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Imperio bizantino
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Imperio bizantino es el término


IMPERIVM ROMANVM ORIENTALE
historiográfico utilizado desde el siglo
XVIII para referirse al Imperio Imperium Romanum Orientale
romano de Oriente en la Edad Media. Βασιλεία Ῥωµαίων
La capital de este imperio cristiano se Basileía Romaíon
encontraba en Constantinopla (en Imperio bizantino
griego: Κωνσταντινούπολις, actual
Estambul), de cuyo nombre antiguo,
Bizancio, fue creado el término ← 330–1453

Imperio bizantino por la erudición ←
ilustrada de los siglos XVII y XVIII.

En tanto que continuación de la parte


oriental del Imperio romano, su
transformación en una entidad cultural
diferente de Occidente puede verse
como un proceso que se inició cuando
el Emperador Constantino I el Grande
Bandera Escudo
trasladó la capital a la antigua
Bizancio (que entonces rebautizó Lema nacional: En época de los Paleólogo, Βασιλεὺς
como Nueva Roma, y más tarde se Βασιλέων Βασιλεύων Βασιλευόντων
denominaría Constantinopla); continuó (translit: Basileus Basileon, Basileuon Basileuonton)(Griego:
con la escisión definitiva del Imperio Rey de reyes y Gobernando sobre Gobernantes)
en dos partes tras la muerte de
Teodosio I, en 395, y la posterior
desaparición, en 476, del Imperio
romano de Occidente; y alcanzó su
culminación durante el siglo VII, bajo
el emperador Heraclio I, con cuyas
reformas (sobre todo, la
reorganización del Ejército y la
adopción del griego como lengua
oficial), el Imperio adquirió un
Máxima extensión del imperio, en morado las territorios añadidos
carácter marcadamente diferente al del
por las conquistas de Justiniano I.
viejo Imperio romano.
Capital Constantinopla
Algunos académicos, como Theodor 41°0′N 29°0′E
Mommsen, afirman que hasta Heraclio
existió el Imperio Romano de Oriente Idioma principal Latín¹ Griego²
y después de este emperador hubo el
Imperio Bizantino, que duró hasta Gobierno Monarquía absoluta
1453. En efecto, Heraclio abandonó el Emperador
antiguo título imperial de "Augustus" • 306–337 Constantino I (como
y poco después fue llamado basileus emperador del Imperio
(palabra griega que significa "rey" o romano unificado)
"emperador"), título que los

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gobernantes bizantinos llevarían hasta


• 1449–1453 Constantino XI
el final del Imperio. También
reemplazó el latín por el griego como Historia
lengua administrativa y, después de su • Constantino I declara
reinado, el Imperio bizantino tuvo un Constantinopla como nueva 330
marcado carácter helénico. capital del Imperio romano
• División definitiva del
A lo largo de su dilatada historia, el
Imperio romano en Oriente 17 de enero de 395
Imperio bizantino sufrió numerosos
y Occidente
reveses y pérdidas de territorio, pese a
lo cual continuó siendo una importante • Gran Cisma entre Oriente
24 de julio de 1054
potencia militar y económica en y Occidente
Europa, Oriente Próximo y el • Caída de Constantinopla
Mediterráneo oriental durante la 12 de abril de 1204
en la Cuarta Cruzada
mayor parte de la Edad Media. Tras • Reconquista de
una última recuperación de su pasado 25 de julio de 1261
Constantinopla
poder durante la época de la dinastía
• Caída definitiva de
Comneno, en el siglo XII, el Imperio 1453
Constantinopla
comenzó una prolongada decadencia
que culminó con la toma de Superficie
Constantinopla y la conquista del resto • Siglo IV 2,500,000 km2
de los territorios bajo dominio
bizantino por los turcos, en el siglo Población
XV. • Siglo IV est. 34,000,000
Densidad 13,6 hab./km²
Durante su milenio de existencia, el
• Siglo XI est. 18,000,000
Imperio fue un bastión del
cristianismo, y contribuyó a preservar • Siglo XIII est. 3,000,000
Europa Occidental de la expansión del Moneda Sólido bizantino
Islam. Fue uno de los principales
centros comerciales del mundo, ¹ El latín fue la lengua principal del Imperio bizantino hasta el
estableciendo una moneda de oro siglo VII.
estable que circuló por toda el área
mediterránea. Influyó de modo ² El griego fue la lengua principal del Imperio bizantino desde
el siglo VII sustituyendo al latín.
determinante en las leyes, los sistemas
políticos y las costumbres de gran
parte de Europa y de Oriente Medio, y
gracias a él se conservaron y transmitieron muchas de las obras literarias y científicas del mundo
clásico y de otras culturas.

Contenido
 1 El término «Imperio bizantino»
 2 Identidad, continuidad y conciencia
 3 Historia
 3.1 Origen
 3.2 Historia temprana
 3.3 La época de Justiniano
 3.4 El repliegue de Bizancio
 3.4.1 Amenazas exteriores
 3.4.2 La querella iconoclasta

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 3.4.3 Transformaciones
 3.5 Renacimiento macedónico
 3.5.1 Política exterior
 3.5.2 Política religiosa
 3.6 Declive del Imperio (1056-1261)
 3.7 El final: el sitio turco
 4 Mundo bizantino
 4.1 Demografía
 4.2 Economía
 4.3 El Emperador
 4.4 Ejército
 4.5 Religión
 5 Cultura y arte
 5.1 Lengua y literatura
 5.2 Arquitectura
 5.3 Escultura
 5.4 Mosaicos
 5.5 Pintura
 5.6 Música
 6 Legado
 7 Véase también
 8 Notas
 9 Bibliografía
 9.1 En español
 9.2 En otros idiomas
 10 Enlaces externos

El término «Imperio bizantino»


«Imperio bizantino» es un término moderno que hubiera resultado sumamente extraño a sus
antepasados, que se consideraban a sí mismos romanos, y a su Imperio el Imperio Romano. El
nombre en griego original era Romania (Ρωµανία) o Basileía Romaíon (Βασιλεία Ρωµαίων; Imperio
Romano), traducción directa del nombre en latín, Imperium Romanorum. Era denominado "Imperio
Griego" por sus contemporáneos de Europa occidental (debido al predominio en él del idioma, la
cultura y la población griegas). En el mundo islámico fue conocido como ‫( روم‬Rûm, "tierra de los
Romanos") y sus habitantes como rumis, calificativo que por extensión acabó aplicándose a los
cristianos en general, y en especial a aquellos que se mantuvieron fieles a su religión en los
territorios conquistados por el Islam.

La expresión «Imperio bizantino» (de Bizancio, antiguo nombre de Constantinopla) fue una creación
del historiador alemán Hieronymus Wolf, quien en 1557 —un siglo después de la caída de
Constantinopla— lo utilizó en su obra Corpus Historiae Byzantinae para designar este período de la
historia en contraste con las culturas griega y romana de la Antigüedad clásica. El término no se hizo
de uso frecuente hasta el siglo XVIII, cuando fue popularizado por autores franceses, como
Montesquieu.

