Está en la página 1de 21

CUENTOS

PARA
INCREMENTAR
LA

COMPRENSIÓ
N LECTORA
GRADO: 1º

EL HOMBRE QUE NO QUERIA TRABAJAR

Había una vez, en un rancho, un hombre llamado


Chanito. Era un hombre flojo, flojísimo, y no quería trabajar.
Los señores lo mantenían de gorra porque no hacía
absolutamente nada. Un día de tantos, de plano se
fastidiaron de mantenerlo y le dijeron: - Chanito, ya no
podemos seguir dándote tortilla. ¡Ponte a trabajar! - No,
trabajar no - contestó Chanito -. Mejor entiérrenme vivo. Le
tomaron la palabra. Lo metieron en un cajón y se lo llevaron
para el panteón. En el camino se encontraron a un señor que
venía de la labor y traía un burro con dos colotes de
mazorcas. - ¿Pa‟ónde van? -les preguntó. – Pos vamos
pal‟pantión, a enterrar a Chanito. - ¿qué ya se murió? –dijo el
hombre sorprendido. – No hombre. Lo vamos a enterrar vivo
porque no quiere trabajar y es muy flojo. - ¡Chanito! – gritó el
hombre que venía de la labor. - ¡Qué hombre! ¡Aquí voy! –
contestó Chanito. – Pero, Chanito ; ¿Cómo que te van a
enterrar vivo? Mira, hombre, aquí llevo un maíz. Tu dirás, te
lo regalo pa‟que te alivianes unos cuantos días y puedas
comer, pero que no te entierren vivo. - ¿ Y „ta desgranao? -
preguntó Chanito. - ¡No! Pos‟ta en la mazorca. - ¡Ah, no!
Entonces que siga mi entierro.
INSTRUCCIONES: CONTESTA LAS SIGUIENTES
PREGUNTAS.

1. ¿Por qué querían enterrar a Chanito?

2. ¿Cuáles son los lugares en que suceden los hechos?

3. ¿Cuáles son los personajes del cuento?

4. ¿Quién tiene la culpa de que Chanito sea haragán?

5. El cuento “El hombre que no quería trabajar”, no


tiene final, invéntalo y escríbelo en las siguientes líneas:
GRADO: 2°

LOS SIETE CABRITOS Y EL LOBO

Érase una vez una vieja cabra, que tenía siete cabritos, a
los que amaba tanto como toda madre suele amar a sus hijos.
Cierto día tuvo que ir al bosque a buscar alimento para ellos,
y antes de dejarlos, les llamó, y les dijo:

-Queridos hijos, tengo que irme al bosque ¡mucho


cuidado con el lobo! Si a entrar en nuestra casa, os comería
con huesos, y carne, y piel, y todo. El bribón suele disfrazarse
muy bien, pero le conoceréis por su ronca voz y sus patas
negras.

Los cabritos dijeron:

- Tendremos cuidado querida madre, querida madre.


Puedes irte tranquila por nosotros.

Balando tiernamente, la vieja cabra se fue a su trabajo.


Antes de que pasara mucho tiempo, alguien llamó a la puerta
de la casita, diciendo:

- Abridme la puerta, queridos hijos. Soy vuestra madre


que vuelve y os trae comida.

Pero los cabritos conocieron enseguida que aquella voz


era la del lobo.

- No queremos abrirte la puerta – gritaron.- No eres


nuestra madre. Ella tiene una voz suave y bonita, y la tuya es
ronca. Tú eres el Lobo que quiere engañarnos.
Se fue el Lobo a la tienda y compró claras de huevo, que
tomó, y su voz se retornó suave y bonita cariñosa. Volviendo a
casa de la cabra, llamó a la puerta de nuevo, diciendo:

- Abridme la puerta, mis queridos hijos. Soy vuestra


madre que vuelve y os trae la comida.

Pero el Lobo había apoyado una de sus patas en la rendija


de la puerta y los cabritos la vieron y gritaron:

- No podemos abrirte la puerta. Las patitas de nuestra


madre son blancas y lindas. Las tuyas son negras, porque eres
el Lobo.

Entonces el Lobo se fue a casa del panadero y le dijo:

- Ponme un poco de harina en las patas.

El molinero pesó: “Este viejo Lobo quiere engañar a


alguien”, y se negó a lo que le pedía.

Pero el Lobo dijo:

- El molinero pensó: “Este viejo Lobo quiere engañar a


alguien”, y se negó a lo que le pedía.

