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¿Así que…quiere usted

CAMBIAR el mundo?
El surgimiento del espíritu de empresa social y la
escalada del Sector Ciudadano.

31/07/2008
Hart hausa Lectura 2005. David BORSTEIN
E n la Hart House Lecture de 2005, el periodista David Bornstein explora el impacto de
una profunda transformación social que está cobrando impulso en todo el mundo: el
fenómeno de espíritu de empresa social. Gente común y corriente está encontrando
formas extraordinarias de cambiar el mundo: en los últimos 25 años, millones de nuevas
organizaciones lideradas por ciudadanos del común han surgido para redefinir la manera en
que la sociedad afronta los retos que van desde accesibilidad a la educación hasta la necesidad
de energía sostenible, desde la salud al ambiente, de reacción ante la crisis a erradicación de la
pobreza.

El crecimiento de este vibrante y dinámico “sector ciudadano”, en el que los individuos,


generadores de cambio, lideran las propuestas de novedosas ideas e innovaciones, representa
un histórico momento decisivo para la forma en que las sociedades inician, apoyan y
sistemáticamente organizan el cambio social.

Interesante, accesible y relevante, Bornstein destaca los rasgos de personalidad y las


condiciones sociales que permiten a los emprendedores sociales actuar en sus localidades y
expandirse como una fuerza que resuena en todo el mundo. A través de la detallada
observación de una variedad de inspiradoras historias personales, este es un recordatorio de
que el poder de cambiar al mundo, de hecho está en nuestras manos.
Prólogo

Hart House Lecture trabaja para inspirar el debate sobre la visión que cada quien tiene de su
lugar en el mundo, entablar con la gente joven charlas abiertas sobre temas relacionados con
la identidad personal y colectiva, y explorar las implicaciones del civismo activo. En otoño,
cuando me reuní con algunos estudiantes para decidir juntos el conferencista de 2005, era
época de elecciones federales en Canadá, presidenciales en los estados unidos y seguían su
curso las hostilidades en Irak. Ante el reducido número de votantes, los medios destacaban la
indiferencia, impasibilidad, egoísmo, desinformación, y apatía de la juventud; pero nuestra
opinión al respecto era muy distinta.

En vehementes discusiones matinales, los estudiantes del comité de conferencias expresaban


su interés por el arrollador ritmo e impacto del cambio a nivel mundial y las formas en que les
interesaba hacer un mundo mejor. Convencido de que los jóvenes están buscando distintas
maneras de participación, que van más allá de las definiciones tradicionales de compromiso
social como el voto, la idea del espíritu de empresa social captó nuestra atención. Muy pronto
llegamos a David Bornstein, un programador de computadores canadiense que pasó a ser
escritor y residente neoyorquino, que tiene en su haber una extensa obra sobre los
emprendedores sociales y su profundo impacto en todas partes del mundo.

La original conferencia de David Bornstein, practica e inspiradora a la vez, nos muestra


aspiraciones idealistas basadas en proyectos pragmáticos. Leído el esquema inicial, todos
quisimos saber más. Bornstein es cronista cautivador y muy convincente, que lleva a lectores y
oyentes al creativo mundo de los emprendedores sociales. Además, nos alienta a buscar esas
oportunidades en nuestras propias comunidades y reflexionar sobre aquello que mueve a los
emprendedores sociales. Además, nos alienta a buscar esas oportunidades en nuestras propias
comunidades y reflexionar sobre aquello que mueve a los emprendedores sociales. Revelando
el enorme impacto de proyectos locales sobre las comunidades, David se las arregla para
cuestionarnos sin juzgarnos, ofreciendo una esperanza realista y un curso de acción factible. Su
conferencia nos muestra que, como individuos, nosotros podemos efectuar cambios positivos
de alcance global al poner en marcha proyectos locales a escala humana.

Desde el inicio de Hart House Lecture, nuestra mayor aspiración ha sido que cada conferencia
resulte significativa más allá del evento como tal. En particular, queremos que sea para la
gente joven un punto de partida para hacer más preguntas, reflexionar e investigar sobre el
civismo activo. El descubrimiento del espíritu de empresa social a través de la conferencia de
este año fue como haber descubierto un nuevo planeta. Hemos contactado organizaciones
como el World youth Centre, con sede en Toronto, que es una incubadora de “proyectos de
cambio social impulsado por jóvenes.” Hemos encontrado estudiantes de secundaria que
quieren aprender a crear soluciones a problemas de sus comunidades tomando como modelo
a los emprendedores sociales. Hemos conocido a Ashoka, una organización sin ánimo de lucro
que identifica influyentes emprendedores sociales e invierte en ellos; y esperamos recibir
propuestas para el proyecto de un libro liderado por varios miembros de Action Canada, que
documentara inspiradoras historias de jóvenes pensadores, activistas, líderes comunitarios y
emprendedores sociales canadienses. Ya esta conferencia de Hart House de 2005 tiene un
sentido que va más allá de la charla en sí. Esperamos que las ideas presentadas por David
Bornstein en forma tan elocuente sean fuente de inspiración para usted y lo invitamos a
compartir nuestro entusiasmo por las ilimitadas posibilidades de ejercer una influencia
significativa en el mundo.

Margaret Hancock

Directora, Hart House

Marzo de 2005
UNO

E n un campo universitario de colorado, hace algunos años participé en un taller de tres


días diseñado para ayudar a ingresar a la universidad a 40 bachilleres de bajos recursos.
Mi trabajo consistía en ayudar a ingresar a cinco estudiantes en la redacción de unos
ensayos de admisión a la universidad, que los mostraran como personas integrales y no solo
como números de un expediente académico.

En las semanas previas, no había preparado nada para el taller. Provengo de una familia de
clase media en los suburbios de Montreal, y antes de convertirme en escritor, trabajaba como
programador de computadores. Había visto pobreza, pero nunca la había experimentado. Así
que tenía mis dudas sobre mi capacidad de relacionarme con cinco adolecentes de zonas
urbanas deprimidas. Pero la organización a cargo de todo, College Summit (Cumbre
Universitaria), cuyo fundador J.B Schamm, había sido estudiante de teología, me aseguraron
que todo lo que debía hacer era presentarme allí.

Empezaría a trabajar con los estudiantes un viernes a las 8 de la mañana. La noche del jueves,
después de una capacitación intensiva de cuatro horas, a eso de las 11 conocí a mis
estudiantes: tres chicos y dos chicas, cuatro afroamericanos y uno de Samoa. Los muchachos
eran mucho más altos que yo. Más tarde me enteraría que todos habían nacido en violentos
vecindarios de los Ángeles y Denver. Una de las chicas había visto morir a su hermana
abaleada por un tiroteo desde un carro en marcha. Yo dije hola y los adolecentes farfullaron
algo y se miraron los pies. Antes de irnos a la cama, pasamos cinco minutos juntos, tiempo
suficiente para saber que la situación no era precisamente fácil. Estaba tan tensionado que
solo pude dormir a las tres de madrugada.

A la mañana siguiente volvimos a encontrarnos y atravesamos juntos el campus hasta el aula


que nos habían asignado. Era un magnifico día de verano, pasamos por la biblioteca, los prados
verdes y sentí la añoranza de volver a la universidad. Cuando llegamos a nuestro salón de
clase, entré de lleno al trabajo de redacción según lo indicado, pero en cuestión de una hora
empecé a sentirme presa del pánico. Los estudiantes se mostraban muy reservados y lo que
habían escrito era terriblemente aburrido. Pensé: “esto no va a resultar jamás”. Pero College
Summit venia perfeccionando estos talleres hacia ya seis años, y la noche anterior me habían
dicho: “No hay de qué preocuparse. Confíe en el proceso”.

Esa mañana fue traumática. Pero en la tarde algo cambió. Y en la mañana siguiente se
respiraba un ambiente distinto en el aula. Para el domingo mis estudiantes habían escrito
cinco ensayos. Tenían errores gramaticales, pero eran artículos auténticos extraídos de
experiencias de vida que transmitían un profundo sentido de quiénes eran los estudiantes.
Quedé asombrado con lo que avanzamos en solo tres días.

