHCP las adquisiciones y recolocaciones de dichas
acciones que lleve a cabo (ibid. «fr.» IX).
b) Fideicomitente. Las instituciones bancarias, exceptuándose
las nacionales de crédito (ibid. «fr.» IV, pfo. primero) para
quienes no es aplicable el «a.» que se analiza.
Los fideicomitentes están obligados a poner en conocimiento
de la CNBS, con toda oportunidad, cualquier problema que
confronten y que, a su juicio, pueda dar lugar al a poyo del
fondo, proporcionando a la misma la información que se les
requiera (ibid. «fr.» VIII).
c) Fideicomisarios. Los titulares de los depósitos y otros
créditos bancarios, que sean objeto de protección expresa del
fondo y que así aparezca en tales documentos (ibid. «frs.» II y
VII a), quienes tendrán la obligación de transmitir todos sus
derechos derivados de los créditos, al fiduciario, con el objeto
de que éste pueda cubrirlos, oportunamente, en su caso (ibid,
«fr.» II, pfo. primero).
Igualmente podría considerarse como fideicomisarios, las
propias instituciones bancarias, si estas en el cuerpo del contrato
aceptan expresamente ser beneficiarias del fideicomiso.
d) Comité Técnico. En el contrato constitutivo del fondo,
deberá preverse su existencia, y estará integrado por seis
miembros propietarios, nombrados: uno, por la SHCP quien lo
presidirá y tendrá voto de calidad en caso de empate; uno por el
banco de México; uno por la CNBS; y los tres restantes por la
mencionada Secretaría a propuesta de las instituciones de
crédito quienes se ajustarán al procedimiento que la
dependencia señale para las proposiciones. Los nombramientos
deberán recaer necesariamente en personas de reconocida
calidad moral y notoria experiencia, en materia bancaria,
respecto a las cuales no sea previsible que puedan presentarse
conflictos de intereses por su participación en el comité. La
SHCP deberá revocar el nombramiento de los mismos a
petición de los fideicomitentes, o bien cuando dejen de
satisfacer los requisitos que se les exijan (ibid. «fr.» VI).
Competencia del Comité Técnico:
-Expedirán las reglas de operación del fideicomiso en las que
se precisaran las operaciones preventivas que podrán llevarse a
cabo con cargo al fondo; los tipos de depósitos y otros créditos
objeto de protección expresa del fondo, mismos que deberán
estar referidos a la realización de operaciones bancarias así
como la periodicidad con la que habrán de cubrirse las
aportaciones ordinarias.
-Determinará qué operaciones de las que el fiduciario realice
para ampliar los objetivos del fondo deberán someterse a su
previa autorización.
-Instruirá al fiduciario respecto de la inversión de los recursos
libres, que deberán hacerse tanto en valores de Estado y en
depósitos de tasa ajustable en el Banco de México, como en
depósitos de las instituciones de crédito a prorrata de las
aportaciones cubiertas por ellas. El importe de estos últimos
depósitos no será inferior al 50% de los recursos libres del
fondo, y.
-Resolverá sobre el régimen de devolución de los recursos no
comprometidos en caso de que éste se extinga (ibid. fr. VII-d).
3) Objeto: El fondo aplicará sus recursos a efectuar
operaciones preventivas tendientes a evitar que los problemas
financieros que enfrenten las instituciones de crédito, resulten
en perjuicio del pago integro y oportuno de los crédito a su
cargo; y adquirir depósitos y otros créditos objeto de protección
expresa del propio fondo, en caso de que se declare la quiebra o
suspensión de pagos de la institución de crédito deudora. Los
recursos del fondo se integraran por el importe de las
operaciones ordinarias y extraordinarias y que determine la
SHCP a propuesta del Banco de México y oyendo este la
opinión de la CNBS. Dichas operaciones serán por los importa
resultantes de aplicar, al monto de los créditos objeto de
protección expresa del fondo a cargo de la institución de que se
trate, el porcentaje correspondiente para cada tipo de
aportaciones que fije la citada dependencia del ejecutivo
federal, mismo que se determinará semestralmente
considerando la experiencia que se tenga acerca de la
proporción que han representado los quebrantos de instituciones
de crédito, respecto del monto de los pasivos bancarios; las
condiciones normativas y de vigilancia existentes; la necesidad
de constituir una reserva para hacer frente a los apoyos que se
quiera otorgar; así como en su caso, el saldo de los
financiamientos referidos.
No excederán las aportaciones semestrales del 1 al millar y del
1.5 al millar del importe al que asciendan al día último del
semestre natural inmediato anterior, los créditos objeto de
protección expresa del fondo a cargo de la propia institución.
El Banco de México cargará, en las cuentas que lleva a las
instituciones de crédito el importe de las cuotas ordinarias y
extraordinarias que estos deban cubrir conforme a lo dispuesto
en el «a.» que se analiza, precisamente en las fechas en que tala
pagos deban efectuarse. Las cantidades así cargadas serán
abonadas simultáneamente al fiduciario (ibid. fr. IV).
4) Límites: El Fondo no protegerá las obligaciones
subordinadas, los créditos que se deriven de depósitos de
valores en custodia y administración, así como la parte de los
mismos protegidos expresamente, que, en su caso, exceda de la
cantidad que resulte de aplicar, a los pasivos de la institución de
crédito deudora los porcentajes máximos determinados
conforme a lo previsto en el inciso a) del «a.» 94 bis I de la
LIC. Para este último efecto, se considerarán como un solo
crédito los que sean en favor de los grupos de personas que, de
acuerdo a lo previsto en la citada disposición, deban
considerarse como un solo acreedor. Los saldos de depósitos
bancarios de dinero en cuenta de cheques, no quedan sujetos a
lo dispuesto en este apartado (ibid. fr. III-c).
El gobierno federal responderá en todo tiempo del pago de
depósitos y otros créditos, derivados de la realización de las
operaciones bancarias efectuadas por las instituciones
nacionales de crédito en virtud de que las mismas quedan
excluidas de la aplicación del «a.» objeto de ata voz («aa.» 94
bis 7 fr. IX y 94 bis 8 LIC).
Es menester aclarar que si bien es cierto que los bancos sirven
de intermediarios para el crédito, también lo es que entre los
particulares esta institución es harto común, y según la relación
jurídica que entre los mismos se realice, estará regulada dicha
relación por las leyes del derecho común o del derecho
mercantil.

CRIMINOLOGÍA
I. (Del latín crimen, inis, crimen, y logía), tratado acerca del
delito, sus causas y su represión.

II. Existen varias definiciones de criminología, dentro de las


más importantes podemos señalar las que nos dan los teóricos
como Rafael Garófalo, Quintiliano Saldaña, Constancio
Bernardo de Quirós, David Abrahansen, Stephan Hurwitz,
Ernest Seelig, Hans Goppinger, y Benigno di Tullio.
Para Rafael Garófalo la criminología es la ''ciencia del delito'',
distinguiendo el delito natural del delito sociológico. El primero
es aquel que el legislador lo considera como tal y lo incluye en
el «CP». El delito sociológico, natural o crimen, a aquel que se
caracteriza por una lesión de aquella parte del sentido moral
(sentimientos altruistas de piedad y probidad), según la medida
que se encuentra en las razas humanas superiores, y cuya
medida es indispensable para la adaptación del individuo a la
sociedad.
Para Quintiliano Saldaña la criminología ''Es la ciencia del
crimen o estudio científico de la criminalidad, sus causas y
medios para combatirla''.
Para Constancia Bernaldo de Quirós, la criminología es la
ciencia que estudia al delincuente en todos sus aspectos. Hay
ciencias del delito (derecho penal) del delincuente
(criminología); y la ciencia de la pena (penología).
David Abrahansen dice que criminología es la investigación
que a través del estudio de la etiología del delito y la filosofía
del delito, busca tratar o curar al delincuente y prevenir las
conductas delictivas.
Stephan Hurwitz señala que la criminología es la ciencia que
pone de relieve los factores de la criminalidad individuales y
sociales que fundamentan la conducta criminal.
Ernest Seelig da a la criminología un alcance enciclopédico, ya
que señala su objeto como el estudio del crimen ya sea como
fenómeno naturalístico o bien jurídico.
Hans Goppinger dice que la criminología es una ciencia
empírica e interdisciplinaria. Se ocupa de la esfera humana y
social, relacionadas con el nacimiento la comisión y la
prevención del crimen así como del tratamiento del transgresor
de la ley.
Benigno di Tullio define a la criminología como la ''ciencia de
la generosidad''.
En México, Alfonso Quiroz Cuarón define a la criminología
como ''una ciencia sintética, causal-explicativa, natural y
cultural de las conductas antisociales''.

III. Los antecedentes histórico-criminológicos son numerosos.


Desde la prehistoria hasta el siglo XIX, pasando por
Mesopotamia, Egipto, China, Israel, Grecia, Roma, la Edad
Media y los precursores de César Lombroso, este último
considerado como iniciador de la criminología, encontramos
importantes aportaciones en el campo del saber criminológico.
Ideas relacionadas con el crimen, con el criminal, con la
criminalidad, así como con la reacción de la comunidad; sin
olvidar las diversas y variadas medidas de represión y
preventivas por quien detenta el poder.
Filósofos (Platón, Aristóteles, Sócrates, San Agustín, Santo
Tomás Moro, etc.), filántropos como John Howard, Cerdán de
Tallada, así como pensadores, médicos de prisiones y juristas
(Juan Jacobo Rousseau, Jeremy Bentham, César Beccaria,
Phillipe Pinel, Augusto Morel, Gaspar Virgilio, entre tantos)
puede considerárseles como el antecedente histórico de lo que
hoy llamamos criminología.

IV. Hoy por hoy la doctrina criminológica nos muestra un


panorama poco preciso por lo que al objeto de estudio de la
criminología corresponde.
Sin embargo en los últimos años se observa una tendencia
bastante generalizada -por lo que a los teóricos de la
criminología corresponde- en el sentido de unificar criterios en
relación con el objeto del estudio criminológico.
Se dice que la criminología estudia el crimen, entendido éste
como antisocialidad. Es decir, el crimen se caracteriza por
destruir valores individuales y sociales, considerados como
básicos tanto para la vida de los individuos, como para la vida
social.
Queda por investigar detenidamente los valores de los grupos
sociales y precisar, dentro de la escala valorativa de cada grupo,
en qué momento y bajo qué circunstancias, que conductas son
reprochables como antisociales y qué reacción se espera de la
comunidad y del Estado cuando dicha conducta se concreta.
El enfoque teórico criminológico que pudiera ofrecer una
aproximación más completa al estudio del crimen es el
interdisciplinario.
Por lo que corresponde a México, es necesario proponer la
investigación criminológica ya que, fuera de algunas
excepciones, esta actividad es prácticamente inexistente en
nuestro ámbito nacional.

CUMPLIMIENTO DE UN DEBER
I. En el uso común, cumplir es ejecutar, llevar a efecto. Hacer
uno aquello que debe o a que esta obligado. Deber es aquello a
que esta obligado el hombre por algún tipo de normas,
particularmente jurídicas o religiosas. También se entiende por
deber, desempeñar el oficio o ministerio de que esta encargado.

II. El «CP», utiliza la expresión en el «a.» 15, «fr.» V: ''Son


circunstancias excluyentes de responsabilidad penal: ... Obrar
en cumplimiento de un deber o en el ejercido de un derecho
consignados en la ley''. El cumplimiento de un deber, como
causa de justificación, supone que la acción cuya realización
constituye el deber, es penalmente típica o, en otra sistemática
(Mezger), un elemento negativo del tipo. La separación entre
cumplimiento de un deber y ejercicio de un derecho es correcta,
ya que en este sentido es debido todo acto cuya omisión es
sancionada, mientras que la segunda hipótesis se refiere a
aquellos actos permitidos pero no obligatorios. Según el código,
el deber ha de estar consignado en la ley, pero ello no significa
que su fundamento de validez esté constituido por un acto del
poder legislativo consistente en una ley en sentido formal, sino
que el deber deriva en cuanto a su fundamento de validez,
directa o indirectamente de una ley en sentido formal. Por ello,
un reglamento puede constituir un deber que ha de ser
cumplido. Lo que se pretende al señalar que el deber esté
consignado en la ley, es subrayar el aspecto jurídico positivo del
mismo, frente a otro orden de normas (morales o religiosas,
p.e.) no integrantes de aquél.

III. Importa distinguir los casos de cumplimiento de un deber


con el de la llamada ''obediencia debida'' («a.» 15, «fr.» VII del
«CP»: ''Obedecer a un superior legítimo en el orden jerárquico,
aun cuando su mandato constituya delito, si esta circunstancia
no es notoria ni se prueba que el acusado la conocía''). Quien
obra en cumplimiento de un deber nunca puede realizar un
hecho ilícito si por tal se entiende que es condición de una
sanción para el agente u otro individuo. En cambio, si es un
ilícito realizar un acto bajo el supuesto de la «fr.» VII del «a.»
15 ya citado. Sólo que en tal supuesto, el que sea ''autor'', puesto
que con este término se caracteriza al sujeto de la imputación
penal, el cual puede coincidir o no con el agente.
Igualmente, frente al acto ilícito que se obedece lícitamente
cabe la legítima defensa del agredido cosa que no ocurre cuando
el ejecutor cumple con un deber impuesto en la ley. Lo que
exponemos supone, lógicamente, que en muchos casos en que
se obedece una orden legítima, se cumple con un deber y tales
casos deben justificarse por esta última razón antes que por la
primera. Pero si éstos fueran todos los casos posibles, la «fr.» II
del «a.» 15 «CP», sería redundante. No lo es precisamente
porque tiene aplicación en aquellos casos en los cuales a la
licitud de la obediencia se aúna la ilicitud de la actividad que es
contenido de la orden. Es evidente que en tal caso se plantea un
conflicto político en el orden jurídico. Pero no un conflicto
lógico, puesto que si obedeciendo la orden el ejecutor fuera
sancionado y desobedeciendo también, el ''deber'' de un juez
sería sancionar al sujeto en todos los casos y ello, lógicamente,
no es posible. Pero es un conflicto político, puesto que desde el
punto de vista del súbdito (en este caso el inferior
jerárquicamente) habría una motivación de su conducta en
sentido doble y contrario. El derecho soluciona tal conflicto,
1o.) otorgando un poder de inspección mínimo respecto a la
orden (su formalidad), y 2o.) cuando aun así subsista el deber
de obedecer, desplazando la imputación hacia el mandante, es
decir, considerando a aquel autor y no a este. Tal es la solución
que Soler ha planteado correctamente a nuestro juicio, para el
derecho argentino y que consideramos valido en el mexicano.
IV. El punto de vista de Soler ha sido cuestionado
recientemente por Gramajo quien ve como correcta la solución
de excluir la cuestión del ámbito de la culpabilidad y de la causa
de justificación, pero disiente con aquél al afirmar que se trata
de un caso de ''inimputabilidad'' entendida en el sentido de que
el ejecutor de la orden ''carecía de capacidad para obrar
culpablemente o para acceder a la culpa de quien impartía la
orden ilegal''. También opina en contra del punto de vista de
Soler, Ricardo Núñez, quien afirma que aquél, ''...desplaza la
cuestión de la acción o autoría de su verdadero ámbito, que es el
aspecto fáctico de la intervención material voluntaria del agente
en la ejecución del delito... y la traslada al campo puramente
jurídico de la irrefragabilidad de la orden de intervenir en esa
ejecución, cuyo examen objetivo corresponde a la cuestión de la
legitimidad de la orden, y subjetivamente, en lo que atañe a su
destinatario, plantea una cuestión de culpabilidad. La
irrefragabilidad de la orden, no excluye el hecho de que la
conducta del subordinado sea la de un autor por su propio
impulso voluntario libre de violencia física (coactus volit). No
se trata, por consiguiente, del traslado de la acción, sino del
traslado de la responsabilidad al superior''. Desde nuestro punto
de vista, sin embargo, el problema de la autoría a un problema
''puramente jurídico'' que se sitúa, precisamente, en el plano de
la responsabilidad. No negamos, por supuesto, que puedan
existir excluyentes como el error o la coacción en relación a la
ejecución de una orden ilícita, sino que pretendemos explicar
aquellos casos en los que ni una ni otra se producen y que sin
embargo no habiendo una causa de justificación ni de
inculpabilidad, hay un acto delictivo sin responsabilidad penal
para su ejecutor.

CUSTODIA
I. Proviene del latín custos que significa guarda o guardián y
ésta a su vez deriva del curtos, forma del verbo curare que
quiere decir cuidar. Es por lo tanto la acción y el efecto de
custodiar o sea guardar con cuidado alguna cosa.

II. En derecho romano tuvo dos acepciones: en derecho penal y


en derecho civil. En este último significó una clase especial de
diligencia que debía aplicar el deudor de cuidar la cosa debida
como un bonus pater familias. En general esa clase especial de
diligencia debía emplearse en todo caso en el cuidado de una
cosa ajena a fin de conservarla y vigilar de tal manera que no
pudiera perderse, o ser robada o usucapida por terceros.
La obligación de custodia ha surgido desde el derecho romano
de las más variadas relaciones jurídicas y especialmente de
cualquiera de los contratos por los cuales se entraba a la
tenencia de alguna cosa ajena, pues por el principio de
custodiam praestare, el deudor respondía por las perdidas o
detrimentos de la cosa ocurridos por su dolo o culpa.
Especialmente, la custodia ha sido el objeto y la esencia del
contrato de depósito. En derecho romano, en un principio debía
haber convenio expreso para que existiera la obligación de
cuidado con la clase especial de diligencia antes mencionada;
posteriormente, se consideró que debía establecerse la
obligación aun sin el convenio expreso de los interesados,
exceptuándose los casos de fuerza mayor. La obligación de
custodia variaba en el contrato de depósito según fuera
voluntario o necesario, considerándose mas rigurosa en el
segundo caso puesto que el depositante no podía elegir al
depositario.

III. En los códigos civiles actuales la custodia se considera


como la primera de las obligaciones del deudor tanto en los
contratos como en los derechos reales por los cuales hay
tenencia de cosa ajena, como en los casos de depósito,
comodato, usufructo, prenda, etc. La doctrina española incluye
a los ''contratos de custodia'' como una clase especial dentro de
la clasificación general de los contratos, en la cual anota el
depósito común, los depósitos especiales y el depósito de los
efectos introducidos por los viajeros en las fondas y mesones
(«aa.» 1783 y 1784 del «CC» español).
En derecho mexicano es poco empleado el vocablo custodia,
ya que excepcionalmente lo encontramos en algunas
disposiciones legales como las siguientes: «a.» 423 del «CC»,
que se refiere a la facultad de corrección que se concede a
quienes ejercen la patria potestad o tienen hijos bajo su
custodia; «a.» 549 del «CPC», que establece que en el caso de
secuestro sobre bienes muebles que no sean dinero, alhajas, ni
créditos, el depositario tendrá el carácter de custodio de los
objetos puestos a su cuidado; «a.» 2136 del «CC», para el
Estado de Tlaxcala que se refiere al contrato de depósito, y
determina que el depositario contrae la obligación de custodiar
el bien y el «a.» siguiente o sea el 2137 que siguiendo las ideas
del derecho romano establece que ''el depositario se obliga a
guardar el bien y conservarlo con la diligencia de un buen padre
de familia si el depósito es oneroso y si es gratuito con el
cuidado y diligencia que emplee en sus propios bienes''.
En otras disposiciones legales en que efectivamente hay
custodia, pues el sentido es precisamente la guarda de una
persona o cosa con toda diligencia y cuidado, se emplean frases
como: ''poner a los hijos al cuidado de'' («a.» 282, «fr.» VI,
«CC»); ''los hijos quedarán en poder de'' («a.» 283 «CC»); ''a
quien sean confiados los hijos'' («a.» 273, «fr.» I, «CC»);
''guarda de la persona y bienes'' («a.» 499 «CC»).
IV. En derecho penal custodia es la persona o escolta que vigila
a un preso a fin de que no escape, e igualmente la acción y
efecto de custodiar a un preso.

DACIÓN
I. (Del latín datio-onis, a su vez de dare, que significa dar.)
Técnicamente la palabra dación quiere decir acción y efecto de
dar; popularmente equivale a donación.

II. Las obligaciones pueden tener como objeto un dar, un hacer


o un no hacer. Las obligaciones de dar están reguladas en los
«aa.» 2011 a 2026 del «CC» y las de hacer o no hacer en las
disposiciones de los «aa.» 2027 y 2028, del mismo
ordenamiento.
De conformidad con el «a.» 2011 del «CC» la obligación de
dar puede consistir en la transmisión de dominio de cosa cierta,
en la enajenación temporal de uso o goce de cosa cierta o, en la
restitución de cosa ajena o pago de cosa debida.
En el sentido profundo del término, la dación es una tradición
y entrega real y efectiva de una cosa; es un doy para que des o
un doy para que hagas y, por consecuencia, podría ser un
contrato innominado.

DECRETO
I. (Del verbo latino decernere, decrevi, decretum, acuerdo o
resolución). Según el Diccionario de la Real Academia
Española: ''resolución, decisión o determinación del jefe del
Estado, de su gobierno o de un tribunal o juez sobre cualquier
materia o negocio. Aplícase hoy más especialmente a las de
carácter político o gubernativo''.
Decreto es toda resolución o disposición de un órgano del
Estado, sobre un asunto o negocio de su competencia que crea
situaciones jurídicas concretas que se refieren a un caso
particular relativo a determinado tiempo, lugar, instituciones o
individuos y que requiere de cierta formalidad (publicidad), a
efecto de que sea conocida por las personas a las que va
dirigido.

II. Históricamente tanto en el derecho romano como en el


derecho canónico aparece la designación de decreto en algunas
instituciones. Una de las cuatro clases de constituciones
imperiales, fuente primaria del derecho romano, recibe la
denominación de decreta, que eran las resoluciones extra
ordinem en procesos civiles o criminales de las que conocía el
emperador tanto en la instancia como en apelación. Creación
jurisprudencial del derecho, a través de la cual se corregía o
reformaba al derecho vigente.
Toda disposición solemne del Papa con alcance general para
toda la Iglesia, o particular para ciertas órdenes o asociaciones
religiosas se llama decreto. La recopilación realizada por un
monje benedictino en 1140, de las decretales pontificias, de las
decisiones de los concilios y de las leyes de los emperadores
relacionadas con la Iglesia, y que constituye una de las fuentes
del derecho canónico se le conoce como Decreto de Graciano
que integra la primera parte del Corpus Iuris Canonici.

III. Los «aa.» 70, 71 y 72 de la C versan sobre la iniciativa y


formación de las leyes o decretos. El «a.» 70 establece que toda
resolución del Congreso tendrá carácter de ley o decreto. Las
leyes o decretos se comunicarán al Ejecutivo firmadas por los
presidentes de ambas cámaras y por un secretario de cada una
de ellas, y se promulgarán en esta forma: ''El Congreso de los
Estados Unidos Mexicanos decreta: (Texto de la ley o decreto)''.
Este precepto fue tomado del «a.» 43 de la C de 1836, que al
igual de la C de 1857, omitió las definiciones de ley y decreto,
en cambio en la C de 1836 se halla, a juicio de Rabasa, la
definición más perfecta que se pueda encontrar en el derecho
positivo y que dice al respecto: ''Toda resolución del Congreso
General tendrá carácter de ley o decreto. El primer nombre
corresponde a las que versan sobre materias de interés común
dentro de la órbita de atribuciones del Poder Legislativo. El
segundo corresponde a las que dentro de la misma órbita, sean
sólo relativas a determinados tiempos, lugares, corporaciones,
establecimientos o personas.''.
El producto o efecto del proceso por el cual uno o varios
órganos del Estado formulan y promulgan normas de observan
da general, abstracta e impersonal, permanente, es la ley.
La doctrina distingue entre la ley que considera como una
disposición de carácter general, y el decreto que conceptúa
como un acto particular. Pero el derecho positivo mexicano
indistintamente llama decretos a las leyes, a los actos del
Congreso que no son leyes, por ejemplo: los que conceden
permiso a un ciudadano mexicano para aceptar y usar títulos o
condecoraciones extranjeras, a los actos del Ejecutivo que
constituyen reglamentos, a los que crean situaciones jurídicas
concretas.

IV. El «a.» 165 del Reglamento para el Gobierno Interior del


Congreso General de los Estados Unidos Mexicanos señala la
formula prescrita para la expedición de las leyes o decretos: el
texto debe estar autorizado por las firmas de los presidentes de
ambas cámaras, y un secretario de cada una de ellas, firma
primero el presidente de la cámara de origen, bajo la formula:
''El H. Congreso de la Unión se ha servido dirigirme el siguiente
decreto'', como una o certificación de que se ha seguido
fielmente el procedimiento legislativo, ya que existe la hipótesis
de que el decreto sea vetado por no haber satisfecho todos los
requisitos procedimentales. A continuación, de acuerdo al «a.»
168 del mismo Reglamento. ''El Congreso de los Estados
Unidos Mexicanos, decreta: (Texto de la ley o decreto)''. Al
final se hace la declaración de promulgación expresada en los
términos: ''En cumplimiento de lo dispuesto en la fracción I del
artículo 89 de la Constitución Política de los Estados Unidos
Mexicanos y para su debida publicación y observancia, expido
el siguiente decreto...'' y por último contiene el refrendo
ministerial sin cuyo requisito no serán obedecidos («a.» 92 C).

V. El principio de la división de poderes atribuye a órganos


distintos la función legislativa, y ejecutiva. La ley tiene su
origen, dentro de este sistema de colaboración de poderes, en el
Poder Legislativo, sin embargo existen casos de excepción que
la C contiene como los señalados por el «a.» 49, que previene
cuando se delegan en favor del Ejecutivo Federal facultades
extraordinarias para legislar, conforme a lo dispuesto en los
«aa.» 29 y 131 segundo pfo.; también se da el caso del «a.» 73
«fr.» XVI de la misma ley fundamental que autoriza al Consejo
de Salubridad General, que depende directamente del presidente
de la República, a expedir disposiciones generales para
preservar la salud pública. En los casos anteriores la ley tiene su
origen en el Poder Ejecutivo, surgiendo lo que se conoce en la
doctrina como decreto-ley y decreto-delegado:
i. Decreto-ley. La C atribuye al Ejecutivo, facultades para
legislar sin necesidad de una delegación de facultades del Poder
Legislativo, la atribución es directa de la C. El presidente de la
República da cuenta al Congreso del ejercicio de esta facultad
(«a.» 73, «fr.» XVI).
ii. Decreto-delegado. El Congreso de la Unión delega al
Ejecutivo facultades extraordinarias para legislar en los casos de
excepción que la propia C determina («a.» 49 C). De
conformidad con el «a.» 29 constitucional, el Congreso
concederá las autorizaciones necesarias para que el Ejecutivo
haga frente a la situación, al suspenderse las garantías
individuales. El «a.» 131 pfo. segundo, establece que el
Ejecutivo podrá ser facultado por el Congreso de la Unión para
legislar en materia arancelaria.
Existen otros tipos de decretos entre los que podemos
mencionar:
Decreto-administrativo. Expresión jurídica de la voluntad del
órgano ejecutivo, que dicta resoluciones en el ejercicio de sus
funciones, sobre una especie particular de los negocios
públicos.
La base constitucional para este tipo de decretos la
encontramos en el «a.» 89 «fr.» I de la C que habla de las
facultades del Ejecutivo para proveer en la esfera administrativa
la exacta observancia de las leyes.
Decreto judicial. En sentido amplio cualquier resolución que
pronuncian los jueces, en casos especiales también se denomina
así el auto o sentencia interlocutoria. La «fr.» I del a. 79 del
«CPC» dispone que los decretos judiciales son simples de
terminaciones de trámite que se dictan dentro del proceso. Los
«aa.» 89 y 90 del mismo ordenamiento, así como el a. 220 del
«CFPC» señalan que las resoluciones judiciales son decretos,
autos o sentencias y los primeros se refieren a simples
determinaciones de trámite.

DECRETO LEY
I. En principio, podemos entender al decreto-ley como la
disposición de carácter legislativo emitida en vía de excepción
por el titular del Poder Ejecutivo o por quien lo detenta.
Evidentemente el decreto-ley accede al derecho público cuando
aparece el Estado constitucional sostenedor de la teoría de la
división de poderes, actualmente denominada división de
funciones, en el Estado absolutista con las funciones legislativa,
ejecutiva y jurisdiccional reunidas en la mano regia no tenía
sentido esta figura legislativa producto de la delegación,
usurpación o asunción de facultades legislativas, en regímenes
con división de poderes. El decreto-ley ''constituye un decreto
normativo que tiene el mismo vigor que la ley formal... el
decreto-ley cabría definirlo como toda regulación por vía de
decreto de materias que, dada su naturaleza, están dentro del
ámbito de la ley formal'' (Nueva Enciclopedia Jurídica, t. VI).
''En general el decreto-ley es la decisión de carácter legislativo
que dicta el poder ejecutivo fundado en el estado de necesidad,
en circunstancias excepcionales ante el receso o caducidad del
poder legislativo. En suma están comprendidos en esta
categoría, todos aquellos decretos que estatuyen sobre materias
que por su propia naturaleza son de índole legislativa''
(Enciclopedia Jurídica Omeba, t. V).

II. Antecedentes históricos. En México, aunque sin emplear


literalmente la locución, se permite el decreto-ley en la C, cuyo
«a.» 49 originalmente disponía: ''El Supremo Poder de la
Federación se divide para su ejercicio, en Legislativo, Ejecutivo
y Judicial. No podrán reunirse dos o más de estos poderes en
una sola persona o corporación, ni depositarse el Legislativo en
un individuo, salvo el caso de facultades extraordinarias del
Ejecutivo de la Unión conforme a lo dispuesto por el artículo
29''. El 10 de diciembre de 1937 el presidente Cárdenas envió a
la Cámara de Senadores una iniciativa, que a la postre fue
aprobada (DO 12-VIII-38), para adicionar el referido «a.»
constitucional agregando al segundo pfo., el siguiente texto: ''En
ningún otro caso se otorgarán al Ejecutivo facultades
extraordinarias para legislar.'' En apoyo a su iniciativa, el
general presidente adujo: ''... Ha sido práctica inveterada que el
Presidente de la República solicite del H. Congreso la concesión
de facultades extraordinarias para legislar sobre determinadas
materias o ramos, facilitándose así la expedición de leyes que se
han estimado inaplazables para regular nuevas situaciones y
para que la colectividad del Estado pudiera desenvolverse en
concordancia con las necesidades del país. La Administración
que presido estima, que la continuación indefinida de esa
práctica, produce el lamentable resultado de menoscabar las
actividades del Poder Legislativo, contrariando en forma que
pudiera ser grave el sistema de gobierno representativo y
popular establecido por la Constitución, puesto que reúne,
aunque transitoria e incompletamente las facultades de dos
poderes en un solo individuo, lo cual, independientemente de
crear una situación jurídica irregular dentro del Estado
Mexicano, en el que la división en el ejercicio del poder es una
de sus normas fundamentales, en el terreno de la realidad va
sumando facultades al Ejecutivo con el inminente peligro de
convertir en dictadura personal nuestro sistema republicano,
democrático y federal. Cree el Ejecutivo de mi cargo que
solamente en los casos de invasión, perturbación grave de la paz
pública o cualquier otro que ponga a la sociedad en grave
peligro o conflicto, mencionados en el artículo 29
Constitucional, se justifica debidamente la concesión de
facultades extraordinarias...''. La trascendencia de esta reforma
encaminada a evitar la proliferación del decreto-ley y a reducir
las posibilidades de que el Ejecutivo legisle, a los casos de
grave peligro previstos por el «a.» 29 constitucional, evidencia
la honradez y la convicción democrática y republicana de
Lázaro Cárdenas, quien como dijera el senador Guerrero en la
sesión extraordinaria de la Cámara de Senadores celebrada el 14
de diciembre de 1937, ''desde la cumbre del poder y gozando
del cariño de los mexicanos rechaza los títulos de jefe máximo
y de hombre fuerte de México, encubridores de tiranías, para
trocarlos por el más honroso el más sencillo de ciudadano al
servicio honrado de su país''.
El 9 de noviembre de 1950, el presidente Ruiz Cortines envió
al Congreso una iniciativa para reformar el «a.» 131
constitucional y por consecuencia, también el 49, cuyos textos
se reformaron y siguen vigentes en los términos siguientes: «a.»
49. ''El Supremo Poder de la Federación se divide para su
ejercicio en Legislativo, Ejecutivo y Judicial. No podrán
reunirse dos o más de estos poderes en una sola persona o
corporación, ni depositarse el Legislativo en un individuo, salvo
el caso de facultades extraordinarias, al Ejecutivo de la Unión,
conforme a lo dispuesto en el artículo 29. En ningún otro caso,
salvo lo dispuesto en el segundo párrafo del artículo 131, se
otorgarán facultades extraordinarias para legislar''; «a.» 131.
''...El Ejecutivo podrá ser facultado por el Congreso de la Unión
para aumentar, disminuir o suprimir las cuotas de las tarifas de
exportación, expedidas por el propio Congreso y para crear
otras; así como para restringir y para prohibir las importaciones,
las exportaciones y el tránsito de productos, artículos y efectos,
cuando lo estime urgente, a fin de regular el comercio exterior,
la economía del país, la estabilidad de la producción nacional, o
de realizar cualquier otro propósito, en beneficio del país. El
propio Ejecutivo, al enviar al Congreso el Presupuesto Fiscal de
cada año, someterá a su aprobación el uso que hubiese hecho de
la facultad concedida''. (DO 28-III-51).

III. Explicación del concepto. El decreto-ley como hemos visto


puede producirse en el Estado de facto y en el Estado de
derecho; a raíz de un golpe de Estado quien detenta el Poder
Ejecutivo dicta decretos-ley en clara usurpación de la función
legislativa; a raíz de una revolución, es frecuente que quien la
acaudilla asuma la función legislativa y dicte decretos-ley. El
Estado de hecho, requiere pues del decreto-ley para su
organización provisional, con miras a convertirse, por lo menos
formalmente en Estado de derecho, en el cual el decreto-ley es
un procedimiento excepcional de legislación delegada atribuido
al Ejecutivo para determinadas situaciones. ''Presionados por la
necesidad, las cámaras todopoderosas abandonan
provisionalmente en manos del gobierno una parte de su poder
legislativo: mediante una 'ley de plenos poderes' le autorizan
durante cierto periodo y en un ámbito limitado, a hacer
reglamentos con fuerza de ley, es decir que pueden modificar
las leyes en vigor, tales 'decretos-ley' se someterán luego a la
ratificación del parlamento en un determinado plazo de tiempo.
Así se llega a una confusión de poderes parcial y temporal que
deforma el régimen parlamentario en otro sentido, es decir,
dando al Ejecutivo una preponderancia de hecho, pero sin
asegurarle la duración''.
La Constitución española de 1978 hace pleno y expreso
reconocimiento de la figura del decreto-ley en sus «aa.» 85 y
86, el último de los cuales literalmente ordena: ''I. En caso de
extraordinaria y urgente necesidad, el Gobierno podrá dictar
disposiciones legislativas provisionales que tomarán la forma de
Decretos-ley y que no podrán afectar al ordenamiento de las
instituciones básicas del Estado, a los derechos, deberes y
libertades de los ciudadanos regulados en el Título I, al régimen
de las Comunidades Autónomas ni al Derecho electoral general.
2. Los Decretos ley deberán ser inmediatamente sometidos a
debate y votación de la totalidad al Congreso de los Diputados,
convocado al efecto si no estuviese reunido, en el plazo de los
treinta días siguientes a su promulgación. El Congreso habrá de
pronunciarse expresamente dentro de dicho plazo sobre su
convalidación o derogación, para lo cual el Reglamento
establecerá un procedimiento especial y sumario. 3. Durante el
plazo establecido en el apartado anterior, las Cortes podrán
transitarlos como proyectos de ley por el procedimiento de
urgencia''.
En Italia consideran al decreto-ley comprensivo de todas las
disposiciones normativas expedidas por el Poder Ejecutivo,
cuya eficacia es idéntica a la de la ley formal; el «a.» 76 de la
Constitución italiana, permite la delegación legislativa en favor
del Ejecutivo, bajo la base de una precisa ''determinación de los
principios y criterios directivos y sólo para tiempo limitado y
para objetos definidos''. La delegación de la función legislativa
en favor del Ejecutivo conforme al «a.» 76 de la Constitución
italiana tiene ''... Los siguientes límites que conciernen,
respectivamente: 1) a la materia delegada, que, por lo regular,
debe ser sustancialmente legislativa (admitiéndose la delegación
de leyes medidas sólo en situaciones particulares de interés
general, susceptibles de valoración puramente política que
implican un juicio que, por razones especialmente técnicas, no
puede formularse directamente por el parlamento); 2) al
destinatario de la delegación, que debe ser el Gobierno
(entendido, sobre la base de los artículos 92 a 96 de la
Constitución, como conjunto de ministros, reunidos en Consejo
de ministros, y, en consecuencia, no alguno de ellos
considerado aisladamente u otros órganos o entes); 3 a la forma
de la ley delegada, que (según el artículo 87, V, de la
Constitución) debe ser la propia del decreto presidencial
(asemejándose el valor de la intervención del jefe del Estado al
implicado por la promulgación de las leyes, y exigiendo,
además, el complejo procedimiento que caracteriza los decretos
en cuestión: deliberación del Consejo de ministro publicación
análoga a la de las leyes, etc.); 4) al contenido de la ley de
delegación, que debe contemplar 'objetos definidos'
(excluyendo, por esto, cualquier 'delegación de plenos poderes',
excepto en el caso ya recordado de la 'liberación del estado de
guerra confiriendo al Gobierno poderes necesarios, según el
artículo 78 de la Constitución: número 144), y, además, debe
determinar 'los principios y criterios directivos' que el Gobierno
está obligado a seguir en la elaboración de las mismas normas;
5) al tiempo que durará la delegación, que debe ser,
necesariamente, limitado'. Mediante las cinco clases de límites
indicadas la Constitución ha acogido tal instituto, eliminando
las dudas sobre su constitucionalidad, que frecuentemente se
presentaron estando vigente el ordenamiento estatutario, pero,
al mismo tiempo, ha excluido la posibilidad de su empleo con
excesiva amplitud, como sucedió, en cambio, durante el periodo
fascista, por la excesiva formulación genérica del número 1 del
artículo 3 de la ley de 31 de enero de 1926, número 100''.
En México la «SCJ» ha resuelto que ''la delegación de
facultades legislativas en favor del Ejecutivo, es una excepción
al principio de división de poderes, y por su carácter
excepcional, esta delegación produce la consecuencia de que,
tanto la legislatura al otorgarla, como el Ejecutivo al usar de
ella, lo hagan con la justa medida y con la conveniente precisión
para no sobrepasar al margen de la excepción; ( ... ) Si bien es
cierto que la facultad de expedir leyes corresponde al Poder
Legislativo, también lo es que, cuando por circunstancias graves
o especiales, no hace uso de esa facultad, o de otras que le
confiere la Constitución, puede concedérselas al Ejecutivo para
la marcha regular y el buen funcionamiento de la
administración pública, sin que se repute anticonstitucional el
uso de dichas facultades por parte de aquel, porque ello no
significa ni la reunión de dos poderes en uno, pues no pasan al
último todas las atribuciones correspondientes al primero, ni
tampoco una delegación del poder legislativo en el ejecutivo,
sino más bien una cooperación o auxilio de un poder a otro''.
(Amparo en revisión 2065/64. Manuel Hernández Rosas y
Coags. 4 de abril de 1967. Unanimidad de 20 votos. Ponente:
Mariano Ramírez Vázquez. «SJF», sexta época, «vol.» CXVIII,
primera parte, abril de 1967, pleno).
Las constituciones de algunos estados de la República admiten
la posibilidad del decreto-ley, según se aprecia en los
respectivos artículos constitucionales que a continuación se
transcriben:
Colima: «a.» 20. ''El Poder Supremo del Estado se divide, para
su ejercicio, en Legislativo, Ejecutivo y Judicial. No podrán
reunirse dos o más de estos poderes en una sola persona o
corporación ni depositarse el Legislativo en un individuo, salvo
el caso de facultades extraordinarias concedidas al gobernador
conforme a lo dispuesto en el artículo 33 fracción XXI de esta
Constitución''.
Chiapas: a. 15. ''Los Poderes Públicos del Estado constituyen
el Gobierno del mismo y son: Legislativo, Ejecutivo y Judicial.
No podrán reunirse dos o más de estos Poderes en una sola
persona o corporación, ni depositarse el Legislativo en un solo
individuo, salvo el caso de facultades extraordinarias que se
concedan al Ejecutivo, conforme a lo dispuesto en la fracción
XXIV del artículo 34''.
México: a. 36. ''Nunca podrán reunirse dos ni los tres Poderes
del Estado en una persona o corporación, ni depositarse el
Legislativo en un solo individuo, salvo el caso previsto en la
fracción XXXVIII del artículo 70 de esta Constitución''.
Puebla: a. 21. ''El Poder Público del Estado se divide para su
ejercicio en: Legislativo, Ejecutivo y Judicial. Cada uno de
estos Poderes se organizara en la forma que más adelante se
establece, y nunca podrá confiarse el ejercicio simultáneo de las
facultades de dos o más de ellos a una sola persona o
corporación, salvo el caso de fuerza mayor, a juicio del
Congreso del Estado''.
Querétaro: a. 29. ''Nunca podrán reunirse dos o más poderes en
una persona o grupo de personas, ni depositarse el Legislativo
en un solo individuo, salvo el caso de la fracción XXIII del
artículo 63''.
San Luis Potosí: a. 14. ''El Estado de San Luis Potosí, es parte
integrante de la Federación Mexicana; adopta, para su régimen
interior, la forma de gobierno republicano, representativo y
popular, y se ejerce por medio de los Poderes Legislativo,
Ejecutivo y Judicial, sin que puedan reunirse dos o más de éstos
en una sola corporación o persona, excepto el caso de facultades
extraordinarias concedidas al Ejecutivo en los términos que
establece la presente Constitución''.
Sonora: a. 27. ''No podrán reunirse dos o más Poderes en una
sola persona o corporación, ni depositarse el Legislativo en un
solo individuo, excepto en el caso previsto por la fracción
XXXIII del artículo 64 de esta Constitución''.
Tabasco: a. 11. ''El Poder Público se divide, para su ejercicio,
en Legislativo, Ejecutivo y Judicial. No podrán reunirse dos o
más Poderes en un solo individuo o corporación, ni depositarse
el Legislativo en una sola persona, salvo lo prevenido en la
fracción XVIII del artículo 36 de ata Constitución''.
Veracruz: a. 37. ''No pueden reunirse dos o más de esos
poderes en una sola persona o corporación, ni depositarse el
Legislativo en un individuo. La observancia de este precepto
podrá suspenderse en las casos de la fracción XXII del artículo
68''.
Zacatecas: a. 25. ''El Supremo Poder del Estado se divide, para
su ejercicio, en Legislativo, Ejecutivo y Judicial. No podrán
reunirse dos o más Poderes en una sola persona o corporación
salvo el caso de facultades extraordinarias concedidas al
Ejecutivo, en los términos que establece esta Constitución''.
Según hemos visto en los textos constitucionales transcritos,
en México está prevista la existencia y vigencia del decreto-ley,
aun cuando no se le designe literalmente con esa denominación,
pero coincidente en términos generales con lo que la doctrina
considera como tal, no obstante que no se exija el requisito de la
ratificación o convalidación congregasional o parlamentaria que
establecen las constituciones de otros países.

DELINCUENTE
I. En principio podemos decir que delincuente es aquella
persona que ha cometido un delito. Aparentemente esta noción
es demasiado genérica. Sin embargo en dos de sus componentes
-persona y delito- encontramos el marco de referencia para
derivar la esencia delictiva en el ser humano, es decir, la
compleja relación entre individuo, sociedad, cultura y orden
jurídico.

II. La literatura criminológica maneja conceptos afines al de


delincuente. No existe hasta el momento común acuerdo en
cuanto a la denominación del transgresor al ordenamiento
jurídico penal, manteniendo cada escuela y corriente
criminológicas sus criterios respectivos, resultado estos últimos
de marcos filosóficos, jurídicos y metodológicos particulares.
Es así como se habla de criminales, transgresores, antisociales,
desviados, atípicos sociales, malhechores, etc.
Cabe señalar en este punto el esfuerzo reciente de la
criminología por unificar conceptos, prefiriéndose en este caso
la acepción criminal, misma que engloba la noción de antisocial
dentro de la cual, y como especie, tendríamos en la mayoría de
los casos, al delincuente.

III. Antecedentes. Las Escuelas Clásica y Positiva de Derecho


Penal consideraron al delincuente en el caso de la primera,
como un hombre normal, más o menos igual a todos los seres
humanos que por su libre y espontánea voluntad se propuso y
realizó un acto previsto por la ley penal como delito. La Escuela
Positiva, por el contrario, mantuvo un criterio determinista de la
conducta delictiva, siendo delincuente aquella persona que
observa un acto delictivo como resultado de una patología
individual. Fueron numerosos los estudios antropológicos,
fisiológicos, psicológicos y sociales de la Escuela Positivista
para explicar, con poco éxito, la pretendida relación
enfermedad-delito.
Periodo 1900 a 1940. Corresponde a los primeros cuarenta
años del presente siglo la elaboración de los primeros cuerpos
teóricos en criminología, dentro de los cuales encontramos
importantes observaciones, pudiendo resumirlas en tres grandes
rubros: teorías de la indiferenciación; teorías de la
diferenciación cualitativa, y teorías de la diferenciación
cuantitativa.
Periodo 1940 a 1980. Nace en este lapso la criminología
interdisciplinar haciendo notar que la esencia de lo delictivo en
el ser humano no habrá de buscarse en diferencias bien
cualitativas o bien cuantitativas, entre delincuentes y no
delincuentes sino en la búsqueda de los procesos que llevan a
un individuo en un momento y lugar determinados a cometer un
delito.

IV. La esencia delictiva en el hombre se obtiene del análisis de


los procesos que llevan a grupos sociales a observar, en un
momento dado, conductas delictivas por un lado; y, por el otro,
el estudio de los procesos bio-psico-sociales que conducen a
ciertos individuos a transgredir la ley penal. Es así como los
esquemas enfermedad-delito, o bien antisocialidad-delito son
equívocos, ya que el primero pretende forzar una relación entre
patología individual o social y delito y en todo delito encontrar
la esencia de lo antisocial. Lo delictivo pues, no hace referencia
en modo esencial a la patología individual o social; como
tampoco es lo antisocial su rasgo definitorio. Como hemos
dicho, la esencia de lo delictivo es un complejo fenómeno bio-
psico-social que supone procesos individuales y colectivos,
mismos que habrán de estudiarse desde un enfoque
interdisciplinario sin perder de vista la íntima relación entre la
personalidad del delincuente, los procesos de creación de la ley
penal violada, así como los procesos de reacción social formal e
informal y que se derivan de la detección de la referida
transgresión y que tienden a culminar en el éxito del
etiquetamiento del transgresor como delincuente..
Es así como, y sin pretender definición alguna, delincuente
vendría a ser aquel individuo, sano o enfermo, que ha llegado a
violar el ordenamiento jurídico penal previamente existente
como resultado de un proceso bio-psico-social que sólo es
entendible en un contexto integral, y que por reacción social del
Estado se ha logrado tener éxito en su etiquetamiento como
delincuente, y que no necesariamente dicha conducta reviste
características de antisocial, ni todo hecho antisocial es por
fuerza delictivo

DELITO
I. En derecho penal, acción u omisión ilícita y culpable
expresamente descrita por la ley bajo la amenaza de una pena o
sanción criminal.

II. Este concepto del delito como ente jurídico, derivado de los
extremos exigidos por la ley para tener una acción u omisión
por criminalmente punible, difiere por supuesto, del concepto
de delito que puedan eventualmente utilizar las ciencias de la
conducta o la sociología. Así, es distinto, p.e., del implicado al
hablarse de lucha contra el delito, en que se alude
manifiestamente al fenómeno social de la delincuencia o
criminalidad.
Nada tiene que ver tampoco este concepto jurídico con el de
delito natural, elaborado por los positivistas (Garofalo) en un
intento de fijar el contenido material del delito en todas las
sociedades y en todos los tiempos. Los juristas han seguido
tratando, sin embargo, de precisar las características
sustanciales que una determinada legislación ha tenido en
cuenta para incluir una acción u omisión en el elenco de los
hechos punibles, esfuerzo que difícilmente puede arrojar
resultados claros, debido a que esa selección proviene de un
juicio valorativo basado, ora en la naturaleza y entidad del bien
jurídico protegido, ora en el carácter irreparable de la lesión
inferida a él, ora en las características especialmente odiosas de
la forma de conducta incriminada, y, las más veces en la
concurrencia de más de uno de los factores señalados o de todos
ellos.

III. De la definición formal ofrecida surgen tanto el núcleo de la


infracción como sus caracteres:
a) El mero pensamiento no es susceptible de castigo
(cogitationis poenam nemo patitur). Para que haya delito es,
pues, necesario, en primer término, que la voluntad humana se
manifieste externamente en una acción o en la omisión de una
acción. Es frecuente abrazar la acción y la omisión bajo el
común concepto de conducta, base y centro del delito, sin la
cual éste es inconcebible. Aunque esa conducta no puede, en sí
misma, ser escindida, aparece en cuanto conducta delictiva, es
decir, en cuanto delito, dotada de ciertos caracteres que, para los
efectos del análisis, se estudian por separado. Estos caracteres
son la tipicidad, la ilicitud o antijuridicidad y la culpabilidad.
Antes de hacer referencia a cada uno de ellos, empero, importa
tener presente que falta la conducta en la hipótesis de fuerza
irresistible y en aquellas en que el acto no es voluntario o se ha
ejecutado en estado de supresión de la conciencia por diversas
causas.
b) La acción u omisión deben ser típicas, ello es, conformarse
a una descripción de la conducta delictiva hecha previamente
por la ley (tipicidad). Esta descripción es el tipo, medio de que
el derecho se vale, en la parte especial de los códigos penales o
en leyes penales independientes, para individualizar las
conductas punibles. Los tipos son predominantemente
descriptivos, y comprenden en sus descripciones contenidos
tanto objetivos como subjetivos.
La tipicidad de la acción u omisión no se da cuando en el
hecho acaecido falta alguno de los elementos objetivos del tipo
o todos ellos, cuando por error de tipo desaparece el dolo sin
dejar un remanente culposo y cuando esta ausente alguno de los
demás elementos subjetivos requeridos por el tipo, en su caso.
c) Las acciones u omisiones típicas deben, en seguida, para
constituir delito, ser antijurídicas esto es, hallarse en
contradicción con el derecho. Tal ocurre cuando no existen en
el ordenamiento jurídico, tomando en conjunto, preceptos que
autoricen o permitan la conducta de que se trata, autorizaciones
o permisos que reciben el nombre de causas de justificación.
Entre éstas cuéntanse la defensa legítima, el estado de necesidad
justificante, el cumplimiento de un deber, y el ejercicio legítimo
de un derecho.
d) Las acciones y omisiones típicas y antijurídicas deben,
finalmente, para constituir delito, ser culpable, es decir, deben
poder reprocharse personalmente a quien las ha efectuado. Para
que ese reproche tenga lugar debe el sujeto a quien se dirige ser
imputable, haberse hallado en la posibilidad de comprender el
carácter ilícito de su acto y haber obrado en circunstancias que
hayan hecho exigible una conducta conforme a derecho.
La culpabilidad se excluye, por tanto, por inimputabilidad del
sujeto o por haber obrado éste en virtud de error de prohibición,
o en condiciones de no poder exigírsele otra conducta adecuada
a derecho.
De lo dicho aparece, pues, que la culpabilidad presupone la
antijuridicidad del hecho y que ésta, a su vez, implica la
tipicidad del mismo. Tipicidad, antijuridicidad y culpabilidad
son, así, caracteres ineludibles de todo delito.

IV. El delito doloso puede ser tentado o consumado.


Legalmente se dice que hay tentativa en el comienzo de
ejecución de un delito que no llega, sin embargo, a consumarse
por causas ajenas a la voluntad del agente. El delito se entiende
formalmente consumado en el momento en que concurren todos
los elementos que integran su descripción legal.
Salvo el caso en que el tipo o figura de delito implique la
necesaria concurrencia de más de un agente, como, p.e., en el
delito de adulterio, el delito doloso puede cometerse por una
persona, o, en general, por varias personas eventualmente. En
este concurso no necesario sino eventual de varios sujetos,
alguno o algunos de ellos pueden tener intervención directiva o
ejecutoria y otros las de instigación o auxilio.
Aparte la concurrencia o concurso de varias personas en un
delito puede darse el concurso de varios delitos cometidos por
un mismo sujeto. Este concurso puede ser real o material; o
bien, concurso ideal. El primero, que el «CP» llama
acumulación, se produce cuando se juzga al sujeto por varias
acciones delictivas independientes, y el segundo, cuando un
solo acto viola simultáneamente varias disposiciones penales.

V. Los delitos se agrupan en la parte especial de los códigos


penales de acuerdo al bien jurídico que ofenden, ato es, al
correspondiente interés de la vida colectiva protegido por la ley
penal. El libro II del «CP» procede de ese modo, pero aunque
los bienes jurídicos de naturaleza social quedan allí antepuestos
a los de alcance individual, ello no significa ninguna jerarquía
preordenada de valores ni expresa en forma necesaria una
política criminal determinada. Ese orden comprende los delitos
contra la seguridad de la nación (tít. 1o.), el derecho
internacional (tít. 2o.), la humanidad (tít. 3o.), la seguridad
pública (tít. 4o.), las vías de comunicación y correspondencia
(tít. 5o.), la autoridad (tít. 6o.), la salud (tít. 7o.), la moral
pública y las buenas costumbres (tít. 8o.), los delitos de
revelación de secretos (tít. 9o.), los de los funcionarios públicos
(tít. 10o.), los delitos contra la administración de justicia (tít.
11o.), los cometidos en el ámbito de la responsabilidad
profesional (tít. 12o.), los delitos de falsedad (tít. 13o.), los
delitos contra la economía pública (tít. 14o.), los delitos
sexuales (tít. 15o.), los delitos contra el estado civil (tít. 16o.),
los delitos en materia de inhumaciones y exhumaciones (tít.
17o.), los delitos contra la paz y seguridad de las personas (tít.
18o.), los delitos contra la vida y la integridad corporal (tít.
19o.), los delitos contra el honor (tít. 20o.), los que importan
privación ilegal de la libertad y de otras garantías (tít. 21o.), los
delitos contra el patrimonio (tít. 22o.), y el delito de
encubrimiento (tít. 23o.).
VI. Tras esta clasificación de las infracciones de acuerdo al bien
jurídico contra el cual se dirigen, mencionaremos las más
importantes clasificaciones de los tipos, hechas de acuerdo a
diferentes puntos de vista.
Aparte la distinción entre delitos de acción y de omisión y
entre tipos dolosos y tipos culposos, cabe diferenciar los delitos
de daño o lesión de los delitos de peligro, según que el hecho
delictuoso importe, en seguida, una efectiva lesión del bien
jurídico (homicidio, lesiones, violación, etc.) o su mera
exposición a peligro (asociaciones delictuosas, armas
prohibidas, y otros). Esta clasificación no debe confundirse con
la que distingue, luego, entre delitos de resultado, en que el tipo
respectivo lo requiere para conformar el hecho delictuoso, y
delitos de mera conducta (mal llamados formales), en que ese
resultado no es necesario en la configuración del tipo.
Se habla, desde otro punto de vista, de delitos básicos y de
delitos calificados o privilegiados. En los primeros el tipo
establece el concepto fundamental de la conducta que se
sanciona, del cual los calificados acuñan una modalidad más
grave y los privilegiados una más leve.
Habida cuenta, todavía, de la forma de consumación, se hace
diferencia entre delitos instantáneos, que se consuman en un
solo momento, como el de la muerte en el homicidio, y delitos
permanentes, que el «CP» llama continuos en su «a.» 19,
caracterizándolos como aquellos ''en que se prolonga sin
interrupción, por más o menos tiempo, la acción o la omisión
que los constituyen''. Esta distinción es de importancia para
apreciar la actualidad de la agresión en la defensa legítima, para
dar comienzo al cómputo del plazo en la prescripción y para
ciertos fines procesales. El delito permanente (o continuo) no
debe confundirse con el continuado, ''en que una serie de
conductas configuran una consumación'' (Zaffaroni).
Finalmente cabe mencionar aquí la distinción entre delitos
comunes, cuyo sujeto activo posible es todo el mundo, y delitos
especiales o propios, en que esa posibilidad esta reservada sólo
a un círculo determinado de personas, como es el caso de la
traición a la patria, que sólo puede cometerla el mexicano.
También es esta distinción jurídicamente significativa en
diversos respectos, sobre todo en materia de participación.
En cuanto a la clasificación de alcance procesal entre delitos
flagrantes y no flagrantes, véase flagrancia.

DEMOCRACIA
I. (Del griego demos, pueblo, y kratos, fuerza, poder,
autoridad.) Doctrina política según la cual la soberanía
pertenece al conjunto de los ciudadanos -principio que enuncia
la frase célebre: el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el
pueblo-; régimen político caracterizado por la participación de
los ciudadanos en la organización del poder público y en su
ejercicio.

II. En acepción moderna y generalizada, democracia es el


sistema en que el pueblo en su conjunto ejerce la soberanía y,
en nombre de la misma, elige a sus gobernantes.
Pero, es bastante difícil determinar el contenido de la
democracia; en efecto, la palabra se presta a muchas
interpretaciones, y se ha vuelto un término de prestigio: todo
régimen se autocalifica como democracia (Carpizo, ''La,
clasificación''). Dicho de otro modo, al parecer la democracia no
tiene enemigos, sino que suscita adeptos fervorosos en todo el
planeta; así es como, hoy en día, tenemos la democracia liberal
u occidental y sus matices, la socialista de la Europa del Este y
sus variantes, la popular de Asia, la folklórica africana, bastante
sui generis, y la inevitable ''democracia militar'' que surge,
arraiga y prospera en muchos puntos del globo.
Si en la terminología de fines del siglo XX, la democracia se
ve afligida por innumerables adjetivos, es que, como las
monedas, padece de inflación y está en peligro de perder su
valor, pues no todos sus especímenes son de buena ley: la hay
cristiana, tribal, industrial, marxista, política, social,
conservadora, económica, autoritaria, sindical, etc.
Para intentar poner un poco de orden en esta confusión,
diremos que un régimen democrático de tipo occidental es aquel
que realmente asegura a la persona sus garantías individuales, le
proporciona un mínimo de seguridad económica, y no concentra
el poder en una persona o en un grupo (Carpizo, ''La
clasificación''), sino que consagra el principio de la elección
popular, de la separación de las funciones legislativas, ejecutiva
y judicial, así como el del pluralismo ideológico. De ahí que el
régimen democrático es incompatible con las formas de
gobierno aristocrático y autocrático.
Por último, no debe confundirse democracia con república: la
república es la forma, la democracia es el fondo.

III. Históricamente, la democracia nació en las ciudades griegas


y revistió la forma de democracia directa.
1. La experiencia política griega se analiza como un hecho
esencial en la historia del pensamiento político, si bien la
democracia ateniense (508-330 «a.C.») ha sufrido varias crisis y
adoptado formas diversas. Pericles (495-429 «a.C.») estimaba
que el único fin de la polis era el de asegurar al ciudadano la
libertad, la justicia y el completo desarrollo de su personalidad.
La soberanía pertenecía a los ciudadanos en su conjunto; demos
era el primero, el principal, pero tenía que respetar la ley
(nomos): ésta era la que aseguraba la democracia y hacía libres
e iguales a los politai (ciudadanos).
Era democrática la polis en que la ley era la misma para todos
(isonomia), en que el ciudadano intervenía en los debates
públicos (isegoria) en la Ecclesia y participaba en la dirección
de la ciudad (isocratia) en la Boule.
Pero, importa subrayar que el régimen democrático de la
Atenas de Pericles no concernía sino a una pequeña fracción de
la población, de la polis; en efecto, era considerable la
desproporción entre los politai y los demás habitantes, metecos
y esclavos: Atenas reunía a unos 400 000 vecinos, y de los 40
000 politai que contaba, tan sólo una décima parte participaba
efectivamente en los trabajos de la Ecclesia -por razones
prácticas obvias, pues resulta fantástica la imagen de una
asamblea de 40 000 miembros.
2. En Roma, la República (509-27 «a.C.»), su organización
progresiva y su evolución continua han puesto de relieve
grandes diferencias de concepción respecto de la idea griega de
democracia. Limitémonos a mencionar cónsules y dictadores,
tribunos del pueblo, comicios y Senado, así como la larga lucha
entre patricios y plebeyos, que terminó (-300) por la admisión
de la plebe en todas las magistraturas.
3. Después de largos siglos de monarquía de derecho divino, a
menudo absoluta, al renacer la vida política en Occidente, el
pensamiento europeo rinde homenaje a las obras de los grandes
filósofos griegos -Pitágoras, Sócrates, Tucídides, Platón,
Aristóteles, entre otros-; las repúblicas italianas de la Edad
Media (Venecia, Génova, Pisa y Florencia redescubren el
universo de los grandes pensadores helénicos antes que la
Inglaterra del siglo XVII (Locke y que la Francia del siglo
XVIII (Montesquieu, Rousseau, etc.).

IV. A fines del siglo XVIII, con las revoluciones


norteamericana y francesa aparece una forma nueva de la
democracia que va a permitirle aplicarse en los grandes Estados
modernos: se trata de la democracia representativa o indirecta,
en la que los ciudadanos eligen de entre ellos a aquellas que los
representarán en los cuerpos legislativos.
1. Hoy en día, los rasgos esenciales de la democracia liberal
(también calificada como clásica, occidental, política, y, desde
el punto de vista marxista, como ''burguesa'') -indirecta,
semidirecta y, excepcionalmente, directa- son los siguientes: 1)
elección de los gobernantes por los gobernados; 2) separación o
colaboración de poderes; 3) garantía de los derechos
individuales y de las libertades fundamentales; 4)
pluripartidismo; 5) aparición, después de la Primera Guerra
Mundial, de los derechos sociales, y de los derechos
económicos después de la Segunda.
La democracia directa, a imagen de la polis griega, funciona
hoy en día todavía en un caso único: el de los tres cantones
suizos de Glaris, Apenzell y Unterwald. Estos cantones han
conservado sus asambleas populares (Landsgemeinde) que se
reúnen una vez al año; sin embargo, su papel consiste en
controlar a los gobernantes, más que en participar en las
decisiones gubernamentales, es decir en gobernar realmente.
La democracia semidirecta acude, entre otros, a dos
procedimientos que permiten a los ciudadanos expresar su
opinión sobre los problemas que les estén sometidos: la
iniciativa, que tiende a provocar una decisión de los
gobernantes, y el referéndum, que tiende a ratificarla o
rechazarla. En el mecanismo del referéndum, la vigencia de una
decisión tomada por los dirigentes está subordinada a la
aprobación expresa de los gobernados: adopción de una nueva
constitución o reforma a la constitución vigente (referéndum
constitucional, como en Francia, p.e.), adopción de una nueva
ley o reformas a una ley vigente o abrogación de la misma
(referéndum legislativo, como en Italia, p.e.). El referéndum es
por excelencia el instrumento de la democracia semidirecta,
pues permite prescindir del Parlamento y dirigirse directamente
al pueblo.
2. Desde la Revolución bolchevique de 1917, la ideología
marxista completada por la aportación leninista, tiene hoy en
día una ''base'' concreta: la experiencia de los países socialistas
cuyos regímenes políticos proclaman expresamente su filiación
marxista-leninista.
Entre ellos, precisa destacar los que se califican como
democracia popular. Este tipo de régimen político, surgido a
partir de 1945 en la Europa central y oriental, caracteriza los
ocho países -Albania, Bulgaria, Checoslovaquia, Hungría,
Polonia, Rumania, Yugoslavia y Alemania del Este, nacida en
1949- que han adoptado el sistema económico socialista, bajo la
influencia de la URSS, si bien los estigmas del cisma no
tardaron en manifestarse en Albania y Yugoslavia -y, más tarde,
en la China Popular de Mao Tse-tung.
En las democracias populares -variantes de la democracia
soviética-, desde el punto de vista político, la sociedad está
gobernada por una formación política única -el partido
comunista- integrada por ciudadanos cuya adhesión al partido
obedece a criterios esencialmente políticos. Desde el punto de
vista económico, los dirigentes de estos países se guían en su
acción por una concepción del socialismo que persigue la
transformación de las estructuras económicas (nacionalización
de los medios de producción, de los transportes y la banca,
colectivización de las tierras, planificación rígida) y sociales
(sociedad sin clases para establecer ''la democracia auténtica'').
En oposición con la democracia liberal u occidental, en la
ideología de la democracia popular, el valor central, el elemento
fundamental, no es el individuo sino la sociedad considerada
como un ente en sí; de ahí que estos regímenes tienden a
realizar la igualdad, sin preocuparse por asegurar el ejercicio
efectivo de los derechos individuales y de las libertades
fundamentales -si bien todas las constituciones populares, a
ejemplo de la URSS, consagran unos y otras con énfasis.
Queda uno desconcertado: ¿será una ''democracia'' el régimen
político que se despreocupa de las garantías individuales,
desconoce la separación de poderes y rechaza el
pluripartidismo? ¿Será ''democrático'' el régimen que suprime la
democracia política? Ciertamente no; se trata en realidad de las
formas contemporáneas de la autocracia, y esta confusión
resulta ser grave y peligrosa.
Accesoriamente, desde un punto de vista puramente
gramatical, cabe señalar que la expresión ''democracia popular''
es un pleonasmo, puesto que ''democracia'' significa ''gobierno
popular''.
3. Por su parte, la C proclama su adhesión a la ideología de la
democracia liberal, consagra el principio de la soberanía
popular y adopta el régimen de la democracia representativa:
''Es voluntad del pueblo mexicano constituirse en una república
representativa, democrática...'' («a.» 40); ''la soberanía nacional
reside esencial y originalmente en el pueblo; todo poder público
dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste ...'' («a.»
39).

DENUNCIA
I. Del verbo denunciar, que proviene del latín denuntiare, el
cual significa ''hacer saber'', ''remitir un mensaje''.

II. La expresión denuncia tiene varios significados. El más


amplio y difundido es el que la entiende como un acto en virtud
del cual una persona hace del conocimiento de un órgano de
autoridad, la verificación o comisión de determinados hechos,
con el objeto de que dicho órgano promueva o aplique las
consecuencias jurídicas o sanciones previstas en la ley o los
reglamentos para tales hechos. Dentro de este significado
amplio se puede ubicar el que se da a esta expresión dentro del
derecho procesal penal, como acto por medio del cual una
persona pone en conocimiento del órgano de la acusación (el
Ministerio Público, en México) la comisión de hechos que
pueden constituir un delito perseguible de oficio. Al lado de la
denuncia, el «a.» 16 C permite la querella como medio para
iniciar la averiguación previa; al igual que la denuncia, es una
participación de hecho que pueden constituir delito, formulada
ante el órgano de la acusación, por persona determinada e
identificada, pero a diferencia de la simple denuncia, debe
tratarse de un supuesto delito perseguible a petición del
ofendido y debe ser hecha precisamente por este o su
representante legal. Fuera de estos dos medios legítimos de
iniciar la averiguación previa en el proceso penal, se entiende
que el «a.» 16 C proscribe todos los demás medios, como las
delaciones secreta y anónima y las pesquisas general y
particular.
1. Además de este significado preciso de la expresión denuncia
dentro del derecho procesal penal, también tiene uno similar en
el derecho disciplinario de los funcionarios judiciales, donde se
le utiliza como medio para poner en conocimiento del órgano
sancionador las posibles faltas oficiales en que incurran dichos
funcionarios. En este sentido, el «CPC» alude a la llamada
''queja'' como denuncia de faltas oficiales («aa.» 171, 724 y 47
del título especial de la justicia de paz); y la «LOTJFC» utiliza
indistintamente las expresiones queja y denuncia («aa.» 278 a
280).
2. En el derecho procesal civil, la denuncia es entendida como
una actitud del demandado que consiste en solicitar al juzgador
que haga del conocimiento de un tercero el juicio que se ha
iniciado con la demanda, y lo llame a participar en él, para que
la sentencia que se llegue a dictar pueda adquirir, en su caso, la
autoridad de la cosa juzgada frente a dicho tercero llamado a
juicio. También se alude a la denuncia de un intestado, para
designar la forma de iniciación del juicio sucesorio ab intestato,
manifestando el fallecimiento de una persona sin dejar
testamento y acompañando los documentos que acrediten su
parentesco con el denunciante («a.» 799 «CPC»).
3. En el derecho internacional público la denuncia es uno de
los modos de terminación de los tratados internacionales, y
consiste en la declaración de voluntad que hace una de las
partes contratantes de retirarse del tratado, sin responsabilidad,
en los términos previstos en el propio tratado.

III. Derecho procesal penal. En el derecho procesal penal, la


denuncia de hechos probablemente delictuosos puede ser
formulada de manera verbal o por escrito, ante el Ministerio
Público o la policía judicial. Cuando la denuncia se presente
verbalmente, se hará constar en el acta que levantará el
funcionario que la reciba. En ambos casos, deberá contener la
firma o la huella digital del denunciante y su domicilio; y el
funcionario que la reciba, deberá requerir a éste para que se
produzca bajo protesta de decir verdad.
La denuncia debe limitarse a describir los hechos
supuestamente delictivos, sin calificarlos jurídicamente. El
funcionario que reciba la denuncia debe prevenir al denunciante
para que ajuste su denuncia a esta exigencia, e informarle sobre
la trascendencia jurídica del acto que realiza, las penas en que
incurren quienes se conducen con falsedad ante las autoridades
y las modalidades del procedimiento.
Cuando el denunciante haga publicar la denuncia, estará
obligado a publicar también a su costa y en la misma forma
utilizada para esa publicación, el acuerdo que recaiga al
concluir la averiguación previa, si así lo solicita la persona en
contra de la cual se hubiese formulado dicha denuncia («aa.»
2o., «fr.» I, 118 y 119 del «CFPP» y 274 y 276 del «CPP»).

IV. Derecho procesal civil. En la legislación civil del Distrito


Federal no se regula de manera sistemática la ''denuncia del
pleito a terceros''. El «a.» 2823 del «CC» prevé esta posible
actitud del demandado, cuando se trate de un fiador, en los
siguientes términos: ''Si hubiere renunciado a los beneficios de
orden y excusión, el fiador, al ser demandado por el acreedor,
puede denunciar el pleito al deudor principal, para que éste
rinda las pruebas que crea conveniente; y en caso de que no
salga al juicio para el indicado objeto, le perjudicará la
sentencia que se pronuncie contra el fiador''.
El «a.» 5o. del «CPC» dispone que el poseedor derivado que
sea demandado en un juicio reivindicatorio, ''puede declinar la
responsabilidad del juicio designando al poseedor que lo sea a
título de dueño''. A su vez, los «aa.» 22 y 657 prevén la
posibilidad de que el adquirente de un bien cuya propiedad o
posesión le sea demandada en un juicio, pida al juez la denuncia
del pleito al enajenante obligado a la evicción y lo emplace para
que comparezca como demandado principal.
El «a.» 68 del «CPC» del Estado de Sonora regula de manera
más sistemática los casos en los cuales procede pedir al juez la
denuncia del pleito a un tercero, así como los requisitos de la
denuncia y las consecuencias del llamamiento.
Conviene aclarar que el tercero llamado a juicio en virtud de la
denuncia deja de ser, en sentido estricto, un tercero ajeno a la
relación procesal y se convierte, por el llamamiento, en una
tercerista en la modalidad de tercería-llamamiento o provocada,
distinta de la tercería-intervención o espontánea (en
terminología precisa de Alcalá-Zamora).

V. Derecho internacional público. Para que tenga validez la


denuncia como manifestación de voluntad de una de las partes
para dar por terminado un tratado o convenio internacional,
regularmente se requiere que las partes contratantes hayan
aceptado, de consuno, esta forma de terminación en el propio
tratado.

DEONTOLOGÍA JURÍDICA
I. Del griego déor participio neutro del impersonal dei, significa
''lo obligatorio, lo justo, lo adecuado''. El término deontology,
fue forjado por Jeremías Bentham, en su obra Deontology, or
Science of Morality, de 1834; donde el autor se ocupó de
estudiar los deberes que han de cumplirse para alcanzar el ideal
utilitario del mayor placer posible para el mayor número posible
de individuos.

II. El estudio filosófico del derecho al ocuparse de materias


relativas a la conducta humana, en especial a la normación de la
conducta humana no puede limitarse a una simple enunciación
de los hechos. La relación del objeto de estudio y los fines
humanos, implica que dicho objeto debe ser valorado por la
filosofía jurídica, y conforme a dichas valoraciones debe
construirse idealmente el ''debe ser'' de las normas de derecho.
La deontología jurídica es la disciplina que se ocupa de esa
tarea es la rama de la filosofía jurídica que tiene como finalidad
específica la determinación de cómo debe ser el derecho y cómo
debe ser aplicado.
La importancia práctica de la deontología jurídica la pone de
manifiesto Vanni, haciendo ver la relación que existe entre las
formaciones sociales y la actividad psíquica de los hombres.
Siguiendo a Mannheim, hay que afirmar la influencia, muchas
veces determinante, de las valoraciones humanas de lo que debe
ser (utopía) sobre el real acontecer de los hechos, que mediante
la actividad humana con sentido finalístico, suelen aproximarse
a los ideales que se forjan los hombres mediante un razonar
deontológico.
Ahora bien, no todo razonamiento relativo a lo que alguna
cosa deba ser, constituye un pensar deontológico. La
deontología y, por tanto, la deontología jurídica, siendo
disciplinas filosóficas, se deducen del estudio exhaustivo de la
naturaleza humana y de los fines del hombre en relación al
orden universal (I. Vanni citado por Pattaro), íntimamente
vinculada con la teoría del conocimiento y la ontología, cuyas
conclusiones les sirven de presupuestos. De este modo queda
claro, que los elocuentes discursos en el recinto del poder
legislativo de un Estado, exaltando las virtudes de una ley
determinada, no suelen constituir argumentaciones
deontológico-jurídicas por tratar un tema particular y
generalmente sin el rigor analítico y sistemático del
razonamiento filosófico.
Según Del Vecchio, la deontología jurídica es la rama de la
filosofía del derecho que tiene por objeto el estudio de la
justicia. Para el maestro de Bolonia, la justicia es la ''idea del
derecho'', al que le otorga un contenido puramente formal e
independiente a cualquier criterio valorativo. Del Vecchio
estudia en su investigación deontológica tres problemas: la
indagación de ''la idea del derecho'' (del derecho justo), la
crítica a la racionalidad del derecho vigente y la crítica a la
legitimidad del mismo.
Norberto Bobbio (citado por Pattaro), llegó a sostener que la
deontología jurídica era la filosofía del derecho en sentido
estricto, porque la ciencia, decía, es una toma de posesión de la
realidad. Dicho autor articuló su investigación deontológico-
jurídica en tres momentos: el fenomenológico, de naturaleza
histórico-comparativa; el analítico, complementado con los
métodos de la filosofía analítica y el deontológico en sentido
estricto, consistente en una toma de posesión y enjuiciamiento
crítico valorativo ante el derecho.
El uso de la palabra deontología tiende a caer en desuso
aunque no ha sido totalmente abandonada: suele utilizarse
también como los deberes que han de cumplirse en una
profesión determinada, de donde se desprende que en este
sentido particular, la deontología jurídica se identifica con la
ética profesional de los juristas.

DEPORTACIÓN
I. Del latín deportatio-onis.

II. La deportación, pena política, aflictiva e infamante,


encuentra sus orígenes remotos en el sistema punitivo adoptado
por los antiguos Estados mediterráneos y es una pena
etimológica e históricamente enmarcada dentro del derecho
romano, llevando normalmente aparejada la pérdida de los
derechos de ciudadanía y confiscación de bienes.
Si bien se puede considerar que tal sanción cae en desuetudo
después de la caída del Imperio Romano, ésta, sin embargo,
vuelve a aparecer cuando las grandes naciones europeas
extienden sus dominios a ultramar, pero revistiendo ahora un
particular aspecto económico y social (población de colonias
lejanas).

III. Actualmente la deportación puede calificarse en general


como aquel tipo de sanción que tiene por objeto, a diferencia
del destierro, exiliar únicamente a residentes extranjeros de
manera temporal o permanente fuera del país por motivos
especialmente de oportunidad política; siendo ésta también
susceptible de aplicación en relación con aquellos sujetos
presuntamente responsables de haber infringido sustancialmente
normas del orden jurídico nacional y constituyendo así un
eficaz medio de liberarse la sociedad de personas calificadas
como peligrosas para la cohesión de la misma.

IV. De acuerdo a la C la deportación. como pena aflictiva, debe


considerarse como una sanción no permitida por nuestro
sistema jurídico en cuanto que el «a.» 22 de la C prohibe
expresamente toda pena inusitada y trascendental.
Por otra parte y a diferencia de lo que sucede en el sistema
constitucional norteamericano (en donde existe previo juicio y
garantía de audiencia), nuestra C ha investido al ejecutivo de la
Unión con la ''facultad exclusiva de hacer abandonar el
territorio nacional, inmediatamente y sin necesidad de juicio
previo, a todo extranjero cuya permanencia juzgue
inconveniente''.
En el juicio de amparo promovido por Chong Bing J.
Domingo de nacionalidad china por supuestas violaciones
cometidas a las normas contenidas en los «aa.» 14, 16 y 19 de la
C, como consecuencia de las órdenes de arresto, detención y
expulsión del territorio mexicano decretado por el gobernador
del estado de Sonora y en cumplimiento de instrucciones
giradas por el presidente de la República, la «SCJ» sostuvo que
el ejecutivo federal poseía la facultad exclusiva de expulsar del
territorio nacional, sin previo juicio, al extranjero cuya
residencia fuese considerada, en forma discrecional por el poder
ejecutivo, como inconveniente por razones de seguridad
pública.
Sin embargo, hay que añadir que autores tales como Jorge
Carpizo, si bien afirman que en estos casos no procede el juicio
de amparo, reconocen que las tesis de la «SCJ» no han sido
uniformes, y que en alguna de ellas se expresa que el ejecutivo
federal deberá fundar y motivar la causa legal de su
procedimiento.
En este sentido la deportación no deberá ser confundida con la
figura jurídica de la ''expulsión'' consagrada por nuestra «LGP»
(«a.» 95) y cuya aplicación es prevista para aquellos extranjeros
que se hubieren internado ilegalmente en el país, se dediquen a
actividades ilícitas, o que se ostenten como poseedores de una
calidad migratoria distinta de la que tienen.

DEPÓSITO
I. (Poner en seguridad, del latín depositum que se deriva a su
vez de deponere) El «CC» en su «a.» 2516 lo define como un
contrato por el cual el depositario se obliga hada el depositante
a recibir una cosa, mueble o inmueble que aquél le confía, y a
guardarla para restituirla cuando la pida el depositante. El
legislador de 1928 quiso quitarle al depósito el carácter de
contrato real, al definirlo como obligatorio y extendió el
contrato abarcando no sólo los muebles sino también los
inmuebles.

II. Un elemento es fundamental en el contrato de depósito: el


depositario se obliga a custodiar para restituir. La obligación de
custodiar es la característica fundamental del depósito, si bien la
encontramos en otras figuras contractuales. Así el mandatario,
el comodatario y el arrendatario tienen la custodia de las cosas
que se le confían, pero en estas figuras contractuales la custodia
es tan sólo una obligación, en tanto que en el depósito el
custodiar constituye la obligación fundamental. Así resulta de la
tesis jurisprudencial 148 en la que la «SCJ» legitima al
depositario para pedir amparo cuando se trata del ejercicio de
sus derechos personales o de funciones propias, manifestando
nuestro alto Tribunal que son funciones propias y específicas de
los depositarios las de ser guardián o administrador de los
bienes.
El fundamento del contrato de depósito no sólo es el general
de la libertad de contratación sino que específicamente satisface
la necesidad del depositante, cuando por atenciones preferentes
se ocupa de otras cosas o tiene que trasladarse a otros lugares a
cuyo efecto encarga el cuidado de sus cosas sin abandonarlas y,
por esta razón, el depósito surge fundándose en la honradez y
buena fe del depositario y en la confianza ilimitada que de él
tiene el depositante. Es por esta circunstancia por la que si bien,
como veremos surgen obligaciones en el depositante y en el
depositario, el contrato no es sinalagmático o bilateral pues no
hay ligamen en las mismas, sino unilateral pues la obligación
fundamental del depositario es custodiar para restituir y no
queda exonerado de esta obligación aunque el depositante no le
cubra los gastos que haya hecho en la conservación del depósito
o que no haya pagado los perjuicios a no ser, dicen los «aa.»
2532 y 2533 del «CC» que, el depositario, para asegurarse del
cumplimiento de las expensas y del pago de los perjuicios, pida
judicialmente el aseguramiento, mas entonces ya no estamos en
presencia de un contrato, sino de un acto judicial.

III. En cuanto a las clases de depósito éste puede ser


extrajudicial, es decir de derecho común y judicial, mas en este
caso recibe el nombre de secuestro. A la luz del «a.» 2517
«CC» el depósito es oneroso pero puede ser gratuito. Los
estudiosos distinguen también entre depósito voluntario que
satisfaría los extremos de la definición del «a.» 2516 del «CC»
y depósito necesario o miserable cuando es producto de una
voluntad que la ley presupone como en el caso de incendio,
inundación o cualquier otro desastre, pues en estas hipótesis el
consentimiento presunto se basa, en cuanto al depositante, en la
regla de que todo el mundo quiere que lo favorezca y en lo que
se refiere al depositario en la sabia disposición de que no
quieras para otro lo que no quisieras para ti mismo.
Finalmente, se distingue el depósito regular del irregular
siendo el primero aquel en el que no se señala tiempo ni
duración facultándose el depositante para exigir la restitución
cuando la pida. El depósito irregular es aquel en el que se
faculta el depositario para usar la cosa depositada; entregando
otra en su lugar, en este caso se asemeja al contrato de mutuo,
pero se distingue de él en que éste se constituye a beneficio del
mutuario, en tanto que el depósito irregular se constituye en
beneficio del depositante.
Otra especie de depósito es el del albergue u hospedaje a que
se refieren específicamente los «aa.» del 2536 al 2538 del «CC»
pues habiendo establecido el legislador que los dueños de
establecimientos en donde se reciban huéspedes son
responsables del deterioro, destrucción o perdida de los erectos
introducidos en el establecimiento con su consentimiento o el
de sus empleados, salvo que prueben que se han dañado por
imputación a los propios huéspedes; para evitar la carga que
tendría el depositario de probar el conocimiento expreso de que
se introducen los bienes en sus establecimientos, imponen a los
hospederos la obligación de recibir dinero, valores u objetos de
precio notoriamente elevado si se entregan expresamente al
dueño del establecimiento o a sus empleados para constituir el
depósito. En este caso cualquier aviso para limitar su
responsabilidad no exime de la misma al posadero.
La capacidad que se exige a las partes en el contrato de
depósito es la capacidad general para contratar, pero se otorga
una mayor latitud extendiéndose las obligaciones del depósito
incluso a los incapaces porque si lo fuera el depositante el
depositario no podría alegar la anulabilidad del contrato y, si el
incapaz es el depositario éste no podrá eximirse de restituir la
cosa depositada si la conserva aún en su poder o el provecho
que hubiere recibido de su enajenación pues la base del
contrato, como se ha dicho, es la confianza.
En cuanto a las obligaciones, las del depositario son: las de
guardar la cosa depositada; restituirla cuando se lo pida el
depositante aunque al constituirse el depósito se hubiese fijado
plazo y éste no hubiese llegado. La restitución debe hacerse con
todos sus productos y accesorios; si el objeto ha sido recibido
cerrado, se restituirá en la misma forma. El objeto debe
restituirse al depositante o a sus causahabientes o a la persona
designada por éstos y debe hacerse en el lugar señalado siendo a
cargo del mismo los gastos de la entrega.
Por estas circunstancias el depositante está obligado a
reembolsar al depositario los gastos de conservación e
indemnizarlo de los perjuicios sufridos.

DERECHO

I. (Definición, problema.) ''Todavía buscan los juristas -decía


sarcásticamente Kant- una definición de su concepto de
derecho.'' Y, en efecto, ''pocas cuestiones referentes a la
sociedad humana han sido preguntadas con tanta persistencia y
contestadas de formas tan diversas, extrañas e, incluso,
paradógicas, como la cuestión: '¿qué es derecho?''' (H.L.A.
Hart). Tal interrogante ha generado innumerables respuestas: se
ha hablado de la ''naturaleza'', de la ''esencia'', del derecho
produciendo arsenales de distintas y, en ocasiones,
contradictorias ''naturalezas'', ''esencias'', ''fines'' y
''características''. Esto se debe, entre otras cosas, al hecho de que
los juristas ''no sabían que el enemigo más peligroso para la
ciencia es aquel siervo desleal amo secreto del pensamiento: el
lenguaje [y] la ciencia jurídica casi no había advertido el
problema'' (H. Kantorowicz). En vez de buscar modo theologico
la ''naturaleza'', ''esencia'', o ''fines propios'' del derecho ¿no
sería más razonable preguntarnos por lo que la expresión
'derecho' nombra? ¿No sería más razonable (y útil) establecer
qué tienen presente los juristas (jueces y abogados) cuando usan
tal expresión?
Las dificultades que enfrentan los juristas (y otros científicos
sociales) para definir 'derecho' se debe, las más de las veces, a
su adhesión a ciertas concepciones teóricas o ideológicas (en las
que el derecho juega un papel importante) que hace que no se
tenga una idea precisa de los presupuestos que deben tenerse en
cuenta cuando se define una expresión como 'derecho'. Existen
autores que pretenden que sólo puede haber un ''único'' y
''verdadero'' concepto de derecho y se sumergen en grandes
meditaciones sobre su esencia, sin prestar atención al uso
ordinario ni al dogmático de la expresión e ignorando la
estipulación de un significado que sea teóricamente fecundo (C.
Nino).
En este espacio no pretendo introducir una definición ''más
apropiada'', ''más correcta'' de ''derecho'', sino informar sobre
sus usos persistentes en la literatura jurídica, con el propósito de
saber a qué se refieren los juristas cuando usan dicho término o
expresiones que lo contienen Metodológicamente, la
determinación del concepto de derecho es, sobre todo, un
problema de análisis del lenguaje. En lo que al examen
empírico se refiere, el problema consiste en determinar las
condiciones que sin ser necesarias ni suficientes nos permiten
referirnos a ciertas cosas u objetos con el término 'derecho'.
Consecuentemente, en vez de proporcionar una definición que
determine ex nunc lo que es el derecho, me propongo relacionar
una serie de características definitorias que los juristas, desde
diferentes enfoques, adscriben al objeto derecho. La exposición
constituye, así, un análisis de 'derecho' (y términos
equivalentes) y de las expresiones que lo contienen, atendiendo
no a su correspondencia con una ''esencia'' o ''naturaleza''
(eterna, inmutable o dialéctica), sino a su coherencia y utilidad
en las operaciones cognitivas que desarrollamos (y
comunicamos). No es pues sorprendente que el mismo Kelsen
considere que ''cualquier intento por definir un concepto
(derecho) tenga que tomar como punto de partida el uso común
de la palabra. que [lo] denota...''.
La explicación del término ''derecho'' no puede ser restrictiva
(arbitrariamente restrictiva). La determinación del alcance de la
expresión ''derecho'' constituye la delimitación de un sector de
la experiencia que debe corresponder el objeto descrito por la
ciencia jurídica (dogmática) y su historia. Para este propósito no
existe procedimiento más apropiado que la exposición de las
caracterizaciones que, siendo lógicamente consistentes, no se
desvían del uso del lenguaje (ordinario como técnico). Cierto es
que si las características consideradas son insuficientes,
entonces ''derecho'' podría aplicarse indiscriminadamente a
todo, privando a la ciencia jurídica (dogmática) y a su historia
de objeto y sustantividad. Si, por lo contrario, las características
atribuidas son exageradas (por razones metodológicas o
concepciones ideológicas) podría excluirse un buen número de
cuestiones que han sido consideradas, desde siempre, parte de la
experiencia jurídica.
¿Por qué dedicarle tanto tiempo y tanto esfuerzo a este
problema? Pareciera que esto no sucede en otras esferas del
conocimiento (P. J. Fitzgerald, H.L.A. Hart). Se puede decir que
la necesidad de proporcionar una definición del derecho
proviene de la urgencia en clarificar el más fundamental de
todos los conceptos jurídicos, el del derecho mismo. Este
argumento, sin embargo se frecuentemente mal entendido.
''Derecho'' no es un concepto jurídico, así como ''geometría'' no
es un concepto geométrico. (P. J. Fitzgerald, W. W. Buckland).
Sin embargo, una clara concepción del derecho y sus funciones
permite entender y comprender el alcance de los argumentos
jurídicos, los cuales son de enorme significado práctico. De
hecho, la gran mayoría de cuestiones jurídicas presupone una
referencia al concepto del derecho y a la forma como éste opera.
Por otro lado, el problema es metodológicamente importante:
la determinación del concepto del derecho delimita el campo de
la ciencia del derecho.

II. (Etimología y significado originario.) a) Etimología. La


palabra ''derecho'' proviene del latín directum el cual deriva de
dirigere (''enderezar'', ''dirigir'', ''encaminar''), a su vez, de
regere, rexi, rectum (''conducir'', ''guiar'', ''conducir rectamente,
bien''). Por extraño que parezca, ''derecho'' no desciende de una
palabra latina de morfología semejante e igual significado. La
palabra latina que corresponde a ''derecho'' (o a sus equivalentes
en las lenguas modernas) es sus de antigua raíz indoiránica (v.
infra).
''Derecho'' pertenece a una familia de palabras (de diferentes
lenguajes) que se remontan a la raíz indoeuropea rj la cual
significa ''guiar'', ''conducir''. Rectum, sin duda, proviene de rj y
corresponde al sánscrito rjyat (rají: ''enderezar'', ''arreglar'') y al
griego: erektos: ''erecto'', ''recto''. Esta etimología es común a
lenguas celtas y germánicas: raitht (gótico), raith (cimbrio), Ret
(escandinavo, del antiguo nórdico: rettr), rect (irlandés), right
(inglés, del antiguo alemán: Reht), Recht (alemán). El prefijo
di, el cual deriva de las raíces dh y dhr y que dan la idea de
estabilidad y firmeza, fue incorporado posteriormente,
formando, así, la voz directum (derectum). Las lenguas
romances ofrecen distintas derivaciones de di-rectum: ''de-
recho'' (o ''d-recho'') di-reito o d-reito (portugués), d-recht
(provenzal), d-roit (francés), d-ret (catalán), drept (rumano), d-
ritto o di-ritto (italiano).
Así, ''derecho'' implica ''dirección'', ''guía'', ''ordenación'' detrás
de ''derecho'' subyace la idea de regulación (de regere: regir,
regular. Por otro lado, ''derecho'' connota ''lo recto'' (rectum: lo
correcto, ''lo que esta bien''). ''Derecho'' recibe con el significado
descriptivo de directum, todas sus connotaciones incluyendo su
carga emotiva (v. infra).
b) Significado originario. Con el propósito de consignar los
usos persistentes de la expresión ''derecho'' en la literatura
jurídica nada es más conveniente que revisar brevemente los
usos de ius, no sólo porque éstos se encuentran recogidos en las
lenguas modernas, ni tampoco porque hasta bastante tarde en
Europa el lenguaje jurídico técnico seguiría expresándose en
latín, sino, fundamentalmente, porque los usos prevalecientes de
''derecho'' reciben su significado paradigmático en la
jurisprudencia romana.
Primeramente, los romanos usan ius para indicar el lugar
donde se llevaba a cabo el proceso: ''ius dicitur locutus in quo
ius redditur ... is locus recte ius appellatur'' (D. 11, 11: ... se
llama derecho al lugar en el que es aplicado... este lugar se
denomina correctamente derecho). Ius significa así lugar o acto
de administrar justicia: el pronunciamiento del derecho, el ius
dicere (decir el derecho), el ius reddere (dar, restituir el
derecho). Y, por extensión, ius aparece como la expresión de la
decisión de un juez, de ahí la frase ita ius esto (''de manera que
el derecho sea...''). De ahí, también, iura dare (T. Liv. 1,8,1, o
Virg. Aen, 1. 507). Ius es un operador oracional que señala un
específico pronunciamiento y se lee: ''jurídicamente...'', ''el
derecho es...''. Así se explica la importancia primordial de la
jurisdicción en el nacimiento y desarrollo del derecho. ''El
origen del derecho no data... sino de la época de la creación de
las funciones judiciales: [''derecho''] y ''administración de
justicia'' son... nociones sinónimas (R. Ihering). El derecho
existe, o mejor, algo (una decisión, una pretensión) existe como
derecho (ita ius esto) a partir de que recibe la sanción judicial.
Por ello no es extraño que ius signifique en ocasiones, ''actos o
formalidades procesales'' (H. Lévy-Bruhl) como en las frases:
técnicas: in ius vocatio, interrogatio in iure o ''fundamento de
una pretensión'' (M. Kaser, J. Gaudemet).
Existen buenas razones para considerar que ius, en general, es
más bien fórmula que concepto abstracto: iura es la colección
de decisiones judiciales. Iura (como díkai en griego) es una
expresión que enuncia decisiones de autoridad. Y dondequiera
que este término es tomado en sentido restringido encontramos
la idea de fijación de un texto, fórmula establecida (función que
era privilegio de ciertos individuos, de cierta corporación, los
pontífices). Estos iura están representados en las XII Tablas,
compuestas en su origen por sentencias que expresaban el
estado del ius y que comenzaban con el operador: ita ius esto o
uno equivalente. Estamos ante el imperio de la palabra, imperio
manifiesto en términos en los cuales este sentido concuerda: iu-
dex (latín), med-diss (oscuranto), dikas-pólos (griego), eo-sago
(germánico), los cuales significan: ''aquel que dice la regla'',
«i.e.» ''el juez''. No es el hacer sino el pronunciar, lo que es
constitutivo del derecho; ius y dicere, iu-dex, nos recuerdan este
vínculo constantemente. Por ello, conjuntamente, con las, el
verbo dicere domina en las fórmulas judiciales. Con la
mediación de este acto de palabra, se desarrolla toda la
terminología procesal romana: iudex, iudicare, iudicium, iuris-
dictio, etc. (E. Benveniste, G. Calhound).
Igualmente por extensión, ius se aplicaba no sólo a la decisión
del iudex sino a los praecepta o fórmulas que éste aplicaba o
adoptaba en el proceso. Esto se aprecia fácilmente en
expresiones como ibidem iuris est o quid iuris est (cuando nos
preguntamos por el derecho que debe aplicarse). Por eso se
sostiene que los iura (los derechos y facultades de los
individuos: establecidos en los pronunciamientos judiciales
precedieron al ius (conjunto de praecepta y principios). El ius
quo populus romanus utitur (el complejo de normas que el
pueblo romano aplica) sigue en tiempo y se contrapone a alicui
ius esse utendi fruendi (al goce de cualquier derecho) (M.
Kaser, R. Sohm).
Estos pudieron haber sido los usos orinarios como lo revelan la
etimología y el significado de ius y iurare.
El análisis de los usos de dike ha puesto en claro, entre otras
cosas, la conexión que guarda con los usos judiciales de ius:
díken aipein corresponde a ius dicere; dikaios, a iustus;
dikaspólos, a iudex. Asimismo, al igual que díke, palabra que
designa el derecho humano opuesto al divino (thémis), ius
nombra los praecepta humanos oponiéndose a fas. (E.
Benveniste, G. Calhound. A. Berger).
Es dentro de las lenguas indoiránicas donde encontramos los
antecesores de ius: el veda yoh y el avéstico yaos. Yaos
significa ''purificación''; el sentido de yoh, debe ser ''salud'' (así:
samca yosca: ''felicidad y salud''). El iránico conservó yaos en
fórmulas en las cuales se combina con el verbo: da (''investir'',
''hacer disfrutar'') para formar el verbo yoazda (''purificar'') del
cual derivan varias palabras relacionadas: yaozdatar: ''aquel que
tiene el encargo de purificr'', yaozdati: ''purificación'', etc. En
estas derivaciones se aprecia claramente el sentido original de
yaos: ''hacer de conformidad con las prescripciones'', ''realizar
según lo requiere el culto''. Se trata pues de una condición del
sacrificio, del rito: aquel que ofrece debe hacer ritualmente apto
el objeto del culto (oblación). Estamos en presencia de una
expresión fundamental de un código religioso (o mágico). Todo
acto debe ser ritualmente realizado y con el objeto adecuado.
Esta integridad ritual es la condición indicada por yaozda. Yoh
es una expresión de augurio: se dirige a alguno deseándole que
el estado de salud y prosperidad le sea concedido; yoh, es una
palabra para pronunciarse. La situación de yaos es un poco
diversa. El vínculo de yaos con da (''investir'', ''hacer'') muestra
que yaos enuncia una acción a realizar y no (o no sólo) una
palabra a pronunciar. Esta diferencia es de gran importancia
dentro del derecho y el ritual en los cuales los ''actos''
frecuentemente son palabras. Gracias a los términos
indoiránicos analizados descubrimos el significado originario de
ius. La palabra yous (ius) significa ''el estado de regularidad
requerido por las reglas rituales''. En latín (particularmente en el
lenguaje jurídico) esta idea es sobrepuesta a la doble situación
advertida ya en los términos indoiránicos que le anteceden. La
expresión ius indica cualquiera de estas situaciones (o ambas):
la indicada por la derivación iustus en expresiones jurídicas
como: iustae nuptie (''matrimonio lícito''), iusta uxor (''esposa
legítima''), en donde significa ''lo que está conforme a la
fórmula del ius''. El otro significado se encuentra manifiesto en
la expresión ius dicere, en donde ius funciona como el operador
de la fórmula que prescribe aquello a lo que un individuo debe
atenerse. Aquí yace el fundamento de la noción ''derecho'' en la
Roma arcaica (E. Benveniste).
El vocablo latino ius tiene un verbo derivado: iurare (''jurar'')
cuyos usos nos informan del significado de ius. La evidencia
historiográfica muestra claramente como se prestaba juramento
en el mundo romano y cómo iurare deriva de ius (Plauto,
Rudens, 1331 y ss.; A. Gellio, Noctes atiicae II, 24 Tito Liv. II,
1,9, Tácito Historiae, I, 37; Gayo, Inst...). Aquel que induce a
otro a prestar juramento debe praeire verbis (enunciar el texto)
que el compromitente debe repetir palabra por palabra. Esta es
la parte esencial de la ceremonia. Iurare no designa la misma
cosa que indica el verbo ''jurar'' (o sus equivalentes modernos):
el hecho de comprometerse de manera solemne (invocando un
dios). En Roma el juramento, el hecho de comprometerse, se
llama sacramentum (hecho por el cual se consagra uno a los
dioses e invoca su castigo si falta a la palabra dada). Iurare sólo
designa el hecho de repetir la fórmula pronunciada. La
prestación de un juramento requiere dos participantes: el que
praeit verbis, (el que pronuncia el ius) y el que jura, el cual
repite la fórmula que se llama ius iurandum: la formula que fija
en términos solemnes el texto del juramento. Así, del ius
fórmula que fija el praeceptum, surge iurare que significa
''pronunciar et ius'' el cual debe ser repetido in verba alicuius
qui praeit (en los términos de aquel que lo ha indicado). Esta
relación obligada es la que le da carácter imperativo al ius
iurandum. Las expresiones adigere in verba, iurare in verba
agistri, indican la naturaleza vinculatoria (mágica) de la palabra
(E. Benveniste). Así resulta clara la estrecha relación entre ius y
dicere.
Este poder cabalístico de la palabra que se encuentra detrás de
ius se aprecia claramente en fas (''orden divino'') y en sus usos
rituales: (ita fas esto, fast est: ''según el orden divino...''), fastus,
netas (''ne fast est: ''pecado'' ''lo contrario a fas'') etc. Fas deriva
de fari (for) ''hablar'' (griego) phemi, proveniente de la raíz bha
que significa ''el habla'', ''la palabra''. La relación de fas con la
fuerza vinculatoria de la palabra enunciada se hace claramente
manifiesta en el participio del verbo, el cual tiene profundo
valor religioso: fatum: (''el destino'', frecuentemente ''destino
adverso'': fatalis). A fatum puede agregarse fama (''se dice'', ''la
voz''). Fatum y fama son enunciaciones, advertencias divinas.
Este poder de la palabra de su emisor deviene fácilmente un
poder mágico (el dogma de la palabra). Es atributo del pontífice
enunciarlo: fas est, ius est.
De lo anterior se infiere que ius (como en su caso fas) expresa
una fórmula, formula que enuncia la conducta que debe seguir
aquel que jura, la regla a la cual debe conformarse. Ius
iurandum indica la naturaleza del procedimiento y el carácter
solemne (ritual de la enunciación, del pronunciamiento). Ius,
con toda su carga moral y religiosa, recoge la noción
indoeuropea de conformidad con una regla, con una formula,
para que las cosas tengan los efectos que pretenden tener. El
origen religioso y cabalístico del derecho se aprecia claramente
en sus términos fundamentales.
Ciertamente, ius implica una intervención humana; ius es
creación positiva; se opone a fas. Ius es el ordenamiento creado
por el hombre, fas el creado y protegido por los dioses.
En un sentido más amplio y más extendido, los juristas
romanos usan ius para referirse a la totalidad del orden jurídico,
p.e. al derecho romano: ''ius civile proprium romanorum''. En
este sentido, ius es entendido como conjunto de disposiciones
(praecepta) los cuales constituyen el derecho de un pueblo (de
un Estado): ''quod quisque populus ipse sibi ius constituit, id
ipsius proprium civitatis...'' (''aquel que cada pueblo estableció
para sí mismo, como el derecho del propio Estado...'' D.1.1.9)
''... quod omnibus aut pluribus in quaque civitate utile est, ut est
ius...'' (''lo que en cada Estado es útil para todos o para muchos,
se llama derecho...'' D.1,1,11). En este mismo sentido,
agregando un predicado específico, ius se aplica a una parte
importante del derecho: ius publicum, ius privatum, ius
honorarium, ius belli. De este forma, entendido como la
totalidad (o parte) del ordenamiento ius es concebido como un
complejo de disposiciones obligatorias: (leges, senatusconsulta,
plebiscita, constitutiones).
Este uso de las tiene sus equivalentes en las lenguas modernas:
''derecho'', en ''derecho romano'', ''derecho internacional''; droit,
en droit romain, droit international, droit pénal; Recht, en
römisches Recht, Volkrecht, Strafrecht; law, en Roman law,
International law, Criminal law; diritto ...; direito ... etc.).
Cuando es usado en este sentido los autores modernos suelen
agregar la palabra ''objetivo'' (''derecho objetivo'', ''droit
objectif'', ''Objektive Recht'') para distinguirlo (u oponerlo) de
otros usos de ''derecho''.
Al lado, y en contraposición, con el uso referido, ius se usa
para indicar los derechos (iura) de los cuales goza un individuo,
como el derecho de adquirir o disponer de alguna cosa.
Proveniente del ius dictado por el iudex (en principio, como
vimos, iura, como díkai, nombra los pronunciamientos, las
sentencias, del iudex), los iura entran al patrimonio del
beneficiario y se extienden a otros. Este uso se percibe
claramente en expresiones como iura in re aliena (''derechos
sobre los bienes de otro'') ius conubi (''derecho a celebrar
matrimonio). En este último sentido ius aparece como sinónimo
de facultas y potestas significando con ello el poder para
realizar cierto acto válido.
Por otro lado, ius se usa también para indicar el status personal
de un individuo como aparece en las expresiones sui iuris alieni
iuris, indicando cuando alguien actúa por su propio derecho o se
encuentra bajo el poder (tutela o potestad) de otro.
Por otro lado, ius se usa también para fundamentales y, así, se
opone a sus componentes. Lex, p.e., no es sino una de las
manifestaciones de ius. Ciertamente, lex crea ius, pero está
sometida al ius (entendido ius como el conjunto de principios
(regulae en el sentido de D.50,17,1) que se imponen a todas las
fuentes y componentes del ius. Este es el sentido de ius en la
cláusula que figuraban en la sanctio de ciertas leyes: ''Si quid
ius non esset rogarier, eiusce lege nihilum rogatum'' (Cic. Pro
Caecina, 33,95): las prescripciones, contrarias al derecho (ius)
que pudieran haber sido parte de la rogatio del magistrado,
deberían de ser considerados como no puestas (J. Gaudemet). .
En conclusión, teniendo en cuenta los usos de sus antecesores
indoiránicos yoh y yaos y considerando su relación con el verbo
dire, ius quiere decir ''fórmula de conformidad'',
''pronunciamiento de lo que debe hacerse''.

III. (Nociones prevalecientes.) Hemos visto que ''derecho''


(«i.e.» ''ius'') tiene varios significados en la literatura jurídica.
Dos son, sin embargo, sus usos más persistentes: (1) ''complejo
de normas e instituciones que imperan coactivamente en una
comunidad estatal'' (''orden o sistema jurídico'') y (2)
''permisiones'' o ''facultades'', así como ''exigencias'' o
''reclamos'' que se consideran jurídicamente justificados. Al
primero de los significados se le suele llamar ''objetivo''; al
segundo, ''subjetivo''.
El problema de la teoría jurídica consiste en encontrar y
describir los elementos característicos del objeto llamado
''derecho'' (el descrito por la dogmática jurídica y su historia.
Algunos autores sostienen que abordar el derecho en general -
en su primer significado- se en extremo problemático, en virtud
de que el término ''derecho'' no tiene límites claros de
aplicabilidad. De ahí que este problema deba abordarse
describiendo, más bien, fenómenos jurídicos individuales (K.
Adomeit); p.e., normas jurídicas.
Esta estrategia, además de presentar problemas tan complejos
como los que presenta el enfoque alternativo, no puede
prescindir de una noción (aún fuera intuitiva y provisional) del
derecho y de la forma como este opera. Así, se ha insistido en
que un claro entendimiento del derecho y sus componentes
depende de una clara comprensión del orden jurídico y de su
funcionamiento: ''es imposible penetrar la naturaleza del
derecho si limitamos nuestra atención a... una norma aislada''
(H. Kelsen). Incluso se sostiene que una adecuada descripción
del orden jurídico constituye un prerrequisito para una
apropiada definición de norma jurídica (J. Raz).
1. Derecho como orden jurídico. ¿Qué es pues el derecho en el
sentido general del término? ¿Cómo podemos caracterizarlo?
¿Cuáles son sus rasgos distintivos? Una respuesta ha sido
constante: el derecho constituye un orden o sistema
(subsistema) social, es decir un complejo de instituciones que
realizan funciones sociales de cierto tipo (resuelven
controversias, eliminan el uso de la fuerza, etc.).
La idea de que el derecho sea o constituya un orden, presupone
la concepción de que es un conjunto de normas o disposiciones
creadas por ciertas instancias apropiadas, reconocidas como las
instancias creadoras del derecho y que son, por lo general
eficaces, esto es, que son, mayormente seguidas u obedecidas.
El orden jurídico se presenta con una triple pretensión es
comprensivo, es supremo y exclusivo y, por último, es un
sistema abierto. El orden jurídico es comprensivo parque
pretende autoridad para regular cualquier tipo de
comportamiento. Los órdenes jurídicos son diferentes a
cualquier otro orden, social en que no reconocen ninguna
limitación a las esferas que pretenden regular. El orden jurídico
es supremo en el sentido de que, por un lado, la fuente de
validez de sus normas o disposiciones no proviene ni deriva de
ningún otro sistema social; por otro lado, es exclusivo porque
ahí donde vale un orden jurídico no puede valer ningún otro.
Por último, el orden jurídico es abierto, en el sentido de que
posee instancias apropiadas para convertir en disposiciones
jurídicamente obligatorias normas que no son parte del orden
jurídico (J. Raz).
Otros rasgos que de forma indisputable se atribuyen a este
orden o sistema (subsistema) social son: normativo,
institucionalizado y coactivo.
2. El derecho es (un sistema) normativo. Lo es en dos sentidos
(1) se compone de normas o requerimientos de conducta
formulables (lingüísticamente); (2) prescribe (guía) y evalúa la
conducta humana. Ya vimos que, como orden social el derecho
es concebido como un conjunto de normas jurídicas. Ahora
bien, en la actualidad se insiste en que los componentes de los
órdenes jurídicos, al lado de normas de diverso tipo (normas
que obligan o prohíben, normas que permiten, autorizan o
facultan), se encuentran disposiciones jurídicas no normativas,
p.e. definiciones, disposiciones derogatorias, reglas
existenciales o reglas ónticas, etc. (C. Alchourrón y E. Bulygin,
A. Honoré, J. Raz, C. Robles). Como quiera que sea, de forma
prácticamente unánime, se sostiene que el derecho es un orden
de la conducta humana en la medida que se compone de
normas.
Pero ¿cómo guía el derecho la conducta? Mediante el
establecimiento de normas y disposiciones el derecho introduce
las razones (jurídicas) en virtud de las cuales el individuo ha de
comportarse. Al imponer deberes (órdenes o prohibiciones) el
orden jurídico pretende que el deber, o mejor la disposición
jurídica que lo impone, sea la única razón que determine la
acción. Los deberes son requerimientos que excluyen las demás
razones: exigen que la gente se comporte pasando por alto las
razones (no jurídicas) que pudiera tener en contra de la acción
requerida. De esta forma, el derecho guía el comportamiento
reduciendo las opciones del individuo (J. Raz, R. Tamayo), esto
es, haciendo que la conducta optativa se vuelva obligatoria en
algún sentido (H.L.A. Hart).
Ésta no es la única forma en que se manifiesta la normatividad
del derecho. El derecho también guía la conducta confiriendo
derechos (subjetivos) y facultades a los individuos, pero,
contrariamente a las disposiciones que imponen deberes, las
normas que confieren derechos y facultades guían la conducta
de forma no decisiva (no excluyente): la pauta proporcionada
por estas disposiciones depende de otras razones del agente (el
deseo de que las cosas ocurran como sería el caso si el agente, si
así lo quisiera, hiciera uso del derecho o facultad). El mismo
orden jurídico determina en qué consiste ''tener'' un derecho o
una facultad vinculando consecuencias jurídicas a su ejercicio
(o a su omisión). Es precisamente en virtud de estas
consecuencias por las que el individuo decide qué hacer. Los
individuos (titulares de desechos o facultades) decidirán qué
hacer (p.e. celebrar un contrato) sobre la base de tales
consecuencias (traslado de dominio, cancelación de un
gravamen, etc.). De esta forma, tenemos que el derecho guía el
comportamiento de manera excluyente a través de las
disposiciones que establecen deberes y, de manera no
excluyente, a través de las disposiciones que confieren derechos
y facultades. Una disposición jurídica que guía el
comportamiento de cualquiera de estas dos maneras, es una
norma (J. Raz).
Es importante subrayar que las normas jurídicas además de
guiar la conducta de los destinatarios, guían la acción de los
órganos aplicadores del derecho, los cuales deciden (y justifican
sus decisiones) haciendo uso del derecho aplicable a la
controversia. Guiando normativamente el comportamiento el
derecho busca realizar diversos propósitos sociales (J. Raz).
3. El derecho (naturaleza institucional). El derecho es un orden
jurídico institucionalizado en la medida en que su creación,
aplicación y modificación son, fundamentalmente, realizados o
regulados por instituciones. Esto es, por ciertas instancias o
entidades sociales cuyos actos, en vez de atribuirse a sus autores
son referidos a la comunidad (p.e. al Estado). Las instituciones
normalmente son separadas en: instituciones creadoras e
instituciones aplicadoras de derecho. Las instituciones
aplicadoras par excellance son los tribunales.
Contrariamente a lo que sucedía con anterioridad (o en el deus
ex machina del derecho natural), la teoría jurídica moderna
concede mayor importancia a las instituciones aplicadoras del
derecho, las cuales, a diferencia de las otras, son las únicas
indispensables para un criterio de identidad de un orden jurídico
determinado. En este orden de ideas el profesor J. Salmond
decía desde comienzo del siglo: ''... todo derecho, como quiera
que sea hecho, es reconocido y administrado par los tribunales y
no hay norma reconocida o administrada por los tribunales que
no sea jurídica... por tanto el derecho puede ser definido como
el conjunto... de normas reconocidas y aplicadas por los
tribunales''. Teniendo en consideración que el criterio del origen
es insuficiente, el profesor H. Kantorowicz define el derecho
como ''el conjunto de normas... susceptibles de aplicación
judicial''. Es por ello que se considera a los tribunales como
órganos primarios del orden jurídico ( J. Raz) o de que el único
rasgo característico y necesario del derecho es la disponibilidad
de un proceso (jurisdiccional) ...'' (A. Watson).
4. El derecho es un orden coactivo. Es coactivo en la medida
en que hace uso de sanciones. Este rasgo, conjuntamente con
los anteriores nos permite distinguir los órdenes jurídicos. Con
independencia de si toda norma jurídica establece una sanción
el carácter coactivo es prácticamente indiscutible. De hecho el
debate sobre el carácter coactivo gira no alrededor de si el
derecho es o no es coactivo sino de cómo y en qué grado
funciona la coacción dentro del orden jurídico. La tesis
aparentemente excesiva que sostiene que toda norma jurídica
establece una sanción es normalmente atenuada por la que
presupone que en un orden jurídico todas las normas (normas de
competencia, normas de adjudicación, normas no
independientes, etc.) se relacionan entre sí manteniendo una
conexión esencial con las normas sancionadoras (J. Raz, R.
Tamayo).
5. Derecho como reclamos justificados. (Interés legítimo.) El
término ''derecho'', además de designar un orden jurídico (o una
parte significativa del mismo), se usa para referirse a una
ventaja o beneficio normativo conferido a un individuo o a una
clase de individuos. En este sentido, ''derecho'' designa una
permisión otorgada a alguien (o algunos) para hacer u omitir
cierta conducta, con la garantía de la protección judicial. Así, se
dice ''el arrendador tiene derecho de...'', ''el propietario tiene
derecho...'', etc. Es en este sentido en que se dice que el
comportamiento (o una esfera del mismo se encuentra
jurídicamente tutelado).
La idea de pretensión o exigencia inseparable a este uso de
''derecho' proviene de que, en un principio, un ''derecho'' era
pedido (p.e. al praetor o al chacellor) y, en virtud de los méritos
del caso, un actio o un writ era concedido. De esta forma, un
interés, un petitum, era jurídicamente protegido. Este es el
sentido que tiene el aforismo latino: ibi ius, ibi remedium (ahí
donde hay derecho, existe protección judicial).
Una vez judicialmente establecidos, los derechos (iura, v.
infra) ''pertenecían'' al individuo, al derechohabiente. Después,
los ''derechos'' compilados o codificados se convierten en
disposiciones legislativas conferentes de derechos: se
convierten en formulaciones más o menos amplias de conducta
humana (libertades, inmunidades, prerrogativas) protegida no
sólo frente a la intervención de los demás individuos, sino,
inclusive, frente al Estado.
El sentido de pretensión, petición o reclamo que se encuentra
en su origen, ha dado ocasión a un uso abusivo y perturbador de
''derecho''. Así, cualquier pretensión que se considera justificada
(no en base a un alegato o interpretación jurídica, ni en
argumentos de moral positiva en casos de lagunas, sino de
cualquier manera), pretende reivindicar el nombre ''derecho'' y
cubrir dicha pretensión con el significado técnico de derecho
subjetivo en el sentido de permisión o potestad jurídicamente
protegida. Ciertamente, el derecho subjetivo, sigue siendo
una exigencia judicialmente respaldada.

DERECHO CONSUETUDINARIO Y
DERECHO ESCRITO
I. Estas locuciones significan respectivamente: 1) derecho que
nace de la costumbre, es decir de los usos reiterados que una
sociedad considera obligatorios y 2) derecho originado en
normas de carácter general que se formulan en un texto y son
dictadas por los poderes públicos.

II. En todos los pueblos, la primera forma de manifestación del


derecho fue la costumbre, los más antiguos textos legales
(Código de Hammurabi, Leyes de Manú) son simplemente la
recopilación de costumbres ya existentes. Sin embargo, en
Roma desde los tiempos de la República tuvo una gran
importancia el ius scriptum (derecho escrito) y emanado de las
leges rogatae, los senadoconsultos, y los plebiscitos. La
costumbre también tenía fuerza jurídica pues en ella se
inspiraba el pretor para crear con el conjunto de sus decisiones,
el ius honorarium. Posteriormente, en la época de Justiniano se
reúnen en un solo texto las normas que originadas en diversas
fuentes conformaban al derecho romano. Este texto conocido
como Corpus Iuris Civilis recibió fuerza de ley y constituye un
avance en el surgimiento del derecho escrito.
En la Edad Media se conserva el derecho escrito a través de las
compilaciones de leyes redactadas por órdenes de los reyes
germánicos y en las que se incluían fragmentos de diversas
fuentes del derecho romano. Entre estas compilaciones
destacan: el Edictum Theodorici (Edicto de Teodorico), el
Breviarium Alarici (Breviario de Alarico) y la Lex Romana
Burgundiorum (Ley Romana de los Borgoñones). Por otra
parte, se recibe la influencia del derecho consuetudinario de
origen germánico que sería el antecedente del feudalismo. Estos
dos tipos de derecho incluso se distribuyen geográficamente así,
p.e., las regiones meridionales de Francia eran conocidas como
''países de derecho escrito'' pues en ellas imperaba el Corpus
Iuris Civilis. Por el contrario, en el norte de Francia se aplicaba
fundamentalmente el derecho feudal y por lo tanto dicha región
se llamaba ''país de costumbres'' (pays de coutumes).
La incertidumbre a la que daba lugar la costumbre hizo sentir
la necesidad de que fuera consignada por escrito. En este
sentido aparecen en Francia los coutumiers o colecciones de
costumbres que son obras de particulares. Más tarde, Carlos
VIII en la ordenanza de Montils-les tours (1454) mandó que se
redactaran en forma oficial las costumbres provinciales, esta
obra fue realizada en el transcurso de la segunda mitad del siglo
XV y la primera del siglo XVI. Estas costumbres recopiladas,
no tenían la misma categoría que una ley; reflejaban las
costumbres jurídicas de una época determinada pero no
detenían su movimiento creador. En un proceso, las partes
podían probar que la costumbre se había modificado después de
su redacción.
En las postrimerías del medievo y durante el Renacimiento el
Corpus Iuris Civilis influye poderosamente en los derechos
positivos de las naciones europeas continentales. Este fenómeno
es conocido como ''la recepción del derecho romano'' y hace
perder importancia al derecho consuetudinario.
A principios del siglo XIX, el liberalismo le otorga a la ley el
carácter de fuente primordial del derecho. Se considera que la
actividad legislativa es la expresión genuina de la voluntad
popular, se inicia la labor de codificación cuyo más famoso
ejemplo es el «CC» francés de 1804 (Código Napoleón).
Asimismo surge la Escuela de la Exégesis, según la cual las
decisiones judiciales deben fundarse exclusivamente en la ley.
De esta manera se consolida el sistema de derecho escrito que
actualmente impera en la mayoría de los países del mundo y
para el cual la costumbre es solamente una fuente supletoria de
derecho.
México desde la época colonial es un país de derecho escrito.
Durante el virreinato la principal fuente de derecho fueron las
recopilaciones de las Leyes de Indias promulgadas en diversas
fechas por sucesivos monarcas españoles. Después de la
Independencia, esta tendencia se refuerza provocando que la
mayoría de las normas jurídicas mexicanas sean producto de la
legislación.

III. Dependiendo de la forma en que se producen sus normas, el


derecho se ha clasificado en: consuetudinario, cuando tiene
como fuente a la costumbre y escrito, cuando se origina en la
ley, a continuación analizaremos ambas categorías de derecho:
1) La costumbre que crea d derecho o costumbre jurídica es
una especie dentro del conjunto de los usos sociales. En efecto,
no basta que un hábito se encuentre arraigado en una sociedad,
para que sea fuente de derecho. La teoría romano-canónica
consideraba que la costumbre jurídica debía integrarse con dos
elementos fundamentales: el primero de carácter objetivo, la
inveterada consuetudo consistente en la práctica
suficientemente prolongada de un determinado proceder y el
segundo de carácter subjetivo, la opinio iuris seu necessitatis
caracterizado por la convicción existente de que dicha práctica
es obligatoria y, por lo tanto, puede ser impuesta coactivamente
por el Estado. Estos dos elementos constitutivos de la
costumbre jurídica se expresan perfectamente en la definición
de Claude du Pasquier: ''La costumbre es un uso implantado en
una colectividad y considerado por ésta como jurídicamente
obligatorio; es el derecho nacido consuetudinariamente, el ius
moribus constitutum''.
En opinión de la doctrina el elemento objetivo de la costumbre
se constituye por: a) actos uniformes y constantes, es decir, que
no hay costumbre donde existen actos fundados en reglas
contrarias; b) actos que se han repetido durante un largo espacio
de tiempo. Esto es lo que se expresa cuando se habla de un uso
largo e ininterrumpido o de longa consuetudo. Así, p.e., el
derecho consuetudinario inglés (Common Law), se define como
la costumbre general e inmemorial del reino. Los tratadistas han
discutido cuál debe ser el plazo de duración mínimo que
constituye costumbre; se ha hablado de den años, basándose en
un texto romano en el que longaevum significa centenario. En
el derecho canónico se menciona a la costumbre de diez años.
Respecto a los derechos internacional y constitucional se
admiten plazos más cortos, y c) actos que deben ser plurales, ya
que un solo acto no basta Esto se conoce como densidad del
acto.
Se observa que el elemento subjetivo de la costumbre es lo que
la diferencia de otros hábitos sociales como son: las reglas del
trato social, la moda, las prácticas morales y religiosas, etc.
La noción de derecho consuetudinario se identifica, desde los
romanos con la de derecho no escrito. Sin embargo, esta
concepción tan amplia conduce a incluir dentro de la costumbre
otras fuentes del derecho, tales como, la jurisprudencia, los
principios generales del derecho o la equidad.
La Escuela Histórica representada por Savigny y Puchta se
apartó un tanto de la concepción tradicional que la doctrina ha
tenido de la costumbre. Para Savigny la expresión ''derecho
consuetudinario'' no es muy adecuada por que podría dar a
entender que en un principio una cuestión de derecho fue
abandonada como cosa indiferente al arbitrio o a la casualidad y
que al volverse a presentar el mismo caso, en lugar de buscarse
una solución nueva, se halló más fácil adoptar la primera e
introducida esta práctica pareció cada día más natural y así tal
solución, adoptada con la misma razón que podía haberlo sido
la contraria quedaría convertida al cabo de cierto tiempo en
norma jurídica y de esta manera el derecho habría nacido de la
costumbre. Savigny se opone a esta interpretación pues piensa
que la base y la existencia de todo el derecho positivo esta en la
conciencia popular (Volkgeist). Esta conciencia que por
naturaleza es invisible la reconocemos en los actos exteriores
que la manifiestan: los usos, los hábitos, las costumbres. De esta
manera para el ilustre romanista alemán, la costumbre no
engendra el derecho positivo, sino que es el signo por el cual se
reconoce la existencia de éste.
De acuerdo con el pensamiento de Jellinek, la costumbre
jurídica nace de la fuerza normativa de los hechos. Este jurista
postula que cuando un hábito social se prolonga acaba por
producir en la conciencia de los individuos que lo practican la
creencia de que es obligatorio. Así, lo normal, lo acostumbrado,
transfórmase en lo debido y lo que en un principio fue simple
uso es visto más tarde como manifestación del respeto a un
deber. En el mismo sentido Ehrlich sostiene que la costumbre
del pasado es la norma del futuro.
El derecho consuetudinario tiene una relación entre eficacia y
vigencia diferente a la que existe en el derecho escrito. En este
la efectividad sobreviene a posteriori de la vigencia pues se trata
de un derecho ''puesto'' que se cumple después de ser elaborado.
En cambio el derecho consuetudinario es desde un principio
''efectivo'' pues mientras no se presenta como cumplido y
aplicado no puede reconocerse su existencia como derecho.
Los tratadistas distinguen entre costumbre jurídica y usos
mercantiles o profesionales (Verkehrssitten en la terminología
alemana). Estos últimos para François Geny son: ''Las prácticas
generales unas, otras locales o profesionales que concurren de
un modo tácito en la formación de los actos jurídicos,
especialmente los contratos y que se sobreentienden para
interpretar o completar la voluntad de las partes''. A estos usos
se refiere el «a.» 1796 del «CC».
Para Heinrich las relaciones existentes entre la costumbre y la
ley determinan tres clases de derecho consuetudinario: a) el
delegante, en el cual una norma consuetudinaria concede a los
órganos del Estado la facultad de crear derecho legislado. En
este caso la norma escrita es de menor jerarquía que la
costumbre. Como ejemplo podemos citar a las acts (leyes del
parlamento inglés que se elaboran en ejercido de una atribución
derivada de la costumbre constitucional): b) el delegado, en el
cual la ley remite a la costumbre para la solución de ciertas
controversias. En esta situación la costumbre es fuente
supletoria con relación al derecho escrito, y c) derogatorio,
cuando la costumbre se contrapone a los textos legales y los
deja sin aplicación. Heinrich cree que este tipo de derecho
puede existir aunque el legislador le niegue validez.
Desde el mismo punto de vista de las relaciones entre el
derecho consuetudinario y d escrito debemos considerar a la
clasificación tradicional de origen romano que distingue entre:
a) costumbre secundum legem que no es en rigor derecho
consuetudinario sino derecho escrito convertido en costumbre;
b) costumbre praeter legem que se da ''fuera de la ley''. Este
sería el tipo ideal de formación jurídica consuetudinaria en un
sistema de derecho escrito, las materias no reguladas por el
legislador se regirían por la costumbre, y c) costumbre contra
legem que es la derogatoria de la ley.
El derecho consuetudinario impera actualmente en los países
anglosajones que se rigen por el sistema de Common Law. Éste
ha sido definido en los siguientes términos: ''La costumbre
general e inmemorial que de tiempo en tiempo es declarada en
las decisiones de las cortes'' (general inmemorial custom, from
time to time declared in the decisions of the courts).

IV. El derecho escrito es aquel que se funda en la ley. En su


sentido más amplio, ley es toda regla jurídica formulada por
escrito para regir en el futuro y que es elaborada o sancionada
por los órganos del Estado. En este sentido el término ley
incluye conceptos como los de constitución, decreto o
reglamento.
En los sistemas de derecho escrito existe un orden jerárquico
entre las normas que lo componen. En ellos existe una
Constitución que determina los procesos de creación de todas
las demás normas del orden jurídico. Generalmente se otorga a
un órgano especial ''el poder legislativo'' la facultad de dictar las
normas generales. Estas normas son las leyes en sentido formal.
Sin embargo, también el poder ejecutivo legista a través de
decretos o reglamentos. El proceso legislativo esta sujeto a
ciertas etapas: iniciativa, discusión, aprobación, promulgación.
México es un país de derecho escrito, en el cual la costumbre
no tiene prácticamente ninguna importancia. El «a.» 10 del
«CC» establece que contra la observancia de la ley no puede
alegarse desuso, costumbre o práctica en contrario.

DERECHO PENAL
I. También llamado derecho criminal, derecho punitivo o
derecho de castigar, es el conjunto de normas jurídicas del
Estado que versan sobre el delito y las consecuencias que este
acarrea, ello es, la pena y las medidas de seguridad. También
suele designarse así la ciencia que tiene por objeto las
expresadas normas constitutivas del derecho penal objetivo.
Aquí nos ocuparemos sólo del derecho penal en la primera
acepción indicada.
II. Sobre la base del principio constitucional de que no hay
delito ni pena sin ley previa, el derecho penal describe las
diversas especies de delito, señala las características de toda
infracción penal y determina la naturaleza de las penas y
medidas de seguridad y las bases de su magnitud y duración.
Delito, pena y medida de seguridad son, pues, los conceptos
esenciales del derecho penal.
Lo anterior vale para lo que se conviene en llamar derecho
penal material o sustantivo, que es el derecho penal
propiamente dicho. En una acepción más amplia cabría también
el derecho procesal penal, cuyos preceptos regulan la aplicación
de las consecuencias previstas en el derecho penal sustantivo, y
el derecho de ejecución penal relativo a la ejecución y control
de las penas, medidas y consecuencias accesorias impuestas por
sentencia ejecutoriada. Parte de este último es el derecho
penitenciario.

III. El derecho penal es una rama del derecho público interno,


pues la potestad punitiva (jus puniendi) compete
exclusivamente al Estado. Se conviene en que el ejercicio de
esta potestad representa la ultima ratio en la defensa de bienes
jurídicos tenidos por fundamentales, que el delito lesiona de
modo intolerable. Entre ellos se cuentan la vida, la integridad
corporal, la libertad, el patrimonio, la incorruptibilidad de la
función pública, la seguridad estatal interna y externa, y muchos
otros. Cuando el atentado a esos bienes jurídicos se verifica a
través de acciones que, por su especial odiosidad, han sido
acuñadas por la ley en figuras o tipos de delito, el derecho
punitivo reacciona enérgicamente, de manera primordial a
través de las penas, y también a través de las medidas de
seguridad.

IV. El derecho penal moderno, surgido esencialmente del


Iluminismo, reposa, en grado mayor que ninguna otra rama del
derecho, en el principio de legalidad consagrado
constitucionalmente, y conforme al cual sólo puede castigarse
por un hecho ya previsto con anterioridad cómo punible por la
ley, formulación que, por una parte, excluye de Inmediato la
retroactividad de la ley penal menos benigna, y que, por otra,
proscribe absolutamente la incriminación de un hecho por
analogía con otro legalmente previsto como delito. Es en virtud
de este mismo principio de legalidad que se limita el libre
arbitrio judicial en la aplicación de la pena por marcos legales
relativamente estrictos, y que las penas del derecho criminal, a
diferencia, p.e., de las sanciones administrativas, deben
necesariamente imponerse, tras el juicio correspondiente, por un
juez independiente del poder ejecutivo. Reposa, en seguida, en
el principio de culpabilidad, conforme al cual sólo puede
imponerse una pena criminal por un hecho cuando éste puede
serle reprochado a su autor. Ello significa la exclusión de la
responsabilidad por el sólo resultado y apareja el imperativo de
que la pena no sobrepase la medida de la culpabilidad.

V. En nuestro tiempo se fortalece la tendencia a reconocer al


derecho penal una función más preventiva que retributiva. Se
entiende que el persigue menos una idea moral absoluto a través
de la justicia terrena que el propósito de evitar la comisión de
nuevos delitos, tanto por la generalidad de los súbditos del
orden jurídico, como por parte del autor del hecho ilícito. Se
habla, así, de una función de prevención general y de una de
prevención especial. La primera se ejerce, a modo de
advertencia, a través de las conminaciones penales de la ley,
que por ello deben constar en preceptos claros, susceptibles de
ser comprendidos por el común de los hombres, y a través de la
ejecución pronta, efectiva y justa de las mismas, en caso de
haberse producido la infracción, no obstante la amenaza
formulada. La segunda se hace efectiva en las modalidades de
individualización de la pena en la sentencia que la aplica y en
las modalidades de ejecución de ella por los órganos
administrativos correspondientes, de modo que resulte idónea
para crear en el sujeto las condiciones que lo conduzcan a
abstenerse de la comisión de nuevos delitos en el futuro. Para
esto último, muchos estiman especialmente apta la pena
privativa de la libertad, no obstante el escepticismo de otros
respecto de su utilidad readaptadora. Las medidas de seguridad,
por su parte, obedecen esencialmente a la idea de prevención
especial.

DERECHO PRIVADO Y DERECHO


PÚBLICO
I. Ambos vocablos provienen del latín privatum jus y publicum
jus, respectivamente, que significan, aquel, derecho
concerniente a los particulares, y derecho que atañe a las
cuestiones públicas, éste.

II. Se entiende por derecho privado el conjunto de normas que


regulan las relaciones jurídicas entre personas que se encuentran
legalmente consideradas en una situación de igualdad, en virtud
de que ninguna de ellas actúa, en dichas relaciones, investida de
autoridad estatal.
El derecho público se compone del conjunto de normas que
regulan el ejercido de la autoridad estatal, determinando y
creando al órgano competente para ejercitarla, el contenido
posible de sus actos de autoridad estatal y el procedimiento
mediante el cual dichos actos deberán realizarse.
III. Los criterios para distinguir el derecho público del privado
han sido motivo de constantes discusiones. Mientras ciertos
autores afirman que ambos conceptos constituyen categorías a
priori, del derecho, otros afirman que importan una división con
única finalidad político ideológica, y otros que la división es
inútil para una sistematización del derecho.
1. La doctrina clásica-romana, llamada de los ''intereses en
juego'', pretende fundar la división del derecho en público y
privado, atendiendo al beneficio particular o colectivo que
procura la norma. Publicum jus est quod ad statum rei romanae
aspectat; privatum quod ad singulorum utilitatem (derecho
público es el que atañe a la conservación de la cosa romana;
privado, el que concierne a la utilidad de los particulares)
expresó Ulpiano en uno de los primeros intentos de distinción,
que constituye la expresión clara de la doctrina de los intereses
en juego. Esta teoría ha sido objeto de numerosas críticas y
objeciones, dentro de las que encontramos las siguientes:
A. El interés público y el privado no están desvinculados, no
son distintos el uno del otro, sino que se encuentran en una
unidad dialéctica que impide determinar donde termina uno y
empieza el otro.
B. El criterio utilizado es notablemente ambiguo, no ofrece
elementos para una clara distinción.
2. Otra corriente de pensamiento afirma que la naturaleza de
los sujetos de la relación determina el carácter privado o público
del derecho que la regula, de manera que, las relaciones
jurídicas en las que el Estado es una de las partes, serán de
derecho público, y el derecho privado queda limitado a normar
relaciones entre particulares.
El defecto de esta doctrina consiste en que, siendo el Estado
una persona jurídica, puede tener derechos reales y personales,
le son aplicables las normas del derecho civil, la relación entre
Estado y gobernados puede tener carácter privado (Kelsen,
Teoría general). Tal cosa sucede cuando el Estado celebra con
un particular un contrato de compraventa o de mutuo. Este
defecto se ha solucionado con una modificación a la teoría. Se
sostiene por los partidarios de esta doctrina que es de derecho
público aquella relación en la cual el Estado actúa ejercitando
su autoridad o imperium, y de derecho privado cuando las
partes, aun cuando una de ellas sea el Estado, no actúan
investidas del poder estatal.
3. Entre la gran diversidad de teorías, mencionaremos, por
último aquella que predica la subordinación como elemento
esencial de las relaciones de derecho público y la coordinación
de las relaciones de derecho privado. Se objeta a este criterio
que el derecho internacional público que considera a los
Estados partes en relación de igualdad o coordinación, quedaría
clasificado en el rubro del derecho privado, y no en el público,
que es el que se estima le corresponde.
Siguiendo los lineamientos generales de las doctrinas
dominantes de este tema, se han hecho clasificaciones del orden
jurídico positivo de los Estados, con base en la distinción
fundamental del derecho en público y privado:

Constitucional
Administrativo
PÚBLICO
Procesal
Penal
DERECHO Internacional Público
Civil
PRIVADO
Mercantil
Internacional Privado

Esta clasificación general, sumada al conjunto de


ordenamientos que componen el derecho social sirve de base al
aspecto sistemático de la ciencia del orden jurídico positivo
(García Máynez, para la clasificación sistemática del derecho
vigente).

IV. La relación y rango entre el derecho público y derecho


privado está sometida a las variaciones históricas y a las
diversas valoraciones en las distintas concepciones del mundo
(Radbruch, Filosofía). Así pues, mientras que en el liberalismo
la única función del derecho público es la de servir de
protección y defensa del derecho privado, que se considera
como el corazón del derecho, en aquellos sistemas en los que se
pregona la supremacía del Estado ante el individuo, aparece
subordinado, y parcialmente desplazado el derecho privado por
el público. Por ende, el tema en cuestión puede implicar en
determinados enfoques un esfuerzo ideológico de legitimación
del derecho vigente, en lugar de pura doctrina.
No obstante que todos los intentos efectuados hasta
ahora para definir la distinción entre derecho público y derecho
privado, como una división fundamental se ha demostrado que
son insostenibles, existen motivos que han hecho perdurar la
división hasta la fecha: La exposición ordenada de un
orden jurídico determinado, tarea de la ciencia del derecho,
requiere un sistema en el que se presente el material según un
plan definido. Dicho sistema, afirma Ross, es esencial a los
fines de claridad, como medio para hallar el camino en el
complejo tema del derecho, tal como en una biblioteca los
libros deben estar acomodados según un plan. Este plan
permitirá, independientemente de la validez o ambigüedad de
sus clasificaciones, una exposición sistemática del derecho, que
facilite su aprendizaje y su desarrollo mediante la agrupación y
comparación de las características comunes de cada rama en
que se divida, y, siendo sostenible o insostenible su
fundamento, jugará un papel importante en la tarea de la ciencia
jurídica.

DERECHO ROMANO
I. En sentido estricto, derecho romano es el derecho definido en
los escritos de los juristas de la antigua Roma, principalmente
en los de los juristas calificados como ''clásicos'', es decir en los
escritos de aquellos juristas que vivieron entre el año 130 «a.C.»
y el 230 d.C. Como la mayor parte de los escritos de los juristas
clásicos los conocemos a través de la compilación de textos
jurídicos hecha por el emperador Justiniano en los años 529 a
534 y conocida por el nombre de Corpus Iuris Civilis, puede
decirse que el derecho romano es el derecho definido en el
Corpus Iuris Civilis.

II. La historia del derecho romano es muy extensa. Cabe decir


que se inicia con la expedición de la Ley de las doce tablas
(siglo V «a.C.») y que continúa hasta nuestros días. En este
largo decurso se pueden distinguir dos grandes épocas: la
historia antigua del derecho romano, que acaba con la
publicación del Corpus Iuris (siglo VI d.C.), y la historia
moderna o ''segunda vida'' del derecho romano que comprende
desde la supervivencia de este derecho en la Alta Edad Media
entre los pueblos germanos hasta su situación actual.
La historia antigua del derecho romano suele dividirse en tres
etapas: arcaica, clásica y posclásica. Aunque hay coincidencia
en cuanto a la distinción de estas tres etapas, los autores
discrepan en cuanto a sus fechas límite. La datación que me
parece atiende más a la evolución misma del derecho que a la
evolución de la política o de la historia general, es la que indica
como fin de la etapa arcaica, y principios de la clásica, la
generalización del procedimiento formulario por virtud de la
Ley Ebucia (130 «a.C.»), y como fin de la etapa clásica y
principio de la posclásica la desaparición de los juristas clásicos
(hacia el 230 d.C.). En esta visión son considerados como
clásicos los juristas republicanos (a los que suele llamárseles,
injustamente, ''preclásicos''), y se excluyen como tales a los
juristas de la época de Diocleciano, quienes aun cuando siguen
usando formas y vocablos clásicos, de hecho simplifican y
vulgarizan los conceptos clásicos.
En la etapa clásica, como su nombre lo indica, el derecho
romano alcanzó una perfección técnica ejemplar. Los juristas de
este tiempo se caracterizan por su independencia de criterio
respecto del poder público (cosa que irá desapareciendo
paulatinamente y termina cuando Adriano burocratiza la
jurisprudencia, alrededor del año 130 d.C.), por su lenguaje
claro, conciso y sobrio, por su precisión en el uso y delimitación
de conceptos y por su afición a la discusión de casos concretos.
El derecho (el ius) de esta época es la doctrina que elaboran los
juristas.
La época posclásica muestra, en cambio, una jurisprudencia
denominada por el emperador, y un derecho elaborado por este
mismo por medio de leyes. Pero gracias a los trabajos
compilatorios de esta época, que culminaron con la publicación
del Corpus Iuris tenemos nosotros conocimiento del derecho
clásico.
La historia moderna del derecho romano consiste básicamente
en las diversas lecturas o interpretaciones que se han hecho del
Corpus Iuris a lo largo del tiempo. La primera interpretación de
gran trascendencia que se hace fue la realizada en la Baja Edad
Media por las escuelas de los glosadores (siglos XII-XIII) y de
los posglosadores o comentaristas (siglos XIV-XVI). Estas
escuelas parten de la idea de que el Corpus Iuris es el derecho
vigente del Sacro Imperio Romano Germánico, que, fundado
por Carlomagno, se consideró sucesor del antiguo Imperio
Romano. Con esta perspectiva, los glosadores consiguen, en
primer término, entender y explicar por medio de glosas al
texto, el contenido del Corpus Iuris, y posteriormente poner los
fundamentos para la construcción de una doctrina jurídica
extraída de dicho texto. La obra de esta escuela fue resumida en
la Gran Glosa o Glosa Ordinaria de Acursio (1227); a partir de
entonces todas las ediciones medievales del Corpus Iuris se
acompañan de la Gran Glosa. Los posglosadores o
comentaristas se caracterizan porque hacen comentarios
extensos a los textos del Corpus Iuris con el objeto de
adoptarlos a la práctica. Los comentarios de Bártolo de
Sassoferrato y Baldo de Ubaldis llegaron a tener una autoridad
parecida a la de la Gran Glosa.
La influencia de los comentaristas, quienes surgieron en Italia,
se extendió a Francia, España y Alemania y a otros países
europeos, principalmente por medio de las universidades. El
fruto principal de estas dos escuelas fue haber elaborado una
doctrina jurídica común, o ''derecho común'', que se aplicó con
más o menos intensidad en los distintos países de la cristiandad.
El fenómeno por el cual se captó y difundió el derecho común
elaborado por los comentaristas es llamado ''recepción del
derecho común''. Ésta fue especialmente importante en
Alemania, donde constituyó el punto de partida de una tradición
jurídica (el usus modernus pandectarum) que elaboró a base del
Corpus Iuris una doctrina jurídica científica, llamada derecho de
pandectas, que luego fue condensada en el actual «CC» alemán,
y en otros códigos europeos y americanos que recibieron su
influjo.
El Renacimiento desacredito el método de los comentaristas
(mos italicus) que aprovechaba el Corpus Iuris como derecho
vigente, y desarrolló otro método (mos gallicus), de carácter
erudito que intentaba comprender el texto como documento
histórico, es decir como fuente para conocer cual fue el derecho
de la antigua Roma. Esta ''escuela culta'' de los humanistas,
cuyo principal expositor fue Cujas o ''Cuyacio'' (1522-1590),
reconoció el valor que tenía el Corpus Iuris, no por ser el
derecho del Imperio, sino por la razón jurídica intrínseca que
contenía. Con esto se preparó el terreno para la escuela del
racionalismo jurídico, que dominará en Europa en los siglos
XVII y XVIII y que busca en el Corpus Iuris la ratio scripta y
no el texto de autoridad. Del racionalismo jurídico surgieron
como frutos más importantes el Code civil francés de 1804 y los
distintos códigos europeos y americanos que se hicieron con
más o menos influjo de aquél.
Esta sucinta exposición de la historia del Corpus Iuris en
Occidente permite comprender cómo es que los actuales
derechos civiles, vigentes en los distintos países que han
recibido esta tradición jurídica, han sido conformados sobre una
base romanista. Los derechos civiles formados al influjo del
Code civil francés derivan de la interpretación racionalista del
Corpus Iuris, y los que están emparentados con el «CC» alemán
parten de la elaboración pandectística -en muchos e importantes
aspectos coincidente con la racionalista- del mismo texto.

III. En México, el derecho romano ha jugado un papel decisivo


en la conformación de la doctrina jurídica mexicana. Durante la
etapa del virreinato, el derecho romano es el derecho que se
enseña en la Real y Pontificia Universidad de Nueva España.
Entonces la formación del jurista en el derecho civil se hacía
exclusivamente por el conocimiento y explicación de las
Instituciones, el Código y el Digesto de Justiniano, conforme a
los autores españoles y extranjeros seguidores del mos itallicus.
En la Universidad, el estudiante aprendería a pensar
jurídicamente, es decir adquiría criterio jurídico, y luego tendría
que aprender a lo largo de su práctica profesional el contenido
de las disposiciones legales vigentes. Esta forma de enseñanza
se va a ir modificando a partir de siglo XVIII, tanto en España
como en la Nueva España, para ir dando lugar al estudio del
derecho vigente (derecho ''real'' o derecho ''nacional'') en
detrimento del derecho romano.
En el primer plan de estudios de la carrera de derecho en la
época independiente (1833), el derecho romano ya sólo es una
de las ocho materias que se cursan. A partir de entonces, esta
disciplina se seguirá estudiando, con más o menos intensidad,
en más o menos cursos, porque se considera necesaria como
antecedente o ''ilustración'' de las leyes vigentes, porque se
juzga que de los principios y criterios jurídicos romanos valen
como derecho ''natural'' (es decir como derecho ajustado a la
razón) y porque se reconoce su valor para la formación del
criterio jurídico de los estudiantes.

IV. Actualmente, los estudios, jusromanistas se realizan


predominantemente, con un método histórico-crítico (mos
gallicus) tendiente a descubrir el derecho romano clásico.
Gracias a la llamada ''crítica de interpolaciones'', por la cual se
han podido detectar muchas de las alteraciones que sufrieron los
textos de los juristas clásicos recopilados en el Corpus Iuris y en
otras fuentes, los romanistas han podido avanzar
considerablemente en la reconstrucción del derecho romano
clásico. En 1951 Fritz Schulz publicó su Classical Roman Law
que fue el primer libro que logró aprovechar los resultados de la
investigación crítica sobre los textos para reconstruir el sistema
jurídico clásico. A partir de entonces se han publicado diversos
libros con el mismo propósito, de los cuales el más importante
hoy es el tratado de Max Kaser, titulado Das römische
Privatrecht.
En los últimos años, después de la Segunda Guerra Mundial y,
en parte como una reacción contra la prohibición de estudiar el
derecho romano hecha por el nacional socialismo, se ha
producido una tendencia para moderar, o incluso suprimir, la
técnica de crítica interpolasionística y procurar la vinculación
del derecho romano con la jurisprudencia práctica (la ''vuelta a
Savigny'', proclamada por Koschaker). No es posible prever que
consecuencias pueda tener este movimiento, especialmente hoy
cuando el derecho privado se encuentra en crisis, pero conviene
notar que la romanística contemporánea, gracias a la
reconstrucción del derecho clásico, cuenta con un ''nuevo''
derecho romano, que aunque no es antecedente de los derechos
privados actuales (el antecedente romano de éstos es el derecho
justinianeo), puede servir como punto de comparación y punto
de partida para solucionar los actuales problemas jurídicos del
derecho privado.

DERECHOS ADQUIRIDOS
I. Son aquellos que pasan a formar parte del patrimonio de una
persona, como consecuencia de la realización de un presupuesto
necesario para su nacimiento o adquisición, y que no pueden ser
afectados por una ley posterior.
Jambu-Merlin, el más brillante exponente de este concepto, los
define como aquellos que han entrado en nuestro dominio y que
no pueden ser arrebatados por aquel de quien los tenemos.
El concepto de derechos adquiridos tiene gran importancia,
para la determinación de los alcances de una ley en sus efectos
retroactivos.

II. Si en el derecho interno, el concepto de derechos adquiridos


tiene gran importancia en relación con el conflicto de leyes en
el tiempo, en el derecho internacional privado lo tiene en el
conflicto espacial.
Bublio define los derechos adquiridos en el campo
internacional como aquellos derechos que legalmente forman
parte del patrimonio de una persona en su estado de origen, y
los que adquiera legalmente en territorio extranjero.
El mencionado jurista añade que estos derechos deberán ser
respetados en todo tiempo y lugar.
Verdross al respecto expresa, que el Estado está obligado a
respetar los derechos de los extranjeros legalmente adquiridos
sobre su territorio o en otro país, en tanto que estos derechos no
sean incompatibles con el orden público reconocido por las
naciones civilizadas.
Al respecto de los derechos adquiridos México los ha
reconocido, siempre y cuando no contravengan sus
disposiciones internas. Así se desprende de la nota enviada por
el secretario de Relaciones Exteriores, Aarón Sáenz, al gobierno
de los Estados Unidos de Norteamérica, el 17 de noviembre de
1926:
Los derechos de propiedad adquiridos legalmente en territorio
mexicano serán legalmente respetados y garantizados de
conformidad con los principios reconocidos del derechos
internacional y la equidad.''

DERECHOS HUMANOS
I. Conjunto de facultades, prerrogativas, libertades y
pretensiones de carácter civil, político, económico, social y
cultural, incluidos los recursos y mecanismos de garantía de
todas ellas, que se reconocen al ser humano, considerado
individual y colectivamente.

II. Aunque los derechos humanos, en su problemática filosófica,


religiosa, política y social, han sido una preocupación desde
tiempos remotos en el devenir histórico de la humanidad, su
reconocimiento jurídico constituye un fenómeno relativamente
más reciente, producto de un lento y penoso proceso de
formulación normativa que ha atravesado por diversas etapas.
En efecto, inquietudes metajurídicas las encontramos en
antecedentes remotos tales como los Diez Mandamientos de
Moisés, el Código de Hammurabi y las Leyes de Solón.
Por lo que hace a las formulaciones normativas, una primera
etapa se inicia en la Edad Media con el reconocimiento de
ciertos derechos a quienes formaban parte de un grupo o
estamento social, y revestían la forma de pactos, fueros,
contratos o cartas, entre los que cabe mencionar el Pacto o
Fuero de León de 1188, el Fuero de Cuenca, de 1189 y la Carta
Magna inglesa, de 1215, la que inicia una serie de documentos
que irán generalizando el reconocimiento de derechos y
libertades a todo el pueblo inglés, hasta llegar al Bill of Rights,
de 1689.
La experiencia jurídica inglesa se ve prolongada, de manera
especialmente relevante para el progresivo desarrollo de los
derechos humanos, en las colonias americanas. Así, tanto a
través de las declaraciones de derechos de los nuevos Estados
de la Unión Americana, especialmente la del Estado de
Virginia, de 1776, la cual fue incorporada al texto de la
Constitución del 17 de septiembre de 1787, como por medio de
la clásica y trascendental Declaración Francesa de los Derechos
del Hombre y del Ciudadano, de 1789, incorporada a la
Constitución del 3 de septiembre de 1791, habría de iniciarse
una nueva etapa en el proceso de positivación de los derechos
humanos.
Esta etapa se caracteriza por el reconocimiento de los derechos
humanos de orientación liberal e individualista, y por su
incorporación a la gran mayoría de las constituciones de los
Estados democrático-liberales, y habría de prolongarse hasta
principios de nuestro siglo.
A partir de 1917, con la promulgación de la C mexicana de
dicho año, arrancaría la etapa actual de la evolución de los
derechos humanos, la cual es, por un lado, la de la
reivindicación de los derechos sociales, lato sensu, y de su
consagración constitucional, y, por el otro, la de la
internacionalización, a partir de 1945, tanto de los derechos
civiles y políticos tradicionales como de los derechos
económicos, sociales y culturales, de más reciente
reivindicación.
En cuanto a la protección internacional de los derechos
humanos, cabe subrayar que si bien durante largo tiempo
prevaleció el principio de que el Estado ejercía sobre los
nacionales y sus derechos competencias de carácter exclusivo,
más tarde la comunidad internacional admitiría que, en virtud
de que los derechos humanos no deberían quedar por más
tiempo sujetos a fronteras territoriales, raciales o culturales, ni a
regímenes políticos determinados, su protección jurídica por
parte de la sociedad internacional organizada se hacía
imprescindible. Así, tal protección revistió primero la forma de
intervenciones llamadas ''humanitarias'', las cuales dieron
pábulo a la perpetración de innumerables abusos por parte de
las potencias ''protectoras''. Después, y paulatinamente hasta
nuestros días, la protección internacional de los derechos
humanos se institucionaliza a través de mecanismos o sistemas
de protección establecidos por vía convencional, los cuales
incluyen recursos, procedimientos y órganos destinados a
controlar el cumplimiento de los compromisos contraídos por
los Estados en esta materia.

III. La noción de los derechos humanos es en gran parte, según


lo acabamos de ver, producto de la historia y de la civilización
y, por tanto, sujeta a evolución y modificación.
De hecho, también la concepción de los derechos humanos ha
conocido varias etapas. Así, el concepto de los derechos
humanos fue en su origen un concepto político que se traducía
en el respeto por parte del Estado de una esfera de libertad y
autonomía de la persona humana. En otros términos, el Estado
estaba obligado a no intervenir en esta esfera de los ''derechos
civiles'', o sea, de los derechos que miran a la protección de la
vida, libertad, seguridad e integridad física y moral de la
persona humana. Estos derechos provienen, en su conjunto, de
una concepción individualista.
En la etapa siguiente, el hombre no está opuesto ya al Estado,
sino que participa en la estructuración política de la sociedad a
que pertenece, ejerciendo sus derechos políticos dentro del
Estado.
Finalmente la aparición de la noción de derechos económicos,
sociales y culturales formando una categoría distinta, es un
fenómeno más reciente. El goce efectivo de estos derechos debe
ser asegurado por el Estado o por su intermediación. En esta
perspectiva, el Estado es el promotor y garante del bienestar
económico y social. Mientras que con anterioridad el Estado
representaba ante todo la autoridad responsable de la protección
y del mantenimiento del orden público y de la seguridad de
todos, el Estado moderno es, o debería ser, un instrumento al
servicio de todas las personas que dependan de su jurisdicción,
que les permita el pleno desarrollo de sus facultades tanto a
nivel individual como colectivo.
El papel del Estado en materia de derechos humanos, por lo
tanto, también ha evolucionado considerablemente; y hay que
percatarse bien que esta ampliación de su función no se refiere
solamente a los derechos económicos, sociales y culturales, sino
al conjunto de los derechos humanos, en la medida en que los
poderes públicos tienen también el deber de asegurar los
derechos civiles y políticos contra todo ataque o conculcación
por parte de aquellos sectores sociales que disponen de un
mayor poder económico, tecnológico o científico.
Desde el punto de vista del objeto y contenido de los derechos
humanos, éstos comprenden tres grandes tipos o grupos de
derechos expresa y generalmente reconocidos por las
constituciones de la gran mayoría de países, así como por los
más importantes instrumentos internacionales de carácter
general sobre la materia. Tales grupos son: uno, los derechos
civiles; dos, los derechos políticos; y, tres, los derechos
económicos, sociales y culturales.
La mayoría de las constituciones de los países occidentales
reconocen los derechos humanos bajo la forma de un catálogo o
una declaración de los derechos y libertades fundamentales de
la persona humana, si bien agrupan a éstos bajo rubros que
ostentan distintas denominaciones como p.e. ''Declaración de
Derechos'', ''Garantías Individuales'', ''Derechos del Pueblo'',
''Derechos Individuales''.
Como parte integrante de tales catálogos o declaraciones de
los derechos humanos deben quedar comprendidos, desde
luego, todos aquellos recursos, mecanismos o procedimientos
previstos para la defensa de los derechos humanos. Entre los
mismos cabría citar, p.e., el habeas corpus, el amparo, el
mandato de segurança, el ombudsman, el defensor del pueblo,
etc.
El catálogo de los derechos humanos que incluye la C
mexicana es muy amplio. Abarca una cuarta parte (34 aa.) del
articulado total (136) de que consta el texto constitucional.
Comprende los tres tipos o grupos de derechos a que antes nos
hemos referido, «i.e.» , los derechos civiles (tít. I, c. I, «aa.» 1, 2
y 4 a 24); los derechos políticos (tít. I. c. IV, «a.» 35); los
derechos económicos, sociales y culturales (tít. I, c. I, «aa.» 3,
27 y 28, y «tít.» VI, «a.» 123); además del recurso de ''amparo''
previsto para la defensa de los derechos reconocidos (tít. III, c.
IV, «aa.» 103, «fr.» I, y 107).
Por otra parte, esta expresión refleja la nueva noción
pluridimensional y omnicomprensiva, de los derechos y
libertades de la persona humana, y corresponde al concepto y
terminología que orientan el proceso normativo e institucional
en materia de protección de los derechos humanos en el orden
internacional, especialmente a raíz de la adopción de la
Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre
y de la Declaración Universal de Derechos Humanos, ambas de
1948, y, más tarde, con la firma y ratificación del Convenio
Europeo para la Protección de los Derechos Humanos, de 1950,
de los Pactos Internacionales de Naciones Unidas sobre
derechos humanos, uno sobre los derechos civiles y políticos y
otro sobre los derechos económicos, sociales y culturales,
ambos de 1966, así como de la Convención Americana sobre
Derechos Humanos o Pacto de San José de Costa Rica, de 1969.
Estos instrumentos internacionales de carácter general, que
representan la acción reciente en favor de la promoción y la
protección de los derechos humanos adoptan dos
procedimientos distintos de enumeración de los derechos que
consignan; o sea, uno que hace una enumeración exhaustiva de
los derechos tanto civiles y políticos como económicos, sociales
y culturales (caso de las dos declaraciones antes mencionadas);
y otro, que trata separadamente los derechos en cuestión (caso
de los dos pactos y de las dos convenciones regionales también
antes citados).
En cuanto a los mecanismos de control del cumplimiento, por
parte de los Estados, de su obligación o compromiso de respetar
los derechos humanos de toda persona sujeta a su jurisdicción, a
nivel universal los pactos únicamente prevén un procedimiento
de informes periódicos ante un Comité de Derechos Humanos,
y sólo el Protocolo facultativo del Pacto Internacional sobre
Derechos Civiles y Políticos contempla la admisión de
comunicaciones, es decir, denuncias o quejas individuales,
mientras que, a nivel regional, las dos convenciones citadas
instituyen comisiones y cortes de derechos humanos ante las
cuales los Estados tienen acceso directo, en tanto que el
individuo sólo puede acceder directamente ante dichas
comisiones.

DESPOJO
I. De despojar (del latín despoliare: acción y efecto de despojar
o despojarse). Privar a uno de lo que goza y tiene, desposeerlo
de ello con violencia. Quitar jurídicamente la posesión de los
bienes o habitación que uno tenía, para dársela a su legítimo
dueño. Es el acto violento, clandestino o de abuso de confianza
para efecto del cual un poseedor o tenedor es totalmente
excluido de su poder.

II. Es necesario tener presentes las leyes españolas, como un


antecedente en lo concerniente al delito de despojo que nos
ocupa. Lo trascendente de estas leyes es que existía una idea
clara de lo que era el objeto de protección en esta figura
delictiva, tan es así que en el Fuero Juzgo, en la ley II, «tít.» I,
libro VIII se castigaba al que echaba por fuerza a otro de lo
suyo, antes de resuelto el juicio. Además que se perdía la
demanda aunque se tuviera la razón; la violencia era un aspecto
de relevancia para poder hablar de este delito. También existió
en el Fuero Real, en la ley IV, «tít.» IV, lo siguiente: ''Que si
algún hombre tomaba por la fuerza alguna cosa que otro tuviere
en su poder y en paz o por juramento, perdía su derecho a la
cosa, si lo tuviere; y que si no lo tiene entregue otro tanto de lo
suyo''.
La Partida VII, ley XII, «tít.» X, contemplaba también lo
relativo al delito de despojo, teniendo como elemento
constitutivo la fuerza, que se utiliza o sea la violencia, para la
adquisición del bien, sin mandato del juzgado.
Posteriormente en el «CP» español de 1850; esta característica
de violencia se diluye; restaurándose nuevamente en los años de
1870; es decir, que para que exista una sanción era necesario el
empleo de la violencia física o moral; de igual manera se
manifestaba el «CP» italiano; además de que era una
circunstancia de agravación el empleo de la violencia.
En México, en el «CP» de 1871, en su «a.» 442 se sancionaba
el despojo de inmueble. Considerándose como medio
consumativo de este delito a la violencia física o moral; también
en el precepto citado se habla de la amenaza. En el «CP» de
1929, se consideraban como medios consumativos del delito de
despojo a la ''violencia física o moral a las personas, o
empleando amenaza o engaño, ocupe un inmueble ajeno, o haga
uso de él o de un derecho real que no le pertenezca''.
Posteriormente, y desde 1929, se rompió de alguna manera con
la tradición hispánica, ya que se consideró al engaño como otro
medio consumativo en el citado delito. Pero esto trajo aparejada
cierta crítica, en virtud de que al hablar de amenaza, esta no es
otra cosa que una manera de violencia moral. Toca por último,
hacer referencia al «CP» de 1931, que en su «a.» 395,
reformado por decreto del 31 de diciembre de 1945, se refiere al
''Despojo de cosas inmuebles o de agua''.
El texto original señalaba como medios de consumación a la
violencia a la furtividad y al empleo de amenaza o engaño,
elementos que se mantienen aún en el vigente «CP».
Se ha considerado que la regulación del delito de despojo, en
las codificaciones de los años de 1871, 1929 y 1931, tiene una
gran influencia de las leyes hispánicas y francesas, orientadas
todas sobre la protección de la propiedad inmueble. En el
Código Napoleón, era de verdadera trascendencia la protección
de la propiedad privada. Anteriormente se hablaba de la
propiedad raíz, que la ley penal ordinariamente confiaba al
derecho civil. Pero el delito de despojo de inmuebles no sólo es
un ataque al derecho de posesión que desde las épocas romanas
se protegía, sino que el ataque trasciende al orden social y
público, convirtiéndose en una verdadera necesidad su
regulación. En el campo del derecho civil se discutirá sobre si el
tenedor tiene o no una acción que debe ejercitar; en sentido
contrario, en materia penal, no cabe duda que quien despoja un
inmueble del simple tenedor comete un delito.

III. El despojo como figura delictiva, se encuentra regulado en


el c. VI del «tít.» vigésimo segundo del «CP» vigente que se
refiere a los ''Delitos en contra de las personas en su
patrimonio''. El c. V se intitula ''Despojo de cosas inmuebles o
de aguas''.
Del contenido del «a.» 395 «CP» se desprenden diversas
hipótesis de despojo en cuanto a la cosa objeto de la acción, una
relativa a inmuebles ajenos otra a inmuebles propios y la tercera
a aguas, habiendo de común en que las acciones han de
desarrollarse ''de propia autoridad'' y con los medios: violencia,
furtividad, amenazas o engaño, y en ambos casos lo que se trata
de proteger es fundamentalmente el derecho de posesión, el cual
puede ser la ''manifestación del jus possesionis'' («aa.» 830 y
831 del «CC»), del jus possideni («a.» 798 «CC»), o de una
simple posesión derivada («aa.» 790, 791 y 792 «CC»).
Realizar la conducta ''de propia autoridad'' quiere decir
realizarla según el exclusivo arbitrio del sujeto, o sea, ''sin que
su decisión esté amparada por el ejercicio de un derecho o el
cumplimiento de un deber''.
1. En relación a la primera hipótesis, que se refiere a un
inmueble ajeno como objeto de la acción (objeto material), la
conducta a su vez puede consistir en ocupar o en hacer uso de él
(«a.» 395, «fr.» I, «CP»). Por ocupar, dice González de la Vega,
''debe entenderse entrar en posesión del bien inmueble,
invadirlo, introducirse en él etc. Es esencia de este delito su
naturaleza permanente, y por tanto, la ocupación debe hacerse
por un tiempo más a menos prolongado''; dicha ocupación, en
este caso, debe ser de un inmueble ajeno, que esta en posesión
de otra persona, y puede tratarse de un terreno sin construcción
o construido, rústico o urbano, etc., y, de acuerdo con la última
parte del «a.» 395 «CP»., aun cuando el derecho a la posesión
del inmueble ajeno ''sea dudoso o esté en disputa''. El ''hacer
uso'' del inmueble ajeno, a su vez quiere decir servirse de él; ese
servirse de él, que en principio es en forma transitoria, puede
ser en provecho propio o, incluso, de tercero.
Aunque la ley no hace distinción alguna en el «a.» 395, en d
sentido de que el ''despojo de uso'' pueda ser menos sancionado
que el despojo propio, o sea el de ocupación, resulta
recomendable hacer valer aquí la situación que se plantea
respecto del robo de uso.
Respecto del ''derecho real'' de que habla la «fr.» I del «a.» 395
«CP», debe entenderse que lo que se sanciona es el ''uso de él'',
mismo que ha de lograrse, igualmente ''de propia autoridad y
haciendo violencia o furtivamente, o empleando amenaza o
engaño''. No puede hablarse de la ''ocupación'' del derecho real,
pues se ocupa la cosa inmueble sobre la cual se tiene o no el
derecho, y como dice González de la Vega, ''el artículo protege
la posesión ejercida, esto es, el poder de hecho que virtualmente
se tiene sobre el bien, y por tanto, esta última hipótesis resulta
superflua, pues no todos los derechos reales caven en ella, sólo
el de posesión, y éste se vulnera -dado su carácter fáctico- por la
ocupación o uso del bien en si no del derecho. Hacer uso del
derecho dé posesión -pasar por terreno afecto a una
servidumbre-, es en realidad ocupar el bien, por lo que cabe en
la primera hipótesis''.
2. Por lo que respecta a la segunda hipótesis, que se refiere a
un inmueble propio que se encuentra en poder de otra persona,
como objeto material, la conducta puede consistir en ''ocupar'' el
inmueble propio o en ''ejercer actos de dominio'', y, por
supuesto, para constituir una conducta típica de despojo, deben
ser realizadas ''de propia autoridad'', además de la utilización de
los medios exigidos por el tipo: violencia, furtividad, amenaza o
engaño («a.» 395, «fr.» II «CP»). Para que la conducta
consistente en ocupar el inmueble propio sea típica, además de
los medios señalados se requiere que su realización no caiga en
los casos en que la ley lo permita; así, p.e. si la propiedad sobre
el bien se encuentra gravada al haberse transferido la posesión
(derivada) a un tercero, el nudo propietario no puede ''de propia
autoridad'' y menos por los anteriores medios, desposeer a su
legítimo detentador sin concretar la acción descrita en el tipo
del delito de despojo. Conforme a esto, González de la Vega
señala como sujetos pasivos de este caso de ocupación al
usufructuario, al arrendatario, al usuario, al depositario, al que
ejerce el derecho de habitación, etc., y como sujeto pasivo al
propietario del bien gravado en los términos del contrato o acto
respectivo. Por otra parte, el ''ejercer actos de dominio'', como
otra forma en que se puede cometer el despojo sobre bienes
inmuebles propios, tiene que llevar aparejada la ''lesión de
derechos legítimos del ocupante'', señalándose como ejemplo el
caso del arrendador que obstaculiza el acceso al local o vivienda
al arrendatario, colocando candado u otras cerraduras.
3. Finalmente, el despojo de aguas («a.» 395, «fr.» III «CP»),
cuya regulación ha sido criticada por una parte de la doctrina,
por su amplitud y falta de precisión en su redacción, es
calificado incluso de inconstitucional. En efecto, la «fr.» III del
«a.» 395 se refiere ''al que en los términos de las fracciones
anteriores, cometa despojo de aguas''. En términos generales, las
exigencias del principio de legalidad contenido en el «a.» 14
constitucional se cumplen, toda vez que el despojo de aguas, en
los términos de las «frs.» I y II del «a.» 395 «CP», puede
realizarse a través de una conducta consistente en ''ocupar'' las
aguas o en ''hacer uso'' de ellas, con los medios y en la forma
señalados ya en la primera de las mencionadas «frs.» Es decir,
el legislador no ha omitido la descripción de la conducta desde
el momento en que remite a los términos de las ''fracciones
anteriores''. Por lo que hace al no señalamiento preciso de las
aguas que pueden ser objeto de la acción de despojo, es claro
que dichas aguas pueden ser propias o ajenas. De manera más
objetiva, se consideraran como tales aguas, que pueden ser
objeto de despojo, las contenidas en los manantiales, estanques,
aljibes y corrientes de aguas, al igual que el agua de los
acueductos y de las cañerías de cualquier especie que
conduzcan líquidos. En tratándose de las ''aguas propias''
tomando en cuenta el contenido de las «frs.» I y II del a. 395, la
ocupación dará origen a una conducta típica cuando dicho acto
no sea permitido por la ley, debiéndose determinar en lo
concreto en que casos la ley no permite la ocupación; o bien
cuando se ejerzan sobre las aguas actos de dominio que lesionen
derechos legítimos del ocupante.
El hacer uso de las aguas puede traducirse en el
aprovechamiento que de las mismas se haga, sin desviar su
cauce; se puede hacer uso de ellas comportándose como dueño.
Respecto de las aguas también puede hacerse uso de un derecho
real que exista sobre días, lo que consistiría en la realización de
actos propios del dueño o del titular de la servidumbre.
El nuevo «CP» de Veracruz (1980) tiene una regulación más
precisa respecto del despojo de aguas, al establecer en su a. 194,
«fr.» III: ''Al que desviare, derivare o hiciere uso de las aguas
propias o ajenas, en los casos en que la ley no lo permita, así
como el uso de un derecho real de aguas que no le pertenezca''.
Redacción que viene a subsanar todos los problemas que
plantea el «CP».
Por lo que respecta a los medios de realización en las diversas
hipótesis que se han mencionado, el tipo exige la concurrencia
de especiales medios o formas de realización de la acción, que
son: violencia, furtividad, amenaza o engaño.
En relación a la ''violencia'', en los códigos penales de 1929 y
1931 no se advierte una especificación clara de lo que ella es o
en lo que ella consiste, reduciéndose únicamente a señalar que
la violencia recae sobre las personas. Con forme a las reformas
de diciembre de 1945, no se hace ninguna especificación de si
la violencia es únicamente sobre las personas o también sobre
las cosas, por lo que se ha considerado que puede recaer tanto
sobre las personas como sobre las cosas. Por otra parte, al
hablar el a. 395 de la violencia, no específica si se trata
únicamente de la violencia física o también de la moral; pero se
entiende que se refiere sólo a la violencia física (vis absoluta),
según el sentido de la reforma de 1945, con la que la violencia
se amplia a las cosas. Sin embargo, no queda del todo excluida
la violencia moral, si se admite que el despojo también puede
realizarse ''empleando amenaza'' como lo dice el propio
precepto en cuestión. La violencia física sobre el inmueble,
consiste en el despliegue de una fuerza que transforme, altere ó
incluso destruya el objeto de la acción con el fin de hacer
posible la ocupación o uso, por lo que ella debe preceder o ser
simultánea a dicha ocupación o uso. El empleo de amenazas, a
su vez, consiste en la realización de actos o de palabras sobre la
persona, con las que se le da a entender que se le hará un mal si
se opone a que se ocupe o se haga uso del inmueble o de las
aguas. El empleo de engaño, supone la realización de una
actividad falaz que tiende a producir una situación de error en el
sujeto pasivo, y debe ser el medio idóneo para lograr la
ocupación del inmueble o su uso y la ocupación de las aguas o
de los derechos reales. Plantea consideraciones importantes,
para distinguir entre el delito de despojo cometido mediante
engaño y el delito de fraude que tiene por objeto un bien
inmueble. La furtividad, finalmente, consiste en una maniobra
clandestina, es decir, a escondidas, para ocupar o usar el
inmueble o las aguas. La ocupación o el uso furtivo del
inmueble o de las aguas se realiza, por lo general, cuando el
poseedor se encuentra ausente y el sujeto activo se aprovecha o
vale de dicha circunstancia. De todos los medios señalados, se
consideran como auténticos del despojo la violencia y las
amenazas, por lo que hay opiniones en el sentido de considerar
absurda la inclusión de la furtividad y del engaño.
Por lo que respecta a la parte final del a. 395 del «CP»
reformado encontramos que anteriormente se contemplaban
diversas modalidades en lo que respecta a esta figura delictiva.
Empero, en principio nos referiremos en este renglón a lo
relativo a la punibilidad, la cual sufría un aumento en la misma,
cuando la comisión delictiva se ejecutaba por más de cinco
personas, es decir, por un grupo o grupos de personas. Dicho
aumento de punibilidad, también se hacía extensible en virtud
de la existencia de un autor intelectual del mencionado delito, o
bien, para aquellos que dirigen la invasión del lugar.
Ahora bien, dadas las modificaciones que sufrió el
mencionado a. en el año de 1985, publicada en el «DO» del 14
de enero, observamos un cambio de fondo en lo que se refiere al
contenido y a la punibilidad en general. En principio, por lo que
concierne a la punibilidad toma un giro diverso, ésta ahora irá
en razón de una circunstancia que rodea al sujeto activo de una
acción, esta circunstancia, no es más que la reincidencia, la
forma reiterada de promover el despojo. La nueva regulación
repercute directamente en la sanción, que antes era de uno a seis
años de prisión; ahora el mínimo es de dos y el máximo de
nueve años. Este aumento de la pena se clara cuando se esté en
presencia de la reincidencia, ya que se le considera como una
agravante en la acción cometida. El nuevo pfo. citado, contiene
lo que debe entenderse por conducta reiterada, arrojándonos dos
conceptos al respecto,: a) quienes hayan sido anteriormente
condenados por esta forma de participación, y b) a quienes se
les hubiese decretado en más de dos ocasiones auto de formal
prisión por este mismo delito.
Es pertinente aclarar, que no se considerará como conducta
reiterada, cuando la litis se hubiera resuelto por el
desvanecimiento de datos, o bien, el sobreseimiento, o la
absolución del inculpado. Se atenderá únicamente a los que ya
tuvieron una condena por despojo o dos autos de formal prisión
por la misma acción; sólo en estos casos procederá.
Esta figura delictiva presenta una gran dificultad jurídica; ella
queda clara si recordamos el principio jurídico consagrado en el
a. 23 de nuestra C, que expresa ''nadie puede ser juzgado dos
veces por un mismo delito''. Por lo tanto, esta circunstancia que
ahora es necesaria para el aumento de la pena, en opinión de
diversos autores, atenta contra el principio ya señalado non bis
in idem. Una vez juzgado, y cumplida la pena, por el delito, no
deberá tomársele en cuenta para el aumento de la sanción. La
razón es que se esta en presencia de un nuevo delito y se le debe
juzgar sólo por esa nueva acción.

DEUDA PÚBLICA
I. Es el conjunto de obligaciones financieras generadoras de
interés, de un gobierno central con respecto a otro gobierno, a
empresas o a individuos de otros países, e instituciones
internacionales (públicas y privadas). La deuda pública es
diferentemente considerada y calculada por los distintos
gobiernos, estos pueden extenderla o no a todas sus
obligaciones, a las del sector público de empresas
nacionalizadas, agencias públicas, gobiernos provinciales y
municipales. El concepto ha ido desarrollándose y precisándose
desde el siglo XIX, a medida que se ha impuesto la clara
distinción entre deuda pública y deudas del soberano.
Un gobierno puede incurrir en endeudamiento por una
variedad de razones y bajo una diversidad de formas e
instrumentos, todas las cuales tienen diferentes ventajas e
inconvenientes y en conjunto constituyen la deuda pública. Las
principales razones son:
1. Satisfacción de necesidades temporales por insuficiencia de
ingresos del gobierno respecto a sus gastos estimados.
2. Enfrentamiento de emergencias financieras que resultan de
la guerra y sus consecuencias posbélicas (pago de costos e
indemnizaciones, reconstrucción).
3. Financiamiento de nacionalizaciones y estatizaciones, y de
otras formas de intervencionismo y dirigismo.
4. Obras públicas para la reactivación económica en fases de
recesión y crisis y para el lanzamiento y continuidad del
crecimiento (efectos expansivos del empleo, la producción y el
consumo).
5. Resultados de las políticas gubernamentales: monetarias
(compraventa de papeles públicos por el banco central, para
regular la cantidad de circulante); fiscales (financiamiento
deficitario del Estado y sus principales agencias y actividades);
equilibrio de balanzas comerciales y de pago.

II. Los componentes de la deuda pública pueden surgir de actos


bilaterales o de disposiciones legislativas; del otorgamiento de
un crédito o de formas de empréstito.
El empréstito público es modalidad contemporánea
predominante de deuda pública, bajo diferentes formas
instrumentales: comercializables o no en el mercado; de plazos
de vencimiento variables (cortos medianos y largos, depósitos
retirables a la vista o irredimibles); consolidadas o flotantes,
certificados impositivos, certificados del tesoro, bonos de
tesorería, bonos gubernamentales, etc.
Los servicios de la deuda pública como pago de los intereses
correspondientes, y la amortización como reducción o
liquidación completa del capital recibido y adeudado, pueden
ampliarse con impuestos y con otros ingresos del gobierno, y a
través de diferentes métodos. Un gobierno puede separar
periódicamente una parte de sus ingresos y acumularla para el
pago final de una deuda, generalmente bajo administración de
un fideicomisario; o bien satisfacerla por anualidades fijas; o
puede usar sólo ingresos excedentes, con fijación de una
apropiación permanente para el pago del principal por encima
de las tasas anuales de interés, de modo tal que la amortización
de la deuda pública cesa cuando el gobierno sufre un déficit. El
pago regular de la deuda pública crea y refuerza el crédito del
respectivo gobierno.
El aumento del número de acreedores de obligaciones
gubernamentales se ha acelerado en la historia reciente,
abarcando entre aquellos a bancos y entes financieros
nacionales, a otros residentes nativos o foráneos, y a individuos
e institutos internacionales o extranjeros. Dentro de esta
tendencia general se da además otra, de incremento del papel y
las proyecciones del endeudamiento internacional, en cuanto a
los montos del capital prestado y de los servicios de sus
intereses. Ello ha incluido y afectado primordialmente a los
llamados países en desarrollo, que dependen cada vez más del
financiamiento internacional para sus programas de desarrollo y
para el funcionamiento corriente de sus gobiernos y
administraciones públicas. El financiamiento externo es
obtenido por los países en desarrollo de: programas de ayuda de
gobierno a gobierno y de agencias de crédito a la exportación;
de instituciones financieras internacionales (Banco Mundial,
bancos de fomento regional, Fondo Monetario Internacional,
agendas de las Naciones Unidas, otros fondos multilaterales);
de la inversión privada (empresas transnacionales, bancos
comerciales).

DEUDOR
I. (Del latín debitor.) Se entiende como tal a la persona que en
la relación jurídica es titular de una obligación y que se
constituye en el deber de entregar a otra, denominada acreedor,
una prestación.
La denominación de deudor se aplica principalmente a las
relaciones jurídicas contractuales y sus obligaciones consisten
en pagar en el tiempo, forma y lugar convenidos o en su defecto
señalados por la ley. Por esa razón si el acreedor se negase a
recibir el pago y a desvincular al deudor, este tiene el derecho
de ofrecer en consignación la prestación convenida. Este
derecho recibe el nombre de consignación («aa.» 2062 a 2103
«CC»).

II. El deudor responde del cumplimiento de sus obligaciones


con todos sus bienes con excepción de aquellos que conforme a
la ley sean inalienables o no embargables. Cuando no sea
posible encontrar en el patrimonio del deudor los medios para
obtener la satisfacción directa de los intereses del acreedor se
acude al principio de economía moderna por el que se concibe
al dinero como medida del patrimonio; en otros términos se
convierten en dinero los bienes que se encuentran en el
patrimonio del deudor mediante venta forzosa.

III. Este orden jurídico es resultado de una extensa evolución


del derecho, pues en el antiguo derecho romano se concedía
acción al acreedor para disponer de la persona del deudor
incumplido, pudiendo vendérsele o facultándose para darle
muerte. Sólo siglos más tarde esta forma se suavizo autorizando
al acreedor para tomar posesión de la universalidad del
patrimonio del deudor; la evolución concluyó en el derecho
moderno en el que no se admite prisión por deudas y solamente
se liquidan las obligaciones con los bienes necesarios para este
objeto y sólo en cuanto basten a cubrir lo reclamado.

DICTADURA
I. Proviene del latín dictatura que connota dignidad y cargo de
dictador. En lenguaje usual dictadura, según el propio
Diccionario de la Real Academia, es el gobierno que invocando
el interés público, se ejerce fuera de las leyes constitutivas de un
país. Se opone a ''democracia''. En ellas encontramos un
ilimitado poder.

II. Podemos definir a la dictadura como todo régimen


autoritario que violentando el sistema de legitimidad
establecido en un Estado, busca cierta permanencia. Se
identifica con absolutismo y totalitarismo.

III. Maurice Duverger expone los momentos en la historia de la


dictadura, a saber: 1) dictaduras antiguas: a) Grecia y Roma.
Son producto de la colonización exterior y del comercio
internacional principalmente. Valga aclarar que en el derecho
romano con la desmembración del consulado nacen una serie de
magistraturas a través de las cuales los cónsules delegaban
facultades. Estas magistraturas son divididas en ordinarias
(tribuna militar, censura, cuestura, pretura, ediles) y en
extraordinaria: la dictadura. Esta se presentaba en momentos
difíciles para la vida de la República, situaciones de
emergencia. Tenía una duración máxima de seis meses y el
poder del dictador era limitado. Margadant señala que esta
magistratura extraordinaria se asemeja a nuestra suspensión de
garantías contenida en el «a.» 29 constitucional, con la
diferencia que aquélla era más drástica, b) Dictaduras
provenientes por los trastornos intelectuales del Renacimiento y
la Reforma acompañados de cambios económicos, y c)
Dictaduras cuyo origen lo encontramos en la crisis de los
sistemas aristocráticos monárquicos. 2) Dictaduras del Tercer
Mundo. Tienen su fuente motivadora en las desigualdades
sociales y en los problemas socioeconómicos. 3) Dictaduras de
la tecnodemocracia. Son provocados por los desajustes en la
base productiva de los países desarrollados.

IV. ''Originalmente, la noción de dictadura corresponde a un


régimen transitorio, basado en la fuerza, contrario al sistema de
legitimidad admitido generalmente por la sociedad en que
existe, y cuyo fin es asegurar el orden frente a circunstancias
excepcionales. Pero, una vez establecidas las dictaduras tienden
a perpetuarse y su carácter transitorio se acentúa. Por otra parte,
algunos afirman que son permanentes desde el principio''
(Duverger,). ''La dictadura corresponde a una crisis de
legitimidad o que es más o menos provocada por esta''.
Duverger señala que generalmente se habla de dictaduras
conservadoras, identificadas con el régimen de propiedad
capitalista y cuya legitimación radica en las ideas que han dado
sustento ideológico al sistema establecido; y dictaduras
revolucionarias a las que se les identifica con el sistema de
propiedad socialista y cuya legitimación radica en la
transitoriedad de la misma, durante la cual se emplea la
coacción con el propósito de convertir en legítimo al nuevo
régimen. Ya que estamos tratando las dictaduras socialistas o
revolucionarias, hay que aclarar que entiende el márxismo-
leninismo por dictadura del proletariado. La dictadura del
proletariado representa la primera base de la sociedad
comunista, a la que también se le conoce como socialismo. En
esta primera etapa los medios de producción han dejado de ser
propiedad privada para pertenecer a toda la sociedad. Los
productos se distribuyen según el trabajo de cada quien y no
según las necesidades, como se hará en etapas superiores. El
Estado burgués se suprime violentamente para ser substituido
por el Estado proletario el cual se extinguirá también en la etapa
superior a la dictadura del proletariado.
Para Maurice Duverger tanto en las dictaduras socialistas
como en las capitalistas se emplean los ''mismos instrumentos
políticos'': partido único, represión, policía, etc., y sólo difieren
en el contexto socioeconómico e ideológico. Respecto al
esquema de las instituciones políticas en las dictaduras,
Duverger habla de dos principales institutos que permiten a los
regímenes autocráticos lograr su permanencia, a saber: a) la
fuerza material de protección constituida por el ejército y el
partido único, y b) los medios de acción sobre la población
formados por un aparato represivo y por un aparato
propagandístico.

DIFAMACIÓN
I. De difamar. Desacreditar a uno respecto a terceros. Supone
un ataque a la fama o reputación de una persona, es decir,
rebajar a alguien en la estima o concepto que los demás tienen
de él.

II. En el derecho penal mexicano, el «CP» se refiere al delito de


difamación en su «a.» 350, en el cual nos manifiesta qué es lo
que debemos entender por dicho delito.
El delito de difamación es considerado dentro de los delitos
contra el honor, siendo éste el bien jurídico tutelado. El «CP»
manifiesta claramente que la difamación consiste en comunicar
de manera dolosa a una o a más personas la imputación en
contra de una persona de un hecho cierto o falso, pero con la
finalidad de ofender logrando por este medio el que se cause
una deshonra, un descrédito, un perjuicio, exponiéndola al
desprecio de alguien.
La imputación que es considerada una característica de dicha
figura delictiva, deberá ser en forma concreta, precisa y
determinada, no debe existir duda respecto a quién se le quiere
atribuir una determinada conducta.
Sin embargo, es necesario tener presente que en el delito de
difamación, la imputación siempre ira encaminada a la
consecución de un fin: el de lesionar o dañar la reputación y
estima de uno o varios sujetos así como también el honor de una
familia, etc.
En México, la consecuencia de la imputación es la de causar
deshonra, descrédito, perjuicio, o exponer a una persona al
desprecio de alguien («a.» 350 «CP»).
La divulgación ha sido considerada como un elemento del
delito de difamación.
Empero, la divulgación o la publicidad no es ya un requisito
único de la difamación como se consideraba con antelación,
sino que también es un requisito de la injuria.
De la lectura del citado «a.» se desprende que la divulgación la
encontramos inmersa en la palabra comunicación dolosa en
sentido amplio.

III. La característica apreciable en el delito de difamación, es la


comunicación a una o a varias personas de la imputación de
hechos ciertos o falsos, tratando de conseguir en forma dolosa
una lesión a la reputación ya sea personal, familiar o
profesional.
Si consideramos que la comunicación además de ser una
característica, también constituye uno de los elementos que
configuran la conducta típica, consistente en la comunicación
de la imputación de ciertos hechos falsos, determinados o
indeterminados que integran la acción.
La comunicación a la que aludimos puede hacerse por
cualquier medio: de palabra, por escrito, por gestos o ademanes,
pero esta comunicación debe ser percibida por la persona o
personas a quien se dirige.
Se desprende de la redacción de la norma en estudio que basta
solamente el ''riesgo de lesión'' a la reputación, honra, etc., que
se puede cometer, para que se esté frente a la comisión del
delito.
También se ha señalado a la imprenta como medio
difamatorio, sobre todo cuando se hace mal uso de este medio
ya que a través de ella se puede dar mayor difusión a la ofensa.
Quienes así actúan se olvidan de que la prensa como órgano de
difusión, satisface un interés general, y la convierten en un
instrumento dañino para el honor.
Ahora es necesario señalar en que consiste el elemento
subjetivo. Su aspecto relevante es el dolo, entendido como el
que tiene conocimiento y voluntad de realización de los
elementos objetivos y subjetivos del tipo, para la consecución
de la comisión de un hecho delictivo.
En la difamación, no se configura esta conducta como
delictiva con el solo hecho de querer comunicar a otro la
imputación a un tercero con el fin de causarle deshonra,
descrédito, perjuicio, etc., sino que se requiere el animus
diffamandi.
La intención de ofender en el delito de difamación representa
un aspecto esencial para la configuración del mismo.

DOCTRINA
I. La palabra ''doctrina'' proviene del latín doctrina, locución que
deriva de docere (''enseñar'', ''dar a conocer'', ''instruir'',
''educar'') y significa, como aquélla: ''enseñanza'', ''educación'',
''instrucción'', ''sabiduría''.
''Doctrina'' y sus equivalentes (''doctrine'', dottrina, Lehre, etc.)
han mantenido, en gran medida, su significado originario. El
matiz que se advierte es el peso o fuerza que se otorga a esta
instrucción. ''Doctrina'' alude a la idea de que lo que se enseña
son dogmas o verdades sabidas o impuestas por una escuela
determinada. En este sentido, se habla de ''la doctrina cristiana'',
de ''doctrinas económicas'', ''doctrinas políticas'', etc.
Por extensión se aplica al conjunto de opiniones suscritas por
uno o varios autores de reconocida autoridad sobre cualquier
materia. En este sentido ''doctrina'' se usa normalmente para
indicar lo que se enseña en materia teológica, filosófica o
científica. La expresión implica siempre la idea de un cuerpo de
dogmas o ''verdades'' organizadas de forma consistente,
frecuentemente relacionadas con la acción. Con respecto a esto
último, se trata de distinguir entre ciencia y doctrina: aquélla
constata y explica; ésta, juzga y prescribe (A. Lalande).

II. En la literatura jurídica se entiende por doctrina,


primeramente, el conjunto (corpus) de conceptos e ideas que
formulan los juristas y trasmiten en la enseñanza del derecho.
La doctrina, así, entendida, constituye el aparato dogmático
para el estudio y aplicación del derecho. En este sentido
doctrina se opone a la legislación y a la jurisprudencia, esto es,
el material jurídico dado.
En un sentido más restringido se llama ''doctrina'' a las tesis
sostenidas por una escuela (Exégesis francesa, Historicismo
alemán, Realismo escandinavo) o por un jurista de renombre
con respecto a un punto discutible o controvertido.

III. En Roma, las opiniones de los juristas fueron decisivas en el


desarrollo del derecho. Responsa prudentium eran las
opiniones, orales o escritas, dadas por los juristas cuando les
eran requeridas por aquellos que protagonizaban una
controversia jurídica o un litigio. Los juristas también daban
responsa a los magistrados o jueces cuando éstos les pedían su
opinión sobre un problema jurídico. Dar responsa era una vieja
costumbre romana que se remonta al tiempo en que los
pontifices eran los únicos expertos en derecho. En cuanto a la
fuerza u obligatoriedad de las responsa prudentium dependía
fundamentalmente de la autoridad y prestigio del jurista que la
sostenía y de su correspondencia con opiniones similares de
igualmente prestigiados juristas. Cuando estas condiciones se
presentaban la opinión de los juristas tenía fuerza de ley:
''Responsa prudentium sunt sententiae et opiniones eorum
quibus permissum est iura condere, quorum omnium si in unum
sententiae concurrunt, id quod ita sentium legis optinet...'' (''Las
respuestas de los juristas son los juicios y opiniones de aquellos
a los que se les permite establecer el derecho. Cuando los
juicios de todos coinciden, lo que así se sostiene tiene fuerza de
ley...'' Gayo, 1, 7). Cuando las opiniones eran discordantes el
juez estaba en libertad de seguir la opinión que le pareciera la
mejor: ''... si vero dissentium, iudici, licet quam velit sententiam
sequi'' (ibidem).
Al privilegio otorgado por el princeps (emperador) a juristas
prominentes para emitir opiniones (responsa) sobre cuestiones
jurídicas, ''ex auctoritate principis'' (por autoridad del
emperador), se llama: ius publice respondendi.
La importancia de la actividad respondendi de los juristas es
inconmensurable para la evolución del derecho y jurisprudencia
romana. Ésta se vio afectada con la ''codificación'' del Edicto
Perpetuo, lo que permitía que se incrementara la autoridad de
los juristas que formaban el consilium principis.

IV. Canonistas y civilistas desde finales del siglo XIII conciben


en la doctrina como la communis opinio de los doctores, y
según ciertos autores, tiene, bajo ciertas condiciones, fuerza de
ley de ahí que consideran nula, de pleno derecho, la sentencia
que la ignoraba (Bártolo, Super secunda codicis, ad l. De eo,
Tít. de poena iudicis, qui male iudicavit, VII, 49). En los siglos
XIV y XV el criterio de la communis opinio se modifica. Era
suficiente para formar una communis opinio la autoridad de la
glosa de Acursio («a.» 1182- c. 1267), y la de otros dos o tres
doctores, cuando no se tengan como suficientes las opiniones
concordantes de Acursio y Bártolo (1313-1357).
Posteriormente, la autoridad de la doctrina varia; fue
considerada sugerencia que el juez debe seguir en conciencia,
en este sentido Suárez señala: De hac igitur interpretatione...
doctrinali... certum est non habere vim legis, qui non procedit a
potestate iurisdictionis, sed a scientia, et iudicio prudentum...
vix potest accidere, ut contra communem omnium doctorum
interpretarionem tam efficax ratio occurrat, ut in conscientiam
reddat securam contrariam intelligentiam'' (Trac, de leg. ac Deo
Legislatore, VI, 1, 6). Esta última pareciera ser la propia
opinión de la doctrina al respecto.
La doctrina en nuestros días, recibe simplemente la fuerza de
convicción que posea, en base a la autoridad y respetabilidad
del jurista. Los juristas ''explican'' el derecho y en este quehacer
fijan o establecen el sentido de las disposiciones o normas que
describen (v. infra), pero, a pesar de ello, no puede considerarse
como una fuente formal del derecho. La Escuela de la libre
investigación científica (F. Gény) y del derecho libre (H.
Kantorowicz) otorgan mayor peso a la doctrina cuya función
fundamental consiste en el establecimiento de las reglas
(metarreglas) para el intérprete (v. infra).

V. Doctrina se usa, también, como sinónimo de ''ciencia del


derecho'' ''dogmática jurídica''. En este sentido puede
caracterizarse como la disciplina que determina y describe el
material tenido por derecho, sin cuestionar su validez. Un claro
entendimiento de las disposiciones jurídicas que constituyen
una institución jurídica cualquiera, presupone el manejo de los
conceptos, nociones, ideas y tradiciones jurídicas que
conforman dicha institución. Pues bien, los conceptos,
nociones, dogmas o presupuestos que conforman una institución
jurídica son suministrados por la dogmática jurídica: ella
constituye la doctrina aplicable a dicha institución.
El material jurídico se encuentra escrito, por decirlo así, en
caracteres codificados, para leerlos es necesario descifrarlos. El
''código'' (en el sentido de vocabulario de un léxico) para tal
''lectura'' es proporcionado por la dogmática jurídica y su
historia, es decir, por la doctrina.
El lenguaje en que, por así decirlo, se encuentran ''escritas'' las
instituciones jurídicas (cualesquiera que estas sean) sólo puede
ser adecuadamente entendido a través de su propia semántica (y
el análisis de sus usos y contextos pragmáticos). Esto es la
''lectura'' apropiada de las normas que constituyen y rigen el
funcionamiento de un determinado instituto jurídico sólo es
posible si se tiene presente el corpus de doctrina, el cual
proporciona a tales institutos (o al lenguaje en que se
encuentran ''escritos'') su sentido específico. La doctrina, en
tanto aparato semántico («i.e.» interpretativo) es, en principio
exclusiva. Se constituye para ''leer'' (identificar, seleccionar,
reformular) el derecho que se tiene que aplicar.
La descripción que lleva a cabo la ciencia del derecho («i.e.»
doctrina) no se limita a levantar un inventario del material
jurídico. El jurista ''ordena'' (o reordena) el material jurídico
para construir un todo ''sistemático'' y ''consistente'' y asigna,
así, cierto significado a los materiales que describe: determina
su sentido, su alcance, en suma: los interpreta. Sólo por la
doctrina sabemos qué son, qué alcance tienen y cómo funcionan
los materiales jurídicos.
Este último argumento conduce a la tesis en que el derecho o,
mejor, el lenguaje en que el derecho se formula, se distingue
claramente del lenguaje común (del cual aquél toma su
vocabulario). El lenguaje del derecho se interpreta según un
metalenguaje diferente al del lenguaje ordinario. La idea que
subyace detrás de es a tesis (la cual permite un claro
entendimiento de la doctrina) es que justamente la función de la
ciencia del derecho consiste en ''encontrar'' y aplicar los
principios de interpretación, la doctrina aplicable a cierto
derecho. ''La lectura jurídica de un enunciado del derecho (i.e.,
de una legislación) no puede hacerse más que con la ayuda de
las reglas propias del metalenguaje del derecho'' (v. Y.
Thomas).

DOLO
I. En derecho penal el dolo denota la volición, apoyada en el
conocimiento correspondiente, que preside la realización de la
conducta descrita en los tipos de delito que requieren esa forma
de referencia psicológica del sujeto a su hecho. Es, en términos
corrientes, el propósito o intención de cometer el delito. El
«CP» no utiliza para designarlo el término dolo sino la palabra
intención, que, como se verá, no es la mejor para abarcar la
amplia gama del dolo.
Hasta hace poco tiempo la ley penal mexicana, con la
excepción de algunos códigos locales, no definía el dolo. Entre
las importantes reformas introducidas al «CP» en 1984 (DO 13-
I-1984) se cuenta la de su «a.» 9o., que aporta, amén de la de la
culpa y de la de la preterintención, la definición del dolo,
expresando que ''obra intencionalmente el que, conociendo las
circunstancias del hecho típico, quiera o acepte el resultado
prohibido por la ley''. Es claro, pues, que el dolo importa un
saber (conocimiento) y un querer (volición) que apuntan a los
elementos (circunstancias, dice la ley) de la correspondiente
figura de delito.

II. El agente se halla en dolo cuando sabe o conoce lo que


realmente ejecuta. Si se trata, p.e., del tipo de homicidio doloso,
el ejecutor sabe que tiene ante si un hombre vivo, que el arma
que extrae de su bolsillo y dispara sobre él está cargada y que,
habida cuenta de la distancia de que tira, la zona del cuerpo a
que apunta y su buena puntería, el disparo no ha de producir
con mayor o menor grado de probabilidad la muerte de su
víctima.
Podrá percibirse que este conocimiento recae, en primer lugar,
sobre hechos. Algunos de estos hechos preexisten al acto mismo
de ejecución, como, en el ejemplo propuesto, tener el agente
buena puntería y contar con un arma cargada, y ser la víctima
un hombre vivo. Pueden esos hechos estar también en el futuro,
como el curso causal conducente al resultado y la aparición de
este, la muerte de la víctima, hechos futuros que pasan a ser
objeto de previsión más que de conocimiento. En seguida, la
ausencia del consentimiento de la mujer en el aborto del «a.»
330 «CP» o del de la persona que puede disponer de la cosa en
el robo del «a.» 367 «CP», aunque el carácter negativo de esos
tipos de delito, es también un hecho, al cual se extiende el
conocimiento necesario al dolo. Pero más allá de los hechos, ese
conocimiento abarca todavía los elementos normativos del tipo,
vale decir, ciertas valoraciones recogidas a veces por la ley en
referencia a determinadas pautas sociales, como la condición de
''casta y honesta'' de la mujer en el estupro del «a.» 262 «CP», o
a normas jurídicas, como la calidad de servidor público.
Cabe destacar que el conocimiento, así caracterizado, del
significado del hecho en cuanto tal ha de ser siempre efectivo y
no sólo posible. Puede importar a veces una concentración de la
actividad consciente sobre el objeto y a veces un mero tenerlo
disponible en la mente en el momento de obrar. En cuanto a la
previsión del curso causal y de la aparición del resultado, no
puede ella serlo de todos los detalles, porque no siendo dable a
la propia ciencia prever todos los resultados y procesos
causales, menos puede exigirse esa previsión al común de las
personas, que carecen de conocimientos científicos. Así pues, la
previsión del resultado pertenece al dolo si va acompañada de
una previsión de la causalidad que no se separe en forma
sustancial de la causación de ese resultado por parte del autor
(Zaffaroni).
Sostienen algunos que a ese saber o conocimiento debe
agregarse, para completar este aspecto intelectual del dolo, el de
la significación jurídica o antijuridicidad de la acción u omisión
legalmente prevista. Otros prescinden de este último
conocimiento y prefieren incluirlo -reconociéndolo, por cierto
como extremo también ineludible de la responsabilidad penal-
en la culpabilidad, tal como modernamente se la entiende.

III. A ese saber se suma, en seguida, un querer (volición), que


es la decisión de realizar la acción, o más precisamente, la
voluntad realizadora que la preside en el momento de ser
ejecutada. Tal voluntad se apoya en el conocimiento de los
elementos de la formulación típica, antes mencionado. Querer,
pues, no es meramente desear sino dar determinación a un
propósito, que puede ser, acaso, hasta desagradable para el
propio agente. Es esta volición la que preside la realización del
delito doloso.

IV. La clasificación más importante del dolo es la que distingue


entre dolo directo, dolo indirecto o mediato y dolo eventual.
En el dolo directo la voluntad del sujeto se dirige precisamente
a aquello que constituye el delito. Así, obra con dolo directo de
homicidio quien endereza su acción a dar muerte a un hombre,
aun que ese resultado precisamente querido pueda aparecer, en
el hecho, como un efecto meramente probable, dadas las
circunstancias, de la acción emprendida. Lo que importa es que
ese resultado, la muerte de un hombre, sea el efecto a que se
dirige la voluntad. A esta especie o forma de dolo conviene tal
vez más propiamente el vocablo intención, que es el término
con que el «CP» designa el dolo.
En el dolo indirecto o mediato y en el dolo eventual el
resultado delictivo que al autor se le imputa a esos títulos no es
la meta, delictiva o no, que él pretende alcanzar con su acción,
pero ese resultado aparece a su mente vinculado a ella de modo
necesario o posible, con independencia de que el agente lo
desee o no. Trátase de formas ampliadas de dolo respecto de la
producción de consecuencias accesorias, representadas como de
ocurrencia segura o posible: segura en el dolo indirecto, posible
en el dolo eventual. Sobre esta representación debe imperar
indispensablemente, como en toda especie de dolo, la voluntad,
que cuenta con la aparición de la consecuencia accesoria y no
retrocede ante ella.

DOMICILIO
I. (Del latín domus: casa.) El domicilio de una persona física es
el lugar en donde reside con el propósito de establecerse en él; a
falta de éste, el lugar en que tiene el principal asiento de sus
negocios; y a falta de uno y otro, el lugar en que se halle («a.»
29 «CC»). El domicilio de las personas morales es el lugar
donde se encuentra establecida su administración.

II. El concepto jurídico comprende dos elementos: uno objetivo


y el otro subjetivo. El primero está constituido por la residencia
de una persona en un lugar determinado, y el segundo por el
propósito de dicha persona de radicarse en ese lugar. La ley
presupone que se conjunta estos dos elementos cuando una
persona reside por más de seis meses en ese lugar.
La ley utiliza indistintamente los conceptos de domicilio y
población como sinónimos dando lugar a varias confusiones. Si
bien en la mayoría de los casos utiliza el concepto de domicilio
para referirse a la morada o casa (p e., el domicilio conyugal),
en otros lo utiliza para hablar de la población (p. e., el domicilio
de los sentenciados). Galindo Garfías para aclarar estas
confusiones, afirma que ''cuando la ley alude al domicilio como
la casa habitación de una persona, implícitamente se refiere a la
población donde se encuentra ubicada esa casa''.
Este atributo de las personas tiene por objeto: a) determinar el
lugar para recibir todo tipo de notificaciones y emplazamientos
(«a.» 117 «CPC»); b) precisar el lugar donde debe cumplir sus
obligaciones («aa.» 34 y 2028 «CC»); c) fijar la competencia
del juez («a.» 156 «frs.» V a XII «CPC»); d) establecer el lugar
en donde deben realizarse determinados actos del estado civil, y
e) realizar la centralización de los bienes en caso de juicios
universales -quiebra, concurso, herencia- («aa.» 157 y 739
«CPC»).

III. Existen varios tipos de domicilio: real es aquel en que radica


una persona con el propósito de establecerse en él («a.» 29
«CC»); legal, es aquel que la ley señala como lugar para el
ejercicio de sus derechos y el cumplimiento de sus obligaciones
aunque de hecho no se encuentre allí presente («aa.» 31 y 32
«CC»); voluntario es aquel que surge cuando una persona, a
pesar de residir en un lugar por más de seis meses, desea
conservar su domicilio anterior, para ello debe hacer la
declaración correspondiente dentro del término de 15 días, tanto
a la autoridad municipal de su residencia anterior como a la de
la nueva; convencional, es el lugar que una persona señala para
el cumplimiento de determinadas obligaciones («a.» 34 «CC»),
y de origen que se refiere al lugar en donde se ha nacido.
Además el «CC» se refiere al domicilio conyugal («a.» 163
«CC») y al domicilio familiar («a.» 723 «CC»). El primero ha
sido definido por la «SCJ» como el lugar donde conviven los
cónyuges y sus hijos, disfrutando aquéllos de la misma
autoridad y consideraciones. Es la morada en que están a cargo
de la mujer la dirección y el cuidado de los trabajos del hogar.
Debiendo ser adecuada para hacer posible el cumplimiento de
las obligaciones y el ejercicio de los derechos derivados del
matrimonio. Es decir, se requiere que además de ciertas
consideraciones materiales como espacio, servicios, etc., sea un
domicilio propio. Recientemente esta definición fue
incorporada al ordenamiento civil del D.F., así, el propio «a.»
163 «CC» define este domicilio como ''el lugar establecido de
común acuerdo por los cónyuges, en el cual ambos disfrutan de
autoridad propia y consideraciones iguales''. El segundo es uno
de los elementos objeto del patrimonio de familia.

DOMICILIO FISCAL
I. Lugar que el legislador señala al contribuyente para todos los
efectos derivados de la relación tributaria sustantiva; muy
especialmente para que la autoridad fiscal lleve a cabo una
mejor administración de los ingresos fiscales, bajo el criterio de
facilitar el cumplimiento de las obligaciones fiscales dentro de
la circunscripción territorial que a cada persona contribuyente le
corresponda.

II. El domicilio fiscal de las personas físicas casi es idéntico que


el domicilio para efectos civiles; pero varía según se realicen
actividades empresariales (v, «a.» 16 «CFF» y v. «a.» 107 LIR);
o que se trate de prestación de servicios personales
independientes (v. «a.» 84 LIR); pues en el primer caso lo es el
local en que se encuentre el principal asiento de sus negocios; y,
en el segundo, el local que se utilice como base fija para el
desempeño de sus actividades.
Fuera de ambos casos, el legislador federal dispuso («a.» 10
«CFF») que el domicilio fiscal será el lugar en que la persona
física tenga el asiento principal de sus actividades.
Para las personas morales el legislador siguió un criterio
diferente y, así, dispuso que cuando residan en el país, su
domicilio fiscal será el local donde se encuentra la
administración principal del negocio.
Tratándose de establecimientos o sea, de cualquier lugar de
negocios en que se desarrollen parcial o totalmente las
actividades principales («a.» 16 in fine «CFF») de personas
morales residentes fuera del país, el domicilio fiscal será ese
establecimiento; y de ser varios establecimientos, el domicilio
fiscal será el local donde esté la administración principal del
negocio en el país; o en su defecto, el que deseen señalar los
contribuyentes.

III. El domicilio fiscal al igual que en derecho civil, es


inviolable, y así, el legislador exige la observancia previa de
ciertas formalidades esenciales para que el contribuyente pueda
ser molestado en su domicilio fiscal («aa.» 43, 44, 46 y 47
«CFF»).

IV. El señalamiento de domicilio fiscal, por parte del


contribuyente, además de una obligación, constituye para éste
una garantía si la autoridad fiscal pretende molestarlo o privarlo
de sus bienes, derechos, propiedades o posesiones; pues el acto
o actos tendientes a ello deben ser notificados precisa y
personalmente en ese domicilio fiscal para que sean válidos y
surtan todo efecto legal; pues de lo contrario el contribuyente
tiene expedito el ejercicio de su derecho de impugnar ese acto y
procedimiento viciados por ilegales, precisamente a través del
llamado recurso de nulidad de notificaciones (v. «aa.» 116 «fr.»
III, 119, 129, 210 y 134 «fr.» I «CFF»).

DONACIÓN
I. Contrato por el que una persona, denominada donante,
transfiere a otra llamada donatario, gratuitamente, una parte o la
universalidad de sus bienes presentes, reservándose lo necesario
para vivir («aa.» 2332 y 2347 del «CC»).
La esencia de la donación consiste en que el donante hace una
atribución patrimonial al donatario con ánimo de liberalidad,
por lo tanto, acto de liberalidad no es sinónimo de acto a título
gratuito, puesto que no son donaciones el mutuo simple o el
depósito o el mandato a título gratuito, y, como la donación es
un contrato que exige cambio de consentimiento, el derecho
moderno no acepta la donación por causa de muerte con la que
se pretenda otorgar una ventaja sobre un legado en una sucesión
testamentaria.
No todos los actos de liberalidad son donaciones, pues las
actitudes de renuncia de un derecho ganado o la asunción de
una obligación de un deudor constituyen actos de liberalidad,
pero no son donaciones puesto que no hay una transferencia de
propiedad.

II. Las donaciones pueden ser puras, condicionales, onerosas o


remuneratorias, según que se otorguen en términos absolutos,
en el primer caso, o que se sujete a una condición suspensiva o
resolutoria la existencia de la donación, en el segundo. Las
donaciones serán onerosas cuando se imponen algunos
gravámenes, y remuneratorias cuando se otorgan en atención a
los méritos del donatario.
Una segunda clasificación de las donaciones incluirla a las de
derecho común que constituyen la regla y las donaciones
antenupciales y entre consortes. Donaciones antenupciales son
las que se hacen los novios o esposos en atención al matrimonio
futuro que, por supuesto, quedarán sin efecto si el matrimonio
no se celebra. Las donaciones entre consortes on las que se
hacen los cónyuges entre si, y pueden revocarse libremente.

III. Las reglas de formación del contrato de donación


constituyen una excepción a las reglas de formación de todo
contrato, pues en primer término el contrato se forma sólo hasta
que el donatario acepta la donación y hace saber lo informado al
donante y, en seguida, la aceptación debe hacerse en forma
expresa y durante la vida del donante («aa.» 2340 y 2346 en
relación con los «aa.» 1807, 1808 y 1809 «CC»).
La donación, en cuanto al objeto, solamente puede comprender
los bienes presentes del donante. La exposición de motivos del
«CC» de 1870 señala que la razón de esta regla se encuentra en
la circunstancia de permitir que el donante pueda revocar los
bienes futuros, mas, a mi entender, una donación de bienes
futuros implicaría una suerte de esclavitud.
El contrato de donación es unilateral puesto que la obligación
principal recae en el donante y consiste en la transmisión de la
propiedad de la cosa donada de la que no responde por evicción
salvo que expresamente se hubiese obligado a presentarla. Esto
no quiere decir que no existan obligaciones a cargo del
donatario, pues, en primer término, tendrá el deber de gratitud a
la persona del donante y en segundo lugar, deberá cumplir las
cargas impuestas y pagar las deudas del donante si éstas
afectaren los bienes donados o si se hubiese recibido la
universalidad de bienes del donante y sólo hasta el importe de la
donación («aa.» 2353 al 2355 del «CC»).
Asimismo las reglas de la capacidad se modifican pues no
pueden hacerse donaciones, salvo las antenupciales, con bienes
de un incapacitado y, por otro lado, sí pueden recibir
donaciones los incapaces y aún los todavía no nacidos con tal
de que al suceder el hecho jurídico del nacimiento sean viables
y siempre que en el momento de hacerse la donación se
encuentren concebidos.
Para saber quién esté concebido se aplicarán las reglas del «a.»
224 «CC» en cuanto a los términos, esto es los que a la fecha de
la donación nacieren dentro de los seis y diez meses siguientes.
En términos generales la donación no puede revocarse puesto
que siendo un contrato, su cumplimiento no puede quedar al
arbitrio de uno de los contratantes («a.» 1797 «CC») pero en
atención a que el donante pudiera haber hecho el acto de
liberalidad cuando no tenía hijos, si algún hijo le sobreviene
dentro de un periodo de cinco años de celebrado el contrato, el
legislador faculta al donante para revocar la donación. Si el
donatario entre tanto hubiese enajenado los bienes donados
deberá restituir el precio de los mismos o la cosa o cosas
compradas con el precio.
Asimismo se faculta al donante para revocar la donación si el
donatario hubiese cometido en su contra algún acto de
ingratitud, mas en este caso el donante tiene una acción que
dura sólo un año desde que tuvo conocimiento del hecho de la
ingratitud y, por otro lado, la ingratitud queda definida
objetivamente cuando el legislador indica que la hay si se
comete algún delito contra la persona, la honra o los bienes del
donante o de los ascendientes, descendientes o cónyuge de éste
y, por último, habrá asimismo ingratitud cuando el donatario
rehusa socorrer, según el valor de la donación, al donante que
ha venido a pobreza.
Por último, las donaciones serán inoficiosas cuando
perjudiquen la obligación del donante de ministrar alimentos.
La inoficiosidad no significa nulidad sólo quiere decir que la
donación se reduce en la medida en que sea necesario para
cubrir los alimentos y ésta no tendría por que reducirse si el
propio donatario tomase a su cargo los alimentos del acreedor.

DUELO
I. (Duelo, del latín duellum, combate.) Es el encuentro armado
entre dos personas, previas estipulaciones del reto, en sitio y
hora determinados, asistidos por sus respectivos padrinos. Por
tanto, el duelo castrense es el combate previamente concertado,
por desafío, en el campo del honor, con las condiciones y armas
escogidas, entre dos militares de igual o diferente categoría y
ante los testigos de rigor.

II. Antecedentes históricos. 1. Los pueblos germanos, como


otros, confiaban en las ordalías (del anglosajón ordal: juicio),
diferentes pruebas que realizaban y por cuyo resultado atribuían
inocencia o culpabilidad al acusado, pues creían que el poder
divino manifestaba su verdad a través de la prueba, p.e., verter
agua hirviendo sobre las manos o caminar sobre brasas, etc.;
después, según Gabriel Tarde, idearon el duelo adivinatorio
para pronosticar el resultado de próxima batalla, haciendo
pelear a uno de sus hombres con un prisionero enemigo; y más
tarde, en la Edad Media, fueron famosos los torneos en los que
si el reo era mujer, incapacitado o eclesiástico, se autorizaba
que un tercero llamado campeón peleara por él, y lo hacia
valerosamente pues en ello le iba la vida, a estos combates se
les decía a el juicio de Dios, ya que pensaban que Él protegía en
la suerte de las armas al que tenía la razón o la verdad.
2. José F. Rivanera indica que Gundebaldo, rey de los
burgundios, introdujo un código de duelo, verdaderamente
judicial, el año 501, conocido como ''Ley Gombetta'', que se
difundió en forma vertiginosa por toda la cristiandad, pues se
cometía frecuentemente el perjuicio, mientras que así el
adversario podía ser convicto por las armas, más tarde, señala
Rivanera, Luis IX restableció la prioridad de la prueba
testimonial sobre el combate judicial y en 1385, el affaire del
hidalgo Jacobo Legris, injustamente condenado a la horca
después del duelo autorizado por el Parlamento, contribuyó al
ocaso del duelo judicial, aunque no terminó sino hasta Enrique
II con la muerte del señor de La Chasteigneraye, por el golpe de
su adversario que se hizo famoso, le coup de Farnac. De este
modo el duelo iba a propagarse ya en contra de las
disposiciones del Estado y practicado por la nobleza que lo
consideró privilegio exclusivo de su clase, y durante la época de
los Luises alcanzó verdadera furia en Francia y en toda Europa,
hasta en las universidades como Heidelberg o Gotinga, cuyos
estudiantes ostentaban con orgullo sus gloriosas cicatrices, etc.
3. En España los Reyes Católicos condenaron el duelo por
medio de la Ley de Toledo año 1480, Novísima Recopilación,
Ley 1a. Título 20, libro 12, castigándose con severas penas y,
en 1716, Felipe V dictó la terrible Pragmática, considerando el
duelo como delito de lesa majestad, prodigando la pena de
muerte, la confiscación, la degradación cívica, la pérdida de
honores, etc. y, a pesar de la resistencia que hubo en contra de
ella, fue confirmada por Carlos IVo en 1795 y por Fernando VII
en 1815, si bien como comenta el tratadista Rivanera, los jueces
no osaron jamás aplicarla. El Real Consejo de Indias logró en
1722 que Felipe V ordenara la vigencia de su Pragmática en
América, bajo el más estricto cumplimiento.
4. Durante el siglo XIX en México y en la época del
liberalismo puro, así como después en la del general Díaz, el
duelo tuvo cierto auge y dice la Enciclopedia de México que en
un intento por legalizar dicha práctica, que se consideró
inevitable, se publicaron dos códigos sobre la materia, en 1886
y en 1891 y que el Código Nacional Mexicano de Duelo de este
último año señalaba tres clases de ofensas que ameritaban el
lance, así como las armas para realizarlo y que el «CP» vigente
en ese tipo sólo imponía a los duelistas penas benignas, indica
también que Angel Escudero en su libro El duelo en México
menciona 90 casos que sólo son algunos de los más famosos.
Después de la Revolución Mexicana y de los años veinte, el
duelo se extinguió definitivamente en el país.
5. La Iglesia católica siempre ha condenado el duelo, a tal
grado que el Código de Derecho Canónico, cánones 1240-4o n
4, 1241, 1242 y 2351 lo sanciona con privación de sepultura
eclesiástica, de misas y honras fúnebres y exhumación de lugar
sagrado en su caso, así como fulmina con excomunión ipso
facto a todos los inodados en lance de honor.

III. Desarrollo y explicación del concepto. 1. Francisco


González de la Vega manifiesta que jurídicamente el duelo
representa una actividad peligrosa para la sociedad, porque
puede dar por resultado la comisión de los delitos de lesiones u
homicidio; también, dice que constituye un atentado contra la
autoridad del Estado, porque los particulares, por personales
procedimientos, pretenden substituir la pública función de
administrar justicia dirimiendo privadamente sus conflictos
Expresa que el sistema seguido por el «CP» de 1871 reservó un
c. especial al delito de duelo, con minuciosa enumeración
casuista de las diversas hipótesis y que su autor, Martínez de
Castro, justificó el contenido indicando que si bien el hecho
solo del combate ofende a la sociedad, pues nadie tiene derecho
de hacerse justicia por su mano, ni de vengar injurias -vis
privata- con usurpación del poder público, es por otro lado
reprobado por todos el sistema que equipara las heridas y los
homicidios que resultan de un duelo a los comunes de delitos
vulgares y que es precisamente la disposición del «CP» vigente,
«a.» 297 (lesiones) y «a.» 308 (homicidio), si bien considera al
duelo como un atenuante, disminuyendo así la penalidad, o sea
que como expresa Antonio de P. Moreno, se toma en cuenta el
motivo es decir la causa de honor indicativa de temibilidad
mínima, pero para la fijación de las penas se tendrá en cuenta
quién fue el provocado y quién el provocador y la importancia
de la provocación. González de la Vega expresa que a los
padrinos debe considerárseles como autores del delito de
encubrimiento («a.» 400 «fr.» I «CP»), o como responsables de
lesiones u homicidio conforme al «a.» 13 por haber tomado
parte en el ilícito penal.
2. En el ámbito castrense, el «CJM», de 1933, «tít.»
decimoprimero, Delitos contra el deber y decoro militares, c.
VIII, establece las disposiciones relativas al duelo de esta
índole; el «a.» 410 estatuye, «fr.» I, que el solo desafío a un
igual en jerarquía, será ya un delito, el cual va aumentando su
penalidad si se llega a efecto y en caso de resultar herido o
muerto el desafiado la sanción será más alta, la «fr.» II señala
mayores sanciones si el retador fuere superior al desafiado; la
«fr.» III indica que si el desafiado fuese inferior se duplicarán
las penas, siendo atenuante de éstas la ofensa grave de quien
resulta retado, por hacerla.
En los «aa.» 411 y 412, quien acepta el reto también delinque
aplicándose una pena menor, salvo que haya causado el desafío
con grave ultraje y tal propósito; el ser herido en dicho combate
no libera de las penas correspondientes, según el «a.» 413;
quien en duelo hiera o mate al adversario por estar caído o
inerme será castigado como heridor u homicida, «a.» 414, con
las calificativas de premeditación, ventaja y fuera de riña; y el
precepto siguiente ordena lo mismo cuando las condiciones del
duelo sean tales que opera la alevosía pues el agente activo del
delito no tuvo peligro alguno para sí mismo; el «a.» 416
establece las excepciones en que las lesiones o el homicidio,
consecuencia de un duelo, serán considerados como cometidos
en otro orden de ilícitos; el «a.» 417 versa sobre las penas en
que incurren los militares que sirvan como testigos del duelo y
el «a.» 418 establece el carácter de coautores de los delitos de
lesiones u homicidio relativos, a los testigos que cooperen en el
proceder de los combatientes en los casos señalados por el a.
416 «frs.» II y IV; el a. 419 sanciona la instigación a otro para
batirse en duelo, así como al comandante de cualquier fuerza
que pudiendo impedir el lance no lo haga, por último el a. 420
determina que las penas privativas de libertad señaladas en el c.
correspondiente no producen la destitución del empleo, salvo
los casos previstos en los «aa.» 414 a 418 del mismo.
Los anteriores preceptos tienen su antecedente en los «aa.»
relativos de la Ley Penal Militar de 20 de septiembre de 1901,
que estuvo en vigor a partir del 1o., de enero de 1902.
Fácilmente se aprecia la diferencia para el tratamiento de este
delito en uno y otro ordenamientos represivos. Para el común
no existe lo considera simplemente como el de lesiones u
homicidio con atenuante, en tanto que el castrense lo instituye
dentro de un c. especial y considera para la penalidad
correspondiente la situación del retador o retado, acorde a su
graduación respectiva, atendiendo siempre a los conceptos de
jerarquía y disciplina militares.

EDICTO
I. (Del latín edictum y este de dico, dicere, decir, afirmar,
advertir. Edico es proclamar, decir en voz alta.) El edicto es, en
todo caso, mandamiento de autoridad dado a conocer
públicamente para información de una colectividad o ae una o
más personas a quienes afecta. Por mucho tiempo tuvo también
significado de ley.
Por otra parte, esta palabra tiene un sentido histórico de
relevante importancia en el derecho romano y otro, menos
antiguo, que se mantiene hasta el presente, y es el de un acto de
comunicación procesal.

II. En cuanto al primero de esos significados, Rodolfo Sohm


precisa que en el año 367 «a.C.», se desprendió de los cónsules
la administración de justicia y ésta fue confiada a un juez de la
ciudad al que se dio el nombre de pretor urbano (praetor
urbanus), quien, además, estuvo dotado de imperium, es decir,
de poder de mando. Era, por tanto, un funcionario de alta
jerarquía dentro de la urbs, pero únicamente tenía competencia
para conocer de litigios entre ciudadanos romanos.
Más tarde, hacia 242 a.C, debido al aumento de las relaciones
comerciales y jurídicas en general entre ciudadanos romanos y
extranjeros, se instituyó otro funcionario equivalente al praetor
urbanus de Roma, dotado de jurisdicción y de imperio, que se
llamo praetor peregrinus encargado de conocer de las
controversias entre ciudadanos romanos y extranjeros o entre
extranjeros únicamente.
El pretor duraba un año en su cargo y poseía el jus ediendi. En
ejercicio de ese derecho daba, al iniciar el desempeño de su
función, el edicto, llamado también lex annua, que aparecía en
el foro en tablas pintadas de blanco, por lo que se les llamó
album; el edicto contenía las disposiciones que el propio
magistrado pondría en aplicación durante ese año, en cuanto a
su forma se subdividía en títulos, capítulos y cláusulas. En su
actividad jurisdicente el pretor concedía acciones que el
primitivo derecho quiritario no había previsto y diversos judicia
que su espíritu innovador del derecho le sugería, o bien
rehusaba los que consideraba que deberían de negarse. Dado
que en aquella época no se demarcaba la separación de poderes,
como largos siglos más tarde hubo de admitirse, el pretor
aplicaba el derecho de las Doce Tablas, pero al mismo tiempo
lo enriquecía dándole extensión y flexibilidad; lo completaba
mediante la apertura de nuevas figuras de acción y creando
excepciones en favor del demandado inspiradas en su espíritu
de equidad.
Cada magistrado, refiere Fritz Schulz, solía adoptar el edicto
de su predecesor incorporando, además por su parte, ciertas
modificaciones y adiciones, con lo que gradualmente se llegó a
formar un amplio sistema de normas llamado (jus honorarium
en contraste con el jus civile) que los magistrados reiteraban
una y otra vez.
De esa suerte, dicen los comentaristas merced al edicto
pretorio las tablas de manera de album, a la postre dejaron sin
efecto a las de cobre de las Doce Tablas.
La Lex Cornelia del año 67 «a.C.» obligo a respetar el edicto
perpetuo de cada magistrado, pero sin que esto impidiera que el
sucesor pudiera introducir, como hemos dicho, innovaciones o
modificaciones de acuerdo con su sentido de justicia y con las
necesidades que la sociedad iba experimentando.
III. En vista del extenso desarrollo que el derecho pretorio había
alcanzado a lo largo de su evolución, el emperador Adriano
(127 a 138 d.C.) encomendó al gran jurisconsulto Salvio
Juliano, asistido de un grupo de sabios, recopilar las normas del
jus honorarium que debían mantenerse y suprimir las desusadas.
Así se formó el edicto perpetuo aprobado oportunamente por el
senado romano.
Guillermo Floris Margadant estima que el edicto pretorio
como fuente del derecho significó: a) una excelente transacción
entre la exigencia de que el derecho sea seguro y previsible y la
de que sea flexible en cuanto a su vigencia, que como se ha
dicho, en principio duraba un año; b) la avenencia entre el
carácter científico que el derecho ha de tener (debido a los
consejos de los jurisconsultos que rodeaban al pretor) y el
fundamento pragmático y realista que también debe poseer
como resultado de las consideraciones de las controversias
reales de que conocía el magistrado romano.

IV. Conviene mencionar que no solamente los pretores


publicaban edictos; los ediles curules, a su vez, daban edicta
edilitia en los que incluían las normas que aplicarían en el
desempeño de su cargo, cuando tenían que intervenir en ciertos
asuntos tales como las ventas de esclavos y de animales
domésticos en mercados o en cuestiones de policía. El
emperador, por su parte, daba los edictos de más alta jerarquía
sobre materias de derecho público.

V. Edictos judiciales. Como antecedente histórico de los edictos


judiciales en el derecho español, se menciona la ley I, «tít.» VII
de la Tercera Partida, que trata del significado del
emplazamiento a juicio, quiénes pueden hacerlo y de qué
manera se debe hacer.
Después de exponer la forma común para ese acto esencial del
proceso, se dispone allí una especial forma de emplazar a
quienes trata de eludir su realización como sigue: ''... et aun hay
otra manera de emplazamiento contra aquellos que se andan
escondiendo o fuyendo de la tierra porque non fagan derecho a
aquellos que se querellasen dellos; ca esto atales pueden seer
emplazados non tan solamente en sus personas mas aun en sus
casas faciéndolo saber a aquellos que hi fallaren de su compaña,
et si casas non hobieren deben los pregonar en tres mercados,
porque lo sepan sus parientes et sus amigos, et gelo fagan saber
que vengan facer derecho a aquellos que querellaren dellos, o
que sus parientes o sus amigos los puedan defender en juicio si
quisieren...''.

VI. Como se desprende de lo anterior los edictos judiciales son


medios de comunicación procesal (citatio edictalis) ordenados
por el juez o tribunal, que deben realizarse mediante
publicaciones, para hacer saber a las partes o a terceros,
resoluciones que afectan o pueden afectar a sus intereses en un
proceso determinado.
Esta clase de actos de comunicación, que puede comprender
emplazamientos, notificaciones, citaciones, requerimientos, etc.,
se realiza en los casos taxativamente señalados por la ley
cuando no es posible llevarlos al cabo mediante notificaciones
personales a los destinatarios y sus efectos se equiparan a los de
estas últimas.
Procede la notificación por edictos: a) cuando se trata de
personas inciertas (incertae personae), «a.» 122 «fr.» I del
«CPC»; b) cuando se desconoce el domicilio de la persona
cierta a quien va destinada la notificación («aa.» 122 «fr.» II del
«CPC», 1070 del «CCo». y 89 del «CPP»).
Se prescribe la difusión reiterada de la publicación de que se
trata a fin de asegurar la mayor probabilidad de que él o los
destinatarios, lleguen a tomar efectivo conocimiento de su
contenido. Los medios que el legislador ha considerado más
eficaces para ese objeto son las publicaciones periódicas, el
«BJ», y los diarios de mayor circulación.
Por la época en que se elaboraron en nuestro país los códigos
procesales citados, no se encuentra en ellos precepto alguno que
ordene el empleo de los otros medios actuales de la
comunicación, cuya eficacia es todavía mayor, como son la
radio y la televisión; no obstante, no quedaron totalmente
excluidos para la publicación de edictos, ya que, p.e., en el «a.»
570 del «CPC» que trata de la subasta de bienes en ejecución de
sentencia, se previene que ''A petición de cualquiera de las
partes y a su costa, el juez puede usar algún otro medio de
publicidad, para convocar pastores''. El «a.» 579 del mismo
código contiene una disposición análoga para cuando los bienes
que hayan de subastarse se encuentren ubicados en diversos
lugares.
Por cuanto a las notificaciones, por medio de edictos, a
personas cuyo domicilio se ignora, en la práctica ocurre que,
unas veces, efectivamente se desconoce su paradero, como en
los casos de ausencia («aa.» 649 y 650 del «CC») y otras, el que
solicita que se haga la notificación o el emplazamiento conoce
el domicilio de la persona por notificar, pero trata
maliciosamente de ocultarlo al tribunal para procurar que no
llegue a tomar conocimiento del juicio y quede en estado de
indefensión. Muchos juicios se han seguido en rebeldía debido a
que el interesado nunca tuvo noticia de su emplazamiento hecho
en la forma que mencionamos.
La jurisprudencia de la «SCJ» ha salido al paso a tan
reprobable artimaña, que da por resultado en perjuicio del
destinatario de tales actos de comunicación, una flagrante
violación a la garantía del debido proceso legal que consagra el
«a.» 14 de la C, sustentando firmemente la tesis de que: ''No
basta la afirmación del actor sobre la ignorancia del domicilio
del demandado, para que el emplazamiento se haga por edictos,
sino que es indispensable que ese desconocimiento, tanto del
actor como de las personas de quienes se pudiera obtener
información, haga imposible la localización del reo.''.
En acatamiento a tan importante tesis jurisprudencial, los
jueces en la actualidad, por regla general, antes de decretar un
emplazamiento por medio de edictos, entre otros medios de
cercioramiento sobre si efectivamente es desconocido el
domicilio del demandado, acostumbran ordenar una
investigación al respecto por medio de la policía judicial.
De todas suertes, el demandado en la hipótesis de indefensión,
queda en aptitud, llegado el caso, de impugnar de nulidad el
proceso, siempre que se encuentre en condiciones de probar que
el actor conocía su domicilio al punto de entablar la demanda.

EJECUTOR
I. (Del latín exsecutor, que ejecuta o hace una cosa.)
Funcionario judicial en el derecho romano, encargado de llevar
a cabo algunas comunicaciones y resoluciones de magistrados y
jueces.