Pero el Lobo dijo:

- Si no lo haces te comeré.

El molinero, asustado, le enharinó las patas. La gente es


miedosa…
Entonces el bribón fue por tercera vez a llamar a casa de
la cabra y dijo:

- Abridme la puerta, hijos míos. Soy vuestra madre que


vuelve del bosque y os trae comida.

Los cabritos gritaron:

- Enséñanos primero tus patas, para que estemos seguros


de que no nos engañas.

Les mostró el lobo las patas por la rendija, y cuando las


vieron tan blancas y finas, creyeron en el engaño y le abrieron
la puerta.

¡Ay, ay, ay! Era el lobo, que entraba en la casa. Los


pobres cabritos aterrados, trataron de esconderse. Uno se
metió debajo de la mesa, el segundo se subió a la cama, el
tercero se metió en el horno, el cuarto corrió a la cocina, el
quinto se encerró en la alacena, el sexto se metió en el
lavadero y el séptimo se escondió en la caja del reloj, y al cual
no pudo encontrar. Cuando hubo satisfecho su apetito, se
marchó, y, echándose al lado del río, pronto se quedó
dormido.

No tardó mucho la cabra de volver del bosque. ¡Oh, qué


terrible visión contemplaron sus ojos! La puerta de la casa
estaba abierta de par en par. L a mesa, las sillas, los bancos,
todo estaba patas arriba; colchas y mantas caían de la cama,
la vajilla estaba hecha pedazos, Por toda la casa buscó a sus
hijitos, pero no los pudo encontrar. Uno por uno los llamaba
por sus nombres, pero ninguno le contestó. Por último,
cuando hubo llamado al pequeño, oyó una débil voz que
gritaba:

- Aquí estoy, querida madre, escondido en la caja del


reloj.

La madre lo sacó de su escondrijo, y el le contó como el


lobo había venido y devorado a todos sus hermanos.

Es de suponer como lloraría la pobre cabra a sus hijitos.

Por último siempre apenada, se decidió a salir, y el cabrito


más pequeño salió también corriendo, a su lado. Cuando
llegaron junto al río, vieron al lobo dormido bajo un árbol,
haciendo temblar las ramas con sus ronquidos. Lo examinaron
por todos lados y pudieron observar ciertos movimientos
dentro de su vientre hinchado.

- ¡Dios mío, Dios mío! – pensó la cabra. - ¿será posible que


mis pobres hijos, a quienes esta fiera se ha comido para cenar,
vivan todavía?
Envió al cabrito a su casa en busca de tijeras, dedal,
agujas e hilo. Entonces cortó un gran ojal en el vientre de la
bestia, y, apenas había empezado su tarea, cuando un
precioso cabrito asomó su cabeza por el agujero, y apenas
este fue suficientemente grande, los seis hijitos de la cabra
salieron saltando y bailando, uno tras otro, todos vivos y sin
haber sufrido lo más mínimo, pues, en su glotonería, el lobo
los había tragado enteros y sin masticar. Es fácil imaginar la
alegría de la cabra. Los acariciaba, y brincaba tan contenta
como un sastrecillo en día de boda.

Por último dijo:


- Id a buscar algunas piedras grandes, hijos míos, y
llenaremos con ellas el cuerpo del lobo, mientras sigue
durmiendo.

Cuando los siete cabritos trajeron, tan de prisa como les


fue posible, un gran número de piedras, llenaron con ellas la
barriga del lobo hasta que no cupieron más. La vieja cabra
cosió luego, de prisa, de prisa, el agujero, sin que el animal se
diera cuenta de nada ni moviera una pata.

Al fin, cuando el lobo se despertó, las piedras le habían


dado mucha sed, y se acercó al río para beber. Pero las
piedras pesaban, pesaban, y tiraban de él hacia la corriente.
Entonces exclamó:

Me duele todo: la carne y el hueso.


En la barriga siento un gran peso.
Los seis cabritos enteros comí,
Y ahora, como piedras, tiran de mí.

Y al tocar con el hocico el agua, las piedras le arrastraron


y cayó en la corriente.

Cuando los siete cabritos supieron lo sucedido, se


apresuraron a correr a su casa gritando con toda su alma:

- ¡El lobo ha muerto, el lobo ha muerto! – Y ellos y su


madre cantaron y bailaron alegremente toda la noche.
INSTRUCCIONES: CONTESTA LAS SIGUIENTES
PREGUNTAS.