Cuando regresé a la ciudad de nueva York, donde vivo, me encontré a mí mismo mirando de
otra manera a los estudiantes que se reunían en las aceras y monopolizaban los vagones del
metro. Caí en cuenta de que me resultaba más fácil imaginarme de donde venían y las historias
que podrían contar a quien les escuchara.
Antes de ese fin de semana, jamás había pensado cuanta capacidad hay atrapada bajo la
superficie de nuestra sociedad. Cada año en estados unidos se gradúan de la escuela
secundaria 200 000 estudiantes de bajos recursos que, según el gobierno, están capacitados
para tener éxito en la universidad, pero fracasan en su intento de ingresar a ella. En el Canadá,
año 2001, a la universidad asistía apenas un 20% de los estudiantes con ingresos familiares
anuales de $25 000 o menos.

Ese fin de semana mi hizo ver que no hay razón para que tanta gente joven acabe marginada.
Me demostró que es posible crear procesos relativamente simples que dan rienda suelta a
talentos y ambiciones, en forma sistemática. Desde entonces he repetido la experiencia otras
dos veces. He conversado con docenas de otros participantes, entre ellos mi esposa, que lo ha
hecho cuatro veces, y en casi todos los casos la experiencia es la misma, se repite la magia.

No pretendo explicar cómo funciona College Summit, hay muchos otros aspectos de su
enfoque que no he mencionado. Mi propósito es explicar que sí funciona, y a gran escala. De
alguna manera, College Summit ha desarrollado un proceso, una tecnología social, que lleva a
la universidad a miles de estudiantes de escasos recursos, en porcentajes mucho más elevados
de lo que razonablemente podría esperarse, casi un 75% por encima del promedio nacional de
sus pares.

A quí tenemos otro ejemplo de tecnología social: en Polonia existe una organización
llamada Barka, que opera una serie de hogares en los cuales ex presidiarios,
alcohólicos en rehabilitación y personas que han quedado sin techo recientemente,
viven y trabajan juntos, compartiendo responsabilidades y co-administrando pequeños
negocios. Pues bien ustedes estarían en lo correcto al pensar que lo anterior parece la receta
de un desastre. En la historia de la vivienda comunitaria abundan los fracasos. ¿En esta época,
quien creería que si se reúne un grupo tal de “indeseables”, se asignan responsabilidades para
que cuiden de sí mismos y de los demás, y se establece un verdadero programa de vivienda,
eso realmente funcione? Cuando Barka empezó, la gente decía a sus dos fundadores Barbara y
Tomasz Sadowski, ambos psicólogos, que ellos podrían administrar uno de estos hogares con
éxito, tal vez dos, pero no más. En opinión de esas personas, los hogares dependían mucho del
carisma de ellos dos. Sin embargo, hoy existen 20 de esos hogares, los Sadowski ya no los
supervisan directamente, y la franquicia social que estructuraron sigue expandiéndose. De
alguna manera, Barka ha creado, de las cenizas del comunismo, un sistema de mutuo apoyo
que permite a las personas liberarse de esa especie de cautiverio auto impuesto. La estructura
del sistema, dicho sea de paso, no es un reglamento, sino una cultura de empatía integrada
por sentido del humor, flexibilidad de pensamiento y una tranquila aceptación de las
debilidades humanas.

Digo que Barka está cimentado en la empatía. Si se observa College Summit con atención,
encontraremos que sus talleres también estimulan la empatía, y ami modo de ver es por eso
que los estudiantes se desinhiben tan rápidamente en ese entorno. La empatía resulta ser una
especie de llave maestra que abre muchas puertas y candados. Aquí, en Toronto, ustedes
tienen una organización llamada Roots of Empathy [raíces de empatía], fundada por una
notable educadora de nombre Mary Gordon, que ayuda a niños a adquirir habilidades de
empatía y alfabetización emocional. Roots of Empathy ha ayudado a casi 70 000 estudiantes
en edades que van de los 3 a los 13 años, con 1 100 aulas que actualmente ejecutan el
programa en ocho provincias por todo el Canadá. Y ya se está adoptando en Japón y Australia.

Es una idea aparentemente simple. A lo largo del año escolar, cada mes los niños reciben la
visita en el salón de clase, de un bebé y su padre o su madre, acompañados de un instructor de
Roots Empathy. El bebé es el “profesor”, denominado así por Roots Empathy. Durante las
visitas, los niños tratan de interpretar los sonidos y movimientos del bebé. El instructor se
reúne con la clase antes y después de cada una de las nueve visitas del bebé para preparar y
rendir un informe con los estudiantes, y a través de esas 27 reuniones, los niños aprenden a
reflexionar sobre el significado del llanto de un bebé, sobre cuidado y seguridad, y sobre las
despedidas y los buenos deseos. Y más importante aún, aprender a reconocer y a identificar
los sentimientos de otras personas, lo que les ayuda a manejar los propios. Estudios realizados
por la Universidad de British Columbia han mostrado que estas experiencias mejoran la
comprensión de las emociones y situaciones sociales por partes de los estudiantes y llevan a
comportamientos mas orientados a lo social, además de reducir la agresión e incluso el acoso
en la escuela de los propios estudiantes a sus compañeros.

College Summit, Barka y Roots of Empathy, constituyen tres ejemplos del tipo de solución
creativas que hoy están surgiendo por todo el mundo, forjadas por ciudadanos o
emprendedores sociales que han asumido la responsabilidad de reparar la sociedad. Creo que
si reconocemos el papel de innovadores como J.B.Schamm, Mary Gordon Barbara y Tomasz
sadowski en la creación de esta clase de organizaciones y apoyamos su trabajo como es
debido, veremos un aumento espectacular de la tasa de innovación social.
DOS

A Principios de la década de los 90, trabajando como periodista en la ciudad de Nueva


York, encontré un artículo sobre el Grameen Bank, que significa “el banco de la aldea”.
El artículo explica que este banco otorga préstamos a medio millón de mujeres
aldeanas en Bangladesh. Los préstamos eran minúsculos, en promedio unos $ 60 al año, y las
mujeres los pagaban a una tasa de $ 1,20 a la semana, con elevadísimos niveles de
cumplimiento. Típicamente, la mujer compra un activo, una vaca, o cabras, o tal vez una
ricksha para su marido. Ella usara ese activo para generar algún ingreso, pagar el préstamo, y
al final del año será propietario del activo. Entonces volverá a hacerlo de nuevo. Mediante este
proceso, con el tiempo, los prestatarios pasaban de una agobiante pobreza y una o dos
comidas al día, a una pobreza menos abrumadora con tres comidas diarias, una pequeña
huerta de vegetales y la posibilidad de mandar sus hijos a la escuela. Recuerdo que caminaba
en el Greenwich Villaje por Morton Street, una soleada mañana de primavera en 1991, cuando
de repente supe que debía ir a Bangladesh para ver esto con mis propios ojos.

Ahorrar el dinero para el viaje me tomó seis meses. Así que antes de partir, tuve tiempo
suficiente para leer todo aquello sobre el banco en lo que pude echar mano. Una y otra vez
encontraba que se referían al mismo como un “milagro” de desarrollo, lo que me preocupaba,
pues no creo en milagros. Pero después de llegar a Bangladesh, no necesité mucho tiempo
para ver que no se trataba de ningún milagro. Era algo mejor: un sistema, pero un sistema que
había dado un vuelco total a la idea de lo que es un banco al atender solamente gente pobre,
no exigir garantías y permitir que los aldeanos se convirtieran en los propietarios del banco.

Acabé pasando 10 meses en Bangladesh y cuatro años más escribiendo un libro acerca del
Grameen Bank. Para cuando el libro estuvo listo, el banco contaba con 2 millones de
prestatarios. En la actualidad tiene más de cuatro millones, de los cuales el 95% son mujeres. Y
lo que es más importante, el Grameen Bank ha promovido una idea que se difundió por todo
el mundo. En la actualidad son más de 3 000 organizaciones dedicadas al “microcrédito”, de
los que se benefician más de 70 millones de familias: unos 350 millones de personas. La mayor
parte de este crecimiento se ha dado en los últimos siete años. Este es un cambio social
espectacular.

