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“Un ángel rubio” Blanca Rodríguez Gómez-Guillamón 1

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EXCELENCIA LITERARIA: RELATO DEL DÍA

'Un ángel rubio'


Actualizado martes 06/04/2010

Blanca Rodríguez Gómez-Guillamón, 17 años (C. Sierra Blanca, Málaga)

Entró en el autobús sin mirar a nadie. Se abrió


paso hasta el final y se sentó. Tenía la nariz
roja y las lágrimas aún en los ojos. El
vehículo se puso en marcha y con él, de nuevo,
sus problemas. Desde que hacía tres semanas le
llamaron del médico para confirmar sus
sospechas, Ana había dejado de ser la misma.
misma
El feto traía síndrome de Down y no sabía cómo
enfrentarse a semejante realidad.

“¿Por qué me tiene que pasar a mí?”, pensaba


al tiempo que miraba a los demás pasajeros.

Llevaba tres semanas dándole vueltas a la


solución que le ofrecía su ginecólogo. Él le
insistía en lo fácil y rápido que podría (Foto: SHUTTERSTOCK)
quitarse la angustia de encima, trataba de
convencerla de que sería lo mejor para todos. Ana quería creerle. Su marido, en
cambio, no se mostraba de acuerdo.

El autobús se detuvo en la siguiente parada y subió más gente. Dos mujeres


tomaron asiento delante de Ana. Una de ellas portaba un bebé. Observó con
envidia el cogote del niño cuando acariciaba el rostro de su madre. Balbuceaba y
la mujer se reía de su lengua de trapo.

–Tu
Tu hijo es un encanto -dijo la amiga-. Hay que ver lo bien que se ha portado.

–Raúl es muy bueno –le besó en la frente y se dirigió a él–. ¿Verdad que sí,
cariño?

Ana desvió la mirada, sintiendo una punzada de celos. Tenía ganas de volver a
llorar, pero se contuvo.
“Un ángel rubio” Blanca Rodríguez Gómez-Guillamón 2
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“Para esa madre es muy fácil sonreír. Su hijo no tiene la patología del mío”.
mío

Entró una nueva oleada de pasajeros. Se hizo a un lado para dejar libre uno de
los dos asientos que ocupaba. Raúl revolvió con la mano el cabello a su madre y
aplaudió entusiasmado.
entusiasmado Era un niñito adorable. Ana lo observó con detenimiento e
imaginó que era a ella a la que abrazaba con tanta efusividad.

“Si mi hijo fuese como él…”, se palpó el vientre con recelo; hacía una semana
que no se atrevía.

Ana deseaba ser valiente, enfrentarse al embarazo con naturalidad, aprender a


querer al niño que traía, pero… ¿qué sería de su hijo enfermo en este mundo de
fuertes?

Se acercaba su destino. Ana se puso en pie. Deseaba llegar a casa y abrazarse a


su marido.

“¿Por qué a mí?”, volvió a preguntarse.

La madre de Raúl recogió unas bolsas y también se puso en pie. Su hijo


continuaba de espaldas a Ana pero, por la mirada tierna de la madre, acertó a
imaginar que sonreía. Ana no tenía interés
interés en conocer la cara del niño,
niño no
quería torturarse con lo hermoso que debía ser. Por ello, bajó la cabeza cuando
pasaron a su lado.

Las puertas se abrieron y se apeó tras ellos. Entonces Raúl extendió los brazos
para acariciar a Ana. Ella, al alzar la vista, se encontró con unos rasgos muy
especiales. Iba a abrir la boca con asombro cuando escuchó una disculpa.

–Lo siento si le ha molestado. Es un poco travieso.


travieso

–No, yo…-tartamudeó–. Su hijo es…

La mujer le miró con extrañeza. Ana, inconscientemente, se llevó las manos al


vientre y se echó a llorar. La mujer, entonces, sospechó qué podía estar
sucediéndole. Se acercó y le tendió a Raúl.
Raúl

–Tome, cójalo –la invitó, con una sonrisa.

Con brazos temblorosos, Ana se atrevió a acunarlo. Raúl dio un par de palmadas y
se le abrazó al cuello. Su madre sonrió a Ana.

–No
No tenga miedo –susurró–. Yo nunca me he arrepentido de mi elección.

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