II. 1. La expresión ejecutor es utilizada por 'n sector de la


doctrina procesal civil mexicana para referirla a los
denominados secretarios actuarios o simplemente actuarios que
son funcionarios judiciales subalternos encargados de transmitir
las comunicaciones procesales de carácter personal dirigidas a
las partes y a los terceros y de llevar a cabo las diligencias
judiciales ordenadas mediante resolución del juzgador, que
deben tener lugar fuera del local del juzgado o tribunal (tales
como los embargos, la fijación de la cédula hipotecaria, los
lanzamientos, etc.).
2. También fue usada esta expresión durante algún tiempo por
la legislación civil del Distrito Federal para designar a los
jueces encargados de llevar al cabo la ejecución forzada o
forzosa de las sentencias de condena, en forma separada de los
jueces que conocían del proceso hasta la emisión de la
sentencia. Los llamados jueces ejecutores fueron previstos tanto
en la «LOTJFC» («aa.» 2, 72-74, 154-155 y 157) como en el
«CPC» («aa.» 455, 458, 460, 472, 474, 475 y 599-601), ambos
ordenamientos de 1932. Sin embargo, estos jueces ejecutores
tuvieron muy escasa eficacia y vigencia, pues primero un
decreto de 1934 dispuso que, hasta en tanto no se hiciese la
revisión y reforma del «CPC», las funciones atribuidas a
aquéllos serían desempeñadas por el secretario de acuerdos que
designase el juzgador ordinario. Posteriormente, en 1967,
fueron derogados casi todos los «aa.» del «CPC» que se referían
a los mencionados jueces ejecutores, dejando subsistentes sólo
los «aa.» 599 a 601, que aluden al ''juez ejecutor'' de las
sentencias y resoluciones pronunciadas por los jueces y
tribunales de los estados de la República, que no es sino el
mismo juez ordinario. Por último, en la nueva «LOTJFC» de
1968, que abrogo a la de 1932, se suprimió definitivamente toda
referencia a los citados jueces ejecutores.
3. En la legislación sobre el juicio de amparo (LA) y sobre el
proceso de nulidad fiscal («CFF») se suele distinguir, dentro de
las ciases de autoridades responsables que figuran regularmente
como partes demandadas en dichos procesos, a las autoridades
ordenadoras -que expiden o emiten el acto reclamado o
impugnado- de las autoridades ejecutoras -a las que se encarga
la realización material de dicho acto.
4. En el «CFF» se denomina ejecutor al funcionario encargado
de llevar al cabo la diligencia de embargo en el procedimiento
administrativo de ejecución («aa.» 113 del «CFF» de 1966 y
155 del «CFF» de 1981).
5. En la doctrina penal mexicana se suele denominar también
ejecutor al autor del delito, es decir, a la persona que ejecuta la
conducta delictiva prevista en el tipo.

EJECUTOR
I. (Del latín exsecutor, que ejecuta o hace una cosa.)
Funcionario judicial en el derecho romano, encargado de llevar
a cabo algunas comunicaciones y resoluciones de magistrados y
jueces.

II. 1. La expresión ejecutor es utilizada por 'n sector de la


doctrina procesal civil mexicana para referirla a los
denominados secretarios actuarios o simplemente actuarios que
son funcionarios judiciales subalternos encargados de transmitir
las comunicaciones procesales de carácter personal dirigidas a
las partes y a los terceros y de llevar a cabo las diligencias
judiciales ordenadas mediante resolución del juzgador, que
deben tener lugar fuera del local del juzgado o tribunal (tales
como los embargos, la fijación de la cédula hipotecaria, los
lanzamientos, etc.).
2. También fue usada esta expresión durante algún tiempo por
la legislación civil del Distrito Federal para designar a los
jueces encargados de llevar al cabo la ejecución forzada o
forzosa de las sentencias de condena, en forma separada de los
jueces que conocían del proceso hasta la emisión de la
sentencia. Los llamados jueces ejecutores fueron previstos tanto
en la «LOTJFC» («aa.» 2, 72-74, 154-155 y 157) como en el
«CPC» («aa.» 455, 458, 460, 472, 474, 475 y 599-601), ambos
ordenamientos de 1932. Sin embargo, estos jueces ejecutores
tuvieron muy escasa eficacia y vigencia, pues primero un
decreto de 1934 dispuso que, hasta en tanto no se hiciese la
revisión y reforma del «CPC», las funciones atribuidas a
aquéllos serían desempeñadas por el secretario de acuerdos que
designase el juzgador ordinario. Posteriormente, en 1967,
fueron derogados casi todos los «aa.» del «CPC» que se referían
a los mencionados jueces ejecutores, dejando subsistentes sólo
los «aa.» 599 a 601, que aluden al ''juez ejecutor'' de las
sentencias y resoluciones pronunciadas por los jueces y
tribunales de los estados de la República, que no es sino el
mismo juez ordinario. Por último, en la nueva «LOTJFC» de
1968, que abrogo a la de 1932, se suprimió definitivamente toda
referencia a los citados jueces ejecutores.
3. En la legislación sobre el juicio de amparo (LA) y sobre el
proceso de nulidad fiscal («CFF») se suele distinguir, dentro de
las ciases de autoridades responsables que figuran regularmente
como partes demandadas en dichos procesos, a las autoridades
ordenadoras -que expiden o emiten el acto reclamado o
impugnado- de las autoridades ejecutoras -a las que se encarga
la realización material de dicho acto.
4. En el «CFF» se denomina ejecutor al funcionario encargado
de llevar al cabo la diligencia de embargo en el procedimiento
administrativo de ejecución («aa.» 113 del «CFF» de 1966 y
155 del «CFF» de 1981).
5. En la doctrina penal mexicana se suele denominar también
ejecutor al autor del delito, es decir, a la persona que ejecuta la
conducta delictiva prevista en el tipo.

EMBARGO
I. Del verbo embargar, que proviene del latín vulgar:
imbarricare, usado en la península ibérica con el significado de
''cerrar una puerta con trancas o barras'' (de barra, tranca), que
era el procedimiento originario del embargo.

II. En términos generales el embargo puede ser definido como


la afectación decretada por una autoridad competente sobre un
bien o conjunto de bienes de propiedad privada, la cual tiene
por objeto asegurar cautelarmente la eventual ejecución de una
pretensión de condena que se plantea o planteará en juicio
(embargo preventivo, provisional o cautelar) o bien satisfacer
directamente una pretensión ejecutiva (embargo definitivo
ejecutivo o apremiativo).
1. El embargo es una afectación sobre un bien o un conjunto
de bienes, en cuanto somete dicho bien o bienes a las resultas de
un proceso pendiente (embargo cautelar) o la satisfacción de
una pretensión ejecutiva, regularmente fundada en una
sentencia de condena (embargo definitivo). Esta afectación se
puede llevar a cabo de diversas maneras. En primer lugar, se
puede realizar mediante el simple señalamiento, en diligencia
judicial, del bien embargado y la anotación de dicho embargo
en el Registro Público de la Propiedad, como lo prevé el «a.»
546 del «CPC» para los inmuebles: ''De todo embargo de bienes
raíces se tomará razón en el Registro Público de la Propiedad,
librándose al efecto por duplicado, copia certificada de la
diligencia de embargo; uno de los ejemplares, después del
registro, se unirá a los autos y el otro quedará en la expresada
oficina''.
En segundo lugar, la afectación que el embargo implica se
puede llevar a cabo mediante el secuestro o depósito del bien
sobre el que recae. Esta es la forma de afectación más frecuente.
En este sentido, el «a.» 543 del «CPC» dispone que ''de todo
secuestro se tendrá como depositario a la persona que nombre el
acreedor, bajo su responsabilidad, mediante formal inventario''.
Esta modalidad de la afectación incluye los supuestos en los que
el nombramiento de depositario se otorga al propio demandado
o ejecutado, quien conservará el bien con ese carácter, y en los
que, tratándose de créditos el embargo se limita a la notificación
''al deudor o a quien deba pagarlos que no verifique el pago,
sino que retenga la cantidad o cantidades correspondientes a
disposición del juzgado apercibido de doble pago en caso de
desobediencia; y al acreedor contra quien se haya dictado el
secuestro, que no disponga de esos créditos, bajo las penas que
señala el Código Penal'' («a.» 547 del «CPC»).
En tercero y último lugar, esta afectación se puede verificar
mediante el nombramiento de administrador, cuando el
embargo recaiga sobre fincas urbanas y sus rentas o sobre éstas
solamente («aa.» 553, 557 y 558 del «CPC») y sobre créditos, y
se asegure el título mismo del crédito («a.» 547), o el
nombramiento de interventor con cargo a la caja, cuando el
embargo afecte fincas rústicas y empresas comerciales o
industriales («a.» 555). En estos casos, no se trata de un simple
depósito o secuestro del bien embargado sino de su afectación a
través de un administrador que deberá encargarse de celebrar
los contratos de arrendamiento y de recaudar legalmente el pago
de las mensualidades, así como de hacer los gastos ordinarios
(impuestos, conservación aseo) de la finca urbana afectada («a.»
555). El encargado de conservar el título vigilar la buena
administración de la negociación o finca rústica intervenida e ir
depositando el dinero sobrante de la administración y
conservación, en Nacional Financiera, SNC, o en alguna casa de
comercio, si no existe sucursal de dicha institución en el lugar
del juicio («a.» 555). El encargado de conservar el título en que
conste el crédito embargado tiene la ''obligación de hacer todo
lo necesario para que no se altere ni menoscabe el derecho que
el título represente, y de intentar todas las acciones y recursos
que la ley conceda para hacer efectivo el crédito'' («a.» 547).
Las atribuciones y obligaciones de estos administraciones o
interventores rebasan, con mucho, las facultades de ''simple
custodio'' que el «a.» 548 del «CPC» asigna a los depositarios.
2. El embargo puede recaer en uno o varios bienes
determinados como ocurre en los procesos o ejecuciones
singulares pero también pueden afectar al conjunto o
universalidad de bienes de una persona, como sucede en los
procesos universales de concurso -en el derecho procesal civil-
y de quiebra -en el derecho procesal mercantil-, con el embargo
(o, como también se le llama, aseguramiento) de los bienes del
concursado o del quebrado, respectivamente («aa.» 739, «fr.»
IV, del «CPC», y 15, «fr.» III, de la LQ).
En todo caso, el bien o los bienes embargados deben ser de
propiedad privada y estar en el comercio jurídico. Los diversos
ordenamientos procesales suelen señalar de manera específica
todos aquellos bienes que son inembargables. El «CPC»
enumera como bienes exceptuados de embargo los sirvientes: 1)
los de propiedad social (ejidos y comunidades agrarias; 2) el
patrimonio familiar; 3) el lecho cotidiano los vestidos y los
muebles de uso diario que no sean de lujo, a juicio del juez; 4)
los instrumentos de trabajo del deudor; 5) los instrumentos de
cultivo agrícola necesarios, a juicio del juez, ilustrado por un
informe de peritos; 6) los libros, aparatos, instrumentos y útiles
de los profesionistas liberales; 7) los instrumentos necesarios
para las actividades propias de las negociaciones mercantiles o
industriales, las cuales sí podrán, no obstante ser afectadas por
el embargo -en su modalidad de nombramiento de interventor-
de toda la negociación; 8) los sueldos, salarios y pensiones,
salvo que se trate de deudas alimenticias, y 9) los derechos de
usufructo, habitación, uso, las servidumbres, la renta vitalicia y
las mieses antes de ser cosechadas («a.» 544 «CPC»). Similares
enumeraciones contienen los «aa.» 434 del «CFPC» y 432 del
«CPC» de Sonora (con equivalentes en los de Morelos y
Zacatecas); el 952 de la «LFT»; el 119 del «CFF» de 1966 y el
157 del «CFF» de 1981.
3. El embargo, además, se debe basar en una resolución
pronunciada por una autoridad competente. Por ser un acto de
autoridad que interfiere de manera evidente en la esfera de
derechos o intereses jurídicos de una persona, el embargo se
debe realizar mediante un ''mandamiento escrito de la autoridad
competente, que funde y motive la causa legal del
procedimiento'', tal como lo ordena el «a.» 16 de la C.
Son órganos competentes para decretar la resolución que
ordene el embargo, los juzgadores que conozcan de los procesos
de conocimiento en los que se solicite dicha; medida (con
carácter cautelar o provisional) o del procedimiento de apremio
que se siga para ejecutar una sentencia de condena o algún otro
título ejecutorio (embargo definitivo o ejecutivo). Pero, además
de estos órganos jurisdiccionales, también son competentes para
ordenar el embargo, las autoridades administrativas que
conocen de los procedimientos administrativos de ejecución,
como es el caso de las autoridades fiscales cuando ejercen la
llamada ''facultad económica coactiva'', para el cobro de los
créditos fiscales. A este último tipo de embargo lo podemos
denominar administrativo para distinguirlo de los anteriores,
que tienen carácter judicial.
4. En fin, por el momento en que se decreta y la naturaleza de
la resolución que lo ordena, el embargo puede ser preventivo,
cautelar o provisional cuando se toma precisamente como una
medida cautelar o providencia precautoria en un proceso de
conocimiento (de condena) y cuando se dicta con motivo de la
iniciación de un juicio ejecutivo; o definitivo, ejecutivo o
apremiativo cuando es decretado dentro de un procedimiento
judicial de ejecución forzosa o forzada (''de apremio'', de
acuerdo con la tradicional expresión hispánica) para lograr el
cumplimiento coactivo de una sentencia de condena o de algún
otro título ejecutorio. En este sentido, también tiene carácter
definitivo o ejecutivo, el embargo decretado con motivo del
procedimiento administrativo de ejecución.
Por regla general, las normas sobre el embargo definitivo -que
es el que regulan con mayor extensión los ordenamientos
procesales- suelen ser aplicables también al embargo
preventivo, con las pertinentes salvedades.

III. El procedimiento de embargo comprende dos momentos


fundamentales: 1) el auto o resolución que ordena el embargo, y
2) la diligencia de embargo.
1. El auto o resolución que ordena el embargo o auto de
exequendo (ejecutando, literalmente) como también se le llama
no sin cierta impropiedad, puede dictarse, según el caso, antes
del juicio, al iniciarse éste o durante él, como una medida
cautelar o providencia precautoria, o bien con motivo de la
iniciación de un juicio ejecutivo. En estos supuestos, como ya
hemos indicado, el embargo tiene un carácter preventivo,
cautelar o provisional y sus efectos quedan supeditados a lo que
se resuelva en la sentencia definitiva. Tienen este carácter el
llamado embargo precautorio o secuestro provisional («aa.»
235, 243-245 del «CPC»; 389-391 del «CFPC»; 702-707 del de
Sonora; y 857 «fr.» II, 858 y 861-864 de la LFT) y el embargo
decretado como medida inicial en los juicios ejecutivos («aa.»
453 y 498 del «CPC»; 515 y 516 del «CPC» del Estado de
Sonora).
El auto o resolución que ordene el embargo también puede
dictarse dentro del procedimiento o vía de apremio, para tratar
de lograr la ejecución coactiva de la sentencia de condena o de
algún otro título ejecutorio; en este caso el embargo tendrá
carácter definitivo, ejecutivo o apremiativo («aa.» 506-509,
518, 522, 524, 525 y 534 del «CPC»; 421-424 del «CFPC»;
405-415 del de Sonora, y 945 y 950 de.
Conviene aclarar que, como este último tipo de embargo no es
sino un medio para tratar de lograr la ejecución coactiva de una
sentencia de condena, cuando ésta se cumple voluntariamente
por la parte vencida, durante el procedimiento de embargo aún
hasta antes de que se declare enajenado el bien afectado, el juez
debe ordenar el levantamiento del embargo («a.» 571 del
«CPC»; 493 del «CFPC»; 465 del de Sonora, y 967 de la LFT).
En el procedimiento administrativo de ejecución, la resolución
que ordena el embargo debe basarse en las disposiciones
contenidas en los «aa.» 108 y 110 del «CFF» de 1966 y 145 y
151 del «CFF» de 1981.
2. En términos generales, la diligencia de embargo -que
cuando es judicial debe ser conducida por el actuario, y cuando
es de carácter administrativo debe ser dirigida por el ejecutor-
se desenvuelve en los siguientes actos: a) requerimiento de pago
que hace el actuario o ejecutor a la parte demandada, condenada
u obligada; b) en caso de no obtenerse el pago, sigue el
señalamiento de los bienes que van a ser embargados, para lo
cual se suele conceder la oportunidad de señalarlos, primero, al
ejecutado, y ante su omisión, al ejecutante o al ejecutor de
acuerdo con el orden previsto en los respectivos ordenamientos;
c) señalados los bienes, el actuario o el ejecutor traba
formalmente el embargo sobre ellos; d) después, el ejecutante -
en el embargo judicial- o el ejecutor -en el administrativo- debe
nombrar, bajo su responsabilidad, al depositario, administrador
o interventor de los bienes embargados, con las excepciones
previstas en las leyes respectivas, en las que el embargo (p.e., el
que recae sobre dinero) no requiere de este nombramiento, y e)
al final, el actuario o el ejecutor deben levantar un acta de la
diligencia de embargo («aa.» 534, 539, 543, 549 y 550 del
«CPC»; 432-467 del «CFPC»; 429-446 del de Sonora; 950-966
de la «LFT»; 112-131 del «CFF» de 1966, y 151-172 del
«CFF» de 1981).

IV. Por último, conviene hacer una alusión, así sea muy breve, a
la naturaleza de los derechos que derivan del embargo,
especialmente del judicial. A este respecto, la «SCJ» ha sido
muy categórica al sostener que el ''secuestro (y más
ampliamente, el embargo) no otorga al ejecutante un derecho
real sobre lo embargado'' (tesis 135 del Apéndice al «SJF»
1917-1985, tercera Sala, cuarta parte).
Consideramos que esta tesis, pese a las críticas que le ha
formulado un sector de la doctrina procesal, es acertada en la
medida en que el titular de los derechos derivados del embargo,
cualquiera que sea su naturaleza, no puede ser de ninguna
manera el ejecutante, sino el juzgador, ya que se trata de una
institución de carácter estrictamente procesal. Como lo ha
puntualizado Guasp, embargar no es sino ''afectar un cierto bien
a un proceso''; por lo que quien adquiere la potestad real de
disponer de los bienes, dentro de los fines estrictamente
procesales, es el juez, mediante los respectivos procedimientos
de enajenación, adjudicación o administración forzosos,
regulados en las leyes generalmente bajo el título genérico de
''remates''.
En fin, podemos suscribir la conclusión de Becerra Bautista,
quien sostiene que el embargo tiene la naturaleza de ''un
gravamen real, temporal, oponible a terceros, del cual es titular
únicamente el órgano jurisdiccional sujeto a las contingencias
del proceso en el cual, tanto el ejecutante como el ejecutado y el
mismo depositario, deben cumplir las cargas, obligaciones y
derechos respectivos''.

EMPLAZAMIENTO A HUELGA
I. Es la presentación a un patrón y a una junta de conciliación y
arbitraje, de un pliego de peticiones, con la advertencia al
primero de que si no son satisfechas las pretensiones que se
formulan, se procederá a la suspensión del trabajo con el cierre
de la negociación, empresa o establecimiento; y a la segunda,
para que inicie el procedimiento correspondiente a fin de evitar
por los medios legales dicha suspensión de las labores.

II. Pocas son las legislaciones que precisan los requisitos que
debe contener un emplazamiento a huelga; por esta razón la ley
mexicana remarca éstos por cuanto hace intervenir
determinadas modalidades que obligan a la autoridad del trabajo
a su estricta observancia. En primer lugar, se dice que para
suspender el trabajo por motivo de huelga es preciso que ésta
tenga por objeto alguno o algunos de los enunciados en la ley,
en segundo término, que dicha suspensión la lleven a cabo la
mayoría de los trabajadores de una empresa o establecimiento,
y, en tercer lugar, que el emplazamiento se formule conforme a
los lineamientos legales.
El concepto de mayoría obrera o de pluralidad de trabajadores
como lo denomina Cabanellas, debe entenderse que comprende
la mitad más uno del total de los trabajadores de las empresas
en que vayan a suspenderse las labores, sólo que -según lo
expresa- la fijación de una cifra o porcentaje de huelguistas para
legitimar la medida de fuerza que se adopta, provoca una serie
de dificultades en cuanto a establecer si esa suma corresponde a
la totalidad de los trabajadores o a una sección de la misma; por
ello prefiere que se tenga en cuenta más la función y la
actividad que desarrollen, que el conteo o recuento como lo
entendemos nosotros. Conforme a este criterio, en los países
europeos, p.e., no se toma en consideración en la declaración de
una huelga el concepto de ''mayoría'', porque de acuerdo con sus
legislaciones es suficiente que se opere la cesación concertada y
simultánea de la actividad que desarrollen los trabajadores, ya
sea decidida por fina asociación profesional, por una coalición o
por un grupo social representativo del interés común, para que
pueda tener lugar un movimiento de huelga, esto es, en tanto un
número bastante grande de trabajadores ejerza presión sobre un
patrón y pueda suspender el trabajo, tal participación es
suficiente para aceptar el ejercicio del derecho respectivo, sin
más limitaciones que las señaladas en las leyes
correspondientes.
Entre nosotros las categorías de trabajadores que pueden
formar mayoría para declarar una huelga han sido integradas
por el maestro Castorena de la siguiente manera: a) no forman
parte de dicha mayoría aquellas personas que sólo poseen
respecto de la empresa una espectativa de derecho, o sea los
trabajadores eventuales o temporales; b) tampoco pueden ser
considerados trabajadores los contratados por el empresario con
posterioridad al planteamiento de la huelga; c) los altos
empleados, cualquiera que sea su designación, y d) los
empleados de confianza. En cuanto a los trabajadores separados
después de emplazada la huelga o aquellos a quienes haya sido
aplicada la cláusula de exclusión y hayan interpuesto demanda
en contra de tal determinación y aún no se haya dictado
resolución definitiva, así como los aprendices, si pueden formar
parte de la mayoría de trabajadores que emplacen a huelga.

III. El pliego de peticiones que se presente deberá reunir los


siguientes requisitos: a) se dirigirá por escrito al patrón y en el
se formularán las peticiones; se anunciara el propósito de ir a la
huelga si no son satisfechas: se expresará concretamente el
objeto de la misma y se fijará día y hora para que tenga lugar la
suspensión de labores; b) se presentará por duplicado a la junta
de conciliación y arbitraje que corresponda, a menos que la
empresa o establecimiento estén ubicados en lugar distinto, en
cuyo caso el escrito podrá presentarse a la autoridad del trabajo
más próxima o a la autoridad política de mayor jerarquía del
lugar de ubicación de la empresa o establecimiento; c) la
autoridad que haga el emplazamiento remitirá el expediente,
dentro de las veinticuatro horas siguientes, a la junta de
conciliación y arbitraje, y avisará telegráfica o telefónicamente
al presidente de dicha junta; d) el aviso para la suspensión de las
labores deberá darse, por lo menos, con seis días de anticipación
a la fecha señalada para suspender el trabajo y con diez días de
anticipación cuando se trata de servicios públicos, y e) el
término se contará a partir del día y hora en que el patrón quede
notificado («a.» 920 LFT). Se entiende por servicios públicos
los de comunicaciones y transportes; los de luz y energía
eléctrica; los de limpia; los de aprovechamiento y distribución
de agua destinadas al servicio de las poblaciones; los de gas; los
sanitarios; los de hospitales; los de cementerios y los de
alimentación, cuando se refieran a artículos de primera
necesidad, siempre que en este último caso se afecte alguna
rama completa del servicio.
El problema procesal que se presenta en México estriba en la
circunstancia de la comprobación, de que la mayoría de
trabajadores aprobó la suspensión de labores y ha sido
conforme con el emplazamiento a huelga, pues estando entre
nosotros prohibido plantear tal situación como cuestión previa,
cualquier determinación que deba adaptarse se conocerá hasta
después de estallada la huelga, esto es, una vez suspendido el
trabajo.
La ley expresa que no podrá darse trámite a un escrito de
emplazamiento a huelga; a) si no está formulado con forme a
los requisitos enumerados; b) si el mismo es presentado por un
sindicato que no sea el titular del contrato colectivo de trabajo;
c) si el sindicato que lo presente no es el titular o administrador
del contrato-ley, o d) si pretendiéndose la firma de un contrato
colectivo, se acredita que ya existe uno anterior depositado ante
la junta de conciliación y arbitraje. De presentarse cualquiera de
estas situaciones, el presidente de la junta que reciba el
emplazamiento, antes de iniciar cualquiera diligencia, deberá
cerciorarse de lo anterior ordenar la certificación
correspondiente y notificar al promovente la determinación que
adopte al rechazar la pretensión litigiosa, exponiendo a la vez,
por escrito, los motivos razonados que encuentre para proceder
a este rechazo.
Sobre esta reforma, Álvarez del Castillo ha opinado que
conforme con la exposición de motivos la facultad otorgada al
presidente de una junta para rechazar un emplazamiento a
huelga por los motivos expresados, ha sido que, tratándose de la
titularidad de los contratos colectivos, era necesario fortalecer a
las organizaciones sindicales, pues ha sido frecuente el ''robo''
de contrataciones mediante huelgas no ajustadas a derecho,
según expresión popular a la que por nuestro lado nos
acogemos. Por otra parte, se ha querido evitar que se formulen
emplazamientos que no correspondan al verdadero interés de
los trabajadores, cuyos centros de labores se encuentren en
peligro de suspender actividades, cuando no exista el propósito
de resolver por medio de la huelga las dificultades que se
hubieren presentado. A ello se debió que la comisión de la
Cámara de Diputados, que presentó el dictamen sobre la
iniciativa de reforma, se manifestara por la modificación
propuesta, al estimar que el propósito del «a.» 123 fue corregir
prácticas nocivas. Por cuya razón, y para evitar que el
demandante quedara sin defensa, con igual espíritu, se dispuso
que el presidente de la junta notificara por escrito la causa en
que fundare su negativa a admitir dicho emplazamiento.
''La salvaguarda de los derechos colectivos y de los sindicatos
en particular -cree finalmente Álvarez del Castillo- exige la
protección efectiva de la titularidad y de la administración de
los contratos colectivos por parte de los sindicatos que las
ostentan frente a derechos pretendidos de otros sindicatos...
Para eliminar confusiones y vicios posibles, las reformas
obligan a las juntas a no dar trámite a tales emplazamientos a
huelga si ante ellas se encuentran depositados contratos
colectivos pertenecientes a otros sindicatos. Es una medida de
seguridad y de orden para todos en la empresa... en la que
incide un problema ético más que jurídico, que corresponde a
un fenómeno de moral pública que atañe por igual a patrones,
sindicatos, abogados, gestores y autoridades del trabajo en
particular''.
Así es en efecto, razones morales que no jurídicas deben llevar
al ánimo de los trabajadores que cualquier situación de
excepción al otorgar un derecho, no tiene como propósito negar
este derecho ni afectar la garantía concedida. De lo que se trata
es de evitar el abuso y la presencia de una medida de fuerza
como única solución a los conflictos sociales. A la conciencia
pública, al buen sentido repugna como lo ha dicho Cesbron, que
si la legitimidad de la huelga entraña perturbaciones sociales, la
huelga no puede ser ya un derecho. Sin llegar a una concepción
tan drástica concluyamos expresando que todo emplazamiento a
huelga debe ajustarse a las normas legales ya que cumpliendo
con ellas la autoridad del trabajo está obligada a actuar en
defensa de los intereses colectivos.

EMPRESA PÚBLICA
I. Es la empresa del Estado cuyo objeto es la producción
económica de bienes y servicios. En otras palabras, lo dijimos
antes, empresa pública ''es un organismo económico
coordinador de diversos elementos y bienes del Estado, para
producir bienes y servicios''. Comprende la actividad industrial
y comercial del Estado.

II. Empresa de Estado y empresa pública. Sostienen la doctrina


y la legislación que empresa pública, ante todo, es una empresa
económica del Estado, es decir, una actividad productora
económica de bienes o de servicios.
Con frecuencia el Estado destina importantes recursos
económicos para promover, patrocinar o realizar determinados
fines o propósitos en diversos terrenos de la cultura, la
educación pública o la salud pública y entonces estaremos en
presencia de empresas estatales, pero no de empresas públicas.
El objeto de esas empresas no es la producción económica,
aunque manejen o administren recursos económicos regulares o
cuantiosos. Luego, ''aportar bienes y servicios públicos para una
tarea que realiza el Estado, no implicará ineluctablemente el
fenómeno económico de la empresa pública'' (''El control
jurisdiccional de la empresa pública'').

III. Economía mexicana y empresa pública. En pleno


intervencionismo económico del Estado, apoyado por la C y
fomentado al extremo por las reformas a esta que otorgan al
poder público la rectoría de la economía nacional, la empresa
pública se planta en cualquier parte de esta última. No tiene
reservadas determinadas áreas de la economía productiva de
bienes y servidos. Surge sin que previamente exista una política
de preferencia o prioridades económicas.
En cualquier terreno de la economía nacional se siembran o
pueden sembrarse las empresas públicas. No existe ley que les
prohiba el paso o que delimite su acción. Puede afirmarse que
repetidamente nacen por verdadera fuerza silvestre y se
desarrollan en la misma forma. El terreno político es fecundo en
empresas públicas silvestres.

IV. Estructura jurídica de la empresa pública. No tiene carta de


naturalización en la ley mexicana, la empresa pública; es decir,
la empresa pública no es un ente jurídico reconocido como tal.
Hay necesidad de localizarla bajo vestimentas jurídicas
diversas.
En la legislación vigente adoptan la estructura jurídica de
organismos descentralizados, empresas de participación estatal,
fideicomisos públicos y sociedades nacionales de crédito. Por
verdadera ficción legal utilizada por la «LOAPF», lo son
también sociedades civiles y asociaciones civiles, asimiladas a
empresas de participación estatal mayoritaria («a.» 46).
El organismo descentralizado tiene personalidad jurídica
propia, es un sujeto de derecho público. En cambio la empresa
de participación estatal mayoritaria, a pesar de estar reconocida
en la ley con esa denominación se estructura jurídicamente
como sociedad mercantil, principalmente como sociedad
anónima. Así sucede con el fideicomiso público su condición
adquirida en la «LOAPF» citada, de ente paraestatales no ha
sustituido su naturaleza tradicional de contrato mercantil, que
regula la «LGTOC» («aa.» 346 y ss.). A veces el legislador
federal crea el fideicomiso o el ejecutivo federal o bien, este
último autoriza su creación, pero en todo caso se documenta o
se hace constar en un contrato de esa especie.

V. Régimen jurídico de la empresa pública. Por su distinta


estructura jurídica y por su objeto económico diversificado, la
empresa pública tiene un régimen legal heterogéneo. Esta
sometida a normas jurídicas de toda naturaleza, de derecho
público y de derecho privado. Predomina el derecho público si
se trata de organismos descentralizados o el derecho privado si
se refiere a empresas de participación estatal o a fideicomisos
públicos.
Muchas son las leyes administrativas que se aplican a todos,
p.e., la «LOAPF», la Ley Federal de las Entidades Paraestatales,
la «LGBN», la Ley de Obras Públicas, la Ley de Presupuesto,
Contabilidad y Gasto Público Federal, la Ley sobre
Adquisiciones, Arrendamientos y Almacenes de la
Administración Pública Federal. En particular, de acuerdo a su
actividad económica, la Ley Reglamentaria del Artículo 27
Constitucional en Materia Minera, la Ley Orgánica de Petróleos
Mexicanos la Ley Reglamentaria del Artículo 27 Constitucional
en el Ramo del Petróleo, la Ley de Servicio Público de Energía
Eléctrica, la «LRSPB» (DO 14-I-1985). Ley General de
Organizaciones y Actividades Auxiliares del Crédito (DO 14-I-
1985), etc.
Es ordinaria a la vida de todas las empresas públicas la
aplicación o uso del «CC» y del «CCo». y otras leyes
mercantiles.

VI. Control de las empresas públicas. Autónomas por su


estructura jurídica y por su misma actividad sin embargo, su
acción siempre ha estado sujeta a control por la administración
central.
Desde 1947 se expidió para ese efecto la «LCODEP» (DO 31-
XII-1947) y se creó la Comisión Nacional de Inversiones como
órgano intersecretarial ejecutor. Se volvió a legislar sobre la
materia en 1965 con otra ley del mismo nombre (DO 4-I-1966).
Dos leyes que tuvieron la suerte de ser ineficaces en su
primordial propósito. Por tercera vez se legisla y se expide la
ley de 1970, con el mismo nombre (DO 31-XII-1970), que en
más de tres lustros su aplicación no dio mejores frutos que sus
dos predecesoras.
Los tres ordenamientos diseñaron el control administrativo que
la doctrina francesa denomina tutela administrativa, para
ejercerse sobre la vida y comportamiento casi totales de todos
los organismos integrantes del sector o administración
paraestatal en la que están incluidas las empresas públicas,
empero su objetivo de control no logró los resultados queridos.
Mucho preocupo al legislador federal autor de aquellos tres
ordenamientos que los recursos públicos que se manejaran por
las empresas no se distrajeran a fines diversos de los propios de
las mismas y que sus acciones tuviesen el éxito empresarial y de
servicio planeado al ser instituidas. Varios ordenamientos
federales expedidos en los últimos diez años han tratado de
coadyuvar a tales propósitos, como la «LOAPF», la Ley de
Presupuesto, Contabilidad y Gasto Público, la LFRSP, pero sin
que se pueda constar y asegurar que han cumplido con su papel
exitosamente.
Por otra parte, el control legislativo de las empresas públicas
no ha resultado todo lo eficaz que se ha querido plasmar en las
varias reformas hechas al texto del «a.» 93 de la C, relativo a la
comparecencia ante el Congreso de los titulares y directivos de
la administración pública centralizada y paraestatal.
Finalmente, el control jurisdiccional de las empresas públicas
que se realiza a través del juicio de amparo por los tribunales
del poder judicial ha sido insuficiente. Hace falta una ley que
regule el control jurisdiccional de las empresas públicas.
Renace con la Ley Federal de las Entidades Paraestatales -
cuarta en su tipo-, publicada el 14 de mayo de 1986, el ideal
político de un control cierto y eficaz sobre las empresas
públicas. Su sistema normativo -que excluye de su acción a la
banca nacional, a las instituciones nacionales de seguros y
fianzas, a las entidades paraestatales que forman parte del
sistema financiero- innovador en cuanto al desarrollo y
operación de las entidades, y el relativo al control y evaluación
de las mismas, construye un nuevo control y más severo, que el
previsto en las tres leyes anteriores, que tal vez logre superar
todos los inconvenientes técnicos y políticos que han impedido
el control de las empresas públicas.
En el fondo, el sistema legal vigente sobre las empresas
públicas se dispersa en varios ordenamientos legales, que llegan
a justificarse en razón de la complejidad misma de la actividad
empresarial del Estado. Sin embargo, la expedición de un
estatuto orgánico de la empresa pública en México, encontraría
mucho material común a dichas empresas.

EMPRESA
I. La palabra empresa, según el Diccionario de la Academia de
la Lengua, procede del latín inprehensa, que quiere decir cogida
o tomada, y da dos acepciones que se aplican al concepto
jurídico: ''Casa o sociedad mercantil o industrial fundada para
emprender o llevar a cabo... negocios o proyectos de
importancia.'' ''Obra o designio llevado a efecto, en especial
cuando en el intervienen varias personas.''.
En cuanto a la primera acepción, el concepto jurídico de la
empresa en efecto e refiere a la ''casa o fondo de comercio'';
aspecto patrimonial que se relaciona con la expresión francesa
fond de commerce, y que entre nosotros, siempre, según aquel
Diccionario, quiere decir (fondo) el ''caudal o conjunto de
bienes de una persona o comunidad'' que se establece para
realizar negocios; es decir, la actividad del fundador
(empresario o titular de la empresa) que se desenvuelve con una
cierta finalidad (producir para el mercado), que es a lo que se
refiere la otra acepción del Diccionario: una obra o un designio
del dueño de la empresa.

II. En un estudio que data de hace un cuarto de siglo, propuse la


siguiente definición de la negociación o empresa, tomada de la
doctrina jurídica italiana: la actividad del empresario consiste en
la organización de diversos factores de la producción con el fin
de producir bienes y servicios para el mercado. Se trata, por una
parte, de un concepto económico, que el derecho acoge a falta
de instituciones y de elementos jurídicos que pueda utilizar para
explicar la figura; por otra parte, en tal definición se involucran
factores distintos, los que si tienen contenido jurídico propio, y
que el derecho regula y valora en forma diversa. A saber, una
conducta humana -la actividad del empresario- que significa la
realización de varios actos de carácter mercantil (actos de
comercio), que lleva a cabo una persona, a quien el «CCo».
(«a.» 3o., «fr.» I) califica, por ello, de comerciante: una
finalidad de dicha persona que consiste en la producción de
bienes o servicios para el mercado, la que, a su vez, el derecho
mercantil toma en cuenta para considerar a los actos y a la
figura misma de la negociación, como comercial, es decir,
empresa mercantil lucrativa, y no de beneficencia, o con fines
sociales o culturales meramente; y, en fin, que la actividad
consista en organizar ciertos factores productivos (i.e., en
constituir y explotar un patrimonio).

III. Es frecuente confundir la empresa con la sociedad mercantil


que la organiza y la explota; es decir, confundir el todo con la
parte. Aquella, es un quehacer, una conducta del hombre, en
torno a ciertos elementos materiales e inmateriales, los cuales
constituyen al patrimonio de la negociación (hacienda o fondo
de comercio). Esta, la sociedad, es quien realiza la actividad, es
decir, la persona que funda y que explota la empresa. Se trata de
dos conceptos distintos pero inseparables: no hay empresa sin
empresario, ni este sin aquélla. Empero, empresarios pueden
ser, no sólo las sociedades (mercantiles, porque esa actividad
''empresarial'' las califica de tales), sino también las personas
físicas, el Estado, y ciertas figuras jurídicas que no son
personas, como la herencia yacente o la masa activa de la
quiebra, o sea, las unidades económicas sin personalidad
jurídica a las que alude el «a.» 3o., «fr.» III LIE.
También se confunde la empresa con la hacienda o sea, con su
patrimonio. La empresa, no sólo el conjunto de bienes o
derechos aportados por el empresario y organizados con una
finalidad, sino que también es la actividad misma de este, y la
organización de todos esos bienes, que constituye un elemento
adicional de la empresa con un valor propio, al que se denomina
aviamiento y que se relaciona con la clientela de la negociación
a la que destinan sus bienes o servicios.
Como en el caso del empresario, la hacienda es elemento
esencial de la negociación; de tal manera que si ella desaparece
(por cualquier medio jurídico que suponga la transmisión del
conjunto de los bienes y derechos -venta, transmisión mortis
causa, fusión, expropiación-), se hace imposible la empresa,
salvo que con la hacienda también se trasmita la actividad
misma del empresario, y que sólo se sustituya la persona o el
sujeto titular de la negociación. Lo que recientemente ocurrió en
México, al expropiar el Estado todos los bienes y derechos de
los bancos privados; es decir, el patrimonio que era propiedad
de cada una de las instituciones de crédito expropiadas. En ese
caso, subsistió la empresa con un nuevo titular, y subsistieron
también los antiguos titulares (las SA), si bien vacías y sin la
posibilidad de cumplir el fin para el que fueron creadas, por lo
que incurrieron en una causa de disolución. El anterior titular
(la SA) subsistirá (si puede realizar nuevas actividades) con
nuevos bienes (la indemnización legal a que tiene derecho y
aquellos que le pertenecían y que después, la Secretaría de
Hacienda considere discrecionalmente como innecesarias a las
empresas expropiadas y al fin mismo de la expropiación), o
bien, se liquidará, si su objeto o finalidad se ha vuelto imposible
(«a.» 229 «fr.» II LGSM).

IV. El derecho reconoce diversas clases de empresas: según que


su titular sea un sujeto de derecho privado, o bien, de derecho
público, se habla entonces de empresas privadas y públicas;
según que el titular sea una sociedad (anónima con mayor
frecuencia), u otra persona o sujeto, se habla de empresas
societarias o corporativas en aquel caso y no corporativas en el
otro (el titular, entonces, puede ser una persona física, una
comunidad o grupo de personas sin personalidad, una unidad
económica, etc.); y finalmente según la naturaleza de la
actividad económica que se efectúe a través de la negociación
puede tratarse de empresas agrícolas, comerciales (stricto sensu)
e industriales (fabriles o manufactureras; de productos o de
servicios). Con excepción de las pequeñas empresas (rectius
talleres de artesanado) que no ofrezcan sus productos o sus
servicios al mercado (es decir, al público en general), sino que
operen por pedidos, y las negociaciones agrícolas que se
dediquen a la explotación del suelo o de ganados, sin
elaboración o cambios de los frutos que se obtengan, todas son
mercantiles, y están comprendidas en las «frs.» V a XI, XV,
XVI del «a.» 75 «CCo».
Las públicas, o sea aquellas en que el titular es el Estado, un
organismo o una empresa descentralizada o paraestatal, o una
sociedad controlada por él, si bien se rigen por las disposiciones
de la legislación mercantil, dada la índole de sus actividades,
tienden a salir del derecho mercantil e integrarse dentro del
derecho económico que aún está en cierne.

V. Los elementos de la empresa son subjetivos unos y objetivos


los otros. Los primeros son, desde luego, el empresario y el
personal de la negociación; los objetivos son todos los bienes y
derechos que forman la hacienda o patrimonio de la empresa.
El empresario es un comerciante, en cuanto que ''teniendo
capacidad legal para ejercer el comercio, hace de él su
ocupación ordinaria'' («a.» 3o. «fr.» I «CCo».). De él se
producen, en consecuencia, las notas propias de éste: capacidad,
nacionalidad, domicilio, personalidad; y en función de cada una
de ellas, y del carácter del sujeto, se le aplican las disposiciones
legales pertinentes (p.e., si se trata de una sociedad, la
«LGSM»; si se trata de extranjeros, la LIE).
En cuanto al personal, lo integran jerárquicamente, los
funcionarios, (directo res, gerentes, administradores), los
empleados y los trabajadores; a quienes se aplican las normas
del «CCo»., en cuanto a auxiliares del comerciante; de la
legislación laboral, en cuanto sean sujetos de dicha disciplina, y
las de la «LGSM» por lo que se refiere al nombramiento a las
atribuciones, a la responsabilidad y a la revocación.
La hacienda de la empresa, está constituida por un conjunto
heterogéneo de bienes y derechos, que se aportan a ella en
virtud de muy diferentes negocios; traslativos de dominio, del
usufructo del uso, de cesión o endoso de derechos; negocios,
generalmente de derecho privado (civil y mercantil), pero
también de derecho público (permisos, autorizaciones y
concesiones del Estado); todos ellos constituyen una unidad,
que pueda considerarse como universalidad de hecho, la cual, a
su vez, puede ser objeto de negocios jurídicos traslativos de
dominio (v.gr., la transmisión de la hacienda, «aa.» 128 y 129
«LNCM» ) o de uso (arrendamiento de empresa); de
administración (gestión de una negociación), de garantía (la
hipoteca de empresa, «a.» 124 LIC).
En relación con la hacienda, hay ciertos bienes propios de ésta,
o sea, de la actividad del empresario, como son las patentes, las
marcas, el nombre y los avisos comerciales; y determinadas
relaciones del titular con la negociación (el aviamiento); con los
clientes, que le proveen de materias primas y materiales, o bien,
que reciben de ella los servicios o los productos elaborados, y
también relaciones del empresario cuando es arrendatario de
locales, con el dueño arrendador, que configuran la llamada
propiedad comercial (el droit de bail del derecho francés).

VI. Como universalidad de derecho, la hacienda, y como


organismo económico productor de bienes y proveedor de
empleos, la empresa, merecen una protección especial, que no
es la propia de las personas como tales (el individuo o la
sociedad), ni de cada uno de los bienes y derechos que forman
aquella, si no que se trata de normas especiales, de orden
público generalmente, que unas veces tienden a proteger a la
negociación misma, evitando o tratando de evitar su
disgregación y su liquidación (así, los «aa.» 200, 201 y 202
LQ); otras veces, protegen a los acreedores de ella, p.e. al
imponer que la transmisión del pasivo opera de pleno derecho
con la del activo («a.» 129 «LNCM» ), y otras, en fin, a través
de disposiciones (aisladas e insuficientes en nuestro derecho)
que prohiben la competencia desleal, que enumeran los actos
que se consideran o que se presumen tales (e.g. «a.» 10 bis de la
Convención de París para la Protección de la Propiedad
Industrial), y que los sancionan con mayor o menor severidad.

VII. Aunque la legislación mexicana no reglamenta en forma


sistemática y completa a la empresa muchas reglas y
disposiciones existen, desperdigadas tanto en las leyes
mercantiles como civiles, administrativas, laborales, fiscales y
procesales. La jurisprudencia, por otra parte, tanto de la «SCJ»,
como del Tribunal Fiscal de la Federación, se ha encargado de
precisar el concepto unitario de la empresa y de algunos de sus
elementos. Al respecto, y aunque ya es antigua, me permito
remitir a la rica jurisprudencia de ambos tribunales que cito en
mi Tratado de derecho mercantil.
De las leyes mercantiles, además del «a.» 75 «frs.» V a XI,
XV, etc., «CCo».,. que enumera algunas de las empresas
comerciales, y de la LQ, «aa.» 364 y ss., son dignas de citarse,
la LIC, la «LIS» y la «LIF» que regulan, respectivamente, a las
empresas bancarias (ahora, después de la nacionalización de la
banca casi todas son de carácter público), las aseguradoras y las
afianzadoras; el «a.» 124 de la LIC, que se refiere a la llamada
hipoteca industrial, o hipoteca de empresa; los «aa.» 321, 322,
324 «LGTOC» respecto a los créditos de habilitación y de avío;
etc.
El «CC» también contiene algunas disposiciones sobre las
negociaciones mercantiles, entre las principales están los «aa.»
556 y 1772 (transmisión mortis-causa, de una empresa) y 1924,
responsabilidad vicaria del empresario por los daños y
perjuicios causados por obreros y dependientes en el ejercicio
de sus funciones.
La «LFT» se refiere y considera a la empresa en múltiples
artículos; entre los de mayor relieve se cuentan: el 7o., 11, 13,
15 fr, I, 16 (que es una de las disposiciones de nuestras leyes
que definen a la empresa), 360 «frs.» II, III, 386, 388, etc.
El «CPC» contiene normas sobre embargo de negociaciones,
«a.» 544 «fr.» VII, 555 y ss.

ENDOSO
I. del latín indorsare, de in en y dorsum espalda, dorso; en
italiano girare, girata; en francés au dos endossement; en
alemán girieren indossieren, indosso, indossament; en inglés
indorsement. ''Lo que para endosar una letra u otro documento a
la orden se escribe en su respaldo o dorso.'' Endosar, ''ceder a
favor de otro una letra de cambio u otro documento de crédito
expedido a la orden, haciéndolo constar así al respaldo o dorso''.
(Diccionario de la Lengua española.) ''La cesión o traspaso que
se hace de las letras de cambio. Poner la contenta en las letras
de cambio, pasarlas y girarlas a favor de otro: y así se suele
decir, esta letra esta endosada por estar puesta la contenta a
favor de otra persona. Es voz puramente italiana, que
corresponde en castellano a traspasar y ceder a favor de otro la
letra de cambio, vale o papel de crédito, y modernamente
introducida y usada entre los hombres de comercio''
(Diccionario de Autoridades).
Establecer un concepto de endoso resulta complejo debido a
que existen diversos tipos de él; a que son varios los efectos y
las funciones que se le atribuyen y a que su naturaleza jurídica
ha de precisarse en relación con cada aspecto del complicado
fenómeno de la transmisión del título. Sin embargo, nos
permitimos ofrecer el siguiente: es una cláusula accesoria,
incorporada al título, que contiene una declaración unilateral de
voluntad de su suscriptor, por la que el poseedor legítimo, al
transmitir el documento, faculta al adquirente el ejercicio de los
derechos cambiarios.
Elementos de la definición; 1) cláusula accesoria; 2)
inseparable, y 3) reemplazo del suscriptor.
Por otra parte, debemos tener muy en cuenta que el endoso
produce tres efectos: 1 Documentar el traspaso del título; 2
Legitimar al adquirente, como nuevo y autónomo acreedor
cambiario, mediante la cadena ininterrumpida de endosos, y 3.
La obligación de garantía del endosante (Ferrara).

II. No existe un criterio unánime respecto al origen del endoso


cambiario. Mientras unos señalaban como elementos
precursores la irretractabilidad de la aceptación o la
irrevocabilidad del giro; otros lo descubren en la compensación
(scontra) de las letras feriales (nundinalia), y algunos más
piensan que el verdadero endoso se vincula con la cláusula a la
orden, escrita por el librador en las letras usadas fuera de las
ferias (platealia), donde no había compensación. Pero en lo que
todos están de acuerdo es en que la cláusula a la orden ya
existía previamente al endoso y de que éste se conocía ya antes
de aplicarse a la letra de cambio, pues los banqueros y sus
clientes lo practicaban.
Al concebirse la letra de cambio como instrumento de cambio
trayecticio, se libraba directamente a favor de una persona
determinada, de modo tal que el banquero librador se obligaba a
pagarla al remitente; muy pronto se impuso la práctica de la
cláusula a la orden activa, mediante la cual el banquero
prometía el pago, no sólo al remitente, sino también al
mandatario de éste (tibi vel nuntio tuo). Este mandatario, al
actuar en nombre y por cuenta del remitente, no ejercitaba un
derecho propio adquirido, de este, ni menos un derecho
independiente, por lo que quedaba expuesto a las mismas
excepciones oponibles al mandante.
Hallazgo insólito resulto el endoso de una letra de cambio
librada en febrero 5 de 1410 entre 5550 letras de cambio del
Archivo Datini di Prato. La ley veneciana de 14 de septiembre
de 1593, lo mismo que la Pragmática Napolitana Tesis cambii,
noviembre 8 de 1602 y 1607, confirmadas por la de 9 de julio
de 1617, prohibían el endoso sucesivo: ''non si puo girare piu
che una sola volta''; ello hace suponer que el uso del endoso ya
existía, no obstante referirse al giro de la polizza, precursor del
endoso cambiario. Un edicto del 4 de abril de 1626, reproducido
el 9 de abril de 1635 en Francfort sur le-Main prohibía el
endoso bajo pena de anular la cambial e imponer una multa. En
similar sentido, la Ordenanza para el cambio de Bautzen,
septiembre 15 de 1635, declaró que comerciante alguno estaba
obligado a pagar letras de cambio endosadas. Regularon la
pluralidad de los endosos: las Ordenanzas de Amsterdam 1651
y de Francfort 1666. Posteriormente, las necesidades del tráfico
eliminaron la prohibición y la Ordenanza de cambio y de la
banca de Nürenberg del 8 de septiembre de 1654, permitió un
endoso declarando nulos los demás (Cámara).
Luego, la Rota Romana (1690-1693) estableció que si la letra
llevaba la cláusula all'ordine S.P. (a la orden sin procuración),
indicaría que en la transmisión se excluía la presunción del
mandato. Aún más, la cláusula de valor (valuta) incorporada al
endoso, significó que por entregar el adquirente (endosatario) al
transmitente (endosante) el valor de la letra, se trataba no de un
simple mandato, sino de una transferencia irrevocable por la
que el adquirente se convertía en acreedor sustantivo. De este
modo, el endoso funciono primero como simple mandato,
después como transmisor de la propiedad del documento,
situación claramente regulada al igual que la multiplicidad de
los endosos por la Ordenanza francesa terrestre de 1673. ''La
firma al dorso de las letras de cambio no servirá más que de
endoso (endossement) y no de orden (ordre) si no está fechado
y no contiene el nombre del que ha pagado el valor en dinero
mercancías o de otro modo'' («a.» 23) ''En caso de que el endoso
no sea hecho en las formas mencionadas las letras se consideran
pertenecientes al que las haya endosado'' («a.» 24). ''Las letras
de cambio endosadas en las formas prescritas en el artículo
precedente pertenecerán a aquel en cuyo nombre sea llenado el
endoso'' («a.» 25).
En dicho ordenamiento, el endoso ofrece dos modalidades:
ordre, es el endoso pleno, transmisor de la propiedad al
endosatario: endossement, es el endoso sólo con efectos de
comisión de cobranza. Este estatuto fue el que por primera vez
reguló la cláusula a la orden. Luego el «CCo». francés de 1807
estableció esta cláusula como requisito esencial de la letra de
cambio. Más tarde, la ley alemana de 1848 reglamentó el
endoso («aa.» 9-17): ''el tomador puede transmitir a un tercero
la letra de cambio por medio del endoso (giro)'' («a.» 9,
apartado primero). Después la Ordenanza de Leipzig del 2 de
octubre de 1862, pfo. II ordenó: ''a pesar que la multiplicidad de
endosos en las letras de cambio están prohibidos en muchas
villas extranjeras, especialmente en Bolzano, Tirol; sin
embargo, como los endosos son usados aquí como en otras
villas, ellos continuarán subsistiendo.'' Apareció también esta
institución en el Anteproyecto de una Ley Uniforme sobre la
letra de cambio y el billete a la orden de 1910 («aa.» 11 y ss.);
en el Reglamento Uniforme de la Haya de 1912 («aa.» 10 y ss.);
en la Ley Uniforme ginebrina (7-VI-1930) sobre la letra de
cambio («a.» 11, pfs. 1o., y ss.); en la Ley Uniforme ginebrina
sobre el cheque (19-III-1931); en el Proyecto de Ley Uniforme
sobre letras de cambio internacionales de 1972 («a.» 5, 3a., y
ss.) y en nuestra «LGTOC» («aa.» 26, 29 y ss.).

III. Esbozo doctrinal. 1. Naturaleza jurídica. La teoría acerca del


endoso contiene diversos tópicos que brevemente
describiremos. Múltiples son las teorías que al respecto se han
entretejido; mencionaremos algunas de ellas. Ciertos tratadistas
procuraron encuadrarlo en las figuras contractuales clásicas.
Así, para unos el endoso encierra tres contratos a la vez, venta,
cesión de derechos incorpóreos, fianza o caución; para otros es
un acto sui generis que se aproxima a determinados contratos,
sin confundirse con ninguno de ellos.
La Ordenanza francesa de 1673 acogió en su «a.» 24 la tesis
de que el endoso constituye una especie de cesión de la cambial
unida con el contrato de fianza: ''las letras endosadas en la
forma prescripta... pertenecen a aquel a cuyo nombre se llena la
orden sin necesidad de entrega ni notificación''.
Para autores como. Pothier, Thöl, Marghieri, Vivante, Vidari,
el endoso constituye un nuevo giro.
Lyon-Caen y Renault, Bravard, Franchi, sostienen que se trata
de una especie de venta o cesión de la letra. Mientras que Martí
de Eixalá dice que se trata de un contrato de cambio y cesión de
derechos. Thaller, por su parte, habla de una subdelegación, y
otros autores de subrogación y sesión.
Por otra parte, se dice que la solución que se adopte en
relación a este punto, depende de la opinión que se siga respecto
a la naturaleza jurídica de la letra de cambio: sobre la que
existen la teoría de los que la vinculan con el contrato en virtud
del cual se emite (contractualistas o casualistas) y aquellos que
la consideran un título abstracto (unilateralistas); destaca entre
éstos la teoría de la creación de Kuntze cuyo punto de partida y
fundamento radica en las deficiencias mismas de las teorías
contractualistas.
Debemos considerar el endoso, sobre todo, como un negocio
jurídico, a semejanza de otras declaraciones de voluntad
contenidas en el título de crédito. Negocio jurídico, cartular,
unilateral y abstracto, que contiene una orden de pago,
proveniente del primer tomador del título, o de un endosatario
anterior. Se trata de una declaración unilateral porque el endoso
produce sus efectos con independencia de cualquier aceptación
de otros sujetos interesados; porque formalmente no es distinto
de cualquier otra declaración contenida en el título porque con
dicha teoría se explica la estructura y eficacia del endoso en
blanco. El endoso consiste en una declaración receptora, en el
sentido de que va dirigida al deudor. Es un negocio abstracto,
porque (salvo las relaciones entre endosante y endosatario
inmediatos) respecto al tercer poseedor (de buena fe) opera
independientemente de la causa; causa subyacente, pero fuera
del nexo cambiario. Es un negocio puro, es decir, sin condición
de término o modo («a.» 31 «LGTOC»). Al incorporar el
endoso en el título («a.» 29 «LGTOC») y tener por no válido el
realizado fuera del mismo, infiérese su valor constitutivo, su
naturaleza de declaración literal y también su eficacia con
respecto a los terceros (incluido el deudor), independientemente
de toda forma de publicidad o de notificación (Messineo).
El endoso es el modo de transmisión propio del derecho
cambiario, sin que se desconozca que existan otras formas de
transferir los títulos de crédito, como la cesión, la sucesión, etc.
(«a.» 26 «LGTOC»).
Así pues, el endoso es una declaración de voluntad de
transferir la posesión del título a la orden declaración que puede
implicar o no la transmisión de la propiedad. Requiere, para ser
completo, la entrega del documento al endosatario (aspecto real
de la tradición). Declaración y entrega son suficientes para que
el endosatario ejercite su derecho. Por ambas se transmite a
todos los endosos el documento como cosa, pero no el derecho.
De modo tal que el endoso produce la investidura del
endosatario para obtener la prestación, lo que opera pues, es una
sustitución en la legitimación para ejercitar el derecho
representado en el título (Garrigues).
El endoso, en el fondo y definitivamente, transmite a aquel, en
cuyo valor se hace, los derechos cambiarios derivados del título,
principalmente el de reendosar (Arcangelli).
Por otra parte la letra de cambio es, por ley, un título a la
orden; esto es, transferible por endoso aunque no haya sido
girado a la orden. Principio consagrado por la Ley Uniforme de
Ginebra de 1930 (a. 11, pfo. 1o., y en el «a.» 25 «LGTOC»),
relativa a la letra de cambio.
2. Clasificación. La doctrina los agrupa por la forma: en
endoso completo si contiene todos los requisitos de ley
presuntamente completo, cuando falta alguna mención que la
ley interpreta en determinado sentido; en blanco, si no existen
menciones y habrán de complementarse. Por sus efectos: en
endoso pleno si transfiere la propiedad al endosatario; limitado,
cuando sólo transmite la posesión o plantea un gravamen (en
procuración, en garantía).
De acuerdo con nuestra legislación mercantil el endoso puede
ser:
A. Endoso en propiedad. Es aquel que transmite la propiedad
del título y todos los derechos a el inherentes (a. 34 «LGTOC»).
De ahí que el propietario del documento sea el titular del
derecho consignado en el mismo; el endosatario en propiedad se
convierte en acreedor cambiarlo ajeno a las excepciones no
derivadas de lo escrito en el título, o a las personales que le
interpusiera quien se obligó a pagar el documento.
Por lo general, los endosantes de esta clase de endoso, no
responden solidariamente del pago del documento (a. 34
«LGTOC»), salvo que la ley así lo establezca como acontece
con los títulos cambiarios (a. 90 «LGTOC», en relación con los
«aa.» 4, 154 y 159 LGTOC), aun en este caso, los endosantes
pueden exonerarse de la solidaridad, mediante la cláusula sin mi
responsabilidad u otra equivalente («aa.» 34, pfo. 2o., y 36, pfo.
3o., LGTOC; 67, pfo. 5o, LMV).
Debemos tener presente que es práctica muy frecuente endosar
las facturas que amparan la propiedad de un automóvil.
B. Endoso en procuración al cobro u otra expresión
equivalente. Este endoso otorga al endosatario los derechos y
obligaciones de un mandatario. Por ello, tiene la facultad de
presentar el documento a la aceptación, al cobro judicial o
extrajudicialmente, a levantar el protesto correspondiente, e
incluso a endosar el título en procuración. Al endosatario en
procuración le son oponibles las excepciones que se tengan
contra el endosante, pero no las que se tuvieran contra su
persona (a. 35 pfo. 2o, LGTOC). Basta con una simple
cancelación para revocar el mandato contenido en un endoso en
procuración (a. 35 pfo. 1o., in fine, LGTOC). La revocación
tiene efectos entre las partes una vez comunicada al endosatario,
aunque no aparezca en el título. Las causas civiles de
terminación del mandato se aplican al endoso en procuración
sólo cuando así lo establezca la ley cambiaria (a. 35 pfo. 1o. in
fine LGTOC). La quiebra del endosante extingue este tipo de
mandato (a. 141, LQ); de existir un juicio iniciado por el
endosatario, lo continuará el síndico (a. 122 LQ). También la
muerte o interdicción, como la quiebra del endosatario en
procuración, extinguen la representación conferida a este (a.
141, LQ) (Mantilla) (v. Apéndice al «SJF» 1917-1975, cuarta
parte, Tercera Sala).
C. Endoso en garantía. Dicho endoso tiene razón de ser cuando
se entregan títulos de crédito como respaldo de un adeudo.
Tiene como finalidad constituir sobre el documento un derecho
real de prenda que, lógicamente, abarca también a los derechos
provenientes del título. Por ser el endoso en garantía un acto de
disposición sólo puede realizarlo el que endosa en propiedad.
El título a endosarse en prenda deberá portar en su texto la
expresión en garantía, en prenda u otra equivalente.
En virtud de esta clase de endoso, el endosatario obtiene todos
los derechos de un acreedor prendario sobre el título incluyendo
las facultades del endosatario en procuración. En este caso, las
excepciones personales que los obligados tuvieren contra el
endosante no son oponibles al endosatario en garantía (a. 36
LGTOC). Por otra parte, el endosatario en prenda esta facultado
para realizar la prenda según lo establecen los «aa.» 341-344 en
concordancia con el «a.» 36 LGTOC.
D. Endoso en blanco. La entrega del título sin el nombre del
endosatario, pero con la firma del endosante, bastan para
transmitir el documento («aa.» 30 y 32 LGTOC). Este tipo de
endoso se considera efectuado en propiedad por virtud de la
presunción expresa (a. 30 LGTOC). La ley permite al
endosatario llenar el endoso con su nombre o el de un tercero,
transferir el documento sin completar el endoso y endosar al
portador, surtiendo éste efecto de endoso en blanco (a. 32
LGTOC) (v. Apéndice al «SJF» de 1917-1975, cuarta parte,
Tercera Sala, «SJF» sexta época, «vol.» XLIII, cuarta parte, se
publica íntegra la ejecutoria).
Por otra parte, el documento endosado en blanco continúa bajo
el régimen de los títulos a la orden, ya que al vencimiento del
título, quien paga habrá de comprobar la identidad de la persona
que presente el título como último tenedor (a. 39 LGTOC), y
para tal fin es imprescindible que aparezca en el documento el
nombre de quien lo cobra.
E. Endoso al portador. Cuando el documento porta en su texto
la cláusula -al portador- y éste se legitima con la simple
exhibición del documento, produce los efectos de un endoso en
blanco (a. 32, in fine LGTOC).
F. Endoso en retorno. Es factible endosar el documento a favor
de alguna de las personas que ya aparezca en él como
responsable de su pago; ello no impide que dicho obligado
pueda, a su vez, endosar posteriormente el título. Este tipo de
endoso origina efectos distintos según sea la persona en cuyo
favor se efectúe y la naturaleza del título de que se trate.
Esta situación en que se coloca al endoso se fundamenta en el
«a.» 41, in fine LGTOC (Cervantes Ahumada).
G. Endoso por representante. El supuesto se contempla en la
«fr.» II del «a.» 29 LGTOC al exigirse la firma de la persona
qué suscribe el endoso a ruego o en nombre del endosante. Para
no interrumpir la secuencia de endosos debe señalarse en la
antefirma que se actúa en representación del anterior tenedor.
H. Endoso fiduciario Es aquel que adopta la forma en un
endoso pleno o en blanco para fines de autorización o de
garantía, y no de transmitir la propiedad.
En esta clase de endoso, el titular queda completamente
legitimado (en virtud de la posesión del documento y del
endoso en propiedad); sin embargo, en sus relaciones con el
endosante consta que no adquirió la propiedad del título y queda
obligado extracambiariamente conforme a lo convenido
(Rodríguez y Rodríguez; Ascarelli).
I. Endoso en administración. La «LMV» exige este tipo de
endoso a quien deposita titulosvalor nominativos en el Instituto
para el Depósito de Valores (INDEVAL). La finalidad de este
endoso es justificar la tenencia de los valores y el ejercicio de
las atribuciones que este capítulo le confiere sin constituir en su
favor ningún derecho distinto a los expresamente consignados
en el mismo (a. 67 pfo. 3o. LMV).
J. Endoso con cláusula sin mi responsabilidad. El endosante
que quisiera exonerarse de la responsabilidad solidaria
cambiaria que la ley le impone, puede legalmente hacerlo,
insertando en el endoso, la cláusula -sin mi responsabilidad- u
otra equivalente («aa.» 34, pfo. 2o., 36 «pfos.» 3o., y 4o.,
LGTOC).
K. Endoso con la cláusula -no negociable- u otra equivalente.
No obstante que por regla general los documentos que porten
dicha cláusula sólo pueden ser transferidos en la forma y con
los efectos de una cesión ordinaria (a. 25 LGTOC); la misma
ley permite que el cheque no negociable se endose a una
institución de crédito para fines de cobro (a. 201, LGTOC)
(Labariega).
L. Endoso posterior al vencimiento. Cuando un título ha
vencido y se intenta transferir por endoso, éste sólo surtirá los
efectos de una cesión ordinaria (a. 37 LGTOC), aunque sin
someterse a las formalidades de ésta (SJF, quinta época, t. LII,
Torres D., Fidel, 16-IV-1937; t. LIII, Pérez Bazán, Tomas; t.
XCI, Robles, Luis, Martínez Zorrilla Carlos, Suplemento 1956,
A.D. 2745/53, Britani, S. A.).
M. Transmisión por recibo. Si un título no es pagado a su
vencimiento y su tenedor obtiene el reembolso de un endosante,
aquél, al momento de transferir el documento a éste, habrá de
colocar una anotación de recibo, la cual deberá extender en el
mismo título o en hoja adherida a él.
La transmisión por recibo surte los efectos de un endoso sin
responsabilidad (a. 40, LGTOC).
N. Transmisión por constancia judicial. Consiste en la
inscripción que un juez estampa en un título de crédito al
terminar un juicio en vía de jurisdicción voluntaria, haciendo
constar, en el documento mismo o en hoja adherida a él, que el
título ha sido transferido a una persona por medio diverso al
endoso.
La firma del juez deberá legalizarse («aa.» 28 y 38 in fine,
LGTOC). La constancia judicial se equipara al endoso.
Ñ. Transmisiones en el derecho civil. Los títulos de crédito
pueden ser transmitidos también por actos o negocios jurídicos
del derecho civil (cesión, sucesión...); en tales casos la
autonomía cambiaria desaparece, puesto que son oponibles al
adquirente todas las excepciones que a su causante hubieran
podido oponerse hasta el momento de su transmisión (a. 27
LGTOC).
3. Requisitos del endoso. A. Inseparabilidad. Es decir, el
endoso debe constar en el título o en hoja a él adherida (a. 29
LGTOC). B. El nombre del endosatario (a. 29 «fr.» I),
formalidad no esencial puesto que de la combinación de dos
normas («aa.» 30 y 32) surge, el endoso en blanco. C. La firma
del endosante o de la persona que suscriba el endoso a su ruego
o en su nombre (a. 29 «fr.» II). Requisito esencial por
antonomasia sin el cual no hay endoso. D. La clase de endoso
(a. 29 «fr.» III) (en propiedad en procuración, en garantía...). Si
este requisito faltase se presume que el endoso es en propiedad
(a. 30 LGTOC). E El lugar y la fecha (a. 29 «fr.» IV), en caso
de omitirlos se presumen: el primero, por el domicilio del
endosante; el segundo, por la fecha en que el endosante adquirió
el título (a. 30). El endoso, se prescribe, debe ser puro y
simple. Toda condición n la cual se subordine, se tendrá por no
escrita. El endoso parcial es nulo (a. 31, LGTOC) (v. «SJF»,
quinta época, t. LXXIII, Olivares Manuel, 14-VIII-1942).

ENRIQUECIMIENTO ÍLICITO
I. De acuerdo con la reciente reforma al «CP» publicada en el
«DO» del 5 de enero de 1983, el enriquecimiento ilícito está
tipificado como un delito de los servidores públicos; existe
cuando un servidor público no pudiere acreditar el legítimo
aumento de su patrimonio o la legítima procedencia de los
bienes a su nombre o de aquellos respecto de los cuales se
conduzca como dueño, en los términos de la «LFRSP» («a.»
224 de «CP»). Además, aclara el texto de referencia, que
también incurre en responsabilidad penal quien haga figurar
como suyos bienes que el servidor público adquiera o haya
adquirido en contravención de los dispuestos por la ley de
responsabilidades mencionada, a sabiendas de esta
circunstancia.

II. Esta figura delictiva tiene como antecedente un


procedimiento especial contemplado en la anterior Ley de
Responsabilidades de 1980, llamado investigación por
enriquecimiento inexplicable. Como veremos, el «CP» ya la
considera un delito con una doble modalidad, según que sea
cometido directamente por el servidor público, adscribiendo a
su nombre los bienes ilegítimamente obtenidos con motivo de
su cargo o a nombre de terceras personas o bien que sea
cometido por terceras personas que, a sabiendas, permiten y
consienten que les sean adscritos a sus respectivos nombres
bienes del servidor.

III. El legislador, al establecer este delito, pretende proteger el


patrimonio del Estado es decir las sumas de dinero que por
razón del cargo, deben ser manejadas por el servidor público en
cuestión para el cumplimiento de las metas y de los programas
asignados en los respectivos planes de desarrollo aprobados por
el Estado. Se castiga la falta de probidad, como decía la Ley de
Responsabilidades de 1980 al hablar del enriquecimiento
inexplicable; se castiga el aprovechamiento ilícito de esos
recursos públicos para aumentar el propio patrimonio o los
bienes del servidor público de que se trate.

IV. Los contornos de esta nueva figura delictiva no están bien


delimitados, ni resulta fácil el delimitarlos. Tal como se
describe en el «a.» 224 del «CP», nos da la impresión de que se
están tomando como punibles los resultados de la acción, no la
acción misma, como se presume el acto ilícito, pero no se
castiga dicho acto, sino nada más los resultados y esto último
sólo cuando esos resultados acrecientan el patrimonio del
servidor público. En suma; parece que se castigará el
enriquecimiento que tenga como causa directa un acto ilícito,
por eso se le denomina enriquecimiento, ilícito; pero no se
castigará el enriquecimiento cuando el servidor público obtenga
los dineros por medio de actos que no estén considerados como
ilícitos. Parecería que lo ilícito no hace referencia al acto mismo
de aprehender dichos fondos, sino al hecho del acrecentamiento
del patrimonio del servidor público o de una tercera persona.

V. Como quiera que sea, la pena o las penas previstas son el


decomiso de los bienes patrimoniales, cuya procedencia no
logre acreditarse que sea legítima; la destitución y la
inhabilitación para volver a desempeñar cargos públicos hasta
por un término de catorce años, y la prisión, también hasta por
catorce años, según que el enriquecimiento ilícito exceda o no
del equivalente a cinco mil veces el salario mínimo diario
vigente en el Distrito Federal al momento de cometerse el
delito. Las penas como vemos, son acumulativas, pueden
resultar muy severas, y ello se explica por el carácter
moralizante que tuvo en cuenta el legislador al efectuar esta
reforma al «CP», toda vez que también se expidió una nueva
LFRSP, ya que la anteriormente vigente (la de 1980) no pudo
castigar este tipo de enriquecimientos, entonces llamados
inexplicables, ambas reformas fueron precedidas de una
modificación al «tít.» IV de la C, dedicada, como sabemos, a
regular la materia de la responsabilidad de los servidores
públicos.

EQUIDAD
I. (Del latín aequitas-atis, igualdad de ánimo.) El antecedente
histórico directo del concepto de equidad se encuentra en
Aristóteles, quien habla de la Epiqueya como la prudente
adaptación de la ley general, a fin de aplicarla al caso concreto.
La equidad era para Aristóteles, en sí, una forma de la justicia.
Este concepto de Aristóteles ha perdurado a través del tiempo
sin haber sido modificado en substancia. En la Edad Media los
escolásticos consideraron la equidad, como un correctivo del
derecho, correctivo indispensable para que el derecho no
perdiese su fin auténtico.
En época moderna Lumia ha definido la equidad como el
juicio atemperado y conveniente que la ley confía al juez. La
equidad constituye el máximo de discrecionalidad que la ley
concede al juez en algunos casos, cuando la singularidad de
ciertas relaciones se presta mal a una disciplina uniforme.
Lumia expone que la equidad no debe confundirse con el mero
arbitrio, porque esto significaría un mal uso por parte del juez
de sus poderes en cambio cuando decide conforme a equidad
respeta aquellos principios de justicia que se encuentran
recibidos por el ordenamiento jurídico positivo o que son
compartidos por la conciencia común.

II. En el derecho mexicano, el «a.» 14 constitucional da lugar a


la aplicación del criterio de equidad en los juicios civiles, al
permitir que las sentencias de los tribunales se funden en la ley
o en la ''interpretación jurídica de la ley'', la cual puede estar
basada en criterios de equidad. A falta de ley aplicable permite
que la sentencia se funde en ''los principios generales del
derecho'', abriéndose otra posibilidad para la aplicación del
criterio de equidad.

ERARIO
I. Del latín aerarius, tesoro público de una nación, provincia o
pueblo. Tesoro público es la masa de recursos monetarios y
medios de pago que tienen una entidad pública, disponible para
efectuar sus gastos.

II. En Roma el vocablo se utilizó para designar d tesoro del


Estado, en tanto que fisco, derivado de fiscus era el tesoro del
soberano. Con el tiempo ambos términos fueron sinónimos. En
Castilla también se le dio el nombre de fisco al tesoro de la casa
real, y el de erario al tesoro público. Ambos vocablos
actualmente son sinónimos.

ESTADO CIVIL
I. Atributo de la personalidad que se refiere a la posición que
ocupa una persona en relación con la familia; presupuesto
necesario, junto con el estado político, para conocer cuál es la
capacidad de una persona. Comprende el estado de cónyuge y el
de pariente, ya sea por afinidad, adopción o consanguinidad.
Tiene su origen en un hecho jurídico el nacimiento- o en actos
de voluntad como el matrimonio. Este estado se comprueba
mediante las constancias respectivas en el Registro Civil, salvo
los casos expresamente exceptuados por la ley («a.» 39 «CC»).

II. En algunos casos la posesión de estado suple a las actas del


Registro Civil. La posesión de estado consiste en una serie de
actos jurídicos o materiales mediante los cuales se manifiesta el
derecho al estado en cuestión.
El «a.» 343 «CC» establece que la posesión de estado de hijo
de matrimonio, quedará probada: a) si el hijo ha llevado el
nombre del presunto padre con anuencia de éste; b) si el padre
lo ha tratado como hijo nacido de matrimonio, proveyendo a su
subsistencia, educación y establecimiento, y c) si ha sido
reconocido constantemente como hijo de matrimonio por la
familia del marido y la sociedad.

III. El «a.» 24 «CPC» establece que las acciones de estado civil


tienen por objeto: las cuestiones relativas al nacimiento,
defunción matrimonio o nulidad del mismo, filiación,
reconocimiento, emancipación, tutela, adopción, divorcio y
ausencia o la demanda de nulidad o rectificación del contenido
de las constancias del Registro Civil. Dichas acciones son la de
reclamación y la de desconocimiento de estado. Las sentencias
serían, respectivamente, declarativas y constitutivas de atado y
producen efectos contra todos aun cuando no litigaron. En el
caso de la reclamación de estado, la sentencia, convierte una
situación de hecho -la posesión de estado- en una situación de
derecho, que se probará precisamente a través de dicha
sentencia judicial y no mediante el acto del Registro Civil.

ESTADO DE DERECHO
I. Por ''Estado de derecho'' (Rule of law para los juristas
angloamericanos) se entiende, básicamente, aquel Estado cuyos
diversos órganos e individuos miembros se encuentran regidos
por el derecho y sometidos al mismo; esto es, Estado de derecho
alude a aquel Estado cuyo poder y actividad están regulados y
controlados por el derecho.
En este sentido, el Estado de derecho contrasta con todo poder
arbitrario y se contrapone a cualquier forma de Estado absoluto
o totalitario (como ocurre con el llamado ''Estado de policía''
que, lejos de proponerse el mantenimiento del orden jurídico, se
caracteriza por otorgar facultades discrecionales excesivas a la
administración para hacer frente a las circunstancias y conseguir
los fines que esta se proponga alcanzar).

II. Aun cuando existen antecedentes, más o menos imprecisos,


sobre la idea del ''Estado de derecho'' desde los griegos y los
romanos en la antigüedad, se puede afirmar que correspondió al
alemán Roberto von Mohl utilizar por primera vez tal expresión
-Rechtsstaat- en su sentido moderno, durante el tercer decenio
del siglo pasado.
Cabe advertir que, para aquellas teorías jurídicas que
identifican al Estado con el derecho, la expresión aquí analizada
representa una vacua tautología. Así, para Kelsen en la medida
que un Estado no constituye más que la personificación de un
orden jurídico específico que ha alcanzado cierto grado de
centralización, todo Estado es un Estado de derecho; en efecto,
un Estado no sujeto a derecho es impensable, puesto que un
Estado sólo existe en actos estatales, es decir, en actos
realizados por hombres y que, en virtud de estar así
determinados por normas jurídicas se atribuyen al Estado como
persona jurídica.
Sin embargo, como resultado de la influencia del
constitucionalismo liberal burgués, la expresión ''Estado de
derecho'' adquirió una connotación técnica y se identificó con
un ideal político específico, utilizándose para designar cierto
tipo de Estado que se estimaba satisfacía las exigencias de la
democracia y de la seguridad jurídica. La Ilustración francesa y
el ideario del constituyente norteamericano se encargarían de
recoger las principales tesis del sistema constitucional inglés -
supremacía del derecho, limitación y ''racionalización'' del
poder, ''división de poderes'', protección judicial de los derechos
y libertades fundamentales, etc.- y el constitucionalismo liberal,
con ligeros matices, les asignaría el carácter de verdaderos
dogmas en su lucha contra el absolutismo y la cosecución de su
objetivo: el Estado de derecho.
De este modo se reservó el calificativo de Estado de derecho al
sistema que contemplara determinadas instituciones jurídicas
acordes con el ideal liberal burgués: la distribución y control del
ejercicio de poder entre varios detentadores; la supremacía de la
Constitución, que preferentemente, habría de ser escrita y
rígida, además de establecer las competencias exclusivas y
limitadas de los diversos órganos titulares del poder estatal; el
sometimiento de administración a la ley, la cual debía ser
creada y derogada por un órgano popular representativo,
siguiendo principios y procedimientos previstos por otras
normas jurídicas; la vigencia de un control judicial adecuado, el
establecimiento de ciertos derechos y libertades fundamentales
y la instrumentación de las garantías constitucionales
correspondientes para conseguir la regularidad de los actos
estatales con las propias normas jurídicas, así como todas
aquellas medidas encaminadas a la limitación y
''racionalización'' del poder y sobre todo, a garantizar la sujeción
de los órganos estatales al derecho.
Es claro que gran parte del constitucionalismo mexicano del
siglo XIX estuvo altamente influido por el ideal liberal burgués
del Estado de derecho, por lo que varias de las instituciones
jurídicas mencionadas en el párrafo anterior se adoptaron en
diversos documentos constitucionales, siendo la mejor
expresión de ello la C federal de 1857.

III. Durante el desarrollo del presente siglo, la idea del Estado


de derecho clásico, individualista y liberal, ha evolucionado
hacia lo que se ha llamado ''Estado social de derecho'' (Welfare
state para los juristas angloamericanos), con el objeto de adaptar
las estructuras jurídicas y políticas a las nuevas necesidades del
desarrollo técnico, social, económico, político y cultural.
Con la concepción del Estado social de derecho se ha
pretendido superar las deficiencias del individualismo clásico
liberal caracterizado por el abstencionismo estatal a través del
reconocimiento y tutela de ciertos derechos sociales y la
realización de objetos de bienestar y justicia sociales. De este
modo, el Estado social de derecho se caracteriza por su
intervención creciente en las actividades económicas, sociales,
políticas y culturales -con un ejecutivo fuerte, pero controlado-,
para coordinar y armonizar los diversos intereses de una
comunidad pluralista, redistribuyendo los bienes y servicios, en
busca de la justicia social.
Es necesario observar que, a pesar de las variantes
introducidas, la concepción del Estado social de derecho
conserva, en buena medida, las características y exigencias
señaladas anteriormente como propias del Estado de derecho:
en particular, la sujeción de los órganos estatales al derecho;
pero, simultáneamente, el que las leyes emanen de un órgano
popular representativo, bajo procedimiento previstos por otras
normas jurídicas, la distribución y control del ejercicio del
poder político la legalidad de la administración y un control
judicial suficiente; la garantía de los derechos y libertades
fundamentales, etc. Claro esta que algunas de estas instituciones
jurídico-políticas requieren las ligeras modificaciones -como
ocurre p.e. con las limitaciones al anteriormente desmedido
liberalismo económico y con el fortalecimiento del ejecutivo-, a
efecto de dar cumplimiento a los objetivos económico-sociales
del Estado social de derecho. Así pues, para poder afirmar que
se está en presencia de un Estado social de derecho se requiere
que el mismo satisfaga, además de sus objetivos sociales, las
exigencias que se han considerado propias del Estado de
derecho.
La positivización del Estado social de derecho surgió, de
manera incipiente, en la C federal mexicana del 5 de febrero de
1917 -iniciándose la etapa de lo que se ha calificado como
''constitucionalismo social''- y fue continuada en la primera
posguerra por la Constitución alemana de Weimar, expedida el
11 de agosto de 1919, para lograr después del New Deal
norteamericano y de la Segunda Guerra Mundial, imponerse
como vigente en gran parte de los países desarrollados
occidentales.
Cabe advertir que, si bien el texto original de nuestra C de
1917 consagró diversos derechos sociales en realidad no puede
considerarse insertado plenamente dentro de la democracia
social contemporánea, ya que la época en la cual se redacto
representaba, más bien, una etapa de transición entre el
constitucionalismo clásico, liberal e individualista del siglo
XIX, y las nuevas corrientes socializadoras de la primera
posguerra, además de que la propia situación económico-social
del país se caracterizaba por una población predominantemente
agrícola y una débil industrialización. No ha sido sino en la
medida que el Estado mexicano se ha transformado e
industrializado, con el consiguiente crecimiento de los sectores
laborales urbanos, que paulatinamente se han introducido
disposiciones más explícitas en el texto constitucional y más
acordes con el Estado social de derecho -aun cuando a la fecha
varias de sus normas programáticas en ese sentido han carecido
de eficacia práctica alguna.

ESTADOS FINANCIEROS
I. Aquellos documentos que muestran la situación económica de
una empresa, la capacidad de pago de la misma a una fecha
determinada, pasada, presente o futura; o bien, el resultado de
operaciones obtenidas en un periodo o ejercicio pasado,
presente o futuro, en situaciones normales o especiales
(Perdomo M., Abraham).
De la definición transcrita, se desprende que los estados
financieros son tratados solamente desde el punto de vista
contable.
Para poder analizar desde el punto de vista jurídico lo que son
los estados financieros, es necesario tratar de conceptuarlos con
una terminología apropiada, toda vez que no existe una
definición legal, sino solamente se indica en qué consisten
según el «a.» 172 de la «LGSM» y el «a.» 3o., del decreto del
17 de enero de 1981, que reformó al «a.» mencionado que a la
letra dice:
''A partir de la vigencia de este decreto, todas las expresiones
de las leyes mercantiles en que se hable de balance general, o
cualquier otra expresión equivalente, como documento de
información financiera, se entenderán en el sentido de que
dichas expresiones incluyen los estados y notas establecidos en
los incisos c) y g) del artículo 172 de la Ley General de
Sociedades Mercantiles''; y el «a.» 172 «LGSM», señala ''Las
sociedades anónimas, bajo la responsabilidad de sus
administradores, presentarán a la asamblea de accionistas,
anualmente, un informe que incluya por lo menos: a) un
informe de los administradores sobre la marcha de la sociedad
en el ejercicio, así como sobre las políticas seguidas por los
administradores y, en su caso, sobre los principales proyectos
existentes.''.

II. Jurídicamente podríamos entender por estados financieros


los documentos que refieren la situación económica de una
persona (física o jurídico-colectiva) en un tiempo determinado.
Sus elementos son los siguientes: a) un documento; b) presenta
una situación económica; c) de una persona física o moral, y d)
a un tiempo determinado.
1. Documento. Según Humberto Briseño Sierra, documento,
del latín documentum, de docere, enseñar, es el escrito con el
que se prueba, acredita o se hace constar alguna cosa.
En tratándose de un estado financiero sería el escrito elaborado
por persona competente (contador público titulado, o licenciado
en contaduría), que acredita los hechos económicos que refiere,
a una fecha determinada.
2. Situación económica. Consiste en un conjunto de realidades
que tienen relación con el patrimonio de la persona física o
moral.
3. Tiempo. Todos los actos se desarrollan en un ámbito
temporal espacial. Luego un estado financiero puede ser,
atendiendo al ámbito temporal, presente, pasado o futuro.
Los efectos producidos por los estados financieros pueden ser:
en relación al público, a la autoridad, o bien ante los accionistas.

III. Clasificación. La clasificación contable de los estados


financieros puede establecerse desde diversos puntos de vista:
1. Atendiendo a la importancia de los mismos: a) básicos y b)
secundarios.
Básicos o principales son aquellos que muestran la capacidad
económica de una empresa (activo total, menos pasivo total),
capacidad de pago de la misma (activo circulante menos pasivo
circulante) o bien, el resultado de operaciones en un periodo
dado, p.e.: a) balance general; b) estado de pérdidas y ganancias
o estado de resultados y c) estado de origen y aplicación de
recursos.
Secundarios o anexos son aquellos que analizan un renglón
determinado de un estado financiero básico, p.e.: del balance
general serán secundarios: a) estado del movimiento de cuentas
del capital contable y b) estado detallado de cuentas por cobrar,
etc.
Del estado de perdidas y ganancias o de resultados serán
secundarios: a) estado del costo de ventas netas b) atado del
costo de producción, y c) estado analítico de costos de
administración, etc.
2. Atendiendo a la información que presentan: a) normales y
b) especiales.
Normales son aquellos estados financieros básicos o
secundarios cuya información corresponda a un negocio en
operación.
Especiales son los estados financieros básicos o secundarios
cuya información corresponde a una empresa que se encuentre
en situación de transición: a) estado de liquidación y b) estado
de fusión.
3. Atendiendo al grado de información que proporcionan,
pueden ser sintéticos o detallados. Los primeros que presenten
información por grupos o conceptos es decir, en forma global;
los segundos, que presenten información en forma
pormenorizada.
4. Atendiendo a la forma de presentación, son simples y
comparativos: simples, cuando se presenta un solo documento
y, comparativo, cuando se presentan dos o más documentos
para ese efecto.
5. También se clasifican en históricos o reales, actuales y
proyectados o proforma; los primeros, cuando la información
presentada es derivada de los hechos procesados a una fecha;
proyectados, proforma o predeterminados, cuando su contenido
se refiere al futuro, y sus cálculos son estimados.
La elaboración de un estado financiero requiere de una fuente,
quién lo elabore, un objeto o motivo y un destinatario.
Los estados financieros son elaborados para a) pago de
impuestos; b) otorgamiento o solicitud de préstamos; c) el
cálculo de la participación a los trabajadores en utilidades de las
empresas, y d) otros efectos que prevé la legislación o se estime
necesario por los órganos de administración.

EVASIÓN FISCAL
I. Cualquier hecho, comisivo u omisivo del sujeto pasivo de la
imposición que contravenga o viole una norma fiscal, en virtud
del cual una riqueza imponible en cualquier forma resulte
sustraída, total o parcialmente, al pago del tributo previsto por
la ley, constituye una evasión tributaria. Para que la acción
comisiva u omisiva del contribuyente sea capaz de producir
consecuencias jurídicas en el ámbito del derecho tributario es
necesario que este prevista una sanción penal o pecuniaria, que
configure el delito o el ilícito tributario. También en el sector
del derecho financiero, por tanto, la separación entre las dos
categorías de hechos -a las que corresponden diferentes
sanciones- sólo es posible en relación con la naturaleza de la
sanctio juris, por la reconocida dificultad de una clara distición
conceptual entre el ilícito y el delito tributario dificultad que
depende además de obstáculos que se interponen para la
caracterización de una diferencia sustancial entre dichos grupos
de acciones jurídicas.

II. La legislación fiscal no define específicamente qué debemos


entender por evasión fiscal, por eso tenemos que acudir a la
doctrina y legislación de otros países.
Así, pues tenemos que la configuración del delito de
defraudación fiscal y el concepto de evasión fiscal, difieren
según opiniones de los autores, y en el derecho positivo no
constituyen términos equivalentes; por el contrario, es posible
advertir una relación de subordinación entre ellos, ya en favor
de uno o de otro.
En Argentina la ''evasión'' no es una figura jurídica
independiente, sino que esta incluida en la ''defraudación'' (leyes
20658 y 11683 «aa.» 45 y 46; Código Fiscal de Buenos Aires,
de 1974, «aa.» 33 y 35), y lo mismo ocurre en Alemania, donde
se considera como delito tributario toda transgresión a deberes
impuestos por la legislación tributaria en interés de la
imposición, contemplando casos particulares que incluyen
supuestos de culpa y de dolo o fraude, hasta la elusión de los
tributos, o sea, lo que impropiamente suele llamarse ''evasión
legal'' (AO, 392, 396, 402, 406); Blumenstein, a su vez, califica
como evasión la disminución del impuesto, resultante de
determinada conducta del obligado y comprende tanto la
sustracción simple del impuesto como la sustracción calificada
o defraudación; pero excluye el concepto de ''elusión'', o sea, la
utilización de formas o estructuras jurídicas autorizadas con el
propósito de aliviar la carga tributaria.
Ya sea que se utilice la palabra defraudación (o fraude) o se
prefiera evasión, la expresión debe llevar implícito el concepto
de ilicitud; pero como el segundo vocablo es empleado con
mucha liberalidad en el lenguaje corriente y con variado
significado en obras técnicas, aparte de no tipificar figura
delictual alguna, es preferible prescindir de él, reservándole
alcance metajurídico equivalente a todo acto u omisión que
viole disposiciones legales, en el ámbito de un país o en la
esfera internacional, produce la eliminación o la disminución de
la carga fiscal. En cuanto al proceder que suele comprenderse
en lo dado a llamarse evasión legal (o ilícita o legítima), esto es,
aquel que sin infringir el texto de la ley procura el alivio
tributario mediante la utilización de estructuras jurídicas
atípicas o anómalas, lo denominamos alusión de la obligación
fiscal, por adaptación de la expresión inglesa avoidance, que es
muy representativa.
Resumiendo, tendríamos que la evasión fiscal o tributaria es
toda eliminación o disminución de un monto tributario
producida dentro del ámbito de un país por parte de quienes
están jurídicamente obligados a abonarlo y que logran tal
resultado mediante conductas fraudulentas u omisiones
violatorias de disposiciones legales.

III. La caracterización señalada puede ser explicada de la


siguiente manera:
1) Hay evasión tributaria no sólo cuando, como consecuencia
de la conducta evasiva, se logra evitar totalmente el pago de la
prestación tributaria, sino también cuando hay una disminución
en el monto debido.
2) La evasión tributaria debe estar referida a determinado país
cuyas leyes tributarias se trasgreden. La evasión sólo encuentra
utilidad cuando se efectúa esta limitación, sin que ello
signifique olvidar una serie de constantes generales de la
evasión aplicables a la mayoría de los países. Por otra parte la
limitación también lleva a eliminar el concepto de evasión fiscal
internacional, que únicamente se configura con respecto a los
llamados tributos ''supranacionales'', como los que establecen
ciertas comunidades de naciones.
3) La evasión sólo puede producirse por parte de aquellos que
están jurídicamente obligados a pagar el tributo al fisco. No hay
evasión fiscal por parte de quienes reciben el peso económico
del tributo sin tener la obligación jurídica de pagarlo (p.e., el
contribuyente de facto) ni de quienes aun estando encuadrados
en el hecho imponible de un tributo, no han sido designados
sujetos pasivos por la ley (caso del sustituido legal tributario),
ni en general de aquellos que sólo están obligados a resarcir al
sujeto que el fisco instituyo como obligado al pago (por el
contribuyente solidario que debe resarcir al responsable
solidario que pagó por él).
4) La evasión es comprensiva de todas las conductas contrarias
a derecho que tengan como resultado la eliminación o
disminución de la carga tributaria con prescindencia de que la
conducta sea fraudulenta o simplemente omisiva. No deben
confundirse los conceptos de ''evasión fiscal'' y ''fraude fiscal''.
5) Toda evasión fiscal es violatoria de disposiciones legales, es
decir, antijurídica. La pugna de la conducta con la norma
tributaria la convierte en ilícita, independientemente que el
derecho privado no le atribuya consecuencias jurídicas. No
aceptamos la ''evasión legal del tributo'' y creemos que la
''elusión fiscal'' (evasión lograda mediante abuso en las formas
de los actos jurídicos) es siempre antijurídica.

EXPROPIACIÓN
I. (Del latín ex y proprio.) Expropiar consiste en desposeer
legalmente de una cosa a su propietario, por motivos de utilidad
pública, otorgándole una indemnización justa.

II. La expropiación es una operación del poder público (federal


o de los estados) por la cual este impone a un particular la
cesión de su propiedad mediante ciertos requisitos, de los cuales
el principal es una indemnización, por razones de utilidad
pública, para realizar obras de interés general o de beneficio
social.

III. Históricamente, cabe destacar que, al establecer el principio


general del dominio eminente de la nación sobre ''las tierras y
aguas comprendidas dentro de los límites del territorio
nacional'' (C «a.» 27 pfo. 1o.), el constituyente de 1917
consagra un nuevo concepto de la propiedad, el de la propiedad
función social -una de las máximas aportaciones de la
Revolución mexicana. De ahí tres consecuencias capitales:
1) El dominio original de la nación sobre las tierras y aguas
implica para el legislador ''el derecho de imponer a la propiedad
privada las modalidades que dicte el interés público'' a saber,
establecer limitaciones, así cómo proceder a expropiaciones por
causa de utilidad pública.
2) Este nuevo régimen de la propiedad permite asentar las
bases de la reforma agraria para asegurar al campesino el
disfrute de la tierra que trabaja, y poner fin a terribles
desigualdades económicas y sociales, y.
3) Reservar a la nación el beneficio de la explotación de los
recursos naturales (suelo, subsuelo y aguas) declarados
insusceptibles de apropiación privada, si bien el Estado tiene
facultad para otorgar concesiones a particulares.
Al institucionalizar el principio de la reforma agraria y al crear
los instrumentos jurídicos para realizarla, el constituyente hace
hincapié en la expropiación, como elemento clave de la reforma
estructural general por emprenderse. Ciertamente, el principio
de la expropiación figuraba en la C de 1857, y sobre la base de
este precepto se expidieron varias leyes relativas a
expropiaciones por causa de utilidad pública, en 1882, 1901,
1905, etc.; pero, en el contexto de aquella época, la
expropiación se analizaba como una medida de excepción y
tuvo aplicaciones limitadas.
En este dominio, a partir de 1917, bajo el régimen de la nueva
C, el cambio es notable; por otra parte, además de leyes de
expropiación en materias especiales (tierras, aguas, minas,
petróleo, vías de comunicación, zonificación y planificación,
etc.), se dictaron disposiciones de carácter general en el «CC»;
por último, se promulgó el 23 de noviembre de 1936 la Ley de
Expropiación (DO, 25 de noviembre de 1936) que rige en la
actualidad.

IV. En la legislación positiva actual, la expropiación tiene su


base en cuatro grupos de disposiciones que figuran en el «a.» 27
constitucional.
1) El pfo. 2o., dispone que ''las expropiaciones sólo podrán
hacerse por causa de utilidad pública y mediante
indemnización''.
El pfo. 15o., establece que el legislador federal y los
legisladores locales, en sus respectivas jurisdicciones,
determinarán los casos en que la utilidad pública justifique ''la
ocupación'' de la propiedad privada, haciendo la declaración
correspondiente la autoridad administrativa competente. El
monto de la indemnización se calculará con base en el valor
fiscal de la cosa expropiada que figure en las oficinas
catastrales. Únicamente en caso de que hubiere una
sobrevaluación o una subevaluación fiscal, la diferencia quedará
sujeta ''a juicio pericial y a resolución judicial'', así como
''cuando se trate de objetos cuyo valor no esté fijado en las
oficinas rentísticas'.
Las «frs.» X y XIV del mismo «a.» 27 prevén que el gobierno
federal podrá expropiar el terreno suficiente para satisfacer las
necesidades de núcleos de población que carezcan de ejidos o
no pueden lograr su restitución. Los propietarios afectados
tendrán solamente el derecho de acudir al gobierno federal,
dentro del plazo de un año a contar desde la fecha en que se
publique la resolución respectiva en el «DO», para que les sea
pagada la indemnización correspondiente; los afectados ''no
tendrán ningún derecho, ni recurso legal ordinario, ni podrán
promover el juicio de amparo''.
La «fr.» XVII dispone que el legislador federal y los
legisladores de los estados, en sus respectivas esferas, fijarán la
extensión máxima de la propiedad rural y llevarán a cabo el
fraccionamiento de los excedentes; cuando el propietario de una
finca rústica se opusiere al referido fraccionamiento, el
gobierno local procederá a la expropiación correspondiente y el
propietario estará obligado a recibir bonos de la Deuda Agraria
local para garantizar el pago de las tierras expropiadas.
Por último, el «a.» 27, «fr.» XI, crea los órganos federales y
locales encargados de velar por la aplicación de las
disposiciones que se dictan: a) a nivel federal una dependencia
directa del Ejecutivo y un cuerpo consultivo designado por el
presidente de la República; b) a nivel local, una comisión mixta,
integrada en número igual por representantes de la federación y
representantes de los gobiernos locales y por ''un representante
de los campesinos''; créanse también comités particulares
ejecutivos y comisariados ejidales.
2) A su vez, el «CC» consagra la institución de la expropiación
y extiende el ámbito de aplicación de la ''utilidad pública'' al
asignarle nuevos dominios y al definir casos nuevos ampliando
así el papel que aquélla ha venido desempeñando en materia
agraria desde un principio.
Así es como se prevén la expropiación y la venta de terrenos,
por parte del gobierno federal, para constituir el patrimonio de
la familia o para construir viviendas que se alquilen a familias
de bajos ingresos («a.» 832). En nombre de la utilidad pública
también, el gobierno federal podrá expropiar ''las cosas'' que
pertenezcan a los particulares y que se consideren como
elementos notables del patrimonio cultural nacional («a.» 833).
En fin, la utilidad pública justifica ''ocupar la propiedad privada,
deteriorada y aun destruirla'' para prevenir o remediar
calamidades públicas, o para realizar obras de beneficio
colectivo («a.» 836).
3. La Ley de Expropiación de 23 de noviembre de 1936
establece, en 21 «aa.» el régimen jurídico general de la
expropiación por causa de utilidad pública: fija las ''causas de
utilidad pública'' (servicios públicos, urbanización, vías de
comunicación, obras de beneficio colectivo, conservación de las
bellezas naturales, creación de centros de población, etc.),
señala las reglas procesales relativas a la declaración de utilidad
pública y a la declaratoria de expropiación por parte del
Ejecutivo federal, a la determinación y a la fijación del monto
de la indemnización, y a las modalidades de pago de las
mismas.
4. De todo lo que precede, resulta que: 1) la expropiación
puede tener por objeto el derecho de propiedad íntegramente
considerado o sólo alguno de sus atributos, según lo requiera la
causa de utilidad pública que pretenda satisfacer; 2) tanto los
bienes muebles como los inmuebles pueden ser objeto de
expropiación; 3) los propietarios afectados podrán interponer un
recurso administrativo de revocación de la declaratoria de
expropiación; 4) el monto de la indemnización se determinará
con base en el valor fiscal catastral del bien considerado; en
caso de controversia, los peritos que designen las partes
presentarán sus respectivos dictámenes ante el juez competente
quien fijará el monto de la indemnización, sin que quepa
recurso alguno contra su decisión, y 5) por último, a la
autoridad expropiante le compete fijar la forma y los plazos en
que la indemnización deberá pagarse, ''los que no abarcaran
nunca un periodo mayor de diez años''.

EXTRADICIÓN
I. (Del latín ex: fuera de, y traditio-onis: acción de entregar.) Es
el acto mediante el cual un Estado hace entrega de una persona
refugiada en su territorio a otro Estado que la reclama, por estar
inculpada, procesada o convicta en éste de la comisión de un
delito del orden común, a fin de que sea sometida a juicio o
recluida para cumplir con la pena impuesta.

II. Evolución histórica. La institución de la extradición surgió y


continúa desenvolviéndose en el marco de las relaciones
interestatales. De ahí que su concepción jurídica esté
estrechamente vinculada con su origen y desarrollo históricos.
En efecto, resultado de los acuerdos amistosos concertados
entre ciertos reyes y señores feudales para entregarse
recíprocamente a sus enemigos personales, la extradición
apareció primeramente en el plano político.
Así, p.e., el tratado del 4 de marzo de 1376 entre Carlos V de
Francia y el conde de Saboya, es particularmente revelador de
las concepciones jurídicas y políticas imperantes en la época en
esta materia.
Tal situación se prolongo hasta mediados del siglo XVIII, ya
que con el advenimiento de las monarquías absolutistas la única
extradición que se practicaba era la de los reos políticos.
Ya el convenio celebrado entre Carlos III de España y Luis
XV de Francia, el 29 de septiembre de 1765, vino a significar
un paso adelante en la materia pues sin excluir del todo a los
delincuentes políticos, únicos extraditables hasta entonces,
perseguía principalmente la entrega de los culpables de los
delitos comunes más graves.
A finales del siglo XVIII y principios del XIX, con el
advenimiento del liberalismo y bajo la influencia del
Iluminismo y la Revolución Francesa, se opera un cambio
fundamental de valores y una mutación definitiva de la práctica
imperante en materia de extradición.
En efecto, el surgimiento del constitucionalismo moderno
junto con una nueva idea de los derechos del hombre y del
ciudadano, que conlleva un Estado de derecho que implica
serias limitaciones al poder estatal, por un lado, y, por el otro, el
hecho de que la institución del asilo delimite su esfera de
aplicación a lo político, permiten que el ámbito de aplicación de
la extradición se reduzca, específicamente, a la delincuencia
común.
Un ejemplo muy representativo de esta nueva corriente de
ideas lo encontramos en el Tratado de Paz de Amiens de 1802,
celebrado entre España, Francia e Inglaterra, en el cual se
asegura la extradición de la delincuencia común con exclusión
total de la extradición política a la cual no se hace la más
mínima alusión.
En este contexto se inscribe también la ley belga sobre
extradición, del 1o., de octubre de 1833, en cuyo sistema se
inspiró todo el derecho extradicional moderno especialmente el
del continente americano, y, por ende, el mexicano.

III. Aspectos esenciales. La propia definición de la extradición


hace aparecer un cierto número de caracteres esenciales que
deben ser puestos en relieve.
A) La extradición es un acto de Estado a Estado, ya que es el
gobierno requirente quien dirige al gobierno requerido una
solicitud a la cual éste puede dar o no satisfacción. De ahí que
sea en el ámbito de las relaciones interestatales donde se sitúan
las obligaciones del derecho extradicional, trátese de las
obligaciones generales definidas por los tratados y convenios
internacionales en la materia o de las obligaciones particulares
que derivan de cada caso concreto.
B) La extradición es un acto de soberanía fundado en el
principio de reciprocidad, lo que implica tanto relaciones de
igualdad entre Estados soberanos como un consentimiento
manifestado por éstos, en función de la reciprocidad, en el
marco de tales relaciones.
C) La extradición, en el orden jurídico interno e internacional,
está estrechamente ligada a la justicia represiva. En el plano
interno, dado que esta institución prolonga el ejercicio de tal
justicia más allá de las fronteras de un Estado, sea solicitando,
sea consintiendo la extradición de un delincuente. A nivel
internacional, puesto que la extradición representa un acto de
solidaridad represiva internacional, que se sitúa en el marco de
las relaciones de cooperación y asistencia mutua a fin de evitar
la impunidad del crimen y asegurar el castigo efectivo de los
delincuentes.
D) La extradición únicamente procede por delitos del orden
común.
E) La extradición es una institución jurídica mixta, ya que su
regulación se hace tanto mediante el derecho interno como a
través de tratados bilaterales o convenciones multilaterales,
según veremos a continuación.

IV. Régimen jurídico. La extradición ya no es un acto


meramente político del Estado, tal cual lo fue durante siglos.
Hoy día, su regulación, en tanto que institución jurídica, la
encontramos plasmada, general y principalmente, en tratados y
convenios internacionales, sean éstos bilaterales o
multilaterales, así como, de manera particular y con carácter
supletorio, en las disposiciones del orden jurídica interno de
cada país aplicables en esta materia.
A) En el orden jurídico internacional. En el plano del derecho
internacional, la multiplicación de los tratados y convenciones
sobre la materia ha dado lugar al desarrollo de un verdadero
derecho de la extradición, que ha transformado el acto de mera
cortesía discrecional estatal en verdaderas obligaciones
internacionales cada vez más precisas.
Por lo que respecta a México, cabe señalar que, por un lado,
nuestro país es Estado parte en la Convención Interamericana
sobre Extradición, firmada en Montevideo el 26 de diciembre
de 1933 en ocasión de la Séptima Conferencia Internacional
Americana, ratificada por nuestro gobierno el 27 de enero de
1936; por otro lado, nuestro país ha celebrado tratados
bilaterales sobre esta cuestión con numerosos países, como lo
muestra el siguiente cuadro.
País Fecha de ratificación
Bélgica 14 de marzo de 1939
Brasil 23 de febrero de 1938
Colombia 1o. de julio de 1937
Cuba 7 de mayo de 1930
El Salvador 27 de julio de 1912
España 3 de marzo de 1883
Estados Unidos de América 22 de abril de 1889 Gran Bretaña e
Irlanda del Norte 22 de enero de1889
Guatemala 22 de septiembre de 1895
Italia 12 de octubre de 1899
Países Bajos 2 de abril de 1909
Panamá 4 de mayo de 1938. .
B) En el orden jurídico interno. En el ámbito interno, el carácter
de acto de justicia represiva que reviste la extradición explica su
regulación, sea en las leyes sustantivas y adjetivas penales, sean
en leyes especiales, así como la asociación directa de la
autoridad judicial en la elaboración de la decisión
gubernamental sobre la procedencia u oportunidad de la
extradición. En nuestro país, además de los «aa.» 15 y 119
constitucionales que sientan algunos principios básicos sobre
esta materia, contamos con la Ley de Extradición Internacional,
del 25 de diciembre de 1975, publicada en el «DO» el 29 del
mismo mes y año, la cual abroga la antigua ley sobre la misma
materia del 19 de mayo de 1897. La nueva ley consta de 37
«aa.» repartidos en dos capítulos; el primero, en 15 «aa.»
determina el objeto de las disposiciones de la ley y fija los
principios en que debe fundarse toda extradición que nuestro
país solicite, o que le sea solicitada por un gobierno extranjero;
el segundo, en los restantes 22 aa., señala los requisitos que
deberán satisfacer la petición formal de extradición y los
documentos en que la misma se apoya, y establece las reglas
que rigen el procedimiento a que deberá someterse toda
solicitud de extradición que se reciba de un gobierno extranjero.
Valga la pena hacer hincapié en que dicha ley, además
de otros aspectos, enfatiza el carácter supletorio de sus
disposiciones al señalar que las mismas serán aplicables cuando
no exista tratado internacional («a.» 1) o a falta de tratados
vigentes («a.» 3); sólo admite la extradición por delitos del
orden común («aa.» 1 y 5), excluyéndola cuando la persona a
extraditar pudiere ser objeto de persecución política por parte
del Estado solicitante («a.» 8) o cuando el delito por el cual se
pide sea del fuero militar («a.» 9); exige, para la tramitación de
la petición presentada por un gobierno extranjero, que éste se
comprometa, entre otras cosas, a actuar en reciprocidad llegado
el caso («a.» 10, «fr.» I), y, por último, dentro del c. de los
principios, dispone que salvo en casos excepcionales y a juicio
del Ejecutivo, ningún mexicano podrá ser entregado a un Estado
extranjero («a.» 14).

FACTURA
I. (Del latín factura.) Es un documento privado, no negociable,
de carácter exclusivamente probatorio, expedido por
empresarios, en el cual se hacen constar la mercancía o
mercancías que han sido objeto de una operación comercial y su
importe. En la actualidad se facturan también servicios.
Contablemente es una cuenta que describe la operación y
muestra el importe del adeudo creado por ésta. El comprador, o
quien recibe el servicio, comprueban el pago y el gasto
correspondiente cuando tienen en su poder la factura firmada.
Los documentos que en el uso cotidiano se llaman notas,
cuentas, etc., son auténticas facturas.
La doctrina mercantilista concedía gran atención a esta clase
de documentos; típicos del tráfico mercantil. No sucede lo
mismo en nuestros tiempos. Esta circunstancia es poco
explicable si se atiende a la importancia tan grande que tienen
las facturas, por lo menos en los siguientes aspectos: 1) En
cuanto al contenido y ejecución del contrato originario. En
efecto, puede ser el documento que implica su ejecución. Pero
puede, también, ser enviada sin que exista contrato previo,
como una oferta para contratar. Puede ser total o parcial; estar
de acuerdo con los aspectos esenciales (cosas o servicios y
precio); o diferir en alguno o algunos de ellos. Puede contener
modificaciones o cláusulas naturales o accidentales; o incluir
nuevos términos, como lo serían lugar y época de pago,
intereses, limitaciones de garantías y reclamaciones etc. De todo
ello resulta la gran importancia que tiene determinar los efectos
que produce la factura para quien la recibe; y así poder
determinar cuándo, cómo y con qué efectos puede estimarse que
hubo aceptación o rechazo de la factura. Así como si tal
aceptación o rechazo son totales o parciales. 2) En cuanto a los
efectos que puede producir respecto a personas ajenas a la
operación; respecto de terceros. La factura, con gran frecuencia,
documenta una transmisión; de propiedad. Se tiende a pensar,
en general de modo erróneo, que surte efectos de título de
propiedad; como si fuera un titulovalor representativo de los
bienes que ampara. Se usa endosar facturas, pretendiendo con
ello transmitir la propiedad de los bienes que amparan. En otras
ocasiones con la intención de constituir sobre esos bienes
prenda sin desposesión. Lo que no es legalmente posible; salvo
el caso de excepción que adelante se señala. Y así se discute si
es o no es un documento endosable. Ya apunté que no lo es.
Adelante puede verse que éste ha sido el criterio de nuestros
tribunales. 3) En cuanto documento que registra el crédito que
el emisor de la factura tiene en contra de su cliente. Problema
que puede ser de gran importancia en el futuro con el desarrollo,
cada vez más mayor, del factoring o factoraje. Incluso hay
países, como Francia, que reglamentan ya la factura protestable,
documento que permite obtener crédito bancario en operaciones
a corto plazo, pudiendo endosarse a instituciones bancarias y
crediticias. Endoso que produce efectos similares, pero no
iguales, al de los titulosvalor cambiarios. 4) En cuanto a sus
implicaciones fiscales, primordialmente como documento que
prueba ingresos y gastos.
Un problema de gran importancia, y descuidado por completo,
es el de la fecha cierta de las facturas. De acuerdo con la tesis
de jurisprudencia 131 (Apéndice al «SJF» de 1917-1985 Sala
Civil, solamente puede considerarse que los documentos
privados tienen fecha cierta cuando han sido presentados a un
registro público o ante un funcionario, o a partir de la fecha de
la muerte de cualquiera de sus firmantes. Criterio que se
refuerza con la ejecutoria Fulgencio Antonio Díaz y Coags.
(SJF, sexta época, cuarta parte, «vol.» XVI, AD 2544/56), en
donde se sostuvo que los documentos simples provenientes de
terceros, no objetados por la parte a quien perjudican, hacen
prueba plena, con excepción de los que consignan contratos o
actos traslativos de dominio, los cuales para tener eficacia es
necesario que sean de fecha cierta.
Estos criterios no son compatibles con las necesidades del
comercio, ni se justifican. En general los comerciantes emiten
numerosas facturas, foliadas, con numeración progresiva, y que
se registran en breve término en la contabilidad de las partes, de
modo que existen bastantes elementos que soportan la fecha
cierta de las facturas. De manera que el criterio jurisprudencial
que comento no es aplicable al caso de las facturas. Salvo que
se demuestre que están irregularmente emitidas. Esta
interpretación puede desprenderse de las ejecutorias que
adelante se citan.

II. La factura, firmada y reconocida judicialmente por el deudor,


es título ejecutivo («CCo». «a.» 1391, «fr.» VII). Es muy
común, en la práctica, aplicar esta disposición a unos
documentos creados por la costumbre, usualmente denominados
''contrarrecibos (o recibos), de facturas a revisión''. No obstante
que estos ''contrarrecibos'' no se encuentran dentro del supuesto
del «a.» 1391 del «CCo»., los tribunales acostumbran citar a sus
autores al reconocimiento y, llegado el caso, les dan tratamiento
de títulos ejecutivos, como si fueran facturas u otros contratos
de comercio.
Es obligatorio expedir factura al consumidor cuando la exija
(«a.» 38 LPC). También es obligatoria la factura cuando se trate
de remate judicial de bienes muebles («a.» 598, «fr.» III,
«CPC»); caso en el cual, si el ejecutado no la expide, en su
rebeldía lo debe hacer el juez.
También es obligatoria su emisión desde el punto de vista
fiscal, y en este caso debe contener: 1) nombre, denominación o
razón social, domicilio fiscal y clave del registro federal de
contribuyentes de quien la expida; 2) número de folio, lugar y
fecha de expedición; 3) nombre, denominación o razón social y
domicilio de la persona a favor de quien se expida; 4) cantidad
y clase de mercancías o descripción del servicio que ampare; 5)
valor unitario e importe total consignado en número y letra; así
como el monto de los impuestos que en los términos de las
disposiciones fiscales deban trasladarse, en su caso, y 6)
número y fecha del documento aduanero, así como aduana por
la cual se realizó la importación, tratándose de ventas de
primera mano de mercancías de importación («CFF» «a.» 29,
RCFF «a.» 36). Como las autoridades fiscales constantemente
modifican las disposiciones legales, reglamentarias y
administrativas, recomiendo al lector que verifique las que se
encuentren en vigor.
Salvo lo que arriba se apunta en materia fiscal, las leyes
mercantiles no regulan una forma o contenido de la factura. El
mínimo que deberán contener será la descripción de las
mercancías o servicios y su precio. Se suele mencionar, además,
el nombre y domicilio del vendedor y del comprador; el lugar, y
fecha de emisión el medio de transporte y fecha de la remisión;
el modo, lugar y tiempo de pago; los intereses; y
manifestaciones tales como garantías que da el vendedor o
prestador del servicio condiciones en que se admitirán o no se
admitirán reclamaciones, devoluciones, etc.
III. Está muy extendida la creencia de que la factura es un título
de propiedad de los bienes muebles que ampara y que circula
por medio del endoso. Al grado de que, en el comercio de
vehículos, pudiera pensarse en la existencia de un uso
obligatorio. Sin embargo, la «SCJ», en una ejecutoria, resolvió
que siendo cierto que en el comercio se acostumbra el endoso
de las facturas, no lo es menos que estas no son títulos y que el
endoso correspondiente no es el establecido para los títulos de
crédito, no siendo aplicable al caso las reglas de la «LGTOC»
(SJF, quinta época, t. CXXVI, A.D. 2404/54, Isauro Aragón);
por lo que, en todo caso, la tenencia de la factura endosada de
un bien sólo demostrará la intención del endosante de transmitir
la propiedad de dicho bien, pero no que el tenedor de la factura
es su propietario.
No puede considerarse que desvirtúe lo anterior, lo que se dice
en el «a.» 53 de la «LRSPB», que regula la prenda que se
otorgue con motivo de préstamos concedidos por las
instituciones de crédito para la adquisición de bienes de
consumo duradero que podrán constituirse entregando al
acreedor ''la factura que acredite la propiedad sobre la cosa
comprada''. Lo que se acredita es la operación de compra y no
es la «LIC» el ordenamiento en donde debe resolverse cuál es el
efecto jurídico de las facturas.

IV. La «SCJ» se ha ocupado en repetidas ocasiones de las


facturas y ha decidido que no bastan por sí solas para acreditar
la posesión de los bienes que amparan, sino que deben
acompañarse de otras pruebas tales como una información
testimonial (SJF, quinta época, t. XXVII, Zamanillo Herlinda L.
D.; t. CVI, Rojano Consuelo). Que se trata de documentos
privados que sólo harán prueba plena contra su autor (tesis 202,
Apéndice al «SJF» 1917-1975, cuarta parte, Tercera Sala). Si
bien no constituyen prueba plena, ello no impide que
constituyan prueba presuncional cuando el adquirente de un
objeto justifique su admisión mediante la factura que le ha
expedido una casa comercial (SJF, sexta época, cuarta parte,
«vol.» XLVI, A.D. 5729/60, Ignacio Guangorena y
coagraviados). Que las facturas por sí solas no demuestran que
los bienes materiales de un embargo pertenezcan al tercerista,
cuando en su contra se alza la posesión que de dichos bienes
tenía la persona a quien fueron embargados, posesión que hace
presumir la propiedad (SJF, sexta época, cuarta parte, «vol.»
VII, A.D. 1619/57, Otilia Reynosa Vda. de Reyes). En el mismo
sentido resolvió el Segundo Tribunal Colegiado del Primer
Circuito, en el A. R. 912/83, 28 de octubre de 1983, María
Eugenia Sánchez de Egami (Informe de 1983, Tribunales
Colegiados). Pero si ayudan al tercerista a acreditar su derecho,
si están acompañadas de otras pruebas (SJF, sexta época, cuarta
parte, «vol.» XLII, A.D. 1652/59, Talleres Generales Super,
S.A. de C.V. y Tribunal Colegiado del Decimotercer Circuito,
A.R. 530/81, García Jiménez, Distribuidores Colegiados, tesis
35); sostuvo que las facturas no son negociables y que los
endosos son cesiones de derecho, no siendo la factura de un
vehículo suficiente para probar una tercería,
independientemente de que se haya objetado su valor probatorio
el Tribunal Colegiado del Sexto Circuito, A.D. 415/77 (Andrés
Hernández Aguas, Informe de 1978, tesis 15). Sin embargo, en
sentido contrario el Tribunal Colegiado en Materia de Trabajo
del Primer Circuito (tesis 14, Informe de 1976, A.R. 176/75
María Antonieta Ramírez Lozano), según el cual, al no haber
sido objetada la factura, prueba la propiedad del bien
embargado. Las solas facturas no son suficientes para
comprobar el uso de una marca (Tercer Tribunal Colegiado en
Materia Administrativa del Primer Circuito tesis 12, Informe de
1981, A.R. 116/80, Marlene Mendoza de Olss).

FALSEDAD
I. (Proviene del latín, falsitas, cuyo significado precisamente en
forma literal es falsedad, mentira, la cosa falsa.).

II. Al manejar conceptualmente la voz falsedad, observamos


que tiene diversos sentidos por la amplitud de su propia raíz;
pero de manera fundamental se entiende como falta de verdad,
legalidad o autenticidad; traición deslealtad, doblez, engaño,
fraude, falacia, mentira, impostura; es toda disconformidad
entre las palabras y las ideas o las cosas; cualquier mutación,
ocultación o desfiguración de la verdad y de la realidad que
produce la nulidad de los actos jurídicos de conformidad con las
leyes civiles y que se tipifica en la legislación penal. La noción
estímase negativa en el campo jurídico, por ser lo que va contra
la fe pública. El Código Alfonsino del siglo pasado en España,
designó con el nombre genérico de falsedad, a todo mutamiento
de verdad, que se debería llamar falto de verdad, abarcando las
acciones falsas, que se denominan falsificaciones.
Al hacer desde un punto de vista amplio la distinción entre
falsedad y falsificación, se destina la voz falsedad para incluirla
en la inexactitud o malicia en las declaraciones y en las
expresiones; y el vocablo falsificación para los casos de
adulteración e imitación de alguna cosa, con el fin de lucro o
con cualquier otro propósito ilícito; al efectuarse la falsificación
se produce la falsedad de lo realizado, pero se queda en la
misma acción, mientras la falsedad se prolonga hasta su
detección o anulación; la falsificación supone falsedad, pero no
a la inversa por ser esta última el género; para que la
falsificación resulte, se requiere la existencia de un documento
verdadero que se altere o de la confección de uno falsificado
desde su origen; en la falsedad no se expresa la verdad a
sabiendas de ello, pero no deriva necesariamente de una
falsificación.
Dentro de esa amplitud evidente del vocablo falsedad, se
advierte que a través de su estudio por los tratadistas y teóricos,
ésta es dable por la escritura, los documentos, los hechos y los
usos, que nos sitúan en los delitos de falsedad en declaraciones
o testimonios, falsas acciones, fabricación de moneda falsa,
falsificación de sellos y marcas que propician los fraudes en el
comercio y los documentos apócrifos por la alteración de los
mismos.
Se ha estimado que el bien jurídico protegido de la voz que se
estudia es la fe pública, lo que resulta lógico en cualquier
comunidad, que requiere la garantía de un mínimo de relaciones
jurídicas. Así vemos, que en lo familiar se necesita que los
matrimonios, los registros de nombres los testamentos, etc.,
sean válidos; en él orden técnico profesional, es indispensable la
comprobación de la capacidad personal para ejercitar, p.e., una
acción; en el renglón económico, contar con la moneda
representativa del valor declarado, en el campo comercial, la
certeza del peso y medida legales. Una situación opuesta a la fe
pública requerida, conduce a la comunidad a la intranquilidad,
inseguridad, desorganización, entorpecimiento de la vida
económica, etc.
La fe pública, al decir de Silvio Ranieri, es la que otorga la
sociedad al objeto, signo exterior (moneda, emblema,
documento) y forma que el orden jurídico valora indispensable
para la vida social. Por su parte, Eusebio Gómez expresa que la
fe pública consiste en la confianza colectiva que se tiene en
determinados documentos, signos y símbolos y en relación a lo
que ellos expresan.
Al referirnos en particular al delito de falsedad, Escriche lo
entiende, como la imitación, suposición, alteración, ocultación o
supresión de la verdad, hecha maliciosamente en perjuicio de
otro.

III. Al colocarnos dentro del «tít.» decimotercero del «CP»,


observamos que el rubro designado al mismo es el de falsedad;
pero a virtud de su amplitud se divide en capítulos diversos,
todos ellos de gran importancia como la falsificación y
alteración de moneda; falsificación de billetes de banco, títulos
al portador y documentos de crédito público; falsificación de
sellos, llaves, cuños o troqueles, marcas, pesas y medidas;
falsificación de documentos en general; falsedad en
declaraciones judiciales y en informes dados a una autoridad;
variación del nombre o del domicilio y usurpación de funciones
públicas y uso indebido de condecoraciones y uniformes.
El «CP» del estado de Veracruz de 1980 que es de los más
avanzados, técnica y jurídicamente hablando dentro de la
República Mexicana, en el «tít.» de los delitos contra la
administración de justicia, regula en sus tres primeros capítulos
los tipos de falsedad ante la autoridad el fraude procesal y las
falsas denuncias y simulación de pruebas, cuyo fondo común es
precisamente el proceder falso del agente del delito que afecta
la fe pública de cualquier comunidad.

FALTA
I. (Del latín fallitus, por falsus, de fallere, engañar, faltar.)
Asimismo, se relaciona estrechamente con la palabra
contravención que proviene del latín transgressio y con violatio,
que se identifican con infracción y violación; el agente de la
falta es el transgresor, el quebrantador de la ley.

II. Desde el punto de vista de su variada significación, falta es


privación, carencia, defecto, escasez; torpeza, al obrar o defecto
en la ejecución incumplimiento de la obligación jurídica o del
deber a virtud de la costumbre, es desliz femenino; con respecto
a las cuentas, error o fraude; en el mercado, defecto de peso de
la mercancía; en el ámbito penal, es la contravención como lo es
de policía, o es el delito venial que se castiga con pena leve.
Los teóricos, podríamos decir, en forma unánime, al hacer la
clasificación del delito conforme a diversos puntos de vista, no
dejan de incluir el que atiende a su gravedad y dentro de este
enfoque hacen la división de crímenes, delitos y faltas,
reservando a esta última la gravedad más leve por tratarse de
una infracción a los reglamentos de policía y gobierno y en tal
forma que no queda en el campo del derecho penal.

III. Al atender a su origen más remoto, observamos que, desde


el derecho romano se manejó la diferencia bipartita de crimen y
delito, ya que se otorgó a la expresión maleficium un
significado genérico que también tuvo la palabra delictum, en
tanto que el crimen se manifestó cuando existía dolo.
La Ordenanza española del 2 de junio de 1600 que figura en la
Novísima recopilación decía: ''Declaramos que sean tenidos por
delitos y causas livianas los que conforme a las leves no
estuviere puesta pena corporal o de servicio de galeras o
destierro del Reyno...; procediendo solamente en las graves que
requieran las penas referidas; con lo que mandamos se tengan
por causas graves, para que los dichos Alcaldes mayores puedan
conocer de ellos fuera de las cinco leguas, los delitos contra
usureros, logreros y mahateros conforme a la ley 5a., Título
XXII y contra señores de Vasallos Concejos y Justicias,
Escribanos, Alguaciles y Merinos, aunque por los delitos, de
que fueren acusados, no estén puestas las dichas penas por las
leyes''.
Sin fundarse en su gravedad propiamente, pero sí en su
esencia, desde la segunda mitad del siglo XVII, se formuló la
clasificación tripartita en crímenes, delitos y faltas. Los
primeros fueron los que lesionaban los derechos naturales,
como la vida y la libertad los delitos afectaban a los derechos
creados por el contrato social, como la propiedad y las
contravenciones (faltas) que infringían los reglamentos y
disposiciones de policía y gobierno.
César Beccaria, al establecer bases para una clasificación de
los delitos, los distribuye entres grupos: a) los que afectan la
seguridad social; b) los que subvierten la seguridad privada, y c)
los que comprenden las acciones contrarias a lo que cada uno
está obligado por razones de bien público; campo éste al que
pertenece la falta o contravención, que también se denomina
''delito de policía''.
Por su parte, Feuerbach vincula la contravención a la mera
desobediencia hay delito, asevera, cuando se viola un derecho
existente antes de que la ley lo haya reconocido como tal, lo que
significa, que se sitúa en el derecho natural y es dable la
contravención, cuando se hace una cosa que sería lícita si el
Estado no la hubiese prohibido; la contravención o falta tiene su
origen, desde el momento en que el derecho del Estado a la
obediencia se sanciona con pena.
La falta constituye un simple peligro para el orden social y al
carecer de toda colaboración moral, aparece como
desobediencia.
En México, la clasificación de crímenes y delitos no tiene
operancia, toda vez que en la legislación penal se emplea el
vocablo delito, reservándose la palabra crimen para los teóricos,
preferentemente los criminólogos. La falta se emplea como
sinónimo de contravención o infracción al reglamento de policía
y gobierno. El «a.» 21 constitucional establece que esta última
clase de violaciones, se sancionen con multa o detención que no
podrá exceder de 36 horas, salvo el caso de conmutación de
multa para detención, que no será mayor a los quince días
tratándose de multa a jornaleros, esta no podrá remontar el
equivalente a un día de salario. Si estamos frente a no
asalariados, la multa no excederá de su ingreso correspondiente
a un día.

FE PÚBLICA
I. El concepto de fe tiene diferentes acepciones que se refieren
básicamente a un acto subjetivo de creencia o confianza por un
lado, o a la seguridad que emana de un documento. Carral y de
Teresa (Derecho notarial...) explica que mediante la fe pública
se esta en presencia de afirmaciones que objetivamente deben
ser aceptadas como verdaderas por los miembros de una
sociedad civil, en acatamiento del ordenamiento jurídico que lo
sustenta.
Dada la complejidad de las relaciones jurídicas en una
sociedad, fue necesario crear todo un sistema a fin de que
pudieran ser aceptados como ciertos algunos negocios jurídicos
a pesar de no haberse presenciado su realización. Este sistema
inicia con la investidura de determinadas personas con una
función autenticadora a nombre del Estado, de tal manera que
su dicho es una verdad oficial cuya creencia es obligatoria.

II. La fe pública tiene los requisitos siguientes:


a) Evidencia, que recae en el autor del documento quien
deberá tener conocimiento del acto a fin de que este produzca
efectos para los destinatarios o terceros. Antiguamente, explica
Carral y de Teresa (Derecho notarial...). se decía que el autor
recibe el acto y da fe de él.
b) Solemnidad o rigor formal de la fe pública que no es más
que la realización de un acto dentro de un procedimiento ritual
establecido por la ley.
c) Objetivación, momento en el que el hecho manado adquiere
cuerpo mediante una ''grafía'' sobre el papel configurando el
documento, mismo que produce la fe escrita previamente
valorada por la ley.
d) Coetaneidad, requisito referido a la producción simultánea
de los tres anteriores en un solo acto y en la forma prevista por
la ley.
e) Coordinación legal entre el autor y el destinatario.
Son características de la fe pública la exactitud y la integridad.
La primera se refiere a la adecuación entre el hecho y la
narración, y dota de eficacia probatoria erga omnes al
instrumento. Y la segunda proyecta hacia el futuro esa
exactitud.

III. Existen dos tipos y dos clases de fe pública. Los tipos son,
originario y derivado. El primero se da cuando el documento
está integrado por la narración inmediata de los hechos
percibidos por el funcionario; el segundo se da cuando se actúa
sobre documentos preexistentes.
Las clases son: fe pública judicial, de la que gozan los
documentos de carácter judicial autenticados por el secretario
judicial; fe pública mercantil que tienen los actos y contratos
mercantiles celebrados con intervención del corredor fe pública
registral tanto de los actos consignados en el Registro Civil
como en el Registro Público de la Propiedad, y fe pública
notarial que emana de los actos celebrados ante notario público.

FEDERALISMO Y CENTRALISMO
I. En la historia de México estos vocablos aluden a dos de las
opciones que se consideraron viables para la constitución del
país a raíz de su Independencia. En la lucha entre liberales y
conservadores, por lo general, los primeros fueron federalistas,
aunque esto no constituye una regla, ya que, sobre todo después
de la independencia, algunos liberales fueron monarquistas. Sin
embargo, con el tiempo se identificaron mayormente las
tendencias liberales con la opción federalista.

II. En términos generales puede afirmarse que federalismo y


centralismo corresponden a dos modos de concebir la
organización política y económica del Estado mexicano. El
primero, representado por la república federal y popular, y el
segundo, por la república central. El primer modelo seguía de
cerca las pautas del liberalismo burgués estadounidense y el
segundo, las de los liberalismos burgueses, inglés (con
monarquía moderada) y francés (sin ella).
La lucha por la instauración de una u otra forma de gobierno
llevaba implícita la definición en torno a otras cuestiones de
gran importancia. La separación de la Iglesia y el Estado, la
tolerancia religiosa, la estructura del poder político y económico
y la conservación de fueros y privilegios fueron algunas de esas
cuestiones.

III. Tanto los partidarios de la república federal como los de la


central admitían la separación de poderes y la libertad
individual como sustento de las garantías del ciudadano frente
al Estado. Sin embargo, la forma particular en que se
manifestaron los diversos puntos de vista sobre el peso
específico de cada uno de los poderes dentro de la organización
republicana, o los matices que cada una de las tendencias le
daba a la libertad son muy variados. Para conocer las propuestas
concretas en torno a estas cuestiones fundamentales y otras de
igual o menor envergadura, deben consultarse tanto los textos
constitucionales que alcanzaron validez, aunque fuera en forma
efímera, como los numerosos proyectos que no llegaron a
formar parte del orden jurídico vigente. En estos documentos
puede percibirse la secuencia completa de la evolución de las
ideas políticas a lo largo del siglo XIX. En ellos pueden también
apreciarse las semejanzas y diferencias entre una y otra
tendencia. A distancia, las semejanzas aparecen claras en lo que
se refiere a las libertades individuales, sobre todo el concepto de
propiedad individual. En otras, como la libertad de expresión y
la de prensa, los textos centralistas indefectiblemente aparecen
como más conservadores, ya que las restringen. Por lo que toca
a las libertades políticas, también son más conservadores los
textos centralistas.

IV. A raíz de la Independencia el sistema federal parecía el más


idóneo para aglutinar a las diversas regiones que ya desde
tiempos coloniales tenían un amplio poder económico. Sin
embargo, con el correr del tiempo, aunque el federalismo se
haya mantenido como bandera política, lo cierto es que sólo
existió en los textos constitucionales ya que, en la práctica, la
república acusó rasgos profundamente centralistas. Estos se
mantienen hasta la fecha, a pesar de que en los textos jurídicos
la República Mexicana es federal. La constitución del Estado
nacional sólo pudo lograrse federalizando la administración de
justicia la toma de decisiones, la distribución de los recursos
económicos, etc. Así pues, federalismo y centralismo son dos
conceptos que hoy por hoy conservan absoluta vigencia en
cuanto a opciones políticas, en la vida pública de México.

FIDEICOMISO
I. (Del latín fideicommissum; de fides, fe, y commissus,
confiado.) Contrato mediante el cual una persona física o moral
transfiere la propiedad sobre parte de sus bienes a una
institución fiduciaria, para que con ellos se realice un fin lícito,
que la propia persona señala en el contrato respectivo.

II. En el contrato de fideicomiso, son sujetos del mismo:


a) fideicomitente: que es la persona titular de los bienes o
derechos que trasmite a la fiduciaria, para el cumplimiento de
una finalidad lícita y, desde luego, debe tener la capacidad
jurídica para obligarse y para disponer de los bienes («a.» 349
de la «LGTOC»);
b) fiduciario: institución de crédito que tiene concesión de la
Secretaría de Hacienda y Crédito Público, en lo sucesivo
(SHCP), para actuar como tal («aa.» 350 «LGTOC» y 44 LIC),
y.
c) fideicomisario: que es la persona que recibe el beneficio (no
siempre existe) del fideicomiso, o la que recibe los remanentes
una vez cumplida la finalidad («a.» 348 «LGTOC»).

III. Pueden existir en un fideicomiso, desde un punto de vista


teórico, diversos fideicomitentes y diversos fideicomisarios;
pero, generalmente, un solo fiduciario.

IV. Forma: el fideicomiso siempre debe constar por escrito


(«a.» 352 ibid). Puede constituirse por acto entre vivos o por
testamento. La forma en que puede constituirse por acto entre
vivos, cuando éste es convencional para establecerse por
acuerdo expreso de voluntades, debe ajustarse a los términos de
la legislación común sobre transmisión de derechos de
propiedad de los bienes que se den en fideicomiso.
La transmisión de valores al portador con fines de garantía, o
de cualquier otra índole, puede hacerse constar en contrato
privado, esto es suficiente, y otorgarse con la intervención del
fideicomitente, fiduciario y fideicomisario y con la entrega
material de esos valores.
Si se trata de bienes inmuebles, se transmiten al fiduciario para
el cumplimiento de los fines del fideicomiso y si el valor es
superior a quinientos pesos, debe otorgarse en escritura pública;
para que tenga efectos contra terceros, el testimonio deberá
inscribirse en el Registro Público de la Propiedad («a.» 353
«LGTOC»).
Cuando son bienes muebles, el «a.» 354 de la «LGTOC»,
establece las formalidades que deberán seguirse para que el
fideicomiso surta efectos contra terceros y son:
a) si se trata de un crédito no negociable o de un derecho
personal, desde que el fideicomiso fuere notificado al deudor;
b) si se tratare de un título nominativo desde que éste se
endose a la institución fiduciaria, y se haga constar en los
registros del emisor en su caso, y.
c) si se tratare de cosa corpórea o de títulos al portador, desde
que estén en poder de la institución fiduciaria.

V. Los fines del fideicomiso: el fin del fideicomiso es el


objetivo que se busca con la celebración del contrato. Son los
intereses privados o públicos que se buscan satisfacer con el
establecimiento del fideicomiso.
''El motivo o fin -dice Gutiérrez y González- es la razón
contingente, subjetiva y por lo mismo variable de individuo a
individuo, que lo induce a la celebración del acto jurídico''.
O para decirlo a la manera de Rodríguez Ruiz, ''es la meta, el
resultado de un fideicomiso en cuyo acto constitutivo el
fideicomitente expresa lo que el fiduciario debe hacer para
alcanzar ese fin que tiene que ser lícito, es decir, no contrario a
la ley ni a las buenas costumbres debiendo, además, ser
determinado''.
Frecuentemente se confunde el objeto o fin de un contrato con
el objeto material del mismo. El objeto físico de un contrato lo
puede ser un bien inmueble o un bien mueble -
comprendiéndose aquí los derechos-; pero el objeto o fin del
contrato, en última instancia, será un acuerdo de voluntades que
engendra vínculos obligatorios.

VI. Requisitos jurídicos del fin: la «LGTOC» establece en sus


«aa.» 346 y 347: ''En virtud del fideicomiso, el fideicomitente
destina ciertos bienes a un fin lícito determinado,
encomendando la realización de ese fin a una institución
fiduciaria''; ''El fideicomiso será válido aunque se constituya sin
señalar fideicomisario, siempre que su fin sea lícito y
determinado.''.
Ambos preceptos, al referirse al fin del fideicomiso, no
señalan específicamente cual habrá de ser éste, sino que indican
tan sólo que deberá ser lícito y determinado.
Si el fin del fideicomiso es ilícito, se produce entonces la
nulidad del contrato. Para estos efectos, son aplicables las
disposiciones del «CC», en virtud de lo ordenado por el «a.»
2o., de la «LGTOC», «fr.» IV, ya que ni las leyes especiales
que regulan al fideicomiso («LGTOC» y LIC) ni las leyes
mercantiles en general previenen los casos de nulidad.
Así, el «a.» 1795, «fr.» III del «CC», establece: ''El contrato
puede ser invalidado: III. Porque su objeto, o su motivo o fin,
sea ilícito.''.
Sin pretender entrar a explicar aquí la teoría de las nulidades
sustentada principalmente por Bonnecase, y cuya tesis
constituye fuente del derecho mexicano, es pertinente señalar
que la nulidad se divide en absoluta y relativa; según sea el
motivo que la haya originado, varían los efectos jurídicos que
cada una de ellas produce.
Pues bien, de acuerdo con lo señalado por el «a.» 2225 del
«CC» ''la ilicitud en el objeto, en el fin o en la condición del
acto, produce su nulidad, ya absoluta, ya relativa según lo
disponga la ley'', y en los «aa.» 2226 y 2227 del mencionado
ordenamiento, se establecen los efectos de cada clase de
nulidad.
Es conveniente señalar también que el fideicomiso en fraude
de acreedores podrá en todo tiempo ser atacado de nulidad,
conforme lo establece el «a.» 351 de la LGTOC.

VII. Derechos y obligaciones de los sujetos:


1) Fiduciario: aceptar el fideicomiso: se discute por la doctrina
si en este caso se está en presencia de una obligación o de una
potestad, ya que a pesar de lo señalado en el «a.» 356 de la
LGTOC, que establece: ''La institución fiduciaria... no podrá
excusarse o renunciar su encargo sino por causas graves a juicio
de un juez de primera instancia...'', se encuentra lo ordenado en
la C, que en su a 5o., establece: ''Nadie podrá ser obligado a
prestar trabajos personales sin la justa retribución y sin su pleno
consentimiento''. Es indudable que, de acuerdo a este precepto,
la institución fiduciaria no está obligada a aceptar el
fideicomiso, pues de acuerdo al «a.» 133 de la propia C,
ninguna ley podrá contravenir sus preceptos.
Otras de las obligaciones del fiduciario son: a) ceñirse y
ajustarse a los términos del contrato constitutivo para cumplir la
finalidad («a.» 356 LGTOC); b) llevar contabilidad por
separado, para cada fideicomiso («a.» 45, «fr.» III LIC); c)
cumplir las obligaciones fiscales derivadas del fideicomiso
(ibid, «fr.» XV); d) realizar sus actividades mediante un
delegado fiduciario; únicamente podrán delegarse aquellas
funciones que se consideren secundarias que no impliquen
facultades de mando, decisiones o actos discrecionales (ibid,
«fr.» IV y Oficio núm. 305-I-A-32676 de 24/X/1966 de la
SHPC y Circular núm. 547 de la Comisión Nacional Bancaria y
de Seguros, de 16/XI/1966); e) guardar el secreto fiduciario,
que es más estricto que el secreto bancario en general (ibid,
«fr.» X); f) presentar y rendir cuentas (ibid, «fr.» IX); g) invertir
los fondos ociosos en valores aprobados por la Comisión
Nacional de Valores (ibid «frs.» VII y XII), y h) acatar las
ordenes del comité técnico cuando exista éste (ibid, «fr.» IV in
fine). Tendrá las facultades que se le señalen en el acto
constitutivo y que pueden ser: realizar actos de dominio,
enajenar, permutar, transferir propiedad, administrar u obtener
créditos y gravar; en su caso, arrendar y realizar reparaciones y
mejoras (ibid, fr. XI) disponer lo necesario para la conservación
del patrimonio («a.» 356 LGTOC); actuar en los juicios
relativos al fideicomiso y otorgar, en ellos, mandatos para
pleitos y cobranzas (ibid); tiene desde luego, facultades para
cobrar sus honorarios y para erogar los gastos inherentes al
fideicomiso («a.» 45 bis LIC).
2) Fideicomitente: a) reservarse los derechos que estime
pertinentes en el acto constitutivo; b) designar a uno o varios
fideicomisarios («a.» 348 pfo. II, LGTOC); c) nombrar comité
técnico (a. 45, fr. IV in fine LIC); d) modificar el fideicomiso, si
se reservó ese derecho; e) requerir cuentas al fiduciario (a. 45 fr.
IX LIC); f) transmitir sus derechos de fideicomitente, si se
reservó esa facultad; g) revocar o terminar el fideicomiso si se
reservó esa facultad; h) derecho a qué le sean devueltos los
bienes dados en fideicomiso en caso de imposibilidad de
ejecución, o que se le entreguen los remanentes una vez
ejecutado el fideicomiso (ibid, 358); i) pagar los gastos que
origine la constitución y el manejo del fideicomiso; j) pagar los
honorarios fiduciarios; k) en caso de que se transmitan
inmuebles estará obligado al saneamiento para el caso de
evicción, y l) colaborar con el fiduciario al cumplimiento del
fin, cuando para ello sea necesario dicha colaboración.
3) Fideicomisario: a) están limitados los derechos y las
obligaciones de éste, por el acto constitutivo. En principio tiene
derecho a recibir los rendimientos o los remanentes que queden
después de la extinción del fideicomiso, salvo pacto en
contrario; b) derecho a exigir rendición de cuentas (a. 45 fr. IX,
LIC); c) derecho a modificar el fideicomiso, si es irrevocable
por parte del fideicomitente; d) facultad para transferir sus
derechos de fideicomisario; e) derecho a revocar y dar por
terminado anticipadamente el fideicomiso, si así se prevé en el
acto constitutivo (a. 357 fr. V, LGTOC); f) obligación de pagar
los impuestos, derechos y multas que se causen con la ejecución
del fideicomiso, y g) obligación de pagar los honorarios
fiduciarios.

VIII. Duración del fideicomiso: la LGTOC establece que la


duración del fideicomiso no debe ser mayor de treinta años, a
menos de que se constituya con un fin social, p.e., cuando el fin
del fideicomiso sea el mantenimiento de museos de carácter
científico o artístico que no tengan fines de lucro (a. 359 fr. III).

IX. Extinción del fideicomiso: el «a.» 357 LGTOC, previene


siete causas de extinción, a saber: 1a., por la realización del fin
para el cual fue constituido; 2a., por hacerse este imposible; 3a.,
por hacerse imposible el cumplimiento de la condición
suspensiva de que dependa o no haberse verificado dentro del
término señalado al constituirse el fideicomiso o, en su defecto,
dentro del plazo de veinte años siguientes a su constitución; 4a.,
por haberse cumplido la condición resolutoria a que haya
quedado sujeto; 5a., por convenio expreso entre el
fideicomitente y el fideicomisario; 6a., por revocación hecha
por el fideicomitente cuando este se haya reservado
expresamente ese derecho al constituir el fideicomiso, y 7a.,
cuando renuncie o se remueva a la institución fiduciaria y no
haya otra que la sustituya.
Por supuesto, los sujetos pueden establecer otras causas de
extinción en el contrato de fideicomiso, que se reputaran como
legales, si no contradicen lo dispuesto por las leyes, ni se
contravienen intereses de terceros.

X. Régimen legal: el fideicomiso, como institución s figura


jurídica, y con independencia de los fines u objetivos que
persigan los interesados en aprovecharlo, esta enmarcado dentro
de lineamientos legales referentes a su estructura y a los sujetos
que intervienen en su nacimiento, desahogo y extinción, y al
ejercicio de las instituciones que gozan de concesión para
operar como fiduciarias.
Se trata de una operación reglamentada por la LGTOC, que la
considera con ese carácter, y si bien no da lugar a la apertura o
concesión de un crédito en su aceptación de contrato de
prestarnos, sí en cambio, en cuanto se apoye en la fe, en la
confianza, en el crédito de que disfrutan las personas a quienes
la ley permite su ejercicio, puede clasificarse como tal.
El «a.» 1o., pfo. segundo, del propio cuerpo, la califica como
acto de comercio que, por no estar sujeto a ninguna excepción,
queda ubicado dentro de los actos absolutamente mercantiles, es
decir dentro de un marco legal formado, necesariamente, por las
normas de esta índole, y, sólo excepcional y supletoriamente,
por el derecho común.
Al respecto, la ley cambiaria, aun cuando señala (a. 2o.) dicha
estructura legal y la jerarquía de sus prescripciones, por lo que
se refiere a la catalogación del fideicomiso como acto mercantil,
no hace sino coincidir con lo expresado por el a. 75, fr. XIV, del
«CCo», que reputa como actos de tal naturaleza las
''operaciones de bancos'', y el fideicomiso forma parte de estas
por prescripción de los «aa.» 1o., y 2o., fr. VI, 5o., 8o., y 44
LIC.
El a. 2o., de la ley cambiaria, establece el régimen sustantivo y
precisa la jerarquía de las disposiciones aplicables y, en su caso,
de los usos del ramo, en los términos que se señalan en seguida:
a) en primer lugar, la propia LGTOC;
b) después, las demás leyes especiales (la observancia de estas
últimas debe entenderse en el aspecto estrictamente material,
pues en los campos administrativo y jurisdiccional no es posible
mantener el orden ni la jerarquía establecidos por el precepto);
c) en su defecto por la legislación mercantil general (acerca de
la supletoriedad de esta, debe recordarse que existen normas
que por su contenido y por estar sustentadas en principios,
fundamentalmente del derecho mercantil, cobran importancia
particular y determinan su aplicación prioritaria con respecto a
disposiciones de ''las demás leyes especiales'');
d) a falta de ella, por los usos bancarios (en cuanto especiales,
cuyo origen sólo puede estar en la actividad de las instituciones
del ramo, por lo que tienen la preferencia que deriva de su
especialidad sobre los usos generales), y.
e) luego, por los usos mercantiles (la misma razón determina
que estos, por su carácter general, deban verse postergados por
los especiales o particulares, como son los bancarios).
En materia de fideicomiso, por tratarse de una operación
bancaria que no puede ejercer otra clase de comerciantes se
estima que los ''usos'' no se pueden crear por prácticas o hábitos
de personas que no ejercen esa actividad, sino que solamente
puede pensarse en usos ''bancarios'', como una resultante de la
actividad desarrollada por las instituciones del ramo.
El régimen o marco legal del fideicomiso está disperso,
infundada y asistemáticamente, en un conjunto de
ordenamientos que sustantivamente regulan su constitución,
funcionamiento y extinción, que rigen la actividad de las partes
que intervienen en él, ante la administración pública; que dan
lugar a cargas fiscales, y de contenido procesal o jurisdiccional
(o sea, que señalan los actos y actividades que, ordenados
sistemáticamente, constituyen el instrumento con que cuenta el
particular para hacer efectivas las obligaciones, facultades y, en
general todas las consecuencias del acto jurídico fideicomiso).
Esa dispersión del marco o régimen legal es infundada, por
carecer de apoyo legal, p.e., que una disposición adjetiva forme
parte de un cuerpo material o administrativo, y carente de
sistema por esa precisa razón.

FINANZAS PÚBLICAS
I. Son los ingresos y los gastos del Estado, normalmente
previstos en el presupuesto. Estas operaciones están sujetas al
principio de legalidad y tienen por objeto realizar las funciones
financieras del Estado. El termino finanzas públicas es muy
debatido en virtud de que para varias corrientes del pensamiento
económico y financiero no comprende el alcance real de la
disciplina sistematizada históricamente bajo este concepto.
II. Antecedentes históricos. Un antecedente inmediato de la
sistematización de la actividad financiera del Estado fue
planteada por los cameralistas, escuela surgida y desarrollada en
los estados germánicos especialmente en el siglo XVIII, y que
tuvo entre sus preocupaciones fundamentales la clasificación y
sistematización de los ingresos y de los gastos públicos. Entre
las aportaciones de esta escuela destaca la clasificación de los
ingresos públicos en recursos provenientes de las
contribuciones, los que se originan en las empresas del Estado y
los emanados del crédito público. Pero es con la obra de Adam
Smith cuando se inicia una nueva etapa del planteamiento
doctrinario en la economía y consecuentemente en las finanzas
públicas. En la obra de Smith se plantean las características que
deben resumir los gastos y los ingresos del gobierno en el
esquema del capitalismo clásico, en el que un principio
fundamental es la no intervención del Estado en los procesos
económicos. Por lo tanto, los gastos gubernamentales debían
limitarse a: 1) la protección de la sociedad (contra violencias e
invasiones); 2) la protección del individuo (contra la injusticia y
la opresión); 3) la realización y el mantenimiento de los gastos
del soberano o el imperio. El financiamiento de estos gastos
públicos debía realizarse principalmente a través de los
impuestos, los cuales se debían regir por los principios de
igualdad, certidumbre, conveniencia y economía. El equilibrio
presupuestal fue también un principio básico. A partir de Smith
el desarrollo del pensamiento financiero y fiscal fue sustancial
como en David Ricardo y John Stuart Mill. La mayor parte de
las escuelas del pensamiento financiero público coincidieron en
sostener el principio del equilibrio presupuestal como el
elemento fundamental de la operación de las finanzas públicas,
independientemente de las discusiones sobre los aspectos
teóricos fundamentales.
En el siglo XX tuvo particular importancia la obra de John
Maynard Keynes cuya influencia es para algunos autores
comparable con la ejercida por Marx desde un siglo antes. A
partir de la obra de Keynes los temas y análisis sobre las
finanzas públicas han tenido, en el ámbito del neocapitalismo,
un desarrollo muy amplio. Por otra parte, en los países en
desarrollo el estudio de las finanzas públicas y de la política
fiscal se ha generalizado especialmente a partir de la segunda
posguerra mundial.

III. Desarrollo y explicación del concepto. El término finanzas


públicas es muy debatido. Para algunos autores el estudio de las
finanzas públicas no comprende el alcance real de la disciplina,
porque al ocuparse de cuestiones financieras, lo hace en un
contexto en que tales actos son solamente medios para alcanzar
fines que sobrepasan con mucho cualquier aspecto financiero en
su acepción específica. Al estudio de los ingresos y de los
gastos del Estado se le denomina también hacienda pública, en
particular en España; pero también hay crítica a ese concepto,
ya que para algunos autores este termino es un resabio del
pasado, cuando se afirmaba que el gobierno debía administrarse
con la misma frugalidad que la empresa privada. Pero al
abandonar algunos Estados el liberalismo económico y al tomar
nuevas funciones financieras, el gobierno asume una
intervención estatal más intensa en la economía para cumplir
con nuevos objetivos. Así, las magnitudes cuantitativas y
cualitativas del intervencionismo estatal han hecho que algunos
consideren obsoleta la acepción de hacienda pública. También
el término economía pública ha sido objetado para designar esta
disciplina, ya que al estudiar limitadamente al sector público,
omitiendo al privado y al social, se llega a una proyección
artificial en virtud de que el proceso económico de un Estado
constituye un sistema único de interacción. En general, los
conceptos elaborados para el estudio de las principales
operaciones financieras del Estado y sus resultados son
insuficientes para describirlos. Por otra parte, se objeta que el
término economía pública va mucho más allá de la actividad
financiera gubernamental.
Existen varios criterios para realizar el estudio de las finanzas
públicas, entre ellos destacan el enfoque histórico y el
metodológico. En cuanto a este último sobresale la división de
las teorías de la actividad financiera estatal en normativas y
positivas, la cual es la reproducción de la disuasión que se da en
las ciencias sociales en general y en la economía en particular.
Por ciencia normativa se entiende un conjunto de conocimientos
sistematizados que discute los criterios sobre lo que debe ser, en
tanto que una ciencia positiva trata sobre lo que es. Así la
actividad financiera pública concebida en términos normativos
supone determinados fines para lo cual se deben conocer los
efectos provocados por los instrumentos financieros (los
ingresos y los gastos públicos), y el problema radica en elegir
los medios más eficaces. El enfoque normativo consta de tres
etapas: 1) la constituida por el estudio de las finalidades a las
que pretenden servir los distintos programas de ingresos y
gastos gubernamentales; 2) la que consiste en el conocimiento
de los efectos económicos de los programas de los referidos
ingresos y gastos públicos, y 3) la última, que consiste en
instrumentar la política a perseguir, esto es, elegir los medios
más eficaces para lograr las distintas finalidades. Por otra parte,
la actividad financiera estatal explicaría las causas que
condicionan a las autoridades públicas en el proceso de toma de
decisiones. El objeto sería explicar los motivos de las acciones
financieras y aplicar dicha estructura para predecir que acción
fiscal se tomará en supuestos diferentes. En una perspectiva de
carácter histórico la mayor parte de las teorías han sido de
carácter normativo.
De acuerdo con el enfoque de las finanzas públicas seguido
por Richard Musgrave, las funciones financieras del Estado en
una economía neocapitalista contemporánea pueden resumirse
en las siguientes: 1) la asignación óptima de los recursos
disponibles para la satisfacción de las necesidades públicas; 2)
el pleno empleo con estabilidad en los precios, y 3) la equidad
en la distribución del ingreso. Otros autores agregan o rectifican
esta clasificación y algunos como Fuentes Quintana y
Retchkiman, añaden el desarrollo económico.
Finalmente, es importante comentar que las finanzas públicas
están enmarcadas en el Estado y este se encuentra estructurado
por el derecho y sujeto al principio de legalidad. Esto se refiere
no sólo a que en los sistemas jurídicos occidentales el Estado
sólo puede actuar en aquello que esta expresamente autorizado
por el derecho, sino a concebir a las finanzas públicas en
función del Estado y de la sociedad y no sólo como un objeto de
estudio simplemente vinculado al sistema económico. Por lo
mismo, los ingresos y los gastos públicos están contenidos en
normas jurídicas. Así, desarrollando la definición original,
entendemos por finanzas públicas los ingresos y los gastos
públicos contenidos en el presupuesto del Estado, incluyendo el
crédito público, y no deben confundirse con los aspectos
financieros referidos a las situaciones privadas.

FIRMA
I. (Del latín firmare, afirmar, dar fuerza.) En la práctica no es
más que ''el conjunto de signos manuscritos por una persona
que sabe leer y escribir, con los cuales habitualmente
caracteriza los escritos cuyo contenido aprueba'' (Mantilla
Molina). Según la Academia es el ''nombre y apellido, o título,
de una persona, que esta pone con rúbrica al pie de un
documento escrito de mano propia o ajena, para darle
autenticidad o para obligarse a lo que en él se dice y rubrica''; es
el ''rasgo o conjunto de rasgos de figura determinada, que como
parte de la firma pone cada cual después de su nombre o título.
A veces pónese la rúbrica sola; esto es, sin que vaya precedida
de nombre o título de la persona que rubrica''.

II. Es muy extendida la práctica de estampar firmas ilegibles y


su validez es discutida (Alcalá-Zamora, Mantilla Molina). En el
procedimiento civil federal, al parecer, para su validez, los
documentos privados requieren estar suscritos por firmas-
legibles, ya que según el segundo pfo. del «a.» 204 «CFPC», se
entiende por suscripción la colocación, al pie del escrito, de las
palabras que, con respecto al destino del mismo, sean idóneas
para identificar a la persona que suscribe.

III. No obstante lo anterior, la «SCJ» ha sentado jurisprudencia,


respecto de la validez de la firma ilegible del girador de la letra
de cambio (Apéndice de 1975, tesis 223, cuarta parte, Tercera
Sala).
La firma debe ser puesta por puño y letra de su autor, salvo los
casos en que la ley permita otra cosa, p.e.: en el caso de
suscripción de acciones de S.A., la firma de los administradores
puede estar impresa en facsímil («a.» 125, «fr.» VIII LGSM).
Los tribunales federales han decidido que la firma es necesaria
en todos los escritos que se presentan ante la autoridad (entre
otros: Informe 1976, Tribunales Colegiados). También es
necesaria en las resoluciones de la autoridad que afectan los
derechos de los particulares (Informe 1976, Tribunales
Colegiados). El Tercer Tribunal Colegiado de Distrito en
Materia Administrativa del Primer Circuito, resolvió en dos
casos que ''por el hecho de que la resolución impugnada
contenga facsímil y no firma autógrafa, no significa que aquella
carezca de dicho requisito formal'' (Informe 1978, Tribunales
Colegiados). En cambio, el Tribunal Colegiado del Noveno
Circuito, ha sostenido que la firma, en tales resoluciones, debe
ser autógrafa (Informe 1980). Por su parte, el Segundo Tribunal
Colegiado en Materia Administrativa del Primer Circuito,
resolvió en una ejecutoria que si la copia de un proveído que se
notifica a un particular carece de firma autógrafa, pero es una
reproducción del original, que si está firmado, no se causa
perjuicio al particular.

IV. Se acostumbra que la firma se ponga al calce de los


documentos que autoriza. Sin embargo, esto no es así
necesariamente. La firma del aceptante, de los avalistas y
endosatarios en los títulos de crédito no va al calce. En algunas
actuaciones judiciales y administrativas, se acostumbra firmar al
margen; sobre todo la de quien declaró, que suele firmar a un
lado de su declaración.

V. Cuando una persona no sabe leer y escribir, no puede firmar.


Tampoco puede hacerlo quien tenga imposibilidad física. En
estos casos las leyes ofrecen diversas soluciones: p.e.,
imprimiendo la huella digital del interesado y firmando otra
persona a su ruego en el caso de contratos («a.» 1834 «CC»).
Firmando a ruego del interesado otra persona, junto con un
corredor público titulado, notario o cualquier otro funcionario
que tenga fe pública, en el caso del girador de una letra de
cambio («a.» 86 «LGTOC»). Se conoce con el nombre de
refrendo la firma del secretario de Estado o Jefe del
Departamento Administrativo a que el asunto corresponda,
necesaria en todos los Reglamentos, Decretos, Acuerdos y
Ordenes del presidente de la República («a.» 92 C).
También se utiliza el término firma para indicar
representación: p.e., los administradores que llevan la firma
social representan a la sociedad («LGSM» «a.» 6o., «fr.» IX).
Firma es, también, sinónimo de razón social o nombre
comercial.

FISCO
I. El término fisco proviene de la palabra latina fiscus, que en su
acepción original significó cesto de mimbre en el que se
guardaba el dinero. Posteriormente, el vocablo se aplicó al
tesoro del príncipe, para distinguirlo del erario que era el tesoro
público. En la España medieval, de acuerdo con Escriche, se
llamó fisco o cámara del rey al tesoro o patrimonio de la casa
real, y erario al tesoro público o del Estado; pero
confundiéndose después ambos, bajo el término fisco. Agrega el
autor citado que se entiende por fisco el erario del Estado, o sea
la hacienda pública.
Para Flores Zavala recibe el nombre de fisco el Estado
considerado como titular de la hacienda pública, y, por lo tanto,
con derecho a exigir el cumplimiento de las obligaciones
existentes a su favor y con obligación de cubrir las que resulten
a su cargo.

II. El término fisco se usa en dos sentidos, para designar al


Estado como titular de las finanzas públicas, esto es, de los
ingresos y de los gastos públicos sistematizados en el
presupuesto, y que tienen por objeto la realización de
determinadas funciones. También se utiliza el vocablo para
referirse en forma particular al Estado, y a las autoridades
hacendarias al recaudar los ingresos públicos, en particular los
fiscales.

FLAGRANCIA
I. Del latín flagrantia. Se da propiamente la flagrancia cuando el
autor del delito es sorprendido en el acto de cometerlo. No es,
pues, una condición intrínseca del delito, si no una característica
externa resultante de una relación circunstancial del delincuente
con su hecho. Su presencia en el lugar del hecho y en el instante
de su comisión es lo que hace la flagrancia ''y no el cadáver
todavía sangrante ni la casa que se incendia'' (Manzini). Con
razón entendía Carrara la distinción entre delitos flagrantes y no
flagrantes como esencialmente artificial y relativa.

II. La significación jurídica de la flagrancia aparece


históricamente enlazada a una mayor punición, como en la
época romana; a procedimientos especiales; como en la misma
época romana y en el derecho intermedio, y, por cierto, a la
cuestión probatoria. Estas repercusiones han dejado de ser tales
en el derecho moderno, al menos en cuanto a que el delito
flagrante no es objeto ya de punción más severa ni queda
sometido a peculiares ritualidades procesales.

III. Por lo que toca al derecho mexicano, la C alude a la


flagrancia al ocuparse de las garantías individuales. Junto con
prohibir en el «a.» 16 el libramiento de orden de aprehensión o
detención sin autorización judicial y sin previa denuncia,
autorización o querella de un hecho determinado merecedor de
pena corporal, hacer excepción de ''los casos de flagrante delito
en que cualquiera persona puede aprehender al delincuente y a
sus cómplices, poniéndoles sin demora a disposición de la
autoridad inmediata''. El «CPP», por su parte, al ocuparse del
aseguramiento del inculpado, obliga a los funcionarios a que
practiquen diligencias de policía judicial para detener, sin
necesidad de orden judicial, entre otros casos, a quienes
aparezcan responsables de un delito perseguible de oficio si se
trata de delito flagrante. Y dice a continuación que ''se entiende
que el delincuente es aprehendido en flagrante delito no sólo
cuando es detenido en el momento de estarlo cometiendo, sino
cuando, después de ejecutado el hecho delictuoso, el inculpado
es perseguido materialmente, o cuando en el momento de
haberlo cometido, alguien lo señala como responsable del
mismo delito, y se encuentra en su poder el objeto del mismo, el
instrumento con que aparezca cometido o huellas o indicios que
hagan presumir fundamentalmente su culpabilidad''. Así pues a
la flagrancia propiamente dicha, conforme ha sido
caracterizada, ha agregado la ley procesal penal la
cuasiflagrancia, concepto y designación ya conocidos, al menos,
desde la época de Carrara.

FONDO MONETARIO INTERNACIONAL


I. El Fondo Monetario Internacional (FMI) es una organización
especializada de las Naciones Unidas. En la Conferencia de
Breton Woods (Maine) del 1 al 22 de julio de 1944,
representantes de los países participantes planean y establecen
el FMI y el Banco Internacional de Reconstrucción y Desarrollo
(llamado Banco Mundial), como partes de un mismo sistema. El
27 de diciembre de 1945, los representantes de los países cuyas
cuotas constituyen el 80% de los recursos del FMI, depositan
los instrumentos de ratificación del Convenio de Breton Woods.
El Fondo se organiza en 1946, y comienza a operar en marzo de
1947. La Unión Soviética, que firma los acuerdos de Breton
Woods, decide luego no ratificarlos y no integra el FMI, lo
mismo que los otros países socialistas, con excepción de
Yugoeslavia y Rumania. El Fondo contaba en 1976 con 126
miembros.
II. El FMI ha sido formalmente encargado de velar por el buen
funcionamiento del sistema monetario internacional. Su
propósito original ha sido la provisión de bases de estabilidad
monetaria y cambiaria, para facilitar la prosperidad de la
posguerra que se manifiesta como la expansión del comercio
mundial y de las principales economías capitalistas. Para ello, el
FMI debe:
1) Contribuir a la eliminación de prácticas restrictivas y
discriminatorias contra el comercio internacional, facilitar y
reducir las desigualdades en el intercambio.
2) Definir y preservar un régimen adecuado de relaciones
monetarias cooperativas en el sistema internacional.
3) Mantener y estabilizar tasas de cambio y asegurar su ajuste
ordenado.
4) Ofrecer a los Estados miembros un marco de estudio y
negociación y asistencia técnica para transacciones monetarias.
5) Otorgar crédito a países que encuentran dificultades en su
balanza de pagos y contribuir a la reducción de la magnitud y
duración de sus desequilibrios.

III. La historia del FMI pasa por varias fases, a través de las
cuales va acumulando funciones de ordenamiento monetario y
de proveedor de recursos cambiarios, y no deja de mantener una
estrecha unidad de concepciones, políticas y actuaciones en el
Banco Mundial.
Su Junta de Gobernadores está compuesta por representantes
designados por los países miembros (uno por cada uno), que
tienen 250 votos más un voto por cada cien mil dólares de su
cuota de suscripción. La junta elige a su vez un cuerpo ejecutivo
de 20 directores que dirigen las operaciones regulares del FMI,
estudian los problemas monetarios y cambiarios, asignan
recursos a países miembros que lo soliciten.
Los países miembros contribuyen al fondo con cuotas fijadas
según un cálculo sobre sus respectivos medios, pagaderas en
oro y en sus respectivas monedas. Las cuotas de contribución al
fondo determinan los derechos de voto y la capacidad de
endeudamiento de cada país. El fondo constituido así por
reservas de oro y divisas puede ser usado por las autoridades de
la institución para los siguientes objetivos:
1) Ayuda a los países miembros en dificultades temporarias de
sus balanzas de pago, el cumplimiento de deudas
internacionales, para el sostén de monedas desfallecientes y
para la estabilización de sus tasas de cambio. Esta ayuda puede
asumir la forma de créditos de corto y mediano plazo en favor
de los respectivos gobiernos. El FMI adelanta dinero a tales
gobiernos, les provee de oro y divisas que necesitan a cambio
de sus propia moneda.
2) Otorgamiento de créditos de stand-by para países en
dificultades, sobre los cuales pueden los gobiernos girar si es
necesario.
Países miembros en situación deficitaria y que solicitan ayuda
del FMI deben consultarle sobre los procedimientos adecuados
para un mejoramiento de su balanza de pago. También los
países miembros deben observar una tasa de cambio y un
margen de fluctuaciones determinado en relación a ella; la tasa
fijada sólo puede modificarse por desequilibrios fundamentales,
todo ello para evitar los males de las devaluaciones
competitivas.

IV. El FMI ha tenido un papel importante en el enfrentamiento


y manejo de las crisis financieras que han sacudido al sistema
capitalista y al orden monetario mundial desde la Segunda
Guerra Mundial, tales como: inflación en la Europa de la
inmediata posguerra; devaluación de la libra esterlina en 1949;
Guerra de Suez en 1956; nueva devaluación de la libra en 1967;
múltiples repercusiones de la crisis del dólar (suspensión de su
convertibilidad en oro, devaluaciones desde 1971); impactos del
alza del precio del petróleo desde 1973, y reciclaje de los
recursos acumulados por los países de la Organización de
Países Exportadores de Petróleo. Esas crisis han complicado el
ejercicio de las funciones del FMI y han amenazado con reducir
su papel efectivo.
El FMI ha participado en estudios sobre la creación de
instrumentos de reserva, además del oro y otras monedas de
reserva. Ha participado también en las negociaciones tendientes
a una reforma comprensiva de los acuerdos monetarios
mundiales incorporados en los artículos de sus estatutos, para
proveer mecanismos más flexibles de tasas cambiarias que
sigan preservando el concepto de una administración
cooperativa del sistema monetario mundial como un todo. El
llamado ''Grupo de los Diez'' (Bélgica, Canadá, Francia, Italia,
Japón, Holanda, Suecia, Reino Unido, Estados Unidos de
Norteamérica, Alemania Federal) ha tenido un papel activo en
la innovación de los esquemas del FMI, en el aumento de
tamaño de sus recursos crediticios, y en la ayuda a países con
problemas de balanza de pagos. A su iniciativa se debe la
creación de los Derechos Especiales de Giro, que abre una
nueva fase en la historia del FMI.
Los Derechos Especiales de Giro (DEG) son una unidad
monetaria internacional creada de acuerdo a la fórmula
contenida en el pfo. 2, «a.» XXI del Estatuto revisado del FMI
(1970). Los DEG son emitidos por el FMI y asignados a sus
países miembros, como parte de sus reservas oficiales, en
proporción a las cuotas de moneda originariamente suscritas por
los diversos países para la formación de aquella institución.
Posteriormente se realizan asignaciones adicionales, sobre bases
determinadas por la dirección del FMI. Los países miembros
pueden así complementar sus reservas monetarias, y sus
derechos de giro estatutarios, con el derecho adicional a recibir,
por intermedio del FMI determinadas sumas de monedas
extranjeras convertibles de parte de los restantes miembros
(monedas duras), no a cambio de su propia moneda, sino a
cambio de los DEG. La cobertura de los DEG descansa en la
obligación incondicional de cada miembro del FMI de aceptar
aquéllos como medios de pago en operaciones internacionales
de compensación. El FMI ha tratado de estimular el uso de los
DEG como principal haber de reserva en el sistema monetario
internacional y su uso para el pago de saldos resultantes de
balanzas comerciales desfavorables y de deudas al propio
Fondo.
El Acuerdo de Jamaica de enero de 1976 busca la revisión de
artículos del Estatuto del Fondo (sobre todo en relación al papel
del oro en las cuotas, como unidad de cuenta de los DEG, las
posibilidades de la venta de los haberes en este metal y su
destino ulterior). Se halla sin embargo pendiente la ratificación
de las enmiendas por voto de los 3/5 del número de países
miembros que representan los 4/5 del poder de voto.

FRAUDE
I. Proviene del latín fraus, udis, fraudis que es genitivo de fraus
y que significa engañar, usurpar, despojar, burlar con fraude;
fraudulentus, equivalente a fraudulento, engañoso, fingido,
falaz, malicioso. Gramaticalmente es engaño o acción contraria
a la verdad o rectitud.

II. En el ámbito del derecho penal, que es donde tiene mayor


cabida este vocablo, se estima que la esencia del delito de
fraude, es el engaño de que se vale el agente, para hacerse en
perjuicio de otro de un objeto de ajena procedencia. Al observar
que es el patrimonio el principal interés que se protege dentro
de la sociedad, advertimos que las relaciones de sus integrantes
deben desarrollarse libres de engaños o maquinaciones que
induzcan a error; pero de igual forma se reconoce, que la astucia
del hombre lo ha llevado a través del tiempo a obtener mucho
de lo que se propone, lo que también ha proyectado en el
renglón de lo ilícito, cuando ansioso de riqueza refina su mente
y empuja la voluntad del semejante a un camino equivocado
para causarle un perjuicio patrimonial, con el que se beneficia el
creador del engaño o artificio.

III. Surgen las primeras manifestaciones del fraude cuando es


indispensable la tutela de la honestidad en las relaciones
comerciales, tratando de evitar las alteraciones de calidades,
pesas y medidas. El Código de Manú castigaba al que vendía
grano malo por bueno, cosa vil por fragante, hierro por plata,
etc. el de Hammurabi sancionó la falsificación de las pesas y
medidas; las leyes Hebraicas castigaron a los que abusaban de
los compradores necesitados; el Corán por su parte condeno a
los que se aprovechaban de las condiciones o necesidades del
comprador, sobre todo cuando esto era a precio mayor del
adecuado. En el derecho romano se contemplaron diversos
crímenes como el furtum, el falsum y el stellionatus. El furtum
se presentaba cuando alguien obtenía un dinero haciéndose
pasar por acreedor, simulando la cualidad de heredero,
asumiendo el nombre del procurador verdadero o fingiendo
serlo, quien pedía dinero haciéndose pasar por pobre o quien en
daño del vendedor entregaba al comprador un peso mayor del
justo. El falsum fue aplicable a quien usaba el nombre ajeno,
simulando determinada caridad personal para alcanzar provecho
y a quien vendía con diversos contratos a dos personas la misma
cosa. El stellion que era un animal dotado de colores imprecisos
y favorables a los rayos del sol, se aplicaba a todos aquellos
delitos cometidos en perjuicio de la propiedad ajena, que
fluctuaban entre la falsedad y el hurto.
El fraude alcanzó su desarrollo en el siglo XIX con la
frecuencia e intensidad del tráfico mercantil, aun cuando se le
da el nombre de estafa en otros códigos penales como el
francés, alemán y español.
Al invocar nuestra fuente más directa como es el Código
Toscano, admitimos que conceptualmente se determinó que
incurre en ese delito el que sorprendiendo la buena fe ajena, con
artificios, maniobras o ardides diversos de los específicamente
mencionados, obtiene una ganancia injusta en provecho de otro.

IV. Un problema que de manera constante se presenta en torno


al fraude, es el relativo a su ubicación en los ámbitos civil y
penal, en virtud de que es indispensable establecer su distinción.
Entre otros puntos de distinción, cabe señalar el invocado por
Francesco Carrara, que nos lleva al convencimiento de que el
engaño requerido para el fraude penal, no es sólo aquél
desprendido de la mentira o discurso, sino el que se acompaña
de un artificio proporcionando las condiciones objetivas del
delito para apoyar la falacia (mise en scene). Para Mariano
Jiménez Huerta, que no acepta este punto de diferencia, se
confunde la esencia del fraude con la naturaleza del medio
empleado, pero que no es el fraude en sí mismo. En el fraude
civil se requiere alternativamente la sugestión y el artificio, y
además se necesita mantener en un error al agente pasivo; sin
embargo en el fraude penal, basta el simple engaño o el
aprovechamiento del error, es decir, basta la actitud astuta; esto
nos lleva a la conclusión de que se requieren más elementos
dentro del fraude civil.
Los elementos constitutivos del fraude en el campo del
derecho penal son: a) conducta falaz; b) acto de disposición, y,
c) un daño y un lucro patrimonial.
El primer elemento se rige por un extremo psíquico que
consiste en determinar a otro, mediante engaños a realizar un
acto de disposición patrimonial o a aprovecharse de su error no
rectificándolo oportunamente, lo que se puede llevar a cabo
poniendo en juego: maquinaciones o artificios (señalamiento
ficticio de nombres comerciales para ''acreditar'' la procedencia
de la mercancía, exhibición de piedras falsificadas, barajas
marcadas, etc.); engaños al falsear la verdad en lo que se hace,
dice o promete (entregar cobre por oro, vidrios por piedras
preciosas, etc.); o por el aprovechamiento del error, que implica
guardar silencio sobre las circunstancias de error en las que e
encuentra la víctima, a fin de obtener un beneficio de carácter
patrimonial.
La segunda característica que es el acto de disposición, se
manifiesta dentro de la esencia del propio fraude, pues de suyo
el agente pasivo hace voluntaria entrega al agente del delito de
la cosa objeto del mismo. Es decir el engaño o aprovechamiento
de error, conduce al agente pasivo a efectuar un acto de
disposición patrimonial en beneficio del agente activo, que
puede recaer sobre dinero, muebles, inmuebles, servicios,
derechos, etc.
El tercer ingrediente, o sea, el daño o lucro patrimonial
presupone un daño o perjuicio para el titular del patrimonio
afectado y se manifiesta mediante una disminución apreciable
en dinero del conjunto de los valores económicos
correspondientes a una persona.
Al ubicarnos dentro del ámbito legislativo del fraude,
específicamente en el «CP» de 1931 que actualmente se
encuentra en vigor, observamos que el «a.» 386 de dicho
ordenamiento establece que el fraude se configura mediante el
empleo de engaño o aprovechamiento de error, con el propósito
de hacerse ilícitamente de algo o de obtener un lucro indebido.
Por su partes el «a.» 387 del «CP», a través de 21 «frs.»
contiene del mismo número de hipótesis de fraudes específicos,
lo que ha originado múltiples críticas, porque muchas de ellas
implican una reiteración del contenido del fraude genérico y
sólo la minoría podrían estimarse como verdaderamente
específicos, por contener ingredientes diferentes, a los
requeridos en la formula de fraude genérico. De acuerdo con
esto último, es decir, refiriéndonos a aquellos casos en los que
los fraudes específicos carecen de los ingredientes
configurativos del fraude, Mariano Jiménez Huerta los
denomina ''espurios'' y de manera concreta señala los derivados
de la «frs.» VIII, IX, XIV a XX del «a.» 387 del «CP» y pfo.
primero del «a.» 389 del mismo ordenamiento.
La «fr.» VIII en cita se refiere al extremo de que el agente
obtenga ventajas usurarias, explotando las malas condiciones
económicas de la víctima; la «fr.» IX contempla el extremo de
que se circulen fichas, tarjetas, planchuelas, etc., en substitución
de la moneda; la «fr.» XIV regula el caso de que se traspase una
negociación sin autorización de los acreedores de ella o sin que
el nuevo adquirente se comprometa a responder de los créditos,
siempre que éstos resulten insolutos; la «fr.» XVI refiérese a los
actos violatorios del derecho de propiedad literaria, dramática o
artística, considerados como falsificación en las leyes relativas;
la «fr.» XVII alude al caso en el que los patrones cubran por
concepto de salario una cantidad inferior al mínimo, por lo que
se conoce con el nombre de usura laboral; la «fr.» XVIII regula
los casos en los que se distraen las mercancías de su destino
siempre que éstas se hayan recibido a virtud de subsidios o
franquicias; lo mismo acontece por lo que toca a las «frs.» XIX
y XX que contemplan la necesidad de que se cumplan o
satisfagan ciertos requisitos en torno a la enajenación y
construcción de bienes inmuebles, sin cuya satisfacción se
estima producido el fraude; por último, el «a.» 389 describe el
caso en el que aprovechándose de sus relaciones, el agente a
cambio de prometer o proporcionar una plaza laboral en una
empresa, reciba dinero, valores, dádivas, obsequios, etc. (lo que
indudablemente no constituye fraude).
Con posterioridad, han existido Proyectos de Código Penal
para el Distrito Federal como son los de 1949 y 1958, así como
el proyecto de Código Penal Tipo para la República Mexicana
de 1963 que en forma similar regulan el fraude genérico, pero
únicamente elimina el casuismo del «CP» vigente el de 1958.
Recientemente, entraron en vigor los Códigos Penales de
Guanajuato (1978), de Veracruz (1980) y de Nuevo León
(1981), que al describir el tipo de fraude incluyen los elementos
engaño o aprovechamiento de error con el fin o propósito de
obtener un lucro o hacerse ilícitamente de algo para sí o para
otro; de manera similar se previene en el «CP» del Estado de
México (enero de 1986).
Por cuanto a su punibilidad, el fraude se sanciona según el
«CP» vigente, con prisión de tres días a seis meses y multa de
tres a diez veces el salario, cuando el valor de lo defraudado no
exceda de esta última cantidad; con privativa de libertad de seis
meses a tres años y multa de diez a cien veces el salario mínimo
cuando el valor de lo defraudado excediera de diez, pero no de
quinientas veces el salario, y con prisión de tres a doce años y
multa hasta de ciento veinte veces el salario mínimo, si el valor
de lo defraudado fuera mayor de quinientas veces de dicho
salario.
Respecto de la forma como se persigue el fraude el «a.» 399
bis del «CP», determina que se perseguirá a petición del sujeto
pasivos cuando su monto no exceda del equivalente a quinientas
veces el salario mínimo general vigente en el lugar y en el
momento en que se cometió el delito y el ofendido sea un solo
particular. Si hubiese varios particulares afectados, se procederá
de oficio, pero el juez podrá prescindir de la imposición de pena
cuando el agente haya reparado los daños y perjuicios causado a
los ofendidos y no exista oposición de cualquiera de éstos. Lo
anterior significa, que cuando el monto del fraude exceda a las
quinientas veces del salario mínimo, su persecución será de
oficio.
Por último, la «SCJ» ha, resuelto: ''El delito de fraude porque
fue sancionado el reo, se realizó mediante la concurrencia de los
elementos que lo constituyen: a) un engaño o el
aprovechamiento de un error; b) que el delincuente se haga
ilícitamente de una cosa o alcance un lucro indebido; y c)
relación de causalidad entre la actividad engañosa y la finalidad
de obtener el lucro...'' (SJF, 6a., época, t. XL).

FUERO
I. En el derecho procesal mexicano se utiliza la voz fuero como
sinónimo de competencia, cuando se habla de fuero común,
fuero federal y fuero del domicilio como sinónimo de
jurisdicción, que sería el caso del fuero de guerra; también se
habla de fuero constitucional, en donde tiene otro significado,
ya que trata de un requisito de procedibilidad.
En efecto, la «LOTJFC» utiliza la voz fuero común como
sinónimo de competencia local, el «CP» habla de fuero común
y fuero federal en vez de delitos locales y delitos federales; la
Ley de la Defensoría de Oficio Federal menciona fuero federal
en lugar de competencia federal, y así sucesivamente se pueden
multiplicar los ejemplos.
El «a.» 13 constitucional habla del fuero de guerra por unas
razones de tipo histórico, ya que ha sido término tradicional de
nuestro derecho patrio desde la época colonial, sin embargo no
se trata de un fuero en estricto sentido, sino más bien de un
régimen jurídico especializado en delitos y faltas contra la
disciplina militar.

II. Históricamente la palabra fuero viene del vocablo latino


forum que significa recinto sin edificar, plaza pública, vida
pública y judicial, por extensión así se le denomina al sitio
donde se administra justicia, al local del tribunal.
En la Edad Media, en los reinos hispánicos se dio a la voz
fuero el significado de derecho local, posteriormente se aplicó a
ciertas recopilaciones legislativas. A finales de dicha edad se le
identifica con privilegio. En fin, en la actualidad son muchas las
acepciones que dicha palabra tiene en el lenguaje jurídico.
En nuestro medio es frecuente que se confundan los términos
jurisdicción y competencia, siendo que la primera es la facultad
de resolver un litigio y la segunda los límites de esa facultad.
De igual manera se habla de fuero como sinónimo de
jurisdicción («v. gr.» fuero de guerra) como de competencia
(«v. gr.» fuero federal y fuero común).
La voz foro se deriva de fuero y es usada para designar a los
tribunales en general y particularmente al lugar donde se
localizan; así se habla de la profesión del foro para referirse a la
abogacía, de la práctica forense como la actividad del litigante y
de la medicina forense, para denominar al servicio de peritaje
médico de los órganos de la administración de justicia.

FUNCIONARIOS PÚBLICOS
I. El funcionario público en México es un servidor del Estado,
designado por disposición de la ley para ocupar grados
superiores de la estructura orgánica de aquel y para asumir
funciones de representatividad, iniciativa, decisión y mando.
Este concepto se fundamenta en un criterio orgánico, de
jerarquía y de potestad pública que da origen al carácter de
autoridad que reviste a los funcionarios públicos para
distinguirlos de los demás empleados y personas que prestan
sus servicios al Estado, bajo circunstancias opuestas, es decir,
ejecutan ordenes de la superioridad y no tienen
representatividad del órgano al que están adscritos.
Este concepto, desde el punto de vista administrativo, se
adapta con mayor claridad al campo de lo propiamente
administrativo y del ejercicio de las facultades del Poder
Ejecutivo que la C le confiere en la esfera administrativa, lo que
excluye la situación de los demás funcionarios de los órganos
constitucionales como el Congreso de la Unión que acceden al
servicio del Estado, mediante elección popular. Tratándose del
Poder Judicial, y aun cuando en éste la designación de los
ministros de la «SCJ» es hecha por el presidente de la
República, el régimen jurídico de sus relaciones con el Estado,
es un régimen especial y acorde con la naturaleza de la función
que desempeñan.

II. En doctrina, desde Teodosio Lares hasta los


administrativistas de nuestros tiempos, se ha subrayado la
tajante distinción entre funcionarios y empleados públicos. Esta
distinción que recurre a ciertas características del trabajo que
desempeñan unos y otros y a la legislación vigente, pone de
relieve que por la naturaleza de sus funciones y debido a que la
designación de los primeros y su revocación del cargo,
corresponde al titular del Ejecutivo federal pueden ser
removidas por este en cualquier tiempo y, por lo tanto, el
ejercido de sus funciones no es permanente, en cambio,
tratándose de los empleados que son meros auxiliares y que.
únicamente ejecutan el régimen jurídico de sus relaciones con el
Estado les garantiza estabilidad en el empleo y su remoción o
destitución se da en función de los supuestos de
incumplimiento, a través de los cuales la ley considera que debe
darse término a dicha relación y no de la confianza que se
encuentra implícita en el acto del nombramiento.
La denominación de funcionario público, en consecuencia, no
proviene de la naturaleza misma de la función pública, puesto
que también esta es desempeñada por la otra categoría de
servidor público llamado empleado.

III. La ausencia de elementos que en la legislación mexicana


impide integrar con facilidad el concepto de funcionario
público, es subrayado por Jorge Olivera Toro, cuando se refiere
a la confusión temunológico que impera en la legislación
positiva, en la cual la C hace referencia a funcionarios y.
empleados en los «aa.» 80 89 108 y 114 altos funcionarios y
empleados, en los «aa.» 110 y 111; servidores públicos y cargos
de confianza, en el «a.» 123. La «LFRSP» alude a servidores
públicos. La «LFTSE» reglamentaria del apartado ''B'' del «a.»
123 de la C divide a estos en trabajadores de basé y de
confianza.
El elemento, categórico que de tal legislación se desprende
para esbozar el régimen jurídico de la relación entre Estado y
funcionario público, es el de la confianza puesto que la
aplicación de la «LFTSE» no solamente los divide en
trabajadores de base y de confianza, sino que en su «a.» 8v
excluye a estos últimos de las disposiciones relativas a los
trabajadores de base de donde resulta que en principio, el
calificativo de trabajador de confianza coincide con la categoría
de funcionario público.
De lo anterior R advierte que los funcionarios públicos o
empleados de confianza en términos genéricos carecen de un
estatuto jurídico propio y de estabilidad en el empleo. Sin
embargo, la «fr.» XIV del apartado ''B'' del «a.» 123
constitucional garantiza para ellos las medidas de protección al
salario y a los beneficios de la seguridad social. Por ello si les es
aplicable la Ley del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales
de los trabajadores del Estado.

IV. El Tribunal Federal de Conciliación y Arbitraje que conoce


de los conflictos individuales entre el Estado y sus trabajadores
-fr. XII del «a.» 123 constitucional- se ha pronunciado
ampliamente respecto de la situación de los empleados de
confianza y algunos de sus laudos contienen elementos
comparables con los del concepto que en principio se adopta de
funcionario público.
''Empleados de Confianza. Los Jefes y Empleados de Servicios
Federales tienen el carácter de («a.» 5o.). Las plazas de Jefes y
Empleados de Servicios Federales fueron creadas por una Ley
expedida por el Poder Legislativo, promulgada por el presidente
de la República y publicada en el ''Diario Oficial'' de la
Federación de 10 de enero de 1958, ahora bien como del texto
de la Ley que las creó se desprende que las mismas son de
confianza, resulta indudable que el actor al demandar su
reinstalación en la plaza de Empleado ''4'' de Servicios
Federales reclama una plaza de confianza, no estando por lo
mismo tutelado por el Estatuto Jurídico, y en tal virtud este
Tribunal, de conformidad con lo dispuesto por los artículos 4o.
y 5o., estatutarios, resulta incompetente para conocer de este
conflicto. (Laudo: Exp. No 27/63. Domingo Diego Ramírez Vs
Jefe del Departamento de Turismo).
Empleados de Confianza. («a.» 5o.) el principio general que
rige el Estatuto Jurídico es el que los trabajadores al servicio del
Estado deban ser protegidos por el mismo de manera que los
empleados de confianza que están fuera de su protección
constituyen la excepción dentro del principio general y
consiguientemente los preceptos que determinan cuáles empleos
de confianza son limitativos, en tal virtud, para que un empleo
deba catalogarse como tal, debe estar perfecta mente
determinado en dichos preceptos con la designación que los
Presupuestos de Egresos o las leyes y reglamentos que rigen a
cada Dependencia le hayan dado, pues de lo contrario deben
estimarse como la base. (Ejecutoria: Informe de Labora del
Tribunal de Arbitraje, 1963, A.D. 2050/51. Jefe del
Departamento del D.F. Vs. Tribunal de Arbitraje).
Los funcionarios públicos al iniciar sus servicios ante el
Estado tienen deberes y obligaciones que cumplir. Así, p.e., el
«a.» 128 de la C ordena que sin excepción alguna todo
funcionario público, antes de tomar posesión de su cargo, debe
rendir la protesta de guardar la Constitución y las leyes que de
ella emanen.
Tomando en consideración que los funcionarios públicos
ocupan cargos situados en una estructura jerárquica la
subordinación que los una al inmediato superior, implica el
deber de obediencia, diligencia, discreción y reserva. Las
obligaciones de los funcionarios públicos se determinan
normalmente en las Condiciones Generales de Trabajo de cada
Dependencia o Secretaría de Estado. Así, el «a.» 46 de las
Condiciones Generales de Trabajo de la Secretaria de
Programación y Presupuesto, firmadas el 11 de agosto de 1981,
sin distinción alguna establecen que los trabajadores de la
Secretaría tienen, entre otras obligaciones, las de desempeñar
sus labores con la intensidad, equipado y es mero apropiados,
sujetándose a la dirección de sus jefes y a las leyes y
reglamentos vigentes, dar trato cortés y diligente al público,
guardar reserva de los asuntos de que tengan conocimiento con
motivo de su trabajo y responder al manejo apropiado de los
documentos, correspondencia fondos, valores o bienes, cuya
administración o guarda esté a su cuidado.

V. La confusión que en torno al funcionario público priva en la


legislación administrativa, aumenta al tratar de determinarse si
deben también considerarse funcionarios públicos o empleados
de confianza aquéllos de los organismos descentralizados, de
las empresas de participación estatal o de los fideicomisos, en
virtud de que estos entes forman parte de la administración
pública federal, según se ordena en el «a.» 30 de la. «LOAPF»
En efecto por una parte, el «a.» 5o., de la «LFTSE» al
determinar quienes deben ser considerados como empleados de
confianza, además de aquellos cuyo nombramiento o ejercicio
requieren la aprobación expresa del presidente de la República
en la «fr.» V, se refiere a diversos organismos descentralizados,
entre los que se cuenta el Instituto de Seguridad y Servicios
Sociales de los Trabajadores del Estado, el Instituto Nacional
Indigenista. Por otra parte, no a todos los organismos
descentralizados les es aplicable esta disposición, porque en los
términos de la «fr.» XXXI del a. 123 y las respectivas
disposiciones de las leyes orgánicas de otros organismos
descentralizados como PEMEX y la Comisión Federal de
Electricidad, sus trabajadores se sujetan al régimen del apartado
A del a. 123 constitucional, y por ende es la «LFT» la que se
aplica a las relaciones laborales. Por lo que se refiere a las
empresas de participación estatal mayoritaria, en principio, sus
trabajadores se sujetan al régimen de la «LFT», en las
instituciones nacionales de crédito los empleados han estado
sujetos a un estatuto especial de los empleados bancarios; sin
embargo, a partir de la nacionalización de la banca, en que
todos los empleados bancarios fueron incluidos en lo que a
relación de trabajo se refiere, en el apartado B del a. 123
constitucional surge un viraje que sin duda debe ser estudiado
en el campo del derecho, con miras a determinar en que medida
dichos empleados podrán ser considerados funcionarios o
empleados públicos.
Otro de los aspectos que debe tomarse en cuenta, cuando se
trata de los funcionarios públicos, es la influencia que en su
reclutamiento tiene el sistema político y la ausencia de un
verdadero servicio civil de carrera, dentro de la propia
administración pública federal. No obstante que la «fr.» VII del
apartado B del a. 123 constitucional, ordena que el Estado
designe al personal mediante sistemas a través de los cuales se
aprecien los conocimientos y aptitudes de los aspirantes, la
mayor parte de los cargos que ocupan los funcionarios públicos,
al seleccionarse a los titulares correspondientes los criterios
obedecen a la militancia política que se propicia en el cambio
de administración, cada seis años. La misma disposición
preceptúa que el Estado debe organizar escuelas de
administración pública, lo que permite considerar que en el
orden jurídico existen los elementos necesarios para dotar a los
funcionarios públicos de los medios para que los servicios que
prestan al Estado, sean los que requiere el interés público y la
naturaleza de la función que desempeñan.
GARANTÍAS CONSTITUCIONALES
I. En un estricto sentido técnico - jurídico, se entiende por
garantía constitucional el conjunto de instrumentos procesales,
establecidos por la norma fundamental, con objeto de
restablecer el orden constitucional cuando el mismo sea
transgredido por un órgano de autoridad política.

II. No obstante ello, al término garantía, referido al derecho


constitucional, se le han dado diversos significados, entre los
cuales podemos destacar, siguiendo el pensamiento de Fix-
Zamudio, los que a continuación se citan.
a) En primer lugar se han denominado garantías a los derechos
humanos fundamentales reconocidos o garantizados por la C.
Tal es el significado que le ha dado nuestra carta magna vigente
al enumerar y describir dichos derechos en sus primeros 29 aa.,
integrantes del c. primero, «tít.» primero, de esa ley
fundamental cuando los califica como ''garantías individuales''.
Terminología ciertamente poco precisa en la actualidad.
b) En segundo lugar, podemos traer a colación las ideas de
Carl Schmitt sobre el particular, ya que para este autor las
garantías constitucionales son aquellos derechos que sin ser
estrictamente constitucionales, por no referirse a la estructura
fundamental del Estado ni a los derechos humanos, el
constituyente ha considerado conveniente incluir en la ley
suprema para darles mayor solidez, para garantizarlos mejor; tal
sería el caso de nuestro «a.» 123 constitucional.
c) Finalmente, se ha identificado el termino garantía
constitucional con el concepto de defensa de la Constitución, es
decir, englobando tanto a los medios preventivos como a los
represivos, siendo que, se debería referir exclusivamente a estos
últimos.

III. En el derecho constitucional mexicano podemos encontrar


diversas garantías constitucionales en el preciso sentido técnico,
jurídico- reguladas de manera dispersa por el ordenamiento
supremo en vigor.
El jurista Héctor Fix-Zamudio nos dice que son cuatro las
garantías constitucionales consagradas por la ley suprema de
1917, estas son: a) el juicio político de responsabilidad de los
altos funcionarios de la federación regulado por los «aa.» 108 y
III a 113 de la C; b) las controversias constitucionales que
menciona el a, 105 de nuestra C, es decir, los litigios que surjan
entre los poderes de un Estado sobre la constitucionalidad de
sus actos, entre dos o más Estados y entre estos y la federación,
mismas que deben ser resueltas por la «SCJ»; c) el juicio de
amparo que contemplan los «aa.» 103 a 107 constitucionales, y
d) los procedimientos investigatorios a que hacen alusión los
«pfos.» tercero y cuarto del «a.» 97 constitucional; el tercero se
refiere a la investigación de algún hecho que constituya la
violación de alguna garantía individual, mientras que el cuarto
habla de violación al voto público poniéndose en duda la
legalidad de todo el procedimiento electoral para integrar
alguno de los poderes federales; en ambos casos la «SCJ» no
tiene poderes decisorios, sino únicamente de informar a los
''órganos competentes''.
El profesor Octavio A. Hernández considera que a estas cuatro
garantías constitucionales hay que agregar una quinta que es la
contenida en el «a.» 29 constitucional, o sea el llamado
procedimiento de suspensión de garantías individuales, toda vez
que el mismo sirve para hacer frente, de manera rápida y fácil, a
cualquier situación que ponga a la sociedad en grave peligro o
conflicto.
El constitucionalista Jorge Carpizo señala que debe dársele el
calificativo de garantía constitucional a las facultades otorgadas
al Senado por las «frs.» V y VI del «a.» 76 constitucional
relativo a la desaparición de poderes en un Estado y a las
controversias políticas que surjan entre los poderes de una
entidad federativa, cuando alguno de ellos lo plantee o se
hubiere interrumpido el orden constitucional, para lo cual, en
ambos casos, el Senado de la República resuelve la
controversia.
Finalmente, no podemos dejar de mencionar el recurso de
reclamación que en contra de las resoluciones del colegio
electoral de la Cámara de Diputados Federal se hace valer ante
la «SCJ», la cual no lo resuelve en definitiva, sino únicamente
emite una opinión para que la Cámara sea la que lo haga,
opinión que no tiene carácter vinculante. Este recurso está
reglamentado por la Ley Orgánica del Congreso General de los
Estados Unidos Mexicanos.

IV. Resulta evidente que de todas las garantías constitucionales


que contempla el derecho mexicano el juicio de amparo ocupa
un primerísimo lugar por su eficacia, magnitud y arraigo
popular, lo que queda ampliamente demostrado con la
proporción numérica que guarda con las demás garantías
citadas. Sin embargo el juicio de amparo ha rebasado
enormemente el carácter de control constitucional para
convertirse fundamentalmente en control de legalidad.

GARANTÍAS INDIVIDUALES
I. La declaración mexicana de derechos humanos está contenida
en dos partes: la de garantías individuales y la de garantías
sociales.
II. La C comienza con la declaración de garantías individuales,
y así se intitula el c. I del «tít.» primero. Podemos decir que ésta
es la parte axiológica de la ley fundamental y la causa base de
toda la organización política.
El «a.» 1o de la C manifiesta: ''En los Estados Unidos
Mexicanos todo individuo gozará de las garantías que otorga
esta Constitución, las cuales no podrán restringirse ni
suspenderse, sino en los casos y con las condiciones que ella
misma establece''.
Algunos autores consideran que este «a.» asienta la tesis
positivista respecto a los derechos humanos. Nosotros
sostenemos que la tesis que se encuentra en el «a.» primero es
la misma que se halla en todo el constitucionalismo mexicano:
el hombre es persona jurídica por el hecho de existir, y como
persona tiene una serie de derechos.
Ahora bien, el «tít.» de este c. en la C de 1857 fue: ''De los
derechos del hombre'' y su «a.» 1o. dijo: ''El pueblo mexicano
reconoce, que los derechos del hombre son la base y el objeto
de las instituciones sociales. En consecuencia declara, que todas
las leyes y todas las autoridades del país, deben respetar y
sostener las garantías que otorga la presente Constitución''.
Luego, ¿existe, en el cambio de redacción del «a.» 1o y del
«tít.» del c., tesis diferente respecto a los derechos humanos
entre los textos de 1857 y 1917? No, no existe ningún cambio
de tesis, es la misma, con solo una diferencia: nuestra actual C
ya no expreso la fuente de las garantías que otorga, sino que
omitió este aspecto Pero, es indudable que la fuente de nuestras
garantías individuales es la idea de los derechos del hombre.
Baste observar la similitud que existe en los contenidos de las
dos declaraciones.
Además, los diputados integrantes del Congreso Constituyente
de 1916-1917 aceptaron la existencia de los derechos del
hombre. Así, Mújica manifestó: ''La Comisión juzgara que esas
adiciones que se le hicieron al artículo son las que pueden
ponerse entre las garantías individuales que tienden a la
conservación de los derechos naturales del hombre... tomó la
Comisión lo que creyó más conveniente bajo el criterio de que
en los derechos del hombre deben ponerse partes declarativas, o
al menos, aquellas cosas que por necesidad social del tiempo
vinieren a constituir ya una garantía de los derechos del
hombre.''.
En el Congreso Constituyente se habló indistintamente de
derechos del hombre y de garantías individuales. En la
discusión sobre el «a.» de la enseñanza, p.e, en cuatro ocasiones
se hizo referencia a los derechos del hombre y en quince a las
garantías individuales.
Podemos concluir que mientras los derechos del hombre son
ideas generales y abstractas, las garantías, que son su medida,
son ideas individualizadas y concretas.
III. La declaración de garantías individuales que contiene la C
mexicana de 1917, abarca más de 80. Su clasificación se
justifica únicamente por motivos didácticos. No existe ninguna
garantía que correlativamente no tenga alguna obligación, y una
garantía fácilmente podría ser colocada en más de un casillero
de cualquier clasificación. Para mencionar cuales son las
principales garantías individuales que nuestra C asienta,
seguimos una clasificación, pero solo como método.
La declaración de garantías individuales se divide en tres
grandes partes: los derechos de igualdad, libertad y seguridad
jurídica.
En la C de 1917, las garantías de igualdad son: I) goce, para
todo individuo, de las garantías que otorga la C («a.» I); 2)
prohibición de la esclavitud («a.» 2) 3) igualdad de derechos sin
distinción de sexos («a.» 4); 4) prohibición de títulos de
nobleza, prerrogativas y honores hereditarios («a.» 12); 5)
prohibición de fueros («a.» 13), y 6) prohibición de ser
sometidos a proceso con apoyo en leyes privativas o a través de
tribunales especiales («a.» 13).
Las garantías de libertad se dividen en tres grupos: a) las
libertades de la persona humana, b) las libertades de la persona
cívica, y c) las libertades de la persona social.
Las libertades de la persona humana se subdividen en
libertades físicas y libertades del espíritu. Las libertades de la
persona humana en el aspecto físico son: 1) libertad para la
planeación familiar («a.» 4); 2) libertad de trabajo («a.» 5); 3)
nadie puede ser privado del producto de su trabajo, si no es por
resolución judicial («a.» 5), 4) nulidad de los pactos contra la
dignidad humana (a. 5); 5) posesión de armas en el domicilio
para la seguridad y legitima defensa. La Ley establece las
condiciones para la portación de armas (a. 10); 6) libertad de
locomoción interna y externa del país (a. 11); 7) abolición de la
pena de muerte salvo en los casos expresamente consignados en
la C (a. 22), aun cuando dicha pena ha sido suprimida
totalmente, al derogarse paulatinamente las disposiciones
respectivas de los códigos penales federal y de todas las
entidades federativas.
Las libertades de la persona humana en el aspecto espiritual
son: I) libertad de pensamiento (a. 6); 2) derecho a la
información (a. 6); 3) libertad de imprenta (a. 7); 4) libertad de
conciencia (a 24); 5) libertad de cultos (a. 24); 6) libertad de
intimidad, que comprende dos aspectos: inviolabilidad de la
correspondencia e inviolabilidad del domicilio (a. 16).
Las garantías de la persona cívica son: 1) reunión con fin
político (a. 9); 2) manifestación pública para presentar a la
autoridad una petición o una protesta (a. 9); 3) prohibición de
extradición de reos políticos (a. 15).
Las garantías de la persona social son: la libertad de asociación
y de reunión (a. 9).
Las garantías de la seguridad jurídica son: 1) derecho de
petición (a. 8); 2) a toda petición, la autoridad contestará por
acuerdo escrito (a. 8); 3) irretroactividad de la ley (a. 14); 4)
privación de derechos sólo mediante juicio seguido con las
formalidades del proceso (a. 14); 5) principio de legalidad (a.
14); 6) prohibición de aplicar la analogía y la mayoría de razón
en los juicios penales (a. 14); 7) principio de autoridad
competente (a. 16); 8) mandamiento judicial escrito, fundado y
motivado, para poder ser molestado en la persona, familia,
domicilio, papeles o posesiones (a. 16); 9) detención solo con
orden judicial (a. 16); 10) abolición de prisión por deudas de
carácter puramente civil (a. 17); 11) prohibición de hacerse
justicia por propia mano (a. 17); 12) expedita y eficaz
administración de justicia (a. 17); 13) prisión preventiva solo
por delitos que tengan pena corporal (a. 18); 14) garantías del
auto de formal prisión (a. 19); 16) garantías del acusado en todo
proceso criminal (a. 20); 16) solo el ministerio público y la
policía judicial pueden perseguir los delitos (a, 21); 17)
prohibición de penas infamantes y trascendentes (a. 22); 18)
nadie puede ser juzgado dos veces por el mismo delito (a. 23), y
19) los juicios criminales no pueden tener más de tres instancias
(a. 23).
IV La declaración de garantías sociales está contenida
primordialmente en los «aa.» 3, 27, 28 y 123 de la C, que se
refieren a la educación, al agro, al régimen de propiedad y al
aspecto laboral.
Las garantías sociales protegen al hombre como integrante de
un grupo social y le aseguran un mínimo educativo y
económico. Las garantías sociales implican un hacer por parte
del Estado, en cambio las garantías individuales representan
primordialmente una abstención por parte del propio Estado.
A través de las garantías sociales se protege a los grupos
sociales más débiles. Para ello nacieron atas garantías y en parte
así subsisten, solo que actualmente se han extendido para
otorgar protección en general; tal es el caso de la educación y de
la seguridad social.
La idea de los derechos sociales lleva implícita la noción de: a
cada quien según sus posibilidades y sus necesidades, partiendo
del concepto de igualdad de oportunidades. Para reglamentar
estas garantías sociales, han nacido especificas ramas del
derecho.

GARANTÍAS SOCIALES
I. Disposiciones constitucionales que establecen y regulan los
derechos y prerrogativas de los grupos humanos o de la nación
en su conjunto, conforme a criterios de justicia y bienestar
colectivos.
II. Las garantías sociales se encuentran contenidas en los «aa.»
3o, 27 y 123 de la C, que se refieren, respectivamente, a la
educación, a los derechos de la nación sobre sus recursos, a la
proscripción del latifundismo y a la protección del campesino, a
la tutela del trabajador. Sin embargo, en otras disposiciones
constitucionales también se hacen referencias a aspectos
vinculados con las garantías sociales. Tal es el caso del «a.» 4o,
relativo a la salud y al menor; del 28, relativo a las facultades
del Estado en materia económica, y del 7.3, que confiere al
Congreso de la Unión facultades para legislar en materias que
incluyen a las garantías sociales.
1) Los elementos dominantes en la versión original del «a.»
.3o constitucional se traducían en una obligación para el Estado
en cuanto a proporcionar enseñanza libre, gratuita y laica, y en
una responsabilidad, también del Estado, en el sentido de
ejercer la adecuada supervisión sobre las escuelas particulares.
En 1934 el «a.» 8o fue reformado para establecer que la
educación impartida por el Estado seria socialista, excluiría toda
doctrina religiosa, combatiendo el fanatismo y los prejuicios y
crearía en la juventud un concepto racional y exacto del
universo y de la vida social. Por otra parte, se atribuía de
manera exclusiva al Estado la facultad de impartir educación
primaria, secundaria y normal, si bien se consideraba la
posibilidad de autorizar a los particulares que desearan impartir
esos niveles de enseñanza, para que lo hicieran de acuerdo con
las normas establecidas en el propio artículo.
A partir de 1934 el «a.» 8o también indico que las actividades
y la enseñanza en los planteles particulares deberían ajustarse a
la disposición según la cual la educación sería socialista y
excluir toda doctrina religiosa. Por otra parte, la definición de
planes, programas y métodos de trabajo correspondería de
manera exclusiva al Estado, y contra las resoluciones
concediendo o negando autorizaciones para el funcionamiento
de planteles particulares, no procedería recurso o juicio alguno.
Con esto se introdujo una excepción expresa en cuanto a la
procedencia del juicio de amparo.
Además de lo anterior, la reforma de 1934 acogió el concepto
de obligatoriedad de la enseñanza primaria y atribuyo al
Congreso de la Unión la facultad de expedir las leyes necesarias
destinadas a distribuir la función social educativa entre la
federación, los estados y los municipios.
En 1946 se llevo a cabo una tercera reforma a este «a.» El
texto entonces aprobado es el todavía en vigor, con excepción
de la actual «fr.» VIII, adicionada en 1980. Las características
fundamentales del «a.» 3o son: 1) el criterio que orienta a la
educación se mantiene por completo ajeno a cualquier doctrina
religiosa y se basa en los resultados del progreso científico
luchando, para tal efecto, contra la ignorancia, la servidumbre,
los fanatismos y los prejuicios; 2) la educación es democrática,
considerando como democracia a la estructura jurídica, al
régimen político y al sistema de vida fundado en el constante
mejoramiento económico, social y cultural del pueblo; 3) la
educación es nacional, en tanto que su preocupación
fundamental consiste en comprender los problemas del país,
aprovechar sus recursos, defender su independencia política y
económica y dar continuidad y acrecentamiento a su propia
cultura; 4) a propósito de la educación contribuir a la mejor
convivencia humana, 5) se autoriza a los particulares para
impartir educación en todos sus tipos y grados, manteniendo el
requisito de la autorización previa y expresa del poder público,
como se hizo a partir de la reforma de 1984; 6) se excluye a las
corporaciones religiosas de intervenir en los planteles donde se
imparte educación primaria, secundaria y normal, así como la
que se destina a obreros y campesinos; 7) se conserva el
principio de obligatoriedad de la enseñanza primaria y se
extiende el de gratuidad a toda la educación impartida por el
Estado, y 8) se garantiza la autonomía universitaria (a partir de
la reforma de 1980).
2) El «a.» 27 constitucional ha sido objeto de numerosas
reformas y adiciones a partir de 1917. De acuerdo con el texto
actualmente en vigor se puede establecer que las principales
disposiciones consisten en: I) la nación tiene el derecho de
imponer a la propiedad privada las modalidades que dicte el
interés público y el de regular, en beneficio social, el
aprovechamiento de los elementos naturales susceptibles de
apropiación, con el propósito de llevar a cabo una distribución
equitativa de la riqueza pública de cuidar su conservación, de
lograr el desarrollo equilibrado del país y de mejorar las
condiciones de vida de la población rural urbana; 2)
corresponde a la nación el dominio directo de todos los recursos
naturales existentes en el país; 3) son propiedad de la nación las
aguas marinas, lacustres y fluviales. Las del subsuelo están
sujetas a reglamentación por parte del Ejecutivo federal.
Además, las aguas que por sus características no pertenezcan a
la nación quedaran sujetas a las disposiciones que dicten los
estados, a menos que se consideren como parte integrante de la
propiedad de los terrenos por los que corran o en los que se
encuentre sus depósitos; 4) el aprovechamiento de las aguas,
sujetas al dominio de la nación, sólo puede hacerse por
concesión del Ejecutivo federal; 5) el aprovechamiento de los
combustibles nucleares es exclusivo de la nación; 6) la nación
ejerce su soberanía en una zona económica exclusiva adyacente
al mar territorial, y 7) se determinan las condiciones para
adquirir el dominio de las tierras y aguas de la nación
estableciendo las disposiciones pertinentes para la defensa de
los intereses de la nación y para el ejercicio de las acciones
dotatorias o restitutorias de tierras. Asimismo. se establecen los
limites impuestos a los particulares en cuanto a la capacidad de
adquisición y composición de tierras en zonas rurales.
3) En lo que se refiere al «a.» 123 de la C, contiene, en sus
apartados A y B la protección y reivindicación de los derechos
individuales y colectivos del trabajador.
El «a.» 123, igual que el 27, ha sido objeto de numerosas
reformas a partir de 1917. La más importante consistió en
federalizar la legislación laboral a partir de 1929. Además, en
ese artículo se han introducido, paulatinamente, aspectos que
contribuyen a ensanchar el ámbito de las garantías sociales que
contiene. Así, p.e., a partir de 1960, con la introducción de un
nuevo apartado el B. se hicieron extensivos a los trabajadores al
servicio de los Poderes de la Unión y del Gobierno del Distrito
y Territorios Federales, muchas de las garantías sociales que
contenga ese artículo para los obreros, jornaleros, empleados,
domésticos, artesanos y de manera general para todos los que
prestaran servicios mediante contrato de trabajo.
Entre los principios actualmente en vigor figuran la jornada
máxima de ocho horas la prohibición de labores insalubres y
peligrosas; la prohibición de la utilización del trabajo de
menores de 14 años y la fijación de una jornada especial para
quienes se encuentren entre esta edad y los 16; el descanso
hebdomadario; la protección a la mujer durante el periodo de
embarazo la definición del salario mínimo; la participación de
los trabajadores en las utilidades de las empresas; la garantía de
igualdad en el salario, sin discriminación por concepto de sexo
o nacionalidad; el derecho a la vivienda; el derecho a la
capacitación y adiestramiento; el derecho de los trabajadores a
coligarse y a ejercer la huelga y el derecho de disfrutar de la
seguridad social.

III. Por la particular importancia que el Constituyente de 1916-


1917 confirió a los «aa.» 27 y 123, dispuso, en el transitorio 11
que entretanto el Congreso de la Unión y los estados legislaran
con relación a los problemas agrario y obrero, las bases
establecidas por la C se pondrían en vigor para toda la
República. Debe recordarse que hasta antes de 1929 la facultad
de legislar en materia de trabajo correspondía, en el ámbito de
sus respectivas jurisdicciones, a la federación y a las entidades
federativas. Ese a. 11 transitorio de la C tiene el particular
significado de que convirtió a dos disposiciones programáticas
de la C en principios de carácter general, susceptibles de
aplicación aun sin que existieran leyes reglamentarias.

GRAN JURADO
I. Constituirse en gran jurado es una atribución de la Cámara de
Diputados o de Senadores para dictaminar sobre la procedencia
de imputación en cuanto a delitos comunes, así como para
juzgar sobre la culpabilidad de delitos oficiales de los
funcionarios públicos.
La naturaleza del gran jurado depende del tipo de delitos que
se impute al funcionario:
1) Si el delito fuere común, corresponde con exclusividad a la
Cámara de Diputados el conocer de los actos delictuosos
cometidos por los funcionarios enunciados en el «tít.» cuarto de
la C. Al efecto, esta Cámara erigida en gran jurado practicará
todas las diligencias necesarias para el esclarecimiento de la
verdad. La declaratoria del gran jurado en este caso no prejuzga
sobre la culpabilidad penal del funcionario en el delito común
imputado, sino tan solo constituye una suspensión del fuero o
inmunidad de dicho funcionario que se traduce en una
autorización para que e pueda proceder penalmente en su contra
a través de la jurisdicción ordinaria.
2) Si d delito fuere oficial, el procedimiento de responsabilidad
requiere del concurso de ambas Cámaras. La Cámara de
Diputados fungiendo como jurado de acusación y la Cámara de
Senadores, erigida en gran jurado, como jurado de sentencia. En
este caso, el gran jurado es un verdadero juzgador y aplicador
de sanciones políticas. Su declaratoria constituye un veredicto
sobre la culpabilidad o inocencia del acusado con respecto al
delito oficial. Esta función de jurado de sentencia es un
apartamiento del sentido original e histórico del gran jurado, tal
como lo describimos a continuación.
La única excepción a los dos supuestos anteriores la constituye
el presidente de la República, para quien los delitos comunes
son objeto del mismo procedimiento que se sigue para los
delitos oficiales, es decir, con la concurrencia de las dos
Cámaras del congreso de la Unión. Lo anterior con el objeto de
dar una protección privilegiada el depositario del Poder
Ejecutivo federal.

II. La idea del gran jurado tiene sus antecedentes históricos en


la justicia penal inglesa. El gran jurado era un cuerpo colegiado
que presentaba ante los jueces ordinarios, en sesiones
trimestrales, todos los crímenes en representación de la
comunidad. Su integración estaba compuesta por representantes
de las divisiones territoriales de cada condado, cuyo número
llegaba a ser de 12 a 23 miembros. Su tarea era decidir sobre si
había suficiente evidencia para sujetar a los inculpados a la
jurisdicción de los tribunales penales.
En el documento o bill of indistment que elaboraba, si decidía
que había suficientes elementos para encausar al inculpado, se
escribía en su reverso billa vera y, si no había dichos elementos,
se escribía ignoramus.
Desde sus orígenes, la declaratoria del gran jurado no ha sido
un veredicto de culpabilidad penal, sino una acusación sobre
sospecha razonable, siendo su efecto el inicio de
procedimientos comunes de responsabilidad penal.
En México, el término de gran jurado fue utilizado por primera
vez en el proyecto centralista del 30 de junio de 1840); que
pretendió reformar las Leyes Constitucionales de 1836.
Atendiendo a su etimología, el término ''jurado'' (latín: jurati-
juramentados) ha sido aplicable a los órganos sustanciadores de
los juicios políticos desde la C de los Estados Unidos de 1787.
Esta C en su «a.» 1 sección 3, establece que el Senado estará
bajo juramento cuando, ejerciendo su facultad exclusiva
conozca sobre la responsabilidad de los funcionarios públicos.
Un jurado según la tradición americana es un órgano colegiado
a dilucidar sobre cuestiones de hecho y a declarar la validez de
las pruebas aportadas. Gran jurado es un término empleado para
significar una mayor cantidad de miembros que el jurado
normal, así como la solemnidad de la causa por apreciar en
representación de la comunidad.
Erigirse en gran jurado, así entendido, es una expresión que se
refiere a que alguna de las Cámaras del Congreso de la Unión se
dedicará a conocer de la causa instaurada contra un funcionario.
Ninguna sección o comisión de la Cámara, tal como se habló en
el Constituyente de 1856-57, sino la Cámara misma deberá
decidir sobre la causa, de ahí también la idea de integración del
gran jurado con un gran número de miembros.
Si atendemos a estos orígenes en los que el gran jurado es
apreciador de hechos y dictaminador de pruebas que respalden
esos hechos, resulta un desvío, de este sentido original, el
sistema de la C de 1857 por el cual el gran jurado se convierte
en aplicador de penas, en donde hechos y derecho son juzgados
como un Tribunal. Manuel Herrera y Lasso ha otorgado
equivocadamente a este desvío el valor de significado real para
el gran jurado, mientras que, sin fundamento para ello, ha
criticado el sentido de gran jurado vertido en la C vigente que
resulta mas congruente con sus antecedentes americanos.
Bajo el sistema de la C de 1857 como mencionamos, ante la
inicial supresión del Senado, el principio que animó el
procedimiento de responsabilidad fue el de que la imposición de
penas correspondía exclusivamente al Poder Judicial federal.
Por ello, en el caso de los delitos oficiales, la Cámara de
Diputados fungía con su carácter actual de jurado de acusación
y la «SCJ» gozaba de plena jurisdicción para distar veredicto
sobre la culpabilidad del delito oficial, ya que la imposición de
penas debe ser siempre obra de la justicia y nunca de la política
(Del Castillo Velazco).
En este sistema, el carácter del juicio político era por analogía
el de un juicio criminal, pues el gran jurado seria el encargado
de imponer las sanciones políticas de destitución o
inhabilitación para ocupar cargos públicos en el caso de delitos
oficiales. La suspensión del fuero de funcionarios, tratándose de
encausamiento por delitos comunes, no fue considerado como
una pena, sino como una condición de procedibilidad pata los
tribunales comunes. De esta manera ha sido considerada
mediante las reformas constitucionales de diciembre de 1982.
En todo caso, el procedimiento ante el gran jurado debía
observar las garantías existentes en un juicio criminal. La
primer garantía por observar era que las autoridades comunes
no podrían detener al funcionario sin antes mediar la
declaratoria del gran jurado.
La categoría de un verdadero proceso sustanciado ante el gran
jurado con apego a las garantías propias de un inculpado ha sido
confirmada por la SCJ. Ignacio Vallarta, al decidir el amparo
Albert, falló en contra de la declaratoria del gran jurado que
absolvió al exgobernador de Veracruz por haber sustanciado el
procedimiento a través de lo que llamó un mero expediente
instructivo, en lugar de respetar las formalidades y garantías de
un proceso.
Vallarta mismo enumera las garantías mínimas del proceso:
derecho de defensa libertad de ofrecimiento de pruebas y las
demás garantías consagradas en el «a.» 20 constitucional
(Votos, t. II). Desde entonces la doctrina mexicana ha
reconocido que ante violaciones de estas garantías cabe la
interposición del juicio de amparo por el funcionario inculpado.
Con estas características, el gran jurado ha sido considerado
como un tipo de tribunal especializado que esta previsto de
conformidad al «a.» 14 constitucional.
Con la reinstauración del Senado en 1874, la función de gran
jurado en cuanto delitos oficiales o jurado de sentencia,
aplicador de sanciones políticas, se concentro en el Congreso de
la Unión. Así todas las funciones inherentes a la responsabilidad
de funcionarios públicos fueron de su competencia.
Con el Senado, el papel que desempeñarla el gran jurado tuvo
que ser claramente planteado ante delitos comunes y
responsabilidad política. Con los primeros, el gran jurado tendrá
el carácter americano de no prejuzgar sobre la culpabilidad
penal del funcionario inculpado, mientras que en la segunda, el
gran jurado adoptaría el papel de jurado de sentencia para la
aplicación de sanciones políticas de destitución o inhabilitación.
La única excepción al respecto, según mencionamos
anteriormente, es el caso de la responsabilidad penal del
presidente de la República para quien el procedimiento debe ser
el mismo que para los delitos oficiales.
Con las reformas al «tít.», cuarto de la C, del 28 de diciembre
de 1982, el termino de gran jurado fue sustituido por el jurado
de sentencia, sin implicar un cambio en el significado. La
LFRSP, del 31 de diciembre de 1982, observa este nuevo
término de ''jurado de sentencia''.
No obstante lo anterior, cabe precisar que el término gran
jurado subsiste, a pesar de la reforma constitucional aludida,
como un error de estilo en el «a.» 74. «fr.» V, no así en el «a.»
76, «fr.» VII, en el cual se refiere al término de jurado de
sentencia de conformidad con la terminología del nuevo «tít.»
IV de la C.
GRAVAMEN
I. (Del latín gravamen, carga.) Se utiliza como sinónimo de
diferentes conceptos jurídicos en relación a las cargas u
obligaciones que afectan a una persona o a un bien. En este
sentido se habla de gravámenes reales como las hipotecas,
prendas y servidumbres, o de gravámenes personales que se
refieren propiamente a las obligaciones. Los primeros deberán
estar inscritos en el Registro Público de la Propiedad a fin de
que surtan efectos contra terceros en virtud de que se trata de
una limitación a la disponibilidad del bien inscrito, o de una
disminución de su valor, dependiendo del gravamen de que se
trate. Su inscripción se hará constar en el folio de la finca sobre
la cual recaigan («a.» 3011 «CC»).

II. En la doctrina resulta difícil establecer claramente la


diferencia entre carga y gravamen. Por su lado, el «CC» lo
utiliza como un genero que abarca tanto las cargas como los
derechos reales y todas aquellas limitaciones sobre un bien
(«aa.» 3011 y 3016 «CC», p.e.).
En el derecho fiscal se utiliza como sinónimo de tributo e
impuesto siendo estos últimos, los términos técnicos más
correctos.

HABEAS CORPUS
I. El habeas corpus es un instrumento procesal de origen
anglosajón que tiene por finalidad la protección de la libertad
personal de los individuos, institución que ha tenido un enorme
desarrollo en muchos otros países tanto de common law, como
ajenos a este sistema jurídico.
Originalmente, el habeas corpus ingles procedía frente a
detenciones por parte de autoridades no jurisdiccionales,
inclusive la Corona, sin orden ni autorización de tribunal
alguno, en cuyo caso, el juez ante el cual se presentaba disponía
la presentación física del detenido arbitrariamente el cual
quedaba a su disposición, exceptuándose de este derecho
cuando la detención se hubiera llevado a cabo por los delitos
graves, la alta traición y la detención por deudas civiles.
Posteriormente se amplió en contra de órdenes de aprehensión
dadas por jueces incompetentes, inclusive en Estados Unidos ha
llegado a convertirse en un verdadero recurso penal de
naturaleza federal.

II. Se sabe que el habeas corpus surgió en Inglaterra durante la


Edad Media, aunque no se puede determinar el momento
preciso ni sus caracteres en aquel entonces, por eso se dice que
tuvo un origen consuetudinario, aunque más precisamente se
debe decir jurisprudencial dadas las peculiares fuentes del
derecho inglés, El primer gran documento legislativo que vino a
regular la vida de esta institución inglesa fue el Habeas Corpus
Act de 1640, perfeccionándose y consolidándose en otra ley de
1679, complementándose con el Bill of Rights de 1689.
El habeas corpus fue recogido por todas las colonias británicas
y especialmente los Estados Unidos, en donde ha tenido un
desarrollo singular y por donde principalmente ha influido al
derecho mexicano. En efecto, la jurisprudencia permitió que a
través del recurso federal de habeas corpus se impugnaran
sentencias penales de tribunales locales incompetentes, a partir
de 1873 se permitió impugnar mediante el mismo los errores
sustantivos de las sentencias (integración de los jurados,
aspectos probatorios, falta de asistencia legal, parcialidad, etc.)
y desde 1879 resoluciones fundadas en leyes inconstitucionales;
lo que ha llevado al Poder Judicial federal de los Estados
Unidos a centralizar prácticamente la justicia penal; ello ha
ocasionado que en los últimos años se haya manifestado un
sector importante de la doctrina -e incluso la Suprema Corte- en
el sentido de limitar esta centralización por parte de los
tribunales federales.

III. El habeas corpus, como instrumento protector de la libertad


personal, independientemente de los países de tradición jurídica
anglosajona, ha sido adoptado por algunas naciones europeas e
iberoamericanas, Bolivia, Brasil, Chile, Costa Rica, Ecuador, El
Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Panamá, Perú,
Puerto Rico, República Dominicana, Uruguay y Venezuela.

IV. En nuestro medio, desde las Cortes de Cádiz, y


posteriormente en los constituyentes de 1821-1824, se planteó
la necesidad de crear un instrumento procesal protector de la
libertad personal similar al habeas corpus, e inclusive adoptar el
propio habeas corpus; esto fue logrado por don Manuel
Crescencio Rejón en la C de Yucatán de 1840, al incorporar
dicha institución en el juicio de amparo. Pero no fue sino hasta
1847 cuando el juicio de amparo se erige a nivel federal a través
del Acta Constitutiva y de Reformas la cual se elaboró con base
en el proyecto contenido en el célebre Voto particular de don
Mariano Otero, recogiendo, en esa benemérita institución
procesal mexicana, el habeas corpus, entre otros aspectos.
En México, actualmente las funciones del habeas corpus se
contemplan en el procedimiento especial regulado por los aa, 17
y 18 de la «LA» en vigor, pues en ellos se reglamenta la
posibilidad de que tratándose de actos que importen peligro de
privación de la vida, ataques a la libertad personal fuera del
procedimiento judicial, deportación o destierro, o alguno de los
actos prohibidos por el a, 22 de la C, el juez dictará todas las
medidas necesarias para lograr la comparecencia del agraviado
y si no lo logra consignara los hechos al Ministerio Público,
después de resolver la suspensión definitiva; por ello el
distinguido jurista Héctor Fix-Zamudio ha calificado
correctamente a este procedimiento especial de amparo como
''amparo habeas corpus''.

HACIENDA PÚBLICA
I. La hacienda pública es el conjunto de ingresos, propiedades y
gastos de los entes públicos y constituye un factor de gran
importancia en el volumen de la renta nacional y su distribución
entre los grupos sociales.

II. El principal instrumento de la actividad financiera del Estado


es el presupuesto, considerando las dimensiones y la relación de
equilibrio o desequilibrio de sus dos partidas: entradas -tributos
endeudamiento, contraprestaciones a las empresas públicas-, y
salidas -gasto público corriente y de inversión-.
En una economía sana el sistema tributario debe ser la fuente
más importante de recursos para cubrir los gastos públicos; pero
su potencialidad no se agota con ser origen de ingresos, sino
que alternativa o conjuntamente tiene fines extrafiscales -acción
proteccionista, selectiva, de estímulo, de freno-. Cuando se
emplea así el sistema tributario, la distribución de la carga fiscal
puede apartarse del criterio de capacidad contributiva, al que
idealmente debe tenderse.
El recurso de la deuda pública es compatible con una sana
conducta financiera como alternativa de impuestos
extraordinarios o para superar déficits transitorios compensables
a corto plazo. El limite real a la expansión de la deuda pública
depende de la magnitud de la relación entre el monto de los
pagos por el servicio de la deuda y la renta nacional; y en el
caso de deuda externa sus limites también están dados por la
capacidad de generar divisas en un periodo determinado. Por
sus dimensiones y por la variedad de formas que puede asumir,
la deuda pública constituye un importante instrumento de la
política crediticia.
Si el endeudamiento interno es de gran cuantía se convierte en
factor inflacionario importante; y en el caso del endeudamiento
externo, el pago de los intereses y la amortización del principal
implican una transferencia real de fondos de la economía del
país deudor a la del país acreedor; esto no crea problemas si el
empréstito se emplea para aumentar la renta nacional por lo
menos en una cantidad igual al impone del préstamo; pero si se
le destina al consumo el drenaje de riqueza lesiona la economía
nacional.
Otra forma característica de la actividad financiera pública es
la que se realiza mediante la operación de empresas públicas.
En los países con tendencia a una extensa participación del
Estado en la vida económica, el desarrollo de las empresas
públicas está acentuándose.
El aspecto más importante de la actividad financiera realizada
mediante la gestión de empresas públicas no está
principalmente en la ganancia que puedan obtener-aunque
deben mantener niveles adecuados de eficiencia y rendimiento-,
sino en el diferente criterio de gestión entre la empresa pública
y la privada. En esencia, mediante el ejercicio público se
verifican políticas de producción y de precios distintas de las
que seguirían los particulares, y, por lo tanto, se altera la
cantidad de los recursos empleados en la producción y los
criterios con que se reparten entre la colectividad los resultados
de la producción.
Sea que se trate de estados unitarios o federales, la actividad
financiera se desarrolla no solo por el gobierno nacional, sino
en algún grado por los gobiernos locales, lo que presenta
problemas de coordinación entre la actividad de ambos niveles
de gobierno, que puede referirse tanto a la coordinación entre la
prestación del servicio y al monto de los gravámenes necesarios
para prestarlo, como al control del nivel conjunto de gastos
públicos y de la recaudación tributaria, para evitar que la
superposición de varios sistemas fiscales conduzca a una
excesiva presión impositiva, y en el caso de gobiernos
federales, impedir que la política financiera local obstaculice la
política financiera del gobierno federal.

III. Los proyectos de leyes o decretos que versen sobre


empréstitos, contribuciones o impuestos, deben discutirse
primero en la Cámara de Diputados; y es facultad de esta
examinar, discutir y aprobar anualmente el presupuesto de
egresos de la federación y el del Departamento del Distrito
Federal discutiendo primero las contribuciones que a su juicio
deben decretarse para cubrirlos, así como revisar la cuenta
pública del año anterior. Tanto la vigencia de la ley de ingresos
como la del presupuesto de egresos es anual.
El Congreso de la Unión tiene facultad para dar las bases sobre
las cuales el ejecutivo puede celebrar empréstitos sobre el
crédito de la nación, para aprobar esos mismos empréstitos y
para reconocer y mandar pagar la deuda nacional. Ningún
empréstito puede celebrarse sino para la ejecución de obras que
directamente produzcan un incremento en los ingresos públicos,
salvo los que se realicen con propósitos de regulación
monetaria, las operaciones de conversión y los que se contraten
durante alguna emergencia declarada por el presidente de la
República en los términos del «a.» 29 constitucional.
Corresponde privativamente al Banco de México ordenar la
acuñación de moneda según lo exijan las necesidades
monetarias de la República. La reserva monetaria se destina a
sostener el valor de la moneda nacional y a regular su
circulación y los cambios sobre el exterior.
La deuda pública está constituida por las obligaciones de
pasivo y las directas o contingentes derivadas de
financiamientos a cargo del ejecutivo federal y sus
dependencias, del Departamento del Distrito Federal, de
organismos descentralizados y empresas de participación estatal
mayoritaria, de las instituciones y organizaciones auxiliares
nacionales de crédito, de seguros y de fianzas, y de los
fideicomisos en los que el fideicomitente sea el gobierno federal
o alguna de las entidades mencionadas.
Se entiende por financiamiento la contratación dentro o fuera
del país de créditos, empréstitos o préstamos derivados de la
suscripción o emisión de títulos de crédito o de cualquier otro
documento pagadero a plazo; la adquisición de bienes o la
contratación de obras o servicios cuyo pago se pacte a plazos;
así como los pasivos contingentes relacionados con los actos
mencionados y la celebración de actos jurídicos análogos a los
anteriores.