Pero me gustaría analizar esto con objetividad. ¿Qué significa que decenas de millones de
familias pobres tengan acceso a un crédito con un precio justo? Tengan ustedes en cuenta lo
que significa el crédito en nuestras vidas: ¿Cómo compramos auto, casa y educación
universitaria? A plazos. No los pagamos por adelantado. Si tuviéramos que hacerlo así, muchos
de nosotros nunca podríamos tenerlos. La capacidad de adquirir cosas a plazos es crucial para
el desarrollo económico y el cambio social. Constituye buena parte de nuestra libertad y
capacidad para superar las condiciones en las que nacimos.

En el mundo, la mayoría de la gente no tiene esta opción. Cuando estuve en Bangladesh,


conocí hombres que llevaban 20 años pedaleando rickshas de las cuales aún no eran
propietarios. Si la esposa de un hombre se asocia al Grameen Bank, ella puede tomar un
préstamo, comprar una ricksha de segunda mano, y acabar de pagarla en un año. Al año
siguiente pueden volver a hacer lo mismo y miles de personas lo han hecho exactamente así.
La compra a plazos permite todo tipo de cambios radicales, pero sin las vanas consignas de las
revoluciones. Por ejemplo, el Grameen Bank ha otorgado 600 000 hipotecas a familias de
Bangladesh, que pagan los prestamos en 10 ó 15 años a una tasa de $1 a la semana. Las casas
tienen techos de zinc, columnas de cemento y letrinas: permanecen secas durante los
monzones y mantienen a las familias saludables todo el año. Cada una de estas casas, así como
el terreno que ocupan, según las normas del Grameen Bank, debe estar registrada a nombre
de la esposa. El Grameen Bank también alquila teléfonos celulares a cerca de 100 000 “señoras
del teléfono”, que se sostienen vendiendo llamadas a otras aldeas.

En México, una gran compañía cementera está aplicando el principio de las compras a plazos
para ayudar a que los habitantes de tugurios construyan sus propios hogares. En Brasil conocí
a un emprendedor social llamado Fabio Rosa, que alquila paneles solares a aldeanos pobres. La
tarifa mensual es menos de que los aldeanos pagaban por velas, pilas y queroseno. En el
mundo hay cerca de 2 mil millones de personas que no tienen electricidad y cerca de mil
millones de ellas aprovecharían la energía solar si pudieran alquilarla o pagarla a plazos. Pero
hay que montar los sistemas.

Hace poco visité el sureste asiático, y allí me enteré de que sobrevivientes del reciente tsunami
que asoló esa zona, después de esperar en vano la ayuda prometida, habían empezado a
tomar préstamos bancarios para recuperarse. No hace mucho, la única fuente de crédito para
una familia pobre en Sri Lanka habría sido un agiotista.

Ahora las mujeres pobres vendedoras de pescado pueden comprar vehículos de transporte
con préstamos a un interés del 6% y disfrutar de un periodo de gracia de un año antes de
empezar a hacer cualquier pago. Por supuesto, sería muy bueno que la ayuda por fin llegara a
quienes iba dirigida, pero resulta fascinante ver cómo se han ampliado las opciones para los
pobres.

¿Quién creó el Grameen Bank? En un principio pensé que el gobierno lo había hecho. Pero
descubrí que fue un profesor de economía llamado Muhammad Yunus, individuo creativo,
decidido, y con un ímpetu incontenible, que ha pasado los últimos 30 años construyendo su
organización y difundiendo la idea del microcrédito por todo el mundo. Yunus habría podido
convertirse en un acaudalado hombre de negocios. Pero en 1974 después de una hambruna
que asoló a Bangladesh, en la que decenas de miles de aldeanos murieron de hambre, Yunus
se obsesionó con la idea de erradicar la pobreza. Hoy, su visión es ayudar a construir un
mundo en el cual nuestros nietos tengan que ir a museos para saber qué era la pobreza.

C oncluí mi libro sobre el Grameen Bank diciendo que si queremos ver más
organizaciones innovadoras de este tipo, debemos hacer algo más para apoyar a
emprendedores sociales como Muhammad Yunus, que dedican sus vidas a forjarlas.
Poco después conocí a Bill Drayton, un estadounidense que había pasado los 20 años
anteriores buscando emprendedores sociales por todo el mundo para ayudarlos a crecer y
esparcir sus semillas. Drayton había construido una formidable organización llamada Ashoka,
que ha prestado apoyo a más de 1 500 innovadores en 53 países.

No me tomó mucho tiempo saber que había encontrado el tema de mi próximo libro. Me
embarqué en un viaje de cinco años en las cuales entrevisté un centenar de emprendedores
sociales en ocho países, la mayoría de los cuales localicé a través de la red de Ashoka. Me
impresionó la similitud de sus historias: todos esos emprendedores sociales habían pasado
años adquiriendo destrezas y experiencias en distintos entornos hasta que se encontraron
frente con frente con problemas que se apoderaban de ellos, situaciones a menudo dolorosas.
En una aldea de Bangladesh, Muhammad Yunus conoció a una mujer que estaba siendo
terriblemente explotada por un prestamista. En un centro para adolecentes en Washington,
J.B Schramm conoció cuatro estudiantes que necesitaban ayuda desesperadamente para
entrar a la universidad. En Hungría, Erzsébet Szekeres no lograban encontrar un lugar en la
sociedad para Tibor, su hijo discapacitado.

Los emprendedores sociales se sintieron obligados a tomar acción. Su respuesta inicial fue muy
modesta y sin planificación. (Los préstamos iníciales del Grameen Bank a 42 prestatarios
fueron de $ 26). Pero muy pronto, ellos buscaron ayudar a otros y eso los obligó a conformar
un equipo y movilizar recursos. En la década siguiente se enfrascaron en los problemas que
estaban enfrentando y pasaron por un periodo de experimentación intensivo, trabajando
ininterrumpidamente para mejorar y expandir sus organizaciones y hacerlas menos
dependientes de sus propias personalidades. Con el tiempo su labor se volvió cada vez más el
eje de sus vidas, hasta que llegaron a un punto en el que cada decisión pasaba por el filtro de
sus ideas; donde vivir, qué leer, con quién casarse. A menudo sus ideas desplazaban todo lo
demás, incluso la familia, y sus matrimonios fracasaban. Paso a paso, con cada éxito, creció su
fe en la capacidad que tenían para generar los cambios y siguieron buscando formas de
aumentar su impacto, para cambiar los mismos sistemas que eran la raíz de los problemas que
los ocupaban. Más adelante, otros empezaron a copiarlos a ellos y empezaron a a cambiar las
normas y supuestos básicos de su campo. Algunos de estos emprendedores sociales han
conseguido reformas a nivel nacional. Y yo me pregunté: “¿cómo es que no sabemos de esta
gente?”

Entonces empecé a buscar en los libros y descubrí que la historia también está llena de
emprendedores sociales, pero nunca los hemos considerado así. Gente como Roland Hill, que
creó el sistema de correos moderno; Florence Nightingale, que revolucionó las practicas de la
asistencia sanitaria; y Gandhi, que construyó las estructuras políticas que permitieron a la India
hacer la transición a un gobierno propio, fueron perfectos emprendedores por su
temperamento y método. Cuando estaba trabajando en ese libro, mi padre sufrió un
aneurisma cerebral y le salvaron la vida en una operación de siete horas en el Montreal
Neurological Institute. Empecé a preguntarme por qué habíamos llegado a ese hospital y
descubrí que debía agradecer la vida de mi padre al médico y emprendedor social, Wilder
Penfield, quien hace setenta años tuvo la visión de construir un instituto neurológico de talla
mundial en Montreal.