El éxito del término puede


Prejuicios decimonónicos sobre Bizancio:
guardar cierta relación con el «Sobre el Imperio bizantino, el veredicto universal de la historia
histórico rechazo de es que constituye, sin excepción alguna, la forma cultural más
Occidente a reconocer al baja y abyecta que haya asumido la civilización hasta ahora [...]
Imperio bizantino como No ha habido otra civilización duradera tan despojada de toda
forma o elemento otorgador de grandeza [...] Sus vicios eran los
heredero legítimo de Roma, de los hombres que habían dejado de ser valientes sin aprender a

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al menos desde que, en el ser virtuosos [...] Esclavos, y esclavos gustosos, tanto en sus actos
siglo IX, Carlomagno y sus como en sus pensamientos, hundidos en la sensualidad y en los
sucesores esgrimieron el placeres más frívolos, sólo salían de su apatía cuando alguna
sutileza teológica o algún hecho de caballería en las carreras de
documento apócrifo conocido cuádrigas les estimulaba a lanzarse en revueltas frenéticas [...] La
como "Donación de historia de dicho Imperio es una relación monótona de intrigas de
Constantino" para sacerdotes, eunucos y mujeres, de envenenamientos,
proclamarse, con la conspiraciones, ingratitudes y fratricidios continuos».
connivencia del Papado, History of European Morals, por W. E. H. Lecky (1869).
emperadores romanos. Desde
esta época, en las tierras occidentales el título Imperator Romanorum (Emperador de los Romanos)
quedó reservado a los soberanos del Sacro Imperio Romano Germánico, mientras que el emperador
de Constantinopla era llamado, de manera un tanto despectiva, Imperator Graecorum (Emperador de
los Griegos), y sus dominios, Imperium Graecorum, Graecia, Terra Graecorum o incluso Imperium
Constantinopolitanus. Los emperadores de Constantinopla nunca aceptaron estos nombres. De
hecho, los pobladores bizantinos se declaraban herederos del Imperio romano y los emperadores de
Constantinopla se enorgullecían de un linaje ininterrumpido desde Augusto.

El adjetivo «bizantino» adquirió después un sentido peyorativo, como sinónimo de «decadente»,


debido a la obra de historiadores como Edward Gibbon, William Lecky o el propio Arnold J.
Toynbee, quienes, comparando la civilización bizantina con la Antigüedad clásica, vieron la historia
del Imperio bizantino como un prolongado período de decadencia. Influyó seguramente también en
esta apreciación el punto de vista de los cruzados de los reinos de Europa occidental que visitaron el
Imperio desde finales del siglo XI.

La visión de los bizantinos como hombres sutiles y frívolos sobrevive en la expresión «discusión
bizantina», en referencia a cualquier disputa apasionada sobre una cuestión intrascendente,
seguramente basada en las interminables controversias teológicas sostenidas por los intelectuales
bizantinos.1

Identidad, continuidad y conciencia


Bizancio puede ser definido como un Imperio multiétnico que emergió como un Estado cristiano y
terminó sus más de 1000 años de historia en 1453 como un Estado griego ortodoxo, adquiriendo un
carácter verdaderamente nacional. Los bizantinos se identificaban a sí mismos como romanos, y
continuaron usando el término cuando se convirtió en sinónimo de helenos. Prefirieron llamarse a sí
mismos, en griego, romioi (es decir pueblo griego cristiano con ciudadanía romana), al tiempo que
desarrollaban una conciencia nacional como residentes de Romania.

El patriotismo se reflejaba en la literatura, particularmente en canciones y en poemas como el


Digenis Acritas, en el que las poblaciones fronterizas (de combatientes llamados akritai) se
enorgullecían de defender su país contra los invasores. Con el tiempo, el patriotismo se volvió local,
porque no podía ya descansar en la protección de los ejércitos imperiales. Aun cuando los antiguos
griegos no fueran cristianos, los bizantinos se enorgullecían de estos ancestros.

Aún en los siglos que siguieron a las conquistas árabes y lombardas del siglo VII y la consecuente
reducción del Imperio a los Balcanes y Asia Menor, donde residía una muy poderosa y superior
población griega, continuó este carácter multiétnico. A pesar de todo, desde el siglo IX se agudizó el
proceso de identificación con la antigua cultura griega.

A medida que avanzó la Edad Media pasaron de referirse a sí mismos como romioi (romanos) a
helenoi (que tenía connotaciones paganas tanto como el de romios) o graekos ('griego'), término que

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fue usado frecuentemente por los bizantinos (tanto como romioi) para su autoidentificación étnica,
en especial en los últimos años del Imperio.

La disolución del Estado bizantino en el siglo XV no deshizo inmediatamente la sociedad bizantina.


Durante la ocupación otomana, los griegos continuaron identificándose como romanos y helenos,
identificación que sobrevivió hasta principios del siglo XX y que aún persiste en la moderna Grecia.

Historia
Origen

Para asegurar el control del Imperio romano y hacer más eficiente su administración, el Emperador
Diocleciano, a finales del siglo III, instituyó el régimen de gobierno conocido como tetrarquía,
consistente en la división del Imperio en dos partes, gobernadas por dos emperadores augustos, cada
uno de los cuales llevaba asociado un "vice-emperador" y futuro heredero césar. Tras la abdicación
de Diocleciano el sistema perdió su vigencia y se abrió un período de guerras civiles que no
concluyó hasta el año 324, cuando Constantino I el Grande unificó ambas partes del Imperio.

Constantino reconstruyó la ciudad de Bizancio como nueva capital en 330. La llamó «Nueva Roma»,
pero se la conoció popularmente como Constantinopla ('La Ciudad de Constantino'). La nueva
administración tuvo su centro en la ciudad, que gozaba de una envidiable situación estratégica y
estaba situada en el nudo de las más importantes rutas comerciales del Mediterráneo oriental.

Constantino fue también el primer Emperador en adoptar el cristianismo, religión que fue
incrementando su influencia a lo largo del siglo IV y terminó por ser proclamada por el emperador
Teodosio I, a finales de dicha centuria, religión oficial del Imperio.

A la muerte del emperador Teodosio I, en 395, el


Imperio se dividió definitivamente: Flavio
Honorio, su hijo menor, heredó Occidente, con
capital en Roma, mientras que a su hijo mayor,
Arcadio, le correspondió Oriente, con capital en
Constantinopla. Para la mayoría de los autores,
es a partir de este momento cuando comienza
propiamente la historia del Imperio bizantino.
Mientras que la historia del Imperio romano de Imperio romano oriental en el 480.
Occidente concluyó en 476, cuando fue depuesto
el joven Rómulo Augústulo por el germano (del
grupo hérulo) Odoacro, la historia del Imperio bizantino se prolongará durante aún casi un milenio.

Historia temprana

En tanto que el Imperio de Occidente se hundía de forma definitiva, los sucesores de Teodosio
fueron capaces de conjurar las sucesivas invasiones de pueblos bárbaros que amenazaron el Imperio
de Oriente. Los visigodos fueron desviados hacia Occidente por el emperador Arcadio (395-408). Su
sucesor, Teodosio II (408-450) reforzó las murallas de Constantinopla, haciendo de ella una ciudad
inexpugnable (de hecho, no sería conquistada por tropas extranjeras hasta 1204), y logró evitar la
invasión de los hunos mediante el pago de tributos hasta que se disgregaron y dejaron de representar
un peligro tras la muerte de Atila, en 453. Por su parte, Zenón (474-491) evitó la invasión del rey
ostrogodo Teodorico el Grande, dirigiéndolo hacia Italia, contra el reino establecido por Odoacro.