HECHO JURÍDICO
I. Suceso que el ordenamiento jurídico toma en cuenta
otorgándole efectos jurídicos. En una primera acepción es
equivalente a supuesto jurídico o hipótesis normativa; la
estructura de cualquier norma jurídica puede ser reducida al
siguiente esquema: si A es, debe ser B (es decir, al que mate se
le deben aplicar de 8 a 20 años de prisión). En el ejemplo
anterior, A es el supuesto normativo o hipótesis jurídica. Dicho
supuesto es un evento típico y debe ser seguido de las con
secuencias que la norma señala. Así cuando realmente una
persona haya matado, se le debe aplicar verdaderamente una
sanción de 8 a 20 años de prisión.

II. En ocasiones las normas jurídicas establecen en su supuesto


no un solo suceso, sino un conjunto de sucesos. La norma que
indica que al que cometa homicidio con premeditación alevosía
y ventaja se le aplicara de 20 a 40 años de prisión, tiene en su
hipótesis normativa cuatro sucesos: a) que se verifique un
homicidio; b) que se haya premeditado; a) que medie alevosía,
y d) que se realice con ventaja. Sólo si se han verificado los
cuatro hechos que corresponden a la hipótesis se debe aplicar la
sanción.
En este sentido es posible entender al hecho jurídico como
cada uno de los acontecimientos que producen consecuencias de
derecho.
Ha de aclararse que las normas jurídicas están inmersas en una
interrelación extremadamente compleja, y que generalmente
tienen conexiones con muchas normas más. La norma que
indica que al que mate se le deben aplicar de 8 a 20 años de
prisión, debe ser relacionada con las normas que contienen las
excluyentes de responsabilidad, con las normas que dan
competencia al juez penal para resolver determinado caso, con
las que indican qué persona puede ser penalmente responsable y
con otras más, de tal manera que en realidad la norma jurídica
debe leerse de la siguiente manera: el juez penal debe aplicar
una sanción de 8 a 20 años de prisión a todos los que come tan
homicidios, siempre y cuando el acusado sea mayor de edad, no
haya cometido la acción con una excluyente de responsabilidad
y se hayan cumplido las formas que marca el procedimiento.
Sólo así el juez penal debe aplicar la sanción.

III. Suele hablarse de hecho jurídico en un sentido más estricto


dentro de las diversas teorías sobre acto jurídico.
En la doctrina francesa, Colín y Capitant señalan que los
hechos jurídicos en estricto sentido son aquellos
acontecimientos o sucesos que entrañan el nacimiento
transmisión o extinción de derechos y obligaciones, sin implicar
la intervención de una voluntad intencional. En su opinión se
dividen en: hechos independientes de la voluntad del hombre
(nacimiento, muerte, minoría de edad, etc.) y en hechos que
aunque resultan de la voluntad del hombre, no es esto lo que
hace producir las consecuencias jurídicas (p.e., delitos).
Advierten que los actos jurídicos son aquellos que
voluntariamente realiza el hombre con la intención de
engendrar, modificar y extinguir derechos y obligaciones (p.e.,
contratos).
Por otra parte, la doctrina italiana tiende a reservar el nombre
de hechos jurídicos, en sentido estricto, a los de la naturaleza;
divide a los actos jurídicos en simplemente voluntarios y de
voluntad. En los primeros lo que el ordenamiento jurídico toma
en cuenta es la actividad que se desarrolla (abandono de una
cosa) más que la voluntad, los segundos son aquellos en que lo
determinante consiste en la voluntad que se toma en
consideración por el derecho (delito intencional). Añade la
categoría de los negocios jurídicos que entienden a la voluntad
humana, como consciente y libre, que crea, modifica o extingue
derechos y obligaciones (contrato).
Debe entenderse que las clasificaciones anteriores son meras
clasificaciones didácticas, y como tales pueden tener reflejo en
el ordenamiento jurídico positivo. Gutiérrez y González afirma
que puede decirse que el «CC» vigente ''no reglamenta los
hechos jurídicos lato sensu, ni tampoco los actos jurídicos en
general, sino en forma especifica el acto jurídico llamado
contrato. En forma incidental reglamenta algún hecho jurídico
en sentido estricto como lo es la gestión de negocios''.
HERENCIA
I. Existe divergencia en cuanto a la etimología del término,
aunque no hay duda que proviene del latín. Se sostiene que
deriva de hereditas-tatis, de heres, heredero o bien de haerentia
de haerens, derecho a heredar. Igualmente de herens-entis,
heredero. Gramaticalmente herencia significa el conjunto de
bienes -derechos y obligaciones- que se reciben de una persona
por su muerte. En sentido objetivo se refiere a la masa o
conjunto de bienes, en sentido jurídico es la transmisión de
bienes por causa de muerte. El «CC» español define a la
herencia como el ''conjunto de bienes, derechos y obligaciones
de una persona que no se extinguen por su muerte''. El «CC» la
define como ''la sucesión en todos los bienes del difunto y en
todos sus derechos y obligaciones que no se extinguen por la
muerte''.

II. En Roma predominaba el carácter religioso de la transmisión


hereditaria porque se consideraba que el heredero continuaba la
persona del difunto para hacerse cargo del culto familiar y de su
patrimonio y asimismo ''ejercer la soberanía doméstica''. La
transmisión por herencia era per universitatem o sea, tenía por
objeto la totalidad de un patrimonio o bien la parte alícuota del
mismo y por lo tanto, el heredero adquiría los bienes y
derechos, así como también contraía la obligación de pagar
todas las deudas del difunto de modo que los acreedores tenían
doble garantía: el patrimonio transmitido y el propio del
heredero. Para los romanos era deshonroso morir sin dejar
herederos, porque en este caso los acreedores tomaban posesión
de los bienes del difunto y los vendían para hacerse pago y se
consideraba manchada de infamia su memoria. Por el contrario,
si había herederos, estos pagaban las deudas y era respetada la
memoria del fallecido.
La designación de herederos podía hacerse por testamento o
por la ley. Respecto del testamento hay dos opiniones
contrarias: una sostiene que el testamento apareció desde los
primeros tiempos que siguieron a la fundación de Roma y la
costumbre de otorgarlos fue sancionada en la Ley de las XII
Tablas. Otra opinión es en el sentido de que el testamento no se
introdujo sino a la ley citada y que antes sólo había herederos
ab-intestato.
En derecho germánico no se concedió la libertad de testar
porque se sostenía que Dios creaba a los hombres y sus
herederos debían ser quienes tuvieran la misma sangre. Así se
protegía económicamente a la familia, pues los bienes no se
podían dejar a extraños.

III. En cuanto a la justificación de la herencia ha habido


polémica a través del tiempo y se han planteado interrogantes
en el sentido de si es justo que a la muerte de una persona su
patrimonio pase a sus herederos, o bien si se justifica que a
través del testamento, la voluntad de una persona siga
produciendo efectos después de su muerte y, por último, que si
el difunto no manifestó su voluntad, sea la ley la que determine
el destino de sus bienes.
En cuanto a la primera de las interrogantes señaladas hay tres
posturas, dos de ellas antagónicas y una ecléctica. La primera,
conservadora , considera que es justa la transmisión hereditaria
porque cuando una persona durante su vida logra formar un
patrimonio, como consecuencia de su trabajo y ahorro, debe
tener libertad para disponer de el para después de su muerte, así
como la tiene en vida, pues sólo así es completo el derecho de
propiedad. La segunda, socialista, niega rotundamente el
derecho de sucesión por causa de muerte, ya que niega el
derecho de propiedad Sostiene que los bienes pertenecen al
Estado y por eso los particulares no pueden disponer de ellos,
menos aún para después de su muerte. Considera que la
herencia ataca la justicia social porque crea desigualdad entre
los hombres. Guesle afirma que a la muerte de una persona el
trabajo acumulado debe volver a la colectividad. Cabe señalar
que la tendencia del «CC» soviético es en el sentido de que son
de la colectividad los medios de producción y por ello, por
decreto de 27 de abril de 1918, en Rusia se suprimió tanto la
herencia testamentaria como la ab-intestato y, así, a la muerte
de una persona los bienes pasan al Estado. Se permite solo
disponer de cosas muebles personales como ropa libros, etc. La
tesis ecléctica justifica el derecho a transmitir por herencia,
aunque sostiene que la sociedad debe participar beneficiándose
mediante el pago de impuestos que sirvan para el mejoramiento
de la vida colectiva.

IV. Otra cuestión importante en materia de herencia es la


relativa a determinar si el testador puede o no disponer
libremente del total de sus bienes para después de su muerte o si
por el contrario ese derecho debe estar limitado. Las
legislaciones han diferido y cambiado con el transcurso del
tiempo. En derecho romano, por lo menos a partir de la Ley de
las XII Tablas, se prefirió respetar la voluntad del testador y
éste tuvo libertad para disponer de todos sus bienes, aunque se
llego a abusar, puesto que, a veces, se dejaban hijos en la
miseria, por lo que empezaron a reclamar pidiendo la
inoficiocidad de los testamentos, incluso hubo jurisprudencia en
el sentido de presumir que el testador no se encontraba en su
cabal juicio cuando testaba excluyendo a los hijos. Para evitar
esta situación se consideró que los hijos tenían una especie de
copropiedad latente sobre los bienes del padre, de modo que
para privarles de ellos el padre tenía que hacer una
desheredación expresa, de lo contrario el testamento era nulo.
Más tarde, bajo Justiniano se estableció la legítima de los
descendientes que fue de la tercera parte de la herencia si eran
cuatro o menos, y de la mitad si eran cinco o más. De esta
manera fueron considerados herederos forzosos.
En la época feudal existió el derecho de primogenitura que
consistió en que el hijo mayor o sea el primogénito, tenía
derecho a heredar todos los bienes del padre, de modo que éste
no disponía libremente. El Código Napoleón estableció la
legitima forzosa respecto de una parte de los bienes y permite la
libre disposición de todos sólo en el caso de falta de herederos
legítimos. El «CC» español conserva hasta la fecha el sistema
de legítimas, que de acuerdo con el «a.» 806 ''es la porción de
bienes de que el testador no puede disponer por haberla
reservado la ley a determinados herederos llamados por esto
herederos forzosos''. La influencia del derecho español se dejó
sentir en la legislación del México independiente y, así, en el
primer «CC» mexicano, expedido en el año de 1870, se
estableció también la legítima, pues el legislador dudó de la
justicia del derecho que tienen los hombres para disponer de sus
bienes para después de su muerte y resolvió limitarlo
protegiendo a los descendientes y a los ascendientes. La
legitima consistió en cuatro quintas partes de los bienes, si el
testador sólo dejaba descendientes legítimos o legitimados; en
dos tercios si sólo dejaba hijos naturales y en la mitad si los
hijos eran espurios. El legislador de 1884 cambió el sistema de
manera radical estableciendo la libre testamentifacción, basado
en que la legitima ataca el derecho de propiedad que tiene como
atributo fundamental la libre disposición de los bienes y, así, en
la exposición de motivos explica que'' Considerado el hombre
como un ser esencialmente social, el derecho de propiedad
absoluto y libre sobre todo aquello que adquiere, le es
enteramente indispensable tanto para que lleve a efecto el pleno
desarrollo de sus aptitudes como para que la misma sociedad
pueda conservarse tranquila y adelantar en la senda del
progreso... es preciso que se respeten como legítimas las
transmisiones que éste haga de lo que le pertenece... Supuesto
pues que la facultad de testar es una derivación del derecho de
propiedad, es claro que no debe sufrir; en principio, más
limitaciones que las que se establecen para el ejercicio del
mismo derecho durante la vida del hombre. ''El «CC» vigente,
conservó el sistema de libre testamentifacción sin que hasta la
fecha haya sido modificado. El testador dispone libremente de
todos sus bienes, existiendo como única restricción la
obligación alimentaria a su cargo y que, de no respetarse,
produce la inoficiosidad del testamento de acuerdo con el «a.»
1374.

V. La herencia puede ser de diversas clases: Aceptada. Es en la


que los herederos han manifestado su voluntad de aceptar. La
aceptación puede ser pura y simple, a beneficio de inventario o
bajo derecho de deliberar. En derecho mexicano la aceptación
puede ser expresa o tácita y toda aceptación se entiende hecha a
beneficio de inventario.
Divisa o dividida. Es la que ya ha sido objeto de partición de
modo que cada heredero se ha convertido en propietario
exclusivo de los bienes que se le adjudicaron, o en su caso
copropietario si así se llevó a cabo la partición.
Futura. La que todavía no tiene lugar por no haber fallecido la
persona que ha de transmitir. El derecho mexicano, considera
que nadie tiene ni siquiera una expectativa de derecho a la
herencia de una persona antes de que ésta fallezca, puesto que
en cualquier momento puede otorgar testamento designando
libremente a sus herederos, o bien revocar el que hubiere
otorgado.
Indivisa. Existe durante el trámite del juicio sucesorio hasta
antes de la partición. Los herederos tienen derecho a una parte
alícuota del caudal hereditario a menos que se trate de heredero
único y universal en cuyo caso recibiría el total del patrimonio
del de cujas.
Intestamentaria. Es la que se defiere, por disposición de la ley.
De acuerdo con el «CC» tiene lugar sólo a falta de testamento
válido.
Testamentaria. Se defiere por la voluntad del testador.
Mixta. La que se defiere en parte por disposición testamentaria
y en parte por disposición de la ley. Es decir, coinciden ambas
sucesiones respecto de un mismo autor.
Vacante. Cuando no hay herederos testamentarios ni parientes
con derecho a la herencia. No se presenta en derecho mexicano
en virtud de que, a falta o por incapacidad para heredar a
herederos testamentarios y legítimos, la masa hereditaria pasara
a la beneficencia pública con el carácter de heredera que le
atribuye el «a.» 1636 del «CC».
Yacente. Se presenta en las legislaciones en que la transmisión
de la propiedad se verifica tiempo después de la muerte del
autor de la sucesión, esto es, hasta la aceptación por parte de los
herederos. Durante ese lapso se concede a la sucesión
personalidad jurídica y, por lo tanto, la titularidad del
patrimonio del autor hasta que éste pasa a los herederos. En
derecho mexicano no existe la herencia yacente porque la
transmisión de la propiedad se verifica en el momento mismo
de la muerte del autor, de modo que a la aceptación de la
herencia los efectos se retrotraen al momento del fallecimiento
del autor de la sucesión.

HIPOTECA
I. (Del latín, hypotheca, y éste del griego, hypotékes prenda;
suposición, en el sentido de poner una cosa debajo de otra,
añadirla; apoyar, sostener o asegurar una obligación.) Derecho
real de garantía constituido por convención entre las partes, por
manifestación unilateral de voluntad o por imperio de la ley,
para asegurar el pago de un crédito, sobre bienes que no se
entregan al acreedor y que, en caso de incumplimiento, pueden
ser vendidos para cubrir con su precio el monto de la deuda.

II. La hipoteca existía ya en el derecho griego; se caracterizaba


por la entrega que el deudor hacia a su acreedor de un bien
inmueble para garantizar el pago de una deuda; el acreedor
podía usar el inmueble dado en garantía, a cuenta de los
intereses debidos. Era esta una garantía real. El derecho romano
utilizo la garantía real, que pasó por tres etapas en su evolución:
I) el deudor entregaba al acreedor el dominio temporal de una
cosa mediante la mancipatio o la in iure cessio, con un pacto de
fidutia, por el cual el acreedor se comprometía a devolver el
bien cuando la obligación quedara satisfecha 2) en una segunda
etapa, se daba al acreedor la posesión de la cosa garante, pero
no el dominio revocable; este sistema se denominó pignus
(prenda) y la cosa prendada se restituía al cancelarse la
obligación, y 3) la tercera etapa fue la de la hypotheca, donde se
perfeccionan los sistemas anteriores: adquiere el acreedor el
derecho a la posesión, pero este solo se materializa en caso de
incumplimiento del deudor. Así la hipoteca se transformó en un
eficaz auxiliar del crédito, ya que el deudor podía seguir
explotando su propiedad.
Los romanos de la primera época no hicieron una clara
diferencia entre pignus e hypotheca: eran institutos similares
con nombres diferentes. En el derecho justinianeo se empezó a
distinguir la pignus como garantía mueble y la hypotheca como
inmueble.
En México, en la época precortesiana existió la prenda, aunque
no se la configurase claramente como un derecho real de
garantía: el deudor entregaba un objeto mueble o un esclavo,
hasta saldar su obligación. Es a través del derecho hispánico
que nos llegan en su forma moderna las instituciones de
garantía real, aunque al principio también aparecen confundidas
la prenda y la hipoteca. En el Fuero Real y en las Partidas se
aprecian ciertas diferencias entre ellas; es la Ley 63 de Toro que
emplea los términos prenda e hipoteca según la naturaleza
mobiliaria o inmobiliaria de los mismos; en el correr del siglo
XIX se fueron perfeccionando esos conceptos. La primera
disposición hipotecaria con una dogmática propia es la Real
Cédula de 9 de mayo de 1778, que instauro como novedad el
registro de hipotecas, para evitar el fraude a terceros. El «CC»
de 1870 acogió en su forma moderna este instituto jurídico, que
pasó sin alteraciones al «CC» de 1884. El «CC» de 1928
introdujo sensibles variantes que, según la doctrina, producen
nuevamente un acercamiento entre los institutos de la prenda y
la hipoteca.
III. La hipoteca puede ser considerada en tres aspectos: 1) como
derecho real de garantía en este sentido se distingue de las
garantías personales, como la fianza; 2) por extensión, se
denomina hipoteca a la propia garantía constituida, y 38 se
suele designar como hipoteca al bien sobre el cual recae el
derecho real.

IV. Caracteres del derecho de hipoteca. 1) Realidad. Es un


derecho real, o sea que siempre se tiene sobre el bien, aunque
éste pase a poder de otro poseedor o cambie de propietario, De
este carácter derivan los derechos de persecución, de venta y de
preferencia en el pago; el acreedor puede hacer valer su derecho
según el grado de preferencia que indique la ley y perseguir la
ejecución de la cosa, en cualquier mano en que ésta se
encuentre («a.» 2894 «CC»). Las acciones de persecución, de
venta y de preferencia son típicas de todo derecho real de
garantía; la de preferencia en el pago, lo es también de la
garantía personal, en el grado de prelación que señale la ley. La
acción persecutoria es inherente a todo derecho real, aun cuando
no se de garantía.
2) Accesoriedad. El derecho real de garantía es siempre
accesorio de una obligación personal, cuyo cumplimiento
garantiza Todo derecho de garantía, incluso la personal (fianza),
presenta este carácter de accesoriedad. El derecho principal
cuyo cumplimiento se garantiza es un crédito, una obligación de
dar que debe cumplirse en dinero. Por su carácter accesorio la
hipoteca corre la suerte de la obligación principal en cuanto a su
existencia, validez, nulidad, transmisión, extinción y
modalidades (plazos, condiciones) El crédito garantizado puede
cederse, cumpliendo las formalidades previstas por la ley («a.»
292r), pfo. primero), Si esta documentado en obligaciones a la
orden o al portador, será transmisible por endoso o por la simple
entrega del título («a.» 2926, pfo. segundo) y la hipoteca se
transmitirá en la misma forma, siguiendo a la obligación
principal.
3) Inseparabilidad. Este carácter resulta de la accesoriedad y
de la naturaleza persecutoria de la acción real. La hipoteca
seguirá al bien a pesar de las transmisiones del dominio que
sufra el mismo, y será oponible a terceros de buena o de mala fe
(«a.» 2894 «CC»).
4) Indivisibilidad. El concepto de indivisibilidad implica que,
aunque la deuda garantizada sea reducida por pagos parciales, el
gravamen hipotecario permanece integro («a.» 2911 «CC»). El
carácter de indivisibilidad tiene un fundamento práctico, para el
supuesto de que el deudor pagara parte o casi toda la deuda,
pero quedase impagada una fracción de la misma por la que el
acreedor hipotecario se viese obligado a demandar la venta del
bien; no podría ofrecerse en venta una parte alícuota de una
cosa, p.e., de un edificio, de un terreno, de la nuda propiedad de
un inmueble, del usufructo del mismo («aa.» 2901 y 2903
«CC»).
5) Especialidad. Este principio está consagrado por el «a.»
2985 «CC», según el cual la hipoteca sólo puede recaer sobre
bienes especialmente determinados, y por el «a.» 2919 «CC»,
que afirma que ''la hipoteca nunca es tácita ni general''. La
especialidad no existía en la ley antes del «CC» de 1870: la
hipoteca podía recaer sobre todo el patrimonio inmueble de un
sujeto de derecho. El mencionado código introdujo el principio
de la especialidad, que pasó al «CC» de 1928. Además de tener
por objeto bienes especialmente determinados la hipoteca se
debe fincar sobre bienes o derechos enajenables («a.» 2906
«CC») es decir, deben estar en el comercio de los hombres y no
ser inalienables, como p.e., el patrimonio de familia, los ejidos,
las cosas notables de la cultura nacional («aa.» 833 y 834
«CC»), etc. El principio de la especialidad afecta asimismo a la
suma de dinero garantizada y a sus intereses. El código no lo
dice directa mente; pero por vía de interpretación se deduce de
los «aa.» 2915 y 2917 «CC»;. según el primero de ellos, la
hipoteca sólo garantiza intereses hasta tres años salvo pacto
expreso debidamente registrado; según el segundo (que se
remite a los «aa.» 2317 y 2320) la hipoteca que exceda
determinado valor deberá extenderse en escritura pública; o sea,
que necesariamente deberá expresarse el monto de la deuda
garantizada.
6) Publicidad. La hipoteca debe ser publicada inscribiéndola
en el Registro Público («aa.» 2999, 3002 y ss. del «CC»). El
requisito de la inscripción es indispensable para que el
gravamen tenga validez frente a terceros; pero la falta de
inscripción no invalida el acto realizado entre las partes. En
derecho comparado, encontramos legislaciones que exigen la
inscripción como requisito formal de validez aun para las partes
contratantes, y Ja fecha de constitución de la hipoteca es aquella
de su inscripción en el registro respectivo.
7) Formalidad. La hipoteca requiere determinados requisitos
formales de validez, que varían según el origen de la misma.
Nunca es tácita («a.» 2919 «CC») ni se presume. La que nace
de contrato, se extenderá en ''documento privado, firmado por
los contratantes ante dos testigos cuyas firmas se ratifiquen ante
notario, juez de paz o Registro Público de la Propiedad'', si su
monto no excede de cierta suma módica, que ha variado con el
tiempo («a.» 2317 «CC»). Si excede de esa cantidad, deberá
otorgarse en escritura pública. La que garantiza obligaciones a
la orden o al portador necesita de la formalidad necesaria para
revestir de validez a esos documentos; la constituida por
testamento («a.» 1448 «CC»), como éste puede otorgarse en
documento público o privado, en la misma forma se extenderá
la hipoteca hecha por el legatario a favor de su acreedor.

V. Clases de hipoteca. La hipoteca, en el sistema del «CC»,


puede ser voluntaria o necesaria. La primera se reglamenta en
los «aa.» 2920 a 2930 y es la convenida entre partes o por
disposición unilateral del dueño de los bienes (incluso por
última voluntad, «a.» 1448 «CC»). La hipoteca necesaria se
reglamenta en los «aa.» 2931 a 2939 «CC»; tiene su origen en
un mandato legal y su finalidad consiste en preservar los
derechos o intereses de determinado tipo de personas, colocadas
en situación de inferioridad, ya sea por minoría de edad u otra
clase de incapacidad (los sometidos a patria potestad o tutela), o
bien los intereses de los administrados forzosos cuyos
administradores deben garantizar su gestión (coherederos,
legatarios, ciudadanos con relación al fisco, etc.).

VI. Efectos de la hipoteca. La hipoteca afecta directamente el


bien hipotecado al cumplimiento de la obligación, de modo que
puede ser vendido en subasta pública para pagar con el precio
obtenido la deuda que se garantizó.

VII. Acción hipotecaria. El derecho de hipoteca se puede hacer


valer en juicio mediante una acción real. que da lugar a un
juicio sumario de carácter especial, con tramites muy
abreviados («aa.» 468 a 488 «CPC»). Según el «a.» 12 «CPC»,
esta acción se intentará ''para constituir, ampliar y registrar una
hipoteca, o bien, para obtener el pago o prelación del crédito
que la hipoteca garantice''. La acción hipotecaria prescribe a los
diez años (a. 2918 «CC»).

VIII. Extinción de la hipoteca, Las causas de extinción de la


hipoteca están previstas en los «aa.» 2940 (extinción respecto
de terceros). y 2941 (extinción entre las partes). Pueden
agruparse en: 1) relativas al bien hipotecado: extinción (a. 2941,
«fr.» I «CC») o expropiación (fr. IV); 2) relativas a la
obligación a que sirvió de garantía: su extinción, prevista en la
«fr.» II, que a su vez comprende el cumplimiento forzoso
mediante remate del bien hipotecado (fr. V) y la remisión hecha
por el acreedor (fr, VI); 3) relativas al derecho del deudor sobre
el bien hipotecado: tu extinción o resolución (fr. III); 4)
relativas a la acción hipotecaria: su prescripción (fr. VII). Las
causales previstas en el «a.» 2941 no son taxativas, sino
enumerativas, y 5) relativas al registro: su cancelación, que la
extingue respecto a los terceros (a. 2940 «CC»).

HIPOTECA
I. (Del latín, hypotheca, y éste del griego, hypotékes prenda;
suposición, en el sentido de poner una cosa debajo de otra,
añadirla; apoyar, sostener o asegurar una obligación.) Derecho
real de garantía constituido por convención entre las partes, por
manifestación unilateral de voluntad o por imperio de la ley,
para asegurar el pago de un crédito, sobre bienes que no se
entregan al acreedor y que, en caso de incumplimiento, pueden
ser vendidos para cubrir con su precio el monto de la deuda.

II. La hipoteca existía ya en el derecho griego; se caracterizaba


por la entrega que el deudor hacia a su acreedor de un bien
inmueble para garantizar el pago de una deuda; el acreedor
podía usar el inmueble dado en garantía, a cuenta de los
intereses debidos. Era esta una garantía real. El derecho romano
utilizo la garantía real, que pasó por tres etapas en su evolución:
I) el deudor entregaba al acreedor el dominio temporal de una
cosa mediante la mancipatio o la in iure cessio, con un pacto de
fidutia, por el cual el acreedor se comprometía a devolver el
bien cuando la obligación quedara satisfecha 2) en una segunda
etapa, se daba al acreedor la posesión de la cosa garante, pero
no el dominio revocable; este sistema se denominó pignus
(prenda) y la cosa prendada se restituía al cancelarse la
obligación, y 3) la tercera etapa fue la de la hypotheca, donde se
perfeccionan los sistemas anteriores: adquiere el acreedor el
derecho a la posesión, pero este solo se materializa en caso de
incumplimiento del deudor. Así la hipoteca se transformó en un
eficaz auxiliar del crédito, ya que el deudor podía seguir
explotando su propiedad.
Los romanos de la primera época no hicieron una clara
diferencia entre pignus e hypotheca: eran institutos similares
con nombres diferentes. En el derecho justinianeo se empezó a
distinguir la pignus como garantía mueble y la hypotheca como
inmueble.
En México, en la época precortesiana existió la prenda, aunque
no se la configurase claramente como un derecho real de
garantía: el deudor entregaba un objeto mueble o un esclavo,
hasta saldar su obligación. Es a través del derecho hispánico
que nos llegan en su forma moderna las instituciones de
garantía real, aunque al principio también aparecen confundidas
la prenda y la hipoteca. En el Fuero Real y en las Partidas se
aprecian ciertas diferencias entre ellas; es la Ley 63 de Toro que
emplea los términos prenda e hipoteca según la naturaleza
mobiliaria o inmobiliaria de los mismos; en el correr del siglo
XIX se fueron perfeccionando esos conceptos. La primera
disposición hipotecaria con una dogmática propia es la Real
Cédula de 9 de mayo de 1778, que instauro como novedad el
registro de hipotecas, para evitar el fraude a terceros. El «CC»
de 1870 acogió en su forma moderna este instituto jurídico, que
pasó sin alteraciones al «CC» de 1884. El «CC» de 1928
introdujo sensibles variantes que, según la doctrina, producen
nuevamente un acercamiento entre los institutos de la prenda y
la hipoteca.

III. La hipoteca puede ser considerada en tres aspectos: 1) como


derecho real de garantía en este sentido se distingue de las
garantías personales, como la fianza; 2) por extensión, se
denomina hipoteca a la propia garantía constituida, y 38 se
suele designar como hipoteca al bien sobre el cual recae el
derecho real.

IV. Caracteres del derecho de hipoteca. 1) Realidad. Es un


derecho real, o sea que siempre se tiene sobre el bien, aunque
éste pase a poder de otro poseedor o cambie de propietario, De
este carácter derivan los derechos de persecución, de venta y de
preferencia en el pago; el acreedor puede hacer valer su derecho
según el grado de preferencia que indique la ley y perseguir la
ejecución de la cosa, en cualquier mano en que ésta se
encuentre («a.» 2894 «CC»). Las acciones de persecución, de
venta y de preferencia son típicas de todo derecho real de
garantía; la de preferencia en el pago, lo es también de la
garantía personal, en el grado de prelación que señale la ley. La
acción persecutoria es inherente a todo derecho real, aun cuando
no se de garantía.
2) Accesoriedad. El derecho real de garantía es siempre
accesorio de una obligación personal, cuyo cumplimiento
garantiza Todo derecho de garantía, incluso la personal (fianza),
presenta este carácter de accesoriedad. El derecho principal
cuyo cumplimiento se garantiza es un crédito, una obligación de
dar que debe cumplirse en dinero. Por su carácter accesorio la
hipoteca corre la suerte de la obligación principal en cuanto a su
existencia, validez, nulidad, transmisión, extinción y
modalidades (plazos, condiciones) El crédito garantizado puede
cederse, cumpliendo las formalidades previstas por la ley («a.»
292r), pfo. primero), Si esta documentado en obligaciones a la
orden o al portador, será transmisible por endoso o por la simple
entrega del título («a.» 2926, pfo. segundo) y la hipoteca se
transmitirá en la misma forma, siguiendo a la obligación
principal.
3) Inseparabilidad. Este carácter resulta de la accesoriedad y
de la naturaleza persecutoria de la acción real. La hipoteca
seguirá al bien a pesar de las transmisiones del dominio que
sufra el mismo, y será oponible a terceros de buena o de mala fe
(«a.» 2894 «CC»).
4) Indivisibilidad. El concepto de indivisibilidad implica que,
aunque la deuda garantizada sea reducida por pagos parciales, el
gravamen hipotecario permanece integro («a.» 2911 «CC»). El
carácter de indivisibilidad tiene un fundamento práctico, para el
supuesto de que el deudor pagara parte o casi toda la deuda,
pero quedase impagada una fracción de la misma por la que el
acreedor hipotecario se viese obligado a demandar la venta del
bien; no podría ofrecerse en venta una parte alícuota de una
cosa, p.e., de un edificio, de un terreno, de la nuda propiedad de
un inmueble, del usufructo del mismo («aa.» 2901 y 2903
«CC»).
5) Especialidad. Este principio está consagrado por el «a.»
2985 «CC», según el cual la hipoteca sólo puede recaer sobre
bienes especialmente determinados, y por el «a.» 2919 «CC»,
que afirma que ''la hipoteca nunca es tácita ni general''. La
especialidad no existía en la ley antes del «CC» de 1870: la
hipoteca podía recaer sobre todo el patrimonio inmueble de un
sujeto de derecho. El mencionado código introdujo el principio
de la especialidad, que pasó al «CC» de 1928. Además de tener
por objeto bienes especialmente determinados la hipoteca se
debe fincar sobre bienes o derechos enajenables («a.» 2906
«CC») es decir, deben estar en el comercio de los hombres y no
ser inalienables, como p.e., el patrimonio de familia, los ejidos,
las cosas notables de la cultura nacional («aa.» 833 y 834
«CC»), etc. El principio de la especialidad afecta asimismo a la
suma de dinero garantizada y a sus intereses. El código no lo
dice directa mente; pero por vía de interpretación se deduce de
los «aa.» 2915 y 2917 «CC»;. según el primero de ellos, la
hipoteca sólo garantiza intereses hasta tres años salvo pacto
expreso debidamente registrado; según el segundo (que se
remite a los «aa.» 2317 y 2320) la hipoteca que exceda
determinado valor deberá extenderse en escritura pública; o sea,
que necesariamente deberá expresarse el monto de la deuda
garantizada.
6) Publicidad. La hipoteca debe ser publicada inscribiéndola
en el Registro Público («aa.» 2999, 3002 y ss. del «CC»). El
requisito de la inscripción es indispensable para que el
gravamen tenga validez frente a terceros; pero la falta de
inscripción no invalida el acto realizado entre las partes. En
derecho comparado, encontramos legislaciones que exigen la
inscripción como requisito formal de validez aun para las partes
contratantes, y Ja fecha de constitución de la hipoteca es aquella
de su inscripción en el registro respectivo.
7) Formalidad. La hipoteca requiere determinados requisitos
formales de validez, que varían según el origen de la misma.
Nunca es tácita («a.» 2919 «CC») ni se presume. La que nace
de contrato, se extenderá en ''documento privado, firmado por
los contratantes ante dos testigos cuyas firmas se ratifiquen ante
notario, juez de paz o Registro Público de la Propiedad'', si su
monto no excede de cierta suma módica, que ha variado con el
tiempo («a.» 2317 «CC»). Si excede de esa cantidad, deberá
otorgarse en escritura pública. La que garantiza obligaciones a
la orden o al portador necesita de la formalidad necesaria para
revestir de validez a esos documentos; la constituida por
testamento («a.» 1448 «CC»), como éste puede otorgarse en
documento público o privado, en la misma forma se extenderá
la hipoteca hecha por el legatario a favor de su acreedor.

V. Clases de hipoteca. La hipoteca, en el sistema del «CC»,


puede ser voluntaria o necesaria. La primera se reglamenta en
los «aa.» 2920 a 2930 y es la convenida entre partes o por
disposición unilateral del dueño de los bienes (incluso por
última voluntad, «a.» 1448 «CC»). La hipoteca necesaria se
reglamenta en los «aa.» 2931 a 2939 «CC»; tiene su origen en
un mandato legal y su finalidad consiste en preservar los
derechos o intereses de determinado tipo de personas, colocadas
en situación de inferioridad, ya sea por minoría de edad u otra
clase de incapacidad (los sometidos a patria potestad o tutela), o
bien los intereses de los administrados forzosos cuyos
administradores deben garantizar su gestión (coherederos,
legatarios, ciudadanos con relación al fisco, etc.).

VI. Efectos de la hipoteca. La hipoteca afecta directamente el


bien hipotecado al cumplimiento de la obligación, de modo que
puede ser vendido en subasta pública para pagar con el precio
obtenido la deuda que se garantizó.

VII. Acción hipotecaria. El derecho de hipoteca se puede hacer


valer en juicio mediante una acción real. que da lugar a un
juicio sumario de carácter especial, con tramites muy
abreviados («aa.» 468 a 488 «CPC»). Según el «a.» 12 «CPC»,
esta acción se intentará ''para constituir, ampliar y registrar una
hipoteca, o bien, para obtener el pago o prelación del crédito
que la hipoteca garantice''. La acción hipotecaria prescribe a los
diez años (a. 2918 «CC»).

VIII. Extinción de la hipoteca, Las causas de extinción de la


hipoteca están previstas en los «aa.» 2940 (extinción respecto
de terceros). y 2941 (extinción entre las partes). Pueden
agruparse en: 1) relativas al bien hipotecado: extinción (a. 2941,
«fr.» I «CC») o expropiación (fr. IV); 2) relativas a la
obligación a que sirvió de garantía: su extinción, prevista en la
«fr.» II, que a su vez comprende el cumplimiento forzoso
mediante remate del bien hipotecado (fr. V) y la remisión hecha
por el acreedor (fr, VI); 3) relativas al derecho del deudor sobre
el bien hipotecado: tu extinción o resolución (fr. III); 4)
relativas a la acción hipotecaria: su prescripción (fr. VII). Las
causales previstas en el «a.» 2941 no son taxativas, sino
enumerativas, y 5) relativas al registro: su cancelación, que la
extingue respecto a los terceros (a. 2940 «CC»).

HOMICIDIO
I. Del latín homicidium, homicidio, asesinato, la Lex Cornelia
de Sicariis et Veneficis, normación rogada, propuesta por Sila
(en el año 81 antes de C.), castigaban igualmente al homicidio
consumado que la tentativa, extendiendo su represividad a las
cuadrillas de bandoleros, con finalidades homicidas y el
denominado delito de encantamiento.
Puede decirse que, en términos generales, el homicidio
consiste en la privación de la vida a un ser humano, sin
distinción de condiciones de ningún genero.
El bien jurídico es la vida humana (sin duda el primero de los
valores penalmente tutelados), de él dimanan el resto de los
valores, ya que sin él carecerían de sentido y de virtualidad
práctica.
Pero el fin de la tutela rebasa con mucho, el estricto ámbito
individual, la vida del hombre es protegida por el Estado no
solamente en función de la particularidad concreta de cada cual,
sino en consideración al interés de la colectividad.
De esta manera, la vida humana se erige en bien de carácter
eminentemente público, social, dado que el elemento
poblacional es esencia, fuerza y dinamicidad de la actividad del
Estado, en cuanto forma suprema de organización de la
sociedad.
El concepto legal de homicidio es bien claro en el «CP», así el
«a.» 302 dise: ''Comete el delito de homicidio: el que priva de la
vida a otro''. La abstracción descriptiva del legislador es concisa
y concreta, la materialidad de la acción homicida reside en
''privar de la vida a otro'', y ese otro siempre será un ser
humano.

II. Establecido el tipo, cabe detectar los elementos integrantes


del mismo: hay un presupuesto lógico y dos elementos
constitutivos.
1) Presupuesto lógico. Al consistir el delito en la privación de
la vida de un ser humano, la condición previa e ineludible para
su configuración es la existencia de una persona viva. Poco
importa, a los efectos penales, que la viabilidad de la misma sea
precaria o exultante, basta con la actividad vital de la existencia.
2) Primer elemento. El hecho de muerte autentica
sustantividad material del delito, La privación de la vida debe
ser producto de una actividad idónea para causarla, lo que
permite afirmar que puede ser debida al empleo de medios
físicos, de omisiones e incluso de violencias meramente
morales; lo anterior comporta la necesaria relación o nexo de
causalidad entre actividad, en amplio sentido, y el resultado
letal.
3) Segundo elemento. La muerte deberá ser producida,
intencional o imprudentemente, por otra persona. Dicho de otra
forma, la privación de la vida ha de ser realizada dolosa o
culposamente; por lo tanto, el homicidio causal no constituirá
delito.
Siguiendo en la parcela específica de nuestro ordenamiento
punitivo, cabe añadir (de conformidad con lo dispuesto en el
«a.» 303 del «CP») que para la perfecta configuración delictiva
(y concretamente para su punibilidad), a necesario tener en
cuenta el contenido de las «frs.» del precepto citado: siendo de
destacar (dentro de las tres que lo componen) la «fr.» II: ''Que la
muerte del ofendido se verifique dentro de los sesenta días,
contados desde que fue lesionado''.
Se trata (esta referencia temporal) de un elemento normativo
del evento delictivo entendida -aquí- la normatividad como una
exigida y exigente pretensión de validez en referencia a la
perfección del tipo de homicidio.

III. Los tipos del delito de homicidio pueden agruparse en tres


grandes rúbricas: 1) homicidios simples intencionales, cuya
caracterización viene determinada por la ausencia de
circunstancias calificativas en el hecho delictuoso; 2)
homicidios atenuados, en los que la punición es disminuida en
consideración a muy concretas circunstancias (de diversos
ordenes) concurrentes en la dinamicidad fáctica y 3),
homicidios calificados o agravados, en los que se detecta la
presencia de una o varias: circunstancias agravatorias de la
responsabilidad penal.
En los primeros, la integración del tipo se realiza a base del a,
302 (tipicidad) y del «a.» 307 del «CP».
En los segundos, su concreción típica abarca distintas
hipótesis: así, homicidio cometido en riña o duelo (a 308 del
«CP»); homicidio con incertidumbre en cuanto al autor («a.»
309 del «CP»), homicidio en caso de sorprender al cónyuge, y a
su coactuante, en el acto carnal o próximo a su consumación
(«a.» 310 del «CP»), homicidio del corruptor del descendiente,
bajo patria potestad («a.» 311 del «CP»), y homicidio-suicidio
perpetrado con el consentimiento de la víctima («a.» 312 del
«CP»).
En los terceros, existe la concurrencia de las calificativas de
premeditación (a 315 del «CP»), de ventaja («aa.» 316 y 311
del «CP»), de alevosía («a.» 318 del «CP») y de traición («a.»
319 del «CP») todos ellos completados con la punibilidad
establecida en el «a.» 320 del «CP».
Junto a los anteriores tipos de homicidios intencionales se
encuentran los realizados culposamente, es decir, no
intencionales o imprudentes que son aquellos en los que el
resultado fatal adviene como consecuencia de actuar el sujeto
activo del delito con imprevisión, negligencia, impericia, falta
de reflexión o de cuidado («a.» 8, último pfo, del «CP»).
Hay un muy considerable grupo de legislaciones en las que el
tipo de homicidio calificado recibe el nombre de asesinato.
Cabe puntualizar que el intervalo de punibilidad en los
homicidios culposos imprudenciales o no intencionales, viene
dado -en términos generales -por la regulación preceptuada en
los «aa.» 60, 61 y 62 del «CP».
Especial relevancia adquiere, en el homicidio, el problema de
la relación de causalidad o nexo causal entre la acción
(entendida en amplio sentido) y el resultado mortal; esta tesitura
cuestionante recibe su tratamiento normativo en la conjunción
de los «aa.» 303, 304 y 305 del «CP»; la regulación,
excesivamente casuística, en la opinión de la crítica más
autorizada, es semillero de confusión y de discrepancias.
El tratamiento de los tipos de tentativa queda instrumentado a
través de los «aa.» 12 y 63 del «CP», de los cuales, el primero
determina la conceptuación de la misma, y el segundo establece
su punibilidad.
Junto a los tipos de daño (y también ubicado en el c. II, del
«tít.» XIX del «CP»), se encuentran dos tipos de peligro: el
primero, descrito en la «fr.» I del «a.» 306, conocido como
disparo de arma de fuego y el segundo, concretizado en la fr, II
del propio a . 306, que recibe la denominación de ataque
peligroso.
Finalmente, parece conveniente agregar (en contra de una
común y errónea creencia, ampliamente difundida) que
solamente en los más elevados grados de la evolución moral y
jurídica de los pueblos civilizados, es cuando el homicidio
adquiere la consideración del delito más grave y repudiable.

HUELGA
I. Es la suspensión temporal del trabajo llevada a cabo por una
coalición de trabajadores («a.» 440 LFT). Para la doctrina la
huelga es la suspensión concertada del trabajo qué responde a la
idea de la justicia social, como un régimen transitorio, en espera
de una transformación de las estructuras políticas, sociales y
jurídicas, que pongan la riqueza y la economía al servicio de
todos los hombres y de todos los pueblos para lograr la
satisfacción integral de sus necesidades (De la Cueva).

II. Para los autores contemporáneos la huelga no forma parte de


los llamados conflictos de trabajo, sino que constituye un medio
para lograr determinados objetivos sociales, cuando se
presentan dichos conflictos en las relaciones obrero-patronales.
La huelga es solo un acto que forma parte de la lucha obrera
como consecuencia de una pugna de intereses que rebasa y se
impone al conflicto mismo y que deriva de su exigencia para
establecer determinadas condiciones de trabajo, ya sea cuando
se pretenda el retorno a un orden establecido o cuando se
busque un acuerdo interpartes, si se trata de una controversia de
naturaleza económica. Esta idea ha llevado a considerar si la
huelga es en realidad un derecho, pues si examinamos el
pensamiento de Carlos Gide la huelga no es sino un estado de
guerra económica que tiene por objeto obtener por la fuerza lo
que no puede conseguirse a través de un proceso conciliatorio.
En la táctica de su planteamiento existe todo un andamiaje
sociopolítico que se caracteriza por una estrategia previamente
calculada; una declaración súbita con la cual se inicia la
campaña; una organización de las hostilidades y la creación de
un fondo de resistencia. Y al igual que ocurre en la guerra, los
huelguistas buscan aliados en otros grupos de trabajadores que
representen sus mismos intereses profesionales o en los sectores
de opinión. Pretenden apoyo a sus pretensiones y piden que
luchen a su lado; situaciones que se asemejan a las alianzas de
las guerras internacionales''. La huelga -agrega Cabanellas-
''revela la imperfección de un orden donde no cabe una
valoración suficiente para aplicar formas que puedan adecuarse
a las diversas situaciones que en el desarrollo industrial pueden
producirse; ello sin contar con la interferencia de diversos
factores que son de tal naturaleza como para tornar esas
interferencias más sensibles aún, si no se consideran los estados
de fuerza que las preceden, acompañan o siguen''.

III. En la legislación mexicana encontramos varios conceptos


respecto de la huelga. En el «a.» 123 de la C se permitió a los
trabajadores y patrones la suspensión del trabajo como un
derecho fundamental (fr. XVII); pero no se definió la huelga,
esto correspondió a los estados de la República, los cuales, a
partir del año 1918 iniciaron la promulgación de sus respectivas
leyes del trabajo, en las que algunas expresaron que ''se entiende
por huelga el acto concertado y colectivo por medio del cual los
trabajadores suspenden la prestación del servicio convenido con
objeto de establecer la defensa de sus intereses''; otros señalaron
que ''la huelga es el acto concertado y colectivo por el cual los
trabajadores suspenden la prestación del trabajo convenido'', y
los más la definieron como ''las acciones conjuntas de la
mayoría de los trabajadores de una empresa que suspenden las
labores sin rescindir su contrato para obligar al patrón a acceder
a demandas previamente hechas''. Quizás una de las
definiciones más técnicas lo sea la del legislador del Estado de
Oaxaca, quien definió, la huelga como ''la acción colectiva de
los trabajadores que mediante la suspensión temporal de sus
labores habituales, tiene por fin equilibrar los diversos factores
de la producción, armonizando los derechos de los trabajadores
con los derechos de los patrones''.
En el proyecto de Código del Trabajo presentado por Emilio
Portes Gil, cuando fue presidente de la República, e argumentó
que: ''la huelga en sí misma no es un derecho, sino un medio de
coacción que la Constitución reconoce y le da vida jurídica para
obtener tal derecho. La huelga debe ser: la manifestación de un
malestar colectivo para que pueda ser considerada como licita,
pues el constituyente sólo ha buscado armonizar los derechos
del trabajo y del capital, considerándolos como factores de la
producción y sólo cuando esa arma se ha perdido y existe un
desequilibrio en dichos factores, es cuando la huelga resulta
lícita''.
De estos antecedentes surgió la definición que dio el legislador
de 1931, quien dijo: ''Huelga es la suspensión temporal del
trabajo como resultado de una coalición de trabajadores'' («a.»
159 «LFT» 1931). A esta definición se le agregó, en una
reforma que tuvo un lugar el año de 1941, la palabra ''legal'' con
apoyo en el criterio de que toda suspensión del trabajo ha de ser
legal. Sin embargo, pese a que se quiso recalcar la idea de que
el orden jurídico protege el derecho de huelga únicamente
cuando se ejerce por caminos legales, el legislador de 1970
prefirió suprimir tal atributo por considerar que la huelga es
.sólo un acto jurídico sujeto a la observancia de determinadas
prevenciones legales que, cuando faltan, hacen que el acto sea
inexistente o nulo. De ahí la definición que actualmente rige.

IV. Los siguientes son los objetivos que se pueden perseguir


con la huelga: a) conseguir el equilibrio entre los factores de la
producción, armonizando los derechos del trabajo con los del
capital; b) obtener del patrón o patrones la celebración del
contrato colectivo de trabajo y exigir su revisión al terminar el
periodo de su vigencia; c) obtener de los patrones la celebración
del contrato-ley y exigir su revisión al terminar el periodo de su
vigencia; d) exigir el cumplimiento del contrato-ley en las
empresas o establecimientos en que hubiese sido celebrado c)
exigir el cumplimiento de las disposiciones legales sobre
participación de utilidades; f) exigir la revisión anual de los
salarios contractuales, y g) apoyar una huelga que tenga por
objeto alguno de los enumerados anteriormente («a.» 450 LFT).
Durante largo tiempo se otorgó a la huelga la característica de
ser un movimiento de insurrección que buscaba el cambio
social. Hoy es un simple instrumento de lucha contra un patrón,
que no solo busca la solución de un conflicto de intereses sino
el apoyo social; trata de persuadir a la opinión pública de la
legitimidad de tales intereses y en su ejercicio ya no se ostenta
contra las personas; los métodos han cambiado y se procura la
protección y comprensión del Estado cuando el movimiento se
estima plenamente justificado. La huelga es hoy un fenómeno
de entendimiento entre el capital y el trabajo que, separados de
sus fines, han de aceptar soluciones con la voluntad estatal, en
la protección de sus respectivos intereses. Por ello Couture
considera que la huelga es un recurso de autodefensa cuyo
planteamiento es legítimo e igualmente su transitoriedad
histórica.
El derecho de huelga se encuentra actualmente ajustado a la
naturaleza jurídica del derecho del trabajo y al concepto
permanentemente sostenido del imperio de la justicia social. Su
inclusión dentro de las normas constitucionales en varios países
permite sustentarlo, como lo intuyó e impuso el constituyente
mexicano desde 1917, a la altura de una garantía social y por
encima de cualquier otro mandamiento. La huelga acto jurídico
como hemos dicho, contiene en su esencia una voluntad y un
propósito: la voluntad de un grupo de trabajadores de llevar a
cabo una suspensión legal de sus actividades el propósito de
obtener mejores condiciones de trabajo.
V. La legislación mexicana distingue entre huelga legalmente
existente y huelga legalmente inexistente: entre huelga lícita y
huelga ilícita; entre huelga justificada y huelga injustificada.
Huelga legalmente existente es la que satisface los requisitos y
objetivos a los que ya hemos hecho referencia («a.» 144 LFT),
Huelga legalmente inexistente es aquella en la cual la
suspensión del trabajo se realiza por un número de trabajadores
menor al fijado en el «a.» 451 «fr.» I de la «LFT», la que no
haya tenido por objeto alguno de los establecidos en el «a.» 450
o aquella en la que no se hayan cumplido los requisitos
señalados en el «a.» 452 («a.» 453 LFT). Huelga lícita es la que
tenga por objeto conseguir el equilibrio entre los diversos
factores de la producción, armonizando los derechos del trabajo
con los del capital («a.» 123 «fr.» XVIII de la C). Huelga ilícita
es aquella en la que la suspensión del trabajo se realice con
violencia contra las personas o las propiedades, o en caso de
guerra, cuando los trabajadores pertenezcan a establecimientos
y servicios que dependan del gobierno («a.» 123 «fr.» XVIII de
la C y «a.» 445 LFT). Huelga justificada es aquella cuyos
motivos son imputables al patrón («a.» 446 LFT). Huelga
injustificada es la que se declara cuando la parte patronal ha
accedido a las demandas de los trabajadores y a pesar de esta
circunstancia se lleva a cabo la suspensión de las labores.
La injustificación de una huelga nos la ha aclarado la
jurisprudencia de la «SCJ», que ha dicho que: ''Para establecer
imputabilidad de los motivos de una huelga que persiguió como
finalidad la revisión del contrato colectivo de trabajo, y
mediante esta, el aumento de los salarios que devengaban los
obreros, debe atenderse a los antecedentes que motivaron la
suspensión de labores, así como la actitud fundada o infundada
de la parte patronal al negarse a aceptar las demandas de los
trabajadores huelguistas. Ahora bien, si aparece que el patrono
no accedió a lo solicitado por los obreros en su pliego de
peticiones, y estos últimos no produjeron durante el
procedimiento, los elementos bastantes para evidenciar la
injustificación de la actitud de aquel, mismos que era
indispensable haber proporcionado, no puede decirse que los
motivos de huelga sean imputables a dicho patrono'' (tesis núm.
119 Apéndice del «SJF», 1917-1975, quinta parte, Cuarta Sala.
La huelga, en síntesis, ha de contemplarse hoy en día como un
acto normal, de carácter funcional, que tiene como finalidad
justa y equitativa, garantizar al asalariado su situación
económica y un trato respetuoso en la relación de trabajo, pues
es regla de la convivencia social que si unos mandan y otros se
ven obligados a obedecer, los choques o las luchas en que dos
partes se enfrentan deben guardar un prudente equilibrio que
permita la subsistencia de sus respectivos puntos de vista. En
nuestro medio de trabajo actual, no se puede dar la figura de un
patrón arbitrario ni la de un sindicato dócil que acepte las reglas
de juego que aquel quiera establecer: pero tampoco debe
proscribirse la negociación, ya que al final de cualquier
problema de huelga el entendimiento de las partes viene a ser la
única fórmula de solución y así se desprende de toda la
legislación que regula esta materia.

IGLESIA
I. (Del griego y de ahí al latín: ecclesia: congregación.) De
manera verdaderamente peculiar dentro de los países con
estatuto democrático, en México el Estado se ha arrogado la
facultad de reglamentar las instituciones (''iglesias o
asociaciones religiosas'') con fines religiosos y el culto público
que realizan y promueven. La situación está contemplada en los
«aa.» 3o., 5o., 27 («frs.» II y III), y, particularmente, en el 130
de la C; además, en las respectivas leyes reglamentarias, y de
modo especial, en la Ley Reglamentaria del Artículo 130 de la
Constitución Federal publicada en el «DO», el 18 de enero de
1927, llamada comúnmente ''ley de cultos''.

II. No es éste el lugar para describir y analizar los prolijos


antecedentes ideológicos e históricos que han originado la
legislación actual en materia religiosa; valga decir,
simplemente, que hunden sus raíces en la creación del Regio
Patronato Indiano, por el Papa Alejandro VI y en la bula
Universalis ecclesiae de Julio II (28-VII-1508). Ya en el siglo
XIX, encontramos las Leyes de Reforma, entre las que
destacan: Decreto que Dispone la Desamortización de Fincas
Rústicas y Urbanas que Administren como Propietarios las
Corporaciones Civiles o Eclesiásticas de la República, de 25 de
junio de 1856; Ley de Nacionalización de Bienes Eclesiásticos,
de 12 de julio de 1859; Ley sobre Ocupación de Bienes
Eclesiásticos, de 13 de julio de 1859; Ley sobre el Matrimonio
Civil, de 23 de julio de 1859; Ley de Secularización de
Cementerios y Panteones, de 31 de julio de 1859; y otras más.
El último paso lo dio el Constituyente de Querétaro (1916-17),
en donde se fijaron las reglas vigentes. Sin embargo, bajo la
administración de Plutarco Elías Calles se planteó un grave
conflicto que perturbó la estabilidad nacional, cuando el intento
de aplicar esas disposiciones condujo a una guerra civil que se
conoce como ''Guerra de los Cristeros'' (1926-1929). Con ese
motivo, el Estado se ha visto obligado desde entonces a
atemperar la aplicación de dichas disposiciones.
Aquí tampoco es nuestra intención, tratar de justificar o
criticar la conveniencia o inconveniencia de dicha legislación,
ni la oportunidad de conservarla hasta nuestros días, aun sin
aplicarla.
III. Si bien podría decirse que la legislación mexicana en esta
materia contempla por igual a todas las instituciones religiosas
y al culto respectivo al margen del credo que profesan, es
evidente que desde su mismo origen se ha dirigido
específicamente hacia la religión católica, por las siguientes
razones: más del 90% de la población del país declara
profesarla; las Leyes de Reforma y el c. de la C referente a la
materia se enderezaron contra la Iglesia Católica, como se
desprende de la lectura del Diario de Debates del Constituyente;
los legisladores que han intervenido en esa elaboración
prácticamente no conocían otros credos religiosos; y,
finalmente, por las características de la misma legislación
resulta casi inaplicable a una religión distinta de la católica.

IV. Los lineamientos fundamentales de la legislación mexicana


con relación a las asociaciones religiosas son: a) carecen de
personalidad jurídica («a.» 130 de la C, pfo. quinto); b) no
pueden tener bienes raíces («a.» 27 C, «fr.» II), disposición
ociosa ya que al no contar con personalidad jurídica no
solamente están impedidas de tener bienes inmuebles, sino
cualquier clase de bien; c) los templos destinados al culto
público son propiedad de la Nación («a.» 27, «fr.» II); d) el
culto público deberá celebrarse exclusivamente dentro de los
templos, ''los cuales estarán bajo la vigilancia de la autoridad''
(«a.» 24 C); e) prohibición para el posible establecimiento de
órdenes monásticas («a.» 5o. pfo. quinto de la C); f) es facultad
de las legislaturas locales determinar el número de ministros de
los cultos que puede haber en las entidades federativas para los
miembros de una Iglesia («a.» 130, pfo. séptimo de la C); g)
nunca se dará reconocimiento oficial a los estudios realizados
dentro de los planteles destinados a la formación de ministros
de culto («a.» 130, pfo. duodécimo de la C); h) las
publicaciones periódicas dé carácter confesional tienen
prohibido comentar en algún sentido asuntos políticos
nacionales o informar sobre actos de las autoridades civiles o el
funcionamiento de las instituciones públicas («a.» 130, pfo.
décimo tercero); i) las agrupaciones políticas no podrán tener
título que de alguna manera pudiera relacionarlas con las
confesiones religiosas («a.» 13 pfo. décimo cuarto), y j) el
gobierno no reconoce ningún tipo de autoridad o jerarquía
dentro de las asociaciones religiosas (a. 5 de la ley de cultos).

IGUALDAD JURÍDICA
I. La idea de igualdad ha sido, desde antiguo, una exigencia
ética fundamental que ha preocupado profundamente a la
ciencia política, a la filosofía moral, a la filosofía política, así
como a la dogmática jurídica y a la filosofía de derecho.
La idea de la igualdad dentro del mundo del derecho puede ser
considerada en dos aspectos fundamentales: 1) como un ideal
igualitario, y 2) como un principio de justicia. Estos dos
aspectos de la idea de igualdad aparecen; como veremos, en la
noción de 'garantía de igualdad' propia de la dogmática
constitucional.

II. El ideal igualitario se mantiene prácticamente inalterable


desde la formulación de los estoicos: su postura básica era:
''vivir con arreglo, a la naturaleza''. Entre la naturaleza y la
naturaleza humano hay una adecuación moral fundamental. La
naturaleza racional del hombre le impone a éste actuar de
conformidad con la recta ratio; común a todos los hombres. Esta
recta razón, emite mandatos que deben ser respetados por todos
los hombres, puesto que son conformes a la naturaleza racional
de todos ellos. Esta concepción trae como resultado el ideal de
un derecho común a todos: un ''derecho'' para el género
humano, cuya característica cosmopolita y universal se deja
fácilmente sentir en la expresión 'ius gentium' que los romanos
harían célebre.
En la filosofía estoica es donde se forjo el ideal ético de la
humanidad: la igualdad de todos los hombres. Sobre la base de
la naturaleza racional del ser humano se proclama la igualdad
de griegos, bárbaros, aristócratas, plebeyos, libres y esclavos. El
corolario, de la recta ratio es, así, la idea de un derecho
universal. un ius natura humani generis. El mérito (moral del
derecho positivo depende de su correspondencia con el ius
communis generi humano, propio de la naturaleza racional del
hombre y cuyos principios constituyen el modelo del derecho
positivo y de la justicia humana.
Existen siempre dos derechos para el hombre: el derecho
positivo de su ciudad y el derecho de la ciudad universal, igual
para todos las costumbres son diversas múltiples; la razón es
una. La recta ratio es una politeia universal.
La justicia, se identifica con aquel ''derecho'' superior de la
razón. Este ''derecho'' único, de carácter racional, seria el
antecedente de la teoría del derecho natural moderno la cual
habría de influir decisivamente, en el constitucionalismo
moderno. Con el ideal igualitario estoico surge un nuevo ideal
político: los gobernantes deben conformar sus actos a esa
politeia universal. La tarea inmediata consistió en buscar
positivizar esos principios igualitarios y establecer un ''estado
de derecho racional''. Esto, en buena parte, fue tarea de los
jurisconsultos romanos.
Fue mérito de Cicerón haber dado una formulación casi
definitiva al ideal igualitario estoico y a su doctrina del derecho
natural. De el paso a los jurisconsultos romanos, los
jurisconsultos romanos, además de su derecho positivo,
conciben la existencia de ciertos principios éticos referidos al
derecho, los cuales constituían un patrón universal, más que
natural, racional. Estos principios debían regir de la misma
forma al genero humano en todo tiempo y lugar. La exigencia
racional es que debe haber un mismo derecho para todos los
hombres y para todas las naciones o, por lo menos, un conjunto
de principios jurídicos racionales en que se basen todos los
derechos.
Estos principios jurídicos racionales, los cuales se identifican
con la justicia, son compartidos por todos los hombres,
pertenecen a todos los individuos, principios de los cuales los
hombres no pueden escapar: ''Existe una ley verdadera
extendida en todos... consistente consigo misma... que nos llama
imperiosamente a cumplir nuestra función... a esta ley ninguna
enmienda es permitida. No es licito abrogarla ni en su totalidad
ni en parte... es una sola y misma ley... que rige todas las
naciones en todo tiempo... quien no obedece esta ley huye de sí
mismo y de su naturaleza humana...'' (Cicerón).
El Estado no era sólo un problema jurídico, constituía el
objetivo de esos principios universales que, en virtud de su
racionalidad, eran compartidos por todos los hombres. Esta
situación conducía a la siguiente tesis: buscar un Estado donde
se asegure, lo mejor posible la igualdad del género humano.
Esta forma había sido generada en la República; la exigencia:
una republica universalis.
La igualdad era una exigencia moral fundamental que derivaba
de la recta ratio: ''Nadie sería tan semejante a sí mismo como
cada uno de los hombres a todos los demás'' (Cicerón). La
doctrina de Cicerón, coincidía en gran medida, con la ideología
jurídica de los jurisconsultos romanos. La auctoritas debe ser
ejercida con el respaldo del derecho y sólo está justificada por
razones de justicia, cuyo patrón básico se encuentra en los
principios éticos del las natura humani generis, al que los
juristas denominaron: ''ius gentium''.
En principio, la expresión 'ius gentium', en los primeros
jurisconsultos, como en Cicerón, significaba 'principios que
gozaban del reconocimiento general' y, en consecuencia,
'comunes a los derechos de todos los pueblos'. Ningún
jurisconsulto dudaba de la existencia de una ratio iuris que
guiaba, por decirlo así, la aplicación del derecho positivo en
casos determinados. Esta era la ratio que animaba la creación
del derecho honorario. Fue así como, mediante la interpretatio y
la disputatio fori, los juristas y magistrados llevaron a positivar,
a convertir en derecho, principios contenidos en el ius gentium.
El ius honorarium satisfacía mayormente la nueva exigencia
igualitaria. El ius onorarium era pues no sólo derecho
(positivo), sino un derecho que correspondía con los principios
racionales que constituían ese ideal jurídico universal.

III. El reclamo de igualdad jurídica fue una tesis considerada


moralmente incontrovertible durante la Edad Media (mantenida
en ocasiones por los dogmas del cristianismo: ''todos los
hombres son iguales ante Dios'', ''el hombre está hecho a
imagen y semejanza de Dios''). La debilidad fundamental de tal
exigencia estribaba en la inexistencia de instituciones que
''garantizaran'' la igualdad jurídica. Muchos fueron los intentos
para garantizar este anhelo de igualdad. Bajo la influencia
decisiva del jusnaturalismo racionalista, la Revolución Francesa
buscó su consagración definitiva: en la Declaración Francesa de
los Derechos del Ciudadano: ''Los hombres nacen... libres e
iguales en derechos''.
Sólo la escritura podía dar a las formas jurídicas la fuerza y,
aun, la rigidez muchas veces indispensable para su defensa
(Sánchez Viamonte). De ahí el nuevo dogma del
constitucionalismo: consignar dentro de la constitución escrita
el ideal igualitario. La idea de la constitución escrita era simple.
Las conquistas del constitucionalismo (p.e., el ideal igualitario)
tenían que ser sancionadas solemnemente en un documento el
cual sería considerado la garantía de la igualdad de todos los
hombres.
El ideal igualitario se traduce así en un dogma del
constitucionalismo moderno: ''el derecho de todos los hombres
para ser juzgados por las mismas leyes, por un derecho común,
aplicable a todos. Un derecho compuesto por reglas generales
anteriores y no por tribunales ni leyes creados ad hoc («cfr.»
«aa.» 1o, 12 y 13 C).

IV. La idea igualitaria está asociada con las instituciones


republicanas y democráticas, en las cuales la participación
igualitaria es condición indispensable. La idea de igualdad ha
sido considerada, desde la antigüedad clásica, condición de la
democracia -ideal político del mundo moderno-. La igualdad,
sin embargo, no es la única exigencia que reclama el ideal
democrático. Los problemas particularmente afectan la
organización del Estado. Garantizar la participación igualitaria
de los ciudadanos en el gobierno del Estado el acceso igualitario
a la administración de justicia, compensar las desventajas
materiales, determinar las relaciones entre la libertad y la
igualdad son problemas que preocupan profundamente a la
dogmática constitucional.

IV. La igualdad, por otro lado, es considerada elemento


fundamental de la justicia. En efecto, la justicia únicamente
puede existir entre personas que son tratadas de la misma
manera en las mismas circunstancias y cuyas relaciones, en
tales circunstancias, son gobernadas por reglas fijas. Este tipo
de problemas, como veremos, se encuentran más vinculados
con el funcionamiento del orden jurídico.
El requerimiento de igualdad no significa: 'lo mismo para
todos'. El requerimiento igualitario de la justicia significa que,
por un lado, los iguales deben ser tratados igual y por otro, los
desiguales deben ser tratados teniendo en cuenta sus diferencias
relevantes. Los corolarios de la igualdad son la imparcialidad y
la existencia de reglas fijas. La justicia requiere imparcialidad
en el sentido de que la discriminación o el favor en el trato de
individuos es hecho sólo en virtud de circunstancias, relevantes.
Si un padre favorece a un hijo por encima del otro, sin
fundamentos relevantes para tal discriminación, el trato es
desigual y, por tanto, injusto. Si un hombre, por el contrario en
cuestiones de hospitalidad, favorece a sus amigos por encima de
los desconocidos, su conducta es injusta toda vez que no está
realizando una función en que se requiera que sea imparcial
(Stein). La igualdad requiere de reglas fijas porque su
modificación, durante el proceso de valoración de las
circunstancias, altera, precisamente, las circunstancias en
perjuicio o en beneficio de alguien. Esto es lo que convierte a
las reglas fijas y a la imparcialidad en elementos indispensables
para entender los problemas de la igualdad jurídica. Un juez,
p.e., no debe favorecer a ninguna de las partes en virtud de que
es rico pobre, bondadoso o mezquino. La justicia requiere del
Juez que considere a las partes como ''jurídicamente iguales'' en
el sentido de que las únicas diferencias que el juez puede
considerar son aquellas que el derecho le exige tomar en cuenta
y ningunas otras.
En términos generales puede decirse que si ahí donde se
requiere de imparcialidad, los hombres son tratados de forma
desigual, es, en principio, injusto; a menos que la diferencia de
trato (el favor o la discriminación) pueda ser justificada (i.e.,
jurídicamente justificada).

V. Un problema fundamental en el entendimiento de la igualdad


consiste en saber ¿qué es 'trato igual'? Una respuesta a este
problema es: la aplicación de la ''misma regla'' a situaciones
''esencialmente similares''. Ciertamente, el problema de decir
cuándo las situaciones son ''esencialmente similares'' es difícil.
Decidir cuándo una situación cae bajo la misma regla y cuándo
requiere de otra, puede ser angustioso. Sin embargo, la inmensa
mayoría de las situaciones sociales nos permiten construir
clases de situaciones iguales de manera simple, prácticamente
intuitiva. No todos son ''casos difíciles''. Como quiera que sea,
un dato que debemos tener presente es que ''igual
consideración'' o ''trato igual'', significan que a situaciones
consideradas iguales se les aplica la misma regla.
La igualdad que garantiza el orden jurídico a los hombres no
significa que éstos tengan siempre los mismos derechos y
facultades. La igualdad así considerada es jurídicamente
inconcebible: es prácticamente impensable que a los hombres se
les impusieran las mismas obligaciones y tuvieran los mismos
derechos sin hacer ninguna distinción entre ellos (menores,
hombres, mujeres, alienados, extranjeros). La igualdad jurídica
no es esencialmente diferente de la idea de igualdad como
condición de justicia. El principio de la igualdad jurídica no
significa sino que en las relaciones jurídicas no deben hacerse
diferencias de trato sobre la base de ciertas consideraciones bien
determinadas (p.e., la raza, el credo religioso, la clase social,
etc.) (Kelsen). Este es un aspecto importante en la idea de la
igualdad jurídica, si el orden jurídico (p.e., la Constitución)
contienen una fórmula que proclama la igualdad de los
individuos (igualdad jurídica, ab obvo), pero si no se precisa
qué tipo de diferencias no deben hacerse, entonces la fórmula
de la igualdad jurídica, sería normativamente superflua.
Establecer la igualdad jurídica significa que las instituciones
que crean y aplican el derecho no pueden tomar en
consideración, en el trato de individuos, diferencias excluidas
por el orden jurídico; los órganos de aplicación sólo pueden
tomar en consideración las diferencias ''aceptadas'' o ''recibidas''
por las normas de un orden jurídico.

VI. El funcionamiento de la igualdad jurídica tal y como ha sido


explicada corresponde fundamentalmente a la exigencia del
principio de la aplicación regular de las normas jurídicas,
conocido como 'principio de legalidad'.
Pensemos en una sentencia por la cual el tribunal se abstuviera
de pronunciar contra un delincuente reconocido como tal, la
pena prevista en la legislación, únicamente porque el
delincuente es blanco y no un negro, o bien porque es cristiano
y no judío, no obstante que en la definición del delito de la
disposición penal no tenga en cuenta la raza o la religión del
delincuente. Una sentencia de este tipo sería susceptible de ser
considerada irregular.
Al crear límites en la creación y aplicación del derecho, el
orden jurídico, garantiza que no existen diferencias de trato en
virtud de ciertas diferencias relevantes, las cuales no deben ser
tomadas en cuenta.

IMPERIO
I. (Del latín imperium: poder general de mando.) Concepto que
ha recibido diversos significados a lo largo de la historia
política de Occidente. Lo mismo ha servido para designar el
poder de mando de determinados gobernantes como el tiempo
durante el cual un emperador gobierna su territorio, o los
territorios o estados sujetos al emperador.

II. En su primera acepción empezó a usarse en Roma durante la


República; significó el poder supremo de mando de que
gozaban los magistrados mayores -cónsules y pretores- y que
implicaba el mando militar, la iurisdictio y la coertio. Bajo el
Principado el título de imperator se añade al nombre de
Augusto, quien recibió además, los poderes inherentes al
imperium republicano. Bajo Diocleciano y Constantino se
constituyó el imperio absoluto o monárquico, y si bien se
dividió en imperio: oriental e imperio occidental, se caracterizó
por la integración de las diversas provincias y territorios que
conformaban el Estado romano en un solo ente político: el
imperio romano; superando así la diferencia republicana entre
Roma y las provincias romanas. De esta forma, imperio paso a
designar el sistema político que comprende un vasto conjunto
de colectividades políticas y étnicas, bajo el poder central y
soberano de un emperador.

III. El imperio romano en su fase cristiana aspiro a convertirse


en un imperium mundi, cuyo poder se ejercería sobre todo el
orbe cristiano y que debería extenderse, paralelamente a la
evangelización, a los pueblos paganos. Esta idea de unidad
político-religiosa se mantuvo en toda la Edad Media, y se
cristalizó sobre todo en el imperio carolingio, y en el Sacro
Imperio Romano-Germánico. La reforma protestante no
destruyó del todo el ideal medioeval, pero lo transformó al no
pretender que el imperio consiguiera la unidad cristiana, y con
ella el dominio universal, sino que persiguiera el orden
universal. Será el surgimiento del Estado moderno y el
acentuado nacionalismo el que a la larga daría lugar, lo que de
terminaría la transformación sustancial que el concepto de
imperio sufrirá hacia el siglo XIX, dando lugar al de
imperialismo. Dentro de este contexto surgen los grandes
imperios europeos: el imperio napoleónico, el alemán, el ruso, o
el inglés. Este imperio contemporáneo supone un movimiento
general de un determinado pueblo, ya no sólo de su gobernante,
e implica una voluntad de poder y un afán de imponerse y
expandirse a costa de otros pueblos -incluso por vía militar-
para de esta forma afirmar una primacía y un prestigio que
pretende le pertenece. Es precisamente en la época en que el
concepto empieza a transformarse hacia un contenido
francamente nacionalista, y bajo la presión de la necesidad vital
de autoafirmarse, protegerse y defenderse frente a otras
naciones, cuando surge el primer imperio mexicano.
Posteriormente, cuando para algunos mexicanos se presente
nuevamente la necesidad de proteger al país de la tendencia
imperialista norteamericana y del caos interno, esta idea
imperial decimonónica será nuevamente esgrimida por ellos
como el único remedio posible para consolidar una Nación
Mexicana e impedir el avance del yanqui, si bien auxiliándose
para ello, paradójicamente, del imperialismo francés.
Si comprendemos cabalmente el sentido de lo que Occidente
entendía por imperio en el siglo anterior, no resulta fortuito que
los dos intentos habidos en nuestro país por establecer un
gobierno monárquico se revistieran de la forma imperial. Esta
representaba para sus defensores el poder y el prestigio
necesarios para fortalecer el nacionalismo y proteger de este
modo a México de sus enemigos externos. Sin embargo,
ninguno de los dos imperios pudo pasar a la etapa siguiente que
supone todo imperio moderno: la expansiva.
Actualmente se entiende por imperio ''aquellas potencias
rectoras y propulsoras cuya idea política irradia en un espacio
determinado y que excluyen por principio la intervención de
otras potencias extrañas al mismo'' (Schmitt).

IV. El Primer Imperio Mexicano se constituyó formalmente en


los Tratados de Córdoba de 24 de agosto de 1821 («a.» 1), si
bien el Plan de Iguala ya se había referido a él («a.» 11). Su
extensión llegó a abarcar, por la incorporación de las provincias
de la Antigua Capitanía General de Guatemala (5 de enero de
1822), desde California, Nuevo México y Texas al norte, hasta
Centroamérica al sur. Fue gobernado inicialmente por una
regencia, integrada por don Agustín de Iturbide, don Juan
O'Donojú, sustituido a su muerte por don Antonio Joaquín
Pérez, don Manuel de la Bárcena, don Manuel Velázquez de
León y don Isidoro Yáñez; y por una Junta Provisional
Gubernativa, en tanto que las personas designadas en Córdoba
para ocupar el trono imperial lo aceptaban, y mientras se reunía
en Congreso Constituyente. Por rechazo de los individuos
llamados a ceñirse la corona mexicana, el Congreso
Constituyente proclamó el 19 de mayo de 1822 a don Agustín
de Iturbide emperador de México. Durante su imperial gobierno
tuvo que enfrentar los problemas naturales de un Estado recién
independizado, tanto en lo económico como en lo político.
Estos últimos, fomentados por la división de facciones
agrupadas en las logias escocesas y yorkinas, provocaron en
corto plazo la caída del imperio. El 19 de marzo de 1823, con
motivo de la proclamación de Plan de Casa Mata que lo dejaba
prácticamente sin apoyo militar, Iturbide abdicó ante el
Congreso. Éste, el 8 de abril, declaro insubsistentes el Plan de
Iguala los pactos de Córdoba y las Bases Constitucionales en lo
relativo a la forma de gobierno.
Entre las disposiciones legislativas que se promulgaron
durante este primer imperio, y que constituyen las primeras
manifestaciones de un derecho propiamente mexicano, hay que
distinguir las expedidas por la Soberana Junta Provisional
Gubernativa, por el primer Soberano Congreso Mexicano, y por
la Junta Nacional Instituyente. El fundamento de todas ellas lo
constituyeron el plan firmado en Iguala, los Tratados de
Córdoba y el Acta de Independencia del Imperio Mexicano de
28 de septiembre de 1821. De las promulgadas por la Junta
sobresalen: el decreto sobre convocatoria de Cortes (27 de
noviembre de 1821), el Reglamento de libertad de imprenta (13
de diciembre de 1821); el decreto que determinó las
características del escudo de armas y bandera imperiales (7 de
enero de 1822); el que nombró diversas comisiones para la
elaboración de los códigos civil, criminal, de comercio, minería,
agricultura y artes; y el militar (23 de enero de 1822); y el que
aprobó los Estatutos de la Orden Imperial de Guadalupe (20 de
febrero de 1822). Entre las disposiciones expedidas por el
Congreso destacan las siguientes: las Bases Constitucionales
aceptadas al instalarse (24 de febrero de 1822); el decreto que
señaló los días de festividad nacional (1 de marzo de 1822); el
que reconoció a la Nación Colombiana como potencia
independiente (28 de abril de 1822); las reglas para la provisión
de empleos civiles y militares (7 de mayo de 1822); y el
Reglamento sobre libros prohibidos, obra personal de Iturbide
(5 de octubre de 1822). La Junta Instituyente expidió un
Proyecto de Reglamento Provisional Político del Imperio
Mexicano (18 de diciembre de 1822), estas tres asambleas
expidieron un buen número de disposiciones sobre indultos,
hacienda pública, empréstitos, derechos y moneda, empleos,
organización administrativa, etc.

V. La corta duración del primer imperio mexicano contrasta con


la relativa del segundo, pero éste fue superado en extensión
territorial por el primero. El establecimiento del Segundo
Imperio Mexicano se llevo a instancias del partido conservador
que deseaba imponerse mediante un gobierno fuerte y estable
sobre sus adversarios liberales, y poner fin al caos político,
económico y social en el cual el país se debatía desde su
independencia. Con el auxilio de los ejércitos del imperio
francés de Napoleón III, quien veía en el establecimiento de un
imperio latino en México la mejor arma para contrarrestar la
influencia anglo-sajona en el continente y el mejor medio para
expandir el comercio francés, la Asamblea de Notables,
nombrada por la Junta Superior designada por el mariscal
Forey, estableció, el 11 de julio de 1863, la monarquía
moderada como forma de gobierno del país; y señaló que el
soberano recibiría el título de emperador de México. En octubre
de ese año los conservadores mexicanos ofrecieron la corona
imperial al archiduque de Austria, Fernando Maximiliano,
quien no lo aceptó sino hasta el 10 de abril del año siguiente,
una vez satisfechas aparentemente las condiciones que había
puesto a su aceptación. Mientras tanto en México, gobernaría
una regencia integrada por los generales don Mariano Salas,
don Juan N. Almorite y el arzobispo Pelagio Antonio Labastida,
y posteriormente, el general Almonte como lugarteniente del
imperio, hasta la llegada del emperador. El segundo imperio
mexicano tuvo que luchar contra la resistencia republicana que
le ofrecía el gobierno de don Benito Juárez, si bien hacia
mediados del año de 1865 parecía que el triunfo se inclinaría
hacia las armas imperiales apoyadas por las francesas, el final
de la Guerra de Secesión en los Estados Unidos, la amenaza
prusiana contra Francia y la tenaz oposición de las fuerzas
republicanas determinaron que la victoria final fuese de estas
últimas. El imperio sucumbió con el fusilamiento del emperador
Maximiliano y la toma de la ciudad de México por las fuerzas
del general Porfirio Díaz 21 de junio de 1867).
Durante los casi cuatro años de gobierno imperial se dictaron
tanto por el Supremo Poder Ejecutivo Provisional y la Regencia
como por el propio Maximiliano, gran cantidad de leyes,
decretos y reglamentos, fruto muchas veces de una cierta manía
legislativa del propio emperador, que prácticamente
reglamentaron por vez primera o reorganizaron casi todos los
aspectos de la vida jurídica del país. El resultado de esta extensa
actividad legislativa, cuyo contenido netamente liberal no es
posible negar, se publicó en el Diario del Imperio y se recopilo
en el Boletín de las Leyes del Imperio y en los ocho magníficos
volúmenes que forman la Colección de leyes, decretos y
reglamentos, que interinamente forman el sistema político,
administrativo y judicial del Imperio, impresos por Andrade y
Escalante en 1865 y 1866.
Entre las disposiciones promulgadas por la Regencia cabe
destacar: el decreto por el cual se establecieron en el país los
tribunales y juzgados del fuero común, conforme a la ley de 29
de noviembre de 1858, y que además restableció la vigencia del
«CCo». de 1854 (15 de julio de 1863); el que creó el Periódico
Oficial del Imperio (16 de julio de 1863); el que suspendió las
providencias sobre bienes de corporaciones religiosas en tanto
se dictasen normas generales (24 de julio de 1863); las
prevenciones dictadas para mejorar el servicio de correo (30 de
julio de 1863), el decreto que creó la guardia imperial (30 de
julio de 1863); el que declaró nulos los decretos de confiscación
de bienes expedidos por el presidente Juárez (17 de agosto de
1863); el que fijó las características del escudo de armas del
imperio (20 de septiembre de 1863); la Ley de Organización
provisional del Ejército Mexicano (25 de septiembre de 1863);
el decreto que concedió el privilegio para el establecimiento del
Banco de México (2 de enero de 1864); el decreto por el cual se
dispuso que se observase la Ley para el arreglo de lo
contencioso administrativo de 1853 (11 de enero de 1864); la
Ley sobre el oficio de escribanos (1 de febrero de 1864); el
Reglamento sobre cárceles del imperio (13 de mayo de 1864); y
gran cantidad de disposiciones sobre alcabalas, policía,
hacienda pública, contribuciones, y venta de bienes de
establecimientos de beneficencia.
Entre las normas promulgadas por Maximiliano desde
Miramar hasta Querétaro destacan desde luego: el Estatuto
Provisional del Imperio Mexicano (10 de abril de 1865); la Ley
sobre atribuciones de los Departamentos Ministeriales (10 de
abril de 1865); la Ley sobre responsabilidad de los Ministros
(12 de octubre de 1865); el Decreto sobre organización general
de los Ministerios (misma fecha); la Ley orgánica y
reglamentaria del Tribunal de Cuentas (31 de octubre de 1865);
la creación de la Orden del Águila Mexicana (1 de enero de
1865); la Ley y el Reglamento sobre lo Contencioso
Administrativo (1 de noviembre de 1865); el Reglamento del
Archivo general y público del imperio (10 de abril de 1865); el
decreto relativo al Gran Sello del imperio (10 de abril de 1865);
el decreto sobre el Pabellón Nacional y Escudo de Armas (1 de
noviembre de 1865); y la Ley sobre división territorial del
imperio (3 de marzo de 1865). Todas estas disposiciones fueron
publicadas por los ministerios de Estado o de la Casa Imperial.
El Ministerio de Negocios Extranjeros y Marina publicó los
decretos sobre organización del cuerpo diplomático (2 de agosto
de 1865); y el Reglamento general de prácticas para todos los
puertos del imperio (5 de septiembre de 1865). El Ministerio de
Guerra publicó -entre otras muchas-, la Ley Orgánica del
Ejército (26 de enero de 1865) y la Ley sobre el arreglo de la
división militar del Imperio (16 de marzo de 1865). Por
conducto del Ministerio de Fomento se promulgaron: el decreto
que adoptó el uso del sistema decimal francés (27 de octubre de
1865); y la Ley y el Reglamento sobre establecimiento de líneas
telegráficas en el Imperio (1 de noviembre de 1865); entre otras.
El Ministerio de Gobernación se encargó de la expedición de la
Ley electoral de Ayuntamientos (1 de noviembre de 1865); la
Ley sobre organización de la Hacienda Municipal (misma
fecha), la Ley sobre la Policía General del Imperio (igual
fecha); las leyes sobre garantías individuales, nacionalidad,
festividades nacionales, trabajadores, registro civil y sobre
tierras y aguas (todas de 1 de noviembre de 1865); la Ley sobre
libertad de imprenta a (10 de abril de 1865); y el decreto que
creó la Junta protectora de las clases menesterosas (10 de abril
de 1865). Por su lado, el Ministerio de Justicia se encargó de la
expedición de las siguientes leyes: de los Tribunales y Juzgados
del imperio (18 de diciembre de 1865), del Ministerio Público
(19 de diciembre de 1865); sobre los Abogados (20 de
diciembre de 1865) sobre el Notariado y el oficio de Escribano
(21 de diciembre de 1865); sobre los Agentes de Negocios (23
de diciembre de 1865); la que reguló las casas de corrección,
cárceles y presidios del imperio (24 de diciembre de 1865); etc.
El Ministerio de Instrucción Pública y Cultos refrendó, a su vez,
el decreto que estableció el Museo Nacional (4 de diciembre de
1865); y la Ley y el Reglamento de Instrucción Pública (27 de
diciembre de 1865).
Todas las anteriores disposiciones como se ha podido notar,
fueron promulgadas en 1865, año en que alcanzó su mayor
expansión y poderío el segundo imperio. Sin embargo, antes y
después, Maximiliano expidió otras disposiciones legales, como
la que estableció el Diario del Imperio (31 de diciembre de
1864); las que arreglaron las deudas interior (30 de noviembre
de 1864) y exterior (14 de abril de 1864); y la circular sobre la
conservación de monumentos históricos (16 de julio de 1864).
En 1866 promulgó la célebre Ley sobre terrenos de comunidad
y repartimiento (6 de junio); la Ley sobre bienes nacionalizados
(23 de agosto), el decreto por el cual se estableció una Lotería
Nacional (3 de diciembre); y, sobre todo, se publicaron los dos
primeros libros del Código Civil del imperio (6 y 20 de julio).
El liberalismo profesado por Maximiliano lo condujo no sólo a
aceptar la legislación reformista republicana sino a promulgar
toda una serie de Leyes de Reforma Imperiales: el decreto sobre
el pase de Bulas, Breves, Rescriptos y Despachos de la Corte de
Roma (7 de enero de 1865); las leyes sobre libertad de cultos y
la que convalidó las leyes republicanas de desamortización y
nacionalización de los bienes de la Iglesia (26 de febrero de
1865), la circular que ordenó el estricto cumplimiento de la Ley
de secularización de los cementerios (12 de marzo de 1865); la
ley sobre el registro civil ya mencionada, y por último, el
decreto que suprimió esta vez en forma definitiva, la
Universidad de México (30 de noviembre de 1865).

IMPORTACIONES Y EXPORTACIONES
I. Importar proviene del vocablo latino importare, que significa
traer, hacer venir de fuera, introducir; pudiendo definirse como
la introducción a territorio nacional de mercancías y prestación
de servicios, para ser destinados a consumo interno.
El anexo B.1. del Convenio Internacional para la
Simplificación y Armonización de los Regímenes Aduaneros,
mundialmente conocido como Convenio de Kyoto, conceptúa a
la importación definitiva de mercancías como el régimen
aduanero de despacho a consumo ''en virtud del cual las
mercancías importadas pueden permanecer definitivamente
dentro del territorio aduanero''.
La Ley Aduanera que entró en vigor el 1o., de julio de 1982,
traslada en forma similar el concepto anterior en su «a.» 70 que
define la importación definitiva como ''la entrada de mercancías
de procedencia extranjera para permanecer en el territorio
nacional por tiempo ilimitado''.
Las dos definiciones anteriores distorsionan el sentido del
régimen, el elemento esencial del mismo es ligar la entrada de
mercancías para que estas sean despachadas a consumo interno,
no es su permanencia por tiempo ilimitado, lo que le da su
carácter esencial al régimen.
No basta únicamente, la introducción de las mercancías a
territorio nacional, porque se estarla ante una teoría real de las
importaciones que no podemos aceptar, pues es considerar
como tales, la entrada a territorio nacional de las mercancías,
independientemente de toda actividad humana. Por ello
consideramos que para conceptuar la importación, se debe
tomar en cuenta la existencia de un acto volitivo por el cual se
declare el destino de las mercancías, incorporándolas a la
economía nacional.

II. De conformidad con el «a.» 38 de la Ley Aduanera el hecho


imponible de la importación, en nuestro país, varia según el
tráfico o la vía por la cual la mercancía sea transportada,
conforme a la fecha de entrada o procedencia de la zona libre o
de que se trate de un régimen temporal:
1) Por vía marítima, la de fondeo de la embarcación en el
puerto de destino de las mercancías.
2) Por vía terrestre, la fecha en que crucen las mercancías la
línea divisoria internacional.
3) Por vía aérea, la de arribo del avión al primer aeropuerto
nacional.
4) Se tomarán las fechas anteriores para el pago de impuestos
de importación de mercancías destinadas a las zonas libres.
5) La de presentación ante la autoridad aduanera de las
mercancías que se envíen de las zonas libres al resto del
territorio nacional.
6) La fecha en que se autorice el cambio de régimen temporal
a definitivo.
De esta manera nuestro derecho positivo se alinea dentro de
las tesis que sostienen que el simple arribo a territorio nacional
de las mercancías o el paso por la línea aduanera, considerada
ésta como la frontera, el puerto o el aeropuerto señalados, dan
lugar al nacimiento del hecho imponible. Como ya se expreso
anteriormente, no admitimos esta tesis, pues sería aceptar como
importación, el hecho que una manada de caballos cruce una
frontera sin conocimiento de su propietario. Además de la
entrada material de las mercancías a territorio nacional, es
esencial la existencia de un acto de voluntad que se expresa aun
antes de la llegada de la mercancía, como es la tramitación de
permisos administrativos y que se complementa con la
declaración que se presenta para destinar a consumo la
mercancía y consecuentemente se incorpore a la economía
nacional.

III. El Decreto de Control de Cambios (DCC) (DO 13-XII-82),


establece en su «a.» 2o, inciso d, la inclusión en el mercado
controlado de divisas, las importaciones de mercancías y los
gastos asociados que determine la Secretaría de Comercio y
Fomento Industrial, la que precisa por medio de acuerdos, las
fracciones arancelarias que corresponden a mercancías cuya
importación queda comprendida bajo este control. El primero
de este tipo de acuerdos se publicó en el «DO» de 20 de
diciembre de 1982. Las fracciones arancelarias no
comprendidas en estos acuerdos, quedan incluidas en el
mercado libre, por lo que su compraventa, posesión y
transferencia puede llevar a cabo a los tipos de cambio que
convenga a las partes contratantes.
Con base en el «a.» 11 del DCC, el 31 de diciembre de 1982,
se expidieron las reglas complementarias de control de cambios
relativas a la importación, en las que se establecen los
lineamientos aplicables, como son:
a) Las fracciones arancelarias que se encuentren señaladas
dentro del mercado controlado de cambios, necesitarán de un
permiso de importación expedido por la Secretaría de Comercio
y Fomento Industrial, en el que se señale que da derecho a la
adquisición de divisas al tipo de cambio controlado.
b) El importador deberá comprobar que efectuó las
importaciones que se le autorizaron en cuanto al valor y clase
de las mercancías.
c) El uso indebido de los permisos expedidos dará lugar a que
se apliquen las sanciones a que se refiere el «a.» 23 bis de la
Ley Orgánica del Banco de México y que consiste en una multa
hasta el equivalente a tres mil setecientas cincuenta veces el
salario mínimo general diario, vigente en el Distrito Federal en
la fecha de la infracción.

IV. Exportar deriva de la voz latina exportare, que significa


llevar fuera, sacar, conducir, transportar. La exportación se
define como la salida de mercancías y prestación de servicios
fuera del territorio nacional, para su consumo.
El convenio de Kyoto la define como el ''régimen aduanero
aplicable a las mercancías en libre circulación que salen del
territorio aduanero y que se destinan a permanecer
definitivamente fuera del mismo, con exclusión de las
mercancías que se exportan en régimen de draw-back o en el
marco de un régimen de tráfico de perfeccionamiento o con
devolución de los derechos o impuestos de exportación''.
La Ley Aduanera en su «a.» 73, conceptúa la exportación de la
manera siguiente: ''El régimen de exportación definitivo,
consiste en la salida de mercancías del territorio nacional para
permanecer en el extranjero por tiempo ilimitado'', la última
frase de la definición, al igual que en el régimen de importación
definitiva, modifica diametralmente su sentido, pues lo que
caracteriza de manera esencial a la exportación es que salga del
consumo nacional sin condición alguna, para destinarla a
consumo en el extranjero. Por lo tanto, únicamente se puede
considerar como una exportación estricto sensu la que se
efectúe mediante una declaración a consumo en el extranjero; lo
que excluye la exportación temporal para retornar en el mismo
estado, el cabotaje, el tránsito internacional, pues aunque la
mercancía salga de territorio aduanero comprendiendo en él
aguas jurisdiccionales, e incluso cuando en su transporte
recorren territorio o aguas extranjeras, no adquieren por ello el
carácter de exportación, por faltar el requisito esencial,
destinarla a consuno en el extranjero.
El objeto de la exportación son las mercancías enviadas al
exterior, así como la prestación de los servicios, para lo cual
debemos distinguir.
-Mercancías intangibles, como la electricidad, el gas, ondas de
telecomunicación.
-Mercancías que son el soporte de un valor inmaterial, p.e.,
planos, escritos.
-Mercancías que carecen de valor comercial como las
muestras.
-Mercancías objeto de franquicias como menaje de
diplomáticos, residentes extranjeros.
-Los servicios cuando se encuentran materializados en una
mercancía como el transporte, el seguro, los financiamientos, o
el desplazamiento de un experto al extranjero para realizar el
montaje de una maquinaria.

V. En el marco de la Ley Aduanera, los conceptos importación-


exportación, se encuentran íntimamente ligados, no se puede
concebir uno sin que necesariamente se presenten los elementos
del otro, vale citar como ejemplo que cuando las mercancías
importadas en forma definitiva, salen defectuosas o con
especificaciones distintas de las solicitadas, la autoridad aduanal
podrá autorizar de conformidad con el «a.» 71 de la ley de la
materia ''el retorno'' al extranjero para que sean substituidas por
otras de la misma clase. Más claro aún, resulta el caso del
régimen de importación temporal para transformación,
elaboración o reparación en el cual las mercancías resultantes
de los procesos señalados, al ser exportadas deberán declararse
a consumo en el extranjero y en su caso pagar los impuestos
correspondientes por las mercancías nacionales o
nacionalizadas que se les hubieren incorporado, lo que también
se presenta en los regímenes siguientes:
-importación pare reposición de existencias.
-depósito industrial.
-Deposito fiscal.

VI. Se ha señalado, que el concepto legal de exportación la


considera, como la salida de mercancías de territorio nacional,
como se ha asentado, es necesaria la manifestación de voluntad
del exportador para extraer la mercancía del mercado interno y
enviarla para ser consumida en el extranjero.
Hay que anotar que la definición del «a.» 73 de la ley, no
coincide con el surgimiento del hecho imponible a que se
refiere el «a.» 38, «fr.» II, que fija como momento para aplicar
las cuotas, el de la presentación de las mercancías ante la
autoridad aduanera, la que también omite el elemento esencial
que es la declaración del importador y no el hecho de presentar
las mercancías que en ocasiones pueden no salir de territorio
nacional.

VII. El DCC establece en su a. 3o., que los exportadores


deberán facturar las operaciones en cualquiera de las monedas
extranjeras convertibles que determine el Banco de México,
quedando obligados a vender a instituciones bancarias de su
elección las divisas obtenidas por las ventas, con las
deducciones de los gastos asociados autorizados, para ello
deberán firmar un compromiso de venta de divisas que figura al
reverso del pedimento de exportación.
Las reglas complementarias de control de cambios aplicables a
la exportación (DO 20-XII-82) señalan el procedimiento al que
deberán ajustarse los exportadores para realizar sus operaciones.
En el caso de no cumplir con su compromiso de venta, de
divisas, se sancionará por la Secretaría de Hacienda y Crédito
Público con multa hasta el equivalente de 3750 veces el salario
mínimo general diario vigente en el Distrito Federal en la fecha
de la infracción. Igualmente, el Banco de México enviará a las
sociedades nacionales de crédito el nombre del exportador, para
que no se le registre ninguna otra exportación.
De conformidad con el a. 56 de la Ley Aduanera, ''la base
gravable del impuesto general de exportación es el valor
comercial de las mercancías en el lugar de venta''. Sin embargo,
existen ciertos conceptos que pueden ser deducibles unos
considerados en el propio artículo como son los fletes y
seguros, sin que exista condición previa para ello, y otros
derivados del acuerdo que establece los gastos asociados a la
importación o exportación de mercancías, que para los efectos
del DCC se dividen en directos, los que se deducen mediante la
aceptación de la institución bancaria que tiene registrado el
compromiso de venta de divisas, e indirectos, aquellos para
cuya deducción es necesario un dictamen previo del Instituto
Mexicano de Comercio Exterior (IMCE). La Secretaría de
Comercio y Fomento Industrial podrá autorizar también, previo
dictamen del IMCE, gastos asociados distintos.

IMPRESCRIPTIBILIDAD
I. (De imprescriptible y éste, a su vez, del latín in, partícula
negativa, y de praescribo, preceptuar.) Calidad de algunas
relaciones jurídicas que no desaparecen por el mero transcurso
del tiempo.

II. La doctrina acepta en general la definición de prescripción


contenida en el «a.» 1135 del «CC», que indica que ''es un
medio de adquirir bienes (prescripción adquisitiva) o de librarse
de obligaciones (prescripción extintiva), mediante el transcurso
de cierto tiempo, y bajo las condiciones establecidas en la ley''.
La prescripción está fundada en el principio de seguridad
jurídica que supone que el deudor no puede continuar siéndolo
indefinidamente, sobre todo si el acreedor no intenta cobrar la
obligación, pues de otra forma no habría nunca certeza jurídica
de lo que se debe y de lo que se tiene. En el caso de la
prescripción adquisitiva, el poseedor se convierte en dueño
después de cierto tiempo. Es conveniente indicar que la
prescripción existe porque el legislador ha considerado
necesario incluirla en el orden jurídico.
Mario G. Lozano afirma que en el derecho de la propiedad de
los pueblos africanos no existe ni la prescripción extintiva ni la
adquisitiva: ''quien se va a trabajar a la ciudad cree que continúa
en la posesión de la tierra que ya no cultiva; quien ha recibido el
uso de la tierra de un individuo, verá que le reclaman la finca
incluso después de dos o tres generaciones, cuando los testigos
del acto originario han muerto''.
En el derecho romano se utilizó el principio de la prescripción
en la forma de usucapio, que es la adquisición de la propiedad
mediante su posesión continua durante un plazo fijado en la ley.
Margadant escribe: ''esta figura y la praescriptio longi temporis
son necesarias para la seguridad jurídica''. La prescripción ha
sido adoptada en todos los sistemas jurídicos modernos para el
caso de bienes y obligaciones de los particulares.

III. Cuando el legislador quiere privilegiar ciertos derechos y


obligaciones, los declara imprescriptibles. Así, el derecho a
recibir alimentos es considerado como imprescriptible. De la
misma manera los bienes del dominio público del Estado son
considerados imprescriptibles en los términos de los «aa.» 768 y
770 del «CC» y de la LGBN.
Miguel Acosta Romero señala al hablar de la inalienabilidad
de los bienes del dominio público, que ''no son susceptibles de
ser transmitidos en todo o en parte, a los particulares y que su
titular siempre será el Estado, mientras permanezcan en el
dominio público; esto entraña una serie de efectos que son
concomitantes, tales como la imprescriptibilidad y la
inembargabilidad de esos bienes. Los entes públicos y los
particulares únicamente podrán usar, aprovechar y explotar esos
bienes, conforme lo determinen las leyes'' (p. 558).
Desde luego, estas características forman parte del régimen
especial a que han sido sometidas estas clases de bienes. Serra
Rojas ha señalado, además de las tres anteriores, las siguientes:
la protección penal contra la usurpación; la prohibición de
servidumbres; la fijación legal y unilateral por la administración
de los límites del dominio público; la no creación de derechos
reales a los particulares; la sujeción a la exclusividad de los
poderes públicos y el exclusivísimo sometimiento a los
tribunales federales (t. II, p. 156).
Para Serra Rojas (p. 143) el patrimonio del Estado puede ser
dividido en diversos tipos que forman una unidad: a) el
intransmisible; b) el de inversión y c) el de uso. De ellos el
primero tiene las características de imprescriptible, inalienable e
inembargable. Estas características de los bienes del dominio
público son, desde luego, entendibles si consideramos que son
protecciones al Estado, que éste impone en ejercicio de su
soberanía.
En el régimen jurídico mexicano ha quedado establecida la
función social de la propiedad, que León Duguit señaló a
principios de siglo. En efecto, el «a.» 27 constitucional señala:
''la propiedad de las tierras y aguas, comprendidas dentro de los
límites del territorio nacional, corresponde originariamente a la
nación, la cual ha tenido y tiene el derecho de transmitir el
dominio de ellas, a los particulares, constituyendo la propiedad
privada''. Y el tercer pfo. del mismo a que señala: ''la nación
tendrá en todo tiempo el derecho de imponer a la propiedad
privada las modalidades que dicte el interés público así como de
regular, en beneficio social, el aprovechamiento de los
elementos naturales susceptibles de apropiación, con objeto de
hacer una distribución equitativa de la riqueza...''. Es en
ejercicio de esta facultad constitucional que el Estado mexicano
fija las características de sus propios bienes. Sin embargo
mucho puede discutirse en la teoría del derecho sobre la
derivación de la anterior facultad, toda vez que el Estado, en
ejercicio de su soberanía, no necesita justificar las anteriores
disposiciones.

IV. La Ley Orgánica de la UNAM, en el «a.» 16, indica que los


inmuebles que formen parte del patrimonio universitario y que
estén destinados a sus servicios, serán imprescriptibles.
En algunas declaraciones ideológicas, que pretenden
establecer ciertos derechos para determinados grupos políticos,
se intenta darle el carácter de imprescriptible a lo que
propugnan, con objeto de eternizarlo y legitimar su posición.

V. En el caso de la acción penal, ésta se extingue siempre para


todos los delitos, según las normas que contiene el «CP».
Establece el «a.» 101 que la prescripción es personal y para ella
bastará el simple transcurso del tiempo; producirá sus efectos
aunque no se alegue, supliéndola los jueces de oficio. En
consecuencia, en el caso del derecho mexicano todas las
acciones penales prescriben, o sea no existe ninguna
imprescriptible. Sin embargo, se han dado casos en que algunos
delitos han sido declarados imprescriptibles, como lo son los
llamados crímenes de guerra cometidos durante la Segunda
Guerra Mundial.

IMPUESTO
I. (Del latín impositus, tributo, carga.) El impuesto es la
obligación coactiva y sin contraprestación de efectuar una
transmisión de valores económicos (casi siempre es dinero) a
favor del Estado, y de las entidades autorizadas jurídicamente
para recibirlos, por un sujeto económico con fundamento en una
ley, siendo fijadas las condiciones de la prestación en forma
autoritaria y unilateral por el sujeto activo de la obligación
tributaria. Con este concepto según Enrique Fuentes Quintana y
Fritz Neumark se pretende comprender a esta institución que es
fundamental en el Estado contemporáneo.

II. Para el «CFF» los ''impuestos son las contribuciones


establecidas en ley que deben pagar las personas físicas y
morales que se encuentran en la situación jurídica o de hecho
prevista por la misma y que sean distintas de las señaladas en
las fracciones II y III'' del «a.» 2o, que define los conceptos de
''aportaciones de seguridad social'' y ''derechos''. Estos tres
ingresos integran el concepto de contribuciones federales.
Los elementos del impuesto son los siguientes: 1) sujeto
activo; 2) sujeto pasivo; 3) objeto material del impuesto; 4)
causa y fines del impuesto; 5) la forma de realizar transmisión
de valores que supone el impuesto, y 6) la determinación de las
particularidades que concurren en dicha transmisión.
Comentaremos brevemente las características generales de cada
uno de estos elementos:
1) El sujeto activo del impuesto. El único sujeto activo del
impuesto es el Estado, porque tiene el poder fiscal derivado de
su poder soberano. Por lo tanto sólo el Estado y los entes
menores subrogados a él, como los estados y los municipios,
pueden exigir el cumplimiento de determinadas obligaciones
tributarias. La única excepción a lo descrito lo pueden significar
las uniones económicas supranacionales.
2) En cuanto al sujeto pasivo del impuesto es todo ente
económico al que se le genera la obligación de contribuir por
haberse ubicado en el supuesto al que la ley imputa esta
obligación tributarla. El sujeto pasivo del impuesto puede ser
nacional o extranjero; ente público o privado, o bien persona
física o jurídica.
3) El objeto material del impuesto es normalmente cierta
cantidad de dinero si bien en el caso de algunos gravámenes
puede efectuarse el pago en especie.
4) Las causas y fines del impuesto. Las causas del impuesto se
dividen en dos categorías, en primer término la causa del
impuesto, es la ley que lo establece, y además es causa del
impuesto el financiamiento del Estado y demás entes públicos.
Por lo que respecta a los fines del impuesto, esto es ¿para que
los impuestos? encontramos dos motivos genéricos, por una
parte la recaudación de los ingresos necesarios para el
sostenimiento de los gastos públicos, y por la otra la realización
de determinados efectos económicos, variando conductas
individuales y colectivas. Esto es, un objeto de ordenación. En
todos los impuestos suele darse esta doble finalidad.
5) La forma de realizarse la transmisión de valores que supone
el impuesto. Existen dos notas características en esta
transmisión de valores: la obligatoriedad es una característica
esencial al tributo, lo cual no implica que en un momento dado
no existan contribuyentes solidarios y responsables, sino que, en
última instancia, el Estado puede exigir el pago del impuesto.
Asimismo, al pago del impuesto no corresponde una
contraprestación específica por parte del Estado, esto significa
que las prestaciones realizadas por él no tienen que guardar
relación directa alguna con el pago del gravamen, en particular
en los sistemas fiscales contemporáneos, en los que es el
principio de la capacidad de pago el que supuestamente rige a
dichos sistemas.
6) Determinación de otras particularidades que concurren en el
pago del impuesto. El Estado en su carácter de soberano puede
fijar todas las características que deben reunir el pago de los
diferentes gravámenes con las únicas limitaciones que
establezca el orden jurídico. De esta forma, al variar la
naturaleza del impuesto pueden cambiar también las formas y
condiciones de pago, pero lo fundamental es precisar que la
determinación de estas particularidades esta a cargo del Estado,
a través de los mecanismos jurídicos de cada orden normativo,
en forma unilateral.

IMPUTACIÓN
I. (Del latín imputatio onis: acción de imputar; de imputare: dar,
asignar, atribuir, ascribir, culpar.) En este sentido Cayo
Cornelio Tácito (c 56 - c 120): ''adversa uni imputatur'' (las
diversidades se imputan a uno solo).

II. En el discurso jurídico romano imputatio tiene dos usos muy


claros; significa: 1) ''la determinación de la deuda a la que un
pago es hecho'' (Kaser, Buckland, Iglesias), y 2) ''atribución de
culpa o negligencia a alguien'' (Berger). Existe un uso moderno
de ''imputación'' cuyo empleo es casi exclusivo de la teoría del
derecho. A este uso nos referimos como 3): ''imputación en la
teoría del derecho''. En el primero de los casos la imputación se
refiere al pago y puede explicarse así: si un acreedor tiene
créditos similares (p.e., de dinero) contra el mismo deudor, la
elección del crédito al que el pago debía de ser aplicado (léase
''imputado''), correspondía primeramente al deudor. Este puede
imputar el pago de una suma de dinero a aquella deuda que
prefiera extinguir («cfr.» D. 46, 3, 101, 1). Si el deudor nada
dice al respecto, corresponderá al acreedor decidir a qué deudas
se aplica (imputa) el pago («cfr.» D. 46, 3, 1; 46, 3, 97; C. 8, 42,
1; etc.). Si ni el deudor ni el acreedor hubieran determinado la
deuda a la cual se imputa el pago, rigen ciertas reglas que
protegen el interés del deudor («cfr.» D. 46, 3, 1; 46, 3, 3; 46, 3,
5, pr; 46, 3, 97; 46, 3, 103; C. 8, 42, 1) (Kaser, Buckland,
Iglesias).
Estas reglas de imputación (de pagos), a través de ciertos
ordenamientos, llegaron hasta nuestros días. Así, en el Fuero
Real (1252-1255), leemos: ''Si algún home que es deudor de
otro de muchas deudas, e quisiere pagar la una en su poder sea
de pagar qual dellas quisiere...'' (lib. II, «tít.» XX, ley 8a). Las
reglas de imputación de pagos aparecen, también, recogidas en
Las Partidas (1265-1273): ''Debdas de muchas maneras
deuiendo un ome a otro, si la faziese paga alguna: e señalase
por cuales debdas la fazia aquella paga deue ser contada en
aquella que señalo, e non en otra...'' (Part. 5, «tít.» XIV, Ley
10).
En el código civil francés bajo el rubro De l'imputation de
payements (lib. III, «tít.» III, sec. 3) encontramos las reglas de
la imputación de pagos («cfr.» «aa.» 1253-1256). La legislación
civil italiana regula la imputación de pagos en los «aa.» 1193-
1194 de su «CC» el código civil español lo hace en los «aa.»
1172-1174. En nuestro derecho no existe un rubro de
imputación de pagos. Sin embargo, el «CC» recoge las reglas de
la imputación de pagos en los «aa.» 2092 a 2095. El «a.» 2092,
siguiendo prácticamente verbatim a su similar español (crf. «a.»
1172 «CC» español) prescribe: ''El que tuviere contra sí varias
deudas en favor de un solo acreedor, podrá declarar, al tiempo
de hacer el pago, a cual de ellas quiere que este se aplique''
(«cfr.» a 1253 «CC» francés; «a.» 1193 «CC» italiano). Las
demás reglas de la imputación se encuentran en los «aa.»
posteriores que siguen sus similares europeos. La noción de
imputación en el sentido que hemos descrito aparece en el «a.»
2094 (''Las cantidades pagadas a cuenta... no se imputarán al
capital...'').
El segundo significado de imputación corresponde
básicamente con el uso de ''imputación'' en el lenguaje
ordinario. Implica la idea de atribución, de ascripción («cfr.» D.
35, 2, 29; 35, 2, 50 y 35, 2, 76). En este sentido ''imputación'' se
encuentra inseparablemente ligada a ''responsabilidad''
(problemas de culpa o negligencia en que la responsabilidad o
ciertos actos son imputados -ascritos o atribuidos- a un sujeto).
En este sentido el concepto de imputación no se encuentra
alejado de las ideas de imputabilidad en derecho penal y de
capacidad y responsabilidad en derecho civil.

III. El uso de la palabra ''imputación'' dentro de la teoría del


derecho se debe fundamentalmente a Hans Kelsen (1881-1973).
Kelsen hace uso del término alemán ''Zurechnung'' en los
Hauptoprobleme der Staatsrechtslehre, obra publicada en 1911.
Aunque eliminadas sus connotaciones ideológicas y
axiológicas, el uso kelseniano de ''imputación'' no se aleja del
uso ordinario de ''imputación''. Por otro lado, ''Zurechnung'' se
encuentra, en alguna manera asociada con el significado que
este término tiene en la dogmática penal.
La noción de imputación es para la teoría pura un concepto
fundamental, necesario para la construcción de la ciencia del
derecho. El principio de imputación desempeña una función
similar a la que realiza el principio de causalidad en las ciencias
de la naturaleza. ''En la descripción de un orden normativo... se
aplica un otro principio... diferente del principio de causalidad
al que se puede denominar ''imputación'' (Zurechnung). Un
análisis del pensamiento jurídico permite mostrar que en las
proposiciones jurídicas [Rechtssätze, «i.e.» , enunciados
jurídicos]... por los cuales la ciencia del derecho describe su
objeto... un principio es aplicado el cual, aunque mostrando una
analogía con el principio de causalidad, se distingue de este
último de forma muy característica...'' (Reine Rechtslehre).
Para Kelsen el derecho (el orden jurídico nacional o
internacional) se encuentra formado por normas que relacionan
ciertos actos de conducta humana. Ciertos actos forman parte de
una norma jurídica cuando son considerados antecedente o
consecuente de una específica relación que se explica
justamente en virtud del principio de imputación. ''La forma
fundamental de la proposición normativa [Rechtssatz]... es del
tipo siguiente: si un hombre comete un crimen, debe ser
pronunciada una pena contra él... si un hombre no paga la deuda
que le corresponde, debe ordenarse una ejecución forzada
contra su patrimonio... para dar un esquema general y abstracto:
en tales o cuales condiciones, determinadas por el orden
jurídico, un acto de coacción definido por el derecho debe
ocurrir'' (Reine Rechtslehre). Kelsen observa que las
proposiciones jurídicas (Rechtssätze), al igual que los
enunciados de las ciencias naturales, vinculan dos elementos.
Las proposiciones jurídicas y los enunciados de las ciencias
naturales guardan una misma estructura. Sin embargo, entre
ellas existe una diferencia considerable: ''el vínculo que enuncia
la proposición jurídica tiene una significación radicalmente
diferente... Es absolutamente evidente que el crimen y la pena,
el delito civil y la ejecución forzada... no están ligados el uno al
otro como lo son la causa y el efecto. En la proposición jurídica
no se dice... que si A es, B es; en ella se dice que si A es, debe
ser B, y esto no implica, en absoluto, que B, efectivamente
tenga lugar cada vez que A se realice'' (Reine Rechtslehre).
El principio de imputación explica esta específica relación
entre antecedente y consecuente de la relación normativa (i.e.,
entre hecho ilícito y ejecución forzada). El principio de
imputación no es así, sino el Sollen, «i.e.» , la cópula ''debe ser''
que, como vimos, no significa otra cosa que una forma de
relación de hechos de conducta humana. La relación entre el
antecedente y el consecuente en una relación normativa es
designada por la expresión ''relación de imputación''. ''Podemos
designar el enlace específico de hecho y consecuencia con el
nombre de 'imputación' (Zurechnung)...'' (Allgemeine
Staatslehre). Así, la pena es imputada al delito; la ejecución
forzada, al hecho ilícito.
En un tiempo Hans Kelsen distinguió dos tipos de imputación:
1) la imputación que hemos descrito a la cual denominó
'imputación periférica'', y 2) la imputación que llamó:
''imputación central'' (Reine Rechtslehre, Allgemeine
Staatslehre). Con la noción de imputación central Hans Kelsen
se refiere a la manera en que ciertos actos son referidos a las
personas jurídicas. ''Para designar esta referencia... empléase el
término imputación. Trátase de cosa distinta a la que antes nos
referíamos [imputación periférica]... ésta representa el enlace de
dos hechos dentro de la norma jurídica... mientras que en el
sentido en que actualmente la empleamos significa la referencia
de un hecho a la unidad del orden jurídico [parcial o total]...
Pudiérase hablar de una imputación central a diferencia de una
imputación periférica, para distinguir la imputación (de un
hecho) a una persona, de la imputación (de un hecho) a una
persona, de la imputación [de un hecho] a otro hecho'' (Teoría
del Estado). Toda la problemática de la imputación central se
relaciona con la noción kelseniana de persona jurídica.

INCOMPETENCIA
I. Del latín incompetentia). Es la falta de jurisdicción de un juez
para conocer de una determinada causa. Facultad que permite al
juez analizar de oficio, antes de entrar al conocimiento de un
negocio, si procede o no a su tramitación, a efecto de que si
resulta incompetente haga declaración en tal sentido y se
abstenga de cualquier actuación. Excepción de previo y especial
pronunciamiento que dirime una contienda y jurisdicción sobre
la cual el juez debe producir una decisión que permita orientar
en forma correcta el debate jurisdiccional.
La incompetencia forma parte de los presupuestos cuya
presencia o ausencia resulta necesaria para la integración y
desarrollo de una relación procesal, siendo ésta lo esencial de
dicha figura jurídica. Couture ha definido los presupuestos
procesales como ''aquellos antecedentes necesarios para que un
juicio tenga existencia jurídica y validez formal''. Son los
elementos que necesariamente deben coexistir en la
constitución de una relación jurídica válida, que lo mismo
puede asociarse con el sujeto que con el objeto. En cuanto al
sujeto podríamos señalar: la competencia del juzgador, la
capacidad procesal, la representación, la legitimación de las
partes. Por lo que hace al objeto: la cosa juzgada, la
litispendencia, la caducidad de la acción.

II. La incompetencia puede ser material o personal (ratione


materiae o ratione personae). Se está en presencia de lo primero
cuando un juez conoce de un asunto que corresponde a otro; en
tanto que lo segundo se presenta cuando en asunto de su
jurisdicción, un juez pronuncia sentencia contra personas que
no le están sujetas. El interés de hacer valer en el momento
procesal oportuno una incompetencia es evitar los vicios
jurídicos en que se puede caer, pues de sostener el juez una
jurisdicción que no proceda, sería imposible subsanar, ni por el
consentimiento, ni por la comparecencia de las partes, los
efectos que se producen. En cambio el interés que surge dentro
del campo de la incompetencia personal, es que el vicio que
haya tenido lugar desaparezca, ya que cualquier deficiencia que
se advierta desaparece a su vez, si hay consentimiento expreso
de las partes en la contestación, o en la defensa hecha por el
demandado sobre el fondo de la controversia; si éste la acepta
continúa el proceso por sus trámites legales.
La excepción de incompetencia del juez tiene por objeto
denunciar la falta del presupuesto procesal consistente en la
capacidad del órgano judicial para el conocimiento de un juicio.
Así p.e.: es preciso establecer en el inciso de cualquier proceso,
cuál es el tribunal al que corresponde su tramitación legal, pues
si se trata de una materia ordinaria local, es indudable que no
podrá ser un tribunal federal el competente para conocer de ella,
sino el tribunal de algún Estado de la República o del Distrito
Federal. Puede presentarse asimismo el caso de que dos
tribunales de entidades federativas distintas pretendan que su
jurisdicción es la que tiene validez, frente a tal situación, debe
decidirse la jurisdicción para evitar que con posterioridad se
presente una cuestión que invalide el juicio o que produzca
nulidad.

III. La resolución de un tribunal definiendo una incompetencia


dirime la contienda en términos de hacer imposible una
reparación posterior como ya se ha dicho, cualquiera que sea la
violación irrogada. Una regla de la teoría general del procesó
señala que, siendo el conflicto competencial materia de una
instancia incidental, el juez no puede ya volver sobre su
decisión, al constituir su última palabra por así decirlo,
cualquier debate de jurisdicción. La imposibilidad del actuar del
juez estimado incompetente causaría un agravio de imposible
reparación, ya que ni el tribunal de alzada puede modificar una
situación de esta naturaleza.

IV. Los conflictos de competencia se ajustan a las siguientes


reglas: tomamos como base el «CPC»: a) ningún tribunal puede
negarse a conocer de un asunto sino por considerarse
incompetente; b) en las resoluciones que se pronuncien deberán
expresarse los fundamentos legales que sirvan de apoyo a la
determinación judicial; c) con base en este postulado, ningún
juez puede sostener competencia frente a un tribunal superior
bajo cuya jurisdicción se halle, sólo puede hacerlo ante otro
tribunal, que aunque superior en su clase, no ejerza jurisdicción
sobre él; d) causan ejecutoria por ministerio de ley las
resoluciones que diriman o resuelvan cuestiones de
competencia; e) el auto en que se declare que una sentencia ha
causado ejecutoria no admite más recursos que el de
responsabilidad, y f) las cuestiones de incompetencia, por ser de
orden público, obligan a un tratamiento especial que ha de ser
cuidadosamente analizado debido a los efectos legales que
produce («aa.» 145, 146, 426 «fr.» IV y 429).
Idénticas reglas se encuentran consignadas en el «CFPC»
(«aa.» 14 y 15) así como en el «CFPP» («a.» 9o.). Sólo en
materia laboral existen algunas diferencias, pues se dispone en
la «LFT» que cualquier junta de conciliación o de conciliación
y arbitraje que sea incompetente, al recibir la demanda, o en
cualquier estado del proceso hasta antes del desahogo de
pruebas, debe declarar de oficio su incompetencia y remitir de
inmediato el expediente que hubiere formado a la junta o
tribunal que estime competente. Si esta última se considerase a
su vez incompetente, será una autoridad superior quien dirima
la incompetencia («aa.» 701 y 705).

V. Finalmente, cabe hacer referencia a la incompetencia que se


consigna en los tratados internacionales, sean bilaterales o
multilaterales, ya que al ser ratificados por los órganos
constitucionales que deben intervenir en tal ratificación, los
tribunales ante quien se proponga la resolución de un conflicto
competencial, quedan obligados a ajustar sus decisiones a las
normas aprobadas en dichos tratados, independientemente de
las reglas propias que consigne cualquier otra disposición legal.
Este principio supone una etapa de progreso en el ordenamiento
procesal por cuanto ha sido posible establecer soluciones
comunes, de colaboración recíproca, en diferentes legislaciones,
con las mismas garantías contenidas en los sistemas jurídicos
nacionales.
En reforma reciente al «a.» 47 del «CPC» (DO, 10-I-1986) y
correspondiendo a la facultad del juez para examinar de oficio
la legitimación procesal de las partes, el litigante que estime
irregular tal actuación judicial puede impugnarla expresando las
razones que tenga para oponerse. Contra el auto que el juez
dicta negándose a dar curso a la demanda, procederá la queja.
Asimismo se modificó la «fr.» II del «a.» 32 de dicho «CPC»
para establecer que a ninguna persona podrá obligarse a intentar
o proseguir una acción contra su voluntad, excepto en el caso de
haberse interpuesto tercería por cuantía mayor de la
correspondiente a la competencia del juzgado del conocimiento,
y hayan sido remitidos los autos a otro tribunal y el tercero no
concurra a continuar la tercería por haberse decretado la
incompetencia y no haya tenido conocimiento de ello.
Es de interés dar a conocer una ejecutoria de la Tercera Sala de
la «SCJ» que está en vía de integrar jurisprudencia en la cual se
ha expresado que si la sentencia reclamada en la demanda de
amparo desestimó la excepción de incompetencia que se
hubiere opuesto oportunamente, no resolviendo dicha sentencia
el fondo de lo demandado por tratarse de un fallo de segunda
sentencia, el cual no admite recurso ordinario que pueda
modificarlo, pese a ello tal sentencia no es definitiva conforme
a los «aa.» 46, 114 «fr.» III y 158 de la «LA», en relación con
los «aa.» 103 y 107 «frs.» V y VI de la Constitución Federal.

INCOTERMS
I. Concepto. Tema íntimamente vinculado con la compraventa
internacional son los términos comerciales entendidos como ''un
conjunto de reglas internacionales de carácter facultativo que
determina la interpretación de los principales términos
utilizados en los contratos de compraventa internacional -
Incoterms 1953 (International Chamber of Commerce Trade
Terms)-.

II. Boceto dinástico. Las relaciones comerciales en el mercado


internacional se han venido revitalizando, desde hace
aproximadamente media centuria, gracias a la propia
reglamentación detallada e internacionalmente uniforme que
cual compacta red de cláusulas tipo (standard), de reglas y
prácticas de condiciones generales y de contratos tipo han
constituido los Incoterms. Esta útil regulación ha sustituido, al
menos en los negocios privados a los códigos nacionales
(Bonell). Por lo que ahora resulta fructífero escudriñar en esta
pródiga veta, para quien desea conocer la disciplina jurídica que
en nuestros días se aplica en la típica contratación del comercio
internacional.
La génesis de este cuerpo de reglas objetivas doctrinariamente
designado como ''derecho autónomo o viviente del comercio
internacional'', se remonta a la segunda mitad del siglo pasado.
Su desenvolvimiento acaece pese a los tradicionales sistemas
positivos nacionales que devienen inadecuados a las nuevas
exigencias económico-jurídicas, las cuales a partir de aquella
época comienzan a manifestarse en la realidad del tráfico
internacional (Bonell).
Las divergencias, en la interpretación de estas reglas
provocaron que en América como en Europa se intentase
uniformar el significado de los términos comerciales más
usuales. Un primer paso en dicha ruta se dio en la Conferencia
de New York, verificada el 16 de diciembre de 1919, a la que
concurrieron representantes de las principales organizaciones
industriales y comerciales estadounidenses (United States
Chamber of Commerce; American Exporters and Importers
Association...), las que lograron adoptar una interpretación
precisa de la cláusula de entrega respecto a los términos FOB,
FAS, C&B y CIF (Guardiola). El texto se conoce como
American Foreign Trade Definitions 1919.
Sin embargo, la solución al problema interpretativo apenas se
iniciaba. En efecto, la Cámara de Comercio Internacional
(«CCI»), fundada hacia 1919 en Atlantic City, Estados Unidos,
al reunirse con los comités nacionales por vez primera en París
(1920) buscaba codificar y definir con precisión las cláusulas
más usuales en el tráfico: CIF y FOB. En dicha ocasión se
nombró un Comité que redactó un informe sobre estas
cláusulas, el cual más tarde fue discutido en el primer Congreso
de la «CCI» -Londres junio 1921- (Guardiola).
En 1923 se publicaba la primera versión de los términos
comerciales. Se trataba de una compilación de las reglas y
prácticas interpretativas más frecuentemente utilizadas FOB,
FAS, FOT FOR, free delivered, CIF y C&F (Bonell). La
International Law Association interesada en estos asuntos,
organizó una Conferencia encaminada a unificar reglas y
prácticas interpretativas referentes sólo al contrato CIF (Viena
1926). Allí se encargó a un Comité la redacción de un proyecto
cuyo texto se discutió en la Conferencia de Varsovia de 1928,
en la que se aprobaron las llamadas ''Reglas de Varsovia de
1928'' (Warsaw Rules 1928), que en número de veintidós,
regularían genéricamente al contrato. Luego, la misma
Asociación reunida en Oxford (1932) redactó el texto definitivo
bajo el nombre de ''Reglas de Varsovia y Oxford 1928-1932''
(Warsaw-Oxford-Rules 1928-1932). Sin embargo, su uso es
poco conocido y por ende poco analizado (Menéndez).
En 1935, bajo el auspicio de la «CCI», se aprobaron las
primeras Reglas Internacionales para la Interpretación de los
Términos Comerciales, mejor conocidas como Incoterms 1936,
ya que en ese año se publicaron. Se trataba de once cláusulas
que contenían una definición analítica y completa de los
derechos y obligaciones de los contratantes: ex work; FOR,
FOT; free... puerto de embarque; free or free deliverd... punto
de destino terrestre; FAS; FOB; C&F; CIF; freight or carriage
paid to...; ex ship, ex quay.
El comercio internacional se redujo considerablemente durante
la segunda contienda mundial. Una vez que el oleaje hubo
encontrado su cauce, los estudios continuaron con el fin de
actualizar las normas y adaptarlas lo más posible a las prácticas
más frecuentes del comercio internacional, de manera tal que
las adoptaran la mayor parte de los comerciantes. La «CCI»
realizó entonces su XIV Congreso (Viena 1953), en donde se
discutió y aprobó una nueva y hasta ahora vigente versión de
los Incoterms. Quedaron pues nueve cláusulas al eliminarse
free... puerto de embarque y free or free delivered... punto de
destino terrestre (Bonell). La edición Incoterms 1953 fue
adicionada con motivo del XXI Congreso de la «CCI»
(Montreal 1967), al incorporárseles las cláusulas delivered duty
paid y delivered at frontier. En 1976 la «CCI», ante las nuevas
exigencias del tráfico, incluyó la cláusula FOB airport
(Guardiola).
Es obvio que la «CCI» ha desempeñado, desempeña y
desempeñara un papel relevante en la unificación y codificación
de reglas y practicas interpretativas relacionadas con el tráfico
internacional. En efecto, ella promueve la unificación jurídica
de todos aquellos instrumentos útiles al desarrollo y feliz
culminación del comercio internacional. Tal es el caso de las
Reglas y Usos Uniformes relativos, a los Créditos
Documentarios cuyo contenido se refiere a seis disposiciones y
definiciones de carácter general, 47 «aa.» distribuidos así:
forma y notificación del crédito, (1-6); obligaciones y
responsabilidad del banco (7-13); naturaleza y requisitos
formales de los documentos (14-33); plazo de vencimiento (37-
39, 41-42), transmisión del crédito (46-47). O del Reglamento
Uniforme para el cobro de Documentos Comerciales,
compuesto por tres disposiciones generales y divido en 19 «aa.»
relativos a la presentación de los documentos comerciales (1-4);
al pago (5-7); a la aceptación (8); al protesto (9); a la
representación (10); al aviso de venta (11-13); a las comisiones
y gastos (14-15); a la responsabilidad del banco (16-19)
(Bonell). El carácter de estos instrumentos jurídicos
internacionales es de simple recomendación; valiosos por
cuanto representan un auténtico producto de la practica
comercial internacional.

III. Apunte doctrinario. 1) Enunciación. Los términos regulados


son: C&F (cost and freight... named port of destination; costo y
flete, indicando puerto de destino); CIF (cost, insurance and
freight... named port of destination; costo, seguro y flete,
indicando puerto de destino); FOB (free on board...: named port
of shipment; libre a bordo, indicando puerto de embarque); FAS
(free alongside ship... named port of shipment; libre al costado
del buque, indicando puerto de embarque); FOR-FOT (free on
rail-free on truck; named departure point; franco vagón o franco
camión, indicando punto de partida); FAD o FOB (free on
board... named airport of shipment; libre a bordo indicando
aeropuerto de embarque) DELIVERED AT FRONTIER
(named place or deliverey at frontier; entregada en frontera;
lugar de entrega convenido en frontera); DELIVERED DUTY
PAID (named place of destination in the country of importation
duty paid entregada libre de derechos; en el lugar de destino
convenido en el país de importación); FREIGHT OR
CARRIAGE PAID TO, (named point of destination; flete o
porte pagado hasta... indicando puerto de destino); EX WORK
(en fábrica); EX SHIP (named port of destination; sobre buque
indicando puerto de destino); EX QUAY (named port of
destination; sobre muelle indicando puerto de destino).
2) Principios. Estas normas descansan sobre tres pilares: a) las
reglas intentarán definir con la máxima precisión las
obligaciones de las partes; b) las reglas se han establecido
teniendo en cuenta las practicas más generalizadas en el
comercio internacional con el fin de que puedan ser adoptadas
por la mayoría de los países c) para aquellos, casos en que las
prácticas vigentes difieran notablemente entre sí, se ha
establecido el principio de que el precio estipulado en el
contrato celebrado con base en los Incoterms 1953 determinara
las obligaciones mínimas del vendedor, dejando a las partes que
estipulen en su contrato, si lo desean, otras obligaciones además
de las previstas en esta serie de reglas (Incoterms 1953,
Introducción...).
3) Nomenclátor. A) Por el tipo de transporte: a) marítimo FAS,
FOB, CIF, C&F, ex ship y ex quay; b) terrestre FOR-FOT y
delivered at frontier; c) aéreo FOB, B) Según la parte que
soporta los riesgos del transporte: a) a cargo del comprador
(venta con expedición, envío o despacho; expedition contract,
Versendungskauf) ex work, FOR-FOT, FOB, FAS, CIF, C&F,
freight or carriage paid to, delivered ai frontier; b) a cargo del
vendedor (venta con entrega destination contract,
Ankunftsvertrag) (Bonell). C) Conforme al lugar en que en cada
caso deba entenderse producida la entrega de mercaderías: a)
Cláusulas que incluyen la entrega o puesta a disposición de la
mercancía en el establecimiento del vendedor: ex work (ex mill,
ex factory...) cuando en el establecimiento del propio vendedor
éste entrega la mercancía al comprador, se desentiende de la
operación, gastos y riesgos de la misma. b) Cláusulas que
implican la entrega o puesta a disposición de la mercancía en el
lugar de embarque de la misma: (de mayor uso y dificultad en
su interpretación): (a) FAS puerto de embarque convenido. La
entrega se tiene por realizada en el muelle, bajo las poleas del
buque o sobre gabarras, antes de ser subida a bordo, por lo que
desde ese instante los gastos y riesgos de la operación son por
cuenta del comprador. (b) FOB puerto de embarque convenido.
La transmisión de la propiedad y los riesgos que implica se
realizan en cuanto la mercancía ha transpuesto la borda del
buque en el puerto de embarque señalado por el comprador, por
ser ese el momento de la entrega o puesta a disposición. Esta
cláusula al igual que FAS siempre se refieren al punto de
embarque o expedición, normalmente un puerto. (c) Cláusula
C&F puerto de destino convenido. Este término se asemeja al
FOB, en el entendido de que el vendedor además de colocar las
mercancías a bordo, deberá de contratar y pagar el transporte de
ellas hasta el puerto de destino pactado. i) CIF landed.
Modalidad de la cláusula que establece los gastos de descarga y
colocación en tierra en el puerto de destino, a cuenta del
vendedor. (d) Cláusula CIF puerto de destino convenido. El
vendedor contratará y pagará el flete y el seguro de la
mercancía. El comprador es propietario de la mercancía desde
el momento del embarque y desde ese instante los riesgos son a
su costa. El vendedor además entregará al comprador la factura
el conocimiento de embarque y la póliza de seguro. i) CIF
landed. Modalidad que asigna a cuenta del vendedor, los gastos
de descarga y colocación de la mercancía en el muelle. Se trata
del término más frecuentemente utilizado en el comercio
internacional. c) Cláusulas que implican la entrega o puesta a
disposición de la mercancía en el lugar de destino de la misma.
En éstas la obligación del vendedor es remitir y entregar la
mercancía en el punto de destino señalado; pagar gastos y
riesgos de la expedición hasta la llegada de la mercancía. (a) Ex
ship puerto de destino convenido (sobre buque en destino).
Debe el vendedor situar la mercancía sobre el buque en puerto
de destino, sin realizar la descarga. (b) Ex quay puerto de
destino convenido (sobre muelle en destino). Debe el vendedor
cubrir gastos de transporte, descarga y colocación en tierra de
las mercaderías. Variantes: i) Ex quay, duty paid (despachada
de Aduana o despachada de importación). En este caso, el
vendedor pagará además, gastos aduanales y de importación; ii)
Ex quay duties on buyer's acount (entrega no despachada de
Aduana o sin despachar de importación). El comprador pagará
gastos y gravámenes de importación y aduanales. (c) Cláusula
delivered duty paid lugar de destino convenido (entrega libre de
derechos en el lugar de destino convenido del país de
importación). Debe el vendedor entregar la mercancía en el
lugar de destino convenido del país de importación, en la fecha
y plazo pactados, libre de derechos (aduanales y de
importación). d) Cláusulas especiales del transporte terrestre.
(a) FOR o FOT punto de partida convenido (franco vagón o
camión punto de partida convenido). El vendedor debe cargar
con las mercaderías el vagón o el camión. Además, cubrir los
gastos y riesgos de la operación hasta en tanto no se haga cargo
la empresa transportadora. Los gastos subsecuentes por
exportación e importación o documentales serán a expensas del
comprador. (b) Delivered at frontier (entrega en frontera o
franco frontera). El vendedor cubrirá gastos y riesgos hasta que
entregue la mercancía -franco sobre vagón o camión en la
frontera-. Ha de precisarse la localidad fronteriza. (c) Freight or
carriage paid to... (flete o porte pagado hasta...). Similar a la
cláusula FOR más el flete pagado hasta el lugar designado. El
vendedor debe pagar gastos de exportación y riesgos hasta
entregar las mercaderías al primer porteador. e) Cláusulas
especiales del transporte aéreo. FOB airport (indicando
aeropuerto de embarque convenido). Obligación del comprador
es entregar la mercancía en la fecha y aeropuerto de embarque
pactado o en cualquier otro lugar convenido además cubrir
riesgos y gastos hasta ese momento. No debe entenderse a
bordo del avión (Guardiola).
4) El método seguido por los Incoterms es el contractual, esto
es, el respeto a la autonomía de la voluntad y la determinación
del campo de aplicación, dentro de la operación comercial
global que constituye la compraventa (Eisemann).
Efectivamente, los Incoterms no se aplican más que a las
relaciones entre vendedor y comprador.
5) En cuanto a la naturaleza jurídica, se considera que los
Incoterms representan una especie ''de redacción sumaria de la
costumbre internacional en materia de compraventa'' (Philippe
Kahncit. por Eisemann). Arbitraje comercial. Comercio
exterior. Comercio internacional. Compraventa mercantil.
Conocimiento de embarque. Contratos mercantiles. Costumbre
mercantil. Crédito documentario. Documentación mercantil
internacional. Exportación. Importación. Interpretación de
contratos. Transporte internacional. Transporte multimodal.
Títulosvalor. Ventas marítimas

INDULTO
I. (Del latín indultus, gracia por la cual el superior remite el
todo o parte de una o la conmuta.) El indulto es una medida de
excepción, facultativa del supremo representante del poder
estatal, que debe contemplarse entre las reacciones penales.
El indulto, la amnistía y la prescripción de la acción penal
poseen una doble naturaleza: son tanto causas de levantamiento
de la pena como obstáculos procesales. Tiene importancia el
indulto para la rehabilitación del condenado, ya que a través del
perdón total o parcial y de la suspensión de la pena, puede
ayudarse a la reinserción del condenado en la sociedad,
favoreciendo el restablecimiento de su prestigio social.
Consiste en un acto del ejecutivo, por el que en un caso
concreto se perdonan, atenúan o suspenden condicionalmente
las consecuencias jurídicas de una condena penal ejecutoria.
Los procesos penales aún pendientes de resolución no pueden
ser objeto del indulto.

II. El indulto es una manifestación del derecho de gracia, que


como reminiscencia histórica de los tiempos de la monarquía
absoluta, aún subsiste en los actuales estados de derecho.
En su origen se considero este derecho como elemento
integrante de un poder total superior a los tres poderes parciales.
Actualmente se le considera como un atributo de la soberanía de
la justicia y se le entiende, en sentido amplio, como parte de un
poder punitivo estatal que abarca tanto el derecho como la
gracia.
La finalidad para la que se utiliza el indulto puede ser distinta:
el Estado puede querer compensar con un acto de equidad el
excesivo rigor jurídico, especialmente cuando se ha producido
un cambio posterior de las circunstancias generales o
personales. Puede intentar corregir por este medio defectos
legislativos, sentencias judiciales que quedaron obsoletas por
una ulterior modificación de la ley, o errores, judiciales. Sirve
también para mantener la aplicación de la pena de prisión
perpetua dentro de límites razonables, compatibles con el
principio de humanidad. Puede emplearse, asimismo, para
conseguir algún efecto de política-criminal. De hecho en la
práctica se utiliza por simples razones coyunturales de política
general.
Pese a que la medida del indulto puede entenderse como
arbitraria y contradictoria a elementales principios del derecho
penal, parece difícil que pueda desaparecer, ya que como el
derecho penal refleja una determinada concepción política, es
razonable que se modifiquen o anulen sus consecuencias
cuando se cambian las circunstancias sociales que
condicionaron su aplicación.

III. El indulto en el derecho penal mexicano. 1) Naturaleza. a)


La doctrina se pronuncia por sostener una teoría mixta, que
admite para este instrumento no sólo importancia material, sino
también procesal. Desde el punto de vista sustantivo se apunta a
la anulación del deber penal, al considerar los efectos que el
acto tiene para las autoridades encargada de la ejecución penal.
Existe además una teoría puramente procesal del indulto.
b) El indulto está previsto en el derecho penal mexicano como
causa de extinción de la responsabilidad penal («cfr.» c. IV,
«tít.» V, libro primero del «CP»), debiendo interpretárselo
como de efectos respecto de la pena y no de la acción penal.
Según su alcance puede ser total o parcial. En el primer caso
queda sin efecto la ejecución de toda la pena no cumplida por el
condenado, en el segundo se remite sólo una parte de la misma.
2) Límites. El sistema vigente condicional la concesión de
indulto en los siguientes términos. a) Se exige en primer lugar
que la sanción haya sido impuesta en sentencia irrevocable
(«a.» 94 del «CP»), debiendo entenderse que no quede a
disposición del particular ningún recurso ordinario sin agotar.
b) En cuanto a las especies de penas, no procede el indulto
respecto de la inhabilitación para ejercer una profesión,
derechos civiles o políticos, o desempeño de cargos o empleos,
a cuyo respecto resultan procedentes la amnistía o la
rehabilitación («a.» 95 del «CP»).
3) Clases. De acuerdo a lo previsto en el «CP», el indulto
puede ser por gracia o necesario.
A) El denominado indulto ''por gracia'' está contemplado en el
«a.» 97 como facultativo y comprende los siguientes casos a)
Cuando el reo haya prestado importantes servicios a la Nación,
tratándose de delitos del orden común.
b) En los delitos políticos, el código deja a la prudencia y
discreción del ejecutivo, el otorgar indultos.
B) El indulto necesario procede, cualquiera sea la sanción
impuesta, cuando aparezca a que el condenado es inocente
(«cfr.» «a.» 96 del «CP»).
Este precepto permite concluir que lo que legitima la ejecución
de penas no es la cosa juzgada, sino la subsistencia de
responsabilidad penal del condenado. El surgimiento de prueba
de inocencia con posterioridad a la sentencia obliga al Estado a
dictar el indulto, dejando sin efecto la decisión judicial.
4) Efectos, En todos los casos el indulto extingue la
responsabilidad penal, con excepción de la obligación de
reparar el daño causado («cfr.» «a.» 98 del «CP»). Sin embargo,
también cesará la misma, en los casos de indulto necesario.
5) Organo competente. La facultad de otorgar indultos a los
reos sentenciados por tribunales federales o del Distrito Federal
corresponde al presidente de la República («cfr.» «a.» 89, «fr.»
XIV de la C).
Pese a ello, cuando el indulto es necesario por haber quedado
en evidencia un error judicial, debe ser considerado un acto
jurisdiccional, pues al ser ordenado por el poder judicial debe
ser concedido obligatoriamente por el ejecutivo.

INFORME DE LA AUTORIDAD
I. Es aquel que debe presentar la autoridad responsable en el
juicio de amparo, ya sea con motivo de la suspensión del acto
reclamado o en cuanto al fondo de la controversia.

II. Este informe tuvo su origen en las primeras leyes


reglamentarias de los «aa.» 101 y 102 de la C de 1857, en
cuanto negaron el carácter de parte en el juicio de amparo a la
autoridad a la que se imputaban los actos reclamados.
En efecto, según el «a.» 7o., de la «LA» de 30 de noviembre
de 1861, la autoridad responsable era parte sólo para el efecto
de oírla, en tanto que los «aa.» 9o., y 27, respectivamente, de las
«LA» de 20 de enero de 1869 y 14 de diciembre de 1882,
negaban a la propia autoridad el carácter de parte, si bien el
último de los preceptos mencionados le permitía ofrecer
pruebas y formular alegatos para justificar su actuación.
Por su parte el «a.» 800 del «CFPC» de 6 de octubre de 1897
dispuso que la falta de presentación del informe en cuanto al
fondo producía la presunción de ser cierto el acto reclamado. A
su vez, el «a.» 670 del «CFPC» de 26 de diciembre de 1908,
tomando en cuenta la evolución de la jurisprudencia, reconoció
de manera expresa el carácter de parte en el juicio de amparo a
la autoridad responsable, pero conservó la terminología
anterior, al calificar de informe el que debía presentar la citada
autoridad, tanto respecto de la suspención («a.» 716), como
respecto del fondo («a.» 730), disposiciones que fueron
incorporadas en esencia en los «aa.» 59 y 73 de la «LA» de 20
de octubre de 1919, la Primera que expidió bajo la vigencia de
la C de 5 de febrero de 1917. Tanto el citado Código de 1908
como la «LA» de 1919 establecieron que la falta de informes en
la suspensión y en el fondo, producían la presunción de ser
ciertos los actos reclamados, salvo prueba en contrario.

III. La «LA» actualmente en vigor, promulgada el 30 de


diciembre de 1935, continúa la tradición antes mencionada y
regula dos tipos de informes que deben rendir las autoridades
responsables a las cuales se les otorga expresamente el carácter
de partes («a.» 5o., «fr.» II).
A) El informe previo es aquel que deben presentar las
autoridades responsables ante el juez de Distrito cuando se
solicita por el quejoso la suspensión en el juicio de amparo de
doble instancia, en los términos del «a.» 124 de la propia LA. El
diverso «a.» 131 del mencionado ordenamiento dispone que una
vez promovida la suspensión, el juez de Distrito pedirá el
informe previo a las autoridades responsables, las que deberán
rendirlo en el plazo de veinticuatro horas. Dicho informe, según
el «a.» 132 se concretará a expresar si son o no ciertos los
hechos que se atribuyen a la autoridad que los rinde y que
determinen la existencia del acto que de ella se reclama, y en su
caso, la cuantía del asunto que lo hayan motivado (esto último
para los efectos de las garantías y contragarantías), pudiendo
también aducirse los argumentos que se estimen pertinentes
sobre la procedencia o improcedencia de la medida cautelar. Por
otra parte, el mismo «a.» 132 establece que en casos urgentes el
juez federal puede solicitar el informe previo por la vía
telegráfica a costa del promovente, y además, que la falta del
informe produce la presunción de ser ciertos los actos que se
estiman violatorios, pero para el solo efecto de la suspensión.
En tal virtud, dicho informe previo debe considerarse tanto
como una carga procesal de las autoridades responsables como
también una obligación para las mismas, puesto que la falta de
presentación de dicho informe se traduce en una corrección
disciplinaria que debe ser impuesta por el juez del amparo.
De acuerdo con la jurisprudencia, cuando la autoridad
responsable niegue la existencia de los actos reclamados en el
informe previo, su afirmación debe tenerse como cierta, con
excepción de los casos en los que en la audiencia que debe
celebrarse con motivo de la suspensión se rindan elementos de
convicción que demuestren lo contrario (Apéndice al «SJF»
1917-1985, octava parte, Jurisprudencia común al Pleno y a las
Salas, tesis 173, p. 287).
B) El informe con justificación se solicita a las autoridades a
las cuales se imputan los actos reclamados, en relación con el
fondo de la controversia de amparo y asume diversas
modalidades y efectos procesales según se trata del amparo de
doble o de una sola instancia.
a) En el amparo de doble instancia, la primera que sigue
normalmente ante un juez de Distrito (o excepcionalmente ante
el superior del juez ordinario a quien se impute la violación en
los supuestos del «a.» 37 de la LA), y en ella el juez federal o la
autoridad que funcione como tal, deben solicitar el o los
informes con justificación a las autoridades responsables en el
mismo auto en el cual admiten la demanda de amparo («a.»
147, LA), enviándole copia de la propia demanda si no lo
hubiesen hecho con motivo del informe previo.
El «a.» 149 de la «LA» dispone que el citado informe con
justificación deberá presentarse dentro del plazo de cinco días
que podrá ser ampliado por otros cinco por el juez de amparo, si
la importancia del asunto lo requiere. Este plazo no se cumple
en la realidad jurídica debido a problemas de comunicación, y
por ello en la practica judicial se admite dicho informe siempre
que se entregue con antelación a la audiencia de fondo del
amparo. En las reformas a la citada «LA» promulgada en
diciembre de 1983 se institucionalizó la práctica mencionada y
por eso se adicionó dicho precepto con un nuevo párrafo en el
cual se estableció que el juez de Distrito puede tomar en cuenta
el informe con justificación rendido extemporáneamente
siempre que las partes hubiesen tenido oportunidad de
conocerlo y preparar las pruebas que lo desvirtúen.
De acuerdo con el mismo precepto, el mencionado informe
debe contener las razones y fundamentos de la legalidad o
constitucionalidad de los actos que se imputan a la autoridad
que lo rinde, o bien la invocación de los motivos de
improcedencia del juicio, pero además se deberán acompañar
las constancias certificadas que apoyen el propio informe.
Según la jurisprudencia, en el informe justificado no se pueden
formular los fundamentos del acto impugnado en amparo si no
se dieron al citarlo, y además que si el propio informe carece de
las constancias que deben fundamentarlo, sólo tiene el valor de
la aseveración de cualquiera de las partes. Apéndice al «SJF»,
1917-1985, octava parte, Jurisprudencia común al Pleno y a las
Salas, tesis 167 y 164, «pp.» 278 y 272-273).
En el amparo social agrario, el a. 224 de la «LA» dispone una
carga y una obligación más estrictas para las autoridades
agrarias que tengan el carácter de demandas puesto que en sus
informes justificados deben acompañar copias certificadas de
las resoluciones agrarias a que se refiera el juicio, de las actas
de posesión y de los planos de ejecución de esas diligencias; de
los certificados de derechos agrarios; de los títulos de parcela y
de las demás constancias necesarias para determinar con
precisión los derechos de los campesinos o núcleos de
población reclamantes y de los terceros perjudicados.
El propio a. 149 de la LA establece que la falta de informe
produce la presunción de ser cienos los actos reclamados salvo
prueba en contrario, por lo que en este sentido debe
considerarse como una carga de las autoridades responsables,
pero además una obligación, puesto que la ausencia del propio
informe o de su justificación se sanciona con una multa de diez
a trescientos pesos, que impondrá el juez de distrito en la
sentencia respectiva. Con un criterio de mayor actualidad y
eficacia, el a. 224 de la LA ordena que el incumplimiento de las
autoridades agrarias para rendir sus informes justificados o
acompañar la extensa documentación antes señalada, se
sancionará con multa de mil a cinco mil pesos, y si subsiste la
omisión no obstante el requerimiento del juez del amparo, la
multa se duplicará en cada nuevo requerimiento hasta obtener el
cumplimiento.
Esta situación confirma el criterio doctrinal que considera el
informe con justificación como la contestación a la demanda de
amparo, ya que los efectos procesales son los mismos, y su
ausencia tiene idénticos resultados a los de la rebeldía del
demandado en el proceso civil, si se toma en consideración que
los «aa.» 332 del «CFPC» y 271 del «CPC» establecen la regla
general de que la falta de contestación oportuna de la demanda
producirá el efecto de que se presuman confesados los hechos
señalados en la última, salvo prueba en contrario, con excepción
de los supuestos de que el emplazamiento no se hubiese
notificado directa o personalmente al demandado según el
primer precepto, o de que se afecten las relaciones familiares o
el estado civil de las personas, de acuerdo con el segundo, en
virtud de que sólo en esos casos la demanda se tiene por
contestada en sentido negativo.
b) El llamado informe con justificación en el amparo de una
sola instancia contra sentencias definitivas ante los Tribunales
Colegiados de Circuito o la «SCJ» carece de los efectos
procesales de carta y de obligación para el juez o tribunal que
dicto el fallo impugnado en amparo, en virtud de que el a. 167
de la LA establece que al remitir los autos o las constancias
pertinentes, dicha autoridad judicial deberá rendir su informe
con justificación al tribunal de amparo exponiendo de manera
clara y breve las razones que funden el acto reclamado y
dejando en autos copia de dicho informe; y en caso de no
rendirlo, la «SCJ» o el Tribunal Colegiado que corresponda le
prevendrán que lo haga dentro del plazo de tres días, pero sin
señalar la sanción en caso de incumplimiento. Lo cierto es que
en la práctica judicial muy rara vez se envía dicho informe
justificado, puesto que el juez o tribunal respectivo se limitan a
remitir los autos o constancias pertinentes, lo que es
comprensible debido a la inutilidad de dicho informe, en virtud
de que las resoluciones judiciales combatidas en amparo deben
fundarse y motivarse en los términos del a. 16 de la C, y
además, porque sólo de manera artificial la LA califica como
responsable, es decir, demandada, a la autoridad judicial que
dictó el fallo o la resolución impugnados, no obstante que la
verdadera contraparte del promovente del amparo, carácter que
en realidad tiene el tercero perjudicado, según el a. 180 del
propio ordenamiento.
INICIACIÓN DE LA VIGENCIA DE LA LEY
I. Fase culminante, del procedimiento legislativo, que marca el
momento a partir del cual una ley, debidamente publicada,
adquiere fuerza obligatoria para quienes quedan comprendidos
dentro de su ámbito personal de validez.

II. Tradicionalmente se ha enseñado que el proceso o


procedimiento legislativo está integrado por seis diversas
etapas: iniciativa discusión, aprobación, sanción, publicación e
iniciación de la vigencia.
Las reglas en derecho mexicano para saber cuando una ley
inicia su vigencia se encuentran establecidas en los «aa.» 3o., y
4o., del «CC», estructurando dos distintos sistemas.
El «a.» 3o., establece el sistema llamado sucesivo, al señalar
que: ''Las leyes, reglamentos, circulares o cualesquiera otras
disposiciones de observancia general, obligan y surten sus
efectos tres días después de su publicación en el periódico
oficial. En los lugares distintos en que se publique el periódico
oficial, para que las leyes, reglamentos, etc., se reputen
publicados y sean obligatorios se necesita que además del plazo
que fija el párrafo anterior transcurra un día más por cada
cuarenta kilómetros o fracción que exceda de la mitad''.
Cabe hacer notar que el periodo que media entre la publicación
de la ley y su entrada en vigor se conoce en la doctrina como
vocatio legis. La vocatio legis responde a la idea de que debe
haber un termino durante el cual quienes deben cumplir la ley
pueden enterarse de su contenido y obedecerla
consecuentemente. Transcurrido este plazo, la ley obliga para
todos los que se encuentren en su hipótesis normativa,
haciéndose evidente el principio de que la ignorancia de la ley
no excusa su cumplimiento.
Tomando como base la vocatio legis, podemos descubrir las
dos hipótesis que el «a.» 3o., del «CC» establece: a) en el lugar
donde se publica el periódico oficial la vactio legis será de tres
días, y b) en lugar distinto en que el periódico oficial es
publicado, la vocatio legis se forma sumando a los tres días ya
mencionados, un día por cada 40 kilómetros de distancia o
fracción que exceda de la mitad.
Dados los actuales medios de comunicación, esta disposición
resulta bastante anacrónica pues como lo señala el maestro
Eduardo García Máynez (p. 60), puede darse el caso de una ley
federal, publicada por ello en el Distrito Federal, que entre en
vigor en la dudad de México tres días después de su publicación
mientras que en la región fronteriza dos meses más tarde.
Otro problema que esta disposición ofrece es la forma de
calcular los 40 kilómetros o sus excedentes, pues no cabe duda
que los muy variados criterios que pueden utilizarse arrojarían
resultados muy distintos.
El «a.» 4o., del mismo «CC» establece el segundo sistema,
conocido como sistema sincrónico, al señalar que: ''Si la ley,
reglamento, circular o disposición de observancia general fija el
día en que debe comenzar a regir, obliga desde ese día con tal
de que su publicación haya sido anterior''. Esta disposición
encierra también un problema importante, pues al señalar que la
ley empezara a regir el día que la misma señale con tal de que
haya sido publicada con anterioridad, la vocatio legis puede
desaparecer, pues el artículo transitorio del ordenamiento podría
señalar que la ley entraría en vigor el mismo día de su
publicación.
La inmensa mayoría de las leyes federales y locales utilizan el
sistema sincrónico, siendo muy usual la declaración de que la
ley entrará en vigor al día siguiente de su publicación en el
periódico oficial, quedando por tanto reducida la vocatio legis a
un solo día.

INICIATIVA POPULAR
I. Los tres procedimientos de la democracia semidirecta son la
iniciativa popular, el referéndum y el veto popular. Estos
procedimientos permiten a los ciudadanos participar en la tarea
gubernamental de manera más inmediata que a través de la
elección de sus representantes. La iniciativa popular tiende a
provocar una decisión de los gobernantes; por su parte, el
referéndum tiende solamente a ratificar o a rechazar una
decisión tomada anteriormente por los poderes públicos,
mientras que el veto popular permite a los electores abrogar un
texto vigente, al emitir un voto contrario.

II. Mediante la iniciativa popular, en vez de ejercer un simple


control a posterior, los ciudadanos pueden orientar en cierta
medida la actividad gubernamental.
En la práctica, la iniciativa se ejerce mediante el depósito de
un proyecto, firmado por un número determinado de electores,
tendiente a solicitar la adopción de una ley o su abrogación, o la
revisión de la C. De negarse el órgano legislativo a dar curso al
proyecto así presentado, se celebrará una consulta popular; si la
mayoría de los ciudadanos adoptan el referido proyecto, el
legislador tendrá que inclinarse, y se aplicará la ley o; la
reforma así aprobada. Por otra parte, la eficacia del
procedimiento es variable, según la iniciativa sea ''formulada''
(redactada en forma de un verdadero proyecto de ley) o ''no
formulada'' (una simple indicación general del texto por;
adoptar o de la reforma por realizar).

III. Algunas aplicaciones. 1) Suiza. En Suiza, los


procedimientos de la democracia semidirecta son instituciones
tradicionales que consagran tanto la Constitución federal
(29/V/1874) como las de los cantones.
A nivel federal, la iniciativa popular existe solamente en
materia constitucional («aa.» 120 a 123): 50 000 ciudadanos
pueden solicitar la revisión total o parcial de la Constitución.
Entre 1848 y 1949, se registraron 40 iniciativas de revisión
constitucional: 11 fueron adoptadas y 29 resultaron desechadas.
En los cantones, la iniciativa existe tanto en materia
constitucional («a.» 6) como legislativa («a.» 89 bis). A nivel de
los cantones, existe también un derecho de revocación popular
de las funciones electivas, análogo al recall norteamericano. Así
es como los parlamentos cantonales pueden ser disueltos por
votación, a solicitud de 12 000 ciudadanos en Berna, de 5 000
en Lucerna, de 4 000 en Solothurn, y de 1 000 en Schaffhouse.
En cuatro cantones, los gobiernos locales también pueden ser
destituidos por el pueblo a solicitud de 4 000 a 11 000
ciudadanos. Pero, en realidad, la iniciativa popular se ejerce
muy poco en materia de revocación.
2) Estados Unidos. En unos veinte Estados de la Unión
norteamericana, existen procedimientos de democracia
semidirecta; un grupo de ciudadanos pueden presentar un
proyecto de ley, siempre que recojan un número determinado de
firmas (generalmente, del 8 al 10 por ciento del cuerpo
electoral).
Por otra parte, en varios Estados existe una institución
original, el recall, que permite a los ciudadanos destituir a un
funcionario, a un miembro de la legislatura local. Así es como,
cuando un número determinado de electores (de un 10 a un 35
por ciento del electorado) pida la revocación del titular de una
función electiva, se celebrará una consulta popular a la que se
presentarán otros candidatos, junto con el funcionario de que se
trata: resultará electo el que obtenga el mayor número de
sufragios.
Este sistema funciona principalmente a nivel municipal. Sin
embargo, doce entidades federadas lo han adoptado a nivel del
Estado. En realidad, se aplica muy poco; en efecto, puede
citarse solamente el caso de un gobernador víctima del recall, el
del Estado de Oregón, en 1921.
3) Italia. La Constitución italiana (27/XII/1947) consagra
también varios procedimientos de democracia semidirecta, entre
los que figura la iniciativa popular en materia legislativa: ''el
pueblo puede ejercer la iniciativa de las leyes mediante una
proposición formulada por 50 000 electores al menos, que
constituya un proyecto redactado en artículos'' («a.» 71). Por
otra parte, cuando 500 000 electores o cinco consejeros
regionales así lo soliciten, ''se celebrará un referéndum popular
para decidir la abrogación total o parcial de una ley o de un
texto con valor de ley'' («a.» 75).
IV. En México, la ''reforma política'' de 1977 (DO 6/XII/1977) -
que modifica 17 «aa.» de la C- ha introducido dos formas de
participación ciudadana, el referéndum y la iniciativa popular,
en un sector limitado: el régimen administrativo del Distrito
Federal, o sea al ''gobierno'' del mismo. En su nueva redacción,
la base segunda de la «fr.» VI del «a.» 73 -relativo a las
facultades legislativas del Congreso de la Unión- dispone,
respecto del gobierno del D.F., que: ''Los ordenamientos legales
y los reglamentos que en la ley de la materia se determinen
serán sometidos al referéndum y podrán ser objeto de iniciativa
popular, conforme al procedimiento que la misma señale''.
En la exposición de motivos, subrayóse que esta reforma
tendía a estimular la vida política en la capital federal, mediante
la iniciativa popular y el referéndum, para suscitar la expresión
del electorado e incitarle a una participación activa en la
elaboración de los textos relativos al estatuto del D.F., así como
en la administración de los principales servicios públicos
capitalinos. Sin duda e alguna, la práctica de la iniciativa
popular y del referéndum ayudara a fortalecer la conciencia
política y la responsabilidad cívica del ciudadano que vive en la
capital. Por otra parte, los resultados a que dará lugar el
ejercicio de estas dos nuevas facultades del electorado
capitalino permitirán examinar la oportunidad de darles una
mayor extensión, al instituirlas, dado el caso, a nivel federal y
local (Carpizo, ''La reforma'').
Sin embargo, hasta la fecha, no se han distado ordenamientos
legales o reglamentos que organicen el ejercicio de la iniciativa
popular y del referéndum respecto del régimen administrativo
del D.F.

INJUSTICIA
I. (Del latín injustitia.) Acción contraria a la justicia. El
problema de la injusticia reviste especial importancia para el
ámbito jurídico por tres cuestiones principales, que se
encuentran íntimamente relacionadas y que son eje fundamental
de postulados doctrinarios, a saber: a) el problema de la
posibilidad de determinar la existencia de una norma injusta; b)
la justicia como finalidad del derecho, y c) el problema de la
invalidez jurídica de la norma injusta.

II. La doctrina jusnaturalista, que inicia su desarrollo para el


mundo occidental en la Grecia antigua, establece la posibilidad
de determinar la aparición de la injusticia de la norma jurídica a
través de dos fórmulas: a) como apreciación objetiva del sujeto
(según esta postura, se puede apreciar, p.e., la desigualdad de
los iguales o la igualdad de los desiguales, formas básicas, las
dos, de injusticia, con todas las variantes que este axioma
pudiera tener), y b) la apreciación puramente subjetiva, merced
de un instinto o sentimiento humano que permite al hombre
reconocer la norma injusta ahí donde la hay, ''en todo hombre
vive un sentimiento de lo justo y de lo injusto'', afirma Brunner
(p. 10).
La posibilidad de determinar la norma afectada de injusticia
implica, a su vez, el conocimiento de aquel orden jurídico que
no cumple con el fin que, de acuerdo con la escuela
jusnaturalista, es sustancial al derecho: la justicia. La injusticia
así, para esta corriente, resulta la negación del derecho mismo al
ser la antítesis del fin primordial de este; luego, entonces, el
orden jurídico que contiene la injusticia es un orden que se
niega y se invalida perdiendo por este hecho la obligatoriedad.
En este razonamiento, la persona que habita en un sistema
jurídico injusto, no está obligada a obedecerlo ''surgen entonces
graves problemas, tanto para el juez o magistrado que haga
aplicar normas que reputa absolutamente injustas, como para
los ciudadanos particulares de los que se exige la observancia
de las mismas'' (Del Vecchio, p. 531).

III. Para el positivismo jurídico, que como actitud científica


rechaza las especulaciones apriorísticas y metafísicas y se
confina en los datos de la experiencia, se aleja de las alturas
más elevadas del espíritu y trata de analizar los hechos
inmediatos de la realidad (Bodenheimer, p. 305). El problema
de la injusticia pertenece al mundo de la ética y de la filosofía,
careciendo de valor alguno para el derecho, el cual no puede
tener como objeto sustancial un elemento metafísico y
subjetivo, y menos aún puede otorgarse como fundamento de
validez, la cual, en todo caso, para esta doctrina, deriva
fundamentalmente de procedimientos formales, a través de los
cuales se crea la norma de derecho

INSOLVENCIA
I. (Del latín in, partícula privativa y de solvens-entis, solvente -
incapacidad de pagar una deuda.) Estado general de impotencia
patrimonial, tanto de los comerciantes colectivos e individuales,
como de las personas físicas o colectivas no comerciantes, que
las coloca en la imposibilidad de hacer frente a sus obligaciones
liquidas y vencidas, con recursos ordinarios de sus ingresos.

II. El incumplimiento de las obligaciones no siempre implica la


insolvencia del deudor, ya que puede tratarse, o bien de
problemas económicos transitorios, motivados, p.e., por
huelgas, por devaluaciones monetarias que, en última instancia,
repercuten también en el patrimonio del acreedor, pero que una
vez superados, la capacidad de cumplimiento se recobra.
Situación para la que el legislador ha previsto los
procedimientos de moratorias o suspensión de pagos («aa.» 394
y siguientes de la «LQ» y 2968 del «CC»).
O bien, puede tratarse simplemente de obligaciones
incumplidas por deudores morosos de suyo, quienes pueden ser
compelidos al cumplimiento coactivo a través de los medios de
apremio regulados por las leyes adjetivas, p.e., imposición de
multas, auxilio de la fuerza pública, fractura de cerraduras,
cateos; arresto hasta por 15 días; embargo de sus bienes y
remate posterior de los mismos («aa.» 1347, 1392 y 1404 del
«CCo».; 73, 507, 517 «fr.» I, 518 y 178 del «CPC» en relación
con el «a.» 2964 del «CC»); si la obligación fuere de hacer,
pidiendo que se realice por un tercero, a costa del deudor
principal («a.» 517, «fr.» II del «CPC», en relación con el «a.»
2027 del «CC») e incluso, si el deudor se negare a firmar los
documentos necesarios para dar forma legal a su obligación, en
su rebeldía los firmará el juez («a.» 517, «fr.» III, «CPC», en
relación con el «a.» 2247 del «CC»).
Por otra parte, cl cumplimiento del deudor también es síntoma
de solvencia, pues puede recurrir a procedimientos ruinosos
para concluir sus obligaciones más apremiantes, es decir
solicitar prestamos con altos intereses, vender mercancías bajo
su costo, o enajenar parte de sus bienes en forma
desproporcionada.
La insolvencia, traducida a términos económicos, ''importa
necesariamente una excedencia insanable del pasivo sobre el
activo'' (Satta) cuyas consecuencias jurídicas son más drásticas
pues es privado de la administración de sus bienes e, incluso,
puede ser reducido a prisión («a.» 99, LQ).

III. Origen. La historia no registra ni en que época, ni en qué


sistema jurídico apareció esta institución.
En Roma, si bien no se conoció el concepto la insolvencia del
deudor traía gravísimos perjuicios, ya que a través de la legis
actio per pignoris capionem, una de las acciones más antiguas
en derecho romano, el acreedor, ante el incumplimiento de su
deudor, lo aprehendía, a la vez que pronunciaba ciertas palabras
ante el magistrado, conduciéndole a su casa, donde
permanecería encerrado durante sesenta días al cabo de los
cuales, tras ser llevado al mercado por tres veces para ver si
alguien lo sacaba de tal situación, podría venderlo como esclavo
o matarlo.
En forma paulatina fue atemperándose esta acción, con el
surgimiento de otras, como p.e., la missio in possessionem,
mediante la cual, en vez del apoderamiento del deudor, había
una aprehensión de su patrimonio. Posteriormente apareció
cessio bonorum o cesión de los bienes, como una facultad
concedida al deudor que llega a una situación de insolvencia
involuntaria, consiste en poder ceder sus bienes a los acreedores
a fin de escapar de la ejecución personal haciendo que sean los
acreedores quienes vendiéndolos cobren sus créditos total o
parcial y proporcionalmente.
A pesar de la gran influencia que estos procedimientos
ejercieron en los sistemas jurídicos europeos, fueron
desapareciendo poco a poco, introduciéndose cambios en la
solución de las obligaciones del deudor insolvente, de los que
resultaron la quiebra y el concurso de acreedores,
procedimientos establecidos en la mayor parte de los países,
actualmente.
• IV. Insolvencia de los comerciantes. Los comerciantes
colectivos se identifican con las sociedades mercantiles («a.»
3o., «frs.» II y III, «CCo».) y con las empresas comerciales; y
los individuales, con los empresarios que realizan actos de
comercio sin encontrarse establecidos por alguna de las formas
mencionadas en la «LGSM», o sea quienes realizan el trafico
mercantil en forma unilateral.
Su incompetencia patrimonial o insolvencia, es uno de los
presupuestos de fondo necesarios que traen como consecuencia
un procedimiento judicial denominado ''quiebra'', la cual
precisa, para su existencia, de una declaración del juez ante
quien la solicita: o el propio deudor, o uno o más acreedores, si
no se sigue de oficio («a.» 5o., LQ).
Este presupuesto de fondo que origina la quiebra, requiere a su
vez, de otros supuestos que hagan presumirla, mismos que se
enumeran en la LQ, donde se identifica el vocablo a estudio con
el de ''cesación de pagos'', ya que se prescribe: ''Se presumirá,
salvo prueba en contrario, que el comerciante ceso en sus pagos
en los siguientes casos...'' («a.» 2o, LQ).
Presupuestos de la insolvencia:
a) Incumplimiento general en el pago de las obligaciones
liquidas y vencidas («a.» 2o, «fr.» I) o bien de las contraídas en
convenio hecho en la suspensión de pagos (fr. IX).
Si atendemos al concepto económico de ''liquidez'', «i.e.» , la
relación entre los recursos disponibles y por realizar a corto
plazo, y las deudas o compromisos que se deben cancelar en ese
mismo lapso, diríamos que una deuda liquida es aquella cuyo
pago es a corto plazo y debido a la excedencia del pasivo sobre
el activo, existe una insuficiencia patrimonial que impediría al
deudor hacer frente a sus obligaciones, por lo que estaría
constreñido a solicitar la quiebra, pues de otra suerte se le
calificaría de culpable («a.» 94, «fr.» II, LQ).
Pero también, deuda líquida, jurídicamente, es aquella cierta,
determinada y exigible, o sea, se refiere a las deudas vencidas
no sujetas a condición, ni determinables. Las obligaciones
vencidas y no cumplidas, también se manifiestan por la
inexistencia o insuficiencia de bienes en qué trabar ejecución al
practicarse un embargo por incumplimiento de una obligación o
al ejecutarse una sentencia pasada en autoridad de cosa juzgada,
supuesto que igualmente, presume el estado de insolvencia del
deudor («a.» 2o., «fr.» II LQ).
b) Alzamiento del comerciante. El vocablo ''alzar'', según el
diccionario de la lengua española, significa quebrar
maliciosamente los mercaderes y hombres de negocios,
ocultando o enajenando sus bienes para no pagar a los
acreedores; o el de ''alzamiento'': desaparición u ocultación que
de su fortuna hace el deudor para eludir el pago a sus
acreedores, ha hecho que la doctrina identifique el contenido de
las «frs.» III y IV del «a.» 2o., de la LQ: ''Ocultación o ausencia
del comerciante, o abandono o cierre de su empresa y locales,
sin dejar al frente alguien que legalmente pueda cumplir con sus
obligaciones'' con el clásico alzamiento del comerciante, cuya
consecuencia implica, además de las penas pecuniarias, la
privación de la libertad del deudor insolvente, pues en este
supuesto la quiebra es reputada como fraudulenta («aa.» 96,
«fr.» I y 99 LQ).
c) La cesión de sus bienes en favor de sus acreedores (a. 2o.,
«fr.» V). Este presupuesto, evidentemente se refiere a la cesión
de los bienes a parte de los acreedores, en perjuicio de los
restantes, ya que si el deudor cede parte de sus bienes a todos
sus acreedores y dicha cesión provoca su insolvencia, se estaría
en presencia de actos celebrados por un deudor en beneficio y
en perjuicio de sus acreedores. Y si les cediera todos sus bienes,
los acreedores, según el derecho común aplicado
supletoriamente, se harían responsables de todas las deudas
anteriores del donante, hasta la cantidad concurrente con los
bienes donados (a. 2355, «CC»), lo que, en el fondo, sería un
pago parcial; o bien se establece que ''el deudor puede ceder sus
bienes a los acreedores en pago de sus deudas''.
d) Acudir a expedientes ruinosos, fraudulentos o ficticiosos,
para atender o dejar de cumplir sus obligaciones (a. 2o, fr, VI).
Serían procedimientos ruinosos para atender a sus obligaciones,
el vender mercancías a un precio menor que el de su costo de
producción: enajenar sus bienes a precios evidentemente
desproporcionados; solicitar préstamos con altos intereses, etc.,
lo que califica a la quiebra como culpable (a. 93, «frs.» II, III y
IV); y serían procedimientos fraudulentos o ficticios: simular
contratos de donación sobre sus bienes, pagar deudas aún no
vencidas, lo que la califica de fraudulenta (a. 93, «frs.» I y III
LQ).
e) Pedir su declaración de quiebra (a. 2o, fr. VII), lo que se
equipara con la confesión de haber caído en insolvencia.
f) Solicitar la suspensión de pagos y no proceder ésta, o si
concedida, no se concluyó un convenio con los acreedores (a.
2o, fr. VIII). El «a.» 419 de la LQ, establece que si el convenio
fuere rechazado expresamente o no reuniere la mayoría exigida,
el juez procederá a la declaración de la quiebra; es decir, no
procedería la suspensión, por lo cual el estado de insolvencia
sería evidente, pues según ha quedado asentado, la insolvencia
implica imposibilidad irremediable, insuperable de cumplir con
los compromisos.
Estos presupuestos admiten prueba en contrario, según lo
dispuesto por el propio «a.» 2o: ''La presunción a que alude este
artículo, se invalidara con la prueba de que el comerciante
puede hacer frente a sus obligaciones liquidas y vencidas con su
activo disponible''; es decir, ''aunque baya existido el estado de
insolvencia puede rendirse prueba de que ya no existe, p.e., el
deudor se sacó la lotería o un pariente rico acudió en su auxilio.
Si se demuestra la solvencia, el proceso de quiebra deberá
sobreseerse'' (Cervantes Ahumada), caso contrario, se
substanciará en la forma y términos establecidos por la ley de la
materia.

V. Insolvencia de las personas físicas y colectivas r o


comerciantes, Los efectos que produce la insuficiencia
patrimonial para cumplir sus obligaciones los deudores civiles,
se concretan, principalmente, en un procedimiento denominado
''concurso civil de acreedores'', que consiste en un juicio
universal constituido por el patrimonio del deudor que queda
sujeto a la jurisdicción del juez ante quien se solicita, ya por el
propio deudor, y entonces se denominará ''concurso voluntario'',
o por los acreedores y se calificará como ''concurso necesario''
(«aa.» 2966 «CC», 738 y 739 «CPC»).
A través de este procedimiento, se declaran ''los derechos de
los acreedores del concurso en cuanto a la legitimidad y el
monto de sus créditos y el orden en que deben ser pagados. Así
como también, los créditos del concursado y se inicia con el
aseguramiento de los bienes del deudor común'' (Pallares).
Como juicio universal, también es atractivo ya que a el se
acumulan los demás juicios que existan pendientes contra el
deudor común o los que se inicien con posterioridad a la
declaración del concurso, pues se pretende decidir, en forma
definitiva, los litigios que existan tanto entre el deudor común y
sus acreedores, como los que existan entre el concursado y sus
deudores (a. 739, fr. VIII, «CPC»).
Igual que en la quiebra, el concurso civil de acreedores
requiere de ciertos presupuestos para su procedencia, entre los
que se encuentra la insolvencia del deudor, misma que se
presume, según el «a.» 2166 del «CC», cuando la suma de los
bienes y créditos del deudor estimados en su justo precio, no
igualan el importe de sus deudas.
Pero, a diferencia del procedimiento de falencia, los
presupuestos de la insolvencia no los consigna la ley sustantiva
ni adjetiva en forma determinada, sino que estos se deducen de
lo dispuesto por los «aa.» 2965 del «CC» y 738 in fine del
«CPC» y se reducen a dos: que el deudor suspenda el pago de
sus deudas civiles o que dos o más acreedores no encuentren
suficientes bienes que embargar.

VI. Otros derechos de los acreedores del deudor común


insolvente. Conforme a la ley sustantiva local que regula el
concurso civil de acreedores («CC»), los acreedores del
insolvente también gozan de las siguientes atribuciones:
a) Ejercitar la acción pauliana con el objeto de que se
nulifiquen los actos celebrados por su deudor, si dichos actos
motivaron la insolvencia de éste (a. 2163, «CC»).
b) Retención de la cosa vendida, si después de la venta se
descubre que el comprador se halla en estado de insolvencia (a.
2287, «CC»).
c) Repetir contra el cedente de un crédito, si el deudor se
encontrare en estado de insolvencia con anterioridad a la cesión
(a. 2043, «CC»).
d) Privar al deudor del beneficio del plazo, cuando después de
contraída la obligación, resultare insolvente (a. 1959, fr. I,
«CC»).
e) Exigir, el fiador de un deudor, aun antes de haber pagado,
que se le asegure el pago o se le releve de la fianza si el deudor
sufre menoscabo de sus bienes, de modo que se halle en riesgo
de quedar insolvente (a. 2836, fr. II, «CC»).
f) Si el fiador viniere a esta de insolvencia, puede el acreedor
pedir otro que reúna las cualidades exigidas por la ley (a. 2804,
«CC»).
g) Hacer exigible el pago de la obligación, directamente al
fiador, sin atender al beneficio de excusión, en caso de
insolvencia probada del deudor (a. 2816, fr. II, «CC»).
h) ''La «LIF» concede acción a la empresa en contra del
solicitante, fiador, contrafiador y obligado solidario para
exigirles que formalicen una o más garantías reales -prenda,
hipoteca o fideicomiso- de recuperación si bien acción tal sólo
puede ejercitarla: ...c) cuando cualquiera de los obligados
afronte el riesgo de insolvencia, y ch) cuando aparezca que
alguno de ellos suministró falsa información respecto de su
solvencia (a. 97)'' (Díaz Bravo).

INSTITUCIÓN
I. (Institución proviene del vocablo latino institutionis y hereda
de éste gran parte de su significado Institutio deriva de instituo
(is, ere, tui, tutum), que significa: 'poner', 'establecer' o
'edificar'; 'regular' u 'organizar'; o bien: 'instruir', 'enseñar' o
'educar'. Esta rapsodia de significados pasaron a ser designados
por la voz 'institución' y por sus equivalentes modernos. Por
confusión 'institución' recoge diversos significados de
institutum (también de instituere), inter alia: 'propósito',
'finalidad' (de una obra) 'materia' o 'plan'; forma de vida o pauta
de conducta; 'usos', 'hábitos' o 'costumbres'; 'pacto' o
'estipulación'; o bien: 'ideas establecidas', 'fundamento',
'principios' o 'enseñanzas'. Estos significados habrían de
determinar, por mucho, los usos modernos de 'institución' (v.
infra).
Los jurisconsultos romanos entienden por institutiones los
principios o fundamentos de la disciplina jurídica; llaman
institutiones a los libros que señalan los fundamentos del
derecho (e.g. institutiones de Gayo, [escritas en 161 dJC] y las
Institutiones de Justiniano redactadas por Teófilo y Doroteo
[siglo VI] bajo la dirección de Triboniano [470-543]). Las
Institutiones eran consideradas un manual elemental, de ahí que
el título completo de las Instituciones de Justiniano fuera
Institutiones sive elementa.
Los juristas romanos usan también institutio cuando algo es
establecido ex pacto, o bien cuando algo es pronunciado o
dictado (en el sentido de statuere: 'instituir', 'fijar', 'establecer',
'dictar' [leyes]); asimismo, institutio se usa cuando se designa o
nombra a alguien heredero, árbitro, etc. (e.g. institutio heredis),
o cuando se usa como 'inicio o interposición (de acciones)', e.g.
instituere actionem, instituere litem, etc.
En ocasiones institutio opera como sinónimo de institutum y
se usa en el sentido de 'constitución o regla que prescribe cierto
patrón de comportamiento', 'instrumento', 'ente colectivo'
(corporación u organización).

II. En el lenguaje ordinario (fuerte mente afectado por los usos


técnicos señalados) 'institución' significa: 'orden de personas,
cosas o hechos, regulado por normas estables, de conformidad
con las cuales cooperan o participan muchos hombres por
espacio de cierto tiempo'. 'Institución' tiene, también,
significados concretos, más precisos: 'actos de establecimiento
o de investidura'; 'establecimiento' (ente público), 'organización'
(establecimiento comercial), 'organización o estructura de
alguna forma social'; 'colección de principios o elementos
fundamentales de una ciencia o arte' (especialmente de las
disciplinas jurídicas); 'regulación' u 'ordenación'. En un sentido
más preciso 'institución' significa 'algo que esta instituido
(arraigado, inserto) en la vida social' como, p.e., una práctica,
una creencia, que por su arraigo, necesidad, valor o
permanencia constituye una actividad o función social esencial
en la sociedad en cuestión, habitualmente conservada y
estabilizada por ciertos agentes sociales.
La sociología contemporánea entiende a la institución como
aquel tipo de forma social que Abbagnano propone llamar
'actitud' (atteggiamento) entendiendo por tal cualquier
uniformidad significativa del comportamiento humano. En este
orden de ideas, la institución sería toda actitud que se muestra
suficientemente recurrente en un grupo social (Uberto
Scarpelli).

III. Los usos jurídicos recogen mucho de los usos latinos de


institutio, los cual es son muy consecuentes con los usos
ordinarios de institución. Los juristas entienden por 'institución'
primeramente, 'los elementos o principios de la ciencia del
derecho o de cualquier disciplina jurídica' o bien (en el sentido
de 'instruir' o 'educar') 'textos o libros que contienen los
principios o aspectos fundamentales del derecho (o ramas del
derecho)'.
Dentro de la teoría del derecho y de la sociología jurídica, se
entiende por 'institución' (además de los usos reseñados);
'conjunto de reglas, normas, valores y costumbres que rigen un
cierto comportamiento social (clases de comportamiento)
claramente identificado'. En este orden de ideas el término
'institución' ha adquirido dos sentidos particularmente
importantes: (1) complejo de ''roles'' o papeles
interdependientes los cuales constituyen funciones sociales
relevantes, significado que, en ocasiones, implica o alude a la
existencia de una instancia social específica; (2) complejo de
creencias, actitudes valores, costumbres, prácticas o símbolos
que rodean y condicionan ciertos comportamientos sociales
específicos (noviazgo, amistad, matrimonio).
La noción de institución (en cualquiera de los sentidos
aludidos) presupone siempre un conjunto de patrones
(instrucciones, normas) que regulan la conducta humana
socialmente relevante (intersubjetiva, interdependiente).
La idea de permanencia durabilidad u organización que
'institución' connota es generalmente, un elemento característico
de la estructura o forma social que nombra, con independencia
de si ésta es de origen espontaneo o previsto.
Los usos jurídicos modernos de 'institución, se entrecruzan con
los usos sociológicos, económicos, antropológicos y político-
lógicos. En ocasiones, se entiende como un conjunto
firmemente establecido de costumbres o prácticas que las
normas jurídicas reúnen o agrupan (e.g. la familia, la
propiedad). Frecuentemente 'institución' se usa en el sentido de
establecimiento, organización (ante público) o instancia (órgano
o agencia) dotado de funciones sociales especificas (e.g.
tribunales, sindicatos).

IV. Los usos de 'institución' en la dogmática jurídica


(especialmente administrativa y constitucional) se deben, en
gran medida, a la difusión de las teorías institucionalistas del
derecho las cuales fueron desarrolladas por Maurice Hauriou
1854-1929), George Renard (1876-1944) y por Joseph Delos
(1891- ), en Francia, y por Santi Romano (1875-1947). Estos
autores conciben el derecho como una forma social u
organización cuyo propósito o finalidad es el orden social. El
carácter fáctico del derecho reside precisamente, en esas formas
o estructuras sociales que giran alrededor de ciertos fines e
ideas.
Los trabajos de los autores institucionalistas con toda la
originalidad que puedan tener no son completamente inéditos en
la literatura jurídica. Los estudios sobre las formas de
organización jurídica nacen en el derecho de la Iglesia.
Sinibaldo dei Feschi (Inocencio IV), al lado de la corporación y
la fundación describe una persona ficta (la institución) cuyos
miembros bajo una auctoritas superioris se encuentran
idealmente unidos a través del tiempo (Ruffini).
Otro importante antecedente lo constituye la obra de Otto von
Gierke (1841-1921). Das deutsche Genossenschaftsrecht, y en
particular su trabajo: Das Wessen der menschligen Verbände (la
naturaleza de las asociaciones humanas). En donde se sostiene
que la existencia (y personalidad jurídica) de las formas sociales
no es una creación de la nada, no es una mera unidad artificial.
Las formas sociales asociativas son vistas por Gierke como
formas orgánicas reales que reciben su reconocimiento jurídico
en atención a su existencia efectiva.
Las teorías institucionales del derecho se insertan dentro de
aquellas corrientes que puede reunirse bajo la indicación
general de 'el estilo sociológico'. De hecho, constituyen una
reacción contra las teorías formalistas y voluntaristas, pero se
distinguen por ciertos rasgos y particularidades: se oponen a la
concepción unitaria o monista del orden jurídico (estatal) y
rechazan la teoría de la ficción de la personalidad (Legaz
Lacambra).
Para los institucionalistas, la institución es una idea de obra
que se lleva a cabo en un medio social y cuya realización y
pervivencia requieren de una organización y de un
procedimiento (M. Hauriou). Para tales autores, la institución
existe porque el instinto social hace que los hombres
establezcan entes colectivos. En claro contraste con las
relaciones contractuales la institución surge y se mantiene por la
comunión de los miembros, por la interiorización de la idea.
Este es el elemento esencial; sin embargo, la supervivencia de
esta forma social reclama de un poder que la gobierne y de un
procedimiento que la regule. La institución presupone una
organización y, como tal, implica una autoridad (G. Renard).
De lo anteriormente expuesto resulta que los elementos de la
institución son: (1) una idea compartida, (2) una forma social
relativamente duradera, que presuponen, (3) una organización
(un poder) y (4) un procedimiento.
Para los teóricos de la institución, existe una clara oposición
entre lo contractual (meramente convencional) y lo
''institucional'': la forma institucional presupone (genera) una
forma social que perdura. Existen cantidad de relaciones,
situaciones y actividades claramente reconocidas como jurídicas
que no pueden ser reducidas, sin distorcionarse, a un contrato o
a una forma contractual.
Para Santi Romano la institución no es otra cosa que un
ordenamiento jurídico. Ahora bien, si la institución constituye
una forma social o, como posteriormente sostiene, una
estructura social, entonces existen tantos ordenamientos
jurídicos como formas institucionales se produzcan. De esto
resulta que, al lado del derecho estatal, pueden existir y, de
hecho existen, otros ordenamientos jurídicos.
Las tesis de los institucionalistas han sido duramente
criticadas, en particular su ''empirismo'', considerado circular. El
carácter jurídico de la institución, se objeta, no deriva de la
mera existencia de ciertos hechos; el derecho no es el ente
social, sino la norma con arreglo a la cual la forma social
funciona (G. del Vecchio, F. Battaglia, N. Bobbio).

INSTRUCCIÓN EN EL PROCESO
I. Fases o curso que sigue todo proceso o el expediente que se
forma y tramita con motivo de un juicio. Parte del
procedimiento penal que tiene por objeto ordenar los debates,
sin cuya preparación resultara estéril y confuso un proceso.
Realización del fin específico del proceso que lleva al
conocimiento de la verdad legal y sine de base a la sentencia.
Varios son los fines específicos de la instrucción: a)
determinar la existencia de elementos suficientes para iniciar un
juicio o para resolver si procede sobreseerlo; b) aplicar
provisionalmente y cuando el caso lo amerite las medidas de
aseguramiento necesarias; c) recoger los elementos probatorios
que el tiempo pueda hacer desaparecer, y d) en materia penal
hacer factible el ideal jurídico de la libertad del procesado hasta
que recaiga sentencia condenatoria firme.
Por lo que ve a sus caracteres, la teoría general del proceso
señala los siguientes: a) ausencia de contradicción; b) secreto, y
c) escritura. Los actos que conforme a la instrucción se realicen,
deben carecer de publicidad y verificarse con la presencia de las
personas que en ellos intervienen; las partes en el proceso han
de servirse de la escritura para comunicarse entre sí. Estos
caracteres, sin embargo, no son del todo aplicables a la
instrucción mexicana, porque entre nosotros la contradicción
puede presentarse con frecuencia, debido a la amplia
intervención que se concede a las partes en un juicio. Tampoco
es secreta, pues la mayor parte de nuestros actos procesales se
realizan en audiencia pública; y si bien utilizamos la forma
escrita, se permite para algunas actuaciones la forma oral,
aunque ésta con carácter secundario o extraordinario.

II. La instrucción empieza con el auto inicial que pronuncia el


juez y concluye con el que declara cerrado el juicio. El
procedimiento civil comprende tres periodos: 1) el de la
demanda, contestación y fijación de la cuestión debatida o
fijación de la litis, como comúnmente se denomina al extracto
que se hace por parte de la autoridad judicial de los puntos
litigiosos; 2) el de ofrecimiento y admisión de las pruebas, y 3)
el de la práctica y recepción de dichas pruebas.
En el procedimiento penal los periodos son igualmente tres
pero se les estructura de diferente manera. El primer periodo es
el de setenta y dos horas que se conceden al juez a partir del
momento en que el detenido es puesto a su disposición, durante
el cual deben aportarse las pruebas que sirvan para resolver,
cuando menos, respecto de la formal prisión o libertad del
acusado por falta de méritos; el segundo es el comprendido
entre el auto de formal prisión y aquel en que se declara agotada
la averiguación; el tercero se inicia con dicho auto y finaliza
con el que cierra definitivamente la instrucción.

III. Es en el derecho penal mexicano donde la instrucción en el


proceso encuentra su mejor aplicación. Señala el «a.» 20 de la C
que en todo juicio del orden criminal el acusado tendrá, entre
otras garantías la de darle a conocer en audiencia pública y
dentro de las cuarenta y ocho horas siguientes a su consignación
a la justicia: el nombre de su acusador; la naturaleza y causa de
la acusación, a fin de que conozca el hecho punible que se le
atribuye para que pueda contestar el cargo; en este acto rendirá
su declaración preparatoria con apoyo en los más amplios
elementos de que disponga.
El cumplimiento de esta garantía inicia la instrucción y el juez
asume, desde luego, las siguientes obligaciones: a) de tiempo,
porque debe ajustarse estrictamente a los términos
constitucionales; b) de forma, porque el juez actuará siempre en
audiencia pública; c) de conocimiento, porque se indicará al
inculpado el cargo que se le hace; d) de defensa, en cuanto debe
oírse al inculpado y deben aceptársele todas las pruebas o
constancias que ofrezca, otorgándole cualquier beneficio que
consigne la ley, y c) de declaración preparatoria, que han de
tomársele al acusado en el acto mismo, con el objeto de que se
delimiten por parte del juez las funciones de decisión que le
competan.
Formalidades secundarias son la publicidad y la oralidad. El
procedimiento secreto esta vedado en el acto durante el cual se
toma al acusado su declaración preparatoria, pues ésta debe
rendirla en local donde tenga libre acceso el público. Por otra
parte el juez debe informarle le palabra el delito que se le
imputa y podrá interrogarlo en relación con la acusación sin que
sea preciso hacer constar el informe y las preguntas que se
formulen. Se le advertirá también sobre sus derechos y la
posibilidad de que pueda quedar en libertad bajo fianza, si de
acuerdo con la ley puede alcanzar este beneficio. Por último, de
existir testimonios en su contra se los dará a conocer oralmente
también.

IV. Fin específico de todo proceso es esclarecer lo que se


denomina verdad histórica. En materia penal al tomar
declaración preparatoria a un inculpado, el objeto de la
instrucción se constriñe a la aclaración de los hechos que en una
u otra forma conduzcan a la verdad, pues si al juez, desde
iniciada la instrucción, le es posible comprobarla, obtendrá un
valioso adelanto respecto de las demás fases del periodo
instructorio. En otros procedimientos dicha verdad se reduce a
reunir el mayor número de elementos que permitan fijar la litis.
Verdad histórica, según Mittermaier, es ''aquella que
podríamos obtener siempre que queremos asegurarnos de la
realidad de ciertos conocimientos, de ciertos hechos realizados
en el tiempo y en el espacio''. Este autor la opone a la verdad
formal o a la verdad material, porque para él son distintas. La
verdad formal es aquella que se tiene por tal únicamente en
vista de que es el resultado de una prueba que la ley reputa
como infalible; la verdad material es la que se fija en el
pensamiento del juez como certeza y como consecuencia de la
libre apreciación realizada por él mismo. La verdad, decía el
filosofo mexicano Porfirio Parra ''es la exacta correspondencia
entre las ideas que tenemos de las cosas y las cosas mismas''. La
verdad, en resumen, es lo que ha de encontrar el juzgador
durante la instrucción de cualquier proceso, para estar en
condiciones de dictar sentencia, porque como piensa el maestro
Piña y Palacios ''sólo una verdad es posible y ella debe ser la
meta del procedimiento. Lo que sucede es que al fin y al cabo,
la perspectiva ha mudado para los hombres conforme al paraje
histórico desde el cual han querido conocerla''.

V. Termina la instrucción en el proceso cuando el juez


instructor estima que fueron practicadas todas las diligencias
necesarias para encontrar la verdad buscada, estando asimismo
desahogadas todas las que hayan sido solicitadas por las partes.
En ese momento dicta un auto en el que declara cerrada la
instrucción y ordena que se ponga el expediente a la vista de los
interesados por un tiempo determinado, para que manifiesten lo
que a sus intereses convenga. Si se precisan algunas otras
probanzas por alguna circunstancia, puede abrirse un breve
periodo extraordinario que se denomina de instrucción para
mejor proveer, frecuente sobre todo en el procedimiento laboral,
pero no ausente en otros procedimientos.
El auto que declara cerrada la instrucción en materia penal,
según el maestro Franco Sodi, produce distintos efectos: 1o.
Pone fin a la instrucción constitucional propiamente dicha; 2o.
Transforma la acción penal de persecutoria en acusatoria, y 3o.
Marca legalmente el principio del tercer periodo de todo
procedimiento penal, o sea el juicio propiamente dicho. Pero en
los demás procedimientos el cierre de la instrucción
simplemente sirve a las partes para otorgarles el derecho a
producir alegaciones, pues si se examinan las leyes procesales,
ninguna especifica el momento en que jurídicamente deba
tenerse por concluida una instrucción. El acto en sí es
únicamente declarativo.

VI. En reciente reforma al «CFPP» se introdujeron en el c. I


«aa.» 1o. y 150 las siguientes modificaciones: respecto de la
primera disposición legal mencionada se incluyó entre los
procedimientos especiales el de instrucción, que abarca las
diligencias practicadas ante y por los tribunales con el fin de
averiguar y probar la existencia del delito, las circunstancias en
que hubiese sido cometido y las peculiares del inculpado, así
como la responsabilidad o irresponsabilidad penal de éste. En
relación con la segunda se dice: transcurridos los plazos que
señala el «a.» 147 de este Código o cuando el tribunal considere
agotada la instrucción, lo determinará así mediante resolución
que se notifique personalmente a las partes, y mandará poner el
proceso a la vista de éstas por un término de diez días comunes,
para que promuevan las pruebas que estimen pertinentes y que
puedan practicarse dentro de los quince días siguientes en que
se notifique el auto que recaiga a la solicitud de la prueba. El
juez podrá ampliar este plazo hasta por diez días más, pero
transcurrido el mismo deberá cerrarse la instrucción cuando se
declare agotado este último procedimiento. Es el caso ya
estimado por la «LFT» desde 1931, destinado a la aceptación de
pruebas supervenientes que puedan presentar las partes, cuando
durante el proceso ordinario no haya sido posible aportarlas por
alguna circunstancia debidamente acreditada. Esta reforma fue
publicada en «DO» de fecha 10-I-86.

INSURRECCIÓN
I. (Del latín insurrectio-onis alzamiento o levantamiento.) La
insurrección es un movimiento popular que tiende hacia un
cambio político o social.
Es conveniente no confundirla con la revolución o con el golpe
de Estado, ya que la primera implica el cambio de las
estructuras fundamentales, llevado a cabo a través de hechos
violentos directamente por el pueblo; por otro lado, el golpe de
Estado, a su vez, es organizado desde la cúpula del poder.

II. Siguiendo el pensamiento de Carpizo señalando que si bien


el pueblo cambio de personas (un gobernante, de facto o
constitucional, un usurpador o un dictador); principios jurídicos
(fundamentales, primarios o secundarios); sistemas; o buscar la
independencia. Por su parte, la finalidad social persigue que el
hombre pueda vivir mejor, ello siempre implica un cambio
político. Dice el propio autor que este último lo puede realizar
el pueblo, una clase social, uno o más poderes públicos, el
ejercito o una minoría ágil. Ahora bien, téngase presente que la
insurrección siempre implica un levantamiento del pueblo.
Si bien es cierto que el «a.» 39 constitucional reconoce que el
pueblo tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alterar o
modificar la forma de su gobierno, el «a.» 136 de la C impide
que por cualquier trastorno público se establezca un gobierno
contrario a los principios que ella sanciona.
Esta contradicción es resuelta por Carpizo señalando que si
bien el Pueblo tiene en todo momento el derecho de darse el
gobierno que le convenga más, el cambio se debe dar de
conformidad con los procedimientos señalados en la propia C
para su reforma y no mediante el uso de la violencia.
Por otro lado, el mismo constitucionalista afirma que cuando
un orden jurídico, deja de satisfacer las necesidades
aspiraciones e ideales de una comunidad cuando el se convierte
en opresión entonces nace el derecho a la revolución, pero no
como una facultad jurídica sino como un derecho de la vida, de
la realidad''.

INTERES JURÍDICO
I. Esta locución tiene dos acepciones, que son: a) en términos
generales, la pretensión que se encuentra reconocida por las
normas de derecho, y b) en materia procesal, la pretensión que
intenta tutelar un derecho subjetivo mediante el ejercicio de la
acción jurisdiccional.

II. La expresión interés jurídico tiene un significado general


propio de la filosofía del derecho y, otro más restringido, que
tiene relación con el derecho procesal. A continuación
realizaremos el análisis por separado de estas dos
significaciones:
1) La noción de interés está estrechamente vinculada con los
fines del derecho por las siguientes razones: a) una de las
funciones primordiales del derecho es la de proteger los
intereses que tienden a satisfacer las necesidades fundamentales
de los individuos y grupos sociales. Por esta razón, el contenido
de las normas jurídicas se integra por facultades y derechos
concedidos a las personas que representan estos intereses; de
esta manera se tutelan las aspiraciones legitimas de los
miembros de una comunidad, y b) el derecho se propone
eliminar el uso de la fuerza en las relaciones sociales y, por lo
tanto, en las normas que lo contienen se establecen mecanismos
y procedimientos para resolver pacíficamente los conflictos de
intereses que se producen en el seno de una sociedad. Estos
mecanismos y procedimientos impiden que las partes en un
conflicto resuelvan su diferencia recurriendo a la violencia.
Ahora bien, las normas jurídicas inspiradas en un criterio
axiológico señalan cuales son los intereses que merecen
protección y los jerarquizan, asignando a cada uno de ellos
distintos grados de prioridad. Esta jerarquización tiene gran
importancia, pues existen situaciones que se caracterizan por el
conflicto de dos o más intereses igualmente tutelados por el
derecho, y en estos casos es necesario dilucidar cual es el
interés que debe ser satisfecho primeramente.
Para Luis Recaséns Siches, los numerosos y variados intereses
que reciben la protección del orden jurídico pueden reducirse a
las dos siguientes categorías fundamentales: a) intereses de
libertad, los cuales tienden a librar a los individuos de las
interferencias, obstáculos, ataques y peligros que se presentan
en la vida social, y b) intereses de cooperaciones, caracterizados
por pretender la ayuda o asistencia de otras personas
individuales o colectivas, privadas o públicas para la realización
de los múltiples fines humanos que no pueden ser cumplidos
satisfactoriamente sin dicha colaboración (p. 229).
Por su parte, el ilustre jurista norteamericano Roscoe Pound,
distingue entre lo intereses individuales, públicos y sociales.
Los intereses individuales comprenden los derechos relativos a
la personalidad (derecho a la vida e integridad corporal, libertad
de tránsito, libertad de creencia, libertad de trabajo), y son
considerados en los textos constitucionales como garantías
individuales. Los intereses públicos tienden a satisfacer las
necesidades del Estado como organización, y se protegen
mediante las facultades concedidas a los órganos de gobierno.
Los intereses sociales tienen relación con el bienestar general de
los miembros de la sociedad, y entre ellos se pueden considerar
los siguientes: la paz y el orden, la seguridad jurídica, la
enseñanza pública y la conservación de los recursos naturales
(Recaséns, «pp.» 229-230).
El concepto de interés es primordial en la doctrina de Rodolfo
von Ihering. Este tratadista considera que los derechos
subjetivos son intereses jurídicamente protegidos y, por lo tanto,
piensa que no tiene derecho el que puede querer, sino el que
puede aprovechar. Para Ihering, la palabra interés debe tomarse
en un sentido amplísimo y ser aplicada no sólo a aquellas
cuestiones susceptibles de apreciación pecuniaria (económicas),
sino también a las de otra índole, como la personalidad, el
honor y los vínculos familiares.
Con el propósito de fundar debidamente sus ideas, Ihering
realiza las siguientes consideraciones: bienes son las cosas que
poseen utilidad para un determinado sujeto; la noción de bien se
encuentra indisolublemente vinculada con los conceptos de
valor e interés. El valor es la medida de la utilidad de un bien; el
interés, la relación peculiar del valor con el individuo y sus
aspiraciones. Derechos hay que valen por sí mismos y, sin
embargo, no interesan a determinados sujetos. La noción de
intereses es por esencia subjetiva y, por lo tanto, variable. A
través del tiempo, y en lugares diversos del espacio, vincularse
los intereses a objetos disimiles y dando cimiento a derechos
diferentes; pero, los últimos aparecen en todo paso como
protección de los primeros (García Máynez, p. 189).
La teoría de 11 Ihering fue duramente criticada por olvidar que
existen intereses tutelados por la ley, a los que no corresponden
derechos subjetivos. Por esta razón, dicho jurista germano, se
vio obligado a introducir algunas variantes en sus conceptos y,
de esta manera, señala que la existencia de un derecho subjetivo
implica que le sea confiado al mismo interesado la protección
de su interés, esto es, que el particular pueda tomar la iniciativa
para la protección de aquello que constituye su derecho. En
virtud de las consideraciones anteriores, Ihering vuelve a definir
al derecho subjetivo como la autoprotección de un interés
(selbst schutz des interesses).
La teoría de Ihering influyó decisivamente en la escuela
alemana de ''la jurisprudencia de los intereses'', representada
principalmente por Philipp Heck y Max Rümelen. Esta
corriente doctrinal sostiene que al interpretar y aplicar el
derecho a necesario desechar los conceptos jurídicos abstractos,
reemplazándolos por una valoración de los intereses protegidos
por la ley.
Los conceptos elaborado por los pensadores agrupados en la
escuela de ''la jurisprudencia de intereses'', quedan
perfectamente descritos en la siguiente exposición de Luis
Legaz y Lacambra: ''el interés aparece siempre como objeto de
la 'valoración' del legislador. Por eso, aun cuando la finalidad de
la ley es la protección de ciertos intereses que en un cierto
conflicto aparecen como predominantes, y la dirección de estos
intereses sólo puede conocerse a través de la idea de fin, el
contenido de la norma, el grado de realización del fin dependen
también de la fuerza de los intereses contrarios y vencidos; por
lo cual, para conocer agotadoramente una norma jurídica no
basta conocer los intereses protegidos, sino tener en cuenta
igualmente los intereses contrarios''. Por consiguiente, se
requiere de una consideración integral de los intereses en juego,
tanto los protegidos como los repudiados. ''En suma, para esta
escuela, el derecho no es un conjunto de imperativos
formulados abstractamente o un sistema de proposiciones que
ligan un cierto efecto jurídico a una determinada condición de
hecho, si no que es esencialmente un complejo de juicios de
valor o, más exactamente, de valoraciones de intereses que el
legislador expresa en forma coactiva'' (Legaz y Lacambra,
«pp.» 140-141).
En los Estados Unidos, se ha desarrollado una corriente
doctrinal, para la cual la noción de interés es fundamental en el
análisis de los problemas jurídicos. Esta corriente doctrinal
tiene como su principal expositor al jurista Roscoe Pound, y es
conocida como la escuela de la ''Jurisprudencia sociológica''.
Pound postula que el derecho es una reglamentación social que
ordena el campó de los intereses humanos, delimitando a
aquellos que deben obtener una protección y determina el
alcance de esta protección. El derecho tiene, por tanto, la
finalidad de lograr un maximum de satisfacción armónica de los
intereses humanos.
De acuerdo con la concepción de Pound, es posible llegar a un
sistema viable de compromisos entre los intereses en conflicto,
orientándose mediante la siguiente directriz: dar tanta
efectividad como quepa al mayor número posible de intereses
humanos, manteniendo una especie de armonía o balance entre
los mismos, compatible con la seguridad de todos ellos. Este
autor considera que el derecho debe satisfacer todos los
intereses que no impliquen el sacrificio desproporcionado de
otros intereses.
2) En materia procesal, el interés jurídico es la pretensión que
se tiene de acudir a los tribunales para hacer efectivo un
derecho desconocido o violado. El concepto de interés jurídico
procesal no debe confundirse con la noción de intereses en
litigio. Esta última se refiere al derecho sustantivo que se
pretende salvaguardar mediante el proceso (p.e., la propiedad de
un inmueble en un juicio reivindicatorio). En cambio, el interés
procesal no es otra cosa que la necesidad de recurrir a los
órganos jurisdiccionales para proteger el derecho sustantivo,
que es la materia del litigio.
El procesalista italiano, Hugo Rocco, considera que el interés
jurídico procesal se puede dividir en primario y secundario. El
interés primario consiste en el derecho público, autónomo y
abstracto de poner en movimiento la actividad de los órganos
jurisdiccionales. El interés secundario es, por el contrario, la
pretensión fundada o infundada de obtener una sentencia
favorable.

INTERES PÚBLICO

I. Es el conjunto de pretensiones relacionadas con las


necesidades colectivas de los miembros de una comunidad y
protegidas mediante la intervención directa y permanente del
Estado.

II. Las numerosas y diversas pretensiones y aspiraciones que


son tuteladas por el derecho se pueden clasificar en dos grandes
grupos. En el primero se incluyen las pretensiones que tienden a
satisfacer las necesidades específicas de los individuos y grupos
sociales; dichas pretensiones constituyen el ''interés privado'', y
tienen la característica de que al ser satisfechas se producen
beneficios solamente para determinadas personas. Por el
contrario, en el segundo grupo se encuentran las pretensiones
que son compartidas por la sociedad en su conjunto, y cuya
satisfacción origina beneficios para todos los integrantes de una
colectividad. Estas últimas pretensiones son garantizadas
mediante la actividad constante de los órganos del Estado, y
para referirse a ellas se utiliza la expresión ''interés público''.
La protección otorgada al interés público tiene mayor alcance
jurídico que la tutela concedida a los intereses privados. En
efecto, el interés público es protegido por el Estado, no sólo
mediante disposiciones legislativas, sino también a través de un
gran número de medidas de carácter administrativo que integran
una actividad permanente de los poderes públicos, dirigida a
satisfacer las necesidades colectivas. En cambio, en relación al
interés privado, el Estado se limita a crear las condiciones
propicias para que los particulares satisfagan sus pretensiones
mediante su propio esfuerzo.

III. La expresión ''utilidad pública'' es usada frecuentemente en


la legislación mexicana, para significar lo mismo que se denota
con el concepto de ''interés público''. Por esta misma razón, el
análisis de los casos de utilidad pública mencionados en el «a.»
1o., de la Ley de Expropiación (LE) nos proporciona una idea
aproximada de las cuestiones que son consideradas de interés
público en el derecho positivo mexicano, Estos casos de utilidad
pública señalados en la LE son los siguientes: 1) el
establecimiento, explotación o conservación de un servicio
público; 2) la apertura, ampliación y alineamiento de calles, la
construcción de calzadas, puentes, caminos y túneles para
facilitar el transito urbano y suburbano; 3) el embellecimiento,
ampliación y saneamiento de las poblaciones y puertos, la
construcción de hospitales, escuelas, parques, jardines, campos
deportivos o de aterrizaje, construcciones de oficinas para el
gobierno federal y de cualquiera otra obra destinada a prestar
servicios de beneficio colectivo; 4) la conservación de los
lugares de belleza panorámica, de las antigüedades y objetos de
arte, de los edificios y monumentos arqueológicos o históricos,
y de las cosas que se consideran como características notables
de nuestra cultura nacional; 5) la satisfacción de necesidades
colectivas en caso de guerra o trastornos interiores; el
abastecimiento de víveres y de otros artículos de consumo
necesarios a las ciudades y los procedimientos empleados para
combatir o impedir la propagación de epidemias, epizootias,
incendios, plagas o inundaciones; 6) los medios empleados para
la defensa nacional o para el mantenimiento de la paz pública;
7) la defensa y aprovechamiento de los elementos naturales
susceptibles de explotación; 8) la equitativa distribución de la
riqueza acaparada con ventaja exclusiva de una o varias
personas y con perjuicios de la colectividad en general, o de una
clase en particular; 9) la creación y fomento de una empresa
para beneficio de la colectividad; 10) las medidas necesarias
para evitar la destrucción de los recursos naturales y los daños
que la propiedad pueda sufrir en perjuicio de la colectividad, y
11) la creación o mejoramiento de centros de población y de sus
fuentes propias de vida.
Por otra parte, es necesario considerar que la satisfacción del
interés público es la finalidad primordial de las diversas
actividades reglamentadas por la ley, que se conocen como
servicios públicos. El «a.» 23 de la Ley Orgánica del
Departamento del Distrito Federal señala que ''el servicio
público es la actividad organizada que se realiza conforme a las
leyes o reglamentos vigentes, con el fin de satisfacer en forma
continua, uniforme, regular y permanente, necesidades de
carácter colectivo. La prestación de estos servicios es de interés
público''. Como ejemplo de servicios públicos se pueden
mencionar a la educación, la salud, el suministro de energía
eléctrica y el transporte urbano.

IV. Algunos autores atribuyen un significado más restringido a


la noción de interés público. Estos juristas, consideran que el
interés público se constituye solamente por las pretensiones que
tiene el Estado para satisfacer sus necesidades como institución.
De acuerdo con esta concepción, las demás pretensiones
dirigidas a satisfacer necesidades colectivas deben denominarse
interés social o general.

INTERÉS
I. (Del latín interest, sustantivación del verbo interesse,
importar.) En un sentido estricto, se identifica con el provecho,
rendimiento o utilidad que se obtiene del capital (dinero).
Asimismo, puede considerarse como el beneficio económico
que se logra de cualquier clase de inversión. En un sentido más
amplio: compensación en dinero o en cualquier valor que recibe
el acreedor en forma accesoria al cumplimiento de una
obligación.

II. 1) Naturaleza. Los intereses son frutos civiles («a.» 893,


«CC»): no merman la esencia y cantidad del bien del cual
provienen.
2) Justificación. Ya Aristóteles advertía que el dinero debe ser
estéril (pecunia non parit pecuniam); igual criterio sustentaba el
cristianismo: ''Dad prestado sin esperar por eso nada''. En
cuanto toca a la legitimidad moral de los intereses, ello se ve
superado y se habla sobre su justificación: el dinero es una
mercancía que puede ser alquilada o vendida como todas las
otras; el dinero es el signo de los valores y estos pueden ser
arrendados; existe una privación de su uso por parte de quien lo
presta: debe gratificársele; surgen los conceptos del daño
emergente («a.» 2108, «CC») y del lucro cesante («a.» 2109,
«CC») y hay que repararlos («a.» 2107, «CC»), etc.
3) Propósito. ''Quien tiene una suma de dinero, tiene siempre
modo de aumentarla, y en el peor de los casos, adquiriendo
valores de gobierno, o depositándola en un banco: el dinero, por
lo tanto, fructifica (fuera de los casos patológicos de quien lo
tiene bajo la almohada o en un cajón), produce intereses''
(Branca).
4) Clases. A) Bruto (nominal) Dentro de él se distinguen
varios conceptos: «a.» una prima de riesgo; b. un costo de
administración del préstamo, y c. una indemnización contra la
devaluación del capital ante el alza de los precios.
B) Neto (puro). Es el remuneratorio, al descontar los
elementos del bruto o nominal.
C) Lucrativos. Los que se pagan en el mutuo, por el mutuo
mismo.
D) Compensatorios. Los que se devengan durante el plazo
convenido, para resarcir el consecuente desfase económico.
E) Moratorios. Los que se pagan como sanción a título de
reparación (indemnización) a los daños y perjuicios causados
por el retraso en el cumplimiento. Aquí siempre tiene derecho el
acreedor a los intereses legales a partir del día de la mora.

III. Los intereses se regulan fundamentalmente en los capítulos


relativos al mutuo («CC») y al préstamo mercantil («CCo»).
1) Su regulación. En materia mercantil, ''toda prestación
pactada a favor del acreedor que consta precisamente por
escrito, se reputará interés'' («a.» 361, «CCo».).
El interés es legal (9% anual en derecho común -a. 2395,
«CC»- y 6% anual en materia comercial -a. 362, «CCo».-, y se
aplica cuando no haya pacto sobre ellos, o habiéndolo, éstos
sean usurarios) y convencional (sin límite que los que se
acostumbren en dinero o en especie («aa.» 362, «CCo». y 2393,
«CC»). En éste, los intereses se calcularán sobre el valor que las
cosas prestadas tengan en la plaza en que deba acerse la
devolución («a.» 362, «CCo»).
El «CC», bajo pena de nulidad, prohibe que los intereses
vencidos y no pagados, devenguen a su vez intereses
(anatocismo), salvo que haya convenio posterior sobre el
particular («a.» 2397), en tanto que el «CCo». sí autoriza su
capitalización, siempre y cuando conste de manera expresa la
voluntad de los contratantes en ese sentido («a.» 363).
2) Usura. Cuando hay una evidente desproporción en los
intereses, se dice que son usurarios («a.» 2395, «CC»). Ni
nuestra legislación, ni la «SCJ» establecen criterios definidos
para fijar los límites lícitos de los intereses convencionales, por
lo que debe acudirse a los usos, a la moral y a l as buenas
costumbres; es decir, a lo que el ordinario se pacta en las
transacciones. En el derecho común, en contra de la usura solo
se instrumenta la reducción equitativa (a. 2395, «CC»). En este
orden de ideas, por los intereses pagados no hay reducción ni
restitución. Por otra parte, el derecho público reprime la usura
bajo la institución del fraude en los casos de interés
desproporcionado, explotando la ignorancia o las malas
condiciones del sujeto pasivo (víctima) (a. 387, «fr.» VIII,
«CP»). De esta manera, quien recibe el préstamo usurario
tendrá dos acciones: una civil (a. 2395 en relación con los «aa.»
17 y 2228, «CC») para obtener reducción y las consecuencias
restitutorias de la nulidad, y, una penal, mediante la
correspondiente denuncia al Ministerio Público para la
restitución y la reparación del daño.

INTERVENCIONISMO ESTATAL
I. Conjunto de funciones, poderes, recursos, instrumentos y
mecanismos por los cuales y a través de los cuales el Estado
realiza actividades en diferentes niveles y aspectos de la
economía y de la sociedad respectivas, que directa o
indirectamente debe orientarlas en un sentido determinado y
conforme a los objetivos fijados para sus políticas generales o
sectoriales.

II. La intervención del Estado es un fenómeno antiguo y un dato


general de la historia humana desde un pasado remoto.
Ejemplos de ella son las variedades del llamado modo de
producción asiático o despotismo oriental (Egipto,
Mesopotamia, India, China); la fase helenística; el Bajo Imperio
Romano; la monarquía absoluta del Antiguo Régimen. Tales
intervenciones han estado determinadas por fines variados y de
importancia desigual. Se inspiraron y justificaron por intereses
particulares y secundarios del Estado. Sus fines económicos
fueron restringidos en número y ambición, y no tendieron a
operar de modo generalizado sobre el conjunto de la economía
ni sobre sectores intensos y esenciales. La finalidad política fue
la consolidación y la expansión del poder y la independencia del
Estado, frente a otros Estados y a grupos sociales internos,
mediante una organización autoritaria que se imponga casi
aplastantemente sobre los componentes y estructuras de la
sociedad nacional.
El Estado nacional de la Edad Moderna surge y avanza como
concomitante, producto y productor del desarrollo capitalista, y
se presenta como poder político relativamente autónomo y en
permanente expansión y multiplicación de sus intervenciones.
La secuencia o continuo histórico abarca la monarquía absoluta,
la Revolución Francesa, los bonapartismos de Napoleón I y III,
el bismarckismo. El desarrollo capitalista no es natural,
autónomo ni autorregulado; se da y se mantiene por un
intervencionismo continuo, centralmente organizado y
controlado, del Estado, su aparato administrativo y su
burocracia pública.

III. La creciente necesidad del Estado y su intervencionismo, su


tendencia a la autonomización y a su avance en ámbitos,
poderes y funciones, se intensifican ya en el siglo XIX, bajo una
primera forma de mero intervencionismo. En ella, la
intervención del Estado es frecuente, pero no sistemática. No se
pretende orientar la economía en un sentido determinado, ni
eliminar las causas de desequilibrios y conflictos, sino paliar las
consecuencias. Sus principales manifestaciones son: el
surgimiento y el avance de empresas públicas; el
proteccionismo aduanero; la fijación de precios máximos y
mínimos; los subsidios y préstamos a las empresas privadas. Se
trata de directivas económicas que fijan algunos fines a lograr,
de realización más o menos obligatoria, para aquellos a los
cuales fueron asignados, sin determinación muy precisa de
medios para alcanzarlos.
En las primeras décadas del siglo XX se van dando las otras
dos formas fundamentales de intervencionismo, que coexisten
desde entonces hasta el presente: el dirigismo y la planificación.

IV. El dirigismo se ejemplifica en las políticas británicas y


francesas entre las dos guerras mundiales, en el New Deal
norteamericano del presidente F.D. Roosevelt, y en los
regímenes fascistas de Alemania e Italia. Se identifica con una
injerencia estatal sistemática, destinada a orientar la economía y
la sociedad en un sentido determinado, y constituido por un
conjunto de intervenciones gubernamentales que no son meras
reacciones inmediatas ante dificultades particulares, sino que se
inspiran en ideas y procedimientos generales. El dirigismo
busca atenuar las crisis de capitalismos desarrollados, dentro de
sus marcos, conservando la propiedad privada de los medios de
producción, pero reduciendo -a menudo de modo drástico- los
principios de propiedad privada, libre empresa y competencia
irrestrictas. El Estado interviene para reglamentar la inversión,
la producción y el reparto de bienes y servicios, la distribución
de ingresos, el consumo. El dirigismo puede abarcar todos o
algunos de los siguientes modos, grados, instrumentos y
medidas de intervención.
a) Restricción de la oferta de bienes y servicios, para
reajustarla a un poder de compra restringido.
b) Ampliación de la demanda.
c) Estímulo estatal a ramas y sectores de la economía
(subsidios y otros apoyos especiales, gestión directa por el
Estado).
d) Un abanico de modos y grados de injerencia estatal:
actividad administrativa de coacción o policía, de fomento o
estimulo, de servicios asistenciales y sociales; administración
pública como titular de servicios económicos, empresas mixtas
y estatales.
e) Fijación autoritaria de precios, salarios y beneficios.
f) Política de dinero barato para el estimulo de la empresa y
del empleo (crédito, endeudamiento del gobierno,
inflacionismo).
V. La planificación. Esta forma tercera y culminante del
intervencionismo estatal se identifica con una injerencia
deliberada, basada en el conocimiento racional del proceso
socioeconómico y sus leyes. Se presenta como un conjunto de
medios, mecanismos y procesos sociales, por los cuales los
sujetos, agentes, grupos, estructuras, comportamientos y
movimientos, que constituyen la sociedad, la modifican y
desarrollan, son controlados de modo consciente e integrados en
la totalidad, de manera tal que se pueda diseñar, dominar y
conformar el porvenir de éste.
La planificación presupone una estrategia de desarrollo,
concebida como cuerpo orgánico de decisiones sobre una serie
de opciones (económicas, sociales, ideológicas, políticas), que
da por resultado un programa preciso para guía de los órganos
públicos de intervención y planificación y de los destinatarios
(nación, subconjuntos, sectores, clases, grupos, regiones,
instituciones). Las decisiones se toman deliberadamente, y están
referidas las unas a las otras, de modo de proporcionar un
programa de acción relativamente coherente.
La planificación se traduce en un conjunto orgánico de
objetivos y medios, cuantitativamente evaluados y adaptados
unos a otros que interesan a toda la economía y a toda la
sociedad o a sus sectores fundamentales, con determinación de
recursos, instrumentos y etapas, y atribución de tareas y
responsabilidades para los principales agentes sociales. La
planificación puede ser total o imperativa (URSS), o parcial y
flexible (Francia).

VI. La C de 1917 ha definido y legitimado al Estado mexicano


como institución con un papel central y una función
hegemónica en los principales niveles y aspectos de la vida
nacional, con facultades y obligaciones por una intervención
amplia y profunda. A los «aa.» 3, 5, 31, 73, 74, 89, 115, 117,
118, 123, 131, que concurren para fijar las principales
atribuciones del Estado en materia económica, se han agregado,
por reformas y adiciones sancionadas en febrero de 1983 las
disposiciones de los «aa.» 25, 26, 27 y 28, y las «frs.» D), E) y
F) adicionadas al 73, que incorporan los principios de rectoría
económica del Estado y de planeación democrática para el
desarrollo.
El Estado tiene la rectoría del desarrollo integral planea,
conduce y coordina las actividades de interés general. Los tres
sectores, público, social y privado, concurren al desarrollo, sin
menoscabo de otras formas de actividad económica («a.» 25).
El sector público tiene a su exclusivo cargo las áreas y
actividades estratégicas («a.» 28); puede participar, por sí o con
los sectores social y privado, en las áreas prioritarias del
desarrollo. Al mismo tiempo, apoya e impulsa a los otros dos
sectores, todos sujetos a las modalidades que dicte el interés
público, y al uso en beneficio general de los recursos
productivos, cuidando su conservación y el medio ambiente
(«a.» 25).
El sector social es definido por la inclusión de los ejidos,
organizaciones de trabajadores, cooperativas, comunidades,
empresas de trabajadores, formas de organización social para la
producción, distribución y consumo de bienes y servicios
socialmente necesarios («a.» 25).
La ley debe alentar y proteger la actividad económica de los
particulares y el desenvolvimiento de la empresa privada. El
sector privado puede participar, junto con los otros dos, en las
áreas prioritarias. del desarrollo («a.» 25). Los empresarios
privados pueden beneficiarse por el Estado, en caso de interés
general, mediante concesiones de prestación de servicios
públicos, y de explotación, uso y aprovechamiento de bienes de
dominio de la federación, con ajuste a las leyes, y salvo las
excepciones previstas por ellas («a.» 28).
Restricciones para el sector privado surgen de la prohibición
de los monopolios y sus practicas, de los estancos y exenciones
de impuestos, de las prohibiciones a título de protección
industrial («a.» 28). Son restricciones al sector privado también
los monopolios del Estado las áreas y actividades estratégicas a
su exclusivo cargo, las asociaciones de trabajadores y las
cooperativas de productores.
El Estado debe organizar un sistema de planeación
democrática del desarrollo nacional («a.» 26). El desarrollo es
definido por los «aa.» 25 y 26, y por los fines del proyecto
nacional contenidos en la C. El carácter democrático de la
planificación se define mediante la participación de los sectores
sociales que recoja las aspiraciones y demandas de la sociedad y
las incorpore al plan y a los programas de desarrollo. El plan de
desarrollo es obligatorio para los programas de la
administración pública federal.
La ley facultará al ejecutivo para que establezca los
procedimientos de participación y consulta popular en la
planeación democrática y los criterios para la formulación,
instrumentación, control y evaluación del plan y de los
programas. También determinara la ley los órganos
responsables, y las bases para que el ejecutivo federal coordine
mediante convenios con los gobiernos con los particulares las
acciones de elaboración y ejecución.
El ejecutivo federal informará al Congreso de la Unión de los
criterios-base del plan nacional, para que los considere al
ejercer sus atribuciones («a.» 26). El Congreso está facultado -
de acuerdo a las «frs.» XXIX-D, E y F adicionadas al «a.» 73-
para: expedir leyes sobre planeación, y para la programación,
promoción, concertación y ejecución de acciones de orden
económico, especialmente sobre abasto y producción de bienes
y servicios social y nacionalmente necesarios y para expedir
leyes de promoción de la inversión mexicana, de regulación de
la inversión extranjera, de la transferencia de tecnología, y de
generación, difusión y aplicación de la ciencia y de la
tecnología al desarrollo nacional.
La planificación consagrada por la C se configura así, como
una variedad del tipo parcial, flexible, concertado, indicativo o
incitativo.

INVALIDEZ
I. (De inválido y éste, a su vez, del latín invalidus, nulo y de
ningún valor, por no tener las condiciones que exigen las leyes.)
Es la calidad atribuida a los actos jurídicos que por no reunir los
elementos y requisitos exigidos por la ley para su celebración,
se encuentran total o parcialmente desprovistos de eficacia.

II. Para comprender plenamente el concepto de invalidez es


necesario hacer algunas consideraciones previas sobre la
naturaleza y estructura de los actos jurídicos.
Se puede definir el acto jurídico como la manifestación de
voluntad encaminada a producir consecuencias de derecho y
que se apoya, para conseguir esa finalidad, en la autorización
que en tal sentido concede un determinado sistema normativo.
Esta definición nos proporciona los elementos fundamentales
que necesariamente deben concurrir en la integración de un acto
jurídico, y sin los cuales no se puede siquiera concebir su
existencia. Dichos elementos han recibido el calificativo de
esenciales por la doctrina, v son los siguientes: 1) una voluntad
dirigida a la creación de determinados efectos jurídicos, y 2) un
objeto sobre el que recaiga la voluntad, que consiste
precisamente en la producción de determinadas consecuencias
de derecho. Un acto jurídico que carezca de alguno de los
elementos esenciales es inexistente y no puede producir ningún
efecto. Por otra parte, para que los actos jurídicos tengan plena
eficacia y no puedan ser anulados, deben satisfacer ciertos
requisitos de validez. Estos requisitos se relacionan con las
calidades y motivo de los autores del acto jurídico o exigen
determinadas formas para que se exteriorice la voluntad en
dichos actos. La falta de los requisitos de validez produce la
nulidad absoluta o relativa del acto jurídico, es decir, en este
caso, el negocio jurídico existe, pero puede ser desprovisto de
eficacia por una sentencia judicial posterior.
Ahora bien, las consideraciones anteriores nos permiten
abordar de mejor manera el estudio de las teorías elaboradas en
torno a la invalidez de los actos jurídicos. En efecto, esta
materia se presta a múltiples confusiones, pues la doctrina no
siempre usa una terminología precisa. Así, p.e., algunos autores
diferencian a la nulidad de pleno derecho (por falta de los
elementos de existencia o de ciertos requisitos de validez
instituidos por cuestiones de orden público) de la simple
anulabilidad (incumplimiento de los requisitos de validez
establecidos para proteger intereses de los particulares).
Diversos tratadistas consideran que tanto la inexistencia como
la nulidad son grados de invalidez de los actos jurídicos. Por el
contrario, otros juristas distinguen claramente entre la
inexistencia de los actos jurídicos, provocada por la falta de los
elementos esenciales, y la invalidez de dichos actos, causada
por incumplimiento de los requisitos de validez.

III. Las principales teorías relacionadas con el concepto de


invalidez son las siguientes:
1) La teoría clásica de las nulidades se encuentra plasmada en
el Código Civil Francés de 1804, y tiene antecedentes en el
pensamiento de los romanistas medievales. Esta teoría sostiene
que existen dos categorías de invalidez en los actos jurídicos: la
nulidad de pleno derecho y la simple anulabilidad.
La nulidad de pleno derecho afecta a los actos jurídicos que se
celebran en contra de lo dispuesto en textos legales prohibitivos
o preceptivos (p.e., son nulos de pleno derecho los actos que
violen el orden público o atenten contra la moral o las buenas
costumbres). El acto jurídico es afectado por la nulidad de pleno
derecho desde el momento en que se forma, por eso mismo no
puede producir los efectos que las partes pretenden alcanzar con
él; quienes lo han otorgado no se hallan ligados por vínculo
jurídico alguno, porque la relación de derecho no ha podido ser
creada, es nula (Galindo Garfias, p. 251).
Los pensadores de la teoría clásica señalan que la nulidad de
pleno derecho puede ser invocada por cualquier interesado,
pues es una causa de invalidez establecida por la ley en
protección del interés general.
La configuración y la ratificación del acto jurídico no pueden
hacer desaparecer a la nulidad de pleno derecho. Igualmente, se
considera que la nulidad de pleno derecho puede ser invocada
en cualquier tiempo y, por lo tanto, es imprescriptible.
La simple anulabilidad se origina por incapacidad de los
autores del acto, vicios de la voluntad o incumplimiento de las
formalidades legales que deben satisfacerse al celebrar un
negocio jurídico.
Entre las características fundamentales de la simple
anulabilidad destacan las siguientes: a) la anulación del acto
debe ser solamente producida cuando es derogada por la
autoridad judicial; b) el acto puede producir sus efectos en tanto
no sea anulado por el juez, sin embargo, la sentencia judicial
destruye retroactivamente las consecuencias ya producidas del
negocio jurídico; c) la anulación se concede por la ley para
proteger los intereses de las personas que hayan intervenido en
la celebración del acto (p.e., los incapaces o aquellos qué
emitieron una declaración de voluntad por error, dolo o
intimidación), y d) la acción de nulidad solamente puede ser
ejercida ante los órganos jurisdiccionales por los autores del
acto que hubieren recibido algún perjuicio.
Se observa que la teoría clásica de las nulidades no toman en
cuenta a los actos inexistentes y, por lo tanto, no es una guía
segura para resolver las cuestiones relacionadas con la invalidez
de los actos jurídicos.
2) El jurista francés René Japiot considera que las
disposiciones legales sobre la invalidez deben inspirarse en un
criterio de equidad, que tome en cuenta en cada caso concreto
cuáles son los intereses que se verían afectados al anularse un
determinado acto jurídico. Según este autor los actos inválidos
producen efectos en relación a terceros que crean intereses
legítimos, los cuales no deben ser desconocidos posteriormente
por una sentencia judicial, pues se atentaría contra el principio
de seguridad jurídica. Por esta razón sostiene Japón que es
necesario otorgar un amplísimo arbitrio al juez para que pueda
estimar y valorar en cada caso cuáles son los efectos de los
actos inválidos que deben subsistir. Para Japiot, la distinción
clásica entre nulidad de pleno derecho y anulabilidad es
incorrecta y en su lugar debe hablarse de simple ineficacia de
los actos jurídicos, la cual será graduada según cada asunto
específico. Tomando en cuenta la naturaleza del negocio, los
intereses en presencia y las consecuencias que produciría la
aplicación de la sanción de nulidad.
3) Otro civilista francés, Piedelievre, también se aparta un
tanto del concepto clásico de invalidez, que se encuentra en el
Código Napoleón. Este tratadista afirma que en numerosas
ocasiones los actos inválidos producen efectos aun después de
ser anulados por el juez (p.e., el contrato que da origen a una
sociedad irregular y el patrimonio putativo). Por lo tanto, en el
pensamiento de Piedelievre, el principio fundamental en materia
de invalidez es totalmente distinto al tradicional. Este principio
es que los actos inexistentes o nulos generalmente producen sus
efectos.
Para Piedelievre los efectos de los actos inválidos deben
subsistir en los siguientes casos: a) cuando se trata de relaciones
jurídicas que se rigen por el principio de autonomía de la
voluntad; b) cuando se trata de actos jurídicos de naturaleza
compleja; c) cuando la acción de nulidad se dirige contra las
consecuencias del acto y no contra el acto mismo, y d) en
aquellas materias en las cuales el formalismo exigido para la ley
es menos riguroso.
El tratadista que comentamos considera que los problemas
relacionados con la invalidez de los actos jurídicos deben ser
resueltos por el juez, tomando en cuenta la buena fe de las
partes, la protección del interés de los terceros y la seguridad
jurídica (Galindo Garfias, p. 258).
4) Julien Bonnecase elaboró una teoría sobre la invalidez de
los actos jurídicos, que tiene gran importancia, pues ha sido
adoptada en el derecho positivo mexicano. Este autor introduce
algunas modificaciones en la teoría clásica del Código Civil
francés y, de esta manera, distingue entre los conceptos de
inexistencia, nulidad absoluta y nulidad relativa de los actos
jurídicos.
Para Bonnecase, la inexistencia se produce cuando el acto
jurídico carece de alguno de sus elementos de definición
(voluntad y objeto) y no necesita ser declarada por la autoridad
judicial. Los actos inexistentes son simples hechos materiales
que no se encuentran reconocidos por el derecho y, por lo tanto,
están imposibilitados para producir ningún efecto jurídico. Sin
embargo, Bonnecase considera que en algunas ocasiones los
actos inexistentes pueden tener consecuencias de hecho. De
acuerdo con las ideas del mencionado jurista francés, la nulidad
absoluta ha sido instituida por razones de interés general, y se
reconoce por las siguientes características: a) puede ser
invocada por cualquier interesado; b) no desaparece aunque el
acto sea confirmado o ratificado por sus autores, y c) la acción
de nulidad se puede ejercer en cualquier tiempo, ya que es
imprescriptible. Para que la nulidad sea absoluta es
indispensable que se reúnan las tres características citadas, pues
en caso contrario la nulidad será relativa.
Según Bonnecase, los actos viciados de nulidad relativa
pueden producir provisionalmente sus efectos, pues en estos
casos solamente se afecta el interés de los particulares. La
nulidad es relativa cuando presenta alguna de las siguientes
características: a) sólo puede ser invocada ante los tribunales
por determinadas personas, que son los autores del acto
jurídico; b) puede desaparecer por la ratificación o confirmación
del acto, y c) la acción de nulidad no se extingue por
prescripción. Así, pues, se observa que en el pensamiento de
Bonnecase algunos requisitos de validez (incapacidad de las
partes, vicios de la voluntad y falta de forma legal) provocan
siempre la nulidad relativa, pues el acto solamente puede ser
anulado por el juez a solicitud de las personas que se han visto
perjudicadas por su celebración defectuosa. Por el contrario, la
falta del otro requisito de validez (licitud en el objeto, motivo o
fin del acto) puede producir la nulidad absoluta o relativa, ya
que en tal circunstancia las características de la acción de
anulación no son siempre las mismas en todos los casos
previstos en la ley.