1. ¿Cómo reconocieron los cabritos al lobo, la primera


vez que quiso engañarlos?

2. ¿Cómo reconocieron los cabritos al lobo, la segunda


vez que quiso engañarlos?

3. ¿Qué hizo el lobo para poder engañar a los cabritos?

4. ¿Por qué el lobo no pudo comerse al más pequeño de


los cabritos?

5. ¿Qué error del lobo pudo aprovechar la mamá de los


cabritos para poderlos salvar de la muerte?

6. ¿Cómo terminó el cuento?


GRADO: 3°

LOS TRES LENGUAJES

Vivía en Suiza un viejo conde que tenía un hijo único;


pero era el pobre tan tonto, que no podía aprender nada. Su
padre le dijo cierto día:

- Escúchame, hijo mío. Me ha sido imposible meter nada


en tu cabeza, por más esfuerzos que he hecho. Será preciso
que salgas de casa y estés junto a un profesor famoso durante
un año entero.

Cuando concluyó el año, el chico volvió a su casa y el


padre le preguntó:
- ¿Qué has aprendido, hijo mío?
- Padre mío – contestó el muchacho: - he aprendido el
lenguaje de los perros.

- ¡Válgame Dios! – gritó el padre. - ¿Es eso todo lo que has


aprendido? Tendré que enviarte con otro profesor a otra
ciudad.

De nuevo salió el joven de su casa, y permaneció con un


nuevo profesor durante un año entero. A su regreso, su
padre le preguntó de nuevo:

- Y ahora, hijo mío, ¿qué has aprendido?

El joven contestó:

- He aprendido el lenguaje de los pájaros.


El padre se puso furioso y le dijo:

- ¡Infeliz criatura! ¿Todo este precioso tiempo has gastado


en no aprender nada? ¿Y no te da vergüenza presentarte ante
mí? Te enviaré con un tercer profesor, pero si no aprendes
nada durante el año entero, haré cuenta de que no eres mi
hijo.

El joven permaneció con el tercer profesor, del mismo


modo que con los anteriores, durante un año entero, y,
cuando volvió otra vez a su casa, su padre le preguntó:

- ¿Qué has aprendido ahora hijo mío?

- He aprendido el lenguaje de las ranas, padre mío –


contestó el.

Esta vez el padre se encolerizó de tal modo, que exclamó:

- Este muchacho no puede ser mi hijo. Que lo lleven al


bosque y que lo maten.

Pero el hombre encargado de matar al muchacho, tuvo


lástima de él y le dejó escapar. Después sacó los ojos y la
lengua de un venado para poder llevar estas pruebas del
hecho al viejo conde.

El joven anduvo y, por último, llegó a un castillo, donde


pidió alojamiento para pasar la noche.

- Perfectamente – dijo el señor del castillo. – Si quieres


pasar la noche en la vieja torre, puedes hacerlo; pero te
advierto que arriesgas tu vida, pues la torre está llena de
perros salvajes. Toda la noche ladran y gritan sin cesar y, a
ciertas horas, devoran a cuantos se acercan a ellos.

El país estaba amenazado por los perros salvajes, pero


nadie ponía remedio a aquella calamidad. El joven, sin
embargo, no tuvo ningún miedo, y dijo:

- Llevadme a donde están esos perros y dadme algo que


echarles; estoy seguro de que no me harán daño.

Se llevó alguna carne que dar a los perros salvajes y subió


a la torre.

Los perros no le ladraron, al verle, sino que le rodearon,


meneando la cola de manera amistosa; comieron la carne que
el les echó y no le tocaron ningún pelo de la cabeza.

A la mañana siguiente, con gran sorpresa de todo el


mundo, el joven apareció en el salón y pidió hablar al señor del
castillo.

- Los perros – dijo- me han revelado, en su propio


lenguaje, porque viven aquí y por qué causan tantos
trastornos al país. Están encantados y obligados a guardar un
gran tesoro que está oculto bajo la torre. No se marcharán
hasta que alguien vaya a rescatarlo, para lo cual me han
prometido también darme sus instrucciones.

Cuantos le escucharon quedaron asombrados y el señor


del castillo dijo que lo adoptaría por hijo si triunfaba en
aquella proeza.
Volvió el joven a la torre y realizó su tarea y volvió
llevando un arca llena de oro. Desde aquel momento no se oyó
más el ladrido de los perros salvajes. Estos desaparecieron y el
país quedó libre de aquella amenaza.