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La unidad religiosa fue amenazada por las herejías que proliferaron en la mitad oriental del Imperio,
y que pusieron de relieve la división en materia doctrinal entre las cuatro principales sedes orientales:
Constantinopla, Antioquía, Jerusalén y Alejandría. Ya en 325, el Concilio de Nicea había condenado
el arrianismo que negaba la divinidad de Cristo. En 431, el Concilio de Éfeso declaró herético el
nestorianismo. La crisis más duradera, sin embargo, fue la causada por la herejía monofisita que
afirmaba que Cristo sólo tenía una naturaleza, la divina. Aunque fue también condenada por el
Concilio de Calcedonia, en 451, había ganado numerosos adeptos, sobre todo en Egipto y Siria, y
todos los emperadores fracasaron en sus intentos de restablecer la unidad religiosa. En este período
se inicia también la estrecha asociación entre la Iglesia y el Imperio: León I (457-474) fue el primer
Emperador coronado por el patriarca de Constantinopla.

A finales del siglo V, durante el reinado del emperador Anastasio I, el peligro que suponían las
invasiones bárbaras parece definitivamente conjurado. Los pueblos germánicos, ya asentados en el
desaparecido Imperio de Occidente, están demasiado ocupados consolidando sus respectivas
monarquías como para interesarse por Bizancio.

La época de Justiniano

Durante el reinado de Justiniano I (527-565),


el Imperio llegó al apogeo de su poder. El
Emperador se propuso restaurar las fronteras
del antiguo Imperio romano, para lo que, una
vez restaurada la seguridad de la frontera
oriental tras la victoria del general Belisario
frente al expansionismo persa de Cosroes I
en la batalla de Darás (530), emprendió una
serie de guerras de conquista en Occidente:

Entre 533 y 534, tras sendas victorias en Ad


Decimum y Tricamarum, un Ejército al
mando de Belisario conquistó el reino Mapa del Imperio bizantino en 550 d.C bajo el
vándalo, ubicado en la antigua provincia reinado de Justiniano.
romana de África y las islas del
Mediterráneo Occidental (Cerdeña, Córcega
y las Baleares). El territorio, una vez pacificado, fue gobernado por un funcionario denominado
magister militum. En 535 Mundus ocupó Dalmacia. Ese mismo año Belisario avanzó hacia Italia,
llegando en 536 hasta Roma tras ocupar el sur de Italia. Tras una breve recuperación de los
ostrogodos (541-551), un nuevo ejército bizantino, comandado esta vez por Narsés, anexionó
nuevamente Italia, creándose el exarcado de Rávena. En 552 los bizantinos intervinieron en disputas
internas de la Hispania visigoda y anexionaron al Imperio extensos territorios del sur de la Península
Ibérica, llamándola Provincia de Spania. La presencia bizantina en Hispania se prolongó hasta el año
620.

La época de Justiniano no sólo destaca por sus


éxitos militares. Bajo su reinado, Bizancio vivió
una época de esplendor cultural, a pesar de la clausura de la Academia de Atenas, destacando, entre
otras muchas, las figuras de los poetas Nono de Panópolis y Pablo Silenciario, el historiador
Procopio, y el filósofo Juan Filopón. Entre 528 y 533, una comisión nombrada por el Emperador
codificó el Derecho romano en el Corpus Iuris Civilis, permitiendo así la transmisión a la posteridad
de uno de los más importantes legados del mundo antiguo. Otra recopilación legislativa: el Digesto,

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dirigido por Triboniano, fue publicado en 533. El


esplendor de la época de Justiniano encuentra su
mejor ejemplo en una de las obras
arquitectónicas más célebres de la historia del
Arte, la iglesia de Santa Sofía, construida durante
su reinado por los arquitectos Antemio de Tralles
e Isidoro de Mileto.

Dentro de la capital se quebrantó el poder de los


partidos del circo, donde las carreras de
cuádrigas habían devenido en una diversión
popular que levantaba pasiones. De hecho, eran
Justiniano en los mosaicos de la iglesia de San usadas políticamente, expresando el color de
Vital en Rávena. cada equipo divergencias religiosas (un precoz
ejemplo de movilizaciones populares usando
colores políticos). La Iglesia reconoció al señor
de Constantinopla como rey-sacerdote y restauró la relación con Roma. Surgió una nueva Iglesia de
la Divina Sabiduría como signo y símbolo de un esplendor magnífico y majestuoso.

Las campañas de Justiniano en Occidente y el coste de estos actos de esplendor imperial dejaron
exhausta la hacienda imperial y precipitaron al Imperio en una situación de crisis, que llegaría a su
punto culminante a comienzos del siglo VII. La necesidad de más financiación permitió que su
odiado ministro de hacienda, Juan de Capadocia, impusiera mayores y nuevos impuestos a los
ciudadanos de Bizancio. La revuelta Niká (534) estuvo a punto de provocar la huida del Emperador,
que evitó la emperatriz Teodora con su famosa frase la púrpura es un glorioso sudario.2 Así mismo,
un desastre se cernió sobre el Imperio el año 543 d.C. Se trataba de la Peste Justiniana. Se cree que
provocada por el bacilo Yersinia pestis. Sin duda fue un elemento clave que contribuyó a agudizar la
grave crisis económica que ya sufría el Imperio. Se estima que un tercio de la población de
Constantinopla pereció por su causa.

El repliegue de Bizancio

Los siglos VII y VIII constituyen en la historia de Bizancio una especie de «Edad Oscura» acerca de
la cual se tiene muy escasa información. Es un período de crisis, del cual, a pesar de las tremendas
dificultades externas (el hostigamiento del Islam que conquistó las regiones más ricas, los continuos
ataques de búlgaros y eslavos desde el norte y el reanudamiento de la lucha contra los persas en el
este) e internas (las luchas entre iconoclastas e iconódulos, símbolo de los enfrentamientos internos
entre poder temporal y religioso), el Imperio salió transformado y reforzado.

Justino II trató de seguir los pasos de su tío y su misma mente sucumbió bajo el intolerable peso de
administrar un Imperio amenazado desde varios frentes. Su sucesor, Tiberio II abandonó la política
militar de Justiniano y permitió que Italia cayera bajo el poder de los lombardos y los bárbaros
ocuparan el Danubio, y se replegó a Asia. Mauricio llegó a hacer un tratado favorable con Persia
(590), volvió una vez más a la defensa de las fronteras del norte, pero el Ejército se negó a soportar
las inclemencias de la campaña y Mauricio perdió con el trono la vida. Con Focas, las invasiones de
los persas, de los bárbaros y las luchas internas estuvieron a punto de destruir al Imperio. Sin
embargo, la revolución de algunas provincias logró salvarlo.

Amenazas exteriores

Desde África, donde era más fuerte el elemento latino, zarpó Heraclio para rescatar a los últimos

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restos del Imperio romano. Este viaje era a sus ojos una empresa religiosa y durante todo su reinado
ese interés fue capital. El siglo VII comienza con la crisis provocada por la espectacular ofensiva del
monarca persa Cosroes II que, con sus conquistas en Egipto, Siria y Asia Menor, llegó a amenazar la
existencia misma del Imperio. Esta situación fue aprovechada por otros enemigos de Bizancio, como
los ávaros y eslavos, que pusieron sitio a Constantinopla en 626. El emperador Heraclio fue capaz,
tras una guerra larga y agotadora, de conjurar este peligro, repeliendo el asalto de ávaros y eslavos, y
derrotando definitivamente a los persas en 628. En su guerra contra los persas, Heraclio fue capaz de
replegarlos hasta el corazón de su patria y debilitarlos al punto que no fueron capaces de sobrevivir
el ataque árabe sucesivo. En su misión de salvar el Imperio y consolidarlo tuvo un gran respaldo por
parte de la Iglesia.