IV. Antes de analizar las normas que reglamentan en el derecho


positivo mexicano, la invalidez de los actos jurídicos, es
necesario aclarar que esta materia se encuentra regulada en el
«CC» dentro de las disposiciones generales sobre contratos. Por
esta razón las normas de este ordenamiento, relativas a la
invalidez de los contratos, se aplican a los demás actos
jurídicos.
El «CC» distingue entre la inexistencia y la invalidez de los
actos jurídicos. En su «a.» 1794 señala (a contrario sensu) las
causas de inexistencia de los actos jurídicos, los cuales son la
falta de voluntad (consentimiento dice el código, pues habla de
los contratos) o de objeto. Por su parte, el «a.» 1795 establece
las causas de invalidez disponiendo que el contrato puede ser
invalidado: a) por incapacidad legal de las partes o de una de
ellas; b) por vicios del consentimiento o de la voluntad, c)
porque su objeto motivo o fin sea ilícito, y d) porque el
consentimiento no se haya manifestado en la forma que la ley
establece.
Ahora bien, de acuerdo con el «a.» 2225 del «CC», la ilicitud
en el objeto, motivo o fin del acto produce su nulidad, ya
absoluta, ya relativa, según lo disponga la ley. A su vez, el «a.»
2228 del mismo ordenamiento, dispone que las demás causas de
invalidez (falta de forma establecida por la ley, vicios de la
voluntad e incapacidad de las partes) sólo producirán la nulidad
relativa del acto jurídico. Como vemos, estas normas están
inspiradas en la doctrina de Julien Bonnecase.

INVESTIGACIÓN JURÍDICA
I. Desde un punto de vista genérico puede considerarse como tal
el estudio original y sistemático de los fenómenos normativos
con el propósito de construir conceptos principios e
instituciones, que puedan servir de base a la solución de los
problemas jurídicos todavía no resueltos de manera
satisfactoria.

II. La cuestión relativa a la existencia de la investigación


jurídica se encuentra estrechamente relacionada con la
posibilidad de una ciencia del derecho, lo que se ha discutido de
manera constante no solo por tratadistas de otras disciplinas,
inclusive de carácter social, sino también por los mismos
juristas que en muchas ocasiones han tenido serias dudas sobre
el carácter científico de sus estudios, y el ejemplo mas palpable
es el de la clásica conferencia del jurista alemán Julio Germán
von Kirchman sustentada en 1847, pero que tiene repercusiones
en la actualidad, y en la que trazo un cuadro muy desconsolador
de lo que calificó como el ''carácter acientífico de la
jurisprudencia''.

III. Sería muy complicado hacer una relación de los trabajos


jurídicos que puedan calificarse como científicos en nuestro
país, tomando en cuenta que desde la época colonial se
publicaron obras importantes de estudiosos tanto españoles
como criollos sobre las instituciones jurídicas aplicables a la
Nueva España y esta tradición experimentó un desarrollo
significativo durante todo el siglo XIX, particularmente con
motivo de la renovación que se produjo con la expedición de los
códigos que sustituyeron la vieja legislación española en la
segunda mitad del siglo anterior, a partir del «CC» de 1870, al
cual siguieron varios de carácter sustantivo y procesal en las
diversas entidades federativas que tomaron como modelo los
distritales y los de carácter federal.
La expedición de estos códigos propicio el florecimiento de
numerosos estudios de tratadistas mexicanos entre los cuales
podemos citar los nombres de Manuel Mateos Alarcón, José
María Lozano, Miguel S. y Pablo Macedo, Silvestre Moreno
Cora, y Jacinto Pallares. El derecho público en el cual se
observa una influencia importante del ordenamiento
constitucional de los Estados Unidos, motivó la publicación de
obras fundamentales entre las que podemos destacar las de
Ignacio Luis Vallarta y Emilio Rabasa, pero también de José
María del Castillo Velasco, Eduardo Ruiz, Mariano Coronado,
Ramón Rodríguez e Isidro Montiel y Duarte, y por supuesto
también florecieron los estudios sobre nuestro juicio de amparo,
entre los cuales resaltan los de los destacados tratadistas ya
mencionados Ignacio Luis Vallarta y Emilio Rabasa.

IV. La revolución política y social comenzada en 1910 y que


culminó con la expedición de la C de 5 de febrero de 1917,
inició el llamado ''constitucionalismo social'' con la
consagración de los derechos de los campesinos y de los
trabajadores en sus «aa.» 27 y 123, motivando una verdadera
renovación de los trabajos jurídicos de carácter científico en
nuestro país, en una doble dirección: en primer término al
superar metodológicamente los estudios jurídicos que
predominaron en el siglo anterior y en las primeras décadas del
presente, los que inspirados en la escuela de la exégesis, se
tradujeron en comentarios o glosas de los textos legislativos,
puesto que los nuevos trabajos posteriores a la nueva C se
elaboraron en su mayor parte con una orientación sistemática.
Particularmente en los años cuarenta se observa una profusa
producción de los textos clásicos elaborados por los más
distinguidos catedráticos de las Escuelas: Nacional de
Jurisprudencia de la UNAM, y Libre de Derecho, entre los
cuales nos limitamos a citar, en vía de ejemplo, las obras de
Felipe Tena Ramírez, Miguel Lanz Duret y Manuel Herrera y
Lasso, en derecho constitucional; Gabino Fraga, Andrés Serra
Rojas y Antonio Carrillo Flores en derecho administrativo;
Ignacio Burgoa Orihuela respecto del juicio de amparo; José
Angel Ceniceros, Luis Garrido, Francisco González de la Vega,
Raúl Carrancá y Trujillo, Celestino Porte Petit, y Javier Piña y
Palacios en materia penal; Manuel Borja Soriano y Rafael
Rojina Villegas en derecho civil; Felipe de J. Tena y Roberto L.
Mantilla Molina en el campo mercantil; Manuel J. Sierra e
Isidro Favela en derecho internacional público; Eduardo
Trigueros Saravia en el internacional privado; Rafael Preciado
Hernández en los estudios de filosofía del derecho, así como
Toribio Esquivel Obregón respecto de la historia jurídica
nacional, para no citar sino a los iniciadores de los modernos
estudios científicos del derecho en nuestro país.
En segundo lugar, con motivo de la introducción de las bases
esenciales de los derechos de los campesinos y de los
trabajadores en la C de 1917, según se ha dicho, surgió en
nuestro país una vigorosa doctrina sobre las nuevas disciplinas
jurídicas laboral y agraria, debiendo destacarse las obras
fundamentales de los tratadistas Mario de la Cueva y Alberto
Trueba Urbina en derecho del trabajo, y la iniciación de los
estudios científicos sobre el derecho agrario por parte del
notable jurista y sociólogo Lucio Mendieta y Núñez.

V. Hasta este momento la investigación jurídica es


exclusivamente individual y efectuada por los juristas
mexicanos de manera predominante en sus bibliotecas
particulares, por lo que la etapa decisiva en la evolución de los
estudios jurídicos de carácter científico se debe a la promoción
fundamental, aun cuando no exclusiva, de la emigración
española provocada por la guerra civil, si se torna en cuenta que
a partir del año de 1937 en que llegaron los primeros juristas
hispanos, hasta el de 1946 en el cual arriba a México el ilustre
procesalista Niceto Alcalá-Zamora y Castillo, puede observarse
un notorio incremento de los estudios científicos sobre las más
variadas disciplinas jurídicas propiciado por la infatigable labor
de los tratadistas españoles, entre los cuales podemos citar
además del profesor Alcalá-Zamora y Castillo, a los
distinguidos juristas Luis Recaséns Siches, Manuel Pedrozo,
Constancia Bernando de Quiroz, Mariano Ruiz Funes, Mariano
Jiménez Huerta, Joaquín Rodríguez y Rodríguez y Rafael de
Pina Milán, entre otros. Los citados estudiosos españoles
influyeron en la investigación jurídica mexicana en una doble
dirección: en primer lugar por ser portadores de las corrientes
doctrinales europeas entonces más recientes, y en segundo
término por haber propiciado el inicio de la investigación
institucionalizada en la entonces Escuela Nacional de
Jurisprudencia, cuyo primer Reglamento fue aprobado por el
Consejo Universitario el 18 de diciembre de 1947 (el vigente
fue expedido el 18 de mayo de 1967), y luego con la fundación
en el año de 1940 del Instituto de Derecho Comparado de
México por el notable jurista español Felipe Sánchez Román,
dentro de la Escuela Nacional de Jurisprudencia, pero que
adquirió su autonomía a partir de 1948, con la cual la propia
investigación jurídica no sólo adquirió un carácter institucional,
sino también naturaleza profesional.
Otro acontecimiento importante fue el establecimiento del
doctorado en derecho por acuerdo del Consejo Universitario del
7 de octubre de 1949, con el propósito esencial de formar
profesores e investigadores, con lo cual se transformó la antigua
Escuela Nacional de Jurisprudencia de la UNAM en la actual
Facultad de Derecho. En el año de 1967 dichos estudios
integraron la División de Estudios Superiores, ahora de
Posgrado, de acuerdo con los Reglamentos Generales de 18 de
mayo de 1967 y 9 de enero de 1979.

VI. Con todos los elementos anteriores a explicable que a partir


de la quinta década de este siglo se incrementaran en forma
progresiva los estudios jurídicos de carácter científico sobre el
ordenamiento nacional, particularmente por los juristas
mexicanos, pero también por parte de algunos extranjeros, lo
que se traduce en el aumento constante de las publicaciones no
sólo de libros, sino también de monografías y artículos de
revista, y una demostración de este desarrollo puede observarse
en el inventario anual de la producción jurídica mexicana
elaborado por Eugenio Hurtado Márquez en el Anuario Jurídico
del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, que
aparece a partir de 1974, inventario que ya es impresionante si
lo comparamos con estudios del siglo anterior y los primeros
años del presente. Por tanto resulta imposible intentar así fuera
una enumeración ejemplificativa como la que realizamos
anteriormente, de los juristas actuales, ya que además de rebasar
ampliamente las posibilidades de este breve resumen se corre el
riesgo de incurrir en graves omisiones, por lo que nos remitimos
a las bibliografías mencionadas.

VII. No obstante los avances anteriores, podemos señalar que


todavía la investigación jurídica en nuestro país no ha logrado
superar en general los derroteros de improvisación,
pragmatismo, y lo que es más grave, su centralización en el área
metropolitana, pues en nuestro concepto es preciso que la
propia investigación se introduzca paulatinamente en las
diversas etapas de la enseñanza del derecho en todas las
Universidades del país y llegar inclusive a las actividades
profesionales y no encerrarse de manera exclusiva en los
escasos, institutos existentes y de manera esporádica en los
diversos Seminarios de nuestras Escuelas y Facultades.
En nuestro concepto existen tres etapas progresivas en la
investigación jurídica: a) el preseminario que puede realizarse
por conducto de un curso introductorio de técnicas de la
investigación jurídica, y si bien se advierte la tendencia
paulatina a introducirlo en algunas Facultades de Derecho,
carece de carácter general, si se toma en cuenta que todavía no
existe en la Facultad de Derecho de la UNAM, y esta ausencia
ha traído como resultado que los alumnos no se encuentren en
aptitud de redactar trabajos o monografías sencillos para los
estudios posteriores; b) el seminario que significa un centro
permanente de estudios y que en la actualidad se limita en la
mayoría de los casos a auxiliar a los alumnos para la
preparación de las tesis de licenciatura y, en ocasiones, de
maestría y doctorado, pero salvo casos de excepción no efectúa
en nuestro país las restante labores que le corresponden como lo
es el trabajo de equipo y la elaboración de material didáctico, y
c) institutos de investigación, que es la etapa más elevada y que
implica la realización de una actividad académica profesional,
pero que no se puede efectuar sin la preparación de personal
técnico especializado y sin contar con el auxilio indispensable
de un centro de documentación que debe incluir una biblioteca,
así como acervos legislativo y jurisprudencial, debidamente
clasificados y catalogados.

VIII. En virtud de lo anterior podemos afirmar que en la labor


académica de alto nivel científico destaca el Instituto de
Investigaciones Jurídicas de la UNAM, en el cual se transformó
el anterior Instituto de Derecho Comparado de México a partir
del año de 1968. La actividad de este Instituto se ha
desarrollado en varias direcciones: la primera de las cuales está
relacionada con la preparación de investigadores profesionales
de manera fructífera con apoyo en el programa de formación del
personal académico que inició el rector, doctor Ignacio Chávez
en el año de 1965, y que ha permitido a un conjunto de jóvenes
juristas realizar estudios de posgrado en el extranjero y su
incorporación a la labor permanente en la realización de
estudios jurídicos originales de carácter científico, y dentro de
este sector también ha sido muy benéfica la creación de una
categoría dentro del personal académico que ha servido de gran
apoyo a la propia investigación. Nos referimos a los técnicos
académicos regulados por los Estatutos del Personal Académico
de la UNAM de 16 de diciembre de 1970 y el vigente, de 28 de
junio de 1974.
Por otra parte el citado Instituto ha publicado más de
trescientos libros, además de sus cuatro publicaciones
periódicas permanentes (Boletín Mexicano de Derecho
Comparado, Anuario Jurídico, Gaceta Informativa de
Legislación Nacional y Cuadernos del Instituto de
Investigaciones Jurídicas) sobre los más diversos temas
jurídicos, entre ellos los relativos a los problemas nacionales
más importantes, pero de esa extensa producción de la cual no
podemos hacer una mención así fuera somera, debemos
destacar la iniciación de estudios jurídicos colectivos y
pluridisciplinarios, tomando en cuenta que, como se ha dicho
anteriormente, hasta época reciente han predominado las
investigaciones personales y estrictamente jurídicas. En el
primer sector es preciso mencionar como los de mayor
amplitud, el Panorama del derecho mexicano publicado en dos
volúmenes (1965-1966), por el anterior Instituto de Derecho
Comparado de México; la Introducción al Derecho Mexicano
dos volúmenes (1981), elaborado por los integrantes del actual
Instituto de Investigaciones Jurídicas, el cual también público
con la colaboración de juristas extranjeros la serie intitulada
Setenta y cinco años de evolución jurídica en el mundo, cinco
volúmenes (1979).
Por lo que se refiere a los estudios conjuntos de carácter
jurídico no sólo respecto de otras disciplinas sociales sino
también de ciencias experimentales, pueden señalarse entre
otros, los volúmenes colectivos sobre El aborto, un enfoque
multidisciplinario, publicado en 1980 por el propio Instituto de
Investigaciones Jurídicas con el Instituto de Investigaciones
Biomédicas de la UNAM; Arqueología y derecho en México
con el Instituto de Investigaciones Antropológicas (1981);
Seminario de Evaluación de la Ley de Fomento Agropecuario,
con la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia (1981),
todas estas instituciones de la UNAM, así como Memoria del I
Coloquio sobre legislación pesquera, con el Departamento,
ahora Secretaría, de Pesca del Gobierno Federal, en cuatro
volúmenes (1981).

IX. El Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM ha


servido de modelo para la creación de otras instituciones
similares, inclusive con el mismo nombre, como ha ocurrido
con los Institutos de Investigaciones Jurídicas de las
Universidades Veracruzana, y Autónomas de San Luis Potosí y
de Querétaro, en la inteligencia de que el primero inició sus
actividades en la ciudad de Jalapa en el año de 1973 y ha
publicado anualmente la revista Estudios Jurídicos que ha
aparecido a partir de 1974, pero los otros son muy recientes, ya
que se fundaron en 1984 y 1986, respectivamente. También
debe mencionarse el Instituto de Investigaciones Jurídicas
creado en la Escuela Libre de Derecho de la dudad de México y
que tiene la publicación intitulada Revista de Investigaciones
Jurídicas, así como el Departamento de Investigaciones
Jurídicas de la Facultad de Derecho de la Universidad de
Guanajuato, el cual edita un Boletín.

INVIOLABILIDAD DEL DOMICILIO


I. Es el derecho de toda persona a no ser objeto de intromisiones
ilegales o arbitrarias en su domicilio o casa particular.

II. El domicilio, en tanto hogar o casa habitación particular del


ser humano, ha sido rodeado de una protección tal que, desde
tiempos remotos hasta nuestros días, se le ha considerado como
un lugar sagrado e inviolable.
En la Edad Media, p.e., en los Decretos otorgados en la Curia
de León por Alfonso IX, rey de León y Galicia, en 1188, «i.e.» ,
al principio de su reinado, el punto 11 de los mismos rezaba:
''También juré que ni yo ni nadie entre en la casa de otro por la
fuerza, ni haga ningún daño en día o en su heredad... Y si el
dueño o dueña o alguien de los que defienden su casa matase a
alguno de aquellos, no será castigado por homicidio y nunca
responderá del daño que les hizo.''
Igualmente, el derecho anglosajón de la época consideraba el
hogar de los súbditos ingleses como un tabú, y al igual que en el
derecho español, al rey le estaba vedada toda intromisión en el
domicilio o posesiones de cualquier hombre libre, a no ser que
mediara juicio legal de sus iguales y conforme a la ley del país,
según se desprende del «a.» 39 de la Carta Magna de Juan sin
Tierra, del 15 de junio de 1215.
Ya durante el último cuarto del siglo XVIII, la Declaración de
Derechos de Virginia, integrada a la Constitución de ese Estado
del 12 de junio de 1776, disponía en su «a.» X que los autos
judiciales que sin pruebas de la comisión de un delito o de la
culpabilidad e identidad de las personas ordenasen el registro de
un hogar, aun sospechoso, eran crueles y opresores y, por tanto,
no deberían librarse.
Por su parte, la 3a., de las diez primeras enmiendas a la
Constitución de los Estados Unidos de América, aprobadas en
1791, estipula que en tiempo de paz ningún soldado podrá
alojarse en casa particular sin el consentimiento del propietario,
mientras que la 4a. de dichas enmiendas declara enfáticamente
la inviolabilidad del domicilio.
En el derecho mexicano, el primer antecedente en esta materia
lo encontramos consignado en el «a.» 10 del Reglamento
Provisional Político del Imperio Mexicano, del 18 de diciembre
de 1822, el cual en su parte conducente, enuncia textualmente
que: ''La casa de todo ciudadano es un asilo inviolable. No
podrá ser allanada sin consentimiento del dueño o de la persona
que en el momento haga veces de tal, que no podrá negar a la
autoridad pública para el desempeño de sus oficios...''.

III. En la C actualmente en vigor, la inviolabilidad del


domicilio, aunque no reconocida expresamente en estos
términos, se deriva de diversas disposiciones contenidas en el
«a.» 16 de la Ley Fundamental.
Así, en el primer pfo. del «a.» 16 constitucional, se proclama
el principio fundamental de que nadie podrá ser molestado en su
domicilio sin que medie mandamiento escrito de autoridad
competente fundado y motivado conforme a derecho, «i.e.» ,
que dicho mandamiento escrito contenga, por un lado, la
mención precisa de los preceptos legales en que se basa el
procedimiento, y, por el otro, la relación y consideración de los
hechos y circunstancias que dan lugar a la aplicación de los
preceptos correspondientes.
Asimismo, en la frase final del mismo primer pfo. y en el
segundo y cuarto «pfos.» del propio «a.» 16 constitucional,
encontramos garantías complementarias que vienen a reforzar la
protección especial que la C otorga al domicilio particular.
En efecto, la parte conducente de los dos primeros «pfos.» del
citado «a.» 16 establece los requisitos que las autoridades
judiciales o administrativas, según sea el caso, deben satisfacer,
así como las limitaciones a que quedan sujetas, para ordenar y
practicar cateos o visitas domiciliarias.
Por su parte, el cuarto pfo. del mismo «a.» 16 constitucional
contiene una reafirmación específica más de la inviolabilidad
del domicilio, ya que, tratándose de tiempos normales de paz,
hace prevalecer la voluntad del dueño de una casa particular
frente a posibles pretensiones de alojamiento obligatorio de
cualquier miembro del ejército.

IV. El derecho internacional de los derechos humanos también


consagra la inviolabilidad del domicilio -a. 12 de la Declaración
Universal de Derechos Humanos, del 10 de diciembre de 1948,
«a.» 17, incisos 1 y 2, del Pacto Internacional de Derechos
Civiles y Políticos, del 16 de diciembre de 1966, vigente a partir
del 23 de marzo de 1976 y ratificado por México el 24 de marzo
de 1981; a. 11, incisos 2 y 3 de la Convención Americana sobre
Derechos Humanos o Pacto de San José de Costa Rica, del 22
de noviembre de 1969, vigente a partir del 18 de julio de 1978 y
ratificada por nuestro país el 25 de marzo de 1981; a. 8, incisos
1 y 2 del Convenio Europeo para la Protección de los Derechos
Humanos, del 4 de noviembre de 1950, en vigor desde el 3 de
septiembre de 1953-.
De acuerdo con las disposiciones de los instrumentos
internacionales antes citados además de consignarse la
inviolabilidad del domicilio, se establece que cualquier
intromisión, para ser admisible no deberá ser ilegal, arbitraria o
abusiva.

IRRETROACTIVIDAD DE LA LEY
I. Es el principio de derecho según el cual las disposiciones
contenidas en las normas jurídicas no deben ser aplicadas a los
hechos que se realizaron antes de la entrada en vigor de dichas
normas.

II. Los primeros antecedentes del principio de irretroactividad


de la ley se encuentran en el Derecho Romano de la época de
Justiniano. En efecto, los textos que integran el Corpus Iuris
Civilis contienen algunas disposiciones que tienen relación con
el problema de la aplicación retroactiva de las normas jurídicas.
La más significativa de estas disposiciones se consigna en las
Novellae, y es la siguiente: ''absurdum esset, id quod recte
factum est, ab eo quod nondum erat, postea subverti'' (sería
absurdo que situaciones jurídicas, validamente creadas,
pudiesen ser anuladas por normas que se dictasen
posteriormente).
Sin embargo, es necesario aclarar que los juristas romanos
tuvieron conciencia de las dificultades prácticas originadas al
aplicar el principio de irretroactividad y, por lo tanto
consideraron que en ciertos casos las leyes podían válidamente
regular hechos pretéritos; así, por ejemplo, el Codex establece:
''nisi nominatim etiam de praeterito tempore adhuc pendentibus
negotiis cautum sit'' (las nuevas leyes pueden contener
prescripciones acerca de los negocios pendientes en el momento
de su promulgación).
En los ordenamientos que constituyeron el derecho medieval
español se prohibió, de diversas maneras, la retroactividad de
las leyes: el Fuero Juzgo señalaba que las leyes solamente
debían comprender los pleitos o negocios futuros, y no los que
ya hubiesen acaecido; por su parte, el Fuero Real establecía que
el delincuente debía recibir la pena existente en el tiempo de su
culpa, y de ninguna manera aquella que se hubiere dictado
posteriormente, asimismo, en las Siete Partidas se prescribe que
los contratos y delitos debían juzgarse con arreglo a las leyes
vigentes al tiempo de su celebración o comisión. Ahora bien, se
observa que todas estas normas tienen gran semejanza con las
actuales disposiciones constitucionales sobre la materia,
especialmente con aquellas que se refieren a la irretroactividad
de la ley como garantía individual del acusado en los juicios del
orden penal.
Para la filosofía liberal que se desarrolla a finales del siglo
XVIII, el principio de irretroactividad de la ley es uno de los
fundamentos básicos de todo sistema normativo, pues resulta
indispensable para garantizar la seguridad jurídica de los
individuos. Esta concepción era la de Benjamín Constant -
pensador de los tiempos de la Revolución Francesa- cuando
señalaba: ''La retroactividad de las leyes es el mayor atentado
que la ley puede cometer es el desgarramiento del pacto social,
la anulación de las condiciones en virtud de las cuales la
sociedad tiene derecho a exigir obediencia al individuo por ella
le roba las garantías que le aseguraba en cambio de esa
obediencia que es un sacrificio. La retroactividad arrebata a la
ley su carácter; la ley que tiene efectos retroactivos no es una
ley'' (Legaz y Lacambra, p. 624).
Las ideas liberales anteriormente expuestas quedan plasmadas
en la C federal norteamericana de 1787 y en la Declaración de
los Derechos del Hombre y del Ciudadano, que se dicto en
Francia en 1789. El «a.» VIII de la mencionada Declaración
expresa claramente el principio de irretroactividad de la ley en
materia penal, en los siguientes términos: ''La ley no debe
establecer sino las penas estrictamente necesarias y ninguno
podrá ser castigado sino en virtud de ley establecida y
promulgada con anterioridad al delito y legalmente aplicada''.
Asimismo, en los códigos civiles de los países europeos y
latinoamericanos que se redactaron a lo largo del siglo XIX,
impera la regla de que las leyes no pueden tener efectos en
relación al pasado.
En México, el principio de irretroactividad de la ley quedo
consagrado por primera vez en el «a.» 19 del Acta Constitutiva
de la Federación, que se promulgó el 31 de enero de 1824.
Posteriormente, la C de 1857 reiteró este principio
estableciendo enérgicamente, en su «a.» 14, que en la República
mexicana no será posible expedir leyes retroactivas.

III. El principio de irretroactividad de la ley tiende a satisfacer


uno de los fines primordiales del derecho el cual es la seguridad
jurídica. En efecto el derecho está orientado a eliminar la
arbitrariedad de las relaciones sociales y, por lo tanto, se
constituye por normas de carácter general, que es aplican a una
infinidad de casos concretos. De esta norma se crea un marco de
referencia que permite a los individuos y grupos sociales saber
en cada momento cuáles son los efectos que traen consigo cada
una de sus acciones y conductas. Por esta razón, es antijurídico
que los derechos y obligaciones creados bajo el amparo de
ciertas normas sean desconocidos por disposiciones posteriores.
La aplicación del principio de irretroactividad aparentemente
no presenta mayores dificultades, pues resulta claro que las
leyes únicamente rigen durante su periodo de vigencia y, por lo
tanto, solamente pueden regular los hechos que se produzcan
entre la fecha de su entrada en vigor y la de su abrogación o
derogación. Sin embargo, cuando se trata de llevar a la práctica
este principio, se suscitan diversos problemas que revisten gran
complejidad, y pueden ser reducidos a los dos siguientes: 1) los
medios jurídicos no siempre producen sus efectos
instantáneamente; existe una infinidad de relaciones jurídicas
que se conocen como de tracto sucesivo, las cuales tienen la
característica de prolongar sus efectos a lo largo del tiempo, en
algunas ocasiones indefinidamente. Estas relaciones jurídicas se
constituyen de conformidad con las prescripciones de una
determinada ley, y pueden seguir produciendo consecuencias
después de que esta ley ha sido sustituida por nuevos
ordenamientos. Por esta razón es necesario dilucidar si la ley
antigua, a pesar de haber perdido su vigencia, debe regular los
efectos que se sigan causando, o si, por el contrario, es la nueva
ley la encargada de regular dichas consecuencias, considerando
que éstas se producen después de que había entrado en vigor.
En otros términos, hay que determinar el alance exacto del
principio de irretroactividad estableciendo en que casos se
puede considerar que una ley es aplicada retroactivamente, y 2)
la evolución de un sistema jurídico exige nuevas normas que
satisfagan de mejor manera las cambiantes necesidades
económicas, políticas y culturales de una comunidad. Estas
nuevas normas contribuyen a la eliminación de prácticas e
instituciones sociales que se consideran injustas o
inconvenientes. Por esta razón, la aplicación retroactiva de la
ley es frecuentemente un instrumento legítimo de progreso
social, y, por lo tanto, se plantea el problema de determinar
desde el punto de vista jurídico cuáles deben ser las excepciones
al principio de irretroactividad de la ley.
Ahora bien, para solucionar los problemas anteriormente
descritos, la doctrina ha elaborado numerosas teorías, que son la
causa de una abundante literatura jurídica sobre el tema de la
irretroactividad de la ley. A continuación expondremos
brevemente las principales opiniones de los juristas respecto de
estas debatidas cuestiones.
1) La teoría de los derechos adquiridos fue elaborada a lo largo
del siglo XIX por varios tratadistas del derecho civil, entre los
cuales destaca el jurista francés Merlín, y es considerada clásica
en esta materia. Según esta teoría, las leyes solamente son
retroactivas cuando destruyen o restringen los derechos
adquiridos bajo el imperio de una ley anterior; por lo tanto, los
defensores de la teoría que comentamos consideran que cuando
las nuevas leyes afectan la simples expectativas de derecho
creadas durante la vigencia de disposiciones anteriores, no se
viola de ninguna manera el principio de irretroactividad. Para
Merlín, los derechos adquiridos son aquellos que han entrado en
nuestro patrimonio y, en consecuencia, forman parte de él, y no
pueden sernos arrebatados por aquel de quien los tenemos (p.e.,
serían derechos adquiridos los derivados de la celebración de un
contrato y los que obtengan los herederos y legatarios a la
muerte del autor de la sucesión). Por el contrario, en opinión del
citado civilista francés, las expectativas de derecho son
simplemente las esperanzas fundadas en el orden jurídico de
adquirir en el futuro un derecho cuando se produzcan en
determinados acontecimientos (p.e, serían expectativas de
derecho las que tienen los herederos instituidos en un
testamento antes del fallecimiento del autor de la sucesión).
2) Baudry-Lacantenerie y Houques-Fourcade introdujeron
algunas variantes en la teoría de los derechos adquiridos. De
acuerdo con estos autores, los derechos adquiridos son los
límites de la aplicación retroactiva de la ley, y nacen cuando las
facultades concedidas en las normas jurídicas son realmente
ejercidas por sus respectivos titulares. Baudry-Lacantenerie y
Houques-Forcade explican sus ideas acerca de la
irretroactividad de la ley de la siguiente manera: ''Sólo es
retroactiva la ley cuando ataca los derechos adquiridos,
destruyendo los que se habían obtenido anteriormente, lo que
implica una perdida para sus titulares. Bajo el nombre de
derechos, la ley nos reconoce determinadas aptitudes, nos
concede determinadas facultades, dejándonos por lo general en
la libertad de usarlas o no usarlas. En tanto que no hemos
utilizado una de estas aptitudes, tenemos un derecho, si se
quiere, solamente en el sentido de que somos aptos para
adquirirlo, según formas determinadas. Pero sólo adquirimos
este derecho cuando hemos recurrido a esas formas, y cuando
nuestra aptitud se ha manifestado de hecho, por medio del acto
necesario para su utilización. El ejercicio de la facultad legal
que en cierta forma se ha materializado en este acto, traducido
exteriormente por él, es constitutivo del derecho adquirido. Y
este derecho nos pertenece en lo sucesivo en el sentido de que
no puede privársenos de el por una ley nueva sin que sea
retroactiva'' (Rojina Villegas, p. 274).
Se observa que esta teoría comete el grave error de afirmar que
la existencia de los derechos depende de su ejercicio. En efecto,
los derechos subjetivos son facultades potestativas de hacer algo
o no hacerlo, concedidas por las normas jurídicas, y existen
independientemente de que sean o no ejercidos de la misma
manera que las obligaciones subsisten a pesar del
incumplimiento del deudor.
3) El ilustre jurista francés, Julien Bonnecase, sostiene que
para resolver los problemas planteados por el principio de
irretroactividad de la ley es indispensable diferenciar los
conceptos de situación jurídica abstracta y situación jurídica
concreta. La primera es la manera de ser de cada uno
relativamente a una regla de derecho o a una situación jurídica.
La segunda es definida por Bonnecase en los siguientes
términos: ''es la manera de ser derivada para cierta persona de
un acto o un hecho jurídicos, que pone en juego, en su provecho
o a su cargo, las reglas de una institución jurídica, e ipso facto
le confiere las ventajas y obligaciones inherentes al
funcionamiento de esa institución'' (García Máynez, p. 396). Así
p.e., un soltero se encuentra, en relación al matrimonio, en una
situación jurídica abstracta, la cual se transforma en concreta si
dicha persona se casa. Para Bonnecase, las leyes son
retroactivas cuando modifican o suprimen los derechos y
obligaciones derivados de una situación jurídica concreta.
Asimismo, este tratadista piensa que las situaciones jurídicas
concretas, sujetas a una condición suspensiva, pueden ser
afectadas por leyes posteriores en tanto dicha condición no se
cumpla.
4) La teoría de los hechos cumplidos, estructurada por el
tratadista italiano Nicolás Coviello, tiene gran aceptación, pues
realiza un análisis profundo de los problemas que rodean a la
materia que nos ocupa. Esta teoría postula que la retroactividad
de las leyes se configura en los siguientes supuestos: a) cuando
las nuevas leyes suprimen o afectan los efectos ya producidos
de los hechos que se realizaron antes de su vigencia, y b)
cuando las nuevas leyes modifican las consecuencias aún no
producidas de hechos realizados antes de su vigencia, siempre y
cuando esta modificación se haga sobre la única base de la
apreciación de la consecuencia en relación causal con el hecho
pasado que la guerra; es decir, cuando la consecuencia presente
de un hecho pasado es considerada en sí misma y resulta
afectada por una nueva ley, no se viola el principio de
irretroactividad.
Como vemos, el segundo de los supuestos mencionados, es de
difícil comprensión y por lo tanto resulta útil aclararlo con el
siguiente ejemplo, proporcionado por Ignacio Burgoa: ''La ley
derogada establecía como edad mínima apta para que una
persona pudiera contraer matrimonio la de dieciséis años; la ley
nueva fija dicha edad mínima en dieciocho años; uno de los
cónyuges en el matrimonio celebrado bajo la vigencia de la ley
abolida se niega a suministrar alimentos al otro, hecho negativo
que se produce bajo el imperio de la ley nueva, alegando
nulidad del acto matrimonial por falta de la edad mínima por la
norma vigente. En este caso, la ley nueva no puede aplicarse al
hecho acaecido durante su vigencia (negativa de dar alimentos
por supuesta (nulidad matrimonial) porque necesariamente se le
debe apreciar en cuanto a su justificación o injustificación,
partiendo del acto del cual deriva, o sea, analizando a este por lo
que concierne a su validez'' (Burgoa, p. 501).
5) Paul Roubier considera que el problema de la retroactividad
de las leyes puede ser resuelto mediante la distinción del efecto
retroactivo y el efecto inmediato de la ley. Sobre este particular,
el citado autor realiza las siguientes consideraciones: ''La base
fundamental de la ciencia de los conflictos de leyes en el tiempo
es la distinción entre efecto retroactivo y efecto inmediato de la
ley. El efecto retroactivo es la aplicación al pasado; el efecto
inmediato es la aplicación al presente. Si la ley pretende
aplicarse a hechos consumados (facta praeterita), es retroactiva;
si pretende aplicarse a situaciones en curso (facta pendentia), es
necesario establecer una separación entre las partes anteriores a
la fecha del cambio de legislación, que no pueden ser afectadas
sin que se produzca retroactividad y las partes posteriores para
las que la ley nueva, sí debe aplicarse, pues no tiene sino un
efecto inmediato: en fin, frente a hechos futuros (facta futura),
es claro que la ley nueva puede ser retroactiva'' (Burgoa, p.
503).

IV. En el derecho positivo mexicano, la C («a.» 14), considera


que el principio de irretroactividad es una de las garantías
individuales. Esto significa que los particulares pueden recurrir
al juicio de amparo, en los términos del «a.» 103 constituciones
para proteger sus intereses, lesionados por la aplicación de una
ley retroactiva.
Por otra parte, el ya mencionado «a.» 14 de la C contiene una
importante restricción al principio de irretroactividad. En efecto
dicho precepto señala que a ninguna ley se dará efecto
retroactivo en perjuicio de persona alguna y, de esta manera,
autoriza implícitamente la aplicación retroactiva de la ley en
caso de que nadie resulte dañado por ella. Esta es la razón de
que en nuestro derecho penal existan disposiciones que se
aplican retroactivamente en beneficio de los procesados y
sentenciados (p.e., el «a.» 57 del «CP», prescribe que ''cuando
una ley quite a un hecho u omisión el carácter de delito, que
otra ley anterior le daba, se pondrá en absoluta libertad a los
acusados a quienes se este juzgando, y a los condenados que se
hallen cumpliendo o vayan a cumplir sus condenas, y cesarán
de derecho todos los efectos que éstas debieran producir en el
futuro'').

JEFE DE ESTADO
I. Término genérico con el cual se designa a la persona que
encabeza el Estado. Hombre político (monarca, presidente de la
República) o cuerpo colegiado, designado por herencia,
elección o nombramiento, que asume la magistratura suprema
de una nación.
La expresión ''jefe de Estado'' ha suscitado discusiones y
criticas. Limitémonos a decir que, por una parte, resulta, desde
un punto de vista semántico, algo ambiguo calificar como ''jefe''
a una persona que no es el mandante sino el mandatario del
pueblo reputado como único soberano y, por otra, puede ella
conducir a confusión, pues veremos que jefe del Estado no es
siempre la persona que ejerce el poder supremo de decisión en
el Estado, no es siempre la persona que gobierna realmente al
país.
En efecto, si bien el primer magistrado es la autoridad más alta
del Estado, en cambio sus poderes varían sustancialmente con la
naturaleza del régimen político según sea parlamentario,
presidencial, o de tipo socialista.

II. El jefe de Estado parlamentario. En el régimen


parlamentario, desde un punto de vista general -pues, hay unas
pocas excepciones-, puede decirse que el jefe del Estado,
monarca o presidente de la República, políticamente
irresponsable, no ejerce sino funciones de prestigio, honoríficas,
y fundamentalmente accesorias, pues la toma de decisiones y la
dirección política del país son atributos exclusivos del gabinete
o del gobierno, responsable ante el Parlamento. Hoy en día, el
mismo origen del jefe de Estado parlamentario -derecho de
sucesión o designación por una asamblea electiva- y su
irresponsabilidad política explican que su papel sea modesto y
se reduzca esencialmente a ejercer una magistratura moral. Si
bien, las prerrogativas del jefe del Estado son, a primera vista,
numerosas e importantes, cabe recordar que para ser validos,
todos sus actos deben ser refrendados por el jefe del gobierno y
por los ministros interesados, y que, en realidad, el primer
magistrado se limita a firmar decisiones tomadas por el gabinete
o el gobierno, encabezado por el primer ministro. El jefe de
Estado parlamentario:
-nombra a determinados empleos civiles y militares (que no
son los más importantes);
-designa al primer ministro (que es siempre el líder del partido
mayoritario) y, a propuesta de éste, a los demás miembros del
gabinete o del gobierno;
-convoca al Parlamento y, a propuesta del primer ministro,
pronuncia su disolución;
-promulga las leyes (mas no tiene ninguna iniciativa
legislativa);
-firma los tratados (pero no negocia ninguno);
-ejerce el derecho de gracia;
-confiere condecoraciones y, dado el caso, títulos nobiliarios;
-dirige mensajes a las cámaras (pero no tiene el derecho de
acceso a ellas); y,.
-es el jefe de las fuerzas armadas (pero el primer ministro es
quien dispone de ellas).
Rey (Gran Bretaña -y también Australia, Canadá y Nueva
Zelanda-, Bélgica, Dinamarca, España, Holanda, Luxemburgo,
Noruega y Suecia), emperador (Japón) o presidente de la
República (Grecia, Irlanda, Islandia, Israel, Italia, República
Federal de Alemania y República de África del Sur), el jefe de
Estado parlamentario se limita a reinar o a presidir, sin nunca
gobernar.
Cabe señalar dos excepciones: el caso de Austria y,
principalmente, el de Francia. La C de la V República francesa
(4-X-1958) atribuye al jefe del Estado -elegido por sufragio
universal directo- prerrogativas considerables que hacen del
mismo el elemento clave del régimen y el verdadero y único
jefe del ejecutivo y del poder gubernamental.

III. El jefe de Estado presidencial. El presidente de la


República, en el régimen presidencial (Estados Unidos) y con
mayor motivo en el régimen presidencialista (América Latina y
África), es a la vez el jefe del Estado y el jefe del gobierno, y
ejerce en plenitud la primera magistratura: asume el poder de
decisión y de dirección de la función ejecutiva. Órgano
predominante, el jefe de Estado presidencial goza de
prerrogativas y de competencias muy importantes, frente al
Congreso. En efecto, el presidente tiene la amplia consagración
que confiere el sufragio universal (directo o indirecto); dentro
de la lógica del sistema de separación de poderes -el Congreso
no puede obligar al presidente a dimitir, y este no puede
disolver aquél-, es independiente del órgano legislativo, si bien
esta situación no excluye en la práctica ciertas formas de
cooperación funcional. El jefe de Estado presidencial:
-asume la ejecución de las leyes y, en consecuencia, ejerce el
poder reglamentario;
-jefe de la administración federal, nombra a todos los
funcionarios federales;
-con la aprobación del Senado, nombra a los agentes
diplomáticos, a los miembros de la Suprema Corte, y a
determinados funcionarios federales;
-asume la conducta de la política exterior y de las relaciones
diplomáticas;
-negocia y firma los tratados que el Senado deberá ratificar;
-es el comandante en jefe de las fuerzas armadas y ejerce el
mando supremo de las operaciones militares;
-nombra y destituye libremente a los secretarios de Estado;
-ejerce el derecho de grada y confiere condecoraciones;
-dispone el derecho de veto respecto de las leyes votadas por
el Congreso -medio de presión muy eficaz sobre las cámaras; y,.
-participa en la iniciativa legislativa mediante sus ''mensajes
sobre el estado de la Unión'': éstos tienden a convertirse en
programas de elaboración legislativa que van a orientar la
actividad del Congreso. Notemos que el jefe de Estado
presidencialista comparte directamente la iniciativa legislativa
con el Congreso (América Latina) o con la Asamblea nacional
(África francófona).
En suma, el jefe de Estado presidencial asume la plenitud del
poder gubernamental, sin compartirla con sus colaboradores.

IV. El jefe de Estado socialista. Señalamos en fin que en los


países socialistas las funciones de jefe del Estado son
generalmente confiadas a un órgano colegiado que ejerce
extensos poderes: unos corresponden a las atribuciones clásicas
del jefe de Estado parlamentario, y los otros sin prerrogativas
muy importantes.
Así es como el Presídium del Soviet Supremo de la URSS,
integrado por 39 miembros, en los períodos de receso -es decir
casi todo el año, puesto que el Soviet sesiona menos de una
semana-, asume dos categorías de funciones. Por una parte
nombra a los embajadores, ejerce el derecho de gracia, confiere
condecoraciones, convoca el Soviet Supremo y lo disuelve
cuando surjan diferencias entre las dos cámaras, etc. Por otra
parte, le compete nombrar y destituir a los ministros convocar a
referéndum, ''interpretar'' las leyes, anular las decisiones ilegales
del Consejo de Ministros, ratificar los tratados, ordenar la
movilización y declarar la guerra.
Con la misma denominación de Presídium, existen órganos
idénticos en Hungría, Rumania y Yugoslavia; en Alemania del
Este, Bulgaria y Polonia, lleva el nombre de Consejo de Estado.
En Checoslovaquia, en cambio, se ha mantenido la institución
del presidente de la República.
En la República popular de China, durante catorce años, de
1968 a 1982 también ha existido un órgano colegiado que
asumía las funciones de jefe del Estado, el Comité Permanente.
La C de 4-XII-1982 acaba de restablecer el cargo de presidente
de la República, jefe del Estado.

JORNADA DE TRABAJO
I.Es el tiempo durante el cual el trabajador está a disposición del
patrón para prestar su trabajo («a.» 58, LFT).

II. El trabajo en general. Para algún sector de la doctrina


mexicana, la jornada de trabajo debe entenderse como ''el
tiempo durante el cual el trabajador presta sus servicios al
patrón o se abstiene de hacerlo por motivos imputables a este'',
visto el sentido de nuestra jurisprudencia que en relación con
los accidentes in itinere, considera que el trabajador se
encuentra a disposición del patrón desde el momento en que
sale de su casa. Tal situación, se enfatiza, conduce al absurdo de
considerar que la jornada aumenta o disminuye en razón de la
distancia existente entre la casa del trabajador y su centro de
trabajo.
Si tales reflexiones pretenden inducirnos a la justificación de
la llamada jornada efectiva de trabajo, que busca volcar sobre
los trabajadores las consecuencias de su duración, bajo ningún
supuesto las consideramos compatibles con el espíritu y la letra
de nuestro ordenamiento positivo del trabajo. Antes bien,
encontramos irreductibles las razones contempladas en la
exposición de motivos de la ley: ''El trabajador se obliga a poner
su energía de trabajo a disposición del patrón durante un
número determinado de horas, por lo que cualquier interrupción
que sobrevenga en el trabajo no puede implicar la prolongación
de la jornada; esta idea descansa en el principio de que los
riesgos de la producción son a cargo del patrón y nunca del
trabajador''.
Nuestro ordenamiento laboral regula tres tipos de jornada de
trabajo («a.» 123, apartado A, «frs.» I y II de la C y «aa.» 60 y
61 de la LFT).
A) La jornada diurna, cuya duración máxima no podrá exceder
de ocho horas diarias y que queda comprendida entre las seis y
las veinte horas.
B) La jornada nocturna cuya máxima duración no podrá
sobrepasar dete horas diarias y que queda comprendida entre las
veinte y las seis horas.
C) La jornada mixta de trabajo que podrá tener una duración
máxima de siete horas y media y que abarca tanto periodos de la
jornada diurna como la de la nocturna, siempre que este último
sea menor de tres horas y media, pues de comprender un
periodo mayor, se tendrá por jornada nocturna.
Con fundamento en los «aa.» 123, apartado A, «fr.» XVII,
inciso a de la C, 5, «fr.» III de la «LFT», algún sector de la
doctrina sostiene además, la existencia de otro tipo de jornada:
la jornada humanitaria de trabajo. Aquella que a criterio de la
junta de conciliación y arbitraje respectiva, debe reducirse sin
menoscabo de los derechos del trabajador, en atención a que de
cumplirse con la misma duración de las normales, resultaría
excesiva e inhumana.

III. Nuestro ordenamiento laboral contempla por otra parte, la


posibilidad de que la jornada de trabajo se prolongue bien por
trabajo de emergencia o bien por trabajo extraordinario. De esta
suerte, la ley prescribe expresamente; que en los casos de
siniestro o riesgo inminente en que peligre la vida del
trabajador, de sus compañeros o del patrón o la existencia
misma de la empresa, la jornada podrá prolongarse por el
tiempo estrictamente indispensable para evitar esos males:
habida cuenta que los horas de trabajo habrán de retribuirse con
una cantidad igual a la que corresponda a cada una de las horas
de la jornada ordinaria de trabajo («aa.» 65 y 67, LFT).
Cuando concurran circunstancias extraordinarias que así lo
ameriten, la jornada de trabajo podrá prolongarse sin que
exceda de tres horas diarias ni de tres veces en una semana;
debiendo pagarse con ciento por ciento más del salario que
corresponda a las horas que comprende la jornada ordinaria de
trabajo («aa.» 66 y 67, LFT). Es evidente que en la especie, la
«LFT» supera en beneficio de los trabajadores, el contenido de
la norma constitucional («a.» 123, apartado A, «fr.» XI), que
establece que el trabajo extraordinario no podrá exceder de tres
horas diarias, ni de tres veces consecutivas.
En el supuesto de que el tiempo extraordinario utilizado rebase
las nueve horas semanales permitidas, el patrón tendrá la
obligación de pagar a los trabajadores el tiempo excedente, con
un doscientos por ciento más del salario atinente a las horas de
la jornada ordinaria de trabajo, sin detrimento de las sanciones
establecidas en la ley («a.» 68, segundo pfo., LFT).
De la interpretación a contrario sensu del «a.» 68 de la «LFT»
que establece que ''los trabajadores no están obligados a prestar
sus servicios por un tiempo mayor del permitido'' algún sector
de la doctrina estima que es obligatorio para los trabajadores
laborar el tiempo extraordinario. Cavazos menciona dos
ejecutorias de la «SCJ» confirmando este criterio: los amparos
2923/73 y 3383/73 promovidos por Ernesto Ruiz Guzmán. Sin
embargo, el propio autor considera que tal criterio es erróneo,
toda vez que la facultad de mando del patrono con la correlativa
obligación de ser obedecido, encuentra dos limitantes: la
jornada de trabajo y lo expresamente pactado en el contrato.
Por nuestra parte compartimos la tesis de que la jornada
extraordinaria no es obligatoria, en virtud del principio de
libertad de trabajo consignado en el «a.» 5o., de la C.
Estimamos que frente a esta circunstancia, si los trabajadores no
lo solicitan, el patrón podría acudir a los servicios eventuales.
En todo caso, pensamos que se trata de un riesgo de empresa
que el patrón debe prever y cuyas consecuencias ha de soportar.

IV. El trabajo burocrático. En el sector burocrático, la


regulación formal de la jornada de trabajo no varía
sustancialmente, con respecto al trabajo en general. En efecto,
se estima trabajo diurno el comprendido entre las seis y las
veinte horas, en la atención de que la jornada diurna de trabajo
no podrá exceder de ocho horas diarias («aa.» 123, apartado B,
«fr.» I de la C, y 21 y 22 de la «LFTSE»). Cabe advertir, que
mediante el decreto echeverrista en este sector, se redistribuyó
legalmente la jornada de trabajo en una duración máxima de
cuarenta horas semanales.
Por lo que concierne a la jornada nocturna de trabajo, la ley
establece que su duración máxima diaria será de siete horas,
entendiéndose por trabajo nocturno el comprendido entre las
veinte y las seis horas («aa.» 123, apartado B, «fr.» 1,
constitucional y 21 y 23, «LFTSE»).
La jornada mixta se define legalmente, como aquella que
comprende periodos de las jornadas diurna y nocturna. Habida
cuenta que el periodo nocturno deberá abarcar menos de tres
horas y media, puesto que de lo contrario habrá de reputarse
como jornada nocturna de trabajo: la duración máxima de esta
jornada no podrá exceder de siete horas y media («a.» 24,
«LFTSE»).
En relación con el trabajo extraordinario, nuestro
ordenamiento burocrático establece que la jornada máxima
podrá aumentar por circunstancias especiales en un término que
no podrá exceder de tres horas diarias ni de tres veces
consecutivas. Las horas extraordinarias se pagarán con un
ciento por ciento más de la remuneración correspondiente al
servicio ordinario («aa.» 123, apartado B, «fr.» I, de la C y 26 y
39, «LFTSE»). Aplicando supletoriamente la «LFT» («aa.» 66
y 68), de conformidad con lo dispuesto en el «a.» 11 de la
«LFTSE», es de estimarse que las horas que excedan del límite
máximo permitido, deberán ser retribuidas a los trabajadores en
un doscientos por ciento más del salario que les corresponda
durante la jornada ordinaria de trabajo.

JUBILACIÓN
I. Retiro otorgado a un trabajador o a un empleado del servicio
público o de la administración pública, por haber cumplido un
determinado número de años de servicios. con pago mensual de
una remuneración calculada conforme a una cuantía
proporcionada del salario o sueldo percibido. Se da asimismo el
nombre de jubilación al importe de toda pensión otorgada por
incapacidad proveniente de un riesgo profesional o por
presentarse ciertas circunstancias que permiten el disfrute de
una retribución económica, generalmente establecida en un
contrato de trabajo o en disposiciones legales específicas. La
palabra viene del latín yobel que significa júbilo, quizás por la
satisfacción que produce a la persona alcanzar tal beneficio.
Antokoletz, apoyado en la legislación argentina, define la
jubilación como el derecho de un afiliado a una caja de
previsión social, mientras viva, a percibir una suma mensual en
dinero: derecho que asegura el Estado al empleado para gozar
de una asignación vitalicia y que se ha extendido a otros
trabajadores. Para la doctrina francesa la jubilación es
únicamente la medida a través de la cual el empleador pone fin
a un contrato de trabajo por motivos de edad; para la doctrina
alemana constituye en principio una forma de separación que da
lugar al correspondiente juego de garantías legales o
convencionales; y para la doctrina belga. en nuestro concepto la
más amplia, es un derecho que debe otorgarse a cualquier
trabajador público o privado, como una compensación a su
esfuerzo y sus servicios prestados durante un determinado
número de años, sin especificación o límite de edad.
La jubilación, en concreto, es la cesación de toda relación
laboral que termina al mismo tiempo cualquier contrato de
trabajo vigente y que permite al trabajador acogerse a un
régimen de retiro a través del cual obtiene una remuneración
mensual vitalicia cuando ha alcanzado una edad límite o ha
prestado determinado número de años de trabajo a un patrono,
sea persona empresa, o negociación o el propio Estado.

II. Se ha clasificado la jubilación en tres grupos: a) voluntaria o


forzosa; b) ordinaria o por edad, y c) por invalidez o
incapacidad. En el primer grupo el trabajador o empleado puede
proceder a solicitar su retiro cuando ha llenado ciertos
requisitos fijados, bien en un contrato colectivo de trabajo, en
un ordenamiento jurídico o en una reglamentación especial no
propiamente jurídica, como puede serlo un organismo o
institución privada o pública, que es quien se encarga de hacer
los pagos correspondientes. La característica de la jubilación
voluntaria es que el importe de ella puede ser íntegro o
reducido; esto es, como ocurre tratándose de los trabajadores al
servicio del Estado en México, el solo transcurso de un
determinado número de años de servicios (mínimo: 15 años)
permite al servidor público retirarse aun cuando no tenga la
edad mínima prescrita; al cumplir dicha edad puede solicitar el
pago correspondiente en proporción al número de años
trabajados y al sueldo que percibía en la época en que
voluntariamente se separó. O puede esperar a cumplir la edad y
los años de servicio requeridos para tener derecho a percibir el
importe íntegro que legalmente proceda.
La jubilación forzosa la determinan los contratos colectivos o
la ley cuando el trabajador alcanza una edad límite previamente
fijada (65 o 70 años) y necesariamente es retirado del trabajo
que haya venido desempeñando al llegar a dicha edad. En los
contratos colectivos se han venido fijando cláusulas que obligan
a los patronos a retirar a aquellos trabajadores que cumplan una
edad señalada en la convención respectiva; el objetivo es dar
oportunidad a trabajadores jóvenes de ingresar con carácter
permanente en una empresa o negociación, y a los demás
miembros sindicales la de correr los escalafones y obtener
ascensos por antigüedad o capacidad debidamente acreditada.
En las esferas gubernamentales de nuestro país operan dos
regímenes: uno para los civiles y otro para los miembros de las
fuerzas armadas; tratándose de los primeros solamente en
algunas funciones, particularmente los judiciales, existe la
jubilación forzosa al cumplirse los 70 años de edad («aa.» 2o., y
4o., del decreto que establece, por ejemplo, el retiro forzoso de
los ministros de la SCJ); en las demás funciones no existe este
límite. Pero respecto de los segundos el retiro es facultad que se
reserva el Estado y la cual ejerce por conducto de las
dependencias que controlan a marinos o militares («aa.» 19 a 23
de la Ley del Instituto de Seguridad para las Fuerzas Armadas
Mexicanas); la razón estriba en que, de acuerdo con las
ordenanzas del ejército y marina nacionales, unos y otros tienen
fijada una edad límite para permanecer en activo, con el
beneficio de que aquellos que pasen a situación de retiro,
ascenderán al grado inmediato únicamente para la obtención de
una mayor aportación económica en el monto de su pensión
jubilatoria.
La jubilación por invalidez o incapacidad del trabajador, por
regla general se sujeta a los siguientes requisitos: 1) haber
prestado un número mínimo de años de servicios, excepto los
casos de accidentes de trabajo o enfermedades profesionales; 2)
encontrarse en estado de invalidez física o intelectual, ya sea
parcial o total, permanente o transitoria, que impida al
trabajador la realización de sus actividades ordinarias o
cualquiera otra a la que pudiera dedicarse; 3) padecer una
incapacidad física o mental que no sea necesariamente
proveniente de un riesgo profesional, sino por causas naturales
o de otra índole similar que igualmente impidan al trabajador el
desempeño de su actividad ordinaria, o cualquiera otra a la que
podría aplicarse, atento al grado de incapacidad que padezca, y
4) si la invalidez o incapacidad es transitoria, en algunas
legislaciones, cuando la persona ha llegado a cierto límite de
edad y tiene un cierto número de años de servicios, se le otorga
lo que en dichas legislaciones se denomina jubilación
transitoria. En nuestro caso no se presenta tal situación porque
en los casos de incapacidad temporal el trabajador disfruta
normalmente de su salario hasta la recuperación de su salud,
que le permita regresar ni desempeño de su labor ordinaria.
Finalmente, hemos alterado conscientemente el orden que
expusimos, para referirnos a la jubilación ordinaria o por edad,
por ser la que regula nuestra ley de seguridad social. En efecto,
si consideramos como jubilación ordinaria la que normalmente
se otorga al trabajador o al servidor público que ha cumplido
con determinados requisitos que fijan las leyes de seguridad
social, lo único que se requiere para su disfrute es la
demostración de ajustarse a ellos. Dice el «a.» 63 de la Ley del
Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores
del Estado (ISSSTE) que el derecho a las pensiones de
jubilación, vejez, invalidez y muerte de cualquier naturaleza,
nace cuando el trabajador o sus familiares derechohabientes se
encuentren en los supuestos señalados por la ley y satisfagan los
requisitos establecidos; agrega el «a.» 72 que tienen derecho a
la jubilación los trabajadores con treinta o más años de servicios
e igual tiempo de contribución al Instituto cualquiera que sea su
edad; la jubilación dará derecho al pago de una cantidad
equivalente al 100% del sueldo regulador que define el «a.» 79
y su percepción comenzará a partir del día siguiente a aquel en
que el trabajador hubiese disfrutado el último sueldo por haber
causado baja. Sin embargo, la cuota diaria máxima para las
pensiones y jubilaciones nunca será mayor de veinte veces la
cuota mínima vigente en el Instituto, a que se refiere el «a.» 78.

III. En cuanto a la jubilación de los miembros de las fuerzas


armadas la situación de retiro es aquella en que son colocados,
mediante ordenes expresas, con la suma de derechos y
obligaciones fijados en la ley respectiva («a.» 19); sólo los
militares con licencia ilimitada, extraordinaria o especial, para
ser retirados, deberán presentar una solicitud ante las
Secretarías de la Defensa Nacional o de Marina, en su caso. El
retiro o jubilación se otorga mediante una pensión que se define
como la prestación económica vitalicia a que dichos elementos
tienen derecho cuando concurren estas circunstancias: 1) que el
militar haya quedado inutilizado en acción de armas o a
consecuencia de lesiones recibidas en ella; 2) que haya quedado
inútil en otros actos, del servicio y conserve una antigüedad de
14 o más años de servicios; 3) que haya cumplido 30 o más
años de servicios; 4) a quienes combatieron en la Heróica
Veracruz entre el veintiuno y el veinticinco de abril de mil
novecientos catorce; 5) los que combatieron en Carrizal,
Chihuahua, el veintiuno de junio de mil novecientos dieciséis;
6) el personal de la fuerza aérea expedicionaria mexicana que
participó en la Segunda Guerra Mundial, formando parte de
unidades que combatieron en el lejano oriente en el periodo
comprendido entre el dieciséis de julio de mil novecientos
cuarenta y cuatro y el primero de diciembre de mil novecientos
cuarenta y cinco, y 7) el personal de la armada de México
embarcado en la flota de Petróleos Mexicanos, durante el
tiempo de la Segunda Guerra Mundial («a.» 30). En situaciones
distintas a las anteriores la pensión jubilatoria varía según los
años de servicios o causas personales que obliguen a su retiro
(«aa.» 32 a 36). La baja del ejército, la fuerza aérea o la armada,
extingue todo derecho a reclamar cualquier pensión que se
hubiese generado durante la prestación de servicios («a.» 49).

IV. Los trabajadores sujetos a una relación de trabajo,


amparados por la legislación correspondiente, no tienen como
derecho específico el de la jubilación. En otras palabras, ni el
«a.» 123 de la C ni la ley reglamentaria consignan disposiciones
en que se otorgue como un derecho o una prestación por el
servicio contratado, el pago de cualquier cantidad a título de
pensión jubilatoria. Ha sido la Ley del Seguro Social (LSS) la
que ha constituido, por así decirlo, un fondo a través del cual,
independientemente de sostener los servicios médicos y
asistenciales que proporciona, se toman las cantidades
necesarias para el pago de pensiones de invalidez, vejez, muerte
o por jubilación. Encontrándose aseguradas por disposición
legal todas aquellas personas sujetas a un contrato de trabajo,
quienes queden privados de remuneración tienen derecho a
recibir tensión de invalidez o vejez, justificando únicamente el
pago al Instituto de quinientas cotizaciones semanales. Ahora
bien, para disfrutar de la pensión de vejez, es necesario haber
alcanzado la edad de sesenta años como mínimo y no ganar más
de la mitad de la remuneración habitual que en la misma región
reciba un trabajador sano, de su mismo sexo, semejante
capacidad, igual categoría y formación profesional análoga
(«a.» 72, LSS). La pensión jubilatoria anual que podrán recibir,
se compondrá de una cuantía básica y aumentos computados de
acuerdo con el número total de cotizaciones semanales que se
justifique haber pagado al Instituto con posterioridad a las
primeras quinientas semanas, dicha cuantía y aumentos se
calculan conforme a una tabla en la que se toma como base el
promedio de salario recibido en las últimas doscientas cincuenta
semanas de cotización («a.» 74, LSS). Si el trabajador alcanza
la edad de 65 años podrá diferir su pensión de vejez y en ese
caso los aumentos se incrementarán en un 200% sobre las
cuantías fijadas en la referida tabla («a.» 75, LSS). El trabajador
con más de cien cotizaciones semanales, en casa de ser dado de
baja del Seguro, tiene derecho de continuar voluntariamente
como asegurado cubriendo las cuotas obreropatronales que
correspondan («a.» 96, LSS) de esta manera no perderá su
derecho al llegar a la edad límite, al pago de su pensión
jubilatoria. Puede observarse que en estos aspectos el seguro
social obligatorio está orientado, además de la prevención de
riesgos, a procurar los medios de existencia en caso de cesación
de la actividad profesional.

JUICIO
I. (Del latín iudicium, acto de decir o mostrar el derecho).
II. En términos generales, la expresión juicio tiene dos grandes
significados en el derecho procesal. En sentido amplio, se le
utiliza como sinónimo de proceso y, más específicamente, como
sinónimo de procedimiento o secuencia ordenada de actos a
través de los cuales se desenvuelve todo un proceso. ''En
general -afirma Alcalá-Zamora-, en el derecho procesal
hispánico, juicio es sinónimo de procedimiento para sustanciar
una determinada categoría: de litigios. Entonces, juicio significa
lo mismo que proceso jurisdiccional'' (p. 118). En este sentido
se habla de juicios ordinarios y especiales, juicios sumarios,
juicios universales, juicios mercantiles, etc.
En un sentido más restringido, también se emplea la palabra
juicio para designar sólo una etapa del proceso -la llamada
precisamente de juicio- y aun sólo un acto: la sentencia. De
acuerdo con la división por etapas establecidas por el «a.» 1o.,
del «CFPP» para el proceso penal mexicano, la llamada etapa
de juicio comprende, por un lado la formulación de
conclusiones del Ministerio Público y de la defensa, y, por el
otro, la emisión de la sentencia del juzgador.
Estos dos significados de la palabra juicio eran ya distinguidos
con toda claridad por un autor mexicano de la primera mitad del
siglo pasado, Manuel de la Peña y Peña, en los siguientes
términos. ''La palabra juicio, en el lenguaje forense, tiene dos
diversas acepciones: unas veces se toma por la sola decisión o
sentencia del juez, y otras por la reunión ordenada y legal de
todos los trámites de un proceso'' (p. 2).

III. En la doctrina, la legislación y la jurisprudencia mexicanas


es mucho más frecuente la utilización de la expresión juicio en
el significado amplio. Incluso, por la importancia de este
concepto dentro del juicio de amparo, la Tercera Sala de la
«SCJ» ha formulado la siguiente tesis de jurisprudencia: ''La
Suprema Corte tiene establecido, en diversas ejecutorias, que
por juicio, para los efectos del amparo, debe entenderse el
procedimiento contencioso desde que se inicia en cualquier
forma, hasta que queda ejecutada la sentencia definitiva''
(Apéndice al «SJF» 1917-1985, cuarta parte, Tercera Sala, tesis
núm. 168, p. 508).
Se debe advertir, sin embargo, que el anterior concepto no
suele ser aceptado por la doctrina del juicio de amparo, la cual
cuestiona, con base en el contenido de la «LA» y en las
orientaciones de la propia jurisprudencia, que el juicio incluye
actos de ejecución de la sentencia definitiva. En este sentido.
Burgoa estima que el juicio es ''el procedimiento contencioso
que concluye con la sentencia'' (p. 607), y Noriega sostiene que
por juicio debe entenderse para los efectos del amparo, ''todo el
procedimiento contencioso, desde que se inicia en cualquier
forma, hasta que se dicta la sentencia definitiva'' (p. 280).

JUNTAS DE CONCILIACIÓN Y ARBITRAJE


I. Organos integrados por igual número de representantes
obreros y patronales, que, bajo la rectoría del representante
gubernamental, constituyen la magistratura del trabajo.

II. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) ha


delimitado los alcances de las funciones de conciliación por un
lado y de arbitraje, por el otro. Mientras en el primer caso
estamos en presencia de una solución voluntaria con elementos
inducidos por un tercero (conciliador), quien ha de atenerse a la
opinión de las partes para toda convención posible, aunque él
formule o proponga los términos del arreglo; en el segundo se
persigue que ese tercero resuelva, con fuerza vinculante, a
través de un laudo (realmente una sentencia), el conflicto
sometido a su consideración y juicio.
El tema relativo a la naturaleza jurídica de las juntas de
conciliación y arbitraje resulta altamente polémico aun en la
actualidad. Los investigadores Jorge Carpizo y Héctor Fix-
Zamudio han hecho importantes análisis y reflexiones al
respecto.
El primero distingue dos corrientes en la Asamblea Magna de
1917 de Querétaro. Una, encabezada por el diputado
constituyente por Yucatán, Héctor Victoria, quien pretendía
para cada Estado un tribunal de arbitraje similar al que
funcionaba en la entidad federativa que representaba, para lo
cual proponía que, como se trataba de ''verdaderos tribunales...
se hiciera mención expresa de los mismos en el artículo 13
constitucional, excluyéndose de la prohibición de los tribunales
especiales''. La otra corriente tenía al frente al hombre de la
confianza ideológica de Venustiano Carranza: José Natividad
Macías. Este se inclinaba por un arbitraje que ''incluyese el
escrito de compromiso'' (potestativo), tal como se estilaba en
algunos países de la Europa insular y continental. Lo cierto,
señala Fix-Zamudio, es que la Comisión de Constitución
eliminó la alusión al escrito de compromiso, en la versión
definitiva de la «fr.» XXI del «a.» 123 constitucional.
El propio Fix-Zamudio no descuida la influencia de las
legislaciones del periodo preconstitucional (las leyes yucatecas
de Salvador Alvarado de 14 de mayo y 11 de diciembre de
1915, principalmente) y las existentes en países como
Inglaterra, Estados Unidos, Francia, Bélgica, Alemania, Austria
y Nueva Zelanda, aunque ''los constituyentes no tengan una idea
precisa de los órganos paritarios que establecieron para la
resolución de los conflictos laborales...''.
Carpizo nos informa del desconcierto que privo entre la
doctrina y la jurisprudencia en el periodo posconstitucional
inmediato pues hasta antes de 1924 no estaban facultadas las
juntas para ejecutar coactivamente sus laudos, y el ámbito
competencial se circunscribía a los conflictos de naturaleza
colectiva. Pero en el señalado año de 1924 se produjeron, por
parte de la «SCJ», las famosas ejecutorias de La Corona y de La
Compañía de Tranvías, Luz y Fuerza de Puebla, S.A., que
reconocían en las juntas a ''tribunales competentes para conocer
y resolver tanto los conflictos colectivos como los individuales,
y que... no son tribunales especiales que violen el artículo 13
constitucional''.
El mismo tratadista hace un repaso de aspectos ''que aún no
han sido definitivamente resueltos'', y de otros, incontrovertibles
ya, bajo la contundencia de diversos análisis jurídicos, algunos
ejemplos son: las juntas en México, sin desconocer su origen de
tribunales de carácter administrativo, se encuentran encuadradas
dentro del poder judicial; las juntas no son tribunales de equidad
lisa y llanamente: no tienen carácter transitorio, excepcional, ni
sustituyen al legislador: aplican la equidad como lo hace
cualquier otro tribunal, no son tribunales de conciencia: razonan
su fallo, se puede impugnar y la contextura de éste es la de una
sentencia (no un veredicto) la composición tripartita de las
juntas es acertada y ha brindado relativa estabilidad en el medio
laboral, sin desconocer la naturaleza sui generis de los
integrantes factoriales: ''son jueces en los que se encuentran
aspectos del carácter que tienen como representantes de las
partes'' las garantías judiciales en las juntas (medios para
asegurar la designación, independencia, remuneración y
estabilidad de sus miembros) ''dejan mucho que desear'', etc.

III. Las juntas de conciliación y arbitraje pueden ser, conforme


a la competencia derivada de la C: federales o locales, de
acuerdo con la función que realizan -ya se ha dicho- son
órganos jurisdiccionales. No podemos olvidar, en cuanto al
primer punto, que de 1917 a 1929 -año este último en que se
federalizó la facultad de legislar en materia laboral-, las
entidades federativas regulaban en forma exclusiva las
relaciones de trabajo en sus circunscripciones políticas. La
intención, loable en un auténtico federalismo, provocó un caos
legislativo que desembocó en indefinición e inseguridad
jurídicas, pero que afortunadamente se resolvió también en la
emisión de la primera «LFT», la de 1931, ansiado cuerpo
normativo unificador.
En la actualidad, aunque la normación del trabajo corresponde
al Congreso General, su aplicación es compartida por las
autoridades federales y las locales. Así, la competencia a nivel
federal se fija por la «fr.» XXXI del apartado A del «a.» 123
constitucional, que enumera, con el auxilio reglamentario del
«a.» 527 de la «LFT», las ramas industriales y el tipo de
empresas que corresponden a ese nivel del poder político, por
exclusión, los asuntos de naturaleza laboral no comprendidos en
esa relación, se encuentran en el ámbito competencial de las
autoridades jurisdiccionales locales del trabajo. Debe hacerse la
aclaración consistente en que las autoridades de la Federación -
únicas competentes en principio- serán auxiliadas por las
locales en la aplicación de las normas relativas a capacitación y
adiestramiento, así como a seguridad e higiene.
En cuanto a los órganos que constituyen la magistratura del
trabajo en nuestro país, debe señalarse que existe, con sede en la
dudad de México, la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje,
que, por razones didácticas o expositivas, podemos denominar
''Junta Matriz'' de la que dependen las llamadas Juntas
Especiales de Conciliación y Arbitraje establecidas fuera de la
capital de la República y dentro de ella conforme a la
distribución de ramas de la industria, materias y jurisdicción
territorial que se les asigne por el Secretario de Trabajo y
Previsión Social. Asimismo, en cada capital de entidad
federativa, existe una Junta Local (''Central'') de Conciliación y
Arbitraje de la cual dependen Juntas Especiales que
desempeñan tanto las funciones conciliatorias como las de
arbitraje, en los renglones industriales, materias y territorio
asignados por el gobernador del Estado o por el jefe del
Departamento del Distrito Federal -en el caso de la sede de los
poderes federales-.
La Junta Federal de Conciliación y Arbitraje es conducida por
su respectivo presidente cuando se trate de dos o más ramas de
actividad o de conflictos colectivos; en los demás casos, salvo
las excepciones del «a.» 610 de la «LFT», dicho funcionario y
los presidentes de las juntas especiales serán sustituidos por el
auxiliar correspondiente.
Existen juntas que exclusivamente realizan funciones
conciliatorias. En el ámbito federal prácticamente se han
eliminado las juntas de conciliación y se han sustituido por
órganos que conjuntamente realizan las funciones de arbitraje,
puesto que aquéllas eran una carga al erario y se caracterizaban
por su inoperancia. Las multicitadas ''juntas matrices'', además
de funcionar en juntas especiales, sesionan en pleno.
Las juntas de conciliación y arbitraje se componen, amén de su
presidente, del personal jurídico integrado por actuarios,
secretarios, auxiliares y secretarios generales.
En la designación de los representantes gubernamentales
intervienen, según el ámbito competencial, desde el presidente
de la República y el Secretario del Trabajo hasta los
gobernadores de los Estados. Un presidente de junta puede ser
designado por un periodo y ratificado en los subsiguientes; los
representantes de los trabajadores y de los patrones son
designados en convenciones convocadas para ese efecto y
generalmente permanecen en la defensa de los intereses
sectoriales durante un periodo de seis años.
Si los representantes obreros y patronales incurren en las
causas de responsabilidad previstas en la «LFT», las sanciones
correspondientes se impondrán por el Jurado de
Responsabilidades de los Representantes, integrado en los
términos del «a.» 674 de la propia LFT.

JURISPRUDENCIA
I. (Del latín: jurisprudentia, que proviene de jus y prudentia, y
significa prudencia de lo justo).
II. Ulpiano (D I, I, 10, 2) define la jurisprudencia como la
ciencia de lo justo y de lo injusto (justi atque injusti scientia).
Esta definición coincide con el sentido etimológico de la voz, el
de prudencia de lo justo. La prudencia es una virtud intelectual
que permite al hombre conocer lo que debe evitar, referida a lo
jurídico, la prudencia es la virtud que discierne lo justo de lo
injusto. Como virtud intelectual, la jurisprudencia implica que
la inteligencia adquiera los criterios formulados por los
jurisprudentes para distinguir lo justo de lo injusto (es decir que
conozca las reglas jurídicas o ''normas''), y además que la
inteligencia aprenda el modo de combinar esas reglas a fin de
juzgar sobre cuál es la solución justa en un caso determinado, es
decir, que aprenda a razonar jurídicamente, que adquiera
criterio jurídico.
La jurisprudencia es, por consiguiente, el conjunto de
conocimientos y modos de pensar que adquieren los estudiantes
en las facultades que hoy llaman de Derecho, pero que todavía a
principios de este siglo, se llamaban facultades o escuelas de
Jurisprudencia, como la Escuela Nacional de Jurisprudencia que
funcionó en México hasta 1910.

III. Por influjo del racionalismo jurídico, y con más intensidad a


partir de la publicación de los primeros códigos en los
comienzos del siglo pasado, se llegó a pensar que el modo de
pensar jurídico, o el pensamiento jurisprudencial, tenia que ser,
como el de las ciencias de la naturaleza, un pensamiento
deductivo, que, a partir de axiomas, pudiera descubrir las leyes
generales que gobiernan la conducta humana. Se penso que
obrando de esta manera, la jurisprudencia podría llegar a tener
un sistema de conceptos o reglas jurídicas, capaz de resolver,
con un criterio de justicia, todos los casos de controversia que
pudieran darse en las relaciones sociales. A esta idea responden
los códigos modernos. Se llevó así a definir un tipo de
jurisprudencia eminentemente deductivo, fuertemente
dogmático, que se denomino ''jurisprudencia de conceptos''.
A partir de la crisis del racionalismo jurídico y de su desarrollo
natural, el positivismo jurídico (crisis que se ha abudizado
después de la Segunda Guerra Mundial, en atención a los
excesos, legalmente justificados, en que incurrió el régimen
nacionalista), se ha dado un movimiento de crítica contra la
llamada jurisprudencia de conceptos.
Actualmente se ha revalorado la idea presente en la literatura
jurídica y filosófica de la Antigüedad clásica, de que el
pensamiento jurídico es un pensamiento prudencial (Phrónesis)
distinto del pensamiento filosófico (sophía) y del científico
(epistemé), en tanto que su objeto es la acción humana libre. Lo
característico de este pensamiento prudencial, también llamado
pensamiento aporético o pensamiento por problemas, es que
tienda a encontrar la solución de una cuestión o problema
determinado. Para ello procede al análisis de las peculiaridades
de esa cuestión, guiado por ciertos criterios o ''tópicos'',
aceptados como válidos por la opinión común (sensus
communis o communis opinio) de los entendidos en ex tipo de
problemas.

IV. Entendido el pensamiento jurisprudencial como


pensamiento aporético, se ha revalorado la función que tiene el
derecho romano, desarrollado eminentemente por una
jurisprudencia aporética, para la formación en los estudiantes de
un criterio jurídico que los disponga al estudio de casos
concretos (o situaciones típicas), para encontrar la justicia
posible en cada uno de ellos.

V. En México, la palabra jurisprudencia se ha aplicado, desde


que ya no existen escuelas de Jurisprudencia, para designar la
interpretación, con carácter obligatorio, que hacen los jueces de
los preceptos legales.

JUSTICIA
I. (Del latín justitia, que a su vez proviene de jus, que significa
lo ''justo''.).

II. Generalmente es aceptada la definición de justicia que da


Ulpiano D 1,1,10, pr: justicia es la constante y perpetua
voluntad de dar a cada quien lo suyo. Esta definición contempla
la justicia como una virtud moral, la cual, sin embargo, para ser
realizada supone un discernimiento acerca de lo que es suyo de
cada quien. Este discernimiento corresponde propiamente a la
jurisprudencia, o prudencia de lo justo (justi atque iniusti
scientia, D 1,1,10,2), que es una virtud propia del
entendimiento. A veces suele llamarse ''justicia'' a la virtud
intelectual de discernir entre lo que es suyo de cada quien (así
Preciado Hernández «pp.» 217-218, quien trata a la justicia
cómo ''criterio ético'').

III. El derecho es la ciencia que tiene como objeto discernir lo


justo de lo injusto. Le interesan por tanto, no la justicia como
virtud moral o de la voluntad (esto es asunto de la ética y de las
ciencias de la educación), sino los criterios conforme a los
cuales es posible realizar ese discernimiento. Por eso resulta
más claro del contenido y objeto de esta disciplina el nombre de
jurisprudencia que el de derecho.
La discusión acerca de si la ''justicia'' es o no el fin propio del
derecho, en el fondo, se reduce a la discusión acerca de si es
posible contar con criterios objetivos, independientes de la
voluntad del legislador o del juez, para conocer lo que es justo e
injusto en situaciones concretas, o dicho de otro modo, lo que es
''suyo'' de cada una de las partes relacionadas en determinada
situación.
Preciado Hernández (pp. 217 y ss.) afirma que hay un
fundamento ontológico, objetivo, del summ de cada persona. En
efecto, puede afirmarse ''que es suyo de cada persona humana
su cuerpo y su espíritu, y todas sus potencias y facultades; y
suyos también son los actos que realiza con conocimiento de
causa y voluntad libre''. De esta afirmación, pueden
desprenderse otros dos criterios que ayudan a determinar lo
suyo de cada quien: el principio de imputabilidad, según el cual
el acto y sus consecuencias deben imputarse a su autor, y el
principio de responsabilidad que indica que el autor debe
responder del acto y de sus consecuencias. De estos principios
pueden colegirse otros más: p.e., que el culpable ha de ser
condenado (lo ''suyo'' es el castigo), que el inocente ha de ser
absuelto (el castigo no es ''suyo''), que quien sufre un daño tiene
derecho a una reparación (lo ''suyo'' es la reparación), etc.
Por su parte García Máynez (pp. 465 y, ss.), sigue la idea
aristotélica de que la justicia consiste en dar un tratamiento
igual a los iguales, y tratamiento desigual a los desiguales.
Reconoce que en todos los hombres hay una igualdad esencial,
por lo que, por justicia, todos tendrían iguales derechos en tanto
seres humanos (p. 472). Pero admite que hay además múltiples
elementos que distinguen a unos hombres de otros, y desde este
punto de vista, corresponden a los hombres tratamientos
desiguales.
De todos los hombres puede afirmarse que son iguales (al
menos en esencia) y que son también desiguales. El saber si en
determinada relación se ha de dar a las personas relacionadas
trato de iguales o de desiguales, depende de un juicio de valor
en el que se aprecie si las desigualdades existentes entre ellos
son jurídicamente relevantes p.e., para decidir sobre la justicia
en el cobro de los impuestos, puede afirmarse que la diferencia
de capacidad económica de los contribuyentes tiene relevancia
jurídica, por lo cual deben pagar más impuestos los que tienen
mayor capacidad. No interesaría en este supuesto, las
diferencias en cuanto a lenguaje o cultura.
Para reconocer las diferencias jurídicamente relevantes
propone García Máynez tener en cuenta los criterios de
necesidad, capacidad y dignidad o mérito (p. 475). Estas
diferencias se reconocen por medio de juicios objetivos de valor
hechos en atención a casos concretos, cuyo alcance luego se
generaliza para otros casos análogos.
Preciado Hernández, señala una vía deductiva para reconocer
lo que es justo de conformidad con las exigencias objetivas de
la naturaleza humana. García Máynez propone una vía
inductiva (a partir de juicios de valor en casos particulares) para
hacer posible la determinación de lo que es justo en relación al
principio de igualdad aritmética y desigualdad proporcional.
Ambas vías son posibles. Lo importante es constatar que la
inteligencia humana es capaz de discernir entre lo justo y lo in
justo de manera objetiva, con independencia de las influencias
del poder público o de cualquier otra prepotencia. Negar esta
capacidad es negar el derecho como ciencia (como
jurisprudencia), es negar la posibilidad de la convivencia
racional y armónicas y es afirmar el predominio del más fuerte.
En la actualidad suele entenderse que el derecho no es más que
lo que las prescripciones del poder público (leyes, reglamentos,
etc.) definen como tal, o dicho de otro modo que la única fuente
para conocer lo que es justo o injusto es la ley. Esto es un
fenómeno peculiar de nuestro siglo, transitorio, y que tiene una
explicación histórica: los códigos y constituciones que se
comienzan a publicar en el siglo XVIII, en realidad incorporan
la doctrina jurídica definida por la jurisprudencia; de modo que
lo que formalmente presentan como ''ley'', materialmente es
doctrina. La superación de la situación actual puede lograrse por
la consolidación de una doctrina jurídica extra legal que critique
positiva y negativamente los textos legales.

IV. La justicia como criterio racional de lo justo y lo injusto


suele dividirse en tres grandes clases: justicia legal, justicia
distributiva y justicia conmutativa.
La justicia legal o general se refiere a las relaciones de la
sociedad con los individuos, desde el punto de vista de lo que
éstos deben a ella. Bajo su ámbito se incluyen tanto las
cuestiones sobre lo que los ciudadanos deben a la sociedad
(impuestos, servicios obligatorios, etc.), como los deberes de los
gobernantes con la sociedad (lealtad, promoción del bien
común, etc.).
La justicia distributiva regula la participación a que tiene
derecho cada uno de los ciudadanos respecto de las cargas y
bienes distribuibles del bien común. Mira, al igual que la
justicia legal, la relación entre sociedad e individuo, pero lo
hace desde el punto de vista de lo que el individuo puede exigir
a la sociedad, p.e., el derecho a una repartición justa de las
cargas fiscales o el derecho a los satisfactores mínimos,
vivienda, alimentación, educación, vestido, etc.
Estas dos especies de justicia atienden a conseguir una
igualdad proporcional o geométrica, o sea, a seguir el criterio de
tratar desigual a los desiguales. Expresan relaciones de
subordinación (justicia legal) o de integración (justicia
distributiva).
La justicia conmutativa es la que rige las operaciones de
cambio entre personas que se hallan en un plano de igualdad,
p.e., las relaciones contractuales. Atiende al criterio de trato
igual a los iguales.
Algunos autores han pretendido añadir una nueva especie, la
''justicia social'', la cual miraría ai la repartición de la riqueza
entre los miembros de la sociedad. Esta clase de justicia en
realidad se refiere a relaciones contempladas por la justicia
legal o por la justicia distributiva.

JUSTICIA SOCIAL
I. Por justicia social propiamente se entiende el criterio que rige
las relaciones entre los individuos y la sociedad, sea
considerando el punto de vista de los derechos de la sociedad
(justicia legal o general), sea considerando el punto de vista del
derecho de los individuos (justicia distributiva). Esta justicia
social se opone a la justicia particular, o privada que rige las
relaciones de intercambio de bienes entre los particulares.

II. Algunos autores, como Kleinhappl, Gandía y Gómez Hoyos


(citados por Preciado Hernández, p. 226) estiman que además
de las tres especies conocidas de justicia (legal, distributiva y
conmutativa) existe una nueva especie, la ''justicia social''. Para
ellos ésta tiene como objeto la repartición equitativa de la
riqueza superflua. Los poseedores de ella son los sujetos
pasivos de la relación. Los indigentes son los sujetos activos, o
sea quienes tienen el derecho de exigir el reparto. Parten de la
concepción de estar la sociedad dividida en dos clases: los
capitalistas, quienes tienen los medios de producción, y los
proletarios que sólo cuentan con su trabajo. La justicia social es,
en este esquema, el criterio conforme al cual ha de repartirse la
riqueza a fin de superar el antagonismo entre capitalistas y
trabajadores.
La justicia social, opinan estos autores, se distingue de la
justicia distributiva y de la justicia legal, por las relaciones y por
sus objetos formal y específico. La justicia distributiva y la
justicia legal tienen como sujetos relacionados a los individuos
y a la sociedad, mientras que la justicia ''social'' contempla las
relaciones entre poseedores (capitalistas) e indigentes
(trabajadores). La justicia distributiva tiene como objeto
material el bien común distribuible y como objeto formal el
derecho de los ciudadanos; la justicia legal tiene como objeto
material los bienes de los particulares y como objeto formal el
derecho de la sociedad; mientras que la justicia social tiene
como objeto material la riqueza superflua y como objeto formal
el derecho de los indigentes.
En realidad es superfluo hablar de una cuarta clase de justicia.
La justicia, en general, define lo que a cada quien le
corresponde en sus relaciones con otras personas o la
comunidad. Habrá tantas clases de justicia como clases de
relaciones, y en una sociedad pueden darse sólo tres tipos de
relaciones: del individuo con la comunidad; de la comunidad
con los individuos o de los individuos entre sí. Los grupos
intermedios que componen la sociedad, o se relacionan entre sí
como individuos, o se relacionan con la sociedad como un
individuo con el todo. No dan ellos lugar a un nuevo tipo de
relaciones, ni consecuentemente a un nuevo tipo de justicia.
La distribución de la riqueza entre los miembros de la sociedad
se rige, siguiendo la clasificación tradicional de tres tipos de
justicia, por la justicia distributiva, en cuanto ella prescribe lo
que cada individuo puede exigir del bien común repartible, y
por la justicia legal en tanto que ordena las cargas con que cada
quien ha de contribuir para la consecución del bien común.

LAGUNAS DEL DERECHO


I. Significado. Noción general. La voz 'laguna' proviene del
latín lacuna-ae que significa, además de 'profundidad del mar',
'cavidad', 'oquedad', 'hoyo', 'falta' 'vacío'. De ahí, lacunosus:
'lleno de hoyos, de huecos'. En un sentido general y, conforme
con su etimología, 'laguna'; significa, inter alia: 'omisión',
'carencia', 'falta', connotando la idea de insuficiencia, defecto,
carencia, imprevisión, ausencia. Éste es, como veremos, el
sentido que tiene 'laguna' dentro de la expresión 'laguna del
derecho'.
En la literatura jurídica se entiende por 'laguna del derecho' la
circunstancia en que en un orden jurídico determinado no existe
disposición aplicable a una cuestión jurídica (caso,
controversia). Esta situación enfrentan los órganos jurídicos
aplicadores cuando no existen disposiciones directamente
aplicables a cuestiones de su competencia, «i.e.» , cuando
enfrentan situaciones ''no previstas''.
Es incuestionable que en los órdenes jurídicos positivos
(históricos) surgen casos que requieren de una respuesta jurídica
que, hasta su planteamiento, ésta no se encuentra ni en la
costumbre (nunca surgió), ni en las resoluciones judiciales (no
surgió o no fue propiamente planteado) ni en la legislación.
Estos casos no previstos que en el discurso jurídico se conocen
como 'lagunas del derecho' necesitan ser resueltos. Estas
omisiones son colmadas de conformidad con las reglas de
integración previstas (o recibidas por la tradición y practicas
profesionales).
El requerimiento dogmático de que el derecho debe proveer a
cualquier cuestión jurídica deriva de la misma concepción del
orden jurídico como sistema que clausura controversias reales o
potenciales a través de la función integrativa de la actividad
judicial. Éste es uno de los rasgos característicos del orden
jurídico (A. Watson, R. Tamayo). La noción de laguna del
derecho no sólo alude a la existencia de casos no previstos sino
a sus formas de resolución. 'Laguna' e 'integración' son términos
correlativos.
El problema de las lagunas, consecuentemente es parte del
problema de la completitud (Geschlossenheit) del orden
jurídico. El derecho, como ars iudicandi se presenta como un
conjunto de soluciones a los casos propiamente planteados a los
órganos de aplicación del derecho.
Es claro que el termino 'derecho' dentro de la expresión 'laguna
del derecho' es usado en el sentido de 'orden jurídico' indicando
cl complejo de disposiciones jurídicas (legislativas, judiciales o
consuetudinarias) a las cuales debe recurrir el juez (o el órgano
aplicador) para resolver una cuestión jurídica. El uso de
'derecho' en otro sentido, haría incomprensible el problema de
las lagunas. De ahí que la expresión 'laguna del derecho' no sea,
en ningún sentido, equivalente a la expresión 'laguna de la ley',
la cual, señala una cuestión distinta que, no obstante su
importancia histórica, no representa sino una parte del
problema.
Al conjunto de reglas (metarreglas, principios, máximas,
sentencias) destinadas a eliminar las lagunas de un orden
jurídico se les conoce como 'reglas de integración del derecho'.
Estas reglas (y los procedimientos que establecen) presuponen
que el orden jurídico es susceptible de contener lagunas y,
consecuentemente, prevé las formas para su eliminación. La
existencia de procedimientos de integración ha puesto en duda
que se pueda hablar legítimamente de 'lagunas del derecho'. Si
el derecho dispone de medios para superar las supuestas
lagunas, entonces, propiamente hablando, el orden jurídico
(considerado en su aspecto dinámico, «i.e.» , como actos de
creación y aplicación de derecho), no contiene lagunas.

II. La teoría jurídica. Los teóricos del derecho han sostenido


persistentemente la tesis de la completitud del derecho, no como
postulado dogmático, sino como característica necesaria de un
orden jurídico positivo (nacional o internacional). Conocida es
la tesis de K. Bergbohm y de S. Romano (1875-1947), según la
cual el comportamiento del individuo, desde el punto de vista
del derecho, se encuentra dividido en dos esferas: (1) en la que
se encuentra limitado por normas jurídicas y (2) en la que el
comportamiento se encuentra ''libre''. Existe, así, un espacio
jurídico vacío y otro lleno, tertium non datur. El
comportamiento que pertenece al primero, tiene un significado
jurídico; el que pertenece al segundo, es jurídicamente
irrelevante. En esta división de espacios no cabe hablar de
'lagunas' como ausencia o insuficiencia de regulación jurídica.
Otra versión de esta tesis es defendida por E. Zitelmann (1852-
1923) y por D. Donati (1880-1946). Según esta versión, toda
norma jurídica particular N está acompañada por una norma
general (normalmente implícita) N' que excluye del ámbito de
N todo el comportamiento restante. Esto es, cuando N no regula
expresamente, N' excluye. De esta forma, cuando un
comportamiento no es regulado por N cae bajo el ámbito de
aplicación de N' y, por tanto, en cualquier caso se encuentra
jurídicamente regulado.
Las dos versiones de la tesis tienen en común la característica
de dividir la esfera del comportamiento regulable jurídicamente
en dos espacios, sin admitir un tertius genus. Pero, ¿funciona así
un orden jurídico? La mayor parte de los ordenes jurídicos
contienen principios diversos según los cuales todo lo que no
está expresamente permitido) es hecho entrar, a través de los
procedimientos hermanéuticos recibidos, al espacio del
comportamiento expresamente regulado. Esta circunstancia
conduce a Bobbio a sostener que al lado de una norma existe
siempre una norma implícita (extensiva o inclusiva) en virtud
de la cual todo aquello que no está expresamente regulado
entra, mediante aplicación analógica, al ámbito de la norma
expresa.
La teoría de Kelsen, aborda el problema de la siguiente
manera. El comportamiento humano, puede ser regulado de
forma positiva [expresa], o bien, de forma negativa [forma, esta
última, por la cual siempre se permite]: ''...se permite de modo
negativo un comportamiento cuando no es objeto de una norma
jurídica, porque no es ordenado ni prohibido... Un tal
comportamiento permitido puede ser considerado jurídicamente
regulado... No puede entonces haber laguna si con ello se quiere
decir que un comportamiento humano no se encuentra
[jurídicamente] regulado... Esto [ausencia de regulación
positiva] se resuelve aplicando el derecho vigente... En este
sentido se puede hablar de completitud [Geschlossenheit] del
orden jurídico...''. El caso de ausencia de regulación, en que el
individuo está en posibilidad de hacer u omitir se asimila al
caso en que el juez suple la falta de norma expresa, mediante
aplicación analógica o pronunciamiento ad hoc (H. Kelsen) (v.
infra).

III. Concepto dogmático. No obstante lo anterior, la expresión


'laguna del derecho' es muy ilustrativa para significar, y éste es
el sentido que tiene en la dogmática jurídica, la ausencia de una
disposición establecida (legislativa, judicial o consuetudinaria)
para resolver una cuestión jurídica propiamente planteada. El
concepto de laguna indica, así, la existencia de una cuestión aún
no resuelta (unsettled), una cuestión que está abierta y que
corresponde resolver a los órganos aplicadores del derecho
haciendo uso de los procedimientos establecidos de integración
(«v. gr.», analogía, aplicación de principios generales,
discrecionalidad, etc.).
El concepto de laguna se usa para indicar la existencia de un
caso no previsto y no la ausencia de reglas de integración
(implícitas o no) del sistema. La aplicación de reglas o
procedimientos de integración presupone, precisamente, el
concepto de laguna. Se recurre a la integración de modo
subsidiario, una vez que se detecta la laguna.
Entre los procedimientos de integración, existen ciertas reglas
denominadas 'reglas de clausura' cuyo propósito es resolver
problemas de completitud del orden jurídico. Un ejemplo
característico de regla de clausura es la regla (o metarregla) que
señala que 'todo lo que no está prohibido está permitido'.

IV. Integración y completitud. Una vez determinado el concepto


dogmático de laguna como carencia o insuficiencia de
regulación jurídica expresa, se plantea el problema (según el
dogma de la completitud de la integración, «i.e.» , de los
procedimientos para colmar las lagunas y determinar el derecho
aplicable. El dogma de la completitud, la idea de que existe una
solución para todo problema jurídico, ha sido un ideal que ha
acompañado desde siempre al jurista. La historia del derecho
prueba que los órdenes jurídicos históricos (positivos) contienen
los medios (reglas y metarreglas) para resolver cualquier casus
omissus. Del propio derecho se extraen los principios generales,
comunes a las instituciones positivas. Estos principios primeros
del sistema a los cuales asciende para resolver casos
particulares eodem genere, no previstos (expresamente). No
encontrando solución en la reglamentación de la materia (leges
loci), se recurre a otras ramas (lex alii loci) también en sentido
ascendente (de lo particular a lo general). No habiendo solución
en la lex specialis, se aplica la lex generalis. Si esto no fuera
suficiente, el juez buscará el derecho aplicable mediante
argumentos a similubus ad similia. En casos específicos el
mismo derecho reenvía a otros patrones a la lege ferenda (i.e., a
otros órdenes jurídicos), a la moral positiva o a la discreción
judicial.
Los métodos para colmar lagunas se pueden dividir en dos
grupos, según la terminología de F. Carnelutti (1879-1966):
métodos de heterointegración y de autointegración según que el
órgano de aplicación éste habilitado para buscar la solución
fuera del orden jurídico o se mantenga dentro de los confines de
éste. El ejemplo más claro de heterocomposición es la decisión
ad bonum et aequum, «i.e.» , la habilitación para que el juez
decida según los méritos del caso. El juez se convierte en el
legislador del caso concreto, tal y como establece el célebre
«a.» 1 del Código Suizo de las Obligaciones: ''a falta de una
disposición legal aplicable, el juez decidirá según el derecho
consuetudinario; y a falta de una costumbre, según las normas
que él mismo establecería si fuera el legislador''. Los
procedimientos de heterointegración permiten concebir al orden
jurídico como un sistema de ''textura abierta'' (H.L.A. Hart, I.
Tammelo). Los métodos típicos de auto integración son el
recurso a los principios generales del derecho y el argumento
por analogía.
Aunque, en principio, estos métodos se muestran diferentes, la
diferencia se atenúa de manera notable cuando se tiene presente
que la heterointegración como la autointegración se aplican de
conformidad con los cánones de la interpretación del derecho
recibidos por la dogmática jurídica. El juez (i.e., órgano
aplicador) para aplicar disposiciones jurídicas y establecer su
significado y alcance hace uso de un aparato doctrinal que hace
posible su tarea.
El significado de un enunciado no es una cuestión de hecho es
producto o resultado de una operación conceptual por medio de
la cual el material jurídico dado (N) recibe cierto significado (S)
de parte del órgano aplicador. Esta situación puede expresarse
en la fórmula: '''N' significa 'S'''. Cuando en el material jurídico
dado no existe una consecuencia jurídica prevista para un caso
concreto X el problema es resuelto cambiando la interpretación
que daba lugar a tal dificultad. La laguna se colma sustituyendo
la anterior interpretación (suficiente hasta antes de X) de
manera a que ninguna laguna se presente. La nueva
interpretación se sostiene con base en el principio de que el
orden jurídico es (o debe ser) completo. El argumento de la
completitud, se expresa en la fórmula siguiente: '''N' significa
'S1''', toda vez que, de otra manera, existiría una laguna. Con
frecuencia, es una mera extensión del significado de los
términos de N. Esta función creativa del órgano aplicador (i.e,
del juez) no se presenta abiertamente como tal Sino, según los
dogmas de la función judicial, en una forma disimulada o más
modesta: como latente en el lenguaje del legislador (R.
Guastini). No obstante la presentación modesta (que exigen los
dogmas de la función judicial tradicional) toda sustitución de
interpretación es una innovación mayor o menor del derecho
existente. De ahí se sigue que la interpretación que produce
lagunas es una interpretación jurídicamente incorrecta.
De lo anterior resulta que las lagunas son siempre prima facie
y sólo requieren de cambio de la interpretación hasta entonces
existente. (Lo mismo ocurre en los casos en que el órgano
aplicador introduce una N enteramente nueva).

V. Lagunas ideológicas. Además de 'ausencia o insuficiencia de


disposición jurídica aplicable' (o lagunas propiamente
hablando), 'laguna' tiene en la dogmática jurídica otro
significado: 'falta de disposición adecuada' (correcta, apropiada,
justa). En efecto, los juristas usan la expresión 'lagunas del
derecho' cuando, no obstante la existencia de una norma
claramente aplicable al caso de que se trate, esta resulta
''inapropiada'' por obsoleta, errónea, insatisfactoria o injusta
(desde el punto de vista de la ideología subyacente al orden
jurídico positivo). Estas lagunas, llamadas 'ideológicas' o
'políticas', son, algo así, como un anacronismo considerando la
evolución de las instituciones jurídicas. En este caso 'laguna',
más que 'carencia' o 'insuficiencia', significa 'imperfección' (del
orden jurídico). Estas ''lagunas'' resultan de la confrontación del
orden jurídico en cuestión con otro considerado más
satisfactorio o con un orden jurídico ideal. La diferencia entre
las ''lagunas ideológicas'' y las lagunas stricto sensu consiste en
que las primeras son de lege ferenda y las segundas de lege lata.
De esta diferencia depende el modo (normal) de ponerles
remedio. A las primeras provee el legislador; a las segundas, el
juez (N. Bobbio).

VI. Lagunas y delegación. Con el nombre de 'laguna' se suele


indicar, también, el silencio de una disposición jurídica. Aquí
'laguna' no indica un vacío del orden jurídico sino de una
disposición particular, Esta ''laguna'' intra legem, no es
propiamente laguna sino una forma de delegación. Es frecuente
encontrar en derecho constitucional o en derecho internacional
disposiciones que establezcan únicamente indicaciones
generales: ''Los miembros de la Organización arreglarán sus
controversias internacionales por medios pacíficos...'' ''La
Asamblea General dictará su propio reglamento...'' ''...podrá
establecer los organismos subsidiarios que estime necesarios...''
(«aa.» 2, par. 2, 21 y 22 de la Carta de Naciones Unidas); ''El
poder judicial de los Estados Unidos será investido en una
Suprema Corte y en los tribunales inferiores que el Congreso
pueda de tiempo en tiempo ordenar y establecer'' («a.» III, Sec.
1, de la C de los Estados Unidos) ''El Parlamento se compone de
la Asamblea Nacional... los diputados... son electos por sufragio
universal... Una ley orgánica determinará...'' («aa.» 24 y 25 de la
C francesa). La ''laguna'' intra legem más que insuficiencia o
limitación otorga al órgano aplicador un espacio muy amplio.
La laguna intra legem, llamada frecuentemente 'técnica' indica
ya no la ausencia de regulación de casos concretos, sino la
posibilidad abierta de regularlo de varios modos, todos
jurídicamente permitidos (H. Kelsesn).
Las lagunas intra legem, a diferencia de las lagunas
propiamente hablando, no son omisiones o imprevisiones, son
espacios intencionalmente creados, con el propósito de dejar al
órgano aplicador la opción de la reglamentación específica.

VII. Lagunas y legislación. Con el triunfo de la codificación y


de la idea de la preeminencia de la ley sobre las demás fuentes
del derecho, el dogma de la completitud se convierte en ideal de
la doctrina liberal. Los individuos se sienten obligados a venerar
la legislación porque es una manifestación (más o menos
inmediata) de la ''soberanía'' encarnada en los cuerpos
legislativos. El siglo XVIII fue la era del racionalismo.
Entonces se creía posible determinar un cuerpo de normas
universalmente válidas e inmodificables, aplicables a todos los
países, a partir del conocimiento de la ''naturaleza'' del hombre.
La importancia de la ley escrita en el siglo XVIII reside en que,
en combinación con su carácter impersonal y abstracto,
satisface el ideal (liberal) del ''estado de derecho''. El mito de la
ley como volonté générale y el principio político de la
separación de poderes crean un nuevo escenario que minimiza
(al menos, en Europa continental) el papel de la función judicial
y su participación en la adecuación (y desarrollo) del derecho.
La omnipotencia del ''legislador'' (racional, por definición)
cambia el problema de las lagunas y de la integración. El ideal
liberal exige un derecho cierto, establecido: legislado. Todo está
previsto en la legislación. Basta conocer la ''voluntad del
legislador'' para encontrar el derecho aplicable. Las lagunas (en
todo caso aparentes) se colman con una lectura apropiada del
texto. El juez no puede (ni debe) crear derecho ad hoc, no
representa la volonté générale De esta forma, las lagunas
(aparentes) son, realmente lagunas de la ley y éstas se colman
mediante apropiados métodos exegéticos. Este ''positivismo''
legalista cuya pretensión consiste en bloquear la operación de
las otras fuentes del derecho, ha sido, en cuanto a sus alcances
explicativos, en todos los momentos de la historia del derecho
en que ha aparecido, una mera ilusión que sólo ha provocado el
empobrecimiento del orden jurídico que lo acoge.

LEGADO
I. (Del latín legatus, manda que en su testamento hace un
testador a una o varias personas naturales o jurídicas.)
Conforme a los «aa.» 1284 y 1285 del «CC» en tanto que ''el
heredero adquiere a título universal y responde de las cargas de
la herencia hasta donde alcanza la cuantía de los bienes que
hereda'' ''el legatario adquiere a título particular y no tiene más
cargas que las que expresamente le imponga el testador, sin
perjuicio de su responsabilidad subsidiaria con los herederos'',
por esa razón se dice que se entiende por legado toda atribución
patrimonial mortis causa a título particular.
Cabe una distinción entre legado y carga porque aquél otorga
un derecho real en el que el causante es el autor de la herencia,
se trata de una sucesión de derechos del autor de la herencia en
tanto que la carga es más bien una obligación impuesta, por
consecuencia, es una disposición accesoria que grava al
heredero o legatario.

II. Una primera e importante clasificación de legados consistiría


en distinguir si el autor de la herencia deja como tal un bien
individualizado dentro de su patrimonio o una cosa genérica; en
el primer caso estarnos en presencia de un legado de especie y
en el segundo de un legado de cantidad o género.
En el legado de especie el bien se transmite al legatario desde
el momento mismo de la apertura de la sucesión, por eso se
indica que la cosa legada deberá ser entregada con todos sus
accesorios y en el estado en que se halle al morir el testador que
si la cosa legada estuviere en poder del legatario podrá este
retenerla, sin perjuicio de devolver en caso de reducción lo que
corresponda y que el importe de las contribuciones
correspondientes al legado se reducirá del valor de este, a no ser
que el testador disponga otra cosa («aa.» 1395, 1409 y 1410 del
«CC»). De donde se deduce que el principio fundamental
tratándose de legados de cosa específica y determinada, propia
del testador, el legatario adquiere su propiedad desde que aquél
muere y hace suyos los frutos pendientes y futuros y que la cosa
legada correrá a riesgo del legatario en cuanto a su pérdida,
aumento o deterioro, por lo que podría decirse que el legatario
tiene derecho de reivindicar la cosa («aa.» 1429 y 1430).
Por el contrario, el legado de cantidad o de genero no
transmite la propiedad hasta que dicha cantidad o genero se
específica. Es por eso que el legislador acepta como válido el
legado de cosa ajena si el testador sabía que lo era, pues en
estos casos el heredero estará obligado a individualizar la cosa
genérica o adquirir la cosa ajena. En esas circunstancias, si el
testador ignoraba que la cosa legada era ajena, el legado es nulo
(«aa.» 1433 y 1440 del «CC»).

III. Una hipótesis interesante es el legado a favor de un


heredero, que tiene validez, y en este caso se autoriza al
heredero a renunciar la herencia si así le conviniere y a aceptar
el legado, o a renunciar a este y aceptar aquella (prelegado, «a.»
1400); por esa razón se indica que el testador puede gravar con
legados no sólo a los mismos herederos sino a los mismos
legatarios («a.» 1394).

IV. El legado de un crédito y el legado de liberación de deuda


tienen reglas especiales, pues si el crédito sólo constare en el
testamento se considerará como legado preferente al igual que
el legado de liberación de deuda si sólo consiste en devolución
de la cosa recibida en prenda, o en el título constitutivo de una
hipoteca, sólo extingue el derecho de prenda o hipoteca, pero no
la deuda y la misma regla se aplicará tratándose de la fianza;
pero, en cambio, el legado esta obligado, no solamente a dar al
deudor la constancia del pago, sino también a desempeñar las
prendas, a cancelar las hipotecas y las fianzas y a liberar al
legatario de toda responsabilidad. El legado de liberación o
perdón de deudas comprende sólo las existencias al tiempo de
otorgar el testamento y no las posteriores.
El legado de crédito no obliga al gravado a garantizar el buen
nombre ni la eficacia del crédito, pues en este caso el que debe
cumplir con el legado lo satisface entregando y cediendo las
acciones que en virtud de él correspondan al testador, sin que
surja obligación de saneamiento ni cualquier otra
responsabilidad, ya provenga esta del mismo título, ya de
insolvencia del deudor o de sus deudores o de cualquier otra
causa («aa.» 1450 y 1451).
V. Finalmente, si los bienes de la herencia no alcanzan para
cubrir todos los legados, tienen preferencia en primer término
los legados que el autor de la herencia hizo en atención a los
servicios recibidos por el legatario y que no tenía obligación de
pagar los que el propio testador haya declarado preferentes, los
de cosa cierta y determinada y los de alimentos o educación;
por eso dijimos al inicio que los legatarios adquieren a título
particular y no responden de las cargas de la herencia, salvo que
el testador se las haya impuesto o que existiendo un pasivo
elevado se sacrifiquen las porciones hereditarias y en último
caso los legados.

LEGISLACIÓN
I. (Del latín legislatioonis.) Se ha denominado legislación al
conjunto de leyes vigentes en un lugar y tiempo determinados.
Sin embargo, existen otros significados que igualmente se
adscriben al término ''legislación'', entre los cuales están los
siguientes: a) para designar globalmente al sistema jurídico de
una región o país; b) para referirse al derecho codificado y
distinguirlo de las otras fuentes del derecho, como la
jurisprudencia, costumbre o doctrina; c) para referirse al
procedimiento de creación de las leyes y decretos; d) para
significar la agrupación de textos legales, promulgados de
acuerdo a un criterio metodológico y ofreciendo compilaciones
o colecciones; e) para reunir las leyes atingentes a una
especialidad del derecho, «i.e.» : legislación administrativa y
legislación de emergencia, y f) para describir la función
desarrollada por el órgano legislativo del poder público.
De tales significados, la compilación de textos legales ha
tomado especial desarrollo en México. La reunión de la
legislación vigente ha preocupado a los juristas que, imbuidos
del espíritu codificador, han elaborado colecciones legislativas
de gran utilidad. Estas colecciones de legislación comienzan
con las compilaciones de Mariano Galván Rivera, bajo cuya
sistematización logró reunir la legislación de 1821-1837 en
ocho tomos. Juan Ojeda, por su parte, compiló en 1833 la
legislación de 1831 y 1832. Una de las compilaciones mejor
elaboradas es la de Basilio José Arrillaga, quien recopila en 26
volúmenes la legislación comprendida entre 1828 y 1865.
La obra compiladora de Manuel Dublán y José María Lozano
ha sido la de mayor consulta, ya que su Legislación Mexicana o
colección completa de las disposiciones legislativas expedidas
desde la Independencia de la República, abarca en 50 tomos,
distribuidos en 42 volúmenes, la legislación más relevante
desde 1687 hasta 1910. Esta magna recopilación fue elaborada
directamente por sus autores hasta la legislación de 1889. A.
partir de la legislación de 1890 a 1899, la obra corresponde a
Adolfo Dublán y Adalberto A. Esteva. El volumen
correspondiente a fines de 1899 y 1900 fue sistematizado por
Agustín Verdugo y, finalmente, la obra compiladora de 1901 a
1910 correspondió a Manuel Fernández Villarreal y Francisco
Barbero bajo la denominación de Colección legislativa.
La obra compiladora más monumental ha sido la Recopilación
de leyes, decretos y providencias de los poderes legislativo y
ejecutivo de la Unión, iniciada por Manuel Azpiroz y llevada
fundamentalmente a cabo por la redacción del Diario Oficial de
la Secretaría de Gobernación. Esta obra que se desarrolla en 87
volúmenes recopila la legislación desde 1867 hasta 1912.
Después de estas obras legislativas, el desarrollo compilador
se ha canalizado a través de breves recopilaciones elaboradas
por especialidades o por sexenios que corresponden a los
periodos presidenciales respectivos.

II. La actividad legislativa se concreta en la elaboración de


normas jurídicas. La doctrina ha reconocido dos aspectos
inherentes a la legislación. Un aspecto formal se refiere a la
exigencia de formular clara, inequívoca y exhaustivamente los
preceptos contenidos en las leyes. Otro aspecto, el material,
consiste en la ordenación de las instituciones que tienden a
solucionar y satisfacer congruentemente los conflictos. Estos
aspectos integran la coherencia estructural de la legislación que,
en sus aspectos fundamentales, coinciden con los elementos de
la codificación según la concepción racionalista del
jusnaturalismo.
La legislación es una concepción estática frente a la realidad
social, mientras que la naturaleza de la función legislativa es
dinámica en tanto que implica una apreciación de los valores e
intereses aplicables en las relaciones sociales. El legislador
cumple una tarea política plena al decidir en un territorio y
tiempo dados sobre los valores e intereses dignos de ser
plasmados en las leyes.
La legislación como fuente formal del derecho pone las
siguientes características: 1) se trata de un procedimiento para
la creación de normas jurídicas generales; 2) dicho
procedimiento debe observar determinadas formalidades y se
manifiesta en forma escueta; 3) existe cierta jerarquización
entre las leyes que la integran, y 4) es producto de las políticas
escogidas por los poderes del Estado.
De las demás fuentes formales reconocidas por la teoría
general del derecho, se aprecian ciertas diferencias con la
legislación. La costumbre no posee la escrituralidad de la
legislación. Así, la jerarquización tampoco se da en la
costumbre y tan sólo en forma precaria en la jurisprudencia.

III. En países con tradición parlamentaria los legisladores son


objeto de estudió en cuanto a lo que se ha denominado como la
''carrera parlamentaria o legislativa''. Sus características de
antigüedad en el ejercicio de sus funciones, de filiación al
partido político que los postuló y la relación con el electorado,
dan contenido al estudio de la carrera parlamentaria.
El predominio del poder ejecutivo en México ha eclipsado el
desarrollo de estudios sobre lo legislativo. En nuestro país, la
legislación es formulada fundamentalmente por el poder
ejecutivo y el órgano legislativo se encarga de otorgarle validez
formal.
Desde el inicio de la codificación en México en 1870, el
Congreso se declaro incompetente para la formulación de las
leyes por ser éstas obra de comisiones pequeñas de expertos y
no de asambleas multitudinarias. Pocas iniciativas de ley
promovidas por legisladores prosperan a todo el procedimiento
legislativo.
Un problema recurrente en la aplicación de la legislación
moderna es el conocido como Alphonse-Gaston. En nuestros
sistemas de derecho codificado, la legislación cobra una
importancia que excede sus limitaciones reales. Por muy
depurada que sea la legislación, esta contendrá serias
limitaciones de alcance que son puestas en evidencia con su
aplicación. La autoridad encargada de su aplicación tendrá que
interpretar la ley no sólo de acuerdo a su letra, sino en forma
integral de manera que pueda cubrir las lagunas normales.
El problema Alphonse-Gaston, descubre un vicio común e
implícito en la legislación moderna, pues describe el deseo que
el legislador tiene respecto a plasmar únicamente las políticas
generales en el texto legal, esperando que la autoridad, al
aplicar la ley, prevea los casos no contemplados por ésta en una
forma supletoria. Por su parte, la autoridad basada en el respeto
al principio de legalidad, no acepta comúnmente el papel de
legislador supletorio que pueda cubrir las lagunas de la ley y se
concentra en una aplicación automática de la ley para los casos
contemplados por ésta.

LEGISLACIÓN
I. (Del latín legislatioonis.) Se ha denominado legislación al
conjunto de leyes vigentes en un lugar y tiempo determinados.
Sin embargo, existen otros significados que igualmente se
adscriben al término ''legislación'', entre los cuales están los
siguientes: a) para designar globalmente al sistema jurídico de
una región o país; b) para referirse al derecho codificado y
distinguirlo de las otras fuentes del derecho, como la
jurisprudencia, costumbre o doctrina; c) para referirse al
procedimiento de creación de las leyes y decretos; d) para
significar la agrupación de textos legales, promulgados de
acuerdo a un criterio metodológico y ofreciendo compilaciones
o colecciones; e) para reunir las leyes atingentes a una
especialidad del derecho, «i.e.» : legislación administrativa y
legislación de emergencia, y f) para describir la función
desarrollada por el órgano legislativo del poder público.
De tales significados, la compilación de textos legales ha
tomado especial desarrollo en México. La reunión de la
legislación vigente ha preocupado a los juristas que, imbuidos
del espíritu codificador, han elaborado colecciones legislativas
de gran utilidad. Estas colecciones de legislación comienzan
con las compilaciones de Mariano Galván Rivera, bajo cuya
sistematización logró reunir la legislación de 1821-1837 en
ocho tomos. Juan Ojeda, por su parte, compiló en 1833 la
legislación de 1831 y 1832. Una de las compilaciones mejor
elaboradas es la de Basilio José Arrillaga, quien recopila en 26
volúmenes la legislación comprendida entre 1828 y 1865.
La obra compiladora de Manuel Dublán y José María Lozano
ha sido la de mayor consulta, ya que su Legislación Mexicana o
colección completa de las disposiciones legislativas expedidas
desde la Independencia de la República, abarca en 50 tomos,
distribuidos en 42 volúmenes, la legislación más relevante
desde 1687 hasta 1910. Esta magna recopilación fue elaborada
directamente por sus autores hasta la legislación de 1889. A.
partir de la legislación de 1890 a 1899, la obra corresponde a
Adolfo Dublán y Adalberto A. Esteva. El volumen
correspondiente a fines de 1899 y 1900 fue sistematizado por
Agustín Verdugo y, finalmente, la obra compiladora de 1901 a
1910 correspondió a Manuel Fernández Villarreal y Francisco
Barbero bajo la denominación de Colección legislativa.
La obra compiladora más monumental ha sido la Recopilación
de leyes, decretos y providencias de los poderes legislativo y
ejecutivo de la Unión, iniciada por Manuel Azpiroz y llevada
fundamentalmente a cabo por la redacción del Diario Oficial de
la Secretaría de Gobernación. Esta obra que se desarrolla en 87
volúmenes recopila la legislación desde 1867 hasta 1912.
Después de estas obras legislativas, el desarrollo compilador
se ha canalizado a través de breves recopilaciones elaboradas
por especialidades o por sexenios que corresponden a los
periodos presidenciales respectivos.

II. La actividad legislativa se concreta en la elaboración de


normas jurídicas. La doctrina ha reconocido dos aspectos
inherentes a la legislación. Un aspecto formal se refiere a la
exigencia de formular clara, inequívoca y exhaustivamente los
preceptos contenidos en las leyes. Otro aspecto, el material,
consiste en la ordenación de las instituciones que tienden a
solucionar y satisfacer congruentemente los conflictos. Estos
aspectos integran la coherencia estructural de la legislación que,
en sus aspectos fundamentales, coinciden con los elementos de
la codificación según la concepción racionalista del
jusnaturalismo.
La legislación es una concepción estática frente a la realidad
social, mientras que la naturaleza de la función legislativa es
dinámica en tanto que implica una apreciación de los valores e
intereses aplicables en las relaciones sociales. El legislador
cumple una tarea política plena al decidir en un territorio y
tiempo dados sobre los valores e intereses dignos de ser
plasmados en las leyes.
La legislación como fuente formal del derecho pone las
siguientes características: 1) se trata de un procedimiento para
la creación de normas jurídicas generales; 2) dicho
procedimiento debe observar determinadas formalidades y se
manifiesta en forma escueta; 3) existe cierta jerarquización
entre las leyes que la integran, y 4) es producto de las políticas
escogidas por los poderes del Estado.
De las demás fuentes formales reconocidas por la teoría
general del derecho, se aprecian ciertas diferencias con la
legislación. La costumbre no posee la escrituralidad de la
legislación. Así, la jerarquización tampoco se da en la
costumbre y tan sólo en forma precaria en la jurisprudencia.

III. En países con tradición parlamentaria los legisladores son


objeto de estudió en cuanto a lo que se ha denominado como la
''carrera parlamentaria o legislativa''. Sus características de
antigüedad en el ejercicio de sus funciones, de filiación al
partido político que los postuló y la relación con el electorado,
dan contenido al estudio de la carrera parlamentaria.
El predominio del poder ejecutivo en México ha eclipsado el
desarrollo de estudios sobre lo legislativo. En nuestro país, la
legislación es formulada fundamentalmente por el poder
ejecutivo y el órgano legislativo se encarga de otorgarle validez
formal.
Desde el inicio de la codificación en México en 1870, el
Congreso se declaro incompetente para la formulación de las
leyes por ser éstas obra de comisiones pequeñas de expertos y
no de asambleas multitudinarias. Pocas iniciativas de ley
promovidas por legisladores prosperan a todo el procedimiento
legislativo.
Un problema recurrente en la aplicación de la legislación
moderna es el conocido como Alphonse-Gaston. En nuestros
sistemas de derecho codificado, la legislación cobra una
importancia que excede sus limitaciones reales. Por muy
depurada que sea la legislación, esta contendrá serias
limitaciones de alcance que son puestas en evidencia con su
aplicación. La autoridad encargada de su aplicación tendrá que
interpretar la ley no sólo de acuerdo a su letra, sino en forma
integral de manera que pueda cubrir las lagunas normales.
El problema Alphonse-Gaston, descubre un vicio común e
implícito en la legislación moderna, pues describe el deseo que
el legislador tiene respecto a plasmar únicamente las políticas
generales en el texto legal, esperando que la autoridad, al
aplicar la ley, prevea los casos no contemplados por ésta en una
forma supletoria. Por su parte, la autoridad basada en el respeto
al principio de legalidad, no acepta comúnmente el papel de
legislador supletorio que pueda cubrir las lagunas de la ley y se
concentra en una aplicación automática de la ley para los casos
contemplados por ésta.

LENOCINIO
I. (Del latín lenocinium.) Quizás resulte conveniente, para la
debida ubicación delictual del lenocinio señalar de principio que
se encuentra enmarcado dentro del «tít.» octavo del libro
segundo del «CP», del que la rúbrica general es la de ''Delitos
contra la moral pública y las buenas costumbres''.
Pero la nomenclatura del «tít.» octavo significa algo más,
bastante más que una simple cuestión de semántica ubicatoria,
con ser esto último ciertamente importante. Dos son los bienes
jurídicos objeto de la predilección garantizante de la normación
penal: la moral pública y las buenas costumbres. Dos bienes
difíciles de matizar, de desentrañar pues se corre un doble
peligro: uno, ó se amplía desmesuradamente determinada
concepción moral hasta convertirla en fiscal implacable de
conductas jurídicamente irrelevantes, y otro, o se consagra en la
practica un libertinaje, probablemente extraño a nuestras raíces
culturales, que desemboca en un desenfreno allende lo
socialmente tolerable aquí y ahora.
Sin embargo, de lo que no parece caber duda es de que el
lenocinio pertenece al grupo de los delitos contra la sociedad,
pero de los que atacan al orden social independientemente de su
organización como Estado, distintos de los que enfrentan una
determinada organización política de la convivencia social, es
decir, el Estado. Más escuetamente dicho: el lenocinio supone
un delito contra los valores sociales supraestatales, y no
propiamente contra los valores sociales estatales.
Ahora bien, la moral pública se erige en un concepto social
autónomo, independiente -por lo tanto- de la persona
individualmente considerada, y la exteriorización plástica de esa
moral pública la constituyen, precisamente las buenas
costumbres. Luego, tomando como punto de partida una
estimación intrínseca de los hechos, se desemboca en la
proyección social de los mismos.
En definitiva, nos movemos en el plano de las valoraciones
ético-sociales, es decir, en un contexto normativo-cultural. Pero
ocurre que lo ''cultural'' comporta una muy considerable carga
de subjetivismo en la valoración, o, lo que es lo mismo, el
criterio estimativo esta teñido de una gran dosis de relativismo.
La valoración de la facticidad será, pues, realizada en función
del ambiente social circundante, y puede variar, y de hecho así
sucede, según el entorno social de cada caso.
Sin embargo profundizando en el lenocinio, la moral pública y
su concretización externa de las buenas costumbres (bienes
jurídicos a proteger lato sensu), tienen una muy específica
referencia a la faceta sexual de las mismas, si bien no como
carácter exclusivo. Lo que nos sitúa frente a la moral publica
entendida como ''moral media'', es decir, como un repertorio de
comportamientos característicos de la convivencia sociocivil en
la esfera sexual.
Como fácilmente se comprende, estamos ante una materia de
gran indeterminabilidad, lo que requiere del jurista (tanto del
hacedor de las normas, como del aplicados de las mismas y del
estudioso en sentido estricto), un cuidado exquisito al establecer
lo contrario a la moral pública y a las buenas costumbres.
Y lo anterior adquiere mayor relevancia si se piensa, como
efectivamente es correcto hacerlo, que el derecho penal sólo
tiene un ''mínimo ético'' que cumplir, y no debe intervenir para
la represión de hechos, por muy presuntamente inmorales que
sean, que no lesionen derechos ajenos o cuya ''nocividad social''
no esté comprobada (in dubio pro libertate). El propio concepto
de ''nocividad social'', en su carácter de sustrato material del
delito (y de esta manera aparece en el ámbito penal), exige algo
más que la simple inmoralidad para poder ser considerado
punible.
Concretando, el lenocinio está directamente emparentado con
la prostitución, que aunque en si misma no sea delito, sí
constituye buen saldo de cultivo para numerosas actividades
delictivas. Una de ellas es, precisamente, la que nos ocupa.

II. En términos generales, el lenocinio tiene su esencia en el


acto de mediar, entre dos o más personas, a fin de que una de
ellas facilite la utilización de su cuerpo para actividades
lascivas, destacando la latencia de la obtención de algún
beneficio en el lenón. Siendo un delito íntimamente ligado a la
prostitución, no puede olvidarse que ésta, en definitiva, no es
más que el trato sexual por precio, y esto tan to vale para la
prostitución femenina como para la masculina.
Más directamente referida a la normatividad del «CP», cabe
señalar que el lenocinio viene tipificado a través de los «aa.»
206, 207 y 208, ubicados en el «tít.» octavo del libro segundo
del citado cuerpo legal. Conviene, también dejar sentado que
México, por decreto de 17 de mayo de 1938, «DO» de 21 junio
de 1938, se encuentra adherido a la Convención de Ginebra
(referente a la persecución de la trata de mujeres mayores de
edad) de 11 de octubre de 1933.

III. La regulación positiva anteriormente señalada establece en


el «a.» 206 la punibilidad del tipo de lenocinio, pero referida
exclusivamente a las tres fracciones integrantes de la tipicidad
conductual del «a.» 207, y por tanto no aplicable al tipo
específico del «a.» 208.
Las tres fracciones del «a.» 207 integran una conceptuación
bastante amplia del lenocinio en el «CPC». En consecuencia,
dentro de ella caben supuestos bien distintos:
a) La trata de mujeres, actividad fundamentalmente
encaminada a prostituirlas (accidental o habitualmente), con
especial predilección por las jóvenes.
b) El rufianismo, cínica forma de explotación por parte del
amante del favor sexual de su compañera de amoríos,
constitutiva de una manera de vivir.
c) El proxenetismo celestinaje o alcahuetería, intermediación
interesada en el comercio carnal, que convierte a sus
realizadores en ''comisionistas sexuales''.
Puede añadirse que las anteriores conductas no son necesaria y
exclusivamente referibles a las mujeres, sino que pueden
incidir, y ordinariamente así acaece, en los varones
homosexuales.
De cualquier forma, las tres descripciones conductuales del
«a.» 207 enfatizan un acusado protagonismo de la
intermediación ''lucri faciendi causa'', con andamiaje jurídico
diverso en cada uno de los supuestos contemplados.
Finalmente, el «a.» 208 del «CP» constituye un tipo
específico, sustancialmente agravado en su punibilidad,
precisamente en consideración a que, como muy acertadamente
indica la jurisprudencia de la «SCJ», la protección penal va
directamente dirigida a evitar la perversión sexual de las
mujeres menores de edad.
También la posibilidad fáctica ofrece tres clases de conductas:
encubridora (que convierte a este encubrimiento en tipo
autónomo), concertadora y facilitadora, o simplemente
permisiva.

LESIONES
I. Comete el delito de lesión quien altera la salud de otro o le
causa un daño que, transitoria o permanentemente, deja una
huella en su cuerpo.
Sólo los seres humanos, a partir del nacimiento y hasta antes
de su muerte pueden ser sujetos pasivos de este delito pues sin
vida no se resiente lesión. El objeto jurídicamente protegido es
la integridad corporal y la salud en general. La conducta del
sujeto activo puede consistir en una acción (disparar el arma de
fuego, lanzar el cuchillo poner la sustancia corrosiva en la
bebida o comida) o en una omisión (no frenar oportunamente el
automóvil, fracturándole un pie al peatón). Puede utilizar toda
clase de medios, a condición de que sean aptos: armas blancas o
de fuego, sustancias químicas; los puños y objetos
contundentes; el contacto sexual para transmitir una enfermedad
venérea; emplear los llamados ''medios morales'', como serían
producir en la víctima estados de terror, miedo intenso, pánico
(cuestión muy controvertida en la doctrina).
El resultado consiste en producir en el sujeto pasivo una
alteración en la salud o en causarle un daño que deje huella en
su cuerpo. Se define la salud como el estado en que el ser
orgánico ejerce normalmente todas sus funciones. En este
sentido cualquier modificación del mencionado estado integrará
una de las formas del delito en examen. Daño es sinónimo de
perjuicio, deterioro, detrimento, menoscabo, que debe producir
una marca en la corporeidad de la persona.
Es indispensable que entre la conducta del sujeto activo y el
resultado haya un nexo de causa a efecto; es decir, la acción u
omisión del delincuente, debe ser la productora del resultado.
El elemento subjetivo del delito consiste en que la persona
produzca la lesión con dolo (intención), o con culpa (en forma
imprudente, negligente, descuidada). Es necesario el ánimo de
lesionar y no de matar, pues en este último caso, si no se
produce la muerte habrá tentativa de homicidio y no delito de
lesión.
El momento consumativo surge cuando se altera el estado de
salud o se produce el daño que deja la huella en el cuerpo. Es un
delito materia, en cuanto que transforma el mundo fenoménico:
el pasivo antes tenía su cuerpo íntegro y en virtud de la lesión
ahora carece de una mano, o de un ojo funciona anormalmente
alguna glándula; tiene imposibilidad para reproducirse; quedo
con parte del cuerpo necrosado.
El delito admite la tentativa, siempre que se pruebe que el
sujeto quería lesionar y no matar. En la práctica el problema
radica en precisar la dase de lesión que quería producir; pero en
la doctrina no hay oposición para aceptar este grado del delito.
Habrá delito imposible de lesión si el sujeto al que se pretendía
inferir un daño ya había fallecido cuando se ejecuto la conducta;
también habrá delito imposible si se intenta alterar la salud de
otro, utilizando medios idóneos (como sería querer lesionar
poniendo en la bebida gotas de alguna sustancia inocua).
Si el sujeto quiere lesionar y el pasivo muere a consecuencia
del daño recibido, estaremos en presencia del delito de
homicidio denominado preterintencional (o con exceso en el
fin), porque el resultado letal fue más allá de la intención.

II. Derecho penal mexicano. El «CP» define el delito en su «a.»


288 como sigue: ''Bajo el nombre de lesión se comprenden no
solamente las heridas escoriaciones contusiones, fracturas,
dislocaciones, quemaduras, sino toda alteración en la salud y
cualquier otro daño que deje huella material en el cuerpo
humano, si esos efectos son producidos por una causa externa''.
Esta definición ha sido criticada certeramente porque al inicio
hace una enumeración ejemplificativa de los daños en que
puede consistir el delito, y en seguida utiliza expresiones
generales comprensivas de esos daños. Los modernos proyectos
de «CP» suprimen la descripción particularizada y dejan sólo la
definición general.
Herida es toda solución de continuidad de alguna de las partes
blandas del cuerpo humano; escoriación es desgaste o corrosión
de la epidermis, quedando descubierto el tejido subcutáneo;
contusión es todo daño que recibe alguna parte del cuerpo por
traumatismo que no causa ruptura exterior de los tejidos;
fractura es la ruptura o quebrantamiento de algún hueso;
dislocación es la salida de un hueso o articulación de su lugar
natural, y quemadura es la necrosis de cualquier tejido orgánico,
producida generalmente por la acción del fuego o de alguna
substancia cáustica, corrosiva o por algún objeto muy caliente o
muy frío.

III. Clases de lesión. En general y de antiguo, la mayoría de las


legislaciones distinguen varias clases de lesión, tomando en
cuenta la intensidad del daño producido. Nuestro «CP» no
designa expresamente las diversas clases de lesión, pero en la
doctrina se dividen en: levísimas, leves, graves y gravísimas.
Lesión levísima es la que no pone en peligro la vida y tarde en
sanar menos de quince días («a.» 289, primera parte, del «CP»)
debido a su exigua entidad, como es una escoriación o un
hematoma irrogado en cualquier parte del cuerpo que no
contenga órganos vitales.
Lesión leve es la que no pone en peligro la vida y tarde en
sanar más de quince días («a.» 289, segunda parte, del «CP»),
sin límite temporal; pero el daño no debe asumir los caracteres
descritos en los «aa.» 290, 291 y 292 del «CP». Aquí quedan
comprendidas algunas heridas, quemaduras y fracturas.
La lesión grave se divide en dos grupos: el primero esta
regulado en el «a.» 290 del «CP» y el segundo en el 291. El
primer «a.» dice: ''Se impondrán de dos a cinco años de prisión
y multa de cien a trescientos pesos, al que infiera una lesión que
deje al ofendido cicatriz en la cara, perpetuamente notable''. Por
cara debemos entender la parte anterior de la cabeza que está
delimitada por el mentón, las ramas ascendentes del maxilar
inferior y el lugar donde generalmente se inserta el cabello en la
frente, cicatriz es toda huella o marca que dejan los tejidos al
sanar; lo perpetuo se refiere a que acompañe al sujeto durante
toda la vida, y lo notable es aquello que el observador puede ver
a una distancia de cinco metros, aproximadamente. Tales
características justifican que la ley sancione con mayor rigor
esta clase de lesión.
El segundo grupo de lesión grave está regulado en el «a.» 291
que dice: ''Se impondrán de tres a cinco años de prisión y multa
de trescientos a quinientos pesos, al que infiera una lesión que
perturbe para siempre la vista o disminuya la facultad de oír,
entorpezca o debilite permanentemente una mano, un pie, un
brazo, una pierna o cualquier otro órgano, el uso de la palabra o
alguna de las facultades mentales''.
Aquí encontramos daños que producen efectos durante toda la
vida del sujeto pasivo. Así, el órgano de la vista debe quedar
perturbado en alguna de sus formas (el sujeto ve los objetos
distorsionados o queda con lagrimeo constante o bien observa
las figuras borrosas), respecto al oído, después del daño
resentido, disminuye la capacidad auditiva (baja notablemente
el número de decibeles en comparación con los que alcanzaba
antes de la lesión; no oye por uno de los oídos, escucha sonidos
silbantes o sordos), el entorpecimiento o debilitamiento de una
mano de un pie, de un brazo, de una pierna o de cualquier
órgano (como podría ser alguna glándula) se traduce en la
disminución permanente de la fuerza o destreza; se considera
que órgano es toda parte del cuerpo humano al que esta
encomendada una función, el entorpecimiento o debilitamiento
del uso de la palabra es de fácil captación (el ofendido que antes
hablaba con voz fuerte y clara y con dicción perfecta, ahora se
expresa con sonidos guturales o voz gangosa, arrastra las
palabras o emite sonidos silbantes o bien tartamudea); por
último, resulta afectada alguna facultad mental, si el sujeto
posee buena memoria, y después de la lesión tiene dificultad
para recordar datos, sucesos o personas.
La lesión gravísima se divide en tres grupos: el primero se
regula en el pfo. inicial de la. 292 del «CP» que dice: ''Se
impondrán de cinco a ocho años de prisión al que infiera una
lesión de la que resulte una enfermedad seguro o probablemente
incurable, la inutilización completa o la perdida de un ojo, de un
brazo, de una mano, de una pierna, o de un pie, o de cualquier
otro órgano; cuando quede perjudicada para siempre cualquier
función orgánica o cuando el ofendido quede sordo, impotente o
con una deformidad incorregible''.
Se encuentran aquí reguladas consecuencias muy graves:
enfermedad segura o probablemente incurable es la que, de
acuerdo con los adelantos de la ciencia médica, no tenga
curación o posibilidad actual de sanar así se presentan como
ejemplos la pleuritis crónica y la epilepsia traumática; de igual
modo se sanciona gravemente a quien infiera una lesión que
produzca la inutilización completa o la perdida de un ojo,
quedando el otro sano (pues si el ofendido tiene uno solo y se
lesiona en tal forma que lo pierde, se integrará el delito de
lesión gravísima que produce la pérdida de la vista, regulada en
el segundo pfo. del «a.» 292 del «CP», que tiene una sanción
mayor). Cuando se pierde o se inutiliza completamente un
brazo, una mano, una pierna o un pie o cualquier otro órgano, la
intensidad de la lesión explica que se le califique de gravísima.
La lesión que perjudica por toda la vida del sujeto cualquier
función orgánica, se ilustra con el pasivo que pierde
completamente la capacidad de oír. Respecto a que el sujeto
quede impotente, distínguense dos clases de impotencia: la
generandi y la coeundi; la primera no cancela la posibilidad de
realizar el acto carnal (el hombre tiene erección y la vagina de
la mujer permite el paso del pene), pero no tiene la posibilidad
de reproducirse, sea porque el hombre no pueda eyacular o no
produzca espermatozoides, o la mujer no ovule. La coeundi es
la imposibilidad total y absoluta de realizar el acto carnal (p.e.,
en el hombre la lesión ha consistido en la castración del pene o
los testículos, o en un daño tal que no permita la erección del
miembro viril, en la mujer, el daño impide que puede penetrar
el pene en la vagina). La expresión ''que el sujeto quede
impotente'', se refiere a la impotencia generandi. En cuanto a la
deformidad incorregible, significa que la lesión haya causado
una irregularidad o desproporción en el cuerpo, de tal modo que
produzca una sensación de desagrado, de rechazo, de burla o de
lástima en el observador (el sujeto queda jorobado contrahecho,
sin pabellones auriculares, con un hombro notablemente
desproporcionado, con una pierna mucho más corta que la otra).
El segundo grupo de lesiones gravísimas está regulado en el
segundo pfo. del «a.» 292 del «CP», que dice: ''Se impondrán
de seis a diez años de prisión al que infiera una lesión a
consecuencia de la cual resulte incapacidad permanente para
trabajar, enajenación mental, la pérdida de la vista o del habla o
de las funciones sexuales''. Aquí se prevén las máximas
sanciones para el delito de lesión, pues los daños que produce
son los de mayor entidad. La lesión debe producir una
incapacidad para laborar que acompañe al sujeto durante toda la
vida (la persona queda completamente paralítica o con una
gravísima afección en la columna vertebral). Lesión que
produce enajenación mental, es la que haya dejado al sujeto en
estado de idiocia, imbecilidad o de alguna manera con
disociación absoluta en su aparato mental. Se comprende
también el caso de la lesión que produce la ceguera completa en
el ofendido, ya sea por dañar los dos ojos o por producir la
perdida del único que le quedaba. También se sanciona con
severidad a quien ocasiona la pérdida del habla, o sea cuando el
pasivo queda completamente mudo. Finalmente, la pérdida de
las funciones sexuales se refiere a la impotencia coeundi.
El tercer grupo de lesión gravísima está integrado por la que
pone en peligro la vida («a.» 293 del «CP», que tiene una pena
de tres a seis años de prisión, ''sin perjuicio de las sanciones que
le correspondan conforme a los artículos anteriores''). Aquí
están comprendidas las que causan un daño en parte vital del
cuerpo, de modo que exista la posibilidad real y efectiva de
muerte para el ofendido (un grave traumatismo
craneoencefálico, una lesión en el corazón, en el tórax o en el
vientre).

LEY
I. (La palabra ley proviene de la voz latina lex que, según la
opinión más generalizada se deriva del vocablo legere, que
significa ''que se lee''. Algunos autores derivan lex de ligare,
haciendo resaltar el carácter obligatorio de las leyes.).

II. Concepto. En sentido amplio se entiende por ley todo juicio


que expresa relaciones generalizadas entre fenómenos. En este
sentido, el significado del vocablo comprende tanto a las leyes
causales o naturales, a las leyes lógicas y matemáticas como a
las leyes normativas.
Por ley normativa se entiende todo juicio mediante el que se
impone cierta conducta como debida. Es característica de la ley
normativa la posibilidad de su incumplimiento es decir, la
contingencia (no-necesidad; de la relación que expresa y la
realidad; presupone, por ende, la libertad de quien debe
cumplirla y en consecuencia es reguladora exclusivamente de
conducta humana. Las leyes normativas tienen por fin el
provocar el comportamiento que establecen como debido y no
el de expresar relaciones con fines práctico-explicativos ni de
correcto razonar. Son leyes normativas las morales y las
jurídicas, estas últimas son las que revisten mayor interés para
los fines de este Diccionario y pueden conceptuarse como
normas jurídicas generales y abstractas.
Kelsen ha distinguido entre ley natural y ley jurídica,
indicando que la primera está basada en el principio de
causalidad, y la segunda en el principio de imputación. Como se
dijo, el principio de causalidad sigue la relación causa-efecto,
mientras el principio de imputación ''bajo determinadas
condiciones -esto es, condiciones determinadas por el orden
jurídico- debe producirse determinado acto de coacción, a
saber: el determinado por el orden jurídico''. Kelsen resume así
el enunciado causal: ''si se produce el hecho A aparece el hecho
B'' y así el enunciado normativo: ''si A debe ser B, aunque
quizás no aparezca B''.

III. Evolución. Se afirma que en el pensamiento primitivo no se


distinguían las leyes naturales o causales de las normativas,
debido a la transferencia al mundo natural de las explicaciones
elaboradas en relación a la justicia y ai orden de la conducta
humana, transferencia característica de la mentalidad mágico-
religiosa de aquel entonces, que atribuía los fenómenos
naturales a una voluntad suprema que los causaba atendiendo a
criterios de premiación o de recompensa.
En Roma se entendió por lex toda regla social obligatoria
escrita, las normas integrantes del jus scriptum. En tiempos de
la República se consideraba fundamentada en un pacto popular
llamado rogatio: lex est communis republica sponsio.
Tomás de Aquino en la Summa Teológica (segunda parte, t.
VI, cuestiones 90 a 97) definió a la ley como aquella regla y
medida de los actos que induce al hombre a obrar o le retrae de
ellos; aquella cierta prescripción de la razón, en orden al bien
común, promulgada por aquel que tiene a su cuidado la
comunidad, y afirmó la existencia de cuatro tipos de leyes: a)
Ley eterna, es la sabiduría divina que rige toda acción y todo
movimiento. b) Ley natural, es la participación de los seres
racionales en la ley eterna mediante la impresión de esta que
Dios ha hecho en la mente humana. c) Ley humana, se compone
de las soluciona prácticas, concretas y particulares que obtiene
el hombre partiendo de los principios evidentes de la ley
natural. d) Ley divina, es la ley, superior a las leyes natural y
humana, que regula los actos del hombre en orden a su fin
trascendente.
Las partidas definen la ley como aquella ''... leyenda en que
yace enseñamiento scripto que liga o apremia la vida del home
que non faga mal, e muestra e inseña el bien que el home debe
hacer e usar''.
La doctrina de Francisco Suárez, contiene algunas ideas
fundamentales de la moderna concepción de la ley según este
autor la ley debe reunir tres condiciones extrínsecas que son:
generalidad, tender al bien común y su imposición por el poder
público, y cuatro condiciones intrínsecas: justicia, posibilidad
de su cumplimiento, adaptación con la naturaleza y costumbres
del lugar, permanencia y publicación que son criterios que
corresponden a la disciplina que se denomina, en nuestros días,
política legislativa.
En la filosofía de Kant existe una clara distinción entre ley
causal -de cumplimiento necesario- y ley normativa -de
cumplimiento contingente-. Las leyes normativas pueden ser
morales o jurídicas, según si regulan a priori los principios
determinantes de la acción o si regulan las acciones externas,
respectivamente. Según este pensador la ley universal de
derecho es: ''Obra exteriormente de modo que el libre uso de tu
arbitrio pueda conciliarse con la libertad de todos según una
Ley Universal''.
En nuestros días, la doctrina ha utilizado dos acepciones del
concepto ley jurídica: ley en sentido formal, que atiende al
órgano y al procedimiento seguido para su creación y ley en
sentido material, que se refiere a las características propias de la
ley sin importar el órgano que la hubiere elaborado ni el
procedimiento seguido para su creación. Según lo anterior sólo
es ley en sentido formal aquella que, independientemente de su
contenido, fue creada por el órgano legislativo del Estado,
ajustándose al procedimiento de legislación; mientras que la ley
en sentida material es la norma jurídica general y abstracta, sin
importar el órgano que la expide ni su modo de creación.
El procedimiento legislativo ha sido analizado por el profesor
inglés H. L. A. Hart, quien, en su obra El concepto del derecho,
ha expuesto la necesidad de que los sistemas jurídicos cuenten
independientemente de lo que denomina reglas primarias de
obligación (se ocupan de lo que los individuos deben o no
hacer) con reglas secundarias que dan certeza y flexibilidad al
orden jurídico. Estas reglas son: la de reconocimiento, que
permite diferenciar las normas del sistema de las que no lo son;
la de cambio, que permite sustituir reglas del sistema por otras,
y la de adjudicación que indica quién es el facultado para
aplicaras. De estas reglas la de cambio y la de reconocimiento
son lo que se conoce como proceso legislativo.

IV. Características de la ley jurídica en sentido material. A la


ley, por ser especie del género norma jurídica, le corresponden
todas las características de este concepto. Como caracteres
específicos han sido comúnmente aceptados los siguientes.
a) Generalidad. Este dato de la ley se refiere a que en el
supuesto jurídico de la norma legal no se determina
individualmente al sujeto a quien se le imputarán las
consecuencias jurídicas que esa norma establece y que dichas
consecuencias se deberán aplicar a cualquier persona que
actualice los supuestos previstos. Las normas individualizadas,
como son las contenidas en los contratos y en las sentencias, no
son generales por atribuir efectos jurídicos a personas
individualmente determinadas y en consecuencia no son leyes.
La ley puede regular la conducta de una sola persona sin perder
la generalidad siempre que atribuya efectos a dicha persona por
haber actualizado el supuesto normativo, por su situación
jurídica y no por su identidad individual; como ejemplo de este
tipo de normas tenemos el «a.» 89 de la C, que fija las
atribuciones del presidente de los Estados Unidos Mexicanos.
b) Abstracción. Si la generalidad se caracteriza por la
indeterminación subjetiva, la abstracción se refiere a la
indeterminación objetiva, es decir, la ley regula por igual a
todos los casos que impliquen la realización, de su supuesto
normativo, sin excluir individualmente a ninguno, y la
disposición que contiene no pierde su vigencia por haberse
aplicado a uno o más casos previstos y determinados, sino que
sobrevive hasta que es derogada mediante un procedimiento
igual al de su creación o por una norma jerárquica superior
(«a.» 71, inciso f, de la C, y 9o., del «CC»).

LIBERTAD
I. (Del latín libertas-atis que indica la condición del hombre no
sujeto a esclavitud.).

II. La palabra libertad tiene muchas acepciones. Se habla de la


libertad, en sentido muy amplio, como la ausencia de trabas
para el movimiento de un ser. Se dice así que un animal que
vive en el bosque es libre, a diferencia del que vive en un
zoológico, o se habla de la caída libre de los cuerpos. También
al hombre suele aplicársele este concepto amplio de libertad: se
dice p.e., que el hombre recluido en una cárcel no es libre.
Con una significación menos amplia, pero no técnica, se usa el
término libertad para indicar la condición del hombre o pueblo
que no está sujeto a una potestad exterior. Se habla así de un
trabajador libre en oposición al trabajador sujeto a la obediencia
de un patrón, o de un pueblo o país libre, que se gobierna por
sus propios nacionales, a diferencia del pueblo sometido a un
gobierno extranjero. Este sentido es el que suele dársele a la
libertad democrática: el gobierno del pueblo.

III. En su acepción filosófica, el vocablo libertad tiene un


significado más preciso. La libertad se entiende como una
propiedad de la voluntad, gracias a la cual ésta puede adherirse
a uno de entre los distintos bienes aunque le propone la razón.
La libertad es una consecuencia de la naturaleza racional del
hombre. Por la razón, el hombre es capaz de conocer que todos
los seres creados pueden ser o no ser, es decir, que todos son
contingentes. Al descubrir la contingencia de los seres creados
el hombre se percata que ninguno de ellos le es absolutamente
necesario. Esto es lo que permite que entre los distintos seres
que la razón conoce, la voluntad quiera libremente alguno de
ellos como fin, es decir, como bien. El bien no es más que el ser
en cuanto querido por la voluntad.
La libertad humana, libertad de querer en su acepción más
amplia, es libertad de querer uno entre varios bienes. Cuando se
dice que el libre albedrío consiste en querer el bien o el mal se
habla impropiamente, ya que en realidad la voluntad sólo
escoge entre distintos seres que la razón le presenta como
bienes. Puede ser que la voluntad elija el bien menor, y es
entonces cuando se dise que escoge mal; p.e., el trabajador que
escoge quedarse con dinero que es de la empresa donde trabaja
y hacer a un lado su honestidad, ha escogido el bien menor
(dinero) y despreciado el bien mayor (honestidad).
Es frecuente que el hombre prefiera el bien menor. Esto
sucede por error de la razón, que presenta como mejor un bien
inferior (p.e., quien mata a un hombre porque considera que
tiene derecho a la venganza privada), o por defecto de la
voluntad que llega a preferir el bien que sabe claramente que es
menor (p.e., quien prefiere descansar en vez de trabajar en horas
de labores). La posibilidad de escoger el bien menor es un
defecto de la naturaleza humana que, sin embargo, demuestra
que el hombre es libre, así como la enfermedad demuestra que
el cuerpo vive.
La libertad de querer se funda en la capacidad de la razón para
conocer distintos bienes. Si gracias a la razón el hombre es
libre, se comprende que su libertad crezca a medida que obre
conforme a la razón. La libertad se ejercita en la elección de un
bien. La elección supone un juicio previo; si la razón juzga que
un bien determinado es el mejor y libremente la voluntad lo
quiere, y el hombre actúa en consecuencia, se puede afirmar que
ese hombre actuó libremente, porque lo hizo conforme con el
principio de actividad que es propio de su naturaleza: la razón.
Cuando alguien prefiere un bien menor, obra movido por el
error o por un apetito que de momento se impone a su razón,
obra entonces movido no por el principio de actividad que le es
propio, sino por un principio extraño; no obra por sí mismo, y
por lo tanto no es libre.
De lo anterior se desprende que la libertad humana, en sentido
estricto, consiste en la posibilidad de preferir el bien mejor. Esto
sólo ocurre cuando la razón juzga acertadamente cual de los
bienes que se ofrecen a la voluntad es realmente mejor. Por eso,
una razón deformada que parte de premisas falsas para juzgar, o
una razón que juzga sin la información adecuada, es un grave
obstáculo para la libertad. Así se comprende la frase evangélica,
la verdad os hará libres, y se comprende que la ignorancia y la
falta de educación sean de los más graves obstáculos a la
libertad.
Para ser enteramente libre, además de un juicio correcto, se
requiere una voluntad fuerte, es decir, una voluntad habituada a
preferir el bien mejor. Un sistema educativo que tienda a la
formación de hombres libres, debe tener muy en cuenta la
formación de estos hábitos en la voluntad. Bajo esta
perspectiva, te entiende que sentido puede tener una disciplina
que procure que los educandos se habitúen a preferir el bien
mejor, el trabajo a la ociosidad, el orden al desorden, la
limpieza a la suciedad, etc.; ella es realmente un instrumento
para su libertad.
De lo anterior se colige que el hombre crece en libertad a
medida que su voluntad quiere bienes mejores, y siendo Dios el
bien optimo, el hombre que ama a Dios es eminentemente libre.

IV. En sentido jurídico, la libertad es la posibilidad de actuar


conforme a la ley. El ámbito de la libertad jurídica comprende:
obrar para cumplir las obligaciones, no hacer lo prohibido, y
hacer o no hacer lo que no esta ni prohibido ni mandado. Esta
concepción supone que la ley es un mandato racional, de modo
que el actuar conforme a la ley equivale a actuar conforme a la
razón. Esta equivalencia se da propiamente en la ley natural, lo
cual no es más que lo que la misma razón prescribe al hombre
como norma de obrar en orden a su perfeccionamiento integral.
Respecto del derecho positivo puede darse o no darse esa
equivalencia entre razón y ley. La libertad jurídica en relación
al derecho positivo consiste, entonces en la posibilidad de obrar
conforme a la ley positiva en tanto ésta cesa conforme con la
ley natural. Entendida así, la libertad jurídica implica la
posibilidad de resistencia frente a la ley injusta.
En el derecho constitucional se habla de algunas ''libertades''
fundamentales, como la libertad de imprenta, la libertad de
educación la libertad de tránsito, etc. Aquí, la palabra libertad
denota un derecho subjetivo, es decir, el derecho que tienen las
personas a difundir sus ideas, a educar a sus hijos, a entrar y
salir del país, etc. Mientras se respeten esos derechos en una
sociedad determinada, se podrá decir que los hombres actúan en
ella con libertad, ya que los derechos de la persona humana son
expresión de la ley natural, y la libertad jurídica, como ya se
dijo, consiste esencialmente en, la posibilidad de obrar
conforme a esa ley natural.

LIBERTADES CONSTITUCIONALES
I. Rubro general en el cual se agrupan todas las libertades
incluidas dentro de las garantías individuales contenidas en la
C. Otros derechos se agrupan bajo los rubros generales de
igualdad ante la ley, seguridad jurídica y derechos sociales.

II. Las libertades constitucionales o públicas fueron


inicialmente establecidas en catálogos más o menos amplios,
conocidos como declaraciones de derechos, dentro de la
filosofía del derecho natural en el siglo XVIII. Sus dos
características principales fueron la trascendencia y el
universalismo de las libertades consagradas. Dichas libertades
eran trascendentes debido a que su existencia es anterior e
independiente al Estado y a su asamblea legislativa que las
promulga. El acto de su promulgación constituye una
constatación o declaración y no una creación de las libertades.
Por ello, la declaración de derechos aparece como la primera
parte de las constituciones, previa a las disposiciones sobre las
organizaciones del Estado.
La C americana antes de 1791, año en que se le agregaron las
diez primeras enmiendas, no estableció el catálogo de libertades
pues la Convención Constituyente no consideró conveniente el
delimitar en un catálogo de esa naturaleza, los derechos y
libertades que goza todo individuo con anterioridad e
independencia al documento constitucional.

III. Con la C de 1917, el concepto tradicional de libertades


públicas, declaradas en forma abstracta, fue transformado por lo
que la doctrina ha denominado los siguientes elementos: a) se
da preponderancia a la eficacia de las libertades,
estableciéndose los medios para su protección como una
decisión fundamental, y b) se relativizan ciertas expresiones de
la libertad, sobre todo las que se refieren a la propiedad y
libertades económicas, para limitarlas con una función social.
Esta tendencia ha proseguido en otras constituciones de países
europeos desde 1919 a la fecha. De las distintas clasificaciones
puede sugerirse como la más general, a las libertades
individuales y a las colectivas.

IV. Dentro de las libertades individuales se pueden enunciar a:


la libertad de tránsito, de portación de armas, la seguridad
jurídica (garantías del procesado, principio de no retroactividad
de las leyes y garantía de legalidad), protección de la vida
privada (aplicación de molestias por autoridad competente),
libertad de pensamiento y expresión, libertad de profesión,
industria, comercio o trabajo. Dentro de las libertades colectivas
están la libertad de asociación y de reunión pacífica, la libertad
religiosa y de culto, igualdad del varón y la mujer y su
consecuente libertad de procreación, protección de la salud y
libertad de petición, entre otras. Aunque esta clasificación es
sólo ilustrativa, pretende brindar un criterio diferenciador entre
las libertades pertenecientes al individuo en sí mismo y las
relativas a un grupo organizado como la familia, organizaciones
sociales y políticas, así como a la comunidad en sí.

V. La doctrina ha explicado que las libertades se aplican


siempre a una relación social, ya sea entre individuos o grupos.
De esta manera, la libertad es el poder escoger entre dos
acciones sin ser impedido por otros y sin ser reprimido por la
opción que la persona escogió. Sin embargo, esta libertad de
hacer se encuentra limitada naturalmente por la capacidad para
hacer. La incapacidad para hacer algo se transforma en una no-
libertad, su concretización a nivel constitucional tendrá tan sólo
una realidad psicológica, como un ideal de cumplir. Es cuando
se garantiza la libertad-capacidad cuando se abandonan las
libertades formales, sólo consagradas en un texto constitucional,
y se transforman en libertades reales.
Se ha determinado que para la existencia de libertades
constitucionales reales se requiere como prerrequisito la
aplicación de todo un sistema jurídico sólido con instituciones y
procedimientos reguladores. El primer paso en el desarrollo de
las libertades constitucionales consiste en el hecho de garantizar
lo que se ha llamado, lato sensu, la libertad política, definida
por John Locke como la condición de no estar sujeto a la
inconsistente, incierta y arbitraria voluntad de otra persona o
poder. Es por ello que el nacimiento de la legalidad en las
instituciones políticas enmarcó el desarrollo de las libertades.
La ley, fue el medio usado para regular, limitar y definir los
actos de las autoridades y de los demás miembros de la
sociedad. La aspiración de sancionar documentos como
declaraciones, cartas y constituciones conteniendo las libertades
reconocidas en una comunidad, propició que históricamente se
unieran los conceptos de Constitución escrita con los de
libertades, pues aún en el caso de que una Constitución no
contuviese los derechos y libertades, la sola pretensión de
regular los poderes políticos y de marcarles los frenos y
contrapesos necesarios, conllevaría la idea de libertad. La forma
de gobierno federal y republicana fue concebida en México
como un afán libertario que eliminaría la tendencia
centralizadora y oligárquica producto de la Colonia.
A la concepción tradicional de libertad, en su concepto
individualista liberal, se le ha complementado el de derechos
sociales, los cuales han modificado la respectiva de las
libertades constitucionales. Si bien estas son las facultades de
hacer sin intromisión de otras personas o del gobierno, su
alcance absoluto no se permite en el orden jurídico. Estas
limitaciones a la libertad se han explicado desde las teorías del
contrato social. Por un lado, la libertad exige del Estado sólo su
protección, cuando una garantía de libertad es violada, el Estado
interviene para su corrección, mientras que los derechos
sociales no sólo exigen la adecuada intervención es condición
para su existencia. Así, el derecho al trabajo, a la seguridad
social, al bienestar y al nivel de vida requieren de una activa
participación y fomento por parte del Estado para su real
ejercicio.
Se ha mencionado que el problema de los países en vías de
desarrollo, es que dada la adopción de medidas promotoras del
desarrollo las libertades formales han de sacrificarse para que
una vez logrados los objetivos deseados, se den las condiciones
para el ejercicio de las libertades reales. El caso de Tanzania
ilustra el hecho de que su gobierno rechazara una declaración de
derechos porque el presidente temiera que fuera utilizada para
impedir el desarrollo económico.

VI. No hay libertades absolutas, sino que existen una serie de


limitaciones que, según el «a.» 1o., constitucional, deben
contemplarse limitativamente en la propia C y no en la
legislación.
En casos de emergencia, la C previene a través de su «a.» 29,
la suspensión de las garantías que consagra. Los requisitos son
la enunciación de las garantías por suspender, lugar y tiempos
determinados, así como mediante prevenciones generales.
Las libertades en particular reconocen condiciones que limitan
su ejercicio absoluto. La libertad de profesión es regulada a
través del otorgamiento por el Estado de títulos profesionales.
La libertad de trabajo puede ser restringida por la prestación de
servicios públicos como el de armas y jurados, o por el interés
público, como la prohibición de dedicarse a una orden
monástica. La libre expresión de ideas puede ser limitada ante
ataques a la moral, daños en los derechos de terceros, porque se
provoque algún delito o se perturbe el orden público. La
libertad de imprenta, como la anterior, reconoce igualmente los
límites de la vida privada, la moral y la paz pública; la libertad
de petición se respetará en caso de que sea por escrito, pacífica
y respetuosa. La libertad de asociación y de reunión llega hasta
donde no medien injurias, violencia o amenazas. La libre
portación de armas se reduce a aquellas no prohibidas por la ley
federal. El libre tránsito de personas está subordinado a las
facultades de la autoridad judicial (arraigo y detención) y la
libertad religiosa y de culto se limita por regulaciones
contenidas en leyes reglamentarias por disposición
constitucional. Finalmente, la propiedad privada puede ser
modificada de conformidad a las modalidades que dicte el
interés público.
De esta manera, el constituyente mexicano ha impuesto el
carácter social de las libertades constitucionales modernas.
Lejos de considerarlas como trascendentales y universales rigen
para las personas y circunstancias previstas en la C. Por otra
parte, persiste su carácter de libertades públicas, es decir, que
pueden ser oponibles no sólo contra terceros sino contra el
Estado cuando este exceda las limitaciones constitucionales y
legales a la libertad.
En México, el cambio que se produjo entre las constituciones
de 1857 y 1917 fue interpretado como un cambio hacia el
positivismo jurídico. La C de 1857 consideró a los derechos del
hombre, y en ellos a las libertades constitucionales, como base
de toda la organización social, como fundamento y legitimación
de todo poder político. La C de 1917, por su parte, modifica esa
declaración absoluta y establece en su lugar la fórmula de que
''todo individuo gozará de las garantías que otorga esta
Constitución'' con lo cual se excluía de dicho concepto a lo que
no estuviera explícitamente en el texto constitucional. Esta fue
la interpretación positivista de Narciso Bassols y Vicente
Peniche López. Sin embargo, la explicación de José Natividad
Macías, constituyente que colaboró en la formulación del
proyecto de C, contradice dicha interpretación positivista al
expresar que las constituciones no necesitan declarar cuáles son
los derechos, sino que necesitan garantizar de la manera más
completa y más absoluta todas las manifestaciones de la
libertad.
Pero las reformas constitucionales más recientes sugieren que
el catálogo de derechos y libertades se ha expandido
paulatinamente, otorgando mas libertades formales y derechos
Públicos subjetivos, con el objeto de completar el catálogo
general de derechos y libertades. Si las libertades no
establecidas originalmente en la C no necesitaban ser
consagradas en opinión de Macías ¿qué razón justifica su
inclusión en la C? La planificación familiar, la protección de la
salud, el derecho a disfrutar de vivienda digna y decorosa, el
derecho al trabajo digno y socialmente útil, entre otras,
demuestran la expansión de libertades constitucionales y
derechos públicos subjetivos. La voluntad política de incluirlos
constitucionalmente demuestra que la Constitución es el medio
para plasmarlos y el inicio de su ejercicio efectivo, los
subsecuentes pasos están en la comunidad y el Estado para crear
las condiciones de su efectivo ejercicio.
LIBERTADES CONSTITUCIONALES
I. Rubro general en el cual se agrupan todas las libertades
incluidas dentro de las garantías individuales contenidas en la
C. Otros derechos se agrupan bajo los rubros generales de
igualdad ante la ley, seguridad jurídica y derechos sociales.

II. Las libertades constitucionales o públicas fueron


inicialmente establecidas en catálogos más o menos amplios,
conocidos como declaraciones de derechos, dentro de la
filosofía del derecho natural en el siglo XVIII. Sus dos
características principales fueron la trascendencia y el
universalismo de las libertades consagradas. Dichas libertades
eran trascendentes debido a que su existencia es anterior e
independiente al Estado y a su asamblea legislativa que las
promulga. El acto de su promulgación constituye una
constatación o declaración y no una creación de las libertades.
Por ello, la declaración de derechos aparece como la primera
parte de las constituciones, previa a las disposiciones sobre las
organizaciones del Estado.
La C americana antes de 1791, año en que se le agregaron las
diez primeras enmiendas, no estableció el catálogo de libertades
pues la Convención Constituyente no consideró conveniente el
delimitar en un catálogo de esa naturaleza, los derechos y
libertades que goza todo individuo con anterioridad e
independencia al documento constitucional.

III. Con la C de 1917, el concepto tradicional de libertades


públicas, declaradas en forma abstracta, fue transformado por lo
que la doctrina ha denominado los siguientes elementos: a) se
da preponderancia a la eficacia de las libertades,
estableciéndose los medios para su protección como una
decisión fundamental, y b) se relativizan ciertas expresiones de
la libertad, sobre todo las que se refieren a la propiedad y
libertades económicas, para limitarlas con una función social.
Esta tendencia ha proseguido en otras constituciones de países
europeos desde 1919 a la fecha. De las distintas clasificaciones
puede sugerirse como la más general, a las libertades
individuales y a las colectivas.

IV. Dentro de las libertades individuales se pueden enunciar a:


la libertad de tránsito, de portación de armas, la seguridad
jurídica (garantías del procesado, principio de no retroactividad
de las leyes y garantía de legalidad), protección de la vida
privada (aplicación de molestias por autoridad competente),
libertad de pensamiento y expresión, libertad de profesión,
industria, comercio o trabajo. Dentro de las libertades colectivas
están la libertad de asociación y de reunión pacífica, la libertad
religiosa y de culto, igualdad del varón y la mujer y su
consecuente libertad de procreación, protección de la salud y
libertad de petición, entre otras. Aunque esta clasificación es
sólo ilustrativa, pretende brindar un criterio diferenciador entre
las libertades pertenecientes al individuo en sí mismo y las
relativas a un grupo organizado como la familia, organizaciones
sociales y políticas, así como a la comunidad en sí.

V. La doctrina ha explicado que las libertades se aplican


siempre a una relación social, ya sea entre individuos o grupos.
De esta manera, la libertad es el poder escoger entre dos
acciones sin ser impedido por otros y sin ser reprimido por la
opción que la persona escogió. Sin embargo, esta libertad de
hacer se encuentra limitada naturalmente por la capacidad para
hacer. La incapacidad para hacer algo se transforma en una no-
libertad, su concretización a nivel constitucional tendrá tan sólo
una realidad psicológica, como un ideal de cumplir. Es cuando
se garantiza la libertad-capacidad cuando se abandonan las
libertades formales, sólo consagradas en un texto constitucional,
y se transforman en libertades reales.
Se ha determinado que para la existencia de libertades
constitucionales reales se requiere como prerrequisito la
aplicación de todo un sistema jurídico sólido con instituciones y
procedimientos reguladores. El primer paso en el desarrollo de
las libertades constitucionales consiste en el hecho de garantizar
lo que se ha llamado, lato sensu, la libertad política, definida
por John Locke como la condición de no estar sujeto a la
inconsistente, incierta y arbitraria voluntad de otra persona o
poder. Es por ello que el nacimiento de la legalidad en las
instituciones políticas enmarcó el desarrollo de las libertades.
La ley, fue el medio usado para regular, limitar y definir los
actos de las autoridades y de los demás miembros de la
sociedad. La aspiración de sancionar documentos como
declaraciones, cartas y constituciones conteniendo las libertades
reconocidas en una comunidad, propició que históricamente se
unieran los conceptos de Constitución escrita con los de
libertades, pues aún en el caso de que una Constitución no
contuviese los derechos y libertades, la sola pretensión de
regular los poderes políticos y de marcarles los frenos y
contrapesos necesarios, conllevaría la idea de libertad. La forma
de gobierno federal y republicana fue concebida en México
como un afán libertario que eliminaría la tendencia
centralizadora y oligárquica producto de la Colonia.
A la concepción tradicional de libertad, en su concepto
individualista liberal, se le ha complementado el de derechos
sociales, los cuales han modificado la respectiva de las
libertades constitucionales. Si bien estas son las facultades de
hacer sin intromisión de otras personas o del gobierno, su
alcance absoluto no se permite en el orden jurídico. Estas
limitaciones a la libertad se han explicado desde las teorías del
contrato social. Por un lado, la libertad exige del Estado sólo su
protección, cuando una garantía de libertad es violada, el Estado
interviene para su corrección, mientras que los derechos
sociales no sólo exigen la adecuada intervención es condición
para su existencia. Así, el derecho al trabajo, a la seguridad
social, al bienestar y al nivel de vida requieren de una activa
participación y fomento por parte del Estado para su real
ejercicio.
Se ha mencionado que el problema de los países en vías de
desarrollo, es que dada la adopción de medidas promotoras del
desarrollo las libertades formales han de sacrificarse para que
una vez logrados los objetivos deseados, se den las condiciones
para el ejercicio de las libertades reales. El caso de Tanzania
ilustra el hecho de que su gobierno rechazara una declaración de
derechos porque el presidente temiera que fuera utilizada para
impedir el desarrollo económico.

VI. No hay libertades absolutas, sino que existen una serie de


limitaciones que, según el «a.» 1o., constitucional, deben
contemplarse limitativamente en la propia C y no en la
legislación.
En casos de emergencia, la C previene a través de su «a.» 29,
la suspensión de las garantías que consagra. Los requisitos son
la enunciación de las garantías por suspender, lugar y tiempos
determinados, así como mediante prevenciones generales.
Las libertades en particular reconocen condiciones que limitan
su ejercicio absoluto. La libertad de profesión es regulada a
través del otorgamiento por el Estado de títulos profesionales.
La libertad de trabajo puede ser restringida por la prestación de
servicios públicos como el de armas y jurados, o por el interés
público, como la prohibición de dedicarse a una orden
monástica. La libre expresión de ideas puede ser limitada ante
ataques a la moral, daños en los derechos de terceros, porque se
provoque algún delito o se perturbe el orden público. La
libertad de imprenta, como la anterior, reconoce igualmente los
límites de la vida privada, la moral y la paz pública; la libertad
de petición se respetará en caso de que sea por escrito, pacífica
y respetuosa. La libertad de asociación y de reunión llega hasta
donde no medien injurias, violencia o amenazas. La libre
portación de armas se reduce a aquellas no prohibidas por la ley
federal. El libre tránsito de personas está subordinado a las
facultades de la autoridad judicial (arraigo y detención) y la
libertad religiosa y de culto se limita por regulaciones
contenidas en leyes reglamentarias por disposición
constitucional. Finalmente, la propiedad privada puede ser
modificada de conformidad a las modalidades que dicte el
interés público.
De esta manera, el constituyente mexicano ha impuesto el
carácter social de las libertades constitucionales modernas.
Lejos de considerarlas como trascendentales y universales rigen
para las personas y circunstancias previstas en la C. Por otra
parte, persiste su carácter de libertades públicas, es decir, que
pueden ser oponibles no sólo contra terceros sino contra el
Estado cuando este exceda las limitaciones constitucionales y
legales a la libertad.
En México, el cambio que se produjo entre las constituciones
de 1857 y 1917 fue interpretado como un cambio hacia el
positivismo jurídico. La C de 1857 consideró a los derechos del
hombre, y en ellos a las libertades constitucionales, como base
de toda la organización social, como fundamento y legitimación
de todo poder político. La C de 1917, por su parte, modifica esa
declaración absoluta y establece en su lugar la fórmula de que
''todo individuo gozará de las garantías que otorga esta
Constitución'' con lo cual se excluía de dicho concepto a lo que
no estuviera explícitamente en el texto constitucional. Esta fue
la interpretación positivista de Narciso Bassols y Vicente
Peniche López. Sin embargo, la explicación de José Natividad
Macías, constituyente que colaboró en la formulación del
proyecto de C, contradice dicha interpretación positivista al
expresar que las constituciones no necesitan declarar cuáles son
los derechos, sino que necesitan garantizar de la manera más
completa y más absoluta todas las manifestaciones de la
libertad.
Pero las reformas constitucionales más recientes sugieren que
el catálogo de derechos y libertades se ha expandido
paulatinamente, otorgando mas libertades formales y derechos
Públicos subjetivos, con el objeto de completar el catálogo
general de derechos y libertades. Si las libertades no
establecidas originalmente en la C no necesitaban ser
consagradas en opinión de Macías ¿qué razón justifica su
inclusión en la C? La planificación familiar, la protección de la
salud, el derecho a disfrutar de vivienda digna y decorosa, el
derecho al trabajo digno y socialmente útil, entre otras,
demuestran la expansión de libertades constitucionales y
derechos públicos subjetivos. La voluntad política de incluirlos
constitucionalmente demuestra que la Constitución es el medio
para plasmarlos y el inicio de su ejercicio efectivo, los
subsecuentes pasos están en la comunidad y el Estado para crear
las condiciones de su efectivo ejercicio.

LUCRO
I. (Del latín lucrum.) Ganancia o provecho que se saca de una
cosa.

II. Concepto técnico: ganancia o utilidad obtenida en la


celebración de ciertos actos jurídicos, que el ordenamiento legal
califica de lícita o ilícita, según su exceso o proporción, para
atribuirle determinadas consecuencias de derecho.
Los términos ''lucro'', ''especulación comercial'' e ''interés'',
suelen utilizarse con frecuencia como sinónimos por lo que
conviene hacer su distinción:
''Por especulación comercial debe entenderse la realización
ordinaria o habitual de actos que el «CCo». reputa como
comerciales (actividad comercial en función del fin que se
persiga en su ejecución) (fin de lucro), o sea los relativos al
comercio propiamente dicho («a.» 75, «frs.» I y II, «CCo».) y a
la industria, a través de la organización y funcionamiento de la
empresa comercial («a.» 75, «frs.» V, XI, XIV y XVI); o bien,
que los actos sean accesorios o conexos de esos otros actos de
comercio principales'' (Barrera Graf, p. 76). El lucro pues, es la
ganancia obtenida, el resultado de una actividad, y la
especulación es el propósito de ese resultado.
Por lo que hace al ''interés'', jurídicamente tiene dos
acepciones:
1a. Ganancia o utilidad que se obtiene o se persigue en la
celebración de contratos de mutuo o préstamo onerosos («aa.»
2393 «CC» y 358 «CCo».), en sentido estricto; y, en sentido
amplio: ''toda prestación pactada a favor del acreedor, que
conste precisamente por escrito, se reputará interés'' («a.» 361
«CCo».). En este caso se está en presencia de un interés
lucrativo o lucratoria, «i.e.» , el exigido del prestatario a quienes
se presta dinero u otra cosa fungible, por la simple razón del
préstamo (Cabanellas, p. 165).
2a. Interés moratorio, que es el pago de una suma impuesta
como pena al deudor, por la morosidad o tardanza en la
satisfacción de la deuda. En este supuesto, ''el pago de intereses
responde únicamente a la idea de que el deudor de una suma de
dinero, por el hecho de no entregarla a su acreedor en el
momento previsto, se beneficia de los productos de un capital
que no le corresponde a él, sino al acreedor y por ello debe
compensar a éste abonándole el fruto del dinero. El interés
representa, por tanto, una pura compensación por alta de
disponibilidad del capital, con independencia de la causa, por la
cual se ha producido esa falta de disponibilidad -culpa, dolo,
imposibilidad material, etc.-'' (Vázquez del Mercado, «pp.» 61-
62); también se conoce esta situación como ''lucro cesante''.
La cuantía del interés lucrativo y moratorio puede ser
convencional, legal o judicial; es convencional cuando lo pactan
las partes y no tiene más límites que el que no sea usurario
(«aa.» 2394 y 2395 «CC»); es legal, cuando las partes no lo
convinieron previamente («aa.» 2394-2395 y 362 «CCo».), y es
judicial cuando lo fija el juez, a petición del deudor, en virtud
de que el que pactó con su acreedor sea tan desproporcionado
que haga creer que ha abusado del apuro pecuniario, de la
inexperiencia o de la ignorancia de aquel («aa.» 2395 «CC» y
22-25 LPC).
En todo caso, la estimación de ''interés excesivo'' o ''usurario'',
es realizada por la autoridad judicial, o administrativa.
Sobre este particular la «SCJ» ha dictado la siguiente
ejecutoria: ''Si el interés que primeramente se consigna en un
contrato de mutuo garantizado con hipoteca es del catorce por
ciento anual, el mismo no resulta excesivo para el deudor, si
solamente en caso de mora imputable al mismo deudor el
interés aumentaría al veinticuatro por ciento, que tampoco
resulta excesivo si el propio contratante lo estimó correcto al
celebrar el contrato referido y no demuestra que lo haya
aceptado en atención a su ignorancia o inexperiencia ni que se
hubiese abusado de un apuro económico'' (Apéndice al «SJF»
1917-1975, cuarta parle, Tercera Sala, p. 754).
De lo anterior se desprende, pues, que el concepto de lucro
comprende al de especulación comercial y al de interés, lo que
explica la confusión.

III. La intención o propósito de lucro es utilizado por el


legislador para determinar como comerciales ciertos actos o
ciertas empresas que persigan o tengan dicho fin, «i.e.» , que
tengan una finalidad especulativa propiamente dicha. Así, serán
actos civiles, regulados por el derecho común, los que no
persigan fines de lucro; y actos comerciales, los que se realicen
con la intención o el propósito de obtener ganancias («a.» 75,
«frs.» I y II, «CCo».); p.e., el consumidor realizara actos civiles,
puesto que no persigue obtener utilidades con la adquisición de
los productos o servicios, sino satisfacer necesidades de índole
personal («a.» 3o. LPC); el comerciante, en cambio, realizará
un acto de comercio («aa.» 3o. y 75 «CCo».), puesto que
compra o vende mercaderías o presta servicios, con el exclusivo
propósito de obtener ganancias, por lo que su actividad estará
regulada por las leyes mercantiles.
La intención o el propósito de lucro, cuando no se desprende
de la ley, es estimado por la autoridad judicial («a.» 75, «fr.»
XXIV, «CCo».). Sobre el particular, la «SCJ» ha distado la
siguiente tesis: ''El arrendatario de una finca rústica, no puede
ser considerado como simple labrador y, por lo tanto, privado
del carácter de comerciante si sus actividades no se limitan a la
explotación del suelo, para obtener tan solo los productos
vegetales que en él se puedan dar, para inmediatamente después
realizarlos sin alterar en nada su estructura íntima, porque si,
por ejemplo, instala trapiches, se convierte en un verdadero
industrial agrícola manufacturero, ya que, obtenida la materia
prima por el mismo cultivada se dedica a transformarla en un
producto de estructura distinta, para obtener, seguramente, una
utilidad mayor de la que le produciría la venta del producto, en
su estado natural, de manera que, por virtud de esta nueva labor,
distinta a la del simple cultivo de la tierra, concurre en él la
característica común que, según la doctrina, corresponde a todo
comerciante, o sea, el ejercicio de una industria por aquel que,
de manera mediata, dirige una explotación privada propia, con
animo de ganancia'' (SJF, 5a. época, t. XLV, Tercera Sala, p.
380).
Además, si el acto jurídico es civil y el lucro obtenido por el
acreedor es excesivo, se estará en presencia de actos ilícitos, por
lo que el deudor podrá ejercitar las acciones civiles
correspondiente:
a) Solicitar, ante la autoridad judicial, la reducción equitativa
del interés cuando éste ''sea tan desproporcionado que haga
fundadamente creer que se ha abusado del apuro pecuniario, de
la ignorancia o de la inexperiencia del deudor'' («a.» 2395
«CC»).
b) O bien, si se convino ''un interés más alto que el legal, el
deudor, después de seis meses contados desde que se celebró el
contrato, puede reembolsar el capital, cualquiera que sea el
plazo fijado para ello, dando aviso al acreedor con dos meses de
anticipación y pagando los intereses vencidos'' («a.» 2396
«CC»).
c) Acción de nulidad relativa, que tiende a la invalidación del
contrato por lesión («aa.» 17 y 2228 «CC»), mismo que, en este
caso, podrá ratificarse expresa («a.» 2233 «CC») o tácitamente
por medio de su cumplimiento (a. 2234).
Por último, puede hacer valer, asimismo, el delito de usura o
fraude genérico, en forma indistinta, establecido en el «a.» 387,
«fr.» VIII, del «CP».
Ahora, si el acto jurídico es mercantil y el lucro es excesivo,
igualmente se estará en presencia de actos ilícitos; pero el
«CCo». (a. 385), refiriéndose a las compraventas mercantiles
establece que éstas no se rescindirán por causas de lesión; sin
embargo, ''el perjudicado, además de la acción criminal que le
competa, le asistirá la de daños y perjuicios contra el
contratante que hubiese procedido con dolo o malicia en el
contrato o en su cumplimiento''.
Los tratadistas (Barrera Graf, p. 140) distinguen y clasifican a
las sociedades y asociaciones, entre otros criterios, por el que se
refiere al fin o causa de especulación y, así, hablaríamos de
sociedades no lucrativas que son todas las civiles, y de
sociedades lucrativas, que sólo pueden ser las mercantiles.
La mercantilidad de las sociedades mutualistas y de las
cooperativas, que tiene calidad de mercantil desde un punto de
vista formal («aa.» 1o, «fr.» VI, «LGSM», y 78 LIS), ha sido
objeto de discusión en cuanto a que si el legislador mexicano
tuvo razón o no para considerarlas dentro del grupo de
sociedades mercantiles. Y precisamente, uno de los argumentos
de la discusión es el de que las sociedades mencionadas no
persiguen fines de lucro, según lo disponen los «aa.» 1o. «fr.»
VI de la Ley General de Sociedades Cooperativas, y el 78, «fr.»
III de la LIS.
Sin embargo, ''el concepto jurídico de lucro coincide con el
gramatical: ganancia o provecho que se saca de algo, según el
diccionario de la lengua. Por tanto, es lucro, tanto la ganancia
obtenida como resultado de una actividad, como el ahorro que
se logra en ella. Y es evidente que las mutualistas tienden a
ahorrar a sus socios en el pago de las primeras de los seguros,
reteniendo la ganancia que correspondería a la empresa
aseguradora, y la misma finalidad tienden a realizar las
cooperativas de consumo, al ahorrar a sus socios en los precios
de las mercancías que adquieran por conducto de la cooperativa
y derramar al intermediario comerciante'' (Cervantes Ahumada,
p. 129).

IV. Origen: el concepto de lucro es tan antiguo como el de


mercaderías, comerciante y comercio, y es imposible
determinar una fecha precisa de su aparición; autores hay, que
nos dan noticia de los mismos desde la prehistoria.
Por otro lado, los términos de lucro, interés, especulación, en
la antigüedad y sobre todo en la Edad Media, fueron
considerados como sinónimo de usura y, por lo tanto,
proscritos. ''La iglesia logró, a partir del siglo IX, que quedara
prohibida asimismo a los laicos, y reservó el castigo de este
delito a la jurisdicción de sus tribunales. Además, el comercio
en general no era menos reprobable que el de dinero. También
el es peligroso para el alma, pues la aparta de sus fines
postreros..., un curioso episodio de la vida de San Geraldo de
Aurillac, nos revela manifiestamente la incompatibilidad de la
moral eclesiástica con el afán de lucro, es decir, con el espíritu
mercantil: al regresar de una peregrinación a Roma, el piadoso
Abad encontró en Pavía a unos mercaderes venecianos que le
propusieron en venta unos tejidos orientales y algunas especias
que tuvo la oportunidad de enseñarles revelándoles al precio
que había pagado por él lo felicitaron por tan ventajosa compra,
pues el palio, según ellos, hubiese costado mucho más en
Constantinopla. Geraldo, temeroso de haber engañado al
vendedor, se apresuró a enviarle la diferencia, que no creía
poder aprovechar sin incurrir en el pecado de avaricia'' (Henri
Pirenne, «pp.» 17 y 27).
Paulatinamente se fue abandonando dicho criterio y, en la
actualidad, si bien existe el delito de usura (a. 387, «fr.» VIII
«CP») o el delito de fraude genérico para aquel que, valiéndose
de la ignorancia o de las malas condiciones económicas de una
persona, obtenga de éstas ventajas usurarias por medio de
contratos o convenios en los cuales se estipulen réditos o lucro
superiores a los usuales en el mercado, y la prohibición del
pacto de anatocismo («aa.» 2397 «CC», 363 «CCo». y 23 LPC),
el lucro, el interés y la especulación comercial, lejos de ser
considerados como sinónimos de ''abominable usura'' son
estimados como elementos básicos y fundamentales del
desarrollo comercial e industrial, aunque existen normas
jurídicas concretas que determinan su tasa («aa.» 362 «CCo».,
22-26 LPC, 32 de la Ley Orgánica del Banco de México, y
2395 «CC»).
MAGISTRADO
I. (Del latín magistratus.) Funcionario judicial de rango superior
en el orden civil, penal, administrativo o del trabajo, que revisa
actuaciones de autoridades inferiores y que tiene a su cargo la
interpretación recta y justa de la legislación vigente. En otros
países: juez superior o ministro de justicia cuya función y
empleo le otorgan dignidad, respetabilidad y autonomía en sus
decisiones, las cuales han de estar encaminadas a lograr el
orden social y el bien común.

II. La magistratura, como institución, se origina en la Edad


Media, cuando la monarquía, fuente entonces de toda justicia,
delego ya sea en el clero, en la nobleza o en el pueblo, la
revisión en vía de apelación, de causas cuya decisión había sido
sometida a jueces inferiores o jueces de salario como se les
denominaba. Con tal finalidad se crearon tribunales encargados
a funcionarios que tomaron los nombres de adelantados o
merinos mayores, que con el tiempo fueron los que integraron
las Cortes, que según se decía ''debían estar formadas, cuando
menos, por tres homes buenos, entendidos y sabidores de los
fueros, que oyesen las alzadas de toda la tierra y juzgasen
continuamente''. Dicen los historiadores que los nobles llevaron
a muy mal esta reforma, así como les disgusto la imposición de
''las partidas'', que se hizo con posterioridad; pero la verdad es
que dichas Cortes acabaron por imponerse, por la sabiduría,
imparcialidad y recta aplicación del orden legal, de quienes
formaron parte de ellas, resultando ejemplar la labor que
realizaron las de Castilla, León, Aragón y Valladolid, muchos
de cuyos fallos resultan ejemplares aún en nuestro tiempo.
Los magistrados formaron parte, desde el siglo XIII, de los
tribunales superiores inicialmente instituidos, y pudieron
desempeñar su función con plena autoridad, ya que los propios
reyes, para dar realce a su actividad judicial, nada omitieron con
la finalidad de organizar una adecuada administración de
justicia de esta manera las ordenanzas de dichos tribunales,
denominación que recibieron sus resoluciones, fueron siempre
respetadas e inclusive fueron base de muchas nueras leyes, tanto
del orden civil como del criminal, que después fueron
implantadas.
Ningún magistrado, sin embargo, fue entonces inamovible; por
regla general duraban en el puesto hasta tres años y se les
ratificaba o renovaba el nombramiento por periodos iguales,
aunque algunos de ellos por su categoría desempeño resultaron
de hecho inamovibles, ya que ocuparon el puesto de por vida.
Hubo magistrados de distintas calidades o categorías si así
quisiera entenderse, y algunos fueron nombrados para
encargarse de asuntos especiales como aquellos que por sí solos
integraron tribunales de segunda instancia (remoto antecedente
de nuestros actuales magistrados unitarios), cuyas providencias
podían suplicarse o apelarse, conforme a nuestra lexicología,
ante una sala mayor compuesta de un presidente y cierto
número de oidores, encargada de revisar los fallos de los
inferiores en rango y jerarquía, misma que pronunciaba
resoluciones definitivas que debían ser cumplidamente
respetadas. Tal es el origen de nuestra actual magistratura.

III. El magistrado en México es un funcionario de rango


inmediato inferior al de ministro de la «SCJ», pues su categoría
se encuentra consignada en la propia C, la que en su «a.» 94
expresa que ''se deposita el ejercicio del Poder Judicial de la
Federación en una Suprema Corte de Justicia, en Tribunales de
Circuito, colegiados en materia de amparo y unitarios en
materia de apelación, y en juzgados de distrito''. Respecto de los
estados de la federación, son los tribunales supremos o
superiores de justicia, los órganos que, junto con los diversos
jueces, constituyen su respectivo poder judicial local y se
integran asimismo con magistrados y jueces (supeditados en
algunas de sus funciones a los magistrados federales), fijándose
en sus respectivas constituciones otras funciones y atribuciones
que les competen en cuanto a los asuntos de cada entidad
federativa.
Los magistrados de circuito son nombrados por la «SCJ» y
duran cuatro años en el ejercicio de su encargo, pero si fueren
reelectos podrán desempeñarlo hasta los setenta años de edad,
salvo que fuesen promovidos a cargos superiores o privados de
sus funciones, por responsabilidades en que incurra, precisadas
éstas en el «tít.» cuarto de la propia C. Los magistrados de otros
tribunales, federales o locales, a los que después se hará
referencia duran seis años en el puesto y pueden ser igualmente
reelectos cuando existan méritos para ello, o retirados por las
causas y motivos señalados en las respectivas leyes orgánicas
de dichos tribunales, excepción hecha del Tribunal Superior de
Justicia del Distrito Federal, porque en el caso de este cuerpo
judicial los magistrados son nombrados por el presidente de la
República, con la aprobación de la Cámara de Diputados y sólo
podrán ser destituidos en los términos del expresado «tít.»
cuarto de nuestra ley fundamental (pfo. final de la base cuarta
de la «fr.» VI del «a.» 73).

IV. Los tribunales de circuito, colegiados y unitarios, se


encuentran actualmente distribuidos en todo el país, aunque el
mayor número de ellos, con especializaciones en cuanto a su
competencia (particularmente los colegiados), residen en la
capital de la República.
También residen en ella otros tres tipos de tribunales federales:
el fiscal, el militar y el de lo contencioso administrativo, cuyas
atribuciones se encuentran reglamentadas en leyes particulares
que no sólo comprenden su administración interna, sino todo lo
relacionado con su división de trabajo, su organización en salas,
competencias y actuaciones; así como los requisitos que deben
llenar las personas que sean nombradas magistrados, los
impedimentos y excusas que puedan tener para conocer de
algún asunto y la forma en que pueden ser suplidos sus faltas
temporales o definitivas.
Los tribunales superiores o supremos de los estados tienen su
residencia en las capitales de las entidades federativas y su
funcionamiento está regido por las constituciones locales. Se
integran con un presidente y un número de magistrados
titulares, supernumerarios o suplentes, que varía de estado a
estado, entre quienes son distribuidas las competencias de los
asuntos en que deben intervenir, sea a través de salas unitarias o
colegiadas, que actúan con autonomía; se exceptúa el
conocimiento de determinadas ''tocas'' o expedientes especiales,
cuya competencia corresponde al pleno de cada tribunal. El
nombramiento de estos magistrados lo hace el gobernador de
cada entidad; pero para el desempeño del cargo deben rendir
protesta ante el poder legislativo local. De esta manera se da
intervención a los otros poderes, justificándose así la tradición
democrática que desde la independencia han sustentando
nuestras leyes fundamentales.

V. Los requisitos para ser magistrado de circuito son a) ser


mexicano por nacimiento, en pleno ejercicio de sus derechos; b)
tener más de treinta y cinco años cumplidos en el momento de
ser nombrado; c) tener título de licenciado en derecho expedido
legalmente; d) ser de conducta honorable, y e) tener cuando
menos cinco años de ejercicio profesional «a.» 31 «LOPJF»).
Iguales requisitos se contemplan para ser magistrado en los
demás tribunales federales, del Distrito Federal o de los estados,
con adición en algunas leyes reglamentarias de algún requisito
en particular: ser originario de una determinada entidad;
ostentar una especialidad o práctica; dar preferencia al titulado
en el estado; no tener algún impedimento específico. Cabe
aclarar a este respecto que, para ser magistrado del Tribunal
Superior de Justicia Militar, no es necesario tener título de
licenciado en derecho, pero sí ostentar grado militar de jerarquía
superior.
Puede ofrecerse otro ejemplo para casos de excepción; el de
los requisitos para ser magistrado del Tribunal Superior de
Justicia del Distrito Federal, que son amplios y muy específicos,
a saber: a) ser mexicano por nacimiento en ejercicio de sus
derechos civiles y políticos, b) no tener más de 65 años ni
menos de 30 el día de la elección: c) ser abogado con título
oficial expedido por la Facultad de Derecho dependiente de la
Universidad Nacional Autónoma de México, por las escuelas
libres de derecho del Distrito Federal, cuyos planes de estudios
concuerden fundamentalmente con los de aquélla por las
escuelas oficiales de derecho de los estados de la República o
por las autoridades de éstas legalmente facultadas para hacerlo
y siempre que existan en su territorio escuelas de derecho; d)
acreditar, cuando menos, cinco años de práctica profesional,
que se contarán desde la fecha de la expedición del título; e) ser
de notoria moralidad, y n no haber sido nunca condenado por
sentencia ejecutoria distada por los tribunales penales. Se
agrega con relación a los títulos expedidos por escuelas libres o
por los gobiernos de los estados de la República, que la
Secretaría de Educación fijará la forma que corresponde
respecto de los requisitos y condiciones que deban llenar los
títulos que se expidan, para ser tenidos como válidos y puedan
surtir sus efectos, capacitando a sus tenedores para ocupar
cargos de la administración de justicia federal («aa.» 27 y 28 de
la Ley Orgánica del Tribunal Superior de Justicia del Distrito
Federal).

VI. Los magistrados conocen de todos los juicios de su


competencia, pero en las leyes orgánicas se establecen algunos
impedimentos que atañen a las siguientes situaciones: a) tener
parentesco en línea recta, sin limitación de grado, con alguno de
los litigantes interesados, sus representantes, patronos o
defensores; o tener amistad íntima o enemistad con alguna de
estas personas; b). tener interés personal en un asunto, o tenerlo
su cónyuge o sus parientes; c) tener pendiente el funcionario, su
cónyuge o sus parientes un juicio contra algunos de los
interesados; d) haber sido procesado o tener proceso pendiente;
e) seguir algún negocio en que sea juez, árbitro o arbitrador
alguno de los interesados o haber sido juez o magistrado en un
mismo asunto en otra instancia; f) ser heredero, legatario,
donatario o fiador de alguno de los interesados; ser acreedor,
deudor, socio, arrendador o arrendatario, dependiente o
principal de alguno de ellos, o de tutor, curador, o administrador
de sus bienes, y g) asistir, durante la tramitación del asunto, a
convite que le diere o costeare alguno de los interesados; tener
mucha familiaridad con alguno de ellos; aceptar presentes o
servicios; hacer promesas que impliquen parcialidad a favor o
en contra de cualquiera de los interesados; o amenazar a alguno
de ellos (pueden consultarse las respectivas leyes orgánicas de
las entidades federativas o del Distrito Federal).

VII. Los teóricos del derecho procesal expresan que tres son los
principios que debe atender todo juez o magistrado: 1) cumplir
su cargo diligentemente y con eficacia; 2) no temer al silencio o
a la oscuridad de su labor, entre más discreta y personal sea,
más eficaz resultara porque siempre existirá un registro en el
que su actividad r actitud quede anotada, y será este registro su
principal defensor el día en que tenga necesidad de que se le
haga justicia, y 3) evitar comprometer su criterio y seguridad
científica al dictar sus fallos pues debe ser imparcial y apegarse
a lo estrictamente señalado en las normas que aplique o
invoque, aparte de ser firme en sus determinaciones. En todo
caso, si por alguna circunstancia se encuentra equivocado en su
modo de actuar, siempre que este sea limpio y honesto, otro
tribunal podrá rectificar sus determinaciones y las orientara en
la forma correcta. La regla general que ha de tener siempre en
consideración todo magistrado que aprecie su labor, será la
satisfacción del deber cumplido.
El doctor Fix-Zamudio, quien ha publicado numerosos
estudios en los que aborda problemas concretos de la
magistratura, piensa que todos los instrumentos modernos para
la preparación, selección y nombramiento de los jueces o
magistrados, tienen su culminación en la llamada carrera
judicial, estrechamente vinculada a la estabilidad de los
miembros de la judicatura. Dicha carrera judicial consiste en el
ingreso y la promoción de funcionarios judiciales a través de
exámenes de oposición y concursos de méritos, que ha
permitido la formación de una clase judicial de gran prestigio en
muchos países, y hoy se combina con la posibilidad de un
ingreso excepcional de otros profesionales jurídicos en los
grados más elevados. Por desgracia, en nuestro medio judicial
no se ha logrado su establecimiento, pues se empieza por el
hecho, antes indicado, de que no existe la inamovilidad en el
caso de muchos magistrados, son únicamente las relaciones
personales o el favor de autoridades políticas, lo que determina
para algunos de ellos la posibilidad de alcanzar el puesto.
Reformas introducidas en la «LA» otorgan a los magistrados
del Poder Judicial Federal nuevas facultades, a saber: 1) en
materia de suplencia de la queja podrán suplir la deficiencia de
los conceptos de violación de la demanda, así como la
expresión de agravios formulados en los recursos establecidos,
por la ley, en los siguientes casos: a) en cualquier materia de
amparo cuando el acto se funde en leyes declaradas
inconstitucionales por la «SCJ»; b) en materia penal ante la
ausencia de conceptos de violación o de agravios del reo; c) en
materia agraria en el caso a que se contrae el «a.» 227; d) en
materia de trabajo en favor del trabajador únicamente; e) en
favor de los menores o incapacitados, y f) en otras materias
cuando se advierta que ha habido en contra del quejoso o del
particular recurrente una violación manifiesta de la ley que lo
hubiere dejado sin defensa. 2) En los asuntos a revisión el
magistrado deberá examinar los agravios alegados contra la
resolución recurrida para que, si los estima fundados considere
aquellos conceptos de violación cuyo estudio haya omitido el
juzgador. 3) Cuando un magistrado conozca de la revisión
interpuesta contra la sentencia definitiva dictada en un juicio de
amparo de que debió conocer en única instancia el tribunal
colegiado correspondiente conforme a lo dispuesto por el «a.»
44 de la «LA», por no haber dado cumplimiento con la debida
oportunidad el juez de distrito o la autoridad que haya conocido
de él, deberá proponer la declaración de insubsistencia de la
sentencia recurrida para que el tribunal colegiado se avoque al
conocimiento del amparo y pueda éste dictar la resolución que
legalmente proceda. 4) En materia de improcedencia de una
demanda de amparo, el magistrado que la examine, si encuentra
motivos fundados para que se deseche, propondrá al tribunal
colegiado tal determinación («aa.» 76 bis, 91, 94 y 177 LA).
Estas reformas se publicaron en el «DO» de fecha 20-V-86.
En otras reformas hechas al «CPC» se ha impuesto al
magistrado la obligación de recibir por sí mismo las
declaraciones que rindan los testigos en cualquier audiencia a la
cual se les convoque, presidiendo igualmente y bajo su más
estricta responsabilidad todos los actos de prueba de que deban
conocer. De oficio o a petición de parte adoptará las medidas
necesarias tendientes a sancionar y a prevenir cualquier acto
contrario al respeto debido al tribunal del que formen parte, y al
que deben guardarse entre sí las partes; así como las faltas de
decoro y probidad que adviertan, pudiendo requerir el auxilio de
la fuerza pública («aa.» 60 y 61 «CPC»). La modificación de
estas disposiciones legales se publico en el «DO» de fecha 10-I-
86, en donde se dio a conocer una adición de gran interés, la
que se refiere a una nueva facultad otorgada al magistrado local
para ordenar, aún fuera de audiencia, se subsane toda omisión
que note en la substanciación de un juicio para el sólo efecto de
regularizar el procedimiento («a.» 272 G).
Finalmente, en materia penal el magistrado unitario de circuito
a quien corresponda conocer de un recurso de queja contra
conductas omisas de los jueces de distrito de su jurisdicción,
deberá dar entrada al recurso respectivo y requerirá al juez para
que rinda informe dentro del término de tres días. De estimar
fundado el recurso ordenará al juez cumpla con las obligaciones
inherentes, apercibiéndolo de imponerle una multa de diez
veces el salario mínimo vigente en el momento en que hubiere
ocurrido tal omisión («a.» 398 bis del «CFPP»). Adición
publicada en el «DO» de fecha 10-I-86.

MALA FE
I. La segunda parte del «a.» 1815 «CC» define a la mala fe
como la ''disimulación del error de uno de los contratantes, una
vez conocido''. Es pues una actitud pasiva de una de las partes
en el acto jurídico frente al error en que se encuentra la otra, ya
que habiéndolo advertido lo disimula y se aprovecha de él.
Así pues, aunque existe la creencia muy difundida de que la
mala fe es un vicio del consentimiento, en realidad el vicio es el
error en que se encuentra una de las partes; es una conducta
contraria a la buena fe que debe existir en todo acto jurídico;
esta conducta simple implica siempre premeditación y propósito
de no desengañar a fin de obtener mayores beneficios en el acto
jurídico, de ahí que sea sancionada por el legislador.

II. El error en que se mantiene por mala fe a una de las partes


anula el acto jurídico de que se trate si fue la causa determinante
de su realización («a.» 1816 «CC»). Esta nulidad relativa puede
ser invocada por el perjudicado dentro de los sesenta días
siguientes al día en que se dio cuenta del error o en los plazos
establecidos por el «a.» 638 «CC». El acto jurídico viciado
puede ser confirmado ya sea en forma expresa o tácita mediante
el cumplimiento voluntario de las obligaciones contraídas aun
conociéndose el error («aa.» 1816, 2230, 2233, 2234 y 2236
«CC»).

MANDATO
I. (Del latín mandatum.) Contrato por el cual una persona
llamada mandatario se obliga a ejecutar por cuenta de otra
denominada mandante los actos jurídicos que éste le encarga.
La distinción del mandato con los contratos de obra se
encuentra en que en aquél se ejercitan actos jurídicos, en tanto
que en éstos el objeto radica en la realización de actos
materiales o intelectuales.
El mandato puede ser con o sin representación. Comúnmente
es oneroso, pero puede ser gratuito si así se conviene
expresamente. Puede ser para actos jurídicos específicos o
puede ser mandato general; en este último caso puede adoptar
las tres formas consagradas en el «a.» 2554 «CC», es decir, para
pleitos y cobranzas, para administrar bienes o para actos de
dominio, bastando insertar en los poderes la mención de estas
facultades para que el apoderado este legitimado para actuar en
la extensión de las mismas.

II. De todo esto se deduce que el mandato en sí mismo tiene


efectos entre las partes; para que se efectúe frente a terceros se
requiere un poder de representación.
El poder de representación es un acto unilateral que el
mandante realiza frente a terceros a efecto de investir al
mandatario de determinadas facultades, por esta razón el
legislador mexicano exige que el poder del mandato se otorgue
en ''escritura pública o en carta poder firmada ante dos testigos
y con ratificación de firmas del otorgante y testigos ante
notario, ante los jueces o autoridades administrativas: cuando el
poder sea general, cuando el interés del negocio llegue a cinco
mil pesos o exceda de esa suma y en términos generales, cuando
el mandatario haya de ejecutar algún acto que conforme a la ley
debe constar en instrumento público'' («a.» 2555 «CC»). En
estos casos la forma del poder es un elemento constituvo del
mismo y la extensión y límites de las facultades del mandato
deben constar expresamente en el poder. Empero puede ser
otorgado en documento privado cuando el negocio por el cual
se otorga no exceda de cinco mil pesos, e inclusive verbalmente
cuando el interés del negocio no exceda de doscientos pesos
(«a.» 2556 «CC»). El mandatario debe actuar conforme al
encargo y si se excede en sus límites, el acto jurídico que realice
estará viciado de nulidad por falta de consentimiento del
mandante: se trataría de un acto jurídico celebrado por una
persona que no es la legítima representante, acto que podría ser
invalidado a no ser que la persona a cuyo nombre fue celebrado
el mismo lo ratificase («aa.» 1801, 1802 y 2583).
El mandato es un contrato fundado en la confianza, por eso
aun cuando el mandato es un contrato principal y oneroso, salvo
que se pacte expresamente su gratuidad, el contrato es
unilateral, en virtud de que el mandante puede revocar el
mandato y el mandatario por su parte puede renunciar al mismo.
Las obligaciones del mandatario son tres: a) ejecutar los actos
jurídicos encargados por sí o por conducto de un sustituto, si
estuviese facultado para ello; b) ejecutar los actos conforme a
las instrucciones recibidas y en ningún caso podrá proceder
contra las disposiciones expresas, y c) rendir cuentas exactas de
su administración, conforme al convenio o en ausencia de éste
cuando el mandante lo pida o en todo caso al fin del contrato,
entregando al mandante todo lo que haya recibido y pagando
intereses por las sumas que pertenezcan al mismo si el
mandatario ha distraído la cantidad de su objeto («aa.» 2569-
2572 «CC»).
Por su parte, el mandante está obligado a suministrar las
cantidades necesarias para ejecutar el mandato, a indemnizar al
mandatario de todos los daños y perjuicios que le haya causado
el cumplimiento del contrato y a pagar el precio pactado («aa.»
2577, 2578 y 2549 «CC»).
Distínguese a este efecto el mandato conjunto cuando hay
varios mandatarios y el mandato colectivo cuando hay varios
mandantes; en el primer caso cada mandatario responde de los
actos realizados, en el segundo los mandantes quedan obligados
solidariamente frente al mandatario («aa.» 2573 y 2580 «CC»).
El mandato se extingue por las causas generales de extinción
de cualquier contrato; pero específicamente la ley contempla
causas de terminación típicas del contrato, como son: la
revocación que puede hacerse cuando el mandante lo quiera
excepto cuando el mandato sea forzoso, es decir, que haya sido
estipulado como condición en un contrato bilateral o como
medio para cumplir una obligación contraída; por renuncia del
mandatario, aun cuando en este caso el ejecutor tendría que
continuar con el negocio mientras el mandante no provee a la
procuración, si de esto se sigue algún perjuicio; por muerte o
interdicción de las partes, y por conclusión del negocio («aa.»
2595 al 2603 «CC»). En el mandato judicial, éste es el
conferido para comparecer ante las autoridades judiciales; se
requiere poder o cláusula especial para actos personalísimos y
de gestión y concluye además de los casos anteriores
expresados, porque el poderdante se separe de la acción u
oposición, por haber terminado la personalidad del poderdante o
transmitido los derechos sobre la cosa litigiosa, y porque el
dueño del negocio haga alguna manifestando que revoca el
mandato, o porque designe otro procurador para el mismo
negocio («a.» 2592 «CC»).

MARCAS
I. (En singular, del alemán mark) Señal dibujada, pegada, hecha
a fuego, etc., en una cosa, un animal o una persona, p.e., en un
esclavo, para distinguirlo o saber a quién pertenece.

II. Definición técnica. Signos utilizados por los industriales,


fabricantes o prestadores de servicios, en las mercancías o en
aquellos medios capaces de presentarlos gráficamente, para
distinguirlos, singularizarlos, individualizarlos; denotar su
procedencia y calidad, en su caso, de otros idénticos o de su
misma clase o especie.
Las marcas puestas a los ganados por los agricultores, se
encuentran reglamentadas por el derecho civil y no son
propiamente signos distintivos de mercaderías, sino del derecho
de propiedad, aun cuando el «a.» 56, inciso 18, del Reglamento
de la Ley de invenciones y Marcas (RLIM) los comprenda en la
enumeración de los productos que pueden ser amparados por
una marca (Barrera Graf).

III. Utilidad de la marca. Su registro y uso traen, como


consecuencia, la protección de las mercancías y servicios
prestados, pues se evita la competencia desleal y, por tanto, el
industrial o comerciante conservan en lo posible su crédito. Por
otra parte, se garantiza a los consumidores la obtención de la
calidad que la experiencia les reporta con la adquisición de los
servicios y mercancías a través de las marcas; e igualmente el
conjunto de marcas en un país en el extranjero una garantía del
comercio de exportación, lo que les otorga importancia
particular (Sepúlveda).

IV. Origen. El origen y funciones de la marca están


profundamente arraigados en la historia. Todos conocemos la
función de los símbolos heráldicos que indicaban la filiación o
el origen de una familia en particular. Cuando se llega al
aspecto comercial de las cosas, tenemos los sellos o señales de
los artesanos que indicaban su membrecía en ciertos gremios; y
últimamente tenemos los símbolos que indican que un producto
se origina en una determinada empresa comercial (Browne).
A principios del siglo, el mundo comercial se transforma por
completo y, al nacer la competencia, surge la marca como
protectora del fabricante, pues ampara y distingue sus
productos; el fabricante al hacerle publicidad a sus productos
distinguidos con tal o cual marca, acostumbra al público a ellos
(Sonia Mendieta).
1) Legislación mexicana. No se tiene noticia de que en la
época precortesiana hubiera disposiciones sobre esta materia,
pero sí en la Colonia, por lo que hace únicamente a las marcas
en los objetos de plata, p.e., en las Ordenanzas dictadas en lo
tocante al arte de la platería, por el Marqués de Cadereyta, el 28
de octubre de 1638 (Rangel Medina).
2) En los códigos de comercio que han regido en México
(1854, 1884, 1889), no aparece una regulación directa sobre la
materia aunque sí disposiciones relativas a la misma. La
primera ley que en forma especial las reglamento, fue la Ley de
Marcas de Fábrica de 28 de noviembre de 1889 (Rangel
Medina).

V. Formación de las marcas. Pueden constituir una marca: Las


denominaciones signos visibles, nombres comerciales razones o
denominaciones sociales y cualquier otro medio susceptible de
identificar los productos o servicios a que se apliquen o tratan
de aplicarse o de los giros que exploten, con tal que no están
prohibidos por la ley y sean suficientemente distintivos y no
descriptivos («a.» 90 de la Ley de Inversiones y Marcas, LIM).

VI. Clasificación. El contenido del «a.» anterior permite


clasificar a las marcas por su formación en: nominativas,
figurativas o emblemáticas, plásticas y mixtas.
1) Nominativas. Se comprende en estas a las denominaciones,
«i.e.» , a todos aquellos nombres de cosas reates, imaginarios,
mitológicos, de astros, de animales, de vegetales, de la
naturaleza, etc. (Sepúlveda). Las denominaciones sociales se
refieren al nombre de la sociedades mercantiles de formación
libre, pero seguidas de la indicación o de sus siglas, del tipo de
sociedad adoptada, p.e., Puerto de Liverpool, S.A. («a.» 89
LGSM); la razón social, igualmente es el nombre de las
sociedades mercantiles y se forma con el de uno o varios socios,
seguido también de la indicación o abreviaturas del tipo de
sociedad de que se trate, p.e., López Montes, S. en C. («a.» 52,
LGSM). En algunas clases de sociedades es forzoso el empleo
de una razón social; en algunas, el de una denominación, en
otras es optativo el uso de unas u otras (Mantilla Molina).
En cuanto al nombre comercial se puede formar, tanto por la
razón social como por la denominación de los empresarios
colectivos y ambos pueden constituir un signo distintivo de las
negociaciones mercantiles (Barrera Graf).
Denominaciones no protegidas por la ley, La protección de la
marca se adquiere tanto por su uso («a.» 147, «fr.» II, LIM)
como por su registro en la Secretaría del Patrimonio y Fomento
Industrial («aa.» 88, 93 LIM), actualmente en la Secretaría de
Comercio y Fomento Industrial («aa.» 34, «fr.» XII «LOAPF»).
La ley de la materia no enumera qué denominaciones son objeto
de protección legal, pero si se señalan aquellas que no son
susceptibles de registro, p.e., los nombres descriptivos de los
productos o servicios; las palabras que en el lenguaje corriente o
en la práctica comercial se hayan convertido en una designación
usual o genérica; las letras y números aislados; los nombres y
seudónimos de personas sin consentimiento de los interesados,
etc. (a, 91, «frs.» I-II, V, VI, XI-XIV, XX-XI, LIM).
2) Figurativas o emblemáticas. Son las que consisten en
dibujos o figuras características que, independientemente del
nombre o denominación, sirven para designar los productos a
que se aplican (Rangel Medina), p.e., viñetas, diseños, retratos,
imágenes firmas, escudos, monogramas, estampillas, letras,
guarismos bajo forma especial y otros signos gráficos.
No son registrables como marcas: las figuras descriptivas de
los productos o servicios, las letras, números y colores aislados
los escudos, banderas y emblemas de cualquier país, estado,
municipio o divisiones políticas similares; los que reproduzcan
o imiten signos o punzones oficiales de control y garantía
adaptados por un Estado sin autorización de la autoridad
competente; los que reproduzcan o imiten monedas, billetes de
banco, condecoraciones, medallas u otros premios obtenidos,
etc. («a.» 91, «frs.» V-XI, XVI, XX-XI, LIM).
3) Plásticas. Cuando es la forma de los productos, o la forma
de sus envases, o la forma de sus recipientes, o la forma' de las
respectivas envolturas; el medio material que se emplea como
signo distintivo de las mercancías, las marcas se llaman
formales o plásticas. Las figuras geométricas y los relieves
pueden incluirse también en este grupo (Rangel Medina).
No son objeto de registro: los envases que sean del dominio
público o que se hayan hecho de uso común y, en general,
aquellos que carezcan de una originalidad tal que los distinga
fácilmente; la forma usual y corriente de los productos o la
impuesta por la naturaleza misma del producto o del servicio o
por su función industrial («a.» 91, «frs.» II y IV, LIM).
4) Mixtas. También llamadas compuestas, pues son una
combinación de marcas nominativas y figurativas. La existencia
de este tipo de marcas, permite el registro de denominaciones o
figuras que en forma aislada no son registrables («a.» 91, «fr.»
VI).

VII. Marcas ligadas, colectivas y vinculadas. Esta clasificación


obedece a la relación entre las marcas.
1) Marcas ligadas. Son las que la Secretaría de Comercio y
Fomento Industrial declara como tales, cuando, a juicio, ''sean
idénticas o semejantes en grado tal que puedan confundirse y
amparen los mismos o similares productos o servicios'' («a.» 96
LIM). Para que la transmisión de este tipo de marcas pueda
registrarse, es necesario que su titular las transfiera todas ellas a
la misma persona («a.» 143 LIM); sin embargo si dicho titular
considera ''que no existirá confusión en caso de que algunas de
ellas fuera utilizada por otra persona'' ''podrá solicitar que sea
disuelta la relación establecida'', debiendo resolver en definitiva
lo que proceda, dicha Secretaría (a. 97 LIM).
2) Marcos colectivas. Es el signo destinado a ser colocado
sobre mercancías para indicar especialmente que han sido
producidas o fabricadas por un grupo de personas o en una
localidad, región o país determinado (Rangel Medina). La LIM
no las regula.
3) Marcas vinculadas. El «a.» 127 de la LIM se refiere a estas,
en el sentido de que ordena que: ''Toda marca de origen
extranjero o cuya titularidad corresponda a una persona física o
moral extranjera, que esté destinada a amparar artículos
fabricados o producidos en territorio nacional, deberá usarse
vinculada a una marca originariamente registrada en México''.
Se excluyen de la obligación anterior las marcas de servicios,
los avisos comerciales y los nombres comerciales, cuando no se
usen como marca, así como las marcas sin denominación.

VIII. Marcas y leyendas obligatorias. La LIM ordena (a. 119)


que: ''los productos nacionales protegidos por marcas
registradas en México, deberán llevar ostensiblemente la
leyenda 'marca registrada', su abreviatura 'mar. reg.' o las siglas
'M.R.''' Su omisión, aun cuando no afecta la validez de la marca,
impide a su titular el ejercicio de las acciones civiles o penales
correspondientes.
Por lo que hace a las marcas de servicios, la ''leyenda deberá
aparecer tanto en el lugar en que se contraten o presten los
servicios, como en aquellos medios capaces de presentarla
gráficamente''.
Igualmente se previene (a. 120 LIM) que: ''En los productos de
elaboración nacional deberá indicarse la ubicación de la fábrica
o lugar de producción. Cuando dichos productos se fabriquen en
el extranjero, tal indicación será la que corresponda al territorio
nacional''.
Por otra parte, tratándose de ''productos nacionales en los que
se utilicen marcas, registradas o no, deberán ostentar en forma
clara y visible la leyenda ''Hecho en México''; y en cuanto a los
productos de exportación, estos deberán ostentar, además, la
contraseña que en su caso, establezca la Secretaría de Comercio
y Fomento Industrial, en la forma y dimensiones que se fijen (a.
121 LIM).
En cuanto al uso obligatorio de marcas en cualquier producto,
compete a la Secretaría de Comercio y Fomento Industrial,
declararlo, por razones de interés público (a. 125 LIM). Al
efecto se han publicado tres decretos en el «DO», de fechas: 4
de octubre, 29 de noviembre de 1952 y 29 de mayo de 1949, a
través de los cuales se declara obligatorio el uso de marcas en
los artículos de viaje, así como en los cinturones, carteras,
monederos, etc. que se fabriquen total o parcialmente con piel,
en la República; todos los artículos de plata labrada, plateados o
de alpaca que se elaboren en la República o que se pongan a la
venta en ella: y, en las medias ''nylon'' y de otras fibras
artificiales o sintéticas.

IX. Procedimiento de registro. El registro puede solicitarlo el


titular de la marca o persona distinta (a. 92 LIM). Tanto la ley
de la materia como su reglamento, contienen las disposiciones
relativas al registro de la marca (v. «aa.» 100111 LIM y 53 a 58
del RLIM), tales como:
1) Presentación de la solicitud ante la Dirección General de
Invenciones y Marcas, dependiente de la Secretaría de
Comercio y Fomento Industrial, ciñéndose al modelo que se
proporciona en dicha Dirección. Deberá especificarse los
productos o servicios que protegerá la marca. Al efecto el
RLIM contiene una lista de artículos, productos o servicios que
protegen las marcas (a. 56) y se anexarán los documentos
necesarios pan la descripción de la marca.
2) Recibida la solicitud y previo pago de derechos, se procede
al examen administrativo para que la oficina establezca la
satisfacción de los requisitos legales y reglamentarios.
3) Examen de novedad. Con posterioridad a dicho examen
administrativo, se procede al de novedad que consiste en una
comparación entre la marca solicitada y todas las marcas de esa
misma clase que estén vigentes o en trámite (Sepúlveda).
4) Expedición del título: ''Concluido el trámite de la solicitud y
satisfechos los requisitos legales, se requerirá el pago de
derechos por el registro de la marca y expedición del título. De
no cubrirse los derechos dentro del plazo que al efecto se
señale, que no podrá ser menor de ocho días hábil'', se tendrá
por abandonada la solicitud'' (a. 109 LIM).
5) Vigencia de la marca: ''Los efectos del registro de una
marca tendrán una vigencia de cinco años a partir de la fecha
legal. Este plazo será renovable indefinidamente por periodos
de 5 años, de reunirse los requisitos establecidos en la ley de la
materia'' (a. 112 LIM).

X. Tutela de las mareas. Las marcas registradas tienen una


protección jurídica más amplia qué las no registradas, ya que
éstas se protegen únicamente con la acción de competencia
desleal bajo la forma de acción civil de responsabilidad fundada
en el «a.» 1910 del «CC», o bien como acción de nulidad en un
procedimiento administrativo, respecto a otras marcas iguales y
posteriormente registradas («aa.» 93, 147, «fr.» II, y 151 LIM)
(Barrera Graf).
La LIM establece tres tipos de acciones para la tutela de las
marcas: (Barrera Graf).
1) Acción administrativa. Se refiere a la acción de nulidad,
mediante la cual el particular afectado usuario de una marca
registrada ó no, y el Estado, solicitan la declaración respectiva a
la Secretaria de Comercio y Fomento Industrial (a. 151 LIM).
2) Acciones civiles. El «a.» 214 de la LIM establece que:
''Independientemente de la sanción administrativa y del
ejercicio de la acción penal, el perjudicado por cualquiera de las
infracciones y delitos a que esta ley se refiere podrá demandar
del o de los autores de los mismos, la reparación y el pago de
los daños y perjuicios sufridos con motivo de la infracción o del
delito''.
''En la doctrina tres son las acciones civiles que generalmente
se estudian en los casos de uso ilegal de una marca registrada: la
acción inhibitoria, la de daños y perjuicios y la de destrucción
de las marcas ilícitamente fabricadas (a. 2028 «CC»). Aquella
tiende a obtener del juez civil una sentencia de condena que
prohiba al usuario ilegal el empleo futuro de la marca materia
de litigio, respecto a productos iguales o semejantes a aquellos
que han sido reservados por el titular de la marca registrada. La
acción de indemnización que es una acción eminentemente
patrimonial, busca obtener la reparación de los daños y
perjuicios sufridos por el actor, como consecuencia del proceder
ilícito del demandado'' (Barrera Graf).
3) Acciones penales. La doctrina estudia cinco, a saber: la
acción de invasión; de imitación, de falsificación, la de uso
ilegal de la marca y de la competencia desleal (a. 211 LIM).
Para el ejercicio de la acción penal se requerirá la previa
declaración de la Secretaría de Comercio y Fomento Industrial
''en relación con la existencia del hecho constitutivo del delito
de que se trate'' (a. 213).
Son competentes los tribunales de la federación para conocer
tanto de los delitos como de las controversias civiles que se
susciten con motivo de la aplicación de la ley cuando dichas
controversias afecten únicamente intereses particulares, podrán
conocer de ellas a elección del actor, los tribunales del orden
común (a. 215).

XII. Legislación vigente en torno a las marcas.


1) Nacional. LIM (DO 10 II-1976); RLIM (DO 20-II-1981);
Reglamento de la Ley de Inversiones y Marcas; en materia de
Transferencia de Tecnología y Vinculación de Marcas (DO 14-
X-1976); Decreto por el que se otorga ampliación, por un año
más de plazo de dos, a que se refiere el «a.» decimosegundo
transitorio de la LIM (DO 6-II-1978), Acuerdo mediante el cual
se concede en lo general ampliación por un año, cuando a partir
der 29 de diciembre del año en curso, para dar cumplimiento a
las obligaciones consignadas en los «aa.» 127 y 128 de la LIM
(DO 13-XII-1979), Acuerdo por el que se concede en lo general
ampliación por un año, contado a partir del 29 de diciembre de
1980, para el cumplimiento de las obligaciones a que se refieren
los «aa.» 127 y 128 de la LIM (DO 30-XII-1980 y 2-II-1981);
Acuerdo mediante el cual se concede en lo general, ampliación
por un año, contado a partir del 29 de diciembre de 1981 (DO 9-
XII-1981), Decreto que declara obligatorio el uso de marcas en
los artículos de viaje, así como en los cinturones, carteras,
monederos, etc., que se fabriquen total o parcialmente con piel
en la República (DO 4-X-1952); Decreto que declara
obligatorio el uso de marcas para todos los artículos de plata
labrada, plateados o de alpaca, que se elaboren en la República
o que se pongan a la venta en ella (DO 29-XI-1952); Decreto
que declara obligatorio el uso de marcas para las medias nylon
y de otras fibras artificiales o sintéticas (DO 24-V-1949);
Decreto que declara obligatorio el uso de marcas para las
prendas de vestir (DO 21-X-1952); Ley sobre el Control y
Registro de Transferencia de Tecnología de uso y Explotación
de Patentes y Marcas (DO 11-I-1982); Aviso a los industriales,
comerciantes y público en general, sobre la norma oficial
número Z-9-1978, emblema denominado hecho en México (DO
8-III-1978).
2) Internacional. Decreto por el que se aprueban las revisiones
que se hicieron en Estocolmo, Suecia, el 14 de julio de 1967, al
Convenio de París para la protección de la propiedad industrial,
del día 20 de mano de 1883 (DO 5-III-1976); Decreto por el que
se promulga el Convenio de París para la protección de la
propiedad industrial, adoptado en Estocolmo el 14 de julio de
1967 (DO 27-VIII-1976.

MATERNIDAD
I. (De materno, estado o calidad de madre.) La maternidad tiene
en derecho varios efectos: en relación a la filiación; al ejercicio
de la patria potestad; a los alimentos a las sucesiones; en las
relaciones laborales; en el establecimiento de la punibilidad, etc.

II. Por lo que se refiere a la filiación, el «a.» 360 «CC»


especifica que ésta resulta con respecto a la madre del solo
hecho del nacimiento. Este hecho puede ser investigado por el
hijo habido fuera del matrimonio o por sus descendientes,
pudiendo probarse por cualquier medio ordinario excepto
cuando se trate de imputar la maternidad a una mujer casada,
salvo que la investigación se deduzca de una sentencia, ya sea
civil o penal («aa.» 385 y 386 «CC»).
Esta acción sólo puede ser intentada en vida de la supuesta
madre («a.» 388 «CC»); a menos que hubiere fallecido durante
la minoría de edad del hijo en cuyo caso podrá intentarse dentro
de los cuatro años siguientes a la mayoría de edad.
Una vez establecida la maternidad y la filiación, el hipo tiene
derecho a llevar el o los apellidos de la madre dependiendo si
sólo se establece la maternidad o la maternidad y la paternidad;
a ser alimentado por la madre y a percibir la porción hereditaria
y los alimentos que fije la ley («a.» 389 «CC»).
Como el derecho a percibir alimentos es recíproco, la madre
también lo tendrá respecto del hijo al igual que en relación a la
porción de la herencia.
Asimismo, la madre ejercerá la patria potestad en los términos
del ordenamiento civil.

III. El «a.» 123, «fr.» V, de la C garantiza el goce de ciertas


prerrogativas para las mujeres embarazadas entre las que está el
descanso con goce de sueldo de seis semanas anteriores a la
fecha aproximada para el parto y de seis semanas posteriores al
mismo. Además de ello, en el periodo de lactancia la madre
gozará de dos descansos extraordinarios por día, de media hora
cada uno, para alimentar a su hijo.
Por su parte, el «tít.» quinto de la «LFT» consagra una serie de
modalidades cuyo propósito, en los términos del «a.» 165 de la
propia ley, es la protección de la maternidad.

MEDICINA FORENSE
I. Es la rama de la medicina que se encarga del estudio
fisiológico y patológico del ser humano en lo que respecta al
derecho.

II. Aunque existen hallazgos que hablan de circunstancias


legales aclaradas por médicos en épocas antiguas, p.e., el
Código de Hammurabi o la orden de Numa Pompilio en Roma,
que ordenaba a los médicos examinar a las mujeres
embarazadas que morían, no podemos hablar ciertamente de
una medicina forense estructurada como tal. Para el año de
1209 el Papa Inocencio III ordenó que los médicos visitaran a
los heridos.
Sólo en el año de 1248, en China, aparece el primer libro de
medicina forense, titulado Hsi Yuan Lu que mencionaba tipos
de lesiones, armas, formas de estrangulación y ahorcamiento.
Dentro del periodo de la Edad Media, la medicina forense, al
igual que muchas otras ciencias, se ve disminuida por el
oscurantismo reinante, quedando sólo el antecedente de que se
clasificaban las lesiones con el objeto de lograr
indemnizaciones.
En el año de 1507 se promulga en Alemania el libro de leyes
Constitutio Banbergensis Criminalis, que ordenaba la consulta
médica en casos de infanticidios y lesiones. Este libro fue
modelo de la Constitutio Criminalis Carolina, publicada en
1532, en donde se habla de ensanchar las heridas para
comprobar su profundidad y trayectoria. En 1575 sale a la luz la
obra de Ambrosio Paré, francés, considerado como el padre de
la medicina forense. En este libro aborda problemas de asfixias,
heridas, ensamblamientos, virginidad y otros. Juan Felipe
Ingrassia, en 1578, publica un trabajo de recopilación que fue
recibido con buena crítica por los investigadores de la época. En
1958 se publica en Italia la obra de Fortunato Fidelis, en la cual
intenta diferenciar entre accidentes y homicidios en ahogados.
En 1603, en Inglaterra, Enrique IV confió a su primer médico la
organización de lo que hoy podríamos llamar servicio médico
forense, ya que para tal efecto se nombraron dos peritos
médicos en todas las poblaciones del reino. En 1621, Pablo
Zachia publica su libro Cuestiones médico-legales, en que da
forma a la medicina forense, tratando temas como partos,
demencia, venenos, impotencia y otros más. En 1682, Schriyer,
de Presburgo, hace el primer experimento de la medicina
forense, una docimasia pulmonar. En 1796, Fodere publica en
Estrasburgo una voluminosa obra titulada Traité de medicine
légale et d'hygiene, que coincide con System einer volständigen
medizinischen Polizei, de Johann Peter Frank, en Viena. Estas
obras fueron consideradas como grandes adelantos en su época.
De capital importancia es la obra de Matthieu Joseph
Bonaventura Orfila, el padre de la toxicología, y que abrió
nuevos caminos a la medicina forense. En 1875, Cesare
Lombroso, médico veronés, publica su obra Tratado
antropológico experimental del hombre delincuente obra que
vendría a cambiar el panorama de las ciencias penales al desviar
el estudio del delito hacia el estudio del delincuente.

III. En México el primer titular de la cátedra de medicina


forense fue el doctor Agustín de Arellano, el 27 de noviembre
de 1833, sustituyéndole sucesivamente el doctor Casimiro
Arteaga, J. Ignacio Durán y Lucio Robledo Espejo. En 1838
tomó la cátedra José y Febles, quien, impresionado por la
escuela española, representada en esa época por Mata y Peyró
Rodrigo, la impone, para dejarla poco después y seguir con la
alemana de Casper y terminar con la francesa de Briand y
Chaudé. Sin embargo, el verdadero creador de la medicina
forense mexicana es el doctor Luis Hidalgo y Carpio, quien
integra la comisión que crearía el Código Penal puesto en vigor
por Benito Juárez en 1872 y escribe un compendio en
colaboración con el doctor Gustavo Sandoval. En México
destacan en la cátedra de la medicina forense nombres como
Agustín Andrade, Nicolás Ramírez de Arellanos, Samuel
García, Francisco Castillo Najera, Luis Contreras y José Torres
Torrija.
MEDIOS DE IMPUGNACIÓN
I. Configuran los instrumentos jurídicos consagrados por las
leyes procesales para corregir, modificar, revocar o anular los
actos y las resoluciones judiciales, cuando adolecen de
deficiencias, errores, ilegalidad o injusticia.

