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El imaginario

del monstruo
El salvaje europeo

George Frederic Watts: El Minotauro, 1885. Tate Londres

U n conocido poema de Paul Verlaine de su libro Romances sans paroles hace


referencia a un dolor sin causa ni porqué. En este poema, la lluvia que cae
dulcemente sobre los tejados de la ciudad se derrama también sobre el corazón
del poeta. Pero lo que más desasosiega a Paul Verlaine es no saber de dónde viene, ni el
sentido de este dolor. Su peor pena, dice el poeta, es el sin-motivo de la tristeza o la sin-
razón de la desesperación experimentada. Paul Verlaine alude a la melancolía moderna.
En ésta no existe causa ni justificación. Como el poeta manifiesta, no hay motivos
objetivos para un estado depresivo, que sin embargo experimenta. Paul Verlaine alude
al dolor que, informe, no posee rostro ni forma. El dolor se expresa como vacío.

Frente a esta idea de melancolía moderna, pura expresión de la nada, existe una
tradición que atribuye una forma y una figura a todo aquello que amenaza o que inspira
un sentimiento negativo. Esta es una sabiduría muy antigua, inmemorial, que consiste
en dar nombre y cuerpo a las cosas. Es también la idea del relato o de la fábula. Se trata
de un pensamiento figurativo que sitúa puntos de referencia ante el misterio del
universo, ante aquello que es inexplicable o innombrable. La presente exposición -
realmente magnífica, con piezas muy interesantes- es un recorrido a través de la historia
por una de las formas del imaginario, una de las configuraciones de este pensamiento
figurativo que antes apuntaba y que los comisarios -Roger Bartra y Pilar Pedraza- han
denominado “el salvaje europeo”. Este es un motivo iconográfico que presenta
determinadas similitudes formales a lo largo del tiempo, desde la cultura clásica hasta
nuestros días. Con todo, su significado es ambiguo y también variable. Representa lo
“natural”, el instinto, lo maligno, lo perverso, lo noble, el deseo, etc...

Desde mi punto de vista, este “salvaje” es sobre todo la manera de dar forma al vacío
del que hablaba Paul Verlaine. Para mí, la primera imagen de la exposición define muy
bien esa idea de pensamiento figurativo que atribuye forma a lo informal, a lo que es
pura expresión del miedo, del sexo o de la amenaza y muchas cosas más. Aquella
consiste en una imagen virtual realizada a partir de una escultura de una catedral
medieval que representa una figura con una maza, con el cuerpo cubierto de pelo y
expresión feroz... A través de un juego de espejos y proyecciones, esta efigie fantástica
aparece y desaparece gradualmente con el fondo de un paisaje, o mejor, del infinito. Es
decir, la imaginación y/o relato da forma o atribuye un nombre o una figura al miedo o a
la amenaza.

¿Qué aportan ese dar forma y figura al miedo, aquello que no se comprende? Aunque
sea un caso ajeno a la exposición, un día, el artista Alberto Porta (Zush) me contaba que
de su arte surgían monstruos y seres extraños. Explicaba que su trabajo partía del
inconsciente y que su mano corría sola. Entonces aparecían seres deformes y anormales.
Estos eran como independientes al propio artista. él mismo no los dominaba y era el
primer sorprendido. Estos mostruos podían dar miedo, pero Zush -según decía-
dialogaba con ellos. No interesa ahora profundizar sobre el universo de este artista, pero
sí subrayar un aspecto importante y es que Zush atribuye al arte un valor terapeutico:
“[...] Cuando la gente me dice que mis cuadros les provocan miedo, les replico que si
consiguen hacerse amigos de mis monstruos algún día conseguirán hacerse amigos de
sus propias pesadillas”. Más allá de los límites y carácter naïf de la propuesta de Zush,
interesa señalar que efectivamente esos monstruos son figuras concretas del imaginanio
que permiten un diálogo con los propios fantasmas.

Nos podríamos preguntar por qué este pensamiento figurativo que designa a los miedos
y fantasmas con nombres y formas es una manera de pensar el mundo que tiende a
desaparecer. Paul Verlaine, al que aludía antes, está anunciando el mundo moderno y su
vacío: su incapacidad para articular formas y narrativas, en definitiva, aquel diálogo con
los propios fantasmas. Puede que el cine y otros medios hayan asumido en parte esa
función, pero el arte y la literatura han perdido su calidad de pensar el mundo como
leyenda cuyos personajes representan fuerzas de la naturaleza o aspectos de la condicón
humana.

Es muy significativa la manera con que se cierra la exposición: se presentan fotografías


de Miron Zownir que, tomadas en diversas urbes del mundo, son simplemete horrores.
Soy consciente de que son posibles otras aproximaciones a esas fotogafías, pero me
soprepasan por su brutalidad y repugnancia; uno se queda tan solo con la nausea. Los
monstruos de Miron Zownir no son los mostruos del imaginario. Son mostruos reales
que habitan Barcelona, Madrid o cualquier ciudad. No son narrativas, representaciones
o ficciones, sino el mundo despiadado que nos rodea. El arte contemporáneo se ha
descarnado, como esas fotografías, se ha desprendido del contenido mítico para quedar
simplemente el vacío del que hablaba Paul Verlaine. Tan solo queda el asco de la vida.

Jaume VIDAL OLIVERAS

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