Sin embargo, apenas unos años después, entre 633 y 645, la rápida expansión musulmana arrebataba
para siempre al Imperio, exhausto por la guerra contra Persia, las provincias de Siria, Palestina y
Egipto. Pero el Imperio de Heraclio sobrevivió a los ataques árabes (aunque perdiendo casi toda su
romanidad y tomando caracteristicas completamente helenísticas en el área balcánico-anatólica),
mientras que los Persas desaparecieron de la Historia conquistados totalmente por los Arabes.

A mediados del siglo VII, las fronteras se estabilizaron. Los árabes continuaron presionando,
llegando incluso a amenazar la capital, pero la superioridad naval bizantina, reforzada por su
magníficas fortificaciones navales y su monopolio del «fuego griego» (un producto químico capaz de
arder bajo el agua) salvó al Imperio bizantino de la destrucción.

En la frontera occidental, el Imperio se ve obligado a aceptar desde la época de Constantino IV (668-


685) la creación dentro de sus fronteras, en la provincia de Moesia, del reino independiente de
Bulgaria. Además, pueblos eslavos fueron instalándose en los Balcanes, llegando incluso hasta el
Peloponeso. En Occidente, la invasión de los lombardos hizo mucho más precario el dominio
bizantino sobre Italia.

La querella iconoclasta

Entre los años 726 y 843 el Imperio bizantino fue desgarrado por las luchas internas entre los
iconoclastas, partidarios de la prohibición de las imágenes religiosas, y los iconódulos, contrarios a
dicha prohibición. La primera época iconoclasta se prolongó desde 726, año en que León III (717-
741) suprimió el culto a las imágenes, hasta 783, cuando fue restablecido por el II Concilio de Nicea.
La segunda etapa iconoclasta tuvo lugar entre 813 y 843. En este año fue restablecida
definitivamente la ortodoxia.

Los cronistas no pueden negar que los soberanos iconoclastas se ganaron la admiración y el respeto
de sus vasallos y hasta la popularidad.

No fue un simple debate teológico entre iconoclastas e iconódulos, sino un enfrentamiento interno
desatado por el patriarcado de Constantinopla, apoyado por el Emperador León III, que pretendía
acabar con la concentración de poder e influencia política y religiosa de los poderosos monasterios y
sus apoyos territoriales (puede imaginarse su importancia viendo cómo ha sobrevivido hasta la
actualidad el Monte Athos, fundado más de un siglo después, en 963).3 Según algunos autores, el
conflicto iconoclasta refleja también la división entre el poder estatal —los emperadores, la mayoría
partidarios de la iconoclasia—, y el eclesiástico —el patriarcado de Constantinopla, en general
iconódulo—; también se ha señalado que mientras que en Asia Menor los iconoclastas constituían la
mayoría, en la parte europea del Imperio eran más predominantes los iconódulos.

Transformaciones

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La recuperación de la autoridad imperial y la mayor estabilidad de los siglos siguientes trajo consigo
también un proceso de helenización, es decir, de recuperación de la identidad griega frente a la
oficial entidad romana de las instituciones, cosa más posible entonces, dada la limitación y
homogeneización geográfica producida por la pérdida de las provincias, y que permitía una
organización territorial militarizada y más fácilmente gestionable: los temas (themata) con la
adscripción a la tierra de los militares en ellos establecidos, lo que produjo formas similares al
feudalismo occidental. A principios del siglo IX, el Imperio había sufrido varias transformaciones
importantes:

 Uniformización cultural y religiosa: la pérdida frente al Islam de las provincias de Siria,


Palestina y Egipto trajo como consecuencia una mayor uniformidad. Los territorios que el
Imperio conservaba a mediados del siglo VII eran de cultura fundamentalmente griega. El latín
fue definitivamente abandonado en favor del griego. Ya en 629, durante el reinado de
Heraclio, está documentado el uso del término griego basileus en lugar del latín augustus. En
el aspecto religioso, la incorporación de estas provincias al Islam dio por concluida la crisis
monofisita, y en 843 el triunfo de los iconódulos supuso por fin la unidad religiosa.
 Reorganización territorial: en el siglo VII —probablemente en época de Constante II (641-
668)— el Imperio fue dotado de una nueva organización territorial para hacer más eficaz su
defensa. El territorio bizantino se organizó en los themata, distritos militares que eran al
mismo tiempo circunscripciones administrativas, y cuyo gobernador y jefe militar, el
estrategos, gozaba de una amplia autonomía.
 Ruralización: la pérdida de las provincias del Sur, donde más desarrollo habían alcanzado la
artesanía y el comercio, implicó que la economía bizantina pasara a ser esencialmente agraria.
La irrupción del Islam en el Mediterráneo a partir del siglo VIII dificultó las rutas comerciales.
Decreció la población y la importancia de las ciudades en el conjunto del Imperio, en tanto que
empezaba a desarrollarse una nueva clase social, la aristocracia latifundista, especialmente en
Asia Menor.

La mayoría de estas transformaciones se dio como consecuencia de la pérdida de las provincias de


Egipto, Siria y Palestina, que fueron arrebatadas por el Islam.

Renacimiento macedónico

El final de las luchas iconoclastas supone una importante recuperación del Imperio, visible desde el
reinado de Miguel III (842-867), último emperador de la dinastía Amoriana, y, sobre todo, durante
los casi dos siglos (867-1056) en que Bizancio fue regido por la Dinastía Macedónica. Este período
es conocido por los historiadores como «renacimiento macedónico».

Política exterior

Durante estos años, la crisis en que se ve sumido el Califato Abasí, principal enemigo del Imperio en
Oriente, debilita considerablemente la ofensiva islámica. Sin embargo, los nuevos Estados
musulmanes que surgieron como resultado de la disolución del califato (principalmente los aglabíes
del Norte de África y los fatimíes de Egipto), lucharon duramente contra los bizantinos por la
supremacía en el Mediterráneo oriental. A lo largo del siglo IX, los musulmanes arrebataron
definitivamente Sicilia al Imperio. Creta ya había sido conquistada por los árabes en 827. El siglo X
fue una época de importantes ofensivas contra el Islam, que permitieron recuperar territorios
perdidos muchos siglos antes: Nicéforo II Focas (963-969) reconquistó el norte de Siria, incluyendo
Antioquía (969), así como Creta (961) y Chipre (965).

El gran enemigo occidental del Imperio durante esta etapa fue el Estado búlgaro. Convertido al

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cristianismo a mediados del siglo IX, Bulgaria alcanzó su apogeo en tiempos del zar Simeón I (893-
927), educado en Constantinopla. Desde 896 el Imperio estuvo obligado a pagar un tributo a
Bulgaria, y, en 913, Simeón estuvo a punto de atacar la capital. A la muerte de este monarca, en 927,
su reino comprendía buena parte de Macedonia y Tracia, junto con Serbia y Albania. El poder de
Bulgaria fue sin embargo declinando durante el siglo X, y, a principios del siglo siguiente, Basilio II
(976-1025), llamado Bulgaróctonos ('Matador de búlgaros') invadió Bulgaria y la anexionó al
Imperio, dividiéndola en 4 temas.

Uno de los hechos más decisivos, y de efectos


más duraderos, de esta época fue la
incorporación de los pueblos eslavos a la órbita
cultural y religiosa de Bizancio. En la segunda
mitad del siglo IX, los monjes de Tesalónica
Metodio y Cirilo fueron enviados a evangelizar
Moravia a petición de su monarca, Ratislav I.
Para llevar a cabo su tarea crearon, partiendo del
dialecto eslavo hablado en Tesalónica, una
lengua literaria, el antiguo eslavo eclesiástico o
litúrgico, así como un nuevo alfabeto para Mapa del Imperio durante el reinado de Basilio
ponerla por escrito, el alfabeto glagolítico (luego II.
sustituido por el alfabeto cirílico). Aunque la
misión en Moravia fracasó, a mediados del siglo
X se produjo la conversión de la Rus de Kiev, quedando así bajo la influencia bizantina un Estado
más amplio y extenso que el propio Imperio.