II. Se trata de una institución sumamente compleja que ha


ocasionado numerosos debates, por lo que, sin adentrarnos en
los diversos planteamientos doctrinales, tomaremos en
consideración la clasificación de los medios de impugnación en
tres sectores, estimados de manera flexible y que se han
denominado: remedios procesales, recursos y procesos
impugnativos.
A) Entendemos como remedios procesales los medios que
pretenden la corrección de los actos y resoluciones judiciales
ante el mismo juez que los ha dictado, pero tomando en
consideración que en algunos supuestos resulta difícil trazar una
frontera claramente delimitada entre dichos remedios y algunos
recursos procesales podemos señalar la aclaración de sentencia,
la revocación y la excitativa de justicia.
a) La aclaración de sentencia no se encuentra regulada
expresamente en la mayoría de los códigos procesales
mexicanos, pero constituye una práctica constante de nuestros
tribunales, y además, existen varias disposiciones legales que
consagran esta institución a través de la instancia de parte
afectada, en la cual, presentada dentro de un breve plazo,
generalmente de tres días, debe señalar con toda claridad la
contradicción, ambigüedad u oscuridad del fallo, cuyo sentido
no puede variarse, de acuerdo con lo dispuesto por los «aa.» 84
«CPC»; 223 «CFPC»; 847 «LFT», y 351 y 359 «CFPP».
b) En segundo término debe considerarse la llamada
revocación, estimada como la impugnación que la parte
afectada puede plantear ante el mismo juez o tribunal que dictó
la resolución procedimental cuando ésta no puede ser combatida
a través de un recurso, con el propósito de lograr su
modificación o sustitución. Así lo disponen los «aa.» 227-230
«CFPC»; 312 y 413 «CPP», 361-362 «CFPP», así como los
«aa.» 684 y 685 del «CPC», el cual califica como reposición el
citado instrumento cuando se hace valer contra resoluciones del
Tribunal Superior de Justicia del D.F. (TSJDF).
c) Se puede considerar también dentro de esta categoría, pero
únicamente para la materia fiscal federal, a la llamada excitativa
de justicia regulada por los «aa.» 240 y 241 del «CFF», de
acuerdo con los cuales, las partes en un proceso que se tramite
ante una de las salas regionales del Tribunal Fiscal de la
Federación (TFF) pueden presentar la citada excitativa ante la
sala superior del propio tribunal cuando los magistrados
instructores no elaboren los proyectos respectivos dentro de los
plazos señalados por el propio «CFF». En tal virtud la
podríamos estimar como una queja o reclamación por retardo en
el pronunciamiento de las resoluciones respectivas.

III. B) El sector más importante de los medios de impugnación


está constituido por los recursos, es decir, por los instrumentos
que se pueden interponer dentro del mismo procedimiento, pero
ante un órgano judicial superior, por violaciones cometidas
tanto en el propio procedimiento como en las resoluciones
judiciales respectivas. Para lograr una sistematización de una
materia excesivamente compleja, consideramos conveniente
utilizar la clasificación elaborada por la doctrina más
autorizada, que divide a los recursos procesales en tres
categorías: ordinarios, extraordinarios y excepcionales.
a) El recurso ordinario por antonomasia y que posee
prácticamente carácter universal, es el de apelación, a través del
cual, a petición de la parte agraviada por una resolución
judicial, el tribunal de segundo grado, generalmente colegiado,
examina todo el material del proceso, tanto fáctico como
jurídico, así como las violaciones del procedimiento y de fondo,
y como resultado de esta revisión, confirma, modifica o revoca
la resolución impugnada, sustituyéndose al juez de primera
instancia, o bien, ordena la reposición del procedimiento,
cuando existen motivos graves de nulidad del mismo.
Podemos dividir el examen de la apelación en los códigos
procesales mexicanos en dos sectores que siguen principios
similares cada uno de ellos, es decir, en la materia civil y
mercantil por una parte, y penal por la otra, tomando en
consideración que, en principio, los procesos fiscal,
administrativo y laboral son de un solo grado, salvo algunas
modalidades que mencionaremos brevemente.
1) De acuerdo con lo establecido por los códigos modelos,
«CPC» y «CFPC», así como por el «CCo»., se sigue
esencialmente el sistema de la apelación española, tomada de la
Ley de Enjuiciamiento Civil de 1881, con algunos matices. La
apelación civil y mercantil se interpone por la parte agraviada
ante el juez que dictó la resolución impugnada, el cual puede
admitir o desechar y calificar sus efectos de manera provisional,
y de acuerdo con los códigos respectivos dichos efectos se
califican según el criterio tradicional, en devolutivos o
suspensivos o ambos, que en realidad pueden estimarse sólo
como ejecutivos o como suspensivos («aa.» 700 «CPC», 239
«CFPC» y 1339 «CCo».).
Cuando el juez de primera instancia ante el cual se interpone el
recurso desecha la apelación procede la queja («a.» 823 «fr.»
III, «CPC») o la llamada denegada apelación («aa.» 259-266
«CFPC»).
La apelación civil asume dos características en nuestros
códigos procesales, ya que debe mejorarse o formalizarse ante
el tribunal de segundo grado, y además es restringida pues no
implica un nuevo examen dé la controversia. En relación a la
primera característica, el apelante debe acudir ante el organismo
de segunda instancia a formular agravios, y sí no se presentan o
se entregan fuera de plazo se declara desierto el recurso, y por
lo que respecta a su limitación, implica exclusivamente el
análisis de los agravios del apelante o los del apelado en la
apelación adhesiva y sólo se admite el ofrecimiento y desahogo
de nuevos medios de prueba o la presentación de nuevas
defensas, cuando las mismas no se hubieren aportado en la
primera instancia por causas ajenas a la voluntad del apelante, o
no se hubiese tenido el conocimiento de las mismas de manera
oportuna («aa.» 706-708 del «CPC», 253-255 del «CFPC» y
1342 «CCo».).
También debe hacerse una breve referencia a la peculiar
institución denominada apelación extraordinaria, que se ha
considerado como una innovación desafortunada del «CPC»,
que por ello no es adoptada por los códigos locales que lo
siguen directa o indirectamente como modelo. La doctrina ha
señalado que constituye una mezcla de medios impugnativos y
solo existe acuerdo de que no se trata de una verdadera
apelación y que el calificativo correcto es el de extraordinario,
lo que es contrario a la propia apelación que, como hemos
señalado, es el recurso ordinario por excelencia («a.» 717
«CPC»).
2) La apelación penal se regula en nuestros códigos de
procedimientos en forma más flexible que la civil y mercantil,
en cuanto se encuentra inspirada en el principio in dubio pro
reo. En tal virtud no es necesario, como en la apelación civil,
mejorar o formalizar el recurso ante el órgano superior, ya que
los agravios pueden formularse ya sea con motivo de la
interposición o bien en la audiencia de alegatos (esto último
según el «a.» 363 del «CFPP»), y además el tribunal de segundo
grado posee mayores facultades que en materia civil, en virtud
de que el objeto del recurso es amplio, con algunas limitaciones,
pues en esencia implica un nuevo examen de todo el
procedimiento y de las resoluciones impugnadas en primera
instancia, tomando en cuenta que el recurrente puede ofrecer
nuevas pruebas, limitándose sólo la testimonial a los hechos que
no hubiesen sido examinados en el primer grado («aa.» 428 y
429 «CPP»; 386 y 388 del «CFPP», y 830-839 del «CJM»).
Por otra parte, si bien la reposición del procedimiento sólo
puede ordenarse por el tribunal de segundo grado, de acuerdo
con los motivos expresamente señalados en los citados códigos
y a petición de la parte recurrente («aa.» 430 y 431 del «CPP»,
386 y 388 del «CFPP», y 835-839 del «CJM»), el Código
Federal dispone que se podrá suplir la deficiencia de los
agravios cuando exista una violación manifiesta del
procedimiento que hubiese dejado sin defensa al procesado y
que sólo por torpeza o negligencia de su defensor, no fue
combatida debidamente («a.» 387).
3) Es preciso hacer referencia a los recursos calificados como
revisión, pero que en estricto sentido deben considerarse dentro
de la categoría de la apelación. Nos referimos a las
impugnaciones sucesivas reguladas por el «CFF», la primera
denominada revisión y que se interpone por las autoridades
afectadas por una resolución de una sala regional, cuando a
juicio de dichas autoridades se afecten los intereses nacionales;
si esta impugnación se resuelve desfavorablemente a las propias
autoridades por la sala superior del TFF, las primeras pueden
acudir ante la segunda sala de la «SCJ», a través de la llamada
revisión fiscal, que no es sino una segunda apelación federal
(«aa.» 104, «fr.» I, pfos, tercero y cuarto de la C, y 248-250 del
«CFF»).
En segundo termino también recibe el nombre de revisión el
recurso que se interpone contra las resoluciones de los jueces de
distrito en el juicio de amparo ante la «SCJ» o los Tribunales
Colegiados de Circuito (TCC), denominación que tiene su
origen en las leyes de amparo del siglo anterior y los «CFPC»
de 1897 y 1908 que regularon al propio amparo, en virtud de
que entonces el segundo grado se iniciaba por revisión de
oficio; pero actualmente, al exigir la instancia de la parte
afectada, se ha transformado en una verdadera apelación («aa.»
83-94 LA).
4) Otros recursos ordinarios que regula nuestra legislación
procesal reciben los nombres de queja y reclamación, cuya
regulación es muy compleja y varía de acuerdo con los diversos
códigos procesales que los consagran, por lo que desde un
punto de vista muy general se puede afirmar que la queja,
calificada como cajón de sastre por la doctrina, procede
generalmente contra resoluciones de trámite respecto de las
cuales no e admite el recurso de apelación, en tanto que la
reclamación se otorga an los afectados para impugnar las
resoluciones pronunciadas por los jueces o magistrados
instructores o presidentes de sala o del tribunal respectivo, con
motivo de sus facultades de admitir o rechazar demandas y
recursos o poner los asuntos en estado de resolución y se
interpone ante el colegio judicial correspondiente.
c) Los recursos extraordinarios son denominados así por la
doctrina en virtud de que los mismos sólo pueden interponerse
por los motivos específicamente regulados por las leyes
procesales, y además, únicamente implican el examen de la
legalidad del procedimiento o de las resoluciones judiciales
impugnadas, o sea, que comprende las cuestiones jurídicas, en
virtud de que por regla general, la apreciación de los hechos se
conserva en la esfera del tribunal que pronuncio el fallo
combatido. El recurso extraordinario por excelencia es el
recurso de casación, que también es prácticamente universal, si
bien en apariencia dicho medio de impugnación ha
desaparecido de nuestros ordenamientos procesales, al ser
derogado el que regulaban los códigos procesales civiles y
penales del «a.» 9o., transitorio de la «LOTJFC», de 9 de
diciembre de 1919, e implícitamente en el «a.» 30 de la «LA»,
de 19 de octubre del mismo año.
Sin embargo, el recurso de casación subsiste, en virtud de que
fue absorbido por el juicio de amparo contra resoluciones
judiciales, y particularmente el de una sola instancia contra
sentencias definitivas, debido a que asume las características
esenciales de esta institución, y por ello la doctrina ha calificado
a este sector como ''amparo-casación'' («aa.» 158-191 de la LA).
d) Los llamados recursos excepcionales, se interponen contra
las resoluciones judiciales que han adquirido la autoridad de
cosa juzgada, y en numerosas legislaciones reciben el nombre
genérico de revisión. En nuestro ordenamiento podemos señalar
algunos aspectos de la calificada como apelación extraordinaria
(«a.» 717 «CPC»), si bien es discutible su encuadramiento
dentro de esta categoría. El medio de impugnación que resulta
claramente inserto dentro de estos recursos excepcionales, es el
regulado en el proceso penal, tanto en materia local como
federal, y que de manera impropia había recibido la
denominación de indulto necesario, pero que en las reformas
promulgadas en diciembre de 1983 y 1984, a los «CPP» y
«CFPP» respectivamente, se sustituyó dicha expresión
incorrecta por la más adecuada de reconocimiento de la
inocencia del sentenciado, aun cuando los «CPP» y «CJM»
conservan la terminología anterior.
Dicha instancia puede interponerse por una persona que ha
sido condenada, cuando el fallo impugnado con autoridad de
cosa juzgada se apoya en elementos de convicción que
posteriormente son declarados falsos en otro proceso; cuando
con posterioridad se descubren o aparecen documentos públicos
que invaliden la prueba que sirvió de fundamento a la sentencia
condenatoria; cuando se presentare o existiera prueba
irrefutable de la existencia de la persona desaparecida por cuya
causa el inculpado hubiese sido condenado por homicidio;
cuando el reo hubiese sido juzgado por el mismo hecho a que el
fallo se refiere, en otro juicio en el cual hubiese recaído
sentencia firme. Al presentarse estas circunstancias, el
procesado puede interponer su solicitud para que se revise
nuevamente el proceso respectivo («aa.» 615-617 del «CPP»,
561-568 del «CFPP» y 873-878 «CJM»).

IV. C) Finalmente una brevísima referencia a los que se pueden


calificar como procesos impugnativos, que son aquellos en los
cuales se combaten actos o resoluciones de autoridad a través de
un proceso autónomo, en el cual se inicia una relación jurídico
procesal diversa. En nuestro ordenamiento procesal podemos
señalar como tales al juicio seguido ante los tribunales
administrativos, particularmente el TFF y el Tribunal de lo
Contencioso Administrativo del D.F. y otros similares, así como
al juicio de amparo de doble instancia, que debe considerarse
como un verdadero proceso, ya que en ambos supuestos existe
una separación entre el procedimiento administrativo o
legislativo en el cual se creo el acto o se dictó la resolución a las
disposiciones impugnadas, y el proceso judicial a través del cual
se combaten.

MEJORAS
I. (De mejorar.) Toda modificación intrínseca o extrínseca,
material de la casa que produce un aumento en su valor
económico.
En derecho mexicano existen tres formas: las mejoras útiles,
las necesarias y las voluntarias. Son mejoras útiles las que sólo
aumentan el valor del predio; son mejoras necesarias aquellas
que se realizan en el predio para impedir la pérdida o el
deterioro de la casa, y son mejoras voluntarias las que sólo
sirven para adorno, lucimiento o recreo.
Además de ellas, que se refieren específicamente a la acción
del hombre sobre la casa, el «a.» 822 «CC» reconoce las
mejoras provenientes de la naturaleza o del tiempo.

II. Los efectos jurídicos de estas formas son varios. Los


encontramos en la posesión («aa.» 810, 815, 819, 822 «CC», en
el usufructo («a.» 1003 «CC») en los casos de evicción («a.»
2133 «CC»), en el arrendamiento («aa.» 2423 y 2424 «CC») y
en las hipotecas («a.» 2896 «CC»).
Por regla las mejoras voluntarias no son abonables a quien las
realizó pudiendo ser retiradas siempre y cuando no se cause
daño a la casa mejorada y realizando las reparaciones que se
causen; y las mejoras útiles y necesarias deben ser resarcidas
por el propietario de la casa, salvo pacto en contrario.

III. Antiguamente se conocía otro tipo denominado mejora


hereditaria. Se refería a la ventaja que el testador concedía a un
heredero en relación a otro. Normalmente esta mejora era de un
tercio o un quinto más para la porción de dicho heredero.
Actualmente esta figura ha desaparecido en el derecho
mexicano.

MENORES
I. (Del latín minor natus referido al menor de edad, al joven de
pocos años, al pupilo no necesariamente huérfano, sino digno
de protección, pues esta última voz proviene a su vez de pupus
que significa niño y que se confunde con la amplia aceptación
romana del hijo de familia sujeto a patria potestad o tutela.)
Desde el punto de vista biológico se llama menor a la persona
que por efecto del desarrollo gradual de su organismo no ha
alcanzado una madurez plena, y desde el punto de vista jurídico
es la persona que por la carencia de plenitud biológica, que por
lo general comprende desde el momento del nacimiento viable
hasta cumplir la mayoría de edad la ley le restringe su
capacidad dando lugar al establecimiento de jurisdicciones
especiales que lo salvaguardan.
Sin embargo, cabe observar, al decir de Guillermo Cabanellas,
que no puede caracterizarse en una situación simplista al menor
de edad contraponiéndolo con el mayor de edad, pues aunque
hay fronteras decisivas como la patria potestad y la tutela, las
legislaciones han fijado una serie de etapas progresivas con el
crecimiento individual para apreciar el grado de capacidad y
responsabilidad de los menores.
El vocablo ''minoridad'' que comprende el concepto abstracto
de la menor edad, se distingue del de ''minoría'' por cuanto éste
se aplica ordinariamente al grupo de miembros de un
conglomerado de personas que votan contra el acuerdo de la
mayoría de sus integrantes.

II. Es notorio que para las organizaciones sociales primitivas, la


minoridad careció de relevancia como no fuera para justificar la
prestación de alimentos y el control educativo a cargo de los
ascendientes, pero el derecho romano se encargo de distinguir
tres periodos durante el transcurso de aquélla, a saber: infancia,
pubertad e impubertad.
Los infantes, que etimológicamente debieron ser en su origen
los que no sabían hablar, comprendían a los menores de siete
años, que fueron considerados como incapaces totales para la
proyección de sus actos.
Los impúberes, que inicialmente debieron incluir a los infantes
por su inaptitud fisiológica para la reproducción, formaban el
siguiente sector que abarcaba desde la conclusión de la infancia
hasta los doce años tratándose de mujeres, y catorce años de
varones.
Los púberes integraban un último tipo encuadrado de la salida
de la impubertad a los veinticinco años, en el cual junto con los
impúberes eran estimados como capaces exclusivamente para la
celebración de actos que los beneficiaran.
Por lo que se refiere a nuestro país, la época precortesiana se
caracterizó con relación a los menores en el derecho del padre
para vender al hijo colocándolo en la condición de esclavo,
costumbre que desapareció con la imposición de la legislación
española de marcada influencia romanista francesa.
A este respecto es digna de mencionarse la labor humanitaria
del obispo fray Juan de Zumárraga, quien desde 1537 promovió
importantes programas en beneficio de los menores pues
rechazó la miserabilidad de los indios como fuente de la
protección que éstos merecían por parte del Estado,
sustituyéndola por el reconocimiento de un verdadero derecho
dentro del estatuto de privilegios que en última instancia vino a
convertirse en la tutela colectiva actual del indígena.

III. Con el fin de ordenar la compleja regulación dada a los


menores, procede su ubicación dentro de las más importantes
disciplinas legales.
Así observamos que en el aspecto sustantivo civil, el «a.» 646
del «CC» señala que ''la mayor edad comienza a los dieciocho
años'', y el «a.» inmediato siguiente, agrega que el mayor de
edad dispone libremente de su persona y bienes, por lo que a
contrario sensu cabe entender que la minoridad abarca desde el
nacimiento viable hasta los dieciocho años cumplidos es decir, a
la hora cero del día siguiente en que se vence dicho plazo.
El «a.» 23 del propio ordenamiento citado indica que la menor
edad constituye una restricción a la personalidad jurídica, ''pero
que los incapaces pueden ejercitar sus derechos o contraer
obligaciones por medio de sus representantes''.
Más adelante se confirma que los hijos menores de edad no
emancipados, se encuentran bajo la patria potestad de sus
ascendientes hábiles y en defecto de dicha sujeción estarán
sometidos a tutela, en la inteligencia de que para el ejercicio de
ambas instituciones en materia de guarda y educación, se
respetarán las modalidades previstas por resoluciones que se
dicten conforme a la Ley sobre Previsión Social de la
Delincuencia Infantil para el Distrito Federal, abrogada y
substituida sucesivamente por la Ley Orgánica y Normas de
Procedimiento de los Tribunales para Menores y sus
Instituciones Auxiliares y la Ley vigente que crea los Consejos
Tutelares del Distrito Federal, de 26 de diciembre de 1973. Esta
última ley faculta a los mencionados Consejos para dictar
medidas tendientes a la readaptación social de menores de
conducta irregular o abandonados, las cuales no pueden ser
alteradas por acuerdo de los juzgados o de cualquier otra
autoridad.
En fin, la regla general en el aspecto civil es que el menor se
encuentra colocado en la condición de incapaz, pero a pesar de
ello se le otorgan posibilidades emergentes conforme a
disposiciones que con carácter de excepción y en razón de su
edad, se anticipan.
Así podemos entender que no obstante la aparente incapacidad
del menor, ésta sólo es relativa, pues si bien cabe declarar la
nulidad de los actos de administración ejecutados y de los
contratos que celebre sin la autorización de su representante y
sin su consulta personal cuando fuere mayor de dieciséis años y
goce de discernimiento, la administración de los bienes que el
pupilo adquiera con su trabajo le corresponde directamente a él
y no a su representante.
Por otra parte se faculta al menor desde los referidos 16 años
para testar para designar tutor de sus herederos, para solicitar la
declaración de su estado de minoridad ante el juez competente,
para proponer a su propio tutor dativo y a su curador, para
elegir carrera u oficio y en general, para denunciar las
irregularidades en que se considere víctima, siempre que no se
trate de obligaciones en que haya sido perito o hubiere actuado
dolosa mente apareciendo como mayor de edad.
También se concede a los menores de catorce años si son
mujeres y de dieciséis años si son varones, el derecho para
contraer matrimonio con la asistencia de sus representantes,
pedir la suplencia del juez para obtener el referido
consentimiento, para celebrar capitulaciones dentro de su
régimen matrimonial, para reconocer hijos y en fin para objetar
la adopción que de ellos quisiere hacer cualquier persona.
En cuanto a la responsabilidad de los menores por la comisión
de actos ilícitos, toca a sus ascendientes, tutores y encargados,
aunque fueren transitorios como los directores de escuelas y
talleres, cubrir los daños y perjuicios que aquéllos causen,
siempre que se hallen bajo un efectivo control de dichos
representantes, quedando al arbitrio del juzgador determinar las
providencias conducentes en el caso de una supuesta
irresponsabilidad a su vez, de dichos representantes, ya que el
menor no debe quedar definitivamente exhonerado sobre todo si
es solvente.
En orden al aspecto penal es indispensable partir del principio
de que los menores son completamente inimputables hasta que
cumplan 18 años de edad, principio al que se llegó tras una
larga evolución iniciada con el Código de 1871 que limitaba
dicho termino en 9 años, seguida por la Ley de Previsión Social
de 1928 que señalaba 15 años, y el Código Almaraz de 1929
que lo aumento hasta los 16.
No obstante, ya dijimos que para los menores infractores de
disposiciones punitivas o de reglamentos de policía y buen
gobierno, y para quienes se encuentren en estado de peligro o de
mero abandono, se justifica la intervención del Consejo Tutelar
para Menores Infractores del D.F. y de otros organismos
similares constituidos para efectos federales o locales llamados
tribunales o comisiones, con fines preventivos o correctivos de
protección y vigilancia.
En materia procesal es de precisarse que la actuación de los
menores dentro del trámite civil o penal respectivo, se limita a
la necesidad de auxiliarlos a través de sus representaciones
permanentes o eventuales y para apreciar el alcance probatorio
de sus informaciones directas. Los más importantes de tales
auxilios corresponden al juez familiar, al Ministerio Público, a
la Dirección General de Servicios Coordinados de Prevención y
Readaptación Social y al Consejo Local de Tutelas como
entidades de orden público («aa.» 776, 895, «fr.» II y 901 del
«CPC», y 225 y 674 del «CPP») independientemente de la
injerencia privada atribuida a los ascendientes, tutores y
curadores.
Por lo que corresponde a la materia administrativa, importa
destacar la asistencia que el poder ejecutivo debe prestar por
conducto de múltiples órganos y dependencias para vigilar y
garantizar el cuidado de los menores.
Al efecto, aparte del Consejo Tutelar mencionado y del
Patronato para Menores del D.F. dependientes de la Secretaría
de Gobernación, existe un llamado Sistema Nacional para el
Desarrollo Integral de la Familia que agrupa la colaboración
protectora de los gobiernos de los estados de la República e
incorpora bajo su control al Consejo Local de Tutelas para el
D.F. previsto por el «CC» en sus «aa.» 631 y ss.
Asimismo, el Departamento del D.F. mantiene diversos asilos,
talleres y refugios en coordinación con intereses de la iniciativa
privada.
Se extiende la restricción de la capacidad de los menores
respecto de otras ramas del derecho, al concederse privilegios a
los trabajadores a partir de los 14 años y a los campesinos desde
los 16 años.

IV. La minoridad se extingue por la llegada ordinaria de la


mayoría de edad por la habilitación eventual que produce, la
emancipación a causa de matrimonio y obviamente por la
muerte del pupilo.

V. Por último, como datos complementarios puede agregarse


que, de acuerdo con estadísticas oficiales recientes, la población
de menores de 14 años en nuestro país es de 46.22 por ciento de
su totalidad y que la del mundo en menores de 24 años, es del
54% de la totalidad de sus habitantes, lo que pone de relieve la
trascendencia del tema aquí analizado.

MERCANCÍAS

I. (En singular, de mercar.) Es ''todo genero vendible'' o


''cualquiera cosa mueble que se hace objeto de trato o venta''.

II. Concepto técnico. Cosa mercantil destinada al cambio. En un


sentido amplio es cosa mercantil toda entidad corporal o
incorporal que no estando excluida del comercio, puede ser
objeto de apropiación («a.» 747 «CC»).
Las cosas excluidas del comercio son aquellas que, por su
naturaleza, no pueden ser poseídas por algún individuo
exclusivamente, p.e., el aire («a.» 748 «CC»), o aquellas que la
ley declara irreductibles a propiedad particular, p.e., el Palacio
de Bellas Artes.
En un sentido restringido, son cosas mercantiles aquellas que
on objeto del tráfico mercantil o sirven como instrumento de
éste, p.e., las mercancías; o bien, aquellas que sirvan como
auxiliar para la realización del tráfico, p.e., la moneda o,
aquellas cuja mercantilidad establezcan las leyes, p.e., los
títulos de crédito («a.» 1o. «LGTOC»).
De lo anterior se desprende que las mercancías son cosas
mercantiles en sentido estricto ''pues son objeto natural del
tráfico mercantil'' y son cosas muebles precisamente, porque
están destinadas al cambio comercial, «i.e.» , deben ser siempre
objeto de compraventa y de especulación, impropias del
consumo del adquirente.
La mercancía, por tanto, ''que es cosa típicamente mercantil, lo
es cuando se encuentra en poder del comerciante, ofreciéndose
al público en busca del eventual comprador; pero deja de ser
mercantil cuando pasa al poder del particular adquirente. Mi
reloj, que era mercancía en el escaparate del comerciante dejo
de ser cosa mercantil al salir del establecimiento comercial; en
mi poder perdió su mercantilidad'' (Cervantes Ahumada, p.
340).
Pero también son cosas mercantiles los inmuebles, porque si
bien se dice que los inmuebles como no pueden transportarse,
tampoco pueden circular y las cosas ''que no pueden ser objeto
de circulación, tampoco pueden serlo del comercio, cuyo fin
esencial es justamente la circulación de los bienes''; también es
verdad que ''la circulación de los bienes no requiere de modo
necesario el que estos puedan físicamente transportarse... p.e.,
las mercancías depositadas en los almacenes generales de
depósito que pueden ser objeto de innumerables transacciones,
de inmensa circulación, sin que nadie las mueva de su lugar y ni
las toque siquiera, bastando para que pasen de un patrimonio a
otro, el simple endoso del certificado de depósito'' (Tena, p. 70).
Incluso, existen arrendadoras financieras cuyo objeto social,
principal, es precisamente la celebración de contratos de
arrendamiento sobre bienes inmuebles.
Y aun también serán mercancías ''los bienes inmateriales,
cuando su tráfico es el objeto de la actividad de una empresa
mercantil. Hemos conocido un comerciante cuya actividad se
concretaba a la compra-venta de derechos derivados de
concesiones mineras. Para esa empresa, la mercancía eran los
derechos con los que especulabas que eran el principal objeto de
sus transacciones comerciales'' (Cervantes Ahumada, p. 434).

III. Legislación: diversas leyes mexicanas regulan los hechos y


actos jurídicos relacionados con las mercancías.
a) Leyes mercantiles: dentro de estas, el «CCo»., que en
múltiples «aa.» se refiere a las mercancías, ya para reputar actos
de comercio las enajenaciones verificadas ''con propósitos de
especulación comercial'' de mercaderías («a.» 75, «fr.» I); ya
para imputar responsabilidad sobre el que la retiene en su poder
a nombre de otro («aa.» 68, «fr.» VII; 69, «fr.» III; 295, 335,
530, 590, «frs.» IV, VIII y IX; 595, «fr.» VI, etc.), bien para
considerar como mercantiles los contratos de transporte por vías
terrestres o fluviales, cuando tienen ''por objeto mercaderías o
cualesquiera efectos de comercio'' («a.» 576, «fr.» I), bien para
considerar como recibidas por el comerciante las mercancías
que en realidad se entregaron a sus empleados («a.» 324), o
para regular los préstamos mercantiles sobre especies («aa.»
359 in fine, y 362, pfo. 2o) y los contratos de compraventa
sobre mercancías («aa.» 373-386).
La «LIC» dedica el c. III, del «tít.» tercero, para regular el
arrendamiento de bienes muebles e inmuebles, cuya actividad
destina a las arrendadoras financieras.
Igualmente dedica un c. especial (II, del «tít.» tercero) para
regular el depósito de las mercancías en los Almacenes
Generales de Depósito.
La «LGTOC» contiene, también, disposiciones sobre el
deposito de las mercancías así como sobre la expedición y
circulación de los títulos de crédito en que consta dicho
depósito, documentos denominados certificados de depósito y
bonos de prenda («aa.» 229-251 y 280-287).
La Ley de Invenciones y Marcas, que se encarga de todo lo
relativo a las marcas, «i.e.» , signos que permiten distinguir la
procedencia y calidad de las mercancías, etc. («aa.» 82, 87-
151).
La LPC, cuya aplicación se hace extensiva a los comerciantes
que celebran con tratos de compraventa de bienes muebles y
que, por ende, contiene normas que regulan dichas relaciones
contractuales que versan precisamente sobre mercancías, p.e.,
sobre su garantía («aa.» 10 y 11), sobre su calidad y contenido
(«aa.» 6, 13, etc.).
b) Leyes administrativas: la Ley Aduanera regula la
importación y exportación de las mercancías e inclusive las
define: ''Para los fines de esta ley, -dice su «a.» 2o-, se
consideran mercancías, los productos, artículos, efectos y
cualesquier otros bienes, aun cuando las leyes los consideran
inalienables e irreductibles a propiedad particular''.
La LVGC, que se refiere a algunas modalidades del transporte
de mercancías («aa.» 57, «fr.» III; 58, «fr.» VI; 64, 66, 69, 71,
etc.).
La «LOAPF», que contiene normas competenciales relativas a
las secretarías de Estado que pueden intervenir, bien sea
produciendo o fomentando la producción de mercancías,
cuando la economía general del país así lo exija («a.» 33, «fr.»
VIII), bien asesorando técnicamente a la iniciativa privada en
torno a problemas de producción de mercancías («a.» 33, fr.
IX), o bien formulando y conduciendo las políticas generales
del comercio del país («a.» 34, fr. I), fijando precios oficiales a
los productos de primera necesidad (a. 34, fr. V), estableciendo
políticas de precios y vigilando su estricto cumplimiento (a. 34,
fr. VII), etc.
Como se puede apreciar, casi todas las leyes mexicanas, de
todas las materias, contienen disposiciones relativas a las
mercancías, por lo que no es dable enumerarlas todas.

IV. Ahora bien, hemos dicho que la mercancía es una cosa


mercantil y que como tal puede ser objeto de apropiación; pero
también son cosas mercantiles los títulos de crédito, los buques,
la empresa mercantil y la moneda, pero no son mercancías por
diversas razones.
La moneda, si bien es una cosa mercantil, es una medida del
valor económico precisamente, entre otros, de las mercancías un
medio de cambio, un patrón de pagos, y su característica
principal consiste en su poder libertario, «i.e.» ningún acreedor
puede rehusarse a recibir monedas de curso legal como pago de
sus crédito. (a. 635 «CCo»., y 2o, 4o, y 5o, LM), aunque
conviene aclarar que la moneda extranjera, cuando es objeto de
transacciones comerciales en la República, se considerará como
mercancía (a. 639 «CCo».).
Los títulos de crédito, porque no tienen un valor por sí, sino un
valor incorporado, en forma semejante al dinero (Rodríguez y
Rodríguez, p. 445).
Los buques tienen la característica material de ser
instrumentos del comercio marítimo; son medios para realizar
un trafico mercantil, pero en sí mismos no son objeto de tráfico,
sino excepcionalmente.

MINISTERIO PÚBLICO
I. Es la institución unitaria y jerárquica dependiente del
organismo ejecutivo, que posee como funciones esenciales las
de persecución de los delitos y el ejercicio de la acción penal;
intervención en otros procedimientos judiciales para la defensa
de intereses sociales, de ausentes, menores e incapacitados, y
finalmente, como consultor y asesor de los jueces y tribunales.

II. La legislación española que se aplicó durante la época


colonial denominó a los integrantes de esta institución
''promotores o procuradores fiscales'' con tres atribuciones
principales: a) defensores de los intereses tributarios de la
Corona, actividad de la cual tomaron su nombre; b)
perseguidores de los delitos y acusadores en el proceso penal, y
c) asesores de los tribunales, en especial de las audiencias, con
el objeto de vigilar la buena marcha de la administración de
justicia.
Esta orientación predominó en los primeros ordenamientos
constitucionales de nuestro país, pues basta señalar que el
Decreto Constitucional para la Libertad de la América
Mexicana, expedido en Apatzingán en 1814; la C de 1824, las
Siete Leyes de 1836, y las Bases Orgánicas de 1843, situaron a
los citados procuradores o promotores fiscales como integrantes
de los organismos judiciales, con las actividades tradicionales
mencionadas con anterioridad, pero sin establecer un verdadero
organismo unitario y jerárquico.
La institución empieza a perfilarse con caracteres propios en la
C de 1857, en cuyo «a.» 91, que no fue objeto de debates en el
Constituyente, se dispuso que la «SCJ» estaría integrada por
once ministros propietarios, cuatro suplentes, un fiscal y un
procurador general; todos electos en forma indirecta en primer
grado para un periodo de seis años («a.» 92) y no requerían de
título profesional sino exclusivamente: ''estar instruidos en la
ciencia del derecho, a juicio de los electores'' («a.» 93).
Sin embargo, esta tradición hispánica sufrió una modificación
sustancial, al menos en su aspecto orgánico, con motivo de la
reforma de 1900 a los «aa.» 91 y 96 de la citada C de 5 de
febrero de 1857, la que suprimió de la integración de la «SCJ»
al procurador general y al fiscal y por el contrario estableció
que: ''los funcionarios del Ministerio Público (MP) y el
procurador general que ha de presidirlo, serán nombrados por el
Ejecutivo'', con lo cual se introdujo la influencia francesa sobre
la institución.
En los «aa.» 21 y 102 de la C vigente, de 5 de febrero de 1917,
se advierten varios cambios en la regulación del MP, en virtud
de que se le desvinculó del juez de instrucción, confiriéndosele
en el primero de los preceptos mencionados, la facultad
exclusiva de investigación y persecución de los delitos, así
como el mando de la policía judicial, esta última como un
cuerpo especial, y además, al consignarse en el citado «a.» 102
de la C las atribuciones del Procurador General de la República
además de las que se le habían conferido a partir de la Ley
orgánica de 16 de diciembre de 1908 como jefe del MP, se le
asignó una nueva facultad, inspirada en la figura del Attorney
General de los Estados Unidos, es decir, la relativa a la asesoría
jurídica del Ejecutivo federal.

III. Por lo que se refiere a su situación actual, en las leyes


orgánicas del MP, tanto en la esfera federal como en la de las
entidades federativas, se advierte la preocupación esencial de
regular de manera predominante la función de investigación y
persecución de los delitos y se deja en un segundo término tanto
la asesoría jurídica del gobierno introducida en la C de 1917
como su intervención en otras ramas procesales.
Esta concentración de facultades persecutorias se observa en
los códigos de procedimientos penales, si se toman como
modelos el federal de 1934 y el distrital de 1932 (seguidos en lo
esencial por los restantes de las entidades federativas), los que
atribuyen de manera exclusiva al propio MP la investigación de
los delitos con el auxilio de la policía judicial, cuerpo
especializado que se encuentra a su servicio. Un aspecto
esencial que observamos en la orientación de los citados
códigos actualmente en vigor, es el otorgamiento al MP del
llamado ''monopolio del ejercicio de la acción penal'', que
deriva de una interpretación que consideramos discutible, del
«a.» 21 de la C, lo que significa que son los agentes de la
institución los únicos legitimados para iniciar la acusación a
través del acto procesal calificado como ''consignación'', que
inicia el proceso; que el ofendido y sus causahabientes no son
partes en sentido estricto en el mismo proceso, y sólo se les
confiere una limitada intervención en los actos relacionados con
la reparación del daño o la responsabilidad civil proveniente del
delito, tomando en cuenta que la citada reparación es un aspecto
de la pena pública.
Por otra parte, en el sistema procesal penal mexicano, el MP
posee plena disposición sobre los elementos de la acusación, en
virtud de que puede negarse a ejercitar la acción penal, y una
vez que la hace valer está facultado para formular conclusiones
no acusatorias o desistirse de la propia acción en el curso del
proceso (si bien esta última institución, muy controvertida, ha
sido sustituida en las reformas al «CFPP» publicadas en
diciembre de 1983, por la de promoción del sobreseimiento y de
la libertad absoluta del inculpado «aa.» 138 y 140), aun cuando
estas dos determinaciones son objeto de un control interno, de
manera que la decisión final corresponde a los procuradores
respectivos, como jefes del MP. La situación de mayor
trascendencia se presenta respecto de las conclusiones no
acusatorias o el desistimiento de la acción penal (o promoción
de sobreseimiento), ya que obligan al juez de la causa a dictar
sobreseimiento, el cual equivale a una sentencia absolutoria de
carácter definitivo. Además, estas determinaciones del MP no
pueden ser impugnadas por los afectados a través del amparo,
en virtud de que la jurisprudencia habla establecido que, en ese
supuesto, el MP no actúa como autoridad sino como parte:
argumento que consideramos poco convincente (tesis 198,
Apéndice al «SJF», 1917-1975 segunda parte, Primera Sala, p.
408), y que ya no figura en el Apéndice al propio Semanario
publicado en 1985.

IV. Otros dos aspectos que debemos mencionar brevemente son


los relativos a la intervención del MP tanto en el proceso civil
como en el juicio de amparo, en los cuales la situación del
llamado ''representante social'' es todavía indefinida. Por lo que
se refiere al enjuiciamiento civil (comprendiendo el mercantil y
más recientemente el de las controversias familiares), el MP
puede intervenir como parte principal cuando lo hace en
defensa de los intereses patrimoniales del Estado, ya sea como
actor o como demandado, e inclusive el «a.» 102 de la C
establece la intervención personal del procurador general de la
República en las controversias que se suscitaren entre dos o más
estados de la Unión, entre un estado y la federación o entre los
poderes de un mismo estado, es decir, en los supuestos previstos
por el diverso «a.» 105 de la C, que se han planteado
excepcionalmente.
En otra dirección, el MP interviene en los procesos civiles en
representación de ausentes, menores o incapacitados; en la
quiebra y suspensión de pagos, así como en los asuntos de
familia y del estado civil de las personas, y lo hace, ya sea como
parte accesoria o subsidiaria o como simple asesor de los
tribunales, a través de una opinión cuando existe interés público
en el asunto correspondiente. Sin embargo, los códigos de
procedimientos civiles respectivos, y nos referimos de manera
esencial al «CPC» de 1932, que es al que siguen un buen
número de códigos de las entidades federativas, así como al
«CFPC» de 1942, al regular la situación del MP en el proceso
civil mexicano, determinan de manera deficiente esta
intervención procesal del ''representante social'', y en la práctica
su actividad es todavía más restringida en cuanto generalmente
adoptan una actividad pasiva y hasta indiferente, y por lo que se
refiere a sus atribuciones consultivas, significan, salvo
excepciones, un trámite al cual los juzgadores le conceden
escasa importancia por su superficialidad y, además, debido a
que carecen de carácter vinculante.

V. Por lo que se refiere al juicio de amparo, las intervenciones


del MP tienen carácter peculiar, pues prescindiendo de la forma
en que las regularon los ordenamientos anteriores, la «LA»
vigente de 1935 le otorga expresamente la calidad de parte en
su «a.» 5., «fr.» IV, pero reducida a la elaboración de un
dictamen calificado de ''pedimento'', cuya importancia se redujo
aún más en la reforma de 1951 a dicho precepto, puesto que se
le facultó para abstenerse de intervenir en el caso de que a su
juicio, no exista interés público. Tratándose de un órgano asesor
del juez del amparo, tanto la doctrina como la jurisprudencia lo
han calificado de ''parte reguladora'' o ''parte equilibradora'', que
no es tomada realmente en serio por el juzgador, pues los
dictámenes respectivos, salvo excepciones, son de tal manera
superficiales debido al número tan elevado de asuntos en los
cuales debe opinar el MP, que se les considera como un mero
trámite que no influye en la decisión del tribunal respectivo.
En la reforma de mayo de 1976 al citado «a.» 5o., «fr.» IV, de
la «LA», se pretendió rescatar la dignidad del MP federal como
parte del juicio de amparo, y se le confirió la facultad de
interponer los recursos establecidos en la misma «LA»; pero
este intento carece de resultados prácticos, en virtud de que la
intervención puramente formal de la institución no le permite su
participación real como parte en sentido estricto, pues equivale
a la figura del propio MP obligado a interponer la ''casación en
interés de la ley'' regulada por otros ordenamientos y que no ha
funcionado en los países en los cuales se ha establecido. Pero en
cambio ha pasado desapercibida tanto para la doctrina como
para la jurisprudencia la intervención del MP como una
verdadera parte en el juicio de amparo y ello ocurre de acuerdo
con el «a.» 180 de la «LA», que le otorga el carácter de ''tercero
perjudicado'' en el amparo de una sola instancia que solicita el
acusado contra la sentencia condenatoria pronunciada por el
juez ordinario (en el supuesto de un sobreseimiento o de una
sentencia absolutoria, el propio MP no esta facultado para
interponer el amparo), y en esa hipótesis se entiende que se trata
del agente del MP (federal o local) que ha llevado la acusación
en el proceso en el cual se pronuncio el fallo que se reclama.

VI. A través de una breve referencia a la atribución que el «a.»


102 de la C otorga al procurador general de la República (y que
las leyes orgánicas del MP o de las procuradurías, del D.F. y de
las restantes entidades federativas confieren a sus respectivos
procuradores), como asesor jurídico del gobierno federal,
podemos señalar que existe una controversia que se planteo
primeramente en el Congreso Jurídico Mexicano de 1932 entre
los distinguidos juristas mexicanos Luis Cabrera y Emilio
Portes Gil, este último como procurador general de la República
en esa época sobre la conservación de la estructura actual, o
bien como lo proponía el primero, que se dejara a la
Procuraduría su función de asesoría jurídica y se estableciera un
organismo específico para el MP federal, autónomo del
ejecutivo federal.

VII. Finalmente, es preciso señalar que en el ordenamiento


mexicano actual se ha privado al MP de su función histórica de
la defensa de los intereses tributarios del Estado, si se toma en
consideración que a partir del decreto de 30 de diciembre de
1948 que estableció la Procuraduría Fiscal de la Federación
como dependencia de la Secretaría de Hacienda, se otorgo a
esta institución la defensa jurídica de los intereses fiscales de la
federación, si bien no en forma directa tratándose de las
infracciones penales en contra de tales intereses, pues entonces
debe limitarse a efectuar la denuncia respectiva ante el MP
federal. Este ejemplo ha sido seguido por el Departamento del
D.F. y por los gobiernos de las restantes entidades federativas,
las que han encomendado a procuradores fiscales esta
atribución, que tenía una gran importancia en la tradición
española de la institución.

MONARQUÍA
I. Forma de gobierno en la cual el poder supremo se atribuye a
un solo individuo que recibe el nombre de rey, monarca o
emperador, y que accede al poder por derecho de nacimiento
(monarquía hereditaria) o elección (monarquía electiva). Ya
Aristóteles en su Política señaló a la monarquía como una de las
formas rectas de gobierno. Maquiavelo, al dividir en El Príncipe
las formas de gobierno, la denomino principado; pero en
nuestros días el lenguaje político ha preferido usar la
denominación aristotélica.
En la historia política de Occidente la monarquía se ha
concebido como ilimitada o absoluta, o limitada, según que el
poder del monarca considere superior a la ley, o que se
encuentre obligado al respeto de una ley suprema que delimita
el ejercicio de dicho poder y que lo divide entre varios órganos
del Estado.

II. En México, la forma de gobierno monárquico se ha


establecido en diferentes épocas de su historia política.
Bajo la dominación española, la Nueva España fue
considerada jurídicamente como un reino incorporado a la
Corona castellana, en virtud de la concesión pontificia de
Alejandro VI a los reyes católicos consignada en las Bulas
Alejandrinas de 1493. Por esta incorporación el gobierno de la
Nueva España fue determinado por el de Castilla, el cual desde
el siglo XV iba a adquirir cada vez con mayor intensidad las
características de una verdadera monarquía absoluta. De esta
manera y como parte integrante de aquella Corona la forma de
gobierno en nuestro país fue hasta 1812, la monarquía absoluta,
bajo la dirección inmediata de un virrey que representaba en el
territorio novohispano a la suprema autoridad de dicha
monarquía: el rey español. El carácter absoluto se acentuó
decididamente en el siglo XVIII bajo la dinastía de los borbones
por la influencia de las ideas del despotismo ilustrado. Sin
embargo, esta dinastía debió doblegarse ante el empuje de las
ideas políticas que señalaban el origen del poder público en la
voluntad popular, y que su ejercicio debería estar dividido en
diversos órganos públicos, cuyas funciones estarían
determinadas y limitadas en un documento previo y superior a
todos ellos: la Constitución.

III. Fue la Constitución Política de la Monarquía Española,


promulgada en Cádiz por las Cortes españolas el 19 de marzo
de 1812, el documento de derecho público que formalizó por
primera vez en España y sus dominios el establecimiento de la
monarquía constitucional de tipo moderno. Su «a.» 14 señaló
que el gobierno de la nación española sería una ''monarquía
moderna hereditaria''. Al rey se le confirió la facultad de
ejecutar las leyes, pero su autoridad quedó limitada por el «a.»
3, que estableció que la soberanía residiría exclusivamente en la
nación española: la reunión de todos los españoles de ambos
hemisferios; y el «a.» 10 determinó su territorio. De esta forma
en la C gaditana desapareció la tradicional división política que
distinguía entre coronas y reinos y nacía un nuevo concepto
unitario para definir el conjunto de esos antiguos territorios
peninsulares y ultramarinos: la nación española, cuya forma de
gobierno sería la monarquía constitucional. La Nueva España,
con la Nueva Galicia y la península de Yucatán quedaron
integradas, conforme lo dispuesto por el «a.» 10, con igual
carácter y jerarquía que los territorios peninsulares, a la nación
y por lo tanto sujeta a su forma de gobierno. Al suprimirse por
Fernando VII la C de Cádiz no vario la forma de gobierno de
dichos territorios sino su carácter, pues se volvió al viejo
sistema de monarquía hereditaria absoluta.

IV. El «a.» 2 del Plan de Iguala, firmado por Iturbide el 24 de


febrero de 1821, se refirió a la América septentrional (México)
como un reino y el «a.» 3 señaló que su gobierno, una vez
independizado de España, sería el ''monárquico templado por
una Constitución análoga al país''. Son los Tratados de Córdoba
los que constituyeron formalmente a la América septentrional
como ''imperio mexicano'' y establecieron para éste un sistema
de gobierno ''monárquico, constitucional moderado''. Así lo
ratificaron el Acta de la Independencia Mexicana de 28 de
septiembre de 1821, las Bases Constitucionales aceptadas por el
primer congreso mexicano de 1824, y el Reglamento
Provisional Político del Imperio Mexicano. En consecuencia, la
monarquía constitucional hereditaria fue la primera forma de
gobierno de México como Estado independiente bajo la única
cabeza de Agustín de Iturbide, por rechazo al trono mexicano
de Fernando VII y los demás designados en Iguala y Córdoba.
Este primer sistema monárquico mexicano término el 8 de abril
de 1823, al decretar el Congreso constituyente su supresión.
Durante la vigencia de esta monarquía fueron expedidas varias
disposiciones legislativas que estrictamente hablando
constituyen las primeras manifestaciones del derecho mexicano.

V. Los ulteriores intentos por establecer el gobierno


monárquico en nuestro país empezaron a gestarse hacia 1840,
cuando José Ma. Gutiérrez Estrada publicó su celebre carta en
favor de la monarquía, como medio para salvar al país de la
anarquía y de la influencia de los Estados Unidos, a través del
periódico El Tiempo en el cual colaboro destacadamente Lucas
Alamán. Dos años más tarde se fundo El Universal, desde el
cual los monarquistas mexicanos trataron de mover la opinión
pública hacia el establecimiento de una monarquía. Bajo la
dictadura santanista. Los intentos por restablecer el sistema
monárquico se intensificaron; pero no fue sino después de la
Guerra de Tres Años, y a raíz de la intervención tripartita, que
se logro la implantación de un gobierno monárquico, bajo la
protección de las armas francesas.

VI. La adopción de la monarquía como forma de gobierno fue


decidida por la Asamblea de Notables integrada por órdenes del
mariscal Forey. En el dictamen respectivo -obra de Ignacio
Aguilar y Marocho- se asentó que la monarquía sería el único
modo posible para lograr la prosperidad del país y poner fin a la
anarquía y al desorden que lo asolaban desde su independencia.
La Asamblea aprobó el dictamen, y el 11 de julio de 1863
decreto que la forma de gobierno de la nación mexicana sería la
''monarquía moderada, hereditaria, con un príncipe católico''. El
soberano sería llamado ''emperador de México'', y se ofrecía la
corona al archiduque de Austria Fernando Maximiliano. La
forma de gobierno del segundo Imperio mexicano, se reafirma
en el Estatuto Provisional del Imperio Mexicano cuyo «a.» 1
repitió en este punto lo decretado por la Asamblea de Notables.
El gobierno monárquico de Maximiliano coexistió con el
sistema republicano dirigido por el presidente Juárez, y ambos
durante casi cuatro años se disputaron la legitimidad del sistema
que respectivamente encabezaban, hasta que el fusilamiento del
primero y la entrada del segundo a la ciudad de México, en julio
de 1867, pusieron fin, por la vía de los hechos, a esta segunda
monarquía mexicana. Gran número de disposiciones legislativas
fue on promulgadas durante el gobierno imperial de
Maximiliano, formando todas ellas el derecho del segundo
Imperio.

MONOPOLIOS
I. (Del latín monopolium, y éste a su vez del griego, mono=uno,
polein = vender.) ''Aprovechamiento exclusivo de alguna
industria o comercio, bien provenga de un privilegio, bien de
otra causa cualquiera. Convenio hecho entre los mercaderes de
vender los géneros a un determinado precio'' (Diccionario de la
lengua española).

II. Monopolio es toda situación de un mercado, en el cual la


competencia no existe del lado de la oferta dado que una
empresa o individuo produce y vende la producción total de un
determinado bien o servicio, controla su venta, tras eliminar a
todos los competidores reales o potenciales; o tiene acceso
exclusivo a una patente de la que otros productores no
disponen.
La eliminación de la competencia y el control exclusivo de la
oferta, permite el ejercicio de un manejo total sobre los precios,
y el logro de beneficios excesivos o monopolistas.
En la práctica, se define menos rígidamente como monopolio a
un individuo o firma que controla más de un cierto porcentaje
(p.e., un 33%) de las ventas de un bien o servicio en un
mercado.
El oligopolio es el control de la oferta de un bien o servicio
por un número reducido de productores, a quienes corresponde
una alta proporción de la producción, el empleo, las ventas. El
alto grado de interdependencia entre las decisiones de los
individuos o firmas dominantes los lleva usualmente a los
acuerdos para la fijación de precios. El oligopolio se ha
presentado en Europa bajo la firma de cartel (del latín:
charta=carta), es decir, el simple acuerdo entre empresas que
son y siguen siendo recíprocamente independientes, pero desean
limitar o suprimir los riesgos de la competencia, incluso a través
de la organización de servicios de ejecución comunes. En los
Estados Unidos, el oligopolio se ha logrado usualmente por
fusión de empresas separadas en una sola, sobre todo por
combinación y en igualdad de términos; o bien por imposición
de la voluntad de una firma sobre la otra (fusión,
apoderamiento, amalgama, absorción, como sinónimos); se ha
dado también por entrelazamiento de directores, o como
acuerdos restrictivos de la competencia de precios.
El monopsonio (del griego oneisthai= comprar), es el
monopolio de la compra o demanda, la situación de mercado en
la cual la competencia es imperfecta del lado de la demanda por
presencia de un solo comprador. Un número reducido de
compradores con capacidad altamente concentrada de demanda
y compra, configura el oligopsonio.
Desde la antigüedad, se ha dado el fenómeno del monopolio
de una actividad productiva o comercial por el Estado, ya sea
para el ejercicio y usufructo directos por aquel, ya a través de la
concesión a individuos o empresas privadas.

III. La legislación de los principales países de economía de


mercado ha establecido mecanismos de control, vigilancia y
represión de entidades y prácticas monopolistas.
En los Estados Unidos, la legislación contra los monopolios se
despliega, de manera relativamente temprana, con la Sherman
Anti-Trust Act (1890), la Clayton Antitrust Act (1914), la
creación de la Federal Trade Commission y, en el periodo
roosveltiano la Robinson-Patman Act. Bajo tales leyes, e
prohiben las funciones o adquisiciones que puedan reducir la
competencia, crear un monopolio o estimular prácticas
restrictivas (discriminación de precios, negociación exclusiva,
contratos atados).
En Gran Bretaña se han dictado sucesivas Restrictive Trade
Practices Acts, como las de 1956, 1968, y la Fair Trading Act
de 1973. Ellas ilegalizan ciertos tipos de prácticas
empresariales, pero no toda creación de monopolio como tal por
adquisición, y el enfoque y trato de la Comisión de Monopolios
es más pragmático y flexible que los de las instituciones
correspondientes de los Estados Unidos.
De acuerdo al «a.» 28 de la C, ''...quedan prohibidos los
monopolios, las prácticas monopólicas, los estancos y las
exenciones de impuestos en los términos y condiciones que
fijan las leyes. El mismo tratamiento se dará a las prohibiciones
a título de protección a la industria''.
''En consecuencia, la ley castigará severamente, y las
autoridades perseguirán con eficiencia, toda concentración o
acaparamiento en una o pocas manos de artículos de consumo
necesario y que tengan por objeto obtener el alza de los precios;
todo acuerdo, procedimiento o combinación de los productores,
industriales, comerciantes o empresarios de servicios, que de
cualquier manera hagan, para evitar la libre concurrencia o la
competencia entre sí y obligar a los consumidores a pagar
precios exagerados, y, en general, todo lo que constituya una
ventaja exclusiva indebida a favor de una o varias personas
determinadas y con perjuicio del público en general o de alguna
clase social''.
El mismo «a.» establece que ''no constituirán monopolios las
funciones que el Estado ejerza de manera exclusiva en las áreas
estratégicas a las que se refiere este precepto...; y las actividades
que expresamente señalen las leyes que expida el Congreso de
la Unión''. Tampoco constituyen monopolios las asociaciones
de trabajadores, ni las cooperativas de productores, ni los
privilegios a los autores y artistas, inventores y
perfeccionadores de mejoras.

MORA
I. (Del latín mora, demora, tardanza.) Se incurre en mora
cuando el deudor no paga al momento en que se hace exigible la
obligación ya sea por haberse cumplido el plazo establecido o
por haberse llenado los requisitos legales para ello. La mora es,
pues, un retardo injustificado en el cumplimiento de una
obligación y presupone siempre la existencia de una prestación,
ya sea personal o real, eficaz, exigible y vencida.
Cabe aclarar que no todo incumplimiento o retraso en el pago
constituye una mora del deudor, sólo en el caso de que sea
culpable o imputable a éste.

II. Son varios los sistemas mediante los cuales se coloca en


mora al deudor. El derecho mexicano sigue el sistema del
derecho romano según el cual, en las obligaciones a plazo, el
simple cumplimiento del mismo hace las veces de interpelación,
es decir, que llegado el termino la obligación se hace exigible,
sin que el acreedor intime al deudor para que pague ya sea
judicial o extrajudicialmente. En las obligaciones que no son a
plazo sí se requiere de dicha interpretación («aa.» 2080 y 2104
«CC»).

III. Puede dar lugar al ejercicio de la acción rescisoria, con el


pago de daños y perjuicios a título de indemnización
compensatoria o al cumplimiento forzado de la obligación no
cumplida, con el pago de daños y perjuicios ocasionados por el
retardo en el cumplimiento a título de indemnización moratoria.
Independientemente de la acción que elija el acreedor, el
deudor se hace responsable, como consecuencia de su mora de
los daños y perjuicios que ocasione al acreedor; el riesgo de la
cosa recae sobre él por encontrarse en culpa, por lo cual si la
cosa se pierde o deteriora, aun tratándose de caso fortuito y
fuerza mayor deberá pagar los daños correspondientes; y queda
obligado al pago de los gastos judiciales que se devenguen.

MULTA
I. (Del latín multa.) Pena pecunaria consistente en el pago al
Estado de una cantidad de dinero.

II. Mucho se ha debatido en torno a las notorias injusticias a que


conduce la aplicación de esta especie de unción pecunaria, que
puede no representar detrimento sensible alguno para el sujeto
dotado de recursos económicos, y si una grave aflicción para
quien carece de ellos. Son muchos los modos discurridos para
paliar este inconveniente, entre los que cabe mencionar
especialmente el día-multa, adoptado por numerosas
legislaciones penales contemporáneas. Conforme a este sistema
se fija un precio diario, según las entradas que recibe el
multado, y se establece la pena en un cierto número de días-
multa. Con ello se logra que todos los condenados a la pena de
multa sientan el efecto patrimonial de ella con intensidad
semejante.
El «CP», a diferencia del de 1929, no daba acogida a tal
sistema, pero no permanecía indiferente al problema que con él
se trataba de resolver. En efecto, disponía que en el caso de que
el condenado no pudiera pagar la multa impuesta o pudiera
pagar solo una parte de ella, el juez debería fijar, a título de
sustitución (y no de apremio), los días que correspondieran
según las condiciones económicas del reo, no excediendo de
cuatro meses («a.» 29). Concedía, por otra parte, facultad a la
autoridad a quien correspondiera cobrar la multa de fijar plazos
para el pago por terceras partes. Estos plazos fluctuaban entre
ciento veinte días y seis meses según la cuantía de la multa
impuesta, siempre que el deudor comprobara estar
imposibilitado de hacer el pago en menor tiempo («a.» 39).
En la reforma publicada en el «DO» de 13 de enero de 1984 se
ha reintroducido el sistema de los días-multa como criterio para
fijar el monto de la pena, que en su número no podrá exceder de
quinientos. El día-multa equivale a la percepción neta diaria del
sentenciado en el momento de consumar el delito, teniendo en
cuenta todos sus ingresos. Declara la ley que el límite inferior
del día-multa será el equivalente al salario mínimo diario
vigente en el lugar donde se consumó el delito. Por lo que toca
al delito continuado, ha de atenderse al salario mínimo vigente
en el momento consumativo de la última conducta. En cuanto al
permanente, debe considerarse el salario mínimo en vigor en el
momento en que ceso la consumación. Subsiste la preocupación
por el sentenciado que no puede pagar la multa o que sólo
puede cubrir una parte de ella. En efecto, la autoridad judicial
puede sustituirla total o parcialmente por prestación de trabajo
en favor de la comunidad, y la autoridad a quien corresponda su
cobro puede fijar plazos para su pago, tomando en cuenta las
circunstancias del caso.

III. La obligación de pagar el importe de la multa es declarada


preferente por la ley y debe cubrirse primero que cualquiera otra
de las obligaciones personales que se hubieren contraído con
posterioridad al delito («a.» 33 «CP»), a excepción de las
referentes a alimentos y relaciones laborales. Si de la multa
deben responder varias personas que han cometido el delito, el
juez debe fijar la multa para cada uno de los delincuentes, según
su participación en el hecho delictuoso y sus condiciones
económicas («a.» 36 «CP»). El importe de la multa cede en
favor del Estado («a.» 25).
Los jueces están facultados para sustituir a su prudente
arbitrio, en favor del delincuente primario, la pena de prisión no
mayor de un año por la de multa. Para que ello proceda debe
tratarse de sentenciado que haya incurrido por primera vez en
delito intencional y evidenciado buena conducta positiva antes y
después del hecho punible, y que sus antecedentes personales o
modo honesto de vivir, así como la naturaleza, modalidades y
móviles del delito hagan presumir que no volverá a delinquir.
Si el delito sólo merece multa, la acción penal prescribe en un
año («a.» 104 «CP»). Igual es el plazo para la prescripción de
esta especie de sanción pecunaria («a.» 103 «CP»).

MUTUO
I. (Del latín mutuus.) A la luz de los «aa.» 2384 y 2393 del
«CC», ''el mutuo es un contrato por el cual el mutuante se
obliga a transferir la propiedad de una suma de dinero o de otras
cosas fungibles al mutuario, quien se obliga a devolver otro
tanto de la misma especie y calidad'', con la posibilidad de
estipular el pago de un interés.
En el mutuo la cosa se considera que ha mudado de dueño, es
decir la propiedad se ha transmitido a aquel que la recibe y aun
cuando en el derecho romano el mutuo era un contrato real y
recibía la denominación de préstamo de consumo, el legislador
mexicano lo estima un contrato consensual.
II. Son objeto de este contrato las cosas consumibles y
fungibles; usualmente recae en el dinero, pero podrían ser
objeto del contrato cosas diversas del dinero, como las semillas
y otros productos del campo.
El «CC» del 1884 reglamentaba bajo el nombre de préstamo
dos categorías de contratos: el mutuo y el comodato, siendo éste
un préstamo de uso y aquel un préstamo de consumo gratuito o
a interés, de cosa fungible, con obligación de devolver otro
tanto del mismo género o calidad («a.» 2661 del «CC» de
1884); el «CC», al clasificar los contratos por su objeto,
considera al mutuo como un contrato traslativo de la propiedad.
Su objeto consistiría en una obligación de dar («a.» 2011
«CC»), pues el mutuante tendrá la obligación de transmitir el
dominio y el mutuario la de pagar la cosa debida. Cuando
fueren objeto del mutuo cosas diversas de dinero, la ley faculta
la restitución en su valor en dinero («a.» 2388 «CC»).

III. El contrato en cuanto a su clasificación es principal, puesto


que subsiste por sí solo; algunos autores lo consideran como
sinalagmático o bilateral, pero entregada la cantidad objeto del
mutuo no existe más obligación que la de restituirla. A la luz de
nuestro «CC» el mutuo por su naturaleza es gratuito, mas el
legislador faculta para que se puedan estipular intereses. Es un
típico contrato consensual puesto que no requiere ninguna
formalidad para su eficacia.
Aun estimando que el contrato de mutuo pueda clasificarse
como unilateral, en la realidad económica éste no surge sino
hasta la entrega de la cosa y la obligación del mutuario a
restituir otro tanto de la misma especie y calidad. Si se pactase
el pago de intereses y el deudor incumpliese en alguno de los
pagos, el mutuante puede dar por terminado el contrato por la
pérdida del beneficio del término en función de la mora, pero
siempre que después de contraída la obligación el deudor
resultara insolvente («a.» 1959, «fr.» I, «CC»).

IV. El mutuo puede ser civil o mercantil, siendo el primero el


del derecho común y el segundo aquel que se contrae en el
concepto y con expresión de que las cosas prestadas se destinan
a actos de comercio («a.» 358 del «CCo».).
Puede también ser mutuo simple o, a interés.
El fundamento por el cual el legislador faculta para que el
mutuante pueda convenir con el mutuario en el pago de un
interés se encuentra la razón económica del exceso o escasez
del dinero. Si nada se dijera sobre el valor del interés, el
legislador lo presume en un nueve por ciento anual; pero las
partes pueden convenir un interés diferente al señalado por el
texto y éste recibe el nombre de interés convencional.
El legislador mexicano consagra una serie de protecciones a
favor del mutuario cuando el interés sea tan desproporcionado
que haga fundadamente creer que se ha abusado del apuro
pecuniario de la inexperiencia o de la ignorancia del deudor,
facultando al juez para reducir, con el ejercicio de la acción
correspondiente, equitativamente, el interés hasta el tipo legal.
Lo faculta asimismo para dar por concluido el contrato cuando
después de seis meses contados desde que se celebró éste, el
deudor pueda reembolsar el capital dando aviso al acreedor con
dos meses de anticipación, con el pago de los intereses
vencidos.
Finalmente en favor del deudor, el legislador prohíbe la figura
del anatocismo por virtud del cual se convenga de antemano
que los intereses se capitalicen y produzcan intereses, y da
potestad al deudor para pagar devolviendo una cantidad igual a
la recibida conforme a la ley monetaria vigente al tiempo que se
haga el pago; es decir, que si se pacta que el pago debe hacerse
en moneda extranjera el deudor tendrá la posibilidad de pagar
con esa moneda o con el equivalente en moneda nacional.

NACIONALIDAD
I. (De nacional y éste del latín natio-onis: nación.) Nacionalidad
es el atributo jurídico que señala al individuo como miembro
del pueblo constitutivo de un Estado. Es el vinculo legal que
relaciona a un individuo con el Estado.
La definición anterior corresponde a un concepto jurídico de
nacionalidad, pero el término tiene también otras acepciones.
Desde el punto de vista sociológico es el vínculo que une a un
individuo con un grupo en virtud de diversos factores: la vida
en común y la conciencia social idéntica. La coincidencia entre
este concepto y el jurídico en la realidad de un Estado supone
cohesión interna y fuerza, pero no es necesario que se dé; su
viabilidad depende de factores de homogeneidad que no se
presentan con frecuencia.

II. El término nacionalidad ha sufrido una evolución en su


significado. En el derecho romano natio era el grupo
sociológicamente formado; populus la agrupación de individuos
unificados por el derecho. Esta diferencia se fue perdiendo
posteriormente; la influencia de la idea germánica de la
fidelidad al superior que predominó en la época feudal
contribuyó, en parte, a ello. La confusión de los términos se
hizo absoluta en el tiempo de la Revolución Francesa. Sus
connotaciones actuales derivan de la época del Congreso de
Viena; adquirió importancia en la política europea debido a la
influencia de Mancini y de la escuela italiana.
La distinción de los conceptos sociológico y jurídico existe
desde antiguo, si la confusión de los términos dificulta su
comprensión, no la imposibilita. Los fenómenos a que se
refieren ejercen influencia reciproca entre sí; no es posible
desconocerlo, pero esta influencia no implica su coincidencia.
El enfoque sociológico prevaleció en un principio; poco a poco
se fueron independizando las acepciones hasta ocupar cada una
su sitio propio.
En el concepto jurídico de nacionalidad pueden distinguirse
varios elementos: el Estado, a quien corresponde establecer el
vínculo es el Estado soberano; el que es sujeto de derecho
internacional. Los estados miembros de un sistema político
complejo, como es una federación, no pueden atribuir
nacionalidad; en ocasiones es requisito de esta atribución la que
hace previamente la entidad federativa aun cuando desde el
punto de vista internacional, para efectos de su reconocimiento
por terceros, no tiene relevancia.
Por lo que toca al sujeto a quien se atribuye, sólo puede
referirse a los individuos, personas físicas. La nacionalidad
supone la integración del pueblo del Estado; los medios creados
por el derecho para lograr sus fines no pueden estar
comprendidos; éste es el caso de las personas morales. La
doctrina no es unánime a este respecto; algunos autores
consideran indispensable la atribución de nacionalidad a
personas morales como realidades que el derecho no puede
ignorar; aun así se ven obligados a reconocer que el término
tiene una acepción completamente distinta en este caso: no se
dan las mismas causas ni las mismas consecuencias. Para
comprenderlas la definición debe ampliarse hasta perder su
diferencia específica o complicarse hasta perder sus
características definitorias.
La atribución de nacionalidad a las cosas encuentra además
otro obstáculo fundamental: éstas no pueden ser consideradas
sujetos de una relación jurídica. La aplicación del término en
estos casos sólo puede ser analógica. Su admisión en la
legislación y en alguna parte de la doctrina desvirtúa los
conceptos con resultados prácticos muy discutibles.

III. Respecto de la naturaleza jurídica del vínculo de


nacionalidad se han formulado dos explicaciones: la
contractualista, que supone un pacto entre el Estado y el
individuo, y la unilateralista que considera al Estado como
único determinante de la relación establecida.
Los efectos de la atribución de nacionalidad son internos e
internacionales: en primer término la constitución del pueblo
del Estado de la que derivan una serie de deberes y derechos
para los sujetos, tales como la posibilidad del ejercicio de los
derechos políticos, la obligación de prestar servicio militar, el
goce y ejercicio de todos los derechos establecidos en el sistema
jurídico; todos éstos pueden considerarse como efectos internos.
Desde el punto de vista internacional, la protección diplomática
y los beneficios pactados por los Estados en convenios
internacionales.
La nacionalidad posee algunos principios rectores, positivos y
negativos, consagrados internacionalmente. No constituyen
derecho positivo; son únicamente recomendaciones que han
sido recogidas en las convenciones internacionales y seguidas
por los tribunales en sus decisiones.
Entre los positivos el principio de autonomía tiene importancia
especial: la libertad de cada Estado para determinar la
atribución de su nacionalidad ha sido reiterada en el Convenio
de La Haya de 12-IV-1930 y en diferentes resoluciones del
Tribunal Internacional de Justicia.
La necesidad de que todo individuo cuente con una
nacionalidad, el que se le atribuya sólo una, la libertad para
cambiar su nacionalidad y la prohibición de privar
arbitrariamente al sujeto de su nacionalidad que emanaron de la
Conferencia del Instituto de Derecho Internacional en
Cambridge en 1895, se encuentran plasmados en la Convención
mencionada y en la Declaración Universal de Derechos del
Hombre de 1948, entre otros.
Respecto de los negativos, los más importantes son la
prohibición de regular la nacionalidad de individuos de un
Estado distinto y la de otorgarla cuando no exista una conexión
real del individuo con el Estado.
Los Estados son generalmente cuidadosos en observar estos
principios; algunos de los problemas sobre nacionalidad han
disminuido; sin embargo, existen todavía muchos conflictos,
tanto positivos como negativos, debido a los sistemas adoptados
para su atribución, para su cambio y para su perdida. Los
tratados sobre la materia son escasos. Las resoluciones de
tribunales internacionales al respecto dan preferencia al
principio de autonomía, aun cuando limiten los efectos de la
nacionalidad atribuida en violación a los principios del derecho
internacional (véase el caso Nottebhom resuelto por el Tribunal
de La Haya el 18 de noviembre de 1953).

IV. La nacionalidad se atribuye de manera originaria o


derivada. Es originaria cuando los factores que se toman en
consideración están directamente relacionados con el
nacimiento del sujeto; es derivada cuando supone un cambio de
la nacionalidad de origen. En el primer caso se busca que todo
individuo tenga una nacionalidad desde el momento en que
nace, ya que desde entonces puede establecerse una vinculación
propia con el Estado; en el segundo se atiende al principio de
libertad del individuo para cambiar nacionalidad.
Existen dos sistemas de atribución originaria de nacionalidad:
jus sanguinis y jus soli; toman como criterios la nacionalidad de
los padres y el lugar en donde ocurre el nacimiento del
individuo, respectivamente.
Los Estados han adoptado simultáneamente estos dos
sistemas; la elección depende de las características de cada uno
sus necesidades reales en este campo y su política legislativa.
Sin embargo, ninguno de ellos se encuentra en su forma pura: se
combinan y se matizan para lograr su adaptación a las
circunstancias de cada caso. En ocasiones el poco cuidado en su
implementación provoca los llamados conflictos de
nacionalidades: la atribución de varias nacionalidades a un
individuo o la carencia de nacionalidad. Las soluciones al
respecto comprenden medidas legislativas como el derecho de
opción, el reconocimiento de la nacionalidad efectiva, la
documentación que otorga la «ONU» a los apátridas.
Respecto de la atribución de nacionalidad no originaria o
derivada se basa en hechos o acontecimientos posteriores al
nacimiento del individuo. Puede efectuarse de dos maneras: por
naturalización, cuando el individuo la solicita y el Estado la
otorga a discreción; y ex juri imperii o automática, cuando
opera en virtud de una disposición de derecho que no toma en
cuenta la voluntad del individuo. En el primer supuesto se
requiere de un procedimiento en que se comprueben los
requisitos exigidos por la ley para obtenerla y de una resolución
por parte del Estado atribuyendo la nacionalidad en el caso
concreto; en el segundo es suficiente que la hipótesis normativa
se realice para que la nacionalidad se otorgue.
En la atribución de nacionalidad no originaria también se
presentan con frecuencia conflictos de nacionalidad. Respecto
de la naturalización, han disminuido considerablemente porque
se exige la renuncia a la anterior como requisito para otorgar la
nueva; aun así, debido a que esta renuncia no siempre es
efectiva, en algunos casos el conflicto todavía se plantea. Por lo
que toca a la nacionalidad automática los conflictos positivos
son más comunes; se ha pugnado por limitar al mínimo los
casos de subsistencia de este tipo de atribución de nacionalidad;
se han establecido requisitos adicionales como la residencia o el
domicilio para evitarlos; se ha logrado un avance en el área de
atribución de nacionalidad de la mujer por matrimonio, pero
aún queda mucho por hacer.

V. La pérdida de nacionalidad se regula también en forma


soberana por cada Estado. Puede producirse por tres razones
fundamentales: renuncia, la disgregación sociológica del
individuo y la decisión del Estado de separarlo de su pueblo.
La renuncia a una nacionalidad generalmente va acompañada
de la adquisición de una nueva; el ejercicio del derecho de
opción produce este efecto respecto de uno de los Estados.
La disgregación del individuo puede darse por adquisición de
una nueva nacionalidad, siempre que exista capacidad plena y
efectividad; generalmente se exige la renuncia a la nacionalidad
anterior pero las legislaciones de algunos Estados la consideran
como un motivo de pérdida de nacionalidad, medie o no la
renuncia. Lo mismo sucede a la atribución automática de
nacionalidad, aun cuando no hay uniformidad al respecto.
En ocasiones la disgregación sociológica del individuo se
produce sin que se adquiera otra nacionalidad. Tal es el caso de
la residencia prolongada del naturalizado en su país de origen.
La tendencia en estos casos es que la pérdida debe sujetarse a
la adquisición de una nueva nacionalidad. Respecto del último
supuesto no requiere de la adquisición de otra nacionalidad. Las
causas más frecuentes son la incompatibilidad de funciones y la
sanción en caso de delito como el de traición o falsedad.

VI. En derecho mexicano la nacionalidad esta regulada


básicamente por la C. Esta situación no es común a todas las
legislaciones; las normas de la materia se encuentran
frecuentemente en la legislación civil o en leyes especiales. En
los países de América Latina, México, entre ellos, su inclusión
en la C obedece a razones históricas.
Además de las normas constitucionales existe la «LNN»
publicada en el «DO» de 20 de enero de 1934 y los tratados
internacionales de los que México solamente ha suscrito la
Convención de Montevideo de 1933 sobre nacionalidad de la
mujer, que fue firmada con reservas, por lo que toca a la
nacionalidad de la mujer extranjera casada con mexicano.
La atribución originaria de nacionalidad combina los dos
sistemas jus sanguinis y jus soli, manejados con gran amplitud.
El «a.» 30 constitucional en su sección A establece: ''Son
mexicanos por nacimiento: I. Los que nazcan en territorio de la
República, sea cual fuere la nacionalidad de sus padres; II. Los
que nazcan en el extranjero de padres mexicanos, de padre
mexicano o de madre mexicana, y III. Los que nazcan a bordo
de embarcaciones o aeronaves mexicanas, sean de guerra o
mercantes''.
Los términos de la norma son muy amplios. Se reconoce
cualquier tipo de vínculo para atribuir nacionalidad. No se
establece limitación de ninguna clase. El objetivo es claro:
contar con un pueblo del Estado numeroso sin tener en cuenta
su cohesión; se logra evitar la apatridia, pero los problemas por
múltiple nacionalidad son frecuentes.
La sección B del mismo a regula la atribución no originaria de
nacionalidad en la «fr.» I la naturalización y en la «fr.» II la
atribución automática: ''Son mexicanos por naturalización: I.
Los extranjeros que obtengan de la Secretaría de Relaciones
carta de naturalización, y II. La mujer o el varón extranjeros que
contraigan matrimonio con varón o mujer mexicanos y tengan o
establezcan su domicilio dentro del territorio nacional''.
La «LNN» reglamenta esas normas, pero en ocasiones excede
los supuestos constitucionales.
Respecto de la atribución de nacionalidad de origen se
concreta a repetir el precepto constitucional («a.» 1). Por lo que
toca a la naturalización («a.» 2 «fr.» I) establece los
procedimientos adecuados para obtenerla: el ordinario («aa.» 7-
19) y el privilegiado («aa.» 20-29), que se prevé para los casos
en que la asimilación del individuo al pueblo del Estado se
considera más fácil y, por lo tanto, las condiciones de tiempo y
la intervención de las autoridades, etc., son menos rigurosas.
En la atribución automática de nacionalidad surgen algunas
discrepancias entre ambos ordenamientos. La «LNN» agrega
requisitos no contemplados por la norma constitucional y
supuestos no previstos en ella. En el caso de la atribución por
matrimonio («a.» 2 «fr.» II) hace necesaria la solicitud del
interesado y la declaración posterior de la autoridad respectiva,
previas las renuncias a su nacionalidad anterior, a la sumisión a
todo gobierno extranjero y la protección ''extraña a las leyes y
autoridades de México'' («a.» 17) y a la posesión y uso de
cualquier título de nobleza («a.» 18). Agrega un supuesto más:
la atribución de nacionalidad a los hijos menores de edad,
sujetos a la patria potestad de los naturalizados («a.» 43),
cuando establezcan su domicilio en territorio nacional, en este
caso se concede expresamente el derecho de opción a la
mayoría de edad.
Se sigue, en consecuencia, el sistema de atribución colectiva
de nacionalidad; su fundamento es la unidad familiar,
fundamento que también opera en el caso de la atribución de
nacionalidad por matrimonio.
Se regulan además ciertos casos especiales: el del niño
expósito («a.» 55) que se presume nacido en territorio nacional;
el del niño extranjero adoptado por mexicanos a quien no se le
atribuye nacionalidad mexicana («a.» 43).
La nacionalidad de las personas morales esta regulada por el
«a.» 5 de la LNN. Se consideran mexicanas aquellas que estén
constituidas de conformidad con la legislación mexicana y que
tengan en territorio de la República su domicilio legal. El «a.»
27 «fr.» I de la C hace referencia a la existencia de sociedades
mexicanas, aun cuando las disposiciones relativas a la
atribución de nacionalidad no las mencionan.
En otros ordenamientos se encuentran alusiones a sociedades
extranjeras en el «CC». «aa.» 2736, 2737 y 2738; en la
«LGSM» «aa.» 250, 251, algunos más se refieren a requisitos
que deben reunir las sociedades para la obtención de ciertos
derechos que, respecto de las personas físicas, se encuentran
reservados a mexicanos: tal es el caso de la Ley Reglamentaria
del Artículo 27 Constitucional en Materia de Explotación y
Aprovechamiento de Recursos Minerales (DO 6 de febrero de
1961) «a.» 14; de la Ley Federal de Aguas (DO 11 de enero de
1972), «a.» 22; de la Ley Federal para el Fomento de la Pesca
(DO 25 de mayo de 1972), a 27, entre otras. La particularidad
qué puede observarse en estos casos es que las normas
respectivas no se refieren a sociedades mexicanas, sino
establecen una serie de requisitos para que las sociedades
tengan acceso a las concesiones, permisos y otros derechos que
tales leyes otorgan; estos requisitos coinciden parcialmente con
los establecidos por la «LNN» respecto de las sociedades
mexicanas.
También en relación con las cosas existe mención expresa en
la C. Entre los supuestos de atribución de nacionalidad jus soli
(«a.» 30 «fr.» III) está el de nacer en embarcaciones o
aeronaves mexicanas. La «LVGC» en su «a.» 275 señala que
son embarcaciones de nacionalidad mexicana: ''I. las
abanderadas en la República; II. las abandonadas en aguas
territoriales; III. las que deban quedar a beneficio de la Nación,
por contravenir las leyes de la República; IV. las capturadas al
enemigo y consideradas como buena presa, y V. las construidas
en la República para su servicio''. Respecto de las aeronaves, el
«a.» 312 establece que tienen la nacionalidad del Estado en que
están matriculadas (fr. I) y señala como requisitos para obtener
la mexicana la inscripción en el registro aeronáutico mexicano y
el otorgamiento de la matrícula (fr. V).
La legislación mexicana en materia de perdida de nacionalidad
es muy liberal; se prevé esta situación en numerosos casos, pero
no se establece procedimiento alguno que la controle. El
sistema implementado contradice el seguido en materia de
atribución de nacionalidad también con mucha amplitud.
Se contemplan todos los supuestos: la renuncia a través del
derecho de opción («aa.» 53 y 54 LNN), la adquisición
voluntaria de una nacionalidad extranjera («aa.» 37-A, «fr.» I C,
3 «fr.» I LNN), la residencia del naturalizado en su país de
origen por cinco años («aa.» 37-A, fr. III C; 3o., fr. III LNN).
La incompatibilidad de funciones se regula en los casos menos
graves: aceptación y uso de títulos nobiliarios («aa.» 37-A, fr. II
C; 3 fr. II LNN); lo mismo sucede en el caso de la sanción a
delitos pues sólo se contempla el de falsedad (a. 37-A, fr. IV C;
3 fr. IV LNN).
No se prevé un procedimiento especial para el caso, aun
cuando, de acuerdo con los «aa.» 14 y 21 constitucionales, la
imposición de toda pena requiere de declaración judicial.
La pérdida de nacionalidad tiene efectos individuales, así lo
dispone el último pfo. del «a.» 3 de la LNN.
La posibilidad de recuperación de la nacionalidad cuando se
haya perdido está regulada por el «a.» 44 de la LNN. Se
requiere que el sujeto resida y este domiciliado en territorio
mexicano y que manifieste su voluntad ante la Secretaría de
Relaciones Exteriores.

NATURALIZACIÓN
I. (Acción y efecto de naturalizar.) Procedimiento de atribución
de una nacionalidad que no sea la de origen; se entiende por
nacionalidad de origen la que se adquiere por nacimiento. El
concepto de naturalización está por lo tanto estrechamente
vinculado con el concepto jurídico de nacionalidad, el cual
surgió en el transcurso del siglo XIX. Por medio de dicho
procedimiento se permite a las personas, que cumplen con
ciertos requisitos, adquirir una nacionalidad que no hayan
tenido por nacimiento. Es entonces facultad de cada Estado
determinar las condiciones bajo las cuales los extranjeros
podrán adquirir su nacionalidad. Varían los procedimientos de
naturalización en función de cada Estado; igualmente pueden
ser diferentes, según cada país, las autoridades facultadas para
otorgar la nacionalidad por medio del procedimiento de
naturalización. El legislador de cada Estado determina, pues,
cuidadosamente los requisitos y procedimientos a seguir por los
extranjeros deseosos de obtener su nacionalidad.

II. En México, encontramos en la C («aa.» 30 y 37) y en la


«LNN» todas las normas relativas a la naturalización y
podemos constatar que existen diferentes vías de adquisición de
la nacionalidad mexicana por naturalización así como varias
causas de perdida de ésa misma nacionalidad.
La nacionalidad mexicana por naturalización se puede adquirir
por:
1) Vía ordinaria («aa.» 30, pfo. B, «fr.» I, C, y 2o., «fr.» I, y 7-
19 de la LNN).
2) Vía automática («aa.» 30, pfo. B, «fr.» II, C, y 2o «fr.» II,
de la LNN).
3) Vía privilegiada («aa.» 21-29 de la LNN).
4) Vía especial («aa.» 20 y 43 de la LNN).
En todos los casos es la Secretaría de Relaciones Exteriores la
autoridad facultada para otorgar la nacionalidad mexicana por
naturalización y expedir el documento correspondiente que
puede ser o bien una carta de naturalización en los casos de vía
ordinaria y privilegiada, o bien una declaratoria de
naturalización en los otros casos.
Existe una diferencia primordial entre estos dos tipos de
documentos, relativa a la fecha de adquisición de la
nacionalidad mexicana. Mientras que en el caso de la carta de
naturalización la nacionalidad mexicana se adquiere al día
siguiente de su expedición («a.» 42 de la LNN), los efectos de
la declaratoria se retrotraen a la fecha de cumplimiento de los
requisitos marcados por el legislador en virtud de ser derechos
adquiridos con anterioridad.
El extranjero que quiera adquirir la nacionalidad mexicana
deberá hacer las renuncias a que se refieren los «aa.» 17 y 18 de
la LNN; entre otras, la renuncia a su nacionalidad de origen.
El extranjero naturalizado mexicano tiene los mismos
derechos y las mismas obligaciones que los mexicanos por
nacimiento, salvo en los casos expresamente estipulados por el
legislador, como pueden ser, p.e., prohibición de pertenecer a la
marina nacional, de guerra y a la fuerza aérea («a.» 82 C);
prohibición de ser diputado («a.» 55 C), prohibición de ser
senador («a.» 58 C); prohibición de ser presidente de la
República («a.» 82 C); prohibición de ser secretario de Estado
(«a.» 91 C); prohibición de ser ministro de la «SCJ» («a.» 95
C); prohibición de ser gobernador («a.» 115 C), etc.
No se trata pues de una igualdad total.
Dicho principio de igualdad no se respeta tampoco en lo que
toca a la perdida de la nacionalidad mexicana; además de las
causas por las cuales un mexicano puede perder su nacionalidad
de origen, existen otras dos causas específicas de pérdida de la
nacionalidad mexicana por naturalización («aa.» 37, pfo. A,
«frs.» III y IV C, y 3, «frs.» III y IV de la LNN): «a.» El hecho
de residir durante cinco años continuos en el país de origen, y b.
Hacerse pasar en cualquier instrumento público como
extranjero u obtener y usar un pasaporte extranjero.

NEGATIVA FICTA
I. Sentido de la respuesta que la ley presume ha recaído a una
solicitud, petición o instancia formulada por escrito, por persona
interesada, cuando la autoridad no la contesta ni resuelve en un
determinado periodo.

II. El objeto de esta figura es evitar que el peticionario se vea


afectado en su esfera jurídica ante el silencio de la autoridad
que legalmente debe emitir la resolución correspondiente; de
suerte que no sea indefinida la conducta de abstención asumida
por la autoridad, sino que al transcurrir cierto tiempo desde la
fecha de presentación de la solicitud, petición o instancia, el
legislador ha considerado que esa actitud pasiva del órgano
hace presumir que su decisión es en sentido negativo para el
peticionario.

III. En materia fiscal federal el «CFF» («a.» 37) establece un


plazo de cuatro meses dentro de los cuales la autoridad debe
notificar al interesado la resolución que haya dictado a la
petición formulada; y si no lo hace podrá considerarse que la
autoridad resolvió negativamente para efecto de intentar los
medios de defensa procedentes.
La propia disposición aclara que ese plazo de cuatro meses no
empezara a correr cuando la autoridad requiera al promovente
que cumpla requisitos omitidos o proporcione los elementos
necesarios para resolver; sino hasta que ese requerimiento haya
sido cumplido. Aunque el precepto no lo establece, es
incuestionable que la razón y el buen juicio autorizan interpretar
esta excepción en el sentido que el requerimiento haya sido
hecho y notificado al interesado mucho antes de que transcurran
cuatro meses contados desde la fecha de presentación de la
solicitud; pues sostener lo contrario haría nugatoria la intención
del legislador de evitar que la actitud pasiva de la autoridad
afecte al peticionario.
IV. El mismo «a.» crea en favor del interesado el derecho de
interponer el medio de defensa en cualquier tiempo posterior al
plazo transcurrido de cuatro meses, siempre y cuando la
autoridad no haya dictado (y notificado) la resolución.

V. La razón de la creación de este derecho en favor del


interesado es que éste, ad libitum, impugne esa resolución que
la ley presume recaída en contra de sus pretensiones y, así, se
obligue a la autoridad a que en la contestación le dé a conocer
los fundamentos de hecho y derecho en que apoye la resolución
negativa ficta («a.» 215 segundo pfo. «CFF»).
Al conocer esos fundamentos, el interesado tiene oportunidad
de objetarlos y probar en su contra, para que así el órgano
encargado de resolver en el medio de defensa intentado
(normalmente juicio ante el Tribunal Fiscal de la Federación),
analice y declare si es válida o anulable esa resolución negativa
ficta impugnada.

NO INTERVENCIÓN
I. Es la obligación que tiene todo Estado o grupo de Estados, de
no inmiscuirse pi interferir, directa o indirectamente y sean
cuales fueren el motivo y la forma de injerencia, en los asuntos
internos o externos de los demás Estados.

II. El principio de la no intervención tuvo su razón de ser o,


mejor dicho, fue una consecuencia de las frecuentes y casi
siempre abusivas intervenciones de unos Estados en los asuntos
de otros, particularmente, aunque no de manera exclusiva, a
partir de que la Santa Alianza, producto del Congreso de Viena
de 1815, erigiera la política intervencionista en instrumento,
aparentemente legítimo, de las relaciones interestatales.
En efecto, si en la antigüedad las relaciones entre los pueblos
se daban en torno a una beligerancia permanente encaminada a
subyugar a los vecinos; y si en la Edad Media el aislacionismo y
las querellas feudales que la tipifican tampoco fueron propicias
a las relaciones amistosas entre naciones, la historia de las
relaciones internacionales de los tres últimos siglos revela a su
vez, una práctica inveterada y sistemática de la intervención de
unos Estados en los asuntos de los demás, invocando un
supuesto derecho cuando no un deber de intervención.
Desde luego, los motivos o, mejor sería decir, los pretextos
invocados a lo largo de tan prolongada y constante práctica
intervencionista incluyen toda una gama de finalidades o
propósitos aparentes. Así, intervenciones las ha habido, p.e., sea
para salvaguardar la legitimidad o el equilibrio del poder, sea
obedeciendo a ciertas causas humanitarias, sea con objeto de
proteger los intereses del Estado o de sus nacionales en el
extranjero, etc. En el fondo, tales móviles han encubierto en
realidad sea designios reaccionarios, sea pretensiones
totalitarias, sea actitudes imperialistas.
Bastará citar sólo algunos casos de intervención para ilustrar lo
antes dicho. Así, p.e., la coalición austro-prusiana para
restablecer a Luis XVI en el trono de Francia, en 1791; las
guerras napoleónicas, de 1798 a 1815, las intervenciones de la
Santa Alianza, de 1815 a 1823; la intervención franco-inglesa
en el Río de la Plata, de 1838 a 1845, la intervención francesa
en México, de 1862 a 1867; la intervención alemana en Haití,
en 1897; las intervenciones europeas en los Balcanes y Asia
Menor, de mediados del siglo XIX a 1914; la intervención
germano-italiana en España, en 1936; las intervenciones
alemanas en Austria y Checoslovaquia, en 1938; en Polonia, en
1939, en Bélgica, Dinamarca, Francia, Holanda, Luxemburgo y
Noruega, en 1940; las intervenciones norteamericanas en
México, en 1846 y 1914, en Guatemala, en 1954, en la
República Dominicana, en 1965; las intervenciones rusas en
Bulgaria, Rumania y Yugoslavia, de 1945 a 1947, en Hungría,
en 1956 en Checoslovaquia, en 1968, en Afganistán, en 1979,
etc.
La intervención, en tanto instrumento de presión en las
relaciones interestatales, dio lugar a la formulación de
principios y a la promulgación de normas que le daban una
cierta apariencia de legalidad. Entre los primeros, cabe
mencionar el principio que, fundado en una ficción, sostenía
que un daño causado a un extranjero, fuera en su persona, fuera
en sus bienes debía ser considerado como un daño inferido a los
intereses propios del Estado del que el extranjero era súbdito.
Entre las segundas, baste aludir a las numerosas normas
relativas al tratamiento que debería otorgarse a los extranjeros
residentes en países poco desarrollados, tratamiento que, en
todo caso, se traducía en una situación de privilegio de los
extranjeros en relación con los nacionales del país respectivo.
Recordemos simplemente a este respecto los regímenes de
capitulaciones, que tan buenos resultados dieron a sus
promotores europeos durante el siglo XIX, época de su
expansión económica y financiera.
Todavía desde un punto de vista histórico, debemos hacer
hincapié en que la gestación del principio de no intervención
estuvo vinculada a la doctrina expuesta por el presidente
norteamericano James Monroe, en el mensaje dirigido al
Congreso de su país el 2 de diciembre de 1823, en la cual, al
puntualizar el desacuerdo esencial que separaba la política
norteamericana de la entonces recién adoptada política
intervencionista de la Santa Alianza, postulaba la no
intervención europea en América y viceversa. Sin embargo, su
carácter de simple declaración de intenciones, de meros
lineamientos de política interna, la convirtió en blanco fácil de
sinuosas interpretaciones siendo a final de cuentas deformada y
negada por la política intervencionista de numerosos y
sucesivos gobiernos norteamericanos.

III. La no intervención constituye un principio jurídico


generalmente admitido hoy día por la doctrina, por el derecho y
por la jurisprudencia internacionales.
Entre las doctrinas más connotadas a este respecto, figuran las
que han visto la luz particularmente en los países de América
Latina. Lo anterior es fácilmente comprensible si tan sólo se
recuerda el sinnúmero de intervenciones sufridas por estos
países, entre otros motivos, para el cobro compulsivo de deudas
públicas, o para la satisfacción de reclamaciones derivadas de
daños ocasionados a personas privadas; intervenciones que han
merecido el repudio de eminentes juristas latino americanos.
Así, cabría citar las de Carlos Calvo y Luis María Drago. La
primera, condena la intervención armada o diplomática como
medio para el cobro de créditos o la demanda de reclamaciones
privadas, de orden pecuniario, fundadas en un contrato o como
resultado de una insurrección; la segunda, niega a todo Estado
el derecho de intervenir en otro para ejercer el control
financiero sobre contratos privados de sus súbditos, como si se
tratase de obligaciones internacionales.
Siendo la no intervención uno de los principios rectores de la
política exterior de México, nuestro derecho interno ha
adoptado la primera de dichas doctrinas a la cual más
comúnmente se le conoce bajo la denominación de Cláusula
Calvo. Esta se traduce en una renuncia, por parte de los
extranjeros que intervengan en actos jurídicos sobre bienes
raíces, a solicitar la protección diplomática de su respectivo
país, en caso de cualquier controversia en relación con tales
actos («a.» 27, «fr.» I, de la C; en el mismo sentido, «a.» 2 de la
LOFr. I; «a.» 12 de la LVGC; «a.» 3 de la LIE; etc.).
El principio de no intervención ha sido consagrado también
por el derecho internacional, encontrándose consignado
expresamente en la actualidad en diversos instrumentos
internacionales de aplicación tanto universal como regional.
En el plano universal, aun cuando la Carta de las Naciones
Unidas no contiene ningún precepto específico sobre este
principio, ciertos aspectos del mismo como son: la prohibición
de la amenaza o el uso de la fuerza, así como de la intervención
en los asuntos internos de los Estados, se encuentran previstos,
respectivamente, en los incisos 4 y 7 del «a.» 2 de la Carta.
Además, y en consonancia con lo anterior, este principio ha
sido no sólo expresamente reconocido por la Asamblea General
de la «ONU» en el pfo. 7 de la Declaración sobre la concesión
de la independencia a los países y pueblos coloniales
(Resolución 1514 [XV], del 14 de diciembre de 1960), sino
solemnemente proclamado por este mismo órgano, tanto en la
Declaración sobre la inadmisibilidad de la intervención en los
asuntos internos de los Estados y la protección de su
independencia y soberanía (Resolución 2131 [XX], del 21 de
diciembre de 1965), como en la Declaración sobre los
principios de derecho internacional referentes a las relaciones
de amistad y a la cooperación entre los Estados de conformidad
con la Carta de las Naciones Unidas (Resolución 2625 [XXV],
del 24 de octubre de 1970), cuyo ''principio relativo a la
obligación de no intervenir en los asuntos que son de la
jurisdicción interna de los Estados, de conformidad con la
Carta'', por su importancia y trascendencia en torno a la
definición y precisión de los diferentes aspectos de la no
intervención, transcribimos a continuación:
''Ningún Estado o grupo de Estados tiene derecho a intervenir
directa o indirectamente, y sea cual fuere el motivo, en los
asuntos internos o externos de ningún otro. Por lo tanto, no
solamente la intervención armada, sino también cualquier otra
forma de injerencia o de amenaza atentatoria de la personalidad
del Estado, o de los elementos políticos, económicos y
culturales que lo constituyen, son violaciones del derecho
internacional.
Ningún Estado puede aplicar o fomentar el uso de medidas
económicas, políticas o de cualquier otra índole para coaccionar
a otro Estado a fin de lograr que subordine el ejercicio de sus
derechos soberanos y obtener de él ventajas de cualquier orden.
Todos los Estados deberán también de abstenerse de organizar,
apoyar, fomentar, financiar, instigar o tolerar actividades
armadas, subversivas o terroristas encaminadas a cambiar por la
violencia el régimen de otro Estado, y de intervenir en las
luchas interiores de otro Estado.
El uso de la fuerza para privar a los pueblos de su identidad
nacional constituye una violación de sus derechos inalienables y
del principio de no intervención.
Todo Estado tiene el derecho inalienable a elegir su sistema
político, económico, social y cultural, sin injerencia en ninguna
forma por parte de ningún otro Estado''.
En el ámbito regional el principio de la no intervención fue
admitido y consagrado internacionalmente mucho antes que en
el plano universal. Así, el «a.» 8 de la Convención sobre
Derechos y Deberes de los Estados, adoptada en Montevideo en
1933, ya proclamaba desde entonces también solemnemente,
este principio; el «a.» 1 del Protocolo adicional suscrito en la
Conferencia Interamericana de Consolidación de la Paz, reunida
en Buenos Aires en 1936, prescribe la no intervención absoluta;
por su parte, el actual «a.» 18 de la Carta de la OEA, suscrita en
Bogotá en 1948 y reformada por el Protocolo de Buenos Aires
de 1967, concibe la no intervención en los siguientes términos:
''Ningún Estado o grupo de Estados tiene derecho de
intervenir, directa o indirectamente, y sea cual fuere el motivo,
en los asuntos internos o externos de cualquier otro. El principio
anterior excluye no solamente la fuerza armada, sino también
cualquier otra forma de injerencia o de tendencia atentatoria de
la personalidad del Estado, de los elementos políticos,
económicos y culturales que lo constituyen''.
Por lo que toca a la jurisprudencia internacional, su tendencia
antiintervencionista se puso de manifiesto de madera clara y
categórica en la sentencia, sobre las cuestiones de fondo,
dictada por la Corte Internacional de Justicia el 19 de abril de
1949, en el caso del Estrecho de Corfú. La parte conducente de
dicha sentencia reza como sigue:
''El pretendido derecho de intervención no puede ser
considerado más que como manifestación de una política de
fuerza, política que, en el pasado, ha dado lugar a los abusos
más graves y que no podría, cualesquiera que sean las
deficiencias presentes de la organización internacional,
encontrar ningún lugar en el derecho internacional''.

NOMBRE
I. (Del latín nomen-inis, nombre.) Palabra que sirve para
designar las personas o las cosas. Concepto jurídico: palabra o
conjunto de palabras con que se designa a las personas para
individualizarlas y distinguirlas unas de otras. En la persona
moral se usa el término de razón social como sinónimo de
nombre. En la persona física el nombre cumple una doble
función: de individualización y como signo de filiación.

II. Referencia histórica. Los nombres de personas compendian


la historia de la civilización. El conocimiento del valor
significativo de los nombres pertenece a la cultura general pero,
si las etimologías de los nombres comunes son fáciles de hallar,
las de los nombres propios no aparecen ni en los diccionarios
enciclopédicos. Los datos obtenidos de la historia de los
pueblos antiguos parecen indicar que el nombre de las personas
era único e individual (Pericles, Nabucodonosor, David, etc.), el
nombre no se transmitía a los descendientes. Los nombres
compuestos por varios vocablos con significado diverso surgen
en la historia del pueblo romano; debido a su organización
familiar gentilicia fue necesario crear una designación particular
que identificara a los miembros componentes de cada gens.
Surge así el nombre común (gentilicio) para todos los miembros
de la misma familia, precedido por el nombre propio
(prenomen) y al que se le añadía en ocasiones un tercer nombre
(cognomen). A la caída del Imperio Romano de Occidente se
rompe la organización familiar y social que lo caracterizaba y,
con ello, el sistema de los nombres compuestos por varios
elementos. En la Edad Media vuelve a establecerse la tradición
del nombre único al que, en forma gradual, y por necesidad de
individualizar a quienes tenían homónimos empiezan a añadirse
otras palabras que servían para distinguir a unos de otros por
ciertas particularidades personales (Delgado, Calvo, Malo) o de
razones circunstanciales de lugares (Córdova Alemán), de
actividades (Herrero, Vaquero), de accidentes geográficos (Del
Valle, Montes), de animales, con referencia quizá a ideas
totémicas (León, Becerra), o de vegetales o minerales, etc.
(Limón, Rosa, Lima, Roca, Piedra). Surgió también junto al
nombre propio, el nombre del padre añadido de una desinencia:
ez en español: Gonzalo-ez, Martínez; ich u ovna en ruso: Iván-
vich; ezcu en rumano: Lup-ezcu, son (hijo en inglés o alemán:
John-son, Mendel-son, etc.). Lo cierto es, al parecer, que en los
siglos VIII o IX de nuestra era estaban ya formados los nombres
tal como siguen usándose en la actualidad.

III. Aspectos doctrinales. 1) Naturaleza jurídica. El nombre es


un atributo de las personas, entendiendo como atributo una
característica que existe como elemento constante de algo, en
este caso, de las personas en derecho. Cabe preguntar si el
nombre como atributo constituye un derecho o un deber de las
personas. La doctrina se inclina en el sentido de considerarlo
primordialmente un derecho subjetivo en el sentido de que los
sujetos tienen derecho a tener un nombre, su propio nombre y a
defenderlo contra el uso indebido del mismo por terceros. Una
teoría ya superada, asimilaba el derecho al nombre al derecho
de propiedad sui generis, con lo cual no se resuelve nada. Otros
autores entienden el derecho al nombre como un derecho
personal no patrimonial, y que tiene como características ser
inalienable, imprescriptible e intransmisible. Una tercera
comente califica el derecho al nombre como un derecho de la
personalidad, o sea, un derecho inherente a la calidad de
persona humana. Otra corriente de opinión sostiene que la
naturaleza jurídica del nombre es más un deber que un derecho.
Los. sujetos tienen el deber de ostentarse con su propio nombre
en sus relaciones civiles en razón del valor de la seguridad
jurídica. No deben ocultar su identificación con un nombre falso
ni cambiar el mismo sin autorización judicial. El único
ocultamiento lícito es a través del uso del seudónimo, pero
solamente en razón de ciertas actividades profesionales
(periodismo, literatura, arte, etc.). El uso indebido de un nombre
diferente al propio puede constituir el delito de falsedad cuando
se realiza al declarar ante la autoridad judicial («a.» 249 «CP»).
2) Elementos. El nombre de las personas físicas se compone
de dos elementos esenciales: el nombre propio o de pila y uno o
más apellidos. Existen otros elementos del nombre no
esenciales, sino circunstanciales cuales son, el seudónimo el
apodo o sobrenombre y los títulos nobiliarios. El seudónimo es
un falso nombre que la persona se da a sí misma. Su uso está
permitido con la única limitación de que no lesione los intereses
de terceros. El seudónimo no sustituye al nombre, el que sigue
siendo obligatorio en todos los actos jurídicos de la persona. El
sobrenombre, o alias o apodo, es la designación que los
extraños dan a una persona, tratando de ridiculizarla o de
caracterizar algún defecto o cualidad de la misma. Es práctica
común en las clases de bajo nivel cultural. Tiene un relativo
interés en materia penal pues sirven frecuentemente como
medio de identificación de delincuentes. El título de nobleza es
una dignidad u honor con que los monarcas o los papas invisten
a determinadas personas como recompensa a servicios
eminentes prestados. Estos títulos son transmisibles por
herencia en la forma que establezca la legislación que regula la
materia. Por lo que hace a la nuestra, el «a.» 12 de la C declara
que: ''En los Estados Unidos Mexicanos no se concederán
títulos de nobleza... ni se dará efecto alguno a los otorgados por
cualquier otro país''. El uso o aceptación de tales títulos acarrea
sanciones consistentes en la pérdida de la ciudadanía o de la
nacionalidad mexicana según el caso («a.» 37 de la C).
3) Función. Es doble: como medio de identificación y como
signo de filiación. En este segundo sentido, el apellido que los
hijos llevan igual al de sus progenitores identifica su parentesco.
Una tercera función, derivada de la costumbre y no de la ley, es
la que atribuye al nombre en forma parcial (sólo para la mujer)
ser signo de estado civil. La mujer casada añade a su apellido el
de su marido, precedido de la preposición ''de''. Algunos
Estados del mundo tienen reglas específicas al respecto,
obligando o permitiendo a la mujer casada el uso del apellido de
su marido; otras, señalando el derecho de ambos cónyuges a
usar el apellido del otro, o a decidir en común el, o los apellidos
que llevarán ambos y sus hijos. Nuestro «CC» es omiso al
respecto y la materia es regulada por la costumbre.

IV. Legislación. 1) Los códigos civiles o las leyes particulares


de casi todos los países, hacen referencia al nombre de las
personas físicas en la materia relativa al registro civil del estado
de las personas, específicamente en las actas de nacimiento. El
«CC» señala: «a.» 58: ''El acta de nacimiento contendrá... el
nombre y apellido que se le pongan al presentado, sin que por
motivo alguno puedan omitirse''. La elección del nombre propio
(prenomen o nombre de pila) se ha dejado siempre a la voluntad
de quienes presentan a un infante ante el Registro Civil. Como
el nombre propio tiene por objeto distinguir al individuo dentro
del seno de la familia en la que todos llevan apellido común, se
deja la elección del mismo a los padres, o a quienes lo presentan
al levantar el acta de nacimiento. La elección del nombre propio
es absolutamente libre en nuestro derecho. No sucede igual en
otras legislaciones en las que se establecen una serie de
limitaciones en la elección del nombre propio. Las leyes de
Francia, España, Italia y Argentina entre otras, enumeran
prohibiciones varias, a saber: no podrán inscribirse como
nombres propios: los que no fueran del santoral católico,
nombres extravagantes o subversivos, apellidos o seudónimos
como nombres, el de un hermano vivo, no más de dos nombres
o de uno compuesto de pronunciación u ortografía confusos por
exóticos, los que conduzcan a error en el sexo, de próceres de la
Independencia (Argentina) o de la Revolución (Francia),
nombres extranjeros o indígenas, que signifiquen tendencias
ideológicas o políticas, contrarios a las buenas costumbres, al
orden público, obscenos, ofensivos, grotescos o ridículos.
2) El «CC» regula la cuestión del nombre en su segundo
elemento (apellidos), en forma desarticulada, así el «a.» 59
expresa: ''Si el hijo fuere de matrimonio, se asentarán los
nombres de los padres'' de allí se deduce que el hijo de
matrimonio tiene derecho a llevar los apellidos de sus
progenitores, sin que la ley lo precise categóricamente, como si
lo recoge en norma expresa con respecto a los hijos habidos
fuera de matrimonio, «a.» 389 «CC»: ''El hijo reconocido por el
padre, por la madre o por ambos, tiene derecho: I. A llevar el
apellido del que lo reconoce''. El código omite también norma
expresa respecto al orden en que deben colocarse los apellidos.
En la materia rige también la costumbre de colocar primero el
apellido paterno, seguido del materno. Algunas legislaciones
señalan en forma expresa el orden de los apellidos, entre ellas,
el Código Civil del estado de Veracruz (4 de julio de 1931), el
Código Civil español, el de Costa Rica y el argentino entre otros
Como consecuencia de la necesidad de que toda persona tenga
un nombre cuando alguien sea presentado ante la oficina del
Registro Civil cómo hijo de padres desconocidos, el juez le
pondrá nombre y apellido («a.» 58 «CC»). La madre del hijo
nacido fuera de matrimonio, tiene el deber de otorgarle su
apellido («a.» 60 «CC»); en este supuesto, para que se haga
constar el apellido del padre es necesario que aquél lo pida por
sí o por apoderado especial («a.» 60 «CC»). Los hijos
legitimados llevan el apellido de sus padres cuando éstos los
reconocen, ya sea antes o después de celebrado el matrimonio
(«aa.» 354, 355 y 357 «CC»). En cuanto al hijo adoptivo ''El
adoptante podrá darle nombre y sus apellidos al adoptado
haciéndose las anotaciones correspondientes en el acta de
adopción'' («a.» 395 «CC»); la imposición del nombre al hijo
adoptivo es, en este supuesto una facultad del que adopta.
3) Cambio de nombre. El nombre de las personas por principio
debe ser inmutable en el sentido de que el nombre que aparece
inscrito en el acta de nacimiento debe permanecer sin cambio a
través de toda la vida civil del individuo. Pese a esta supuesta
característica doctrinal, en numerosas ocasiones el nombre se
cambia ya sea porque no coincide el nombre asentado en el acta
con el que se usa de hecho, o porque el individuo desea cambiar
su nombre y a veces puede lícitamente obtener la autorización
para hacerlo. La inmutabilidad en el nombre consiste no en la
imposibilidad jurídica del mismo sino en que el cambio puede
operar sólo en casos excepcionales y en las condiciones que
fijen las leyes. Al individuo no le es lícito cambiar su nombre a
su capricho. La ilicitud en el cambio de nombre sobrepasa la
esfera del derecho privado al configurarse como delito el hecho
de que el individuo se identifique ante las autoridades judiciales
con nombre diferente del propio. Las diversas legislaciones del
mundo asumen dos actitudes con respecto al cambio de nombre:
unas permitiéndolo sólo en casos excepcionales y otras con
mayor liberalidad, ante la sola voluntad del individuo pero, en
ambos casos, siguiendo los requisitos que en cada caso imponen
las leyes. Nuestro «CC» pertenece al primer grupo ya que sólo
permite el cambio de nombre como excepción en dos casos:
para ajustar a la realidad social e individual el acta de
nacimiento, o para evitar perjuicios al individuo cuando su
nombre se presta a criticas o al ridículo. El cambio de nombre
solo puede hacerse mediante la intervención del poder judicial.
Así lo expresa el «a.» 134 «CC»: ''La rectificación o
modificación de un acta del estado civil no puede hacerse sino
ante el Poder Judicial y en virtud de sentencia de éste, salvo el
reconocimiento que voluntariamente haga un padre de su hijo,
el cual se sujetará a las prescripciones de este Código''.

NOTARIADO
I. (De notorio y este del latín notarius.) Institución que
comprende todo lo relativo a la notaria y a los notarios.
En opinión de Giménez Arnau; definir al notariado importa
definir al notario, sea que se estime al notariado como función o
sea que se le considere como el grupo de quienes la
desempeñan.
Se ha dicho que la naturaleza del notariado se exterioriza en la
practica en el conjunto de facultades que constituyen el
ejercicio de la función notarial la que a su vez, es una
prerrogativa del poder público que va encaminada a declarar el
derecho mediante una manifestación con la que se da forma al
acto jurídico.
Es el notariado una institución que surge en forma natural de
la organización social, desde las primeras manifestaciones
contractuales de la sociedad, y que consiste en términos
generales en el sistema organizado de personas investidas de fe
pública para autorizar o dar fe de hechos y actos que ante ellos
pasan y se otorgan; el notarlo, pues, es un magistrado,
representante del poder público, obligado y capaz de recibir y
dar forma a cuanta manifestación jurídica surja de la vida de
relación contractual.

II. El notariado es una institución sui generis, surgida como un


producto social protector de las relaciones derivadas de la vida
económica de los hombres y basada siempre en la fe pública,
que es su elemento distintivo.
Ha evolucionado a través de los siglos adaptándose a las
distintas épocas, lugares e idiosincrasias. Neri dice que: ''...para
consolidarse como organismo disciplinado, de perfiles propios,
y conservar su exacto objetivo de fondo, cual es el de
constitución uniforme y correcta de los hechos y de las
manifestaciones multiformes de la voluntad humana, ha debido
seguir la evolución continuada de orbe civilizado y pasar
gradualmente de un estado a otro, aferrado a los
acontecimientos humanos capaces de producir eficacia
jurídica''.

III. Aunque se tiene noticia de la existencia de un notariado


antiquísimo, tan remoto como las primeras manifestaciones
contractuales del género humano, la tendencia clásica sostiene
que el notariado, como tal, ordenado y formal, adquirió tal
carácter bajo el Imperio Romano, con los tabularii, oficiales
administrativos custodios de documentos del Estado y con los
tabelliones, funcionarios públicos, cuya función consistía en
redactar actos escritos, a petición de partes interesadas, en
presencia de ellas y de testigos, firmadas por las partes, por los
testigos y por los propios tabelliones.
Según los tratadistas, el tabellion fue el auténtico precursor del
notariado; nació como una necesidad de la vida pública. El
tabularii es una creación del derecho público, en tanto que el
tabellion es una consecuencia de las costumbres sociales, así, en
el siglo XII los tabularii y los tabelliones se confundieron en
una sola clase, bajo la denominación de notarios.
No obstante, no es sino hasta la época renacentista de
Rolandino que el notariado adquirió un carácter que pudiéramos
llamar científico, al enseñarse en la Universidad de Bolonia la
ciencia y el arte de la notaría.
Carlomagno instituyó la primera manifestación del notariado
como organismo de auténtica función pública: Los judices
chartularii, personajes del Estado investidos de potestad para
reducir a instrumento, con signos de fe pública, las
declaraciones de voluntad de los contratantes.
Por lo que se refiere a México, es importante resaltar el hecho
de que los aztecas no contaban con un notariado propiamente
dicho. Solamente puede mencionarse al tlacuilo, que era un
artesano que dejaba constancia de los acontecimientos mediante
signos ideográficos.
Durante la conquista española en América, los notarios
dejaron constancia escrita de la fundación de ciudades, de la
creación de instituciones y. otros hechos relevantes.
El propio Hernán Cortés, que había sido escribano, en tierras
americanas siempre se hizo acompañar de escribanos en sus
conquistas.
El 27 de diciembre de 1792, por autorización del rey de
España, Felipe V, se erigió el Real Colegio de Escribanos de
México el cual el año siguiente estableció una Academia de
pasantes y aspirantes, que otorgaba certificados de competencia
para ejercer el notariado. Este colegio que actualmente agrupa a
los notarios del Distrito Federal (D.F.), se llama Colegio de
Notarios de la Ciudad de México.
A partir de la independencia, se suceden diversas leyes
relativas a la organización y funcionamiento del notariado.
Desde las que asimilaban a los notarios públicos dentro del
poder judicial, hasta las más modernas, que los conceptúan
como profesionistas independientes, con delegación de fe
pública del presidente de la República.
Entre las leyes del notariado más importantes pueden citarse:
a) La Ley Central de 1853, expedida por Antonio López de
Santa Anna, en la que se exigía al aspirante aprobar un examen
ante el supremo tribunal. b) La Ley Orgánica de Notarios y
Actuarios del D.F. que por primera vez exige que el notar; sea
abogado, o por lo menos haber cursado una serie de materias de
derecho civil, mercantil, procesal y notarial, con lo que, como
afirma el maestro Carral y de Teresa, se inició el acceso de
abogados al campo del notariado. c) La ley de 9 de enero de
1932, posterior a la de 1901, y en la que prácticamente se
consolida el notariado moderno del D.F. Se reafirma el carácter
público de la función notarial, definiendo al notario como
funcionario con fe pública y manteniendo la prohibición de
dedicarse al ejercicio libre de la profesión de abogado. d) La ley
anterior a la actual, de 31 de diciembre de 1945, que termina
por consolidar el carácter de profesional del derecho que tiene
el notario y que establecía toda una organización funcional del
notariado, mediante la regulación de requisitos,
incompatibilidades, prohibiciones, exámenes y una serie
detallada de lineamientos que debía seguir el notario en su
actuación.
Establece uno de los principios más trascendentes del notario
del D.F., el examen de oposición para la obtención de una
notaría. Mediante este examen, se asegura en la medida de lo
posible una mayor preparación de los aspirantes al ejercicio del
notariado, en razón de que deben no sólo aprobar, sino obtener
la mejor calificación en un examen escrito y oral, público, que
dificulta mucho el arribo de notarios por compadrazgo y buenas
relaciones. e) La ley actual, de 8 de enero de 1980, que
mantiene en lo esencial los principios básicos de la ley anterior,
por lo que se refiere a la organización del notariado y a su
actuación. Se establecen algunas normas que modernizan la
técnica notarial para hacerla acorde con las necesidades del
mundo moderno y se mantiene la organización basada en el
control que el presidente de la República ejerce sobre el
notariado del D.F., a través de la Oficina Consultiva y de
Asuntos Notariales Jurídicos, de la Dirección General Jurídica y
de Gobierno, del Departamento del D.F. Esta dependencia
ejerce su control mediante visitas, autorización de libros,
imposición de sanciones y extrañamientos verbales a los
notarios. En la ley que comenta se le dio una participación
importante en estas funciones de control al director general del
Registro Público de la Propiedad y del Comercio del D.F.

IV. Aun cuando cada sistema de notariado es distinto de los


demás, por ser un resultado de la idiosincrasia y costumbres de
cada lugar, cabe resaltar algunos sistemas que en lo general
tienen grandes semejanzas y diferencias: a) El notariado
anglosajón, producto consuetudinario del derecho de esos
pueblos, en el que el notario no tiene una fe pública general
propiamente dicha. No es un profesional del derecho y su fe se
limita a actos de derecho internacional. En lo interno, su firma y
su sello, afirma Carral y de Teresa, ''...sólo paralizan la acción
de falsedad de firmas del documento''. En los Estados Unidos,
el notario anglosajón o privado sólo autentica firmas, sin que su
actuación se refiera at fondo del documento de que se trate.
b) El notariado de tipo latino, como el de nuestro país, en el
que el notario es al mismo tiempo un funcionario dotado de fe
pública y un abogado que ilustra a las partes, redacta el
documento, lo autoriza, expide copias certificadas y conserva el
original. La actuación del notario no tiene mas límites que los
que marcan las leyes.
En los últimos años, la ley ha encomendado al notario público
mexicano importantes, pero muy engorrosas, funciones de
carácter fiscal, relativas a la determinación, cobro y entero de
los impuestos causados por los actos jurídicos otorgados ante su
fe. Estas funciones de auxiliar fiscal han sido criticadas por los
congresos internacionales del Notariado Latino porque
desnaturalizan la función notarial y la distraen de sus
responsabilidades propias.
Con el maestro Luis Carral y de Teresa podríamos concluir
afirmando que el legislador, al organizar el notariado, ''...debe
decirse a sí mismo: el notariado existe históricamente, es
indudable que existe para asegurar la certeza, la permanencia y
la paz jurídica entre los particulares. Esas cualidades de los
actos jurídicos son indispensables. ¿Cómo debo lograr esa
certeza, permanencia, seguridad, paz jurídica?, respuesta:
organizando el notariado que ya existe, y respetándolo en sus
bases esenciales que son aquellas sin las cuales no se podría
lograr la seguridad jurídica, la permanencia y la certeza que son
indispensables''.

OBEDIENCIA JERÁRQUICA
I. El cumplimiento de una orden emanada de un superior
jerárquico, dictada conforme a derecho, origina a favor del
subordinado la causa de justificación prevista en la «fr.» V del
«a.» 15 del «CP», que excluye la responsabilidad de quien obra
en cumplimiento de un deber o en el ejercicio de un derecho
consignados en la ley.
Por el contrario, si la orden es contraria a derecho, su
cumplimiento por parte del inferior jerárquico en ningún caso
puede recibir la misma solución, aun cuando se trate de un
mandato ''vinculatorio'' para el subordinado, quien al obedecer
actúa tan antijurídicamente como el superior que la dictó.
Consiguientemente, la situación prevista en la «fr.» VII del
mismo «a.» 15, que excluye la responsabilidad de quien
obedece a un superior legítimo en el orden jerárquico, aun
cuando su mandato constituya un delito, si esta circunstancia no
es notoria ni se prueba que el acusado la conocía, no puede ser
entendida como causa de justificación como es sostenido por un
sector de la doctrina.
La orden ilegal no deja de serlo porque se encargue su
ejecución a un subordinado que la cumple en virtud de un error
pues la juridicidad del hecho no depende del conocimiento de
quien actúa, sino de su adecuación al orden jurídico. La norma
del «a.» 15 «fr.» VII del «CP» es una aplicación de las reglas
del error de prohibición, en cuya virtud resulta inculpable quien
actúa precisamente porque cree equivocadamente que lo
ordenado era legítimo.
El deber de obediencia no se deriva de la existencia de un
mandato vinculante, puesto que el inferior aun en ese caso no
debe cumplirlo si la ilegalidad es notoria o está en conocimiento
de tal circunstancia. La exclusión de responsabilidad del
subordinado es consecuencia de una ignorancia de la
antijuridicidad de su comportamiento, error que un mandato
vinculatorio torna insuperable al impedirle inspeccionar la
validez de la orden.

II. La inculpabilidad del inferior esta condicionada a la


concurrencia de los siguientes requisitos:
1) Existencia de una relación de dependencia jerárquica entre
el superior que dictó la orden ilegal y el inferior que la ejecutó.
2) El acto ordenado debe corresponder a los respectivos
ámbitos de competencia de superior e inferior, pues de lo
contrario sería notoriamente ilegal, y el subordinado no podría
ampararse en error.
3) La orden debe estar revestida de todos los recaudados
formales previstos en la ley.
4) El cumplimiento del mandato debe ser consecuencia de un
error del inferior que dadas las circunstancias resulte
insuperable.

III. Los efectos que produce la obediencia jerárquica son los


siguientes: 1) el superior es autor mediato pues ha realizado el
acto antijurídico valiéndose de un instrumento. Su dominio del
hecho se apoya en el error del subordinado; 2) en relación a la
tentativa, debe entenderse que existe comienzo de ejecución
desde que el superior transmite la orden al subordinado pues
desde ese momento desprende de su mano el hecho; 3) el
inferior no resulta culpable ya que, cumplidos los requisitos de
la obediencia jerárquica, padece un error de prohibición
insuperable; 4) si el error hubiere sido vencible, como en el caso
de no utilización de un poder de inspección a disposición del
subordinado, tal circunstancia puede ser considerada por el juez
para atenuar la pena que corresponde al inferior dentro de la
escala prevista al delito cometido, por concurrir una
circunstancia que disminuye su culpabilidad; 5) dado que el
hecho cometido es antijurídico, la eximente no beneficia
necesariamente a eventuales partícipes, cuya culpabilidad
deberá ser analizada en forma independiente y personal, en
función del reproche que a cada uno de ellos pueda formularse,
y 6) por la misma razón, la orden obedecida no genera deber de
tolerancia hacia terceros, quienes en principio pueden oponer
legítima defensa frente al acto del subordinado.

OBLIGACIÓN
I. (Del latín obligatio-onis.) El derecho civil se refiere a la
persona, entre otras cosas, en relación con su actividad
económica y esta puede ser en un plano de exclusividad o en un
plano de colaboración. Cuando los actos económicos se realizan
en exclusividad estamos en presencia de derechos reales, mas
cuando la actividad se realiza en colaboración de unos hombres
con otros, estamos en presencia de derechos personales que
ameritan la distinción entre deudor y acreedor y vínculo que los
relaciona.
La obligación dicen las Institutas es un vínculo jurídico por el
que somos constreñidos por la necesidad de pagar alguna cosa
según las leyes de nuestra ciudad.
Por esa razón mientras que los derechos reales tienen por
contenido el poder que el sujeto tiene sobre un bien, en los
derechos personales se persigue la satisfacción que el deudor va
a realizar en interés del acreedor.
La obligación es un vínculo y por lo tanto, como dice Gayo,
nadie se obliga por un consejo y de una recomendación o, de un
consejo general, no se deriva obligación alguna; pero el texto de
las Institutas añade que la obligación es un vínculo jurídico con
lo que quiere decirse que es un ligamen de derecho no un
ligamen religioso o ético.
El vínculo nos constriñe a la necesidad de pagar, por esa razón
el orden jurídico exige que las obligaciones tengan una fuente
de donde nazcan. La imposición de una obligación sin una
fuente no tendría razón de ser, ni estaríamos en presencia de un
orden jurídico sin ella, pues bien, las obligaciones nacen de un
acuerdo de voluntades o de un ilícito, bien de cierto derecho
propio, según las varias especies de causas (Gayo) y por esa
razón se habla de la necesidad de pagar alguna cosa,
añadiéndose que el pago debe hacerse según las leyes de nuestra
ciudad lo que significa que el vínculo está reconocido por el
orden jurídico.
Debemos observar a la luz del derecho actual que en la
obligación se distingue el débito y la responsabilidad,
entendiéndose que aquél es la prestación o deuda y la
responsabilidad es la sujeción patrimonial. Con esta distinción
se puede observar que habrá obligaciones que tengan débito sin
responsabilidad como acaece en las llamadas obligaciones
naturales, tales como el pago de una deuda prescrita o el
cumplimiento de un deber moral, que no dan derecho a repetir
por pago de lo indebido; en otros términos las obligaciones
naturales no sólo se caracterizan porque no producen acción,
sino porque lo que se ha pagado no puede ser repetido.
Asimismo, podría haber responsabilidad sin deuda como es el
caso de la responsabilidad del que da garantías en cumplimiento
de una deuda ajena.

II. Son fuentes de las obligaciones, en los términos del «CC»,


los contratos, la declaración unilateral de la voluntad, el
enriquecimiento ilegítimo la gestión de negocios los hechos
ilícitos. Es decir, considera la clasificación romana de hechos
generadores de vínculo jurídico: los contratos, los cuasi-
contratos, los delitos y los cuasi-delitos. Cabe aclarar que
Pothier -y a partir de él varios juristas- añade a estas cuatro
fuentes una quinta: la ley, explicando que en ocasiones el
nacimiento de una obligación no es un hecho determinado, sino
una disposición de carácter normativo. Pothier ejemplifica este
quinto grupo con las obligaciones surgidas de instituciones
como la tutela y con otras obligaciones como la de dar
alimentos.
En el derecho civil mexicano encontramos que no sólo son
fuentes de obligaciones las contenidas en el «tít.» primero de la
primera parte del libro cuarto del «CC», mencionadas al inicio
de este punto, sino que también las relaciones familiares
producen obligaciones cuyo contenido es, en ocasiones, a la vez
patrimonial y extrapatrimonial.
En todo caso las obligaciones sólo pueden ser de tres tipos: de
dar, de hacer y de no hacer («a.» 1824 «CC»).
Son obligaciones de dar aquellas cuyo objeto es: a) la
traslación de dominio de cosa cierta; b) la enajenación temporal
del uso o goce de cosa cierta; c) la restitución de cosa ajena, y
d) el pago de cosa debida («aa.» 2011 a 2026 «CC»).
La transmisión de las obligaciones opera por sustitución del
acreedor y por sustitución del deudor.
En el primer caso -denominado cesión de derechos- el
acreedor no tiene que solicitar el consentimiento del deudor
para realizar la cesión («a.» 2030 «CC»), pero en el segundo
caso -cesión de deudas- el acreedor debe consentir expresa o
tácitamente en la sustitución del deudor («a.» 2051 «CC»).
La sustitución del acreedor puede hacerse también por
ministerio de ley, en cuyo caso estaremos frente a la
subrogación («aa.» 2058-2961 «CC»).

III. Toda obligación puede estar sujeta a diferentes


modalidades: unas relativas a su eficacia como son el plazo el
término y la condición; otras relativas al objeto de la obligación
como son las obligaciones conjuntivas, alternativas o
facultativas, y otras relativas a los sujetos de la obligación como
son las mancomunadas y las solidarias.
Las obligaciones conjuntivas son aquellas en que un mismo
deudor está obligado a varias prestaciones originadas en un solo
acto jurídico. En la doctrina se discute si se puede hablar de
obligaciones conjuntivas o si cada una de las prestaciones forma
una obligación simple. Frente a esto se responde que si se pacto
que el deudor se libera de su obligación, sólo hasta que se haya
cumplido con todas y cada una de las prestaciones se trata de
una obligación conjuntiva («a.» 1961 «CC»).
Obligaciones alternativas son aquellas en las cuales, existiendo
varios objetos, el deudor tiene la posibilidad de cumplir con
alguno de ellos («a.» 1962 «CC»).
Obligaciones facultativas son aquellas en las cuales existe un
solo objeto, pero el deudor tiene la posibilidad de sustituirlo por
otro al momento de cumplir con su obligación.
Obligaciones mancomunadas son aquellas en que existe una
pluralidad de deudores o de acreedores y en donde se considera
que la deuda está dividida en tantas partes como deudores o
acreedores existan, teniendo cada una de estas partes una deuda
distinta de las otras («aa.» 1984 y 1985 «CC»).
Son solidarias aquellas obligaciones en que existiendo
pluralidad de acreedores -llámanse solidaridad activa-o de
deudores -solidaridad pasiva- cada una de aquéllas puede exigir
a cada uno de estos el total cumplimiento de la obligación
(«aa.» 1981 y 1989 «CC»).
Finalmente las obligaciones se extinguen por su cumplimiento
mediante el pago («a.» 2062 «CC»); por compensación cuando
dos personas son deudores y acreedores recíprocamente («a.»
2185 «CC»); por confusión de derechos cuando las calidades de
deudor y acreedor se reúnen en una misma persona («a.» 2206
«CC»); por remisión o condonación de la deuda cuando el
acreedor renuncia a su derecho, excepto si tal renuncia está
prohibida por la ley («a.» 2209 «CC»), y por novación, cuando
los contratantes alteran substancialmente los términos de su
contrato, sustituyendo la antigua obligación por una nueva (a.
2206 «CC»); por remisión o condonación de la deuda cuando el
acreedor renuncia a su derecho, excepto si tal renuncia está
prohibida por la ley (a. 2209 «CC»), y por novación, cuando los
contratantes alteran substancialmente los términos de su
contrato, sustituyendo la antigua obligación por una nueva (a.
2213 «CC»).

OBLIGACIONES O BONOS
I. Naturaleza jurídica de las obligaciones y del negocio de
emisión. La doctrina en forma unánime considera las
obligaciones como títulos de crédito, o más precisamente, como
títulos valores, aunque éstos tienen la característica de ser
seriales o colectivos y causales, es decir, que se emiten varios
títulos en correspondencia con una relación única de débito
contenida en el acta de emisión de obligaciones y a la cual
quedan sometidas con todas sus modificaciones durante el plazo
de la operación.
Por otra parte, esta relación de débito normalmente proviene
de un mutuo, aunque nada impide (y así lo reconocen los «aa.»
212 y 214 de la «LGTOC») que la emisión se haga con motivo
de una operación diversa del mutuo o de varias operaciones a la
vez a condición de que estas signifiquen créditos a cargo de la
sociedad, los cuales desaparecen con motivo de la emisión de
obligaciones por tratarse esta operación de un negocio
abstracto.

II. En materia de sociedades resulta elemental distinguir entre


las percepciones de fondos que implican un cambio en la cifra
del capital social, de aquellas otras que sólo se traducen en
vínculos de crédito a cargo de la sociedad. Dentro de esta
segunda categoría se encuentra la emisión de obligaciones cuya
finalidad es la de satisfacer necesidades financieras de su
emisor cuando son insuficientes las fuentes ordinarias de crédito
o pueden resultar demasiado onerosas para el acreditado.
1) En términos generales, se puede describir a la emisión de
obligaciones como una operación de crédito, que por su elevada
cuantía es fraccional y a largo plazo, toda vez que la emisora
necesita obtener los medios suficientes para hacer el reembolso
mediante los beneficios que obtenga el manejo del crédito
recibido, lo que sólo es posible lograr a través de varios
ejercicios sociales, es decir, después del transcurso de un plazo
amplio. En nuestro derecho, la facultad de emitir obligaciones,
salvo la otorgada a la federación, organismos descentralizados
de esta y a los estados, solamente se concede a las sociedades
anónimas. Sin embargo, es conveniente hacer notar que en
realidad no existe disposición legal que prohiba a los
particulares, sean personas físicas o morales, el emitir
obligaciones, pero son tales los requisitos que la «LGTOC»
impone al emisor para la realización de la operación, que
necesariamente se concluye que sólo las sociedades anónimas y
de potencialidad económica considerable, se encuentran en
posibilidad de cumplir.
De lo anterior se concluye que la emisión de obligaciones, por
su elevada cuantía, no es una operación de crédito a la que con
frecuencia acudan las anónimas, amén de que, por ser
fraccionada, establece a cargo de la sociedad emisora un
sinnúmero de acreedores que son los que, precisamente,
suscriben las distintas partes u obligaciones en las que se ha
dividido la operación para facilitar con ello la colocación
integra del crédito.
En atención a la primera conclusión, es decir, a que la emisión
de obligaciones por su elevada cuantía no es una operación de
crédito normal a la que acudan las sociedades anónimas, sino
que trasciende a la estructura misma de ésta e influye sobre los
otros acreedores, es que nuestra «LGSM» ha establecido en su
«a.» 182 «fr.» X, que corresponde a la asamblea de accionistas,
reunida en sesión extraordinaria, resolver sobre la emisión de
obligaciones o bonos. Es decir, que la ley da un tratamiento
semejante al que otorga a las modificaciones a la escritura
social.
En cuanto a la segunda conclusión, es decir, que mediante la
emisión de obligaciones se establecen a cargo de la sociedad un
sinnúmero de acreedores, cabe advertir que éstos no tienen el
carácter común que corresponde a cualquier acreedor
quirografario, sino que aunque junto con los demás
obligacionistas una posición especial que los distingue de los
primeros, puesto que puede intervenir en la organización
societaria en el caso de que por alguna circunstancia vea
disminuido el patrimonio social o se precisen ajustes al crédito
obligacionario.
Por otra parte, también hay que considerar que los
obligacionistas no son acreedores a quienes la buena marcha y
progreso de la sociedad les sea indiferente, pues debido a lo
amplio del plazo a que se sujeta la operación, tienen un marcado
interés en la prosperidad de la empresa, se encuentran ligados a
su destino y de éste desprende siempre el pago de sus créditos.
Los obligacionistas no ignoran, por lo tanto, que durante el
plazo de vigencia de la operación la sociedad puede encontrarse
frente a contingencias que influyan sobre su vida y repercutan a
su vez sobre los derechos que como acreedores les
corresponden para cuya salvaguarda puede ser necesario o
imprescindible su cooperación, en forma de concesiones o
esperas que permitan a la sociedad deudora volver al curso
normal de sus actividades.
Además, cada acreedor de los múltiples que una sociedad
puede tener funda su derecho en un contrato, en un acto o en un
hecho jurídico distinto e independiente de los que sirven de
fundamento a otro. En el caso de la emisión de obligaciones
aunque la sociedad haya celebrado con los suscriptores un
sinnúmero de contratos, estos no son independientes y diversos,
puesto que los contratantes vienen a formar parte de un todo, de
una serie de unidades en que se ha fraccionado el crédito para
facilitar su colocación y cuyas partes, de idéntica forma y
contenido, colocan a sus tenedores en un plano de igualdad y
similitud de intereses que los distingue de los restantes
acreedores sociales y origina entre ellos una tendencia natural a
la agrupación.
2) Para evitar los posibles abusos que la sociedad pudiera
cometer en perjuicio de los obligacionistas, nuestra «LGTOC»
(«aa.» 212, 214, 216, 217) ha establecido una serie de medidas
tutelares entre las cuales las principales, aunque no únicas, son
las siguientes:
a) No podrá hacerse emisión alguna de obligaciones por una
cantidad superior a la del activo neto de la emisora, según
balance que precisamente se realice para ese efecto, a menos
que la emisión se haga en representación del valor o precio de
bienes cuya adquisición o construcción tuviera contratada la
emisora.
b) La sociedad podrá hacer entrega de los títulos y
obligaciones a los suscriptores hasta en tanto no se haya
cubierto totalmente el valor de la emisión.
c) La sociedad emisora no podrá reducir su capital sino en
proporción al reembolso que haga de las obligaciones emitidas,
ni podrá cambiar su objeto, domicilio o denominación, sin el
consentimiento de los obligacionistas.
ch) Se crea entre los obligacionistas un consorcio ex lege y
autónomo, integrado por los obligacionistas de una misma
emisión, que tiene como fin fundamental la defensa de los
intereses que les son comunes.
d) Para representar al conjunto de los obligacionistas se
designará un representante común, quien, en términos generales
tendrá las siguientes facultades: i) cerciorarse de la legalidad de
la emisión y vigilar que se cumpla con lo establecido en el acta,
ii) constituirse en depositario de los fondos recibidos para el
pago de los bienes o construcciones que la sociedad hubiere
contratado; iii) ejecutar todas las acciones y derechos que
correspondan a los obligacionistas con motivo de la emisión; iv)
convocar y presidir la asamblea general de obligacionistas, y v)
asistir a las asambleas generales de accionistas recabando todos
los informes y datos que necesite para el ejercicio de sus
atribuciones.
3) De acuerdo con lo anterior y tomando en cuenta lo que
dispone el «a.» 208 de la «LGTOC», se puede definir a la
emisión de obligaciones como una operación que concede a sus
tenedores una participación en un crédito colectivo constituido a
cargo de una sociedad anónima.

III. Como consecuencia de las aportaciones hechas por los


suscriptores de obligaciones a la sociedad o de entrega de títulos
que ésta haga en pago de adeudos contraídos con anterioridad
aquéllos adquieren diversos derechos a cargo de la emisora, los
cuales podemos clasificar en dos grupos: derechos esenciales y
derechos derivados de cláusulas accesorias.
Los primeros, como su nombre lo indica, son los
indispensables para caracterizar a las obligaciones como tales,
los cuales a su vez pueden distinguirse entre patrimoniales y
colectivos o de consecución.
Los segundos, o sea los derivados de cláusulas accesorias, son
aquellos derechos cuyo origen obedece a convenios celebrados
entre la emisora y los obligacionistas y hechos constar en el acta
de emisión.
1) Derechos patrimoniales. a) Derecho al pago de las
obligaciones. Como hemos dicho, por definición, la emisión de
obligaciones es un crédito colectivo constituido a cargo de una
sociedad anónima, de donde resulta evidente que tal crédito
debe ser reembolsable mediante el pago de las fracciones que lo
representan, es decir, mediante el pago de las obligaciones,
derecho que constituye el primero de los derechos patrimoniales
que corresponden al obligacionista.
Aunque la ley no lo dice en forma directa, de lo dispuesto en
su «a.» 209 («LGTOC») se infiere que las obligaciones tienen
un carácter eminentemente pecuniario, por lo que su pago o
amortización debe hacerse en dinero que tenga circulación legal
en los términos de los «aa.» 1o-5o de la LM.
Sin embargo, nada impide que una persona pueda recibir en
pago de sus obligaciones bienes que no tengan el mencionado
carácter pecuniario, pero nos abstenemos de hacer algún
comentario al respecto, puesto que ellos nos alejarían del tema a
tratar y no haríamos otra cosa que repetir los principios
generales establecidos para la extinción de cualquier vínculo
obligacional.
En cuanto a la forma de pago de las obligaciones, estas deben
presentarse para ello el día que tienen fijado en el documento
para el vencimiento, en el caso de que la fecha fuere inhábil, la
presentación se hará al siguiente día hábil («aa.» 91 y 81
«LGTOC»).
Como consecuencia de lo anterior, resultan inadmisibles los
términos de gracia o de cortesía para la presentación de las
obligaciones, principio que, por lo demás, no es de aplicación
exclusiva a estos documentos, sino que comprende otros títulos
de crédito y, en general, a todos los vínculos obligacionales
contenidos en la legislación mercantil («aa.» 81 «LGTOC» y 84
«CCo».). Sin embargo, el principio anterior sufre una excepción
cuando la emisora establece que el pagó o reembolso de las
obligaciones se hará por sorteos, pues de pactarse así, las
obligaciones sorteadas deben presentarse para el pago dentro de
un plazo no menor de noventa días, los cuales se cuentan a
partir de la fecha que la sociedad determine, mediante las
publicaciones que la misma previene que deberán hacerse
dentro de los treinta días siguientes a la fecha del sorteo («a.»
222 «LGTOC»).
A nuestro modo de ver, la razón de la disposición es clara. Las
obligaciones reembolsables por sorteos, aunque sujetas a un
plazo, ya que el día de pago necesariamente ha de llegar tienen
algo de incierto, toda vez que la determinación exacta de la
fecha de pago de cada una de las obligaciones y, por
consiguiente, de la fecha hasta la cual producirán intereses,
depende de la suerte. En tales circunstancias, con objeto de
hacer del conocimiento de los obligacionistas la fecha de
presentación de sus documentos para el pago, se ha impuesto
una publicidad adecuada y se ha ampliado el término para su
presentación, como medida cautelar de los intereses de los
obligacionistas.
b) Derecho al pago de los intereses. La atribución de intereses
a los obligacionistas y su correlativa obligación de pago es un
elemento esencial del negocio jurídico de emisión de
obligaciones y es, quizás, el elemento más característico de la
operación, toda vez que si los obligacionistas han suscrito los
documentos lo han hecho movidos, fundamentalmente, por el
deseo de obtener un interés, de aquí que se haya afirmado que
''la percepción de los intereses es la causa de las obligaciones''.
Respecto a su forma de pago, ésta es idéntica a la de las
obligaciones, por lo que nos remitimos a lo dicho en el apartado
anterior respecto del pago de éstos.
c) Derechos colectivos o de consecución. Estos derechos
tienen como finalidad primordial el lograr la salvaguarda y
cumplimiento de los derechos patrimoniales que corresponden a
los obligacionistas, lo cual se logra a través de la agrupación de
ellos y del representante común. Ahora bien, por no ser la
asamblea un órgano de actuación permanente, sino que entre
sus reuniones hay soluciones de continuidad, es necesario que
sea convocada cada vez que la asamblea vaya a reunirse, para lo
cual el «a.» 218 de la LGTOC dispone que la convocatoria será
formulada por el representante común, quien constituye un
órgano de relación entre los obligacionistas y la emisora, de tal
manera que se encuentra en condiciones de saber cuando es
necesario y conveniente la reunión de ellos y tomar la iniciativa
para hacerlo. Sin embargo, la iniciativa de reunión y aun la
convocatoria puede no emanar del representante común, toda
vez que el «a.» 218 citado, concede a los obligacionistas que
representen cuando menos un diez por ciento de las
obligaciones de circulación, la facultad de solicitar al
representante común que convoque a la asamblea, especificando
en su petición los puntos concretos que han de tratarse en ella.
En caso de que el representante no hiciere la convocatoria
dentro del plazo de treinta días, los obligacionistas podrán
solicitar que sea convocada por el juez del domicilio de la
emisora.
De acuerdo con lo que disponen los «aa.» 219 y 220 de la
LGTOC es posible distinguir dos clases de asambleas de
obligacionistas: ordinarias y extraordinarias. La ordinaria es
competente para conocer de todos aquellos asuntos de interés
colectivo que no implican una modificación al acta de la
emisora, mientras que las extraordinarias conocen de aquellos
asuntos que sí implican una modificación al acta de emisión,
incluyendo el otorgamiento de prórroga o esperas a la emisora,
así como la remoción y designación del representante común de
los obligacionistas.
2) Derechos derivados de cláusulas accesorias. Como es fácil
comprender, en ellas se puede pactar un sinnúmero de derechos
en favor de los obligacionistas aunque los más frecuentes son el
derecho de revalorización de las obligaciones el derecho de
conversión de las obligaciones en acciones; y el derecho de
participar en las utilidades de la empresa, cuyo estudio
omitimos por razón de brevedad.

OFENDIDO
I. (Del latín offendere, participio pasado del verbo ''ofender''.)
Ofendido es quien ha recibido en su persona, bienes o, en
general, en su status jurídico, una ofensa, daño, ultraje,
menoscabo, maltrato o injuria.

II. Dentro del proceso penal reciben el nombre de ofendido la


víctima del hecho delictivo, así como quienes, a causa de la
muerte o de la incapacidad ocurrida a la víctima a resultas del
ilícito penal, le suceden legalmente en sus derechos o les
corresponde su representación legal.
Las funciones que al ofendido se asignan dentro del
enjuiciamiento penal derivan, fundamentalmente, del sistema
que se adopte en materia de acusación. En México, de modo
claro a partir de la C de 1917, la facultad de acusar -ejercicio de
la acción penal- se ha reservado al Ministerio Público en su
carácter de órgano estatal encargado de la ''persecución de los
delitos'' (C., «a.» 21). Dado que tal facultad constituye un
''monopolio'', y que la reparación del daño se concibe como
''pena pública'', el ofendido tiene en nuestro proceso penal un
papel asaz limitado. No reconociéndose hoy día la posibilidad
de que el particular ofendido por un hecho delictivo ejercite
ante los tribunales competentes la pretensión punitiva, la ley le
asigna funciones procesales de carácter secundario. Suele
justificarse lo reducido de su papel aduciéndose que el otorgarle
mayores facultades que las que hoy se le asignan contribuiría a
introducir en el proceso el afán de venganza.
A pesar de lo limitado de su función y de lo mal encuadrada
que se encuentra la figura dentro de nuestra legislación procesal
penal, el ofendido es un interviniente en el proceso a quien le
corresponde ejercitar diferentes facultades en las varias etapas
en que se descompone el enjuiciamiento penal.

III. Por lo que hace a la fase de averiguación, el ofendido se


encuentra facultado por la ley para denunciar los delitos de que
se estima víctima. Debe tenerse presente, sin embargo, que esta
facultad se le reconoce no en razón de haber sufrido en su
persona o en su patrimonio los efectos del hecho ilícito, sino en
tanto que la facultad de denunciar se reconoce a todo individuo
que tiene conocimiento de tales hechos. En la práctica debe
reconocerse que son precisamente los ofendidos quienes más
frecuentemente intervienen ante las autoridades con el carácter
de denunciantes aportando la notitia criminis sobre la que habrá
de realizarse la averiguación previa.
Además de poder presentar denuncias, nuestra legislación
procesal penal confiere al ofendido el ''monopolio de la
querella'', cuando se exige el cumplimiento de tal requisito de
procedibilidad como una condición sine qua non para el
ejercicio de la acción penal por parte del Ministerio Público, tal
y como sucede respecto a los delitos de estupro, rapto,
difamación, etc. Dentro de la propia averiguación previa el
ofendido, sea que intervenga como denunciante, como
querellante o como simple ofendido puede poner a disposición
del Ministerio Público los datos que contribuyan a establecer la
culpabilidad -rectius: presunta responsabilidad- del indiciado,
así como aquellos que permitan al órgano de la acusación
reclamar la reparación del daño -moral y material- resultante de
la conducta atribuida al presunto responsable («CPP» «a.» 9).

IV. Dentro de la instrucción el ofendido cuenta con una mayor


cantidad de atribuciones. De modo particular, en tratándose de
la reparación del daño, la ley procesal lo considera como
coadyuvante del Ministerio Público en cuanto a la
responsabilidad civil directa; como tal, tiene derecho a que se le
notifique por parte del juzgador sobre las resoluciones que en
materia de responsabilidad se dicten y puede poner a
disposición del juzgador cualesquiera elementos relevantes para
la determinación de la responsabilidad y de su monto. Si la
reparación del daño derivado del hecho ilícito se hace valer en
contra de persona distinta del indiciado en razón de estarse en
alguno de los supuestos previstos por el «a.» 32 del «CP», el
ofendido adquiere el carácter de actor, en el sentido pleno de la
expresión, dentro del incidente de reparación («CPP» «aa.» 532
y ss.). Al ofendido corresponde, igualmente, el solicitar ante el
juzgador el embargo precautorio de bienes del presunto
responsable a fin de asegurar la reparación del daño. Tal
facultad se confiere al ofendido y al propio Ministerio Público
en forma indistinta, no existiendo, por tanto, subsidiariedad
(«CPP» «a.» 35). Con independencia de que en el proceso se
reclame responsabilidad civil, el ofendido puede solicitar al
juzgador que se le restituya en el goce de sus derechos, cuando
los mismos han sido menoscabados por el hecho delictivo
(«CPP» «a.» 28). Finalmente, el «CPP» previene que el
ofendido puede solicitar, dentro de la instrucción, la
acumulación de procesos en cualquier caso en que se dé alguna
de las hipótesis prevenidas por el «a.» 10 del «CP».

V. De mayor relieve resultan las facultades atribuidas al


ofendido dentro de la audiencia. Tanto dentro del procedimiento
ordinario, como en el sumario e, incluso, en el seguido ante el
jurado popular, la ley reconoce en favor del ofendido el derecho
de comparecer a la audiencia en que se tendrá por vista la causa,
contando con la facultad de formular en ella los alegatos que
estime pertinentes («CPP» «aa.» 70, 360 y 379). Debe tenerse
presente que no obstante que su facultad de intervención se
reconoce en términos análogos a la del defensor y del
Ministerio Público, es solo éste último quien puede hacer valer
la pretensión punitiva; si se trata de un delito perseguible sólo a
instancia de parte agraviada (querella), el ofendido puede
otorgar su perdón en dicha audiencia, siempre y cuando lo haga
antes de que el Ministerio Público haya formulado conclusiones
acusatorias. Nuestra legislación reconoce en favor del ofendido
dos facultades más: una primera consistente en la posibilidad de
solicitar la revocación de la libertad provisional del reo cuando
este le amenaza («CPP» «a.» 568, «fr.» III), y una ultima
relativa a la posibilidad de solicitar se tenga por extinguida
anticipadamente la pena impuesta al sentenciado, siempre y
cuando se trate de delitos perseguibles a instancia de parte
agraviada (querella).
En términos generales, el sistema de monopolios acusador del
Ministerio Público por el que ha optado nuestra legislación
procesal penal da origen a una muy reducida intervención del
ofendido dentro del proceso. Si se exceptúan las hipótesis
referidas a la reparación del daño y a la querella, el papel del
ofendido es esencialmente pasivo. Carece de facultades
requirentes propias y su posibilidad de aportar pruebas y
formular alegatos depende en buena medida del grado de
coadyuvancia que en el caso concreto el Ministerio Público esté
dispuesto a otorgarle. De lege ferenda se ha venido
insistentemente propugnando por una mayor intervención del
ofendido en el proceso; las propuestas van desde la de otorgarle
la facultad de acción en forma paralela a la hoy reconocida al
Ministerio Público -tal y como ocurrió entre nosotros durante la
vigencia de la C de 1857- hasta aquellas que se limitan a
reforzar su posición de coadyuvante haciendo que ciertas
determinaciones y decisiones que el Ministerio Público toma
durante el proceso resulten inválidas si no se recaba el
consentimiento del ofendido. De particular importancia resultan
los casos en los que el órgano acusador opta por el no ejercicio
de la acción penal, en los que al particular ofendido no se
confiere recurso alguno de modo que pueda iniciar por sí el
proceso.

OMISIÓN
I. (Del latín omissio-onis). En el modelo lógico del derecho
penal, la acción y la omisión se plantean y examinan en tres
niveles conceptuales diferentes: el prejurídico penal (de las
entidades puramente fácticas o culturales); el del tipo (de las
meras descripciones legislativo penales), y el correspondiente al
delito (de las entidades fácticas o culturales, típicas).

II. En el nivel prejurídico penal, la actividad humana es un


suceso natural, regido por la causalidad y realizable
independientemente de la existencia o inexistencia de una
norma (no penal, obviamente) que la prohíba.
La inactividad (no hacer algo determinado), en cambio, no es
un suceso natural y, por lo mismo, no se encuentra sometida a la
causalidad. Es un producto de la cultura y, por ello, su
realización está condicionada a la existencia previa de una
norma que constituya su fuente generadora. Esta norma, a nivel
prejurídico penal, puede ser de orden religioso, moral, social,
etc., pero nunca de índole penal.
Las actividades e inactividades humanas se efectúan bajo el
control de su autor, o bien, ocurren porque su autor no puede
ejercer ningún control sobre las mismas. Las primeras,
constitutivas de las acciones o de las omisiones, son realizables
intencionalmente o por descuido; las segundas, no constitutivas
de acciones ni de omisiones, ocurren de manera fortuita. Por
otra parte, las actividades de un ser humano pueden producir
beneficios o perjuicios o neutralidad para los demás seres
humanos; las inactividades, jamas producirán tales
consecuencias. En las inactividades se advierte que el ser
humano, al no realizar la actividad ordenada, no evita los
beneficios o los perjuicios o la neutralidad que van a producirse
de una manera causal.
De este universo, las únicas actividades o inactividades que
legitiman la intervención legislativa penal y, por lo mismo,
pueden ser materia de prohibición penal, son aquellas que
poseen la propiedad de antisocialidad.
Son antisociales las actividades o inactividades que
intencionalmente o por descuido se traducen en una afectación
innecesaria a los bienes, individuales o colectivos, de índole
social objetiva que son imprescindibles para hacer soportable la
convivencia social o preservar la subsistencia misma de la
sociedad.

III. En virtud de la legitimación proclamada como garantía en el


«a.» 17 de la C, el legislador debe describir, precisamente y tan
sólo, las diversas clases de acciones (actividades ejecutadas
intencionalmente o por descuido) u omisiones (inactividades
realizadas intencionalmente o por descuido) antisociales que ya
están ocurriendo en la sociedad, y debe describirlas tal como se
llevan a cabo en la realidad social prejurídico penal.
Las diversas clases de omisiones antisociales pueden originar
tres categorías de tipos penales: a) tipos de pura omisión; b)
tipos de omisión y resultados material, y c) tipos de comisión
por omisión.
En las tres categorías, la omisión, considerada como una de las
dos variantes de la conducta humana, se integra con dos
elementos: a) la voluntad dolosa o culposa y b) la inactividad.
La voluntad dolosa es un conocer y querer (en el dolo directo),
o un conocer y aceptar (en el dolo eventual), la concreción de la
parte objetiva no valorativa del particular tipo legal.
La voluntad culposa, o simplemente la culpa, es el no proveer
el cuidado posible y adecuado para evitar la lesión del bien
jurídico previsible y provisible, se haya o no previsto.
La inactividad no es un no hacer cualquiera, sino un no
realizar algo previamente determinado y exigido en el tipo.
En la omisión pura, expresamente el tipo describe la
inactividad, y la describe en términos de la acción ordenada.
En la omisión con resultado material el tipo describe (también
en forma expresa), por una parte, un efecto surgido causalmente
en la realidad fenoménica y, por otra, la inactividad relacionada
normativamente con ese ''resultado material''.
En la comisión por omisión, el tipo describe la causación, por
el autor, de un resultado material esto es, el tipo describe tanto
la inactividad causal como el resultado material. No obstante,
los juspenalistas (jueces y teóricos) extienden el alcance del tipo
y lo aplican a las omisiones que consideran análogas a la acción
descrita. Esto obviamente, es violatorio del principio de
legalidad; y lo es porque no existe, en la parte general del «CP»,
una regla que autorice esa ampliación.
La inactividad y el resultado material se ligan entre sí, no por
medio de una conexión causal, sino a través de una relación
jurídico penal que tiene su origen y fundamento en la calidad de
garante previamente adquirida por el autor.
Esta calidad -elemento del sujeto activo y no de la omisión-,
que proviene de algún hecho o circunstancia de la vida, es la
relación especial, estrecha y directa en que se hallan un sujeto y
un bien singularmente determinados, creada para la salvaguarda
del bien.
La calidad de garante permite especificar al sujeto que,
primero, tiene el deber de actuar para la evitación del resultado
material y, segundo, puede, en consecuencia, ser autor de una
omisión con resultado material.
El sujeto ha de tener, además la capacidad (posibilidad) física
de realizar la acción ordenada en el tipo. Sin esa capacidad, no
habrá inactividad y, por ende, tampoco autoría.
Es conveniente recordar que el nivel conceptual
correspondiente al tipo, es un nivel de simples descripciones
generales y abstractas formuladas por el legislador y que, por
tanto, en ese nivel, la omisión, el dolo, la culpa, la inactividad,
el resultado material, la calidad de garante y la capacidad física
de actuar vienen a ser meras descripciones legislativas generales
y abstractas. En este marco normativo, el dolo pertenece a la
omisión, y esta última va incluida en el tipo; en consecuencia, el
dolo pertenece al tipo. El dolo es elemento, la omisión es
subconjunto y el tipo es conjunto; de ahí que el dolo sea
elemento tanto de la omisión como del tipo.

IV. En el nivel conceptual del delito, los problemas inherentes a


la omisión se reducen a la verificación de la tipicidad. Esto es
así porque las omisiones antisociales (del nivel prejurídico
penal) y la descripción legislativa (formulada a través del tipo)
de esa misma clase de omisiones antisociales, eliminan (en la
teoría del delito) la dualidad ''omisión'' y ''omisión típica''. En el
modelo lógico, el problema (en la teoría del delito) es único: la
omisión típica.
Es -también aquí- oportuno reiterar que, en el mundo de la
facticidad propio del delito, el dolo es elemento tanto de la
omisión como del delito.

ORDEN PÚBLICO
I. En sentido general 'orden público' designa el estado de
coexistencia pacífica entre los miembros de una comunidad.
Esta idea está asociada con la noción de paz pública, objetivo
específico de las medidas de gobierno y policía (Bernard). En
un sentido técnico, la dogmática jurídica con 'orden público' se
refiere al conjunto de instituciones jurídicas que identifican o
distinguen el derecho de una comunidad; principios, normas e
instituciones que no pueden ser alteradas ni por la voluntad de
los individuos (no está bajo el imperio de la ''autonomía de la
voluntad'') ni por la aplicación de derecho extranjero.
Estos principios e instituciones no son sólo normas legisladas.
El orden público comprende además, tradiciones y prácticas del
foro, así como tradiciones y prácticas de las profesiones
jurídicas. Podría decirse que el orden público se refiere, por
decirlo así, a la ''cultura'' jurídica de una comunidad
determinada, incluyendo sus tradiciones, ideales e, incluso
dogmas y mitos sobre su derecho y su historia institucional. Si
cabe una amplia metáfora podría decirse que 'orden público'
designa la ''idiosincrasia'' jurídica de un derecho en particular.
La doctrina reconoce esta idea de orden jurídico cuando indica
que el orden público, como institución jurídica, se constituye de
''principios y axiomas de organización social que todos
reconocen y admiten, aun cuando... no [se] establezcan''
(Alfonsín), «i.e.» , aun cuando no se expresen ni se expliciten.
El 'orden público' es, se sostiene, una ''forma de vida jurídica''
(Smith). El orden público constituye las ''ideas fundamentales''
sobre las cuales reposa la ''constitución social''. Estas ideas
fundamentales son, justamente las que se encuentran implicadas
en la expresión 'orden público'; «i.e.» , un conjunto de ideales
sociales, políticos, morales, económicos y religiosos cuya
conservación, el derecho, ha creído su deber conservar (Baudry-
Lacantinerie).
De lo anterior se sigue que las leyes de ''orden público'', no se
refieren necesariamente, al derecho público, como opuesto al
derecho privado. Existen, leyes de ''orden público'' que regulan
instituciones del derecho privado las cuales son instituciones
sociales fundamentales (p.e., el parentesco, el matrimonio, etc.).
El orden público, independientemente de su significado -en
gran medida equívoco- (Bernard) funciona como un límite por
medio del cual se restringe la facultad de los individuos sobre la
realización de ciertos actos o se impide que ciertos actos
jurídicos validos tengan efectos dentro de un orden jurídico
específico.

II. Los antecedentes del concepto de orden público se remontan


al derecho romano. En un celebre pasaje Papiniano sostiene:
''ius publicum privatorum pactis mutari non potest'' (D. 2, 14,
38). En otro pasajes no menos célebre, Ulpiano declara:
''Privatorum convenio iuri publico non derogat'' (D. 50, 17, 45,
1). En cuanto a la interpretación de estos principios han existido
diferentes tendencias. Una, representada por Jean Etienne Marie
Portalis (1746-1807), quien asimilaba la idea de orden público
al derecho público; «i.e.» , la regulación jurídica que interesa
más al Estado que a los particulares (Baudry-Lacantinerie,
Ferrara). Otras interpretaciones asignan a las fuentes otro
alcance. 'Ius publicum' en los pasajes arriba citados, sostienen,
no se refiere no equivale, a ius publicum (como opuesto a ius
privatum). Esta a la posición de Friedrich Carl von Savigny
(1779-1861), la cual ha devenido clásica. El conocido profesor
alemán, a propósito de los pasajes mencionados, expresamente
señala en su System des heutigen römischen Rechts: ''Unas
[normas jurídicas] mandan de manera necesaria e invariable, sin
dejar lugar a la voluntad individual. A tales normas -señala
Savigny- las llamó 'absolutas e imperativas'. Su carácter
necesario puede derivarse de la estructura del derecho, de los
intereses políticos o, en última instancia, de la moral. Otras
[normas jurídicas], por el contrario, dejan campo libre a la
voluntad individual... A dichas normas... las llamó 'derecho
supletorio'''. En opinión de Savigny esta distinción es la que
señalan los textos romanos. Para referirse al derecho necesario e
invariable usan, entre otras (p.e 'ius commune') expresiones
como 'ius publicum' (D. 2, 14, 38; D. 11, 7, 20 pr.; D. 50, 17,
45, 1). Frecuentemente los jurisconsultos romanos indican el
motivo de estas reglas absolutas, señalando el interés público, y
hacen uso de expresiones como 'publica causa': ''[p]acta quae
turpen causam continent non sunt observanda... item ne experiar
interdicto unde vi, quatenus publicam causam contingit... (D. 2,
14, 27, 4), 'res publica': ''... si ex re familiari operis novi
nuntiatiosit facta, liceat pacisci, si de re publica, non liceat...''
(D. 2, 14, 7, 14), etc.
Este tipo de normas jurídicas, necesarias e invariables en las
cuales se manifiesta una publica utilitas comprende no sólo
derecho del Estado sino, también, derechos de los particulares:
''Nuntiatio fit aut iuris nostri conservandi causa aut damni
depellendi aut publici iuris tuendi gratia'' (D. 39, 1, 1, 16, «cfr.»
D. 39, 1, 1, 17; D. 39, 1, 3, 4; D. 39, 1, 4). Por supuesto, esta
división entre derecho invariable y necesario, de orden público,
no sólo se refiere al derecho legislado sino, se aplica, también,
al derecho consuetudinario (Savigny).

III. La idea de Savigny ha devenido la Interpretación


comúnmente aceptada de orden público. Correspondió
fundamentalmente a la doctrina y jurisprudencia francesas
desarrollar la noción de orden público (Pasconu). Esta noción es
largamente compatible con los antecedentes romanos y con su
interpretación pandectística. La doctrina contemporánea,
siguiendo la tradición romanística, señala que el orden público
es el dominio de las leyes imperativas, por oposición a las leyes
dispositivas o supletorias (Carbonnier). Igualmente, la doctrina
contemporánea insiste en que el concepto de orden público no
puede confundirse con la noción de derecho público (derecho
constitucional, administrativo) son, normalmente, disposiciones
de orden público. Sin embargo, están lejos de comprender todo
el orden público. Muchas disposiciones del derecho privado,
p.e., son de orden público (Carbonnier). Además, como hicimos
notar, la noción de orden público no sólo se limita a las normas
legisladas sino comprende prácticas, tradiciones e instituciones
sociales de la comunidad.

IV. La noción de orden público propia de la dogmática civil no


se deja encerrar dentro de una enumeración. El orden público es
un mecanismo a través del cual el Estado (el legislador o, en su
caso el juez) impide que ciertos actos particulares afecten los
intereses fundamentales de la sociedad (Cabonnier).
El orden público parece estar constituido de reglas y principios
de segundo orden (metarreglas o metaprincipios) que excluyen
el uso de ciertas reglas (normalmente admitidas) para que no
surtan efectos jurídicos cuando afectan o se ''crea que afecten''
las instituciones, ''valores'', ''tradiciones'' y ''sentimientos''
jurídicos. El orden público es, así, un límite omnipresente para
cualquier actividad que se desarrolle en el campo del derecho
(Ranelletti); pero, como puede observarse, un límite
indeterminado e indeterminante a priori (Paladin).
Corresponderá a las instituciones aplicadoras del derecho
señalar qué actos afectan el interés público.
En ocasiones las propias disposiciones legislativas se declaran,
expresamente, de orden público; en otras, corresponde
justamente a los tribunales determinar si en determinadas
circunstancias, un acto es contrario al orden público nacional.
Las ideas de ius publicum expresadas en D. 2, 14, 38 y D. 50,
17, 45, 1, particularmente, fueron recogidas por los redactores
del «CC» francés (Baudry-Lacantinerie). El «a.» 6 del «CC»
francés dice: ''No se puede derogar por convenios particulares
las leyes que afectan (interessent) el orden jurídico...''.
El «CC» italiano establece la idea del orden público en el «a.»
31 del libro preliminar. El «a.» 8o., del «CC», siguiendo a sus
homólogos europeos, establece: ''Los actos ejecutados contra el
tenor de las leyes prohibitivas o de interés público serán
nulos...''.

ORDENANZAS
I. (Del latín ordo-inis, orden, colocación, disposición ordenada.)
Según el Diccionario de autoridades ''ordenanzas'' es el
mandato, disposición, arbitrio y voluntad de alguno. Asimismo
dice que es la ley o estatuto que se manda observar, y
especialmente se da ese nombre a las que están hechas para el
régimen de los militares y buen gobierno de las tropas, o para el
de alguna ciudad o comunidad.

II. Las ordenanzas constituyen un género de disposiciones


obligatorias que resultan del ejercicio del poder del Estado el
cual, ha sido distinto a lo largo de la historia de modo tal que el
concepto y alcance del término ''ordenanza'' ha variado según
los tiempos. En la Europa medieval el poder de ordenanza se
derivaba del ejercicio de la facultad de los reyes para regular la
organización y el mando del ejército. A medida que creció el
poder monárquico, el vocablo ordenanza vino a significar
cualquier disposición de carácter tanto general como particular
distada por los reyes; este tipo de disposición llego a tener
fuerza de ley por la aplicación del principio del derecho romano
imperial quod principi placuit, legis habet vigorem, y alcanzó
gran importancia como fuente del derecho.
Desde el siglo XIV, en Europa, el poder de ordenanza del rey
se extendió hasta llegar a incluir la formación del derecho
sustantivo. La doctrina que postulaba que el soberano debía
buscar el bienestar de sus súbditos contribuyo a que esto así
sucediera.
A partir del siglo XVI, en España, el legislador por excelencia
era el rey. Entre las disposiciones de distinta naturaleza y
diversa validez que dictaban los monarcas españoles, las
ordenanzas llegaron a representar fundamentalmente dos
fenómenos: el resultado del ejercicio del poder del rey emitido
con carácter general y de observancia obligatoria y el resultado
del ejercicio de la potestad reglamentaria, la cual sólo era
competencia de los reyes.

III. Por lo que se refiere al periodo de nuestra historia jurídica


en que las ordenanzas constituyeron una fuente fundamental del
derecho, esto es, el periodo colonial, en términos generales
puede afirmarse -siguiendo a García Gallo- que las ordenanzas
fueron disposiciones de gobernación de carácter general
destinadas a regular en forma sistemática y homogénea una
institución o poner en ''orden'' una materia.
En las Indias en general, y naturalmente también en la Nueva
España, las ordenanzas podían ser distadas tanto por el rey,
como por el virrey y otras autoridades. Para aclarar el alcance
de las facultades de dictar ordenanzas de las distintas
autoridades novohispanas, conviene recordar como estaba
constituido el gobierno. La distinta jerarquía de los órganos
creadores de derecho determinó que estos se dividieran en:
supremo (rey y Consejo de Indias), superior (virrey), distrital
(gobernadores, corregidores y alcaldes mayores) y local
(cabildos). Todos ellos tenían facultades de gobierno y justicia
aunque cada cual las ejercía de modo particular.
El gobierno supremo podía dictar ordenanzas de carácter
general, como las de la Casa de Contratación de Sevilla de
1552, las del Consejo de Indias de 1571, las de descubrimiento
y población de 1573, etc. Asimismo podía dictar ordenanzas
destinadas a regular alguna materia de uno de los territorios del
Imperio, como p.e., las Ordenanzas de Minas dictadas para el
gobierno y administración de las minas de la Nueva España en
1783.
Del gobierno superior, es decir, el virrey, emanaban también
ordenanzas, pero su carácter no era general, ya que se reducía a
la resolución de problemas particulares de las relaciones
económicas o sociales de la Nueva España; p.e., los virreyes
dictaron multitud de ordenanzas para regular ciertos aspectos de
la vida en los reales mineros estas ordenanzas complementaban
la legislación dictada por el rey al respecto. En el momento que
pareció necesaria una nueva reglamentación respecto de la
explotación minera en su conjunto se oyeron opiniones, se
tomaron en cuenta precedentes legislativos, se hicieron
innovaciones, y finalmente el rey, a través de su Consejo, dictó
las ordenanzas respectivas para que tuvieran validez en toda la
Nueva España.
Al dictar ordenanzas, los virreyes actuaban en ejercicio de su
facultad reglamentaria; las ordenanzas virreinales constituyen
quizá la mayor parte de la legislación colonial. Esto se explica
en razón de que la legislación dictada desde la metrópoli para
las Indias solía contener, sobre todo, las líneas generales para la
actuación de autoridades, regulación de instituciones etc., y
tocaba a las autoridades locales fundamentalmente a los
virreyes pero también al Real Acuerdo, complementarlas. De
todos modos, las ordenanzas virreinales solían necesitar la
confirmación real para adquirir carácter definitivo.
De los sujetos encargados del gobierno distrital sólo los
gobernadores podían dictar ordenanzas sus facultades
reglamentarias eran de la misma jerarquía que las de los
virreyes.
Los cabildos, a su vez, también tenían facultades para dictar
ordenanzas para regular la vida municipal. La poca autonomía
de que gozaron los cabildos en la Nueva España determinó que
sus ordenanzas debieran ser aprobadas en ocasiones por el
virrey, o incluso por el rey. Sin embargo, es claro que los
cabildos fueron los que resolvieron las cuestiones menudas de
la vida diaria de los súbditos novohispanos.
Entre las otras autoridades que tenían facultades para dictar
ordenanzas se encuentran los visitadores, los cuales, recibían
instrucciones para realizar una misión determinada. En esas
instrucciones se especificaba el alcance de sus facultades, y si
tenían o no tenían la posibilidad de resolver determinados
conflictos a través de la creación de ordenanzas, que,
naturalmente, luego debía sancionar y ratificar el rey.

IV. Las ordenanzas solían ser de mayor extensión que otras


disposiciones de la época. Frecuentemente se hallaban divididas
en parágrafos, cada uno de ellos recibía el nombre de
ordenanza, y al conjunto de los parágrafos se le denominaba
ordenanzas. Su promulgación, en el caso de las que emanaban
del rey, podía hacerse por real provisión o por real cédula. Las
del gobierno virreinal eran publicadas a voz de pregonero o bien
turnadas directamente a los sujetos involucrados.
García-Gallo afirma que las ordenanzas -se refiere a las del
gobierno supremo- venían a ''refundir y cristalizar un sistema
creado por numerosas disposiciones casuísticas, o desarrollado
por éstas sobre la base de unas primitivas ordenanzas''; aunque
en ocasiones podían introducir novedades. A su juicio, las
ordenanzas, como los códigos modernos, eran producto de una
redacción que aspiraba a presentarlas en forma sistemática y
ordenada ya que, concluye, las ordenanzas fueron
codificaciones parciales.

V. Queda todavía por explicar el significado del término


ordenanzas en su sentido originario, el que hace referencia a la
reglamentación y el mando del ejército. En este sentido se
utilizaron para el gobierno de los militares y buen gobierno de
las tropas aun antes de que hubiera ejércitos permanentes, ya
que desde muy antiguo, en la Europa medieval hubo tropas más
o menos organizadas, de manera tal que ya en el Fuero Juzgo
aparece el término ordenanza referido al régimen de los
forzadores, las huestes, y en general a la disciplina militar de los
hombres de guerra.

PAGO
I. (De pagar y éste, a su vez, del latín pacare.) Pago es sinónimo
de cumplimiento de las obligaciones. Al efecto, entendemos por
cumplimiento de una obligación, la realización de la prestación
a que estaba obligado el deudor, frente al acreedor. El «CC»
regula lo relativo al pago en el libro cuarto, primera parte, «tít.»
IV, c. I, «aa.» 2062 a 2096, inclusive, se inicia con la definición
de pago de la siguiente manera: ''Pago o cumplimiento es la
entrega de la cosa debida, o la prestación del servicio que se
hubiere prometido'' («a.» 2062). La propia definición de pago
nos indica la sustancia del mismo, o sea que debe pagarse: la
prestación misma, el contenido de la obligación de dar, hacer o
abstenerse. Por ello, ''el acreedor de cosa cierta no está obligado
a recibir otra cosa aun cuando sea de mayor valor'' («a.» 2012
«CC»), de ahí que exista una remisión tácita en el «CC» a los aa
2011 a 2026 que regulan las obligaciones de dar, y a los «aa.»
2027 y 2028, que se refieren a las obligaciones de hacer o de no
hacer.

II. A más de esta cuestión en cuanto a qué debe pagarse, se


regulan también otras materias que son: a) cómo debe hacerse el
pago; b) tiempo de hacer el pago; c) lugar donde debe pagarse;
ch) gastos causados para hacer el pago: d) imputación del pago;
e) sujetos del pago (quien y a quién debe pagarse); f)
presunción de haber pagado, y g) oferta de pago y consignación
de pago. En ese orden serán analizadas.
a) El «a.» 2078 «CC» señala: ''El pago deberá hacerse del
modo que se hubiere pactado, y nunca podrá hacerse
parcialmente sino en virtud de convenio expreso o de
disposición de la ley. Sin embargo, cuando la deuda tuviere una
parte líquida y otra ilíquida, podrá exigir el acreedor y hacer el
deudor el pago de la primera sin esperar a que se liquide la
segunda''. A esto se le llama la indivisibilidad en el pago.
Respecto a la calidad de la cosa que deba ser entregada en las
obligaciones de dar, si no se señaló una calidad específica el
deudor cumple entregando una de mediana calidad («a.» 2016
«CC»).
b) El «a.» 2079 preceptúa: ''El pago se hará en el tiempo
designado en el contrato, exceptuando aquellos casos en que la
ley permita o prevenga expresamente otra cosa''. En cuanto al
tiempo de hacer el pago, el mismo depende de si la obligación
surgió originalmente con o sin plazo. En el segundo caso, si la
obligación es de dar, el acreedor no puede exigir el pago sino
después de 30 días de la fecha en que se haga una interpelación
judicial o extrajudicial («a.» 2080 «CC»).
''Tratándose de obligaciones de hacer, el pago debe efectuarse
cuando lo exija el acreedor, siempre que haya transcurrido el
tiempo necesario para el cumplimiento de la obligación'' («a.»
2080 «CC»). En las obligaciones sujetas a plazo debe
distinguirse si el mismo se estableció en favor del acreedor o
del deudor. En el primer caso ''si el deudor quisiere hacer pagos
anticipados y el acreedor recibirlos, no podrá éste ser obligado a
hacer descuentos'' («a.» 2081 «CC»). Esta norma le otorga al
acreedor el derecho a oponerse a recibir pagos anticipados, pero
si los acepta, no implica ello que deba hacer descuentos; lo que
si deberá el acreedor, si acepta el pago anticipadamente, será
entregar al deudor el justificativo de su pago, cosa que debe
hacer siempre que se le liquide la deuda, ya sea anticipadamente
o en su tiempo: ''El deudor que paga tiene derecho de exigir el
documento que acredite el pago y puede detener éste mientras
no le sea entregado'' («a.» 2088 «CC»).
c) Como regla general el pago debe hacerse en el domicilio del
deudor de acuerdo con lo preceptuado por el «a.» 2082 «CC»:
''Por regla general el pago debe hacerse en el domicilio del
deudor, salvo que las partes convinieren otra cosa, o que lo
contrario se desprenda de las circunstancias de la naturaleza de
la obligación o de la ley. Si se han designado varios lugares
para hacer el pago, el acreedor puede elegir cualquiera de ellos''.
Si la prestación consiste en la entrega de un inmueble, el pago
deberá hacerse en el lugar donde el mismo se encuentre ubicado
(«a.» 2083 «CC»). Si el pago consiste en una suma de dinero
como precio de alguna cosa enajenada por el acreedor, deberá
ser hecho en el lugar en que se entregó la cosa, salvo que se
designe otro lugar («a.» 2084 «CC»).
ch) Los contratantes pueden ponerse de acuerdo en esta
materia, pero a falta de convenio expreso entre ellos, el «a.»
2086 «CC» expone: ''Los gastos de entrega serán de cuenta del
deudor, si no hubiere estipulado otra cosa''. Ahora, que si el
deudor, después de celebrado el contrato mudare
voluntariamente su domicilio, deberá indemnizar al acreedor de
los mayores gastos que haga por esta causa, para obtener el
pago. La misma regla se aplica en el caso que sea el acreedor el
que cambie de domicilio habiéndose estipulado que el pago se
haría en el suyo (a. 2085 «CC»).
d) Cuando un deudor tenga diversas deudas con un sólo
acreedor y efectúe un solo pago, surge el problema de cuál va a
ser la obligación que se extinga o disminuya mediante el
mismo. ¿A cuál de las deudas se imputa el pago? Por principio
la imputación puede darse convencionalmente, así lo expresa el
«a.» 2092 «CC»: ''El que tuviera contra sí varias deudas a favor
de un solo acreedor, podrá declarar, al tiempo de hacer el pago,
a cuál de ellas quiere que éste se aplique''; en esta decisión tiene
que estar de acuerdo el acreedor, pues no se le podrá imponer al
mismo, pagos parciales ni anticipados La ley indica cuál debe
ser el orden en que se paguen las deudas de un solo deudor a un
solo acreedor, cuando no hubiese declaración expresa del
deudor acerca de a cuál deuda se le imputa el pago, con el
consentimiento del acreedor. Así lo señala el «a.» 2093 «CC» al
señalar que el pago será hecho por cuenta de la deuda que le
fuere más onerosa de las vencidas, y que, en igualdad de
circunstancias, se aplicará a la más antigua, y siendo todas de la
misma fecha, se distribuirá entre todas ellas a prorrata Además,
cuando se hagan pagos a cuenta de deudas que devenguen
intereses, no se imputarán al capital mientras hubiere intereses
vencidos y no pagados, salvo convenio en contrario (a. 2094
«CC»).
e) Obviamente el que debe pagar es el deudor. Puede hacerlo
por sí o a través de representante legal o voluntario. El pago
puede ser realizado por un tercero interesado, así lo señala el a
2065 «CC» al expresar que ''el pago puede ser hecho por el
mismo deudor, por sus representantes o por cualquier otra
persona que tenga interés jurídico en el cumplimiento de la
obligación''. El pago hecho por un tercero interesado o no en el
cumplimiento de la obligación, puede ser hecho con o sin
autorización del deudor y aun ignorándolo el mismo. Las
consecuencias jurídicas del pago hecho por un tercero son
diversas respecto al deudor, al acreedor y al propio tercero, pero
en cuanto a la deuda, ésta queda cumplida y extinguida
mediante el pago. El acreedor está obligado a aceptar el pago
hecho por un tercero cuando la deuda ya está líquida y exigible;
pero no está obligado a subrogarle en sus derechos, fuera de los
casos previstos para la subrogación legal («aa.» 2058 y 2059
«CC»). Existe una excepción a este precepto el tercero no puede
efectuar el pago cuando la obligación es de carácter
estrictamente personal con respecto al deudor, es intuite
personae, o sea que debe ser cumplida únicamente por el deudor
en vista de ciertas cualidades o características propias del
mismo. Naturalmente, en primer lugar el pago debe hacerse al
propio acreedor; pero puede hacerse también al representante
del mismo, al incapacitado, con ciertas limitaciones, al poseedor
del crédito, o a un tercero cuando así se ha convenido.
El «a.» 2073 «CC» preceptúa que ''el pago debe hacerse al
mismo acreedor o a su representante legítimo''. Esta regla
admite la excepción señalada en el «a.» 2077 «CC» que
determina que ''no será válido el pago hecho al acreedor por el
deudor después de habérsele ordenado judicialmente la
retención de la deuda''. Cuando el acreedor es un incapaz, el
pago deberá hacerse a su representante legal; vale, sin embargo,
el pago hecho directamente al incapaz en cuanto se hubiere
convertido en su utilidad, y será asimismo válido el pago hecho
a un tercero en cuanto se hubiere convertido en utilidad del
acreedor (a. 2075 «CC»).
f) El pago hecho al poseedor de un crédito se tendrá como
válido cuando exista buena fe de parte del deudor que realiza el
pago ''El pago hecho a un tercero extinguirá la obligación, si así
se hubiere estipulado o consentido por el acreedor, y en los
casos en que la ley lo determine expresamente'', ordena el «a.»
2074 «CC». Existen tres presunciones legales respecto al pago:
1) en caso de deudas de pensiones, si se acredita por escrito el
pago de la última, se presume pagadas las anteriores, salvo
prueba en contrario (a. 2089 «CC»); 2) en caso de pago de un
capital que causa intereses, ''Cuando se paga el capital sin
hacerse reserva de réditos, se presume que éstos están pagados''
reza el a. 2090 «CC», y 3) se presume el pago en caso de
entrega del título en que consta el crédito (a. 2091 «CC»).
Todas estas presunciones son juris tantatum, admiten prueba en
contrario. Por último el a 2087 «CC» preceptúa que no es válido
el pago hecho con cosa ajena; pero si el pago se hubiere hecho
con una cantidad de dinero u otra cosa fungible ajena, no habrá
repetición contra el acreedor que la haya consumido de buena
fe.
g) El pago, como cumplimiento de la obligación es no
solamente un deber del deudor, sino también un derecho. El
deudor tiene derecho a librarse de la obligación mediante el
pago y, en este sentido, el acreedor tiene la obligación de recibir
el mismo cuando se hace en el tiempo, modo, lugar, etc.,
convenido o establecido por la ley. Por ello, si el acreedor se
niega sin causa a recibir el pago o aceptándolo no entrega el
documento justificativo del mismo, el deudor tiene derecho de
consignar el pago a disposición del acreedor y liberarse de esta
manera de su obligación. El a. 2098 «CC» nos señala los casos
en que el deudor puede hacer consignación del pago: si el
acreedor rehusare sin justa causa recibir la prestación debida, o
dar el documento justificativo del pago, o si fuere persona
incierta o incapaz de recibir, el mismo caso si el acreedor fuere
conocido pero dudosos sus derechos, podrá el deudor depositar
la cosa debida con citación del interesado, a fin de que
justifique sus derechos por los medios legales (a. 2099 «CC»).
Para que opere la consignación debe seguirse un juicio
regulado por el «CPC». En la sentencia el juez puede declarar
fundada la oposición del acreedor para recibir el pago y, en este
caso, el ofrecimiento y la consignación se tienen como no
hechos, el deudor no quedará liberado de la obligación. Si la
consignación fuere aprobada por el juez, la obligación quedará
extinguida con todos sus efectos. En este caso, todos los gastos
que la consignación produzca serán a cargo del acreedor.

PARO
I. (De parar, suspensión o término de la jornada industrial o
agrícola.) Desplazado de la «LFT» vigente, Por considerarse
una figura jurídica obsoleta, el paro fue definido en el «a.» 277
de la ley de 1931 como: ''la suspensión temporal, parcial o total
del trabajo, como resultado de una coalición de patronos''.
Ghidini a su vez, lo entiende como ''la suspensión del proceso
productivo realizada unilateralmente por el empresario, con
objeto de no cubrir temporalmente los salarios, imponiendo a
los trabajadores su propia voluntad, en mérito a las condiciones
de trabajo''. En este orden de ideas, el paro vendría a consistir
en un acto individual del patrón determinado y realizado tan
sólo por él, sin detrimento de la posible intervención de grupos
o categorías profesionales de empresarios. Al decir de los
autores que se adhieren a esta tesis, el carácter
preponderantemente individual del paro no es obstáculo para
que se le estudie dentro de los tipos de conflicto colectivo,
puesto que en principio abarca intereses de categoría y de
trascendencia general. Dentro de esta perspectiva, no sólo las
modalidades sino los fines del paro pueden ser distintos,
tendiendo siempre a concretarse en un medio de presión sobre
los trabajadores, insensibles a otros mecanismos persuasivos.
Contrastante con este sistema, nuestro ordenamiento laboral
recogió esta figura, circunscribiéndola a un derecho colectivo
propio de las coaliciones patronales, lo que excluye, desde
luego, su ejercicio individual.
Por otra parte, en el ordenamiento mexicano la función
ofensiva del paro se suprime, proscribiéndose en la «fr.» XIX
del apartado A del «a.» 123 de la C, su carácter de instrumento
represor de los intereses de los trabajadores, quedando reducido
simplemente, a un procedimiento técnico que debe ventilarse
ante las Juntas de Conciliación y Arbitraje, con el fin exclusivo
de mantener el índice de precios en un límite costeable. De esta
manera, aunque la coalición de patronos es poco probable y así
se confirmó dentro de nuestra experiencia, la C suprime al paro
su función originaria de instrumento ofensivo y defensivo
correlativo de la huelga, orientado a presionar a los trabajadores
para consentir las modificaciones, por lo común reductivas, de
las condiciones de trabajo.

II. La suspensión premeditada de la reglamentación del paro en


la «LFT», no excluye la posibilidad jurídica de que los patrones
lo ejerciten dentro de los límites fijados en el marco
constitucional arriba mencionado.
La raigambre civilista del «a.» 283 de la ley de 1931, señalaba
De la Cueva, hizo recaer sobre los trabajadores las
consecuencias surgidas de los riesgos de la economía al
establecer que en ''todo caso de paro lícito decretado de acuerdo
con los artículos antecedentes, el patrono no estaba obligado a
pagar a los obreros, sueldo ni indemnización''.
Dentro del sistema de la ley de 1931, el paro terminaría. una
vez que la Junta de Conciliación y Arbitraje, después de oír a
las partes, resolviera que ya no subsistían los motivos que lo
hubieran provocado («a.» 279). En consecuencia («a.» 280) el
patrón permanecía obligado a conservar en sus puestos a todos
los trabajadores que estuvieron prestando sus servicios al
momento de la verificación del paro, en la atención de que si se
realizaba fuera del marco legal, generaba responsabilidad para
los infractores; todo ello, sin detrimento de las sanciones
aplicables al efecto.
La inutilidad de la figura vinculada a su abandono por los
interesados, que jamás la utilizaron, decidieron al legislador a
suprimirla.
De esta suerte, De la Cueva reparaba con vehemencia que la
Comisión redactora de la iniciativa presidencial de nuestro
actual ordenamiento, arribó a la convicción de que no tenía
sentido conservar esta momia jurídica.
Por lo consiguiente, en cuanto derecho del patrón para
clausurar los centros de trabajo al extremo de imposibilitar el
desempeño laboral de los trabajadores a efecto de presionarlos
para seguir sus consignas o admitir sus pretensiones el paro
merece repudio total dentro de nuestro sistema. De esta suerte,
se proscribe su utilización como una medida del patrono para
enfrentar y punir un movimiento de huelga, así fuera éste
ilegítimo.
La utilización del paro como mecanismo de presión y lucha es
inconstitucional sin duda, pues violenta el axioma
incontrastable in dubio pro operario y la irrenunciabilidad de los
derechos de los trabajadores. Tal aserto se confirma en los
términos de la «fr.» XXVII, incisos g y h del apartado A del
«a.» 123 de nuestra C.
La ostensible e injusta supremacía económica y jurídica de los
patrones sobre los trabajadores, nos mueve a la convicción de
que la neutralización del paro no representa de ninguna forma.
una violación a los derechos humanos, ni a las garantías
fundamentales que en su caso, les asisten.

PARTICIPACIÓN DE UTILIDADES
I. Es el derecho que posee la comunidad de trabajadores de una
empresa a percibir una parte de los resultados del proceso
económico de producción y distribución de los bienes y
servicios.

II. El discurso de Ignacio Ramírez ''El Nigromante'',


pronunciado en los debates del Constituyente, el 7 de julio de
1856, se registra como el primer antecedente en México de la
participación de utilidades. En él pedía que los trabajadores
recibieran una parte proporcional de las ganancias del
empresario. Mas tarde esta tesis sirvió de base a los diputados
constituyentes de 1917 para incorporar a la C el derecho de los
trabajadores a participar en las utilidades de la empresa.

III. Es un derecho colectivo que se realiza en beneficio


individual, Es un derecho que corresponde a la comunidad
obrera, la cual puede defenderlo ante las autoridades
competentes y exigir que se ponga a su disposición la suma de
dinero que le pertenezca, el beneficio es individual porque lo
disfruta cada trabajador.

IV. La participación de utilidades: a) es aleatoria, de no ser así


tendría un carácter salarial, b) es obligatoria; c) es de régimen
estrictamente legal; d) es variable; e) es imprescriptible para la
masa de trabajadores y prescriptible en forma individual; f)
constituye una obligación empresarial; g) su pago debe hacerse
en efectivo, h) no es salario, pero tiene una protección
semejante, e i) es un derecho colectivo que se individualiza.

V. El derecho de los trabajadores a participar en las utilidades


de la empresa se encuentra regulado en los incisos del a) al f) de
la «fr.» IX del «a.» 123 constitucional y reglamentado en los
«aa.» del 117 al 131, y «fr.» V del «a.» 450 de la LFT.

VI. ''Los trabajadores participarán en las utilidades de las


empresas, de conformidad con el porcentaje que determine la
Comisión Nacional para la Participación de los Trabajadores en
las Utilidades de las Empresas'' la. 117). Misma que en su
última resolución aprobada el II de octubre de 1974 y publicada
en el «DO» de 14 de octubre del mismo año determinó que: ''los
trabajadores participarán en un 8% de las utilidades de las
empresas a las que presten sus servicios'' sin hacer ninguna
deducción, ni establecer diferencias entre las empresas. Para los
efectos de la «LFT» se considera como utilidad en cada
empresa la renta gravable, de conformidad con las normas de la
«LIR» («a.» 120, pfo. segundo),.
1) ''El patrón, dentro de un término de diez días contados a
partir de la fecha de la presentación de su declaración anual,
entregará a los trabajadores una copia de la misma. Los anexos
que de conformidad con las disposiciones fiscales debe
presentar a la Secretaría de Hacienda y Crédito Público quedará
a disposición de los trabajadores durante un término de treinta
días en las oficinas de la empresa y en la propia Secretaría. Los
trabajadores no podrán poner en conocimiento de terceras
personas los datos contenidos en la declaración y en sus anexos''
(«a.» 121, «fr.» I).
2) ''Dentro de los treinta días siguientes, el sindicato titular del
contrato colectivo o la mayoría de los trabajadores de la
empresa, podrá formular ante la Secretaría de Hacienda y
Crédito Público las observaciones que juzguen convenientes. La
resolución definitiva dictada por la Secretaría de Hacienda no
podrá ser recurrida por los trabajadores'' («a.» 121, «frs.» II y
III). Les queda como único camino la interposición del juicio de
garantías.
3) ''Dentro de los treinta días siguientes a la resolución dictada
por la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, el patrón dará
cumplimiento a la misma independientemente de que la
impugne. Si como resultado de la impugnación variara a su
labor el sentido de la resolución, los pagos hechos podrán
deducirse de las utilidades correspondientes a los trabajadores
en el siguiente ejercicio'' («a.» 121, «fr.» IV).
4) ''La utilidad repartible se dividirá en dos partes iguales; la
primera se repartirá por igual entre todos los trabajadores,
tomando en consideración el número de días trabajados por
cada uno en el año, independientemente del monto de los
salarios. La segunda se repartirá en proporción al monto de los
salarios devengados por el trabajo prestado durante el año'' (a,
123).
Por días trabajados debe entenderse días realmente trabajados
salvo las dos excepciones que señala la «LFT» v que son:
riesgos y enfermedades profesionales, y maternidad; días en los
cuales aun cuando no se labore se consideran como si se
hubieran trabajado.
Para los efectos de la participación de utilidades, se considera
como salario la cantidad que perciba el trabajador en efectivo
por Cuota diaria. No se considerarán como partes integrantes
del salario las gratificaciones, percepciones y demás
prestaciones que señala el «a.» 84 de la LFT. En los casos de
salarios por unidad de obra y en general cuando la retribución
sea variable, se tomará como salario diario el promedio de las
percepciones obtenidas durante el año («a.» 124).
5) ''Para determinar la participación de cada trabajador se
observarán las siguientes normas: a) una comisión integrada por
igual número de representantes de los trabajadores y del patrón
formulará un proyecto que determine la participación de cada
trabajador y lo fijará en lugar visible del establecimiento. Para
este fin, el patrón pondrá a disposición de la comisión la lista de
asistencia y de raya de los trabajadores y los demás elementos
de que disponga; b) si los representantes de los trabajadores y
del patrón no se ponen de acuerdo, decidirá el inspector de
trabajo, y c) los trabajadores podrán hacer las observaciones que
juzguen convenientes, dentro de un término de quince días'', y
en caso de que se formulen serán resueltas por la misma
comisión, dentro de un término de quince días («a.» 125).

VII. Reglas para el reparto. 1) En relación con las empresas.


''Quedan exceptuadas de la obligación de repartir utilidades: a)
las empresas de nueva creación durante el primer año de su
funcionamiento, b) las empresas de nueva creación, dedicadas a
la elaboración de un producto nuevo, durante los dos primeros
años de funcionamiento. La determinación de la novedad del
producto se ajustará a lo que dispongan las leyes para el
fomento de industrias nuevas; c) las empresas de industria
extractiva, de nueva creación, durante el periodo de
exploración; d) las instituciones de asistencia privada,
reconocidas por las leyes, que con bienes de propiedad
particular ejecuten actos con fines humanitarios de asistencia,
sin propósitos de lucro y sin designar individualmente a 105
beneficiarios; e) el Instituto Mexicano del Seguro Social y las
instituciones públicas descentralizadas con fines culturales,
asistenciales o de beneficencia, y f) las empresas que tengan un
capital menor del que fije la Secretaría del Trabajo y Previsión
social por ramas de la industria, previa consulta con la
Secretaría de Industria y Comercio (ahora Secretaría de
Comercio y Fomento Industrial) '' («a.» 126).
2) En relación con los trabajadores: ''a) los directores,
administradores y gerentes generales de las empresas no
participarán en el reparto de utilidades; b) los demás
trabajadores de confianza participarán en las utilidades de las
empresas, pero si el salario que Perciben es mayor del que
corresponda al trabajador sindicalizado de más alto salario
dentro de la empresa, o a falta de éste al trabajador de base con
la misma característica, se considerara este salario aumentado
en un veinte por ciento, como salario máximo: c) el monto de la
participación de los trabajadores al servicio de personas cuyos
ingresos deriven exclusivamente de su trabajo, y el de los que se
dediquen al cuidado de bienes que produzcan rentas o al cobro
de créditos y sus intereses, no podrá exceder de un mes de
salario; d) las madres trabajadoras, durante los periodos pre y
posnatales, y los trabajadores víctimas de un riesgo de trabajo,
durante el periodo de incapacidad temporal, serán considerados
como trabajadores en servicio activo: e) en la industria de la
construcción, después de determinar qué trabajadores tienen
derecho a participar en el reparto, la comisión a que se refiere
en el artículo 125, adoptará las medidas que juzgue
convenientes para su citación; f) los trabajadores domésticos no
participarán en el reparto de utilidades, y g) los trabajadores
eventuales tendrán derecho a participar en las utilidades de la
empresa cuando hayan trabajado sesenta días durante el año,
por lo menos'' («a.» 127).
VI7II. La comunidad de trabajadores tiene la posibilidad de
defender este derecho que les consagra la C y la LFT.
1) Al formular objeciones ante la Secretaría de Hacienda y
Crédito Público por inconformidad sobre la declaración anual
del impuesto sobre la renta que presenta el patrón. Este derecho
que tienen los trabajadores tiene como finalidad poner en
conocimiento de la autoridad fiscal las deficiencias, errores,
exageración de gastos u ocultamiento de utilidades, por parte
del patrón, para que al hacer la revisión de la declaración tome
las medidas pertinentes.
2) Ante la Junta de Conciliación y Arbitraje, mediante un
juicio ordinario, cuando el patrón se niegue a entregar al
trabajador una cantidad determinada que se le haya asignado
por concepto de participación de utilidades.
La «SCJ» ha sustentado, en diversas ejecutorias, el criterio de
que las Juntas de Conciliación y Arbitraje tienen competencia
para conocer y resolver sobre la procedencia del pago del
importe de participación de utilidades de las empresas, siempre
y cuando su monto se encuentre establecido en autos en
cantidad líquida y determinada, en forma definitiva, en favor de
quien reclame.
3) Mediante la huelga para exigir el cumplimiento de las
disposiciones legales sobre la participación de utilidades.
Cuando el patrón incumple alguna de las disposiciones que
sobre materia de reparto de utilidades establecen la C o la
«LFT», los trabajadores tienen como recurso la huelga para
exigir su cumplimiento. Aun cuando algunos autores sostienen
que no todo incumplimiento en la materia de participación de
utilidades constituye una causal de huelga y citan como ejemplo
el hecho de no entregar a un trabajador el importe de su
participación de utilidades.
A las utilidades le son aplicables las normas protectoras del
salario.
No se harán compensaciones de los año de pérdidas con los
años de ganancia. Esto significa, por un lado, la prohibición de
exigir a los trabajadores que restituyan al patrón las utilidades
ya percibidas para cubrir las pérdidas de un año posterior y, por
el otro, la prohibición de pretender aplicar la utilidad de un año
a la pérdida sufrida en el ano posterior.
El derecho al reparto de utilidades prescribe en un año, y el
importe de las utilidades no reclamadas en el año en que sean
exigibles, serán agregadas a la utilidad repartible del año
siguiente.

PATENTES
I. (Del latín patens patentis, patente, abierto, manifiesto,
descubierto.) En el lenguaje usual, lo que es claro, perceptible;
con referencia a ciertas actividades, la facultad otorgada por el
Estado para desempeñarlas (notarios, corredores públicos,
agentes aduanales).
II. Si bien la Ley de Invenciones y Marcas (LIM) no contiene
una definición de patente, el texto de sus «aa.» 3o. y 4o.
permiten elaborar el siguiente concepto: privilegio que otorga el
Estado para explotar una invención nueva, susceptible de
aplicación industrial; aunque aparentemente es pleonástica la
expresión invención nueva, en este caso no lo es, según se verá
más adelante.
Para Mantilla Molina, con el vocablo patente se denotan dos
cosas: a) el derecho de aprovechar la invención, y b) el
documento que expide el Estado para acreditar tal derecho.

III. Apenas si hace falta recordar que el reconocimiento de los


derechos del inventor se ajustó, en los siglos de la Colonia, a las
leyes, ordenanzas y prácticas de la metrópoli española. Poco
después de proclamada la independencia, el 7 de mayo de 1832,
se expide una primera regulación sobre la materia, la Ley sobre
Derechos de Propiedad de los Inventores o Perfeccionadores de
algún Ramo de la Industria, calificada por César Sepúlveda de
simple y primitiva.
Mas la regulación de tales derechos con rango supremo hizo su
aparición en México en la C de 1857, cuyo «a.» 28 preveía
'...los privilegios que, por tiempo limitado, conceda la ley a los
inventores o perfeccionadores de alguna mejora''; empero, y sin
duda a causa de las convulsiones que durante varios años
siguieron afectando al país, la ley así anunciada -Ley de
Patentes de Privilegio-se expidió muchos años después, el 7 de
junio de 1890; corta fue su vigencia, pues el 25 de agosto de
1903 se expidió una nueva Ley de Patentes de Invención. El 7
de septiembre del mismo año nuestro país se adhirió al
Convenio de la Unión de París para la Protección de la
Propiedad Industrial, en su versión revisada en Bruselas el 14
de diciembre de 1900, y posteriormente ha ratificado su
adhesión a ulteriores revisiones, la última de las cuales se
efectuó en Estocolmo el 14 de julio de 1967; el decreto
respectivo se publicó en el «DO» del 27 de julio de 1976.
En el ámbito doméstico, la ya citada ley de 1903 cedió su
lugar a otra que, con el mismo nombre, se expidió el 26 de junio
de 1928, la que a su vez fue abrogada por la Ley de la
Propiedad Industrial, del 1o de enero de 1943, que configuró la
primera codificación de las diversas manifestaciones del
atributo de las empresas que con tal nombre se conoce.
Finalmente, la LIM, en vigor a partir del 11 de febrero de
1976, regula también las denominaciones de origen, los avisos,
los nombres comerciales y la represión de la competencia
desleal.

IV. 1) Naturaleza jurídica. Afirma el «a.» 28 de la C que no son


monopolios, sin privilegios, los ''...que por determinado tiempo
se otorguen a los inventores y perfeccionadores de alguna
mejora'', de donde se infiere que, para los efectos de su
reconocimiento y protección por el Estado, los derechos del
inventor tienen un contenido similar al de las concesiones
estatales. Ello no obstante, las circunstancias de que: a) en este
caso, a diferencia de lo que ocurre en la concesión, el objeto
sobre el que recae el derecho -la invención- sea suministrado
por el propio a derechohabiente, y al Estado no queda más que
reconocer su patentabilidad una vez satisfechos los requisitos de
fondo y de forma, y b) el privilegio sea temporal y recaiga sobre
un bien intangible, han hecho pensar a los doctrinarios que,
independientemente del carácter administrativo del acto, existe
una serie de facultades por parte del inventor y de sus causa
habientes, que sólo se desenvuelven dentro del derecho privado;
y es al tratar de encuadrar estas facultades donde se han
manifestado diversas corrientes.
a) se trata, dicen algunos, de un con trato celebrado entre el
inventor y el Estado;
b) según otros la protección del inventor no es más que el
reconocimiento de su derecho a que cualquier infractor le
resarza el daño causado, según las reglas de la responsabilidad
extracontractual;
e) la opinión en el sentido de que se trata de un nuevo tipo de
derechos, los de la personalidad, surtió en Alemania y pronto
encontró seguidores en otros países;
ch) también surgida en Alemania, la teoría de los derechos
sobre bienes inmateriales fue prontamente acogida en Italia y en
Francia, así como en Bélgica, en donde Maurice Picard la
reelaboro con el nombre de derechos intelectuales;
d) ante las dificultades para ubicar el verdadero carácter de
delitos derechos, no ha faltado quien les atribuya naturaleza sui
generis, y.
e) la teoría de la propiedad es la que podría calificarse de
clásica, pues así consideraba los derechos del inventor la ley
francesa de 1791.
Y es esta la postura adoptada en México por los escasos
tratadistas que se han ocupado en el tema (Alberto Vásquez del
Mercado, Jorge Barrera Graf).
2) Requisitos, formas y derechos. A) Para ser patentable, es
preciso que una invención sea nueva, resultado de una actividad
inventiva y susceptible de aplicación industrial («a.» 4o. LIM):
a) es nueva una invención si, en la fecha de la solicitud o en la
de prioridad reivindicada no era conocida en México o en el
extranjero de cualquier modo; la novedad no se pierde por la
circunstancia de que el propio inventor, o su causahabiente, la
haya dado a conocer en una exposición internacional.
oficialmente reconocida, siempre que con anterioridad se
hubieren depositado en la Dirección de Invenciones y Marcas
los documentos previstos por el Reglamento de la LIM, y que la
solicitud de patente se deposite dentro de los cuatro meses
siguientes a la clausura de la exposición («a.» 6o. LIM);
b) el que la invención sea resultado de una actividad inventiva
significa que, en el estado de la técnica, no resulte evidente para
un técnico en la materia («a.» 7o. LIM), y.
c) es susceptible de aplicación industrial un invento cuando se
puede fabricar o utilizar por la industria (a 8o. LIM).
B) La patentabilidad puede asumir dos formas: la patente y el
certificado de invención,.
a) La patente se expide respecto de todas aquellas invenciones
que satisfagan los requisitos mencionados y no figuren en el
cuadro legal de invenciones no patentables, consignado en el
«a.» 10 LIM.
b) El certificado de invención protege ideas novedosas:
consistentes en procedimientos para obtener mezclas de
productos químicos, de aleaciones y de modificación o
aplicación de tales productos, y mezclas; relacionadas con la
energía y la seguridad nuclear y con aparatos y equipos
anticontaminantes («aa.» 10, «frs.» V, VI y VII y 65 LIM).
C) La patente confiere el derecho exclusivo para explotar la
invención, durante diez años, directamente o a través de
terceros con el consentimiento del titular. El certificado de
invención, en cambio, confiere, durante el mismo lapso, el
derecho no exclusivo para explotar la invención; en efecto,
cualquier interesado puede explotarla previo acuerdo con el
titular sobre el monto de las regalías y, de no llegarse a un
acuerdo, el importe será determinado por la Dirección General
de Transferencia de Tecnología («a.» 69 LIM).
Pero además, la patente impone a su titular la obligación de
explotarla en el territorio nacional, dentro de tres años de la
fecha de su otorgamiento («a.» 41 LIM), pues de lo contrario
cualquier interesado podrá obtener una licencia obligatoria con
la duración y mediante el pago de regalías que, a falta de
acuerdo entre las partes, determine la Dirección General de
Transferencia de Tecnología («aa.» 5o. y 52).
Cuando una patente sea declarada de interés público podrá
otorgarse una licencia de utilidad pública, mediante el
procedimiento de la licena obligatoria («a.» 56).

PATRIA POTESTAD
I. Institución que atribuye un conjunto de facultades y derechos
a los ascendientes a fin de que puedan cumplir con las
obligaciones que tienen para con sus descendientes.
José María Álvarez la definió en 1827 como ''aquella autoridad
y facultades que tanto el derecho de gentes como el civil
conceden a los padres sobre sus hijos con el fin de que éstos
sean convenientemente educados''.
De 1827 a nuestros días el concepto no ha variado gran cosa:
Galindo Garfias (p. 656) expresa que ''es la autoridad atribuida a
los padres para el cumplimiento del deber de educar y proteger
a sus hijos menores de edad, no emancipados... no es
propiamente una potestad, sino una función propia de la
paternidad y la maternidad''.
La doctrina no es uniforme en cuanto a la naturaleza de la
patria potestad. Algunos la definen como una institución, otros
como una potestad y otros como una función. Lo importante,
independientemente, de su naturaleza, es el objetivo de la
misma: la asistencia, cuidado y protección de los menores no
emancipados.
Es una institución que tiene su base u origen en la filiación, en
la relación padres-hijos, ascendiente-descendiente.

II. El «CC» no define este concepto, simplemente establece que


los hijos menores de edad están sujetos a ella mientras exista
algún ascendiente que deba ejercerla («a.» 412 «CC») y que su
ejercicio recae sobre la persona y los bienes de los hijos («a.»
413 «CC»).
Tratándose de hijos habidos en matrimonio el ejercicio de la
patria potestad recae en primer lugar en el padre y la madre, a
falta de ellos en los abuelos paternos y a falta de estos últimos
en los abuelos maternos («aa.» 414 y 420 «CC»). Tratándose de
hijos habidos fuera de matrimonio en tanto los padres vivan
juntos, ambos ejercerán la patria potestad: si viven separados
deben convenir sobre el ejercicio de la custodia exclusivamente,
a falta de convenio el juez de lo familiar decidirá sobre la
custodia respecto le los padres o sobre el ejercicio de la patria
potestad a falta de ellos («aa.» 380, 381, 415, 416, 417 y 418
«CC»). Tratándose de hijos adoptivos sólo los padres adoptivos
ejercerán la patria potestad («a.» 419 «CC»:).
El «CC» establece que los hijos, independientemente de su
edad, estado y condición, deben honrar y respetar a sus padres y
ascendientes («a.» 411) Estando sujetos a la patria potestad no
pueden abandonar la casa de quienes la ejercen sin su
autorización o decreto'' de autoridad competente («a.» 421
«CC»), tampoco pueden comparecer en juicio o contraer
obligaciones sin el consentimiento de quien tenga el ejercicio de
la patria potestad o, en su caso, del juez («a.» 424 «CC»).
Las personas que ejercen esta potestad tienen obligación de
''educar convenientemente'' al menor sujeto a ella y de observar
una conducta que le sirva de buen ejemplo; y tienen la facultad
de corregirlos cuando sea necesario («aa.» 422 y 423 «CC»).
Estas obligaciones y facultades son limitadas, ya que no
implican el maltrato de menores sea éste físico o mental. Los
Consejos Locales de Tutela, el Ministerio Público y el Juez de
lo Familiar, en su caso, pueden vigilar el exacto cumplimiento
de las obligaciones y el ejercicio de facultades derivados de la
patria potestad. También pueden ser auxiliares del ejercicio de
la patria potestad mediante el uso de amonestaciones y
correctivos.
Aquellos que ejercen la patria potestad son representantes y
administradores legales de los que están bajo de ella (a 425
«CC»); cuando sean dos personas las que la ejerzan, el
administrador sería nombrado de común acuerdo («a.» 426
«CC»).
En relación a los efectos de esta institución con respecto a los
bienes del menor es necesario distinguir aquellos que adquiere
por su trabajo y aquellos que obtiene por cualquier otro título,
ya que estos varían en uno y otro caso: tratándose de bienes
adquiridos por el trabajo del menor a él pertenecen tanto la
propiedad, como la administración y el usufructo de los
mismos, tratándose de bienes obtenidos por cualquier otro título
la propiedad de los mismos y la mitad del usufructo pertenecen
al menor, la administración y la otra mitad del usufructo
pertenecen a quien ejerza la patria potestad, excepto si se trata
de bienes adquiridos por herencia, legado o donación y el
testador o donante dispusieron que el usufructo pertenezca
exclusivamente al menor o que sea destinado a otro fin («aa.»
428, 429 y 430 «CC»).
El ejercicio de la patria potestad y de los derechos y facultades
que le son inherentes no implica que quienes la ejercen puedan
enajenar o gravar los bienes muebles o inmuebles del menor
sujeto a ellos a menos que sea absolutamente necesario y previa
autorización judicial. Tampoco pueden celebrar contratos de
arrendamiento por más de cinco años; ni recibir renta anticipada
por más de dos años, ni hacer donaciones de los bienes del
menor o hacer remisión de sus derechos o dar fianza en
representación de ellos, ni vender a menor valor del cotizado en
la plaza el día de la venta, valores comerciales, industriales,.
títulos acciones, frutos y ganados («a.» 436 «CC»).
En los casos en que el juez autorice la venta tomarán las
medidas necesarias para que el producto de la venta sea
efectivamente aplicado al objeto que se destinó y, si ese fuere el
caso, para que el resto se invierta en la adquisición de un
inmueble o en una institución de crédito («a.» 437 «CC»).
En relación a los bienes del menor aquellos que tienen la patria
potestad están obligados a administrarlos en interés del menor y
de entregarle, cuando se emancipe, todos los bienes y frutos que
les pertenezcan («aa.» 440 441 y 442 «CC»).

III. El ejercicio de la patria potestad puede terminarse, perderse,


suspenderse o excusarse.
Termina en tres casos: a) con la muerte de los que deben
ejercerla; b) con la emancipación del menor derivada del
matrimonio, y c) con la mayoría de edad de quien está sujeto a
ella (a. 443 «CC»).
El ejercicio de la patria potestad se pierde: cuando el que la
ejerce es condenado expresamente a esa pérdida, cuando es
condenado dos o más veces por delitos graves; el cónyuge
culpable en los casos de divorcio; por los malos tratos del
menor y abandono de los deberes de quien la ejerce, y por la
exposición que el padre o la madre hicieren de sus hijos (a. 444
«CC»).
Se suspende porque el que la ejerce sea declarado
judicialmente incapaz o ausente o por una sentencia que
expresamente la suspenda (a. 447 «CC»).
Finalmente, quien debe ejercer la patria potestad puede
excusarse cuando tenga sesenta años cumplidos o no pueda
atender debidamente a su desempeño por su habitual mal estado
de salud (a. 448 «CC»).

PATRIMONIO
I. (Del latín patrimonium). Parece indicar los bienes que el hijo
tiene, heredados de su padre y abuelos. Desde el punto de vista
jurídico patrimonio es el conjunto de poderes y deberes,
apreciables en dinero, que tiene una persona. Se utiliza la
expresión poderes y deberes en razón de que no sólo los
derechos subjetivos y las obligaciones pueden ser estimadas en
dinero, sino que también lo podrían ser las facultades, las cargas
y, en algunos casos, el ejercicio de la potestad, que se pueden
traducir en un valor pecuniario.

II. El patrimonio tiene dos elementos: uno activo y otro pasivo.


El activo se constituye por el conjunto de bienes y derechos y el
pasivo por las cargas y obligaciones susceptibles de una
apreciación pecuniaria. Los bienes y derechos que integran el
activo se traducen siempre en derechos reales, personales o
mixtos y el pasivo por deberes personales o cargas u
obligaciones reales. El haber patrimonial resulta de la diferencia
entre el activo y el pasivo, cuando aquél es superior a éste,
mientras que el déficit patrimonial surge cuando el pasivo es
superior al activo; en el primer caso se habla de solvencia y, en
el segundo, de insolvencia.
Atento a lo anterior se puede afirmar que el patrimonio
constituye una universalidad jurídica, en tanto que es el
conjunto de poderes y deberes entendidos en términos absolutos
que se extiende en el tiempo y en el espacio; en el tiempo,
porque abarca tanto los bienes, derechos, obligaciones y cargas
presentes, como los que la misma persona pudiera tener en el
futuro, y en el espacio, porque comprende todo lo susceptible de
apreciación pecuniaria. En este caso universitas juris se opone a
la simple universitas rerum.

III. Sobre el patrimonio existen, fundamentalmente, dos teorías:


la teoría calificada como clásica o teoría del patrimonio-
personalidad y la teoría moderna o del patrimonio afectación.
a) Teoría del patrimonio-personalidad. Elaboración de la
escuela francesa de Aubry y Rau, concibe el patrimonio como
una emanación de la personalidad; entre persona y patrimonio
existe un vínculo permanente y constante. Los principios que
integran esta teoría son:
a) Sólo las personas pueden tener un patrimonio, en tanto que
sólo ellas son sujetos de derechos y obligaciones. Si deudor es
el que responde con sus bienes del cumplimiento de sus
deberes, sólo las personas pueden tener un patrimonio, pues
sólo ellas pueden ser deudoras.
b) Toda persona necesariamente debe tener un patrimonio. Se
entiende que patrimonio no es sinónimo de riqueza y que
aunque en el presente no se tengan bienes, existe la capacidad
de tenerlos en el futuro, es decir, comprende los bienes in
potentia. De este modo, el «a.» 1964 del «CC» establece que el
deudor responde del cumplimiento de sus obligaciones, con
todos sus bienes con excepción de los declarados por la ley
como inalienables e inembargables.
c) Cada persona sólo tendrá un patrimonio, lo que resulta de la
consideración de su universalidad y de la invisibilidad de la
persona a quien se atribuye.
d) El patrimonio es inseparable de la persona; considerado
como universalidad el patrimonio solo es .susceptible de
transmitirse mortis causa. Si en vida pudiera enajenarse todo el
patrimonio, significaría que la personalidad podría enajenarse.
La teoría clásica del patrimonio ha sido fuertemente criticada.
Refiriéndose a estos principios de la doctrina clásica, Francisco
Geny apuntó, y con toda razón, que las deducciones
irreprochables de una lógica imperiosa y necesaria no siempre
son válidas en el derecho, pues dise que si el principio de
unidad del patrimonio ''permite explicar por qué los acreedores
pueden dirigirse contra un bien cualquiera del deudor y la
transmisión universal del difunto es comprensiva de todas las
cargas'', esta solución es inútil y peligrosa; inútil porque es
incapaz de servir de justificación a todas las soluciones legales,
pues la técnica jurídica, lejos de dominar la ley, está justificada
solamente si la explica por entero; es peligrosa porque sirve de
obstáculo para el desenvolvimiento de las nociones jurídicas
que la jurisprudencia podría hacer como es el caso de
patrimonios afectos a un fin, constituidos en fundaciones por el
intermedio de personas jurídicas públicas. En otros términos, no
cabe interpretar la teoría del patrimonio con absoluta literalidad,
porque esto impediría el desarrollo de la jurisprudencia y Geny
invoca a este respecto la existencia de patrimonios constituidos
en fundaciones que tienen validez jurídica a través de la
beneficencia pública, sin que exista una persona de derecho
privado.
Para Rojina Villegas la teoría clásica del patrimonio es
''artificial y ficticia, despegada de la realidad y vinculada hasta
confundirse con la capacidad'', ya que dicha teoría llegó a
considerar que el patrimonio puede existir aun sin bienes
presentes y con la sola posibilidad de adquirirlos en el futuro,.
b) Teoría del patrimonio afectación. Esta moderna teoría surge
como consecuencia de las críticas a la teoría clásica, pero sobre
todo en cuanto a la conceptualización de la individualidad e
inalienabilidad que se hace del patrimonio. Esta moderna teoría
desvincula las nociones de patrimonio y personalidad y evita su
confusión, sin que esto signifique negar una obvia relación.
La base de la teoría moderna radica en el destino que en un
momento determinado tienen los bienes, derechos y
obligaciones en relación con un fin jurídico y organizados
autónomamente; el fin al cual pueden estar afectados los bienes,
derechos y obligaciones considerados como universalidad, igual
puede ser jurídico que económico.
A diferencia de la teoría clásica, la teoría del patrimonio
afectación considera que de hecho una persona puede tener
distintos patrimonios, en razón de que puede tener diversos
fines jurídico-económicos por realizar, así como que dichos
patrimonios, considerados como masas autónomas, pueden
transmitirse por actos entre vivos.
La moderna teoría del patrimonio afectación no ha sido
aceptada universalmente por todas las legislaciones y son
todavía muchas las que, con una serie de excepciones, siguen
recogiendo la teoría clásica. En este último supuesto se
encuentra la legislación mexicana, fundamentalmente en lo
relativo al principio de indivisibilidad.
Una diversa concepción del patrimonio lo entiende como el
conjunto de bienes que tiene una persona y que ésta tiene el
deber de desarrollar y explotar racionalmente, Su fundamento
se encuentra en las institutas de Justiniano, cuando se dice que
conviene a la República que nadie use mal de sus bienes, y en
Tomás de Aquino cuando éste, en su Summa (q. 66 de la
segunda parte), sostiene que el hombre es administrador de los
bienes y que éstos deben ser usados para el bienestar de la
comunidad.

PATRÓN
I. (De patrono y éste, a su vez del latín patronus.) ''Es la persona
física o moral que utiliza los servicios de uno o varios
trabajadores'' («a.» 10 de la LFT).
En confrontación con la figura del trabajador, el patrón
representa otro de los sujetos primarios de la relación jurídica
de empleo. Su presencia como persona física es frecuente,
cuando no la regla, en la pequeña empresa, donde se le puede
encontrar supervisando los servicios de los trabajadores o
compartiendo con ellos, las actividades laborales. En los centros
de grandes dimensiones es común por el contrario, su
disolución físico-individual, en la integración de sociedades
(personas jurídicas o morales).
Pese a que tradicionalmente, como jefe de la empresa, se le
reconoce al patrón un poder de jerarquía del que dependen en
relación subordinada, los trabajadores de la misma, la definición
de ley es precisa y objetiva, no obstante el cuestionamiento de
que pudiera estimarse incompleta en tanto que omite el
concepto de subordinación y no alude al compromiso de
retribuir el trabajo. En efecto resulta evidente, a nuestro juicio,
que al suprimirse la condicionante de la preexistencia de un
contrato do trabajo, ignorándose la limitante de la
subordinación, pretendió fortalecerse el carácter expansivo del
derecho del trabajo. Por otra parte, el señalamiento de la
contraprestación que se baga indispensable para definir el
carácter del patrón, toda vez que la obligación del pago del
salario está sobrentendida, es insalvable y por disposición de
ley, irrenunciable.
La desvinculación del concepto de patrón respecto del contrato
de trabajo, obedece, dentro de nuestro sistema, al acogimiento
de la autonomía relacionista que explica la prestación de los
servicios como razón generatriz de la aplicación y beneficio del
derecho del trabajo.
Para algún sector de la doctrina y del derecho comparado,
suele confundirse el concepto de patrón, identificándolo
indiscriminadamente, con el de empleador o empresario,
cuando no, con los de dador o acreedor de trabajo. Pensamos
que no es exacto.

II. Es inadecuado el hablar de empleador, puesto que en nuestro


sistema por lo que hace fundamentalmente a la empresa de
notable envergadura, caracterizada por su paulatina
despersonalización no es el patrón quien emplea, sino el
personal administrativo de la misma, especializado para tales
menesteres.
Tampoco es factible identificarlo con el empresario, toda vez
que las relaciones de trabajo no se presentan exclusivamente
dentro de la empresa, sino también dentro de otros sectores;
p.e., el trabajo domestico.
La connotación de dador del trabajo es no solo gramatical y
fonéticamente inadecuada, sino que revela graves deficiencias
técnicas, como el designar de manera indistinta, tanto a la
persona que ofrece el trabajo (patrón) como a la que lo realiza o
proporciona (trabajador).
Por otra parte, amén de su remisión a la teoría de las
obligaciones y de los contratos civiles, la expresión acreedor de
trabajo como denominación sustitutiva de patrón, es
definitivamente impropia, pues pudiera llevarnos al extremo de
llamar a los trabajadores deudores de trabajo o quizás
acreedores de salario.
El concepto de patrón, desprendido del prejuicio de poder
resultar peyorativo para quienes concentran la riqueza, es sin
duda el más idóneo, pues precisa la noción de la figura, despeja
las confusiones y responde mejor que las otras aceptaciones a la
realidad y tradición jurídicas de nuestro ordenamiento del
trabajo.

III. Con el propósito de obligar directamente al patrón con los


trabajadores y evitar el subterfugio de la intermediación
desvinculante, la ley establece expresamente que ''los directores,
administradores, gerentes y demás personas que ejerzan
funciones de dirección o administración en la empresa o
establecimiento serán considerados representantes del patrón y
en tal concepto lo obligan en sus relaciones con los
trabajadores'' («a.» 11 LFT).

IV. En el ámbito de los trabajos especiales, el legislador


concuerda la figura del patrón con las peculiaridades del
servicio. Así, en relación con el trabajo de maniobras de
servicio público en zonas bajo jurisdicción federal, se
consideran patrones a las empresas navieras como a aquéllas de
maniobras; a los armadores y fletadores; a los consignatarios y
agentes aduanales, como en general, a las demás personas que
ordenen esta suerte de servicios («a.» 268, LFT).
Respecto al trabajo a domicilio se consideran patrones a las
personas que encargan este tipo de labores, independientemente
de que suministren o no a los prestadores de servicios los útiles
y materiales de trabajo. Tampoco trasciende para tal efecto, la
forma en que aquéllos remuneren el servicio. El legislador es
claro para precisar, en este caso, que la existencia simultánea de
varios patrones no priva a los trabajadores de los derechos
laborales que les corresponden («aa.» 314 y 315).
En el caso de los médicos residentes durante el periodo de
adiestramiento en sus especialidades, se estima patrón a la
persona moral o física a cuyo cargo se encuentra la Unidad
Receptora de los Residentes («a.» 353-BLFT).
La doctrina suele distinguir entre los patrones del sector
privado y aquellos del sector público. Dentro de nuestro
sistema, las relaciones de trabajo burocrático fueron substraídas
al marco del derecho administrativo para regular a nivel tanto
constitucional como legal, las vinculaciones laborales entre el
Estado y otros entes de carácter público, con el personal a su
servido.
Siempre en el terreno teórico, además de su carácter de
persona física o jurídica de naturaleza pública o privada, puede
estudiarse la figura del patrón como un simple ente de facto o
una mera asociación no reconocida.
Si desde otra perspectiva el estudio del patrón se relaciona con
las diferentes ramas de la actividad económica, entonces bien
puede hablarse de patrones: a) industriales; b) comerciales; c)
artesanales, y d) agrícolas.

PECULADO
I. (Del latín peculatus; de peculium, caudal.) En sentido
exclusivamente gramatical, y teniendo en cuenta la etimología
señalada, hace referencia a la sustracción de caudales del erario
público, realizada por aquel a quien está confiada su
administración.
II. La reforma al «CP» de 30 de diciembre de 1982 (DO 5-I-
1983), afectó, de manera sustancial, al delito de peculado. Su
ubicación actual se encuentra en el «a.» 223, único constitutivo
del c. XI, del «tít.» décimo, del libro II, del «CP».
Precisamente, dicho «tít.» se refiere a los ''Delitos cometidos
por servidores públicos''. Pero ocurre que la propia
conceptualización de ''servidores públicos'' constituye una de las
novedades contenidas en la reforma mencionada.
Restringiéndonos al ámbito penal sustantivo, la noción de
servidor público se determina en el «a.» 212 del «CP».
Y el legislador señala que, para los efectos de los títs. décimo
y decimoprimero del libro II del «CP», ''es servidor público toda
persona que desempeñe un empleo, cargo o comisión de
cualquier naturaleza en la Administración Pública Federal
centralizada o en la del Distrito Federal, organismos
descentralizados, empresas de participación estatal mayoritaria,
organizaciones y sociedades asimiladas a éstas, fideicomisos
públicos, en el Congreso de la Unión, o en los poderes Judicial
Federal y Judicial del Distrito Federal, o que maneje recursos
económicos federales. Las disposiciones contenidas en el
presente Título, son aplicables a los Gobernadores de los
Estados, a los Diputados a las Legislaturas Locales y a los
Magistrados de los Tribunales de Justicia locales, por la
comisión de los delitos previstos en este Título, en materia
federal. Se impondrán las mismas sanciones previstas para el
delito de que se trate a cualquier persona que participe en la
perpetración de algunos de los delitos previstos en este Título o
el subsecuente''.
La normación descriptiva anterior, queda completada a los
efectos de individualización de las sanciones con lo dispuesto
en el a, 213 del reiterado ordenamiento punitivo.

III. En su esencia Jurídica, el peculado («a.» 223 del «CP»)


consiste en la distracción o indebida utilización de elementos
integrantes de los caudales públicos. Las «frs.» I y II del «a.»
223 aluden a una calidad especifica en el sujeto activo del
evento delictivo, es decir, la comisión queda circunscrita a
quien tenga la concreta calidad de servidor público.
Pero la calidad específica mencionada se completa con otra
exigencia en el propio sujeto activo de las mencionadas «frs.» I
y II, nos referimos a la calidad de garante (noción procedente de
Reinhart Maurach), y que la doctora Islas estima como ''la
relación especial, estrecha y directa en que se hallan un sujeto y
un bien singularmente determinados, creada para la salvaguarda
del bien''.
La calidad de garante obtiene especial relevancia en los dos
tipos que comentamos, a mayor abundamiento si consideramos
que cabe la posibilidad de que los bienes, aparte de los
pertenecientes al patrimonio público, pueden ser también de un
particular en el supuesto previsto en la propia «fr.» I (''...o a un
particular'').
En el fondo, el peculado es una infracción de naturaleza
similar al abuso de confianza, con la que -no obstante- tiene
ciertas diferencias claramente connotables, fundamentalmente
en función de: a) su carácter público, b) su mayor severidad
punitiva, y c) su persecución de oficio.
En síntesis, los elementos integrantes de estas «frs.» I y II del
«a.» 223 son:
1) Las calidades reseñadas del sujeto activo.
2) Distracción o indebida utilización de bienes públicos, en
amplio sentido, o de particulares.
3) La necesidad de completar el tipo de la «fr.» II («a.» 223),
con la indispensable referencia al uso indebido de atribuciones
y facultades del «a.» 217 del propio «CP». Se nos ocurre
señalar, a título de opinión meramente personal, que la
configuración típica de la «fr.» que comentamos, tiene
evidentes analogías con los tipos ''abiertos'' del maestro Hans
Welzel.
4) El sujeto activo del delito ha de haber recibido los bienes,
por razón de su cargo, ya que el factum delictual supone la
tenencia provisional con obligación restitutoria, o de rendir
cuentas o de dedicarlos a un fin determinado. Si el agente no
tuviera su posesión y los tomara, aparecería el robo.
Todo tipo penal supone la tutela, garantía o protección de uno
o más bienes jurídicos. Sin pretensiones de exhaustividad los
bienes tutelados en el peculado (tal como ha quedado redactado
con la reforma antes aludida), son entre otros: a) la honestidad
en el desempeño de la función pública; b) los fondos públicos,
entendiendo la expresión en amplio sentido (dinero, valores,
fincas o cualquier otra cosa perteneciente al Estado o a un
organismo descentralizado); c) los bienes de particulares en el
concreto supuesto de la «fr.» I del «a.» 223; d) el cumplimiento
de las disposiciones legales pertinentes, en lo relativo a la parte
de la «fr.» II que remite al uso indebido de atribuciones y
facultades del «a.» 217 del «CP»; e) la rectitud moral en la
promoción político-social (última parte de la «fr.» II), y f) la
buena fama y la dignidad de las personas (ibidem).
En relación a las «frs.» III y IV del «a.» 223, la tipicidad de las
mismas (es decir, las descripciones de conductas en ellas
contenidas), son similares a las de las «frs.» anteriores, con la
importante salvedad de que el posible sujeto activo carece de la
calidad especifica de servidor público.
Para establecer las punibilidades, y sus correspondientes
intervalos, los «pfos.» penúltimo y final utilizan un criterio
eminentemente cuantitativo. El importe económico adquiere
singular protagonismo en la función punibilizadora, lo que
permite pensar (desde la perspectiva de la más exigente pureza
técnico-jurídica) en la presencia de eventos delictuosos
cualificables como de resultado.
El pfo. penúltimo señala, al monto de lo distraído, el limite de
no exceder el equivalente a quinientas veces el salario mínimo
vigente en el Distrito Federal en el momento de la comisión de
los hechos, o la imposibilidad de una adecuada evaluación. En
este supuesto, el intervalo de punibilidad se sitúa entre tres
meses y dos años de prisión, con sus accesorias de multa de
treinta a trescientas veces el salario mínimo, y la destitución e
inhabilitación de tres meses a dos años para el desempeño de
otro empleo, cargo o comisión públicos.
El pfo. final, en relación al monto de lo distraído o de los
fondos utilizados, indica su exceso sobre quinientas veces el
salario mínimo en las condiciones ya señaladas, pero el
intervalo de punibilidad se extiende de dos a catorce años de
prisión, la multa de trescientas a quinientas veces el salario
mínimo y la destitución e inhabilitación de dos a catorce años.
En cuanto al sujeto pasivo (es decir, al titular o titulares de los
bienes jurídicamente protegidos), de un lado tenemos la
colectividad social, la comunidad, la sociedad, en la totalidad de
las «frs.» y, del otro, el particular de los concretos y
conducentes supuestos de las «frs.» I, II y III del «a.» 223 del
«CP».