Poco tiempo después se le metió en la cabeza ir a Roma.


En su camino pasó por un estanque, en el que croaban un
buen número de ranas. Las escuchó atentamente y al
entender lo que decían, se puso triste y pensativo.

Por último llegó a Roma en el momento en que el Papa


acababa de morir y los cardenales se habían reunido para
escoger a su sucesor. Estaban indecisos, y por fin acordaron
que nombrarían Papa al hombre sobre quien el cielo hiciese
un milagro.

Apenas habían manifestado esta decisión, cuando el


joven conde entro en la iglesia, e inmediatamente dos palomas
blancas como la nieve, volaron sobre el y se detuvieron en sus
hombros. Los cardenales reconocieron esto como un aviso del
cielo, y le preguntaron si quería ser Papa.

El joven no se decidía, pues no se creía digno de ocupar


tal puesto, pero las palomas le dijeron que aceptase y, por
último, tuvo que decir que sí.
Fue, en efecto, elegido y consagrado, y entonces se supo
lo que había oído decir a las ranas en su viaje, y que tanto le
había preocupado… Le habían anunciado que sería Papa.

Cuando por primera vez tuvo que cantar misa, no sabía


una palabra de la ceremonia. Pero las dos palomas se posaron
en sus hombros y fueron diciéndole una por una todas las
palabras.
INSTRUCCIONES: CONTESTA LAS SIGUIENTES
PREGUNTAS.

1. ¿Qué comunicaron los perros al hijo del conde?

2. ¿Qué le comunicaron las ranas al hijo del conde?

3. ¿Qué le dijeron las palomas al hijo del conde?

4. ¿Por qué el viejo conde se enojó con su hijo?

5. ¿Fue correcta la decisión del viejo conde al despreciar


a su hijo?

¿Por qué?
GRADO: 4°

GACHAS DULCES

Una mujer muy pobre vivía sola con su hijita en la mayor


miseria. Un día, fue la niña al bosque y encontró una anciana
que le dio una ollita a la que bastaba decir: ¡ollita, cuece!,
para que hiciera sin cesar unas apetitosas gachas dulces.
Cuando se deseaba que cesara, debían pronunciarse las
palabras: ¡ollita, descansa!, la niña, después de dar las gracias
a la bondadosa dama, entregó la ollita a su madre. Nunca más
pasaron hambre y comían tantas gachas como querían.

En una ocasión en que la niña había salido, quiso la


madre comer gachas y dijo a la ollita: - ¡ollita, cuece!, al
instante empezó el mágico cacharro a hacer gachas y más
gachas, que la mujer iba comiendo. Poco después, sintiéndose
ya satisfecha, quiso detener la elaboración, pero no se había
fijado en las palabras que pronunciaba su hija para este caso.
Probó a decirle: ¡basta, ollita!, ¡detente, ollita!, y otras frases
semejantes, pero no atinó con lo que debía emplearse.

La ollita seguía trabajando incansablemente. La mujer


tragaba cuantas gachas podía, pero al cabo no pudo más y el
alimento se derramó por toda la cocina y llenó el piso. No
tardó en verterse por la ventana a la calle e inundar las casas
vecinas y todo el pueblo. Ningún vecino sabía como remediar
aquella situación.

Finalmente, cuando ya nadie quedaba en el pueblo


ninguna casa en la que no hubieran entrado las gachas, volvió
la niña, se acercó hasta donde le permitía llegar el pegajoso
alimento y grito: - ¡ollita, descansa!, al momento dejaron de
formarse más gachas, pero quienes quisieron volver a sus
casas, debieron hacerlo abriéndose camino a fuerza de tragar
gachas.

INSTRUCCIONES: CONTESTA LAS SIGUIENTES


PREGUNTAS.

1. ¿Quién le dio a la niña una ollita mágica?

2. ¿Por qué la niña y su mamá después de ser muy pobres,


ya nunca les faltaba comida?

3. ¿Qué sucedió debido a que la mamá de la niña no


aprendió todas las palabras mágicas?

4. ¿Qué objeto te gustaría que fuera mágico?

¿Por qué?
GRADO: 5°

EL ZAGAL

Hace mucho tiempo, vivía un zagalillo famoso por su


ingenio. Daba respuestas tan atinadas a las preguntas que le
dirigían, que todos hablaban de él con elogio. Las alabanzas
que se hacían del muchacho habían llegado hasta el rey, que
se resistía a creer que cupiera en una persona tanta
sagacidad. Deseando comprobar la veracidad de lo que decía
la gente, mandó que compareciera el joven ante él.