Las relaciones con Occidente fueron tensas desde la coronación de Carlomagno (800) y las
pretensiones de sus sucesores al título de emperadores romanos y al dominio sobre Italia. Durante
toda esta etapa, a pesar de la pérdida de Sicilia, el Imperio siguió teniendo una enorme influencia en
el sur de Italia. Las tensiones con Otón I, quien pretendía expulsar a los bizantinos de Italia, se
resolvieron mediante el matrimonio de la princesa bizantina Teófano, sobrina del emperador
bizantino Juan I Tzimiscés, con Otón II.

Política religiosa

Tras la resolución del conflicto iconoclasta, se restauró la unidad religiosa del Imperio. No obstante,
hubo de hacerse frente a la herejía de los paulicianos, que en el siglo IX llegó a tener una gran
difusión en Asia Menor, así como a su rebrote en Bulgaria, la doctrina bogomilita.

Durante esta época fueron evangelizados los búlgaros. Esta expansión del cristianismo oriental
provocó los recelos de Roma, y a mediados del siglo IX estalló una grave crisis entre el patriarca de
Constantinopla, Focio y el papa Nicolás I, quienes se excomulgaron mutuamente, produciéndose una
primera separación de las iglesias oriental y occidental que se conoce como Cisma de Focio. Además
de la rivalidad por la primacía entre las sedes de Roma y Constantinopla, existían algunos
desacuerdos doctrinales. El Cisma de Focio fue, sin embargo, breve, y hacia 877 las relaciones entre
Oriente y Occidente volvieron a la normalidad.

La ruptura definitiva con Roma se consumó en 1054, con motivo de una disputa sobre el texto del
Credo, en el que los teólogos latinos habían incluido la cláusula filioque, significando así, en contra
de la tradición de las iglesias orientales, que el Espíritu Santo procedía no sólo del Padre, sino
también del Hijo. Existía también desacuerdo en otros muchos temas menores, y subyacía, sobre
todo, el enfrentamiento por la primacía entre las dos antiguas capitales del Imperio.

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Declive del Imperio (1056-1261)

Tras el período de esplendor que supuso el Renacimiento Macedónico,


en la segunda mitad del siglo XI comenzó un período de crisis, marcado
por su debilidad ante la aparición de dos poderosos nuevos enemigos:
los turcos selyúcidas y los reinos cristianos de Europa occidental; y por
la creciente feudalización del Imperio, acentuada al verse forzados los
emperadores Comneno a realizar cesiones territoriales (denominadas
pronoia) a la aristocracia y a miembros de su propia familia.4

En la frontera oriental, los turcos selyúcidas, que hasta el momento


habían centrado su interés en derrotar al Egipto fatimí, empezaron a
hacer incursiones en Asia Menor, de donde procedía la mayor parte de
los soldados bizantinos. Con la inesperada derrota en la batalla de
Manzikert (1071) del Emperador Romano IV a manos de Alp Arslan,
sultán de los turcos selyúcidas, culminando así la hegemonía bizantina
en Asia Menor. Los intentos posteriores de los emperadores Commenos
por reconquistar los territorios perdidos serán totalmente infructuosos.
Más aún, un siglo después, Manuel I Comneno sufriría otra humillante
derrota frente a los selyúcidas en Miriocéfalo en 1176.

En Occidente, los normandos expulsaron de Italia a los bizantinos en


unos pocos años (entre 1060 y 1076), y conquistaron Dyrrachium, en
Iliria, desde donde pretendían abrirse camino hasta Constantinopla. La
muerte de Roberto Guiscardo en 1085 evitó que estos planes se llevasen
a efecto. Sin embargo, pocos años después, la Primera Cruzada se
Emperador Manuel I
convertiría en un quebradero de cabeza para el emperador Alejo I Comneno (1143-1180).
Comneno. Se discute si fue el propio Emperador el que solicitó la ayuda
de Occidente para combatir contra los turcos. Aunque teóricamente se
habían comprometido a poner bajo la autoridad de Bizancio los territorios sometidos, los cruzados
terminaron por establecer varios Estados independientes en Antioquía, Edesa, Trípoli y Jerusalén.

Los alemanes del Sacro Imperio y los


normandos de Sicilia y el sur de Italia siguieron
atacando el Imperio durante el siglo XII. Las
ciudades-Estado y repúblicas italianas como
Venecia y Génova, a las cuales Alejo I había
concedido derechos comerciales en
Constantinopla, se convirtieron en los objetivos
de sentimientos anti-occidentales debido al
resentimiento existente hacia los francos o
latinos. A los venecianos en especial les
importunaron sobremanera dichas
manifestaciones del pueblo bizantino, teniendo
La situación en la primera mitad del siglo XIII. en cuenta que su flota de barcos era la base de
la marina bizantina.

Federico Barbarroja (emperador del Sacro Imperio) intentó conquistar sin éxito el Imperio durante la
Tercera Cruzada, pero fue la cuarta la que tuvo el efecto más devastador sobre el Imperio bizantino
en siglos. La intención expresa de la Cruzada era conquistar Egipto y los bizantinos, creyendo que no
había posibilidades de vencer a Saladino (sultán de Egipto y Siria y principal enemigo de los

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cruzados instalados en Tierra Santa), inicialmente decidieron mantenerse neutrales, aunque al final
ofrecieron 200.000 marcos de plata y todos los medios para que los cruzados llegaran a Egipto. Sin
embargo, la codicia por parte de los venecianos y de los jefes cruzados de los tesoros de
Constantinopla hizo que venecianos y cruzados no respetaran el acuerdo y tomaran por asalto
Constantinopla el 13 de abril del 1204. Tras 3 días de pillaje y destrucción de importantes obras de
arte, por primera vez desde su fundación por Constantino I, más de 800 años antes, la ciudad había
sido tomada por un ejército extranjero, dando origen al efímero Imperio Latino (1204-1261).

El poder bizantino pasó a estar permanentemente


debilitado. En este tiempo, Serbia, bajo Esteban
Dushan, de la Dinastía Nemanjić, se fortaleció
aprovechando el desmoronamiento de Bizancio,
iniciando un proceso que culminaría cuando en
1346 se constituyera el Imperio Serbio.

Tres Estados griegos herederos del Imperio


bizantino permanecieron fuera de la órbita del
recientemente creado Imperio Latino —el
Imperio de Nicea, el Imperio de Trebisonda, y el
Despotado de Epiro. El primero, controlado por
la Dinastía Paleólogo, reconquistó
Constantinopla en 1261 y derrotó al Epiro,
El Imperio hacia 1265.
revitalizando el Imperio pero prestando
demasiada atención a Europa cuando la creciente
penetración de los turcos en Asia Menor constituía el principal problema.

El final: el sitio turco

Véase también: Caída de Constantinopla

La historia del Imperio bizantino tras la reconquista de la capital por Miguel VIII Paleólogo es la de
una prologada decadencia. En el lado oriental el avance turco redujo casi a la nada los dominios
asiáticos del Imperio, convertido en algunas etapas en vasallo de los otomanos, mientras en los
Balcanes debió competir con los Estados griegos y latinos que habían surgido a raíz de la conquista
de Constantinopla en 1204, y en el Mediterráneo la superioridad naval veneciana dejaba muy pocas
opciones a Constantinopla. Además, durante el siglo XIV el Imperio, convertido en uno más de
numerosos Estados balcánicos, debió afrontar la terrible revuelta de los almogávares de la Corona de
Aragón y dos devastadoras guerras civiles.