PECULADO
I. (Del latín peculatus; de peculium, caudal.) En sentido
exclusivamente gramatical, y teniendo en cuenta la etimología
señalada, hace referencia a la sustracción de caudales del erario
público, realizada por aquel a quien está confiada su
administración.

II. La reforma al «CP» de 30 de diciembre de 1982 (DO 5-I-


1983), afectó, de manera sustancial, al delito de peculado. Su
ubicación actual se encuentra en el «a.» 223, único constitutivo
del c. XI, del «tít.» décimo, del libro II, del «CP».
Precisamente, dicho «tít.» se refiere a los ''Delitos cometidos
por servidores públicos''. Pero ocurre que la propia
conceptualización de ''servidores públicos'' constituye una de las
novedades contenidas en la reforma mencionada.
Restringiéndonos al ámbito penal sustantivo, la noción de
servidor público se determina en el «a.» 212 del «CP».
Y el legislador señala que, para los efectos de los títs. décimo
y decimoprimero del libro II del «CP», ''es servidor público toda
persona que desempeñe un empleo, cargo o comisión de
cualquier naturaleza en la Administración Pública Federal
centralizada o en la del Distrito Federal, organismos
descentralizados, empresas de participación estatal mayoritaria,
organizaciones y sociedades asimiladas a éstas, fideicomisos
públicos, en el Congreso de la Unión, o en los poderes Judicial
Federal y Judicial del Distrito Federal, o que maneje recursos
económicos federales. Las disposiciones contenidas en el
presente Título, son aplicables a los Gobernadores de los
Estados, a los Diputados a las Legislaturas Locales y a los
Magistrados de los Tribunales de Justicia locales, por la
comisión de los delitos previstos en este Título, en materia
federal. Se impondrán las mismas sanciones previstas para el
delito de que se trate a cualquier persona que participe en la
perpetración de algunos de los delitos previstos en este Título o
el subsecuente''.
La normación descriptiva anterior, queda completada a los
efectos de individualización de las sanciones con lo dispuesto
en el a, 213 del reiterado ordenamiento punitivo.

III. En su esencia Jurídica, el peculado («a.» 223 del «CP»)


consiste en la distracción o indebida utilización de elementos
integrantes de los caudales públicos. Las «frs.» I y II del «a.»
223 aluden a una calidad especifica en el sujeto activo del
evento delictivo, es decir, la comisión queda circunscrita a
quien tenga la concreta calidad de servidor público.
Pero la calidad específica mencionada se completa con otra
exigencia en el propio sujeto activo de las mencionadas «frs.» I
y II, nos referimos a la calidad de garante (noción procedente de
Reinhart Maurach), y que la doctora Islas estima como ''la
relación especial, estrecha y directa en que se hallan un sujeto y
un bien singularmente determinados, creada para la salvaguarda
del bien''.
La calidad de garante obtiene especial relevancia en los dos
tipos que comentamos, a mayor abundamiento si consideramos
que cabe la posibilidad de que los bienes, aparte de los
pertenecientes al patrimonio público, pueden ser también de un
particular en el supuesto previsto en la propia «fr.» I (''...o a un
particular'').
En el fondo, el peculado es una infracción de naturaleza
similar al abuso de confianza, con la que -no obstante- tiene
ciertas diferencias claramente connotables, fundamentalmente
en función de: a) su carácter público, b) su mayor severidad
punitiva, y c) su persecución de oficio.
En síntesis, los elementos integrantes de estas «frs.» I y II del
«a.» 223 son:
1) Las calidades reseñadas del sujeto activo.
2) Distracción o indebida utilización de bienes públicos, en
amplio sentido, o de particulares.
3) La necesidad de completar el tipo de la «fr.» II («a.» 223),
con la indispensable referencia al uso indebido de atribuciones
y facultades del «a.» 217 del propio «CP». Se nos ocurre
señalar, a título de opinión meramente personal, que la
configuración típica de la «fr.» que comentamos, tiene
evidentes analogías con los tipos ''abiertos'' del maestro Hans
Welzel.
4) El sujeto activo del delito ha de haber recibido los bienes,
por razón de su cargo, ya que el factum delictual supone la
tenencia provisional con obligación restitutoria, o de rendir
cuentas o de dedicarlos a un fin determinado. Si el agente no
tuviera su posesión y los tomara, aparecería el robo.
Todo tipo penal supone la tutela, garantía o protección de uno
o más bienes jurídicos. Sin pretensiones de exhaustividad los
bienes tutelados en el peculado (tal como ha quedado redactado
con la reforma antes aludida), son entre otros: a) la honestidad
en el desempeño de la función pública; b) los fondos públicos,
entendiendo la expresión en amplio sentido (dinero, valores,
fincas o cualquier otra cosa perteneciente al Estado o a un
organismo descentralizado); c) los bienes de particulares en el
concreto supuesto de la «fr.» I del «a.» 223; d) el cumplimiento
de las disposiciones legales pertinentes, en lo relativo a la parte
de la «fr.» II que remite al uso indebido de atribuciones y
facultades del «a.» 217 del «CP»; e) la rectitud moral en la
promoción político-social (última parte de la «fr.» II), y f) la
buena fama y la dignidad de las personas (ibidem).
En relación a las «frs.» III y IV del «a.» 223, la tipicidad de las
mismas (es decir, las descripciones de conductas en ellas
contenidas), son similares a las de las «frs.» anteriores, con la
importante salvedad de que el posible sujeto activo carece de la
calidad especifica de servidor público.
Para establecer las punibilidades, y sus correspondientes
intervalos, los «pfos.» penúltimo y final utilizan un criterio
eminentemente cuantitativo. El importe económico adquiere
singular protagonismo en la función punibilizadora, lo que
permite pensar (desde la perspectiva de la más exigente pureza
técnico-jurídica) en la presencia de eventos delictuosos
cualificables como de resultado.
El pfo. penúltimo señala, al monto de lo distraído, el limite de
no exceder el equivalente a quinientas veces el salario mínimo
vigente en el Distrito Federal en el momento de la comisión de
los hechos, o la imposibilidad de una adecuada evaluación. En
este supuesto, el intervalo de punibilidad se sitúa entre tres
meses y dos años de prisión, con sus accesorias de multa de
treinta a trescientas veces el salario mínimo, y la destitución e
inhabilitación de tres meses a dos años para el desempeño de
otro empleo, cargo o comisión públicos.
El pfo. final, en relación al monto de lo distraído o de los
fondos utilizados, indica su exceso sobre quinientas veces el
salario mínimo en las condiciones ya señaladas, pero el
intervalo de punibilidad se extiende de dos a catorce años de
prisión, la multa de trescientas a quinientas veces el salario
mínimo y la destitución e inhabilitación de dos a catorce años.
En cuanto al sujeto pasivo (es decir, al titular o titulares de los
bienes jurídicamente protegidos), de un lado tenemos la
colectividad social, la comunidad, la sociedad, en la totalidad de
las «frs.» y, del otro, el particular de los concretos y
conducentes supuestos de las «frs.» I, II y III del «a.» 223 del
«CP».

PENSIONES
I. (Del latín pensio-onis, cantidad que se asigna a uno por
méritos o servicios propios.) Retribución económica que se
otorga a trabajadores o empleados públicos al retirarse de sus
actividades productivas, ya sea por haber cumplido determinado
periodo de servicios o por padecer de alguna incapacidad
permanente para el trabajo. Pago periódico de una cantidad en
efectivo que se hace a los familiares o beneficiarios de dichos
trabajadores o empleados cuando éstos fallecen y aquellos
reúnen las condiciones fijadas en las leyes, convenios colectivos
o estatutos especiales, por tener derecho a tales percepciones.
Cuotas asignadas por instituciones de seguridad social a los
asegurados o a sus causahabientes cuando éstos hayan llenado
los requisitos establecidos para su disfrute.

II. El otorgamiento de pensiones a los trabajadores o empleados


públicos representa una conquista relativamente reciente. Al
final del siglo pasado y durante las dos primeras décadas del
presente, después de la Primera Guerra Mundial de 1914-1918,
fue cuando se empezó a cambiar el concepto de mutualismo que
había imperado hasta entonces, con la finalidad de encontrar
otras fuentes de ingreso permanente no sólo para los familiares
del trabajador que fallecía a consecuencia de riesgos del trabajo
o por causas naturales, sino en beneficio de los propios
trabajadores cuando se encontraban impedidos de continuar sus
labores o cuando su situación como retirados se vino haciendo
más critica, sobre todo al prolongarse el nivel de vida promedio
que superó con mucho los cincuenta años de edad que
regularmente se consideraba aceptable.
Desde las primeras convenciones internacionales sobre
cuestiones de seguridad social, aprobadas por la Asamblea de la
Organización Internacional del Trabajo (OIT), se plantearon
una serie de nuevas soluciones que dieron origen a los
convenios «núms.» 17, 18 y 19 aprobados en la séptima reunión
el año de 1925. En ellos se planteó el pago de indemnizaciones
o pensiones a los familiares de los trabajadores que hubiesen
fallecido a consecuencia de un riesgo profesional; pero fue
hasta la décimo-séptima reunión, el año de 1933, donde quedó
establecida la obligación patronal de otorgar seguros por vejez,
invalidez y muerte, consistentes en el pago de prestaciones
periódicas que constituyeron lo que en términos comunes se ha
denominado pensión (Convenios de la OIT «núms.» 35 a 40).
Esta ayuda por entonces se consideraba temporal o limitada a
determinados supuestos relacionados con la condición de
esposa, hijos o ascendientes de los propios trabajadores.
Debe reconocerse, sin embargo, que fue la Gran Bretaña el
país donde se implantó el primer régimen importante de
pensiones, aun cuando los franceses defienden una ley
promulgada el año de 1937 que desgraciadamente no tuvo
aplicación, de ahí que carezca de interés mencionarla. Se debe
al genio de William Beveridge, autor del llamado Plan
Beveridge inglés, quien al expresar en un trabajo inicial que ''el
pueblo británico prefiere recibir beneficios a cambio de
contribuciones y no dádivas del Estado'', fijó para la pensión su
función social; esto es, el derecho del trabajador a una
existencia digna aun después de haber contribuido con su es
fuerzo, por largo tiempo, a la actividad productiva del patrono o
patronos a quienes hubiese servido. ''Los asegurados-agregó
Beveridge- no deben pensar que cualquier ingreso por
ociosidad, sin importar la causa, pueda venir de una bolsa sin
fondo que cualquier ayuda que reciban debe ser el resultado de
una contribución de su parte al desarrollo económico, ya sea en
bienes o en servicios, como justa compensación que les
corresponde en esa contribución''.
El régimen de pensiones, en consecuencia, tuvo su origen en
los seguros sociales, de cuya legislación parte su
reglamentación actual, a grado tal, que el otorgamiento de un
seguro y el reconocimiento de una pensión, corren paralelos
como formas de previsión social en la mayoría de los países. El
Estado contribuye por su parte, e independientemente del fondo
que se integre con las aportaciones de patronos y trabajadores
bajo la forma de una asignación fija mensual, con una
contribución proporcional y la garantía de los servicios que
administra.

III. La pensión no debe verse como una concesión gratuita o


generosa del Estado o del patrono. El derecho lo adquiere el
trabajador con las aportaciones que hace por determinado
número de años de trabajo productivo, aportaciones que se ven
aumentadas con las que han sido arrancadas a los patronos o las
que se les ha obligado por disposición legal, las cuales integran
un capital del que se toman, en un momento dado, las
cantidades individuales que se conceden, las cuales incrementa
el Estado. Estas aportaciones tienen por objeto procurar los
medios de subsistencia necesarios en los casos de desempleo o
interrupción involuntaria de las actividades profesionales; pero
al mismo tiempo prever la incapacidad para el trabajo por vejez
o invalidez; y garantizar, aunque sea en parte a la familia.
Las prestaciones que se reciben son variables. Pueden serlo en
especie o en servidos; limitadas o absolutas; temporales o
definitivas. Las prestaciones en especie consisten en una suma
de dinero que se entrega en partidas mensuales, proporcionales
al fondo constituido o a la obligación establecida en una ley,
convenio colectivo o estatuto especial. De acuerdo a las
recomendaciones adoptadas por la OIT se han promulgado
leyes que establecen un régimen de pensiones al darse
determinados supuestos; pero ha sido en los contratos colectivos
en donde los trabajadores han podido obtener mayores
beneficios. Países cuya legislación regula esta materia, pelo que
no han convertido a la pensión en obligatoria para los patronos,
permiten soluciones similares y proporcionan, de manera
permanente, servicios asistenciales gratuitos.
Respecto al quantum de las pensiones se observan igualmente
variantes. Algunos países lo restringen a cantidades fijas,
proporcionales 31 salario o a las prestaciones hechas al fondo
de pensiones (Australia, España, Japón, Italia y, en América
Latina: Colombia, Perú, Uruguay y Venezuela). Otros lo sujetan
a porcentajes, como es el caso de México, Francia Gran
Bretaña, Alemania Occidental o Estados Unidos de América. Es
decir, en la ley se fija el monto de la pensión que corresponda a
cada persona (trabajador, empleado o familiar, según la
circunstancia) el cual varía conforme a las condiciones
económicas del país. La razón estriba en que el pago debe ser
proporcional al capital del fondo constituido, para evitar
suspensiones, variaciones o su descapitalización.
La regla general que ha sido aceptada internacionalmente es
que las pensiones sean vitalicias, aunque en situaciones
específicas se les restrinja. No nos referimos a las pensiones por
desempleo, que por lógica son limitadas en tiempo en todos los
países donde se encuentran establecidas. La referencia la
hacemos a las pensiones por vejez, invalidez o muerte, que son
las más características. La casi totalidad de los Estados
conceden al trabajador que ha contribuido al fondo, a través de
los seguros voluntarios u obligatorios, y que han cumplido un
número de años de servicios efectivos, el derecho a una pensión
mientras sobrevive a su retiro; muy pocos son los que limitan
este derecho. En lo que existe restricción es en el pago de
pensiones a los familiares, pues éste sí se encuentra ajustado a
periodos y condiciones que consignan las disposiciones legales
aplicables. La limitación de espacio nos impide hacer un
análisis comparativo, pero ofrecemos una bibliografía en la que
pueden consultarse estos pormenores.

IV. La legislación mexicana es quizás una de las mas


completas. No alcanza el grado y volumen de países
desarrollados como Alemania Occidental, Francia, Gran
Bretaña o Estados Unidos de América, pero en relación a
nuestra capacidad económica se encuentra muy avanzada.
La «LFT» de 1931 no incluyó ninguna disposición
concerniente al otorgamiento de pensiones a los trabajadores o a
sus familiares o dependientes económicos. Se pensó que a la
implantación de la seguridad social o a través de las
contrataciones colectivas se integraría un cuadro general de
beneficios que pudiera tener diversas aplicaciones. Por otra
parte, ya se vislumbraba el hecho de que el Estado debía
participar en buena medida de cualquier planteamiento y
solución que se diera a la materia y el Estado mexicano no
estaba en condiciones de afrontar compromisos de esta
naturaleza cuando era mas urgente resolver otros problemas de
previsión social.
En la «LFT» vigente tampoco se ha querido abordar la
cuestión, únicamente se ha hecho referencia, por necesidad
legal, a las pensiones alimenticias («aa.» 97 «fr.» I, 110 «fr.» V
y 112 LFT) para permitir descontar su importe del salario de los
trabajadores, pero el régimen de las mismas corresponde al
derecho familiar y no al laboral. Existe por otra parte una
referencia en el contrato especial de los maniobristas de servicio
público en zonas bajo jurisdicción federal, en el sentido de que
en los contratos colectivos que celebren estos trabajadores
puede estipularse que los patronos cubran un porcentaje sobre
los salarios, a fin de que se constituya un fondo de pensiones de
jubilación o de invalidez, que no sea consecuencia de los
riesgos del trabajo. En los estatutos del sindicato o en un
reglamento especial aprobado por la asamblea se determinarán
los requisitos para el otorgamiento de pensiones, pero las
cantidades que se recauden por este concepto se entregaran al
Instituto Mexicano del Seguro Social o a una institución
bancaria, cualquiera de las cuales cubrirá las pensiones, previa
aprobación de la junta de conciliación y arbitraje («a.» 277
LFT).
Ha sido la «SCJ» la que ha fijado la naturaleza jurídica de la
pensión al dejar que sea la Ley del Seguro Social (LSS) y no la
del Trabajo la que determine los casos en que pueden otorgarse
pensiones de vejez e invalidez, y al precisar que su
otorgamiento se haga en función de la jubilación o de la edad
del trabajador, siempre que haya prestado por lo menos quince
años de servicios y haya contribuido asimismo a integrar un
fondo de pensiones por igual periodo («aa.» 71 a 73 y 81 de la
LSS). (Apéndice al «SJF» de 1975, quinta parte, Cuarta Sala,
tesis núm. 152, «pp.» 149150.).

V. Es por tanto en la LSS donde ha quedado reglamentado


nuestro régimen de pensiones en la siguiente forma:
a) La pensión por invalidez se otorga a los trabajadores que se
inhabiliten física o mentalmente por causas ajenas al desempeño
de su cargo o empleo, si hubiesen contribuido al Instituto por un
periodo de quince años cuando menos. El derecho al pago de
esta pensión comienza a partir de la fecha en que el trabajador
cause baja motivada por inhabilitación. No se concederá
pensión cuando la inhabilitación sea consecuencia de un acto
intencional del trabajador, originado por algún delito que
hubiera cometido, o cuando el estado de invalidez sea anterior
al nombramiento del trabajador («aa.» 82-87).
b) La pensión por causa de muerte ajena a la prestación del
servicio se otorgará a los familiares del trabajador conforme a
un orden o prelación; en primer lugar tienen derecho a ella la
esposa supérstite e hijos legítimos menores de dieciocho años; a
falta de la esposa la pensión puede recibirla la concubina
siempre que hubiere tenido hijos con ella el trabajador, haya
vivido en su compañía durante los últimos cinco años que
precedan a su muerte y ambos hayan estado libres de
matrimonio durante el concubinato. El esposo supérstite de la
trabajadora, si es mayor de cincuenta y cinco años o se
encuentra incapacitado para trabajar y hubiere dependido
económicamente de ella, tendrá también igual derecho.
c) A falta de estas personas la pensión puede ser entregada a
los ascendientes si dependieron económicamente del trabajador
durante los cinco años anteriores a su muerte («aa.» 88-95
LSS),.
d) Al fallecer el pensionista el Instituto entregará a las
personas que se encarguen de la inhumación el importe de
sesenta días de pensión, terminando ahí las obligaciones del
Instituto.
Régimen un poco distinto ha establecido la Ley del Instituto de
Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado
(LISSSTE). El derecho a la pensión por parte de los empleados
públicos o el de sus familiares, deberá acreditarse en los
términos de la legislación civil, en tanto que la dependencia
económica se demostrará mediante informaciones testimoniales
en vía de jurisdicción voluntaria. El Instituto, por su parte,
podrá ordenar, en cualquier tiempo, la verificación y
autenticidad de los documentos y la justificación de los hechos
que hayan servido de base para conceder una pensión.
Cualquier falsedad que se encuentre será denunciada al
Ministerio Público para los efectos legales que procedan («aa.»
63-71 LISSSTE). Existen disposiciones similares a las de la
LSS en el derecho y pago de pensiones por concepto de
jubilación, vejez o por causa de muerte, como puede apreciarse
en las disposiciones respectivas («aa.» 72-94), con la única
salvedad de que para el otorgamiento de pensiones a los
servidores del Estado o a sus causahabientes, debe intervenir
para aprobarlas la Secretaría de Hacienda y Crédito Público,
con facultades de revisar si los requisitos se encuentran
integrados, ya que el pago mensual que haya sido asignado al
pensionista es con cargo al presupuesto anual de la federación.
Por último, la Ley del Instituto de Seguridad Social de las
Fuerzas Armadas Mexicanas (LISSFAM) comprende pensiones
de retiro para miembros del ejército, la marina y la fuerza aérea,
con la única obligación para su disfrute de que, cuando las
necesidades de la nación lo exijan, los militares retirados podrán
ser llamados al activo, requiriéndose para ello acuerdo suscrito
por el presidente de la República (aa, 19-28 LISSFAM). Las
condiciones de retiro son mas benéficas que las concedidas a los
empleados públicos, ya que son muy limitados los requisitos
que deben llenar los militares y su extensión abarca a los
familiares siempre que al fallecer el titular ya se le hubiese
concedido el haber de retiro o no se hubiese cobrado por el, con
anterioridad a su muerte, la pensión ya acordada en su favor
(«a.» 20 LISSFAM).

PEQUEÑA PROPIEDAD
I. Es una ex presión que usa la C por medio de la cual se
determina una modalidad de la propiedad en México. La
pequeña propiedad es pues una modalidad de la propiedad que
expresamente se configura y se determina en el «a.» 27
constitucional. En efecto, de acuerdo a dicho «a.» existen tres
tipos de propiedad: la propiedad privada, la propiedad social y
la propiedad pública. La propiedad privada, a su vez, puede ser
propiedad rural o urbana; y, por último, la propiedad rural
puede ser: pequeña, mediana o gran propiedad rural o
latifundio. De estas tres modalidades de la propiedad rural, sólo
la pequeña será respetada íntegramente y será protegida como
garantía constitucional, ya que las otras dos modalidades, de
mediana y latifundio, tienen el carácter de transitorias o en fase
de extinción como consecuencia de la paulatina implantación
del reparto agrario.
La pequeña propiedad rural es la atribución a una persona
privada de una determinada extensión de tierra, calificada como
rural, que no deberá ser superior a cien hectáreas de riego o sus
equivalentes en tierras de otras clases, como se dispuso desde el
Código Agrario de 1942, de donde pasó a la C.

II. Así determinada la pequeña pro piedad rural goza de la


garantía del juicio de amparo y es susceptible de obtener la
correspondiente certificación de inafectabilidad agraria, que la
pone a cubierto de los repartos de tierras. Mendieta y Núñez
piensa que el criterio que se tuvo en cuenta para fijar la
extensión máxima de la pequeña propiedad rural fue la de que
dicha extensión bastaría para satisfacer las necesidades de una
familia campesina de clase media.
La pequeña propiedad rural es la frontera de la reforma
agraria, bandera de la Revolución de 1910 y consigna política
de la C de 1917. Esto se explica, si pensamos que para esas
fechas, la posesión de grandes extensiones de tierras constituían
la mas evidente manifestación de riqueza, por lo cual esta debía
ser afectada para poder hacer frente al problema social del
campesinado, así como para poder garantizar a las poblaciones,
congregaciones y rancherías suficientes reservas de tierras para
su desarrollo y progreso. De ahí el sentido del mandato que se
estableció en el referido «a.» 27 constitucional sobre la
necesidad de devolver y restituir tierras a dichos poblados, en
los supuestos en que ya las hubieran poseído anteriormente; de
dotarlos de nuevas adjudicaciones, en todo caso; y el mandato
para afectar y expropiar, por los mismos motivos del reparto
agrario, aquellas propiedades que se excedieran del límite
constitucional fijado para la llamada pequeña propiedad.

III. Cuando se habla de la pequeña propiedad siempre se alude a


la propiedad rural nunca a la propiedad urbana, de la que no
habla la C de manera expresa y a la que, sin embargo, se le
protege porque se le considera pequeña propiedad también.
Sobre este particular, se hace necesario observar que las cosas
han variado mucho desde 1910 a la fecha y que la propia
reforma agraria ha fracasado, no solo en cuanto medio
idealmente previsto para repartir la riqueza pública de la nación,
sino también en cuanto se penso e intentó hacer del ejido el
elemento de producción y del progreso material del
campesinado mexicano.
Es evidente que hoy día, junto al factor tierra y, en muchos
casos, muy por encima, la riqueza se cifra en el factor capital,
industrial, bancario y comercial. Por tanto, si el propósito
original de la revolución y de la C fue el de repartir la riqueza
de la nación, hoy debería afectarse por igual a dichas
manifestaciones de riqueza, como solidaridad frente a los
gravísimos problemas sociales que vivimos, tal vez más
profundos y extensos que los de 1910.
Por otro lado, para ser justos y equitativos, debiera afectarse a
la propiedad urbana de la misma forma en que se afecta al
excedente de la llamada pequeña propiedad rural; pero en este
caso, a fin de resolver las graves limitaciones que de vivienda
padecen los obreros y habitantes de las grandes urbes del país,
no obstante la existencia de infinidad de predios urbanos sin
edificar, así como de departamentos vacíos o sin ocupar que
vemos hay en nuestro medio urbano y que constituyen enormes
concentraciones de capital a favor de algunos particulares.

PERITAJE
I. Recibe el nombre de peritaje el examen de personas, hechos u
objetos, realizado por un experto en alguna ciencia, técnica o
arte, con el objeto de ilustrar al juez o magistrado que conozca
de una causa civil criminal mercantil o de trabajo, sobré
cuestiones que por su naturaleza requieran de conocimientos
especializados que sean del dominio cultural de tales expertos,
cuya opinión resulte necesaria en la resolución de una
controversia jurídica. Medio de prueba mediante el cual una
persona competente, atraída al proceso, lleva a cabo una
investigación respecto de alguna materia o asunto que forme
parte de un juicio, a efecto de que el tribunal tenga
conocimiento del mismo, se encuentre en posibilidad de
resolver respecto de los propósitos perseguidos por las partes en
conflicto, cuando carezca de elementos propios para hacer una
justa evaluación de los hechos.
Al definir y explicar la voz dictamen pericial señalamos que
debe ajustarse a las disposiciones legales respectivas para
otorgarle eficacia probatoria y se indicó que es un auxiliar
eficaz para el juzgador, que no puede alcanzar todos los campos
del conocimiento técnico o científico que exijan una
preparación de la cual carece. En cuanto al peritaje debemos
agregar que son precisamente los conocimientos especiales los
que lo integran, por cuya razón no puede hablarse de peritaje
donde no sean necesarios éstos pues de ello deriva su
importancia en la dilucidación de una serie de asuntos. El
peritaje, en esencia es el método de aplicación de la ciencia en
el campo de aplicación de la justicia.

II. Existen varios tipos de peritaje: gráfico, contable,


tecnológico, científico, fisiológico, etc. puede decirse que casi
todas las formas del conocimiento humano son susceptibles de
peritaje en un momento dado, siempre que resulte necesaria una
opinión de alto valor conceptual que solamente puede ser
proporcionado por el especialista. De ahí que en los códigos
procesales se le sujete a reglas, y se exijan determinadas
condiciones para aceptarlo, pues no todas las personas pueden
actuar como peritos. En casi todos se exige: a) que en un juicio
no se reúnan en una persona las funciones del perito y las de
otra que participe en el mismo proceso; esto es, no podría ser
testigo o funcionario el perito; b) solo puede ser perito una
persona que no tenga ningún interés en el litigio o en su
resultado o desenlace; c) por la anterior razón puede ser
recusado un perito siempre que se demuestre tal circunstancia;
aunque también puede serlo si se comprueba, por cualquiera de
las partes afectadas con el peritaje, que dicho perito era
notoriamente incompetente para producir un dictamen sobre
determinada materia; d) puede rechazarse un peritaje si los
miembros de algún tribunal no lo estiman necesario por
considerar que tiene los conocimientos suficientes para
dilucidar una cuestión especial o alguna que no requiera de
peritaje e) todo peritaje se sujetará a un cuestionario previo
debidamente aprobado por el tribunal, a efecto de que el
dictamen que se rinda se ajuste estrictamente al mismo y no se
ocupe de cuestiones que resulten ajenas al conflicto jurídico
sobre el que debe versar; f) el peritaje puede darse a solicitud de
las partes o por iniciativa propia de los miembros del tribunal,
es decir, de oficio, cuando éstos lo estimen indispensable, y g)
el peritaje no tiene fuerza obligatoria para el tribunal; puede o
no formar parte del fallo judicial que se diste, ser tomado en
parte e incluso rechazado en su totalidad, sobre todo, si no se
han llenado los requisitos procesales.
Para que un peritaje posea fuerza probatoria el tribunal deberá
aceptar las conclusiones del dictamen que produzca el perito, ya
sea mediante la fuerza convincente de los datos científicos o
experimentales que hayan servido de base para el examen
pericial, o cuando el tribunal se encuentre convencido de que un
postulado científico, sostenido por un perito, corresponda a los
adelantos científicos; esto es, que si a juicio del tribunal existen
teorías mas actuales y modernas que pudieran haber servido de
base para producir el dictamen pericial, conforme a las cuales
los hechos podrían explicarse de modo diferente y llegarse
asimismo a conclusiones distintas, está en su facultad rechazar
cualquier peritaje siempre que funde su argumentación en
contrario.
El peritaje adquiere total importancia en dos situaciones
procesales específicas: una, cuando las partes del litigilo
convienen en que el resultado del dictamen pericial es
fundamental para obtener una resolución justa y apegada a la
verdad legal; otra, cuando el juez lo necesita para dilucidar una
cuestión respecto de la cual carece de los conocimientos básicos
que le orienten en sus determinaciones. En ambos casos podría
decirse que el peritaje constituiría la esencia del juicio y de la
acuciosidad y saber de los peritos dependerá el éxito o fracaso
de una acción o defensa. Desde luego, en estos casos, se
requiere la opinión de más de un perito.
III Conforme a lo expresado, la base de todo peritaje lo es la
persona del perito. De ahí que todas las legislaciones regulen en
el desahogo de la prueba pericial, más que el peritaje mismo, la
actuación de los peritos, su capacidad y su versatilidad en el
asunto sobre el cual deban pronunciarse, así como la forma en
que lo hagan, pues no pueden arrogarse las funciones de los
jueces, las cuales en ningún momento se les piden ni les
competen; de ahí que tampoco puedan rebasar el marco del
problema que les haya sido planteado, y el interés de que su
opinión se ajuste a lo estrictamente exigido.
Veamos algunos ejemplos nacionales. Todos nuestros códigos
de procedimiento fijan como requisito que el perito posea título
en la ciencia, técnica o arte al que pertenezca el punto sobre el
cual haya de oírse su parecer, siempre que tal profesión, técnica
o arte se encuentren legalmente reglamentados. Si la profesión o
el arte no lo estuvieran, o estándolo, no hubiere peritos en el
lugar, podrá ser nombrada por el juez cualquiera persona que
tenga conocimientos comprobados en la materia, aunque
carezca de título («aa.» 346 del «CPC», 1254 y 1255 «CCo».;
171 y 172 del «CPP»; 144 del «CFPC»: 822 LFT); únicamente
en el «CFPP» se exige que cualquier designación hecha por el
tribunal o el ministerio público deberá recaer en las personas
que desempeñen ese empleo por nombramiento oficial y a
sueldo fijo («a.» 255).
Cada parte puede nombrar un perito o ponerse ambas de
acuerdo en la designación de uno solo («aa.» 347 «CPC»; 145
«CFPC»; 823 LFT); pero en algunos casos el juez podrá hacer
tal nombramiento, si alguno de los litigantes dejare pasar el
termino que se le conceda, cuando los que deban nombrar
peritos no se pongan de acuerdo; cuando el designado no
aceptare el cargo o lo renuncia después, o cuando el designado
no compareciere a la audiencia en que deba rendir su dictamen
(«aa.» 348 «CPC», 1253 «CCo»., 824 LFT). En materia laboral
las juntas pueden nombrar perito de la parte actora, si es el
trabajador cuando éste manifieste no estar en posibilidad de
cubrir los honorarios del perito y exprese la necesidad de la
prueba pericial («a.» 824 LFT).
Si el juez debe presidir la audiencia para la practica del
peritaje, fijara a los peritos un termino prudente para que
presenten su dictamen y lo ratifiquen previamente. De encontrar
diferencias notorias en dichos dictámenes designará un perito
tercero en discordia, al que igualmente otorgará un termino para
producir su dictamen y ratificarlo. Recibidos los dictámenes y
ratificados por quienes los hayan producido, se citará a la
referida diligencia, a la que deben concurrir las partes para que
formulen preguntas a los peritos, si lo desean; impugnen dichos
peritajes y se aclaren capítulos dudosos de los mismos («aa.»
349 y 350 «CPC»; 148 y 149 «CFPC»; 1256 «CCo».; 825 LH).
En materia penal, tratándose de autopsias, el funcionario deberá
asistir a la práctica de las mismas si lo estima conveniente y
podrá citar al perito medico a una diligencia posterior e
inclusive nombrar un perito tercero si lo cree necesario («aa.»
230 a 233 («CFPP»). Cuando el peritaje recaiga sobre objetos
no se permitirán los análisis sino en parte de las substancias,
para que si el juez lo cree indispensable, otro perito haga un
nuevo análisis («a.» 236 («CFPP»).
Con el resultado de los peritajes se levantará un acta en que
consten todas las actuaciones procesales cuándo sea celebrada
alguna audiencia o diligencia especial; o simplemente se
agregarán los dictámenes para ser examinados por el juez al
pronunciar sentencia, La recusación de cualquier perito estará
siempre fundada, pues de lo contrario se impondrá multa a la
parte que no acredite su impugnación. Finalmente, los
honorarios de los peritos serán cubiertos por cada una de las
partes en el proceso y en caso de ser necesario designar un
perito tercero en discordia sus honorarios los cubrirán por partes
iguales los litigantes respectivos, sin perjuicio de lo que pueda
disponerse en una resolución definitiva sobre condenación en
costas. La excepción a esta última regla se encuentra, como
hemos dicho, en el proceso laboral («aa.» 352 y 353 «CPC»;
160 del («CFPC»; 237 a 239 «CFPP»).
PERSONA
I. El concepto de persona jurídica tiene una larga y complicada
historia. Es el fruto de una lenta y fatigosa elaboración
conceptual, en la cual se refleja toda la historia de la dogmática
y la experiencia jurídica (Orestano.) Los varios significados de
''persona'', los de su equivalente griego: y sus derivaciones
modernas han sido objeto de muchas controversias entre
filólogos, juristas, filósofos y teólogos. En la actualidad
''persona jurídica'' es un término altamente técnico con el cual
los juristas normalmente se refieren a una entidad dotada de
existencia jurídica susceptible de ser titular de derechos
subjetivos, facultades, obligaciones y responsabilidades
jurídicas.
Prácticamente todos los teóricos del derecho coinciden en
señalar que ''persona'' constituye un concepto jurídico
fundamental. Sin embargo, su uso no se limita a la teoría
general del derecho. La noción de persona es un concepto
jurídico técnico: aparece en el lenguaje de juristas, jueces y
abogados y en los textos de derecho positivo. No obstante, la
locución ''persona'' no es exclusiva del discurso jurídico. Por el
contrario, procede de campos muy alejados del derecho (Duff,
Esquivel).
La expresión ''persona'' es equívoca y polisémica. Un correcto
entendimiento de los usos de ''persona'' en el discurso jurídico
requiere de un adecuado conocimiento de su significado
paradigmático y de su traslado al campo del derecho.

II. La etimología de la palabra, no obstante algunos problemas,


ha sido claramente establecida. Se ha corroborado ampliamente
la percepción de Aulio Gellio (c. 130 a C - ?) de que la locución
latina ''persona'' deriva de ''personare'' ''reverberar''. En todo
caso entre los latinos el significado originario de ''persona'' fue
el de ''máscara'' (larva histrionalis) (Dutf, Ferrara, Nass).
''Persona'' designaba una careta que cubría la cara del actor
cuando recitaba en una escena. El propósito de la mascara era
hacer la voz del actor vibrante y sonora. Poco después,
''persona'' pasó a designar al propio actor enmascarado: al
personaje. Esta transición puede apreciarse en la conocida
expresión: ''dramatis personae'' con la que se designaban las
máscaras que habrían de ser usadas en el drama.
Probablemente, este sentido era ya metafórico y significaba ''las
partes que habrían de hacerse en la obra''. Muy naturalmente
''personae'' llegó a significar ''las personas del drama'', ''los
personajes''.
De esta forma, ''persona'' significaba: 1) ''el personaje que es
llevado a escena'' y 2) ''el actor que lo caracteriza''. Esto condujo
al significado más generalizado de ''persona'' que Jacopo
Facelolati (16821769) describe así: ''ipse homo, quatenus hanc
vel illam personam gerit'' (el hombre en tanto que actúa o hace
su parte). Este último significado asocia, de forma
imperceptible, ''persona'' y ''homo''. Sin embargo, entre estos
términos existe una clara diferencia: persona es un homo,
actuando. 'Fa persona'' puede significar ''homo'', pero teniendo
en cuenta el papel, calidad y posición que ocupa (Duff).
En el lenguaje del teatro se usaban las expresiones ''personam
gerere'', ''personam agere'' ''personam sustienere'' para significar
qué se hacía en el drama la parte de alguno, que se representaba
a alguien (Ferrara). Aquel que realiza un papel, que actúa como
alguien, que representa a alguien o hace las veces de él, es una
persona. De esta forma tenemos que la persona (un actor
enmascarado). ''personifica'' a alguien (originalmente, a los
personajes de la obra), hace un papel. El origen y el significado
teatral de ''persona'' están fuera de discusión (Orestano). Aún
más, los posteriores usos de ''persona'' se derivan de su
significado dramático.
El significado dramático de ''persona'' penetró en la vida
social. Por extensión metafórica se aplica a todas las ''partes''
(dramáticas) que el hombre ''hace en la escena de la vida''. Así
como el actor, en el drama representa la parte de alguno, los
individuos, en la vida social, ''representan'' alguna función. En
este sentido se decía: ''gerit personam princitis'' quiere decir:
''posición'', ''función'', ''papel'' (Ferrara).
La persona, consecuentemente, funge como algo, hace las
veces de algo, protagoniza algo: un papel, una parte; en suma:
personifica un papel social.
III Una fuente de confusión en el uso jurídico de ''persona'' la
constituyen las especulaciones patrísticas. Ciertos dogmas del
cristianismo (i.e., la Trinidad, encarnación, etc.) hicieron
necesario el uso de ''persona'': Dios, p.e., es tres personas
distintas, pero un sólo individuo. Los griegos llamaban a los
entes trinitarios, palabra que los teólogos latinos traducían por
''persona''. En este contexto teológico ''persona'' viene a
significar ''individuo racional'', parte divino, parte humano. Así
Boecio (c 480-525) definía la persona como naturae rationabilis
individua substantia (Contra Futychen, 5). Esta poción de
persona predominó en toda la teología posterior y tuvo enorme
influencia en la filosofía (Esquivel).

IV. Existe evidencia suficiente para afirmar que en el discurso


jurídico ''persona'' mantiene su significado paradigmático.
''Persona'' es usada por los juristas en el sentido de ''función'',
''carácter'', ''cualidad''. Este deviene su significado jurídico
técnico y así lo han recogido las fuentes: ''...pupillum in his
quae a substituto relinquuntur, personam sustinere cius a quo
sub condictione legatur'' (D. 34, 3, 7, 5); ''hereditas enim non
heredis personam sed defuncti sustinet...'' (D. 41, 1, 34) ''et
instituti et substituti personam sustinere'' (D. 28, 5, 16)
''ommunis servus duorum servorum personam sustinet'' (D. 45,
3, 1, 4); '' (q) ui legitiman personam in iudiciis habent vel non''
(C. 3, 6, rb); etc. Es claro que en estos pasajes ''persona''
significa, ''función'', ''papel'', ''personificación''.
En la ''escena'' del derecho el ''drama'' se lleva a cabo por
ciertos personajes, «i.e.» , por personae. El derecho señala a los
protagonistas y los papeles que habrán de ''representarse''
Alguien será emptor, locator, debitor, tutor, etc., y llevaran a
cabo ciertos ''papeles'': emptio venditio, locatio conductio,
solutio, etc.
Es claro que el jus quod ad personas pertinent («cfr.» Gayo,
1.8; Inst. Just. 1, 1, 12; D. 1, 5, 1) constituye una enumeración
de los principales protagonistas (filiifamiliae, servi liberti
ingenui cives, dedicticii). Los actos jurídicos (las ''partes'', los
''papeles'') en el ''escenario'' jurídico son hechos por personae.
La persona juris lleva a cabo un factum personae («cfr.» D. 41,
1, 61). Por todo ello los juristas creen necesario saber cuales son
estas. Gayo, al describir a las personas, señala sus
características, sus cualidades, en suma: su status (1, 1-200)
D.C. 3,6 (''Qui legitiman in indiciis habent vel non'') se
desprende que ''persona legitima'' significa ''alguien
jurídicamente calificado para actuar en juicio''. El conjunto de
derechos y facultades de un individuo constituía su status; de
ahí que los viejos civilistas definieran ''persona'' como: ''homo
cum status suo consideratus'' ''Persona'', de manera
imperceptible comienza a significar más que ''personaje''
''actor'', ''alguien capaz de actuar'', ''alguien capaz de tomar parte
en actos jurídicos''.
La idea de status y los usos de ''persona legitima'' evidencian
un cambio notable. ''persona'' más que al personaje, designa al
''actor'', El ius personarum no es más. una lista de ''personajes''
sino un elenco de ''actores''. ''Persona'' ciertamente sigue
connotando ''posición'' ''cualidad'' (de ''actor''): ''capacidad''
jurídica deviene así el atributo de la persona jurídica. Este
significado hará que ''persona'' y ''caput'' sean intercambiables
en ciertos contextos.

V. ''Capacidad'' corresponde al concepto romano de ''caput'', En


el discurso jurídico romano ''caput'' aparece como sinónimo de
''persona''. Así, indistintamente se dice: ''...in persona servi...'' (D
50, 16, 215) o ''in personam servilem...'' (D. 50, 17, 22) en lugar
de ''caput servile'' como en D. 4, 5, 3, 1, donde se establece:
''servile caput nullum jus habet'' (el esclavo no tiene ningún
derecho).
La sinonimia entre ''caput'' y ''persona'' se hace manifiesta toda
vez que con ''caput'' los romanos se refieren al status civilis. E1
estatus de un ciudadano romano se componía de tres aspectos
(status libertatis, status civitatis, status familiae). La pérdida de
alguno de estos statuorum implicaba una capitis diminutio,
cuyas consecuencias, según el caso, significaban la pérdida de
ciertos derechos y facultades.
PERSONA FÍSICA
I. Los juristas sostienen, de forma prácticamente unánime, que
todos los seres humanos son personas jurídicas (denominadas
''personas singulares'', ''personas naturales'' o más comúnmente
''personas físicas'') . Tal aserción no sería problemática si no
fuera complementada con la siguiente afirmación: los derechos
contemporáneos Unicamente otorgan el carácter de persona a
todos los seres humanos. La anómala identificación de
''persona'' con ''ser humano'' (la cual existe con independencia
del derecho) haría pensar que una persona jurídica existe o
puede existir con independencia del derecho; que no sería
necesaria la intervención del derecho positivo. El derecho
positivo se limitaría a reconocer que todo ser humano tiene
derechos y deberes jurídicos. A este respecto cabe señalar que
históricamente éste no ha sido el caso. Aun cuando, pudiera
decirse que el concepto ''persona jurídica'', en este sentido no
pretende explicar los usos reales de la expresión, sino postular
uno nuevo, No obstante, subsistiría un problema que podría
plantearse así: ¿de qué derechos y deberes jurídicos se trata si
éstos son independientes del derecho positivo? Sin duda tales
derechos y deberes serían de tipo moral. Esto obligaría a los
defensores de la tesis a distinguir personas jurídicas (físicas)
creadas por el derecho positivo y personas jurídicas (físicas)
reconocidas por la moral, con lo cual nada se habría adelantado.
Es común fundamentar esta tesis universalista afirmando que
todos los seres están dotados de razón y voluntad. Sin embargo,
como sabemos, esta afirmación es empíricamente falsa
(Esquivel).

II. Es importante subrayar que para la jurisprudencia romana


persona no es homo. Persona es el homo que actúa o hace su
parte. En ocasiones, persona se usa en las fuentes en el sentido
anómalo de homo. Así se habla de ''...in persona magistratum..,
in persona liberorum...'' (D. 50, 17, 22). Por encima de este
sentido anómalo, prevalece el sentido técnico en el que
claramente se mantiene el significado dramático de persona.
Este sentido técnico de persona se revela en los textos en que se
oponen homo y persona, particularmente en aquellos pasajes en
que las fuentes hablan de los esclavos. Ulpiano señala: ''quod
attinet ad jus civile servi pro nullis habentur, non tamen... [bajo
otras consideraciones] ...omnes homines aequales sunt'' (D. 50,
17, 32). En el mismo sentido Paulo decía: ''Usus fructus sine
persona esse non potest et ideo servus hereditarias inutiliter
usum fructum stipulatur'' (D. 45, 3, 26). (No puede haber
usufructo sin una persona jurídica, por tanto un esclavo no
puede válidamente estipular un usufructo.) Teodosio prohíbe la
presencia de esclavos en juicio, en razón de que: ''Servos
namque nec ab initio, quasi nec personam habentes'' (Nov.
Theod., 17, 1, 2). Esta idea habría de perdurar. Teófilo, sobre el
particular comenta: (''los esclavos son seres sin personalidad'')
(Inst. Graeca Paraph. 3, 17, pr.) Por su parte, Aurelio Cassidoro
(c 490-c 585) escribe: servos qui personam legibus non
habebant'' (Varia, VI, 8).
Sin duda existe cierta relación entre persona y homo. Sin
embargo, en todo momento persona presupone un ''papel'' un
''rol'', un ''personaje'' un ''actor''. Es Verdad que la palabra
persona se aplica a esclavos. Sin embargo, esto sucede con poca
frecuencia y contrasta con el lenguaje uniforme de las fuentes
que, como vimos, apunta en el otro sentido.
''Persona jurídica'' no significa ''hombre'', ''ser humano''. Los
atributos de la persona jurídica (física) no son predicados
propios o exclusivos de seres humanos. Los predicados de
''persona'' son cualidades o aptitudes jurídicas (normativamente
otorgados) por los cuales determinados actos de ciertos
individuos tienen efectos jurídicos. Una peculiaridad de la
persona jurídica es que sus atributos o predicados (''aptitud,
para...'' ''facultad de...'', etc.), que persistentemente se le
adscriben, son propiedades no empíricas. Dichas propiedades
no se refieren a algo biológicamente dado, como los predicados
''bípedo'' o ''mamífero'' (Esquivel).

III. La dogmática denomina a esta propiedad o aptitudes que


caracterizan a la persona jurídica ''capacidad''. La noción de
capacidad se encuentra, así, inseparablemente vinculada a la
noción de persona: sólo las personas tienen capacidad jurídica
(''La capacidad jurídica de las personas... se adquiere...'', «a.» 22
«CC»). La dogmática normalmente considera a la capacidad
como el atributo de la persona jurídica y entiende por
''capacidad'' precisamente, la aptitud de tener o ejercitar
derechos y facultades o ser sujeto de, obligaciones y
responsabilidades jurídicas (Walker). De esta manera tenemos
que un elemento esencial en la concepción de ''persona'' es esta
aptitud o cualidad normativa (i.e, capacidad) de adquirir
derechos y facultades y contraer obligaciones y
responsabilidades jurídicas (Moyle, Sohm), En este sentido
persona (física) es un ente considerado como investido de
derechos y facultades (o con la aptitud de adquirirlos).
Estos atributos jurídicos (no empíricos) distinguen claramente
a la persona jurídica del ser humano. Esta idea es muy clara y es
una tendencia que se observa en los posteriores usos jurídicos
de persona, Hugo Donellus (1527-1591) distingue con precisión
entre hombre y persona: ''Servus cum homo est, non persona;
homo naturae, persona juris civilis vocabulum''; Arnoldus
Vinnius (1588-1657), por su parte, nos recuerda que ''Jure veteri
discrimen erant inter hominem et personam...''.
Sean tutores, pupilli, societates, municipii, herentiae, estas
entidades son personas jurídicas (''personajes''), si actúan
jurídicamente, «i.e.» , si celebran actos jurídicos (por sí o por
sus representantes). Cualquier entidad que pueda celebrar actos
jurídicos es persona jurídica.

IV. La definición más común entre los juristas es de que


persona es todo ser ''capaz'' de tener derechos y obligaciones.
Ciertamente, los juristas tienen en mente a los seres humanos.
Sin embargo, el predicado ''capaz de tener derechos
facultades...'' que se asigna a ''persona'', alude a una cierta
aptitud o cualidad jurídica. Uno de los problemas de la
dogmática es justamente el uso de la palabra: ''capacidad'' que, o
no es explicitada o bien es confundida con ''capacidad síquica'' o
''intelectual'' (Esquivel). Cuando la noción de capacidad no es
esclarecida, o lo es de forma insuficiente, el concepto de
persona es circular. Como anteriormente se señaló, la dogmática
considera a la capacidad un atributo de la persona jurídica, pero
la dogmática se limita a decir de la capacidad que es la aptitud
de tener derechos y facultades o de ser sujeto de obligaciones o
responsabilidades. Con esta referencia circular poco avanza i la
explicación de persona jurídica. Cuando por ''capacidad'' se
entiende, erróneamente, ''aptitud síquica o intelectual'', el
concepto de persona es limitado y contradictorio. Alguien
puede gozar de plena capacidad síquica y no ser, persona (p.e.,
presunción de muerte, capitis diminutio máxima etc.) ;. por otro
lado, ciertos individuos síquicamente e intelectualmente
incapaces son personas jurídicas; así como ciertos entes
inanimados (i.e., la herencia, las fundaciones, la hacienda
pública, etc.).
¿Qué es lo que hace que un ente sea persona? La respuesta se
encuentra en el orden jurídico positivo. El particular status de
una persona jurídica depende del orden jurídico que lo otorga.
Así, p.e., a determinados hombres, el orden jurídico romano,
concede un cierto número de derechos y facultades que
constituían su status libertatis. (Ciertamente el civis tenía
muchos más derechos y facultades que el hombre sólo libre
[i.e., peregrinus]. Sin embargo, varios derechos y facultades del
civis no eran parte de su status civitatis, sino de su status
familiae) El status (la cualidad jurídica) con el que alguien
podría ser investido, per arbitrium del orden jurídico romano,
no era sino un conjunto de derechos, facultades, obligaciones y
responsabilidades jurídicas los cuales eran siempre referidos a
la libertad, a la ciudadanía, o a la familia. El jus personatum es,
así, el derecho referido a los individuos considerados como
investidos de facultades y derechos.
¿Que entidades deben ser personas jurídicas? Este no es el
lugar para discutir cuáles son las razones que deben guiar al
legislador para otorgar a alguien (o a algo) el carácter de
persona jurídica. Estas cuestiones son problemas de la filosofía
política y de la filosofía moral que, lamentablemente, no pueden
ser discutidas en este espacio. Aquí se expone la noción de
persona jurídica, noción con la cual la dogmática jurídica
designa a aquella entidad que, a tort ou raison, el orden jurídico
otorga efectos jurídicos a sus actos. Si un ente es o no Persona
jurídica es solo una cuestión jurídica positiva.

PERSONA COLECTIVA
I. Además de los seres humanos existen otras entidades que han
sido tratadas por el derecho como personas jurídicas. Existen
personas singularis (i.e., personas físicas) y otras personas más
complejas: las personas colectivas (comúnmente denominadas
''personas morales''). Las personas colectivas son ciertas
entidades (normalmente grupos de individuos) a las cuales el
derecho considera como una sola entidad para que actúe como
tal en la vida jurídica. Contrariamente a lo que pudiera creerse,
las personas colectivas y la doctrina jurídica que les es propia
ya es milenaria. Ulpiano, precisamente, señala: ''sive singularis
sit persona, quae metum intulit vel populus vel curia, vel
collegium vel corpus'' como lo son la curia, el populus, los
collegia, etc. (D. 4, 2, 9,1). Aquí, persona singularis contrasta
con una persona compuesta. La persona colectiva se diferencia
de la persona singularis por ser un compuesto de varios
individuos actuando como unidad («cfr.» D. 4, 2, 9, 1).

II. Normalmente la persona colectiva ''representa'' un individuo.


Sin embargo pueden representar a varios individuos
colectivamente considerados e, incluso, a seres inanimados. Los
textos relevantes de las fuentes romanas se pueden dividir en
dos grupos 1) hereditas iacens, y 2) comunidades. La
personificación de entes inanimados no sólo refuerza la idea de
que persona no es homo sino, al igual que la noción de persona
colectiva, permite observar la función de unificación de actos
jurídicos que el concepto de persona jurídica lleva a cabo.
Florentino en un famoso pasaje señala: ''hereditas personas
vise fungitur'', (D. 46, 1, 22). En la hereditas iacens («cfr.» D. 9,
2, 13, 2; D. 41, 1, 61, pr; D. 43, 24, 13, 4 D. 47, 10, 1, 6) el
decujus ha dejado de hacer su ''papel'' (ha dejado de usar su
máscara). Cuando el heredero sea puesto en posesión de la
herencia, sea ''parte'' habrá de continuar; mientras eso sucede
una nueva persona aparece: la hereditas iacens la cual
proporciona una percha en la que la máscara es colgada (ctr.
Duff). No interesa si la herencia representa al difunto («cfr.» D.
30, 116; D. 41, 1, 34) o al futuro heredero («cfr.» D. 46, 2, 24),
lo importante es que puede hacer ciertos ''papeles'', p.e., celebrar
contratos («cfr.» 46, 1, 22), normalmente propios de otras
personae. Otro ejemplo de este género son las piae causae, las
fundaciones (las Anstalten y Stiftungen alemanas), el fiscus (D.
43, 8, 2, 4), e incluso ídolos como en India (Duff).
En algunos casos la ''parte'' protagonizada es la de un ente
metafísico, «i.e.» , Iupiter tarpeius (cfr, Ulp. Reg., 22, 6) Kpatos
o Bia.
Se puede ''personificar'' a una comunidad, «i.e.» , populus
civitas ''Magistratus gerit personam civitatis'' (Cic. de Off. 1, 34,
124); (el magistrado representa la persona del Estado) ''... qui
personam populi romani sustinerent'' (Id., De Domo, 52, 133)
''...quienes representan la persona del pueblo romano''. Esto es
definido por el rhetor Publius Rutilius Lupus (vive bajo Tiberio
1437 d C) como: (Aquila Romanus, § 3) («cfr.» Halm, C.
Rhetores latini minores, 1863). La personificación de una
comunidad era una idea bastante extendida: Lactancio (c. 250-
330 d C) hablaba de ''in persona christianorum'' (De mortibus
perseutorum) San Hilario de Poitiers (c. 315-367) hablaba de
''ad personam populi huius'' (st. Math. 12, 22), etc.

III. Si analizamos enunciados del tipo: 1) ''x tiene derecho a...'',


2) ''x está facultado para...'', B) ''x es responsable de...'', 4) ''x
esta obligado a...'', etc., podemos observar que los objetos que
pueden ser nombrados por ''x'' son más variados y complejos
que los objetos que pueden ser nombrados por ''hombre'' o ''ser
humano''. Los juristas, por un lado, encuentran que la
identificación de la variable ''x'' con ''hombre'' es equivoca, toda
vez que existen seres humanos que no pueden ser nombrados
por ''x'' (i.e., los esclavos -ciertos casos-, los presuntamente
muertos, los seres humanos que han sido objeto de muerte civil,
etc.). Por otro lado, los juristas saben de casos en que ''x'' podía
ser sustituida por entes que no son seres humanos (fundaciones,
herencias, organismos internacionales, sociedades, los no
nacidos, etc.) (Vernengo).
Desde hace siglos, los juristas se percataron de que la variable
''x'' no puede ser reemplazada por ''hombre'' sino por ''persona''
(teniendo en cuenta la función que ''x'' realiza). ''Persona'' es,
así, la variable que designa todo ente que puede sustituir a ''x''
(p.e., herencias, sociedades, individuos) en enunciados del tipo
de 1), 2), 3) o 4). De ahí que ocurre correctamente en el campo
de ''persona'' (o de la variable ''x'') cualquier entidad que, de
conformidad con el decreto positivo que lo regula, tiene
derechos, facultades obligaciones o responsabilidades jurídicas.
Como hemos visto, el problema de la persona jurídica se
planteó desde Roma, como el problema del reconocimiento o de
la atribución de personalidad o capacidad jurídica a ciertas
entidades, es decir del reconocimiento o atribución del carácter
de personas jurídicas o a cosas o a individuos. La noción de
capacidad se encuentra, así, inseparablemente vinculada con la
noción de persona jurídica.

IV. Del concepto de persona, ciertamente se sigue el de


personalidad. El concepto de personalidad (como el de
capacidad) es propio de la dogmática moderna y funciona como
sinónimo de capacidad jurídica. En el discurso jurídico por
'personalidad' se entiende: 'la capacidad de ser persona'. Goza
de personalidad o capacidad jurídica quien tiene derechos.
facultades, obligaciones y responsabilidades jurídicas.
De lo anterior resulta que predicar de x que tiene capacidad (o
personalidad) jurídica, equivale a decir que es persona jurídica.
Sin embargo, los problemas que estudia la dogmática bajo el
rubro de ''persona jurídica'' no son siempre cuestiones que se
relacionen con la capacidad (Nino). El problema puede
plantearse así: el derecho positivo otorga capacidad o
personalidad jurídica a entidades que no son seres humanos.
''Son personas jurídicas: 1o. las corporaciones, asociaciones y
fundaciones... reconocidas por la ley... 2o las asociaciones... a
las que la ley concede personalidad propia...'' («a.» 35 «CC»
español). ''Son personas morales (colectivas): I... Los Estados,
los municipios; II. las demás corporaciones reconocidas por la
ley...'' («a.» 25 «CC»).
El hecho del reconocimiento podría consistir en una simple
declaración mayormente irrelevante. Sin embargo, ser persona
significa ser titular y ejercer derechos y facultades (''Las
personas morales (colectivas) pueden ejercitar todos los
derechos...'', «a.» 26 «CC») . Pero ¿qué significa que una
sociedad mercantil o un municipio contrate o adquiera un
inmueble? ¿Qué significa decir que la sucesión, una sociedad
anónima o un municipio están obligados? ¿Qué actos son de
una persona colectiva? ¿Cómo actúa una persona colectiva?
Estas cuestiones, como puede verse, no son meras cuestiones de
capacidad (Nino).
Existe, aparentemente, un claro entendimiento de como
funciona una persona jurídica individual (denominada ''persona
física'' o ''persona natural''). En nada contradice el sentido
común o nuestras instituciones decir que un individuo tiene
derechos. Por el contrario, no es nada fácil entender cómo es
que las sociedades los municipios o fundaciones tienen
derechos u obligaciones. De ahí que los juristas hayan
propuesto teorías con las cuales pretenden solucionar esta
problemática. Las cuestiones que las teorías de la persona
jurídica intentan solucionar son: qué es persona jurídica, toda
vez que, además de las personas físicas, existen las personas
colectivas (llamadas frecuentemente 'personas morales'), cuáles
son éstas y cómo funcionan.
a) Teorías ''negativas''. Algunos autores sostienen que solo
existen personas físicas, no admiten la existencia de personas
colectivas. Explican la referencia que las normas jurídicas
hacen a sociedades, asociaciones, municipios, etc., señalando
que cuando se habla de personas colectivas, se trata, en
realidad, de un conjunto de bienes sin dueño, bienes que están
afectados a un cierto fin. Otros sostienen que se trata de una
copropiedad sujeta a reglas diferentes de las de la copropiedad
común. Estas concepciones coinciden en que cuando se dice
que una sociedad o institución es propietaria de un bien o ha
celebrado un contrato, lo que se dice es algo que se predica de
ciertas personas físicas (que son las que con tratan o los
propietarios de un bien' (Nino) .
b) Teorías ''realistas'' (von Gierke). En el extremo opuesto, se
encuentran alguno juristas que sostienen que, además de las
personas físicas, existen otras entidades que son personas
jurídicas. Afirman que las personas colectivas están
configuradas por ciertos fenómenos que se dan efectivamente
en la vida social; siendo independientes de la conducta de
determinados hombres. Para algunos juristas la entidad que
constituye una persona colectiva es una voluntad social que se
independiza de la de cada uno de los individuos participantes y
funciona como un elemento autónomo. Según otros autores, las
personas colectivas son instituciones orientadas hacia ciertos
fines y alrededor ele las cuales se reúnen un grupo de hombres
interesados en su concretación.
c) La teoría ''de la ficción'' (von Savigny), Según esta teoría las
únicas personas jurídicas son personas físicas -sólo los hombres
pueden ser investidos de capacidad jurídica-. Sin embargo, el
ordenamiento jurídico puede, teniendo en cuenta razones de
utilidad, suponer ficticiamente la existencia de entidades que no
son hombres, como soporte de derechos y obligaciones. Esas
entidades no existen en la realidad, pero los juristas hacen como
si existieran, atribuyéndoles una ''voluntad'' destinada al
cumplimiento de ciertos fines jurídicos. Desde este enfoque, y
contrariamente a lo que sostienen las teorías ''realistas'', el
derecho tiene absoluto arbitrio para crear o disolver personas
jurídicas, toda vez que son meros artificios técnicos. La
capacidad de las personas colectivas se limita al objeto de su
creación por el derecho (Nino).

PERSONA COLECTIVA
I. Además de los seres humanos existen otras entidades que han
sido tratadas por el derecho como personas jurídicas. Existen
personas singularis (i.e., personas físicas) y otras personas más
complejas: las personas colectivas (comúnmente denominadas
''personas morales''). Las personas colectivas son ciertas
entidades (normalmente grupos de individuos) a las cuales el
derecho considera como una sola entidad para que actúe como
tal en la vida jurídica. Contrariamente a lo que pudiera creerse,
las personas colectivas y la doctrina jurídica que les es propia
ya es milenaria. Ulpiano, precisamente, señala: ''sive singularis
sit persona, quae metum intulit vel populus vel curia, vel
collegium vel corpus'' como lo son la curia, el populus, los
collegia, etc. (D. 4, 2, 9,1). Aquí, persona singularis contrasta
con una persona compuesta. La persona colectiva se diferencia
de la persona singularis por ser un compuesto de varios
individuos actuando como unidad («cfr.» D. 4, 2, 9, 1).

II. Normalmente la persona colectiva ''representa'' un individuo.


Sin embargo pueden representar a varios individuos
colectivamente considerados e, incluso, a seres inanimados. Los
textos relevantes de las fuentes romanas se pueden dividir en
dos grupos 1) hereditas iacens, y 2) comunidades. La
personificación de entes inanimados no sólo refuerza la idea de
que persona no es homo sino, al igual que la noción de persona
colectiva, permite observar la función de unificación de actos
jurídicos que el concepto de persona jurídica lleva a cabo.
Florentino en un famoso pasaje señala: ''hereditas personas
vise fungitur'', (D. 46, 1, 22). En la hereditas iacens («cfr.» D. 9,
2, 13, 2; D. 41, 1, 61, pr; D. 43, 24, 13, 4 D. 47, 10, 1, 6) el
decujus ha dejado de hacer su ''papel'' (ha dejado de usar su
máscara). Cuando el heredero sea puesto en posesión de la
herencia, sea ''parte'' habrá de continuar; mientras eso sucede
una nueva persona aparece: la hereditas iacens la cual
proporciona una percha en la que la máscara es colgada (ctr.
Duff). No interesa si la herencia representa al difunto («cfr.» D.
30, 116; D. 41, 1, 34) o al futuro heredero («cfr.» D. 46, 2, 24),
lo importante es que puede hacer ciertos ''papeles'', p.e., celebrar
contratos («cfr.» 46, 1, 22), normalmente propios de otras
personae. Otro ejemplo de este género son las piae causae, las
fundaciones (las Anstalten y Stiftungen alemanas), el fiscus (D.
43, 8, 2, 4), e incluso ídolos como en India (Duff).
En algunos casos la ''parte'' protagonizada es la de un ente
metafísico, «i.e.» , Iupiter tarpeius (cfr, Ulp. Reg., 22, 6) Kpatos
o Bia.
Se puede ''personificar'' a una comunidad, «i.e.» , populus
civitas ''Magistratus gerit personam civitatis'' (Cic. de Off. 1, 34,
124); (el magistrado representa la persona del Estado) ''... qui
personam populi romani sustinerent'' (Id., De Domo, 52, 133)
''...quienes representan la persona del pueblo romano''. Esto es
definido por el rhetor Publius Rutilius Lupus (vive bajo Tiberio
1437 d C) como: (Aquila Romanus, § 3) («cfr.» Halm, C.
Rhetores latini minores, 1863). La personificación de una
comunidad era una idea bastante extendida: Lactancio (c. 250-
330 d C) hablaba de ''in persona christianorum'' (De mortibus
perseutorum) San Hilario de Poitiers (c. 315-367) hablaba de
''ad personam populi huius'' (st. Math. 12, 22), etc.

III. Si analizamos enunciados del tipo: 1) ''x tiene derecho a...'',


2) ''x está facultado para...'', B) ''x es responsable de...'', 4) ''x
esta obligado a...'', etc., podemos observar que los objetos que
pueden ser nombrados por ''x'' son más variados y complejos
que los objetos que pueden ser nombrados por ''hombre'' o ''ser
humano''. Los juristas, por un lado, encuentran que la
identificación de la variable ''x'' con ''hombre'' es equivoca, toda
vez que existen seres humanos que no pueden ser nombrados
por ''x'' (i.e., los esclavos -ciertos casos-, los presuntamente
muertos, los seres humanos que han sido objeto de muerte civil,
etc.). Por otro lado, los juristas saben de casos en que ''x'' podía
ser sustituida por entes que no son seres humanos (fundaciones,
herencias, organismos internacionales, sociedades, los no
nacidos, etc.) (Vernengo).
Desde hace siglos, los juristas se percataron de que la variable
''x'' no puede ser reemplazada por ''hombre'' sino por ''persona''
(teniendo en cuenta la función que ''x'' realiza). ''Persona'' es,
así, la variable que designa todo ente que puede sustituir a ''x''
(p.e., herencias, sociedades, individuos) en enunciados del tipo
de 1), 2), 3) o 4). De ahí que ocurre correctamente en el campo
de ''persona'' (o de la variable ''x'') cualquier entidad que, de
conformidad con el decreto positivo que lo regula, tiene
derechos, facultades obligaciones o responsabilidades jurídicas.
Como hemos visto, el problema de la persona jurídica se
planteó desde Roma, como el problema del reconocimiento o de
la atribución de personalidad o capacidad jurídica a ciertas
entidades, es decir del reconocimiento o atribución del carácter
de personas jurídicas o a cosas o a individuos. La noción de
capacidad se encuentra, así, inseparablemente vinculada con la
noción de persona jurídica.

IV. Del concepto de persona, ciertamente se sigue el de


personalidad. El concepto de personalidad (como el de
capacidad) es propio de la dogmática moderna y funciona como
sinónimo de capacidad jurídica. En el discurso jurídico por
'personalidad' se entiende: 'la capacidad de ser persona'. Goza
de personalidad o capacidad jurídica quien tiene derechos.
facultades, obligaciones y responsabilidades jurídicas.
De lo anterior resulta que predicar de x que tiene capacidad (o
personalidad) jurídica, equivale a decir que es persona jurídica.
Sin embargo, los problemas que estudia la dogmática bajo el
rubro de ''persona jurídica'' no son siempre cuestiones que se
relacionen con la capacidad (Nino). El problema puede
plantearse así: el derecho positivo otorga capacidad o
personalidad jurídica a entidades que no son seres humanos.
''Son personas jurídicas: 1o. las corporaciones, asociaciones y
fundaciones... reconocidas por la ley... 2o las asociaciones... a
las que la ley concede personalidad propia...'' («a.» 35 «CC»
español). ''Son personas morales (colectivas): I... Los Estados,
los municipios; II. las demás corporaciones reconocidas por la
ley...'' («a.» 25 «CC»).
El hecho del reconocimiento podría consistir en una simple
declaración mayormente irrelevante. Sin embargo, ser persona
significa ser titular y ejercer derechos y facultades (''Las
personas morales (colectivas) pueden ejercitar todos los
derechos...'', «a.» 26 «CC») . Pero ¿qué significa que una
sociedad mercantil o un municipio contrate o adquiera un
inmueble? ¿Qué significa decir que la sucesión, una sociedad
anónima o un municipio están obligados? ¿Qué actos son de
una persona colectiva? ¿Cómo actúa una persona colectiva?
Estas cuestiones, como puede verse, no son meras cuestiones de
capacidad (Nino).
Existe, aparentemente, un claro entendimiento de como
funciona una persona jurídica individual (denominada ''persona
física'' o ''persona natural''). En nada contradice el sentido
común o nuestras instituciones decir que un individuo tiene
derechos. Por el contrario, no es nada fácil entender cómo es
que las sociedades los municipios o fundaciones tienen
derechos u obligaciones. De ahí que los juristas hayan
propuesto teorías con las cuales pretenden solucionar esta
problemática. Las cuestiones que las teorías de la persona
jurídica intentan solucionar son: qué es persona jurídica, toda
vez que, además de las personas físicas, existen las personas
colectivas (llamadas frecuentemente 'personas morales'), cuáles
son éstas y cómo funcionan.
a) Teorías ''negativas''. Algunos autores sostienen que solo
existen personas físicas, no admiten la existencia de personas
colectivas. Explican la referencia que las normas jurídicas
hacen a sociedades, asociaciones, municipios, etc., señalando
que cuando se habla de personas colectivas, se trata, en
realidad, de un conjunto de bienes sin dueño, bienes que están
afectados a un cierto fin. Otros sostienen que se trata de una
copropiedad sujeta a reglas diferentes de las de la copropiedad
común. Estas concepciones coinciden en que cuando se dice
que una sociedad o institución es propietaria de un bien o ha
celebrado un contrato, lo que se dice es algo que se predica de
ciertas personas físicas (que son las que con tratan o los
propietarios de un bien' (Nino) .
b) Teorías ''realistas'' (von Gierke). En el extremo opuesto, se
encuentran alguno juristas que sostienen que, además de las
personas físicas, existen otras entidades que son personas
jurídicas. Afirman que las personas colectivas están
configuradas por ciertos fenómenos que se dan efectivamente
en la vida social; siendo independientes de la conducta de
determinados hombres. Para algunos juristas la entidad que
constituye una persona colectiva es una voluntad social que se
independiza de la de cada uno de los individuos participantes y
funciona como un elemento autónomo. Según otros autores, las
personas colectivas son instituciones orientadas hacia ciertos
fines y alrededor ele las cuales se reúnen un grupo de hombres
interesados en su concretación.
c) La teoría ''de la ficción'' (von Savigny), Según esta teoría las
únicas personas jurídicas son personas físicas -sólo los hombres
pueden ser investidos de capacidad jurídica-. Sin embargo, el
ordenamiento jurídico puede, teniendo en cuenta razones de
utilidad, suponer ficticiamente la existencia de entidades que no
son hombres, como soporte de derechos y obligaciones. Esas
entidades no existen en la realidad, pero los juristas hacen como
si existieran, atribuyéndoles una ''voluntad'' destinada al
cumplimiento de ciertos fines jurídicos. Desde este enfoque, y
contrariamente a lo que sostienen las teorías ''realistas'', el
derecho tiene absoluto arbitrio para crear o disolver personas
jurídicas, toda vez que son meros artificios técnicos. La
capacidad de las personas colectivas se limita al objeto de su
creación por el derecho (Nino).

PERSONALIDAD
I. (Del latín personalitas-atis, conjunto de cualidades que
constituyen a la persona), En derecho, la palabra personalidad
tiene varias acepciones: se utiliza para indicar la cualidad de la
persona en virtud de la cual se le considera centro de
imputación de normas jurídicas o sujeto de derechos y
obligaciones. Esta acepción se encuentra muy vinculada con el
concepto de persona y sus temas conexos, como la distinción
entre la física y la moral o colectiva, las teorías acerca de la
personalidad jurídica de los entes colectivos y otros.
Por otro lado el vocablo personalidad se utiliza en otro sentido,
que en algunos sistemas jurídicos se denomina personería, para
indicar el conjunto de elementos que permiten constatar las
facultades de alguien para representar a otro, generalmente a
una persona moral, Así cuando se habla de ''acreditar la
personalidad de un representante'', se hace referencia a los
elementos constitutivos de esa representación, Es en este
sentido en que tomamos aquí la voz.

II. Es sabido que los actos realizados sobre el patrimonio ajeno


se sustentan entre otras bases, en la exteriorización que se hace
respecto de la dualidad representante-representado, a efecto de
que los terceros sepan que el representante es portador de una
voluntad ajena.
De esta forma, cuando el representante de otro ejerce su
representación en juicio o fuera de el, surge la necesidad de
examinar los documentos, hechos o circunstancias en virtud de
los cuales se ostenta como ''representante'', como ''persona
legitimada'' para realizar el acto de referencia en una esfera
jurídica distinta a la propia: surge en una palabra la necesidad
de ''acreditar su personalidad''. El juez del conocimiento, la
contraparte en un contrato, el notario que autoriza el
instrumento público en que intervenga alguien a nombre de
otro, examinan los ''elementos de la personalidad'' del
representante.
Como es lógico, estos elementos varían en cada caso,
atendiendo a varios ,criterios: a la naturaleza de la Persona,
física o moral, representada, a la fuente de que dimana la
representación (o más propiamente hablando, la legitimación), a
la clase de acto, contrato o diligencia que se pretende realizar y,
con cada vez más frecuencia, a las restricciones que
crecientemente establece el poder público respecto de ciertas
personas y áreas de la actividad económica.
Un examen detallado de las distintas posibilidades que se
mencionan, excedería la naturaleza de esta obra. Bástenos dar
algunos ejemplos:
1) Unos padres que, en ejercicio de la patria potestad,
pretendieran enajenar un bien inmueble de su menor hijo y
solicitaran autorización judicial, tendrían que acreditar al juez
su personalidad exhibiendo copias certificadas de las actas de
nacimiento del menor y de matrimonio de ellos. Si estuvieran
divorciados, copia certificada de la sentencia respectiva.
2) En el mismo ejemplo, al celebrarse el contrato de
compraventa, si el adquirente es una sociedad mercantil, el
notario que autorice la escritura dejará acreditada en ella la
personalidad de ambas partes, de la siguiente manera: a) por los
padres con las actas mencionadas, con la autorización judicial -
cerciorándose de que el inmueble se enajene en los términos
autorizados-; b) por la sociedad compradora con la escritura
constitutiva y sus reformas, a efecto de calificar si su objeto
social le permite adquirir el bien con la escritura que contenga
el otorgamiento de un poder en favor del representante que si es
poder general, deberá ser para actos de administración o de
dominio, dependiendo del objeto social; al examinar este poder,
se cerciorará de si quien en representación de la sociedad
confirió el poder, gozaba a su vez de legitimación para hacerlo;
con la autorización que otorgue la Secretaría de Relaciones
Exteriores, examinando si se establecen limitaciones.

III. Existen algunos casos especiales, en los que el


acreditamiento de la personalidad no involucra a la institución
de la representación, sino alguna otra hipótesis de
''legitimación'' para actuar en el patrimonio ajeno. Pensemos,
p.e., en actos realizados a nombre de una sucesión. La persona
legitimada para administrar los bienes, el albacea, debe
acreditar su personalidad, demostrando: el fallecimiento del
autor de la sucesión, la radicación de la sucesión, la declaración
de los herederos, su designación como albacea y el
discernimiento de su cargo, que el acto que pretende realizar no
pugna, p.e., con alguna disposición expresa del testador.

IV. Como puede apreciarse, el concepto que en la práctica


jurídica se tiene de la personalidad, en el sentido que se viene
comentando, es mas amplio que el de ''representación'', por
cuanto que lo contiene, y distinto del de ''personalidad jurídica'',
en virtud de que hay casos, como la sucesión, en que no se
actúa respecto del patrimonio de una persona moral. Es, el de
personalidad, un concepto más cercano al de legitimación, con
el que casi se identifica, si no fuera porque este ultimo no se
agota con los actos realizados en el patrimonio ajeno.
En pocas palabras podría definirse la legitimación, como el
reconocimiento que hace la norma jurídica de la posibilidad de
realizar un determinado acto jurídico con eficacia, o en otras
palabras, la competencia del sujeto de un acto jurídico para
alcanzar o soportar los efectos jurídicos de la reglamentación de
intereses a que ha aspirado; es decir, a la luz de la específica
relación existente entre el sujeto y el objeto del acto el
reconocimiento normativo de que el acto puede desplazar sus
efectos.
Ahora bien, esa ''especifica relación'' objeto-sujeto, que
caracteriza a la legitimación como requisito objetivo-subjetivo
de los actos y que la distingue de la capacidad, requisito
subjetivo, consiste en la identificación o divergencia entre el
agente de la voluntad en el negocio jurídico y el titular del
interés o de la esfera jurídica en la que el negocio desplazará sus
efectos. Expliquémonos: lo normal, lo ordinario, es la
coincidencia entre el agente de la voluntad y la parte material
del negocio: son la misma persona. Esto es la legitimación
ordinaria directa, que permite a las personas celebrar por sí
actos jurídicos que les afectan; por ella cada quien dispone de
sus propios bienes, renuncia a sus derechos, administra su
patrimonio. La existencia de esta legitimación ordinaria, que
muchos autores no reconocen, se pone de manifiesto cuando se
carece de ella para ciertos actos: contratos entre cónyuges sin
autorización judicial; disposición de ciertos bienes por parte del
fallido, etc. Ahora bien, existe legitimación ordinaria indirecta,
cuando difieren el titular de la voluntad y el de la esfera jurídica
afectada, siempre y cuando, por esa ''específica relación''
mencionada, tal divergencia sea lícita y pública. Es decir,
cuando Se realizan actos validos sobre un patrimonio ajeno,
respetando, por así decirlo, ese patrimonio, esa separación:
actuando en interés de su titular. Así acontece en las variadas
hipótesis de representación legal y voluntaria pero también en
los casos de legitimación por sustitución, de la que son
ejemplos de albaceazgo, el síndico de la quiebra, el gestor
oficioso, etc.
Tanto el representante, por un lado, como el gestor oficioso o
el albacea, por otro, están legitimados para realizar actos
jurídicos válidos sobre el patrimonio ajeno; sin embargo, hay
algo que distingue a la representación de las otras figuras: el
representante actúa ''en nombre'' del representado, mientras que
la persona legitimada por sustitución actúa ''en lugar de'' aquel
en cuyo patrimonio habrán de surtirse los efectos legales. Mal
podría el albacea actuar ''en nombre'' de una entidad sin
personalidad jurídica, como lo es la sucesión. Actúa ''en lugar''
del de cujus, en sustitución de él. De acuerdo con esta
interesante teoría de la legitimación, existe otra categoría más,
denominada legitimación extraordinaria.
Se da en los casos en los que se realizan actos validos en
nombre de quien los celebra pero que surten efectos en un
patrimonio ajeno. Esta aparente contradicción puede explicarse
con algunos ejemplos:
Un heredero aparente vende a un adquirente de buena fe un
inmueble perteneciente a la sucesión y el comprador inscribe en
el Registro Público su adquisición.
A raíz de un acto simulado, un bien pasa a poder de un tercero
de buena fe, a título oneroso.
Una persona vende a otra un bien que previamente vendió a un
primer comprador, pero el segundo ''comprador'', ignorante de
la doble venta, inscribe su compra en el Registro Público antes
que el primero.
En estos ejemplos hay un mismo fenómeno: alguien que no es
dueño de la cosa, pero que en virtud de las condiciones
objetivas de publicidad, ''parece'' serlo, enajena, escudado en
esa apariencia, a un tercero de buena fe, la cosa. ¿Cómo puede
enajenar válidamente algo que no le pertenece? De acuerdo con
el «a.» 3009 «CC», en relación con los «aa.» 1343, 2184 y 2270
«CC», el acto de enajenación subsiste en ciertos ,casos con
respecto a tercero de buena fe, lo que implica que el acto
realizado en nombre propio surte efectos en el patrimonio
ajeno: en el patrimonio del heredero auténtico o del propietario
real, quienes no recuperan el bien enajenado, sino que
solamente tienen derecho al pago de daños y perjuicios.
Las necesidades del tráfico, dice Carnelutti, bien operado este
milagro y la doctrina de la legitimación lo explican en virtud de
la necesidad de preservar las situaciones adquiridas al amparo
de la apariencia de titularidad en obsequio de los principios de
la buena fe y de la seguridad del tráfico; es decir, para no
afectar los principios que son la piedra de toque del derecho de
las obligaciones.

V. No deben confundirse por lo tanto los conceptos de


''legitimación'' y de ''personalidad'' o personería. El segundo,
sólo se plantea en los actos realizados a nombre de otro o en
lugar de otro, pero en su interés y dentro de la ley; el primero es
mas amplio: abarca al de personalidad pero no se agota con el,
como ya explicamos.
Podría decirse que la legitimación, en cuanto reconocimiento
normativo de la posibilidad de realizar actos jurídicos eficaces,
se divide en:
Ordinaria directa, respecto de actos propios.
Ordinaria indirecta que se identifica con el concepto de
personalidad o personería, en las variadas hipótesis de
representación, gestión, albaceazgo, fideicomiso y sindicatura,
principalmente, contempladas en la ley.
Extraordinaria, relativa a actos realizados sin respetar la esfera
jurídica sobre la que inciden y que se fundamenta en la
apariencia jurídica.
PLANEACIÓN
I. El intervencionismo económico del Estado en general, y su
despliegue bajo la forma de un Sistema Nacional de Planeación
Democrática, se constituyen y regulan en México de acuerdo a
las normas de la C de 1917, «aa.» 3, 5, 31, 73 74, 89, 115, 117,
118, 123, 131. A ello se han agregado las reformas y adiciones
sancionadas en febrero de 1983 respecto a los «aa.» 25, 26, 27,
28, y los incisos D), E) y F) adicionados a la «fr.» XXIX del 73.
Estas reformas constitucionales promovidas por el Ejecutivo
Federal, así como la expedición de la Ley de Planeación,
publicada el 5 de enero de 1983 en el «DO», han establecido los
principios rectores de las actividades, las líneas generales y
bases organizativas para el funcionamiento del Sistema
Nacional de Planeación Democrática.

II. La Ley de Planeación se organiza en siete capítulos y una


sección de transitorios.
En el c. primero, de ''Disposiciones Generales'', se fija el
objeto de las disposiciones de la ley («a.» 1o.), y sus principios
básicos («a.» 2). La planeación nacional del desarrollo es ''la
ordenación nacional y sistemática de acciones, que en base al
ejercicio de las atribuciones del Ejecutivo Federal en materia de
regulación y promoción de la actividad económica, social,
política y cultural, tiene como propósito la transformación de la
realidad del país'' de conformidad con las normas de la C y de la
ley. La planeación fija objetivos, metas, estrategias y
prioridades; asigna recursos, responsabilidades y tiempos de
ejecución; coordina acciones y evalúa resultados («a.» 3).
El Ejecutivo Federal conduce la planeación, con la
participación democrática de los grupos sociales («a.» 4). El
presidente remite el Plan al Congreso de la Unión para su
examen y opinión, y sus observaciones (a, 5). El presidente
mencionará las decisiones para la ejecución del Plan y de los
programas sectoriales al informar ante el Congreso de la Unión
sobre el estado de la Administración Pública: remitirá a la
Comisión Permanente del Congreso en marzo de cada año, el
informe sobre la ejecución del plan y los programas («a.» 6). A
estas informaciones deberán relacionarse el contenido de las
Cuentas Anuales de la Hacienda Pública Federal, y las
iniciativas de leyes de Ingresos y proyectos de Presupuesto de
Egresos (aa 6 y 7). Secretarios de Estado y jefes de
departamentos administrativos informarán del avance y
cumplimiento de los objetivos de planeación al dar cuenta
anualmente al Congreso de la Unión del estado de sus ramos
(«a.» 8).
La administración pública centralizada y las entidades
paraestatales actúan con sujeción a los objetivos y prioridades
de la planeación nacional («a.» 9).

III. El c. segundo caracteriza el Sistema Nacional de Planeación


Democrática, por el cual se llevan a cabo los aspectos de la
planeación que correspondan a la administración pública federal
(«a.» 12). Las disposiciones reglamentarias normarán la
organización y funcionamiento del Sistema y el proceso de
planeación (a 13). Se establecen las atribuciones de la Secretaría
de Programación y Presupuesto («a.» 14); de la Secretaría de
Hacienda (a. 15); de las dependencias de la administración
pública federal (a. 16); de las entidades paraestatales (a, 17). El
presidente de la República podrá establecer comisiones
intersecretariales para actividades de planeación (a. 19).
A la participación social en la planeación corresponde el c.
tercero. Las organizaciones representativas de clases, grupos e
instituciones participarán como órganos de consulta permanente
en los aspectos de la planeación democrática relacionados con
su actividad, a través de foros de consulta popular, donde
también participaran los miembros del Congreso de la Unión (a.
20).

IV. El c. cuarto define la naturaleza contenido y alcances del


Plan Nacional de Desarrollo, único al cual queda reservada la
categoría de Plan («aa.» 21 y 22); de los programas sectoriales
(a. 23); de los programas institucionales (a. 24); de los
programas regionales (a. 25); de los programas especiales (a.
26). Para la ejecución de todos ellos, las dependencias y
entidades elaborarán programas anuales, que incluirán los
aspectos administrativos y de política económica y social
correspondientes. Los programas anuales deberán ser
congruentes entre sí y regirán, durante el correspondiente año,
las actividades de la administración pública federal (a. 27).
Aquéllos especificarán la acción a coordinar con los gobiernos
de los Estados y las de inducción o concertación con grupos
sociales interesados (a, 28).
El Plan, y los programas regionales especiales, sectoriales,
institucionales, deberán ser sometidos a la consideración y
aprobación del presidente de la República por las entidades a
cargo de los mismos (a. 29). Aprobados el Plan y los
programas, serán obligatorios para las dependencias de la
administración pública federal. Su ejecución podrá concertarse
con las representaciones de los grupos sociales interesados o
con los particulares, El Ejecutivo Federal inducirá las acciones
de los particulares y del conjunto de la población, para propiciar
la consecución en la ejecución del Plan y los programas deberán
proponerse a los gobiernos de los Estados, a través de
convenios (a. 32).
La coordinación, tema del c. quinto, es la que el Ejecutivo
Federal puede convenir con los gobiernos de las entidades
federativas, para su participación en la planeación del
desarrollo, considerándose también la participación de los
municipios («aa.» 33 a 36).
En el c. sexto, sobre concertación e inducción, se establece que
el Ejecutivo Federal, por sí o a través de sus dependencias y las
entidades paraestatales podrán concertar las realización de las
acciones previstas en el Plan y los programas, con las
representaciones de los grupos sociales o particulares
interesados (a. 37). Esta concertación se formalizará mediante
contratos o convenios de cumplimiento obligatorio para las
partes, de derecho público, y de competencia de los tribunales
federales («aa.» 38 y 39).
El c. séptimo («aa.» 42 a 44), se refiere a las responsabilidades
de los funcionarios de la administración pública federal por
contravenir las disposiciones de esta ley y las que de ella se
deriven en el ejercicio de sus funciones, así como las sanciones
pertinentes.

PLAZO
I. (Del latín placitum, convenido; termino o tiempo señalado
para una cosa). Una de las modalidades a que puede estar sujeta
una obligación es el plazo o termino definido como un
acontecimiento futuro de realización cierta al que está sujeta la
eficacia o extinción de una obligación.
El legislador emplea ambos conceptos como sinónimos, sin
embargo la doctrina los distingue. el término es el momento en
que ha de cumplirse o extinguirse una obligación y el plazo es
el lapso en el cual puede realizarse, en otras palabras, el término
es el fin del plazo. Se le clasifica en suspensivo o extintivo,
convencional, legal o judicial, y determinado o indeterminado.

II. El plazo o término es suspensivo cuando la realización de los


efectos jurídicos o la exigibilidad de una obligación está sujeta a
la llegada de un acontecimiento. Ortiz Urquidi dice que ''el
término suspensivo retarda la posibilidad plena de efectos, con
lo que se quiere decir que algunos si se producen''. Su nombre
proviene precisamente porque suspende la eficacia de un acto
jurídico hasta el cumplimiento del término o plazo (p e., una
compraventa a plazos o un contrato de mutuo).
Es extintivo cuando su cumplimiento extingue los efectos de
un acto jurídico, mismos que surtieron plenamente hasta que se
venció el termino o plazo fijado (p.e. el contrato de
arrendamiento por un año).
El plazo es convencional o voluntario cuando ha sido fijado
por las partes, es legal cuando es determinado por una norma
jurídica de observancia general (p.e., el «a.» 2080 «CC»), y es
judicial cuando es fijado por autoridad jurisdiccional para la
realización de determinados hechos. Una especie de los plazos
judiciales es el conocido como de gracia («a.» 404 «CPC»).
Aunque el plazo o término se caracteriza por la certeza de su
realización o cumplimiento, se le clasifica en determinado e
indeterminado en relación al conocimiento de la fecha precisa
en que se ha de cumplir. Así es determinado cuando se conoce
la fecha precisa de llegada e indeterminado cuando el
acontecimiento necesariamente ha de llegar pero se ignora el
día preciso (p.e., la muerte).
Para el cómputo de los plazos el «CC» estipula que el día en
que inicia se ha de tomar como entero aunque no lo sea; pero
aquel en que termina, debe ser completo («a.» 1179 «CC» en
relación a la prescripción). En materia mercantil el «a.» 81
«LGTOC» dispone que los términos no comprenden el día que
les sirve de punto de partida, y el «a.» 84 «CCo». establece que
los términos se computarán por días de 24 horas. En materia
procesal, el «a.» 129 «CPC» y el 1075 «CCo». establecen que
los términos empiezan a correr desde el día siguiente a aquel en
que se realizo la notificación.
El cómputo de los días que comprende el plazo se hace por
regla incluyendo los días feriados o inhábiles. Sólo en materia
procesal se encuentra una excepción a esta regla al establecerse
que ''en ningún término se contarán los días en que no puedan
tener lugar actuaciones judiciales'' («aa.» 131 «CPC» y 1076
«CCo».).
Esta excepción se convierte en regla general cuando se trata de
la terminación del plazo de tal forma que si el último día es
feriado no sería computado («aa.» 131 «CPC», 1076 «CCo».,
1180 y 1956 «CC»).
El plazo es una modalidad que tiene la presunción de ser
establecido a favor del deudor excepto cuando se haya
estipulado otra cosa («a.» 1958 «CC»), de ahí que el deudor
pueda pagar anticipadamente.
El acreedor solo puede exigir el pago cuando el deudor,
después de contraída la obligación, resultare insolvente, a
menos que garantice la deuda cuando no otorgue las garantías a
que se hubiere comprometido; cuando por actos del propio
deudor hubiesen disminuido las garantías establecidas, o cuando
por caso fortuito desaparecieren a menos que sean
inmediatamente restituidas por otras («a.» 1959 «CC»).

PODER JUDICIAL FEDERAL


I. Es el organismo integrado por los jueces y tribunales que
conocen y deciden las controversias sobre aplicación de leyes
federales, así como las relativas al juicio de amparo.

II. Debe distinguirse entre los integrantes del poder judicial en


los términos del a 94 de la C y los tribunales federales en
sentido amplio, los cuales comprenden otros organismos
jurisdiccionales que también deciden conflictos sobre aplicación
de disposiciones legales federales, tales como los tribunales
militares, las juntas de conciliación y arbitraje y el Tribunal
Fiscal de la Federación.

III. La estructura actual del poder judicial federal en su


concepto estricto, fue introducida de acuerdo con el modelo
estadounidense de organización judicial, en el «a.» 123 de la C
de 4 de octubre de 1824, de acuerdo con el cual se dispuso que
el citado poder judicial de la federación residiría en una «SCJ»,
en los tribunales de circuito y en los juzgados de distrito. Por
otra parte, a partir de la vigencia del «a.» 25 del Acta de
Reformas de 21 de mayo de 1847 (a la mencionada C de 1824),
por el cual se consagro el juicio de amparo en el ámbito
nacional, se confirió a los tribunales federales, además del
conocimiento de los conflictos ordinarios, la decisión del juicio
de amparo, por lo que a partir de entonces los citados tribunales
federales poseen una doble competencia: la que podemos
calificar como ordinaria federal, regulada por los aa 97 a 100 de
la C de 1857, 104 a 106 de la C vigente, y la relativa al juicio de
amparo, consagrada en los aa, 101 y 102 de la Constitución
anterior y 103 y 107 de la actualmente en vigor.
Desde el punto de vista histórico es preciso destacar la
evolución que llevó a los tribunales federales a centralizar todos
los asuntos judiciales del país, situación que no estaba prevista
en la C de 1857, la cual, continuando el sistema de la de 1824,
tomado a su vez de la carta norteamericana de 1787, reguló dos
ordenes jurisdiccionales autónomos, el federal y el de las
entidades federativas, pero cuando se aceptó por la
jurisprudencia de la «SCJ», al interpretar el «a.» 14 de dicha C
de 1857, que procedía el amparo contra las sentencias judiciales
distadas por todos los jueces y tribunales del país, aun cuando
decidieran exclusivamente con apoyó en disposiciones legales
de carácter local, de hecho se estableció una organización
jerárquica en la cual los citados tribunales se encuentran
subordinados a los federales a través del juicio de amparo,
situación reconocida en los «aa.» 14 y 16 de la C de 1917;
subordinación que culminó con la reforma constitucional en
vigor en octubre de 1968, en cuanto el «a.» 94 constitucional
dispone que la jurisprudencia de los tribunales federales (SCJ y
tribunales colegiados de circuito? es obligatoria también
respecto de la Interpretación de las leyes de las entidades
federativas.

IV. De acuerdo con el ordenamiento vigente, el poder judicial


federal está integrado por la «SCJ», los tribunales de circuito y
los jueces de distrito, con apoyo en el citado a, 94 de la C, y por
el «a.» 1o. de la «LOPJF», en el cual se mencionan también al
jurado popular federal y a los tribunales de los estados y del DF,
cuando actúan en jurisdicción concurrente o en auxilio, de la
misma justicia federal.

V. A) La Suprema Corte de Justicia se integra por su presidente,


nombrado anualmente con posible reelección indefinida por los
ministros numerarios, y por veinte ministros de estos últimos,
así como por cinco supernumerarios, que funcionan en Pleno y
en Salas.
Todos los ministros son designados por el presidente de la
República con aprobación del Senado, y una vez nombrados son
inamovibles, es decir, sólo pueden ser destituidos cuando
incurran en responsabilidad, por lo que permanecen en su cargo
hasta la edad de retiro obligatorio, a los setenta años («aa.» 94 y
96 de la C).
El Pleno se forma con el presidente y los veinte ministros
supernumerarios, y las cuatro salas están divididas por materias
con cinco ministros numerarios, quienes resuelven asuntos
penales, administrativos, civiles (incluyendo los mercantiles) y
laborales.
Los ministros supernumerarios, además de suplir en ausencias
temporales a los numerarios -y en este supuesto integran el
Pleno- actúan también en una sala auxiliar que decide los
asuntos de rezago que le remite el propio Pleno («aa.» 20 a 5o.
de la «LOPJF»).
La «SCJ» tiene competencia para conocer de dos categorías de
controversias, es decir, las que podemos calificar como
ordinarias federales y las que se plantean por conducto del
juicio de amparo:
a) El Tribunal en Pleno resuelve, en primer término las
llamadas controversias constitucionales reguladas por el «a.»
los de la C y por las «frs.» I al IV del «a.» 11 de la «LOPJF»,
así como por el «a.» 12 de la Ley de Coordinación Fiscal que
entró en vigor el primero de enero de 1980, o sea, los conflictos
suscitados entre dos o más estados, entre los poderes de un
mismo estado sobre la constitucionalidad de sus actos entre la
federación y uno o más estados, y finalmente aquellos en que la
federación sea parte, cuando a juicio del propio tribunal en
Pleno se consideren de importancia trascendente para el interés
de la nación.
También dentro de la competencia que podemos calificar de
ordinaria, el citado tribunal en Pleno conoce de la segunda
instancia de los conflictos de límites entre comunidades agrarias
en los términos de la «fr.» VII del a, 27 de la C y las
disposiciones relativas de la Ley Federal de Reforma Agraria
(«aa.» 379-390).
En cuanto a la materia de amparo, el propio tribunal en Pleno
resuelve sobre los llamados recursos de revisión (en realidad, de
apelación), contra las sentencias pronunciadas en primer grado
por los jueces de distrito, cuando se impugne la
constitucionalidad de una ley emanada del Congreso de la
Unión, aplicable en toda la República o solo en el DF; hasta que
se establezca jurisprudencia obligatoria -o sea la tesis sustentada
en cinco asuntos similares aprobados cuando menos por catorce
ministros pues entonces se envían los subsecuentes a las salas,
para que conozcan por turno los citados recursos y los decidan
de acuerdo con dicha jurisprudencia; pero si una Sala estima
que debe revisarse, se regresa ese asunto al Pleno para que
confirme la anterior o establezca un nuevo criterio; cuando se
trate de la impugnación de disposiciones legislativas de carácter
local, el recurso de revisión se envía por turno a las salas, las
cuales, al establecer una determinada tesis, deben darla a
conocer a las restantes salas a fin de que, antes de resolver en
concreto algún asunto, una de dichas salas sustente criterio
diverso, lo haga del conocimiento del Pleno para que éste
determine la tesis que deba prevaler, sin afectar las situaciones
jurídicas concretas derivadas de las sentencias pronunciadas con
anterioridad («aa.» 11, «fr.» IV bis, y 24 a 27, «fr.» I, de la
«LOPJF»).
Corresponde al tribunal en Pleno la resolución de los recursos
de revisión interpuestos contra las sentencias pronunciadas por
los jueces de distrito en los juicios de amparo en los cuales se
reclame la invasión de las esferas federal o local,
respectivamente, en los términos del «a.» 103, «frs.» II y III, de
la C («a.» 11, «fr.» IV bis, inciso b de la «LOPJF»).
También decide el tribunal en Pleno los recursos de revisión
interpuestos excepcionalmente contra las sentencias
pronunciadas por los tribunales colegiados de circuito en los
juicios de amparo de una sola instancia cuando decidan sobre la
constitucionalidad de una ley y siempre que no se funden en la
jurisprudencia de la propia «SCJ» («a.» 11, «fr.» V, de la
«LOPJF»).
En las reformas promulgadas en diciembre de 1983 se otorgó
al citado tribunal en Pleno de la «SCJ» facultad discrecional a
fin de que, de oficio o a petición del Procurador General de la
República, remita a las salas del citado Alto Tribunal para su
resolución, aquellos asuntos que por sus características
especiales considere que no requieren de su intervención. Sin
embargo si las propias salas estiman que en algún caso existen
razones graves para que lo resuelva el Pleno, les hará de su
conocimiento para que determine lo que corresponda.
b) La competencia de las Salas se refiere esencialmente al
conocimiento del juicio de amparo, en una sola o en segunda
instancia, en los asuntos que se estiman de trascendencia
jurídica, económica o social.
La primera sala resuelve en una sola instancia, a de los juicios
de amparo promovidos contra las sentencias de los jueces
federales y los de carácter local, si la pena impuesta al
inculpado (o a uno de ellos cuando existe participación en los
mismos hechos delictuosos), excede de cinco años de prisión, o
cuando se trate de las resoluciones de los tribunales militares,
cualquiera que sea la pena impuesta. En segunda instancia la
propia Sala conoce de los recursos de revisión contra las
resoluciones distadas por los jueces de distrito, cuando en el
juicio respectivo se impugne en materia penal uno de los actos
prohibidos por el a. 22 de la C («a.» 24, «frs.» III y I,
«LOPJF»).
La segunda sala resuelve en única instancia los amparos
promovidos contra los fallos de los tribunales administrativos y
judiciales federales, si se trata de asuntos cuya cuantía exceda
de cuarenta veces el salario mínimo anual o de aquellos que
considere de importancia trascendente para los intereses de la
nación, cualquiera que sea su cuantía, y de los recursos de
revisión contra las sentencias dictadas por los jueces de distrito
en los juicios de amparo contra autoridades administrativas
federales por la misma cuantía, o cualquiera que sea está
cuando la Sala considere que el asunto tiene importancia
trascendente para los intereses de la nación: así como cuando se
impugnen actos o resoluciones de las autoridades agrarias -que
son administrativas federales- que afecten los derechos
colectivos de las comunidades agrarias o a la pequeña
propiedad («a.» 25, «frs.» II y III «LOPJF»).
La tercera sala decide en una sola instancia de los juicios de
amparo interpuestos contra los fallos de tribunales locales o
federales, en materia civil o mercantil, tratándose de
controversias sobre acciones del estado civil, con excepción de
los juicios sobre rectificación o anotación de actas; en conflictos
que afecten al orden y a la estabilidad de la familia, con
excepción de los juicios sobre alimentos o de divorcio; y en los
procesos del orden común o federal de cuantía determinada
cuando el interés del negocio exceda de veinticinco veces el
salario mínimo anual («a.» 26, «fr.» III, LOPJF).
Finalmente, la cuarta sala conoce en único grado de los juicios
de amparo promovidos contra las resoluciones dictadas por la
junta federal de conciliación y arbitraje en los conflictos
individuales o colectivos, tratándose de los asuntos relativos a
determinadas industrias o actividades económicas de
trascendencia nacional; de los fallos del tribunal federal de
conciliación y arbitraje de los trabajadores al servicio del
Estado, Y finalmente de los llamados laudos pronunciados por
las juntas centrales de conciliación y arbitraje sólo en conflictos
colectivos («a.» 27, «fr.» III LOPJF).
Debemos señalar que, de acuerdo con la materia respectiva, es
común la competencia de las propias salas de la «SCJ» para
conocer en segundo grado de los tallos de los jueces de distrito
pronunciados en los juicios de amparo en los cuales se reclame
la inconstitucionalidad de las leyes expedidas por las
legislaturas de los estados; cuando se combata la
constitucionalidad de un reglamento expedido por el presidente
de la República así como respecto de las sentencias de los
tribunales colegiados de circuito, cuando de manera excepcional
interpreten directamente un precepto constitucional en los
juicios de amparo de una sola instancia de los cuales conozcan,
y siempre que esas decisiones no se apoyen en la jurisprudencia
de la SCJ.
Además, de acuerdo con una modificación importante a la
LOPJF en diciembre de 1983, se introdujo la facultad de las
salas penal, civil y laboral (puesto que la administrativa posee
los poderes discrecionales mencionados anteriormente para
conocer de los juicios de amparo que no tengan la cuantía
señalada, pero que consideren de trascendencia), para enviar
discrecionalmente a los tribunales colegiados de circuito
correspondientes, para su resolución, los juicios de amparo
promovidos ante dichas salas, cuando las mismas estimen que
carecen de importancia y de trascendencia sociales; y por el
contrario, las propias salas pueden solicitar de los mencionados
tribunales colegiados los juicios de amparo de que conozcan, de
oficio o a petición del Procurador General de la República, para
que sean resueltos por ellas cuando también consideren que en
dichos asuntos exista dicha importancia y trascendencia de
carácter social («aa.» 24, 26 y 27, «fr.» III, inciso c de la
LOPJF).

VI. B) Los tribunales colegiados de circuito fueron establecidos


por la reforma a la legislación de amparo que entró en vigor en
el mes de mayo de 1951, con el propósito de auxiliar a la «SCJ»
en el conocimiento de los juicios de amparo. En la actualidad
existen treinta y ocho de estos organismos judiciales,
distribuidos en diecinueve circuitos, el primero de los cuales
con residencia en la ciudad de México está formado por catorce
tribunales divididos por materias: dos penales, cuatro
administrativos, cuatro civiles y cuatro del trabajo; también
están divididos por materias los tribunales colegiados que
residen en la ciudad de Guadalajara, Jalisco, uno administrativo,
otro penal y el tercero civil; los circuitos cuarto, sexto y
séptimo, radicados en Monterrey, Puebla y Veracruz,
respectivamente, cuentan con dos tribunales, y los restantes
circuitos situados en las ciudades de Hermosillo, Torreón, San
Luis Villahermosa, Morelia, Mazatlán, Oaxaca, Mérida,
Mexicali, Guanajuato, Chihuahua, Cuernavaca y Ciudad
Victoria, con un solo tribunal para todas las materias («aa.» 1o.
a 7o. bis LOPJF).
La competencia genérica de dichos tribunales colegiados recae
de manera exclusiva en materia de amparo, de un solo grado o
en segunda instancia, y posee carácter residual, es decir que
dichos tribunales deciden aquellos asuntos de amparo que no
corresponden específicamente a la «SCJ», o de acuerdo con las
últimas reformas, también los que la propia «SCJ» considere
deben conocer por carecer de importancia y trascendencia
sociales, o viceversa («a.» 7o. bis LOPJF).
VII. C) Existen veintiún tribunales unitarios de circuito
integrados por un solo magistrado, los cuales únicamente
conocen en apelación de las sentencias distadas en primer grado
por los jueces de distrito en asuntos ordinarios federales,
generalmente en materia penal y civil («a.» 36 LOPJF).
Estos tribunales unitarios se encuentran distribuidos también
en diecinueve circuitos, que coinciden con los de los tribunales
colegiados y tienen la misma residencia, pero con la diferencia
de que con excepción de los situados en las ciudades de México
y Guadalajara, con dos tribunales cada uno, los restantes
circuitos se integran por uno solo y todos ellos poseen
competencia genérica («a.» 72.

VIII. D) Funcionan en la actualidad ciento quince juzgados de


distrito que también son unitarios, y se encuentran distribuidos
en las principales ciudades del país, pero veintinueve de ellos
residen en la ciudad de México, divididos por materias, en
virtud de que diez son penales nueve administrativos, seis
civiles tres del trabajo y uno agrario; once están situados en la
ciudad de Guadalajara, la segunda del país y también conocen
según la materia, si tomamos en cuenta que seis son penales,
dos administrativos, dos civiles y uno agrario. Todos los
restantes juzgados de distrito poseen competencia genérica, con
exclusión de uno de ellos en la dudad de Hermosillo, que
resuelve asuntos de carácter agrario («aa.» 40 a 43 bis LOPJF).
Los citados juzgados de distrito poseen doble competencia
genérica, una de carácter ordinario federal, particularmente en
materia penal y civil (puesto que los juicios ordinarios
administrativos federales han sido suprimidos por las leyes
administrativas correspondientes) («aa.» 41 a 43 bis LOPJF).
También deciden dichos juzgados en primera instancia de los
juicios de amparo contra leyes inconstitucionales; respecto de
actos o resoluciones de autoridades administrativas, tanto
federales como locales: así como respecto de resoluciones
judiciales que no tengan el carácter de sentencias definitivas,
pero que sean distadas en jurisdicción voluntaria, en el
procedimiento de ejecución; o durante el juicio, pero que tengan
sobre las personas o las cosas efectos de imposible reparación,
así como las que afecten a terceros extraños (a 114 de la LA).
Por otra parte, es preciso señalar que tanto los jueces de
distrito corno los magistrados de circuito, colegiados o
unitarios, son designados por el tribunal en Pleno de la «SCJ»
por un periodo inicial de cuatro años, al finalizar el cual, si son
ratificados o ascendidos, tienen carácter inamovible, es decir,
permanecen en sus funciones hasta la edad de retiro forzoso de
setenta años, a no ser que sean destituidos por motivos de
responsabilidad (aa, 97 C, y 12, fr. XVII, LOPJF).

IX. E) Finalmente, el poder judicial de la federación comprende


ahora sólo teóricamente, el jurado popular, formado por siete
personas designadas por sorteo, procedentes de diversos
sectores sociales y presididos por un juez de distrito. Dicho
jurado debe decidir en conciencia, a través de un veredicto,
respecto de una sola categoría de delitos federales, es decir, los
cometidos por medio de la prensa en contra del orden público o
la seguridad exterior o interior de la nación, de acuerdo con lo
establecido por el a. 20, fr. VI de la C, situación que no se ha
presentado en la práctica.
Otra materia encomendada anteriormente a dicho jurado
popular federal y que llegó a tener aplicación, así fuera limitada
en nuestra realidad jurídica, se refería a la competencia del
citado jurado para conocer de los delitos oficiales de
funcionarios y empleados del gobierno federal y el del DF
(ahora todos ellos servidores públicos), que carecían de
inmunidad constitucional, de acuerdo con el texto original del a.
III de la propia C; competencia suprimida por el texto vigente
del «tít.» IV de la misma C y por la LFRSP, ambas
promulgadas en diciembre de 1982.

PODERES CONSTITUIDOS
I. A través de la expresión ''poderes constituidos'' se hace
referencia a aquellos órganos estatales establecidos
directamente por la Constitución de un orden público.
La noción de ''poderes constituidos'' surge en oposición a la de
''poder constituyente'', lo cual presupone la supremacía de la
Constitución; en tanto que el ''poder constituyente'' alude al
órgano creador de la Constitución de un orden jurídico, los
''poderes constituidos'' son aquellos órganos fundamentales del
Estado establecidos por esta ultima, la cual determina también
sus respectivas competencias y limitaciones. En este sentido, los
órganos constituidos derivan del órgano constituyente y,
mientras la función esencial de éste no es gobernar sino crear la
Constitución del Estado, corresponde a los órganos constituidos
gobernar en los términos y limites previstos por la Constitución.
Así pues, por motivos de seguridad y de claridad, se ha
considerado conveniente en la mayoría de los sistemas
constitucionales que la voluntad del constituyente se externe por
escrito en un documento único y solemne habitualmente
denominado ''Constitución'', donde se precisen los órganos
fundamentales del Estado su división, su integración, sus
funciones y limitaciones. Acorde con lo anterior, también se ha
estimado necesario en tales sistemas que los órganos
constituidos no puedan modificar o derogar la ''Constitución
escrita'' a su arbitrio o, por lo menos, con los mismos
procedimientos utilizados en el ejercicio ordinario de sus
funciones, razón por la cual se prevé generalmente en la propia
''Constitución escrita'' algún procedimiento especial y
dificultado para su reforma; es así como han proliferado las
llamadas constituciones escritas y rígidas en oposición a las no
escritas y flexibles.
De lo que antecede se desprende la idea de la supremacía de la
Constitución y el principio -formulado y desarrollado
primeramente en el sistema angloamericano por los autores de
El Federalista y por John Marshall, en el célebre caso de
Marbury vs. Madison- de que todo acto contrario a ella debe
nulificarse, en tanto que sólo puede ser válido el acto que se
ajuste a la Constitución, pues es ésta la que sirve de ultimo
fundamento positivo de validez de los demás actos y normas del
respectivo orden jurídico. Es así como los diversos sistemas
establecen por lo general las llamadas garantías
constitucionales, cuya función es controlar la constitucionalidad
o regularidad de los actos de los órganos constituidos y demás
órganos en quienes. Estos deleguen alguna función.

II. Conforme al orden jurídico mexicano, es posible distinguir al


órgano constituyente de los órganos constituidos, en tanto que
lógica y cronológicamente el primero precede a los segundos.
En efecto, a través de la C de 1917, el constituyente de
Querétaro estableció a los diversos órganos constituidos:
mientras la llamada ''parte orgánica'' determinó los órganos
supremos del Estado, sus relaciones, competencias y los
procesos fundamentales de creación de las normas jurídicas, la
denominada ''parte dogmática'' determinó los limites a la
competencia de dichos órganos en tanto que en ella se fija el
contenido que de modo necesario deben tener las normas
jurídicas o el que no pueden tener y que corresponden a los
derechos humanos fundamentales.
Es conveniente observar que es preferible hablar de órganos y
no de ''poderes'' constituidos, ya que en realidad no se trata de
que haya distintos ''poderes'' independientes entre sí, sino que
existe un solo poder y lo que se divide es el ejercicio en
diferentes órganos. La historia constitucional mexicana
reiteradamente ha sustentado lo anterior, como se aprecia en el
«a.» 49 de la C vigente: ''El Supremo Poder de la Federación se
divide, para su ejercicio, en Legislativo, Ejecutivo y Judicial''.
Asimismo, es claro que, de acuerdo a los postulados de la
doctrina de la supremacía de la Constitución, la C mexicana de
1917, además de ser escrita, es rígida pues establece un
procedimiento más complejo y dificultado que el legislativo
ordinario para su reforma («cfr.», «a.» 135 C), con lo cual se
preserva la distinción entre órgano constituyente y órganos
constituidos (cabe apuntar que, si bien el órgano constituyente
permanente u órgano revisor de la Constitución es propiamente
un órgano constituido, es posible distinguirlo de los demás en
tanto que desempeña funciones constituyentes y se integra de
una manera más compleja). Igualmente, para garantizar la
constitucionalidad o regularidad de los actos y normas de los
órganos constituidos o de aquellos en quienes estos deleguen tal
función, la C mexicana provee de diversos instrumentos
jurídico-procesales para su defensa, entre los que destaca d
juicio de amparo.

PODER PÚBLICO
I. La expresión 'poder público' en el discurso jurídico y en el
campo de la ciencia política ha dado origen a grandes
controversias. El significado de la expresión no es unívoco. Por
el contrario, con la expresión 'poder público' los autores se
refieren a diferentes objetos. Un uso muy extendido de 'poder
público: en la teoría del derecho público y en la teoría general
del Estado es el de 'poder político', de 'poder del Estado'. En
este sentido, con 'poder público' los autores entienden la
instancia social que conduce (que gobierna) a la comunidad
(estatal). Este poder se distingue de cualquier otro poder por
varias características las cuales, precisamente, permiten
denominarlo 'poder publico', 'poder político'.
Con el predicado 'público' o 'político', se alude a que dicho
poder afecta a todos los miembros de la comunidad. El poder
público es el superior común de cada uno de los miembros de la
comunidad (Austin), El poder publico es un poder que se
atribuye a la comunidad en su conjunto; es, consecuentemente,
considerado unitario. El poder público es, además exclusivo
(Kelsen). El marco geográfico del 'poder político' es una
comunidad política independiente (Austin). Ciertamente, el
poder político se manifiesta en comunidades políticas
dependientes (municipios, departamentos, condados, entidades
federativas); sin embargo, éste no es sino una instancia del
poder público que pertenece a la comunidad política
independiente en su conjunto, a la comunidad soberana.

II. El poder público, entendido, como el poder de una


comunidad política independiente (i.e., Estado) es considerado
un poder irresistible. A diferencia de cualquier otro poder
social, el cual se ejerce en razón de ciertas condiciones
(relaciones -parentesco-, ascendiente, compromisos, -pactos,
alianzas, promesas-, etc.), el poder público constituye una
dominación (Herrschersgewalt) en la que se manda de modo
incondicionado (Jellinek, Gerber).
Al imperium del poder público (poder político, poder del
Estado), dentro de su ámbito de acción no puede sustraerse
nadie. El poder que está dotado de estas características (ser un
poder común, supremo, independiente, incondicionado) es un
poder público, el poder del Estado. Estas propiedades son las
que diferencian al poder público de cualquier otro poder social.
El poder público es el Leviatán que habiendo devorado todas las
demás fuerzas sociales, se constituye en el monopolio legitimo
del poder (Weber, Kelsen).

III. En un sentido más restringido 'poder público' (o, las más de


las veces, en plural: 'poderes públicos') son expresiones que,
aunque implicando el poder político, designan, más bien, las
instituciones concretas a través de las cuales el poder se
manifiesta y funciona. El poder del Estado no puede actuar sino
a través de ciertas instituciones más o menos permanentes
(instancias sociales claramente identificables). De esta manera
'orden público' equivale a 'órgano del Estado' y en ciertos
contextos, a 'administración pública'. De ahí que el poder
público, en su organización, estructura y fines, «i.e.» , el
derecho político (Staatssecht), sea el objeto de la dogmática del
derecho público. La teoría del derecho público no es sino una
doctrina de los poderes del Estado, de sus órganos, de sus
funciones, de sus competencias, de sus obligaciones.

PODER JUDICIAL DE LAS ENTIDADES


FEDERATIVAS
I. Conjunto de órganos de los estados que tienen a su cargo,
regularmente, el ejercicio de la función jurisdiccional en los
asuntos que son de competencia local, concurrente o auxiliar.
El sistema federal, adoptado en el «a.» 40 de la C, supone la
existencia de una doble organización jurisdiccional: la federal,
concentrada prevalentemente en el poder judicial federal, y la
de cada uno de los 31 estados de la federación reunida en un
poder judicial para cada una de dichas entidades federativas.
Con nivel y funciones similares a los de estos últimos poderes,
también existe un poder judicial para el Distrito Federal.
El poder judicial de cada estado ejerce su jurisdicción sobre
conflictos y asuntos en los que se deban aplicar leyes expedidas
por los órganos legislativos de los estados, como es el caso de
las leyes civiles y penales. A esta clase de litigios y negocios los
podemos denominar, genéricamente, locales o estatales.
Además, el poder judicial de cada estado puede conocer, de
acuerdo a lo dispuesto por el «a.» 104, «fr.» I, de la C, de las
controversias sobre aplicación de leyes federales, cuando
aquéllas afecten intereses particulares. A esta clase de
competencia se le suele denominar ''jurisdicción concurrente'',
pues concurre o coincide con la competencia que también
tienen los órganos del poder judicial federal para conocer de los
mismos asuntos. En este tipo de asuntos, el mencionado «a.»
104, «fr.» I, de la C, permite al actor la elección entre los
juzgadores federales o los locales.
Por otro lado, se debe aclarar que si bien desde un punto de
vista orgánico se encuentran separados el poder judicial de cada
estado y el poder judicial de la federación, tal separación se
relativiza desde la perspectiva de las funciones que desempeñan
ambos poderes, ya que, a través del juicio de amparo, es posible
impugnar prácticamente todas las sentencias definitivas de
única o segunda instancia que pronuncien los tribunales, ante
los órganos competentes del poder judicial de la federación.
Además de las competencias local y concurrente, los
tribunales de los estados deben funcionar como órganos
auxiliares de la justicia federal, en la hipótesis prevista en el
«a.» 107, «fr.» XII, de la C, que les otorga competencia para
conocer de los juicios de amparo promovidos contra actos de
los jueces locales, que violen los «aa.» 16, en materia penal, 19
y 20 de la propia C.

II. Bases constitucionales y legales. Es claro que los poderes


judiciales estatales deben funcionar dentro del contexto del
ordenamiento establecido por la C, particularmente el sistema
federal («a.» 40), el principio de la división de poderes («a.» 49)
y el régimen de distribución de competencias entre los poderes
federales y estatales («a.» 124). Sin embargo, el texto original
de las C no contuvo disposiciones específicas que establecieran
las bases mínimas conforme a las cuales debían estructurarse
los tribunales estatales. Al momento de revisar está voz para la
segunda edición (diciembre de 1986), el Ejecutivo Federal
había enviado al Senado una iniciativa de reforma a los 17, 46,
115 y 116 de la C, para asegurar la independencia de los
tribunales y establecer las bases para los poderes judiciales de
los Estados.
Con anterioridad a esta iniciativa, habían sido las
constituciones de los propios Estados las encargadas de señalar
dichas bases, las cuales son desarrolladas por las respectivas
leyes orgánicas.
Si bien todas las constituciones estatales recogen el principio
de la división de poderes, la gran mayoría de ellas previenen
que el nombramiento de los magistrados de los tribunales
superiores o supremos, debe ser hecho por el gobernador del
Estado con la aprobación del Congreso local. Un número menor
de constituciones atribuyen el nombramiento de los magistrados
al Congreso local, ya sea a propuesta del gobernador o de los
ayuntamientos, o bien sin que medie ninguna proposición. Sin
embargo, en todos los casos el marcado predominio del
ejecutivo sobre el órgano legislativo, hace residir el ejercicio
efectivo del poder de nombramiento en los gobernadores. Por lo
demás, el periodo de duración del nombramiento suele coincidir
con los seis años de duración del gobernador.
Conviene aclarar que algunas constituciones estatales han
intentado establecer la inamovilidad de los magistrados. Así, las
constituciones de los estados de Aguascalientes es México,
Puebla, Sinaloa y Tabasco la prevén directamente para los
magistrados. Las constituciones de los estados de Campeche y
Tamaulipas disponen la inmovilidad para los magistrados que
sean ratificados para un segundo periodo. La C de Michoacán la
dispone para los magistrados nombrados para un tercer periodo.
Y, en fin, la de Nuevo León prevé un primer nombramiento por
dos años; otro por cuatro, y si el magistrado así nombrado es
ratificado, se le declara inamovible.
Las constituciones estatales también regulan, además el
principio de la división de poderes, la organización, la
estructura y las atribuciones de los órganos del poder judicial,
particularmente del Tribunal Superior o Supremo Tribunal de
Justicia. Asimismo, prevén la responsabilidad penal de los
funcionarios judiciales dentro de la de los funcionarios públicos
en general.
Por su parte, las leyes orgánicas del poder judicial reglamentan
las bases y los principios establecidos en las constituciones
estatales sobre dicho poder.
Como no es posible analizar detalladamente cada una de las 31
leyes orgánicas que regulan los poderes judiciales estatales
existentes en la República, de las cuales hacemos una relación
al final de esta voz nos limitamos a apuntar algunos rasgos
comunes de dichas leyes.

III. Estructura, integración y competencia, En términos


generales, los poderes judiciales estatales suelen estar
integrados por un órgano superior, al cual se denomina
Supremo Tribunal de Justicia o Tribunal Superior de Justicia,
que funciona como tribunal de segunda instancia; por los
juzgados de primera instancia y por los de mínima cuantía. En
ocasiones también se integran por juzgadores de cuantía
intermedia entre los de primera instancia y los de mínima
cuantía,.
1) El tribunal superior estatal. Todos los tribunales superiores
o supremos de los estados se integran por varios magistrados
cuyo número oscila entre tres y dieciséis. Los números de
magistrados más frecuentes son, en ese orden, siete, tres, cinco
y diez.
La mayor parte de los tribunales funcionan tanto en pleno
(compuesto por la mayoría o la totalidad de los magistrados), el
cual conoce de los asuntos de orden administrativo y
jurisdiccional de mayor importancia, como en salas, las cuales
pueden ser colegiadas -integradas por varios magistrados-, o
bien, unitarias -compuestas por un solo magistrado- Las salas
suelen conocer de los recursos interpuestos contra las
resoluciones de los juzgados dependientes del tribunal.
Regularmente las salas colegiadas se integran por tres
magistrados, pero también las hay compuestas solo por dos
magistrados: en este caso, cuando los dos magistrados votan de
manera distinta y se produce, por tanto, un empate, se acude al
presidente del tribunal para que decida la votación.
2) Los juzgados locales. En términos generales, los juzgados
locales, regularmente integrados por un solo titular o juez, son
de tres clases: los de primera instancia, que son los juzgadores
ordinarios de los asuntos de mayor cuantía o importancia; los
menores, que son los juzgadores de los asuntos con cuantía o
importancia intermedia, y los de paz, que conocen de los
asuntos de mínima cuantía o importancia. Estos últimos
también reciben el nombre de jueces locales (Coahuila,
Hidalgo, Nayarit, Sinaloa, Tabasco, Tamaulipas y Sonora);
municipales (Chiapas, Durango, Guanajuato, Estado de México,
Michoacán, Querétaro Veracruz v Zacatecas); de paz
municipales (Morelos); alcaldes judiciales (Nuevo León);
alcaldes municipales (Oaxaca), y alcaldes constitucionales (San
Luis Potosí). En ocasiones, las leyes orgánicas también prevén
jueces inferiores a los de mínima cuantía, a los cuales
denominan ''auxiliares'' (Coahuila) o ''rurales'' (Chiapas), y que
tienen más bien facultades conciliatorias que jurisdiccionales.
Hay estados, como en San Luis Potosí, en los que estos últimos
jueces tienen funciones que no se relacionan para nada con la
administración de justicia.
En algunos estados hay que agregar a esta lista, además, a los
tribunales tutelares para menores (Coahuila, Guerrero) o
tribunales para menores (Colima, Chiapas, Nayarit y
Querétaro), que son los órganos encargados de juzgar las
infracciones de los menores de edad, así como al jurado
popular, que algunas leyes orgánicas establecen con la
integración y competencia que le corresponde al jurado popular
federal, previsto en el «a.» 20, «fr.» VI y, antes de la reforma
constitucional de 28 de diciembre de 1982, en el «a.» 111, pfo.
quinto de la C. Algunos estados prevén al jurado popular para
conocer, como juzgadores de hecho, de delitos distintos de los
de la competencia del jurado popular federal: delitos políticos,
de imprenta u oficiales estatales (Oaxaca, Querétaro, Baja
California y Quintana Roo). Por regla, todos los jueces locales
son designados por el tribunal superior o supremo, aunque en el
nombramiento de los juzgadores de mínima cuantía se suele dar
alguna intervención a los ayuntamientos municipales,
generalmente a través de la proposición de ternas.
La duración del nombramiento de los jueces suele estar
limitada a cierto periodo de tiempo (de dos a seis años). Sin
embargo, también se puede observar en las más recientes leyes
orgánicas y en algunas reformas constitucionales la tendencia a
otorgar la inamovilidad a los jueces que sean designados
nuevamente después del primer o segundo periodo. En este caso
se encuentran los estados de Campeche, Nuevo León, Sinaloa y
Tamaulipas. Y, en fin, en los estados de Aguascalientes,
México y Tabasco se prevé directamente la inamovilidad de los
jueces.
En términos generales, los jueces locales tienen competencia
especializada en las materias civil y penal, sobre todo en las
capitales de los estados y en las ciudades más importantes. En
los demás lugares, suelen tener competencia en ambas materias
a la vez. Desde hace algunos años, siguiendo la orientación de
la legislación del Distrito Federal, se han venido creando
juzgados de primera instancia con competencia especializada en
asuntos familiares.

IV. Leyes Orgánicas del Poder Judicial de los Estados, La


totalidad de estas leyes tienen el nombre de ''orgánica del Poder
Judicial del Estado''. Para no repetir en cada caso el mismo
nombre, nos limitamos a indicar el estado al que corresponden
y, entre paréntesis, la fecha de su publicación en el Periódico
Oficial local: 1) Aguascalientes (18-I-76); 2) Baja California
(20-I-71); 3) Baja California Sur (20-VI-77); 4 Campeche (4-
XII-80); 5) Coahuila (6-I-40); 6) Colima (10-IX-55); 7) Chiapas
(9-IX-81); 8) Chihuahua (26-II-83); 9) Durango (15-I-48); 10)
Guanajuato (28-VIII-77); 11) Guerrero (4-I-77); 12) Hidalgo
(16-VII-82); 13) Jalisco (1-IV-78); 14) México (30-I-75); 15)
Michoacán (8-VIII-80); 16) Morelos (17-XI-80); 17) Nayarit
(30-XII-81); 18) Nuevo León (10-I-79); 19) Oaxaca (26-XII-
81); 20) Puebla (2-VII-74); 21) Querétaro (15-I-81); 22)
Quintana Roo (12-III-813; 23) San Luis Potosí (7-XII-47); 24)
Sinaloa (16-I-54); 25) Sonora (3-I-179); 26) Tabasco (20-II-81):
27) Tamaulipas (11-VI-80); 28) Tlaxcala (29-IV-25); 29)
Veracruz (29-VI-48); 30) Yucatán (29-X-82), y 31) Zacatecas
(29-III-67).

PRECIO
I. (Del latín pretium, valor pecuniario en que se estima algo
cantidad que se pide por una cosa; prestación consistente en
numerario, valores o títulos que un contratante da o promete,
por conmutación de cosa, derecho o servicio; valor de cambio.).
En el pago de algunos servicios y en la compraventa de bienes,
la contraprestación se denomina precio por antonomasia; en el
préstamo de dinero, interés o rédito, y en el arrendamiento de
cosas, renta o alquiler.

II. En la compraventa el precio es lo que el comprador entrega a


cambio de lo que recibe, es un elemento esencial, cuya ausencia
genera la inexistencia del contrato por falta de objeto («a.» 2248
«CC»).
Desde el derecho romano se afirmaba que el precio en la
compraventa debía reunir las siguientes condiciones: ser
verdadero, cierto, en numerario y justo,.
El precio debe ser verdadero, es decir, serio, real, efectivo, no
irrisorio, simulado o ficticio. Así, si se conviene que el precio
no será entregado, la venta será inexistente.
Que el precio deba ser cierto significa que las partes lo
determinen expresamente en una suma de dinero o por
referencia a otra cantidad. Su señalamiento no puede dejarse al
arbitrio de uno de los contratantes, pero sí puede librarse al
arbitrio de un tercero en cuyo caso solo hasta el momento en
que el tercero cumpla su misión habrá venta. También se tendrá
por precio cierto la referencia de las partes a lo que la cosa
valga en día o lugar determinados (aa, 2248, 2249, 2251, 2252,
2253 y 2254 «CC»).
El precio ha de consistir en dinero (in pecunia numerata),
aunque se admite que la contraprestación del comprador se
pague parte en dinero y parte con el valor de otra cosa, siempre
y cuando el importe en dinero sea igual o mayor al valor de esa
cosa, de lo contrario no habrá compraventa sino permuta («a.»
2250 «CC»).
El precio ha de ser justo, proporcionado, equivalente al valor
de la cosa que se adquiere. En la compilación de Justiniano, si
no llegaba a la mitad del valor de la cosa, el vendedor podía
conseguir la rescisión de la venta, a no ser que el comprador
pagara el complemento al justo precio.

III. El «CP» sanciona como delitos contra el consumo y la


riqueza nacionales: la coalición el acaparamiento, el
ocultamiento o la injustificada negativa de venta de artículos de
consumo necesario o generalizado o de materias primas para
elaborarlos o esenciales para la actividad industrial, con el
propósito de obtener una alza en los precios («a.» 253 «fr.» I,
incisos a y b).

IV. La palabra precio suele acompañarse de diversos


calificativos de donde resultan, entre otras, las siguientes
combinaciones.
Se habla de ''precio estimativo'', entendiendo por tal el que una
cosa tiene en razón de los sentimientos de afecto que respecto
de ella siente una persona. Este precio es tomado en
consideración para efectos de reparación de daño moral, cuando
para fijar el valor o deterioro de una cosa se prueba que el
responsable destruyó o deterioro el objeto con el fin de lastimar
los sentimientos ó afectos del dueño («a.» 2116 «CC»).
Se utilizan los términos ''precio abusivo'' para definir a aquel
que es superior al valor real o justo de una cosa o servicio, con
lo cual el enajenante sufre una pérdida desproporcionada con
los riesgos ordinarios de los negocios. Este precio suele ser
elemento de lesión o de usura («aa.» 17, 2395 del «CC» y 387
«fr.» VIII del «CP»).
Se emplea la expresión ''precio alzado'' para significar aquel
que se conviene por un tanto fijo a cambio de una cosa o
servicio o por ejecución de una obra, con independencia de
cantidad o calidad, del tiempo que se requiera o del gasto que
origine por materiales («aa.» 2261, 2605, 2616-2645 «CC»).
Se habla de ''precio corriente en plaza'' como el que corre para
bienes y servicios en el mercado en día y lugar determinados
(«a.» 2251 «CC»).
Se utiliza la expresión ''precio legal'' para indicar que el Estado
interviene a través de leyes, reglamentos o decretos en la
fijación de precios oficiales precios, máximos y de precios
mínimos o de garantía.

PRELACIÓN
I. (Del latín praelatio-onis.) Según el Diccionario de la
Academia, es la ''antelación o preferencia con que una cosa
debe ser atendida respecto de otra con la cual se compara''. Que
una cosa deba ser atendida con antelación, significa que lo sea
con anticipación, en orden al tiempo, respecto a otra.
Preferencia, en este contexto, debe entenderse como primacía o
ventaja con que debe atenderse un derecho respecto a otro.
Es uso frecuente, emplear como sinónimos prelación y
preferencia. Así se dise que un crédito hipotecario tiene
prelación sobre el bien hipotecado. Igualmente, se habla de
prelación para referirse a la preferencia en el ejercicio o
adquisición de un derecho determinado; p.e., el arrendatario en
el nuevo arrendamiento o venta de la cosa arrendada (a 2447
«CC»).
Es difícil, pero no imposible, distinguir prelación de
preferencia. Preferencia tiene un significado más amplio y
absoluto: el de excluir cualquier otro derecho que se le oponga;
p.e., el aparcero que al terminar el contrato hubiere cumplido
fielmente sus compromisos, goza del derecho del tanto, si la
tierra que estuvo cultivando va a ser dada en nueva aparcería
(«a.» 2750 «CC»). La prelación, en cambio, implica la
existencia de un orden en el cual otros derechos pueden
adelantarse tener preferencia; p.e., en la quiebra, los acreedores
por gastos de enfermedad son singularmente privilegiados; pero
se encuentran en tercer lugar en el orden de prelación («aa.»
261 y 262 LQ; 113 y 114 LFT).

II. Prelación de créditos. Es principio general que el deudor


responde de todas sus deudas con todo su patrimonio («a.» 2964
«CC»), excluidos sus bienes inembargables («a.» 544 «CPC»;
v. «aa.» 434 «CFPC», 768 «CPC» y 115 LQ). Cuando los
bienes ejecutables de un deudor no bastan para cubrir sus
deudas, los acreedores cobrarán de acuerdo con el principio
''primero en tiempo, primero en derecho''. Cobrando los
primeros que se presenten y, cuando embarguen o ejecuten
sobre bienes, en el orden de sus embargos. Los titulares de
créditos soportados con garantías reales, tendrán preferencia
para cobrarse con el valor de los bienes afectos a esos créditos.
Cuando el deudor común es declarado, judicialmente, en
concurso de acreedores o quiebra, la situación descrita en el pfo.
anterior se modifica: los acreedores comunes cobrarán a
prorrata. Los acreedores privilegiados, los hipotecarios y
pignoraticios, tienen derecho a cobrar la totalidad de sus
créditos con el importe de los bienes afectos al privilegio,
prenda o hipoteca Como pueden presentarse conflictos entre los
acreedores privilegiados, las leyes establecen un orden de
prelación entre ellos. La prelación de créditos se da, pues, sólo
entre acreedores privilegiados.

III. Prelación de créditos en el concurso civil. Ya quedó


explicado cómo las reglas que, respecto del concurso de
acreedores, contiene el libro cuarto, tercera parte, del «CC»,
dedicado a la concurrencia y prelación de créditos, solo se
aplican en caso de declaración judicial de tal concurso.
Los salarios devengados en el último año y las
indemnizaciones debidas a los trabajadores son preferentes
sobre cualquier otro crédito, sin que los trabajadores necesiten
entrar a concurso, quiebra, sus pensión de pagos o sucesión,
sino que los harán valer y ejecutaran a través de las juntas de
conciliación y arbitraje («aa.» 123, «fr.» XXIII de la C; 113 y
114 «LFT» 2989 «CC», y 756 «CPC»). Comentando la norma
similar, en materia de quiebras, Rodríguez y Rodríguez la
critica, por considerar que se extralimita el mandato
constitucional, ya que ''la preferencia significa un grado y una
prelación no subordinada a ningún otro crédito; pero no
equivale a cobro fuera del concurso''. La «SCJ» ha justificado la
extraconcursalidad del cobro de los trabajadores, apoyándose en
que éstos no deben verse afectados por la lentitud de los
procedimientos judiciales (SJF, quinta época, t. XXVIII).
Veremos que existen normas similares para otros créditos
privilegiados.
Cubiertos los créditos de los trabajadores, si quedan bienes,
preferentemente se pagarán los adeudos fiscales provenientes de
impuestos, con el valor de los bienes que los hayan causado. El
fisco federal tendrá preferencia para recibir el pago de créditos
provenientes de ingresos que la federación debió percibir, con
excepción de adeudos garantizados con prenda o hipoteca, de
alimentos, de salarios o sueldos en el caso arriba mencionado.
El fisco federal no entrará en concurso o quiebra para cobrar
(«aa.» 2980 «CC», 149 «CFF» y 756 «CPC»). Igual tratamiento
tienen los créditos por cuotas del Seguro Social y del
INFONAVIT («aa.» 267-269 de la Ley del Seguro Social y 30
de la Ley del INFONAVIT).
Después de estos créditos, corresponde cobrar a los acreedores
hipotecarios y pignoraticios, quienes cobrarán de modo
preferente, sobre los bienes afectos a sus garantías. Pueden
deducir sus acciones sin necesidad de entrar al concurso y en
los juicios respectivos ser pagados con el valor de los bienes
que garanticen sus créditos («aa.» 2981 «CC» y 756 «CPC»). .
''Si hubiere varios acreedores hipotecarios garantizados con los
mismos bienes, pueden formar un concurso especial con ellos, y
serán pagados por el orden de fechas en que se otorgaron las
hipotecas, si estas se registraron dentro del término legal, o
según el orden en que se hayan registrado los gravámenes, si la
inscripción se hizo fuera del termino de ley'' («a.» 2982 «CC»).
En el caso de concurrencia de créditos pignoraticios sobre un
mismo bien, la prelación de estos se establece según sus fechas
(«a.» 2985, «fr.» IV «CC»).
El precio de los bienes hipotecados o dados en prenda se
aplicara en el siguiente orden: 1) los gastos del juicio y los que
causen las ventas de esos bienes; 2) los gastos de conservación
y administración de los mismos bienes; 3) la deuda de seguros
de los propios bienes, y 4) los créditos garantizados; si son
hipotecarios el pago comprenderá los réditos de los últimos tres
años, y si son pignoraticios, los réditos de los últimos seis
meses («a.» 2985 «CC»).
El «a.» 2993 «CC» establece los créditos que gozan de algún
privilegio especial. Según este precepto, con el valor de los
bienes que se mencionan serán pagados preferentemente: 1) la
deuda por gastos de salvamento, con el valor de la cosa salvada;
2) la deuda contraída antes del concurso, expresamente para
ejecutar obras de rigurosa conservación de algunos bienes, con
el valor de estos, siempre que se pruebe que la cantidad prestada
se empleó en esas obras (refacción); 3) los créditos del
constructor de cualquiera obra mueble con el precio de la
misma; 4) los créditos por semillas, gastos de cultivo y
recolección, con el precio de la cosecha para que sirvieron y que
se halle en poder del deudor 5) el crédito por fletes, con el
precio de los efectos transportados si se encuentran en poder del
acreedor; 6) el crédito por hospedaje, con el precio de los
muebles del deudor que se encuentren en la casa o
establecimiento donde está hospedado; 7) el crédito del
arrendador, con el precio de los bienes muebles embargables
que se hallen dentro de la finca arrendada o con el precio de los
frutos de la cosecha respectiva si el predio fuere rústico; 8) el
crédito que provenga del precio de los bienes vendidos y no
pagados, con el valor de ellos, si el acreedor hace su
reclamación dentro de los 60 días siguientes a la venta, si se
hizo al contado, o del vencimiento, si la venta fue a plazo.
Privilegio que cesará si los bienes muebles hubiesen sido
inmovilizados, y 9) los créditos anotados en el registro de la
propiedad, en virtud de mandamiento judicial, por embargos,
secuestros o ejecución de sentencias, sobre los bienes anotados
y solamente en cuanto a créditos posteriores.
Pagados todos los acreedores arriba mencionados, si quedan
bienes que alcancen para ello, se pagará a los que el «CC»
llama acreedores de primera clase y que son: IX aquellos que lo
sean por gastos judiciales comunes, en los términos que
establezca el «CPC»; 2) los que lo sean por gastos de rigurosa
conservación y administración de los bienes concursados; 3) los
que lo sean por gastos de funerales del deudor, proporcionados
a su posición social, y también los de su mujer e hijos que estén
bajo su patria potestad y no tuviesen bienes propios, 4) los
acreedores por gastos de la última enfermedad de las personas
arriba mencionadas, hechos en los últimos seis meses que
precedieron al día del fallecimiento; 5) los que tengan créditos
por alimentos fiados al deudor para su subsistencia y la de su
familia, en los seis meses anteriores a la formación del
concurso, y 6) los acreedores por responsabilidad civil en la
parte que comprende el pago de los gastos de curación o de los
funerales del ofendido y las pensiones que por concepto de
alimentos se deban a sus familiares («a.» 2994 «CC»).
Después corresponde cobrar a los acreedores de segunda clase,
que son aquellos que tienen derecho a pedir hipoteca necesaria
(«aa.» 2935, «frs.» II, III y IV y 2995, «fr.» I «CC»). Luego los
créditos fiscales no comprendidos en los términos del «a.»
2980; así como los del Estado, los pueblos y los
establecimientos públicos, que tienen derecho a pedir hipoteca
necesaria sobre los bienes de sus administradores o
recaudadores para asegurar las rentas de sus respectivos cargos
cuando no lo hayan hecho así («aa.» 2935, «fr.» V y 2995, «fr.»
II «CC»). Por último, los créditos de los establecimientos de
beneficencia pública o privada.
Satisfechos los acreedores de segunda clase, se pagaran los
créditos que consten en escritura pública o en cualquier otro
documento auténtico y que corresponden a los acreedores de
tercera clase. En este lugar quedan comprendidos los acreedores
hipotecarios y pignoraticios, por el saldo de sus créditos que no
alcanzó a cubrirse con el importe de los bienes afectos a sus
garantías (a, 2983 «CC»).
Luego, los acreedores de cuarta clase con la siguiente
prelación: 1) aquellos cuyos créditos consten en documentos
privados y 2), con los bienes restantes, todos los demás créditos
que no estén comprendidos en las disposiciones anteriores. En
este último caso, el pago se hará a prorrata y sin atender a las
fechas, ni al origen de los créditos (aa, 2997 y 2998 «CC»).

IV. Prelación en la quiebra. Del mismo modo que para el


concurso, es necesaria la declaración judicial de la quiebra, para
que se apliquen las normas relativas.
La «LQ» habla de grado y prelación. Grado es el orden de
cobro que corresponde a un crédito con arreglo a su clase.
Prelación es el orden de cobro dentro de cada grado (Rodríguez
y Rodríguez).
El «a.» 261 «LQ» señala cinco grados, que son: 1) acreedores
singularmente privilegiados; 2) acreedores hipotecarios, 3)
acreedores con privilegio especial; 4) acreedores comunes por
operaciones mercantiles, y 5) acreedores comunes por derecho
civil.
El «a.» 262 LQ, sitúa como acreedores singularmente
privilegiados, en tercer lugar, a los trabajadores, Disposición
derogada por los «aa.» 113 y 114 «LFT», que ya comente
cuando me ocupé de ellos en el concurso civil. Vale aquí lo
dicho en ese lugar.
Los créditos fiscales, dise el a, 261 LQ, tendrán el grado y
prelación que fijen las leyes de la materia. Me remito también, a
lo que apunté al ocuparme le ellos en el concurso civil.
El siguiente grado, entre los acreedores singularmente
privilegiados, corresponde a los acreedores por gastos de
entierro, si la declaración de quiebra ha tenido lugar después del
fallecimiento. Según Rodríguez y Rodríguez, la expresión
''gastos de entierro equivale a la de gastos funerarios y una y
otra significan las expensas que ocasionan el sepelio, la mortaja,
la conducción y sepultura del cadáver del comerciante. Entre los
gastos de entierro y funerarios no se comprenden los gastos de
luto ni los de ceremonias religiosas, anteriores o posteriores al
entierro, las de publicación del fallecimiento, etcétera''. No
señala la ley limitación alguna y, en tal caso, el único límite
podría ''derivarse de la costumbre local y de la posición
económica del fallecido, que aún no había sido declarado en
quiebra'' (Rodríguez y Rodríguez).
Si el quebrado hubiere muerto con posterioridad a la
declaración de quiebra, los gastos funerarios sólo tendrán
privilegio si se verifican por el sindico y no exceden de
quinientos pesos. Suma que, en estas fechas, resulta a todas
luces insuficiente.
El siguiente lugar, entre los acreedores singularmente
privilegiados, corresponde a los acreedores por los gastos de la
enfermedad que haya causado la muerte del deudor común, en
caso de quiebra declarada después del fallecimiento.
El privilegio de los gastos de entierro y de última enfermedad,
no comprende a los que se causen por los familiares del
quebrado. Lo que es notoriamente injusto.
En el segundo grado se encuentran los acreedores hipotecarios
que según el «a.» 263 LQ, ''percibirán sus créditos del producto
de los bienes hipotecados, con exclusión absoluta de los demás
acreedores y con sujeción al orden que se determine con arreglo
a las fechas de inscripción de sus títulos''. Los acreedores
hipotecarios podrán seguir sus juicios independientemente;
pero, para los efectos de graduación y pago, se acumularán a la
quiebra. Esto sólo que el juicio estuviera iniciado al declararse
la quiebra («aa.» 126 y 127 LQ).
La preferencia absoluta de que habla el «a.» 263, no debe
entenderse en el sentido de que alcance, incluso, a los
acreedores singularmente privilegiados; que tendrán preferencia
a los acreedores hipotecarios.
El siguiente grado corresponde a los acreedores con privilegio
especial, que son todos aquellos que, conforme al «CCo». o
leyes especiales, tengan un privilegio especial o un derecho de
retención («a.» 264 LQ).
Son acreedores con privilegio especial: 1) los pignoraticios por
los bienes que recibieron en prenda; 2) los comisionistas
respecto de los efectos que estén real o virtualmente en su
poder, y en relación al pago de los derechos de comisión,
anticipaciones y gastos que el comisionista hubiere hecho por
cuenta de ellos («a.» 306 «CCo».); 3) los vendedores de cosas
muebles respecto de las mercancías vendidas que estén en su
poder, aunque sea en calidad de depósito, por lo que se le
adeude al vendedor del precio de las mismas (a. 368 «CCo». y
2993, «fr.» VIII «CC») 4) los porteadores, por lo que ve al
crédito por fletes que se les adeudaren, respecto de los efectos
transportados, si se encuentran en poder del acreedor (a. 2662
«CC»); 5) el constructor de cualquiera obra mueble, respecto
del precio de la misma, mientras la retenga en su poder (a. 2644
«CC»), y 6) el hospedero respecto de los equipajes de los
pasajeros en relación al pago del importe del hospedaje (a. 2669
«CC»).
El acreditante, en el crédito de avío, tiene privilegio sobre las
materias primas y materiales adquiridos con el crédito y sobre
los frutos, productos o artefactos que se obtengan con el mismo,
aunque sean futuros o pendientes (a. 322 «LGTOC»). En los
créditos refaccionarios, el privilegio comprende a las fincas,
construcciones, edificios, maquinarias, aperos, instrumentos,
muebles y útiles y los frutos, pendientes o ya obtenidos, de la
empresa a cuyo fomento haya sido destinado el préstamo (a.
324 «LGTOC»).
La garantía que se constituya sobre inmuebles o muebles
inmovilizados, por créditos refaccionarios, comprenderá el
terreno, las construcciones en él edificadas y las que se hagan
en el futuro, accesiones y mejoras permanentes, los muebles
inmovilizados y los animales señalados en el documento en que
se consigne el préstamo, como pie de cría en los predios
rústicos destinados a la ganadería y la indemnización que,
llegado el caso, se obtenga del seguro por la destrucción de esos
bienes (a. 332 «LGTOC»).
Los créditos de habilitación o avío, debidamente registrados,
se pagarán con preferencia a los refaccionarios, y ambos con
preferencia a los hipotecarios inscritos con posterioridad («aa.»
329 y 333 «LGTOC»).
Los acreedores prendarios podrán, como los hipotecarios,
continuar el juicio que hubiesen iniciado contra el quebrado,
que sólo se acumulará a la quiebra para los efectos de
graduación y pago (aa. 126 y 127 LQ). Indebidamente concede
la «LQ» acción separatoria de la masa de la quiebra, a los
acreedores que tienen prenda constituida por escritura pública,
en póliza otorgada ante corredor, en bonos de los almacenes
generales de deposito o en favor de una institución de crédito.
Quienes podrán vender la prenda axtraconcursalmente (a. 159,
«fr.» VI, inciso d, LQ).
En caso de que varios acreedores con privilegio especial
concurrieran sobre el mismo bien, se hará la distribución a
prorrata, sin distinción de fechas entre ellos, salvo que las leyes
dispusieren lo contrario (a. 265 LQ).
Obviamente que los acreedores hipotecarios y los que gozan
de privilegio especial cobrarán como acreedores comunes por la
parte que quede insoluta de sus créditos, después de que se
hayan realizado los bienes afectos a sus créditos. Serios
problemas presenta la atribución del precio de venta de esos
bienes, cuando la empresa es vendida conjuntamente. Su
tratamiento no corresponde a este lugar.

V. Cuando la quiebra es de empresas marítimas, se aplican las


reglas de la «LNCM» , que a continuación expongo.
''Toda embarcación puede ser objeto de garantía real
constituida mediante hipoteca que comprenda sus pertenencias
y accesorios'' (a. 121 «LNCM» ). Hipoteca que se extiende,
aunque no se exprese, ''a las mejoras de la embarcación; a los
objetos muebles incorporados permanentemente en ella; a la
última anualidad de intereses, y en caso de avería o naufragio de
la embarcación, a la indemnización por los daños o averías y a
los créditos derivados de gastos de salvamento e
indemnizaciones de seguros'' (a. 122 «LNCM» ).
El «a.» 116 «LNCM» establece los privilegios marítimos: ''1)
los créditos derivados de relaciones laborales; 2) los créditos a
favor del fisco, relativos al buque o a su navegación; 3) los
gastos de asistencia y salvamento; 4) la cuota que le
corresponda en las averías gruesas o comunes; 5) los créditos
derivados de indemnización por abordaje u otros accidentes
marítimos; 6) las deudas contraídas por el capitán para la
conservación del buque o para la continuación del viaje, y 7) las
primas de seguro''.
''Los créditos relativos al último viaje del buque, serán
preferentes a los derivados de viajes anteriores'' (a. 117
«LNCM» ).

VI. Prelación como derecho de preferencia, Tienen derecho de


preferencia: 1) el copropietario, cuando se trate de vender por
otro de ellos, una parte alícuota de la copropiedad (a. 973
«CC»); 2) el usufructuario, respecto de la nuda propiedad (a.
1005 «CC»); 3) los herederos, respecto de la parte de los bienes
que un heredero quiera vender a un extraño (a. 1296 «CC»); 4)
el arrendatario, como ya quedó dicho, cuando el arrendamiento
haya durando más de cinco años, o se hayan hecho mejoras en
la cosa arrendada, si se encuentra al corriente en el pago de sus
rentas, para ser preferido en igualdad de circunstancias en el
nuevo arrendamiento o venta del bien arrendado (a. 2447
«CC»); 5) el aparcero, como ya se dijo, para ser preferido en
una nueva aparcería (a. 2750 «CC»); 6) si se pacta
expresamente, el vendedor, respecto de los bienes vendidos (aa.
2303-2308 «CC»); 7) los socios en las sociedades civiles,
respecto de las partes sociales que quieran ceder sus otros
socios (a. 2706 «CC»), 8) los socios en las sociedades colectiva
comandita y de responsabilidad limitada respecto de las partes
sociales cuya cesión se autorice en favor de persona extraña a la
sociedad (aa. 33, 57 y 66 LGSM), y 9) en la sociedad anónima,
los accionistas, para suscribir las acciones que se emitan, en
caso de aumento de capital (a. 132 LGSM).

PREMEDITACIÓN
I. (Del latín praemeditatio-onis, una de las circunstancias que
agravan la responsabilidad criminal de los delincuentes.)
Circunstancia calificante del homicidio y las lesiones que el
«CP» hace consistir en perpetrarlos tras haber reflexionado
sobre el delito que se va a cometer («a.» 315).

II. Suele sostenerse que un pasaje, poco claro, de Platón (Las


leyes, libro IX) reclama mayor pena para el homicidio
premeditado que para el que es producto de la ira. También se
cita un texto de Citeron (Las leyes, libro VI), que reputa más
leve la muerte inferida por impulso subitáneo que la preparada y
meditada. Se está de acuerdo, sin embargo, en que el efecto
agravante de la premeditación en el homicidio se remonta
formalmente a los prácticos italianos. De ellos pasa a las
legislaciones europeas modernas. Lo consagran, entre otras, la
francesa, la italiana, la española y, hasta 1941, la alemana. No
se cumple en ellas, en general, la recomendación de Carrara de
que un buen código no ha de limitarse a indicar la agravante de
premeditación, sino que debe, además, definir lo que se
entiende por ella. Tampoco se cumple en el «CP», donde el
enunciado del «a.» 315 dista de dejar resuelto el problema
acerca de la esencia de la premeditación.

III. a) Tal problema, tan antiguo como el efecto agravante que a


la premeditación se acuerda en el homicidio y en las lesiones,
estriba en parte en la necesidad de tener, ante todo, como
nociones bien separadas la premeditación y el dolo. Cuan. do el
léxico caracteriza la acción de premeditar como la de ''pensar
reflexivamente una cosa antes de ejecutarla'', está más cerca del
dolo que cuando en seguida ofrece la acepción forense del
termino equivalente a proponerse'' de caso pensado (es decir, de
propósito o deliberadamente) perpetrar un delito, tomando al
efecto previas disposiciones'', frase esta última que la
legislación española abarca en el apelativo de ''conocida''
adosado a la premeditación, y que denota paladinamente algo
más que la mera resolución de delinquir, anterior, por supuesto,
en todo dolo, a la comisión misma del hecho.
b) ¿Qué es ese algo más en que ha de hallarse la esencia de la
premeditación? La determinación de esa esencia no debe
confundirse con la búsqueda del motivo del legislador para
acordar a la premeditación efecto agravante, por indiscutible
que sea el vínculo entre una y otro. Carrara, desde luego, no los
confunde, pues reconoce el motivo de la agravación en la
''mayor dificultad que tiene la víctima de defenderse contra un
enemigo que fríamente calculó la agresión'' y la esencia de la
calificante en el ánimo frío y tranquilo mantenido por el agente
en el intervalo entre la determinación y la acción. La tesis, pues,
de la disminuida defensa, que se ha querido hacer aparecer en
esta materia como un orden de pensamiento fundamentador
independiente, no hace a la esencia de la calificante sino al
motivo para tenerla por tal.
c) En cuanto primeramente al problema de la esencia, cabe
mencionar el llamado criterio cronológico, que la divisa en el
intervalo de tiempo más o menos prolongado entre la
determinación y la acción. Si se supone establecido el momento
de la determinación, punto inicial de ese intervalo, lo que ya en
si no es fácil, persiste la dificultad de convenir en la magnitud
de este, para lo cual los prácticos pensaron en el transcurso de
una noche o hicieron uso del reloj, sugiriendo límites mínimos y
máximos de horas, generalmente de seis a veinticuatro. Una
bula de Clemente VII (in supremo iustitiae solio) llego a fijarlo
en seis horas. Es manifiesto que en tal criterio no va envuelto
solo un factor cronológico. Él supone, más bien, que el
intervalo ha servido para adormecer el enojo, o, en general, la
pasión.
El tránsito desde esa suerte de presunción al llamado criterio
sicológico lo hace la escuela toscana (Carmignani, Carrara),
para lo cual la esencia de la premeditación, como ha quedado
dicho, es el ánimo frío y tranquilo (frigido pacatoque animo)
mantenido entre la resolución tomada y su actuación. ''El
homicidio premeditado es, pues, dise Carrara, el que fue
cometido en ejecución de la resolución de matar formada con
anterioridad y seriamente, aunque sin determinación de modo o
tiempo. Con la palabra seriamente paréceme, agrega, que se
expresa la condición del ánimo fríos.
Importa destacar que el criterio sicológico, al menos del modo
corno Carrara lo formula, se asienta, en primer lugar, en una
decisión delictiva ya adoptada, lo que lo lleva a probar la
invocación que al efecto hace Nicolini de un verso del Dante:
mentre fra il si ed il no il capo gli tenzona, ello es, mientras
contienden el sí y el no de delinquir en la mente (del actor), este
no premedita. Tal criterio, en seguida, presupone que la
decisión se adoptó seriamente y, sobre todo, que ella persistió
en el intervalo más o menos prolongado entre la resolución y la
ejecución. La seriedad de la determinación, por tanto, no
excluye que en el intervalo se vea el espíritu del autor bajo el
embate de las pasiones. Esta calma del alma, a que se referirá
más tarde Alimena, no liberará, pues, de la calificante de
premeditación al homicidio en que la pasión ha persistido
durante el intervalo de tiempo.
El criterio sicológico, grande como es el prestigio de Carrara,
no tiene hoy muchos seguidores. La frialdad de ánimo es más
un atributo de la personalidad sicofísica, se ha observado, que
del proceso volitivo, y no es necesariamente concomitante a la
premeditación, como ha quedado dicho.
d) Ello no debe llevar, sin embargo, a dotar al criterio
sicológico de contenidos ajenos a la idea de premeditación,
como cuando se cree vislumbrarla en la abyección, ruindad o
bajeza de los motivos. Que en otras legislaciones conformen
tales rasgos una calificación autónoma del homicidio y las
lesiones, sólo muestra que no siempre repugna a la ley
conceder, dentro de ciertos límites, efecto agravante a la
personalidad o carácter especialmente perverso. El tormento de
conciencia que pueda haber precedido a la resolución de un
homicidio piadoso no lo despojaría, pues, en principio, de su
condición de homicidio premeditado.
e) Queda todavía, en el plano sicológico, la consideración de la
reflexión. Esta encuentra raigambre más o menos remota,
conceptualmente hablando, en la voz latina praemeditari, que
conduce a la idea de un meditar previo, de una pre-meditación y
con ello, a los propios términos de la ley, que alude a lo causado
intencionalmente por el reo ''después de haber reflexionado
sobre el delito que se va a cometer'', Ello parecería equivaler a
una ''cuidadosa preparación del delito, que a menudo se indica
con el término de maquinación''.
En síntesis, para afirmar la premeditación debe haber mediado
un intervalo de tiempo entre la resolución reflexivamente
adoptada y la acción, durante el cual el agente ha de haber
persistido seriamente en el propósito delictivo.
En definitiva, pues, el derecho no aparece en este respecto
demasiado distante del léxico, ni contra lo que pudiera parecer a
algunos, el enunciado del «CP» demasiado distante del derecho.

PRENDA
I. (Del latín pignora plural de pignus-oris, en su sentido original
significa objeto que se da en garantía.) El «CC» la regula dentro
del libro cuarto ''de las obligaciones'', segunda parte ''de las
diversas especies de contratos''.
En sentido jurídico se puede distinguir entre derecho de prenda
y contrato de prenda, siendo aquél el derecho que el acreedor
obtiene como garantía sobre un determinado mueble ajeno y
éste la fuente o modo ordinario por el que se constituye aquel
derecho.
Se llamó prenda, nos dice el jurisconsulto Gayo en el libro 50
del Digesto, porque viene de puño, significando que las cosas
que se dan en prenda se entregan con la mano por lo que
también puede parecer que es verdad lo que algunos opinan,
que la prenda se constituye sobre cosa mueble.
Pues propiamente, dice Ulpiano, llamamos prenda lo que pasa
al acreedor; e hipoteca cuando no pasa ni aun la posesión, al
acreedor.
El derecho de prenda se constituye como una garantía al
acreedor, ya que si bien es cierto que a la luz del «a.» 2964
«CC» el deudor responde del cumplimiento de sus obligaciones
con todos sus bienes, puede suceder que suspenda el pago de
sus deudas civiles, liquidas y exigibles y que, en consecuencia,
entre en concurso: o bien que aun cuando tenga bienes
suficientes los oculte o enajeno simuladamente; en cobros caros
la garantía como derecho real concede preferencia en el pago y
persecución del objeto, de ahí que podamos concluir a la luz del
«a.» 2856 «CC» que ''la prenda es un derecho real constituido
sobre un bien mueble enajenable para garantizar el
cumplimiento de una obligación y su preferencia en el pago''.
II La prenda es un derecho real y por esa razón tiene los
caracteres de inmediatividad y absolutoriedad; es decir, la
relación entre el acreedor y la cosa dada en prenda es inmediata,
en el sentido de que no se requiere la intervención de otro sujeto
para destinar el bien dado en garantía a su función, y es
absoluto porque el acreedor tiene respecto del objeto una
preferencia y persecución del bien frente a todo el mundo.
Siendo la publicidad una característica de la constitución de
los derechos reales, la prenda, al igual que la hipoteca, exige
una publicidad que se cumple con la entrega material del objeto
al acreedor. La publicidad en la hipoteca consistirá en su
inscripción en el Registro Público de la Propiedad.
Dicha entrega puede ser real o jurídica, siendo la primera la
simple entrega material, en tanto que la jurídica la admite el
«CC» en el «a.» 2859 y consiste en el convenio que el acreedor
celebra de que la cosa quede en poder de un tercero o en el del
mismo deudor; pero es obvio que para que en este caso el
derecho real surta efectos en contra de terceros, la prenda debe
inscribirse en el Registro Público en la matricula relativa a
muebles.
Y aun cuando el objeto sea entregado al acreedor, esto no
significa que él pueda abusar de la cosa empeñada usándola,
pues si esto acaeciese, sin que existiera convenio que lo
facultase, se dise que el acreedor habrá abusado de la cosa
empeñada y en esta hipótesis el deudor puede exigir que la cosa
se deposite o que el acreedor dé fianza de restituirla en el estado
en que la recibió. Por esta razón cl «a.» 2876 «CC» impone
como obligaciones al acreedor la de conservar la cosa
empeñada como si fuera propia, respondiendo de los deterioros
y perjuicios que sufra por su culpa o negligencia, y la de
''restituir la prenda luego que estén pagados íntegramente la
deuda, sus intereses y los gastos de conservación de la cosa si se
han estipulado los primeros y hecho los segundos''.
De todo lo anterior se desprenden cuatro características del
contrato de prenda. Siendo la primera que es un contrato
accesorio, puesto que sirve de garantía a un adeudo principal
por lo que extinguida la obligación principal sea por pago, o por
cualquier otra causa legal, queda extinguido el. derecho de
prenda. La segunda es la especialidad, porque la prenda debe
recaer sobre bienes singulares si bien se extiende a todos los
derechos accesorios de la cosa y a todos los aumentos de ella y,
por esa razón, si se constituyese el derecho de prenda sobre
frutos pendiente de los bienes raíces, el que de esos frutos se
considerará como depositario de ellos, pues en principio los
frutos de la cosa empeñada pertenecen al deudor («aa.» 2857 y
2880 «CC»).
La tercera característica es la de determinabilidad, que
significa que la garantía se concede para determinados créditos,
pero se garantiza, además del crédito principal los intereses por
un tiempo determinado; por esa razón el Código exige que el
contrato de prenda deba constar por escrito y, en caso de que el
documento sea privado, se formen dos ejemplares, uno para
cada contratante, pues si no pudiese constar la certeza de la
fecha del contrato, el mismo no podría surtir efectos en contra
de terceros, pues el crédito sería indeterminado frente a los
terceros y es un principio de derecho que las obligaciones sean
determinadas o determinables.
Finalmente, la cuarta característica es la indivisibilidad, que
significa que el derecho se extiende sobre el bien en su totalidad
y cada una de sus partes para garantizar el completo crédito y
cada una de sus partes. Así lo dice el «a.» 2890 «CC» que
faculta alguna estipulación en contrario. Cuando el deudor esté
facultado para hacer pagos parciales y se hayan dado en prenda
varios objetos o uno que sea cómodamente divisible, ésta se irá
reduciendo parcialmente a los pagos hechos con tal de que los
derechos del acreedor estén bien garantizados.

III. La vinculación entre el derecho y la obligación que resultan


de la prenda dan lugar a dos consecuencias una primera a
beneficio del acreedor y la segunda a beneficio del deudor.
La constituida a beneficio del acreedor se conoce como
''perdida del beneficio del termino'', y consiste en que si la cosa
empeñada se pierde o se deteriora sin culpa del acreedor, puede
exigirse del deudor otra prenda o el pago de la deuda aun antes
del plazo convenido. El acreedor que fuese turbado en la
posesión de la prenda debe avisarlo al dueño para que la
defienda, más si el deudor no cumpliese con esta obligación,
será responsable de los daños y perjuicios, por lo que si perdida
la prenda del deudor ofreciere otra o alguna caución, queda al
arbitrio del acreedor aceptarla o rescindir el contrato.
Llamamos caución a la prenda irregular en la que el derecho
de garantía tiene por objeto una cosa fungible, generalmente
una suma de dinero.
El otro beneficio decíamos se establece a favor del deudor y
consiste en la prohibición del pacto comisorio. Es decir que en
caso de incumplimiento del deudor el acreedor no puede
quedarse con el bien dado en garantía por su propia autoridad,
solo podrá pedir que el juez decrete la venta en pública
almoneda de la cosa empeñada previa citación del deudor o del
que hubiere constituido la prenda.
En caso de adjudicación al acreedor porque no se haya podido
vender el bien ésta se hará por las dos terceras partes de la
postura legal. El ordenamiento civil permite que acreedor y
deudor pacten tanto la venta extrajudicial como la adjudicación
de la cosa al precio que ésta tenga precisamente al vencimiento
del contrato («aa.» 2881-2884 «CC»).
La prenda sobre créditos debe hacerse conforme a las reglas de
la cesión de créditos y si se ha dado como prenda un título de
crédito que legalmente debe constar en el Registro Público, éste
no surtirá efectos contra terceros, sino desde el momento de su
inscripción en el registro. La cesión de créditos exige a la luz
del «a.» 2034 «CC» que su fecha se tenga por cierta, por ello la
cesión tiene que hacerse en documentos escritos exigiéndose
además, que se notifique su constitución al deudor del crédito
dado en prenda o bien que ésta sea aceptada por medio de
escritura con fecha cierta.

PRESUNCIÓN
I. (Del latín praesumtio acción y efecto de presumir, sospechar,
conjeturar, juzgar por inducción.) El «a.» 379 «CPC» define
este concepto como ''la consecuencia que la ley o el juzgador
deducen de un hecho conocido para indagar la existencia o
necesidad de otro desconocido''. En el primer caso estamos
frente a la presunción legal que puede ser explícita cuando está
formulada expresamente por la ley, o implícita cuando se infiere
directa o indirectamente del propio texto normativo («a.» 380
«CPC»); en el segundo caso estamos frente a la presunción
humana.
Las presunciones legales se dividen en: presunciones absolutas
o juris et de jure y presunciones relativas o juris tantum, las
primeras no admiten prueba en contrario («a.» 382 «CPC»), y
las segundas si, al igual que las presunciones humanas («a.» 383
«CPC»).

II. Doctrinalmente se discute si las presunciones son verdaderos


medios de prueba, pudiéndose agrupar bajo cinco rubros las
diferentes tesis que se han expresado al respecto:
a) Aquellas tesis que sostienen que la presunción es
únicamente un sustituto de una prueba que tiene lugar
solamente en los casos previstos por la ley o que ésta permite
que el juez decida recurriendo a ella.
b) Aquellas posturas que sostienen que es un instrumento
judicial que permite ubicar el hecho controvertido a través de
inducciones y deducciones de otros hechos probados y se
diferencia de las pruebas que permiten aclarar y establecer el
hecho controvertido precisamente con medios de
convencimiento aplicables a ese hecho.
c) Aquellas tesis que afirman que la presunción sí es un medio
probatorio que se diferencia de otros en que es una
consecuencia que se extrae de un hecho determinado y que
produce únicamente una probabilidad, en cambio la prueba
produce la certeza.
d) Aquellas que afirman que la diferencia entre la prueba y la
presunción está en que aquella se sustenta en la declaración
escrita y oral de un hombre, mientras que la segunda se sustenta
en un hecho distinto a dicha declaración.
e) Aquellas que sostienen que no son verdaderos medios de
prueba sino un instrumento que el legislador emplea para
señalar a quien debe corresponder la carga de la prueba.
Becerra Bautista considera que las presunciones jures et de
jure, no son sino formas legislativas cuyo objeto es crear un tipo
específico de nulidad o de privar del derecho de acción a
aquellos que se encuentran en los supuestos normativos. Las
presunciones juris tantum, son limitaciones a la carga de la
prueba en virtud de que sólo deberán demostrar el hecho en que
se fundan y no las posibles consecuencias o inducciones que de
el se deriven («a.» 381 «CPC»), por lo tanto tampoco son
medios probatorios, como tampoco lo son las presunciones
humanas, ya que no producen el convencimiento: son el
convencimiento mismo,.
Carnelutti, por su parte, sostiene que las presunciones no son
medios probatorios, ya que en ocasiones se producen aun en
contra de la voluntad del agente; no tienen una verdadera
función representativa, toda su eficacia se sustenta en la
inferencia que se obtiene del derecho que constituye la propia
presunción; son simples consecuencias que el juzgador deduce
de un hecho conocido para llegar a un hecho desconocido. Sin
embargo, afirma: ''nada impide llamar medio de prueba a la
actividad del juez, porque ella es precisamente un medio sin el
cual el conocimiento no podría lograrse; y nada impide
igualmente llamar medio de prueba al hecho, sin el cual la
actividad del juez resultaría estéril; pero la exigencia del
sistema prohibe poner en el concepto y en el vocablo dos
órdenes de medios, que son profundamente distintos, como el
medio personal o subjetivo y el medio real u objetivo''.

III. En México las presunciones legales hacen prueba plena


(«a.» 421 «CPC»); pata que la presunción de cosa juzgada tenga
efectos en otro juicio es menester que exista identidad de la
cosa, las causas, las personas de los litigantes o sus
causahabientes y en la calidad con que lo fueron, entre el juicio
en el que ha recaído la sentencia y aquel en que esta se invoca,
excepto en las cuestiones relativas al estado civil de las
personas y a las de validez o nulidad de las disposiciones
testamentarias en cuyos casos la presunción de cosa juzgada es
valida contra terceros («a.» 422 «CPC»); en los demás casos la
valoración de la presunción está sujeta a la relación causal, o
enlace preciso más o menos necesario entre el hecho en que se
funda la presunción y la deducción o inferencia que de él se
haga («a.» 423 «CPC»).
Son presunciones juris et de jure, entre otras, la establecida por
el «a.» 169 de la «LQ» que establece que se presumen
realizados en fraude de acreedores, sin que se admita prueba en
contrario y son, por tanto, eficaces frente a la masa los actos que
en este precepto se enuncian; las establecidas en los aa, 1323 y
1324 «CC» relativas a la incapacidad para heredar de
determinadas personas por presunción de influjo contrario a la
libertad para testar; y la presunción de cosa juzgada.
Entre las presunciones juris tantum están la presunción
muciana («a.» 163 LQ); la presunción de validez del
matrimonio («a.» 253 «CC»); las presunciones derivadas de la
posesión (aa, 801 y 802 «CC»).

PREVARICACIÓN
I. (Del latín praevaricatio-onis). El vocablo tiene una gran
amplitud y las subsiguientes vaguedad y ambigüedad
lingüística, lo que es tanto como decir que se presta a
considerable cantidad de errores y confusiones. Ello obliga al
jurista a un sobretrabajo, a la par sintético y analítico.
En una acepción amplia, prevaricar puede ser equiparado al
delinquir de los funcionarios, mejor, de los servidores públicos,
cuando dictan o proponen una sabiendas, o por inexcusable
ignorancia, una resolución de manifiesta injusticia
consecuentemente, el prevaricato sería la acción de cualquier
funcionario o servidor público que falte a los deberes
dimanantes de su cargo.
Llegando a la máxima extensibilidad posible del prevaricar,
mas allá de la cual nos encontramos fuera de toda proporción
nacional en el uso de la expresión, seria aplicable a cualquiera
(sea b no servidor público) que cometa alguna falta en el
desempeño de sus obligaciones.
Pero la acepción mas adecuada, más precisa, aludirá al
servidor público que realice determinadas conductas
atentatorias contra la administración de justicia.
II. En conexión con lo que se lleva expuesto, la determinación
del bien o de los bienes jurídicos protegidos resulta de
necesidad insoslayable para establecer -con nitidez- el perfil de
la algún en estudio. En sentido amplio este bien sería la
administración pública. Sin embargo, el análisis: requiere de
mayor concisión determinativa.
Tanto si reparamos en el contenido de los «aa.» 225, 226, 227,
231 232 y 233 del «CP» como si lo hacemos en relación; a la
actual relación del «a.» 225, publicada en el «DO» del 13 de
enero te 1984, se impone un criterio de análisis mas específico.
Si tomamos en cuenta, y así debe de hacerse, los distintos tipos
descritos en las normaciones citadas, aparece nítidamente que
dentro del concepto genérico de delitos contra la administración
pública, la prevaricación hace referencia los perpetrados contra
la administración de justicia: por tanto, si decantamos en
profundidad especificante la extensión de la tutela, estamos
obligados a una mayor concentración.
Entendemos que los bienes singularmente protegidos son la
rectitud, la legalidad y la honestidad en el cumplimiento de los
actos en que consiste la actividad de administrar justicia, ya
sean estos cumplidos por los órganos concretamente habilitados
para pronunciaría, ya sea por los auxiliares de ella, que
contribuyen a la formación de los actos procesales en que la
actividad decisoria se sustenta.
Puede decirse, sin incurrir en impropiedad, que el prevaricato
lleva ínsita la ofensa a los intereses públicos de la
administración, y que su esfera de perpetración posible no
queda reducida a los juzgadores resolutivos sino que se extiende
.prácticamente a ;a totalidad de los intervinientes en alguna
medida en las tareas de administración de justicia, y ello es así,
porque todos pueden contribuir, en mayor o menor grado, a
desviar y a entorpecer la labor jurisdiccional, auténtica razón de
ser de los diversos tipos agrupados en la prevaricación.

III. La figura jurídico-penal de la prevaricación se conforma


como uno de los delitos más vituperables, y' lo 'es-en electo-
por que justamente su causa de incriminación decide de manera
primor dial, en la necesidad de asegurar la recta y leal
administración de justicia, compendio y síntesis de los bienes
que el legislador trata de garantizar con la punibilidad de las
conductas por él descritas.
Si nos fijamos atentamente en la redacción del «a.» 225, y
establecemos una conexión normativa con los restantes «aa.»
del «tít.» decimoprimero del libro segundo del «CP»,
llegaremos a la conclusión de la preeminencia del aspecto
subjetivo en la prevaricación.
Resulta necesaria la conciencia e intención deliberada de faltar
a la justicia, debiendo' exteriorizar tal conciencia por actos y no
bastando el simple error interpretativo o de aplicación de la ley.
En definitiva ha de tratarse de una injusticia que no'' pueda
exculparse mediante una interpretación razonable de la ley, que
-precisamente por ello- resulta dará y evidentemente violada.
Siguiendo en esta línea de análisis del elemento subjetivo del
injusto, conviene señalar que la apreciación objetiva de la
resolución tildada de delictiva no satisface a nadie, ya que el
prevaricato no consiste en que una resolución Sea contraria a la
ley o en que el juzgador aplique equivocadamente el derecho
puesto que, si así fuera, toda sentencia revocada debería dar
lugar a un procesamiento por prevaricación.
El prevaricato se dará, y sólo se dará, cuando el juez traicione
su conciencia, cuando este consciente de que la resolución
dictada es injusta, cuando viole la ley son conocimiento pleno
de que lo hace, cuando la determinación adoptada sea
maliciosa, de manifiesta una mala fe, en fin, cuando el juzgador
tenga la convicción absoluta de la injusticia que comete.
De lo anterior se infiere que la negligencia y el descuido no
son suficientes, así como que el error y la ignorancia del
derecho excluyen el prevaricato. No cabe una prevaricación
objetiva o inadvertida por el juez. Para imputar un hecho como
prevaricato, no basta mostrar la incorrección jurídica de una
sentencia: será preciso mostrar la incorrección moral del juez.
Claro está que la prevaricación, en cuanto a la posibilidad de
su actividad comisiva, no queda circunscrita a la calidad
específica de los jueces y juzgadores en general, sino que se
extiende A los servidores públicos con la concreta referencia
ocasional, típica, de producirse en actuaciones directamente
conectadas con la administración de justicia,.
A este respecto, en la exposición de motivos que sostiene la
nueva redacción del «a.» 225 del «CP», se dice que pretende
satisfacer la necesidad de conferir certeza al régimen punitivo
aplicable en este punto.
En su parte relativa, textualmente dice: En la elaboración de
este precepto se han tomado en cuenta, para que sea suficiente y
para no incurrir en repeticiones o simples modalidades de otros
ilícitos de servidores públicos! tanto las normas contenidas en el
citado título décimo, como aquellas otras, aplicables al asunto
de que se trata, que aparecían en el «CP» de 1929, en el texto,
original del «CP» de 1931 y en el artículo 18 ,de la Ley de
Responsabilidades de 1939.
Es conveniente hacer especial referencia, en cuanto se trata de
sancionar desviaciones injustificables que lesionan la dignidad
de las personas o corrompen el buen despacho de actividades
conectadas con la administración de justicia, a las figuras
penales referentes al cobro de cuotas a detenidos a cambio de
bienes o servicios que el Estado les brinda gratuitamente, y a la
excarcelación de presos al margen de los casos previstos en la
ley. La prevaricación se presta a cierta confusión dogmático-
penal con algunas otras figuras típicas, como con el cohecho (a
2 22 «CP») . y con el abuso de. autoridad («a.» 215 del mismo
ordenamiento).
Sin embargo, pese a las apariencias, son perfectamente
diferenciables. En el cohecho (no necesaria, ni exclusivamente
judicial), porque la razón del actuar ilícito del servidor público
dimana de un evidente afán de lucro, mientras que son
sustancialmente distintas las motivaciones operantes en el delito
de prevaricato,.
En cuanto al abuso de autoridad, no pueden negarse
similitudes, pero tampoco cabe de estimar, sin más, diferencias
bien connotadas que resultan de la simple comparación de las
respectivas tipicidades, sobre todo en función de los bienes
jurídicamente tutelados, elemento esencial en todo análisis
correcto de un tipo o de unos tipos jurídico-penales.
De acuerdo con las últimas corrientes doctrinales, no seria
descabellado ubicar a la prevaricación dentro de lo que se ha
dado en denomina delitos especiales propios'', y esto es así,
porque-en ellos- solo se prevén como autores posibles de los
mismos a un grupo, mas o menos amplio de personas muy
especialmente caracterizadas, en nuestro. caso, por servidores
Públicos.
Finalmente cabe añadir, a guisa de evitar confusiones de
nomenclatura (tan importantes en la ciencia jurídica moderna),
que la expresión prevaricación no es utilizada en la legislación
penal mexicana pero, como con sumo acierto señala Jiménez
Huerta, la reconstrucción dogmática de sus preceptos permite
concluir que el concepto gramatical y penalístico del término
abarca tanto la significación amplia ,como la escrita y
primordial, a las que se ha venido haciendo alusión en los
renglones anteriores.

PRINCIPIO DE DEFINITIVIDAD
I. Este término se utiliza fundamentalmente en el juicio de
amparo y en derecho procesal administrativo.
En el juicio de amparo e habla de principio de definitividad
como un requisito de procedibilidad de la pretensión, según el
cual, para impugnar un acto de autoridad por vía de amparo
deben de agotarse previamente todos los recursos ordinarios que
la ley que regula el acto reclamado, prevé.
Este requisito; de procedibilidad de la pretensión de amparo
este contemplado por el «a.» 107 de la C, «frs.» III y IV, la
primera referente actos jurisdiccionales y la segunda a actos
administrativos.
II Téngase en cuenta que los recursos que hay que agotar
previamente deben ser ordinarios, en consecuencia no es
obligatorio intentar los extraordinarios Y mucho menos los
excepcionales.
Igualmente, cuando la ley del acto re clamado exige mayores
requisitos que la «LA» para concederse la suspensión, caso de
existir un recurso ordinario, no habrá necesidad de intentarse el
mismo antes de promover el amparo, sino que se podrá ir
directamente al juicio constitucional.

III. Como excepciones al principio de definitividad tenemos a)


en el amparo de la libertad a que se refiere el «a.» 17 de la
«LA», b) contra el auto de formal prisión, siempre y cuando se
haya apelado y no se desistió de ella: c) por violación a los
«aa.» 16, 19 y 20 de la C, d) cuando el quejoso es extraño il
juicio cuya sentencia se impugna en amparo; e) cuando el
recurso administrativo es potestativo f) cuando se impugna, una
ley por in. constitucionalidad junto con un acto de aplicación de
la misma, y g) cuando el acto reclamado no tenga fundamento
legal.

IV. Como es lógico, siendo el principio de la definitividad del


acto reclamado un requisito de procedibilidad, cuando el mismo
principio no es respetado, hará improcedente la pretensión de
amparo, de acuerdo con el «a.» 73 de la «LA», y su efecto será
el sobreseimiento del julio.

V. Paralelamente, en derecho procesal administrativo, y


entiende por principio de definitividad el que una resolución
para ser impugnada debe haber causado estado.

PRINCIPIO DE LA CAPACIDAD
CONTRIBUTIVA
I. El principio de la capacidad contributiva es el enfoque al
problema de la equidad en la estructura impositiva conforme al
cual la distribución de la carga fiscal debe hacerse de acuerdo
con la habilidad para pagar de cada contribuyente entendiendo
por ésta el bienestar económico o nivel de vida de cada
causante. Es la regla adoptada por la mayoría de las
legislaciones modernas.

II. Generalmente es aceptado que, independientemente de los


beneficios que reciban del gasto de los fondos públicos, los
económicamente fuertes, los que disfrutan de un nivel de vida
elevado, están obligados a contribuir con una porción mayor de
su ingreso a satisfacer los gastos públicos, y que a medida que
descienda el nivel económico, los causantes contribuyen con
una porción cada vez menor de sus recursos; a la vez que los
iguales se someten a un trato semejante, lo que requiere que las
personas con la misma capacidad contributiva -la misma
cantidad de la base seleccionada para medir dicha habilidad-
deben pagar la misma suma de impuestos.
La justificación de este principio radica en el hecho de que
está de acuerdo con el consenso de actitud hacia el equilibrio en
la distribución del ingreso y la riqueza y en la carga fiscal. El
concepto de equidad implica un juicio de valor, y la evaluación
de la estructura fiscal puede hacerse sólo en ' términos de t su
relativa conformidad con el consenso de pensamiento de una
sociedad particular. La equidad exige que la estructura fiscal
reduzca la desigualdad del ingreso Para lograr esto las personas
con la misma capacidad económica pagan la misma cantidad de
impuesto, y las que tienen mayor habilidad pagan más que los
que tienen menos recursos, De este modo la estructura
impositiva produce por sí misma el efecto de atenuar la
desigualdad en la distribución del ingreso y la riqueza,
tendencia que los gastos gubernamentales aminoran o acentúan.

III. Se reconoce que este principio viola la regla de la


neutralidad impositiva y puede tener algunos efectos adversos
sobre los incentivos del desarrollo, porque grasa más a quienes
más trabajan y más éxito tienen en sus negocios. Se le critica
además como incompatible con la institución de la propiedad
privada.
desde el punto de vista de la administración del impuesto, un
sistema fiscal as; estructurado tiene la ventaja P de ser
funcional, porque existen varias medidas de la capacidad
contributiva o bienestar económico, que son el ingreso, la
riqueza' personal y el consumo -sea de algunos bienes en
particular o total-; y de preferencia una aleación de ellas, pues el
bienestar depende tanto del ingreso las percepciones originadas
de la actividad del contribuyente-, como: de la cantidad de
bienes durables y de consumo adquiridos, y del aumento neto
en los ahorros que solo en la medida en la que están colocados
en inversiones se refleja en el ingreso.
Combinados los tres factores, ajustan la estructura fiscal más
cerca de la realidad en términos del bienestar económico. De
entre ellos el papel principal lo desempe0a el ingreso, que
proporciona los medios para cubrir los tributos, es mas
fácilmente identificable y en mayor extensión determina el nivel
de vida, porque se da el caso de personas, especialmente las
jubiladas, quienes cuentan con riqueza consistente en una casa
habitación; pero con exiguos ingresos, lo que . determina baja
capacidad de pago.
Desde el punto de vista de la medida del nivel económico el
papel más débil es el del consumo -aunque hay quien opina que
sólo del consumo depende el bienestar- porque en gran parte
queda a voluntad del contribuyente gastar o no. Además, con la
forma tradicional de impuestos al consumo es difícil hacerlos
progresivos y aun impedir que sean regresivos. Las tasas
diferenciales para artículos de lujo permiten una cierta
progresividad solo en el caso de que efectivamente sean
adquiridos exclusivamente por personas de alta capacidad
económica. Se emplean porque su administración es
relativamente sencilla, lo mismo que para no desanimar la
actividad económica a través de un apoyo excesivo en el
ingreso y en el ahorro.

PRINCIPIO DE LA PERSONALIDAD
I. Por el principio de la territorialidad, que es directa derivación
de la soberanía, el Estado mexicano castiga conforme a su
propio :derecho todos los delitos cometidos dentro de su
territorio. independientemente de quiénes sean sus autores y los
ofendidos por ellos («CP» «a.» 1º). Esto. por una parte, guarda
consonancia con el principio de determinación legal, y resuelve
anticipadamente, por otra, el eventual conflicto con otros
derechos nacionales.

II. La ley penal, empero, reclama en casos excepcionales


aplicación extraterritorial, es decir, rige también hechos
cometidos fuera de su territorio. Estos casos encuentran
fundamento en determinados principios. De entre ellos, los más
importantes son el principio de la personalidad o nacionalidad,
el principio real o de defensa y el principio de universalidad o
de administración de justicia mundial, Subordinados a ellos y al
de territorialidad existen otros (derecho de bandera derecho de
inmunidad, principio de justicia por representación y principio
de. domicilio).

III. En sentido amplísimo, el principio de la personalidad, o de


la nacionalidad como también se le ha denominado,
condicionaría la aplicación de la ley penal patria a la
nacionalidad del delincuente o a la circunstancia de que el
objeto jurídico del delito tuviera por titular al propio Estado o a
los conciudadanos de aquél. El principio de territorialidad, sin
embargos es el primero en salir vigorosamente al paso, de
semejante concepción, imponiéndose sobre la nacionalidad del
delincuente o de la de los intereses afectados para estatuir la
prevalencia de la ley patria respecto de los hechos delictuosos
perpetrados dentro del territorio, con independencia de la
nacionalidad del agente o de la del objeto jurídico violado. El
principio real o de defensa, en seguida, como se dice al tratar de
aquella voz, adscribe a su concepto, y como una subespecie
suya, el de la nacionalidad pasiva, esto es, el de la nacionalidad
de los intereses ofendidos por el hecho. Esta doble restricción
deja referido el principio de que se trata a la nacionalidad de
quien comete el hecho y no a la de quien lo sufre, y a la
circunstancia de perpetrarse el hecho fuera del territorio y no
dentro de él. De esta manera el principio de la nacionalidad
reducido al de la nacionalidad activa, aparece como regulador
de la aplicación extraterritorial de la ley penal patria, Puede,
pues, formulársele como el de aplicabilidad de la ley penal de
un Estado al ciudadano que delinque en el extranjero, sea quien
fuere el titular del bien jurídico afectado. Concede este principio
Importancia preeminente al elemento personal sobre el material,
es decir, sobre el territorio.

IV. El «CP» da acogida limitada al principio de la nacionalidad


o personalidad, disponiendo que los delitos cometidos en
territorio extranjero por un mexicano, sea contra mexicanos o
contra extranjeros, serán penados en la República conforme a
las leyes federales si en ellas se encuentra el acusado sin haber
sido definitivamente juzgado en el país en que delinquió, por
una infracción que es delictuosa tanto en la República como en
el país del delito («CP» «a.» 49).

V. Se tiene por derivación o proyección del principio de la


personalidad el de inmunidad diplomática, que no aparece
expresamente referido en el «CP», pero que se haya establecido
y regulado, en todo caso, por el derecho internacional.

PRINCIPIO DE LA PERSONALIDAD
I. Por el principio de la territorialidad, que es directa derivación
de la soberanía, el Estado mexicano castiga conforme a su
propio :derecho todos los delitos cometidos dentro de su
territorio. independientemente de quiénes sean sus autores y los
ofendidos por ellos («CP» «a.» 1º). Esto. por una parte, guarda
consonancia con el principio de determinación legal, y resuelve
anticipadamente, por otra, el eventual conflicto con otros
derechos nacionales.

II. La ley penal, empero, reclama en casos excepcionales


aplicación extraterritorial, es decir, rige también hechos
cometidos fuera de su territorio. Estos casos encuentran
fundamento en determinados principios. De entre ellos, los más
importantes son el principio de la personalidad o nacionalidad,
el principio real o de defensa y el principio de universalidad o
de administración de justicia mundial, Subordinados a ellos y al
de territorialidad existen otros (derecho de bandera derecho de
inmunidad, principio de justicia por representación y principio
de. domicilio).

III. En sentido amplísimo, el principio de la personalidad, o de


la nacionalidad como también se le ha denominado,
condicionaría la aplicación de la ley penal patria a la
nacionalidad del delincuente o a la circunstancia de que el
objeto jurídico del delito tuviera por titular al propio Estado o a
los conciudadanos de aquél. El principio de territorialidad, sin
embargos es el primero en salir vigorosamente al paso, de
semejante concepción, imponiéndose sobre la nacionalidad del
delincuente o de la de los intereses afectados para estatuir la
prevalencia de la ley patria respecto de los hechos delictuosos
perpetrados dentro del territorio, con independencia de la
nacionalidad del agente o de la del objeto jurídico violado. El
principio real o de defensa, en seguida, como se dice al tratar de
aquella voz, adscribe a su concepto, y como una subespecie
suya, el de la nacionalidad pasiva, esto es, el de la nacionalidad
de los intereses ofendidos por el hecho. Esta doble restricción
deja referido el principio de que se trata a la nacionalidad de
quien comete el hecho y no a la de quien lo sufre, y a la
circunstancia de perpetrarse el hecho fuera del territorio y no
dentro de él. De esta manera el principio de la nacionalidad
reducido al de la nacionalidad activa, aparece como regulador
de la aplicación extraterritorial de la ley penal patria, Puede,
pues, formulársele como el de aplicabilidad de la ley penal de
un Estado al ciudadano que delinque en el extranjero, sea quien
fuere el titular del bien jurídico afectado. Concede este principio
Importancia preeminente al elemento personal sobre el material,
es decir, sobre el territorio.

IV. El «CP» da acogida limitada al principio de la nacionalidad


o personalidad, disponiendo que los delitos cometidos en
territorio extranjero por un mexicano, sea contra mexicanos o
contra extranjeros, serán penados en la República conforme a
las leyes federales si en ellas se encuentra el acusado sin haber
sido definitivamente juzgado en el país en que delinquió, por
una infracción que es delictuosa tanto en la República como en
el país del delito («CP» «a.» 49).

V. Se tiene por derivación o proyección del principio de la


personalidad el de inmunidad diplomática, que no aparece
expresamente referido en el «CP», pero que se haya establecido
y regulado, en todo caso, por el derecho internacional.

PRINCIPIO DE PROPORCIONALIDAD
I. En un aspecto general es la relación de conformidad que
existe entre el todo y cada una de sus partes o de cosas
relacionadas entre si. En el derecho tributario, este principio
exige que la carga impositiva derivada de los gastos públicos se
ajuste a la capacidad contributiva de los sujetos obligados.
Descansa en la noción de justicia impositiva, pues lo deseado
es que el aporte no resulte desmesurado en relación con la
riqueza del sujeto. Este principio coincide con el de capacidad
de pago, la que, generalmente, ha sido medida en base a las
rentas y a la riqueza. II. Este concepto de proporcionalidad se
encuentra contemplado en d «a.» 31 «fr.» IV de la C de 1917, al
expresar que: ''Son obligaciones de los mexicanos... IV.
Contribuir a los gastos públicos, así de la Federación como del
Estado y Municipio en que residan, de la manera proporcional y
equitativa que dispongan las leyes.
Su antecedente son las ideas de Adam Smith en el sentido de
que; los súbditos de cada Estado deben contribuir al
sostenimiento del gobierno en una proporción lo mas cercana
posible a sus respectivas capacidades; es decir, en proporción a
los ingresos de que gozan bajo la protección del Estado. De la
observancia o menosprecio''; de esta máxima, depende lo que se
llama la equidad o falta de equidad de los impuestos''. Este
principio fue recogido por la Declaración de los Derechos del
hombre y del Ciudadano de la Revolución Francesa de 1789
cuyo numeral 13 disponía que: ''para el mantenimiento de la
fuerza pública y para los gastos de la administración, es
indispensable una contribución común, que debe ser igualmente
repartida entre todos los ciudadanos en razón de sus facultades.
Esta idea fue acogida en los «aa.» 8º, 339 y 340 de la C de
Cádiz de 1812.
En el México independiente aparece por primera vez en el
Reglamento Provisional Político del Imperio Mexicano, suscrito
el 18 de diciembre de 1822, el cual en su «a.» 15 señalaba como
obligación de los habitantes del imperio, la de contribuir ''eh
razón de sus proporciones...''.
La redacción del «a.» 31 de la C de 1857 en su «fr.» III es
igual al texto de la «fr.» IV del vigente «a.» 31 de la C.
En la actualidad, este principio de la proporcionalidad ha dado
origen al de progresividad en los impuestos, en función del cual
se grava más a quien mas tiene percibe.

PRINCIPIO DE UNIVERSALIDAD
I. Este principio tenido por regulador de la aplicación
extraterritorial de la ley penal junto al principio de la
personalidad y al principio real o de defensa, se conoce también
como principio - de la administración de la justicia mundial, Ea
su virtud, el Estado sujetó a su ley penal hechos que atentan
contra los intereses de todos los Estados, independientemente
de quienes los cometan, contra quienes lo cometen y donde sean
cometidos. Como ningún otro, el principio de la universalidad o
de la justicia mundial representa un sistema de
extraterritorialidad absoluta de las leyes penales. Puesto que
para el delito es ubicuo, también deben serlo la ley y la
represión. En todas partes, por lo tanto, debe enfrentarse el
delincuente al juez y a la pena, sin que quepa distinguir
nacionalidades ni territorios.

II. Importa recalcar que la vigencia efectiva de tal principio


queda condicionada a que el Estado aprehenda al delincuente.
Por otra parte, su ilimitada amplitud se va viendo restringida en
el proceso de su eventual concretación legislativa a ciertas
infracciones y no a todas. Tales in fracciones son los que se
estiman atentatorias del interés superior y general de la
humanidad, entre las que cabe mencionar la esclavitud, el
tráfico de esclavos, la trata de mujeres y niños, el tráfico ilícito
de narcóticos, la piratería aérea, el terrorismo internacional y el
secuestro de personas internacionalmente protegidas.
Infracciones como las señaladas presentan ciertas características
comunes: I) la conducta indiscriminada es individual, aunque
susceptible de cometerse por pequeños grupos; 2) su móvil es
pecuniario, pero privado; 3) causa perjuicio a personas o a
intereses privados; 4) envuelve más de un territorio en su
planeación y perpetración; 5) los intereses que afecta son
materia de preocupación para todos los Estados o para un
numero muy considerable de ellos; ó) para prevenirla
controlarla y suprimirla es indispensable la cooperación
interestatal, y 7)la conducta en cuestión es. por regla muy
general, un delito conforme al derecho penal interno.

III. Respecto de tales infracciones y sus indicadas


características es dable reconocer un desarrollo internacional
que, partiendo de que. ellas constituyen delito para el
ordenamiento jurídico interno conduce a instrumentos
internacionales conforme a los que las dichas infracciones
generan una jurisdicción universal para su persecución,
obligando los Estados a dictar leyes internas para ese efecto o
para conceder, cuando sea el caso, la extradición. Es en esos
tratados donde debe buscarse la vigencia del principio de
universalidad respecto de la ley penal de los Estados que los
han suscrito.

PRINCIPIO DEL BENEFICIO


I. En términos generales se puede considerar como el provecho
que indirectamente recibe el contribuyente por el destino que el
Estado da a la recaudación.

II. De acuerdo a este principio las obligaciones fiscales deben


basarse en los beneficios recibidos del disfrute de los servicios
públicos. Cabe precisar que dentro de los servicios públicos
existen dos clases de finalidades como la señala Alessi primera,
los dirigidos a procurar una utilidad genérica a los ciudadanos
uti universi, sin posibilidad de distinguir la cantidad de utilidad
que cada ciudadano obtiene, y, segunda, los que comprenden las
actividades encaminadas a procurar utilidades especificar a
determinados ciudadanos que se sirven del servicio ofrecido por
la administración Se trata pues de actividades que se convierten
en un beneficio disfrutado por los ciudadanos uti singuli.
Ahora bien, de acuerdo a este principio, los impuestos deben
distribuirse sobre una base de beneficio marginal (diferencia
entre el costo y el beneficio que produce un servicio público), lo
que solo se puede concebir teóricamente en el supuesto de un
sistema impositivo ideal en el que no se persiga la
redistribución del ingreso.
Sin embargo, existe una aplicación importante del principio
del beneficio fiscal que puede caber en' cuanto a ciertos
aspectos de la estructura impositiva, pues como lo considera
Griziotti, el principio del beneficio tiene en cuenta los
provechos particulares de que goza una obra pública, como un
puente, un puerto, una calle, un mercado o una plaza: pero hay
determinadas categorías de individuos que teniendo sus casas,
sus terrenos, su industria o comercio en el área de influencia de
las nuevas obras, quienes reciben una utilidad particular por el
gasto que el Estado ha soportado por la ejecución de dichas
obras. Entonces el legislador estima que es justo exigir un
tributo, como las contribuciones de mejoras, a aquellos que han
obtenido un beneficio especial pondrá la obra publica en
cuestión.

II. El principio de que se trata, también se encuentra en las


contribuciones parafiscales que perciben algunos entes públicos
de interés social, como lo son en el caso de México, las cuotas
obrero patronales a favor del Instituto Mexicano del Seguro
Social, las aportaciones al Instituto del Fondo Nacional para la
Vivienda de los Trabajadores y las cuotas enteradas por los
trabajadores al servicio del Estado al Instituto de Seguridad y
Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado.
Sobre el particular la «SCJ» ha sustentado el siguiente
precedente: ''Contribuciones especiales. Principio de beneficio
que las informa. Una de las notas distintivas de la contribución
especial como la que es materia de examen, consiste en que los
sujetos pasivos de la relación tributaria son individuos que, por
ser propietarios o poseedores de predios ubicados frente a las
instalaciones que constituyen la obra pública, obtienen un
beneficio económico traducido en el incremento del valor de
sus bienes; y así obtienen una ventaja que el resto de la
comunidad no alcanza. Esto es lo que la doctrina jurídica ha
calificado como 'principio de beneficio', consistente en hacer
pagar a aquellas personas que, aunque no reciben un provecho
individualizado hacia ellos en cambio se favorecen
directamente por un servicio de carácter general'' (S]F, séptima
época, «vol.» 55, primera parte).
PRINCIPIO REAL O DE DEFENSA
I. El principio real o de defensa torna punibles ciertas acciones
gravemente contrarias a los intereses fundamentales del Estado
cometidas fuera de su territorio por quien quiera.

II. Puesto que el principio real debe entenderse como excepción


a la regla básica de la territorialidad, ha de enunciarse
legislativamente de modo restringido, preciso y detallado, como
hacen algunos códigos modernos. Una regulación de esa clase
no existe en el «CP». No es tal regulación lo dispuesto por la
«fr.» I del «a.» 2º, que hace aplicable el Código ''por los delitos
que se inicien, preparen o cometan en el extranjero, cuando
produzcan o se pretenda tengan efectos en el territorio de la
República''. Esa norma no es consagratoria del principio real.
sino, al parecer, reguladora del, lugar del hecho. los efectos a
que se refiere podrán ser, en verdad, incontables si no se
entendiesen como el resultado del delito, sea que éste se
produzca (delito consumado) o que se lo pretenda sin llegar a
alcanzarlo (tentativa).
Presciendiendo, pues, de esa regla, acertada o no, cabria,
acaso, ver el reconocimiento del principio real, primeramente,
en la regla del «a.» 2º «fr.» II del «CP», en cuanto tiene por
punibles conforme la ese Código los delitos cometidos en los
consulados mexicanos o en contra de su personal, cuando no
hubieren sido juzgados en el país en que se cometieron, y, en
seguida, en la del «a.» 4º, en cuanto castiga de acuerdo con las
leyes federales mexicanas los delitos cometidos en el territorio
extranjero por. un, mexicano contra mexicanos o por un
extranjero contra mexicanos, concurriendo los requisitos que el
mismo precepto expresa en sus diversas frs.: una de las cuales,
la III, exige que la Infracción por la cual se acusa tenga el
carácter de delito en el país en que se ejecuto y en la República.
La verdad es que, el principio real alcanza en ellas expresión a
través del principio de personalidad pasiva que le está
conceptualmente subordinado, y en cuya virtud la ley penal
nacional reclama vigencia extraterritorial respecto de los hechos
cometidos en el extranjero por quienquiera en contra de sus
súbditos, Debido a que las reglas mencionadas no especifican la
naturaleza de los delitos por ellas referidos, merece reservas su
excesiva amplitud en este respecto, dado el carácter excepcional
reconocido al principio real o de defensa.

PRINCIPIOS GENERALES DEL DERECHO


I. Estos son los principios más generales de ética social, derecho
natural o axiología jurídica, descubiertos por la razón humana,
fundados en la naturaleza racional y libre del hombre, los cuales
constituyen el fundamento de todo sistema jurídico posible o
actual (Preciado Hernández).

II. Los principios generales del derecho son, de acuerdo a la


definición proporcionada, criterios o entes de razón que
expresan un juicio acerca de la conducta humana a seguir en
cierta situación;., el principio dar a cada quien lo suyo uno de
estos principios generales del derecho, es un criterio que
expresa el comportamiento que han de tener los hombres en sus
relaciones de intercambio este criterio es real, tiene entidad, no
como un ser que pueda ser captado por los sentidos del hombre
(no como ser sensible), sino como un ser que subsiste en la
inteligencia que b concibe (como ser mental).
El fundamento de estos principios es la naturaleza humana
racional, social y libre; ellos expresan el comportamiento que
conviene al hombre seguir en orden a su perfeccionamiento
como ser humano Así el principio de dar a cada quien lo suyo
indica d comportamiento que el hombre ha de tener con otros
hombres a fin de mantener la convivencia social; si cada quien
tomara para d lo qué considerara propio sin respetar lo suyo de
cada quien, la convivencia civil degenerada en la lucha de todos
contra todos: en tal estado de COAS no podrían los hombres
desarrollar su propia naturaleza que es por esencia social. Este
ejemplo explica como el principio dar a cada quien lo suyo se
impone como obligatorio: su cumplimiento es necesario (con
necesidad de medio a fin) para el perfeccionamiento del
hombre.
Como se ve, la obligatoriedad de este principio, al igual que la
de todos los otros principios generales del derecho, no depende
del que esté reconocido o sancionado por la autoridad política,
sino que es obligatorio porque define un comportamiento que la
razón descubre ser necesario al perfeccionamiento del hombre.
Respecto a los principios generales del derecho se ha
desarrollado una polémica acerca de si ellos son extraños o
externos al derecho positivo, o si son una parte de él. Según la
posición de la escuela del derecho natural racionalista, hoy ya
superada, los principios generales serian principios de un
derecho natural entendido como orden jurídico separado del
derecho positivo. Según la doctrina positivista también ya
superada o al menos en vías de superación en la mayoría de los
países los principios mencionados serian una parte del derecho
positivo, de suerte que nunca podrían imponer una obligación
que no fuera sancionada por el mismo ordenamiento positivo;
de aquí te incluye que cada ordenamiento positivo tiene sus
particulares principios generales y que no existen principios
jurídicos de carácter universal.
La posición racionalista que escinde el derecho en dos ordenes
jurídicos específicos y distintos, d natural y el positivo, el uno
conforme con la razón y el otro producto de la voluntad política,
no puede sostenerse. Es evidente que el derecho, producto
típicamente humano, es una obra de la inteligencia humana: ella
es la que descubre, desarrolla y combina criterios que enuncian
un comportamiento entendido como justo; por esto, el derecho
también es llamado jurisprudencia, es decir, de lo justo, y la
prudencia te entiende como un hábito de la inteligencia. Si bien
el derecho, conjunto de criterios, es obra de la inteligencia, su
efectivo cumplimiento, el comportarse los hombres de acuerdo
a los criterios jurídicos, es obra de la voluntad. Para conseguir
el cumplimiento del derecho, el poder po!iti0 suele promulgar
como leyes, aseguradas con una sanción, los criterios jurídicos
definidos por lo juristas o prudentes, Pero por el hecho de ser
promulgados como leyes, los criterios jurídicos no cambian de
naturaleza, siguen siendo elaboraciones de la inteligencia
humana, si bien presentadas en forma de mandatos del poder
político. Se ve entonces que la distinción entre derecho natural
(obra de la razón) y derecho positivo (obra de la voluntad), no
tiene razón de ser: el derecho es siempre obra de razón, aún
cuando su cumplimiento se asegura por la coacción del poder
público.
De acuerdo a esa concepción del derecho como jurisprudencia,
los principios generales del derecho ton una parte, muy
importante, de la ciencia jurídica o jurisprudencia. El que estén
o no incorporados en una legislación determinada, et decir el
que estén o no reconocidos por la voluntad política, no tiene
relevancia alguna, así como el que un determinado gobierno
desarrolle una política que acepta o rechaza un principio de
economía política, no hace que tal principio sea parte o no de la
ciencia económica.
Relacionada con la polémica acerca de si los citados principios
son de derecho natural o de naturaleza estrictamente positiva, se
ha planteado la cuestión de si el método para conocer tales
principios es el deductivo o el inductivo. Para quienes sostienen
un ''derecho natural'' como distinto del derecho positivo, y el
método tiene que ser solamente deductivo a partir del concepto
de naturaleza humana; para quienes piensan que el derecho
positivo comprende los principios generales del derecho, el
método para descubrir tales principios es la inducción a partir
de las leyes vigentes. Ambas posiciones son superadas por la
concepción del derecho como obra de razón, como
jurisprudencia, para la cual ambos métodos son aptos.
No es posible hacer una enumeración exhaustiva de los
principios generales del derecho pues el conocimiento de ellos
se va perfeccionando poco a poco y por lo mismo su número y
contenido han ido variando, sin embargo, por vía de ejemplo se
pueden mencionar algunos: la equidad o sea la prudente
aplicación de la ley al caso concreto; la buena fe o lealtad a la
palabra empeñada, la obligación de cumplir los convenios, el
derecho de legítima defensa o sea el de rechazar la fuerza con la
fuerza, etc.

III. En el derecho mexicano, el «a.» 14 de la C vigente señala


que los juicios de orden civil deberán fallarse conforme a la
letra o a la interpretación de la ley a falta de esta se fundará en
los principios generales del derecho. Este reenvío, según
Preciado Hernández, vincula nuestro derecho patrio a la mejor
tradición iusnaturalista de la civilización occidental. También
en la «LFT» («a.» 17) se hace un reenvío a los principios
generales del derecho y a ''la equidad'', que es uno de ellos.

PROCEDIMIENTO ADMINISTRATIVO
I. Es el medio o vía legal de realización de actos que en forma
directa o indirecta concurren en la producción definitiva de los
actos administrativos en la esfera de la administración. Como
explicamos en otra ocasión (Derecho procesal administrativo, p,
77) quedan incluidos en este concepto, los de producción,
ejecución, autocontrol e impugnación de los actos
administrativos y todos aquellos cuya intervención se traduce en
dar definitividad a la conducta administrativa.
Gabino Fraga en su clásico Derecho administrativo dise que el
procedimiento administrativo es el conjunto de formalidades y
actos que preceden y preparan cl acto administrativo'' (Andrés
Serra Rojas en su Derecho administrativo afirma: ''el
procedimiento administrativo esta constituido por un conjunto
de trámites y formalidades-ordenados y melodizados , en las
leyes administrativas- que determinan los requisitos previos que
preceden el acto administrativo, como su antecedente y
fundamento, los cuales son necesarios para su
perfeccionamiento y condicionan su validez, al mismo tiempo
que para la realización de un fin''.
Otros autores extranjeros, son coincidentes en el concepto de
procedimiento administrativo; p.e., López Nieto y Mallo,
Francisco le define como ''el cauce legal que los órganos de la
administración se ven obligados a seguir en' la realización de
sus funciones y dentro de su competencia respectiva, para
producir los actos administrativos''. Abrevia el concepto Jesús
González Pérez y dice: ''el procedimiento administrativo será,
por tanto, el procedimiento de la función administrativa''.
1I. Procedimiento administrativo y proceso administrativo.
Corresponde a toda actividad del Estado un procedimiento, que
es el cauce legal obligatorio a seguir. Cada una de las tres
actividades o funciones del Estado, la legislativa, la judicial y la
administrativa, siguen el procedimiento previsto en la ley para
su realización.
Es común llamar proceso legislativo al procedimiento que
deben seguir los órganos legislativos constitucionalmente
establecidos a fin de elaborar la ley y realizar su función propia
que es la legislativa. En la doctrina, en las leyes y en la práctica
judicial se habla e proceso, para significar el procedimiento que
se sigue ante los tribunales por quiénes desean obtener justicia
en un litigio o controversia, cumpliéndose la función
jurisdiccional. Finalmente, la función administrativa también se
realiza a través de un procedimiento que debe seguir la
administración como garantía de legalidad de sus acciones ante
sí y frente a los administrados.
Clara se ve la diferencia que existe entre el procedimiento
administrativo y el proceso administrativo. El primero es cl
cauce legal que sigue la administración para la realización de su
actividad o función administrativa, en cambio el segundo es la
vía legalmente prevista para canalizar las acciones de quienes
demandan justicia ante los tribunales a fin de resolver una
controversia administrativa es decir un conflicto originado por
un acto o una resolución administrativa que se reputa ilegal.
Por suerte que los «CFF» de 1967 y el vigente de 1983 separan
justamente el procedimiento administrativo tributario y el
procedimiento contencioso en materia tributaria, que el «CFF»
de 1938 confundía como fase oficiosa y fase contenciosa del
procedimiento tributario.

III. El procedimiento administrativo y la garantía de audiencia.


El mejor vehículo legal para cumplir por las autoridades
administrativas con la garantía de audiencia prevista en el «a.»
14 de la C, es el procedimiento administrativo. En él la
administración antes de pronunciarse y dictar resolución,
conoce la realidad concreta que examina y oye a los
administrados con la amplitud necesaria recibiendo y valorando
las pruebas que estos presentan analizando las razones de hecho
y de derecho que se deduzcan para evitar pretensiones que
puedan resultar injustas o ilegales.
Es obligación constitucional para todas las autoridades del país
cumplir con la garantía de audiencia. Para las autoridades
administrativas lo es y así lo establece la jurisprudencia de la
«SCJ» (v. Apéndice al «SJF» de 1917-1975, tercera parte,
Segunda Sala, tesis núm. 336).
Empero la misma jurisprudencia hace excepciones tratándose
de dos materias: impuestos y expropiación pública (v. Apéndice
al «SJF» de 1917-1975 primera parte, Pleno, tesis «núms.» 20 y
46 respectivamente).
Si el legislador es omiso en prever el procedimiento
administrativo para cumplir la garantía de audiencia, las
autoridades administrativas deben respetaria y escuchar al
administrado, previamente a sus resoluciones. Sobre este
sentido tam bién existe jurisprudencia (v Apéndice al «SJF» de
1917-1975, tercera parte, Segunda Sala, tesis 339).

IV. Clasificación de procedimientos. Dos procedimientos


administrativos principales se advierten en la vida legal y
práctica de la administración, el de elaboración o producción
del acto administrativo y el de impugnación del mismo.
En las leyes y reglamentos administrativos encontramos
distintas denominaciones para diversos procedimientos: p.e., se
habla de procedimiento de oposición, de inconformidad, de
ejecución, sancionador de contratación, etc. El «CFF» vigente
utiliza para su «tít.» V, el rubro: ''De los procedimientos
administrativos'', para después ocuparse de varios,
efectivamente. Todos ellos, sin embargo, son en el fondo
procedimientos que concluyen en la elaboración de un acto o
resolución administrativa El mismo procedimiento que se prevé
para tramitar un recurso administrativo e impugnar un acto
administrativo, termina con otro acto de la misma especie.
No obstante, en las leyes, reglamentos y otros ordenamientos
generales se sepa ra y singulariza el procedimiento de
impugnación de actos administrativos y el procedimiento que
inicialmente formó al acto impugnado. Son dos procedimientos
que se estructuran en forma diferente y sobre todo el de
impugnación que a veces en forma indebida se le construye
como si se tratara de un proceso.

V. Unitarización del procedimiento administrativo. Es por todos


conceptos saludable y práctica, la política legislativa seguida
por algunos países de regular la existencia de un solo
procedimiento para canalizar todas las actividades administra
tivas de la administración. Así lo han hecho, España con su Ley
de Procedimiento Administrativo del 17 de julio de 1968,
Argentina con su Ley Nacional de Procedimientos
Administrativos (ley núm, 19,549 publicada en el Boletín
Oficial 27-4-1972, pero cuyo texto vigente se hizo conforme a
la ley núm 21,686 Boletín Oficial 25-XI-1977) y Alemania
Federal con su Ley Federal de Procedimiento Administrativo de
25 de mayo de 1976, vigente a partir del 1o de enero de 1977.
Cierto es que estas leyes, admiten excepcionalmente algunos
procedimientos especiales, pero la unidad del procedimiento se
conserva en gran medida.
En México existen tantos procedimientos administrativos
como número de leves y reglamentos vigentes, y quizás más,
pues en algunos de estos ordenamientos se recogen dos o mas
procedimientos. Mucho se ha logrado con los códigos fiscales
de 38, 67 y 83, que han estructurado un solo procedimiento
tributario federal.
Han faltado organización y decisión en el gobierno federal
para avocarse seriamente a la elaboración de una ley de
procedimiento administrativo, que hasta ahora ha sido sólo
objeto de algunos ensayos o anteproyectos de lamentable
precariedad.
PROCEDIMIENTO LEGISLATIVO
I. Llámase también proceso legislativo (nos. otros preferimos
reservar la expresión proceso para la actividad propiamente
jurisdiccional) o proceso de formación de la ley. Entiéndese por
tal la serie ordenada de actos que deben realizar los órganos del
gobierno facultados para ello. a fin de elaborar, aprobar y
expedir una Ley o decreto.

II. El procedimiento legislativo se encuentra detalladamente


previsto en los «aa.» 71 y 72 de la C vigente. El antecedente
inmediato de estas disposiciones se encuentra en las reformas
que el año de 1874 se hicieron a la C de 1857, que
determinaron, entre otras cosas, la reinstalación del
bicamarismo y el otorgamiento del veto presidencial. A partir
de 1874 la Constitución reguló al detalle los mecanismos y
procedimientos que debían seguirse para la formación de una
ley o un decreto.
El Constituyente de 1916-17 acogió con variaciones mínimas
lo establecido sobre el particular por la C anterior. Se ha dicho,
y creo que con sobrada razón, que la regulación detallista que la
C vigente hace del procedimiento legislativo debía ser materia
de la legislación reglamenta ria mas que objeto de la Ley
Fundamenta.

III. El procedimiento legislativo establecido particularmente por


el «a.» 72 se asienta, a mi manera de ver, en las siguientes
bases:
a) Existencia de un sistema bicameral.
b) Existencia de un principio de colaboración de poderes y
coordinación de funciones.
c) Necesidad de contar con la conformidad plena de ambas
cámaras para la aprobación de una ley o un decreto, dando hasta
dos oportunidades en un mismo periodo, a cada cámara, para
lograr el consenso.
d) Existencia de un mecanismo riguroso que impida que
cualquiera de las cámaras obstaculice deliberadamente la
aprobación de una ley o decreto.
A pesar de algunas divergencias en la doctrina mexicana,
podemos afirmar que el procedimiento legislativo está integrado
por las siguientes fases: iniciativa, discusión, aprobación o
rechazo, sanción, promulgación e iniciación de la vigencia.
A) Iniciativa. De conformidad con el «a.» 71 de la C, sólo
tienen facultad de iniciativa las siguientes entidades: el
presidente de la República, los diputados y senadores al
Congreso de la Unión y las legislaturas de los estados Esto
significa que no poseen facultad de iniciativa legislativa otros
órganos de gobierno, como pudiera ser la «SCJ», así como los
particulares. En el caso del poder judicial el constituyente quiso
separar nítidamente la función de interpretación de la ley, que
incumbe a este poder y la función de hacer la ley, con lo cual se
pretende asegurar la imparcialidad en la función interpretativa
del juzgador.
En cuanto hace a los particulares, a pesar de no tener la
facultad de iniciativa sí poseen el derecho de petición conforme
al «a.» 8 de la C. Por esta razón el «a.» 61 del Reglamento para
el Gobierno Interior del Congreso General de los Estados
Unidos Mexicanos, vigente en aquello que no contradice a la
Ley Orgánica del Congreso General de los Estados Unidos
Mexicanos (LOCGEUM); dispone que todas aquellas peticiones
de particulares o en general de autoridades que no tengan el
derecho de iniciativa, se mandarán pasar por el presidente de la
Cámara a la comisión que corresponda, según la naturaleza del
asunto de que se trate, debiendo dictaminar dichas comisiones si
las peticiones son o no de tomarse en cuenta. En caso de que la
petición sea de tomarse en cuenta, se entiende que la comisión
la hace suya y ejercita su facultad de iniciativa. En cuanto a la
facultad de iniciativa del presidente de la República, esta es una
clara muestra de nuestro sistema de coordinación de funciones y
atiende a la razón de que el ejecutivo federal es quien cuenta
con las mejores posibilidades de entender la situación y
problemática del país y por ello de sugerir su implementación
normativa.
Al presidente de la República le corresponde en forma
exclusiva la presentación de algunas iniciativas como son: las
leyes de ingresos de la federación y del Departamento del
Distrito Federal, el proyecto de presupuesto de egresos y la
cuenta pública anual, a pesar de que estos dos últimos son
facultades exclusivas de la Cámara de Diputados. También al
ejecutivo federal le corresponde iniciar, en forma exclusiva, el
procedimiento de suspensión de garantías, en los términos del a,
29 de la C, aunque en la especie no se trata de una ley sino de
un decreto. por lo que hace a las iniciativas de diputados y
senadores, debe entenderse que corresponde a un solo diputado
o senador, o a un grupo de ellos; en cambio, tratándose de las
legislaturas estatales esta facultad le es otorgada al órgano y no
a uno o varios de sus miembros. la justificación de que estas
cantidades gocen del derecho de iniciativa es evidente: re
presentan la voluntad popular y su función natural es la de
legislar.
El segundo pfo. del «a.» 71 de la C, dice pone que las
iniciativas presentadas por el presidente de la República, por las
legislaturas de los Estados, o por las diputaciones de la mismas,
pasarán desde luego a la comisión y las que presentaren los
diputados o senadores se sujetarán a los trámites que designe el
Reglamento de Debates. Sobre el particular, debe tenerse
presente que el «a.» 56 del reglamento, dispone que también las
iniciativas presentadas por uno o varios miembros de las
cámaras pasarán desde luego a comisión, por lo que en realidad
no se da distinción alguna.
B) Discusión y aprobación o rechazo. El «a.» 72 de la C
contiene las diversas hipótesis que pueden presentarse en el
procedimiento de formación de la ley. En principio las
iniciativas pueden presentarse ante cualquiera de las dos
cámaras; la que conoce en primer termino de la iniciativa se
llama cámara de origen y la otra cámara revisora. El inciso h del
«a.» 72 de la C dispone, sin embargo, que las iniciativas a
emprésitos, contribuciones o impuestos y reclutamiento de
tropas, deben ser discutidas primero en la Cámara de Diputados.
Según don Felipe Tena Ramírez esta disposición obedece a que
las contribuciones en dinero y sangre son las que afectan más
directamente al pueblo y por ello debe conocerlas primero la
''cámara genuinamente popular''.
Por otra parte, existe la regla general de que los miembros de
Una cámara no pueden promover ante la otra cámara, por lo que
las iniciativas de diputados deberán discutirse en esta cámara,
sucediendo lo mismo respecto de, las iniciativas de los
senadores.
Es conveniente destacar que el inciso i del «a.» 72 de la C
dispone que las iniciativas de leyes o decretos se discutirán
preferentemente en la cámara en que se presenten, a menos de
que transcurra un mes desde que se pasen a la comisión
dictaminadora sin que esta rinda dictamen, pues en tal caso el
proyecto puede presentarse y discutirse en la otra cámara.
Ciertamente, el a. 72 de la C, en lo relativo a los distintos
supuesto del procedimiento legislativo, adolece de ordenación y
correcta sistematización. Sin embargo, es posible distinguir los
siguientes supuestos:
a) Presentado un proyecto de ley ante la cámara de origen y
aprobado por esta, pasa a la revisora, quien, en caso de
aprobarlo también, lo deberá enviar al ejecutivo para que éste, si
no tuviese observaciones que hacer, lo publique
inmediatamente.
b) Si el proyecto de ley es desechado en la cámara de origen,
no se puede presentar nuevamente sino hasta el siguiente
periodo de sesiones.
c) si el proyecto de ley es aprobado en la cámara de origen,
pero reprobado totalmente por la revisora, el proyecto vuelve
con sus observancias a la de origen para ser discutido
nuevamente por esta, pudiéndose presentar cualquiera de estos
dos supuestos:
i) que sea aprobado por la mayoría de los miembros presentes,
caso en el cual regresará el proyecto a la revisora para que lo
pondere nuevamente. Si la revisora también lo aprobase pasará
al ejecutivo para los efectos de su sanción, y.
ii) si en la segunda ponderación la revisora nuevamente lo
rechaza, el proyecto no podrá volver a presentarse sino hasta el
siguiente periodo de sesiones.
d) Aprobado un proyecto de ley en la cámara de origen, pero
desechado parcialmente, modificado o adicionado por la
revisora, el proyecto debe regresar a la de origen, para que ésta
discuta nuevamente pero sólo respecto de lo rechazado
parcialmente, modificado o adicionado, pudiéndose presentar
nuevamente dos situaciones:
i) que la cámara de origen apruebe por mayoría absoluta de
votos las observaciones de la revisora, caso en el cual el
proyecto es enviado al ejecutivo, y.
ii) que la cámara de origen no esté de acuerdo con las
observaciones de la revisora por el mismo margen de votación,
debiendo volver el proyecto a la revisora para una segunda
ponderación. Si la revisora ya no insiste en sus observaciones,
el proyecto es enviado al ejecutivo, pero si la revisora por la
mayoría absoluta de los presentes insiste en su rechazo parcial,
modificaciones o adiciones, el proyecto ya no puede presentarse
sino hasta el siguiente periodo de sesiones. En esta última
hipótesis ambas cámaras pueden convenir, por votación de la
mayoría absoluta de sus miembros, que la ley se publique sólo
con los artículos aprobados.
e) Cuando un proyecto de ley ya ha sido aprobado por las
cámaras, debe pasar al ejecutivo para los efectos de una
sanción. Esta fase es lo que corresponde al derecho de veto. De
acuerdo con el inciso b del a. 72 de la C se reputará aprobado
por el ejecutivo todo proyecto de ley no devuelto a la cámara de
origen, con sus observaciones, dentro de los 10 días útiles
siguientes a su recepción, a menos de que corriendo ese término
el Congreso hubiere concluido el periodo de sesiones, en caso
en el cual la devolución deberá hacerse el primer día útil en que
el Congreso esté reunido.
Si el ejecutivo vetare el proyecto de ley, este regresará a la
cámara de origen para ser discutido nuevamente, si fuese
confirmado por esta cámara, es decir, si no se estuviese de
acuerdo con las observaciones del ejecutivo, por las dos terceras
partes del número total de votos, el proyecto pasará a la revisora
y si ésta también confirmara el proyecto por la misma mayoría
el proyecto se convierte en ley o decreto regresando al ejecutivo
para el solo efecto de su publicación.
Es conveniente apuntar algunos de los principales aspectos de
la discusión y aprobación de una ley previsto en el Reglamento,
Abierta la discusión, dispone el a. 95, inmediatamente se dará
lectura a la iniciativa y a continuación se leerá el dictamen de la
comisión correspondiente y el voto particular cuando lo
hubiere. Acto seguido el presidente de la cámara formará una
lista de los individuos que deseen hablar en pro y en contra del
proyecto, lista a la cual deberá darse lectura antes de iniciar el
debate. El proyecto de ley se discutirá antes de iniciar el debate.
El proyecto de ley se discutirá en lo general, es decir todo el
proyecto, y después en lo particular cada uno de sus artículos.
Los miembros de la cámara hablarán alternativamente en pro y
en contra del proyecto iniciando la discusión quienes se hayan
inscrito para hablar en contra.
Los discursos de los parlamentarios no podrán durar mas de
media hora, a menos de que exista permiso de la cámara.
De acuerdo con el a. 114 del Reglamento antes de cerrarse la
discusión tanto general como particular podrán hablar seis
individuos en pro y seis en contra, además de los miembros de
la respectiva comisión o los secretarios de Estado.
Una vez que hubiesen hablado todos los inscritos, el presidente
mandará preguntar si el asunto está suficientemente discutido;
de ser así se pasará a recoger la votación pero, en caso
contrario, deberá seguir la discusión, siendo solo necesario que
hable un individuo en pro y uno en contra. Cuando se considere
que un proyecto no esta suficientemente discutido se debe
preguntar en votación económica si es de enviarse el proyecto
nuevamente a la comisión para que lo reforme; no aceptándose
esta propuesta el proyecto o el a, se entenderá desechado.
Los proyectos que pasen de una cámara a otra para los efectos
de su revisión deben ir firmados por el presidente y dos
secretarios, acompañando el expediente respectivo, el extracto
de la discusión y demás antecedentes para que los tenga a la
vista la cámara colegisladora.
La cámara revisora no podrá tratar en público los asuntos que
se hayan tratado en secreto en la cámara de origen, pero si
podrá tratar en secreto los que en la de origen se hayan tratado
públicamente.
El inciso f del a. 72 de la C dispone que en la interpretación,
reforma o derogación de leyes o decretos se observaran los
mismos tramites establecidos para su formación. Esta
disposición resulta un tanto ociosa pues siendo interpretación,
re forma o derogación, no deja de ser un acto legislativo; por
otra Darte la palabra ''interpretación'' que utiliza esta
disposición, no puede ser entendida sino como ''aclaración'' ya
que la función de la ley corresponde al poder.
C) Promulgación o publicación. Aprobada y sancionada una
ley el ejecutivo tiene la obligación de ordenar su publicación a
fin de que pueda ser conocida por quienes deban cumplirla, La
publicación de la ley se hace en el «DO», No se insiste en esta
fase del procedimiento legislativo, en razón de que en este
mismo diccionario se desarrolla en forma particular.

PROFESIONES
I. (Del latín professioonis, empleo, facultad u oficio que cada
uno tiene y ejerce públicamente.).

II. Bajo la óptica del derecho administrativo, las profesiones son


actividades u oficios de los particulares en la sociedad, cuyo
libre ejercicio se sujeta a normas y requisitos de orden
administrativo que la ley establece tales como la obtención y
registro de los títulos con que se demuestra haber cursado los
estudios que integran las carreras profesionales y cumplido con
los requisitos que al efecto se determine en las instituciones
autorizadas para impartir educación profesional.
Por el contrario de lo que sucede en la doctrina francesa, en
donde tradicionalmente se concede, como fuente del derecho
administrativo, menor importancia a la legislación que a la
jurisprudencia, en México la determinación de cuáles deben ser
las profesiones que para su ejercicio deben regularse por la ley,
es atribución indelegable del Congreso de la Unión. De esta
circunstancia, la Ley Reglamentaria del Artículo 5o
Constitucional, Relativo al Ejercicio de las Profesiones en el
Distrito Federal, en su «a.» segundo transitorio, del decreto de
31-XII-1973, publicado en el «DO» 2-I-1974, enuncia cuales
son las profesiones que en sus diversas ramas necesitan título
para su ejercicio, a saber, las de: ''actuario, arquitecto,
bacteriólogo, biólogo, cirujano dentista, contador, corredor,
enfermera, enfermera y partera, ingeniero, licenciado en
derecho, licenciado en economía, marino, médico, médico
veterinario, metalúrgico, notario, piloto aviador, profesor de
educación preescolar, profesor de educación primaria, profesor
de educación secundaria, químico y trabajador social.
Es evidente que las restricciones al ejercicio libre de una
profesión se fundan en el interés del Estado por proteger al
público en general que requiere los servicios de profesionales y
puesto que en el orden constitucional las restricciones a las
garantías individuales deben ser impuestas a través de los actos
del poder legislativo, nuevamente impera el principio de que
sólo a la ley corresponde determinar las restricciones citadas,
atendiendo al interés público. Este aserto ha sido sostenido en
resoluciones de la «SCJ», particularmente en el amparo
2506/66, fallado el 13 de octubre de 1967. Pero si bien es cierto
que corresponde a la ley limitar a ciertas condiciones el
ejercicio de las profesiones, también lo es que toda persona a
quien legalmente se le expida título profesional o grado
académico equivalente, podrá obtener cédula de ejercicio con
efectos de patente, previo registro de dicho título o grado.
Manuel M. Díez comenta, a propósito de los requisitos de
inscripción de los registros profesionales que con su
cumplimiento, ''una persona adquiere el derecho a ejercer su
profesión y que este efecto, no deriva de la voluntad de la
administración que dispone la inscripción sino únicamente de la
ley. La administración, comprobado el cumplimiento de los
requisitos exigidos por la ley, para el ejercicio de una profesión,
ordena la inscripción en el registro, pero no influye en el efecto
de la inscripción''. Así resulta claro que el registro del título,
otorga a los profesionistas, en los términos del «a.» 3o de la ley
ya invocada, el derecho de obtener la cédula o patente para el
ejercicio de un derecho que por disposición de la ley le
corresponde.
El ordenamiento legal, en virtud del cual se establecen las
normas para el ejercicio de las profesiones determina las
condiciones que deben llenarse para obtener un título
profesional, cuáles son las instituciones autorizadas a expedir
éstos, y cuál el trato que se da a los títulos profesionales que
expidan las autoridades de una entidad federativa con sujeción a
sus leyes; cómo deben registrarse los títulos expedidos en el
extranjero; prohibiciones a los extranjeros para ejercer en el
Distrito Federal; las bases fundamentales del ejercicio
profesional y las sanciones a que se hacen acreedores los
profesionales que violen las normas que por virtud del ejercicio
de las profesiones están obligados a observar. Igualmente en la
ley se faculta a la Dirección General de Profesiones de la
Secretaría de Educación Pública a vigilar el ejercicio
profesional, registrar los títulos de profesionistas, autorizar el
ejercicio de especializaciones, expedir la cédula personal
correspondiente, cancelar el registro de los títulos de los
profesionistas cuando así proceda, entre otras de igual
importancia.