Observe que los emprendedores sociales han estado por ahí durante cientos de años, pero su
presencia en todo el mundo se ha venido acelerando. En los últimos 30 años, algún cambio
causó la explosión de actividad cívica, con millones de personas que daban inicio a
organizaciones para tratar problemas, a menudo en forma innovadoras. Nada parecido a esto
había ocurrido antes. En los seis años siguientes a la caída del Muro de Berlín, por ejemplo, en
los antiguos países comunistas de Europa Central se establecieron más de 100 000 nuevas
organizaciones sociales. Desde principio de la década de los 90, se han establecido cientos de
miles de organizaciones en Estados Unidos y Canadá. En Bangladesh y Tailandia, existen
decenas de miles. India y Brasil cuentan con más de un millón de organizaciones sociales en
cada país, de las cuales la gran mayoría se fundaron en los últimos 20 años. Bill Drayton, el
fundador de Ashoka, ha acuñado el término “sector ciudadano” para describir el espacio entre
los sectores privado y público en que operan estas organizaciones.

Y empecé a darme cuenta de que habíamos llegado a un punto en el que las ideas más
prácticas y emocionantes sobre la forma de corregir problemas sociales, como aliviar la
pobreza, ayudar a personas discapacitadas a vivir de manera más independiente, llevar
electricidad a los aldeanos, enseñar empatía, no fueron de gobiernos o universidades o de las
grandes agencias para el desarrollo; han estado en las manos de los emprendedores sociales. Y
esto también es algo muy novedoso.
TRES

E n su libro Bury the chains [Desaparezcan las cadenas], Adam Hoschchild observa que al
final del siglo dieciocho, más de las tres cuartas partes de las personas vivientes
estaban en cautiverio. Hoschchild se refería a un cautiverio real, como la esclavitud y la
servidumbre. Pero me puso a pensar en la libertad en un sentido más amplio. Y caí en cuenta
de que hasta hace poco, salvo por un pequeñísimo porcentaje de humanidad, casi todo el
mundo ha padecido alguna forma de cautiverio, cautiverio a manos de reyes o señores
feudales, de generales o políticos, o porque han estado cautivos de vidas demasiado cortas o
del analfabetismo, o de la lucha diaria por la supervivencia. Durante la mayor parte del siglo
veinte, en los lugares del mundo que consideramos más avanzados culturalmente, si usted era
mujer, o una persona de piel oscura, o discapacitada, u homosexual, o miembro de cualquiera
de las miles de minorías, arrastraba las cadenas de antiguas tradiciones y prejuicios, prejuicios
a menudo respaldado por el imperio de la ley.

Para la mayor parte del mundo, este statu quo ha permanecido hasta hace muy poco tiempo.
En muchos sitios aún persiste. Pero en los últimos treinta o cuarenta años se ha debilitado
sustancialmente. Los cambios más espectaculares han sido la difusión a nivel mundial del
movimiento de las mujeres y las mejoras en la administración de educación básica y atención
sanitaria, que han elevado los índices de alfabetización y la expectativa de vida de millones de
personas. Solamente en la década de los 70, se duplicó el número de universidades en el
mundo. Solamente en la década de los 80, la tasa de vacunación infantil aumentó del 20% a un
80% a nivel mundial. Incluso algo tan sencillo como la distribución generalizada de sal yodada,
que ocurrió más que todo en la década de los 90, ha evitado que decenas de millones de
personas padezcan retardo mental.

Desde la década de los 70, muchos países, entre ellos India, Indonesia, Brasil y Tailandia, han
visto crecer de manera importante su clase media. En todo el mundo ha cobrado fuerza un
movimiento por la protección ambiental, junto con una extraordinaria gama de movimientos
sociales: la protección al consumidor, los derechos de los discapacitados, los derechos de los
homosexuales y lesbianas, el movimiento por la igualdad de los intocables en la India, el
movimiento de los campesinos sin tierra en el Brasil y la convención mundial sobre los
derechos del niño. En la década de los 90, ciudadanos de todo el mundo, bajo el liderazgo del
gobierno canadiense, lograron sacar adelante un tratado internacional prohibiendo las minas
antipersonales y crearon una corte penal internacional, ambos por encima de las objeciones de
la nación más poderosa del mundo, los Estados Unidos. El micro crédito, como lo he
mencionado, se ha extendido a 70 millones de familias. Y ni siquiera me he referido al internet.
Además, no podemos olvidar el colapso del comunismo y del apartheid así como numerosas
dictaduras, a las que han seguido la difusión del pluralismo político y una incipiente
democracia. Hoy, muchas más personas en todo el mundo tienen la oportunidad de impugnar
el statu quo sin que sean encarceladas o “proscritas” o “desaparecidas”.

Václav Havel ha escrito que la educación es “la capacidad de percibir las ocultas conexiones
entre los fenómenos”. Algunos años atrás un amigo mío tuvo oportunidad de preguntar a
Mikhail Gorbachov cuál consideraba el factor más importante en la desaparición del
comunismo. Gorbachov respondió, “Los Beatles”. Es imposible entender o predecir el efecto
acumulativo de todos estos cambios, o las misteriosas maneras en que interactúan. Pero lo
que se está viendo claro es el gradual surgimiento de una ética cívica a nivel mundial, atizado
por la aceptación de que el mundo no es un lugar tan grande y que, para bien o para mal,
todos estamos juntos en él.

Esas, las buenas noticias. Pero como sabemos, no todas son buenas. Cada día los periódicos
nos recuerdan que el instinto humano de salvajismo sigue intacto. En los últimos años, al leer
sobre los genocidios en Bosnia, Ruanda y ahora Darfur, sobre el tráfico de esclavos sexuales y
las bombas en trenes y cafés, me he visto anonadado repetidamente por lo que los seres
humanos son capaces de hacer, aunque sé que no debería estarlo. Cuando tenía trece años,
escribí un ensayo sobre el holocausto. Recuerdo la primera vez que leí acerca de los
experimentos médicos que los doctores nazis llevaban a cabo en Auschwitz. Como ellos
dejaban caer bebés de cabeza sobre pisos de cemento, desde diferentes alturas, para
investigar en qué punto quedaban triturados sus cráneos. Eso fue todo un despertar para mí.
Recuerdo haber pensado que nada de lo que leyera sobre las personas volvería a
horrorizarme. Pero hace poco asistí en Nueva York a una notable obra de teatro llamada 9
Parts of Desire [Nueve partes del deseo], basada en entrevistas con mujeres iraquíes, y al
escuchar los vívidos recuentos de la carnicería del régimen baathista, volví a quedar
horrorizado aunque, de nuevo, sé que no debería estarlo.

Pero mi sabia tía Selma, ahora de 91 años, a menudo me recuerda que los pecados de omisión
son peores que los de comisión, y que los mayores males del mundo, como la pobreza
generalizada, son resultados de la inacción, más que de la pura brutalidad. La mitad más pobre
de los pobladores del mundo recibe el 5 por ciento del ingreso mundial. Es muy probable que
se pueda afirmar, sin temor a equivocarse, que la mitad de las personas del planeta están
viviendo tan cerca del borde de la supervivencia, que no tienen opciones en la vida. Esto no
quiere decir que ellos no puedan experimentar felicidad, en una aldea de Bangladesh uno
encuentra muchas personas alegres, sino que jamás llegan a experimentar una fracción de su
propio potencial.