Durante un tiempo el Imperio sobrevivió simplemente porque selyúcidas, mongoles y persas


safávidas estaban demasiado divididos para poder atacar, pero finalmente los turcos otomanos
invadieron todo lo que quedaba de las posesiones bizantinas a excepción de un número de ciudades
portuarias. (Los otomanos —núcleo originario del futuro Imperio otomano— procedían de uno de
los sultanatos escindidos del Estado selyúcida bajo el mando de un líder llamado Osmán I Gazi, que
daría el nombre a la dinastía otomana u osmanlí).

El Imperio apeló a Occidente en busca de ayuda,


pero los diferentes Estados ponían como
condición la reunificación de la iglesia católica y la ortodoxa. La unidad de las iglesias fue
considerada, y ocasionalmente llevada a cabo por decreto legal, pero los ciudadanos ortodoxos no
aceptarían el catolicismo romano. Algunos combatientes occidentales llegaron en auxilio de

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Bizancio, pero muchos prefirieron dejar al


Imperio sucumbir, y no hicieron nada cuando los
otomanos conquistaron los territorios restantes.

Constantinopla fue en un principio desestimada


en pos de su conquista debido a sus poderosas
defensas, pero con el advenimiento de los
cañones, las murallas —que habían sido
impenetrables excepto para la Cuarta Cruzada
durante más de 1.000 años— ya no ofrecían la
protección adecuada frente a los otomanos. La
Caída de Constantinopla finalmente se produjo
después de un sitio de 2 meses llevado a cabo El Imperio bizantino hacia 1400.
por Mehmet II el 29 de mayo de 1453. El último
Emperador bizantino, Constantino XI Paleólogo,
fue visto por última vez cuando entraba en combate con las tropas de jenízaros de los sitiadores
otomanos, que superaban de manera aplastante a los bizantinos. Mehmet II también conquistó Mistra
en 1460 y Trebisonda en 1461.

Mundo bizantino
Demografía

Son muy pocos los datos que pueden permitirnos calcular la población del Imperio bizantino. J.C.
Russell estima que a finales del siglo IV la población total del Imperio romano de Oriente era de
unos 25 millones, repartidos en un área de aproximadamente 1.600.000 km². Hacia el siglo IX, sin
embargo, tras la pérdida de las provincias de Siria, Egipto y Palestina y la crisis de población del
siglo VI, habitarían el Imperio alrededor de 13 millones de personas en un territorio de 745.000 km².

Hacia el siglo XIII, con las importantes mermas territoriales sufridas por el Imperio, no es probable
que el basileus rigiese los destinos de más de 4.000.000 de personas. Desde entonces el territorio del
Imperio —y, por ende, su población— fue decreciendo rápidamente hasta la caída de Constantinopla
en 1453.

Las mayores concentraciones de población estuvieron siempre en la parte asiática del Imperio,
especialmente en el litoral egeo de Asia Menor.

En cuanto a las ciudades, el crecimiento de Constantinopla fue espectacular en los siglos IV y V.


Mientras que la capital de Occidente, Roma, había declinado considerablemente desde el siglo II, en
que llegó a tener un millón y medio de habitantes, hasta el siglo V, con sólo unos 100.000,
Constantinopla, que en el momento de su fundación contaba escasamente con 30.000 habitantes,
llegó en época de Justiniano a los 400.000.

Pero Constantinopla no era la única gran ciudad del Imperio. La población de Alejandría en esa
misma época se ha estimado en torno a los 300.000 habitantes, algo mayor que Antioquía (unos
250.000), seguida de otras ciudades como Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Trebisonda, Edesa, Nicea,
Tesalónica, Tebas y Atenas.

El siglo VI supuso un importante retroceso de la urbanización debido tanto a las guerras como a una
desdichada sucesión de epidemias y catástrofes naturales. En el siglo siguiente, tras la pérdida de
Siria, Palestina, Egipto y Cartago, sólo quedaron dos grandes ciudades en el Imperio: la capital y

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Tesalónica. Parece que la población de Constantinopla decreció considerablemente durante los siglos
VI y VII (a causa, entre otras razones, de la peste) y sólo comenzó a recuperarse a mediados del siglo
VIII. Se estima que su población sería de 300.000 habitantes durante el renacimiento macedónico, y
de no menos de 500.000 bajo la dinastía Comnena.

En los últimos tiempos del Imperio las ciudades sufrieron un pronunciado declive. Se estima que en
el momento de su conquista por los turcos la población de la capital estaba en torno a los 50.000
habitantes, y la de la segunda ciudad del Imperio, Tesalónica, alrededor de los 30.000.

Economía

Como en el resto del mundo en la Edad Media, la principal actividad económica era la agricultura
que estaba organizada en latifundios, en manos de la nobleza y el clero. Cultivaban los cereales,
frutos, las hortalizas y otros alimentos vegetales.

La principal industria era la textil, basada en talleres de seda estatales, que empleaban a grandes
cantidades de operarios. El Imperio dependía por completo del comercio con Oriente para el
abastecimiento de seda, hasta que a mediados del siglo VI unos monjes desconocidos —quizá
nestorianos— lograron llevar capullos de gusanos de seda a Justiniano. El Imperio comenzó a
producir su propia seda —principalmente en Siria—, y su fabricación fue un secreto celosamente
guardado y desconocido en el resto de Europa hasta al menos el siglo XII.

Hay que destacar la gran importancia del comercio. Por su situación geográfica, el Imperio bizantino
fue un intermediario necesario entre Oriente y el Mediterráneo, al menos hasta el siglo VII, cuando
el Islam se apoderó de las provincias meridionales del Imperio. Era especialmente importante la
posición de la capital, que controlaba el paso de Europa a Asia, y al dominar el Estrecho del Bósforo,
los intercambios entre el Mediterráneo (desde donde se accedía a Europa occidental) y el Mar Negro
(que enlazaba con el Norte de Europa y Rusia).

Existían 3 rutas principales que enlazaban el Mediterráneo con el Extremo Oriente:

1. El camino más corto atravesaba Persia, y luego Asia Central (Samarcanda, Bujará). Se conoce
como Ruta de la Seda.
2. Una segunda ruta, mucho más difícil, evitaba Persia, e iba del Mar Negro, a través de los
puertos de Crimea, al Caspio, y de ahí a Asia Central. Esta ruta fue abierta en época de Justino
II.
3. Por mar, desde la costa de Egipto, a través del Mar Rojo y del Océano Índico, aprovechando
los monzones, hasta Sri Lanka. Esta ruta marítima posibilitaba no sólo el comercio con la
India, sino también con el reino de Aksum, en la actual Eritrea. Una pormenorizada relación
de las vicisitudes de esta ruta se encuentra en la obra del viajero Cosmas Indicopleustes. El
comercio bizantino por esta ruta desapareció cuando en el siglo VII se perdieron las provincias
meridionales del Imperio.

El comercio bizantino entró en decadencia durante los siglos XI y XII, a causa de las ruinosas
concesiones que se hicieron a Venecia, y, en menor medida, a Génova y a Pisa.

Un importante elemento en la economía del Imperio fue su moneda, el sólido bizantino y el besante,
de extendido prestigio en el comercio mundial de la época.