III. Con respecto al alcance de algunas de las disposiciones de


la Ley Reglamentaria del Artículo 5° Constitucional, los
tribunales del orden federal, en particular la «SCJ» ha integrado
con profusión a la jurisprudencia, tesis que se relacionan
estrechamente con el concepto de profesiones y con el alcance
de algunas de las normas antes enunciadas, así como sobre los
requisitos que se deben reunir para ejercer las profesiones a que
la ley alude.
a) ''Reglamentación de las profesiones: La reglamentación del
artículo 4o constitucional sólo puede hacerse por los congresos
locales, y por el Congreso de la Unión tratándose del Distrito
Federal; y las cortapisas que se impongan, sin fundamento en
ley alguna, para el libre ejercicio de las profesiones, importan
una violación constitucional'' (Apéndice al «SJF» de 1917-
1975, tercera parte, Segunda Sala, tesis 491).
b) ''Ley reglamentaria del ejercido profesional del Estado de
Michoacán. No es inconstitucional el artículo 20 de la:
Conforme a este artículo, las personas que carezcan de título
profesional correspondiente, debidamente registrado, no podrán
ejercer los actos propios de la profesión de abogado, estando
obligadas las autoridades a rechazarlas, cuando pretendan
intervenir como patronos, apoderados o asesores técnicos de las
partes, lo cual es perfectamente legal, porque el artículo 3o de la
Ley Reglamentaria del Ejercicio Profesional para el Estado de
Michoacán señala, entre las profesiones que necesitan título
para su ejercicio, la de abogado, de suerte que el ejercicio de
dicha profesión no puede hacerse libremente, sino sólo por
abogados titulados, cuyo título haya sido registrado en el
Departamento de Profesiones del Estado, y esa restricción es
constitucional porque tiene su apoyo en el artículo 4o de la
Constitución Federal. Es inatendible lo de que no debe
impedirse a las partes otorgar poder a personas de su confianza,
aunque carezca de título, ya que, en resumidas cuentas, ellas
serán quienes estén a las resultas del juicio, porque eso
equivaldría a hacer nugatoria la reglamentación del ejercicio
profesional y a permitir que las disposiciones de orden público
quedaran sin vigor por el simple acto de los particulares que,
aún a su perjuicio no quisieran acatarlas, lo cual es inadmisible''
(Informe de 1955, Tercera Sala).
c) ''Profesionales extranjeros y libertad de trabajo. Son
violatorios de las garantías consignadas en los artículos 1o a 4o
de la Constitución; los artículos 15 y 18 de la Ley de
Profesiones, en cuanto restringen a los extranjeros la actividad
profesional, no obstante que los mismos ostenten título
legalmente expedido en el país, o legalmente reconocido por las
autoridades competentes; puesto que las libertades que consagra
nuestra Constitución, se otorgan a todos los habitantes, sin
distinción de nacionalidades, no pudiendo restringirse ni aun a
título de reglamentación sobre nacionalidad y condición jurídica
de extranjeros (facultad que se asigna al Congreso de la Unión
por el artículo 73 constitucional, fracción XVI), porque
cualquier discriminación pugnaría con la amplia libertad de
trabajo que otorga el artículo 4o'' (Informe de 1954, Segunda
Sala).
d) ''Creación de carreras que no requieren de cédula para su
ejercicio. Esta Suprema Corte de Justicia ha interpretado el
artículo 3o de la Ley de Profesiones en el sentido de que sería
suficiente que los planes de estudio establecieran alguna carrera
como completa, para que ipso jure la profesión correlativa
necesitase de cédula; o sea, que se dio el alcance de una ley a
los planes de estudio. Ahora bien, tomando en consideración
que las facultades legislativas son indelegables y que las leyes a
que remite el citado artículo 3o han de ser leyes en su estricto
sentido, que obliguen a cualquier autoridad y a todos los
particulares, debe ratificarse la jurisprudencia existente y ha de
interpretarse que es irrestricto el ejercicio profesional, en tanto
que una ley propiamente tal no mande que determinada
profesión requiere de título y, por consiguiente, en cuanto a la
patente o cédula relativa, el no expedir ésta no ocasiona
violación de garantías, ya que la negativa de su expedición, al
no requerirse de ésta por leyes vigentes, de modo alguno impide
o restringe el ejercicio de una profesión'' (SJF, sexta época,
«vol.» CXXIV, tercera parte).
PROMESA
I. (Del latín promissus, expresión de la voluntad de dar a uno o
de hacer por él una cosa.) Contrato que tiene por objeto la
celebración de un contrato futuro. Es un medio para asegurar en
el futuro la celebración de un contrato («aa.» 2243 y 2245
«CC»). Se le conoce también como contrato preliminar,
antecontrato o precontrato. Por su naturaleza puede ser
unilateral o bilateral; en el primer caso el sujeto que se obliga
recibe el nombre de promitente y el que se aprovecha el de
beneficiario; en el segundo caso las partes tienen la doble
personalidad y se les llama promitentes.
Es un contrato formal que debe constar por escrito, contener
los elementos característicos del contrato definitivo y limitarse a
cierto tiempo («a.» 2246 «CC»).
En virtud de que este contrato sólo genera obligaciones de
hacer («a.» 2245 «CC»); es decir, que las partes sólo se obligan
a celebrar un contrato en los términos ofrecidos, se dice que
tiene una función jurídica y no económica.
Además de los requisitos de validez y elementos esenciales
propios del contrato, en la doctrina se hace referencia a los
requisitos de eficacia de la promesa en relación al contrato
definitivo por ello debe contener los elementos característicos
de este último.

II. Se distingue de la policitación porque ésta es una declaración


unilateral de voluntad y la promesa es un acuerdo de voluntades
ya sea para obligar a uno sólo (unilateral) o a ambas partes
(bilateral); de las negociaciones preliminares ya que éstas
carecen de fuerza vinculatoria; del contrato de corretaje porque
en éste una de las partes se obliga a pagar a la otra una
prestación en caso de que esta última obtenga que un tercero
contrate con la primera en las condiciones fijadas previamente,
en ningún momento se obligan a contratar entre ellas.
Se distingue la promesa del contrato definitivo en que aquella
sólo genera obligaciones de hacer, aunque en la promesa se
constituya una garantía para el caso de incumplimiento. Esta
garantía o arras es una cláusula accidental del contrato de
promesa y se pierde en caso de incumplimiento. Si la entrega se
hace como abono del precio que ha de pactarse la figura
cambia, la «SCJ» ha establecido que en este caso se esta en
presencia de un contrato definitivo que ha empezado a
cumplirse y está sujeto a una modalidad aunque se le dé el
nombre de promesa.
En caso de incumplimiento de uno de los promitentes el
beneficiario puede exigir judicialmente la realización del
contrato definitivo haciendo efectivo dicho otorgamiento con la
firma del juez en rebeldía del demandado. En caso de que el
contrato definitivo fuere traslativo de dominio y la cosa ofrecida
hubiere pasado a título oneroso a la propiedad de un tercer de
buena fe, la promesa queda sin efecto y el responsable pagará
daños y perjuicios a la otra parte («a.» 2247 «CC»).

PROTOCOLO
I. (Del latín protocollum, que a su vez proviene del griego
primero y pegar; es decir, la primera hoja encolada o pegada).
Es la serie ordenada de escrituras matrices y otros documentos
que un notario autoriza y custodia con ciertas formalidades.
La palabra protocolo ha sido objeto de diversas definiciones e
incluso se ha discutido su etimología misma. Además de las
citadas líneas arriba, autores como Escriche, opinan que el
vocablo proviene del griego TQWZO = primero del latín
collium o collatio = comparación o cotejo.
Como quiera que sea, en su acepción actual -referida al
protocolo notarial- el protocolo es el libro o juego de libros
autorizados por el poder público, en los que el notario asienta y
autoriza las escrituras y actas notariales que se otorgan ante su
fe.
Se trata de libros -generalmente en número de diez-que los
notarios utilizan para asentar en ellos los originales de los
instrumentos públicos.

II. Este concepto es una creación de la técnica notarial


grecolatina, cuyo contenido se ha ido ampliando con el tiempo,
desde sus orígenes en que implicaba una simple anotación del
tabularii romano, en la parte superior de la carta en la que se
contenía el acto jurídico celebrado por las partes y que se
entregaba al declarante de la voluntad; el tabularii efectuaba un
breve apunte al respecto de en un breviario.
Con el paso del tiempo, se hablaba de protocolo al hacer
referencia a un resumen de los negocios jurídicos otorgados por
las partes, que el notario elaboraba en presencia de los testigos y
que coleccionaba en orden cronológico, formando de esta
manera un registro a base de legajos.
Con posterioridad, se empezó a considerar al protocolo como
el escrito original en el que constaban las declaraciones de
voluntad de las partes, integrado en el registro del notario y con
las firmas de partes, testigos y del propio notario. A partir de
estos registros, el notario daba copias a las partes, mencionando
el registro en que el original constaba.
La novella 45 de Justiniano, dispuso, en el año 537, que los
notarios escribieran los documentos en el protocolo, papel que
arriba llevaba impresa la fecha de su entrega al notario, y otros
datos y cuyas hojas debían permanecer unidas.
Finalmente, se llegó al momento en que el registro era un libro
encuadernado de antemano, en el que las declaraciones eran
escritas en forma completa, no solamente mediante resúmenes,
y se firmaban por los asistentes.

III. En la actualidad, el protocolo constituye uno de los más


importantes complementos de la función del notario de tipo
latino, porque como afirma Sanahuja y Soler, mediante el
protocolo se guardan en lugar seguro los instrumentos públicos
y no sufren el riesgo en manos de particulares, que pudieran
extraviarlos o alterarlos. Así, el protocolo es garantía de
perdurabilidad de los actos jurídicos, de autenticidad, al
dificultar la suplantación de los documentos y medio de
publicidad para quienes tienen interés jurídico en el acto
contenido en el instrumento asentado en el protocolo. Los libros
del protocolo son propiedad gubernamental, pero los adquiere el
notario con su propio peculio. En nuestro medio, de acuerdo
con la ley, se trata de libros encuadernados y empastados que
constan de ciento cincuenta hojas; es decir, trescientas páginas,
foliadas y una más al principio y sin número, en la que se
asienta el título de cada libro.
La ley se ocupa de los más mínimos detalles del protocolo,
indicando las dimensiones de las hojas, que deben ser de papel
blanco, con treinta y cinco centímetros de largo por veinticuatro
de ancho en su parte utilizable con un margen izquierdo de doce
centímetros para anotaciones marginales; establece la ley que
las hojas tengan espacios al extremo de los márgenes de ambos
lados, de un centímetro y medio ''para proteger lo escrito'';
señala que los instrumentos se asentarán mediante cualquier
sistema de impresión firme e indeleble y que los renglones
deben ser equidistantes entre si y no más de cuarenta por
página.
La numeración de los libros que integran el protocolo se inicia
en el libro número uno, sigue en el libro dos, después cl tres y
así sucesivamente hasta el décimo libro o hasta el que haya sido
autorizado si son menos de diez, y a continuación se vuelve a
empezar por el libro uno, hasta que el juego de libros se agota.
Nunca se altera el orden de la numeración, a pesar de que se
pase de un volumen a otro.
La ley impone una larga serie de normas que los notarios
deben observar al utilizar los libros del protocolo, normas que
buscan asegurar el cumplimiento de las finalidades de certeza,
seguridad, conservación y publicidad que el notariado latino
persigue. Así, se prevén autorizaciones gubernamentales para
los libros, antes y después de ser utilizados por el notario;
distancias entre uno y otro instrumentos, formalidades para la
apertura y cierre de los libros, normas para las anotaciones
marginales y otras.
Forma parte del protocolo, jurídicamente hablando una carpeta
en la que el notario deposita los documentos que deben
acompañar a cada instrumento, como permisos, certificados,
expedientes, poderes y otros muchos, y que se denomina
apéndice. Existe uno por cada volumen del protocolo; se
empasta y forma parte integral de aquel. Los libros del
protocolo son autorizados por el poder público antes de ser
utilizados por el notario; esta autorización consiste en una razón
que indica el lugar, la fecha, los datos del notario, su lugar de
residencia y el número de fojas útiles del libro y tiene por objeto
llevar control de los libros y cerciorarse de que están vacíos
antes de iniciar su utilización.

IV. Actualmente, las necesidades del tráfico jurídico, sobre todo


en materia mercantil y los requerimientos de lo que ha dado en
llamarse ''interés social'', como son las escrituraciones masivas,
presionan para buscar sistemas notariales más ágiles, que
permitan otorgar notarialmente actos en masa. Inclusive, en
algunas entidades federativas tienen en uso el llamado
''protocolo abierto'', sistema a base de folios que no se
encuentran previamente encuadernados, sino que una vez que
en ellos se asienta el instrumento respectivo, se aglutinan
numerados en carpetas, sistema que se presta a serias faltas de
seguridad, permitiendo alterar fechas y hasta sustituir folios.
Es importante hacer resaltar la vital trascendencia que tiene el
protocolo para la seguridad jurídica; y debe comprenderse la
necesidad de que cuando se legisle para adecuar el sistema
notarial a los requerimientos de la vida moderna, no se
sacrifiquen los aspectos esenciales del notariado, que son su
razón de ser, en aras de una agilidad que puede buscarse por
otros medios menos dañinos, como la simplificación de los
trámites, licencias, informes y demás requisitos
gubernamentales que son el verdadero obstáculo con el que
diariamente se enfrenta quien acude al otorgamiento de un
instrumento ante notario.
c

PUEBLO
I. (Del latín populus.) Término que tiene diversos sentidos, de
los cuales se desarrollarán los siguientes: el geográfico (pueblo
como ciudad o villa): el demográfico (pueblo como conjunto de
habitantes de un territorio); el sociológico (pueblo como
nación), y el jurídico-político (pueblo como unidad titular de la
soberanía y como elemento constitutivo del Estado).

II. En geografía política, ''pueblo'' se refiere a un centro de


población de pequeñas dimensiones. En la legislación indiana
(Ordenanzas de Población de 1573 de Felipe II, capítulos 38 y
43) se mandaba a los descubridores elegir ''sitios para fundar
pueblos y cabeceras...'', y determinaba las características de este
tipo de poblaciones, señalando incluso las medidas de plazas y
calles. En virtud del uso predominantemente coloquial de
''pueblo'' en esta acepción, no existe un criterio uniforme para
aplicarlo a un determinado centro de población, y en muchas
ocasiones tal denominación no tiene importancia práctica. Los
criterios que sirven para considerar a un centro de población
como pueblo se encuentran en las leyes orgánicas municipales
de las entidades federativas y atienden principalmente al
número de habitantes, y, en algunos estados, a los servicios con
que cuenta la población. Es necesaria una declaración de la
legislatura estatal para que un centro de población adquiera la
categoría política de pueblo.

III. En cuanto el término ''pueblo'' se refiere al conjunto de


habitantes de un territorio, alude al sentido, más propio, de
población. La «LGP» regula los fenómenos que afectan al
volumen, dinámica estructura y distribución de la población en
el territorio nacional («a.» 1o).

IV. Desde una perspectiva sociológica, ''pueblo'' se identifica


con nación, esto es, el conjunto de seres humanos unidos por un
sentimiento de pertenencia nacional. Este sentimiento se funda
en una pluralidad de factores; entre los más significativos se
encuentran la afinidad racial, la comunidad de cultura-en
especial lengua y religión- y la comunidad de destino político.
Una comunidad nacional es el resultado de una larga y compleja
evolución histórica y social en la que ninguno de los elementos
mencionados puede constituirla por sí solo, dada la dificultad de
determinar la relevancia específica de éstos en la realidad. Así,
sólo puede hablarse de pertenencia nacional como de un
concepto aproximativo que permite ubicar sociológicamente a
un pueblo (Zippelius § 11, I a III).
El concepto sociológico de pueblo no coincide con el de
pueblo sometido al poder del Estado. Esta situación da origen,
precisamente, al problema de las minorías nacionales.
Aunque no toda nación forma un Estado, es común
identificarlos en razón de su vinculación histórica. Con base en
lo anterior, y en la premisa de que el concepto de nación es
eminentemente sociológico, es posible interpretar el «a.» 27 de
la C en el sentido de que la Nación, en cuanto titular de la
propiedad originaria, es en realidad el Estado mexicano.
Desde otro punto de vista, cabe advertir que los conceptos de
pueblo y nación, han adquirido, con el tiempo, una fuerte carga
ideológica, la cual no permite establecer una llana identificación
entre ellos, y que ha llegado incluso a darles un sentido opuesto.

V. 1) La teoría del pueblo como comunidad política titular de la


soberanía, aunque con antecedentes en derecho romano y en las
ideas contractualistas de fines de la Edad Media, alcanza su
expresión más acabada en el pensamiento de J. J. Rousseau. .
Este autor se pregunta cómo se forma un ''yo común'' a partir
de voluntades aisladas. En su explicación, diferencia entre
voluntad de todos y voluntad general. La primera es mera suma
de voluntades individuales. La segunda es cualitativamente
distinta, y se define como la búsqueda del interés general de la
sociedad. De este modo, el conjunto de individuos se constituye
en un pueblo, que es soberano porque no puede querer más que
el interés general, y no puede tener más que una voluntad
general -cuya expresión es la ley- a la cual quedan sometidas las
voluntades individuales en virtud del pacto social.
Resulta así que en lugar de la persona particular de cada
contratante, el acto de asociación produce un cuerpo moral y
colectivo. La persona pública que así se constituye toma el
nombre de República, o cuerpo político. Los asociados ''toman
colectivamente el nombre de pueblo y particularmente el de
ciudadanos, como partícipes de la autoridad soberana y súbditos
por estar sometidos a las leyes del Estado'' (Rousseau, Contrato
social, libro I, c. 6).
En este punto las ideas de Rousseau difieren de las de Hobbes
y Locke. En la doctrina de Hobbes el pueblo establece un
soberano y le transfiere irrevocablemente un poder absoluto.
Para Locke, el pueblo instituye un gobierno limitado para
determinados fines. Rousseau declara que la soberanía del
pueblo, constituido como comunidad política por medio del
contrato social, es inalienable, indivisible, infalible y absoluta.
Las ideas de Rousseau son las que permean el
constitucionalismo mexicano. Aparecen en su mayor pureza en
los «aa.» 2o y 5o de la C de Apatzingán de 1814, antecedentes
del «a.» 39 de la C vigente, según el cual la soberanía nacional
reside esencial y originariamente en el pueblo, y el poder
dimana directamente de éste y se instituye para su beneficio.
2) Desde el punto de vista jurídico, y en el ámbito de la teoría
tradicional del Estado, el pueblo es uno de los elementos
constitutivos de éste.
Así, para Jellinek el pueblo es tanto sujeto como objeto de la
actividad del Estado, cualidades que han sido diferenciadas
gracias a la moderna teoría de la soberanía. ''Los individuos, en
cuanto objetos del poder del Estado, son sujetos de deberes: en
cuanto miembros del Estado, por el contrario, sujetos de
derecho'' (Jellinek).
De aquí resulta que el individuo posee una esfera de derecho
público, que en la práctica se traduce en una serie de derechos
fundamentales que aquél tiene frente al poder del Estado.
Para Kelsen el pueblo son los seres humanos que residen en el
territorio estatal, considerados unitariamente. Así como el
Estado sólo tiene un territorio, del mismo modo sólo tiene un
pueblo, y así como la unidad del territorio es jurídica, lo mismo
ocurre con el pueblo (Kelsen).
En consecuencia, el pueblo del Estado son los individuos cuya
conducta se halla regulada por el orden jurídico nacional;
trátase, en última instancia, del ámbito personal de validez de
dicho orden.
Un individuo pertenece al pueblo de un Estado sólo si queda
incluido en el ámbito de validez de su orden jurídico. Por otro
lado, el pueblo sometido al poder de regulación de un Estado no
es idéntico a la suma de sus nacionales, pues extranjeros y
apátridas también se encuentran sujetos a él. Para resolver este
problema, Kelsen establece que el ámbito personal de validez
del orden jurídico nacional se halla limitado por el derecho
internacional.

QUEJA
I. (De quejar y éste, a su vez, del latín coaetiare.) En su
acepción más importante es el recurso que se interpone contra
determinadas resoluciones judiciales que por su importancia
secundaria no son objeto de la apelación, pero también puede
entenderse como una denuncia contra la conducta indebida o
negligente tanto del juzgador como de algunos funcionarios
judiciales.

II. El recurso de queja entendido como medio de impugnación


tiene una configuración imprecisa, puesto que su procedencia se
establece de manera muy variable en los diversos
ordenamientos procesales, y por ello la doctrina la ha llegado a
calificar como un cajón de sastre. El destacado procesalista
español Niceto Alcalá-Zamora y Castillo, profundo conocedor
de la legislación procesal mexicana califica la queja de
subrecurso debido a su carácter accesorio respecto de la
impugnación principal, que es la apelación.
Por lo que respecta al segundo significado de la queja como
una denuncia contra determinadas conductas judiciales que se
consideran indebidas, se ha regulado en el ordenamiento
mexicano como un medio para imponer sanciones
disciplinarias, por lo que en realidad no tiene carácter procesal
sino administrativo.

III. La queja como recurso, ha sido regulada en los procesos


civil, de amparo, así como fiscal y de lo contencioso
administrativo.
A) En materia procesal civil el recurso de queja está previsto
por los «aa.» 723727 del «CPC», que sirven de modelo para
numerosos códigos procesales de las entidades federativas.
Según el citado «a.» 723, el recurso de queja tiene lugar: a)
contra el juez que se niega a admitir una demanda o desconoce
de oficio la personalidad de un litigante antes del
emplazamiento b) respecto de las llamadas interlocutorias (en
realidad autos), dictadas en la ejecución de sentencias; c) contra
la denegación de la apelación y d) en los demás casos fijados
por la ley, entre los cuales pueden señalarse, de acuerdo con la
doctrina, dos supuestos, es decir, en el caso de la resolución que
dicte el juzgador en ejecución de sentencia pronunciada en otra
entidad federativa o en el extranjero, y que condene al tercer
opositor al pago de costas procesales («a.» 601, «fr.» II, del
mismo «CPC»), y en segundo lugar, también procede la queja
contra la resolución del juez que ha impuesto una corrección
disciplinaria después de oír al interesado («a.» 63 del mismo
ordenamiento).
El citado recurso de queja se interpondrá ante el superior
inmediato dentro de las veinticuatro horas que sigan al acto
reclamado, comunicando su presentación en el mismo lapso al
juez contra el cual se interpone, acompañándole copia, y este
último debe remitir al superior informe con justificación en el
plazo de tres días a partir del conocimiento del planteamiento de
la impugnación. El citado recurso debe decidirse dentro del
breve plazo de tres días («a.» 725).
Si la queja no está apoyada en hechos ciertos, debidamente
fundada o exista recurso ordinario contra la resolución
respectiva, será desechada por el tribunal, imponiendo a la parte
quejosa y a su abogado, de manera solidaria, una multa
(actualmente insignificante), que no excederá de cien pesos
(«a.» 726).
El citado ordenamiento distrital también establece el recurso
de queja respecto de otros funcionarios judiciales, como los que
se calificaron de jueces ejecutores (suprimidos desde hace
mucho tiempo) y los actuarios que tienen ciertas funciones de
ejecución, pero sólo por defecto o exceso en las ejecuciones y
por las decisiones en los incidentes de ejecución, y en este
supuesto se hace valer la impugnación ante el juez de primera o
de única instancia, que es el encargado del cumplimiento de la
sentencia respectiva («a.» 724).
En tal virtud, en la mayor parte de los casos la queja en el
procedimiento de ejecución de sentencia se hace valer contra el
citado juez encargado del cumplimiento del fallo, pero en esta
materia no es muy precisa la legislación distrital puesto que, no
obstante lo dispuesto por la citada «fr.» II del «a.» 723, en
relación con el «a.» 527 del mismo ordenamiento, la
jurisprudencia de la «SCJ» considera que es procedente el
recurso de apelación y no el de queja, contra determinadas
resoluciones pronunciadas por el juez de la causa en el
procedimiento de ejecución de la sentencia, como son las
relativas a la aprobación del remate y la adjudicación, las que
no están encaminadas directa e inmediatamente a la ejecución
de la sentencia, y las que tienen por objeto evitarla, (tesis 25,
Apéndice al «SJF» de 1917-1975, cuarta parte, Tercera Sala).
El propio «a.» 724 del «CPC» establece la procedencia de la
queja ante el juez de la causa contra los secretarios del tribunal
por omisiones y negligencias en el desempeño de sus funciones,
pero en realidad, como lo ha hecho notar la doctrina, no se trata
en este supuesto de la queja como recurso, que sólo puede
interponerse contra resoluciones judiciales, sino como denuncia
de una actividad irregular de los secretarios que puede dar lugar
a la imposición de correcciones o sanciones de carácter
disciplinario en los términos de los «aa.» 291 y 302 de la
«LOTJFC».
El «CFPC» no regula expresamente el recurso de queja, el que
de manera incorrecta está contenido en los «aa.» 259-266 con la
denominación anacrónica de denegada apelación, que no es el
nombre del recurso, sino la causa por la cual puede interponerse
la impugnación, la que según la doctrina debe ser la queja,
como correctamente lo dispone el citado «a.» 723, «fr.» III, del
«CPC».

IV. B) Por lo que respecta al juicio de amparo, el recurso de


queja esta regulado de manera muy complicada por los «aa.»
95-102 de la «LA», por lo que las disposiciones sobre su
procedencia y tramitación son muy variadas. En forma sintética
podemos señalar las siguientes reglas:
Por lo que respecta a su procedencia, pueden agruparse los
distintos supuestos, en las siguientes categorías: a) en primer
término podemos señalar como una hipótesis genérica la
establecida por la «fr.» VI del citado «a.» 95, de acuerdo con la
cual, procede la queja contra las resoluciones dictadas por los
jueces de distrito o el superior del tribunal a quien se impute la
violación en los casos de jurisdicción concurrente, durante la
tramitación del juicio de amparo o del incidente de suspensión,
que no admitan expresamente el recurso de revisión y que por
su naturaleza trascendental y grave puedan causar daño o
perjuicio o alguna de las partes, no reparable en la sentencia
definitiva; o contra las que se dicten después de fallado el juicio
en primera instancia, cuando no sean reparables por las mismas
autoridades, por los tribunales colegiados de circuito (TCC) o
por la SCJ.
b) Contra otras resoluciones de carácter secundario dictadas
por los mismos jueces de distrito o los superiores de los que
hubiesen sido señalados como responsables en los supuestos de
jurisdicción concurrente, como ocurre respecto de los autos que
admiten demandas que se consideran notoriamente
improcedentes, a las resoluciones definitivas que se dicten en
los incidentes de reclamación de daños y perjuicios con motivo
de las garantías o contragarantías otorgadas para la efectividad
de la suspensión de los actos reclamados, siempre que el
importe de dicha reclamación exceda de treinta días de salario
mínimo («a.» 95, «frs.» I y VII).
c) Por lo que respecta a las resoluciones dictadas con motivo
de la suspensión de los actos reclamados en el juicio de amparo
de doble grado, la queja procede en primer lugar contra las
autoridades responsables por exceso o defecto en la ejecución
del auto que hubiese otorgado dicha medida cautelar, o cuando
no cumplan la concesión de la libertad bajo caución («a.» 95
«frs.» III y IV). En los supuestos del juicio de amparo de una
sola instancia, se interpone la queja contra los proveídos de los
jueces o tribunales que hubiesen dictado las sentencias
reclamadas en amparo, cuando decidan sobre la propia
suspensión de los fallos impugnados o respecto de las garantías
o contragarantías, o, en general, cuando causen daños o
perjuicios notorios a alguna de las partes («a.» 95, «fr.» VIII).
En la misma materia de suspensión, una queja de segundo grado
puede interponerse contra las resoluciones dictadas por los
jueces de distrito, superiores de los tribunales a quienes se
impute la violación y excepcionalmente los «TCC», con motivo
de las quejas promovidas inicialmente contra las autoridades
responsables. Las reformas de diciembre de 1983 introdujeron
también la queja contra las resoluciones dictadas en primera
instancia sobre la suspensión provisional, que anteriormente no
admitían recurso alguno («a.» 95, «frs.» V y XI).
d) En cuanto a la ejecución de la sentencia de amparo que
otorga la protección, la queja también procede, en primer
término contra las autoridades responsables por defecto o
exceso en el cumplimiento de las propias sentencias, ya sea que
hubiesen sido pronunciadas en amparo de doble instancia o de
único grado (a. 95, «frs.» IV y IX); y en un segundo grado
respecto de las resoluciones dictadas por los jueces de distrito o
por los superiores de los tribunales a los que se impute la
violación en jurisdicción concurrente y excepcionalmente por
los «TCC», con motivo de las anteriores quejas contra las
autoridades responsables, o bien respecto de las decisiones para
lograr el cumplimiento del fallo de amparo de acuerdo con el
«a.» 105 de la misma «LA» (a. 95, «frs.» V y X).
Los plazos para interponer los diversos recursos de queja son
variados, pero en general podemos afirmar que cuando se trata
de queja contra las autoridades responsables por exceso o
defecto en el cumplimiento de la suspensión, ésta puede
interponerse en cualquier tiempo mientras no se dicte sentencia
firme; y si se trata de exceso o defecto en la ejecución de la
sentencia protectora, el plazo es de un año a partir del
conocimiento del cumplimiento irregular, que también puede
ser reclamado por los terceros extraños afectados, salvo los
supuestos de actos que afecten la vida, la integridad corporal o
la libertad, o en el de derechos de ejidatarios, comuneros o
núcleos de población (a. 230 «LA», en este último caso), puesto
que entonces la queja puede presentarse en cualquier tiempo (a.
97 LA). En las demás hipótesis el plazo es de cinco días a partir
del siguiente al que surte efectos la resolución combatida.

V. C) También se encuentra regulada la queja en los procesos


fiscal federal y contencioso administrativo distrital. Por lo que
respecta al primero, los «aa.» 245 a 247 del «CFF» vigente
regulan el recurso de queja que la parte perjudicada puede
interponer ante la sala superior del Tribunal Fiscal de la
Federación (TFF) contra las resoluciones de las salas regionales
violatorias de la jurisprudencia del propio tribunal. La instancia
debe presentarse por conducto de la sala regional dentro de los
quince días siguientes al en que surta efectos la notificación
respectiva, con las copias del escrito para las demás partes y, en
su caso, la propia sala regional, es la que turna el citado escrito
al presidente del tribunal, quien está facultado para desechar las
quejas notoriamente improcedentes.
Si el recurso es admitido, se designa magistrado instructor y se
corre traslado a las otras partes por un plazo de cinco días
transcurrido el cual, se turna el expediente al propio instructor
para que formule proyecto de resolución en un plazo que no
excederá de un mes a partir del día en que hubiese recibido los
autos.
La sala superior revocará la resolución si considera fundados
los agravios del quejoso, a menos que considere que debe
subsistir por otros motivos legales o porque resuelva modificar
su jurisprudencia.
A su vez, el «a.» 87 de la «LOTCADF» establece un recurso
similar al anterior, pero sin darle expresamente la designación
de queja, que es el que realmente le corresponde. Dicho
precepto dispone que dentro del plazo de tres días, las partes
pueden pedir la revisión de las resoluciones de la sala cuando
exista contradicción o violen la jurisprudencia, para que el
pleno, con efectos de jurisprudencia, resuelva en definitiva.

VI. D) Finalmente, la queja equivale a una denuncia cuando se


utiliza para manifestar inconformidad con la actuación de los
funcionarios judiciales, y por ello asume un carácter
administrativo.
En este sentido podemos señalar el «a.» 47 del «tít.» especial
de la justicia de paz del «CPC», que regula el recurso de queja
ante el superior respectivo, contra el juez de paz que estando
impedido, no se excuse en el conocimiento del asunto, a fin de
que el segundo imponga una sanción disciplinaria. Los «aa.»
278 y 279 de la «LOTJFC» consagran la queja (que también
califican de denuncia) contra los funcionarios o empleados de la
administración de justicia distrital, y cuando se señalen faltas
oficiales de actuarios, secretarios, jueces y magistrados del
fuero común, deberán constar por escrito para su debida
tramitación, con la firma del denunciante y expresión de su
domicilio. El funcionario encargado de la declaración de
culpabilidad y de la imposición de la sanción respectiva, o la
presidencia del tribunal en el caso de que correspondiera al
pleno, debe decidir sobre la cuestión planteada en un plazo no
mayor de un mes.
La «LOPJF» regula la queja administrativa o denuncia en el a.
13, «fr.» VI, el cual atribuye al presidente de la «SCJ» la
facultad de recibir quejas sobre las faltas que ocurran en el
despacho de los negocios, tanto de la competencia del Pleno, de
alguna de las salas de los «TCC», o juzgados de distrito. Si las
faltas fueren leves dictará las providencias oportunas para su
corrección o remedio inmediato, y si fueren graves dará cuenta
al Pleno a fin de que éste, con apoyo en el a. 12, «fr.» XXX, del
mismo ordenamiento, imponga sanciones disciplinarias a los
jueces de distrito y magistrados de circuito, si se demuestran
dichas faltas graves, pero debe suspenderlos para consignarlos
al MP, si aparece su presunta responsabilidad en la comisión de
un delito.

QUERELLA
I. Del latín querella, acusación ante juez o tribunal competente,
con que se ejecutan en forma solemne y como parte en el
proceso la acción penal contra los responsables de un delito.

II. Para la iniciación del procedimiento penal, y


consecuentemente para que pueda darse válidamente el proceso,
en el plano doctrinal y en el estrictamente legal se ha señalado
la necesidad ineludible de ciertos elementos que le den vida;
ello implicará la consideración investigativa de los presupuestos
procesales, de las condiciones objetivas de punibilidad, de las
cuestiones prejudiciales y de los requisitos de procedibilidad.
El trámite normal, ordinario, en relación a la mayoría de los
delitos contenidos en la parte especial del ordenamiento jurídico
punitivo, sería el de la denuncia, verbal o por escrito, ante el
Ministerio Público (MP) o ante cualquier funcionario o agente
de la policía judicial, situación que obliga a proceder de oficio a
la investigación de los delitos denunciados, pero hay algunas
infracciones que requieren para su persecución el cumplimiento
de algún requisito de procedibilidad, o que quede superado
algún obstáculo procesal que impida la iniciación del
procedimiento o la prosecución del mismo («aa.» 262-263 del
«CPP» y 113-114 del «CFPP»).
Manzini indica que los presupuestos procesales son
condiciones de existencia, requisitos esenciales para el
nacimiento y la válida constitución de la relación procesal,
considerada en sí misma, y en sus distintas fases.
En este orden de cosas, conviene precisar la diferenciación de
los presupuestos referentes al contenido material del proceso, de
los relativos a la esencia y a los contenidos formales de él. Los
primeros conciernen al derecho penal sustantivo, con
independencia de que tengan su reflejo obvio en el derecho
penal adjetivo. Los segundos atañen, directa e inmediatamente,
a la propia existencia de la relación jurídico procesal, ya que
suponen la promoción de la acción penal.
En esta tesitura, los presupuestos procesales se sintetizarán en
los siguientes: a) la iniciativa del MP en el ejercicio de la acción
penal; b) la legítima constitución del juez, y c) la intervención,
la asistencia y -eventualmente- la representación del imputado
en los casos y con las formalidades preceptuadas en la ley.
No obstante lo anterior, los presupuestos procesales sin cuya
presencia no puede darse un procedimiento penal auténtico,
presuponen -a su vez- un elemento material, o material-formal,
indispensable para su consideración práctica.
Este elemento es el hecho jurídico de la noticia del delito,
noticia que puede vincularse a determinados actos jurídicos, que
influyen en la constitución de la relación procesal (denuncia,
querella, requerimiento, etc.), o puede dimanar de otra fuente,
determinando la actividad del órgano competente para
promover la realización plena de la relación mencionada.
En dichas condiciones, para que se dé el proceso, resultan
indispensables: a) un órgano de la jurisdicción penal,
legítimamente constituido; b) una ''jurisdicción penal genérica'',
sea o no competente para el concreto supuesto fáctico; c) una
relación jurídico penal de carácter sustantivo; d) la presencia del
MP, y e) la intervención de la defensa.
En función de todo lo anterior, cabe deducir la necesidad de
todo un conjunto de antecedentes jurídicos, previamente
exigibles, para la realización del proceso. Así: sin el acto o
hecho material sustantivo penal, sin el órgano acusatorio, sin el
organismo jurisdiccional y sin la actuación de la defensa, no es
dable la concepción procesal, ya que, aunque se produzca el
factum delictual, al no integrarse la relación jurídico procesal no
había proceso.

III. En cuanto a las condiciones objetivas de punibilidad, noción


ésta de raigambre inminentemente sustantiva penal, son
exigencias específicas y concretas, que el legislador establece,
con carácter ocasional, para la punición de algunos eventos. El
caso típico de esta exigibilidad lo tenemos en el adulterio de los
«aa.» 273276 del «CP».
Puede detectarse una cierta identidad entre dichas condiciones
objetivas de punibilidad y las denominadas cuestiones
prejudiciales, que quedarían conceptuadas como cuestiones de
derecho, cuya resolución es presentada como antecedente,
lógico y jurídico, de la estricta problemática sustantiva penal,
objeto del proceso, y que atañen a una relación, de naturaleza
particular y debatida, y muestran su similitud con los requisitos
de procedibilidad.
En sustancia, puede hablarse de aspectos diversos de una
misma cuestión, porque cuando nos referimos a las condiciones
objetivas de punibilidad estamos utilizando la perspectiva penal
sustantiva en general, y cuando aludimos a las cuestiones
prejudiciales el enfoque se avoca al conocimiento del punto de
vista procesal stricto sensu, enlazando todo ello con los
requisitos de procedibilidad como condiciones que han de ser
cumplidas, en cuanto trámite previo para proceder contra quien
ha infringido una específica norma penal sustantiva.

IV. El preámbulo expuesto resulta necesario, o al menos


conveniente, para entrar, directamente ya, a lo relativo a la
querella.
Colín Sánchez afirma que, algunas veces, al referirse a la
querella se la ubica dentro de las condiciones objetivas de
punibilidad, en otras ocasiones se le confiere el carácter de
verdadero instituto procesal. Persiste, por tanto, la doble
vertiente de significancia lingüística. Y -en el derecho
mexicano- los requisitos de procedibilidad son: la querella, la
excitativa y la autorización.
Existen supuestos, en que -para iniciar el procedimiento- es
necesario que se den los requisitos mencionados, y aunque
pudiera ocurrir que el MP, prescindiendo de ellos, llevara a
cabo la averiguación previa y la consignación de los hechos, no
se conseguiría el completo desarrollo del proceso.
La querella, entre los requisitos de procedibilidad, es uno de
los más interesantes, especialmente por su sugerente
problemática. En una conceptuación generalizadora, más que
nada descriptiva, la querella es una facultad (derecho
potestativo, Colín), del ofendido por el delito para hacerlo llegar
al conocimiento de las autoridades y dar su consentimiento para
que sea perseguido.
En los delitos perseguidos exclusivamente a instancia de parte,
no solamente el agraviado, sino también su representante
legítimo, cuando lo consideren pertinente harán conocer al MP
la ejecución del evento delictivo, con la finalidad de que éste
sea perseguido, aunque siempre será necesaria la expresión de
voluntad del titular del derecho.
Sabido es que, en nuestro país, por imperativo del «a.» 21 de
la C el MP tiene la titularidad, concluyente y exclusiva, del
ejercicio de la acción penal: ''La persecución de los delitos
incumbe al Ministerio Público y a la Policía Judicial, la cual
estará bajo la autoridad y mando inmediato de aquél'' («a.»
reformado según decreto publicado en el «DO» del 3 de febrero
de 1983).
En el proceso penal mexicano, sólo el Ministerio Público, ya
sea federal o local, según su respectiva esfera jurídica, puede
iniciar el juicio criminal propiamente dicho, a través de la
consignación, que equivale a la demanda en las restantes ramas
del enjuiciamiento.
En efecto, de acuerdo con una interpretación (sumamente
discutida en el campo doctrinal) del «a.» 21 constitucional, los
códigos procesales mexicanos han consagrado el principio del
monopolio del ejercicio de la acción penal por parte del propio
MP, («aa.» 3-8, del «CPP» y 136-140 «CFPP», que son las
normaciones típicas para los restantes códigos de las entidades
federativas).
Este principio esencial tiene varias consecuencias dentro del
enjuiciamiento penal, ya que por una parte, el ofendido por el
delito carece de la calidad de parte, ni siquiera de forma
subsidiaria; así lo establece expresamente el «a.» 141 del
«CFPP», que sólo concede al ofendido la facultad de
proporcionar elementos que conduzcan a comprobar la
existencia del delito y la responsabilidad del inculpado (y, de
análoga manera, lo preceptúa el «a.» 9 del «CPP»).
Sólo se admite la participación del ofendido o de sus
causahabientes tratándose de la reparación del daño y de la
responsabilidad del propio inculpado exclusivamente en cuanto
otorga el perdón tratándose de los delitos perseguibles a
instancia de parte o de querella necesaria («a.» 93 del «CPP»).
El señalado principio del monopolio del ejercicio de la acción
penal por parte del MP, se ha llevado a extremos (que un
considerable sector doctrinal ha estimado inconveniente), tanto
por la legislación como por la jurisprudencia, en cuanto el
propio MP puede negarse a ejercitar la acción penal, o bien,
cuando ya se ha iniciado el juicio, formular conclusiones no
acusatorias o desistirse de la acción penal, con efectos
vinculatorios para el juez de la causa, a través de un simple
control interno del mismo MP, determinado el sobreseimiento
definitivo y la libertad del inculpado con idénticos efectos a los
de una sentencia absolutoria («aa.» 323-324 del «CPP» y 298,
«frs.» I y II del «CFPP»).
Si el MP no realiza la consignación, desiste de la acción penal,
o formula conclusiones no acusatorias, el ofendido carece de
legitimación para acudir al juicio de amparo solicitando el
examen judicial de estas decisiones del propio MP, de
conformidad con la jurisprudencia de la «SCJ» (Apéndice al
«SJF» de 1917-1975, segunda parte, Primera Sala, tesis núm.
198).
La situación es de considerable grave dad como resultado de lo
dimanante tanto de la normación legal como de la tesis
jurisprudencia indicada, a lo que se une que la policía judicial, a
pesar de su denominación, depende de las órdenes del MP
(«aa.» 3 «fr.» I, del «CPP»; 3 «fr.» I, del «CFPP», y 21 de la C
pfo, primero, segundo lineamiento).
A todo lo expuesto, aplicando la conexión normativa de
sentido, hay que añadir que el MP (tanto federal como local),
está jerárquicamente organizado y encabezado por el pertinente
procurador general, designado y libremente removido, ya sea
por el presidente de la República («aa.» 102 de la C,
reglamentado por la ley de la Procuraduría General de la
República, 73, «fr.» VI, base 5a, de la C, así como por las
disposiciones reglamentarias correspondientes), en lo referente
a los procuradores de la República y del Distrito Federal, y por
los gobernadores de los atados en los demás casos.
Tras esta contextualización, ubicatoria de la especificidad del
régimen mexicano, se impone el terminar de perfilar todo lo
restante en relación a la querella.

V. La querella, como ha quedado oportunamente indicado, tiene


una doble proyección: sustantiva (bajo el aspecto de condición
objetiva de punibilidad), y estrictamente procesal (donde toma
la configuración de requisito de procedibilidad).
En el plano sustantivo, puede ser estimada como una
manifestación de voluntad del sujeto pasivo del delito dirigida a
solicitar el castigo del mismo; bajo esta conceptuación queda en
estrecha conexión con el perdón, en cuanto derecho.
El fundamento de la institución jurídica de la querella reside
en una doble exigencia: a) en ciertos eventos típicos, por su
escasa relevancia social y comunitaria, la ley permite al sujeto
pasivo del delito (es decir, al titular del bien o bienes
jurídicamente tutelados), una determinación volitiva en orden a
la misma ilicitud del factum, o de la oportunidad o no de poner
en movimiento a la maquinaria judicial, y b) en otros delitos,
éstos si de mayor trascendencia socio-comunitaria (estupro,
«aa.» 262-264 del «CP»; abuso de con fianza, «aa.» 882-385
del «CP»), la ley remite a la volición del sujeto pasivo del delito
la elección o no de la vía judicial.
La razón, en este segundo supuesto, es que la utilización de la
vía judicial podría (por el cortejo, inevitable, del strepitus fori,
que la acompaña, en frase de Giovanni Leone), provocar al
mismo ofendido un daño mayor que la posible reparación o
satisfacción judicial.
De todas formas, los dos supuestos vienen a desembocar en el
principio de la subordinación del interés público al particular,
''subordinación producida, o por la conveniencia para el Estado
de atender al interés particular frente a un interés público..., o
por lo tenue del interés público''.
Desde luego, la regla general es la persecución de oficio,
mientras que la perseguibilidad mediante la querella constituye
la excepción, consecuentemente, la querella solamente procede
en los casos expresamente previstos por la ley; códigos o leyes
especiales.

VI. La doctrina se ha escindido en dos posiciones en cuanto a la


naturaleza jurídica de la querellas y su correspondiente
ubicación dentro de la parcela penal.
Un grupo de distinguidos tratadistas entiende que la querella
debe situarse en el ámbito general de la materia punitiva; la
estiman una condición objetiva de punibilidad, y no un mero
presupuesto procesal, ya que -con ella- no se promueve la
acción penal, por ser ésta una condición de derecho sustantivo
para la punibilidad; el evento delictuoso se hace punible y
constituye, por consiguiente, delito sólo en cuanto sea
querellado. Manzini, Massari, Pannain, etc., la incluyen dentro
del derecho penal sustancial o material. El Estado ve limitado
su poder de sancionar, al quedar en manos del sujeto pasivo del
delito la posibilidad de poner en movimiento la acción penal.
Frente a esta postura, destacados especialistas actuales nos
hablan de la querella como de un requisito o condición de
procedibilidad, así Florián, Attaglini, Riccio, Ranieri, Vannini,
Maggiore, Antolisei, entre otros, de los extranjeros y Villalobos,
González Bustamante, Franco Sodi, Rivera Silva, Piña y
Palacios, Colín Sánchez entre los nacionales.
El fundamento de esta posición reside en que se trata de un
derecho potestativo del ofendido por el delito, para hacerlo del
conocimiento de las autoridades; la actuación de la máquina
judicial se encuentra condicionada a la manifestación de
voluntad del particular, sin la cual no es factible el proceder; la
conclusión, tras este razonamiento, se impone (para los
particulares de esta postura doctrinal), la querella es un
verdadero requisito de procedibilidad.
En realidad, como se ha esbozado anteriormente, son dos caras
de la misma moneda. Cabe sostener la caracterización como
condición objetiva de punibilidad, sin desdoro de su
conceptuación como instituto procesal.
Entendemos que se trata de un derecho subjetivo público. Y
creemos que es así, porque no queda al arbitrio del particular el
decidir si la pena será o no aplicada (el jus puniendi tiene un
único titular: el Estado); por otra parte, aun interpuesta la
querella no se sigue indefectiblemente la llegada a la sentencia,
ni tampoco que ésta vaya a ser automáticamente condenatoria.
Finalmente, la posibilidad del desistimiento del particular no
significa, en absoluto, que sea dejado a su decisión, o a su
capricho, la punición del hecho delictivo.

VII. En cuanto a la forma de la querella, en el derecho


comparado, hay distintos tratamientos. Países (nos referimos a
hispanoparlantes) como España o la República Argentina
exigen requisitos muy específicos para su formulación legal. El
«a.» 176 del «CPP» argentino establece, cuando menos seis
exigencias formales en la redacción de la querella. Todos ellos
conducen a una considerable similitud con las demandas civiles.
La Ley de Enjuiciamiento Criminal española, por su parte, en el
«a.» 277 eleva a siete los requisitos para su debida formulación.
Entre ellos cabe destacar la necesidad de su presentación
mediante procurador, con poder bastante, y bajo la dirección
técnico jurídica de un profesional del derecho (abogado en
ejercicio), es decir, del letrado.
En la República mexicana, pueden diferenciarse los requisitos
y el contenido. Su formalismo es mucho menor que en los
ordenamientos citados.
1) En cuanto a los requisitos, podrán presentarla: a) el
ofendido («aa.» 115 del «CFPP» y 264 del «CPP»); b) su
representante legítimo, y c) el apoderado, siendo suficiente la
tenencia de un poder general para pleitos o cobranzas, con
cláusula especial, sin necesidad de acuerdo previo o ratificación
del consejo de administración o de la asamblea de socios o
accionistas ni poder especial para el caso concreto («a.» 264 del
«CPP»).
2) En referencia al contenido, la querella contendrá: a) una
relación verbal o por escrito de los hechos, y b) la ratificación,
ante la autoridad correspondiente, del presentador de la misma.
El reiterado «a.» 264 del «CPP» señala que estará válidamente
interpuesta, debidamente formulada, cuando sea presentada por
la parte ofendida independientmente de que sea menor de edad.
.
La querella presentada por los legítimos representantes será
válida, porque la normación procesal lo autoriza, sin embargo,
en las querellas presentadas por personas físicas será suficiente
un poder semejante, con excepción de los casos de rapto,
estupro o adulterio, en los que sólo se tendrá por formulada
directamente por alguna de las personas referidas en la parte
final del primer pfo. del «a.» 264 del «CPP».
Chiovenda mantiene que la querella da nacimiento a una
auténtica sustitución procesal, porque quien la ejercita obra
procesalmente en nombre propio para ejercitar un derecho de
otro, el jus puniendi que es patrimonio exclusivo del Estado.
Pero no es una sustitución procesal cualquiera sino muy
especial, sui generis, porque el sustituto no actúa sólo en el
proceso, sino contemporánea, concurrente, paralelamente con el
sustituido representante del titular del derecho material.

VIII. Por último, el derecho de querella se extingue: a) por


muerte del agraviado; b) por perdón: c) por consentimiento; d)
por muerte del responsable, y e) por prescripción.

QUIEBRA
I. (De quebrar), según el diccionario de la lengua, es un juicio
universal para liquidar y calificar la situación del comerciante
quebrado. Quebrar, cesar en el comercio por sobreseer en el
pago corriente de las obligaciones contraídas y no alcanzar el
activo a cubrir el pasivo.
Desde un punto de vista procesal, la quiebra es un juicio
universal, que tiene por objeto la liquidación del patrimonio del
deudor común, para distribuirlo entre los acreedores legítimos
en la proporción que les corresponda y la rehabilitación del
quebrado, en el caso en que proceda (v. «aa.» 380 a 393 LQ).

II. Presupuestos de la quiebra: para que el juicio universal de


quiebra proceda, es necesaria la declaración judicial, misma que
a su vez, depende de dos requisitos: que se trate de un
comerciante y que éste se encuentre en cesación de pagos
respecto a sus obligaciones («a.» 1o LQ).
a) Comerciante: según el «a.» 3o del «CCo»., se reputan en
derecho comerciantes, las personas que teniendo capacidad
legal para ejercer el comercio, hacen de él su ocupación
ordinaria; así como las sociedades constituidas con arreglo o las
leyes mercantiles; y las sociedades extranjeras o las agencias y
sucursales de éstas, que dentro del territorio nacional ejerzan
actos de comercio (v. a, 13 in fine, LQ).
A pesar del sistema subjetivo que parece desprenderse del «a.»
1o de la LQ, en el sentido de que únicamente los comerciantes
pueden ser declarados judicialmente en estado de quiebra, la
propia ley establece diversos supuestos en los que procede
dicha declaración sin que exista la figura del comerciante.
El «a.» 4o, p.e., que dispone: ''la quiebra de una sociedad
determina que los socios ilimitadamente responsables sean
considerados para todos los efectos como quebrados. Dichos
socios pueden no ser comerciantes''.
Igualmente el precepto en comentario, establece la posibilidad
de quiebra de una sociedad irregular, misma que formalmente
no es comerciante.
El «a.» 3o de la propia ley, regula la quiebra de un
comerciante retirado, de un comerciante difunto, así como la
quiebra de la sucesión de un comerciante.
Supuestos todos, en los que no existe la figura del
comerciante.
La doctrina también señala un caso en el que no existe la
calidad de comerciante: la quiebra de la empresa heredada por
el menor de edad; en este supuesto y no reuniendo los requisitos
para que se le emancipe, deviene titular de una empresa
mercantil, la cual puede ser llevada a la quiebra, sin que el
menor tenga la calidad de comerciante, mientras no tenga
representante.
En el supuesto de la quiebra de un comerciante difunto,
tenemos que hay declaración de quiebra sin quebrado, puesto
que aquella no afectará a éste, sino únicamente a su patrimonio,
por lo que también podría sostenerse que, tratándose del
patrimonio fiduciario, que puede considerarse válidamente
como una universalidad de derecho, que además de los bienes
que lo forman, también existen derechos y obligaciones con
cargo al mismo, puede darse la situación de cesación de pagos
en dicho patrimonio dado en fideicomiso. Sobre este particular,
la LQ, es totalmente omisa, por lo que, por analogía, habrá de
llegarse a la quiebra del fideicomiso.
b) Cesación de pagos: el segundo presupuesto de la quiebra, es
la cesación de pagos y se manifiesta cuando se da el fenómeno
de la insolvencia o decocción que, es aquel estado,
característico del deudor al que le es absolutamente imposible
atender al pago de sus obligaciones, a su vencimiento
(Brunetti).
El «a.» 2o de la LQ, señala en términos generales, los casos en
que se presupone que un comerciante se encuentra en cesación
de pagos: ''incumplimiento general en el pago de sus
obligaciones líquidas y vencidas, inexistencia o insuficiencia de
bienes en que trabar ejecución al practicarse un embargo por
incumplimiento de una obligación o al ejecutarse una sentencia
basada en autoridad de cosa juzgada; ocultación o ausencia del
comerciante sin dejar al frente de su empresa alguien que
legalmente pueda cumplir con sus obligaciones; en iguales
circunstancias, el cierre de los locales de su empresa; la cesión
de sus bienes en favor de sus acreedores; acudir a expedientes
ruinosos, fraudulentos o ficticios para atender o dejar de
cumplir sus obligaciones; pedir su declaración en quiebra;
solicitar la suspensión de pagos y no proceder ésta, o si
concedida no se concluyó un convenio con los acreedores;
incumplimiento de las obligaciones contraídas en convenio
hecho en la suspensión de pagos''.
Dicha enumeración no es limitativa, pues el propio «a.» 2o
dispone, que en cualesquiera otros casos de naturaleza análoga,
se presumirá que el comerciante cesó en sus pagos.

III. Demanda de declaración del estado de quiebra: para que


dicho estado se constituya, invariablemente se requiere la
formulación de una demanda, en la que se expresen los
supuestos en que se considera que el comerciante en cuestión
cesó en sus pagos. ¿Quiénes pueden formular la demanda?:
El «a.» 5o de la LQ, legitima al propio comerciante, a uno o
varios de sus acreedores al Ministerio Público, e incluso,
dispone que la declaración de quiebra podrá hacerse de oficio,
en los casos en que la ley lo disponga (v. p.e., «a.» 10 LQ).
El comerciante que pretenda la declaración de su estado de
quiebra, deberá presentar la demanda firmada por sí, por su
representante legal o apoderado especial, en la que razone los
motivos de su situación, acompañando los libros de
contabilidad que tuviere obligación de llevar y los que
voluntariamente hubiere adoptado, así como una relación que
comprenda los nombres y domicilios de todos sus acreedores y
deudores, la naturaleza y monto de sus deudas y obligaciones
pendientes. Cuando el número de acreedores pasare de mil o
cuando fuese imposible determinar la cuantía de sus créditos,
bastará que se haga constar, con referencia al último balance de
situación, el número aproximado de aquellos, el nombre y
domicilio de los conocidos y el importe global de sus créditos
(«a.» 6o LQ).
''Si el comerciante fuese una sociedad, la demanda deberá
suscribirse por las personas encargadas de usar la firma social;
en los casos de sociedades en liquidación por los liquidadores, y
en los de una sucesión, por los albaceas'' («a.» 7o LQ).
''La demanda de una sociedad para que se le declare en quiebra
deberá ir acompañada de una copia de la escritura social y de la
certificación de inscripción en el Registro Público de Comercio,
si existieren'' («a.» 80 LQ). Si no se cumple con este requisito,
se está en el supuesto de la quiebra de una sociedad irregular (v.
«a.» 2o pfo. tercero LGSM).
Los acreedores y el Ministerio Público, cuando soliciten la
declaración de quiebra de un comerciante, deberán demostrar
que el deudor se encuentra en alguno de los casos de cesación
de pagos («a.» 9o).

IV. Autoridades competentes para conocer de la quiebra: la


demanda de declaración de quiebra, se presentará, tratándose de
''la quiebra de un comerciante individual, ante el juez de distrito
o el de primera instancia del lugar sujeto a su jurisdicción en
donde se encuentre el establecimiento principal de su empresa
y, en su defecto, en donde tenga su domicilio'' («a.» 13 pfo.
primero LQ).
Tratándose de comerciantes colectivos, «i.e.» , de sociedades
mercantiles, es competente para conocer de dicho juicio, ''el que
tenga jurisdicción sobre el domicilio social, en el caso de
irrealidad de este, el del lugar en donde tenga el principal
asiento de sus negocios'' (idem, pfo. segundo).

V. Sentencia de declaración del estado de quiebra: una vez que


la autoridad competente recibe dicha demanda, citará al deudor,
al Ministerio Público y, en su caso, a los socios ilimitadamente
responsables, dentro de cinco días, a una audiencia, en la que se
rendirán pruebas, procediéndose, en ese mismo acto, a dictar la
correspondiente resolución («a.» 11 LQ).
Dicha resolución judicial que declara la quiebra, tiene el
carácter de sentencia y su contenido se encuentra previsto por el
a. 15 LQ.

VI. Masa activa: conjunto de bienes formado, tanto por los que
pertenezcan al quebrado en el momento de dictarse la sentencia
de quiebra, como por los que adquiera a partir de que se
encuentre en dicho estado, hasta finalizarse el mismo, y que
serán destinados a cubrir la parte que le corresponde a todos los
acreedores que, en el momento de la declaración de quiebra,
tuviesen en contra del deudor un derecho de crédito patrimonial.
Uno de los efectos de la sentencia que declara la quiebra, es el
privar al quebrado del derecho de administrar y disponer de sus
bienes presentes y futuros («a.» 83 LQ).
El a. 15, «fr.» III LQ, ordena privar al quebrado de su
patrimonio y dar posesión del mismo al síndico, con el objeto
de destinarlo a la liquidación concursal, «i.e.» , de integrar la
masa activa.

VII. Masa pasiva: conjunto de acreedores de la quiebra. Para su


integración, la sentencia que declara el estado de quiebra
previene («a.» 15, «fr.» V LQ) que los acreedores sean citados a
efecto de que presenten sus créditos para examen, en el término
de 45 días contados a partir del siguiente al último de la
publicación. Los «aa.» 226 y 227 LQ, señalan que el mismo día
que se presente cada demanda, el juez dará cuenta con ella al
síndico, remitiéndole su copia y las pruebas adjuntas, para que
formule su dictamen; y, el síndico a su vez, dará cuenta a la
intervención, para que dictamine sobre la demanda y ambos
rendirán sus informes al juez (a. 228 LQ).
Los acreedores del deudor, por lo tanto, formarán una
colectividad en función de sus intereses comunes, dentro del
proceso de ejecución de dicho patrimonio, pues con lo que se
obtenga mediante su liquidación, se cubren, en lo posible, sus
créditos, de acuerdo al principio de la par conditio creditorum,
«i.e.» , de la igualdad de trato. Principio que contradice la
propia ley, debido a los créditos privilegiados que se previenen
en los «aa.» 260-271 LQ, y en otras leyes (v. p.e'' a, 129 LIS),
de lo que se desprende, que el principio aludido únicamente se
aplica a los acreedores quirografarios.
Órganos de la quiebra; en el proceso de la quiebra intervienen
varios órganos, como son: el juez, el síndico, la junta de
acreedores y la intervención.
a) El juez: es el órgano supremo de la quiebra a quien la ley le
atribuye facultades de administración del patrimonio del
quebrado y de dirección del procedimiento, enumerando en
forma minuciosa sus atribuciones (v. «aa.» 197, 26, 27, 24, 67,
etc., LQ).
b) El síndico.
c) La junta de acreedores: las funciones de este órgano, de
acuerdo a la ley, son las de nombrar a la intervención definitiva
(a. 61 LQ), así como la de aprobar o reprobar el convenio
preventivo o extintivo de la quiebra («aa.» 305, 311, 314, 315 y
345 LQ). La ley establece los casos en que los acreedores se
reunirán, tanto ordinaria como extraordinariamente, convocados
por el juez («aa.» 73, 74 y 76 LQ); igualmente se previene que
la junta se reunirá para reconocimiento y graduación de créditos
(a. 15, «fr.» VI de la LQ).
d) La intervención: es el órgano encargado de representar los
intereses de los acreedores, integrándose bien sea por uno, tres o
cinco acreedores («aa.» 63 y 65 LQ) de la quiebra.
Son nombrados en forma provisional por el juez, en la
sentencia declarativa de la quiebra (a. 50 LQ), y en forma
definitiva en junta de acreedores en votación nominal («aa.» 59-
61 LQ); sin embargo, la existencia de este órgano no es
obligatorio (a. 72 LQ).
IX Interrupción de la quiebra: existe ésta en aquellos casos en
los que concluye, pero no de un modo definitivo, de manera que
puede reanudarse en determinadas circunstancias (Brunetti).
Como consecuencia de la interrupción, el quebrado recobra la
libre disposición sobre su patrimonio, el ejercicio de sus
derechos personales, etc. Una vez que cesa la interrupción, se
produce la reapertura del procedimiento, misma que puede ser
solicitada por cualquier acreedor.
En derecho mexicano se señalan los siguientes casos de
interrupción:
a) Insuficiencia del activo: el a. 287 LQ, establece que, ''si en
cualquier momento de la quiebra se probare que el activo es
insuficiente aun para cubrir los gastos ocasionados por la
misma, el juez, oídos el síndico, la intervención y el quebrado,
dictará sentencia declarando concluida la quiebra''. ''Los
acreedores podrán solicitar la reapertura de la quiebra, si no han
transcurrido dos años desde su cierre, cuando probaren la
existencia de bienes'' (a. 288 LQ):
b) Celebración de convenio: el quebrado, el síndico, la
intervención y los acreedores, pueden presentar los convenios
que estimen pertinentes, en cualquier estado del juicio,
terminando el reconocimiento de créditos y antes de la
distribución final del activo (v. «aa.» 296, 313, 316, 355 LQ).
Una vez aprobado el convenio, se dicta sentencia y concluye la
quiebra («aa.» 347, 348 y 350 LQ).
Si el deudor convenido faltare al cumplimiento de lo
estipulado, a petición de cualquiera de sus acreedores, el juez
ordenará la reapertura de la quiebra, en su caso («aa.» 369-371
LQ).

X. Fin de la quiebra: la quiebra concluye en los siguientes


casos: a) por revocación de la sentencia que declara la quiebra
(«aa.» 19-25 I,Q); b) por pago concursal o íntegro de las
obligaciones pendientes («aa.» 274 y 275 LQ). Los acreedores
afectados, que no hubiesen obtenido pago integro, conservarán
individualmente sus acciones contra el quebrado (a. 284 LQ); c)
por falta de concurrencia de acreedores («aa.» 289 y 290 LQ), y
d) por acuerdo unánime de los acreedores concurrentes (a. 292
LQ).

XI. Diversos tipos de quiebra: el a. 91 LQ, establece: ''para los


efectos legales se distinguirán tres clases de quiebra: lo quiebras
fortuitas; 2o quiebras culpables, y 3o quiebras fraudulentas''.
Es quiebra fortuita la del comerciante individual o colectivo,
''a quien sobrevinieren infortunios que, debiendo estimarse
causales en el orden regular y prudente de una buena
administración mercantil, reduzcan su capital al extremo de
tener que cesar en sus pagos''. (a. 92 LQ).
Se considerará quiebra culpable, la del comerciante individual
o colectivo que, con actos contrarios a las exigencias de una
buena administración mercantil haya producido, facilitado o
agravado el estado de cesación de pagos (a. 93 LQ); el a.
referido señala cinco supuestos que se consideran como actos
contrarios, p,e., si los gastos domésticos y personales hubieren
sido excesivos y desproporcionados en relación a sus
posibilidades económicas; o bien si hubiere perdido sumas con
desproporción de sus posibilidades en juegos, etc. El siguiente
a. señala otros supuestos, y el a. 95 ordena la imposición de uno
a cuatro años de prisión para los declarados en quiebra
calificada de culpable.
Se reputa quiebra fraudulenta, la del comerciante que se alce
con todo o parte de sus bienes o fraudulentamente realice, antes
de la declaración, con posterioridad a la fecha de retroacción o
durante la quiebra, actos u operaciones que aumenten su pasivo
o disminuyan su activo; o bien, que no llevaron todos los libros
de contabilidad, o los alteraren, falsificaren o destruyeren en
términos de hacer imposible deducir la verdadera situación, o
que, con posterioridad a la fecha de retroacción favorecieren a
algún acreedor haciéndole pagos o concediéndole garantías o
preferencias que este no tuviere derecho a obtener (a. 96 LQ).
Igualmente se considera quiebra fraudulenta la de los agentes
corredores, cuando se justifique que hicieron por su cuenta, en
nombre propio o ajeno, algún acto u operación de comercio
distintos de los de su profesión (a. 97 LQ).
''A los comerciantes declarados en quiebra fraudulenta, se les
impondrá la pena de cinco a diez años de prisión y multa que
podrá ser hasta de diez por ciento del pasivo'' (a. 99 LQ).

XII. Quibras especiales: al respecto nos preguntamos si pueden


quebrar las Sociedades Nacionales de Crédito, o son sociedades
que están exentas de la quiebra. Esto queda en la duda conforme
a la actual legislación. Hay un procedimiento especial para las
instituciones de crédito, en el «tít.» VII LQ, con la intervención
de la Comisión Nacional Bancaria y de Seguros, pero no será
aplicable a las sociedades nacionales de crédito, por no ser
sociedades anónimas.

RAPTO
I. Delito contra la libertad sexual consistente en la sustracción o
retención de una persona mediante violencia o engaño, con
fines libidinosos o matrimoniales.

II. a) El verbo usado por el «a.» 267 es ''apoderarse'', y se


conviene en que tal acción puede consistir en trasladar a la
víctima al lugar dispuesto para retenerla, o retenerla en el sitio
en donde se halla impidiéndole salir de él. En uno y otro casos
la persona raptada debe verse privada por un lapso más o menos
duradero de su libertad de desplazamiento, por amplias que sean
sus posibilidades ambulatorias en el recinto en que se la
mantiene.
b) El apoderamiento debe efectuarse con violencia o engaño.
La violencia puede ser física o moral. La primera no ha de
recaer necesariamente sobre la persona raptada. Puede, p.e.,
ejercerse sobre quienes la custodian o sobre el chofer del
vehículo que la conduce en el momento del hecho. También
puede recaer sobre cosas, como cuando se clavan puertas para
impedir la huida de la víctima. La segunda se manifiesta en
cualesquiera actos (excluidos los directamente violentos) que
produzcan intimidación suficiente para inhibir toda resistencia
activa que pudiera provenir de la víctima o de sus parientes o
custodios.
En cuanto al engaño, él no recae en el consentimiento para el
acto carnal sino que consiste en el señuelo o ardid puesto en
juego por el agente para atraer a su víctima al lugar del
apoderamiento o para hacerla permanecer en él confiadamente
(Jiménez Huerta).
La seducción, que era otro medio comisivo del delito, ha sido
eliminada en la reciente reforma del «CP» (DO l3-I-83).
c) Lo que diferencia al rapto de otros delitos semejantes contra
la libertad, como la detención ilegal y el secuestro, son los fines
libidinosos o matrimoniales: ''para satisfacer un deseo erótico-
sexual o para casarse'', dice el «CP» («a.» 67). En la
satisfacción de un deseo erótico-sexual se comprende todo acto
libidinoso, normal o anormal. Los fines matrimoniales sólo
pueden perseguirse, como es obvio, por el agente de distinto
sexo de la persona raptada, puntualización que, sin embargo, no
resulta superflua después de que por la aludida reforma el delito
ha dejado de ser sólo el rapto de una mujer.

III. Si la víctima es persona menor de dieciséis años que ha


consentido en el rapto, el «CP» impone la pena de este delito
aunque no se haya empleado violencia ni engaño («a.» 268).

IV. El matrimonio del raptor con la mujer ofendida excluye el


procedimiento criminal contra el agente y sus cómplices, salvo
que se declare nulo el matrimonio («a.» 270 «CP»). Por otra
parte, no cabe proceder contra el raptor, sino por quejas de la
mujer ofendida o de su marido, si fuere casada; pero si la
raptada fuere menor de edad, por queja de quien ejerza la patria
potestad o la tutela, o, en su defecto, de la misma menor («a.»
271 «CP»). Estas reglas no han sufrido alteración en la reciente
reforma al «CP», no obstante haber dejado de ser el rapto un
delito que sólo tiene a la mujer por ofendida.

REBELIÓN
I. Etimologías y definición común, 1) Rebelión del latín
rebellionis, revolución, levantamiento acción y efecto de
rebelarse (de rebello, as, are: renovar la guerra); rebellionem
facere: sublevarse. 2) A) Es el levantamiento armado contra el
orden político constitucionalmente establecido, para derrocar al
gobierno, abolir las leyes y obtener el poder público con el
propósito de imponer un nuevo régimen B) Toda revolución es
en sí misma una rebelión proyectada a su máxima expresión y
generalmente triunfante como la francesa de 14 de julio de 1789
la mexicana de 20 de noviembre de 1910, y la rusa de octubre
de 1917.
II Definiciones técnico-legales y sanciones. 1) El «CP»
vigente en su libro segundo, tit, primero, ''Delitos contra la
seguridad de la nación'', c. quinto, ''Rebelión'', «a.» 132 dice:
''Se aplicará la pena de dos a veinte años de prisión y multa de
cinco mil a cincuenta mil pesos a los que, no siendo militares en
ejercicio, con violencia y uso de armas traten de: I. Abolir o
reformar la Constitución Política de los Estados Unidos
Mexicanos, II. Reformar, destruir o impedir la integración de
las instituciones constitucionales de la Federación, o su libre
ejercicio; y III. Separar o impedir el desempeño de su cargo de
alguno de los altos funcionarios de la Federación mencionados
en el artículo 29 de la Ley de Responsabilidades de los
Funcionarios y Empleados de la Federación, del Distrito
Federal y de los Altos Funcionarios de los Estados''. Las otras
figuras delictivas y complementarias de este rubro se comentan
en el punto IV.
2. El «CJM» en su libro segundo, «tít.» séptimo, ''Delitos
contra la seguridad interior de la nación'', c. primero, ''Rebelión''
«a.» 218, dice: ''Se comete el delito de rebelión militar, cuando
se alzan en armas elementos del Ejercito contra el Gobierno de
la República para: I. Abolir o reformar la Constitución federal;
II. Impedir la elección de los Supremos Poderes de la
Federación, su integración o cl libre ejercicio de sus funciones,
o usurpar estas; III. Separar al Presidente de la República, los
Secretarios de Estado, Magistrados de la Suprema Corte de
Justicia o Procurador General de la República; y IV. Abolir o
reformar la Constitución Política de alguno de los Estados de la
Federación, las instituciones que de ella emanen,...''; y el a 219
señala como penas la de muerte en general y en caso de rendirse
los rebeldes con todos sus elementos antes de cualquier acción
de armas, la de seis años de prisión Las otras figuras delictivas
y complementarias de este rubro se comentarán en el punto IV.

III. 1) Antecedentes históricos generales. A) Manifiesta De


Querol y De Durán, que las subversiones políticas se han
castigado desde el derecho romano, según el Codex Repetitae
Praclectionis y antiguamente en España mediante el Fuero
Juzgo, Las Partidas, la Novísima Recopilación, etc., añadiendo
que el Rey Sabio (Alfonso X, 1221-1284) después de enumerar
las formas de traición, ''terminaba con la setena forma que es -
decía- si alguno ficiese bollicio o alevantamiento an el reino,
aludiendo con ello al moderno delito de rebelión''.
B) Un ejemplo de insurrección sanguinaria fue la rebelión de
los cipayos (del persa cipalú soldado de caballería) en la India,
en 1857, donde se sublevaron regimientos enteros de hindúes
bajo el pretexto de que se les obligaba a usar cartuchos con
balas engrasadas con manteca de cerdo, considerado animal
inmundo y que tanto la religión mahometana como la de los
brahamanes rechazan, habiéndose cometido en exceso actos de
salvajismo contra los europeos, sobresaliendo la defensa de
éstos en Cawnpur y Lucknow; el general Wilson entró a Delhi,
ciudad unida a los revoltosos y aplastó la rebelión; las
represalias no fueron menos crueles.
2) Antecedentes históricos nacionales Muy numerosas han
sido las rebeliones en Mexico durante el curso de su historia,
entre las principales podemos mencionar: A) A raíz de la toma
de Tenochtitlán Hernán Cortés envió en 1523 a conquistar las
Hibueras a Cristóbal de Olid, quien mas tarde se rebeló en su
contra, por lo cual y después de enviar a Francisco de las Casas
para aprehenderlo, el propio caudillo fue en su busca realizando
la malhadada expedición hacía Honduras cuyo epilogo fue la
dramática muerte de Cuauhtémoc, rey de México; de
Coanacoch rey de Texcoco, y de Tetlepanquetzal, rey de
Tacuba, por una supuesta conjura contra el propio Cortés, el 28
de febrero de 1525, en Izancanac, Chiapas.
B) Durante los siglos XVI y XVII hubo varias supuestas y
reales rebeliones de negros en Nueva España, el Diccionario
Porrua alude principalmente a las de 1537 1546, 1549, 1609 y
1670, siendo las mas señaladas las de un jefe llamado ''El
Yanga'' y aquella en que asesinaron a un genovés dedicado a la
introducción de negros al país, llamado Agustín Lomelín; a
consecuencia de la rendición de ''El Yanga'' el virrey concedió
una reducción de negros e indios, fundándose hacia 1618 el
pueblo de San Lorenzo de los Negros, inmediato a Córdoba,
Veracruz. C) La rebelión de un caudillo maya en Yucatán,
nombrado Jacinto Canek, que en noviembre de 1761 logró
sublevar varias poblaciones y hacerse reconocer como rey de
ellas, pero siendo perseguido y derrotado en Quisteil y en Sibac,
fue conducido a Mérida, donde el 14 de diciembre se le dio
tormento y muerte ahorcándose también a otros jefes adicto; a
él.
D) a) La rebelión del estado de Yucatán para independizarse
de México, con motivo de los cambios de estructura política del
país hacia el centralismo y los impuestos que se le exigían,
hicieron que desde mayo de 1839 hasta agosto de 1848 se
produjeran graves hechos de armas entre las fuerzas del
gobierno nacional y las del estado separatista, alentado éste por
la llamada ''República de Texas'', en tiempos además trágicos
para la patria por la invasión norteamericana que sufrió (1846-
1848); b) Por otro lado, Yucatán se debatía intensamente desde
julio de 1847 y hasta 1865 en la desastrosa e inhumana ''Guerra
de Castas'' (rebeliones de los indígenas mayas), que mucho
apoyaba y favorecía la Colonia Británica de Belice y cuyos
efectos se prolongaron prácticamente hasta el gobierno del
general Lázaro Cárdenas (1934-1940). En 1857 Campeche se
sublevó y separó de Yucatán y en 1902 a éste le fue segregado
oficialmente el territorio, ahora estado, de Quintana Roo.
E) La rebelión ''De la huertista'' llamada así por jefatura don
Adolfo de la Huerta (1881 1954), presidente interino de la
República del 1o de junio al 30 de noviembre de 1920, como
consecuencia del triunfo del Plan de Agua Prieta, de 23 de abril
de 1920, contra don Venustiano Carranza: en diciembre de
1923, enemistado De la Huerta con Calles y Obregón, este
último presidente constitucional en funciones, don Adolfo se
pronunció contra el gobierno junto con otros generales Ricárdez
Broca en Yucatán, quien fusiló al gobernador Felipe Carrillo
Puerto el 3 de enero de 1924; por el oriente el general
Guadalupe Sánchez; en Guerrero, el general Rómulo Figueroa;
en Michoacán, el general Enrique Estrada, etc. Expresa Luis
Perez Verdía que ''con toda actividad el Gral. Obregón acudío a
batir a los rebeldes y a fines de febrero de 1924.
Había logrado dominar una situación harto comprometida, y
gracias al decidido apoyo norteamericano, país que se enfrento
al imperialismo inglés, sostén de la Huerta''.
F) La Rebelión de los Cristeros. Al ser promulgada la C en
1917 el episcopado mexicano protestó contra las disposiciones
que juzgó atentaban contra la libertad religiosa, en 1923 se
expulsó al delegado apostólico y hubo otro problema serio a
fines de 1924, con la celebración del Congreso Eucarístico; pero
el 2 de julio de 1926 se publicaron en el «DO» disposiciones de
orden penal, tipificando como delitos determinados actos de
culto y enseñanza religiosa; fueron aprehendidos prelados y
católicos muy conocidos, al tiempo que el gobierno auspició la
Iglesia mexicana con sacerdotes cismáticos, fueron clausurados
templos y escuelas particulares; varios obispos expidieron
pastorales contra dichos actos del gobierno; el clero suspendió
su ejercicio ministerial y los católicos organizaron una
resistencia pasiva consistente en no pagar impuestos y otras
actitudes de boicot con objeto de paralizar económicamente al
país; el gobierno extremo su radicalismo y entonces al grito de
viva Cristo rey comenzó la lucha armada en agosto de 1926,
que coordinó la Liga Nacional de Defensa de la Libertad
Religiosa, habiendo sido sus principales jefes, primero René
Capistrán Garza (1898-1974) y después el general Enrique
Goroztieta y Velarde (1889-1929). Se generalizaron los
levantamientos en no menos de veinte estados de la República,
el foco principal puede decirse que estuvo en Jalisco Michoacán
Colima, Zacatecas y Aguascalientes; había más de cincuenta
mil combatientes que formaban el Ejército de Liberación
Nacional, al que también pertenecían las Brigadas Femeninas o
movimiento de resistencia clandestino. Los jerarcas de la Iglesia
Católico en México y el gobierno del presidente Portes Gil, con
la intervención de algunos diplomáticos y sin anuencia de los
combatientes, concertaron, en junio de 1929, el arreglo
definitivo al conflicto religioso, cuya fase armada fue la
rebelión cristera.
G) La subversión de los generales Arnulfo R. Gómez y
Francisco Serrano, ambos antirreleccionistas, al reformarse la C
de 1917, permitiendo la reelección presidencial por una sola
vez, salvedad hecha de que no fuera para el periodo inmediato
(v., «DO» del 22 de enero de 1927), se produjo fuerte malestar
político que se hizo patente al perfilarse nuevamente la figura
del general Obregón como candidato, surgiendo como
adversarios los divicionarios mencionados, apoyados por jefes
del ejército, ciudadanía y viejos miembros del Partido
Antirreeleccionista; el descontento se hizo público y violento en
la campaña política; Serrano fue aprehendido por el general
Claudio Fox en Cuernavaca, Morelos, el 3 de octubre de 1927,
y fusilado ese mismo día junto con trece partidarios en
Huitzilac, sin juicio alguno. Gómez se levantó en armas en
Veracruz, pero fue derrotado por los generales José Gonzalo
Escobar y Jesús M. Aguirre, y fue fusilado también el 4 de
noviembre siguiente en Teocelo, Veracruz.
H) Un año tres meses más tarde, los ya citados generales
Aguirre y Escobar se sublevaron junto con otros militares
contra Portes Gil y Calles, conforme al Plan de Hermosillo
(febrero de 1929), Rebelión Escobarista; Aguirre fue pasado por
las armas el 21 de marzo de 1929, en Almagres, Veracruz, y
Escobar se refugió en los Estados Unidos.
I) Por último, la rebelión del general Saturnino Cedillo (1890-
1839), quien se levantó en armas contra el presidente Lázaro
Cárdenas en mayo de 1938, salió a combatirlo el general
Miguel Henríquez Guzmán, resultando muerto Cedillo en la
sierra de la Huasteca Pomsina en enero de 1939.
J) El Congreso de la Unión expidió un decreto promulgado por
el presidente sustituto, general Abelardo L. Rodríguez, cl 27 de
diciembre de 1933, «DO» del 16 de enero de 1934, por el cual
se prohibió el reingreso al ejército o armada nacionales, salvo el
caso de guerra extranjera, a los militares que hayan causado
baja en dichas instituciones, por haber estado inmiscuidos en
alguna rebelión, antes o después de promulgada la Ley orgánica
del Ejército y Armada Nacionales del 11 de marzo de 1926, ley
y decreto citados que fueron abrogados por la nueva Ley
Orgánica del Ejército y Fuerza Aérea Mexicanos del 16 de
marzo de 1971 («a.» 4o transitorio, «DO» del día 15 de abril
siguiente).

IV. Desarrollo y explicación del concepto, 1) A) a) Además de


los ya descritos en el «a.» 13° del «CP» (v., punto II-I), los
otros tipos del ilícito en cuestión son: conforme al «a.» 133
«CP», sufrirá la misma penalidad señalada en el «a.» anterior,
quien residiendo en territorio ocupado por el gobierno federal, y
sin mediar coacción física o moral, proporcione a los rebeldes
armas, municiones, víveres, transportes, etc., o impida que las
tropas del gobierno reciban estos auxilios; asimismo, cualquier
funcionario o empleado de gobierno federal o de los gobiernos
estatales, o de algún organismo que dependa de ellos, entregue
documentos o informes de interés estratégico a los rebeldes; b)
el «a.» 134 «CP» se refiere a quien atente contra el gobierno de
alguna entidad federativa o sus instituciones, cuando
interviniendo los poderes de la federación, según lo prescrito en
el «a.» 122 de la C, los rebeldes no depongan las armas,
penándose el ilícito hasta con veinte años de prisión y multas
hasta por cincuenta mil pesos; c) el «a.» 135 señala iguales
penas para quien: I. Por cualquier medio invite a la rebelión; II.
Residiendo en territorio ocupado por el gobierno nacional
oculte a los espías o explorado res de los insurrectos a
sabiendas, o bien les proporcione información bélica, y III.
Sirva empleo o cargo en lugar ocupado por los rebeldes, salvo
que actúe bajo coacción; d) el «a.» 136 «CP» se refiere a los
casos en que agentes del gobierno o bien los rebeldes, una vez
terminado el combate den muerte a los prisioneros,
castigándose con cárcel hasta 30 años y multa hasta veinte mil
pesos, e) por último el a. 137 «CP» indica que se aplicaran las
reglas de concurso cuando en una rebelión se cometan además
otros delitos.
B) Originalmente, en el «CP» expedido el 13 de agosto de
1931, y que rige desde el 17 de septiembre siguiente, los aa,
eran del 133 al 140, con variantes en la tipicidad y penas; sus
reformas están consignadas en el «DO» del 15 de enero de
1951, y en el «DO» del 29 de julio de 1970, siendo estas
últimas las vigentes.
C) Sus antecedentes los encontramos en: a) el Nuevo Código
Penal para el Distrito Federal y Territorios Federales expedido
el 30 de septiembre de 1929 y en vigor el 15 de diciembre
.siguiente, «aa.» 378-400, y b) el Código Penal para el Distrito
Federal y Territorios de Baja California, expedido el 7 de
diciembre de 1871, y en vigor el lo de abril de 1872, «aa.»
1095-1122.
2) A) Además de los ya descritos en el a. 218 del «CJM»,
expedido el 28 de agosto de 1933 y vigente desde el lo de enero
de 1934 (v., punto 11-2), los otros tipos del ilícito castrense en
cuestión son: conforme al a. 219, se castigará con la pena de
muerte: I. A quien promueva o dirija una rebelión; II. A quien
ejerciendo el mando de una región o plaza se adhiera ella; III.
A quien mandando una corporación o dependencia utilice sus
fuerzas o elementos en favor de la insurrección; IV. Al oficial
que utilice sus fuerzas para rebelarse cuando no se halle en
conexión inmediata a su corporación. En caso de rendirse - con
todos sus elementos antes de efectuarse alguna acción armada,
la pena será de seis años de prisión. El a. 220 «CJM» señala el
castigo de ocho años de cárcel para los oficiales que fuera de los
casos anteriores, participen en alguna forma en la rebelión, así
como para aquellos que no impidan la misma por todos los
medios a su alcance. El a. 221 prescribe la pena de seis años de
prisión para quienes teniendo conocimiento del delito no lo
denuncien a la autoridad correspondiente. El a. 222 «CJM»
indica como en el «CP» común, que los rebeldes no serán
responsables de las muertes o lesiones inferidas en combate,
pero de todo homicidio o lesión fuera del mismo serán
responsables de las muertes o lesiones inferidas en combate,
pero de todo homicidio o lesión fuera del mismo serán
responsables tanto quien los ordene como quien los ejecute, Por
último, el a. 223 «CJM» indica el castigo de tres años de prisión
a los que conspiren para cometer la rebelión.
B) Sus antecedentes están en la Ley Penal Militar del lo de
enero de 1902, «aa.» 313-316, 318-319 y «aa.» 133 y 138 del
«CP» en vigor, en su versión original.
3) Al establecer la inviolabilidad de la C dice su a. 136 que no
perderá su fuerza (moral) ni su vigor (jurídico), aun cuando por
alguna rebelión se interrumpa su observancia y que tan luego
como el pueblo recobre su libertad, se restablecerá dicha
observancia, y con arreglo a ella y las leyes correspondientes,
serán juzgados tanto los que hubieren figurado en el gobierno
de la rebelión, como los que hubieren cooperado a ésta dicho
precepto tiene su inmediato y exacto antecedente en el a. 128 de
la C de 1857.
4) Judicialmente se dice que esta declarado en rebeldía o que
se sigue un juicio en rebeldía, cuando el demandado, estando
debidamente notificado, no comparece ante el juez o tribunal de
la causa su inobediencia trae como consecuencia la sentencia
dictada en rebeldía.

RECOPILACIÓN
I. (De recopilar.) Acción y efecto de recopilar, que quiere a su
vez decir, juntar en compendio, recoger o unir diversas cosas.
En sentido jurídico, recopilación es la yuxtaposición de las
disposiciones relativas refundidas y ordenadas
sistemáticamente.

II. La labor de juntar o recoger las disposiciones en que se


contiene el derecho es muy antigua, pero no a toda ella se le ha
llamado en la historia jurídica recopilación. Desde los tiempos
mas remotos se ha fijado el derecho en obras de diverso tipo; la
fijación del derecho a decir de -Guzmán Brito- puede verse
como una actividad o un resultado. La primera estaría influida
por elementos de tipo ideológico, político y social en tanto que
el segundo es meramente la cristalización de la labor fijadora en
una obra, que llamamos jurídica, de cierto tipo. La fijación sólo
es posible si existen antes fuentes que puedan ser susceptibles
de ser fijadas en un cuerpo jurídico. Al conjunto de fuentes -de
diverso tipo- incorporadas a un cuerpo jurídico de acuerdo a un
sistema que no sea meramente cronológico y publicadas en
forma oficial le podemos llamar recopilación. Las
recopilaciones aspiran a recoger el derecho que se considera
vigente en un momento dado en una comunidad, pero sin variar
su formulación original sustancialmente.

III. Recopilación se distingue de compilación en que esta ultima


no tiene carácter oficial y su valor es practico, histórico, en
tanto que la primera si tiene carácter oficial y su contenido
derecho vigente. Por otra parte, recopilación y código pueden
ser sinónimos si sólo tomamos en cuenta que ambos son
considerados por la comunidad como continentes de derecho
vigente. Esto significa que ambos son cuerpos fijadores de
derecho que contienen leyes o pragmáticas, la primera, y
artículos, el segundo, que se hallan vigentes. Pero si atenderlos
a la forma en que se recogen las fuentes que integran estos
cuerpos jurídicos, vemos con claridad que recopilación y código
no son iguales. En la primera se recoge la ley, pragmática, auto
acordado o cualquier otra fuente dando cuenta del tiempo en
que se creo y la autoridad que la puso en vigor. En el código, no
es posible individualizar cada fuente si no es mediante un
análisis complejo de tipo clínico, ya que, para ser incorporada al
código, cada fuente pasó por un proceso de reelaboración y
redacción a fin de que encaje dentro de la nueva unidad que se
esta formando. En este caso se hallan las fuentes originales de
todos los códigos elaborados conforme a la doctrina del
iusnaturalismo racionalista.

IV. Ya desde la época de Justiniano se hablan señalado los


pasos necesarios para lograr una buena recopilación. En varias
constituciones relativas a la formación y confirmación del
Digesto y el código se habla establecido que para lograrla era
preciso evitar duplicaciones, eliminar contradicciones, no
incorporar al nuevo cuerpo jurídico lo que se hallara en desuso,
redactar las fuentes incorporadas en forma clara y accesible,
pero sin modificar su esencia, etc. Salvados los requisitos
formales, la preceptiva establecida desde entonces señalaba que
todas las fuentes recogidas debían distribuirse por materias, en
títulos y libros para darle coherencia y perfección a la obra
recopiladora. Por último, todo el cuerpo jurídico debía entrar en
vigor por una disposición que así lo estableciera.
Conforme a este plan se realizaron muchas recopilaciones
hasta la época moderna este modo de proceder, que llamaremos
tradicional, es sustituido en algunos países por otro modo de
fijar el derecho, el de la codificación. Sin embargo, en España
todavía a principios del siglo XIX se promulga una recopilación
de leyes a la manera tradicional, la llamada Novísima
Recopilación de las Leyes de España, de 1805.

V. Los cuerpos fijadores el derecho fueron recibiendo distintos


nombres aun en los casos en que técnicamente trataba de una
recopilación; costumbres, ordenamiento, fuero, ordenanzas,
etc., serian sólo algunos de ellos. Durante la Edad Media el
vocablo recopilación se uso poco para aludir a un cuerpo fijador
de derecho. En España, a partir del siglo XV se utiliza dicho
vocablo para aludir a cuerpos fijadores elaborados conforme al
plan que se señalo en el apartado anterior: a) La Nueva
Recopilación de las Leyes de España, de 1867; b) La
Recopilación de las Leyes de los Reinos de Indias, de 1680 y c)
La Novísima Recopilación de las Leyes de España, de 1805.
La recopilación :aunque es una fijación del derecho que abarca
diversas materias, no tiene carácter totalizador, a su lado, puede
haber distintos ordenamientos que se avoquen a la regulación de
una materia determinada. El ejemplo más claro es la
Recopilación de Leyes de Indias de 1680, la cual no
comprendía - todo el derecho aplicable de Indias. En primer
lugar dejaba de lado los ordenamientos del derecho castellano
que se hallaban vigentes en los territorios indianos desde su
incorporación a la: Corona de Castilla. En segundo lugar, el
texto de la Recopilación no sustituyo a otros cuerpos jurídicos
cuyo contenido se refería a una institución en particular: el
comercio, por ejemplo, respecto del cual el contenido de la
Recopilación se complementaba con el de las Ordenanzas de
Bilbao. En tercer lugar, poco tiempo después de su
promulgación comenzaron a dictarse sobre todo ordenanzas que
modificaban o ampliaban el contenido de la Recopilación. El
ejemplo obligado se encuentra en las Ordenanzas de Intendentes
de 1786.

VI. Al generalizarse la recepción del modelo codificador


iusnáturalista el vocablo recopilación fue perdiendo el sentido
con el cual se le ha venido describiendo y a lo largo del siglo
XIX se equiparo a compilación esto es, la mera ordenación de
las disposiciones legislativas conforme a la fecha de su
promulgación. A este respecto se encuentran numerosos
ejemplos de recopilaciones, con carácter oficial. que ya no
aspiraron a contener el derecho vigente ordenado conforme a la
forma establecida en la antigua Roma, sino que simplemente,
fueron utilizadas como vehículos para el conocimiento
periódico del derecho aplicable. Es decir, fungieron como
instrumentos a través de los cuales se iban dando a conocer los
resultados de la labor creadora del derecho desarrollada en las
asambleas legislativas o dictada peor el Ejecutivo. En la
actualidad, el vocablo recopilación ha perdido por completo el
sentido que se le ha venido atribuyendo.
RECTORÍA DEL ESTADO
I. Por rectoría del Estado se entiende la capacidad jurídica del
mismo para conducir la actividad económica del país.

II. La rectoría estatal del desarrollo nacional es una figura


jurídica que se incorpora en la C, en las reformas
constitucionales publicadas en el «DO» el 3 de febrero de 1982.
En efecto, a consecuencia de esta reforma constitucional se
modificaron integralmente los textos de los «aa.» 25 y 26 de la
C (su contenido original paso a formar parte del 16, «pfos.»
tercero y cuarto), además se introdujeron reformas importantes
en los «aa.» 27 28 y 73. De esta manera se integró lo qué
algunos designan como ''el capítulo económico de la
Constitución'', aunque en estricto sentido dicho capítulo no
existe y estos «aa.» ni siquiera forman parte del mis mo c
constitucional. No obstante. es preciso reconocer que en estos
preceptos se encuentran, efectivamente las bases
constitucionales que regulan la actividad económica de nuestro
país.
Desde mediados de la administración 1976-1982, se empezó a
demandar la integración de un capítulo económico de la C, pues
se tenia la impresión de que el Estado no reconocía límites, ni
contaba con criterios definitorios de la naturaleza, objetivos y
alcances de su intervención en la actividad económica; razón
que hacia necesaria una definición para que la sociedad pudiera
saber que se podía esperar de una intervención estatal.
Queda claro, en consecuencia, que la rectoría estatal del
desarrollo es una figura jurídica estrechamente vinculada con la
intervención del Estado en la economía.
La intervención del Estado en la economía es una figura sujeta
a una interesante polémica sobre la cual no se ha logrado un
consenso, quizá no se han aclarado suficientemente las bases y
elementos del debate.
Por intervención del Estado en la economía vamos a entender
la facultad que tiene el Estado para participar directamente en
los procesos económicos de producción, distribución y
comercialización de mercancías, es decir, de bienes y servicios.
En este sentido, podemos distinguir dos grandes formas de
intervención estatal en la economía: la indirecta y la directa.
La intervención indirecta del Estado en la economía se
manifiesta a través del ejercicio de la actividad normativa del
Estado, para conducir, condicionar, estimular o restringir la
actividad económica que realizan los particulares.
En el Estado democrático liberal clásico, característico del
siglo XIX, en Occidente. ésta es la manifestación tradicional del
Estado en la vida social. Bajo esta estructura de organización
política, el Estado se preocupa por sentar las bases jurídicas que
permitan el libre desarrollo de una economía de mercado, en la
que se puedan manifestar, con la mayor nitidez posible, las
leyes de la oferta y de la demanda, que son las principales
rectoras del mercado y frente a las cuales se subordina,
finalmente, el conjunto de la actividad económica.
Bajo este esquema el Estado no debe interferir con el libre
comportamiento del mercado El ejercicio de la actividad
económica se entiende como una actividad propia y exclusiva
de los particulares. El Estado participa en ella de manera
excepcional y solamente en aquellos casos en que sea necesario
que subsidiariamente apoye la actividad económica que realiza
la sociedad civil. La separación entre la sociedad política y civil
implica y define un claro sistema de división social del trabajo.
Bajo este esquema, los particulares desarrollan la actividad
económica, mientras que al Estado le corresponde asegurar que
la sociedad civil desarrolle sus actividades de la manera mas
libre.
A este tipo de Estado se le conoce como ''Estado gendarme'' o
''policía'', ya que su principal función es la de fungir como
guardián del orden y de la paz para permitir el libre ejercicio de
la actividad económica.
Por intervención directa del Estado en la economía, nos vamos
a referir a la facultad jurídica del Estado para participar, a través
de sus órganos, en el ejercicio de la actividad económica.
En este esquema, la división social del trabajo se resquebraja,
se hace más confusa la frontera entre las actividades propias de
la sociedad política, que ve ensanchada su esfera de
atribuciones, y la sociedad civil. Con frecuencia, a esta última le
da la impresión de que el Estado invade su esfera exclusiva de
actividades, sin que ella, por su parte, pueda desarrollar
actividades que anteriormente eran del Estado. estas siguen
siendo de su competencia exclusiva.

III. La rectoría estatal del desarrollo implica, en nuestro país, la


sistematización y la elevación a rango constitucional de las
atribuciones del Estado en la economía, así como la definición
de los principios y objetivos que los distintos agentes
económicos deben observar al desarrollar una actividad
económica.
La C de 1917 define un nuevo papel del Estado frente a la
sociedad. El Constituyente de Querétaro, motivado por las
demandas sociales de la Revolución de 1910, decidió modificar
el esquema de Estado liberal clásico, que consagraron nuestros
textos fundamentales del siglo XIX, en correspondencia con los
esquemas constitucionales de los Estados occidentales
contemporáneos; para adicionar una novedosa función social
del Estado.
La inclusión de los derechos sociales que en materia de
educación, propiedad agraria y trabajo, contienen los «aa.» 3ç,
27 y 123 de la C trastocaron esencialmente la función del
Estado en la sociedad.
A partir de la consagración de estos derechos, el Estado
mexicano ya no se debía restringir a garantizar el orden y la paz
sociales, ni tampoco a garantizar que las condiciones políticas y
sociales permitieran la libre manifestación de las leyes de la
oferta y la demanda. Las exigencias de la Revolución Mexicana
hacían que el Estado mexicano tuviera que participar en la
conflictiva social para introducir mecanismos correctivos a la
distribución de la riqueza que imponía el libre juego de las
fuerzas del mercado.
A partir de entonces, las libertades individuales y, dentro de
ellas las económicas (comercio, trabajo y propiedad,
principalmente) Se modificaron sustancialmente, va que si bien
subsistieron, su operación quedó condicionada al respeto de los
objetivos del interés social.
Es decir las libertades económicas subsisten pero sujetas a una
serie importante de modalidades que implican que hay un valor
jurídico superior que tutelar: el interés social.
Por ello, el derecho del trabajo subsiste en el «a.» 5º pero
sujeto a las medidas protectoras del trabajo consagradas en el
«a.» 12º, que establece una jornada máxima, un salario mínimo,
medidas protectoras del trabajo insalubre, así como del que
realizan las mujeres y los menores, entre otras disposiciones que
hacen que el trabajo deje de operar como una mercancía sujeta a
las condiciones que impongan las leyes del mercado.
El derecho de propiedad también subsiste, pero sobre bases
jurídicas esencialmente diferentes. La propiedad originaria de
tierras y aguas comprendidas dentro ele los límites del territorio
nacional corresponde a la Nación («a.» 27 primer pfo.).
La propiedad originaria de la Nación implica la subordinación
de la propiedad particular a las modalidades que dicte el interés
público así como la organización de distintos regímenes de
propiedad: la pública, la social y la privada. A estas dos últimas
se les limita en cuanto al sujeto del derecho de propiedad
(nacional o extranjero; persona física o persona moral;
particular o miembro de algún culto religioso) («a.» 27, «frs.» I
a III).
Asimismo, se sujeta a distintos regímenes jurídicos la
propiedad urbana y la propiedad rural. En este último, se
distinguen la propiedad social y la privada; en el primer caso, la
tierra podrá ser explotada individual o colectivamente («a.» 27,
«frs.» VII y XV).
Finalmente, se modifica el procedimiento expropiatorio con el
fin de hacerlo más expedito y asegurar, así, que el interés
particular del propietario no afecte el interés social que motive
dicho procedimiento («a.» 27, segundo pfo.).
Este catálogo de derechos sociales, que se iría ensanchando a
lo largo de este último periodo constitucional, junto con el
nuevo régimen constitucional de la propiedad, obligo al Estado
mexicano, como lo señalan Alfonso Noriega Cantú y Jorge
Madrazo, a intervenir directamente en la economía. Es decir, a
participar directamente en las actividades de producción
distribución y comercialización de bienes y servicios.

IV. La facultad de rectoría del desarrollo, que la C le confiere al


Estado, se vincula, en consecuencia, con las siguientes
actividades estatales: la regulación de la actividad económica de
los particulares; la consagración y la tutela de los derechos
sociales, el régimen de propiedad; el régimen de las entidades
paraestatales y, finalmente, la existencia de un sistema nacional
de planeación.
Originalmente, la C no contenía ninguna referencia a las
entidades paraestatales. Sin embargo, el «a.» 28 se refería a la
facultad del Estado para administrar un Banco único de emisión
de moneda, así como el a, 3º a su obligación de impartir
educación gratuita.
Por otra parte, el Constituyente se refirió a los departamentos
administrativos que tenían a su cargo el ejercicio de una función
técnica de prestación de servicios o de producción de bienes.
carecían de funciones de carácter político, que el Constituyente
otorgó, en exclusiva, a las secretarias de Estado.
La evolución del Estado mexicano hizo que se desarrollara un
nuevo sector, dentro de la administración pública federal, que
primeramente fue reconocido por el «a.» 90 de la C que dispone
que la administración pública será centralizada y paraestatal,
Con la reforma del 3 de febrero de 1983, se desarrolló este
principio, en el «a.» 28 que, desde entonces establece que.
El Estado contará con los organismos v empresas que requiera
para el eficaz manejo de las áreas estratégicas a su cargo y en
las actividades de carácter prioritario, donde, de acuerdo con las
leyes, participe por si o con los sectores social y privado.
Esta disposición define, además el tipo de actividad que podrá
desarrollar el Estado, a través de sus organismos
descentralizados y empresas de participación estatal al definir lo
que considera como ''actividad estratégica'' y como ''actividad
prioritaria''. La primera es de exclusiva competencia estatal y se
ejerce a través de organismos descentralizados; mientras que la
segunda es una empresa de economía pública o mixta y se
puede desarrollar, tanto a través de organismos, como de
empresas de participación estatal.
Por lo que se refiere al Sistema Nacional de Planeación que
introdujo la nueva redacción del ar˜ de la C (reforma del s de
febrero de 1983), consagra la facultad del Estado para organizar
dicho sistema con el propósito de que con el apoyo de esta
técnica, se imprima solidez, dinamismo, permanencia y equidad
al crecimiento de la economía para la independencia y la
democratización política, social y cultural de la Nación.
La planeación es el instrumento con que la C dota al Estado,
para englobar y sistematizar su facultad de rectoría del
desarrollo nacional; desarrollo que debe de integral debe
fortalecer la soberanía de la Nación y su régimen democrático,
para que mediante el fomento al crecimiento económico y al
empleo y de una mas justa distribución del ingreso y la riqueza,
penuria el pleno ejercicio de la libertad y la dignidad de los
individuos, grupos y clases sociales, cuya seguridad protege la
propia C.
Como puede observarse, entre los objetivos de la rectoría del
desarrollo y del sistema de planeación existe una identidad de
objetivos y propósitos: ambos buscan el crecimiento
económico, acompañado de una mas justa distribución del
ingreso; en ambos casos se asocia el régimen democrático y de
libertades individuales, a los propósitos del desarrollo, que debe
conducir el Estado.
De esta manera, el Estado se convierte en el responsable de
garantizar que el desarrollo de cualquier actividad económica
que se realice en el país, por cualquiera de los tres sectores de la
población (público, social y privado), contribuya a la
realización de los objetivos del desarrollo nacional.
La definición de las actividades y políticas que se deben seguir
para lograr dichos objetivos se definen sexenalmente en el Plan
Nacional de Desarrollo que, durante los primeros seis meses de
cada mandato presidencial, el ejecutivo federal debe elaborar y
publicar, para definir las acciones específicas que en favor del
desarrollo del país deberán cumplimentar los distintos agentes
económicos y sociales.
El plan no es obligatorio sino para la administración pública
federal centralizada; aunque el presidente promoverá, a través
de ésta, su adopción por parte de la administración paraestatal.
Los gobiernos de los Estados manifiestan su decisión de
adherirse a las políticas de la planeación nacional, a través de
los convenios únicos de Desarrollo, los particulares pueden
hacerlo sea a través de contratos específicos que celebren con
las autoridades administrativas competentes o bien simplemente
realizando aquellas actividades que sean objeto de un apoyo
especial por parte del Estado, y que deriven en algún
instrumento de beneficio técnico crediticio, fiscal o de alguna
otra naturaleza especial.
De esta manera se instrumenta un sistema de planeación
indicativa que permite la participación de todas las fuerzas,
económicas y sociales, de la Nación en la ejecución de sus
políticas y actividades. La planeación, en consecuencia no
limita las libertades económicas y busca preservar y aún
ensanchar el régimen democrático de nuestro país.
A través de la planeación nacional, el Estado puede
sistematizar su actividad económica, tanto de intervención
directa como indirecta; propicia el cumplimiento de los
derechos sociales; preserva las libertades individuales, y ordena
la actividad de su sector empresarial. Por ello, la planeación es
!a principal herramienta con que cuenta el Estado para cumplir
con su misión de rectoría del desarrollo nacional.
RECURSO
I. (del latín recursus, camino de vuelta, de regreso o retorno). Es
el medio de impugnación que se interpone contra una
resolución judicial pronunciada en un proceso ya iniciado,
generalmente ante un juez o tribunal de mayor jerarquía y de
manera excepcional ante el mismo juzgador, con el objeto de
que dicha resolución sea revocada, modificada o anulada.

II. La doctrina distingue dentro del género de los medios de


impugnación varias categorías, entre ellas los remedios
procesales considerados como los instrumentos que pretenden
la corrección de los actos y las resoluciones judiciales ante el
mismo juez de la causa; los recursos que se pueden interponer
dentro del mismo procedimiento, peto ante un órgano judicial
superior, por violaciones cometidas tanto en el mismo
procedimiento como en las resoluciones judiciales respectivas;
y finalmente los procesos impagnativos que son aquellos que
conforman una relación procesal autónoma para combatir una
determinación anterior, generalmente de carácter
administrativo, y en este sentido podemos citar al llamado
proceso de lo contencioso-administrativo.

III. Por lo que corresponde a los recursos en sentido estricto que


conciernen a esta voz también desde el punto de vista doctrinal
se han dividido en recursos ordinarios extraordinarios y
excepcionales, que trataremos de examinar de acuerdo con su
regulación en los ordenamientos procesales mexicanos.
A) En primer término, aun cuando un sector importante de los
tratadistas de derecho procesal consideran que los medios de
impugnación que se interponen ante el mismo juez de la causa
deben considerarse como remedios procesales, los códigos
mexicanos los califican como recursos, y entre ellos podemos
citar la llamada revocación, regulada por los «aa.» 227-230 del
«CFPC»; 412 y 413 del «CFPP» 361-362 del «CPP»; 684-685
del «CPC», el cual, además, califica como reposición el citado
instrumento cuando se hace valer contra resoluciones del
Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal (TSJDF).
Por lo que se refiere a los recursos ordinarios el mas
importante es el de apelación, a través del cual, a petición de la
parte agraviada por una resolución judicial, el tribunal de
segundo grado, generalmente colegiado, examina todo el
material del proceso, tanto fáctico como jurídico, así como las
violaciones del procedimiento y de fondo, y como resultado de
esta revisión, confirma, modifica o revoca la resolución
impugnada, sustituyéndose al juez de primera instancia, o bien
ordena la reposición del procedimiento, cuando existen motivos
graves de nulidad del mismo.
a) Podemos dividir el recurso de apelación en dos sectores: en
materia civil y mercantil dicho recurso sigue los lineamiento de
la Ley del Enjuiciamiento civil (LEC) española y se regula en
forma estricta, es decir, no se pueden expresar nuevos
argumentos o presentar pruebas en la segunda instancia salvo en
casos excepcionales, esto es, cuando no fue posible aducirlos en
el primer grado. Por otra parte la regulación del código distrital
implica el conocimiento estricto de los agravios del recurrente,
sin facultades para examinar los expresados ante el juez a quo,
lo que hace necesaria la interposición de la llamada apelación
adhesiva por parte del apelado, lo que resulta anacrónico (aa
688-726 «CPC»; 231-257 «CFPC»; 1336-134S del «CCo»).
b) La apelación penal se reguía en nuestros códigos de
procedimientos en forma más flexible en cuanto se encuentra
inspirada en el principio in dubio pro reo y, por este motivo, el
tribunal de segundo grado posee mayores facultades que en
materia civil, en virtud de que la materia del recurso es amplia,
con algunas limitaciones, puesto que en esencia implica un
nuevo examen de todo el procedimiento y de las resoluciones
impugnadas en primera instancia, en cuanto la parte recurrente
puede ofrecer nuevas pruebas, limitándose sólo la testimonial a
los hechos que no hubieran sido materia del examen en primer
grado, y destacando la circunstancia de que según el «a.» 387
del «CFPP», el tribunal de apelación puede suplir los agravios
del recurrente cuando exista violación manifiesta del
procedimiento que lo hubiese dejado sin defensa («aa.» 414-434
del «CPP» y 363-391 del «CFPP»).
c) Existen algunos medios de impugnación que el legislador ha
calificado de revisión, pero que en sentido propio deben
considerarse como apelación, y entre ellos podemos señalar las
dos revisiones de carácter tributario, la primera ante la sala
superior del Tribunal Fiscal Federal (TFF) contra una
resolución de una sala regional cuando la autoridad recurrente
considera que existe importancia y trascendencia nacional, y
una segunda que se califica de revisión fiscal, que se hace valer
ante la segunda sala de la «SCJ» por la misma autoridad que
interpuso la primera revisión cuando el fallo de la citada sala
superior del TFF le es desfavorable («a.» 104, «fr.» I, C; y «aa.»
248-250 del «CFF»).
También debe considerarse dentro de este sector el llamado
recurso de revisión en el juicio de amparo, que en realidad
constituye una verdadera apelación que se interpone por el
afectado ante la «SCJ» o los tribunales colegiados de circuito
(TCC), de acuerdo con las complicadas reglas de competencia
que establece la legislación respectiva, contra las resoluciones
de los jueces de distrito y excepcionalmente también respecto
de las pronunciadas por los propios «TCC», cuando interpretan
directamente un precepto de la C o deciden sobre la
inconstitucionalidad de una ley («aa.» 83-94 LA).
d) La llamada apelación extraordinaria por el «a.» 717 del
«CPP» constituye una mezcla de medios de impugnación y sólo
existe consenso de que tiene carácter extraordinario, lo que es
contrario al recurso de apelación en sentido estricto, el cual
como se ha dicho es el recurso ordinario por excelencia.
e) Otros dos recursos ordinarios son la queja y la reclamación.
La primera, calificada por la doctrina como ''cajón de sastre''
carece de una delimitación precisa respecto de otros medios de
impugnación, pero en la mayor parte de los ordenamientos
procesales se utiliza para combatir resoluciones de menor
,importancia que aquellas que se pueden atacar a través del
recurso de apelación, en tanto que la reclamación se otorga a los
afectados para impugnar las resoluciones pronunciadas por los
jueces o magistrados instructores o presidentes de sala o del
tribunal respectivo, con motivo de sus facultades, admitir o
rechazar demandas y recursos o poner los asuntos en estado de
resolución. y se interpone ante el colegio judicial
correspondiente.
Por lo que respecta a esta materia debemos aclarar que el
llamado recurso de denegada apelación por los «aa.» 259-266
del «CFPC»; 435-442 del «CPP»; 392-398 del «CFPP», y 845-
846 del «CJM», constituye en realidad un recurso de queja que
se interpone por la negativa de admitir la apelación y, en ciertos
supuestos, por la calificación del grado que afecta los intereses
jurídicos del apelante.
B) Los recursos extraordinarios son aquellos que sólo pueden
interponerse por los motivos específicamente regulados por las
leyes procesales, y además, implican el examen de la legalidad
del procedimiento o de las resoluciones impugnadas, o sea que
comprende las cuestiones jurídicas, ya que por regla general, la
apreciación de los hechos se conserva en la esfera del juez o
tribunal que pronuncia; el fallo combatido.
El recurso extraordinario por antonomasia es el de casación, a
través del cual se pretende la anulación del procedimiento o de
la sentencia de fondo por las violaciones legales que se imputan
al juez que ha dictado una sentencia definitiva, si bien en
apariencia dicho medio de impugnación ha suprimido el que
regulaban los códigos procesales civiles y penales de las
entidades federativas por disposición expresa del «a.» 9o de la
«LOTJFC», de 9 de septiembre de 1919, e implícitamente en el
«a.» 30 de la «LA», de 19 de octubre del mismo año sin
embargo ha sido absorbido por el juicio de amparo contra
resoluciones judiciales.
En efecto, como a principios de este siglo lo señaló el ilustre
jurista Emilio Rabasa el juicio de amparo contra resoluciones dé
carácter judicial tiene la naturaleza de un recurso extraordinario
de nulidad similar al de casación y por este motivo en la
actualidad se le califica como amparo-casación. Las ideas de
Rabasa fueron aceptadas de manera implícita por el
Constituyente de Querétaro, en cuanto se dividió el
procedimiento del juicio de amparo en biinstancial configurado
como proceso autónomo, y de una sola instancia contra
sentencias judiciales definitivas, estructurado este último sin
decirlo expresamente, como un verdadero recurso
extraordinario de nulidad, de acuerdo con las disposiciones del
«a.» 107 de la C.
En cuanto a su materia, el amparo-casación puede dividirse en
sectores, según se impugnen sentencias de tribunales penales,
civiles (incluyendo las mercantiles) administrativas o laborales
y su tramitación se realiza en única instancia ante la «SCJ» o los
«TCC».
Por otra parte, en el amparo judicial, de acuerdo con las reglas
clásicas de la casación, las violaciones alegadas se dividen en
violaciones cometidas durante la secuela del procedimiento,
siempre que afecten las defensas del quejoso trascendiendo el
resultado del fallo (errores in procedendo), y violaciones de
fondo (errores in judicando), en la inteligencia que las referidas
violaciones procesales sólo pueden interponerse con motivo de
la sentencia definitiva («a.» 158 LA), salvo en el supuesto de
que, de no impugnarse en el momento de cometerse, se
consumen en forma irreparable o afecten a terceros extraños al
juicio, pues en estos casos el amparo debe interponerse en doble
instancia, la primera ante el juez federal de distrito Y la segunda
parte ante los «TCC» («a.» 114, «frs.» IV y V, de la LA).
Según los principios de la casación, el examen de las
sentencias impugnadas en amparo debe limitarse al estudio de
su legalidad, de acuerdo con los «aa.» 14 de la C y 158 «LA»,
sin que pueda hacerse un nuevo análisis de los hechos, los que
en principio deben apreciarse tal como fueron comprobados
ante los tribunales ordinarios («a.» 78 LA).
C) La tercera categoría de los recursos, en el ordenamiento
mexicano, son aquellos a los que la doctrina otorga una
naturaleza excepcional en virtud de que a través de los mismos
se puede combatir una resolución judicial firme, o sea, la que ha
adquirido la autoridad de cosa juzgada, y que según la
terminología hispánica que ha predominado en los
ordenamientos procesales latinoamericanos recibe el nombre de
revisión; la que, en términos generales, es admisible en forma
predominante en materia penal (pero en ocasiones también en
asuntos civiles), cuando con posterioridad al pronunciamiento
de una sentencia firme se descubren o sobrevienen
circunstancias que desvirtúan la motivación esencial del fallo.
En nuestro ordenamiento procesal esta institución sólo se
regula en materia penal, tanto en la esfera local como federal
con la denominación curiosa de indulto necesario, el que
procede cuando el fallo impugnado se apoya en elementos de
concicción que posteriormente son declarados falsos en otro
proceso: cuando con posterioridad se descubren o aparecen
documentos públicos que invalidan la prueba en la cual se
apoye la sentencia; cuando se presentara o existiera prueba
irrefutable de su existencia, de la persona desaparecida por cuya
causa el inculpado hubiese sido acusado por homicidio, y por
otros motivos similares («aa.» 614-618 «CPP», 56 568 «CFPP»,
y 84W846 del «CJM»).

REFERÉNDUM
I. (Del latín referendum, de referre: referir. Institución política
mediante la cual el pueblo o el cuerpo electoral opina sobre,
aprueba o rechaza una decisión de sus representantes elegidos
para asambleas constituyentes o legislativas.
Es una manifestación de la democracia constitucional, en la
cual mediante la ampliación del sufragio y el libre acceso a los
cargos públicos, la totalidad del pueblo organizado en cuerpo
electoral participa en el proceso del poder, lo que nace
indirectamente al elegir a sus representantes y directamente por
medio del referendum y el plebiscito.
Se discute la naturaleza jurídica de esta participación popular
en la formación de la ley y se considera como un acto de
ratificación, de aprobación o de decisión, inclinándose la
doctrina por considerarlo como un acto decisorio autónomo,
que al sumarse al de los representantes da origen a la
disposición legal, la cual sólo adquiere validez cuando ha sido
sometida a la votación popular y aprobada por ella. Los
representantes formulan la ley, pero ad referendam, es decir, a
reserva de lo que el cuerpo electoral resuelva, constituyéndose
el voto popular en condición suspensiva a que se somete la
validez y eficacia de la ley.
Tiene un parentesco histórico con el plebiscito, con el cual
muchas veces se confunde. La diferencia esencial consiste en
que éste no afecta a actos de naturaleza normativa, se refiere a
cuestiones de hecho, actos políticos y medidas de gobierno.
Especialmente afecta a cuestiones de carácter territorial y a
materias relativas a la forma de gobierno.

II. Referiendum constitucional y legislativo. Cuando el


electorado participa en la función constituyente se da el
referéndum constitucional, el que puede tener dos
manifestaciones: a) decisión sobre la futura forma de Estado, lo
que ocurrió en Italia el 2 de julio de 1946, en Bulgaria el 8 de
septiembre de 1946, actos en los cuales se decidió sobre la
monarquía o la república, b) decisión sobre un documento
constitucional aprobado por una asamblea constituyente. El
primer documento constitucional sometido a la aprobación del
cuerpo electoral fue la C francesa del 4 de junio de 1793, lo que
se hizo con fundamento en la concepción rousseoniana de la
aceptación del contrato social consensualmente. Mecanismo
que también fue utilizado por Napoleón para aprobar
popularmente sus constituciones de 1799, 1802 y 1804.
En el siglo XIX la popularidad del referéndum decreció,
seguramente por su desprestigio al ser usado por fuerzas
distatoriales, con excepción de Suiza donde su crédito es
permanente, y donde fue utilizado para aprobar la C de 1848 y
su revisión completa de 1874. De nuevo, después de la Primera
Guerra Mundial, es adoptado en varios países, entre ellos dos
latinoamericanos: Chile en 1925, y Uruguay en 1942 y 1952.
Francia, después de la Segunda Guerra Mundial, abandona su
resistencia a la institución y recurre tres veces al referéndum
constitucional: para rechazar el proyecto, el 2 de junio de 1946
para confirmar el segundo proyecto, el 27 de octubre de 1946, y
para legitimar la C del general De Gaulle, el 28 de septiembre
de 1958, que no fue aprobada por asamblea. A pesar de su
intrínseco carácter democrático, el referendum goza de crédito
en gobiernos conservadores y distatoriales porque el
procedimiento es fácilmente distorsionable a través de
propaganda y manipulación electoral.
En las constituciones occidentales de data relativamente
reciente, la institución ha sido adoptada con limitaciones: en las
francesas de 1946 y 1958 («a.» 90) cuando un proyecto de
reforma no ha sido aprobado en su segunda lectura por la
Asamblea Nacional, por mayoría de los dos tercios o por la de
tres quintos en cada una de las cámaras, o cuando, tratándose de
una revisión constitucional referente a la existencia del Consejo
de la República, ésta no haya dado su conformidad. En Italia se
adopta el referendum en el «a.» l38 de la C, cuando las reformas
no hayan sido aprobadas en segunda lectura por los dos tercios
de cada cámara y también para transformaciones territoriales y
en el ámbito regional («a.» 123). En la C española de 1978
(«a.» 1673), se indica que aprobada la reforma constitucional
por las Cortes, será sometida a referendum para su ratificación
cuando así lo soliciten, dentro de los 15 días siguientes a su
aprobación una décima parte de los miembros de cual quiera de
las cámaras y cuando se propusiere la revisión total de la C, o
una parcial que afecte al tit. preliminar; al c. II. sección 1º del
tit. 19 o al tit. II; aprobada la reforma por las Cortes, será
sometida a referéndum para su ratificación.
El referéndum legislativo tiene también en Suiza su ejemplo
mejor. Las leyes aprobadas por el parlamento son sometidas a
una votación popular, y además se pueden presentar proyectos
de ley por iniciativa del electorado, procedimiento que se utiliza
con frecuencia y constituye un buen ejemplo de gobierno
semidirecto con una integración del electorado en la toma de
decisiones.

III. Clasificación. Por sus efectos puede ser: constitutivo,


modificativo o abrogativo; por su naturaleza jurídica puede ser:
obligatorio o facultativo; por su origen puede ser: popular,
gubernativo o presidencial, parlamentario, estatal y regional.
Especial mención merecen el referéndum consultivo y el
arbitral: el primero consiste en un llamamiento popular para
obtener opinión sobre una determinada decisión a tomarse
posteriormente; el segundo es propiamente político, con el
objeto de resolver conflictos surgidos entre órganos del Estado
para restablecer el equilibrio constitucional, que tuvo un amplio
desarrollo en la C de Weimar.

IV. El referéndam en México. La institución no se inserta en


nuestra tradición constitucional. Su inclusión es de reciente
data,. En el marco de la ''reforma política'' de 6 de diciembre de
1976, la «fr.» VI del «a.» 73 de la C fue adicionada con un pfo.
previsto en la base 24 que establece que: ''Los ordenamientos
legales y los reglamentos que en la ley de la materia se
determinen serán sometidos al referéndum y podrán; ser objeto
de iniciativa popular, conforme al procedimiento que la misma
señale'', con lo que se otorgaron a los ciudadanos del Distrito
Federal estos mecanismos democráticos del gobierno
semidirecto. La reglamentación de estas instituciones ha sido
incompleta, lo que ha producido inoperatividad. Parcialmente se
han reglamentado en la Ley Orgánica del Departamento del
Distrito Federal, «aa.» 52-59, y se indica que la iniciativa del re
feréndum corresponde al presidente de la República o a las
cámaras del Congreso de la Unión, y que no abarcará las leyes
hacendarias y fiscales, lo que constituye una, importante
limitación.

REGISTRO CIVIL
I. Es una institución de orden público encargada de hacer
constar, mediante la intervención de funcionarios debidamente
autorizados para ello e investidos de fe pública, los actos
relativos al estado civil de las personas físicas.

II. Los documentos o actas del Registro Civil y los testimonios


que de ellos se expidan tienen valor probatorio pleno y sirven
para acreditar aquello sobre lo que el registrador declara, bajo
su fe haber pasado en su presencia, constituyen prueba especial
de lo que el encargado del Registro puede certificar por su
personal conocimiento, pero no de las declaraciones que en
ellos se contengan con relación a hechos distintos. Así, p.e., un
acta de matrimonio no sirve para acreditar la declaración del
estado civil de los testigos que en ella intervengan.
El contenido de las actas no llega a constituir una presunción
inatacable. Su validez plena se mantiene mientras no se pruebe
lo contrario.
III. El Registro Civil tiene una doble función: facilitar la prueba
de los hechos inscritos, por un lado, y por otro, permitir que
esos hechos puedan ser sin problema alguno, conocidos por
quien tenga interés. De esta doble función se desprenden dos
consecuencias primera, que el estado civil de las personas sólo
se comprueba con las constancias relativas del Registro Civil,
sin que ningún otro documento o medio de prueba sea admisible
para ello, salvo casos expresamente exceptuados en la ley, y
segunda, que las inscripciones del Registro están revestidas de
publicidad absoluta, en virtud de lo cual toda persona puede
pedir testimonio de las actas, así como de los apuntes y
documentos con ellas relacionadas, y los funcionarios
registradores están obligados a proporcionarlos.

IV. Las inscripciones en el Registro Civil son obligatorias,


existe el deber de promoverlas y sus efectos, con algunas
excepciones, son simplemente declarativos. Sólo en casos como
el matrimonio o el divorcio administrativo puede hablarse de
inscripción constitutiva (por inscripción constitutiva se entiende
aquella que es requisito esencial para que se produzca una
modificación en el estado civil de la o las personas a quienes
afecta).

V. La utilidad del Registro Civil es triple, pues no solo es


necesario para el individuo de cuyo estado se trata sino también
para el Estado y para terceros. Es indispensable para el
individuo porque a través de esta institución puede acreditar, sin
tener que añadir a los defectuosos medios de prueba ordinarios,
su estado de cónyuge, hijo, mayor de edad, etc. En cuanto al
Estado, el Registro es importante porque la constancia de la
existencia y estado civil de las personas es vital para la
organización de muchos servicios administrativos Por último, es
importante con relación a terceros, porque del conjunto de
circunstancias que constan en él resultarán por ejemplo, la
capacidad o incapacidad de las personas para celebrar actos
jurídicos.

VI. Los antecedentes remotos de esta institución se localizan en


los registros que organizo Servio Tulio en Roma. A la caída del
Imperio Romano la Iglesia toma en sus manos la inscripción de
nacimientos, matrimonios y defunciones, con fines
esencialmente sacramentales. El Concilio de Trento trajo el
perfeccionamiento de los registros parroquiales. En el siglo
XVIII surgen los primeros intentos por secularizar estos
registros. En 1787, Luis XVI al otorgar a los protestantes el
libre ejercicio de su culto crea para los mismos un rudimentario
Registro Civil, al disponer que los nacimientos, matrimonios y
defunciones fuesen objeto de inscripción ante los oficiales de la
justicia real. En México, con la conquista española llega al país
el sistema de registros parroquiales que operaba en España. En
1833, se da el primer intento de secularización cuando don
Valentin Gómez Farias dieta, entre otras disposiciones, la
siguiente: ''Supresión de órdenes monásticas y de leyes que
otorgan al clero el conocimiento de asuntos civiles como el
matrimonio''. En 1857 se expide la Ley Orgánica del Registro
Civil (27 de enero), que reconoce a los archivos parroquiales la
facultad de extender actas de nacimiento y matrimonio, y limita
al poder público a la única función de conocer de esos registros.
El 28 de julio de 1859, a través de las Leyes de Reforma, se
logra la separación definitiva de la Iglesia y el Estado, y se
convierte el Registro Civil en una institución pública con la
facultad exclusiva de llevar el control y registro de los actos del
estado civil de las personas físicas.

REGLAMENTO
I. (De reglar y éste, a su vez, del latín regulare.) Es una norma
de carácter general, abstracta e impersonal expedida por el
titular del Poder Ejecutivo, con la finalidad de lograr la
aplicación de una ley previa. El reglamento es producto de la
facultad reglamentaria contenida en el «a.» 89, «fr.» I, de la C,
que encomienda al presidente de la República la facultad para
proveer, en la esfera administrativa, a la exacta observancia de
la ley.
La facultad reglamentaria es, en consecuencia, una función
materialmente legislativa aunque formalmente sea
administrativa. No obstarte, se trata de una facultad propia del
Ejecutivo y no derivada del Legislativo (SJF, 5a época, t.
LXXXIV).
Todo reglamento es una norma que complementa y amplía el
contenido de una ley, por lo que jerárquicamente aquel está
subordinado a esta y corre la misma suerte; de tal manera que si
una ley es reformada, derogada o abrogada, el reglamento se
verá afectado con las mismas consecuencias, a pesar de que no
se hubiere reformado, derogado o abrogado expresamente por
otro reglamento, ya que este no goza de la autoridad formal de
una ley («a.» 172, inciso f, de la C), que si requiere que toda
modificación sea expresa, satisfaciendo el mismo
procedimiento que se haya observado para su creación.
En consecuencia, las diferencias existentes entre la ley y el
reglamento consisten en su procedimiento de creación y en su
jerarquía. Los reglamentos son exclusivamente promulgados
por los titulares del Poder Ejecutivo y son de menor jerarquía
que las leyes a las cuales no deben contravenir ni desbordar.
Los reglamentos son actos facultados al Poder Ejecutivo por
razones lógicas, ya que la atribución genérica de crear las leyes
conlleva el reconocimiento de permitirle cómo ejecutarlas. Las
leyes por su propia naturaleza no pueden prever todos los
supuestos posibles, por lo que su grado de generalidad y
abstracción debe ser amplio y omnicomprensivo; los
reglamentos, en contraste tienden a detallar los supuestos
previstos en la ley para que la individualización y aplicación del
orden jurídico sea clara y efectiva.

II. La naturaleza del reglamento ha sido objeto de discusión por


la doctrina. precisamente por la doble función que lo
caracteriza, Por el órgano que lo promulga, cl reglamento es un
acto administrativo en tanto que tiende a ejecutar la ley, así
como que no se trata de un acto promulgado por asambleas
representativas, sino por un funcionario electo, quien a su vez
recoge sólo las impresiones de una estructura burocrática. La
estrecha relación existente entre el presidente de la República y
la administración pública centralizada se consagra en la
institución del refrendo establecida en el a, 92 de la C.
Por otra parte, atendiendo al contenido material del
reglamento, la jurisprudencia ha definido su naturaleza como
participativa de la función legislativa en tanto que crea,
modifica o extingue situaciones jurídicas generales (apéndice al
«SJF» 19171965, segunda sala, tesis 224). De esta manera, el
reglamento confirma la acepción del principio de que la
división de poderes (separación de instituciones que comparten
el poder público) no consiste en una separación estricta de
funciones.

III. Por la jerarquía existente en el orden jurídico, los


reglamentos están supeditados a la existencia previa de una ley.
Sin embargo, la C prevé dos casos en los cuales confiere
facultado legislativas al presidente de la República. El «a.» 21
prevé que compete a un reglamento la determinación de ilícitos
o infracciones en el orden gubernativo y de policía, así como la
aplicación de las sanciones correspondientes.
Asimismo, el «a.» 27, pfo. quinto, establece que el Ejecutivo
federal podrá reglamentar la extracción y utilización de las
aguas del subsuelo cuando lo considere de interés público, Estos
dos casos otorgan facultades al Ejecutivo para expedir los
denominados reglamentos autónomos que constituyen una
excepción a la característica general de la facultad
reglamentaria; es decir, la necesaria preexistencia de una ley a
la cual reglamentar,.
Por otra parte, debido a que los reglamentos están bajo el
completo control del Poder Ejecutivo, desde su elaboración
hasta su aplicación, en México se observa un desarrollo de esta
forma legislativa en detrimento de la actividad del Poder
Legislativo. El caso de la Ley de Secretarías y Departamentos
de Estado de 1946, antecedente de la ley del mismo nombre de
1958 y de la «LOAPF» de 1976, ilustra esta tendencia, ya que
en su articulado se dieron solamente las atribuciones más
genéricas a cada dependencia, mientras que el reglamento de
dicha ley detalla las atribuciones correspondientes en la forma
en que se ha hecho en las anteriores y posteriores leyes sobre la
materia, con la obvia intención de contar con mayor facilidad
para su modificación. Lo anterior permite aplicar la tendencia
del reglamento como forma legislativa que otorga al Poder
Ejecutivo mayor flexibilidad y control sobre la materia
reglamentada y la preferencia a su utilización sobre la ley.

REINCIDENCIA
I. (De reincidir, volver a caer en una falta o delito.) El concepto
reincidencia es manejado en el ámbito jurídico-penal para
señalar un volver o repetición de un hecho ilícito que
generalmente tiene un significado considerable relacionado al
de peligrosidad: un reincidente es ''más peligroso que una
persona que por primera vez haya transgredido el ordenamiento
jurídico-penal''.
Sin embargo, para la criminología el concepto reincidencia,
aunque en la etapa gestante de dicha disciplina tuvo una
connotación muy similar a la que se da en el ámbito jurídico,
viene a significar una etapa más de un proceso individual y
estructural más complejo y que se denomina estereotipo y
estigma: conceptos que no por fuerza se vinculan al de
peligrosidad, término estrictamente positivista.
Para la criminología positivista el concepto de reincidencia
presenta las siguientes características:
a) Se circunscribe a los casos de delincuentes.
b) En términos de control social la reincidencia significa
mayor peligrosidad criminal.
c) El paradigma manejado para explicar ideológicamente la
reincidencia es de facto: es decir, aquel que acepta cadenas
causales en la conducta humana.
d) El discurso o discursos manejados son en su mayoría
patologístas provenientes de diferentes disciplinas científicas:
antropología medicina, sicología, pedagogía, sociología, etc.
e) El concepto reincidencia se aplica en dictámenes clínicos
como apoyo a la impartición de justicia penal y como
orientación a las políticas de ejecución penal. La ideología y los
discursos criminológicos-positivistas de la reincidencia se
plasman o institucionalizan en el aparato de control del Estado,
y, por lo mismo, se manifiestan en sus diferentes políticas que
al respecto se emprendan en materia de prevención y
tratamiento del delito. Para la criminología interaccionalista y
nueva criminología clínica, el concepto reincidencia viene a
significar:
a) Un síntoma individual y estructural.
b) El concepto se presenta desarticulado del de peligrosidad: al
menos no es manejado causalmente como en el caso del
positivismo criminológico.
c) El paradigma es el de la definición es decir, la reincidencia
entendida como un síntoma socio cultural y no causal.
d) Los discursos manejados para explicar la reincidencia son
clínicos interaccionalista; y los propios de las teorías del
estereotipo, del etiquetamiento y del control.
e) El concepto se maneja como apoyo en la individualización
penal, como también en el momento de la ejecución, pero
insistiendo en las circunstancias existenciales y culturales del
futuro sentenciado o delincuente, y menos en la supuesta mayor
peligrosidad.
En general, la política criminológica en relación al concepto
reincidencia va orientada más a la desestigmatización del
reincidente.
g) El concepto reincidencia se maneja no solo en delincuentes,
sino de igual forma en los llamados casos de desviación
antisocial no delincuencial, como son los de alcoholismo,
farmacodependencia, prostitución, vagancia y mal vivencia:
como también problemas graves en los cinco núcleos de la vida
sicosocial: familia, escuela, trabajo, sexualidad y relaciones
sociales en general.
De lo hasta aquí expuesto, podemos decir que para la
criminología de corte positivista, el concepto de reincidencia
tiene un sustento ideológico en el paradigma fáctico o causal, y
se apoya en discursos patologístas nacidos de diferentes
disciplinas; ideología y discursos que tienden a estigmatizar al
reincidente con la etiqueta de más peligroso, etiqueta que se
impone al reincidente en dos momentos: en la individualización
de la pena y en la ejecución penal.
Para la criminología interaccionalista y nueva criminología
clínica, aunque sin dejar del todo el supuesto de mayores
posibilidades de reincidencia, se inclina a la desestigmación de
la reincidencia al procurar no manejar enfoques causalistas, sino
más bien socioculturales vinculados a la biografía de cada
individuo en particular.

II. La tipología criminológica de la antisocialidad y el concepto


criminológico de reincidencia,, Los diferentes discursos
criminológicos de corte positivista dieron como resultado, entre
otras importantes aportaciones, infinidad de clasificaciones de
delincuentes. Desde los precursores de César Lombroso,
Lombroso mismo, y hasta los años cincuenta del presente siglo
(Benigno di Tullio en Italia), fueron numerosas las tipologías
delincuenciales en las que, sin faltar, se abordó el problema de
la reincidencia.
A manera de apretada síntesis, podemos decir que las referidas
clasificaciones o tipologías delincuenciales se pueden clasificar
en los siguientes periodos o etapas:
a) Teorías de la indiferenciación, Podemos decir que en este
periodo no se hacía diferencia alguna entre delincuentes y no
delincuentes, sólo en tanto que el delincuente había violado la
ley penal y no así el no delincuente: en este caso el concepto de
reincidencia y peligrosidad ca. recen de todo sentido.
b) Teorías de la diferenciación cualitativa Aquí interesa
atribuir al reincidente el carácter de peligrosidad, y para su
justificación se manejan discursos patologístas para justificar
dicha etiqueta.
c) Teorías de la diferenciación cuantitativa. Estas teorías se
consideran inter. medias entre el patologismo y la criminología
clínica interaccionalista y del control. Postula que la diferencia
que puede haber entre delincuentes no es en cuanto algún
atributo en especial que teniéndolo un grupo no lo manifieste
otro: la diferencia estriba en que el delincuente presenta
''exagerados'' rasgos compartidos con los no delincuentes. Por lo
mismo, la reincidencia es un atributo cuantitativo de la
personalidad de quien delinque. Estas teorías relacionan, al
igual que las teorías de la diferenciación cualitativa la
reincidencia con el concepto de peligrosidad.
Tanto las teorías de la diferenciación cuantitativa como
cualitativa elaboraron sus tipologías, periodo que abarcó
principalmente la primera y segunda guerras mundiales.
Por lo que corresponde a los modelos que sirvieron para
explicar los postulados de las teorías en cuestión, éstos se
pueden resumir como sigue:
a) Modelos estáticos, Hacen referencia a enfoques específicos
propios de una disciplina en particular, como p.e. el de la
antropología, el de la sicología, el de la medicina, etc.
Estos modelos no intentan una explicación completa del
fenómeno, se quedan en la explicación parcial que supone el
enfoque particular en cuestión.
b) Modelos dinámicos. Estos modelos, al contrario de los
estáticos, buscan una explicación integral del delincuente o
antisocial en particular. En su inmensa mayoría son modelos
multie interdisciplinarios, los cuales se pueden resumir de la
forma siguiente:
-modelos criminodinámicos.
-modelos peligrosistas.
En esencia, los modelos peligrosistas y criminodinámicos
vienen a ser un mismo enfoque: conocer la dinámica que lleva a
un individuo a violar la ley penal o a observar una conducta
antisocial no delictiva. La variación entre los modelos en
cuestión radica en que, mientras el modelo criminodinámico
parte de una clasificación previa de factores criminógenos, el
modelo peligrosista lo hace a partir de una hipótesis general que
a su vez contempla la criminogénesis.

III. Teorías de la reincidencia en el campo de la criminología.


Las teorías que sobre la reincidencia se han manejado en el
campo criminológico son abundantes. Podemos decir que se
resumen en los siguientes grupos:
a) Teorías de corte clínico. Este tipo de teorías nacen de la
experiencia clínica, principalmente a partir de César Lombroso
a finales del siglo pasado, pasando por la escuela de Jose
Ingenieros hasta llegar a Benigno di Tullio, Etiene de Greff y
Jean Pinatel.
Postulan un tipo delincuencial en base a factores endógenos y
exógenos, y en base al supuesto o hipótesis de la peligrosidad
que puede ser social o bien criminal.
En este grupo teórico al delincuente reincidente se le ubica
dentro del grupo de factores que presentan una mayor carga
exógena que endógena es decir, la reincidencia es vista más
bien como un problema social que individual.
Sin embargo, el planteamiento de los factores sociales en el
delincuente se hace a nivel biográfico mas no estructural.
b) Teorías de corte sociológico, Aquí, el enfoque que se da a la
desviación es estructural en un principio, y posteriormente
estructural y biográfico; es decir, el problema de la desviación
antisocial y en especial el problema de la reincidencia, que es
visto, dicho fenómeno, como reforzante de la entidad desviada
(tesis de las carreras antisociales), se plantea como: patología
social (Escuela del Patologismo), fractura microestructural
(Escuela de Chicago); función social (Escuela Funcionalista);
problema anómico (teoría de la anomía)- conflicto de valores
(conflicto de valores); estereotipo y estigma (teoría estructural);
control formal (teoría del control).
c) Teorías clínico - estructurales. Estas teorías representan lo
más adelantado en el campo de la criminología, por lo que
corresponde al problema de la explicación del paso al acto
delictivo y procesos de antocialidad en general. Se sostiene la
hipótesis de que el delincuente y el individuo antisocial
concreto son producto de una complicada interrelación entre la
biografía individual y la estructura social. La tarea del
criminólogo es conocer aquellos elementos de la personalidad y
de la sociedad que expliquen, desde una perspectiva cultural y
existencial, el proceso de violación a la ley penal y de
desviación antisocial. En este sentido se pretende aplicar las
teorías sociológicas al campo eminentemente clínico.

RENTA
I. (Del latín reddita, utilidad o beneficio que rinde anualmente
una cosa, o lo que de ella se cobra.) El concepto de renta en
materia fiscal es el mas importante para el impuesto que recae
sobre dicho ingreso global.
El impuesto sobre la renta se divide en dos grandes sectores, el
impuesto que grava la renta de las personas físicas y el que
recae sobre la renta de las empresas. El concepto de renta
personal se puede definir, siguiendo a Haig y Simmons, como la
suma algebraica del consumo de una persona, mas el
incremento de valor de su patrimonio durante un período
determinado de tiempo. De esta forma se comprende todo tipo
de ingreso de una persona, ya que necesariamente deberá
destinarse al consumo o a la acumulación en cualquiera de sus
formas durante un periodo específico.

II. Una nota distintiva entre el concepto de renta y el de ingreso


es que el primero es genérico y el segundo es una especie de
aquel. Esto es, se entiende por renta la suma de todos los
ingresos, por lo que la renta de una persona es global y puede
estar integrada por la suma de ingresos provenientes de diversas
fuentes, Así, si bien en algunos contextos puede usarse renta
como sinónimo de ingreso conviene precisar para mayor
claridad que este último, es parte de aquellos por lo que el
sinónimo específico de renta es ingreso global.
Por otra parte, en el caso del impuesto sobre la renta de las
empresas, la renta coincide con la utilidad neta obtenida en un
periodo determinado de tiempo.
Tanto en el caso del impuesto sobre la renta de las personas
físicas como en el de las empresas, el objeto del gravamen
coincide con la base de la imposición que es la renta, la cual es
también el elemento más importante de la estructura del
impuesto.
En cuanto al impuesto sobre la renta de las personas físicas
conviene recordar que este es un gravamen directo, personal y
de tasa variable que grava la renta o ingreso global del sujeto.
Es el gravamen que mejor se adapta al principio de la capacidad
de pago. Esto es, al ser la renta neta una medida de capacidad
del sujeto para demandar bienes y servicios, se le considera un
buen indicador de la capacidad para contribuir para el
financiamiento del sector público. Es también un impuesto
flexible ya que puede adaptarse a los diversos niveles de renta y
debe tener aplicación progresiva.
Asimismo, siguiendo a Fritz Neumark, citado por Fuentes
Quintana, se debe precisar que hay identidad del objeto, la base
de la imposición y la fuente del impuesto. Este grava la renta
neta, es decir, se deben deducir los gastos erogados para la
obtención de la misma. La renta neta coincide con la verdadera
por lo que el método de estimación de ;a base del impuesto debe
ser el adecuado para obtener la verdadera renta del sujeto. Estos
dos conceptos coinciden con el de la renta personal, ya que en
la mayor parte de las legislaciones que establecen y estructuran
este gravamen se consideran las características personales y
familiares del contribuyente para determinar la real capacidad
contributiva del sujeto.
III. En diversas legislaciones que establecen el impuesto sobre
la renta no se da un concepto especifico de renta, y simplemente
se seña a que están obligados al pago del impuesto
correspondiente los sujetos que perciban ingresos, cualquiera
que sea su fuente, o se señalan los tipos de sujetos y las
situaciones por las que se causa el gravamen Al respecto el «a.»
1o de la «LIR» determina que: ''las personas físicas y las
morales están obligadas al pago del impuesto sobre la renta en
los siguientes casos: I. Los residentes en México, respecto de
todos sus ingresos cualquiera que sea la ubicación de la fuente
de riqueza de donde procedan II. Los residentes en el extranjero
que tengan un establecimiento permanente en el país, respecto
de los ingresos atribuibles a dicho establecimiento; III. I os
residentes en el extranjero, respecto de los ingresos procedentes
de fuentes de riqueza situadas en territorio nacional cuando no
tengan un establecimiento permanente en el país o cuando
teniéndolo, estos ingresos no sean atribuibles a dicho
establecimiento''.
Posteriormente la «LIR» precisa a los sujetos, el objeto y la
base del gravamen.

RÉPLICA
I. (De replicar y éste, a su vez, del latín replicare.) Es el derecho
concedido al actor en una demanda civil o de trabajo, de aclarar
su contenido una vez conocida por él la contestación del
demandado, a efecto de precisar las cuestiones de hecho y de
derecho en que haya fundado su acción, antes de que sea fijada
por el juez o tribunal la litis consortio. El doctor Alcalá-Zamora
estima que la réplica es ''la facultad de la parte actora de
modificar o adicionar los puntos de hecho y de derecho de la
demanda, así como las pretensiones y excepciones que dicha
actora haya formulado''. Considera que el objeto de la
sustanciación judicial en la tramitación civil lo constituye el
litigio sobre un derecho civil subjetivo; sin embargo, el
demandante a veces modifica su demanda y tales
modificaciones tienen importancia esencial en el proceso y se
admiten bajo determinadas condiciones, establecidas por las
respectivas leyes procesales. El demandante tiene derecho a
modificar el fundamento u objeto de su reclamación, a
aumentarla o disminuirla e inclusive a renunciar a ella.
El objetivo de la replica es el ahorro procesal gracias al
sistema impuesto por la legislación en la materia, el demandante
conserva la posibilidad de cambiar el fundamento de su acción,
formular otras cuestiones que se le hayan olvidado o en las que
no había reparado y al aumento de la cuantía de la misma; de
esta manera se libra de la necesidad de interponer una nueva
demanda para la defensa del mismo interés. Cabe advertir, sin
embargo, que no todas las legislaciones la admiten y en otras,
como la nuestra, han existido sustanciales cambios al respecto.

II. El «CPC» promulgado el año de 1884 y consecuentemente la


casi totalidad de códigos de los estados de la República no
consignaron la replica, por estimar que, con la fijación de la litis
por el juez, no resultaba necesario aclarar tanto las cuestiones
de hecho o de derecho insertas en la demanda, pues el actor
debía formular todos los señalamientos que estimase pertinentes
y no ofrecer nuevas argumentaciones en contra de la defensa del
demandado, ya que en el curso del proceso y de acuerdo con las
pruebas aportadas, se podría resolver cualquier controversia,
por muy complicados que resultasen los puntos controvertidos.
El legislador de 1932 penso lo contrario al seguir la doctrina
francesa imperante en la época y estableció en los «aa.» 266 y
267 que ''en los escritos de contestación réplica y duplica, cada
parte deberá referirse a cada uno de los hechos aducidos por la
contraria, confesándolos o negándolos; expresando lo que
ignore por no ser propios''. En dichos escritos ''tanto el actor
como el demandado deberán fijar definitivamente los puntos de
hecho y de derecho objeto del debate. Pueden sin embargo,
modificar o adicionar los que hayan consignado en la demanda
o contestación, con tal de que a ello dé mérito un hecho o dicho
en la respuesta del colitigante y no se cambie el objeto principal
del juicio''.
Varias circunstancias obligaron a cambiar este criterio y a
suprimir la existencia de la réplica en nuestro procedimiento
civil. En primer lugar, porque los actores fueron utilizando cada
vez en menor número la oportunidad que se les ofrecía para
replicar, al grado de que ellos mismos, para abreviar la
tramitación de los juicios, renunciaban al ejercicio de tal
derecho. En segundo término, el propio juez, ante lo inútil del
acto procesal, optó por reunir a las partes en una audiencia en la
que oralmente se hacía la fijación de los puntos controvertidos.
En tercer lugar, el actor, cuando el juez insistía en el
formalismo procesal, se concretaba a reproducir o a repetir con
brevedad los argumentos esgrimidos en su escrito inicial. Y en
cuarto término, el legislador dispuso que el secretario del
juzgado debía formular ''bajo la vigilancia del juez'' un extracto
de los puntos controvertidos y las partes podrían hacer
observaciones al mismo durante el plazo de ofrecimiento de las
pruebas de cada parte, con lo cual se creo imprecisión respecto
a la necesaria división de las fases del proceso.
La reforma se hizo el año de 1967, pero no todos los
tratadistas han quedado conformes con ella. El profesor Ovalle
Favela p.e., estima no acertada dicha supresión, porque la
súplica puede ser útil al actor, sobre todo cuando el demandado
aduce hechos nuevos que no se hayan considerado en la
demanda; para el la única oportunidad del actor de referirse a
ellos era precisamente la réplica. Cree que la solución es la que
ha sido dada por el Congreso del estado de Sonora, que en el
reciente Código de Procedimientos Civiles ha establecido que:
''dentro de los primeros tres días del término de prueba, y sin
suspensión de éste, el actor podrá, si lo estima conveniente,
presentar un ocurso adicional refiriéndose a los hechos aducidos
por la contraparte en su contestación, aceptando lo que estime
conveniente o impugnando aquellos con los que no este
conforme...'' La falta de impugnación no produce al actor
ningún perjuicio procesal.

III. En nuestro orden jurídico subsiste únicamente en la «LFT»


el derecho de replica, pues en dicho procedimiento se permite al
actor una vez contestada la demanda y opuestas por el
demandado sus excepciones, que las partes puedan por una sola
vez, replicar y contrarreplicar brevemente, asentándose en actas
sus alegaciones si lo solicitaren («a.» 878, «fr.» VI LFT).
Hemos buscado en la exposición de motivos del nuevo derecho
procesal del trabajo alguna justificación para implantar esta
medida no contemplada en la ley de 1931, pero ninguna
explicación existe sobre el particular. Mas aún la propia
jurisprudencia de la «SCJ» había señalado que no rigiendo en el
derecho laboral el sistema de réplica y duplica, la lite quedaba
constituida con las cuestiones de hecho y de derecho planteadas
por el actor y el demandado, respectivamente, en la demanda y
la contestación (amparo directo número 4542154, quejoso:
secretario del Trabajo; resuelto el 3 de febrero de 1956 por
unanimidad de cinco votos). Las opiniones expresadas por los
especialistas no nos permiten estar ni a favor ni en contra de la
existencia del derecho de replica, por este motivo concretamos
nuestra exposición a señalar sus argumentos como vía de
información.

IV. En algunas legislaciones la replica tiene el carácter de


ampliación a la demanda y se le considera como la respuesta
que da el demandante a las manifestaciones hechas por el
demandado en la contestación a la demanda. Sin embargo, es
válida esta pretensión si el demandado presenta reconvención y
precisa al demandante oponerse a ella y ofrecer a su vez los
argumentos que considere pertinentes en apoyo de la acción
intentada, pero carece de significación jurídica de no existir
elementos nuevos en la contienda limitándose la réplica a una
simple reproducción de los hechos y a insistir en la condena al
demandado al cumplimiento de las acciones presentadas. A esta
circunstancia se debe, como se ha dicho, que la réplica haya
desaparecido en muchos códigos procesales y quedar en los que
aún la conservan como figura legal que permite la ampliación
de la reclamación inicial.
Ahora bien, el haber restablecido la replica en la materia
laboral en nuestro proceso del trabajo, obliga a formular algunas
consideraciones sobre el particular. Es conveniente recordar que
ha sido el derecho inglés y en parte el norteamericano, los que
mantienen la réplica, pero mediante un reconocimiento diverso
al tradicional Al Parlamento británico se propuso, hace varios
años, suprimir esta parte del procedimiento ordinario, por
considerarla inútil al sólo ''reproducir con palabras distintas,
parte de la demanda inicial''; pero en la discusión habida los
defensores de su permanencia alegaron que la replica, aunque
fuese en la actualidad un mero tramite procesal, la supresión
que se hiciese de ella podría dar margen a que, de existir
reconvención, el demandante careciese de elementos para
oponerse. Se dijo, por otra parte, que al estar facultado éste para
renunciar a la réplica, carecía de sentido cerrar una opción que
permitía al juez contar con mayores elementos para resolver una
controversia.
En esta tesis se apoyan los defensores de la réplica en el
derecho procesal mexicano del trabajo, por tratarse asimismo de
una especie de alegato verbal tal y como tiene lugar en el
derecho anglosajón, que solo se asienta en d acta de la audiencia
donde se procede a contestar la de manda. Se dice por éstos que
el tramite de los conflictos se facilita al hacer innecesaria la
prueba de hechos admitidos por ambas partes, quienes
concentran su actividad procesal en los objetivos fundamentales
de la controversia, para llegar, sin necesidad de un
allanamiento, a soluciones prácticas que agilizan el proceso.

REPOSICIÓN

I. (Del latín repositio-onis, acción y efecto de reponere, volver a


poner, construir, colocar a una persona o cosa en el empleo,
lugar o estado que antes tenla; reemplazar lo que falta.) Este
vocablo tiene tres acepciones en la legislación nacional: la
reposición de autos extraviados, desaparecidos o robados, la
reposición del procedimiento y el recurso de reposición.

II. El «a.» 70 del «CPC» define el procedimiento a seguir


cuando un expediente ha desaparecido, ha sido destruido o
robado: en primer lugar establece que la reposición de los autos
será a costa del responsable de la Pérdida del expediente
responsable que deberá pagar, además, los daños y perjuicios
que se ocasionaron independientemente de quedar sujeto a la
acción penal respectiva.
La reposición de autos, de conformidad con tal precepto
citado, se tramita sumariamente, sin necesidad de acuerdo
judicial; solamente se requiere que el secretario haga constar la
existencia anterior del expediente y su desaparición posterior.
En estos casos los jueces están facultados para investigar de
oficio la existencia de los expedientes extraviados, pudiendo
hacer uso de cualquier medio que no sea contrario a la moral o
al derecho.
III. Se entiende por reposición del procedimiento el acto por
medio del cual el juzgador una vez declarada la nulidad de
actuaciones restituye las cosas al estado que tenían antes de
practicarse la diligencia que motivó la nulidad (a 155 «CPC»).
Becerra Bautista explica que tales efectos de la nulidad de
actuaciones se aplican por una interpretación extensiva del
precepto 155 citado, ya que este sólo se refiere a las sentencias
dictadas por jueces incompetentes.

IV. El recurso de reposición se inter. pone contra los autos y


decretos del tribunal superior y se tramita como la revocación
(«a.» 686 «CPC»).

REPÚBLICA
I. (Res publica = cosa pública: a) lo relativo al populus romanus
o a los derechos e intereses del pueblo romano, b) lo relativo al
Estado o a la función pública.) Aunque la república se ha
definido en sentido negativo, como toda forma de gobierno que
no sea monarquía esta enunciación lejos de ilustrar los
elementos de una república la supedita a una clasificación de las
formas de gobierno ya superada, a saber: república y
monarquía, olvidando otras clasificaciones no tan simplistas.
Se podría establecer una conceptualización de la república a
partir de la determinación de sus elementos, y considerarla así
como una forma de gobierno cuyas características están
dominadas por los principios electivo de sus gobernantes y de
representación de la soberanía que reside en la nación.
El principio electivo de sus gobernantes, fundamentalmente
del jefe de Estado, implica sustanciales consecuencias:
1) El jefe de Estado se legitimará en el ejercicio del poder
político a través de un ius ad officium o del derecho personal,
otorgado por una divinidad, a ejercerlo, sino mediante una
elección.
2) La sucesión y sustitución del jefe de Estado se realiza
igualmente a través de elecciones y no por sucesiones
hereditarias que perpetúan a una dinastía en el poder político.
Este último tipo de sucesiones caracterizan a las monarquías,.
3) El sufragio exige que periódicamente se haga efectivo para
esta renovación de los titulares de los poderes, por lo que los
cargos electivos no son vitalicios sino que deben elegirse con
una periodicidad prestablecida a los nuevos titulares.
4) Las elecciones implican la libre opción de los votantes para
ejercer el sufragio y no la decisión de un cónclave cuya
pertenecía esté sujeta a requisitos de ingreso. En consecuencia,
las elecciones indirectas o de segundo grado, donde el sufragio
es ejercido por electores, éstos deben ser a su vez electos
popularmente para que el procedimiento sea compatible con la
forma republicana de gobierno.
5) La elección del jefe de Estado permite que éste sea
responsable políticamente ante sus electores y no solo el jefe de
gobierno. En los sistemas presidenciales donde ambos jefes
están integrados en el cargo del presidente, la responsabilidad es
exigible ante órganos políticos. Por otra parte, el principio de
representación se caracteriza:
1) Por la idea de la representación nacional, proveniente de la
Asamblea Constituyente de la Revolución Francesa, mediante la
cual el titular de la soberanía es la nación y no los ciudadanos
individualmente considerados (representación fraccionada).
2) Los representantes no ejercen un mandato de derecho
privado sino una función pública que implica la votación y
participación en los asuntos públicos de conformidad a sus
decisiones y no a la de los electores.

II. En la antigüedad, República constituyo la denominación


general de la organización política en si misma y no describía a
ninguna forma de gobierno en especial En su clásica obra sobre
la república; Platón establece como premisas que el gobierno de
las ciudades Estado debe ser un arte basado en un conocimiento
exacto y que la sociedad implica una mutua satisfacción de
necesidades por personas con capacidades y habilidades
complementadas. Lo anterior conduce a la aserción de que los
gobernantes deben ser técnicos muy preparados en los asuntos
públicos.
Es a partir de Nicolás Maquiavelo, quien en su obra El
Príncipe (1532) otorga a la República un significado específico
para determinada forma de gobierno: el gobierno con
participación de varios, mientras que la monarquía sería la de
un solo actor político.
Montesquieu, por su parte, asocia la forma republicana de
gobierno con la concepción en que lodo el pueblo o una parte de
él ejerce el poder supremo. Thomas Paine establece que la
forma republicana de gobierno implica el procedimiento de
designación mediante elección popular.
En México, la forma republicana de gobierno fue establecida
desde el Decreto Constitucional de Apatzingán de 1814, así
como en el Acta Constitutiva y la C de 1824, habiéndose
anulado formalmente en un periodo de sólo cinco años que
comprenden los dos Imperios (1822-1823 y 1864-1867). En
consecuencia, la historia política en el México independiente ha
estado fundamentalmente adscrita a la idea de una República
aunque con cierta indecisión original sobre su carácter federal
centralizado.
RESCISIÓN DEL CONTRATO DE TRABAJO
I. Es la disolución de las relaciones de trabajo decretada por uno
de los sujetos frente al incumplimiento grave y culposo del otro.
Cabe advertir que en rigor no ;debe hablarse de rescisión del
contrato de trabajo sino de la relación individual, que, conforme
a nuestro ordenamiento deviene de la prestación de los
servicios, desprendiéndose en su caso, del acto de origen.
Junto a la terminación, la rescisión suele estudiarse como una
de las formas de disolución de las relaciones de trabajo
clasificándose en dos tipos esenciales: el despido y la
separación.

II. Ya en el sistema de la «LFT» de 1931, subsistente en


nuestros días, se clasificación las causales de disolución en
causas de rescisión por una parte y causas' de terminación por
otras en tanto que estas producen efectos diferentes, la rescisión
se distingue de la terminación en que aquélla se origina por el
incumplimiento de las obligaciones de los sujetos de las
relaciones de trabajo, en tanto que esta deriva de una
imposibilidad superveniente.
Un buen sector de la doctrina estima que como reminiscencia
civilista, nuestro ordenamiento laboral conserva la terminología
tradicional de rescisión, no obstante existir figuras propias
dentro del derecho del trabajo; En efecto, más que de rescisión
del contrato de trabajo por parte del patrón,- cabe :hablar de
despido, entendido como la disolución de la relación de trabajo
operada unilateralmente por aquel, ante el incumplimiento
grave y culpable de las obligaciones laborales del trabajador.
Correlativamente, en vez de res cisión del contrato de trabajo
por el trabajador, se habla de separación, figura original del
derecho del trabajo, entendida como la disolución de la relación
de trabajo Levada a cabo por éste en forma unilateral, ante el
incumplimiento laboral culposo y grave por parte del patrón.

III. La facultad potestativa de la rescisión, señala De la Cueva,


está condicionada por diversos presupuestos:
a) Que se trate de un acto u omisión de alguna de las partes
que implique el incumplimiento de 'las obligaciones generadas
por la relación jurídica de empleo.
b) Que el incumplimiento de la acción u omisión resulte grave,
descartándose por inferencias de la ley («a.» 47, «fr.» XV
LEFT) la disolución de las relaciones dé trabajo por
incumplimiento leve o inobservancia de las obligaciones
secundarias.
c) Que se trate de un acto intencional, culpable, que pudo
haberse evitado.
Si en mérito al principio de libertad de trabajo, el trabajador
puede disolver su compromiso laboral en cualquier tiempo, el
patrón solo puede rescindirlo en los casos términos
taxativamente señalados en la ley (a, 47, LFT). Cabe observar al
efecto, que sin perjuicio del estudio pormenorizado del despido
y de la separación en sus voces respectivas, para la
determinación de las llamadas causales le rescisión, el
legislador adopta el siguiente sistema:
Establece primero, en forma limitativa, las principales causas,
respectivamente, de despido y de separación incluyendo al final
de la enumeración la posibilidad de que la junta de conciliación
y arbitraje determine a su criterio las causas análogas de igual
gravedad («aa.» 47 y 51, LFT).
La regulación de esta figura representa dentro de nuestro
sistemas, una pieza maestra para la preservación de la
estabilidad en el empleo.

RESIDENCIA
I. Concepto utilizado en materia de conflictos de leyes como
punto de vinculación equivalente al de domicilio, el de
residencia no supone el animus o propósito de establecerse
definitivamente en un lugar.

II En virtud de que las definiciones de domicilio legal no son


iguales en todos los sistemas jurídicos del mundo y para evitar
problemas graves de calificación en el momento de la
aplicación de las reglas de conflicto, el concepto de ' residencia
se ha venido desarrollando y utilizando con mas frecuencia en
materia de conflictos de leyes, por; ser un elemento mas
permanente y más común en las diversas legislaciones Por lo
general, se puede considerar como residencia- el simple hecho
de radicar en algún lugar, sin tomar en consideración los
elementos de tiempo y de voluntad Se habla entonces de
residencia simple o de residencia habitual Dicho concepto se
puede utilizar, entonces, como punto de vinculación principal o
bien como punto de vinculación sustituto del domicilio ante la
dificultad o la imposibilidad de establecer este último.

III En México el concepto de residencia ha sido utilizado por el


legislador en diversos ordenamientos, como los códigos civiles,
la LGP, la «LNN» etc, que no son fuentes específicas del
derecho de los conflictos de leyes; su connotación es entonces
distinta a la que se utiliza en la materia que nos interesa Sin
embargo, en fechas recientes México ha notificado un cierto
número de convenciones interamericanas en mate la de
conflictos de leyes que utilizan, algunas de ellas, el concepto de
residencia en su acepción conflictual.
RESPONSABILIDAD

I. El concepto de responsabilidad ha sido objeto de muchas


controversias entre juristas. Existen un sinnúmero de ''teorías''
que explican sus fundamentos y alcances. Prácticamente todos
los teóricos del derecho coinciden en señalar que
'responsabilidad' constituye un concepto jurídico fundamental.
Sin embargo, la noción de responsabilidad no es exclusiva del
discurso jurídico. Responsabilidad se usa en el discurso moral y
religioso, as, como en cl lenguaje ordinario Para determinar el
significado de responsabilidad es necesario hacer alusión a
aquellos usos de 'responsabilidad' que están, de alguna manera
presupuestos a la noción jurídica de responsabilidad.
La voz 'responsabilidad' proviene de responderé que significa,
inter alía: 'prometer', 'merecer', 'pagar'. Así, 'responsalis'
significa: 'el que responde' (fiador). En un sentido más
restringido 'responsum' ('responsable') significa: 'el obligado a
responder de algo o de alguien', 'Respondere' se encuentra
estrechamente relacionada con 'spondere' la expresión solemne
en la forma de la stipulatio, por la cual alguien asumía una
obligación (Gayo, Inst., 3 92), así como 'sponsio', palabra que
designa la forma más antigua de obligación (A. Berger).

II. El uso moderno de 'responsabilidad' en el lenguaje ordinario


es más amplio y, aunque relacionado con el significado
originario de 'respondere' y 'spondere', puede tener otro sentido
y alcance. El profesor H.L.A., Hart ilustra la 'polisemia' y
equivocidad de 'responsabilidad' en un relato imaginario:
Como capitán de un barco, X era responsable de la seguridad
de sus pasajeros y de su tripulación. Sin embargo, en su último
viaje X se embriagó todas las noches y fue responsable de la
perdida del barco con todo lo que se encontraba a bordo. Se
rumoraba que X estaba loco; sin embargo, los médicos
consideraron que era responsable de sus actos. Durante todo el
viaje se comportó muy irresponsablemente y varios incidentes
en su carrera mostraban que no era una persona responsable X
siempre sostuvo que las excepcionales tormentas de invierno
fueron las responsables de la pérdida del barco, pero en el
proceso judicial instruido en su contra fue encontrado
penalmente responsable de su conducta negligente y... en un
juicio civil fue considerado jurídicamente responsable de la
perdida de vidas y bienes. El capitán aún vive y es morosamente
responsable por la muerte de muchas mujeres y niños
(punishment and responsability).
En este pasaje se pueden distinguir cuatro sentidos de
'responsabilidad': 1) Como deberes de un cargo: ''es
responsabilidad del capitán...''; ''es responsabilidad de los
padres...''. Las responsabilidades como deberes que
corresponden a un cargo, sugieren la idea de un deber en
abstracto y presuponen cierta discrecionalidad. 2) Como causa
de un acontecimiento: ''la tormenta fue responsable de la
pérdida ..'' la larga sequía fue responsable de la hambruna,,.''. 3)
Como merecimiento, reacción, respuesta, 'Responsabilidad' en
este sentido, significa 'verse expuesto a...'merecer', 'responder
de....', 'pagar por...' (''...fue encontrado responsable de la perdida
de vidas y bienes''; ''el que cause un daño es responsable de...').
Como puede apreciarse, este sentido de 'responsabilidad' es el
que más se acerca a su significado originario ('respondere') 4)
Como capacidad mental: ''fue encontrado responsable de sus
actos'' (H. L. A. Hart).
El tercer significado es el que recoge la dogmática jurídica un
individuo es responsable cuando de acuerdo con el orden
jurídico, es susceptible de ser sancionado (H. Kelsen). En este
sentido la responsabilidad presupone un deber (del cual debe
responder el individuo); sin embargo, no debe confundirse con
el. El deber o la obligación es la conducta que, de acuerdo con
un orden jurídico, se debe hacer u omitir; quien la debe hacer u
omitir es el sujeto obligado. La responsabilidad presupone esta
obligación, pero no se confunde con ella. La responsabilidad
señala quien debe responder del cumplimiento o
incumplimiento de tal obligación. La responsabilidad es, en este
sentido una obligación de segundo grado (aparece cuando la
primera no se cumple esto es, cuando se comete un hecho
ilícito). Uno tiene la obligación de no dañar, es responsable del
daño el que tiene que pagar por el.
De ahí que es responsable de un hecho ilícito (delito) aquel
individuo que debe sufrir las consecuencias de sanción que al
hecho ilícito se imputan. Aquel que sufre la pena de prisión que
se Impone al homicidio, es responsable del delito de homicidio.
De la misma forma, aquel que sufre la pena que se impone al
robo es el responsable del delito de robo. Por regla general, el
autor del hecho ilícito y el responsable son el mismo individuo;
sin embargo, no siempre el responsable de un hecho ilícito es su
autor. En efecto, puede suceder que un individuo sea el autor
del acto ilícito y que otro u otros sean los responsables del
mismo, es decir, que otros sean los que deban sufrir las
consecuencias de sanción que a ese delito le corresponden, de
conformidad con una norma jurídica. El precepto bíblico: ''yo
soy Yahvé tu Dios, un Dios celoso, que castigo la maldad de los
padres (los hechos ilícitos de los padres) en los hijos hasta la
tercera y cuarta generación (Ex., XX, 5), es un buen ejemplo en
el que se aprecia que los autores del acto ilícito (en el caso, los
padres) y los responsables del mismo (los hijos hasta la tercera
y cuarta generación), los cuales deben sufrir las consecuencias,
pueden ser diferentes individuos. Esto, que es un rasgo común
del derecho primitivo, se presenta siempre que los hechos
ilícitos: son realizados por un órgano o por un miembro de un
ente o persona colectiva (sociedades mercantiles, corporaciones,
municipios, Estados). Típica es, en este taso, la responsabilidad
que surge en ocasión de un ilícito internacional. Cuando, p.e,
miembros del Estado A (un contingente militar) ocupa un
territorio del Estado B, la sanción que B aplica (represalias o
guerra), como consecuencia de este acto, se dirige contra todos
los individuos que pertenecen al Estado A y no solo a aquellos
que cometieron el hecho ilícito.

III. Existen dos grandes formas de aplicar la responsabilidad la


llamada responsabilidad por culpa y la conocida como
responsabilidad objetiva o absoluta. En el caso de la primera, la
aplicación de sanciones al individuo considerado responsable
supone ''culpa'' por parte del autor del hecho ilícito. Esto es, las
consecuencias de sanción se 'aplican al responsable sólo cuando
el autor del hecho ilícito tuvo la intención de cometerlo (o bien
habiéndolo previsto no lo impidió). A la responsabilidad
objetiva, por el contrario, no le importa la culpa del autor; basta
que el hecho ilícito se realice (con o sin culpa del autor) para
que se apliquen las consecuencias de sanción al individuo
considerado responsable (esto es, por lo general, d sistema de
responsabilidad en los accidentes de trabajo).

REVOCACIÓN
I. (Del latín revocatio-onis acción y efecto de revocare dejar sin
efecto una concesión, un mandato o una resolución; acto
jurídico que deja sin efecto otro anterior por voluntad del
otorgante.) La revocación es una de las formas de terminación
de los contratos o de extinción de los actos jurídicos por
voluntad del autor o de las partes. Así, la adopción, p.e., puede
revocarse por convenio entre adoptante y adoptado o por
ingratitud del adoptado («a.» 405 «CC»), un testamento queda
revocado de pleno derecho por la elaboración de otro posterior
aunque este último caduque por incapacidad o renuncia del
heredero («aa.» 1493-1496 «CC»).
Es también un recurso que procede contra autos y decretos no
apelables, con el objeto de que sea rescindida la resolución
judicial contenida en el documento impugnado; es un recurso
que se hace valer ante el juez que dictó el proveído impugnado
o ante el juez que sustituye a este en el conocimiento del
negocio («a.» 684 «CPC»).

II. Por un principio de seguridad procesal el órgano


jurisdiccional no puede revocar de oficio ni en forma ilimitada
sus resoluciones. La «SCJ» ha sostenido qué un principio de
justicia y orden social exige la estabilidad de los derechos
concedidos a las partes en un juicio y la firmeza del
procedimiento. Esta seguridad, firmeza y orden abarcan el
encadenamiento sucesivo de las diversas etapas del proceso, de
tal manera que no pueda volverse a una etapa concluida
definitivamente por una mera revocación.
El recurso de revocación se tramita por escrito interpuesto
dentro de las veinticuatro horas siguientes a la notificación del
auto o decreto impugnado; en dicho escrito' deben hacerse
constar los agravios y fundarlos legalmente; se sustancia con un
escrito por cada parte y el juez deberá dictar su resolución
dentro del tercer día, esta resolución solo da lugar al recurso de
responsabilidad («a.» 685 «CPC»). En jurisdicción voluntaria el
juez podrá revocar sus decretos sin que necesariamente deba
sujetarse a los términos establecidos en el a, 685 «CPC» citado,
cuando se demuestre que cambiaron las circunstancias que
afectan el ejercicio de la acción («a.» 891 «CPC»).

III. Además del recurso de revocación el «CPC» utiliza el


vocablo revocación en: a) el «a.» 251 al estipular que el
demandado puede promover la revocación de la providencia
precautoria practicada en su contra cuando el actor no entable la
demanda respectiva dentro de los tres días siguientes a la
realización de la providencia, o su ampliación, de conformidad
con lo establecido en el «a.» 250 «CPC».
b) La revocación de los árbitros a que se refiere el «a.» 618
«CPC», procedimiento que equivale a una remoción por lo tanto
no tiene la misma naturaleza jurídica que el recurso de
revocación.
c) La revocación de la adopción, acción que se promueve en
diligencias de juris dicción voluntaria a solicitud del adoptante
y del adoptado, cuando existe acuerdo entre ambos y en vía
ordinaria civil cuando se trata de ingratitud del adoptado («aa.»
405, 406 y 407 «CC», y 925-926 «CPC»). En este caso se trata
de un acto jurisdiccional que deja sin efecto uno anterior, por
causas ajenas al procedimiento de la adopción. de ahí que no
tenga la misma naturaleza jurídica que el recurso de revocación.
d) La revocación del concurso necesario, es un procedimiento
revocatorio especial: puede tramitarse por oposición del deudor
o a solicitud de los acreedores; se sustanciará por cuerda
separada en forma sumaria sin suspender las medidas ya
decretadas («aa.» 740, 741 y 742 «CPC»).

REVOLUCIÓN
(Del latí revolutio onis paso sucesivo de un cuerpo a otro.)
Entendemos por tal, todo movimiento violento llevado a cabo
con la participación del pueblo, con objeto de modificar las
estructuras fundamentales -jurídicas, políticas, sociales o
económicas- de un Estado.
Claro, ello siempre y cuando triunfe la causa, pues de lo
contrario se hablara de motín, asonada, subversión del orden;
así como sus promotores no pasaran de ser agitadores y
delincuentes del orden común.
En nuestro medio político el término revolución es palabra de
contenido multivoco y con ella se legitima todo el actuar de los
miembros de la ''gran familia revolucionaria'', con todos sus
errores y aciertos. A partir de 1910, los gobiernos, los
presidentes, los políticos, los funcionarios, los partidos y todo lo
que tenga algo que ver con la cosa pública'' es revolucionario,
aunque en el fondo sea profundamente conservador; de esta
suerte el vocablo revolución se ha desvirtuado en tal medida en
nuestro medio político, que ha perdido su significado y su
alcance.

II. Arduo problema es el llamado derecho a la revolución, el


cual puede ser fácilmente confundido con el derecho de
resistencia 'al poder político opresor y a la legislación injusta,
así como a la legítima defensa.
Por otro lado, como señala Carpizo, el orden jurídico no puede
reconocer el derecho a la revolución, como algunos lo han
pretendido ver en el «a.» 39 de la C (''El pueblo tiene, en todo
tiempo, el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de
su gobierno'') e inclusive en contraposición al a 136 que impide
Se establezca un gobierno contrario a la C, mediante trastorno
público o rebelión. Evidentemente el pueblo tiene el inalienable
derecho de instituir el gobierno que' más le plazca; mas nunca
por medio de la violencia, sino mediante los procedimientos que
el propio orden jurídico establece para su modificación.
En efecto, como lo señala el mismo profesor Carpizo; ''Cuando
un orden jurídico deja de satisfacer las necesidades,
aspiraciones e ideales de una comunidad, cuando él se convierte
en opresor, entonces nace el derecho a la revolución, pero no
como una facultad jurídica, sino como un derecho de la vida, de
la realidad''.

III. En la jerga política mexicana se suele hablar mucho de la


filosofía, los postulados, los principios de la Revolución
mexicana, En primer lugar, técnicamente hablando no existe un
cuerpo doctrinal que haya postulado los alzamientos de 1910 a
1917, ni siquiera hay unidad en los: diversos movimientos
armados fueron muchos y muy diversos los objetivos que per
siguieron los jefes revolucionarios: desde un cambio en el
titular del Poder Ejecutivo Federal o el reparto agrario, hasta el
simple pillaje. Por ello, realmente no existe una filosofía de la
Revolución mexicana.
Tampoco podemos creer que los postulados de la Revolución;
sean los contenidos en la C, con sus más de 300 reformas.
Por otro lado, vemos que en la realidad la filosofía de la
Revolución mexicana, no es otra cesa más que la ideología
política del presidente en; turno, la cual cambiará
necesariamente al siguiente Sexenio, Uno se pregunta si es la
misma Revolución la que predicaba Lázaro Cárdenas que la
propuesta por Miguel Alemán o López Portillo; formalmente
parece que sí.
RIESGO. I. Se dice del peligro o contingencia de que se
produzca un daño. tratándose de obligaciones, si un
acontecimiento ajeno a lo previsto en el contrato o un caso
fortuito impiden el cumplimiento de una prestación contractual,
ca. be preguntarse quién soportar el riesgo y en quien recae, el
peligro.
El antiguo derecho español precisaba que ''según el derecho
natural, debe sufrir el .riesgo de la cosa el que tiene el provecho
de ella''.
Podría académicamente, así lo hacen algunos autores
mexicanos, distinguirse entre el riesgo de la cosa y el riesgo del
contrato, es decir. qué sucede si hay una, pérdida fortuita de una
cosa o que acaece si ésta es un objeto de una obligación de dar
un género o, en la hipótesis todavía más complicada, qué sucede
si perece la cosa que yo me había comprometido a dar en un
contrato unilateral, p.e., en una donación o en un comodato.
Indudablemente en cada uno de estos presupuestos el problema
no presenta dificultad alguna, la propiedad de una persona
perece para ella; si !a obligación es de dar un género, como
éstos solo se transmiten cuando se individualizan con
conocimiento del acreedor, él género perdido y aún no
individualizado se pierde para su dueño, por último, si me he
comprometido a transmitir la propiedad de una cosa o el uso de
la misma en forma gratuita y la cosa se pierde por caso fortuito
quedare libre de la obligación de dar.
Repito, en todas estas hipótesis no hay problema del riesgo de
la cosa, la cosa que ha perecido fortuitas perece para su dueño.

II. El problema en realidad surge en el contrato bilateral, es


decir en aquel contrato en el que existan prestaciones a cargo de
ambas partes y estas prestaciones están ligadas por la naturaleza
e intención de las partes, El ligamen de las prestaciones recibe
el nombre de sinalagma, y la doctrina italiana con gran claridad
distingue entre sinalagma genético y sinalagma funcional, según
que el ligamen de las prestaciones se examine en sus orígenes o
en la vida del contrato. Si en un contrato con prestaciones
recíprocas no existe la posibilidad de cumplir una de las
obligaciones no se dará surgimiento al vinculo, y el contrato
será inexistente por falta de objeto; pero! si la cosa deja de
existir después de celebrado el contrato habrá que preguntarse
quien va a soportar el riesgo. Por esa razón el problema del
riesgo es un problema de asunción del riesgo y de peligro en el
contrato bilateral.
En la hipótesis del «a.» 2431 «CC», esto es, que por caso
fortuito o por fuerza mayor se impida al arrendatario el uso de
la cosa arrendada obviamente no se causará renta, y si el
impedimento dura más de dos meses el arrendatario estará
facultado para pedir la rescisión del contrato. La cosa dada en
arrendamiento obviamente perecerá para su dueño, es decir, el
arrendador, pero el caso fortuito afectara al deudor, en este caso
el inquilino que no estará 'obligado a pagar renta, pero si estará
facultado para el contrato.
Por eso dije más arriba que si el contrato es unilateral y la cosa
se pierde,: el riesgo lo sufrirá el acreedor, esto es, el donatario o
comodante, en los ejemplos que se pusieron.
El problema más importante es el riesgo en el sinalagma
funcional; se encuentra en aquellos contratos con eficacia real
de ejecución instancia, porque conforme al a; 2014 «CC», en las
enajenaciones de cosas ciertas y determinadas, la transmisión de
la propiedad opera por efecto mismo del acuerdo de voluntades,
y en este caso si el contrato se hubiera perfeccionado, pero la
cosa no hubiese sido entregada y entre tanto perece
fortuitamente, es obvio que el riesgo de la perdida de la cosa
recae en el comprador, pues éste es ya el dueño y aun cuando el
vendedor no pueda dar cumplimiento a la obligación de entrega
sí estará facultado para exigir el precio; ;a obligación de la
entrega espuramente instrumental; mientras que la obligación
del adquirente de pagar el precio se produjo al Igual que la
transmisión de la propiedad es el momento mismo de la
celebración del contrato; por eso la «fr.» V del 2017 «CC» dise
que: ''Si la cosa se pierde por caso fortuito o fuerza mayor... el
dueño suple la pérdida''.
Mas esta regla sólo es aplicable cuando la eficacia de la
transmisión de la propiedad sea inmediata, pues si la eficacia es
diferida o depende de la individualización del género, el riesgo
es del vendedor y la obligación quedará sin efecto, porque aun
cuando los géneros nunca perecen y el riesgo se transmite solo
hasta que los géneros se individualizan, si el enajenante no
pudiese adquirir los géneros por alguna causa grave, repito, la
obligación quedará sin efecto.
Aplicación de estos extremos se puede ver en los casos en que
la obligación del contrato bilateral se encuentra sujeta ' a un
término inicial o a una condición suspensiva Si el término es de
inicio, el riesgo que corra la cosa en tanto se cumple el termino
debe ser soportado por el adquirente; pero si el contrato
translativo está sujetó a una condición suspensiva, el riesgo será
del enajenante («a.» 1948, «fr.» I, «CC») Esta hipótesis será la
aplicable a los contratos de compraventa con reserva de
dominio, en los que la perdida la sufriría el enajenante, salvo
siempre la posibilidad de renunciar al derecho y convenir que la
perdida fuese a cargo del adquirente.
SABOTAJE
I. La voz, proveniente del francés saboter, que quiere decir
golpear, tiene resonancia en más de una rama jurídica, como,
verbigracia en el derecho laboral. en el derecho punitivo es un
delito contra la seguridad de la nación (libro II, «tít.» I, c VII,
«a.» 140 «CP»), sometido a severa penalidad.

II. a) Dice el «a.» precitado que son fines del delito trastornar la
vida económica del país o afectar su capacidad de defensa. Esos
,fines, y su enclave sistemático entre los delitos contra la
seguridad de la nación, marcan la diferencia entre esta
infracción y algunas de las figuras de delito contra la economía
pública, y, sobre todo, contra la riqueza nacional. Las acciones
de dañar, destruir y: entorpecer se proyectan en verdad sobre
toda la armazón en que reposa el funcionamiento del Estado.
Recaen, desde luego, sobre los elementos en que materialmente
se sustenta el normal desarrollo de la vida colectiva, como son,
verbigracia, las vías de comunicación, las plantas siderúrgicas,
las eléctricas y las de las industrias básicas. Se dirigen, también,
a los servidos públicos, a las funciones de las dependencias
estatales, de los organismos públicos descentralizados y de las
empresas de participación estatal y sus instalaciones. Se ejercen,
asimismo, sobre los centros de producción o distribución de
artículos de consumo necesario. Se dicha que hasta aquí el
trastorno causado por el delito lo será de la vida económica, si
no resultara obvia su repercusión en la capacidad nacional de
defensa, atentas las características totalizadoras de la guerra
moderna. La preocupación del «a.» 140 por esa capacidad
nacional de defensa termina de hacerse palmaria al incluirse en
el, como no podía ser de otro modo, el daño, destrucción o
entorpecimiento de centros de producción o distribución de
armas, municiones e implementos bélicos. No parece
sorprendente, tras todo esto, que la pena enlazada a esta figura
principal de sabotaje sea la de dos a veinte años de prisión,
acompañada de multa que fluctúa entre mil y cincuenta mil
pesos.
b) Los verbos rectores empleados son dañar, destruir y
entorpecer. Los dos primeros, en verdad, envuelven la idea de
deteriorar y tornar inservible, mas no la de obstruir. El verbo
entorpecer viene aquí a llenar el vado, y queda claramente
referido a las vías de comunicación, que a mas de dañarse y
destruirse pueden manifiestamente entorpecerse, y directamente
a las funciones de las dependencias del Estado organismos
públicos descentralizados y empresas de participación estatal,
que pueden entorpecerse, mas no dañarse o destruirse.
c) El delito se consuma en el tiempo y en el lugar en que se
verifican el daño, la destrucción o el entorpecimiento. La
tentativa es perfectamente concebible El uso de plurales
indeterminativos muestra que la multiplicidad de objetos
afectados en un único contexto no origina pluralidad de delitos.
La destrucción de un solo objeto singular haría subsumible el
hecho en la figura de daño en propiedad ajena.

III. Prevé el «CP» en el segundo pfo. del mismo «a.» 140 una
figura de omisión sancionada con seis meses a cinco años de
prisión y multa de hasta cinco mil pesos. Tal omisión punible es
la de quien, teniendo conocimiento de las actividades de un
saboteador y de su identidad, no las haga saber a las
autoridades. La situación típica en esta figura de omisión propia
es el estar en conocimiento el omitente de las actividades y la
identidad del saboteador. Con actividades se hace alusión a
acciones singulares y determinadas, que en manera alguna han
de haber sido ya varias para que recién nazca la obligación de
denunciar. Parece evidente que esta última debe cumplirse no
bien se sepa de una acción singular y determinada de sabotaje.

SANCIÓN
I. El derecho es un conjunto de normas que regulan de modo
específico la conducta humana. El problema de la definición del
derecho es el de establecer el carácter de esa especificidad.
Algunos autores consideran que lo característico del derecho es
el ser un conjunto de normas que se distinguen por su contenido
de otras normas que tienen otros contenidos, Este sería u n
criterio material sobre el concepto del derecho, e implicarla la
idea, que pocos estarían dispuestos a suscribir de que hay una
materia específica jurídica y que hay actos humanos que no
pueden estar sujetos a regulación jurídica alguna. Para otros
autores, la gran mayoría de ellos, el derecho puede'
caracterizarse por él modo o manera como regula la conducta
humana de modo bilateral o de modo coactivo. La primera tesis
no debemos discutirla en este lugar; la segunda es pertinente,
pues se encuentra relacionada con el concepto de la sanción, Se
basa en un antiguo concepto empírico sobre el ser humano y sus
motivaciones, Aunque nunca ha sido exacto el experimento, a
posible afirmar que la experiencia ha mostrado al hombre que
puede controlarse la conducta de un individuo por medio de la
amenaza de que se le infligirá un mal en caso de que realice una
conducta no deseada. En muchas ocasiones la simple
irritabilidad produce como reacción a una determinada
conducta, otra dañina para cl sujeto que realizo la primera. Es el
principio de retribución reaccionar con un mal contra aquel que
ha realizado un mal. Ojo por ojo y diente por diente, como se
expresa en la Biblia. La sanción se encuentra dentro de la
expresión que se refiere por segunda vez al ojo y al diente, es
decir, a la conducta que reacciona contra el mal infligido. Esta
experiencia antiquísima es, como ha demostrado Kelsen, el
fundamento explicativo mas originario de la humanidad, que se
encuentra en la base de la religión y de la filosofía natural de los
griegos y en general, en las conceptuaciones de todos los
pueblos primitivos.

II. Sin embargo como en muchas otras materias, fue Protágoras


de Abdera el que logró una conceptuación del castigo y la
sanción que hasta la fecha no ha sido superada. Dice: ''Nadie
castiga al delincuente en atención y por razón de lo que ha
hecho -pues lo ocurrido no puede deshacerse-sino en razón del
futuro, para que ni el propio autor vuelva a cometer desafueros,
ni otro que sea testigo de su castigo... Y quien así piensa castiga
para intimidación''. La intimidación es la función del castigo
John Austin afirma una persona que está bajo un deber o que
tiene un deber, esta sujeto y un mal o a una molestia (que le será
infligida por una autoridad soberana) en el caso de que viole su
deber o desobedezca el mandato que lo impone. En razón de
esta responsabilidad o perjuicio por el mal eventual o
condicional existe la probabilidad de que no desobedezca:
probabilidad que es mayor o menor (independientemente de
otras consideraciones ajenas) según sea el mal mismo, así como
también sea mayor o menor la probabilidad de incurrir en él por
desobediencia Se llama sanción al mal eventual o condicional al
que está expuesto el sujeto. Se dise que el derecho; u otro
mandato está sancionado con ese mal.
En sentido similar se expresa R. von Ihering en El fin en el
derecho, y todos los autores que afirman que el derecho es un
orden que establece sanciones, un orden coactivo de la conducta
humana, para utilizar la sintética expresión kelseniana, Si esto
es así, entonces cada norma jurídica habrá de prescribir y
regular el ejercicios de la coacción. Su esencial, tradúcese en
una proposición en la cual, se enlaza un acto coactivo como
consecuencia Jurídica, a un determinado supuesto de hecho o,
condición'' (Kelsen, Teoría General del Estado).

III. Más adelante de esto no se ha ido en la ciencia del derecho.


En consecuencia, las notas características de la sanción son las
siguientes: a) es un contenido de la norma jurídica; b) en: la
proposición jurídica o regla de derecho que formula la ciencia
del derecho la sanción se encuentra en la consecuencia del
enunciado hipotético; c) el contenido normativo calificado de
sanción generalmente consiste eh un acto que importe al sujeto
infractor un mal o un daño, la privación de ciertos bienes o
valores o la imposición de ciertos perjuicios o dolores d) en el
derecho moderno la imposición de las sanciones, así como su
ejecución la llevan a cabo los órganos del Estado, en tanto se le
conciba como un orden normativo centralizado que establece el
monopolio de la coacción física por sus órganos (Weber y
Kelsen), y e) las finalidades de las sanciones son de tres clases:
o retributivas, o intimidatorias o compensatorias dei daño
producido por el acto ilícito.

SECRETO PROFESIONAL
I. Gramaticalmente hablando secreto es lo que cuidadosamente
se tiene reservado y oculto. El auténtico presupuesto ontológico
del delito de revelación de secretos («aa.» 210 y 211, tit IX c.
único del libro segundo del «CP») en cuya diversidad
tipificadora se ubica el secreto profesional reside en la
existencia de un secreto que por imperativos de la vida de
relación es conocido o comunicado al sujeto activo en razón de
su empleo cargo o puesto o en su vertiente profesional stricto
sensu a quie preste servicios profesionales o técnicos sin excluir
la ocasionalidad de su caracterización como industrial.
II En la vida de relación se entiende por secreto aquello que
debe permanecer ignorado desconocido u oculto por la persona
que a consecuencia de su revelación pueda sufrir una
contrariedad o un perjuicio.
Sin embargo circunscribiéndose al ámbito penal estricto , el
secreto comporta (como con toda finura expresiva señala
Jiménez Huerta el arcano o reserva en que socialmente se
encuentran determinados hechos o sucesos afectantes de la
intimidad privada, o negocial de los seres humanos o entes
colectivos en tanto el orden jurídico impone a aquellas personas
(que por razones especiales los han conocido) el deber de
respetar el citado estado de arcanidad o la mencionada situación
de reserva.
Etimológicamente, secemere hace alusión a una separación, es
decir, a una cosa aislada y rodeada por obstáculos para impedir
que sea conocida. Pero a pesar de que el secreto sea entendido
como algo no destinado a libre conocimiento de todos, o como
noticia restringida, cuando menos la sapiencia de unos cuantos,
y cuya difusión entre los demás es susceptible de originar un
perjuicio, tal noción puede resultar suficiente para el lenguaje
coloquial ordinario común aunque es insuficiente para el léxico
jurídico penal (vocablos con amplísimo contenido de signos
sociales) por que omite la relevancia de lo mas singularizante
del secreto: el constituir un típico concepto de relación.
Todas las distinciones individualizadoras del secreto en una
cosa o en un hecho, en realidad va mas allá de la autenticidad de
su naturaleza jurídico-penal típica.
El secreto no es una cosa concreta ni una noticia, los hechos
son el objeto del secreto.
Y en función de ellos cuando se nos aparece la posibilidad de
destacar alguna de sus connotaciones escenciales nos referimos
a la exclusión de notoriedad, sencillamente, por expresarlo con
mayor claridad posible el secreto no es un hecho sino una
situación de hecho, o aún más determinativamente un estado de
hecho que disfruta de la garantía del derecho, y que produce que
una noticia deba ser conocida solo por una persona o un grupo
estrictamente restringido de ellas.
Sin embargo, conviene puntualizar en relación al universo del
secreto que pueden existir, y de facto existen, actos, hechos,
sucesos .o noticias que, aun debiendo permanecer ignorados por
la voluntad de la persona posiblemente afectada por su
revelación, esta -caso de producirse- carece de relevancia en la
esfera penal, aunque su descubrimiento pueda ser sumamente
rechazable desde un punto de vista social, ético, religioso, etc.
Para que aparezca la significación jurídica de la revelación (en
relación al vocablo que se analiza), es necesario que la persona
(presunta perjudicada) haya confiado su secreto, su intimidad,
un profesionista, ya sea abogado, médico, notario, etc., y que
esa comunicación haya sido precisamente con ocasión del
desempeño de sus respectivas actividades profesionales: para
recibir consejo, ayuda o sencillamente la prestación de un
servicio. Más concisamente, la profesionalidad adviene en una
singular caracterización en el ámbito específico de la
responsabilidad dimanante de la develación Del parangón de los
dos supuestos fácticos anteriores, cabe sacar una consecuencia
diáfana: solo estarnos en presencia de un verdadero secreto a los
efectos jurídico-penales que nos interesan, cuando el mismo
está jurídicamente normado si falta el precepto jurídico
podremos hablar de confidencias, confesiones, desahogos
íntimos, etc., pero no de secreto, y mucho menos de secreto
profesional.

III. Enfrentando la normativa del «CP», conviene dejar sentado,


para evitar confusiones y malentendidos, que el único del «tít.»
IX del libro segundo contiene solamente los «aa.» 210 y 211. El
«a.» 210 establece la descripción de una conducta, y requiere de
la concurrencia de algunos elementos integrantes de la
infracción penal en general. Así: a) revelación de al fin secreto
o comunicación reservada; b) que se haga sin justa causa; c) que
sea en perjuicio de alguien, y d) que es efectúe sin el
consentimiento, sin la anuencia del que pueda resultar
perjudicado.
La anterior conducta queda completada con la exigencia de
que el conocimiento del secreto o de la comunicación reservada
lo sea en virtud del desempeño de su cargo ó puesto
(señalamiento que ya lleva implícita una considerable carga de
profesionalidad, sobre todo si pensamos en notarios, abogados
defensores, médicos familiares, etc.) (todos ellos comprensibles,
sin mayor esfuerzo interpretativo en la conceptuación de cargo)
.
Pero ocurre que la delineación típica del secreto profesional,
sobre la base de la interpretación dogmática de los preceptos
señalados del «CP», se completa con el «a.» 211 del propio
cuerpo legal, por vía agravatoria, cuando establece: ''La sanción
será de uno a cinco años, multa de cincuenta a quinientos pesos
y suspensión de profesión en su caso, de dos meses a un año,
cuando la revelación punible sea hecha por persona que preste
servicios profesionales o técnicos o por funcionario o empleado
público, o cuando el Secreto revelado a publicado sea de
carácter industriales.
De conformidad con lo expuesto y desde una perspectiva
material, pueden diferenciarse el tipo básico (que contiene la
descripción de' la conducta del «a.» 210) y el tipo
complementado del «a.» 211.

IV. El bien jurídicamente protegido, al revelarse un secreto


ajeno, es el derecho a la intimidad inherente a la vida privada de
cada cual. Otro bien tutelado es la reseña reinante en la vida
negocial. Y el «a.» 211, lineamiento final, le añade otro bien de
acuciante actualidad: el secreto de carácter industrial, es decir,
todo aquello concerniente al proceso productivo industrial, que
por la complicación y sofisticación' de los modernos procesos
productivos, y las cuantiosas inversiones dedicadas a los
mismos, es bien de muy alta ponderación económica.
No obstante, tras esa materialidad sustancial antes señalada, se
encuentra que la revelación de secretos afecta también otros
bienes jurídicos, corno pueden ser el honor, en lo referente a la
intimidad y por; lo que hace a los hechos publicados de carácter
difamatorio, y -desde luego- al patrimonio tanto de las personas
físicas'' como jurídicas, en los supuestos fácticos de matiz
negocial o de connotación industrial.

V. La importancia del secreto industrial (de fábrica, como le


llaman los argentinos), colindante en una frontera de muy
imprecisos y sinuosos límites con el propiamente profesional
(dada la tecnificación progresiva o irreversible del aparato
productivo) obliga a señalar su concepto.
Por secreto industrial puede entenderse todo conocimiento
reservado sobre ideas, productos o procedimientos industriales
que el empresario, por un valor competitivo para la empresa,
desea mantener ocultos''. La forma de revelación es indiferente,
dada la gran cantidad de medios de posible utilización.
En cuanto al sujeto activo, somos de la opinión de que en la
profesionalidad lato sensu del «a.» 210: ''...empleo, cargo o
puesto'', se da la calidad específica condición inherente al
mismo, que lo cualifica de manera típicamente relevante, y
hasta de una cualidad de garante en relación a los bienes
tutelados. El sujeto pasivo será el titular (persona o ente
jurídico) del secreto que sufre la indebida difusión, aunque.
cabe la posibilidad, ciertamente frecuente, de que el titular del
secreto y los perjudicados no sean la misma persona o ente
jurídico.
En la profesionalidad stricto sensu (a.211 «CP»), respecto de
sus variantes de profesionistas (es decir. quien presta servicios
profesionales), técnicos, funcionario o empleado público, la
calidad específica y la calidad de garante en relación a los
bienes objeto de la garantía penal, resulta evidente. Pero la cosa
no esta tan clara en la hipótesis del secretó industrial, ya que la
revelación puede ser realizada por quien no preste servicios a la
industria afectada; ya que -en este supuesto fáctico- lo relevante
es dar, naturaleza industrial del secreto revelado.
En relación al sujeto pasivo, lo mismo que para el «a.» 210
«CP», puede ser cualquier persona física o moral, y en el caso
de funcionarios o empleados públicos, los distintos entes
administrativos públicos en definitiva, el Estado en sus
diferentes niveles de, organización.
Para, terminar, importa dejar señalado que la obligación de
secreto para los profesionistas dimana del «a.» 36 de la ley
reglamentaria de los «aa.» 4 y 5 constitucionales, que les
impone el deber de la estricta guarda de los secretos que les han
sido confiados por sus clientes, con la única salvedad de, los
informes obligatorios en virtud de las leyes pertinentes.

SECUESTRO
I. Desde el punto de vista jurídico penal, por secuestro se
entiende al apoderamiento y retención que se hace de una
persona con el fin de pedir rescate en dinero o en especie y se le
utiliza como sinónimo de plagio.

II. El secuestro o plagio es una figura delictiva cuyo contenido


ha variado de acuerdo con la evolución misma de las
sociedades. En la época romana, esta entidad jurídica se
configuraba en dos formas: una, con el apoderamiento de un
hombre libre para venderlo como esclavo, y otra, con la
retención o aprehensión de un esclavo con graves, perjuicios
para su dueño. Las legislaciones recientes, sobre todo de origen
anglosajón, sancionaban el secuestro o plagio de un adulto o
menor de edad, ora porque la finalidad consista en obtener un
rescate, ora porque tenga como objeto una extorsión. Existe,
además la amenaza latente de privarlo de la vida si no satisfacen
las pretensiones aludidas. Empero, esta condición no siempre es
requisito esencial para la integración del secuestro.
III, No obstante que por mucho tiempo se mantuvo dentro de
la clasificación de delitos contra el patrimonio, advirtiéndose el
lucro como bien jurídico tutelado, nuestra legislación penal lo
recoge como un tipo especial y calificado, en contraste con el de
arresto o detención ilegal, pasando a formar parte de los delitos
que tutelan la libertad física personal.
El «a.» 366 «CP» castiga con penas que van de 6 a 40 años de
prisión y de doscientos a quinientos días multa, a quien realice
el secuestro en alguna de las formas siguientes: a) para obtener
rescate o causar daño o perjuicio a la persona privada de la
libertad, o a otra persona con ella relacionada. Al respecto, es
pertinente mencionar que el rescate debe entenderse en su
acepción genérica, esto es, comprende tanto al dinero como a
los documentos, cartas u objetos de valor, etc., que de alguna
manera reflejan el ánimo de lucro del sujeto activo y que junto a
la frase, ''para causar daño o perjuicio complementa su
particular ánimo extorsionador (Jiménez Huerta).
En este sentido, su dolo estriba en la razón de mantener
retenida a la víctima hasta en tanto se haga efectivo el rescate
fijado por el delincuente; b) si se hace uso de amenazas graves
de maltrato o de tormento. Esto ha dado también lugar a la
tipificación de otros delitos, p.e., lesiones e inclusive,
homicidio, por la inminente transgresión de las sevicias
empleadas; c) si se detiene a la persona en calidad de rehén y se
la amenaza con privarla de la vida o con causarle daño, a ella
misma o a otras personas en caso de que la autoridad realice o
deje de realizar determinados actos.
La pretendida acción del sujeto activo se encuentra en
consonancia con la actitud exigida de la autoridad, sea en forma
omisiva, como perseguir a los autores del delito, o un actuar en
el sentido de dejar de hacer, p.e'' poner en libertad a presos. Así,
el delito se consuma con la detención en rehenes del sujeto
pasivo; d)si la detención se hace en camino público o en paraje
solitario; e) si quienes lo cometan obran en grupo, y f) si el
secuestro está dirigido a menores hasta de doce años.
Esta última modalidad denominada erróneamente ''robo de
infantes'', pues el robo . solo procede contra cosas y no
personas; ha sido uno de los delitos más repudiados y
,severamente castigados desde la antigüedad y, todavía en estos
días, les provoca alarma social. No obstante ello, cuando el
delito es cometido por un familiar que no ejerce sobre el niño la
patria potestad ni la tutela, la punibilidad es menor: de seis
meses a cinco años de prisión. Si los que han secuestrado al
infante lo ponen en libertad voluntariamente, sin causarle daños
y dentro de un plazo no mayor de tres días, la pena se reduce a
prisión de un mes a tres años y multa hasta de mil pesos.
El «a.» 366 del «CP» que se comenta experimentó reformas en
1984 (DO 13 de enero1984) en relación con la pena y en
relación con el arrepentimiento post factum Por lo que hace á la
pena de prisión, el mínimo se ha incrementado en un año, con el
propósito de impedir que los secuestradores puedan obtener el
beneficio de la libertad provisional en cualquier etapa del
procedimiento y de proporcionar, consecuentemente, mayor
tranquilidad a la colectividad frente a este tipo de actos. En
atención a otros aspectos político-criminales, que pueden traer
resultados útiles y benéficos para el cumplimiento de la función
que se le .atribuye al derecho penal, el legislador modificó el
pfo. final del «a.» 366 ampliando a las diversas hipótesis los
efectos del arrepentimiento pos factum, con el objeto de evitar
mayores daños a la víctima, al establecer que si el secuestrador
espontáneamente pone en libertad a la persona antes de tres días
y sin causar ningún perjuicio, sólo se le impondrá la pena
correspondiente a la privación ilegal de la libertad prevista en el
«a.» 364.

IV. En cuanto a los efectos del secuestro éstos pueden ser


permanentes o continuos debiendo, consumarse definitivamente
al integrarse todos los elementos del tipo. La tentativa es
también configurable su constituye, además, un delito de
resultado material. Ahora bien, si el sujeto pasivo consiente en
someterse al encuentro o detención excluye la tipicidad, toda
vez que no puede hablarse de privación de la libertad ni mucho
menos de secuestro. En igual sentido si el sujeto no es
consultado acerca del encierro o detención, pero consiente en
ellos, su consentimiento avala la conducta en virtud del interés
no comprometido'' (Etcheberry).
Respecto a la conciencia del sujeto, ésta juega un papel
preponderante dentro de esta figura delictiva, pues es obvio que
si el pasivo es adulto y por sus ocupaciones en la casa o
habitación en que se encuentre no se entera de que esta siendo
secuestrado se excluirá un elemento-subjetivo- del tipo, y por
ende, la configuración misma del delito. No sucede lo mismo
tratándose de menores, ya que la concepción que tienen de la
realidad varia de acuerdo con la edad.

SEGURIDAD JURÍDICA
I. La palabra seguridad proviene de securitas, la cual deriva del
adjetivo securus (de secura) que, en su sentido más general,
significa estar libre de cuidados.

II. En sentido amplio, la palabra seguridad indica la situación de


estar alguien seguro frente a un peligro. Una persona dentro de
una casa puede sentirse segura respecto de las inclemencias del
tiempo; un combatiente puede estar seguro en una trinchera
respecto del peligro de un ataque del enemigo. Esto nos muestra
que el concepto de seguridad varía según sea el tipo de peligro
con el cual se relaciona. En la vida social, el hombre necesita,
por una parte, tener la seguridad de que los demás respetarán
sus bienes y, por otra, saber cómo ha de comportarse respecto
de los bienes de los demás. Esta seguridad referente a las
relaciones con los semejantes es la que puede denominarse
seguridad jurídica.
El asegurar la existencia de cienos comportamientos en la vida
social es necesario para la subsistencia de la misma vida social,
Para que exista paz hace falta que los miembros de la sociedad
respeten los bienes y las vidas ajenas, y por eso es necesario que
la sociedad asegure, conminando con la coacción pública, que
dichos comportamientos habrán de llevarse a cabo. Recasens
Siches estima que es tan importante la seguridad en la vida
social que su consecución es el motivo principal (histórico o
sociológico) del nacimiento del derecho.

III. La seguridad jurídica la define Delos así ''es la garantía dada


al individuo de que su persona, sus bienes y sus derechos no
serán objeto de ataques violentos o que, si estos llegan a
producirse; le serán aseguradas por la sociedad, protección y
reparación'' (Los fines del derecho). Dicho en otras palabras, la
seguridad jurídica es la certeza que tiene el individuo de que su
situación jurídica no será modificada más que por
procedimientos regulares, establecidos previamente.
La seguridad jurídica puede entenderse desde dos puntos de
vista, uno objetivo y otro subjetivo. Desde el punto de vista
subjetivo, la seguridad equivale a la certeza moral que tiene el
individuo de que sus bienes le serán respetados, Pero esta
convicción no se produce si de hecho no existen en la vida
social las condiciones requeridas para tal efecto: la organización
judicial, el cuerpo de policía, leyes apropiadas, etc. Desde el
punto de vista objetivo, la seguridad equivale a la existencia de
un orden social justo y eficaz cuyo cumplimiento está
asegurado por la coacción pública.

IV. La seguridad jurídica es uno de los fines principales del


derecho. Para los autores emparentados con el idealismo
kantiano, incluido Kelsen, que niegan la existencia de una ética
material de bienes y fines, la seguridad viene a ser la
característica esencial de lo jurídico. Donde existe una conducta
cuyo cumplimiento ha sido asegurado por una sanción que
impone el Estado, dicen, existe un deber jurídico,
independientemente de cuál sea su contenido. Esta afirmación
lleva a examinar la cuestión de las relaciones que existen entre
la seguridad y la justicia. Es evidente que para que exista
seguridad jurídica es necesaria la presencia de un orden que
regule las conductas de los individuos en las sociedades y que
ese orden se cumpla, que sea eficaz. Ahora bien, puede existir
una ordenación de conductas, impuesta por los órganos
establecidos, que se cumpla y contener, sin embargo,
disposiciones contrarias evidentemente a la justicia, como la de
que los gobernantes pueden en cualquier momento privar de sus
propiedades a los individuos, o de que pueden castigarlos por
delitos no tipificados previamente. ¿Cabe afirmar que tal
ordenación produce seguridad? Lo que interesa a la sociedad
asegurar es el cumplimiento de conductas que son valiosas para
la vida social, o sea de conductas que implican la realización,
parcial pero efectiva, del criterio de dar a cada quien lo suyo.
Esto hace ver que el criterio racional de la justicia (o
jurisprudencia) es necesario para que haya seguridad jurídica
efectiva: gracias a ese criterio se disciernen, de manera objetiva,
las conductas cuyo cumplimiento es necesario asegurar; si falta
o falla ese criterio de justicia, se corre el riesgo de asegurar el
cumplimiento de conductas cuya realización más bien infunde
temor que paz. La seguridad jurídica implica, por consiguiente
no sólo que el orden social sea eficaz sino que también sea
justo.

SEGURO
I. (Del latín securus, cierto, firme, verdadero.) En los términos
del «a.» 1o LCS: ''por el contrato de seguro, la empresa
aseguradora se obliga, mediante una prima, a resarcir un daño o
a pagar una suma de dinero al verificarse la eventualidad
prevista en el contrato''.

II. Regulado ya en las viejas ordenanzas de Bilbao, así como en


los códigos mercantiles que le sucedieron, el contrato de seguro
solo alcanzó notable importancia en México a fines del siglo
XIX, una vez lograda la relativa pacificación del país; de ahí
que la primera ley reguladora de las empresas de seguros date
de esta época: la Ley sobré Compañías de Seguros del 16 de
diciembre de 1892. Empero, a la sazón el seguro podía
celebrarse libremente por los particulares; su configuración
como contrato de empresa se consagro en la Ley General de
Sociedades de Seguros, del 25 de mayo de 1926.
Pero son las leyes de 1935 las que mar can el momento mas
importante en la historia del seguro mexicano la LIS, por cuanto
forzó el desarrollo de las compañías mexicanas de seguros y
mexicanizó las reservas de las extranjeras, al establecer su
obligatoria inversión en el país; la «LCS» que, al derogar los
preceptos con los que se regulaba dicho contrato en el «CCo».,
vino a configurar un estatuto autónomo, inspirado en excelentes
modelos europeos: la Ley suiza de 1908, la Ley francesa de
1930 y el Proyecto Mossa de 1931.

III. La legislación mexicana es de las pocas que conservan el


seguro como contrato consensual, pues ''se perfecciona desde el
momento en que el proponente tuviere conocimiento de la
aceptación de la oferta'', si bien tal consensualidad resulta
grandemente contrarrestada por la circunstancia de que, fuera
de la póliza, ninguna otra prueba salvo la confesional es
admisible para probar existencia aa, 19 y 1, «fr.» I, LCS). Mas
liberal, la «LNCM» permite que, a falta de póliza, el seguro
marítimo se demuestre ''por cualquier otro medio de prueba
legal'' («a.» 222).
De todo lo anterior resulta que son elementos de definición dos
personales y tres objetivos: 1) la empresa aseguradora; 2) el
tomador o contratante que, sin mencionarse de modo expreso en
la definición legal, aparece implícitamente al hacerse referencia
a la prima como necesaria contraprestación; 3)la prima; 4) la
obligación de resarcir un daño o de pagar una suma de dinero,
5) la eventualidad prevista en el contrato. A tales elementos
deben agregarse otros tres, indispensables también para la
existencia del contrato; 6) la persona o cosa asegurada; 7) el
riesgo; 8) en los seguros de daños, el interés asegurable.
1) A partir del segundo cuarto del presente siglo el seguro
mexicano quedo configurado como contrato de empresa; ahora
bien las empresas aseguradoras pueden ser sociedades anónimas
o mutualista Las primeras, a su vez, actúan como instituciones
nacionales cuando el 50% o mas de su capital social se
encuentra en manos del gobierno federal o de algún organismo
estatal, y también cuando exis te una serie especial de acciones
que solo puede corresponder a dicho gobierno federal, e
igualmente en caso de que al propio gobierno asista el derecho
de vetar acuerdos de asambleas, de órganos directivos o de
designar a la mayoría de sus integrantes; son instituciones
privadas de seguros aquellas en las que no opere ninguno de
tales supuestos («aa.» 1o «LIS» y 46 de la «LOAPF»).
El régimen corporativo, financiero, contable y de vigilancia de
las instituciones y mutualistas de seguros esta contenido, de
modo principal, en la LIS, si bien importantes disposiciones
sobre tales puntos se encuentran también en la «LCS» y en otras
más, e igualmente en circulares y disposiciones diversas de la
Secretaría de Hacienda y Crédito Público y de la Comisión
Nacional Bancaria y de Seguros, independientemente de leyes,
reglamentos y reglas para seguros específicos, como el agrícola,
ganadero, de grupo, del viajero, marítimo y otros.
El carácter empresarial del seguro determina en México su
mercantilidad, atento lo dispuesto por el «a.» 75, «fr.» XVI, del
«CCo»., que la impone a los contratos de seguro ''que sean
hechos por empresas''; ahora bien, puesto que sólo estas últimas
pueden actuar como aseguradoras, la naturaleza mercantil del
contrato es forzosa en todo caso.
2) Cualquier persona, física o moral, puede actuar como
tomador de un seguro, así en nombre y por cuenta propios, en
cuyo caso asume también el carácter de asegurador, como en
interés de un tercero; igualmente puede contratar como
mandatario de otro, y en tal caso conforme a las reglas del
mandato civil o de la comisión mercantil, actúa en nombre y por
cuenta del asegurado.
3) Suele considerarse el pago de la prima como la principal
obligación a cargo del tomador. En todo caso, la prima
configura necesariamente una prestación de dinero.
Conviene no confundir la estipulación de la prima con el pago
de la misma, como requisito para la asunción del riesgo por
parte del asegurador, por cuanto, según disposición del «a.» 21,
«fr.» II, LCS, el contrato de seguro... no puede sujetar sea la
condición del pago de la prima.
Salvo estipulación en otro sentido, la prima debe pagarse en el
momento de la celebración del contrato, pero en todo caso la
«LCS» concede un plazo de gracia de treinta días para
efectuarlo, aunque se trate de una de las fracciones de la prima
si no se hiciere el pago cesarán automáticamente los efectos del
contrato a las doce horas del último día de dicho plazo («a.» 40
LCS).
4) La ocurrencia del siniestro determina el surgimiento del
derecho a la indemnización -en los seguros de daños- o al pago
de la suma asegurada-en los seguros de vida-. Ahora bien, de la
realización del siniestro debe darse pronto aviso a la empresa
aseguradora: salvo disposición legal o estipulación en otro
sentido, el asegurado o el beneficiario debe proceder a ello por
escrito, en un plazo de cinco días («a.» 66 LCS).
La obligación de indemnizar al asegurado, en los seguros de
daños, puede ser cumplida por la empresa mediante la entrega,
en dinero, del valor del daño; pero también, a su elección, a
través de la reparación o reposición del bien («a.» 116 LCS); en
todo caso, la suma asegurada constituye la máxima obligación
de la empresa y, cualquiera que sea la opción de cumplimiento
elegida, su vencimiento ocurre treinta días después de que ''haya
recibido los documentos e informaciones que le permitan
conocer el fundamento de la reclamación'' («a.» 71 LCS).
5) El riesgo asegurado puede referirse a cualquiera de las tres
operaciones de seguros: vida, accidentes y enfermedades o
daños; dentro de estas últimas, a alguno de los ramos
legalmente previstos responsabilidad civil y riesgos
profesionales; marítimo y transportes; incendio: agrícola,
automóviles; crédito; diversos especiales («a.» 71 LCS).
6) En los seguros de daños la persona física o moral asegurada
es, necesariamente, la que en el momento del siniestro tenga
interés económico en el bien cubierto, que puede ser una cosa,
un crédito o un patrimonio; en los seguros de vida, la persona
física respecto de cuya existencia, integridad personal, salud o
vigor vital se contrate la cobertura asegurativa («aa.» 85, 87,
145 y 151 LCS; 8o fr, VIII, LIS).
7) Incertidumbre, posibilidad y efectos económicamente
dañosos son los elementos del riesgo asegurable, en los seguros
de daños; La falta de cualquiera de ellos acarrea la nulidad del
contrato («aa.» 45 y 46 LCS). Obviamente, en los seguros de
vida la incertidumbre solo se da respecto de la fecha del
siniestro.
8) Concebido como relación económica entre una persona y
una cosa, crédito o patrimonio objeto del seguro, el interés
asegurable debe existir en el momento en que ocurra el
siniestro; la suma indemnizable, además, debe ser la que
corresponda al valor de dicho interés en ese momento («aa.» 85,
86, 87 y 91 LCS).
SENTENCIA
I. (Del latín, sententia, máxima, pensamiento corto, decisión.)
Es la resolución que pronuncia el juez o tribunal para resolver el
fondo del litigio, conflicto o controversia, lo que significa la
terminación normal del proceso.

II. Si bien el concepto estricto de sentencia es el de resolución


que pone fin al proceso decidiendo el fondo del litigio, se han
calificado como tales otras resoluciones que no tienen estas
características, y a la inversa, lo que ha provocado confusión
especialmente en la legislación y en la jurisprudencia.
Así, se ha utilizado en el ordenamiento mexicano con apoyo
en los «aa.» 79, «fr.» V, del «CPC» y 1393 del «CCo». la
denominación de sentencias interlocutorias para designar las
resoluciones judiciales que ponen fin a una cuestión incidental o
que deciden sobre un presupuesto de la validez del proceso que
impide la continuación del mismo, y en materia de amparo se ha
aplicado esta terminología a la decisión que se pronuncia en el
incidente de suspensión concediendo o negando dicha medida
precautoria («a.» 131 de la LA). Desde nuestro punto de vista
esta denominación no corresponde a una concepción moderna
de las resoluciones judiciales y por ello consideramos preferible
designar estas providencias como autos, que es su sentido
propio.
También se ha empleado indebidamente por el legislador de
amparo el nombre de sentencia para calificar la decisión de
sobreseimiento pronunciada en la audiencia de fondo, para
distinguirla de la providencia que el juicio fuera de audiencia
(«a.» 77, fr, II, LA), pero según criterio riguroso dicho
pronunciamiento ya sea que se dice antes o en la audiencia de
fondo, debe considerarse como un simple auto, puesto que
contiene la declaración de que no puede resolverse el juicio de
amparo a través de una verdadera sentencia («a.» 83, «fr.» III,
LA).
Por el contrario, la «LFT» califica de laudos a las resoluciones
que dictan las juntas de conciliación y arbitraje para decidir los
conflictos laborales en cuanto al fondo, no obstante que son
sentencias en sentido estricto como se reconoció expresamente
en la «LA» vigente de 1936, al establecer el amparo de una sola
instancia contra las citadas resoluciones. La persistencia de la
denominación se debe al nombre de los tribunales del trabajo,
no obstante que no realizan una función de arbitraje, que
requiere la voluntad de las parles y carece de imperio,
características que no tienen las decisiones de las citadas juntas
como se desprende claramente de los «aa.» 885-891 de la
«LFT» para la resolución de los conflictos llamados jurídicos
sean individuales o colectivos y los «aa.» 916919) para la
decisión de los conflictos calificados como económicos.

III. La sentencia en el sentido estricto puede apreciarse desde


dos puntos de vista, en primer término como el acto más
importante del juez en virtud de que pone fin al proceso, al
menos en su fase de conocimiento, y en segundo lugar, co mo
un documento en el cual se consiga dicha resolución judicial.
A) Según el primer aspecto, las sentencias pueden distinguirse
en varias categorías de acuerdo con diversos criterios, entre los
cuales destacamos los relativos a sus efectos y autoridad.
a) En primer término se puede mencionar en nuestro sistema
procesal la Configuración de tres sectores señalados por la
doctrina científica del proceso, los que no son contemplados
expresamente por los códigos respectivos, pero se pueden
deducir implícitamente de sus disposiciones, es decir, las
llamadas sentencias puramente declarativas, de condena y
constitutivas, entendiendo por las primeras aquellas que
clarifican el derecho o la situación jurídica controvertida; las
segundas señalan la conducta que debe seguir el demandado (o
el acusado en el proceso penal) con motivo del fallo, y
finalmente las terceras, que predominan en las cuestiones
familiares y del estado civil, fijan nuevas situaciones jurídicas
respecto del estado anterior, y en esta misma dirección podemos
incluir a los llamados laudos pronunciados en los conflictos
colectivos laborales calificados como económicos y que
corresponden al concepto sentencia colectiva en materia de
trabajo («a.» 919 de la LFT).
b) Por lo que respecta a la autoridad de los fallos, en el
derecho procesal mexicano es posible distinguir dos categorías,
la llamada sentencia definitiva, que es aquella que decide la
controversia en cuanto al fondo, pero admite todavía medios de
impugnación a través de los cuales las partes inconformes
pueden lograr su modificación, revocación o anulación, y en
este sentido podemos citar lo dispuesto por el «a.» 46 de la
«LA», que entiende por sentencia definitiva la que decida el
juicio en lo principal y respecto con la cual las disposiciones
procesales respectivas no concedan ningún recurso ordinario a
través del cual pueda ser modificada o revocada.
Por el contrario, no encontramos definido con precisión el
concepto de la sentencia f irme, es decir aquella que no admite
ningún medio de impugnación y que por lo mismo ha adquirido
la autoridad de cosa juzgada, puesto que la terminología de los
diversos códigos procesales es imprecisa, al utilizar expresiones
equívocas, como la declaración de ejecutoriedad de la sentencia
o la denominación de ''sentencias ejecutoriadas o ejecutorias'' no
obstante que esta calificación se puede prestar a errores, en
virtud de que no todos los fallos firmes pueden ser objeto de
ejecución material, que únicamente corresponde a los que
establecen una condena.
B) En cuanto a la sentencia como un documento judicial, las
disposiciones procesales respectivas señalan varios requisitos
tanto de forma como de fondo.
a) Por. lo que respecta a las características formales la mayor
parte de los códigos procesales mexicanos, no obstante que
disponen que las sentencias y los llamados laudos en materia de
trabajo no se sujetarán a formalidades especiales, sin embargo
señalan el contenido formal de las mismas, que separan en tres
partes, es decir, la relación de los hechos de la controversia; las
consideraciones y fundamentos legales, y finalmente, los puntos
resolutivos, que corresponden a los tres aspectos tradicionales
de resultados, considerandos y puntos resolutivos («aa.» 222
«CFPC», 77 «LA», 840 «LFT»; 72 «CPP»; 95 «CFPP»; 237
«CFF»; 79 «LOTCADF»).
b) Los requisitos de fondo no están tan claramente precisados
en los ordenamientos procesales mencionados con anterioridad,
por lo que de acuerdo con la doctrina y la jurisprudencia
podemos señalar como tales las exigencias de congruencia,
motivación, fundamentación y exhaustividad.
De acuerdo con el primero, debe haber una relación de
concordancia entre lo solicitado por las partes y lo resuelto por
el juzgador, sin perjuicio de que éste pueda aclarar y precisar las
pretensiones de las propias partes a través de la institución de la
suplencia de la queja como claramente ocurre con lo dispuesto
por los «aa.» 685 de la «LFT» y 225 «LA», en cuanto el
primero faculta a las juntas de conciliación y arbitraje, al
momento de examinar la demanda presentada por el trabajador
pa. ra subsanar los defectos de la misma cuando no comprenda
todas las prestaciones que deriven de dicha ley de acuerdo con
las pretensiones deudas; y el segundo precepto establece que el
juez del amparo debe conceder la protección respecto de los
hechos que se hubiesen probado aun cuando sean distintos de
los invocados en la demanda presentada por los campesinos
sujetos a la reforma agraria (ejidatarios, comuneros o los
respectivos núcleos de población).
La jurisprudencia de la «SCJ» ha distinguido entre la
congruencia externa, que consiste en la conformidad entre lo
resuelto y lo pedido, y la interna considerada como la
coherencia entre las afirmaciones y resoluciones contenidas en
la sentencia (tesis relacionada, tercera sala, del Apéndice al
«SJF» publicado en 1975).
La motivación y la fundamentación son requisitos establecidos
en general para todo acto de autoridad por el «a.» 16 de la C y
específicamente para las decisiones judiciales, por el «a.» 14 de
la misma ley fundamental, Como motivación se ha extendido la
exigencia de que el juez examine y valore los hechos
expresados por las partes de acuerdo con los elementos de
convicción presentados en el proceso, como lo ha puesto de
relieve la jurisprudencia (tesis relacionada, tercera sala, del
Apéndice al «SJF» publicado en 1975).
La fundamentación es la expresión de los argumentos jurídicos
en los cuales se apoye la aplicación de los preceptos normativos
que se invocan por el juzgador para resolver el conflicto. El
citado «a.» 14 constitucional señala el fundamento de las
sentencias civiles (en sentido amplio, es decir, comprende
también las administrativas y las laborales) conforme a la letra o
a la interpretación jurídica de ley, y a falta de esta, en los
principios generales del derecho (precepto que se reitera en el a,
158 LA). En materia penal queda prohibido imponer, por
simple analogía o aun por mayoría de razón, pena alguna que no
esté decretada por una ley exactamente aplicable al delito de
que se trata.
Finalmente, la exhaustividad consiste en la obligación del
juzgador de examinar todas y cada una de las pretensiones
formuladas por las partes, es decir, todos los aspectos de la
controversia planteada por las mismas.
Varias disposiciones procesales señalan de manera expresa o
implícita estos requisitos de fondo de la sentencia, en cuanto
disponen que las sentencias deben ser claras, precisas y
congruentes, que deben fundarse en derecho y además, resolver
todas las cuestiones planteadas en el proceso. Al respecto
pueden mencionarse los «aa.» 81 del «CPC» 1325 y 1327 del
«CCo».; 842 de la «LFT»; 77 y 78 «LA», y 237 del «CFF».

SERVICIOS PROFESIONALES
I. En la doctrina moderna en que se sustenta el derecho del
trabajo el servicio profesional es la actividad de la persona que,
ostentando un título académico o técnico que lo faculte para el
ejercicio de una ciencia o un arte en forma libre, la ejecuta en
beneficio de un patrono, bajo su dirección, subordinación y
dependencia económica, sujeto a un contrato individual de
trabajo. En función de estos elementos, el intelectual, el llamado
profesionista liberal, el técnico, el alto empleado, inclusive el
artista que por exigencias personales establezca una relación
jurídica cuya finalidad sea el desempeño de un servicio
subordinado al quedar sujeto a las instrucciones u órdenes de un
tercero y por tanto impedido del libre ejercicio de la profesión
que ostente, tal relación jurídica debe estimarse laboral y los
servicios profesionales que preste asimilados a los de cualquier
trabajador.
La legislación del trabajo ha otorgado esta característica a los
servicios profesionales cuando, como acontece en el medio
laboral mexicano, al trabajador se le define como toda persona
física que presta a otra (física o moral) un trabajo personal
subordinado, siempre que la actividad humana que desarrolle,
intelectual o material, sea en beneficio de aquélla, inde.
pendientemente del grado de preparación que posea: quien lo
ejecute («a.» 8o. LFT). Sin embargo, en la actualidad es tan
amplio el campo de las profesiones, que resulta necesario
establecer la frontera en que unas u otras se desenvuelven a
efecto de precisar las que .se encuentran reglamentadas en
ramas judiciales diferentes al derecho del trabajo. El objeto:
establecer respecto de los servicios profesionales cuándo se esta
frente a un mandato o ''locación de obra'' y cuando se les
encuentra en el ámbito de la relación laboral.
II El conocimiento popular ha considerado que la actividad
profesional de un abogado, de un médico, de un ingeniero, de
un arquitecto o de cualquier persona que pone su actividad
intelectual al servicio de otra, no es propiamente un trabajador
sino un mandatario que presta servicios a virtud de un acto
jurídico en el que existen derechos y obligaciones mutuos que
deben ser cumplidos por quien contrata el servicio y por quien
lo lleva a cabo.
Es indudable que el profesionista que ejerce con plena
autonomía; el que en un despacho, consultorio, laboratorio u
oficina particular ofrece al público sus servicios; el que realiza
contratos sujetos en sus caracteres jurídicos al ordenamiento
civil; el que no se encuentra sujeto a dirección o subordinación
porque ejecuta cualquier trabajo conforme a su criterio, bajo
propias normas de conducta y de acuerdo a planteamientos
propios; en fin, quien efectúa su labor como se ha expresado en
el lenguaje común de los peritos ''bajo su leal saber y entender''
no es sujeto del derecho del trabajo. Pero el profesionista cuya
actividad intelectual, literaria, científica o artística, sea
dependiente y no pueda por sí mismo desempeñar el servicio al
cual haya quedado obligado, aquel cuyo tiempo, esfuerzo,
dedicación o empeño, se pongan a disposición de otro, sea o no,
económico el interés que lo haya impulsado a ello; quien por el
atractivo de una remuneración se encuentra dispuesto al
abandono de la libertad que el ejercicio de la profesión
representa; será un trabajador y su actividad debe quedar
amparada por el derecho laboral.
Lo anterior puede o no quitarle a sus actos la calidad de un
mandato y puede ser su actuación comprendida ( n la de un
mandatario de hecho; solo que así como la ejecución de un acto
no otorga a éste en todas las situaciones la calidad de jurídico,
la función que se desempeñe' tampoco da los atributos del
mandato si no están integrados los requisitos del mismo.
El profesionista se comporta como mandatario en cuanto
estipula una transacción con el cliente, al que le señala un
precio por sus servicios, con el que se compromete a la
realización de determinados actos y al que únicamente le da a
conocer los resultados que obtiene. La actuación de un abogado,
p.e., queda circunscrita a un convenio especial, según las bases
que se establezcan, sea o no por escrito, pero sujeto en todo a la
libre acción. El médico que recibe a los enfermos que atiende,
un consultorio o a los que visita en su domicilio particular,
tampoco actúa bajo una dependencia directa o indirecta, sino
atenido al ejercicio propio de su grado y a la aplicación que
hace de sus conocimientos. El técnico a quien se encarga el
arreglo de una máquina o aparato por regla general, lleva a su
taller dicha máquina o aparato para dejarlo en condiciones de
funcionar; puede también llamársele por su calidad de
especialista para el arreglo de una pesada maquinaria, sujeto su
trabajo a la propia responsabilidad y no al precio del servicio o
al tiempo que utilice en su compostura. ''La prestación de
servicios profesionales-como lo ha indicado el doctor De la
Cueva- al igual que todas las instituciones jurídicas, sólo tiene
valor en cuanto se refiere a determinadas situaciones reales, por
tanto, querer aplicar sus características fuera de ellas, implica el
desconocimiento de su naturaleza''.
No cabe duda que las profesiones liberales presentan todas
ellas algunos caracteres comunes que admiten reglamentación
similar pero cuando sus elementos las distinguen y separan,
tiene que ser la disciplina adecuada la que las regule y oriente
conforme a su identidad jurídica.