Es difícil seguir la pista a los pecados de omisión, porque son muchos. Las sociedades
occidentales se enorgullecen de su compasión y racionalidad, pero ofrecen mil explicaciones
por las cuales no es posible aumentar el salario mínimo, o bajar los precios de los
medicamentos para los africanos VIH positivos, o reducir la velocidad a la cual estamos
destruyendo el ambiente. En los últimos 30 años, hemos consumido una tercera parte de los
recursos naturales del planeta. Es por demás obvio que negamos todo esto. Miren los autos
que conducimos: ¿por qué hemos escogido este preciso momento de la historia en que ha
salido a la luz el problema del calentamiento global para duplicar el tamaño de nuestros
automóviles? Es como pasar a fumarse dos paquetes de cigarrillos en vez de uno, en respuesta
a un diagnostico de enfisema pulmonar. Y en lugar de cambiar ese hábito, dedicarnos a rezar
para recobrar la salud. Según las encuestas, una tercera parte de los estadounidenses cree que
la Biblia es literalmente la verdad. En un cierto número de estados, los maestros de ciencia
simplemente han dejado de enseñar la evolución, ni siquiera porque se les haya ordenado
hacerlo así, sino porque no creen en ella o la consideran un riesgo permanente.
Pero esto, creo yo, es sintomático de unas fuerzas globales que todavía no hemos aceptado. El
mundo está cambiando muy rápidamente. La década actual es la primera en la historia de la
humanidad en la cual hay más gente viviendo en pequeñas y grandes ciudades, que en aldeas.
Ese es un hito significativo. Se veía venir hace tiempo, y podemos considerarlo como la punta
de iceberg de un proceso que empezó hace 13 000 años con el desarrollo de la agricultura.
Solo tenemos que retroceder dos o tres generaciones para llegar a la época en que la
abrumadora mayoría de la población del mundo todavía era rural, incluso en países
industrializados como Canadá y Estados Unidos. Durante casi toda la historia conocida,
prácticamente todo el mundo vivió en comunidades que poco cambiaban, de donde la gente
rara vez se mudaba, en las que las destrezas para sobrevivir se adquirían de los padres, y
antiguos códigos de conducta establecían lo que estaba bien y lo que estaba mal, y cada quien
actuaba en consecuencia.

Ese era el mundo que dio forma a nuestras leyes, religiones e identidaeds, sobre el cual se
construyeron nuestras economías y que, hasta hace muy poco, regía nuestras expectativas. Era
un mundo conocido dominado por reglas simples. Acostunbrabamos a compararnos con
nuestros vecinos para saber si estábamos haciendo bien las cosas. Competiamos con ellos por
los empleos. Podíamos esperar que los cambios fueran graduales, con lo que teníamos una
idea bastante aproximada de lo que el mañana podía traer.

E se mundo ya no existe, ni en Canadá, ni en Brasil, ni en Tailandia, y ni siquiera en la


india rural, donde los aldeanos ven los mismos programas de televisión que vemos
nosotros. Y, hablando en un contexto histórico, ha desaparecido en un abrir y cerrar de
ojos. La población urbana de países en desarrollo era de 300 millones en 1950. En 20 años,
será de cuatro mil quinientos millones. Para entonces, la sociedad y la economía mundiales
lucirán muy diferentes. Ya las personas sienten esa pérdida de control: se les ha desarraigado
de sus bases fundamentales; sus empleos se han globalizado; deben trabajar con personas que
lucen diferentes, hablan otro idioma, a quienes no les interesa su Dios. Y para empeorar las
cosas, los medios los inundan de imágenes que diariamente les recuerdan de cien maneras
distintas que son inadecuados y están en constante peligro por todo, desde el colesterol hasta
el abuso sexual a los niños.

Tolerar tantos cambios, tanta ambigüedad, resulta difícil. Me temo que esas fuerzas globales
sean la razón del aumento del fundamentalismo en todo el mundo, no solo en el medio
oriente, sino entre indios, nigerianos, brasileños, y también entre estadounidenses y
canadienses. Cuando las personas se sienten desorientadas, amenazadas, marginadas, se
aferran a las convicciones. Siempre ha sido así.

Si vamos a lo personal, incluso en los tranquilos suburbios de Montreal, las cosas han
cambiado. En mi niñez pasé la mayoría del tiempo jugando hockey en la calle y montando
bicicleta por el vecindario durante horas y horas, sin supervicion o estructura alguna. No creo
que nuestras madres tuvieran mucha idea de lo que hacíamos después de la escuela. Ahora
tengo amigos que están criando a sus hijos en esos mismos suburbios y ellos piensan que
deben mantener una vigilancia constante sobre los chicos. Pasan la mitad de su vida
llevándolos de esta lección a aqulla cita de juego. ¿Es la vida de los suburbios en Canadá tanto
mas peligrosa de lo que era en la década de los 70? ¿O es que sentimos haber perdido mucho
más el control?

Si estudiamos a emprendedores sociales que trabajan con la juventud, resulta fascinante ver
cómo, en todo el mundo, tantas personas que trabajan independientemente unas de otras
están respondiendo al mismo reto: ¿Cómo preparar a los niños para que triunfen en este
mundo nuevo? ¿Cómo protegerlo? ¿Cómo ayudarlos a que aprendan a manejar los cambios?
¿cómo ayudarlos a disfrutar, en lugar de temer, las diferencias?

En la India, una notable red llamada Childline se ha extendido por todo el país en los últimos
nueve años para proteger a niños de la calle. Buena parte del trabajo de rescate y respuesta a
llamadas lo hacen en realidad los propios niños de la calle. En Sao Paulo, Brasil, una
organización llamada Crecheplan está actualizando modelos educativos para guarderías
infantiles, de manera que desde temprana edad los chicos crezcan aprendiendo a pensar como
solucionadores de problemas. En Indonesia, escuelas nuevas están reuniendo estudiantes
chinos y musulmanes que históricamente se habían mantenido aparte. Una de las cosas más
valiosas que hace el College Summit es garantizar que chicos estadounidenses de bajos
recursos tengan oportunidad de experimentar las diferencias en un entorno seguro. Es mejor
tener la primera discusión política acalorada con un primípara compañero de clase, que con el
jefe. Y, de nuevo, la destreza que más necesita la gente para poder operar con efectividad en
un mundo rápidamente cambiante y diverso, es la empatía. Es por eso que el trabajo de Roots
of Empathy, con sus pequeños “profesores”, resulta crucial.

C uando retrocedo y trato de imaginarme los cambios globales de los últimos 40 años
desde una perspectiva de largo plazo, me parece que pertenecen a una edad del
deshielo. A medida que el glaciar se pierde, muchas formas de crecimiento, deseables
e indeseables, pueden echar raíces o volver a la vida. Estos cambios han aumentado el poder
de los individuos y las opciones que hay a su disposición.

Individuos con extraordinario acceso a información están respondiendo donde gobiernos,


empresas, medios de comunicación, y universidades, que son las estructuras tradicionales,
están fracasando. Ellos saben que a medida que se acelera el ritmo de los cambios, nuestros
sistemas de adaptación también deben hacerlo. Se trata de la amenaza ambiental, o del sida, o
del impacto de un capitalismo no reglamentado, no podemos esperar demasiado para arreglar
las cosas. Es por eso que los emprendedores sociales se han convertido hay en una fuerza
global: las condiciones sociales finalmente han permitido que ellos se desarrollen, y se les
necesita desesperadamente.

Espero que esta fuerza crezca, porque está mejor dotada para trabajar soluciones
descentralizadas, que los mecanismos que operan de arriba hacia abajo, y porque tiende a
fortalecer la democracia. Es difícil imaginar un resurgimiento de las dictaduras en Brasil o
Tailandia, donde el sector cívico se ha disparado. No obstante, hay muchos países, Rusia,
Egipto y Paquistán, en los que el futuro es incierto. El gran interrogante persiste: ¿Qué harán
las personas con sus nuevas libertades? ¿Se dedicaran a producir dinero y hacer la guerra?
¿Veremos más anarquía y terrorismo? ¿O la gente se organiza de manera inteligente para
preservar y expandir las libertades que ahora disfruta?
Es posible que en las próximas décadas nos sorprenda algo nuevo: la oportunidad de ver el
principio del despliegue de la historia real del mundo. No la historia de lo que la gente debe
hacer cuando está sometida en cautiverio, si no la historia de lo que la gente elige hacer
cuando tiene opciones. ¿Cómo sería un mundo así?
CUATRO

E n mi primer año en McGill University, tomé Economía 101, donde muy pronto me
presentaron un personaje llamado “el hombre económico”, que siempre actúa de
manera racional para maximizar su propio interés económico. Más o menos al mismo
tiempo conocí al Proletario del utópico socialismo, quien está feliz de trabajar de acuerdo con
sus capacidades y de recibir de acuerdo a sus necesidades. En otros cursos me encontré al
“Buen salvaje” y al Guerrero contra Todos, de Hobbe, así como al extraño ser humano sin
tendencias innatas, imaginado por John Locke.