El Emperador

El jefe supremo del Imperio bizantino era el Emperador (basileus), que dirigía el Ejército, la

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administración, y tenía el poder religioso. Cada emperador tenía la potestad de elegir a su sucesor, al
que asociaba a las tareas de gobierno confiriéndole el título de césar. En algún momento de la
historia de Bizancio (concretamente, durante el reinado de Romano I Lecapeno) llegó a haber hasta 5
césares simultáneos.

El sucesor no era necesariamente hijo del Emperador. En muchos casos, la sucesión fue de tío a
sobrino (Justiniano, por ejemplo, sucedió a su tío Justino I y fue sucedido por su sobrino Justino II).
Otros personajes llegaron a la dignidad imperial a través del matrimonio, como Nicéforo II o
Romano IV.

Si bien el emperador elegía a su sucesor, fueron muchos los que llegaron al poder al ser proclamados
emperadores por el Ejército (como Heraclio I o Alejo I Comneno), o gracias a las intrigas cortesanas,
a veces aderezadas con numerosos crímenes. Para evitar que los emperadores depuestos y sus
familiares reivindicaran el trono eran con frecuencia cegados y, en ocasiones, castrados, y
confinados en monasterios. Un caso peculiar es el de Justiniano II, llamado Rhinotmetos ('Nariz
cortada'), a quien el usurpador Leoncio cortó la nariz y envió al destierro, aunque recuperaría
posteriormente su trono. Estos crímenes atroces fueron sumamente frecuentes en la historia del
Imperio bizantino, especialmente en las épocas de inestabilidad política.

La figura del Emperador estaba especialmente


relacionada con la Iglesia, que se convirtió en un
factor estabilizador, y especialmente con el
Patriarca de Constantinopla. La monarquía
bizantina tenía un carácter cesaropapista —uno
de los títulos del emperador era Isapóstolos
('Igual a los Apóstoles'), y ciertas prerrogativas
de su cargo remiten al Rex sacerdos ('Rey
sacerdote') de la monarquía israelita—. El
Emperador y el Patriarca tenían una relación de
mutua interdependencia: si bien el emperador
designaba al Patriarca, era éste el que sancionaba
El escudo del Imperio bizantino, cuando su acceso al poder mediante la ceremonia de
gobernaban los Paleólogos, hace referencia al coronación. Entre uno y otro hubo en la historia
papel político y religioso del Emperador; el de Bizancio muchos momentos de tensión, pues
águila bicéfala porta en una pata un orbe o una los intereses del Estado diferían a veces de los de
cruz(la Iglesia); y en la otra, una espada
(Estado). la Iglesia. En la última etapa del Imperio, por
ejemplo, cuando los emperadores, para obtener la
ayuda de Occidente frente a los turcos, intentaron
restaurar la unidad religiosa de su iglesia con la de Roma, se encontraron con la tenaz resistencia de
los patriarcas.

Una de las principales bazas del emperador era su control sobre una eficaz administración, que se
regía por el Corpus Iuris Civilis, recopilado en época de Justiniano. La organización territorial se
basaba, desde el siglo VII, en los themata ('temas'), provincias al mando de un strategos o general.

Ejército

El Ejército bizantino fue durante siglos el más poderoso de Europa. Heredero del Ejército romano, en
los siglos III y IV fue sustancialmente reformado, desarrollando sobre todo la caballería pesada
(catafracta), de origen sármata.

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La armada bizantina tuvo un papel preponderante en la hegemonía del Imperio, gracias a sus ágiles
embarcaciones, llamadas dromones (dromos) y al uso de armas secretas como el «fuego griego». La
superioridad naval de Bizancio le proporcionó el dominio del Mediterráneo oriental hasta el siglo XI,
cuando empezó a ser sustituida por el incipiente poder de algunas ciudades-estado italianas,
especialmente Venecia.

En un primer momento existían dos tipos de tropas: los limitanei (guarniciones de frontera) y los
comitatenses. A partir del siglo VII el Imperio fue organizado en themata, circunscripciones tanto
administrativas como militares dirigidas por un strategos, cuya existencia mejoró sustancialmente la
capacidad defensiva de Bizancio frente a sus numerosos enemigos exteriores.

En la defensa de Bizancio jugó un importante papel la hábil diplomacia de sus emperadores. Los
pagos de tributos mantuvieron mucho tiempo alejados a los enemigos del Imperio, y su servicio de
espionaje logró salvar situaciones que parecían desesperadas.

Una de las debilidades del Ejército bizantino, que fue acentuándose con el tiempo, fue la necesidad
de recurrir a tropas mercenarias, de fidelidad dudosa. Entre los cuerpos mercenarios más conocidos
está la famosa guardia varega. La crisis más terrible que los mercenarios causaron en el Imperio fue
seguramente la revuelta de los almogávares, en el siglo XIV.

El arte de la estrategia alcanzó un gran auge en época bizantina, e incluso varios emperadores, como
es el caso de Mauricio escribieron tratados sobre el arte militar. Estas doctrinas ensalzaban el sigilo,
la sorpresa y el liderazgo de los comandantes.

Religión

Uno de los rasgos más característicos de la civilización bizantina es la importancia de la religión y


del estamento eclesiástico en su ideología oficial. Iglesia y Estado, emperador y patriarca, se
identificaron progresivamente, hasta el punto de que el apego a la verdadera fe (la «ortodoxia») fue
un importante factor de cohesión política y social en el Imperio bizantino, lo que no impidió que
surgieran numerosas corrientes heréticas.

El cristianismo primitivo tuvo un desarrollo mucho más rápido en Oriente que en Occidente. Es muy
significativo el hecho de que el Concilio de Calcedonia reconociera en 451 cinco grandes
patriarcados, de los cuales sólo uno (Roma) era occidental; los otros cuatro (Constantinopla,
Jerusalén, Alejandría y Antioquía) pertenecían al Imperio de Oriente. De todos ellos, el principal fue
el Patriarcado de Constantinopla, cuya sede estaba en la capital del Imperio. Las otras tres sedes
fueron separándose paulatinamente de Constantinopla, primero a causa de la herejía monofisita,
duramente perseguida por varios emperadores; luego, con motivo de la invasión del Islam en el siglo
VII, las sedes de Alejandría, Antioquía y Jerusalén quedaron definitivamente bajo dominio
musulmán.

Durante el siglo VII, hubo algunos intentos de la Iglesia Ortodoxa por atraerse a los monofisitas,
mediante posturas religiosas intermedias, como el monotelismo, defendido por Heraclio I y su nieto
Constante II. Sin embargo, en los años 680 y 681, en el III Concilio de Constantinopla se retornó
definitivamente a la ortodoxia.

La Iglesia Ortodoxa sufrió otra crisis importante con el movimiento iconoclasta, primero entre los
años 730 y 787, y luego entre 815 y 843. Se enfrentaron dos grupos religiosos: los iconoclastas,
partidarios de la prohibición del culto a las imágenes o iconos, y los iconódulos, que defendían esta
práctica. Los iconos fueron prohibidos por León III comenzando así las más agrias disputas. Esto no

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se resolvió hasta que la emperatriz Irene convocó el II Concilio de Nicea en 787 que reafirmó los
iconos. Esta emperatriz consideró una alianza con Carlomagno que hubiera unido ambas mitades de
la Cristiandad, pero que fue desestimada.

El movimiento iconoclasta resurgió en el siglo IX, siendo derrotado definitivamente en 843. Todos
estos conflictos internos no ayudaron a resolver el cisma que se estaba produciendo entre Occidente
y Oriente.