III. La proyección sociológica que los servicios profesionales


tienen hoy en día es lo que interesa para un análisis correcto. No
es siempre el lucro personal lo que les caracteriza. Desde luego
un inventor un artista, un científico, un investigador, pueden
estar influidos por el interés patrimonial a que aspiren, acorde a
la actividad elitista que desarrollen. Pero esto tiene lugar cuando
nos referimos a una élite y no al común de los profesionistas,
cuyo nivel social se encuentre en la frontera de las masas
laborantes. En esta ubicación el profesionista pone su actividad
intelectual; al servicio de un patrono en igualdad de condiciones
en que un obrero o un campesino lo hace con su trabajo de
mano de obra. Y en cuanto esto ocurre, su acción se aleja del
grado de libertad que contiene para entrar en el terreno de la
dependencia, y consecuentemente, en la escala cultural del
trabajador común, tomando la acepción de la palabra cultura no
como el saber humano sino el correspondiente a un estudio de
la evolución de un pueblo.
Resulta entonces lógico aceptar la calidad laboral del servicio
profesional en si mismo. Así lo entendió el legislador mexicano
y en idéntica forma lo ha interpretado nuestra «SCJ», la que ha
dicho: Se tiene .por acreditada la existencia de la relación
obrero-patronal si se prueba: a) la obligación del trabajador de
prestar un servicio material o intelectual, o de ambos géneros;
b) la obligación del patrón de pagar a aquel una retribución, y c)
la relación de dirección y dependencia en que el trabajador se
encuentre colocado frente al patrón (amparo directo núm.
1692/58; quejoso: Rogelio H. Mautier y coagraviados, cuarta
sala, resuelto el 22 de junio de 1959). Y ha agregado: ;''la
simple prestación de servicios conforme a una retribución
específica, no constituye por sí sola una relación de trabajo, en
tanto no exista el vínculo de subordinación denominado en la
ley con los conceptos de dirección y dependencia, según el
artículo 17 de la Ley Federal del Trabajo (amparo directo núm.
2624/66; quejoso: Holger Miller, cuarta sala, resuelto el 5 de
junio de 1967).
En conclusión, si los servicios profesionales se realizan con
plena autonomía, la persona que los ejecute en beneficio de
otra, regirá sus relaciones jurídicas conforme al ordenamiento
civil; pero cuando dicha ejecución se haga en forma
subordinada y bajo la dependencia económica de un patrono, la
relación jurídica será de trabajo y para cualquier cuestión,
aclaración o conflicto que se suscite será la ley de la materia la
que la regule.
IV. En el «CC» se ha definido la prestación de servicios
profesionales en función de las personas que los realizan y los
reciben. La doctrina estima que si bien es cierto se les puede
sujetar a un contrato, tal contratación viene a resultar sui generis
por sus características, si se toma en cuenta que las actividades
de un profesionista, trátese de un abogado, un médico, un
ingeniero o un simple literato o artista resultan más bien
intelectuales que materiales; esto es, el profesional cuando pone
sus aptitudes al servicio de otras personas, independientemente
de que lo haga mediante una retribución expresa o tácitamente
convenida, en forma alguna ajusta la labor desarrollada a una
relación de trabajo, al no sujetar a condición, alguna tal
actividad. Los actos dependientes de una profesión literaria,
artística o científica -nos indica Devealí- no pudiendo
directamente y por sí mismos, ser objeto de un contrato laboral
obligatorio, aun cuando en su realización sea estipulada una
remuneración, tal característica no implica subordinación y
menos aún sujeción a un patrono, sino únicamente representa la
retribución convenida por el servicio que se llevará a cabo y
cuyos resultados ni siquiera pueden ser previstos o convenidos.
Si nos colocamos en la posición derivada de un contrato de
prestación de servicios encontraremos que el elemento
subordinación es clásico no solo de este tipo de acuerdo inter-
partes, sino lo es también del contrato de locación de obra o el
de mandato, y ambos son de estricta naturaleza civil o
mercantil, sin que esta circunstancia coloque al profesional, al
locatario o al mandatario en calidad de obrero o de trabajador
al; servicio de un patrono, Lo que ocurre es, como ya lo hemos
señalado, el campo de las profesiones liberales es hoy bastante
amplio y variado y da ocasión a un sin número de relaciones
jurídicas que resultaría imposible comprenderlas a todas dentro
de un solo esquema. Sería necesario realizar un esfuerzo
excesivo para asimilar los conceptos retribución, subordinación
o empleo, a los conceptos trabajo, dirección y salario (propios
de la relación laboral), a un mero contrato de trabajo, cuando el
profesionista lo que busca y pretende al contratar sus servicios
es independencia, libertad y forma particular de ejercerlos.
Las afirmaciones anteriores las encontramos avaladas por el
derecho civil, pues en el contrato de prestación de servicios nos
encontramos las siguientes situaciones: a) cuando un
profesionista este sindicalizado, las disposiciones que rijan su
contratación -dice el «CC»- serán las establecidas en el
respectivo contrato colectivo de trabajo («a.» 2606 del «CC»);
de no existir convenio entre el profesionista y la persona que
vaya a recibir el servicio, no existirá tampoco salario: los
honorarios fijados por el profesionista se ajustarán únicamente a
la costumbre del lugar, a la importancia del trabajo a prestar, a
la del asunto o caso en el cual se intervenga, a las facultades
pecuniarias de quien recibe el servicio y a la reputación
profesional que tenga la persona que lo prestará; c) al servicio
inclusive, lo regulase un arancel, servirá este de norma para fijar
el importe de los honorarios reclamados («a.» 2607 «CC»); d);
en la prestación del servicio profesional no es necesario poseer
título para prestarlo: solo podrá ajustarlo a los términos que
convenga con el beneficiario, so pena de incurrir en una
sanción, si para ejercerlo se requiere título exigido por la Ley de
Profesiones («a.» 2608 «CC»); e) los gastos o expensas que
deban hacerse por el profesionista podrán pactarse por
separado, esto es, fuera de los honorarios que se causen por la
prestación del servicio f) a falta de convenio sobre el reembolso
o de anticipos por concepto de gastos, el profesionista tendrá
derecho al pago de un rédito legal por el periodo que transcurra
entre la fecha en que se hayan ocasionado los gastos y aquella
en que sean reembolsados («aa.» 2609 y 2610 «CC»), y g) de
ser varios los profesionistas que intervengan en un negocio o
asunto, podrán cobrar en forma individual sus respectivos
honorarios, en relación a los servicios que cada uno haya
prestado, sin importar el éxito o resultado del negocio o trabajo
que hubieren realizado, salvo pacto en contrario («aa.» 2611 a
2613 «CC»).
Por otra parte, el profesionista puede dejar de prestar el
servicio convenido, siempre que de aviso oportuno al
contratante del mismo y responda de los daños y perjuicios que
su abandono le puedan causar a aquél, pues no sólo adquiere a
virtud del contrato celebrado, la responsabilidad del servicio
comprometido, sino la que corresponda a terceros, por cualquier
afectación de intereses que a éstos resulta por su actitud o
negligencia. Puede fácilmente comprenderse que todas estas
reglas no cabrían en un contrato de trabajo y sea ahí la
indispensable distinción a la que hemos procedido.
SIMULACIÓN
(Del latín simulo, simulare, que significa imitar, representar lo
que no es, fingir.) En el lenguaje ordinario el verbo simular
significa presentar engañosamente una cosa, como si en ver dad
existiera como tal, cuando en la realidad no es así. Entre las
palabras, simular y disimular hay una verdadera paronimia, las
dos reconocen la misma etimología. En la simulación se hace
aparecer lo que no existe en la disimulación se oculta lo que en
verdad, existe; empero, en uno y otro casos el propósito es el
engaño.
En el orden del derecho, el concepto simulación tiene.
aplicación en la teoría de los actos jurídicos se dice que hay
simulación, cuando conscientemente se declara un contenido de
voluntad que no es real y esa disconformidad entre lo declarado
y lo querido se realiza por acuerdo de los declarantes con el
propósito de engañar creando un negocio jurídico donde no
existe ninguno, o es distinto de aquél que ocultamente las partes
han celebrado. coludidas las partes emiten unas declaraciones
de voluntad cuyo contenido volitivo que no es el que
verdaderamente quieren, y privadamente confiesan en un
contradocumento, ser otra su voluntad negocial o que no han
convenido en negocio alguno.
El «a.» 2180 «CC», dispone que: ''Es simulado el acto en que
las partes declaran o confiesan falsamente lo que en realidad no
ha pasado o no se ha convenido entre ellas En la simulación hay
una disconformidad consciente entre la realidad y lo declarado;
en ese conocimiento consiste la falsedad de la declaración. Así
pues en el acto simulado las partes han confeccionado un
disfraz de la realidad, haciendo discrepar lo declarado y lo
querido por ellas, o mejor, se valen de las declaraciones que
emiten para que su voluntad negocial no sea conocida por los
terceros y permanezca en secreto, por los que han simulado el
acto.

II. De acuerdo con Ferrara, la simulación está constituida por


los siguientes elementos: 1ro una declaración deliberadarnente
disconforme con la intención; 2do concentrada por acuerdo
entre las partes, y 3ro para engañar a terceras personas.
Lo que caracteriza al negocio simulado, según el autor citado,
es la divergencia concertada para emitir conjuntamente una
declaración disconforme con la realidad. Lo interno lo querido y
lo externo, lo declarado, están en oposición conocida por los
declarantes. El acuerdo de voluntad no recae sobre la
celebración del negocio, sino sobre un hecho extrajurídico, a
saber: su no celebración. De allí que sea indispensable la
colusión de los supuestos otorgantes para representar cada uno
su papel en la comedia en cuya ejecución han convenido.
Sin el concurso de todos los actores, la simulación no es
posible. Cuando el propósito mendaz es de uno solo de los
otorgantes y permanecen ajenos a él los demás, no hay
propiamente simulación, sino reserva mental, que impide que se
forme de cualquier manera el consentimiento.
Otro de los elementos integrantes del negocio simulado, es el
propósito de engañar, que anima a sus autores; esto es lo que
principalmente da razón de la simulación, como hecho
antijurídico, por cuanto burla la buena fe de terceros, puesto
que las partes recurren a ese artificio para hacer creer a aquellos
en la existencia de un acto que no es real. Y con esto basta; pues
la simulación existe aunque no haya la intención de dañar a
nadie. Aunque la simulación puede tener una finalidad por si
misma innocua, p.e., sustraer a la curiosidad de los demás la
naturaleza de un acto jurídico, aunque, las más de las veces, la
simulación es el arma favorita para defraudar a los acreedores.
La simulación dice el «a.» 2181 «CC»: ''es absoluta cuando el
acto simulado nada tiene de real, es relativa cuando a un acto
jurídico se le da una falsa apariencia que oculta su verdadero
carácter''. Los efectos que produce una u otra especie de
simulación, Son distintos. ''La simulación absoluta -dispone el
a, 2182 «CC»- no produce efectos juridícos'', Por lo contrario
cuando la simulación es relativa no será nulo el acto real que
pone al descubierto la sentencia que declara la simulación, ''si
no hay ley que así lo declare''. Normalmente apunta Ferrara, la
simulación absoluta tiene carácter fraudulento y tiende a causar
un perjuicio a terceras personas, en cuanto la apariencia creada
se utiliza de ordinario para frustrar la satisfacción de legítimas
expectativas.
El negocio es absolutamente simulado cuando sólo existe una
apariencia y carece por completo de un contenido serio y real,
Las partes no quieren el acto ni otro alguno, tan solo pretenden
crear la ilusión exterior de que lo han celebrado. El negocio se
limita a crear una forma vacía destinada a engañar a los demás;
es un fantasma (Kuntze). Una veces se denomina a la
simulación absoluta ''negocio ilusorio'', otras un ''no negocio'',
otras ''un negocio vacío''. Se trata en todo caso, de un negocio
inexistente, que carece de voluntad y de objeto que pueda ser
materia de él.
La teoría de la simulación absoluta en nuestro código (Ferrara
refiriéndose al «CC» italiano) resulta indirectamente de los
principios que rigen la formación de los contratos, Entre los
requisitos esenciales para la existencia de éstos figuran el
consentimiento válido de los contratantes y la causa licita de
obligar, requisitos ambos de que carece el negocio fingido. Si
hay consentimiento para la ficción, falta el necesario para la
obligación y por tanto el que se requiere para que se establezca
la relación jurídica y así faltando toda la esencia del contrato, la
causa no existe tampoco, Así pues en la simulación absoluta
estamos en presencia de un negocio jurídicamente inexistente.
Por lo que se refiere a la simulación relativa ''descubierto el
acto real que oculta la simulación relativa ese acto no será nulo
si no hay ley que así lo declare'' en este respecto la doctrina
discute, si estamos en presencia de una inexistencia o de una
nulidad relativa o de una diferente acción de impugnación. La
ineficacia del acto que se simula para ocultar otro real es en
nuestro concepto de la misma naturaleza que la ineficacia del
acto simulado absolutamente, es decir es un acto inexistente, En
cuanto al acto oculto o acto disimulados al quedar descubierta
su existencia real aparece ostensible y lejos de verse destruido
por la inexistencia declarada en la sentencia que pronuncia la
simulación del acto fingido, adquiere plena eficacia jurídica y
fuerza coactiva. Algunos autores consideran que el efecto de la
sentencia que declare la simulación es producir la conversión
del acto simulado en el acto disimulado. El «a.» 1414 del «CC»
italiano dispone: ''Si las partes han querido concluir un contrato
diverso del aparente, aquel contrato disimulado producirá todos
sus efectos si concurren en el los requisitos de sustancia y de
forma''.
La simulación relativa puede recaer sobre los elementos
intrínsecos del contrato (simulación objetiva) o puede referirse a
los sujetos que intervienen en dicha relación (simulación
subjetiva). En este segundo caso, nos encontramos en presencia
de lo que se denomina interposición de persona, Puede ocurrir
que la interposición sea real y verdadera (mandato sin
representación) y entonces no hay simulación o bien que la
interposición sea fingida: la persona que se interpone por el
concierto entre los otorgantes figura sólo como testaferro. La
interposición en este caso es nula o mejor inexistente.

III. En el caso de la interposición real el acto celebrado por


quien se interpone produce todos sus efectos entre quienes
figuran en el negocio como contratantes, aunque esos efectos
por un diverso convenio entre quien es interpósita persona y
aquella por quien contrató, se transmitan finalmente a esta
última. El «a.» 2183 «CC» establece que pueden pedir la
nulificación de los actos simulados los terceros perjudicados
con la simulación o el Ministerio Público, cuando ésta se
cometió en fraude a la ley o en perjuicio de la hacienda publica.
En opinión de Borja Soriano, no obstante lo dispuesto en este
precepto legal, también las partes que han intervenido en el acto
simulado pueden demandar la declaración de la simulación
dado que el acto aparente es un acto inexistente. Entiendo que
esta opinión sólo es válida si el acto simulado causa perjuicio al
contratante que impugna el acto en que él mismo ha
intervenido. Siguiendo a Salvat: la acción en declaración de
simulación aún en el caso de ser ejercida por los acreedores,
llena un fin exclusivamente propio su condición única es que la
simulación alegada cause perjuicio a los acreedores, la única
prueba que los acreedores deben producir es la de simulación y
el perjuicio que les causa... El perjuicio por lo demás existe
desde que se constate la insolvencia: desde el momento en que
el acreedor no pueda cobrarse íntegramente su crédito. La
simulación sustrayendo aparentemente del patrimonio del
deudor bienes que son su prenda y con cuyo importe podría
cobrarse, le causa un perjuicio innegable. La acción de
simulación puede ser intentada tanto por los acreedores
anteriores como por los posteriores, puede ser ejercida por los
acreedores condicionales y con mayor razón por los acreedores
a término. La acción en declaración de simulación debe
dirigirse conjuntamente contra las partes otorgantes del acto
simulado. En un caso de litisconsorcio pasivo necesario.
Los terceros adquirentes de buena fe no están obligados a
restituir las prestaciones que han recibido con motivo del acto
impugnado por medio de la acción contra la simulación por
aplicación del principio de la apariencia jurídica. El acto
simulado crea una situación de legalidad en la que se han
basado para contratar. En su calidad de terceros no están
obligados, porque no pueden conocer la verdadera situación que
el acto ha servido para ocultar.
Debe distinguirse la simulación del fraus legis. su naturaleza
es enteramente diversa. El negocio fraudulento no es en
absoluto un negocio fingido. Es un negocio realmente celebrado
y se quiere con todas sus consecuencias, mientras que en el acto
simulado, ninguna de las partes quiere los efectos del acto
fingido.
El negocio simulado se distingue también del negocio
fiduciario, Este último es un negocio querido y existente. El
negocio simulado se realiza para producir una apariencia
engañosa, al paso que mediante el negocio fiduciario las partes
quieren superar las deficiencias prácticas de ciertas formas
contractuales o evitar los inconvenientes de un tipo de negocio
recurriendo a la celebración de uno distinto, para alcanzar la
misma finalidad, El acto simulado es un negocio único, vacío de
consentimiento negocial: el negocio fiduciario es la
combinación de dos negocios serios, uno real y otro obligatorio,
que sólo en parte pueden ser opuestos. El negocio simulado no
quiere alcanzar un resultado económico ni jurídico: el negocio
fiduciario quiere alcanzar el resultado jurídico, pero no el
resultado económico que correspondería al acto realizado, p.e.,
el endoso en propiedad de un documento para facilitar su cobro,
más no para transmitir su importe al endosatario.

SINDICALISMO
I. Es la teoría y práctica del movimiento obrero
profesionalmente organizado, destinado a procurar la
transformación de la vida social y del Estado.
II. Dentro de los sistemas de economía capitalista y según su
relación con el Estado el asociacionismo sindical obrero puede
presentarse en dos vertientes: como sindicalismo coadyuvante y
como sindicalismo revolucionario.
Dentro del sindicalismo coadyuvante pueden distinguirse, a su
vez tres corrientes el sindicalismo reformista; el sindicalismo
cristiano, y el sindicalismo de Estado.
Dentro del sindicalismo revolucionario: el anarcosindicalismo
y el sindicalismo comunista.

III. El sindicalismo coadyuvante. Esta corriente sindical que


presupone como inevitable, el régimen de producción
capitalista, se ha distinguido por su tendencia a la defensa de la
organización profesional de los trabajadores y a la promoción
de las reivindicaciones económicas obreras mediante la acción
directa del trabajo o de las negociaciones colectivas.
A) El sindicalismo reformista. Orientado en las ideas de los
esposos Weeb, el socialismo reformista reconoce la necesidad
histórica de la lucha de clases y considera la sindicalización
como el instrumento natural de organización y defensa del
trabajo.
La crítica socialista ha señalado que el sindicalismo reformista
es un valioso aliado do de la economía capitalista, puesto que al
legitimar la división de clases ha propiciado la explotación y
estimulado los ritmos de trabajo, bajo la falacia de elevar la
capacidad adquisitiva del proletariado ha ponderado la
supremacía de la sociedad de consumo y adoptado un sistema
de desproletarización de los trabajadores mediante su
participación y cointerés en el proceso productivo, sin
permitírseles una injerencia eficaz en la administración de las
empresas. Se ha indicado también que este tipo de sindicalismo
a cambio de pequeñas comisiones económicas, ha inculcado un
espíritu de pasividad entre los trabajadores o tergiversando la
estrategia sindical, estimulando p.e., el revanchismo de masas.
B) El sindicalismo cristiano. la política sindical apuntada por
la Iglesia en un principio, fue la de la sindicalización conjunta
de trabajadores y patronos. Sin embargo, dentro de las
reivindicaciones de la Encíclica Berum Novarum, promulgada
por León XIII (20 de mayo de 1891), se consagra la libertad
sindical de los trabajadores en sus aspectos positivo y negativo,
individual o colectivo. Posteriormente la Encíclica mater et
Magistra sin introducir modificaciones substanciales, preconiza
la legitimidad de la acción política sindical, condenando tan
sólo la violencia o la obstrucción irracional al sistema
económico social.
C) El sindicalismo de Estado o corporativismo Esta corriente
representa la antítesis del autogobierno democrático toda vez
que la actividad sindical se encuentra interdisciplinaria por las
decisiones del Estado. Dentro de esta concepción se pretende
superar la contraposición de clases mediante la absorción de la
vida sindical dentro de la estructura política, aparentando
convertir al sindicato en instrumento de solidaridad. Así,
mediante la organización corporativa se hace factible la
responsabilidad de aquel frente al Está do, por lo que hace a la
tutela del interés profesional.

IV. El sindicalismo revolucionario. Dentro de esta vertiente


sindical se sostiene la necesidad de transformar el sistema de
explotación capitalista, de superar el contraste de clases y de
procurar la participación obrera en los beneficios de la
civilización y de la economía, mediante la socialización de los
instrumentos de la producción. Desde su perspectiva, el rápido
proceso de proletarización, extensivo a los asalariados de la
clase media, trabajadores del campo y a los mismos expequeños
productores así como el rigor de las injusticias del ;sistema,
evidencian la crisis del oligopolismo de la burguesía y su
inevitable resquebrajamiento.
Los procedimientos para la realización de dichos objetivos,
han generado dentro del sindicalismo revolucionario diversas
corrientes, entre las que sobresalen el anarco sindicalismo
preconizado por Bakunin y Sorel, y el sindicalismo comunista
inspirado por Asarx, Lenin y Trotsky: a partir de la
confrontación entre Marx y Bakunin durante la Primera
Internacional de 1848, estas tendencias se han desarrollado de
manera peculiar, ya contraponiédose o radicalizándose.
A) El anarco sindicalismo. Esta corriente de fuerte raigambre
en el pensamiento obrero mexicano de la revolución, se apoya
en el principio de oposición a la opresión burguesa y bloqueo a
su mecanismo general, mediante el procedimiento preferente
de la huelga solidaria y de la rebelión espontanea de las masas.
No obstante su orientación revolucionaria, esta corriente ha sido
acremente criticada, sobre todo en el marxismo, por la candidez
de su estrategia: la ineficacia de la lucha espontánea, de la
violencia caótica y de la revolución civil, como fórmula de
tránsito a la paz. Sin embargo, para Marcuse las organizaciones
anarcosindicalistas son sujetos potenciales de la revolución
futura; sus principios han sido inspiradores de los movimientos
estudiantiles y los de los marginados, mediana y pequeña
burguesía. En cuanto elemento de ruptura con las instituciones
vigentes y de predisposición contra el sistema, su naturaleza
revolucionaria es evidente.
B) El sindicalismo comunista. Dentro de la sociedad de dase,
el sindicalismo comunista pretende reivindicar para el
proletariado un sistema jurídico de tutela y dignificación:
adoctrina y robustece la vida sindical, además de que prepara,
mediante la acción articulada y permanente, la transformación
de las estructuras económicas y el ascenso al poder de los
trabajadores, En este sentido lucha contra la despolitización
sindical propiciada por los ideólogos burgueses a niveles
internacional e interno. En el ámbito internacional. nacional,
alimentando el sofisma dé la revolución nacional contra los
imperialismo extranjeros, falaz empeño al que deberían de
quedar sometidos los intereses de clase o partido. A nivel
nacional, burocratizando los vértices sindicales, estimulando,
como ya quedó apuntado una incipiente mejora, fortaleciendo la
aristocracia sindical cal de los líderes obreros mediante la
corrupción y alimentando un espíritu de sacrificio personal en
beneficio de una falsa consolidación económica nacionalista,
aprovechada tan sólo por la burguesía.
Por otra parte, analizando la tipología sindical de nuestro
tiempo, podemos distinguir los siguientes movimientos el trade
unionismo inglés, el sindicalismo francés el sindicalismo
italiano y alemán (occidental) de la segunda posguerra., el trade
- unionismo norteamericano y el sindicalismo soviético.

SINDICATO
I. ''Es la asociación de trabajadores o patrones, constituida para
el estudio mejoramiento y defensa de sus respectivos intereses''
(«a.» 356 LFT).

II. Dentro del sistema del ordenamiento mexicano se reconoce


el principio de libertad sindical en sus aspectos positivo y
negativo, al establecer el derecho de los patrones para formar
sindicatos sin previa autorización («aa.» 123, apartado A, «fr.»
XIV de la C, y 357 LFT), así como el de afiliar. se o no, o en su
caso separarse, de determinado sindicato («a.» 358 LFT). Se
consigna signa también, por otra parte, la libertad colectiva
sindical de las agrupaciones profesionales para redactar sus
reglamentos y estatutos, elegir a sus representantes, organizar su
administración y actividades y formular su programa de acción
(«a.» 359 LFT).
Es ostensible que nuestra legislación se ciñe a los principios
del convenio núm. 87 sobre libertad sindical, cuyos principios
reproduce casi en forma literal.
Sin embargo, no apenas se consigna este derecho en los «aa.»
que siguen a la definición del sindicato, cuando ya se estructura
un cuerpo de limitaciones que desnaturalizan su esencia y su
ejercicio. Desde luego de ninguna manera compartimos el
criterio de que a pretexto de regular el marco jurídico idóneo al
que deba sujetarse la vida del sindicato, se articule un aparato
legal - restrictivo que deforme y articule la libertad sindical.
Mucho menos, cuando en otros sistemas de avanzada; basta el
reconocimiento constitucional del derecho de sindicalización
para que la acción directa del trabajo encuentre su propio cauce
y defina el alcance de sus reivindicaciones.
III. En clara contradicción con el principio de libertad sindical,
el «a.» 360 «LFT», clasifica los sindicatos de trabajadores en
gremiales, si se forman por trabajadores de la misma profesión,
oficio o especialidad de empresa, si agrupan a trabajadores de
diversas profesiones, oficios o especialidades dentro de una
unidad económica; de industria o nacionales de industria,
cuando se integran por trabajadores dores de actividades
diversas en dos o más empresas de idéntica rama industrial en
uno o varios estados, y de oficios varios cuando dentro del
municipio respectivo no lleguen a veinte los trabajadores de una
misma profesión. En ejercicio de su libertad sindical,
corresponde a los trabajadores, no al legislador, diseñar y
agruparse en el tipo de organizaciones de su preferencia.
De la misma manera, la ley clasifica a los sindicatos de
patrones en los formados por empresarios de una o varias ramas
de actividades y los nacionales, que se integran por, patrones de
varias ramas de actividades en distintos estados de la República
(a.361 LFT).
A este respecto, compartimos la tesis de que h sindicación, es
un derecho que compete con exclusividad a los trabajadores
extendiéndose por mera deferencia democrática y en
contradicción con los fines del derecho del trabajo, a los
patrones. Ciertamente, si los derechos de los trabajadores no
pueden abatirse, no es factible que los patrones se puedan
agrupar para defender y promover sus intereses que
repercutirían directamente en detrimento de aquellos.
En mérito al carácter eminentemente clasista del derecho de
asociación profesional nuestro ordenamiento excluye por
omisión la existencia de los sindicatos mixtos formados por
trabajadores y patrones.

IV. El registro sindical, por demás secreto dentro de nuestro


sistema, dada la forma en que se maneja y realiza su función
informadora, en contraposición al principio de libertad sindical,
condiciona la constitución del sindicato a los siguientes
requisitos de fondo y de forma:
a) La afiliación de cuando menos veinte trabajadores en
servicio activo; incluyendo los que hubieren sido separados del
trabajo dentro de los treinta días previos a la fecha de la
presentación de la solicitud del registro, En tratándose de
sindicatos patronales se requieren al menos tres miembros.
b) La comprobación de formalidades como la celebración del
acta constitutiva del sindicato; la presentación del estatuto
sindical; el padrón de miembros, y la designación de la directiva
sindical.
c) Como exigencia de fondo, la muy cuestionable obligación
de que la organización solicitante demuestre, a satisfacción de
las autoridades, que se propone el estudio, mejoramiento y
defensa de sus respectivos intereses («aa.» 35G, 364366 LFT).
De esta suerte y aunque sólo formalmente cubiertos los
requisitos, la autoridad deberá conceder el registro dentro de los
sesenta días siguientes al momento de la solicitud, en la
atención de que si se abstuviera de ello o negara el registro, la
organización solicitante podrá requerirla para que lo otorgue; de
mantener dicha actitud, dentro de los tres días siguientes, se
tendrá por registrado el sindicato, quedando aquélla obligada a
expedir la Constancia respectiva en un plazo de tres días (a, 367
LFT).
La constitución del sindicato mediante el registro, porque así
ocurre en la praxis más que dotarlo de personalidad jurídica y
capacidad legal, lo reprime r lo controla.

V. En una situación formal que muy poco difiere de las


instituciones del derecho corporativo, solamente dotados de
personalidad jurídica los sindicatos podrán promover el interés
profesional, amén de realizar la defensa de sus afiliados en sus
conflictos jurídicos individuales. Así también, sólo en estas
condiciones tendrán capacidad para adquirir bienes inmuebles y
muebles, conforme a los límites y términos de ley («aa.» 374 y
375 LFT). Dentro de sus funciones basilares, los sindicatos
participan en la integración de los organismos públicos
avocados a la aplicación de las leyes del trabajo y de la
seguridad social.
La reglamentación del régimen estatutario en la «LFT» («a.»
371) desconoce la libertad colectiva sindical invadiendo el
derecho de los sindicatos a regir su vida interna y a organizar su
actividad profesional.
Con el supuesto propósito de robustecer la autoridad del
sindicato y de evitar la atomización del interés profesional.
Invadiendo la esfera de la libertad sindical nuestro
ordenamiento reconoce las llamadas cláusulas de consolidación
profesional: la cláusula de admisión y la cláusula de expulsión
(«a.» 395 LFT).
En perjuicio evidente de la libertad sindical, individual y
colectiva, el legislador diseña un cuerpo de prohibiciones y
obligaciones para los sindicatos, que de esta suerte, si bien
pueden participar ''políticamente'' tienen prohibido realizar
actividades mercantiles c intervenir en asuntos religiosos («a.»
378 LFT). Pero más grave aún, los sindicatos cuentan con
obligaciones como enterar de sus actividades a las autoridades
laborales o comunicar a la registradora -reiteramos,
propiamente secreta en su función informadora- los cambios de
directiva, las modificaciones a los estatutos y las altas y bajas de
sus miembros en forma periódica («a.» 377, LFT).

VI. La cancelación del sindicato sólo se podrá operar ante su


disolución o por no haberse cumplido los requisitos legales,
habida cuenta de que está prohibida su disolución o su
cancelación por vía administrativa («aa.» 369 y 370 LFT). La
disolución del sindicato puede producirse mediante el acuerdo
de las dos terceras partes de sus miembros o por haber
transcurrido el término fijado dentro de sus estatutos («a.» 370
LFT).
Nuestro sistema contempla la posibilidad de que los
sindicatos ensanchen su articulación profesional organizándose
en federaciones y confederaciones, las que quedarán sujetas a
las normas rectoras de aquéllos, en lo que resulten aplicables
(«a.» 381 y s LFT).
En el sector burocrático el problema es alarmante, pues se
estructura un sistema cerrado de control profesional fundado en
la sindicación única por dependencia y en la organización
vertical de las ''asociaciones sindicales'' en la Federación de
Sindicatos de Trabajadores al Servicio del Estado. No hay
escrúpulo por otra parte, para llegar al extremo de impedir
legalmente que un empleado público, una vez afiliado a un
sindicato pueda separarse de éste, salvo que fuera expulsado (a.
67 y s s. «LFTSE»).

SOBRESEIMIENTO
I. (Del latín su persedere; cesar, desistir.) Es la resolución
judicial por la cual se declara que existe un obstáculo jurídico o
de hecho que impide la decisión sobre el fondo de la
controversia.

II. Aun cuando el sobreseimiento tiene aplicación en todas las


ramas procesales en el ordenamiento mexicano se ha regulado
específicamente en el juicio de amparo, y por influencia de su
legislación en los procesos fiscal y administrativo, y además,
con rasgos peculiares, se ha establecido en el proceso penal.

III. En materia procesal civil sólo existe referencia a esta


institución en el «a.» 789 del «CPC», de acuerdo con el cual:
''Si durante la tramitación de un intestado apareciere el
testamento, se sobreesará aquél para abrir el llamado juicio de
testamentaría, a no ser que las disposiciones hereditarias se
refieran solo a una parte de los bienes''; pues en ese supuesto,
''se acumularan los juicios bajo la representación del ejecutor
testamentario y la liquidación y participación serán siempre
comunes''.

IV. En el juicio de amparo la referida institución del


sobreseimiento es objeto de una reglamentación minuciosa en el
«a.» 74 de la «LA», el que establece cinco motivos de carácter
limitativo por los cuales puede decretarse de oficio el
sobreseimiento.
A)En primer lugar, se admite el sobreseimiento del juicio de
amparo cuando el agraviado desiste expresamente de la
demanda o se le tiene por desistido de ella, de acuerdo con la
ley Al respecto deben tomarse en consideración las limitaciones
establecidas tanto por el «a.» 14 de la «LA», que exige cláusula
especial en los poderes generales para que pueda aceptarse el
desistimiento en perjuicio del representado, como por el «a.»
231, «fr.» II, de la misma «LA», el que dispone que no
procederá dicho desistimiento de los representantes de las
comunidades agrarias o de los ejidatarios o comuneros, a no ser
que Sea acordado por la asamblea general respectiva.
B)Procede también el sobreseimiento cuando el quejoso o
agraviado muere durante el juicio si los derechos reclamados
solo afectan á su persona. pues cuando son transmisibles por
herencia, el representante del propio reclamante o del tercero
perjudicado, continuará en el desempeño de su cometido, entre
tanto interviene la sucesión («a.» 15 LA), y cuando se trate del
fallecimiento de un ejidatario o comunero que sea parte en un
juicio de amparo, podrá continuar el trámite el campesino que
tenga derecho a heredarlo conforme a las leyes agrarias («a.»
216 LA). El orden sucesorio en el segundo supuesto está
previsto por los «aa.» 81 y 82 de la Ley Federal de la Reforma
Agraria de 22 de marzo de 1971.
C) El motivo más importante y frecuente de sobreseimiento es
el regulado por la «fr.» III del citado «a.» 74 de la «LA», en
virtud de que procede dicha declaración: ''Cuando durante el
juicio apareciere o sobreviniere alguna de las causas de
improcedencia'', que en forma enunciativa estén comprendidas
por las dieciocho «frs.» Del «a.» 73 del propio ordenamiento.
D) Un cuarto supuesto determina la declaración del
sobreseimiento cuando de las constancias de autos aparezca
claramente demostrado que no existe el acto reclamado, o
cuando no se probare su existencia en la audiencia de fondo del
am paro («a.» 74, «fr.» IV, LA).
Esta hipótesis esta estrechamente relacionada con el segundo
pfo. del mismo precepto, el cual establece la obligación del
quejoso y de la autoridad o autoridades responsables de
informar al juez del amparo la cesación de los efectos del acto
reclamado o cuando han ocurrido causas notorias de
sobreseimiento. La redacción original de esta disposición
establecía una multa, actualmente insignificante, de diez a
trescientos pesos para sancionar el incumplimiento de esta
obligación, por lo que en las reformas a este a., promulgadas en
diciembre de 1983, se elevó el monto a la suma de treinta a
ciento ochenta días de salario mínimo, según las circunstancias
del caso.
E) Finalmente, el motivo más debatido y complicado de
sobreseimiento del juicio de amparo, que sin rigor técnico se
combina en la misma disposición ton la caducidad de la
instancia, es el relativo a la inactividad procesal de las partes,
introducido en forma permanente en las reformas a la
legislación de amparo que entraron cn vigor en mayo de 1951,
pero con antecedentes en el «a.» 680 del «CFPC» de 1908,
según el cual, cuando el quejoso no promovía después de veinte
días de vencido un plazo, se presumía el desistimiento del
amparo, y en los decretos del 9 de diciembre de 1924, 16 de
enero de 1928 y en el «a.» 4o transitorio de la ley en vigor, de
30 de diciembre de 1935, que establecieron por una sola vez la
obligación de insistir en la resolución de los juicios de amparo
pendientes cuando se discutieran cuestiones de carácter
patrimonial, para evitar que los mismos fueran sobreseídos o se
declarara la caducidad de la instancia.
Por decreto legislativo de 30 de diciembre de 1939, se
estableció el desistimiento del juicio de amparo cuando no se
promoviera periódicamente en el plazo de cuatro meses, así
como la renuncia tácita de la revisión cuando el recurrente no
hiciera dicha gestión en el mismo plazo («aa.» 74, «fr.» V, y 85
LA), pero dicha reforma fue declarada inconstitucional por la
«SCJ» por establecer una carga que no estaba prevista en el «a.»
107 de la C. El sobreseimiento por inactividad procesal fue
regulado de manera definitiva en los «aa.» 107, «fr.» XIV, de la
C, y 74, «fr.» V, de la «LA», en las reformas que entraron en
vigor en mayo de 1951, cuando el quejoso o agraviado no
promoviera en un plazo de ciento ochenta días consecutivos
(que la jurisprudencia consideró como hábiles), en materias
civil o administrativa y siempre que no estuviese reclamada la
inconstitucionalidad de una ley. Esta disposición fue objeto de
numerosos debates, en virtud de que no regulaba la caducidad
de la segunda instancia por el mismo motivo, y fue necesaria
una interpretación forzada del pleno de la «SCJ» para
considerar que la carga de la promoción correspondía al
promovente de la revisión, la que debía sobreseerse, en su caso.
Por la nueva reforma de octubre de 1962 al a. 107, «fr.» Il, de la
C, y de febrero de 19(i3 al citado a. 74, «fr.» V, de la «LA», se
excluyó de la carga de la actividad procesal a los ejidatarios,
comuneros o núcleos de población respectivos, que
anteriormente estaban sujetos a dicha exigencia, por tratarse de
materia administrativa.
Por las modificaciones que entraron en vigor en octubre de
1968, tanto al texto del precepto contenido en la fr. XIV, del a
107 de la C como nuevamente a la fr. V del a. 74 de la «LA», se
amplió el plazo de promoción y se reguló la caducidad de la
instancia, puesto que esta última no estaba prevista
anteriormente según se ha dicho. A partir de ese momento el
sobreseimiento procede en el primer grado o en única instancia
del juicio de amparo, si cualquiera que sea el estado del
proceso, no se ha efectuado ningún acto procesal durante el
plazo de trescientos días, incluyendo los inhábiles, ni el quejoso
ha promovido en ese mismo lapso. A su vez, la caducidad de la
instancia (que se sitúa indebidamente en el mismo precepto que
regula el sobreseimiento) debe declararse en el segundo grado,
en los supuestos de inactividad procesal o falta de promoción
del recurrente durante el mismo lapso, pero en esa hipótesis, el
tribunal revisor debe declarar que ha quedado firme la sentencia
de amparo impugnada.
Por lo que se refiere a la materia de los juicios de amparo en
los cuales procede el sobreseimiento, y en su caso la caducidad
de la instancia, en los textos de 1951 reformados en 1963, y en
el de 1968, se dispuso que dichas instituciones se producirían en
los amparos civiles o administrativos, siempre que no se
reclamara la inconstitucionalidad de una ley o no se afectara a
los derechos de ejidatarios comuneros o de los núcleos de
población pero los preceptos constitucional y legal
mencionados, se modificaron nuevamente por decreto
legislativo promulgado el 19 de diciembre 'de 1975, para
extender la carga de actividad procesal respecto de la
impugnación de leyes inconstitucionales en virtud del
considerable rezago que en esta materia ha padecido el tribunal
en pleno de la SCJ.
Finalmente, en la reforma al citado precepto de la «LA»
promulgada en diciembre de 1983, se preciso el alcance de
ambas instituciones, es decir, el sobreseimiento y la caducidad
de la instancia, determinando su procedencia cuando el quejoso
o recurrente, en su caso, sea el empresario, puesto que no se
aplica a la parte trabajadora, y por otra parte, se aclaró que no
proceden ambas instituciones una vez que se hubiese celebrado
la audiencia constitucional en el primer grado, o listado el
asunto para la audiencia de resolución en el juicio de única
instancia. Es importante señalar que el sobreseimiento tanto en
el juicio de amparo como en las demás ramas procesales en que
se regula en el ordenamiento mexicano, con exclusión de la
materia penal, no afecta al fondo de la controversia, de manera
que, en tanto no prescriba el derecho subjetivo o precluya el
ejercicio de la acción, se puede interponer nuevamente la
demanda respectiva. Además, el a. 75 de la «LA» dispone que
el citado sobreseimiento no prejuzga sobre la responsabilidad en
que hubiese incurrido la autoridad demandada al ordenar o
ejecutar el acto reclamado.

V. C) En los procesos fiscal o de lo contencioso administrativo,


el sobreseimiento esta inspirado claramente en el regulado por
la «LA», según las normas procesales tanto del «CFF» que
entraron en vigor en abril de 1983 como en las de la
«LOTCADF», que son las que siguen los ordenamientos que
regulan los tribunales establecidos en algunas entidades
federativas, es decir, México (1958); Veracruz (1975); Sinaloa
(1976), Sonora (1977), e Hidalgo (1979).
Tanto el a. 203 del citado «CFF» como el 50 de la mencionada
«LOTCADF» coinciden al establecer como motivos de
sobreseimiento en el juicio fiscal o contencioso administrativo,
respectivamente: a) desistimiento del demandante; b) cuando
durante el juicio apareciera o sobreviniera alguna de las causas
de improcedencia establecidas, en forma similar a la legislación
de amparo, -en los «aa.» 202 y 49 respectivamente, de los
citados ordenamientos; c) cuando el demandante muera durante
el juicio si el acto reclamado sólo afecta a su persona; d) si la
autoridad demandada deja sin efecto el acto impugnado («a.»
203 «CFF») o satisface la pretensión del actor («a.» 50
«LOTCADF»). El «CFF» agrega como motivo genérico, a los
demás casos en los que por disposición legal exista
impedimento para emitir resolución en cuanto al fondo («a.»
203, fr. V, «CFF»).

VI. D) Por lo que se refiere al proceso penal el sobreseimiento


adquiere rasgos peculiares, y sus efectos son diversos a los que
dicha institución posee en las restantes ramas procesales, en
cuanto equivale a una sentencia absolutoria con autoridad de
cosa juzgada, tomando en consideración que el a. 23 de la C
prohíbe la llamada absolución de la instancia, que equivale a lo
que se ha denominado sobreseimiento provisional.
En los ordenamientos modelo es decir los «CPP», «CFPP» y el
«CJM», el citado sobreseimiento esta regulado en forma
sistemática en el tit. octavo, c. único, «aa.» 298-304 del
«CFPP», en tanto que los otros dos ordenamientos se refieren a
dicha institución en preceptos aislados que es necesario
relacionar para apreciarlos en conjunto, como lo ha hecho la
doctrina. Si comparamos los motivos establecidos por las seis
fracciones del a. 298 del mencionado «CFPP» con los preceptos
respectivos de los ordenamientos distrital y Castrense, podemos
señalar que coinciden en las siguientes causas de
sobreseimiento: a) cuando el Ministerio Público (MP) con
aprobación del procurador respectivo, o directamente este
último, formule conclusiones de no acusación, o desista del
ejercicio de la acción penal, solicitando la libertad del acusado
(«aa.» 60, 80 y 323 del «CPP», precepto, este último, que se
refiere en forma expresa al sobreseimiento, así como 298, «frs.»
I y II del «CFPP», y 622 del «CJM», que también regula el
sobreseimiento); b) cuando aparezca que la responsabilidad
penal este extinguida o que está plenamente comprobado que en
favor del inculpado existe una causa eximente de
responsabilidad («aa.» 60 del «CPP» y 298, «frs.» III y VI del
«CFPP»); c) cuando no se hubiere dictado auto de formal
prisión o de sujeción a proceso y aparezca que el hecho que
motiva la averiguación no es delictuoso, o cuando agotada esta
se compruebe que no existió el hecho delictuoso que la motivó;
(aa, 6o y 36 «CPP», y 298, fr, IV, «CFPP»). El citado «CFPP»
agrega como motivo de sobreseimiento la circunstancia de que
habiéndose decretado la libertad por desvanecimiento de datos,
este agotada la averiguación y no existan elementos posteriores
para dictar una nueva orden de aprehensión («a.» 298, fr. V).
De acuerdo con el mismo «CFPP» el sobreseimiento opera de
oficio o a petición de parte con el consiguiente archivo del
expediente, salvo los casos de libertad por desvanecimiento de
datos o por causa eximente de responsabilidad en los que es
preciso solicitud del afectado. En el supuesto de que exista
participación en los mismos hechos delictuosos, y los motivos
de sobreseimiento se produzcan sólo en relación con uno de los
acusados, el procedimiento continúa respecto de los demás, y la
misma situación se produce cuando la causa de sobreseimiento
proceda respecto de un delito y el proceso se siga por dos o más
(«aa.» 299 y 300).
En el mismo ordenamiento federal se dispone que el
sobreseimiento se resolverá de plano cuando se decrete de
oficio, y se tramitará por separado en forma incidental no
especificada si se solicita por el inculpado, pero no podrá
decretarse auto de sobreseimiento después de que hayan sido
formuladas conclusiones por el MP, a no ser que las mismas
sean de no acusación o que se formule desistimiento de la
acción penal por el propio MP, que como hemos mencionado
son motivos de sobreseimiento («aa.» 301 y 302).
Los tres ordenamientos mencionados coinciden al disponer
que el sobreseimiento tiene los mismos efectos de una sentencia
absolutoria, y que una vez que ha quedado firme, adquiere
autoridad de cosa juzgada («aa.» 324 «CPP», 304 del «CFPP» y
622 del «CJM»). El ordenamiento federal agrega la disposición
en el sentido de que el inculpado en cuyo favor se hubiese
decretado el sobreseimiento será puesto en absoluta libertad
respecto del delito por el cual se decretó («a.» 303).

SOCIEDAD ANÓNIMA
I. ''Es, dice el «a.» 87 «LGSM», la que existe bajo una
denominación y se compone exclusivamente de socios cuya
obligación se limita al pago de sus acciones''.
De esta definición legal se desprenden las tres notas
características de este tipo social: 1) denominación: 2)
responsabilidad de los socios (acconistas) que se limita al pago
de sus acciones (de sus aportaciones) y 3) la presencia de
acciones en que se divide y que representan el capital social.

II. Elementos. I) La denominación, si no exclusiva de las SA,


porque también las «S de RL» pueden recurrir a ella, si es la
única forma en que aquellas se manifiestan, pues éstas -las «S
de RL»- tanto pueden acudir a una razón social como a una
denominación («a.» 59 LGSM), y todas las demás sociedades,
civiles (a, 2699 «CC») y mercantiles («aa.» 27, 52, 210 LGSM),
se ostentan con una razón social.
En los términos del «a.» 88 «LGSM», la denominación de las
«SA» se formará libremente; la única restricción es que sea
distinta a la de. cualquiera otra sociedad (anónima o de otro
tipo). Aquello, permite que el nombre de las sociedades se
forme con una mención de fantasía (p.e., el Puerto de Liverpool,
SA), o con la referencia a la finalidad social (Fundidora de
Fierro y acero de Monterrey, SA); o bien, que incluya el
nombre de uno o varios socios tp.c, Roberto Diener y Cia., SA),
o un nombre colectivo (Campos Hermanos, SA, Hermanos
Vázquez, SA). Esto, es común ahora en México y en otros
países, pero puede resultar inconveniente, en cuanto se hace
creer que el socio cuyo nombre se usa en la denominación (p.e.,
Carlos Trouyet) garantiza o asume una responsabilidad personal
por las deudas sociales, como sucede con las sociedades
personales y con la «S de RL» («aa.» 25, 28, 52, 53 60 y 211
LGSM), y como para la «SA» era bajo el «CCo». de 1890 («a.»
164). El propio a 86 «LGSM» dice que la denominación irá
seguida de las palabras ''Sociedad Anónima'', o de su
abreviatura ''S.A.'' En los otros tipos de sociedades mercantiles
comprendidos en la «LGSM», salvo en las «S en NC», la
omisión; de la clase de sociedad de que se trate provoca que
todos sus socios asuman la responsabilidad. que indica dicho
«a.» 25 («aa.» 53, 59 y 211 LGSM) . Esto, no se indica en el
caso de la SA. La doctrina, correctamente a mi juicio, considera
que también en dicho tipo social todos los accionistas
incurrirían en ese supuesto, en la responsabilidad del «a.» 25; lo
que resulta congruente con el sistema de la ley, dado que la
omisión conduciría a creer o suponer razonablemente que se
trata de una «S en NC».
2) La responsabilidad de los socios se limita al pago de sus
acciones. También esta característica es exclusiva de la SA. En
las sociedades civiles los socios administradores responden
ilimitada y solidariamente (a 2704 «CC», que permite ampliar
la responsabilidad de los socios no administradores); en las
colectivas todos los socios adquieren dicha responsabilidad
ilimitada («a.» 25 LGSM); en las comanditas, la asumen los
comanditados, y en cambio, los comanditarios responden, como
en la SA, hasta el monto de sus aportaciones («aa.» 51 y 207
LGSM); en la «S de RL», si bien los socios solamente están
obligados al pago de sus aportaciones («a.» 58 LGSM), el pacto
puede imponerles ''aportaciones suplementarias en proporción a
sus primitivas aportaciones'' («a.» 70 LGSM); y finalmente, en
las cooperativas sucede cosa semejante que en las «S de RL»
(«a.» 5o Ley General de Sociedades Cooperativas -LGSC-).
Consecuencia de dicho principio de la limitación de
responsabilidad del «a.» 87 «LGSM», es que carezca de validez
cualquier pacto o convenio que imponga a uno o varios
accionistas s como tales responsabilidad adicional. En cambio,
pueden incurrir un accionista (o varios) en responsabilidad
ilimitada y solidaria, como consecuencia de actos ilícitos
cometidos por él a nombre de la sociedad, cuando controle a
ésta por cualquier medio («a.» 13 de la Ley de Venta al Público
de Acciones de las SA). Este principio no contraria al de el «a.»
87, puesto que constituye una sanción por un obrar ilícito.
3) La división del capital en acciones, atributo de la SA, la
distingue de cualquier otro tipo social, salvo la «S en C por A»
que no se practica en México. La «SA» es, pues, una sociedad
por acciones (como lo eran las sociedades mineras de acuerdo
con la Ley de Minas de la República Mexicana de 1895, y las
«S de RL» reguladas en el «CCo». de 1884, aunque éstas en
realidad constituían una variante dé las SA). tal atributo es
fundamental, dado que las acciones se consideran como
titulosvalor («a.» 111 LGSM) . y que debiendo ser nominativas
(«a.» 117 según la reforma del 31-XII-82 que abolió las
acciones al portador) circulan como los documentos de este
carácter, mediante un endoso, su entrega al adquirente y la
inscripción de la transmisión en el libro de acciones (a. 128
LGSM). En principio, es libre la transmisión de la acción (y con
ella, de todos los derechos y las obligaciones del socio), con lo
que se permite una gran movilidad de estos documentos (sobre
todo si las transmisiones se operan por medio de la bolsa de
valores). Esta nota, junto a la limitación de la responsabilidad
de los socios (supra 2) explican la amplísima difusión de la SA,
en todo el mundo capitalista. Entre nosotros, eso, aunado a la
falta total de control y de vigilancia por el poder público de las
SA, no solo en su etapa inicial y respecto a las aportaciones
reales de los socios, sino también durante el funcionamiento de
ellas, ha conducido a desplazar casi totalmente a las sociedades
personales, de responsabilidad ilimitada de todos o de algunos
de los socios, y a privar de interés a las «S de RL», similares a
las «SA» en cuanto a la limitación de responsabilidad de todos
los socios, pero que carecen de acciones.
El «a.» 130 «LGSM» permite que el contrato social imponga
una restricción a la libre circulación de las acciones, a saber, la
previa autorización del órgano de administración; otras derivan
de la LIE: los extranjeros sólo pueden adquirirlas con permiso
de la Comisión Nacional de Inversiones Extranjeras (a. 8o), y,
otras más, de la costumbre mercantil que permite que el pacto
social conceda a los socios el derecho del tanto cuando uno de
ellos quiera vender parte o la totalidad de sus acciones (Mantilla
Molina, en contra, núm, 492a).

III. Requisitos. Los requisitos para constituir una «SA» los fija
el «a.» 89 LGSM: I) que haya cuando menos cinco socios y que
cada uno suscriba una acción cuando menos 2) que el capital
social no sea menor de veinticinco mil pesos y que esté
íntegramente suscrito; 3) que cuando las aportaciones sean
dinerarias, se exhiba cuando menos el veinte por ciento del
valor de cada acción, y 4) que si aquellas son en ''bienes
distintos de numerario'', se exhiba íntegramente su valor.
I) En cuanto al mínimo de socios, de las sociedades
reglamentadas en la «LGSM», la «SA» es el único tipo para el
que se establece (la LGSC también establece este requisito: diez
cuando menos, «a.» 1o, «fr.»
III) Indirectamente, para todas se re quiere la presencia de dos
socios cuando menos, ya que el a. 229, «fr.» IV in fine,
«LGSM» establece que es causa de disolución de las sociedades
que: ''las partes de interés se reúnan en una sola persona''. La
pluralidad de socios justifica que nuestra ley considere a las
sociedades como contratos, y que éstos sean plurilaterales, y no
sólo bilaterales. Por lo demás en nuestro sistema no puede
constituirse una «SA» con menos de cinco socios, ni tampoco
puede subsistir, porque es causa de disolución que ''el número
de accionistas llegue a ser inferior al número que esta ley
establece'' (a, 89, «fr.» IV LGSM).
2) El mínimo de capital que la «LGSM» conserva: veinticinco
mil pesos, obviamente es una cifra ridícula. El principio de
exigirse un capital mínimo, que la «LGSM» fija sólo para las
sociedades de capitales, «S de RL» (a. 62) y «SA» (a. 89, «fr.»
11), o sea que como dice Rodríguez v Rodríguez, sean
sociedades de capital fundacional, se explica en función de que
en ésas sociedades ningún socio responda con su patrimonio
personal de las obligaciones de la sociedad; y si, solamente, con
el monto de sus aportaciones. En las sociedades personales, el
patrimonio de los socios (de responsabilidad ilimitada)
constituye la garantía frente a terceros, en caso de insuficiencia
o inexistencia del capital social. Leyes especiales que regulan
ciertas clases de SA, fijan mínimos mucho mayores de su
capital social. En el último Proyecto de «CCo». -1982- el
mínimo del capital se fija en función de una dela: tantas veces el
salario mínimo vigente al constituirla (a. 57), a fin de que la
pérdida del valor adquisitivo de la moneda se compense con las
alzas sistemáticas de los salarios.
3) En las aportaciones en dinero se admite que el valor de las
acciones no se cubra íntegramente al suscribirlas y que, por
tanto, haya un saldo deudor del socio a favor de la sociedad
(dividendo pasivo) que esta puede exigirle aun judicialmente
(«aa.» 118-120 LGSM), mediante requerimiento que se
publique, salvo que en el texto de las acciones se fije el plazo
para cubrirlo (a. 119). En todo caso, los dividendos que
correspondan a esas acciones (pagadoras), así como la cuota de
liquidación de los socios deben ser ''en proporción al importe
exhibido de ellas'' («aa.» 117 y 242, «fr.» IV, LGSM); en
cambio, ninguna restricción cabe por lo que toca al derecho de
voto (a. 113 LGSM).
4) Que las aportaciones que no sean en dinero, sino en otros
bienes (aportaciones en especie) deban pagarse en su totalidad,
implica no que la sociedad reciba la totalidad del precio de las
acciones al ser éstas suscritas, sino que el accionista trasmita a
la sociedad en ese momento de la suscripción, un bien o un
derecho cuyo valor social sea, cuando menos, el del monto total
de la aportación, aunque su pago se difiera, ya sea porque el
derecho aún no venza, o porque conceda a su titular (la
sociedad) derecho a exigir del deudor el pago de prestaciones
periódicas sucesivas (rentas, intereses, regalías) y también
futuras. Así pues, la mención de la «fr.» IV del a. 89 LGSM:
''Que se exhiba íntegramente el valor de cada acción'', no
siempre implica que el valor del bien o del crédito que se aporta
sea el de la, o de las acciones (valor nominal), y que la sociedad
adquiera el derecho de reclamar su pago íntegro al accionista.
En el caso de estas aportaciones en especie, el a. 141 «LGSM»
impone que las acciones relativas (acciones liberadas) ''queden
depositadas en la sociedad durante dos años'', para garantizar
que el valor de los bienes o derechos no fue menor, al tiempo de
la constitución.

IV. Órganos de la SA, La «LGSM» establece como obligatorios


tres órganos: la asamblea de accionistas (''órgano supremo'' de
la sociedad, a. 178), la administración (a. 142) y la vigilancia (a.
164). En los otros tipos de sociedades, salvo en las «S en C por
A» («aa.» 208 y 211) y en las cooperativas que también se
exigen los tres órganos mencionados (a 21 LGSC), siempre es
obligatorio y siempre actúa el órgano de administración, aunque
esta recaiga normalmente en los socios; el órgano de vigilancia
es optativo (..a, 47, 57, 84 LGSM), y la asamblea o junta de
socios puede no actuar ni constituirse (así, expresamente, para
la «S de RL», a. 82 LGSM) .
A las asambleas les corresponde ''acordar y ratificar todos los
actos y operaciones'' de la sociedad (a. 178 LGSM); ellas
pueden ser extraordinarias, si se trata de alguno de los asuntos
enumerados en el a. 182 «LGSM»; y ordinarias para cualquier
otro asunto, ya sea los que sean propios de la asamblea
ordinaria anual (a. 181 LGSM), o cualesquiera otros ajenos a
dicha lista del a. 182.
Al órgano de administración, singular (administrador único) o
plural (consejo, aa, 142 y 143 LGSM), corresponde tanto la
administración (organización y funcionamiento interno de la
sociedad), como la representación (relaciones con terceros). La
extensión de sus facultades, está limitada por la finalidad de la
sociedad: ''podrán realizar todas las operaciones inherentes al
objeto de la sociedad, salvo lo que expresamente establezcan la
ley y el contrato social'' (a. 10 LGSM). Los actos que cometan
en exceso de sus facultades (actos ultra vires), son inoponibles a
la sociedad, salvo que ella los ratifique posteriormente (a 178
«LGSM» y, supletoriamente a. 2716 «CC»).
En cuanto al órgano de vigilancia, que también puede recaer
en uno o varios comisarios (a. 164 LGSM), sin que en este
último caso constituya consejo (a. 171 en cuanto que no remite
al a. 143 LGSM), le corresponde como función ''vigilar
ilimitadamente y en cualquier tiempo las operaciones de la
sociedad'' («aa.» 164 y 116, «fr.» IX, LGSM).

V. Sociedades anónimas especiales. Son varias, creadas también


por leyes especiales, las instituciones de seguros (a. 29 LIS) y
de fianzas (a, 15 LGSM), no ya las instituciones de crédito que,
como consecuencia de la nacionalización de la banca decretada
el l/IX/82, dejaron de ser SA, para convertirse (ley del 1/I/83)
en sociedades nacionales de crédito; las sociedades de inversión
(a. 2o LSI), las sociedades agentes de seguros («aa.» 23 «LIS» y
49 del Reglamento de Agentes de Seguros), o agentes de
valores (a. 18 LMV) las bolsas de valores (aa. 31 y ss. LMV),
las sociedades controladoras y controladas (aa. 57A-57M LIR),
y en fin, las sociedades con capital extranjero (aa. 5o, pfo.
segundo, y 89, pfo. primero, LIE).
En general, las modificaciones respecto al tipo ordinario de SA
en la «LGSM», se refieren a ciertas características que deben
tener los socios; mexicanos, o agentes de seguros, o de valores,
o la integración del capital; su vigilancia y control externo por
el Estado (Secretaría de Hacienda y de Economía y Fomento
Industrial), por órganos del Estado (Comisión Nacional
Bancaria y de Seguros Comisión Nacional de Valores); o bien
que el Estado debe autorizar sus actos (por las Secretarías de
Hacienda por la Comisión Nacional de Inversiones Extranjeras).
Hasta antes de la expropiación bancaria, existió la tendencia de
que las empresas en que participaba el Estado, se constituían
como SA (excepcionalmente como «S de RL»), si bien, en su
escritura o en los acuerdos o leyes constitutivas, se les imponían
ciertas modalidades, tendientes a conceder al poder público, un
derecho de veto, o ciertos privilegios frente a los otros socios
particulares. A partir de la expropiación, los bancos no son ya
SA, sino instituciones no societarias (como el Banco de
México), o que aún se denominan sociedades, pero con
características particulares. Es el caso de las sociedades
nacionales de crédito, cuyo capital no está dividido en acciones,
sino en otros titulosvalor que la ley crea: los certificados de
aportación: en las que no se indica si los socios responden
limitadamente de las deudas de la sociedad; aunque en mi
opinión, así debe ser: en las que no existe el órgano supremo, o
sea, la asamblea de socios, y que se manejan por acuerdos
administrativos de la Secretaría de Hacienda.

SOCIEDAD
I. de la palabra latina societas (de secius) que significa reunión,
comunidad, compañía.) La sociedad puede definirse
metafísicamente como ''la unión moral de seres inteligentes de
acuerdo estable y eficaz para conseguir un fin conocido y
querido por todos'' (Castelain, citado por Guzmán Valdivia);

II. Se dice que la sociedad es unión moral porque requiere del


acuerdo libre e inteligente de varios hombres para con seguir un
fin común. El fin puede ser de muy diversa naturaleza:
mercantil política, cultural, educativa, recreativa, etc., pero en
todo caso se exige para la existencia de la sociedad, que se de el
consentimiento de alcanzar entre todos los socios ese fin Hay
fines que no son indispensables al ser humano (p.e., el deporte)
y otros que si lo son (p.e., la procreación de la especie) De aquí
que puedan distinguirse algunas sociedades cuya existencia es
necesaria, y en este sentido se puede decir que son sociedades
''naturales'', como la familia, y otras cuya existencia depende de
la voluntad de los hombres.
La sociedad se integra por hombres, seres racionales y libres.
No puede hablarse propiamente de sociedades animales, porque
éstos, cuando viven gregariamente, no lo hacen voluntariamente
sino guiados por el instinto. Ahora bien, los hombres que
integran la sociedad no son simplemente individuos que,
pudiendo vivir aisladamente, se unen para la defensa común
frente a las fuerzas naturales o frente a otros enemigos. De
aceptar este punto de vista tendría que afirmarse que la sociedad
es solo una suma de individuos, El hombre que se une en
soledad es un ser, como dijo Aristóteles, de naturaleza social, es
decir un ser que, por una parte, necesita de la vida social para
poder subsistir, pero, por otra, es un ser que se perfecciona
dándose a los demás. Decir que el hombre tiene naturaleza
social implica afirmar no solo su necesidad egoísta de unirse a
otros para poder subsistir sino también su capacidad de amar al
prójimo. Reconociendo que los hombres que forman las
sociedades son seres de naturaleza social, se comprende que las
sociedades más amplias, aquellas que en su seno contienen
mayor número de relaciones, se integran, más que por hombres
en particular, por grupos sociales menos amplios.
Además de la unión voluntaria de seres racionales en torno a
un fin común, la definición adoptada menciona la necesidad de
que el acuerdo sea estable y eficaz para que exista una sociedad.
Esto postula la existencia de un orden por el cual se distribuyan
los trabajos y se repartan los beneficios, y postula también la
existencia de una potestad (o gobierno) que vigile el
cumplimiento de tal orden. Es evidente que toda sociedad, toda
unión moral de hombres, requiere un orden para constituir una
unidad, un ser distinto de sus componentes, así como el cuerpo
humano, por virtud del orden anatómico y fisiológico,
constituye un ser distinto del de cada uno de sus miembros. Es
también evidente que toda sociedad necesita una potestad que
haga efectivo el orden y al mismo tiempo haga efectiva la
unidad del ser social.

III. Suele hablarse, independientemente de la definición


metafísica de la sociedad o de lo social, de la ''soledad'' en
general o a veces de la ''sociedad civil'', para designar el
conjunto de relaciones que se dan en un espacio geográfico
históricamente determinado como país. Se habla así de la
sociedad de México, Francia o Japón. En este sentido, la
palabra sociedad designa al grupo social más amplio que se da
en un territorio determinado. La amplitud se refiere a que
contiene todo el conjunto de relaciones (de individuos entre si,
de grupos sociales entre si, o de grupos con individuos) que se
dan en un ámbito espacial y temporal determinado, y porque el
fin que persigue, el bien común en sentido estricto, es el bien
más amplio que pueda perseguir grupo social alguno en tanto
contiene todos los bienes personales y colectivos que puedan
darse.
Cabe aclarar que el bien común no es un bien absoluto a la
persona humana, sino que éste vale como medio para lograr el
perfeccionamiento personal; el bien común es a la persona
humana un medio necesario y obligatorio, pero a fin de cuentas
un bien útil al propio perfeccionamiento o salvación.
La sociedad civil se compone no de hombres aislados, sino de
hombres previa mente agrupados en familias, comunidades
vecinales, comunidades profesionales, etc. Por esto se puede
afirmar que la sociedad civil se compone de los grupos sociales
intermedios La vitalidad, unidad y vigor de una sociedad
depende de la que tengan sus componentes, es decir de los
grupos intermedios. Ha sido un craso error de la política liberal
el considerar que la libertad individual se protege mejor
disolviendo los grupos intermedios para dejar que el individuo
se relacione directamente con el grupo social amplio. Esta
política, en vías de corrección en muchos países, dejó al
individuo indefenso frente a quienes detentaban el poder social.
El Estado es la organización política de la sociedad civil. Es
una organización social que se da en la sociedad civil, pero no
es mas amplia, en razón de su fin, que ella. El Estado, al igual
que la sociedad civil, comprende a todo el conjunto de
relaciones que se dan en un espacio geográfico determinado,
pero su fin es menos amplio que el de la sociedad civil. Aquél
busca el bien público temporal, que comprende la conservación
del orden social, la defensa exterior e interior y la promoción de
actividades tendientes al bien común; pero hay actividades que
forman parte del bien común, fin propio de la sociedad civil,
pero no competen directamente al Estado, como la educación de
la prole que compete directamente a los padres y
subsidiariamente al Estado; o la Investigación científica que
atañe principalmente a las universidades; o las actividades
económicas que sólo tocan subsidiariamente al Estado, cuando
la sociedad (es decir, empresas, asociaciones profesionales,
cooperativas, etc.)no han demostrado ser competentes para
realizarlas y no implique su ejecución o no ejecución un grave
riesgo para la seguridad interior o exterior.
Es importante tener en cuenta esta realidad, que el Estado se
da en la sociedad; sólo así se entiende que la sociedad civil es
decir, los grupos sociales, tienen derechos oponibles al Estado.
Es un error serio, presente en los regímenes totalitarios,
confundir el Estado con la sociedad o con el país.

SOCIEDADES CIVILES
I. La societas romana era un contrato de carácter consensual,
sinalagmático perfecto, que, como entre nosotros, poseía,
también un fin fundamentalmente económico. Lógicamente, el
contrato resultaba ser in tuitu personae, ya que la sociedad
presuponía ciertos rasgos de fraternidad entre los socios. El
pacto consistía en la aportación patrimonial de dos o más socios
para la realización de un fin común entre una amplia gama de
posibilidades. Estas sociedades podían ser de dos clases:
universales (cuya característica principal residía en comprender
la universalidad del patrimonio de los asociados) y particulares
(donde no se aportaban más que objetos determinados). Estas
últimas se distinguían también porque su objeto estaba
directamente encaminado a un fin especial Es ilustrativo el
ejemplo de la unión de animales precisamente para la formación
de una cuadrilla, que posibilitaba un negocio mucho mas
ventajoso.
Respecto a su regulación procesal, cabe decir aquí que los
participantes mantenían a su favor la acción pro socio que tenía
por objeto obligar a los asociados a realizar cuentas de su
gestión o, simplemente, obligarles al pago de la aportación
convenida. la excepción consistía en el beneficium
competentiae, en virtud del cual solo se respondía hasta el
límite de las facultades que se tuvieren.
Por otra parte, si es el caso de que los socios no logran ponerse
de acuerdo sobre los términos en que deberá efectuarse la
partición de los bienes producto de la sociedad, cada socio
puede ejercitar la acción communi dividundo.
El contrato de sociedad arribaba a su término por causas
diversas: la consecución del objeto, la llegada del término o de
la condición prevista, imposibilidad en el objeto, disentimiento
voluntario, etc. II. La doctrina nacional define el contrato de
sociedad como ''una corporación privada, dotada de
personalidad jurídica, que se constituye por contrato celebrado
entre dos o más personas para la realización de un fin común,
lícito, posible y preponderantemente económico, mediante la
aportación de bienes o industrias, o de ambos, siempre y cuando
no lleve a cabo una especulación comercial, ni adopte forma
mercantil''.
Nuestro «CC» lo caracteriza en su «a.» 2688 como un contrato
por el cual ''los socios se obligan mutuamente a combinar sus
recursos o sus esfuerzos para la realización de un fin común, de
carácter preponderantemente económico, pero que no
constituya una especulación comercial''. La naturaleza jurídica
de la sociedad civil ha sido duramente discutida en la doctrina
nacional y extranjera. Aunque desde el punto de vista del
derecho positivo, el «CC» la catalogue dogmáticamente como
un contrato, parecen existir fundadas razones para dudar de la
presencia de tal estructura en el caso de la sociedad. En efecto,
si hemos de atender al autorizado criterio de León Duguit, uno
de los más fuertes impugnadores de la noción contractual de la
figura, la sociedad es en realidad un acto colectivo, donde se
hace coincidir la voluntad de una pluralidad de socios con
relación a ciertos objetivos específicos Por su parte, Gierke
afirma la existencia en el caso de un simple acto unilateral,
partiendo del punto de vista de que las voluntades de todos los
socios resultan coincidentes -paralelas- y de ningún modo
contrarias y opuestas. Sea como fuere, la caracterización
principal de la sociedad reside precisamente en ese intento de
realización de un cierto fin común a todos los asociados, para el
cual destinan esfuerzos y recursos provenientes de todos y cada
uno de ellos. Como el objetivo reviste un ''carácter
preponderantemente económico'' -aunque de ninguna manera
debe constituir una especulación mercantil-, los socios esperan
pues la realización de ganancias que, por la participación inicial
de todos, se repartirán en forma equitativa. Esta participación
inicial pudo consistir en capital, en trabajo, o en ambos bienes,
pero -como haya sido- el reparto será siempre equitativo,
precisamente en la proporción en que los bienes individuales
fueron transmitidos al caudal social. Por tanto, la ley excluye en
forma radical los pactos que prescriban la participación
exclusiva en las ganancias, así como la estipulación de que uno
o más socios reporten las perdidas que eventualmente se
produzcan («aa.» 2696 y 2697 «CC»).

III. De conformidad con lo dispuesto en el «a.» 2693 «CC»,


debe expresarse el objeto para el que fue constituida la
sociedad. Por lo general se alude también -en forma genérica- a
la manera cn que se piensa lograr dicho objetivo. Se detallan
asimismo las aportaciones que cada socio efectúa, así como las
que se esperan recaudar en virtud de diversos procedimientos.
Es requisito que se exprese el capital social con que se cuenta.
La sociedad, por último, surge en el ámbito jurídico -y
económico- bajo un nombre característico, al que deben
añadirse las palabras ''sociedad civil'' («a.» 2699 «CC»). Como
la aportación individual de cada socio ingresa al patrimonio
social, debe precisarse la forma jurídica en que ésta transmisión
sé verifica. Por lo general, ella consiste en la transferencia del
dominio de la cosa, por lo cual adopta la naturaleza de la
compraventa, pero es posible hacerla también bajo cualquier
otra forma permitida por la ley. La ley no prohibe que los socios
se reserven el dominio de la cosa aportada.
El consentimiento se encuentra presente en el acto de
disposición que resulta del desprendimiento (temporal o
definitivo) de un bien propio para integrarlo al patrimonio
social. Es lo que los romanos llamaban affectio societatis. Este
consentimiento resulta plurilateral por el número de socios que
acuerdan la realización del acto. El objeto lo constituye, en
forma directa, la Integración de un capital común Y como, para
su consecución, deberán establecerse normas conducentes que
otorgan derechos en virtud de la aportación concedida, este
conjunto de créditos y de obligaciones conforma las
prestaciones a que resultan vinculados todos los socios con la
persona moral que surge a la vida jurídica.
Por lo que respecta a los elementos de validez, lógicamente se
requiere, aparte de la capacidad general indispensable para
contratar, que se tenga precisamente capacidad especial para
disponer del bien cuya propiedad, posesión o uso deba
transferirse a la sociedad. Los demás elementos de validez
resultan comunes a todos los contratos. Sin embargo, parece
haber reglas especiales para el establecimiento de la invalidez y
sus efectos. Así, el «a.» 2691 «CC» exige la liquidación de la
sociedad para el caso de omisión de la forma prescrita («a.»
2690 «CC»). Pero es que de conformidad con el «a.» 2228
«CC» la falta de forma establecida por la ley ocasiona la
nulidad relativa del contrato, nulidad que entonces encamina al
acto hacia su destrucción. Sin embargo, dada la naturaleza de
este vicio se permite que el acto produzca provisionalmente sus
efectos, Y ello es lo que establece el propio «a.» 2691 «CC» in
fine. la circunstancia de que los socios no puedan oponer a
terceros que hayan contratado con la sociedad, la falta de forma,
deriva igualmente relativa, que por lo demás resulta genérica a
todos los actos que sufran este vicio. La anomalía desaparece
con la confirmación del acto(a.2231 «CC»). La persecución de
un objeto ilícito acarrea también la nulidad de la sociedad, en
este caso absoluta ya que puede involucrarse por todo
interesado («aa.» 2225 y2692 «CC»), Por ultimo el contrato de
sociedad que no se ha inscrito en el Registro de Sociedades
Civiles no produce efectos contra tercero, lo que constituye una
clara expresión del fenómeno de la inoponibilidad, Es el mismo
caso de su disolución 2720 «CC»).
IV. La obligación principal de los socios para con los demás
miembros y con la sociedad en general se reduce a la aportación
del bien en los términos convenidos y, asimismo, en el
saneamiento para el caso de evicción e indemnización por
vicios ocultos- si es que se ha transferido el dominio ; si solo se
ha transferido el uso o el provecho de la cosa, intervienen
entonces algunos principios generales del contrato de
arrendamiento («a.» 2702 «CC»). Cada socio no responde más
que por el monto de su aportación pero, si es el caso que forme
parte del cuerpo de administración de la sociedad, entonces
queda vinculado subsidiariamente en una responsabilidad
limitada y solidaria respecto de las obligaciones sociales hacia
el exterior.
Los derechos de que gozan los socios están conformados por
la participación equitativa (proporcional) en las ganancias de la
sociedad; derecho de tanto respecto a las acciones de los demás
socios («a.» 2706 «CC»); facultades para examinar el estado de
los negocios sociales, consultando al efecto los libros,
documentos y papeles que resulten necesarios («a.» 2710
«CC»); derecho a pedir a los administradores la rendición de
cuentas y, lógicamente, derecho de separación y renuncia a la
sociedad.
La administración de la sociedad recae en cierto número de
miembros designados para este efecto en la escritura
constitutiva. Ejercen todas las facultades correspondientes a esta
función sin necesidad de pedir el consentimiento de los demás
socios, pero en todo caso lo necesitan si desean enajenar,
empeñar, gravar o hipotecar los bienes sociales o ''para tomar
capitales prestados'' («a.» 2712 «CC»). Ahora bien, si incurren
en exceso en el desempeño de sus funciones contrayendo
obligaciones a nombre de la sociedad, obligaran sólo a los
miembros en razón del beneficio recibido a menos que se
produzca la ratificación de éstos («a.» 2716 «CC»).
Las sociedades se disuelven, según lo prescrito en el «a.» 2720
«CC», por las siguientes causas: consentimiento unánime de los
socios, arribo del termino prefijado; realización del objeto o
superveniente imposibilidad; muerte o incapacidad del socio
responsable en forma ilimitada; muerte del socio industrial;
renuncia de uno de los socios y, con el de los demás;
finalmente, por decisión de autoridad judicial.
Cuando las sociedades se disuelven, pro cede su puesta en
liquidación, esta se verifica por un cuerpo especial de
liquidadores y, en caso de que no hayan sido nombrados, por.
todos los socios en general. Al efecto, deberán cubrirse
ineludiblemente todos los compromisos sociales que aún
mantenga la sociedad, devolviendo seguidamente las
aportaciones de cada uno Ello extingue el comproprimiso de la
sociedad, tanto externa como internamente. Por tanto, si
efectuada esta doble operación quedan aún bienes en el caudal
social, éstos no serán sino utilidades producto de la actividad
social llevada a cabo, Procede entonces realizar la repartición de
ganancias en la forma inicialmente convenida y, en todo caso, si
no hubiere reglas al respecto, en la proporción en que cada uno
de ellos contribuyó al fincamiento del capital («a.» 2728 «CC»).
En caso contrario, es decir, si no hubiere ya dinero para pagar
las deudas contraídas -y menos aún para devolver las
aportaciones de los socios-, la sociedad habrá incurrido en
pérdidas que necesariamente repercutirán en el capital
individual de sus miembros (a, 2730 «CC»).
SOCIEDADES DE CAPITAL VARIABLE
I. Son las sociedades mercantiles reguladas en la «LGSM», que
pueden aumentar y disminuir su capital social sin modificar la
escritura, o sea, la cláusula relativa al capital (a 6o, «fr.» V). El
«a.» 213 de dicha ley establece que en ella, ''el capital social
será susceptible de aumento... y de disminución.,. sin mas
formalidades que las establecidas por este capítulo''.
La ''Exposición de motivos'' de la «LGSM» indica que la
variabilidad del capital social, sólo constituye una ''modalidad
para todas las sociedades''. No se trata, pues, de un tipo distinto
de sociedades mercantiles, de los seis que enumera el «a.» 1o;
tampoco se trataría pese a la redacción del «a.» 227 in fine
«LGSM», del fenómeno de la ''transformación de sociedades''
regulado en el c. IX de dicha ley, que supone el cambio de un
tipo social por otro (p.e., de una «S de RL» a una SA, de una
«S en CS» a una «S en NC» etc.), sino meramente de la
adopción de dicha modalidad de capital variable; o
inversamente, de la modalidad de capital fijo, cuando la
sociedad funcionara como de capital variable.

II. Formalidades en los casos de variaciones del capital. En las


sociedades cuyo capital no sea variable, sino fijo, cualquier
variación para aumentarlo o reducirlo supone modificación de
su cuantía, que a su vez implica un cambio en el contrato social;
y toda la modificación de éste, debe hacerse en escritura
notarial («a.» 5o LGSM) . Es esta la formalidad que se dispensa
en las sociedades de capital variable, en cuanto que, en realidad,
si bien se modifica el monto del capital no se cambia la cláusula
relativa, ya qué ella dispondrá que la cuantía del capital puede
variar entre un mínimo que se indique, y un máximo, que
también se indicaría o que sería indeterminado. En cambio, toda
variación del capital por abajo del mínimo indicado, o por
encima del máximo, cuando este se precise, si supondría un
cambio de la cláusula relativa, que tendría que protocolizarse.
En las sociedades por acciones (SA y «S en C por A»), las
variaciones del capital competen a las asambleas extraordinarias
(«a.» 182, «fr.» III, LGSM), y las actas de ellas deben
protocolizarse ante notario en todo caso («a.» 194, pfo. tercero,
LGSM). Es esta otra formalidad que de aplicarse a las
sociedades de capital variable (S de CV) haría nugatoria la
dispensa que indica el «a.» 213 «LGSM»; de ahí que el con.
trato social pueda disponer que los aumentos y las
disminuciones del capital social dentro de los límites del
mínimo y del máximo puedan acordarse por asambleas
ordinarias, e inclusive, según la práctica corporativa, por
acuerdo del órgano de administración, sin que en ninguno de
estos dos supuestos las actas relativas tengan que cumplir la
formalidad de la escritura notarial (salvo que no puedan
asentarse en los libros respectivos, de asambleas y el consejo de
administración, «a.» 194, pfo. segundo, LGSM). Si el contrato
nada dice, las variaciones del capital corresponderán a la
asamblea extraordinaria y el acta relativa deberá protocolizarse;
o sea, que en este caso, se aplicaría el requisito formal de la
escritura, no por modificarse el capital («a.» 6o, «fr.» III), sino
porque el acuerdo de variación se adoptaría por dicha clase de
asamblea de accionistas, En cuanto a las formalidades que
indica, el «a.» 213, a que están sujetos los aumentos y las
disminuciones del capital en las S de CV, en rigor no se señala
ninguna, ni lo son las que establece la «LGSM» suelen pasar
como tales, la exigencia de que ''a la razón social o
denominación propia del tipo de sociedad se añadirán siempre
las palabras de capital variable'' («a.» 215), o, según costumbre,
su abreviatura: ''las condiciones que se fijen para el aumento y
la disminución del capital social'' («a.» 216 pfo. primero); la
exigencia de que ambos se inscriban ''en un libro de registro que
al efecto llevará la sociedad'' («a.» 219), y finalmente, que
cuando las sociedades por acciones anuncien el capital cuyo
aumento este autorizado, deberán también anunciar el capital
mínimo.

III. Publicidad de las variaciones del capital. Cuando estas


suponen modificaciones al pacto social, sin duda alguna que
deben inscribirse en el Registro de Comercio («aa.» 260 y 194
«LGSM»; 21, «fr.» V, «CCo»., y 31, «fr.» III, del Reglamento
del Registro Público de Comercio, «DO» 22-I-79); en caso
contrario, pareciera que no deberían registrarse, sobre todo, si
las variaciones se adoptan por asamblea ordinaria de socios o
por acuerdo del órgano de administración, y las actas de
aquéllas o de éste se transcriban en el libro respectivo que lleve
la sociedad («a.» 194 «pfos.» primero y segundo, LGSM). Sin
embargo, para las sociedades por acciones (SA y «S en C por
A») el «a.» 21, «fr.» XII, «CCo». exige la inscripción del
''aumento o disminución del capital efectivo'', sin que repita la
exigencia de la «fr.» V del mismo a., o sea, que se trate de
escrituras de constitución de sociedades, o de modificación de
estas. Así pues, si deben inscribirse en el Registro de Comercio
los aumentos y las disminuciones del capital social de dicha dos
sociedades por acciones. La extendida práctica de no inscribir
dichas variaciones, no esta fundada legalmente, y puede
provocar daños a terceros, acreedores de los socios en el caso de
aumentos del capital de la sociedad; o deudores de ésta, en el
caso de reducción de su capital. En contra de esta opinión, no
puede aducirse que el «a.» 213 «LGSM» exima de tal requisito
cuando dispensa a las S de CV de las formalidades a que están
sujetas las sociedades de capital fijo, puesto que la inscripción
no es una formalidad elemento de validez del acto o negocio,
sino que es un requisito de publicidad, posterior a la celebración
y al perfeccionamiento del contrato social, cuya omisión sólo
consistiría en que el acto no inscrito no pueda oponerse a
terceros. En cambio el tercero ''se podrá aprovecharlos en lo que
le fueren favorables'' («a.» 26 «CCo».); y mal podrían
aprovecharse los terceros, si a los documentos o actos faltara un
elemento de validez (o de esencia si se trata de solemnidad).
Por lo que se refiere a la exigencia del «a.» 9, pfo. segundo
«LGSM», de publicar por tres veces en el periódico oficial del
domicilio de la sociedad, las reducciones del capital social, es
también aplicable a las S de CV, cualquiera que sea su tipo,
pero siempre que estas se efectúen ''mediante reembolso a los
socios o liberación concedidas a estos de exhibiciones no
realizadas''. La derogación de este principio, sólo procede por
disposición legal (como sucede en los casos de retiro y
exclusión de socios, «cfr.», infra, IV), pero no por acuerdo de la
sociedad, ni por convenio de los socios, porque se trata de un
principio de orden público, en protección de los acreedores de
la sociedad, quienes pueden, oponerse al acuerdo de
disminución del capital social, como claramente de desprende
de los dos últimos «pfos.» del propio a. 9o.
Por otra parte, no es óbice a la tesis de que las variaciones del
capital, en cualquier tipo de sociedad, deban inscribirse en el
Registro de Comercio, el que los acuerdos relativos no consten
en escritura notarial, como sucedería si se adoptaran por
asambleas ordinarias de accionistas o por juntas del consejo de
administración (en el caso de las SA), porque nada impide que
estos actos se inscriban, aunque sólo consten en documento
privado, como se desprende del sistema del Registro de
Comercio, que permite inscribir tales documentos privados, con
tal de que sean auténticos o de que se ratifiquen (a. 29, «frs.» I y
III, del Reglamento del Registro de Comercio).

IV. El derecho de retiro. Connatural al régimen de estas


sociedades, es el derecho de separación o retiro de los socios,
con tal de respetar ''el mínimo del capital social'' («aa.» 220 y
221 LGSM); sin embargo, se trata de un derecho del que la
escritura puede privar a los socios o accionistas, porque su
ejercicio sólo implica beneficio de ellos (o de sus acreedores
particulares) y no de la sociedad, que podría resultar
perjudicada al disminuirse el capital social en la parte
correspondiente a las acciones del socio que se retire; ni de los
acreedores sociales, cuya garantía real es dicho capital social.
Por otra parte, el retiro implica una disminución del capital
social; como también la exclusión que la sociedad imponga al
socio incumpliente. Aquél, es un beneficio que se concede al
socio, esta, una sanción que se le impone por su in.
cumplimiento (p.e., «aa.» 35, pfo. segundo, y 206 LGSM). Pues
bien, esos casos de disminución del capital social no están
sujetos a la publicidad registral, ni a la del periódico oficial que
indica el a, 9o «LGSM», ya que no requieren acuerdo de
asamblea o junta de socios o administradores. Al régimen de
ambas figuras, separación y exclusión, resulta indiferente el del
capital fijo o variable de las sociedades: en ambos casos opera
sin publicidad.

V. Las acciones de tesorería, Las acciones que así se denominan


entre nosotros, o sea, ''las acciones emitidas y no suscritas'' (a.
216, pfo. segundo, LGSM) (rectius, las que se imprimen o se
redactan, pero aún no se suscriben), que la sociedad conserva
(en tesorería), para que en el futuro se ofrezcan a los accionistas
o a terceros, son también propias y naturales de las «SA» de
CV; aunque, para ciertas «SA» de capital fijo, como las
instituciones de seguros, que siempre son de capital fijo, se
permita su creación (a. 29, caput y «fr.» I, pfo. quinto). Tanto en
el caso de capital variable, como de capital fijo, dicha creación
puede no preverse en el contrato social, ni acordarse por los
órganos de la sociedad; o esa, que también en este caso actúa el
principio de la autonomía de la voluntad.
Cuando dichas acciones existen, su suscripción acarrea
aumentos de capital, los que estarán regidos por el régimen que
les sea propio: en las sociedades de capital fijo, modificación
del contrato social asamblea extraordinaria, protocolización y
registro en las S de CV, registro, si se trata de sociedades por
acciones (a. 21, fr. XII, «CCo».), pero no protocolización, salvo
en los casos del a 194 «LGSM» Por otro lado, la suscripción
por los accionistas de dichas acciones debe respetar, tanto el
derecho de preferencia que establece el a. 132 «LGSM», como
la prohibición del, a. 133 LGSM.

SOCIEDADES MERCANTILES
I. Dos son los criterios para calificar en el derecho mexicano a
una sociedad como mercantil, y diferenciarla, por tanto, de las
que no tengan este carácter, o sea, de las sociedades civiles (S
Civ.) y de las sociedades con una finalidad de derecho público,
como serían las de carácter agrario, laboral, administrativo; uno
de esos criterios se da en función del tipo de sociedad que se
adopte: son mercantiles cualquiera que sea su finalidad (de
derecho privado o de derecho público; lucrativas o no), las seis
clases que enumera el «a.» 1o «LGSM», a saber, «S en NC»;
«S en CS»; «S de RL»; SA, «S en C por A», y SC. Así lo
determinan, el «a.» 4o «LGSM», que establece una presunción
iuris et de iure, y que impropiamente habla de forma
(manifestación exterior de la voluntad y elemento del negocio
jurídico), en vez de tipos (esquemas adoptados y regulados en
esa misma ley); y el «a.» 2695 «CC», que también habla de
''forma'', en lugar de tipicidad y de fin o causa.
El otro criterio se predica en relación con la finalidad de la
sociedad: si ella es especulativa, se tratara de sociedad mercantil
(con independencia, por supuesto de que, se logren las
utilidades buscadas). Esta nota y este criterio de distinción con
las S Civ. se desprende claramente-como lo admite nuestra
doctrina-del «a.» 2688 «CC», que además de definir el ''contrato
de sociedad civil'' (por el, los socios se obligan mutuamente a
combinar sus recursos o sus esfuerzos para la realización de un
fin común de carácter preponderantemente económico''), señala
dos características que lo distinguen de la asociación y de la
sociedad mercantil: de aquella, la S. Civ. e diferencia en que su
finalidad debe ser ''preponderantemente económica'' lo que
excluye el «a.» 2670 «CC» al definir las asociaciones. De la
sociedad mercantil, en que dicha finalidad económica no debe
constituir una especulación comercial.
Del juego de uno o de ambos criterios de mercantilidad de las
sociedades, se desprende, primero, que son mercantiles las
sociedades que adopten uno de los seis tipos enumerados en el
«a.» 1o «LGSM», independientemente de que su finalidad sea
económica y especulativa; segundo, que también serán
mercantiles aquellas sociedades cuya finalidad constituya una
especulación comercial independientemente del tipo elegido,
«i.e.» , que sea uno de los comprendidos en el «a.» 1o citado, u
otro, p.e., una «SC», una sociedad nacional de crédito.

II. Sociedades civiles con fines comerciales. Quid juris, con las
sociedades civiles que persigan una finalidad económica, que
no constituya una especulación comercial, sino p.e., agrícola o
administrativa? En este caso, no se tratará de sociedad
mercantil, sino civil, agraria, etc., salvo que adopte uno de los
tipos de las mercantiles.
Por otra parte, que la realización del fin de la sociedad civil
tenga que ser ''de carácter preponderantemente económico''
(«a.» 2688 «CC»), se rechaza en la práctica que admite la
existencia de S Civ. sin fines económicos preponderantes, sino
de carácter científico, cultural, deportivo, religioso, Como
tampoco es cierto, respecto a asociaciones de toda índole
(civiles y mercantiles), que nunca puedan tener un ''carácter
preponderantemente económico'' (a, 2670 «CC»), como se
demuestra en el caso de las asociaciones en participación (A en
P), o de las asociaciones de productores. Lo que pasa, en este
caso, es que la definición del «a.» 2670 «CC» se estringe a la
asociación civil y no comprende a las comerciales o de carácter
administrativo, agrícola, etc.

III. Especulación comercial. ¿Qué debe entenderse por


''especulación comercial'' para los efectos del «a.» 2688 «CC» ?
Debe entenderse que el fin buscado es con la intención o d
propósito de obtener una ganancia con la actividad (social) que
se realice, como se desprende del a. 75, frs, I y II, «CCo».; o
bien, la organización y explotación de una negociación o
empresa mercantil («a.» 75, «frs.» V-XI). Si no existe la
intención lucrativa (p.e., para organizar un comercio, en sentido
estricto, ni la organización y explotación de una negociación o
empresa), no se tratara de una especulación comercial, ni de una
sociedad mercantil, salvo, nuevamente, que se adopte uno de los
tipos de estas sociedades.

IV. La tipicidad en materia de sociedades mercantiles. En


cuanto a dichos tipos de sociedades mercantiles, debe aclararse,
primero, que respecto a los particulares constituyen un numerus
clausus, como se indica en la ''Exposición de motivos'' de la
«LGSM», y como unánimemente acepta nuestra doctrina;
segundo, que si no los particulares, la ley sí, puede, en cambio,
crear nuevos tipos, como recientemente ha ocurrido con el
Banco de México (pese a que las recientes reformas de la ley -
DO del 29-XI-1982-no lo califiquen de sociedad) y con las
sociedades nacionales de crédito (DO 31-XII-82). Ellas son
mercantiles tanto en cuanto especulativas, como por explotar
empresas bancarias; tercero, que ciertas sociedades especiales
como la «S de RL», de IP, las mutualistas de seguros, que son
mercantiles, no constituyen nuevos tipos, sino meras variantes
de otros comprendidos en el a. 1o «LGSM», como es la «S de
RL», y la SA; cuarto, que sociedades con finalidad ajena al
derecho mercantil es decir, con una finalidad administrativa,
agraria o laboral, como es el caso de las sociedades de
solidaridad social, creadas a virtud de una ley especial (DO 27-
V-76), no son mercantiles, porque ni buscan una especulación
comercial, ni explotan una empresa mercantil, sino agrícola o
laboral.
V, Conversión de la S Civ. en sociedad mercantil. Sociedades
que se constituyan como civiles, pero con una finalidad
económica, especulativa, o bien, que se digan civiles, pero que
adopten uno cualquiera de los tipos de sociedad mercantil,
automáticamente se convierten en estas, como se desprende de
los «aa.» 2695 «CC» y 40 LCSM; pero, ¿de qué tipo de
sociedad mercantil se trataría? Obviamente, si la hipótesis es
que se constituyan como civiles, queda excluido que las partes
(los socios) escojan uno de los tipos de las sociedades
mercantiles. ¿Cuál será, pues, el que el juez elija en un caso de
conflicto?
Pues bien, se aplica el principio consagrado en el a. 1858
«CC», o sea, el tipo que resulte más próximo a la intención de
las partes, de los esquemas regulados en el a. 1o LGSN. Así, si
todos los socios asumieran responsabilidad ilimitada (en
función de que todos fueran administradores «aa.» 2704 y 2719
«CC»), o de que ello se hubiere convenido (el a, 2704 in fine),
el tipo más cercano de sociedad será la «S en NC»; en cambio si
sólo uno o algunos de los socios asumen responsabilidad
ilimitada (en los dos supuestos del mencionado a. 2704 «CC»),
y el otro o los otros la tienen limitada, se convertirá en una «S
en CS» si todos los socios fueran de responsabilidad limitada, lo
que no parece admitir la sociedad civil, en cuanto que uno,
varios, o todos los socios deben asumir la administración («aa.»
2709 y 2719 «CC») y en este caso responderá (n) ilimitada,
solidaria y subsidiariamente de las obligaciones sociales («a.»
2704 «CC»), se trataría de una «S de RL», o bien de una SA, si
esa pretendida sociedad civil se hubiera constituido como
sociedad por acciones.
Una vez que esa sociedad civil se convirtiera en mercantil,
cualquiera que sea su tipo, se le aplicaría el sistema y la
reglamentación de la legislación mercantil -de la «LGSM» o de
otra ley mercantil-, aunque siempre sería posible aplicar
supletoriamente el «CC», en lo que las ,leyes mercantiles
resultarán omisas (p.e., «aa.» 2702, 2716, 2717 y 2732 «CC»).
Y puesto que dicha «LGSM» da carácter de sociedad mercantil
irregular a la que no se inscriba en el Registro de Comercio,
pero que se manifieste ante terceros; esa sociedad civil
convertida a mercantil, no inscrita en el Registro de Comercio
(aunque se hubiera inscrito en el Registro Público de la
Propiedad), y que se manifieste ante terceros, será una sociedad
mercantil irregular sujeta a lo dispuesto en el a. 2o LGSM.

SOCIOLOGÍA JURÍDICA
I. Puede afirmarse, si se revisa la historia del pensamiento
sociológico, que no existe una concepción única y generalmente
aceptada de lo que es y debe ser la sociología: como ciencia que
tiene un campo de objetos como materia de su estudio, con
métodos específicos. En la historia del pensamiento sociológico
encontramos más bien una serie de corrientes de pensamiento,
cada una de las cuales tiene algunos elementos que pueden ser
especificados y que comparten con algunas posiciones teorías
diferentes. Esto es lo que ha permitido a los expositores de la
historia de esta disciplina clasificar las teorías de los diversos
autores en cuatro grandes rubros o ramas; a)la teoría funcional;
b) la teoría del conflicto; c) la teoría del intercambio, y d) la
teoría de la interacción y de los roles. Cada una de estas ramas
tiene ciertos conceptos básicos, que son compartidos por
diversos autores y que, por ello, se les clasifica como miembro
o parte de la rama bajo cuyos conceptos caen sus doctrinas.
Dadas las condiciones anteriores la sociología jurídica es una
disciplina teórica con un desarrollo muy raquítico y dentro de la
cual podrían llegar a distinguirse las cuatro ramas a las que se
ha hecho mención. Aquí se presentará tan sólo el concepto más
general de esta disciplina teórica.

II. Segun Treves el problema fundamental del que se ocupa la


sociología jurídica es el de las relaciones entre derecho y
sociedad. Esta caracterización no es lo suficientemente precisa
para que pueda ser utilizada con éxito, por el hecho de que los
conceptos de sociedad y derecho no están definidos con
claridad y hay mucha controversia sobre ellos. Podría intentarse
dar una definición como la siguiente de Podgorecki: es una
ciencia ''que descubre, fórmula y verifica las relaciones de
interdependencia entre el derecho y los demás factores de la
vida social y, más precisamente, como la ciencia que explica el
modo en que los factores demográficos religiosos, económicos
y políticos influyen sobre los cambios del Derecho y, viceversa,
el modo en que el derecho influye sobre el cambio de esos
factores'' (Díaz). Estas definiciones ambiciosas, que quieren
comprender todo, resultan imprecisas y entrañan una
multiplicidad de problemas metódicos que las hacen
inutilizables. Sin embargo, con muchas reservas, proporcionan
una idea vaga de los temas de los que se ocupa la sociología del
derecho. Sin embargo, nosotros procederemos de otro modo.
Tomaremos el concepto de la sociología de un gran autor y
haremos su aplicación al tema. Como autor hemos escogido a
Max Weber.
Como es de sobra sabido, este autor define a la sociología
como ''una ciencia que pretende entender, interpretándola, la
acción social para de esta manera explicarla casualmente en su
desarrollo y efectos'' (Weber). Para la cabal comprensión de
esta definición es necesario presentar los conceptos de ''acción''
y ''acción social'', los que son formulados de esta manera. ''Por
'acción' debe entenderse una conducta humana (bien consista en
un hacer externo o interno, ya en un omitir o permitir) siempre
que el sujeto o los sujetos de la acción enlacen a ella un sentido
subjetivo. La 'acción social' por tanto, es una acción en donde el
sentido mentado por su sujeto o sujetos esta referido a la
conducta de otros orientándose por esta en su desarrollo'' De lo
anterior, debe destacarse que la sociología tiene por objeto de
estudio a la conducta humana. Es una teoría de la acción, para
utilizar una expresión de Parsons. La acción social es explicada
por medio de la interpretación de su sentido, del significado que
los sujetos atribuyan a sus acciones. Fijado éste la explicación
se logra de modo causal: sé trata de establecer los hechos o
circunstancias que como causa producen, como efecto, la acción
social y además, se deben determinar los efectos que la
realización de la conducta social pueda producir. Con ello, se
comprende fácilmente que la sociología es una deuda causal y
que, además, utiliza un método interpretativo de los sentidos
subjetivos de la conducta o acción social.
Lo que permite distinguir a la sociología de las ciencias
dogmáticas, como la jurisprudencia, la lógica, la gramática, etc.,
es el hecho de que su objeto de estudio está constituido por la
acción. Dice Weber: ''Aquí radica precisamente la diferencia
entre las ciencias empíricas de la acción la sociología y la
historia, frente a toda ciencia dogmática, jurisprudencia, lógica,
ética, estética, las cuales pretenden investigar en sus objetos el
sentido 'justo' y 'válido'''.
Con lo anterior, resulta problemática la afirmación de que la
sociología jurídica tiene por objeto de estudio las relaciones o
interrelaciones entre derecho y sociedad pues el derecho no es
acción humana, sino normas y habrá que especificar que se
entiende por sociedad. Surge en consecuencia la necesidad de
distinguir entre una consideración jurídica o dogmática del
derecho y una consideración sociológica del mismo. La
distinción de Weber es de una gran claridad: la consideración
jurídica ''se pregunta lo que idealmente vale como derecho. Esto
es: qué significación o, lo que es lo mismo, qué sentido
normativo lógicamente correcto debe corresponder a una
formación verbal que se presenta como norma jurídica. Por el
contrario (la consideración sociológica), se pregunta lo que de
hecho ocurre en una comunidad en razón de que existe la
probabilidad de que los hombres que participan en la actividad
comunitaria, sobre todo aquéllos que pueden influir
considerablemente en esa actividad, consideren subjetivamente
como válido un determinado orden y orienten por él su
conducta práctica''.
Las normas jurídicas son tomadas en cuenta por la sociología,
pero sólo en tanto que la acción humana las haga suyas en el
sentido de que orientan la conducta humana es decir, que ciertos
hombres toman a las normas jurídicas como criterios
orientadores de sus conductas. En consecuencia, los objetos de
estudio de la jurisprudencia y la sociología jurídica son
totalmente diferentes: el objeto de estudio de la primera está
constituido por las normas jurídicas, mientras que el de la
segunda por la conducta humana cuyo sentido está orientado
por dichas normas jurídicas. El concepto de la norma jurídica es
un elemento común en ambas disciplinas, aunque se encuentra
en relación con elementos totalmente distintos. La norma
jurídica es puesta en relación con otras con el objeto de
establecer un sistema entre todas ellas: esto lo hace la ciencia
del derecho. En cambio la sociología jurídica relaciona a la
norma jurídica con la conducta y determina si ésta, la conducta,
está orientada en su sentido, por ella y, de esta manera, intenta
una explicación causal de las condiciones de la acción con
sentido subjetivo jurídico y los efectos de esas acciones.
Podríamos parafrasear la definición de sociología y decir: la
sociología jurídica es una ciencia que pretende entender,
interpretándola, la acción social orientada por normas jurídicas,
para de esa manera explicarla causalmente en su desarrollo y
efectos.
Gran parte de la sociología de Weber puede interpretarse como
sociología del derecho, pues el concepto que de este
proporciona es lo suficientemente amplio para comprender
dentro de él la gran mayoría de las instituciones sociales, como
p e., los sistemas de dominación, la misma religión en cuanto
posee un orden normativo adjunto, etc.
SUBARRENDAMIENTO
I. De sub, secundariamente y arrendar: dar o tomar en
arrendamiento una cosa no del dueño de ella ni de su
administrador sino de otro arrendatario de la misma.

II. La figura fue conocida en el derecho romano donde incluso


se regularon las relaciones existentes entre el arrendador y el
subarrendatario. Así, aunque en el caso de los invecta e illata
(hipoteca legal constituida sobre los objetos introducidos en la
casa por el inquilino), el derecho de su ejercicio correspondía
directamente al arrendatario y subarrendador, el arrendador
inicial conservaba a su favor un derecho de subpignus en virtud
del cual podía constituir un derecho de prenda precisamente
sobre los derechos pignoraticios, de modo que el acreedor
adquiría la facultad de ejercitar por sí el derecho pignorado y
cobrarse de su valor.

III. En opinión de Lozano Noriega, el subarriendo es ''la


celebración de un nuevo contrato de arrendamiento con esta
particularidad, que el arrendatario (el del primer contrato)
desempeña el papel de arrendador''. El profesor de la antigua
Facultad de Jurisprudencia previene acerca de la posibilidad de
confusión a que efectivamente puede conducir una lectura
precipitada de Las disposiciones legales respectivas: si se trata-
arguye-de una simple autorización general («a.» 2481 «CC»),
estaremos entonces en presencia de dos contratos, diversos
''superpuestos'' y por tanto, de la figura particular del
subarrendamiento, ya que el contrato inicial no se extingue; si,
en cambio, se trata en el caso de una autorización particular -y
entonces expresa-, se origina una cesión de contrato («a.»
2482), donde se vincula específicamente al subarrendatario con
el arrendador inicial, a no ser que se convenga en forma
distinta. Esta opinión es compartida por Aguilar Carbajal, quien
además añade que concurren en el caso una subrogación legal -
como también lo afirma la ley («a.» 2482 «CC»)- y una
novación subjetiva, si bien líneas después parece desdecirse de
esta última afirmación.
Por su parte Rojina Villegas esgrime su opinión en el sentido
de que se trata de dos contratos ''sucesivos'' de arrendamiento
cuando existe una autorización general: uno ''primordial'' y otro
accesorio (subarriendo), formado este último con independencia
absoluta de aquél. En el caso del «a.» 2482 «CC» afirma
confusamente, primero, que existe una subrogación legal; pero
después aclara que ''existe en realidad una cesión de derechos
con su correspondiente cesión de deudas'', para después concluir
que ''origina en realidad una subrogación''. No admite la
posibilidad de novación en esta figura.
Gutiérrez y González efectúa un breve comentario al respecto,
afirmando que la ley emplea mal el término subrogación, ya que
en su opinión sería tanto como admitir una ''subrogación de
deudas''. Cree que se presenta en el caso una cesión de derechos
y de deudas, donde se transmiten las obligaciones -y derechos-
correspondientes.
Estas son las opiniones que en la doctrina nacional se han
esbozado para la explicación del fenómeno. Son, pues,
disímbolas. Interesa por tanto, intentar otro esfuerzo para el
esclarecimiento de la naturaleza jurídica de la figura si es
nuestro propósito conocer sus efectos y dilucidar los derechos y
obligaciones que de la misma surgen.
En primer lugar, debe aclararse que de la propia definición del
contrato de arrendamiento («a.» 2398 «CC») se desprende el
hecho de que, sobrevenido el subarrendamiento, el arrendatario
inicial deja de tener el uso y el goce de la cosa y, por tanto,
desaparece el primer contrato para subsistir únicamente el
segundo. Por otra parte, deja también -lógicamente -de pagar
por ese uso un precio cierto, trasladando esta obligación al
subarrendatario ya sea que este último haga la entrega personal
del pago al arrendador o bien lo efectúe por conducto del
arrendatario. Pero el caso es que desaparecen los elementos
esenciales del contrato de arrendamiento, por lo cual éste no
puede sino dirigirse hacia su extinción. De modo que en ningún
momento existen los dos arrendamientos en forma simultánea,
cosa material y jurídicamente imposible, pero, en virtud de una
ficción legal («a.» 2481, al fine; «CC») el legislador ha querido
que -en el caso específico de la autorización general- se
considere ''como si él mismo -al arrendatario- continuara en el
uso o goce de la cosa'', subsistiendo por tanto la responsabilidad
del arrendatario con el arrendador. Pero ello lo hizo la ley
simplemente por que no encontró otra salida para fincar la
responsabilidad del arrendatario, quien en virtud de una
autorización simplemente general («a.» 2481 «CC») ha
subarrendado el bien.
Esto es, no habiendo una autorización expresa (o lo que es lo
mismo, no estableciéndose ningún contacto personal entre
arrendador y subarrendatario), la ley no quiere que aquél quede
desprotegido en sus derechos, y acude al arrendatario,
responsable del nacimiento de esa nueva obligación, para que
actúe como una especie de intermediario o aval en el
cumplimiento de la obligación contraída por el tercero, quien,
se insiste es personalmente desconocido por el arrendador, ya
que solo autorizó en forma general el contrato.
Esta responsabilidad sólo es válida, pues, en forma indirecta y
accesoria, exclusivamente para el caso de que el nuevo
arrendatario (subarrendatario) ocasione daños por el
incumplimiento de sus obligaciones directamente ante el
arrendador inicial. Y ello resulta perfectamente explicable si
consideramos que es el subarrendatario quien dispone y usa del
inmueble y, por tanto, a quien corresponde pagar por ese uso o
goce un precio cierto. De modo que el primitivo arrendatario se
convierte aquí en una figura accesoria, que responde
subsidiariamente de las obligaciones contraídas inicialmente por
él, pero que ahora han quedado desplazadas al subarrendatario,
no sólo por el hecho de que materialmente el arrendatario deja
de usar y gozar de la cosa, sino también porque ahora sus
obligaciones son asumidas en forma directa e indiscutible por el
tercero. Como bien dice Rojina Villegas: ''subsiste la
responsabilidad del arrendatario para que en los casos de daños
o incumplimiento de las demás obligaciones, responda
directamente ante el arrendador''.
Ambos arrendamientos son sucesivos entonces, y de ninguna
manera superpuestos o simultáneos.
Existe la figura del subarrendamiento porque en efecto, se ha
arrendado el inmueble en forma ''secundaria'' o ''accesoria'',
cuando aún se encontraba plenamente vigente el contrato
inicial, y porque además hubo de realizarse entre el arrendatario
y el tercero interviniente, desplazando la figura del arrendador.
No obstante esto último, en virtud de la autorización general -
previamente concedida- el consentimiento del arrendador se
encuentra indudablemente presente en el caso.
Distinta a esta figura del subarrendamiento es la consignada en
el «a.» 2482 «CC», de la que intentaremos ahora su análisis.
Cabe advertir inicialmente que, como bien lo consigna
Gutiérrez y González, la ley emplea equivocadamente la figura
jurídica de la subrogación («a.» 2058 «CC»). Es que este
fenómeno no puede darse en la transmisión de las obligaciones
o deudas, sino exclusivamente en la transmisión de créditos, Se
desprende esta aseveración de la propia definición del instituto:
''forma de transmitir las obligaciones por cambio de acreedor''
que opera por ministerio de ley o por convención de las partes
(Rojina Villegas). En el caso del «a.» 2481 «CC» la ley habla
de una pretendida subrogación de los derechos y de las
obligaciones, figura por ende inadmisible. Además, la ley exige
aquí el consentimiento -expreso- del arrendador (deudor-
acreedor) que de ninguna manera resulta de inclusión forzosa en
el caso de la subrogación.
Descartada, pues, la figura de la subrogación interesa dilucidar
ahora si nos encontramos, como la mayoría de los autores lo
afirma, ante una cesión del contrato (cesión de derechos y
obligaciones). Al parecer, la hipótesis resulta inadmisible, en
virtud de que la cesión del contrato es una forma de transmisión
de las obligaciones, y ya hemos aclarado que en el caso de la
figura que estudiamos se extingue un contrato de arrendamiento
para dar nacimiento a otro nuevo, completamente distinto por el
cambio de uno de los sujetos (el arrendatario), constituyendo de
esta forma una modificación grave en un elemento esencial de
la relación obligatoria.
No parece quedar sino una posibilidad: considerar que se trata
de una novación subjetiva, ya que se reúnen todos los elementos
que configuran este fenómeno.
Atendiendo al criterio de Rojina Villegas, la novación
subjetiva ''implica una diferencia esencial entre la obligación
primitiva y la nueva, en virtud de que los sujetos son elementos
esenciales de la relación jurídica y, por lo tanto todo cambio en
el acreedor o en el deudor con la intención de novar... altera
substancialmente el vínculo, de tal manera que extingue la
primera obligación para dar nacimiento a una nueva''. Así, se
substituye aquí; la figura del arrendatario por la del tercero
interviniente, lo que extingue la primera obligación y hace
surgir una nueva entre el arrendador y este último. Es claro que
la intención de novar se manifiesta con evidencia en el cambio
efectuado, amén de que, si se insiste en su solemnidad
(Gutiérrez y González), puede replicarse inmediatamente que
precisamente por ello el «a.» 2482 «CC» exige el
consentimiento expreso del arrendador.

SUBSIDIO
I. (Del latín subsidium.) El subsidio es un apoyo de carácter
económico que el Estado concede a las actividades productivas
de los particulares con fines de fomento durante períodos
determinados y que se considera como la especie del género
denominado subvención.

II. En la doctrina del derecho administrativo mexicano, el


esbozo de los elementos de definición del subsidio no es
común, Gabino Fraga, cuando ejemplifica las atribuciones que
el Estado tiene en materia de fomento de las actividades de los
particulares, alude a la subvención como el acto que determina
situaciones jurídicas individuales, mas no profundiza en otras
características y principios inherente a este tipo de aportación.
La legislación por su parte, aplica el concepto de subvención y
de subsidio indistintamente, pero siempre referido a beneficio o
apoyo de carácter económico previstos por el Estado para
auspiciar el desarrollo de actividades económicas de interés
general, que tradicionalmente realizan los particulares. Por
principio los subsidios se confieren mediante el acto legislativo
y a título de excepción en uso de facultades reglamentarias del
titular del Ejecutivo federal.
La utilización indistinta del concepto de que se trata, por el
legislador, parece presentarse en diversos países, como un
problema de falta de sistematización y de análisis de las
circunstancias en que se concede este tipo de ayuda económica.
En la doctrina española, afirman Manzanero y Hernando, en su
Derecho administrativo económico, que en su país: ''ni la
legislación, ni la doctrina han conseguido llegar a un concepto
claro de subvención que' resuelva las imprecisiones a que da
lugar el uso indiscriminado de la palabra: de ahí que los
términos ayuda, subsidios, premios, incentivos, estímulos y
beneficios económicos quieren decir frecuentemente
subvención''.
En México la legislación regula el otorgamiento de los
subsidios por dos vías, la del ingreso de orden impositivo, y la
del gasto público o de carácter presupuestal. Así, p.e., las leyes
de ingresos de la federación, vigentes en los ejercicios- fiscales
de 1979 y de 1983, aplican el concepto de subsidio, como
sinónimo de estímulo fiscal («aa.» 16 y 12 respectivamente),
Estos ordenamientos legales establecen las bases generales de
otorgamiento de los subsidios con cargo a impuestos federales.
A través de los presupuestos de egresos de la federación, el
Estado mexicano, prevé erogaciones por concepto de subsidios
y aportaciones, las cuales a partir del decreto aprobatorio del
Presupuesto de Egresos de la Federación para el ejercicio fiscal
de 1983, deben para ser otorgadas sujetarse a los siguientes
criterios: a) Otorgamiento selectivo, es decir, en función de su
contribución efectiva a la oferta de bienes, servicios e insumos
estratégicos o prioritarios. b) Los subsidios destinados a
desequilibrios financieros de empresas públicas, deberán
reducirse según lo disponga la política de precios y tarifas de
los bienes y servicios públicos. c) Los subsidios a los precios se
mantendrán únicamente en niveles de estímulo a los
productores con el fin de proteger el poder adquisitivo de los
consumidores. d) Los subsidios o aportaciones preferenciales
serán aquellos que se destinen a la capitalización de las
empresas públicas, a la formación de capital en ramas y sectores
básicos de la económica y al financiamiento de actividades
estratégicas en las que se generen recursos propios. c)
Prohibición de otorgar subsidios o aportaciones, cuando no se
especifiquen sus objetivos, metas beneficiarios destino,
temporaneidad y condiciones de los mismos.
Es así que la legislación de carácter fiscal y presupuestal
establece el principio según el cual las autoridades competentes,
con cargo al Presupuesto de Egresos de la Federación o
mediante el sacrificio del cobro parcial o porcentual de un
impuesto, conceden a los agentes privados de la economía un
apoyo de orden financiero a efecto de que, contribuyan a los
fines y objetivos que el Estado determina en materia de política
económica o de conducción del proceso de desarrollo.
Por otra parte, existe un solo antecedente en la legislación
administrativa vigente en que se utiliza el término subvención,
se trata de la LVGC, que en su c. XII establece disposiciones
sobre contratos y subvenciones. Conforme a éstas la Secretaría
de Comunicaciones y Transportes, cuando el interés público lo
exija y en ausencia de empresas mexicanas, esta facultada para
celebrar contratos con empresas de navegación extranjera para
el establecimiento de servidos públicos de transporte de
pasajeros y carga entre puertos mexicanos y extranjeros. En el
caso de estos contratos las subvenciones se conceden en favor
de las empresas a cambio de servicios que presten al gobierno
federal y al público. Los beneficios que así obtienen las
empresas beneficiarias consisten en franquicias especiales
aplicables en la prestación de servicios portuarios.

III. Una distinción entre el subsidio y la subvención podría


clarificar su concepto, La doctrina nos ofrece un criterio, Fiorini
sostiene que se subvenciona a una persona a una sociedad
mientras que se subsidia una actividad o gestión determinada, la
exportación y la importación, trátase en el segundo de una
actividad y no sobre una persona. La subvención solo es posible
cuando las arcas fiscales obtienen saldos favorables.
En la legislación reglamentaria que en México determina el
otorgamiento en lo particular de algunos subsidios, esta
distinción es válida particularmente con respecto a los subsidios
que se otorgan a las importaciones y exportaciones de
maquinaria y equipo destinados a producir manufacturas de
exportación. Una Ley de Subvenciones a la Marina Mercante
publicada en el «DO» del 11 de diciembre de 1930, en su «a.»
4o al referirse a los contratos de subvención que se celebren con
armadores de buques mercantes nacionales, establece las
respectivas subvenciones siempre que exista saldo en la partida
del Presupuesto de Egresos, que se destine a ese objeto. En esa
virtud el elemento de distinción que realmente proporciona la
legislación administrativa, entre subsidio y subvención radica
en que a cambio de una subvención ss exige una
contraprestación del beneficiario de la franquicia o apoyo
económico y en los subsidios por el contrario, las erogaciones y
sacrificios fiscales no suponen contraprestación alguna. Así
también, la distinción en el sentido de que la subvención se
dirige a personas y empresas individualmente consideradas y no
a las actividades, puede constatarse en el cada vez más
frecuente caso de subsidios a las actividades económicas
prioritarias de la legislación de fomento en México.
Desde el punto de vista de la interpretación de los jueces de
algunas disposiciones jurídicas que regulan el otorgamiento de
los subsidios, éstos adquieren una connotación del acto
administrativo muy cercana a la que Gabino Fraga da de
subvención. En efecto, una tesis jurisprudencial del Tribunal
Fiscal de la Federación al referirse a los subsidios que concedía
el «a.» 11 bis del Código Aduanero sobre impuesto a la minería,
lo equipara a la franquicia del impuesto que consiste en la
reducción del tributo sobre la tasa del impuesto general y no
sobre los impuestos adicionales establecidos por la Ley de
Ingresos, afirmando por último que los subsidios a los
impuestos mineros, no pueden extenderse a otros impuestos, en
el caso concreto al impuesto a la exportación.
En diversas resoluciones aisladas de la sala superior del citado
Tribunal Fiscal, es posible encontrar otras características de los
subsidios que en cierta medida contribuyen a esbozar una
definición del subsidio Así, p.e., en tres de las resoluciones
estudiadas sobre el particular, se advierte que las personas
merecedoras del beneficio de algunos subsidios, que realizan
determinadas actividades productivas en virtud de mandato
expreso de la ley, y una vez cumplidos los requisitos que a este
respecto se le exigen, tiene de su parte el derecho de exigirle a
la autoridad que se le s conceda Igualmente , la producción de
bienes de consumo popular, por ser estos considerados social y
nacionalmente necesarios, en los términos del a 2o de decreto
presidencial que faculta a la Secretaría de Comercio para
estimular la producción y distribución de artículos básicos (D0
24 de enero de 1977), está subsidiada únicamente en lo que
concierne a la fabricación de tales bienes y no de los insumos
que para la misma se utilicen.

IV. De todo lo anterior se sigue que hay un concepto amplio de


subsidio, en virtud del cual debe entenderse como una especie
de la subvención que supone el otorgamiento de beneficios de
orden presupuestal y fiscal a las actividades económicas de
particulares y empresas públicas con fines de fomento y de
disuación para efectos de los objetivos que persigue el Estado
en la conducción del proceso de desarrollo.
En sentido estricto debe entenderse como subsidio al acto
administrativo que confiere y reconoce a los agentes privados
de la economía en favor de una actividad productiva
determinada, un beneficio de orden económico que es exigible
frente al Estado, conforme a las disposiciones legales o
reglamentarias que ordenan su otorgamiento.
Para concluir, es conveniente poner de relieve el punto de vista
de Garrido Falla en la doctrina española, en el sentido de que el
carácter de acto administrativo unilateral que caracteriza el
otorgamiento de los subsidios, tiende a desaparecer ante las
técnicas que el Estado utiliza en el campo de la planeación
económica y particularmente, tratándose de la concertación de
acciones entre particulares y el Estado. El desenvolvimiento
futuro de la planeación en México y particularmente en lo que
se refiere a la estrategia de disuación de los agentes privados de
la economía frente a los objetivos y metas de los planes de
desarrollo, permite suponer que sin duda, dicha estrategia
seguirá apoyándose ampliamente en la técnica de los subsidios,
razón por la cual en el ámbito del derecho administrativo
económico surge, acerca de los subsidios, un amplio campo de
estudio y de formación teórica por explorar.

SUPLENCIA DE LA QUEJA
I. Se puede caracterizar como el conjunto de atribuciones que se
confieren al juez del amparo para corregirlos errores o
deficiencias en que incurran los reclamantes que, por su
debilidad económica y cultural, carecen de un debido
asesoramiento, y que puede extenderse, como ocurre en el
proceso social agrario, a los diversos actos procesales de la
parte débil incluyendo el ofrecimiento y desahogo de los
medios de prueba.

II. Esta institución pertenece al género del principio iura novit


curia, es decir, que el juez conoce el derecho y debe aplicarlo
aún cuando las partes no lo invoquen, y se introdujo en el texto
original de ia «fr.» II del a 107 de la C de 1917 con el propósito
de corregir los excesos del diverso principio de ''estricto
derecho'', que implica, por el contrario, que el juez del amparo
debía sujetarse estrictamente a los términos de la demanda sin
poder ampliar ni suplir nada en ella, particularmente tratándose
de la impugnación de las sentencias dictadas en materia civil,
como posteriormente se estableció de manera expresa en el «a.»
79 de la «LA» de 1936, de acuerdo con los lineamientos del
«CFPC» de 1908.
La referida suplencia se limitaba de manera exclusiva a la
facultad otorgada a la «SCJ» en el juicio de amparo en materia
penal, cuando encontraba que hubiese habido en contra del
quejoso una violación manifiesta de la ley que lo hubiese dejado
sin defensa, o que se le había juzgado por una ley que no eta
exactamente aplicable al caso, y que solo por torpeza no se
había combatido debidamente la violación, disposición que fue
reproducida en el segundo pfo. del «a.» 93 de la «LA» de 18 de
octubre de 1919, y posteriormente también en el segundo pfo.
del texto original del «a.» 76 de la LA.
En las reformas constitucionales y legales que entraron en
vigor en mayo de 1951, se adicionó tanto la citada «fr.» II del
«a.» 107 de la C como el mencionado a 76 de la «LA» para
ampliar la suplencia, que como se ha dicho se podía aplicar solo
por la «SCJ» en beneficio del acusado en materia penal, en dos
direcciones: en primer lugar para otorgar dicha atribución a los
jueces de distrito y a los tribunales colegiados estos últimos
creados con motivo de dichas reformas), y en segundo término,
para extender esa tutela en beneficio de la parte trabajadora en
el juicio de amparo laboral, cuando hubiese habido una
violación que lo hubiese dejado sin defensa, y también para
proteger al quejoso que impugne un acto que se apoye en una
ley declarada inconstitucional, por la jurisprudencia obligatoria
de la SCJ.
En los tres supuestos mencionados, es decir en materia penal,
laboral y tratándose de leyes inconstitucionales de acuerdo con
la jurisprudencia obligatoria de la «SCJ», la suplencia de la
queja constituye una facultad del juez del amparo y no tiene
carácter obligatorio para el mismo.
III. Un desarrollo considerable de la institución se debió a una
nueva reforma constitucional al «a.» 107, «fr.» II de la C en
octubre de 1962, reglamentada por la modificación a la «LA»
de 5 de febrero de 1963, que introdujo como una protección
obligatoria, la suplencia de la queja en beneficio de los
campesinos sujetos al régimen de reforma agraria, es decir de
los ejidatarios, comuneros y los respectivos núcleos de
población tratándose de los derechos colectivos agrarios. Se
consideraron tan importantes las disposiciones tutelares de este
sector social, sobre varios aspectos procesales, además de la
mencionada suplencia, que modificó nuevamente dicha «LA» el
28 de mayo de 1976, para dividir dicho ordenamiento en dos
libros, que antes no existían, el primero para el amparo en
general y el segundo para el amparo en materia agraria, en
realidad solo al utilizado por los referidos campesinos sujetos a
la reforma agraria y que, por lo mismo, ha recibido la
denominación de ''amparo agrario ejidal y comunal'' o ''amparo
social agrario''.
En la reforma del 29 de octubre de 1974, se amplió la
suplencia de la queja también con carácter obligatorio, en
relación con los juicios de amparo solicitados por menores o
incapacitados.
Todo este desarrollo culminó en la reforma a la «LA»
promulgada el 26 de abril y publicada el 20 de mayo de 1986,
en la cual se adicionó dicho ordenamiento con el «a.» 76 bis en
el que además de precisarse la citada suplencia de la queja en
los juicios de amparo anteriormente mencionados, se extendió
dicho instrumento a otras materias cuando se advierta que ha
habido en contra del promovente o del particular recurrente una
violación manifiesta de la ley que lo haya dejado en defensa.

IV. En la .actualidad podemos dividir ia suplencia de la queja


en dos categorías, es decir, en todas las otras materias por una
parte, y en un segundo sector, con caracteres más extensos, en
el amparo social agrario.
Por lo que se refiere al primer aspecto, el texto vigente del «a.»
76 bis de la «LA», establece como lineamientos generales, que
la suplencia de la queja es siempre obligatoria para el juez del
amparo y respecto de los errores o defectos de los conceptos de
violación expresados en la demanda, así como los de los
agravios formulados en los recursos que el mismo ordenamiento
establece.
Dicha institución debe aplicarse en cualquier materia cuando
el acto reclamado se funde en leyes declaradas
inconstitucionales pot la jurisprudencia obligatoria de la SCI (fr
I) en el amparo penal la citada suplencia es procedente inclusive
en ausencia de conceptos de violación o de agravios del
procesado (fr. II); en asuntos laborales dicho instrumento sólo
se aplica en favor del trabajador (fr. IV) la suplencia opera en
beneficio de los; menores de edad o incapaces (fr. V), y
finalmente y como se había señalado, en otras materias, cuando
el juzgador advierta que ha habido en contra del quejoso o del
particular recurrente, una violación manifiesta de la ley que lo
hubiese dejado sin defensa, lo que significa que se ha superado
la tradicional exclusión de este instrumento titular respecto de
los amparos civiles y administrativos (fr. VI).
El segundo sector está constituido por la suplencia establecida
en beneficio de los campesinos sujetos al régimen de la reforma
agraria, que no sólo comprende las correcciones de los defectos
de la demanda, y de otras instancias de dichos campesinos, sino
que también abarca la aportación de oficio de las pruebas que el
juez considere necesarias para determinar la veracidad de los
hechos alegados por las partes («aa.» 76 bis, «fr.» III y 225 de
la LA).

V. Nos referimos en forma especial a la suplencia de la queja en


materia social agraria, por ser, la más avanzada en cuanto a las
facultades y obligaciones del juzgador.
Al respecto podemos destacar que el «a.» 227 de la LG
establece que la suplencia de la queja debe aplicarse a las
exposiciones, comparecencias' y alegatos formulados por los
mencionados campesinos ya sea como quejosos o como terceros
interesados.
En materia probatoria los «aa.» 225 y 226 de la propia «LA»
consagran no solo la facultad sino también la obligación del
juez del amparo para recabar de oficio, además de las pruebas
que aporten las partes (las autoridades agrarias deben enviar
toda la documentación que poseen relacionada con la
controversia, según los «aa.» 223 y 224 del propio
ordenamiento) que pueden beneficiar a los referidos
campesinos, y además decretar las diligencias que estimen
necesarias para precisar los derechos agrarios de los núcleos de
población o de los ejidatarios o comuneros, así como la
naturaleza y efectos de los actos reclamados.
Un precepto que debe destacarse es el contenido en el citado
«a.» 225 de la «LA» en cuanto dispone que el juez o tribunal
del amparo debe resolver sobre la inconstitucionalidad
(ilegalidad en la mayoría de los casos) de los actos reclamados,
tal como se hayan probado aún cuando sean distintos de los
invocados en la demanda, si ello beneficia a los campesinos
sujetos al régimen de la reforma agraria, lo que constituye una
excepción a la regla general contenida en el a, 78 de la misma
«LA», según el cual, en las sentencias que se dicten en los
juicios de amparo, el acto reclamado se apreciará tal como
aparezca probado ante las autoridades demandadas, y no se
tomarán en consideración las pruebas que no se hubieren
rendido ante dichas autoridades para comprobar los hechos que
motivaron o fueron objeto de la resolución impugnada.
Sin embargo, este último precepto establece una segunda
excepción en beneficio de los menores o incapaces, respecto de
los cuales también procede la suplencia de la queja como se ha
señalado con anterioridad, pues en este supuesto el juez podrá
aportar de oficio las pruebas que estime pertinentes.

SUPREMA CORTE DE JUSTICIA DE LA


NACIÓN
I. El Acta Constitutiva de la Federación, de 31 de enero de
1824, se limitaba a disponer en su «a.» 18 que el Poder Judicial
Federal se ejercería por una Corte Suprema de Justicia. Por
decreto de 27 de agosto de 1824, el Congreso Constituyente dio
las bases sobre las que se establecerla la Corte Suprema de
Justicia finalmente, se adoptó la Constitución Federal de los
Estados Unidos Mexicanos el 4 de octubre de 1824. En el «a.»
123 de dicha carta fundamental se decía que el Poder Judicial
de la Federación se depositiba en una Corte Suprema de
Justicia, en los tribunales de circuito y en los juzgados de
distrito.
La «SCJ» se integraba con 11 ministros, distribuidos en tres
salas, y un fiscal (el legislativo federal podía aumentar el núm).
Eran vitalicios. La elección la hacían las legislaturas locales,
mediante un procedimiento que era calificado por el Congreso
de la Unión.
De conformidad con lo dispuesto en el «a.» 137 constitucional,
la «SCJ» era competente para conocer de: a) las controversias
en que fuera parte cualquier entidad federativa b) lo referente a
los contratos y negocios en que el gobierno federal fuera parte,
c) opinar sobre el ''pase'' o ''retención'' a letras pontificias,, d)
conflictos dé competencia judicial: e) decidir en última
instancia los juicios políticos de responsabilidad en contra del
presidente y el vicepresidente de la República, gobernadores y
secretarios de Estado; f) causas de almirantazgo g) ofensas
contra la nación: h) delitos de los senadores y diputados
federales (previo desafuero), así como de los empleados de
Hacienda y del Poder Judicial; i)causas civiles y penales de los
agentes diplomáticos y cónsules, y sus infracciones de la
Constitución y leyes generales.
De acuerdo con lo dispuesto en el decreto de 27 de agosto de
1824. Antes citado, el 1o de noviembre del mismo año, las
legislaturas locales procedieron a elegir ministros y fiscal de la
SCJ. Aunque el «a.» 15 del mismo decreto, disponía que el 1o
de diciembre el Congreso de la Unión debería hacer la
declaratoria de quiénes habían sido electos para ocupar los
cargos de ministros de la «SCJ»; no fue sino hasta el 23 de
diciembre de 1824 cuando se dieron a conocer los nombres de
las personas que desempeñarían esos puestos.
El Congreso federal designó como primera generación de
ministros de ese alto tribunal a los señores: Miguel Domínguez
(el corregidor de Querétaro), José Isidro Yañez, Manuel de la
Peña y Peña, Juan José Flores Alatorre, Pedro Vélez, Juan
Gómez Navarrete, Juan lgnacio Godoy, Francisco Antonio
Tarrazo, José Joaquín Avilés y Quiroz, Antonio Méndez y Juan
Raz y Guzmán. Resultando como presidente el primero y
vicepresidente el señor Godoy. El orden de antigüedad quedó
fijado en el mismo sentido que hemos puesto los nombres.
Como ministro fiscal se nombró a Juan Bautista Morales.
La creación de la «SCJ» trajo consigo la desaparición de la
antigua Audiencia de México, por lo que cada estado tuvo que
crear un tribunal superior, junto con los juzgados de primera
instancia para la ciudad de México y su distrito judicial, se
habían establecido seis juzgados de letras desde la legislación
gaditana sin embargo, con la suspensión de la audiencia, dicha
capital se quedó sin tribunal superior, por lo que las apelaciones
y demás recursos ordinarios que se originasen en dichos
juzgados capitalinos deberían ser resueltos por la propia «SCJ»,
mientras no se creara un tribunal de alzada para el Distrito
Federal (lo que ocurrió hasta 1855).
Ello suena lógico, pues si consideramos que aún no se había
creado el juicio de amparo y que los asuntos propios que en
aquel entonces se otorgaron a la competencia del máximo
tribunal del país eran muy pocos realmente y si a ello
agregamos el deplorable estada que guardaba la hacienda
pública federal, vemos que no tenía mucho sentido crear un
tribunal superior para el Distrito y territorios federales.
Regresando al tema de la organización del máximo tribunal
del país, vemos que no fue sino hasta el 14 de febrero de 1826
cuando el Congreso de la Unión doto de ley orgánica a la
«SCJ», aunque no le dio ese nombre sino el de Bases para el
Reglamento de la Suprema Corte, ya que, como lo disponía el
«a.» 19 de esas Bases, la propia «SCJ» debería confeccionar su
reglamento y los aranceles judiciales, los que tendrían que ser
aprobados por los otros dos Poderes; para ello, el Congreso
Federal dio estas Bases, con teniendo los lineamientos generales
de organización interna de la «SCJ»; razón por la cual
consideramos que realmente venía a ser su ley orgánica, en el
sentido que ahora le damos a este término.
Conforme a lo anterior, el Congreso de la Unión aprobó el lo
de mayo del mismo año el Reglamento que debe observar la
Suprema Corte de Justicia de la República, de acuerdo con el
proyecto formulado por sus ministros y aceptado por el
Ejecutivo. Mientras tanto, la «SCJ» se gobernó internamente
por lo dispuesto en el Reglamento del Supremo Tribunal de
España, en lo que no se opusiera al incipiente sistema jurídico
mexicano.

II. Con motivo de la adopción del régimen centralista recogido


por las Bases Constitucionales de 1835, lógicamente se tuvo
que restructurar todo el aparato judicial, como de hecho con
posterioridad lo realizó la quinta Ley constitucional de 1836, en
efecto, el Poder judicial de la República Mexicana se depositaba
en la Corte Suprema de Justicia, los tribunales superiores de los
departamentos, los de Hacienda y los juzgados de primera
instancia, mismos que vinieron a ser reglamentados por la ley
para el Arreglo Provisional de la Administración de Justicia en
los Tribunales y Juzgados del Fuero Común, de 23 de mayo de
1837. Por lo que tocaba a la «SCJ», al igual que en 1824 ésta se
componía de once ministros y un fiscal, todos ellos nombrados
de la misma manera que al presidente de la República, es decir,
en Junta del Consejo de Ministros, el Senado y la Alta Corte de
Justicia (sic) formularían cada uno una terna que remitirían a la
Cámara de Diputados, la cual, dentro de los nominados en esas
ternas, obtendría a su vez una nueva terna, la que se remitiría a
las diversas juntas departamentales para que eligieran un
individuo, saliendo electo el que obtuviera el mayor núm. de
votos; todo este procedimiento sería calificado por los
integrantes de la Cámara de Diputados y del Senado, reunidos
en Congreso General.
En síntesis, podemos decir que durante la primera etapa del
siglo XIX, la «SCJ» se constituyo con 11 ministros, integrando
tres salas, aparte del fiscal. En la C de 1857 y le agregaron 4
ministros supernumerarios. Por reformas constitucionales de 22
de mayo de 1900, dicha «SCJ» se reorganizó con 15 ministros
numerarios, los cuales podían integrar pleno o salas,
desapareciendo la clase de supernumerarios, lo cual se explica
por la creación del juicio de amparo el cual era resuelto en todos
los casos por ese alto tribunal.

III. La C de 1917 dispuso en su «a.» 94 que la «SCJ» se


integrara con 11 ministros y que funcionara únicamente en
pleno. Por reformas de 20 de agosto de 1928 se aumento la
planta de ministros a 16 y se dispuso que trabajaran en pleno o
en salas creándose tres de éstas -en materia administrativa,
penal y civil- con 5 ministros cada una, ya que el presidente no
integraba sala. Posteriormente, el 15 de diciembre de 1934, se
agregaron 5 ministros y una sala (en materia laboral). Así
estuvieron las cosas hasta llegar a la reforma de 1951 que creó 5
plazas de ministro supernumerario, mismos que suplirían a los
numerarios en sus ausencias temporales y que integrarían
provisionalmente una sala auxiliar se crearon además los
tribunales colegiados de circuito para ayudar a la SCJ en ciertos
asuntos.
Las necesidades de nuestra creciente sociedad desbordaron
muy pronto estas medidas, y para aliviar el rezago, de nuestra
SCJ se tuvieron que tomar hacia 1968, nuevas y radicales
medidas. En esta ocasión se modificó el sistema de reparto de
competencias entre la SCJ y los tribunales colegiados de
circuito abandonando la distinción de errores in procedendo y
errores in iudicando por la competencia en razón de la cuantía y
se dio carácter permanente a la sala auxiliar. En resumen, la
SCJ cuenta con 26 ministros: 21 numerarlos y 5
supernumerarios; los primeros integran el pleno y las cuatro
salas numerarias (excepto el presidente que no integra sala) y
los otros 5 forman la sala auxiliar, aparte de sustituir a los
numerarios en sus ausencias.

IV. Para ser ministro de la SCJ se necesita: ser ciudadano


mexicano por nacimiento en pleno ejercicio de sus derechos
políticos y civiles; tener más de 35 y menos de 65 años el día de
la designación; tener título de licenciado en derecho con
antigüedad mínima de 5 años; gozar de buena reputación y no
haber sido conde nado por delito de robo, fraude, falsificación,
abuso' de confianza u otro que lastime la buena fama en el
concepto público, así como aquel que amerite pena corporal de
mas de un año de prisión, y haber residido en el país durante los
últimos 5 años, salvo ausencia en servicio de la República por
un tiempo menor de 6 meses.
Todos los ministros -numerarios y supernumerarios- son
designados por el presidente de la República, con aprobación
del Senado, y en sus recesos por la Comisión Permanente, esta
designación no se hace por un tiempo determinado; cesan
cuando cumplen 70 años, aunque pueden renunciar antes por
causas graves ante el presidente de la República con aprobación
del Senado o de la Comisión Permanente.
Se ha hecho costumbre que en la designación de ministros se
siga cierto orden, ya que generalmente se escogen entre los
magistrados de los diversos tribunales de la República, aunque
también se dan excepciones.

V. El pleno tiene funciones jurisdiccionales y administrativas.


Entre las primeras destacan: conocer y resolver los recursos de
revisión, queja y reclamación en amparo contra leyes federales,
cuando no exista jurisprudencia sobre el particular, la denuncia
de contradicción de tesis entre dos o mas salas de la «SCJ»; y
las demás a que hace referencia el «a.» 11 de la «LOPJF», que
se refiere fundamentalmente a los litigios entre la federación y
los estados y de éstos entre si. Por otro lado, entre las funciones
administrativas del pleno, reguladas en el «a.» 12 de la
«LOPJF», destacan todas las relativas al gobierno interno del
Poder Judicial federal, nombrar y ratificar a jueces y
magistrados del propio poder así como su destino, crear
juzgados y tribunales supernumerarios.
Corresponde a las cuatro salas numerarias conocer los amparos
directos y recursos de revisión en amparos indirectos, así como
los correspondientes recursos de queja y reclamación, en razón
de la materia y cuantía que establece la «LOPJF» (la primera
sala conoce la materia penal; la segunda la materia
administrativa; la tercera la materia civil, y la cuarta la materia
laboral); también los recursos de revisión, queja y reclamación
en los amparos contra leyes que; no correspondan al pleno.
La sala auxiliar conoce y resuelve los asuntos que para tal fin
le remiten las salas numerarias.

VI. La SCJ cuenta con los siguientes funcionarios para el buen


despacho de sus negocios: secretario general de acuerdos,
subsecretario de acuerdos, oficial mayor, contralor general,
subcontador, tesorero general, subtesorero, directores generales,
directores y subdirectores de dependencias como «SJF»,
Compilación de Leyes, Estudios Administrativos, Recursos
Humanos, Programación y Presupuesto, Servicios De Computo
y de las demás autorizadas por el presupuesto. También
actuarios, notificadores y empleados necesarios para el
despacho, designados por el pleno.
En cada sala hay: un secretario de acuerdos, secretario para
asuntos administrativos, secretarios de estudio y cuenta,
actuarios y demás personal subalterno que fije el presupuesto,
todos ellos designados por la sala correspondiente.
Existe además, una Comisión de Gobierno y Administración,
integrada por el presidente de la SCJ y dos ministros numerarios
nombrados por el pleno, así como otras comisiones
permanentes, como son la Sustanciadora y la Mixta de
Escalafón. Se ha creado también un Instituto de Especialización
Judicial.

TENTATIVA
I. En principio cuando concurren todos los elementos del tipo,
se dice que el delito está consumado, y corresponderá la
aplicación de la pena prevista en el «CP» para cada tipo de la
parte especial....
Castigar la tentativa supone una extensión de la punibilidad lo
que sólo será posible si concurren los requisitos que establece el
«a.» 12 del «CP». Por consiguiente, las prescripciones relativas
a la tentativa son dependientes de su relación con un tipo penal
concreto.

II. Etapas de concretación del delito (iter criminis). Desde que


el sujeto decide el delito hasta que lo concreta, hay una sucesión
de etapas. El problema consiste en saber cuando comienzan las
etapas merecedoras de pena.
1) La mera decisión no es punible (cogitationis poenam nemo
patitur).
2) Consiguientemente será necesario que el sujeto realice una
acción.
Pero no todas las acciones son punibles. Hay acciones que no
causan lesiones socialmente intolerables, como las que preparan
el hecho (p.e., averiguar la oportunidad, preparar los medios,
etc.). Esas acciones preparatorias son en principio impunes
porque es insuficiente su contenido delictual, como por su
escasa captabilidad real.
Hay excepciones en los casos de preparación de determinados
instrumentos, co mo p.e., la tenencia de armas de un calibre
superior al autorizado (pero esa tenencia se castiga porque por
si realiza un tipo, y no como tentativa del delito que se tenía
pensado consumar con dichas armas).
3) Un hacer punible se inicia cuando el autor comienza a
ejecutar la acción ético-socialmente intolerable. Es la tentativa.
Ello es así porque lo injusto no es solamente la lesión de bienes
jurídicos (producción de resultados disvaliosos) sino también el
disvalor de la acción descrita en los tipos (en este sentido p.e.,
el tipo de homicidio no se ha legislado tan solo porque sea
injusto causar la muerte sino también porque es injusta la acción
de matar, aunque no se cause la muerte, como sucede en la
tentativa). La acción de quien consuma y la acción de quien
intenta pero no consuma, si prescindimos del resultado, es la
misma.
4) La medida máxima de punibilidad es el delito consumado, o
sea el cumplimiento completo del tipo. La tentativa tiene pena
más benigna («a.» 63 del «CP») en razón de que se supone que
la fuerza delictual de la voluntad es menor.
5) La tentativa de delito culposo no es punible. El «a.» 12 del
«CP» establece que la tentativa es punible cuando se ejecutan
hechos encaminados directa e inmediatamente a la realización
de un delito.

III. Concepto de tentativa. El delito será tentativo cuando el


autor dolosamente haya dado comienzo a la ejecución, pero no
lo consuma por circunstancias ajenas a su voluntad («a.» 12 del
«CP»). Este concepto rige tanto para el caso en que la
consumación no se produzca porque la acción no resultaba
adecuada para la realización integra del tipo (tentativa
inidónea), como para el caso de que la acción tuviera
materialmente posibilidad de consumar el delito (tentativa
idónea) ''p.e., el delito de robo no se consuma por circunstancias
ajenas a la voluntad del autor, tanto cuando no encuentra la cosa
de la que iba a apoderarse en el lugar donde supuso
erróneamente que estaría (tentativa inidónea), como cuando el
autor es sorprendido con la cosa, antes de salir de la esfera de
custodia del dueño (tentativa idónea). En ambos casos se
cumple la hipótesis prevista en el «a.» 12 del «CP».
En la tentativa no se cumple totalmente el tipo objetivo. En
cambio debe existir totalmente el tipo subjetivo (dolo). No hay
dolo de tentativa. En consecuencia, si el tipo consumado admite
el dolo eventual es viable la tentativa de ese delito con dolo
eventual.
IV. Fundamento de la punibilidad de la tentativa, Responder a
la pregunta de por que se castiga la tentativa, ha dado lugar a
diversas teorías.
Teoría objetiva (tiene origen en el sistema causal de la acción).
Para esta teoría el delito consumado se castiga porque supone
lesión de bienes jurídicos. Por consiguiente la tentativa se
castiga porque supone poner en peligro el bien jurídico.
teoría subjetiva (tiene origen en la teoría de la acción finalista).
Esta teoría pone énfasis en el delito consumado no sólo en la
lesión sufrida por el bien jurídico, sino en el disvalor de la
acción. El fundamento de punibilidad de la tentativa también se
nutre de ese disvalor de la acción.
Esta teoría explica mejor el fundamento de punibilidad de las
tentativas inidóneas, porque en ellas el bien jurídico no corre
ningún peligro.
De todos modos, hay que aclarar que no se trata de una teoría
puramente subjetiva, pues se requiere también que el autor,
haya comenzado exteriormente la ejecución del hecho. Es
importante señalar que el «CP» en su «a.» 12 establece que para
imponer la pena de la tentativa, los jueces tendrán en cuenta la
temibilidad del autor, factor netamente subjetivo.

V. Elementos de la tentativa. I) Que el tipo objetivo no se haya


realizado totalmente. El defecto del tipo objetivo puede referirse
a cualquiera de sus elementos. Puede darse cuando falta una
característica del sujeto pasivo (p.e., la víctima de estupro tiene
mas de 18 años como requiere el «a.» 262 del «CP»), co mo que
falte cambio en el mundo exterior, en los delitos de resultado
(p.e., errar el disparo por lo que no se produce la muerte en el
homicidio).
2) Que el tipo subjetivo exista total. mente. Dice el «a.» 12 del
«CP» que por la tentativa se exterioriza la resolución de
cometer un delito, lo que muestra que debe existir el dolo de
consumario.
3) Que haya por lo menos comienzo de ejecución, El
comienzo de ejecución es lo que distingue la tentativa de los
actos preparatorios, o sea el comienzo de la punibilidad
(tentativa) de la impunidad (actos preparatorios). El problema
es saber cuando hay en el caso concreto, comienzo de
ejecución.

VI. Delimitación entre actos preparatorios y tentativa


(¿comienzo de ejecución?). Para resolver este problema se han
enunciado distintas soluciones, que tienen origen en la diversa
fundamentación de la punibilidad de la tentativa.
1) Teoría formal objetiva. Dice que hay comienzo de ejecución
cuando el autor ha realizado una parte de la acción de ejecución
misma, como, p.e., apretar el gatillo. Ello en razón de que desde
ese momento el bien jurídico corre peligro.
2) Teoría material-objetiva. Incluye cualquier acción que
implique un peligro in. mediato para el bien jurídico.
El sistema es el siguiente: se parte de la acción típica y se
pregunta de acuerdo al plan del autor (no desde el punto de vista
de un espectador) cuando el autor penetra en el núcleo del tipo
(cuándo comienza a matar, a apoderarse, etc.).
P.e. el autor instala un dispositivo para matar que debe
accionar un tercero inocente. En ese caso el autor se desprendió
del hecho con la instalación del dispositivo. De acuerdo a la
teoría formal objetiva no habría principio de ejecución, De
acuerdo a la teoría material objetiva, ¿habría principio de
ejecución? Es dudoso. El problema es ¿cuando se penetra en el
núcleo del tipo?
3) Teoría subjetiva: hay comienzo de ejecución, cuando de la
acción resulta inequívoca la meta del propósito delictuoso Si se
admite la punibilidad de la tentativa inidónea, la base del
sistema no puede ser el peligro que haya corrido el bien
jurídico.
4) Teoría que conjuga elementos objetivos y subjetivos (parte
de la teoría subjetiva y es sostenida por Welzel, Jescheck y
Schmidhauser). Debe entenderse que hay comienzo de
ejecución cuando el autor ha iniciado a realizar una acción que
según su plan, implica ponerse directamente en la realización de
la acción típica, si desde el punto de vista de la experiencia
general, es una parte constitutiva de la acción típica.

VII. Autoría mediata, En los casos de autoría mediata hay que


distinguir, según se actúe mediante tercero inocente o cómplice
doloso. a) Si se actúa mediante autor inmediato inocente, hay
principio de ejecución cuando el autor desprende de su mano el
hecho.
b) Si se actúa mediante cómplice doloso, cuando el cómplice
da comienzo a la ejecución del hecho.

VIII. Tentativa inidónea. A) Hipótesis de tentativas inidóneas.


I) Inidoneidad en los medios. Es el caso de quien pretende
envenenar con azúcar. También pertenece a esta categoría la
tentativa cometida con medios mágicos o supersticiosos.
Corresponde hacer un distingo en orden a la punibilidad, pues
si bien en general la tentativa con inidoneidad en los medios es
punible, la tentativa supersticiosa no lo es. El fundamento de la
punibilidad es diverso según la teoría que se sustente (se puede
hoy admitir que en la tentativa supersticiosa no hay principio de
ejecución, pues según la experiencia general no es parte de la
acción típica).
2) Inidoneidad del objeto. Se trata de casos en los que la
acción recae sobre un objeto que no permite la consumación o
en los casos en que el objeto falta totalmente, p.e., tentativa de
aborto en mujer no embarazada, tentativa de homicidio del que
clava el puñal en la almohada, creyendo que era la víctima, que
había salido de la casa, horas antes.
3) Inidoneidad del autor. Es cuando el autor sin la calidad que
el tipo requiere, realiza la acción descrita en la ley, p.e., el que
en la creencia de ser funcionario, recibe una dádiva («a.» 217,
«fr.» I, del «CP»). La solución de estos casos es muy discutida,
depende del criterio que se tenga respecto a qué clase de
requisito es la calidad del autor.
a) Si la calidad de autor es un requisito del tipo, entonces
quien se encuentra en tal situación habrá realizado una tentativa
inidónea, por inidoneidad del autor que es punible. En efecto, el
delito no se habrá consumado porque faltará un requisito del
tipo objetivo (Schonke Schroder; Bmns, Mauracll, Mezger-
Beli).
b) La doctrina correcta es que la calidad del autor requerida en
los delitos especiales no es un requisito del tipo, sino que es un
elemento de la autoría, pues determina la existencia de un deber
especial para el sujeto.
Quien se encuentra en esa situación, dice Armin Kaufmann, en
realidad no tiene la obligación (el deber) que cree tener
Entonces sería un caso de error de prohibición al revés, o sea un
delito putativo (impune) (Baumann, Armin Kaufmann,
Schmidhauser, Welzel).
B) Límites de punibilidad de la tentativa inidónea. La tentativa
inidónea se castiga porque supone una acción dirigida a
concretar un delito, que revela una manifestación de voluntad
seriamente peligrosa para el orden jurídico (es lo que hemos
llamado disvalor de la acción). Consiguientemente, deben
quedar excentas de pena las tentativas que no son seriamente
peligrosas. El problema es determinar cuándo una tentativa es
seriamente peligrosa, para determinar los límites de punibilidad.
1) Teoría objetiva. a) En su forma antigua, distingue entre
tentativa absolutamente inidónea (p.e., pretende matar con
azúcar) y relativamente inidónea (p.e., pretender matar con una
dosis insuficiente de veneno). Quien determina si una tentativa
es absoluta o relativamente inidónea es el juez en el momento
de dictar sentencia (es una valoración ex post facto).
b) Teoría objetiva moderna (Liszt-Hippel). La tentativa es
peligrosa si un hombre comprensivo hubiera considerado
probable el resultado en el momento del hecho. O sea que es un
juicio exante (en el momento del hecho) y el punto de vista que
se toma en cuenta no es el del juez, sino el de un hombre
comprensivo, p.e., tentativa de homicidio con un arma de fuego
descargada secretamente. Teoría antigua: contestaría que no se
debe castigar por absolutamente inidónea. Teoría moderna
respondería que merece pena, porque es seriamente peligrosa.
2) Teoría subjetiva, sostiene que no importa que la acción sea
objetivamente peligrosa. Para el derecho es peligrosa esa
voluntad que con su acción cree iniciar la ejecución de un
delito, No importa si el medio o el objeto son inidóneos, lo
importante es que el autor los tomó por idóneos (p.e., revelan
peligrosidad las tentativas de aborto de mujer no embarazada o
de homicidio de un cadáver).
Esta teoría abandona el sistema de la acción causal, que da
bases a las teorías objetivas, que reposan sobre la idea de que el
delito consumado se castiga porque lesiona bienes jurídicos y la
tentativa porque los pone en peligro. La teoría subjetiva sostiene
que respecto de la tentativa inidónea, el acento nunca puede
estar en la puesta en peligro de bienes jurídicos, pues en los
casos de inidoneidad, jamás lo corren. El fundamento es el
disvalor de la acción.
Esta teoría aplicada hasta sus últimas consecuencias debería
implicar el castigo de toda tentativa inidónea; sin embargo
acepta también que la punibilidad requiere cierto margen de
inidoneidad, con base en la afirmación de que cuanto más
idónea es la tentativa, más fuerte es la energía delictual. Por ello
no es punible la tentativa supersticiosa, dado que tal voluntad
no conmueve al derecho.
C) Principio de ejecución. La tentativa inidónea también
requiere principio de ejecución, p.e., si se trata de una tentativa
inidónea de mujer embarazada que pretende abortar tomando un
té inocuo es preciso que lo tome.
D) Falta de tipo. Hay autores que sostienen que la tentativa es
punible cuando falta el resultado típico, y que en cambio no lo
es cuando lo que falta es cualquier elemento del tipo que no sea
el resultado. El argumento es que en ese caso, desde el
comienzo de la acción, hay carencia de tipo (Graf zu Dohna),
p.e., quien se apodera de una cosa propia, creyendo que es ajena
(una especie de error de tipo al revés).
En realidad, la acción, tal como se la propuso el sujeto es un
injusto punible, y consiguientemente en el ejemplo habrá una
tentativa punible.
E) Delito putativo. En este caso el error no recae sobre el tipo,
sino sobre una norma (es un error de prohibición al revés), p.e.,
el sujeto que cree que la práctica homosexual es delito y en esa
creencia la práctica. Tal acción no es punible, porque el hecho
objetivamente no es delito, y superior no puede producir una
punibilidad no existente. Es muy común en los delitos
especiales, p.e., quien no es funcionario y realiza una acción
típica de tal, como un cohecho pasivo. No es punible. Se trata
de un caso de inidoneidad del sujeto activo.
Los casos de inidoneidad del objeto (tentativa de aborto de
mujer no embarazada) son punibles.
IX Desistimiento. Por reforma de 14I-1985 al «a.» 12 del
«CP» no se impondrá pena ni medida de seguridad alguna al
sujeto que desista espontáneamente de la ejecución o impida la
consumación del delito, por lo que a este se refiere, sin perjuicio
de aplicar la que comprenda a los actos ejecutados u omitidos
que constituyen delito por sí mismos.
El texto de la ley muestra claramente que el desistimiento
procede tanto si se detiene la ejecución antes de completarse
(tentativa inacabada) como si se impide la consumación una vez
completada la ejecución (tentativa acabada). La voluntad de
desistir puede provenir del arrepentimiento o motivarse en
circunstancias exteriores, a condición de que esto ocurra antes
de que el agente sea descubierto, según aparece de la exigencia
de espontaneidad puesta por la ley, El desistimiento debe ser,
además, definitivo, lo que no ocurriría, p.e., si el autor se
desistiere momentáneamente de la ejecución para reprenderla
después, en circunstancias mas favorables.
Parece claro que el último pfo. del nuestro precepto sobre la
tentativa, al incluir la frase ''por lo que a éste se refiere'', ha
resuelto simultáneamente la cuestión de que la impunidad del
desistimiento procede respecto del delito de que se ha desistido
y no respecto del que ya se consumó para poder perpetrarlo
(penetrar en casa ajena para robar y luego desistir del robo no
deja impune la violación del domicilio), y la de que el
desistimiento de uno de los intervinientes no favorece a los
demás que no desistieron.

TERRORISMO
I. (Del latín terror, que deriva a su vez del verbo terreo, que
significa ''yo amedrento'', ''yo aterrorizo''.) La palabra
terrorismo, derivada de terror, comenzó a difundirse a
consecuencia de los métodos usados durante la llamada época
del ''terror'' en la Revolución francesa. Se define el terrorismo
como la ''dominación por el terror'', o la ''sucesión de actos de
violencia ejecutados para infundir terror''. El terrorismo es una
acción humana intencional, destinada a producir temor o terror
en una persona o grupo de ellas, usando medios ilegítimos, así
siempre violentos y con fines políticos.

II. Clases. El terrorismo se puede clasificar en cuatro formas,


atendiendo a los sujetos activos y pasivos: terrorismo de Estado
entre Estados, entre particulares y de particular contra el Estado.
Se destaca el terrorismo de Estado como una forma
particularmente brutal porque en el sujeto activo es el gobierno
que, mediante actos de violencia, aterroriza a los ciudadanos
para mantener su posición política; el terrorismo entre Estados
es una forma muy antigua a la que recurren los países poderosos
para influir, en mayor o menor medida, sobre los mas débiles; el
terrorismo entre particulares, estrictamente hablando, no es
terrorismo porque al estar ausentes los móviles políticos, es más
bien un fenómeno de criminalidad común y corriente, y por
último, el terrorismo de particulares contra el Estado es C más
conocido y contra el cual se han dirigido das las medidas
legales, el cual puede tener carácter nacional o internacional,
según sus efectos.

III. Historia, Aunque es de antigua raigambre, algunos de los


anarquistas del siglo XIX lo utilizaron para tratar de alcanzar
sus fines. En las últimas décadas'' el terrorismo se ha convertido
en un serio problema internacional, por lo que las principales
entidades internacionales se han ocupado de estudiar sus causas
y de dictar medidas para combatirlo. Los organismos y
sociedades internacionales que han desarrollado una mayor
labor en contra del terrorismo son: Asociación Internacional de
Derecho Penal, Sociedad de las Naciones, Organización de las
Naciones Unidas, Organización de Aviación Civil
Internacional, Organización de los Estados Americanos y el
Consejo de Europa.
La Asociación Internacional de Derecho Penal en su tercera
conferencia, efectuada en Bruselas, Bélgica, en 1930,' se ocupo
por primera vez directamente del terrorismo, y la Sociedad de
Naciones abordó la cuestión en 1934, con motivo del asesinato
de Alejandro I de Yugoslavia y del presidente del Consejo de
Francia, Louis Barthou, Desde su fundación, la Organización de
las Naciones Unidas se ha ocupado del terrorismo internacional
en múltiples proyectos, estudios, declaraciones y resoluciones.
Especialmente en este siglo, y sobre todo en los últimos
cuarenta años, el terrorismo ha florecido de modo alarmante. Se
han producido gravísimos secuestros con petición de liberación
de peligrosos delincuentes; de igual forma apareció un nuevo
delito que causo graves daños, el secuestro de aviones y se
realizaron atentados con uso de explosivos de proporciones
alarmantes.

IV. Derecho penal mexicano. El delito del terrorismo apareció


por primera vez en la legislación mexicana en el «a.» 157 del
«CP» de Michoacán de 1962 y el mismo texto se repitió en el
«a.» 194 del «CP» de Zacatecas. En el «CP» se introdujo este
delito en el «a.» 139, mediante reforma del 27 de julio de 1970,
que dice: ''Se impondrá pena de prisión de dos a cuarenta años y
multa hasta de cincuenta mil pesos, sin perjuicio de las penas
que correspondan por los delitos que resulten, al que utilizando
explosivos, sustancias tóxicas, armas de fuego o por incendio,
inundación, o por cualquier, otro medio violento realice actos
en contra de las personas, las cosas o servicios al público que
produzcan alarma, temor, terror en la población o en un grupo o
sector de ella, para perturbar la paz pública, o tratar de
menoscabar la autoridad del Estado, o presionar a la autoridad
para que tome una determinación''.
En este delito la conducta consiste en la realización dolosa de
actos en contra de las personas, las cosas o los servicios al
público, el resultado de la conducta debe ser el producir alarma,
temor o terror en la población o en uno de sus grupos y, el fin
último que persigue el delincuente debe ser el de perturbar la
paz pública tratar de menoscabar la autoridad del Estado o
presionar a la autoridad a que tome una determinación.
La penalidad establecida para este delito es muy amplia, pues
va de dos a cuarenta años de prisión y multa hasta de cincuenta
mil pesos. Aunque el terrorismo constituye un ataque contra el
Estado, no se considera en el «CP» como delito político, por lo
que sus autores no reciben el tratamiento privilegiado que
nuestra legislación reserva a los reos de delitos políticos.
De especial interés resulta el .segundo pfo. del «a.» 139 del
«CP» que dice: ''Se aplicará pena de uno a nueve años de
prisión y multa hasta de diez mil pesos, al que teniendo
conocimiento de las actividades de un terrorista y de su
identidad no lo haga saber a las autoridades''. Es decir, al
encubridor se le aplica una pena bastante alta.

TESTIMONIO
I. (Del latín testimonium atestación de una cosa, prueba o
justificación de una cosa.) Este concepto abarca el documento
notarial en el que consta una escritura y la declaración de un
testimonio o prueba testimonial.

II. La prueba testimonial es aquella que se basa en la


declaración de una persona, ajena, a las partes, sobre los hechos
relacionados con la lilis que hayan sido conocidos directamente
y a través de sus sentidos por ella. A esta persona se le
denomina testigo.
Todas las personas que tengan conocimientos directo de los
hechos a prueba están obligadas a rendir su declaración como
testigos, de conformidad a la regla general establecida por el
«a.» 356 «CPC»; los tribunales están autorizados a fin de que se
cumpla con esta obligación («a.» 288 «CPC»).
Están imposibilitados para actuar como testigos, por la propia
naturaleza de la prueba constituyendo una excepción a la regla
establecida en el «a.» 356 «CPC» citado: a) las partes en sentido
material, es decir, el actor el demandado y los terceristas, ya qué
al afectarles la sentencia definitiva pueden declarar a su favor,
declaración que resulta totalmente irrelevante, si declaran en su
contra estarán realizando una confesión; b) las partes en sentido
formal, entendiéndose por ellas los representantes legales o
voluntarios del actor, demandados o terceristas, ya que se
encuentran, procesalmente identificados con ellos.
También están exentos de la obligación establecida por el
precepto citado los ascendientes, descendientes, cónyuges y
personas que deban guardar secreto profesional cuando su
declaración perjudique a la parte con la que están relacionados
(«a.» 288 «CPC»).
El «a.» 1262 C(:o. incapacita para actuar como testigos en
materia mercantil: a los menores de catorce años a menos que
sea imprescindible; a los dementes e idiotas; a los ebrios
consuetudinarios; a quien haya sido declarado testigo falso o
falsificador de letra. sello o moneda, al tahúr de profesión; a los
parientes por consanguinidad, dentro del cuarto grado, y por
afinidad, dentro del segundo; a los cónyuges; a los que tengan
interés directo o indirecto en el juicio; a los que vivan a
expensas o sueldo del que los presenta; al enemigo capital; al
juez en el pleito que juzgó; al abogado o procurador en el
asunto que asesore; al tutor y al curador en favor de los menores
y a estos por aquellos, en tanto no hayan sido aprobadas las
cuentas de la tutela.

III. El ofrecimiento de la prueba testimonial en materia civil


debe hacerse por escrito, señalando el nombre y el domicilio de
los testigos y relacionándola con los hechos controvertidos
(«a.» 291 «CPC»). Sólo cuando el testigo resida fuera del
Distrito Federal, el promovente deberá presentar por escrito su
interrogatorio con copias para que la contraparte pueda, dentro
de los tres días siguientes, presentar por escrito las repreguntas.
Con estos escritos, en pliego cerrado, se librará exhorto al juez
competente para que la prueba sea desahogada («a.» 362
«CPC»). Cada una de las partes está obligada a presentar sus
propios testigos, en caso de que no pudiere hacerlo a su
solicitud el juez citará al testigo con apercibimiento de arresto
hasta de quince días o multa hasta de tres mil pesos para el caso
de que no comparezco se niegue a declarar.
Cuando el señalamiento del domicilio del testigo al que deba
citarse sea inexacto o se compruebe que la solicitud de citación
se hizo con el único fin de retrasar cl procedimiento, el
promovente será multado hasta por tres mil pesos,
independientemente de la responsabilidad penal en que Esta
probanza se declarará desierta («a.» 357 «CPC»).
El desahogo de la prueba es substancia con la toma de protesta
y el examen de los testigos, que se hará en presencia de las
partes que concurrieren, debiendo interrogar en primer lugar el
promovente y a continuación los demás litigantes («a.» 361
«CPC»).
Después de haber sido tomada la protesta de ley y de advertirle
sobre las penas en que incurren los testigos falsos se levantará
constancia de los generales del testigo (nombre, edad, estado,
domicilio y ocupación), en caso de que se trate de un pariente
por consanguinidad de alguno de los litigantes se hará constar
este dato as; como el grado de parentesco. Igualmente se
asentará si es dependiente o empleado del promovente, si tiene
relación de intereses o alguna sociedad, si tiene interés directo o
indirecto en el juicio si es amigo íntimo o enemigo de alguno de
los litigantes Todo ello a fin de que el juzgador este en
posibilidad de evaluar objetivamente la declaración que
presente (a 363 «CPC»).
El examen de los testigos será en forma separada y sucesiva, a
fin de que unos no presencien las declaraciones de otros;
debiendo, de ser posible, desahogarse la diligencia en un solo
día, en caso contrario se continuara al día siguiente («a.» 364
«CPC»).
Cuando el testigo sea mayor de sesenta años o esté enfermo, el
juez podrá recibir su declaración en su casa en presencia de la
otra parte, si ésta asiste a la diligencia; tratándose del presidente
de la República, de los secretarios de Estado, de senadores,
diputados, magistrados, jueces, generales con mando o de las
primeras autoridades políticas del D.F. deberán rendir su
declaración por oficio, a menos que se trate de un caso urgente
lo podrán hacer en forma personal (aa 358 y 359 «CPC»).
Las preguntas serán formuladas en forma directa y verbal;
expresadas en términos claros y precisos procurando que cada
una contenga un solo hecho; y, en todo caso, deberán estar en
relación directa con los puntos controvertidos apegándose a
derecho y a la moral («a.» 360 («CPC»).
En caso de que un testigo deje de contestar algún punto o lo
haga con ambigüedad las partes pueden solicitar al juez que
exija al testigo las aclaraciones pertinentes («a.» 365 «CPC»).
El juez puede hacer a los testigos las preguntas que él considere
necesarias para la investigación de los hechos litigiosos (a.366
«CPC»).
Las respuestas del declarante se harán constar de manera que
se comprenda el sentido de la pregunta al mismo tiempo.
Sólo en casos excepcionales, el juez queda facultado para que
se transcriban textualmente pregunta y respuesta (a. 368
«CPC»).
Los testigos están siempre obligados a dar la razón de su
dicho, es decir, que aclare al juzgador el porqué de su narración
de hechos en donde puede hacerse referencia a la experiencia y
conocimientos que tuviere (a. 369 «CPC»).
Si el testigo no habla castellano su declaración se rendirá a
través de un interprete nombrado ex profeso por el juez.
Pudiendo asentarse la declaración en castellano y en su propio
idioma, asiento que será realizado por el o por el interprete (a.
367 «CPC»).
Una vez concluida la declaración deberá firmarse por el
testigo, y hecha que sea no podrá variarse ni en la substancia ni
en la redacción (a. 370 «CPC»).
Contra la declaración de un testigo se puede promover el
incidente de tachas.

IV. El ofrecimiento de la prueba testimonial en materia


mercantil debería ser por escrito, presentando igualmente por
escrito el interrogatorio y su copia. Sin este requisito no se
señalará día para la recepción de dicha probanza ta:- 1261
«CCo».).
La contraparte deberá presentar también el interrogatorio de
repreguntas ames del examen de los testigos a fin de que éste se
haga con sujeción a ambos interrogatorios («aa.» 1263 y 1265
«CCo»). Durante el examen del testigo las partes pueden estar
presentes pero no podrán interrumpir la declaración ni hacer
preguntas que no hayan sido formuladas en sus respectivos
interrogatorios (a. 1270 «CCo».).
Los formalismos que deben de observarse en el desahogo de la
testimonial en un juicio mercantil, salvo las variables
mencionadas, son iguales a los juicios civiles.

V. En un procedimiento penal deberán ser examinadas todas las


personas cuya declaración fuere necesaria para el
esclarecimiento de u n hecho delictuoso , de sus circunstancias
o de la personalidad del procesado, ya sea que se haya
solicitado su examen por una de las partes o por que así resulte
por cualquier modo («aa.» 189 y 190 «CPP»).
En caso de que el testigo estuviere ausente se le citará por
cédula o por teléfono, La cédula deberá contener la designación
del tribunal o juzgado ante quien debe presentarse el testigo; el
nombre, apellido y domicilio del testigo o los datos necesarios
para identificarlo; el día y hora y lugar en que ha de comparecer
y la sanción que se le impondrá si no comparece. Esta cédula
deberá ir firmada por el juez y por el secretario de acuerdos
(«aa.» 195 y 196 «CPP»).
Si el testigo estuviere fuera de la jurisdicción del tribunal que
conoce el proceso, el testimonio se recabará mediante exhorto al
juez competente (a. 200 «CPP»). En caso de que el testigo
estuviere físicamente imposibilitado para concurrir al juzgado,
el juez se trasladará a su domicilio para examinarlo (a. 201
«CPP»); si el testigo fuere un alto funcionario de la federación,
el juez se trasladará a su oficina para recabar su declaración, o
lo hará por oficio urgente (a. 202 «CPP»).
En estos procedimientos tiene capacidad para atestiguar
cualquier persona independientemente de su edad, condición
social, sexo o antecedentes; pero, en ningún momento se podrá
obligar a declarar al tutor, curador, pupilo o cónyuge, a los
parientes por consanguinidad o afinidad en línea recta sin
limitación de grado, y en la colateral hasta el tercero, acusado,
como tampoco se podrá obligar a quienes estén ligados a él por
, respeto o gratitud. En caso de que voluntariamente rindieren su
declaración deberá hacerse constar esta circunstancia en el acta
respectiva («aa.» 191 y 192 «CPP»).
Precisamente porque cualquier persona que aporte algún
indicio para esclarecer la averiguación del delito puede
atestiguar en el proceso, el incidente de tachas no puede
oponerse; sin embargo, el juez hará constar todas las
circunstancias que influyan en la valoración de la declaración
testimonial (a. 193 «CPP»).
En el examen de testigos de una causa penal deberán
observarse las formalidades y tomar las precauciones
siguientes:
Antes de iniciar el examen el juez informará sobre las
sanciones que se imponen a los que declaran falsamente o se
niegan a declarar o a rendir la protesta de ley; a los menores de
catorce años no se les tomará protesta, únicamente se les
exhortará para que digan la verdad («aa.» 905 y 213 «CPP»).
Después de tomada la protesta se preguntara al testigo sus
generales y si tiene algún nexo con el acusado o con el
querellante (a. 206 «CPP»).
Cada testigo será examinado en forma separada por el juez en
presencia del secretario, debiéndose tomar las precauciones
necesarias para que los testigos no se comuniquen entre si
(«aa.» 203 y 216 «CPP»).
Durante el examen solo las partes podrán estar presentes en la
diligencia, excepto: cuando el testigo sea ciego, en un caso se
designará a una persona para que acompañe al testigo a fin de
que firme la declaración después de que aquél la ratifique,
cuando sea sordo o mudo o cuando ignore el idioma castellano,
en estos casos se nombrara un intérprete que deberá ser mayor
de edad, protestar traducir fielmente las preguntas y respuestas.
Si el testigo sordo o mudo sabe leer y escribir el examen se
realizará en esta forma («aa.» 183-188, 203 y 204 «CPP»).
El testimonio será de viva voz y las declaraciones se
redactarán con claridad, usando siempre que sea posible las
mismas palabras empleadas por el testigo («aa.» 207 y 208
«CPP»).
Una vez concluida la diligencia el testigo su declaración, la
ratificará o enmendará, según el caso, y la firmará (a. 211
«CPP»).

VI. En proceso penal, para valorar el testimonio, el juez deberá


tomar en consideración los siguientes puntos: a) que el testigo
no esté inhabilitado por alguna causa legal, e,) que por su edad,
instrucción y capacidad tenga el criterio necesario para juzgar el
caso que se le presenta; c) que sea imparcial: d) que el hecho
sobre el que se le examinó sea conocido directamente por el
testigo y no por inducciones o referencias de otros: e) que la
declaración sea clara y precisa tanto sobre la sustancia como
sobre las circunstancias del hecho declarado, y f) que en la
declaración no concurra algún vicio de la voluntad (a. 255
«CPP»).
Hace prueba plena el testimonio de dos personas siempre que
convengan en la sustancia y en los accidentes del hecho, y que
hayan oído o visto por sí mismos los hechos que declaren,
cuando no convengan en los accidentes y éstos, a juicio del
tribunal, no sean esenciales también serán prueba plena («aa.»
256 y 257 «CPP»).
Producen solamente una presunción los testigos de oídas,
aquellos que no coincidan en la sustancia o la declaración de un
solo testigo (a. 260 «CPP»). En caso de que las partes (acusado
y órgano acusador) tuvieren igual núm. de testigos
contradictorios, el juez valuará sobre el dicho de quienes
merezcan mayor confianza, si no los hubiere y no hubiere otra
prueba se absolverá al acusado, cuando hubiere mayoría de una
de las partes se decidirá por ella: y si no la hubiere dictará en
conciencia (aa. 259 y 260 «CPP»).
En materia mercantil el valor de las pruebas testimoniales
queda al arbitrio del juez, el cual no podría considerar probado
un hecho cuando no haya por lo menos dos testigos cuyas
declaraciones sean ''mayores de toda excepción'', uniformes, de
ciencia cierta y fundadas en razón (a.1302 «CCo»)
En esta materia se tomarán en consideración los mismos
puntos ya señalados para las causas penales de conformidad con
el «a.» 1303 «CCo».
Hace prueba plena un testigo cuando ambas partes convengan
en aceptar su dicho (a. 1304 «CCo»).
En materia de procedimientos civiles el testimonio será
valorado ''según el prudente arbitrio del juez'' (a. 419 «CPC»).

TRABAJADOR

I. ''Es la persona física que presta a otra física o moral, un


trabajo personal subordinado'' («a.» 8 de la LFT). Precisando el
concepto, el pfo. segundo de dicho precepto previene al efecto,
que ''se entiende por trabajo toda actividad humana, intelectual
o material, independientemente-- del grado de preparación
técnica requerido para cada profesión u oficio''.
Terminológicamente, frente a la utilización indiscriminada de
las voces obrero empleado, prestador de servicios o de obras,
dependientes, etc., la denominación trabajador responde con
precisión a la naturaleza de este sujeto primario del derecho del
trabajo, amén de que unifica el carácter de aquellos que viven
de su es fuerzo ya preponderantemente material o intelectual.
Ciertamente, este término homogéneo suprime la
discriminación aún subsistente en diversos sistemas que regulan
mediante estatutos diferentes, la condición del obrero, el
empleado y el trabajador.

II. Descomponiendo en sus aspectos esenciales la noción


jurídica de trabajador recogida en la ley, podemos distinguir tres
elementos: a) la persona física b) la prestación personal del
servicio, y c) la subordinación.
La exigencia de que el trabajador sea necesariamente una
persona física, pretende eliminar la confusión provocada con
frecuencia en otro tiempo, de encubrir las relaciones
individuales de trabajo a traves de la celebración de contratos
por equipo figura que además de entorpecer la vinculación
directa del patrón con los trabajadores, propiciaba su
manipulación, robusteciendo la intermediación en detrimemo de
la acción del sindicato.
La prestación personal del servicio es otro elemento inherente
a la figura del trabajador, que, generalmente entendida como
una obligación prototípica de hacer, no puede sustituirse por la
de otra diferente, sin consentimiento del patrón.

III. Aunque su proyección es expansiva, el concepto jurídico de


trabajador implica un vínculo de jerarquía, elemento gestor de
la llamada subordinación, que supone el poder de mandar con
que cuenta el patrón y el deber de obediencia de aquel.
Para Mario de la Cueva, la subordinación no pretende designar
un status del hombre que se somete al patrón, sino una de las
formas de prestarse los servicios aquella que se realiza con
sujeción a la; normas e instrucciones vigentes en la empresa.
Hablamos en todo caso, de la subordenación técnico funcional
relacionada con la prestación de los servicios, sin que se
constriña en forma alguna, la dignidad libertad de los
trabajadores.

TRANSFERENCIA DE TECNOLOGÍA
I. La tecnología es definible en un sentido amplio como el
conjunto de conocimientos (saber que) y de prácticas (saber
como), de objetos, de instrumentos y de procedimientos,
elaborados o transformados por los hombres que se usan para
operar sobre la naturaleza, la sociedad y los otros seres
humanos, y para satisfacer necesidades humanas (primarias o
sofisticadas, sociales, grupales o individuales). Este conjunto de
conocimientos y prácticas constituyen bienes y servicios, objeto
de transacciones en mercados nacionales y, sobre todo,
internacionales. Tales transacciones y los consiguientes
mecanismos y procesos de transferencia se dan en sistemas y
mercados caracterizados por la primacía de formas
monopolistas u oligopólicas, y por la existencia de una creciente
brecha tecnológica entre países desarrollados y
subdesarrollados.
La transferencia de tecnología sufre limitaciones, y crea
problemas unas y otros susceptibles de regulación jurídica, en
las relaciones interindividuales, y en las interestatales.

II. Dada la capacidad de la tecnología para crear valores


económicos y generar beneficios para investigadores e
innovadores, sus resultados son tratados como elemento
patrimonial de aquéllos, susceptible de protección jurídica bajo
la forma de la exclusividad en la explotación. La
reglamentación internacional de está transferencia busca
proteger a la vez intereses privados y públicos.
El interés patrimonial de los titulares de derechos exclusivos
sobre invenciones patentadas, del inventor y sus
derechohabientes, es protegido por los sistemas unionista
(extensión de la protección resultante de la legislación nacional
de cada uno de los Estados miembros de una convención
internacional, a los habitantes de otros Estados miembros) y
regional (p.e. Comunidad Económica Europea).
El interés de los Estados es protegido -para evitar que el
capital técnico que producen las invenciones de los nacionales
sean usados en contra de aquellos- mediante el reconocimiento
internacional de sus intereses nacionales, a través de
instrumentos bilaterales y multilaterales.
Las transferencias de tecnologías se realizan usualmente en el
mercado de acuerdo a la otra oferta y la demanda, bajo forma de
relaciones jurídicas de tipo mercantil sobre todo como contratos
de cesión y de concesión Estas características se matizan y
modifican considerablemente por las relaciones típicas
existentes, en general y en este dominio particular, entre países
en desarrollo.

III. Aplicada a las relaciones entre dichos dos tipos


fundamentales de países que componen el actual sistema
mundial, la expresión ''transferencia de tecnología'' suele
referirse a dimensiones diferentes, que no es posible confundir:
simplemente desplazamiento geográfico de la realización de
una técnica; transmisión a nuevos agentes de la capacidad de
hacer funcionar o de reproducir una tecnología; trasmisión de la
capacidad de producir tecnologías nuevas.
Esta transferencia tecnológica puede dar entre diversos actores
de ambos tipos de países: empresas, gobiernos y sus empresas,
instituciones internacionales (públicas y privadas). Asume
además diversas formas jurídicas: venta de fabricas llave en
mano, venta de fábricas productos en mano, venta de fábricas
mercados en mano; en los tres casos con estrecha asociación de
aportes industriales y tecnológicos. En todos los casos, la
transferencia de tecnología genera diversas modalidades de
dependencia por la tecnología, sobre todo las siguientes:
1) Cláusulas restrictivas que acompañan las ventas de licencias
o de patentes de sociedades matrices a sus filiales, que prohiben
así la comunicación de informaciones técnicas a otras empresas,
las modificaciones en la producción o en el producto, o bien
imponen la obligación de compra de elementos del proceso
productivo, u otorgan el control del precio de venta u otras
condiciones de comercialización, o restringen la libertad de
exportación del producto.
2) Cláusulas restrictivas que no se limitan a las relaciones
entre matrices y filiales, y se aplican a otras empresas.
3) Dependencia tecnológica a través de los servicios de
ingeniería.
Estos fenómenos han llevado a los países subdesarrollados a la
reivindicación de un derecho nuevo, y de un código
internacional de conducta para la transferencia de la tecnología.
Las principales tentativas al respecto se ha dado a través de la
organización de las Naciones Unidas sobre todo su Conferencia
para el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD) A este problema
se refiere la Carta de Derechos y Deberes Económicos de los
Estados de 1974, sobre todo en su «a.» 13. Las
reinvindicaciones de los países en desarrollo apuntan al logro de
una legislación internacional de aplicación coactiva, a la
garantía de que la transferencia de tecnologías corresponda a
sus necesidades se dé libremente y sin practicas restrictivas,
incluya tratamientos preferenciales y condiciones formales para
que tales procesos se cumplan en su beneficio, Los resultados
basta d momento han sido poco considerables.
La C, faculta al Congreso, en su «a.» 75, «fr.» XXIX-F, ''para
expedir leyes pendientes a la regulación de la... transferencia de
tecnología y la generación, difusión y aplicación de los
conocimientos científicos y tecnológicos que requiere el
desarrollo nacional''.

TRATADOS INTERNACIONALES
I. La Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados de
1969 señala en d «a.» 2 que: ''se entiende por tratado un acuerdo
internacional celebrado por escrito entre Estados y regido por el
derecho internacional ya conste en un instrumento único o en
dos o más instrumentos conexos y cualquiera que sea su
denominación particular''.

II. De la definición anterior se derivan algunos comentarlos. En


primer lugar cabe advertir que la definición se elaboro para
efectos de la Convención de Viena, lo que quiere decir que
pueden existir otro tipo de acuerdos que sin quedar cubiertos
por la definición se consideran tratados internacionales. Esto
ocurre con los acuerdos que celebran las organizaciones
Internacionales, La Convención de Viena habla de acuerdos
entre Estados, pero ello obedece al hecho de que los tratados
que celebran las organizaciones internacionales, ofrecen
particularidades respecto a los mecanismos de concertación, por
lo tanto, se prefirió dejar esos acuerdos al régimen específico de
las organizaciones internacionales, sin que la definición citada
afecte el carácter de tratados. Es mas, la propia Convención, en
el «a.» 5 especifica que su régimen se aplicara, en lo
conducente, a los tratados consecutivos de organizaciones
internacionales y a los celebrados dentro de su ámbito.
Asimismo, la definición establece que el tratado debe
celebrarse por escrito, mas este requisito es igualmente para
efectos de la Convención, ya que nada impedirla que con los
avances tecnológicos un acuerdo entre Estados pudiera
contenerse en una forma distinta, verbigracia en una grabación,
sin que se afectara él carácter de tratado de ese acuerdo. Lo
importante es la manifestación de la voluntad de los Estados.

III. La definición citada en el primer pfo. brinda elemento que


requieren ser analizados, Se establece que el tratado debe ser
regido por el derecho internacional. Esto obedece a que hay
acuerdos entre Estados que pueden quedar gobernados Por el
derecho interno como acontece con las transacciones
comerciales, que frecuentemente se contienen en contratos
privados y se sujetan al derecho interno de alguno de los
Estados contratantes. Incluso se dise en la definición que el
tratado a un acuerdo internacional, precisamente para
diferenciarlo de contratos privados.
Otro elemento establece que el tratado puede constar en un
instrumento único o en dos o más instrumentos conexos. Ello e
explica en virtud de que los tratados tradicionales, de gran
solemnidad, necesariamente contienen el régimen en un solo
instrumento, sin que los derechos y las obligaciones se
dispersen en documentos diversos. Sin embargo, la celeridad de
las relaciones internacionales ha impuesto que diversos
acuerdos internacionales, gobernados por el derecho
internacional, según se decía anteriormente, se consiguen en
diversos instrumentos Esto ocurre con el intercambio de notas,
caso en el que el régimen queda integrado en varios
documentos, según lo expresa la propia denominación de
intercambio de notas.
Por último se establece que será tratado un acuerdo
internacional, independientemente de su denominación
particular. La práctica brinda una nomenclatura
extraordinariamente variada para la denominación de los
acuerdos internacionales. Ad encontramos diversas
denominaciones para el mismo acto jurídico: tratado,
convención, convenio, acuerdo, pacto, carta, declaración,
protocolo, intercambio de notas, etc. Al margen del nombre, los
acuerdos serán obligatorios y considerados como tratados.

IV. La Convención de Viena de 1969 sobre el derecho de los


tratados hace explícito que la capacidad para celebrar tratados
es una expresión de soberanía de los Estados. En este sentido el
«a.» 6 seña. la: ''Todo Estado tiene capacidad para celebrar
tratados''.
La teoría general de los tratados establece que el régimen para
la celebración de los tratados es definido de acuerdo con la
soberanía estatal, y toca a las constituciones internas regular los
mecanismos por los cuales un Estado asume compromisos hacia
el exterior, vía convenciones internacionales.
Es de interés notar en la Convención la tendencia que apunta a
favor de la primacía de los tratados sobre el derecho internó.
Particularmente el «a.» 27 señala: una parte no podrá invocar
las disposiciones, de su derecho interno como justificación del
incumplimiento de un tratado''. Y todavía más importante es el
«a.» 46, que contempla el caso de las ratificaciones irregulares,
o sea la manifestación de la voluntad de un Estado para
obligarse por un convenio en violación a las disposiciones
internas relativas a la celebración de los tratados: ''El hecho de
que el consentimiento de un Estado en obligarse por un tratado
haya sido manifestado en violación de una disposición de su
derecho interno concerniente a la competencia para celebrar
tratados no podrá ser alegado por dicho Estado como vicio de
su consentimiento a menos que esa violación sea manifiesta y
afecte a una norma de importancia fundamental de su derecho
interno''. Este «a.» recoge como tendencia principal el que un
tratado sea válido, y que un Estado no podrá aducir como vicio
de su consentimiento, el que se haya celebrado en violación a
las disposiciones internas sobre la materia Esta es la tendencia
principal, pero se presenta una salvedad al prescribirse que la
violación al derecho interno debe ser manifiesta y que afecta a
una norma de importancia fundamental. Con todo, la balanza se
inclina a favor de la primacía de los tratados.
Los tratados se rigen por tres principios: la norma Pacta sunt
servanda, con. tenida en el «a.» 26: ''Todo tratado en vigor
obliga a las Partes v debe ser cumplido por ellas de buena fe'',
El segundo principio es que un tratado produce efectos
únicamente catre las partes. Así lo dispone el «a.» 84, prescribe'
''un Tratado no crea obligaciones ni derechos para un tercer
Estado sin su consentimiento''.
El tercer principio establece que el consentimiento es la base
de las obligaciones convencionales. Este principio rige no
únicamente para la celebración original del tratado, sino para las
diversas figuras de derecho de los tratados: la adhesión, la
terminación, la modificación, etc.
La Convención sobre el Derecho de los Tratados, celebrada en
Viena en 1969, es parte de los trabajos de codificación de la
Organización de las Naciones Unidas, efectuados a través de la
Comisión de Derecho Internacional. Consta de 85 «aa.» y un
anexo de 7 puntos.

UNILATERALIDAD
I. Se dice de lo que se refiere solamente a una parte o a m
aspecto de alguna cosa.

II. 1) Característica de las normas morales y de los


convencionalismos sociales que los diferencian de las normas
jurídicas y consiste en que frente al sujeto a quien obligan no
hay otra persona autorizada para exigirle el cumplimiento de
sus deberes, a diferencia de las normas jurídicas que son
bilaterales porque imponen deberes correlativos de facultades o
conceden derechos correlativos de obligaciones. Eduardo
García Máynez al hacer la distinción entre normas morales y
normas jurídicas, establece que la regulación jurídica es una
conexión de dos juicios recíprocamente fundados, uno
imperativo y otro atributivo. El que impone el deber al obligado
lógicamente implica al que concede al pretensor el derecho
subjetivo, y viceversa, en cambio las normas morales son
puramente imperativas dado que únicamente imponen deberes,
sin conceder derechos. En este mismo sentido los
convencionalismos sociales tienen carácter unilateral,
significando con ello que obligan mas no facultan.
2) En otro sentido, el término de unilateralidad aplicado al acto
jurídico se utiliza para explicar la figura de la declaración
unilateral de voluntad que produce efectos jurídicos, figura que
la doctrina moderna considera como fuente de obligaciones al
lado del contrato.

III. En derecho civil el concepto de unilateralidad se aplica a los


actos jurídicos de tal naturaleza y a los contratos.
a) Son actos jurídicos unilaterales aquellos para cuya
formación es suficiente la manifestación de una sola voluntad
(p.e., la remisión de la deuda, «a.» 2209 del «CC»), aunque
posteriormente sea necesario el concurso de voluntades de
manera concurrente, en forma de adhesión o de aceptación (pe.,
el testamento, «a.» 129S del «CC»).
En contraposición a los actos jurídicos unilaterales se
encuentran los bilaterales o plurilaterales, que son aquellos que
para su formación es necesaria la concurrencia de varias
voluntades. Los actos jurídicos bilaterales se llaman convenios
(a 1792 del «CC») y ''Los convenios que producen o transfieren
las obligaciones y derechos toman el nombre de contratos'' (a
1793 del «CC»), siendo éstos de acuerdo a la legislación civil,
fuente general de las obligaciones.
Al lado del contrato como principal fuente de obligaciones, a
mediados del siglo pasado se empezó a fortalecer una corriente
tendiente a considerar que la sola declaración de voluntad de
una persona es suficiente para crear una obligación a su cargo,
que un solo querer es eficaz para dar nacimiento a la obligación
a cargo de su autor, sin que se requiera la voluntad; del que ha
de surgir como sujeto acreedor.
Esta doctrina cuyo desarrollo orgánico se le atribuye
principalmente a Siegel, ha prosperado no solamente por su
conceptuación doctrinal sino por la sanción legislativa que se ha
venido dando a figuras novedosas que no tenían acomodo
dentro de la estructura tradicional de las fuentes de las
obligaciones en cuyo puesto principal estaba el contrato. Así
aparecen reglamentadas en las legislaciones modernas las
figuras de la estipulación a favor de tercero, las promesas al
público, los títulos a la orden y al portador.
Admita esta otra fuente generadora de obligaciones, las
disquisiciones doctrinales se han dado para determinar el
carácter con que ha de ser reconocida, si como fuente general
con igual categoría que el contrato, o con carácter especial, es
decir eficaz únicamente en los casos nominados por la ley.
b) Conforme a la clasificación tradicional los contratos civiles,
según los efectos que producen, pueden ser unilaterales o
bilaterales, en los primeros una sola de las partes debe
prestaciones a la otra, en los segundos las prestaciones son
recíprocas, de tal manera que los contratos unilaterales son
aquellos en los que una sola parte se obliga hacia la otra sin que
ésta quede obligada. Sin embargo, dentro de la clasificación de
los actos jurídicos, por requerir para su formulación del acuerdo
de voluntades el contrato unilateral se considera como un acto
jurídico bilateral, la unilateralidad se refiere solamente a sus
efectos.
El «CC» considera la donación como un contrato unilateral en
virtud de que el único que contrae obligaciones es el donante
(«a.» 2332), y excepcionalmente pueden constituirse como
contratos unilaterales el mandato y el depósito (aa, 2549 y
2517).
Hay contratos que en el momento de su celebración solamente
producen obligaciones a cargo de una sola de las partes, pero
durante la vigencia del contrato, pueden nacer obligaciones a
cargo de la otra parte, a estos contratos se les ha denominado
sinalagmáticos imperfectos cuando en realidad son contratos
unilaterales, tal es el caso del contrato de depósito, cuando el
depositario tuviera que hacer ciertos gastos para la conservación
de la cosa depositada, y en cuyo caso el depositante esta
obligado a restituir lo gastado («a.» 2532 del «CC»).

IV. En derecho mercantil, al analizar la naturaleza de la


obligación derivada de la emisión de títulos de crédito o
titulosvalor, el carácter unilateral de la voluntad que les da
origen constituye un rasgo esencial de esta clase de títulos. En
este sentido las corrientes unilateralistas explican que la
obligación documental surge de la redacción y suscripción del
título de crédito, independiente de las contingencias de la
relación jurídica que le dio origen, de tal manera que la
posibilidad de hacer efectiva la obligación surge en el momento
mismo de la creación del título, no siendo necesario un segundo
acto de voluntad del acreedor para aceptar la promesa encerrada
en el documento.
La «LGTOC» adopta el criterio unilateralista al considerar los
títulos de crédito como instrumentos autónomos del acto o
contrato que les dio origen («aa.» 5, 8, 71).
A enumerar y clasificar los actos de comercio, Roberto L.
Mantilla Molina dentro de los actos de mercantilidad
condicionada menciona sin estar de acuerdo con esa
denominación, los actos unilateralmente mercantiles, también
llamados actos mixtos, que son aquellos que su mercantilidad se
deriva de una sola de las partes, y sobre ellos esboza el
problema de cuál ha de ser la ley que ha de regirlos: la civil o la
mercantil, pronunciándose por la solución de que las
obligaciones de la parte, para quien el acto no lo es de comercio
se rigen de modo exclusivo por la ley civil. Sin embargo tales
actos no pueden considerarse unilaterales, en virtud de que
requieren la concurrencia de voluntades para su formación, por
tanto son bilaterales.

V. En derecho internacional público, la expresión ''actos


unilaterales'' generalmente esta reservada para referirse a
diversos actos diplomáticos tales como: el reconocimiento,
renuncia, protesta, promesa, notificación, etc.
Dicho tipo de actos tienen en común ser formal y
materialmente internacionales, desde el momento que emanan
de autoridades estatales con una competencia especifica para
actuar en el plano de las relaciones internacionales.
Paralelamente a este tipo de actos, se añaden actualmente
aquellos que emanan de instituciones internacionales, ya sea
que se trate de recomendaciones, decisiones u opiniones. El
punto más delicado está en saber hasta qué grado los actos
jurídicos Internos pueden ser considerados actos unilaterales
internacionales. Esta situación se resume perfectamente en el
celebre pasaje del Caso de las Pesquerías AngloNoruegas,
fallado por la Corte Internacional de Justicia en 1951: ''la
delimitación de los espacios marítimos tiene siempre un aspecto
internacional Si bien es verdad que cl acto de delimitación es
necesariamente un acto unilateral, porque es sólo el Estado
ribereño el que tiene competencia para proceder, sin embargo,
la validez de la delimitación frente a terceros Estados depende
del Derecho Internacional (Recueil, 1951).

UNIÓN ADUANERA
I. El vocablo ''unión'' deriva de la expresión en latín unio que
alude a la acción y efecto de unir o unirse. A su vez, ''unir'' es el
verbo de origen latino unire que significa ''juntar dos o mas
cosas entre sí, haciendo de ellas un todo'', según la Real
Academia Española. Por tanto, en la unión aduanera se produce
una vinculación entre dos o más Estados soberanos para formar
un todo en el aspecto aduanal. El adjetivo ''aduanera'' se refiere
a lo '' perteneciente o relativo a la aduana'' y ''aduana'' es una
palabra de origen árabe de significado preciso: ''oficina pública,
establecida generalmente en las costas y fronteras, para
registrar, en el tráfico internacional, los géneros y mercaderías
que se importan o exportan, y cobrar los derechos que
adeudan'', conforme a la Real Academia Española.

II. En la unión aduanera converge el consentimiento de dos o


más Estados soberanos para establecer un sistema común a ellos
en lo que hace al cobro de impuestos de importación y
exportación, ya sea para eliminar o disminuir los gravámenes
tributarios que origina el tráfico internacional de mercaderías.
Para Nicola Catalano, en el supuesto de una unión aduanera, los
países que se asocian se hallan en la situación de Estado único,
en lo que hace a los derechos de aduana y restricciones
cuantitativas respecto de productos de terceros países. Los
Estados no vinculados por la unión aduanera carecen de
derecho para reclamar discriminación en su perjuicio o para
exigir la cláusula de la nación más favorecida con la
consecuente supresión de derechos internos, ya que ellos no son
parte en el vínculo jurídico que produce efectos aduanales.

III. La caracterización de la unión aduanera obliga a dar


relevancia a los siguientes elementos que la conforman: a)
existe un acuerdo expreso de voluntades entre los Estados
soberanos que constituyen la unión; b) el respectivo acuerdo de
voluntades obra en un tratado internacional que da origen a la
unión aduanera; c) la unión es revocable mediante el
cumplimiento de los requisitos que el tratado prevea; d) la
enmienda o revisión de los términos de la unión esta sujeta al
acuerdo de los Estados miembros, y e) la unión aduanera puede
consistir en una fase de la integración económica que se
proponen los Estados que la constituyen, e incluso puede ser
una etapa hacia el objetivo final de la unión político total.
No debe confundirse una unión aduanera con una zona de libre
cambio ya que, según Nicola Catalano, si bien ambos sistemas
comportan la supresión de los derechos de aduana y de las
restricciones cuantitativas en las relaciones entre los Estados
miembros, en el segundo sistema se admiten derechos de
aduana y reglamentaciones restrictivas diferentes para cada
Estado miembro, mientras que en la unión aduanera hay un
comportamiento exterior coincidente de los Estados miembros.

IV. En la Primera Conferencia Interamericana o Panamericana,


del 1o de octubre de 1889 al 18 de abril de 1890, verificada en
Washington, se incluyeron como puntos relevantes: desarrollo
de una unión aduanera y fomento del comercio recíproco y
adopción de disposiciones aduaneras uniformes y uniformidad
de procedimientos pero, tal proyecto orientado a la unión
aduanera fue un fracaso completo. El tratado de París, de 18 de
abril de 1951, al instituir una comunidad europea del carbón y
del acero, no constituyo una unión aduanera porque la
solidaridad aduanal se limito a los productos del carbón y del
acero y en virtud de que no se integró un círculo aduanero
común. Tiene razón Nicola Catalano cuando a la comunidad
europea del carbón y del acero le da el carácter de una unión
aduanera parcial.
La comunidad económica o mercado común es más que una
unión aduanera, ya que la supresión de los derechos aduaneros
y de las restricciones cuantitativas es solo uno de los aspectos
del sistema institucional, al lado de otros elementos que
conducen a asegurar la libre circulación de mercancías, de
personas, de capitales y de servicios.
El Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio
(GATT), en el pfo. 8, del «a.» XXIV, determina que se entiende
por unión aduanera: ''la sustitución de dos o más territorios
aduaneros por un solo territorio aduanero, de manera: i) que los
derechos de aduana y las demás reglamentaciones comerciales
restrictivas autorizadas en virtud de los artículos XI, XII, XIII,
XIV, XV y XX sean eliminados con respecto a lo esencial de
los intercambios comerciales entre los territorios constitutivos
de la unión o, al menos en lo que concierne a lo esencial en los
intercambios comerciales de los productos originarios de dichos
territorios; ii) que, a reserva de las disposiciones del párrafo 9,
cada uno de los miembros de la unión aplique al comercio con
los territorios que no estén comprendidos en ella derechos de
aduana y demás reglamentación del comercio que, en
substancia, sean idénticos''.
En la tendencia a la creación del Mercado Común
Centroamericano, se ha querido facilitar el camino a la unión
aduanera, según nos informa Modesto Seara Vázquez, mediante
la firma del Convenio centroamericano sobre equiparación de
gravámenes a la importación y el Protocolo sobre preferencia
arancelaria centroamericana, complementado en años sucesivos
con otros protocolos. El propósito principal era el de establecer,
en un periodo máximo de diez años, una zona de libre
comercio, paso que se ha considerado necesario para llegar a
una unión aduanera. En Managua, el 13 de diciembre de 1960
se firmo el Tratado General de Integración Centroamericana,
con la pretensión de que en un plazo máximo de cinco años se
establecieran un mercado común y también una unión aduanera.
Por su parte, en los países árabes se ha tratado de conseguir la
eliminación gradual de las barreras aduanales para los productos
agrícolas e industriales, mediante un acuerdo que pretende algo
más que constituir una zona de libre comercio. Se ha tratado de
conseguir la integración de las economías de los Estados
miembros mediante el establecimiento de una unión aduanera
con tarifa externa común, con extensión hacia la libertad de
circulación al capital y al trabajo, según datos que nos
proporciona Modesto Seara Vázquez.
En el Consejo Nórdico, desde 1954, se había discutido la
creación de una unión aduanera entre Dinamarca, Suecia y No
ruega y un proyecto de tratado que la reaba, cubriendo el
ochenta por ciento del comercio entre los miembros. El
proyecto fue presentado a los gobiernos respectivos en el año de
1957 pero no se adoptó por la intención de crear instituciones
de mayor alcance en lo que atañe a la integración económica
(Modesto Seara Vázquez).
Ha habido importantes tendencias africanas hacia el
establecimiento de la unión aduanera. Claúde-Albert Colliard
expresa que, entre los Estados que antes formaban parte del
conjunto colonial de la .África occidental francesa, fueron
instituidas diversas uniones aduaneras, monetarias, económicas:
el 9 de junio de 1959 se firmó una primera convención y el 3 de
junio de 1966 fue reemplazada por la convención de Abidján
que cuenta con siete Estados participantes: Costa de Marfil,
Dahomey, Alto Volga, Mauritania Niger, Senegal y Mali. La
unión aduanal establece una tarifa exterior común y la
armonización en la legislación y reglamentación aduaneras. Los
productos de la unión gozan de un derecho aduanero reducido
pero, no de franquicia. En virtud del tratado de Brazzaville, del
8 de diciembre de 1964, según Colliard, se creó una Unión
Aduanera y Económica de Africa Central, que agrupaba a los
cuatro Estados que formaban la antigua .África Ecuatorial
Francesa: Gabón, Chad, República Centroamericana y Congo
Brazzaville, a los que se añadió la República Federa;. del
Camerún. Conforme a los términos del tratado la unión
constituye un único territorio aduanero que fija una tarifa
externa común.
La Comisión Económica para la América Latina, nos dice
Modesto Seara Vázquez, ha considerado necesaria una unión
aduanera y de pagos para ampliar los precarios mercados
latinoamericanos.

USURA
I. El «CP» sitúa entre los fraudes el antiguo delito de usura, bajo
cuyo «tít.» castiga a quien, ''valiéndose de la ignorancia o las
malas condiciones de una persona, obtenga de ésta ventajas
usurarias por medio de contratos o convenios en los cuales se
estipulan réditos o lucros superiores a los usuales en el
mercado'' («a.» .387, «fr.» VIII).

II. La usura es ciertamente un delito que afecta el patrimonio y


que afecta el de la víctima en la misma medida en que se
beneficia el del autor. No parecen los fraudes, sin embargo, el
lugar sistemático más adecuado para situar el tipo de usura. No
se da en éste, desde luego, el engaño, que es uno de los
elementos pertenecientes de manera alternativa, junto con el
aprovechamiento del error, a la figura genérica de fraude
descrita en el primer pfo del «a.» 386. Cierto es que valerse de
la ignorancia de una persona no es una conducta demasiado
distante de aprovecharse de su error, pero no resulta ello
suficiente para mantener la usura entre los fraudes y no
acordarle la condición de u n delito independiente contra el
patrimonio.

III. En relación a otras legislaciones corresponde consignar que


la previsión legal en examen no incluyen entre los elementos de
la usura la idea de habitualidad. Basta, por tanto un acto
singular de obtención de ventaja patrimonial para que el delito
se perfeccione. Difiere, en seguida, la hipótesis de hechos
recogida en el «a.» B87, fr VIII, de la que contemplan otros
códigos penales, en la restricción que opera en relación al sujeto
pasivo, que no será ya cualquier persona, sino solo la ignorante
o la que padece mala situación económica.
No procede equiparar aquí la ignorancia al error, como se
comprende hacerlo jurídicamente tratándose de este último, en
cuanto' en la parte general del derecho penal se le estudia como
excluyente del dolo. La ignorancia de la víctima de la usura es
una falta general de conocimiento respecto de la realidad social
y económica circundante y de su reflejo en la normalidad y
regularidad de los negocios de la especie de que se trata. Por lo
que hace, en seguida, a las malas condiciones económicas de la
víctima, son éstas las que precisamente tendrá en cuenta el
agente para valerse de la necesidad ajena en la satisfacción de
sus designios. Hay allí implícito un elemento subjetivo del tipo.
En la entraña misma de la figura esta la obtención de ventajas
económicas desmedidas, y ello, a través de ciertos medios que
consisten en contratos o convenios con estipulación de réditos o
lucros superiores a los usuales en el mercado. Importa señalar
aquí otra diferencia, todavía, entre el modo en que el «CP»
concibe la usura frente a como lo hacen otras legislaciones.
Ellas han sólido atenerse solo al préstamo de dinero, esto es, al
antiguo contrato de mutuo, castigando a quien ''presta dinero a
un interés que excede d máximo que la ley permite estipular''.
Felizmente, el «CP» ha enunciado el tipo, en este respecto, de
manera más amplia, tanto por lo que atañe a la, naturaleza
jurídica del acuerdo celebrado entre las partes como a la especie
jurídica de ventaja patrimonial qué el agente alcanza. Así, p.e.,
habrá usura en pactar un interés excesivo por el saldo insoluto
en un contrato de compraventa, transacción que no importa en
manera alguna prestar o facilitar dinero, que es lo que hace la
esencia del mutuo.

IV. En cuanto al padrón o norma de que corresponde valerse


para establecer el carácter desmedido o usuario de las ventajas
obtenidas por el agente, el «CP» no lo identifica, como otras
legislaciones, con la ley, sino con lo que es usual en el mercado.
Esta posición es mas realista, aunque más engorrosa, desde el
punto de vista probatorio, que la mera lectura del
correspondiente texto jurídico.
El delito se consuma con la obtención de las ventajas
usurarias.
Puede tenerse por hipótesis asimilada a la usura la acción,
prevista en la «fr.» XVII de este mismo «a.» 387, de quien,
''valiéndose de la ignorancia o de las malas condiciones
económicas de un trabajador a su servicio, le pague cantidades
inferiores a las que legalmente le corresponden por las labores
que ejecuta b le haga otorgar recibos o comprobantes de pago
de cualquier clase que amparen sumas de dinero superiores a las
que efectivamente entrega''.

VALIDEZ DEL DERECHO


I. La gran mayoría de los juristas están de acuerdo en afirmar
que el derecho es un conjunto de normas. Con base en esta tesis
es común encontrar la expresión ''validez'' referida a estas
normas que en conjunto integran el orden jurídico. Se dice que
cada una de las normas que pertenecen a un orden son válidas.
De esto se deduce que una norma inválida no es una norma. La
expresión ''norma Inválida'' constituye una contradicción, pues'
si de algo se afirma que es una norma, entonces se afirma
simultáneamente que es válida. Una norma inválida no es
norma alguna. Es la negación del carácter normativo de algo.
En este tipo de afirmación se encuentra concentrado el conjunto
de problemas sobre el derecho que se analizan cuando se usa la
palabra validez''.
Max Weber dise que la acción social ''puede orientarse por el
lado de sus partícipes, en la representación de la existencia de
un orden legítimo. La probabilidad a de que esto ocurra se llama
''validez'' del orden en gestión''. Este concepto podríamos
llamarlo el ''concepto sociológico de validez''.
Debe estar claro que con este concepto Weber se refiere al
hecho observable de que la conducta de ciertos actores se
orienta por la representación de que existe un orden o conjunto
de normas y que dicho orden es obligatorio para el actor en
gestión, es decir, es considerado su contenido como modelo de
la conducta del actor. Solo cuando esto puede afirmarse es
legítimo afirmar que dicho orden es válido.
Dice Weber: ''De hecho la orientación de la acción por un
orden tiene lugar en los partícipes por muy diversos motivos.
Pero la Circunstancia de que, al lado de los otros motivos, por
lo menos para una parte de los actores aparezca ese orden como
obligatorio o como modelo, o sea, como algo que debe ser,
acrecienta la probabilidad de que la acción se oriente por él y
eso en un grado considerable''.
Si se eliminan los elementos subjetivos de estas afirmaciones,
como los de ''representación'', ''apariencia a un sujeto-' etc., y se
hace una afirmación objetiva referida a las normas directamente
y no a través de la creencia de un sujeto, queda como residuo la
afirmación de que la validez de un orden normativo consiste en
su carácter obligatorio, es decir, en que es un deber ser.
Como Weber es un sociólogo cuyo interés fundamental se
centra en la conducta efectiva y el sentido subjetivo de la
misma, no puede hablar en esos términos objetivos diciendo ''la
validez de un orden es esto o aquello'' sino que desde el punto
de vista sociológico tiene que afirmar que ''la validez de un
orden es la probabilidad de que una conducta ocurra por la
representación o idea en los sujetos de que existe un conjunto
de máximas o normas obligatorias''. Si consideramos desde el
punto de vista dé la norma el hecho de que un sujeto oriente su
conducta por la representación de que es una norma obligatoria,
podemos decir que la tesis de Weber consiste en la afirmación
de que la validez de una norma o de un orden es la probabilidad
de que sea eficaz. Esta afirmación debe entenderse con ciertas
limitaciones, por lo dicho anteriormente.

II. Si pasamos de una consideración sociológica a una


consideración jurídica, la tesis clásica sobre la validez se
encuentra en la obra de Hans Kelsen. ''Con el término 'validez'
designamos la existencia específica de una norma. Cuando
describimos el sentido, o el significado, de un acto que instituye
una norma, decimos que, con el acto en cuestión, cierto
comportamiento humano es ordenado, mandado prescripto,
preceptuado, prohibido; o bien, admitido, permitido, autorizado.
Cuando nosotros, como hemos propuesto anteriormente,
recurrimos a la palabra ''deber'' con un sentido que comprende
todos esos significados, podemos expresar la validez de una
norma diciendo que algo debe ser o no; o debe ser hecho o no.
Si la existencia específica de la norma es designada como su
''validez'', recibe expresión así la modalidad particular en que se
presenta, a diferencia de la realidad de los hechos naturales''
(Kelsen, Teoría pura del derecho).
Para Kelsen entonces, la validez es la existencia de una norma.
Señala al hecho de que algo, en especial una formulación
lingüística, en la expresión de un deber ser, de una norma
obligatoria. La formulación lingüística en cuanto tal no es ni
puede constituir el objeto de referencia de la afirmación de la
validez de una norma. El sentido o significado de un acto
lingüístico o no, es el que puede ser objeto de la referencia de
un juicio que afirme la validez de una norma, pues una norma
es el significado de un acto y no el acto mismo de emitirla o
crearla.
Si se considera a la norma con independencia del acto de su
emisión, como un puro sentido o significado, y se atribuye a
éste carácter obligatorio, de deber ser, entonces puede
legítimamente aplicarse el predicado de ''validez'' de una norma,
Esto es lo que significa la afirmación de que la validez es la
existencia ''específica de una norma. Es específica esta
existencia que en algunas otras obras la califica de ideal'',
porque se distingue de la existencia que se predica de los
fenómenos naturales, Por lo tanto, la invalidez de una norma si
es una contradicción, pues significa tanto como negarle
carácter. En resumen, para Kelsen, validez es igual a
normatividad, al deber ser.

III. Por otra parte, es una problemática ineludible la de


determinar el criterio de validez, «i.e.» , las condiciones que
deben darse para poder afirmar la existencia de una norma o,
como suele también formularse lo anterior, el criterio de
pertenencia a un orden normativo. Kelsen resuelve este
problema con su tesis de que el derecho es un orden dinámico
de la conducta humana, es decir, un conjunto de normas que
regulan su propia creación. En relación con este concepto del
orden dinámico Kelsen propone como solución al mismo el
concepto de la ''norma fundamental'', que parcialmente
coincide, sólo parcialmente, con el concepto de Hart de la regla
de reconocimiento Con el concepto de la norma fundamental
Kelsen intenta resolver, entre otros, dos problemas centrales en
el estudio del derecho: a) cuándo un conjunto de normas forma
un orden, un sistema; b) cuando puede afirmarse que una norma
pertenece a un orden normativo.
La solución propuesta por Kelsen dice que un conjunto de
normas forman un orden, un sistema, cuando la validez de todas
ellas puede referirse a una única norma, que por eso recibe el
calificativo de ''norma fundamental''. En la ciencia del derecho
esta norma tiene por contenido exclusivo el reconocimiento de
un hecho como el fundamental de la creación normativa, «i.e.» ,
esta norma fundamental, en el derecho estatal, reconoce o
establece que el proceso constituyente realizado por el órgano
constituyente o la costumbre, es el acto o proceso de creación
de ia Constitución y que con arreglo a las prescripciones de
esta, se crearán todas las demás normas que integrarán el orden
normativo en cuestión.
Esta última función la lleva a cabo la regla de reconocimiento
de Hart, en relación con la cual fórmula su concepto de validez.
Dice Hart: ''El uso, por los jueces y por otros, de reglas de
reconocimiento no expresadas, para identificar reglas
particulares del sistema, es característico del punto de vista
interno. Quienes las usan de esta manera manifiestan así su
propia aceptación de ellas en cuanto reglas orientadoras ''. Este
punto de vista interno lo contrapone al ''punto de vista externo'',
como el que tendría ''.un observador que registra ab extra el
hecho de que un grupo social acepta tales reglas, sin aceptarlas
por su parte'' (ibidem).
Con estos conceptos como antecedente, Hart fórmula su
concepto de validez con estas palabras: ''Porque la palabra
''válido'' es usada con más frecuencia, aunque no siempre,
precisamente en tales enunciados internos, que aplican a una
regla particular de un sistema jurídico una regla de
reconocimiento no expresada pero aceptada. Decir que una
determinada regla es válida es reconocer que ella satisface todos
los requisitos establecidos en la regla de reconocimiento y, por
tanto, que es una regla del sistema''.
Joseph Raz acepta la tesis de Kelsen sobre la validez. En
cambio, Alf Ross sostiene un concepto de validez semejante al
sociológico de Weber.

VIDA PRIVADA
I. Esfera personal exclusiva, jurídicamente reconocida y
garantizada como derecho a todo ser humano a fin de permitirle
conducir una parte de su propia existencia de manera autónoma,
independiente y libre de injerencias externas indebidas, en
relación con algunas de sus convicciones, decisiones o
actividades íntimas, o con sus relaciones o comunicaciones
particulares, atributos personales, vida familiar, reserva
domiciliaria, etc, También suele designársele bajo la expresión
''derecho a la intimidad''.

II. La protección jurídica de la vida privada no es un fenómeno


nuevo, ya que desde la Edad Media existían sanciones contra
los indiscretos, curiosos o calumniadores.
Hasta fechas todavía no muy lejanas, la protección a la vida
privada del individuo comprendía la prohibición de ataques a su
honra o reputación del uso de su nombre, identidad o
semejanza; de violaciones de su correspondencia; de penetrar a
ciertos recintos o propiedades y registrarlos; de revelar fuera de
propósito hechos penosos de su vida privada o información
recibida en virtud del secreto profesional, etc.
Hoy día, en cambio, inmerso en una sociedad de masas, el ser
humano se hace cada vez más transparente para sus congéneres,
y ello justamente tratándose de su vida privada.
Así, por una parte, los medios de comunicación masiva, con
ánimo sensacionalista cuando no escandaloso, hurgando e
inmiscuyéndose en las vidas ajenas, dan pormenorizada cuenta
de toda clase de asuntos privados, trátese de actos o hábitos
personales, problemas familiares, casos judiciales, civiles o
penales, etc., sean o no de interés general o colectivo, o bien
divulgan ciertos aspectos íntimos que el individuo quisiera
guardar en secreto.
Por otra parte, los adelantos científicos y las realizaciones de
la tecnología moderna hacen posible intrusiones de naturaleza y
dimensiones inimaginables, en la esfera de la vida privada del
individuo, convirtiéndose en serias amenazas, reales o
potenciales contra la misma. Para percatarnos de lo anterior,
bastaría referirnos en este contexto a tres diferentes técnicas que
permiten obtener información que el individuo desea mantener
como confidencial.
La primera, consiste en la utilización de dispositivos ópticos o
acústicos para, sin conocimiento o contra la voluntad de una
persona, observar su ubicación o desplazamiento, sus actos, sus
palabras o sus escritos privados; la segunda, supone la
utilización de testorales o escritos, o de sustancias o dispositivos
destinados a obtener de un individuo informaciones sin su pleno
consentimiento o ignorando que las proporciona, o bien que las
suministra sin estar plenamente consciente de lo que significan
para su personalidad privada; en fin, la tercera, que implica la
utilización de computadoras para recopilar, pro cesar, difundir,
publicar o manipular informaciones sobre los individuos, en
tales cantidades, a una velocidad y con tal eficacia, que resultan
inmensas las proporciones de esta nueva amenaza contra la vida
privada del ser humano, dado el caso de que las informaciones
confidenciales hubieren sido obtenidas de manera Clandestina o
subrepticia, o bien de que las mismas llegaren a utilizarse
regularmente de manera impropia o abusiva.

III. En el orden jurídico mexicano, no obstante que nuestra C


solo en una ocasión, en su «a.» 7, utiliza la expresión ''res peto a
la vida privada'', los principios básicos y las reglas generales
para la protección del derecho a la vida privada, «i.e.» , las
cuestiones relativas a su reconocimiento, protección y límites
tienen amplia cabida; primero en las propias disposiciones
constitucionales, particularmente en los «aa.» 4, 6, 7, 16 24 29,
103 y 107, y después, en la legislación secundaria que
desarrolla y reglamenta los principios constitucionales.
Por lo tanto, puede afirmarse que este derecho tiene un
fundamento esencialmente constitucional, el cual sustenta, de
sobra está decirlo, la legitimidad constitucional de una tutela del
derecho del individuo al respeto de una esfera personal
exclusiva.
Las disposiciones constitucionales contemplan una esfera
personal exclusiva en relación con las cuestiones siguientes: el
derecho a decidir libremente sobre e! núm. y espaciamiento de
los hijos («a.» 4); los límites a la libertad de expresión cuando
ésta pueda atacar, entre otros, los derechos de terceros («a.» 6);
las restricciones que deben imponerse a la libertad de prensa,
con miras a lograr, entre otras cosas, el respeto a la vida
privacía («a.» 7); la prohibición de toda injerencia en la espera
privada del individuo, sea en su persona, familia, domicilio,
papeles o posesiones, así como la inviolabilidad tanto de la
correspondencia, que bajo cubierta circule por las estafetas,
como del domicilio, por parte de miembros de las fuerzas
armadas en tiempos de paz («a.» 16); la libertad de religión y,
correlativamente, la de practicar las ceremonias, devociones o
actos del culto respectivo en los templos o en su domicilio
particular («a.» 24); los casos y condiciones en los que puede
suspenderse, de manera genera; y temporal, el ejercicio de estos
derechos y libertades, a fin de hacer frente a situaciones graves
o de emergencia («a.» 29); y, finalmente, el Otorgamiento y las
condiciones básicas de ejercicio del recurso de amparo,
destinado a garantizar el respeto de los derechos y libertades
reconocidos («aa.» 103, «fr.» I y 107).

IV. Por lo que toca a la legislación secundaria, numerosas


disposiciones dispersas en diversos códigos y leyes desarrollan
y completan los principios generales de la C, estableciendo, sin
formar un todo coherente, una reglamentación mas o menos
detallada de los diversos aspectos de este derecho.
Así, p.e., el «CP» del 17 de septiembre de 1931 fija las
sanciones aplicables a cualquiera que haya violado alguno de
los aspectos que comprende el derecho a la vida privada («aa.»
173-175, 210, 211, 282-285 y 348-359); la Ley de Imprenta,
publicada el 9 de abril de 1917, contempla también numerosos
y diferentes supuestos de violación («aa.» 1o, «frs.» I-IV, 4, 7,
9-31, 34 y 35); la LVGC, publicada el 19 de febrero de 1940,
establece diversas obligaciones, prohibiciones y sanciones a
este respecto («aa.» 377-380, 383, 422, 423, 442, 467, 571, 576-
578 y 592), etc.
Por otra parte, en la jurisprudencia mexicana encontramos solo
vagos intentos de conceptualización de la vida privada, cuando,
p.e. se afirma que por tal ''debe entenderse lo que se refiere a las
actividades del individuo como particular, en contraposición a
la vida pública de modo que para determinar si un acto
corresponde a la vida privada, hay que atender al carácter con
que se verificó''.

V. En el marco del derecho internacional de los derechos


humanos, los «aa.» 12 de la Declaración Universal de Derechos
Humanos, aprobada el 10 de diciembre de 19-18, 17 del Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos, del 16 de
diciembre de 1960 vigente desde el 23 de marzo de 1976 y
ratificado por nuestro país el 23 de marzo de 1981; y 11 de la
Convención Americana sobre Derechos Humanos o Pacto de
San José de Costa Rica, del 22 de noviembre de 1969, en vigor
a partir del 18 de julio de 1978 y ratificada por México el 21 de
marzo de 1981, se refieren, en términos casi idénticos, al
derecho de toda persona a la protección de la ley contra
injerencias arbitrarias o abusivas en su vida privada, su familia,
su domicilio o su correspondencia, así como contra ataques
ilegales a su honra y reputación.
Ahora bien, el derecho a la vida privada no debe entenderse ni
como absoluto ni como ilimitado. Por el contrario, este derecho
al igual que todos los demás derechos humanos, admite diversas
e importantes limitaciones derivadas de la necesidad de brindar
protección a otros intereses que se consideran también legítimos
y, por ende, dignos de tutela jurídica. La principal dificultad
estriba, desde luego. en trazar la línea de demarcación entre
tales intereses contrapuestos. Sin embargo, debe hacerse la
salvedad de que nada puede justificar actividades o medidas que
menoscaben o estén en contradicción con la dignidad física,
mental, intelectual o moral de la persona humana.

VIVIENDA

I. (Del latín vivenda, de vivere, vivir.) Es el vocablo utilizado


en la materia jurídica del trabajo para denotar la casa o morada
que un patrón debe proporcionar a sus trabajadores, de acuerdo
con las modalidades establecidas en la C, en disposiciones
reglamentarias, en los contratos colectivos o en instrumentos
que derivan de acuerdos paritarios.

II. La obligación patronal de facilitar la adquisición o permitir


el uso de viven das decorosas para los obreros encuentra su
arranque y .criterio inicial, a nivel comunitario, en la
Conferencia de la Organización Internacional del Trabajo (OIT)
de 1921, aunque circunscrita a los trabajadores agrícolas.
Cuarenta años más tarde la Recomendación 115 fijaba en
Ginebra directrices de mayores alcances.
En materia de política habitacional obrera podemos localizar
diversos antecedentes a nivel nacional, pero como expresa Jose
Francisco Ruiz Massieú, se trata de aportes legales que deben
ser considerados más como documentalización de un propósito
que como instrumentos con ánimo de positividad y eficacia.
Destacan el punto núm. veintiséis del Programa del Partido
Liberal Mexicano (Manifiesto de primero de julio de 1906) y la
Ley sobre Casas de Obreros y Empleados Públicos que expidió
el gobernador Enrique C. Creel el primero de noviembre de
1906, con radio de acción en la capital del estado de Chihuahua
y en las cabeceras de los distritos de la propia entidad ambos
proponían que los patrones brindarán alojamiento higiénico a
los trabajadores.

III La redacción original de la «fr.» XII del «a.» 123 de la C


prescribía que en las negociaciones ubicadas fuera de las
poblaciones, o dentro de ellas, cuando los patrones ocuparán un
número de asalariados mayor de cien, tendrán la obligación de
proporcionarles habitaciones cómodas e higiénicas, no
pudiendo cobrar en calidad de renta cantidades que excedieran
del medio por ciento mensual del valor catastral de las fincas.
La «fr.» XXX consideraba de utilidad social la formación de
cooperativas destinadas a la construcción de casas cómodas e
higiénicas para ser adquiridas en propiedad por los trabajadores.
El contenido de la «fr.» XII permaneció inaplicado hasta el
inicio de la década de los años setenta, Durante cincuenta y tres
años el Estado empleó tres modalidades en materia de vivienda:
el sistema de vivienda arrendada, el sistema de promoción
estatal directa-aunque escasa-de vivienda y los asentamientos
conocidos como colonias proletarias; la vivienda que deberían
facilitar los dueños de capital seguía en el olvido, sin el impulso
ni la voluntad política de un Estado que debía tenerla en primer
plano dentro de su función social.
La «LFT» de 1970 recogió por fin, en forma muy limitada, el
derecho habitacional de los trabajadores mexicanos; pero lo que
como contrapartida era obligación patronal se supeditaba a que
los centros de trabajó estuvieran ubicados fuera de las
poblaciones y que las empresas tuvieran una plantilla superior a
cien trabajadores. Las argucias patronales y trucos jurídicos que
quedaban abiertos nunca se concretaron, afortunadamente,
puesto que la actualización del cumplimiento de la obligación
era diferida por un lapso de tres años.

IV. Antes de que transcurriera el trienio aludido surgieron los


organismos que se traducen en tres fondos de ahorro y
financiación: a) el Instituto del Fondo Nacional de la Vivienda
para los Trabajadores (INFONAVIT), que atiende a la
población económicamente activa en el campo de las
actividades productivas en general, b) el Fondo de la Vivienda
del Instituto de Seguridad y Servicios sociales de los
Trabajadores del Estado (FOVISSSTE), que promueve la
construcción de viviendas para los trabajadores al servicio de
los poderes federales (el Departamento del Distrito Federal
incluido) y de las instituciones que por disposición legal o por
convenio deban inscribir a sus trabajadores en dicho Fondo, y c)
el Fondo de la Vivienda Militar (FOVIMI). El primero es un
organismo con personalidad jurídica y patrimonio propio; los
dos restantes son entidades desconcentradas: del ISSSTE y del
ISSFAM (Instituto de Seguridad Social de las Fuerzas Armadas
Mexicanas), respectivamente (v., «DO» 24 de abril de 1972, 10
de noviembre de 1972 y 8 de diciembre de 1972).
Sólo un sector, el de mayores necesidades pero de menores
ingresos, no fue debidamente considerado en lo que a partir de
la década de los años setenta pretende ser el primer sistema
nacional de vivienda; se trata de los no asalariados, que
permanecen en un interminable compás de espera.
VOTO
I. A través del derecho de voto los ciudadanos intervienen en la
vida política del país, ya sea crean lo al Estado, conformando al
gobierno o eligiendo a sus representantes, y al programa
político de conformidad al cual se debe gobernar al país.
De aquel se puede afirmar con Mariano Otero, que en los
Estados populares las leyes que establecen el derecho al voto
son fundamentales y tan importantes como las que en las
monarquías establecen quién es el monarca.

II. En la mayoría de los países el establecimiento del sufragio


universal se ha visto precedido por un periodo más o menos
largo durante el cual el ejercicio de los derechos políticos se
limitó por razones de edad, sexo, color, analfabetismo, riqueza,
estado social, religión, etc. Algunas restricciones son lógicas y
tienen sentido común, como p.e., que se niegue el voto a
menores y a los insanos mentales, sobre la base de que son
incapaces de tomar decisiones responsables. Montesquieu
consideraba que tan sólo se debería excluir de la participación
en los asuntos políticos a los seres sin voluntad propia. Otras
limitaciones se originaron en prejuicios que, debido al clima
político del momento, fueron aceptados como verdades
inobjetables.
Por lo que se refiere a nuestro medio, cabe señalar que nuestra
historia constitucional pone de manifiesto que la
universalización del sufragio no es producto de un estudio de
gabinete; sino el resultado de una serie de luchas que se han
proyectado a través del tiempo.

III. En efecto, durante el Congreso Constituyente de 1856-1857,


el grupo conservador propuso que se limitara el derecho al
sufragio a aquellos que pudieran leer y escribir. El diputado
Peña y Ramírez combatió la propuesta por considerar que
contrariaba los principios democráticos, ''ya que las clases
indigentes y menesterosas no tienen ninguna culpa, sino los
gobiernos que con tanto descuido han visto la instrucción
pública''. Desde entonces hasta nuestros días el sufragio es
universal e igual, pues no se reconoce la existencia de votos
calificados.
Otra medida tendiente a ampliar el cuerpo electoral se operó
con la promulgación de la C de 1917, ya que se dispuso en el
«a.» 34 que tendrían la calidad ciudadana los mexicanos de 21
años que tuvieran un modo honesto de vivir. No obstante que,
con apoyo en el a, que se comenta, las mujeres podían reclamar
el que se les reconocieran sus derechos políticos, la
permanencia de usos y costumbres del pasado determinó que
durante toda la primera mitad del presente siglo no votarán. Así,
con el propósito de subsanar esta irregularidad y a partir de la
consideración de que la mujer ha sido, es y seguirá siendo
copartícipe del destino del país, en cl año dé 19:)3 se modifico
el texto constitucional y se preciso la igualdad de los nacionales
de ambos sexos.
En torno a esta cuestión conviene señalar, en concordancia con
Bartélemy que si cl sufragio es al mismo tiempo un derecho
político y un arma para defender intereses legítimos de personas
o de grupos de personas, entonces resulta evidente que no puede
negarse ese derecho a las mujeres, que tienen intereses de todo
orden que son privativos de su sexo en lo que concierne al
aspecto moral, legal o económico.
También contribuyó a universalizar el sufragio la reforma que
en el año de 1970 experimentó el «a.» 84 constitucional, con el
propósito de reducir el requisito de la edad para ser ciudadano y
otorgar la ciudadanía a todos los mexicanos al cumplir no 21,
sino tan solo 18 años de edad, con independencia de su estado
civil. Esta reforma permitió poner fin a una situación irregular
originada por el hecho de que por una parte, la ley sobre la
materia no reconocía derechos políticos a los menores de 21
años, y por otra, diversos ordenamientos legales le conferían a
los mayores de 18 años aun cuando en forma indirecta o
circunstancial, ciertos derechos que les permitían participar en
la vida política.
En la iniciativa de reforma presentada ante el Congreso de la
Unión, se dijo en apoyo de las mismas: ''Las nuevas
generaciones emergen a la vida nacional y reclaman-como en
todo el mundo contemporáneo-ser escuchadas y contribuir con
sus puntos de vista a la integración de la voluntad colectiva. El
canalizar esta expresión por medios institucionales, no es sino
adaptar nuestra estructura constitucional a la realidad del
país...''.
En este orden de ideas, se puede decir que el sistema político
mexicano descansa sobre el principio de que, el sufragio es
universal y que la voluntad ciudadana debe expresarse en forma
individual, por medio de voto libre y directo, es decir, sin que se
ejerza presión ni intervenga intermediario alguno. Venustiano
Carranza al proponer al Congreso Constituyente lo anterior
afirmó ,''Para que el ejercicio del derecho al sufragio sea una
positiva y verdadera manifestación de la Soberanía Nacional, es
indispensable que sea general, igual para todos, libre y directo:
porque faltando cualquiera de estas condiciones, o se convierte
en una prerrogativa de clase, o es un mero artificio para
disimular usurpaciones de poder... siendo el sufragio una
función esencialmente colectiva, toda vez que en la condición
indispensable del ejército de la soberanía, debe ser atribuido a
todos los miembros del cuerpo social....
Con base en las consideraciones formuladas se puede afirmar
que la ciudadanía debe votar en las consultaciones electorales
porque de lo contrario estará negando la conquista de uno de los
mas significativos derechos. Asimismo se puede decir que se
debe votar porque al hacerlo el ciudadano además de escoger un
programa político a través del cual desea que se gobierne al
país, refrenda, confirma y actualiza su decisión de que la
democracia sea la norma básica de gobierno.
En cambio, no votar significa menosprecio por los derechos
ciudadanos, preferencia por otras formas de gobierno y
oposición al fortalecimiento democrático que procuran los actos
que configuran el proceso de reforma política.

ZONA DE LIBRE COMERCIO


I. Se refiere la denominación zona de libre Comercio al fondo
de integración económica entre Estados soberanos que
comprende la aceptación de dos políticas básicas: a) la adopción
de una tarifa exterior común que se significa en la fijación de
precio; uniformes aceptados por todos los Estados miembros del
proceso, para determinados productos que van a ser vendidos
fuera de la zona a terceros países, y b) la liberación del
comercio, exento de aranceles, o a través de una gradual
reducción de los mismos, para todos los productos o para un
número determinado de ellos, entre los países del área.

II. Es principalmente a partir del comienzo de la década de los


años cincuenta que aparece el proceso de integración
económica. Los Estados europeos, despues de la Segunda
Guerra Mundial, por el impacto de la descolonización que les
hace perder sus colonias, se ven orillados a buscar nuevas
opciones para el desarrollo, particularmente la unión de las
economías, En 1951 surge en Europa occidental la Comunidad
Económica del Carbón y del Acero, y en 1957 es firmado el
Tratado de Roma que estableció las bases del Mercado Común
Europeo la experiencia institucional mas avanzada de
integración económica, y que ha motivado el surgimiento de un
nuevo apartado de regulación jurídica: el llamado derecho
comunitario.
El mercado común implica cl reconocimiento de cuatro
libertades económicas fundamentales entre los Estados
participantes del proceso: a) la: libertad de comercio; b) la
libertad de trabajo; c) la libertad de circulación de capitales y d)
la libertad de circulación de servicios.
Una zona de libre comercio quedaría reducida a la primera
libertad y, por consecuencia, en un escalón institucional
inferior, donde la integración no asume formas estrechas de
cooperación.
En 1960 se firmó en América Latina el Tratado de Montevideo
que instituyó la Asociación Latinoamericana de Libre
Comercio, de la que formó parte Mexico. Su finalidad fue crear
un bloque comercial de los países del área, liberalizando el
comercio hacia adentro y levantando un frente comercial hacia
afuera, a través de la adopción de una tarifa exterior común. La
finalidad de la letra del Tratado era alcanzar un sistema de libre
comercio en un término de doce años. Sin embargo no existió
jamas una auténtica voluntad integracionista, Los Estados
miembros antepusieron su interés, influido en buen grado
porque los productos de la región más que ser complementarios
entre sí resultaban competitivos. De otra parte, la hermandad
latinoamericana ha sido afectada severamente por la
proliferación de conflictos entre Estados vecinos y por
diferencias de tendencia política en el escenario continental.
Con una carta de presentación poco halagüeña sobre sus
logros, en 1981, se extinguió la ALALC, y en su lugar se creó la
ALADI, Asociación Latinoamericana de Integración que
buscaría metas más realistas y, a la par, más ambiciosas en el
proceso de integración económica Latinoamérica.

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