Por mi parte, jamás me he encontrado a nadie que se parezca a esta gente imaginaria. Pero
esa son las ideas que han moldeado nuestro mundo y nuestras instituciones. No debe
asombrarnos entonces que muchos de los sistemas de nuestra sociedad necesiten ser
reparados. Nosotros mismos hemos estado engañándonos en cuanto a cómo son las personas.
En un precioso librito titulado Prisons We Choose to Live Inside [Prisiones en las que decidimos
vivir], la novelista Doris Lessing dice: “Creo que cuando la gente estudie nuestra época en
retrospectiva, hay algo ante lo cual se asombrarán más que ante cualquier otra cosa. Y ese algo
es que, aunque de hecho ahora sabemos mucho más de nosotros mismos que lo que sabía la
gente de épocas pasadas, muy poco de ese conocimiento se ha puesto en práctica”.

Este quizá sea el reto del siglo: lograr un uso práctico del conocimiento que tenemos de
nosotros mismos. Actualmente, cuando viajo, me siento animado. Veo gente construyendo
organizaciones eminentemente prácticas, como el Grameen Bank, College Summit, Barka, y
Roots of Empathy, profundamente entrelazadas en el tejido de la vida de las personas. No
están flotando en fantasías color de rosas ni ahogándose en un pesimismo injustificado.
Reconocen las limitaciones y debilidades humanas, pero parten de la presunción de que, en su
mayoría, las personas son competentes y recursivas y se esfuerzan en lograr conexión y
sentido. Estas organizaciones confían, pero también verifican.

A lo largo de los últimos 30 años, el Gremeen Bank ha tenido que vérselas con todos los
problemas imaginables:crisis de cumplimiento en los pagos,corrupción del personal,
escándalos, robos, incompetencia administrativa, oposición de fundamentalistas, la feroz
competencia por sobrevivir que surge después de ciclones e inundaciones, y siempre ha
aprendido algo valioso con respecto a la manera de trabajar con aldeanos pobres. Cada vez ha
cambiado su receta, ha agregado algunas salvaguardas, o ha ido perfeccionado más sus
sistemas.

Hay que irse al detalle para apreciar el enorme “servicio de inteligencia blando” incorporado
en este sistema, con 4 millones de prestatarios y 12 000 empleados que semanalmente se las
arreglan para cobrar las cuotas transitando por enlodados caminos y puentes de bambú. Una
semana después de que el Grameen Bank lo contrata, por ejemplo, a cada nuevo empleado se
le envía a una aldea donde él o ella debe escribir un detallado informe sobre una mujer pobre.
Se espera que el empleado pase unos cuantos días entrevistando a la mujer en su hogar,
sentado en una estera tomando notas, mientras la mujer hace su oficio de moler ajíes o pelar
guisantes. Se trata de un ejercicio relativamente sencillo diseñado para ayudar al personal a
ver mas allá de sus prejuicios, pero también resulta ser una excelente manera de filtrar
miembros del personal que muestran poco entusiasmo por servir a los pobres. Otra forma en
la cual el banco filtra personal posiblemente problemático es no contratando gente que haya
trabajado en otros bancos. Resulta demasiado difícil conseguir que ellos cambien sus ideas
acerca del negocio bancario.

E n organizaciones fundadas por emprendedores sociales he encontrado


repeditadamente creativos enfoques administrativos como estos. Creo que provienen
de la compulsión de los emprendedores sociales por lograr que sus ideas funcionen, no
importa lo que se necesite, ni cuánto tiempo se tomen. No hay burocracia tan motivada como
una persona obsesionada. Ninguna burocracia cuenta con la paciencia y tenacidad para
resolver todos los pequeños problemas y estar pendiente de todos los detalles. Ahora
imaginen el nivel de conocimiento que el Grameen Bank ha adquirido sobre la vida en las
aldeas, multiplicado mil veces y diseminado por el mundo, y tendrán una idea de la mina de
oro de experiencia sobre la cual están sentados hoy los emprendedores sociales, y las
inmensas oportunidades que tenemos de aprovechar los conocimientos prácticos y ponerlos
en uso a una escala mas amplia.

En Hungría conocí a una mujer llamada Erzsébet Szekeres, madre de un hijo discapacitado, que
estableció una red de 21 centros de vivienda y trabajo para personas discapacitadas. Descubrí
que Erzsébet había llegado a la misma conclusión que Muhammad Yunus: la llave del éxito
está en escoger a las personas indicadas, con las cualidades correctas. Inicialmente ella había
contratado gente con experiencia y referencias formales de su trabajo en instituciones
estatales, pero pronto vio que muchos de ellos tenían actitudes negativas acerca de los
discapacitados y eran muy resistentes al cambio. De modo que empezó a observar a las
personas que se relacionaban bien con los discapacitados y disfrutaban ayudándolos a vivir en
forma mas independientes, y se dio cuenta de que ellas compartían ciertas cualidades:
paciencia, empatía, sentido del humor y flexibilidad de pensamiento. Hoy, cuando contrata
gente, ella no presta mucha atención a sus referencias o experiencia, salvo para estar segura
de que nunca hayan trabajado en ese tipo de entidades. Le encanta contratar a antiguos
dependientes, panaderos y amas de casa. Los pone a trabajar tres semanas y observa cómo se
relacionan con las personas discapacitadas. Si alguien no es la persona adecuada para el
empleo, por lo general se puede saber en cuestión de días. La diferencia entre los centros de
ella y las instituciones del estado es como la diferencia que existe entre un invernadero y una
morgue.

¿Por qué las instituciones para las personas discapacitadas no filtran sus empleados con base
en la empatía, flexibilidad de pensamiento y un aceptable sentido del humor? En el estado de
Nueva York hace unos años hubo un escándalo cuando se conoció que docenas de
instituciones para discapacitados habían degenerado en sitios de maltrato y abandono. Los
administradores de esas instituciones no se preocupaban de las cualidades personales cuando
contrataban a los profesionales sanitarios. En plena era del microprocesador, todavía seguimos
cometiendo esos errores básicos.

Aquí tenemos otro ejemplo: la India cuenta con 22 000 centros de salud primarios y todos ellos
deben deshacerse de agujas y otros productos de desecho, con seguridad. Es un gran
problema. ¿Cómo se las arregla un país pobre como la India para resolverlo? Durante años, el
banco Mundial ha venido presionando al gobierno hindú con el objeto de que solicite
préstamos para construir incineradores de combustión con petróleo. Si uno hable con las
personas que atienden los centros de salud primarios en la India, le dirán que construir
incineradores en todo el país sería un desastre. Que nadie los usaría. Los nativos venderían el
petróleo y los incineradores acabarían oxidándose. Hoy, un emprendedor social llamado Ravi
Agarwal, amante de la naturaleza y observador de pájaros, ha creado en la India una red
llamada Toxics Link que se está ocupando del problema de estos desechos hospitalarios de una
forma realista: enseñando procedimientos sencillos, de bajo costo, que las personas pueden
seguir: cortar las puntas de las agujas, sumergirlas de inmediato en una solución de
hipoclorito, enterrarlas a buena profundidad, y demás.

Se podría llenar un directorio telefónico con esquemas para el desarrollo que han fallado
porque se olvidaron de la gente. Para mí tengo que los mayores retos que afrontamos en la
actualidad no son tecnológicos sino de organización; se requieren innovaciones en las áreas de
administración, motivación, comunicación y distribución. Son muchas las soluciones para
salvar y cambiar vidas, que todavía no se han distribuido ampliamente. Toldillos para la
malaria. Terapia de rehidratación oral. Vacunas. Anteojos para leer. Se podría salvar millones
de vidas cada año, si llegaran a manos de la gente. La información que hubiera podido evitar
decenas de miles de muertes por el tsunami de 2004, estaba ahí; sólo que no se había
distribuido.
CINCO

T odas las ideas y soluciones que he mencionado cobran vida porque las personas
escuchan, confían en sus instintos, y deciden actuar. Ellas comparten ciertas cualidades:
iniciativa, flexibilidad, audacia, humildad, tenacidad, humor y fe. Debemos tener
presente que la mayoría de las sociedades todavía tratan de resolver los problemas con
instituciones que carecen de muchas de esas cualidades o de todas ellas. Vale la pena
preguntarnos por qué lo hacemos. También se justifica preguntarnos cómo podemos cultivar
estas cualidades en nuestras instituciones y en nuestra propia vida.