Al presentarse ante el trono, le dijo el monarca: - Voy a


hacerte tres preguntas. Si respondes acertadamente a las
tres, te instalarás en palacio y vivirás aquí como si fueras mi
hijo.

- ¿Cuáles son las preguntas?


- En primer lugar, dime cuántas gotas de agua hay en el
mar, dijo el soberano.

- Para ello, majestad, deberéis ordenar que detengan los


ríos, para que no llegue agua continuamente. Entonces, podré
contar fácilmente las gotas.

Habiendo reflexionado sobre esta respuesta, formuló el


rey la segunda pregunta, que era la siguiente: - ¿Cuántas
estrellas hay en el cielo?
- Mandad que me den una hoja de papel muy grande, dijo
el zagal.

Cuando la tuvo en su poder, hizo en ella numerosos


agujeros con un alfiler, de modo que si se fijaba la vista en
ellos, se confundían unos con otros y era imposible contarlos.
Cuando hubo terminado, entregó la hoja al rey, diciéndole: -
Hay en el cielo tantas estrellas como agujeros en este papel.
Podéis mandar que los cuenten. Naturalmente no se
encontró nadie que pudiera hacerlo, por lo que el rey pasó a
la tercera pregunta.

- ¿Cuántos segundos hay en la eternidad?, dijo.


- Muy lejos, en una comarca de Alemania, respondió el
joven, hay una montaña adamantina cuya altura es de una
milla de largo y otra de ancho. Cada mil años, se posa un
pájaro en la cumbre y se rasca el pico en ella. Cuando haya
hecho desaparecer toda la montaña, habrá pasado el primer
segundo de la eternidad.

Estoy muy satisfecho de la forma en que has contestado


a las tres preguntas, dijo el rey. Has mostrado en ello tu gran
discernimiento. Desde ahora vivirás conmigo como si fueras
mi hijo.
INSTRUCCIONES: CONTESTA LAS SIGUIENTES
PREGUNTAS.

1. ¿Por qué no se pueden contar las gotas de agua que


hay en el mar?

2. ¿Por qué no se pueden contar las estrellas que hay en


el cielo?

3. ¿Por qué no se pueden contar los segundos que hay


en la eternidad?

4. ¿Qué tuvo como premio a su sabiduría el muchacho?


GRADO: 6°

LLUVIA DE ESTRELLAS

Una pobre niña se quedó sin padre y madre, era tan pobre
que no tenía habitación ni cama en que dormir, no poseyendo
otra cosa que la ropa que llevaba puesta y un trozo de pan
que le había dado una persona compasiva.

Era una niña piadosa y buena. Viéndose abandonada de


todos, se puso a andar a la ventura, confiando en Dios.
Encontró un pobre que le dijo: - Por favor, dame algo de
comer, porque tengo hambre. La compasiva niña le dio el pan
que tenía en la mano, y despidió al mendigo con las palabras: -
Dios te bendiga, y continuó su camino.

No tardó en ver a un nuño que se quejaba amargamente: -


Tengo mucho frío en la cabeza, decía; quisiera algo para
cubrirme. La niña se quitó la capucha y se la dio al niño. Poco
después, halló una niña que no tenía blusa y sentía mucho
frío; le dio la suya. Regaló luego la falda a otra niña que
carecía de ella y se quedó en camisa. Finalmente, siendo ya de
noche, oyó a una niña que pedía una camisa y pensó: - Es muy
oscuro y no puede verme nadie. Entregó la camisa, que era lo
único que le quedaba, a la desconocida.

Hallándose, de este modo, absolutamente desprovista de


todo, empezaron a caer las estrellas del cielo a su alrededor.
Las recogió ¡y eran monedas de oro! Al propio tiempo, se
encontró provista de una camisa de lino fino. Se quedó con
las monedas de oro y fue rica durante toda su vida.
INSTRUCCIONES: CONTESTA LAS SIGUIENTES
PREGUNTAS.

1. La niña era pobre, y a pesar de eso ¿cómo ayudó a los


necesitados?

2. ¿Por qué la niña se volvió rica de dinero?

3. ¿Tú crees que la riqueza en dinero cae del cielo?, ¿por


qué?

4. ¿Qué vale más, tener mucho dinero o tener buena


salud?, ¿por qué?

También podría gustarte