En su ensayo “Self Reliance”[Independencia], Ralph Waldo Emerson escribió: “Un hombre


debe aprender a detectar y observar ese destello de luz que, proveniente de su interior, cruza
fugazmente por su mente, más que el brillo del firmamento de bardos y sabios. Y sin embargo,
desecha su pensamiento sin dudarlo, porque es suyo. En cada obra genial reconocemos
nuestros propios pensamientos que habíamos descartado: vuelven a nosotros con una suerte
de distante majestad. La lección más conmovedora de las grandes obras de arte es ésta. Ellas
nos enseñan a acatar nuestra impresión espontánea con una bien humorada inflexibilidad aun
cuando todo el mundo opine lo contrario. Si no, mañana un extraño expresará con magistral
sensatez precisamente lo que habíamos pensado y sentido todo el tiempo, y avergonzados,
nos veremos forzados a tomar de otro nuestra propia opinión”.

¿Cómo llegamos a confiar en nuestros “destellos de luz”? Amenudo se ha dicho que sólo una
de cada 10 personas es un líder natural. En Prisons We Choose to Live Inside, Lessing nos
recuerda que tiranos y comandantes de prisiones y campos de concentración han
comprendido desde hace mucho tiempo que si se eliminan o purgan los líderes naturales de la
población general, el resto se volverá “débil y conformista”.

Es posible que ustedes hayan oído de Paul y Tatiana Rusesabagina (cuyos relatos aparecen en
la película Hotel Rwanda), ellos arriesgaron sus vidas y salvaron 1 268 personas del genocidio
en Ruanda. ¿Qué es lo que los hace ser tan fuera de lo común?¿Por qué es que se puede
contar con una pequeña proporción de la gente para que se resista a la locura del grupo?¿Por
qué algunas personas pueden aferrarse a sus creencias ante la posición, la soledad y el peligro
personal?¿Qué se necesita para hacerlo?

¿Será que el mundo va a ser siempre un lugar en el que sólo un 10 por ciento de las personas
son librepensadores? Es este un hecho de vida, una proporción que ocurre naturalmente,
como π? ¿O es una función de la manera en que las sociedades se han estructurado
históricamente, concentrando el poder y castigando severamente a los disidentes? ¿Hay
alguna forma en que la proporción se pueda aumentar a, digamos, un 20 por ciento?
¿Podríamos duplicar el número de personas que se consideran actores creativos y no
contestadores pasivos? ¿Podríamos hacerlo en todo el mundo? Y si así fura, ¿cuál sería el
impacto sobre nuestras escuelas y empresas, sobre nuestros gobiernos y religiones? ¿Aún
seguiremos teniendo genocidios?

A menudo la gente me pregunta si el espíritu de empresa social se puede enseñar, o si algunas


personas simplemente han nacido así. Las respuestas son afirmativas ambas. Las personas
llegan a este mundo con sus propios temperamentos y talentos, pero la manera en que activen
esos talentos es, en gran medida, una función de lo que les pueda ocurrir y de aquello a lo que
conscientemente se exponga a que les ocurra. Ya mencioné que a Muhammad Yunus lo había
afectado profundamente la hambruna de 1974 en Bangladesh. J.B. Schramm, el fundador de
College Summit, tuvo una experiencia similar en cuanto a profundidad cuando trabajó en un
campo para jóvenes convictos en Carolina del Sur. Cada uno volvió de la experiencia
transformado. Es posible que, sin esas experiencias, ambos hubieran seguido sus anteriores
caminos. Yunus habría podido convertirse en rector de una Universidad, J.B. habría podido
ordenarse como ministro. Pero los emprendedores sociales son buenos escuchas; ellos
absorben la información nueva y se adaptan rápidamente. Y lo primero y mejor, es que se
escuchan a sí mismo, a su voz en su interior que les recuerda mantenerse fieles a sus verdades
fundamentales.

D urante el último año, he visitado universidades en todos los Estados Unidos y Canadá,
y he conversado con cientos de estudiantes. He conocido decenas de ellos que ahora
están explorando el nuevo terreno del sector cívico, en busca de su propia visión del
cambio social. Ellos se sienten muy conectados con el mundo y parecen estar disfrutándolo
bastante; pero sigue siendo una minoría muy definida.

Estos innovadores estudiantes no tienen independencia financiera. Muchos obtendrán su


grado universitario debiendo decenas de miles de dólares en préstamos estudiantiles, al igual
que todos sus amigos. ¿Por qué están dispuestos a seguir caminos que financieramente
hablando son algo riesgosos? Creo que la respuesta es que a ellos les preocupa todavía más
otro tipo de riesgo: el de trabajar en algo que no los emocione e inspire durante los próximos
40 años. Curiosamente, ese es un riesgo que la mayoría de sus compañeros están dispuestos a
correr. He hablado con jóvenes banqueros y abogados y gerentes que dejarían sus plumas en
media frase y renunciarían si se ganaran la lotería. No conozco un solo emprendedor social que
pudiera hacer lo mismo. ¿Qué quiere decir eso? ¿Quién está dispuesto a sacrificarse? Si se
tiene una amplia gama de opciones, como mucha gente en Canadá y Estados Unidos, ¿por qué
pasar sus días haciendo algo que no le entusiasma?

Es esto a lo que me refiero cuando digo que los emprendedores sociales se escuchan a sí
mismo. No es que no busquen la aprobación de los demás o no disfruten las comodidades
materiales, por supuesto que lo hacen. Es sólo que no están dispuestos a trabajar en algo que
no sea intrínsecamente significativo para conseguir esas cosas. Por alguna razón, no puedan
tolerar la sensación de estancamiento que los invade cuando sus mentes y cuerpos no están
dedicados por completo a una labor significativa. Buena parte de la efectividad de los
emprendedores sociales proviene de este simple hecho: ellos responden a sus propios
sentimientos honesta y agresivamente y ponen atención a sus “destellos de luz”.

De ellos podemos aprender. Creo que a todos se nos debería enseñar a buscar los patrones en
nuestras vidas que revelan dónde están nuestros más profundos intereses y fortalezas. ¿Qué
es lo que más le importa a usted? ¿Qué es lo que hace mejor? Sospecho que muchas personas
no conocen la respuesta a esas preguntas. En la sociedad hay fuerzas enormes que nos
empujan en dirección a nuestras competencias mercadeables más que en la de nuestros
intereses y fortalezas. Lo sé porque yo mismo lo he experimentado. Trabajé como
programador de computadores durante cinco años, más que todo porque me llegó
naturalmente y el camino estaba claramente definido, no porque ése fuera el trabajo que
hacía mejor o consideraba más gratificante.

Una idea desafortunada que muchos de nosotros hemos adquirido desde la niñez es la de que
el fracaso es vergonzoso y se debe evitar a toda costa. Probablemente esta es la idea más
debilitante con la que crecemos. Exitosos empresarios, científicos e innovadores en todos los
campos, asimilan el fracaso diariamente. Algunas personas creen que los emprendedores son
diferentes de los demás no porque ellos tengan algo adicional, sino porque les falta aquello
que les dice que deben preocuparse por el fracaso. Quizás es por eso que continuamente
están probando ideas nuevas, muchas de las cuales jamás funcionan, para poder encontrar
unas cuantas que sí lo hagan. En este sentido se parecen un poco a los niños pequeños cuando
empiezan a caminar. Veo a mi hijo de 18 meses, Elijah, que constantemente está
experimentando con su entorno, tratando de hacer que sus caballitos se mantengan de pie, de
apilar los libros en el entrepaño; la mayoría de sus planes fracasan, pero nunca se desanima.
Está a años luz del chico de siete años que en la escuela deja de alzar la mano después de unas
cuantas respuestas erradas.

Si queremos construir una sociedad de actores y pensadores creativos, creo que tendremos de
dar un giro a nuestro enfoque de la educación. Ahora mismo tenemos una sociedad cuyas
élites se escogen con base en su capacidad de desempañarse bien en las pruebas. Pienso que
lo haríamos mejor si ayudáramos a la gente joven a identificar sus intereses y fortalezas a una
edad temprana y crearemos para ellos espacios que les permitan una experimentación sólida,
con muchas oportunidades de construir cosas reales, y de fracasar sin avergonzarse. La
mayoría de las personas tienen una capacidad creativa mayor de la que jamás se imaginarían.
Pero carecen de oportunidades, sobre todo al inicio de la vida, de saber qué es lo que son
capaces de hacer. “Una buena parte del coraje”, nos recuerda Emerson, “es la certeza de
haber hecho algo antes”.

Como dije antes, creo que avanzamos hacia una era en la cual individuos de todo el mundo
tendrán más y más opciones, y ciudades auto-organizados se convertirán en actores cada vez
más poderosos del escenario mundial. Debemos prepararnos para aprovechar al máximo estos
cambios. Cuando me gradué de McGill University en 1985, jamás había oído del Grameen Bank
o del espíritu de empresa social o del sector ciudadano. No estaba interesado en trabajar para
el gobierno. Y tal como lo veía, mis opciones de carrera se limitaban a trabajar para una
compañía, convertirme en un profesional, o empezar mi propio negocio. Hoy, 20 años mas
tarde, veo maravillado el panorama de oportunidades en el sector ciudadano, oportunidades
para perseguir los propios intereses, aplicar los talentos y actuar sobre los valores mientras se
adelanta una labor de gran impacto social.

No quiero dar a entender que todas las personas deberían convertirse en emprendedores
sociales. No queremos eso. Si todos en el mundo lo fueran, la sociedad sería un terrible
desorden. Pero por cada emprendedor, sí se necesitan cientos de los AMV-actores muy
valiosos, para que gerencien las organizaciones, aboguen por ellas, manejen los computadores,
las finanzas, las publicaciones, la capacitación, y demás. En la próxima década, el sector
ciudadano extraerá una amplia selección de talentos de los demás sectores y profesiones.
Necesitará muchas nuevas instituciones que todavía no existen, y eso significa que la
generación de ustedes deberá crearlas.

Un grupo de gente que se volverá cada vez más importante será el de las personas puente,
individuos que tienen experiencia en múltiples sectores, múltiples disciplinas y múltiples
culturas. En el futuro, se redefinirán las relaciones entre el gobierno, el sector empresarial y el
sector ciudadano. Muchas responsabilidades serán compartidas. Creo que los gobiernos
llegarán a ver a los emprendedores sociales como la fuerza motriz de nuevas ideas de políticas
y prácticos modelos de cambio, en tanto que las empresas empezarán a adoptar una posición
más proactiva con respecto a la solución de problemas y a llegar a los mercados desatendidos,
a través del sector ciudadano. Para que la colaboración resulte efectiva, necesitaremos
muchas más personas que se sientan cómodas cruzando los límites sectoriales y culturales.

Desde la segunda Guerra Mundial, el ingreso per cápita promedio en Canadá y los Estados
Unidos casi se ha triplicado. Nuestros hogares son el doble de grande de lo que usualmente
eran. Tenemos computadores y hornos microondas y centros de entretenimiento en el hogar
con sonido Dolby. Pero hay estudios que muestran que no por ellos somos más felices. De
hecho, podemos estar significativamente más deprimidos. ¿Qué sabemos de la felicidad?
Sabemos que el dinero no lo produce. En estados Unidos, una vez que una familia gana más de
50 000 $ al año, un mayor ingreso no se traduce en más felicidad. ¿Qué la produce? Todos los
estudios apuntan a la misma cosa: estar dedicado a un trabajo con significado y sentirse
conectado con otros.

Necesitamos tener presente que la vida es un misterio. No sabemos de dónde venimos y


tampoco a dónde vamos. Lo único que sabemos con seguridad es que tenemos un tiempo en
este lugar tridimensional, que al final se acaba. ¿Qué va a hacer usted con el tiempo que le
queda aquí? ¿Qué es lo que quisiera dejar como legado?

Me gustaría terminar con un último pensamiento, y es que cuando miren a las personas que
antes de ustedes han dejado su huella en el mundo y tomen inspiración y orientación de sus
historias, no se comparen a sí mismo con ellas. Ustedes no saben cuán humildemente
empezaron. La capacidad no es algo ya fijado; va creciendo sobre la marcha. Tengan presente
que ustedes no necesitan tener el conocimiento o la destreza o la energía para llevar a cabo
una tarea cuando la empiezan, sólo necesitan lo suficiente de todas ellas para empezarla.
ACERCA DEL AUTOR

David Bornstein es autor de Cómo cambiar el mundo: Emprendedores sociales y el poder de las
nuevas ideas-Oxford University Press, 2004, descrito por New York Times como una “lectura
obligada para cualquier persona que se preocupe por construir un mundo más equitativo y
estable”. El libro, que registra la labor de innovadores sociales en Bangladesh, Brasil, India,
Sudáfrica, Hungría, Polonia, y los Estados Unidos, pronto será publicado en la India, Taiwán,
Japón, España, México, Argentina, Brasil, Francia y Alemania.

El primer libro de Bornstein, The Price of a Dream: The Story of the Grameen Bank (El precio
de un sueño: Historia del Grameen Bank-Simon & Shuster, 1996), analiza la historia del
Grameen Bank y el surgimiento a nivel mundial de la estrategia anti-pobreza conocida como el
“microcredito”. The Price of a Dream se ganó el segundo premio de los Harry Chapin Media
Awards, fue finalista del New York Public Library Book Award for Excellence in Journalism, y
fue seleccionado por el San Francisco Chronicle como uno de los mejores libros empresariales
de 1996.

Los artículos y columnas de opinión de Bornstein han aparecido en The Atlantic Monthly, The
New York Times, New York Newsday, Il Mondo (Italia), Defis SUD (Bélgica), y otras
publicaciones. Fue co-autor de la serie documental de PBS To Our Credit, que se concentra en
el microcrédito en cinco países.

Bornstein creció en Montreal, Canadá. Recibió una Licenciatura en comercio de McGill


University en Montreal y una Maestría en filosofía y Letras de New York University. Además de
escribir, ha trabajado como programador de computadores y analista de sistemas. Vive en la
ciudad de Nueva York, con su esposa, Abigail, y su hijo, Elijah.
ACERCA DE ASHOKA

Ashoka es la asociación global de emprendedores Sociales líderes en el mundo-hombres y


mujeres con ideas y proyectos que generan cambios sistemáticos para solucionar los
problemas más urgentes. Desde 1981, Ashoka ha elegido a más de 1900 de estos
emprendedores como Fellows de Ashoka, apoyándolos con estipendios personales, soporte
profesional, y facilitando el acceso a una red global de pares en más de 63 países.

Los Emprendedores Sociales de Ashoka inspiran a otros a adoptar y difundir sus innovaciones-
demostrando a todos los ciudadanos que ellos también tienen el potencial para convertirse en
poderosos agentes de cambio y marcar una positiva diferencia en sus comunidades.

Al desencadenar la misma mentalidad innovadora y empresarial que ha impulsado el


crecimiento del sector de negocios durante los últimos dos siglos, Ashoka está liderando una
transformación dramática en la sociedad, influyendo así en un crecimiento del sector
ciudadano, que no tiene precedentes. Con la comunidad global de emprendedores sociales,
Ashoka desarrolla modelos para la colaboración y diseña la infraestructura requerida para este
crecimiento. Para más información sobre Ashoka y cómo involucrarse en el cambio social, por
favor visite: www.ashoka.org.

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