En el siglo IX destaca la figura del patriarca Focio, que por primera vez rechazó el primado de
Roma, abriendo una historia de desencuentros que culminaría en 1054, con el llamado Cisma de
Oriente y Occidente. Focio se esforzó también en equiparar el poder del patriarca al del emperador,
postulando una especie de diarquía o gobierno compartido.

El cisma contribuyó, sin embargo, a la transformación de la Iglesia Ortodoxa en una iglesia nacional.
Esto se reforzó más aún con la humillación sufrida en 1204 por la invasión de los cruzados y el
traslado temporal de la sede patriarcal a Nicea.

Durante el siglo XIV se desarrolló una importante corriente religiosa, conocida como hesicasmo (del
griego hesychía, que puede traducirse como 'quietud' o 'tranquilidad'). El hesicasmo defendía el
recogimiento interior, el silencio y la contemplación como medios de acercamiento a Dios, y se
difundió sobre todo por las comunidades monásticas. Su máximo representante fue Gregorio
Palamás, monje de Athos que llegaría a ser arzobispo de Tesalónica.

Desde finales del siglo XIII hubo varios intentos de volver a la unidad religiosa con Roma: en 1274,
en 1369 y en 1438, para conseguir la ayuda occidental frente a los turcos. Sin embargo, ninguno de
estos intentos llegó a prosperar.

Cultura y arte
Véase también: Arte bizantino

Lengua y literatura

En los orígenes del Imperio bizantino existió una situación de diglosia entre el latín y el griego. El
primero era la lengua de la administración estatal, en tanto que el griego era la lengua hablada y el
principal vehículo de expresión literaria. La Iglesia y la educación utilizaban también el griego. A
esto debe añadirse que algunas regiones del Imperio empleaban otras lenguas, como el arameo y su
variante el siríaco en Siria y Palestina, y el copto en Egipto.

Con el tiempo, el latín fue definitivamente desplazado por el griego, que se convirtió también en la
lengua de la administración imperial. Es significativo que ya en época de Heraclio el título de
Augustus, en latín, haya sido sustituido por el de basiléus, en griego. El latín, sin embargo, continuó
apareciendo en inscripciones y en monedas hasta el siglo XI.

La invasión del Islam y la pérdida de las provincias orientales propiciaron una mayor helenización
del Imperio. El griego hablado en el Imperio era el resultado de la evolución del griego helenístico, y
suele denominarse griego medieval o griego bizantino. Existían grandes diferencias entre el lenguaje
literario, deliberadamente arcaico, y el lenguaje hablado, la koiné popular, muy rara vez utilizada en
la literatura.

La literatura, como en general la cultura bizantina en todos sus aspectos, se caracteriza por tres
elementos: helenismo, cristianismo e influjo oriental. Helenismo porque continúa la tradición de la

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Grecia clásica pese a los intentos romanizadores de Justiniano y su sobrino Justino II, que sólo
alcanzaron al derecho. Cristianismo porque esa fue desde Constantino la religión del Imperio, a pesar
de la oposición intelectual hasta bien entrado el siglo VI; influjo oriental por la estrecha relación con
pueblos asiáticos y africanos.

La literatura bizantina cuenta con un poema épico en griego popular, el de Digenis Akritas, y con
líricos de primer orden como Teodoro Pródromo. Posee unos géneros característicos, como los
bestiarios, volucrarios, lapidarios y las novelas bizantinas (Estacio Macrembolita: Los amores de
Isinia e Ismino; Teodoro Pródromo, Los amores de Rodante y Dosicles; Niceta Eugeniano, Las
aventuras de Drusilla y Caricles y Constantino Manasés, Aventuras de Aristandro y Calitea). Fue
especialmente fecunda en escritores teológicos (como, por ejemplo, Eneas de Gaza), cristológicos y
hagiográficos. Repercutió en particular en la literatura occidental la historia de Barlaam y Josafat,
divulgada por todo Occidente, en la cual se encuentran alusiones a la vida de Buda.

La historia tuvo representantes eminentes, como Procopio de Cesarea, secretario que fue del célebre
general Belisario durante el reinado de Justiniano y a la vez panegirista del emperador en los seis
libros de sus Historias y su detractor en la llamada Historia secreta. En la lírica destaca el género del
epigrama con figuras como Pablo Silenciario y Agatías, este último antologista e historiador del
periodo que siguió a Justiniano. Jorge de Pisidia compuso poesía épica y epigramas. Existe un
interesante libro de viajes de Cosmas Indicopleustes. Del siglo VII destaca un historiador, Simocata,
que no llegó a la importancia de Procopio; en este siglo se hizo famoso el poeta Romano el Mélodo,
autor de himnos religiosos. Entre el siglo VIII y el XI se compila la ya mencionada epopeya nacional
Digenis Acritas, compuesta en una lengua semiculta; también se elaboran epopeyas sobre las
hazañas de Alejandro Magno y se componen enciclopedias como la Suda, de no siempre acendrada
veracidad. Se recopiló en esta época el más importante corpus de epigramática griega que se
conserva, la Antología Palatina. El cristianismo entra en el género tradicional pagano con la obra del
monje Teodoro Estudita y de la monja poetisa Casia. Algunos emperadores se dedicaron a las letras,
como León VI el Sabio, que fue poeta, así como su hijo, Constantino VII Porfirogéneta. San Juan
Damasceno compuso tratados teológicos y polémicos en oscuro estilo; el citado Teodoro escribe
también sobre la cuestión iconoclasta, así como obras ascéticas y de exégesis.

En el último periodo, desde finales del XI, existe una gran cantidad de literatura polémica religiosa,
pero también escriben Focio y Miguel Psellos sobre temas más variados y se propicia un
renacimiento de las letras griegas, renacimiento que pasó a Europa con la dispersión de los eruditos
bizantinos por la Península Itálica tras la conquista de Constantinopla por los otomanos. En Italia
renacerá el estudio del griego y el Humanismo y de ahí pasará al resto del mundo. Juan Tzetzés
escribe poemas didácticos y eruditos. El epigrama alcanza cumbres en Cristóbal de Mitilene o Juan
Mauropo. Se escriben novelas en Grecia y proliferan los bestiarios y lapidarios, y crónicas como la
célebre Crónica de Morea, que mandó traducir al aragonés el gran maestre de la Orden de San Juan
de Jerusalén Juan Fernández de Heredia. El inquieto e inconformista poeta Teodoro Pródromo
escribe cuatro poemas satíricos en la lengua popular y escribe su Catomiomaquia, o Lucha de los
Gatos contra los Ratones a modo de parodia épica. Hay excelentes historiadores que dejan
testimonio de las Cruzadas, como los hermanos Miguel y sobre todo Nicetas Acominato,
Paquimeras, Nicéforo Briennio o su mujer Ana Comnena, princesa imperial autora de La Alexiada,
historia de su padre Alejo I Comneno. Durante la época de los Paleólogos la literatura entra en
decadencia pero después surge con fuerza la filología.

Arquitectura

La arquitectura bizantina es heredera de la arquitectura romana y la arquitectura paleocristiana. Es


una arquitectura esencialmente religiosa, aunque no faltaron los edificios civiles de importancia.

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Muestra una marcada predilección por el ladrillo como material de construcción (aunque disimulado
por lajas de piedra en el exterior y por suntuosos mosaicos en el interior). Aunque utiliza la columna
(destaca la sustitución del ábaco por el cimacio), su innovación más característica es el uso
sistemático de la cubierta abovedada. Los tipos de bóveda más utilizados son la de cañón y la de
arista, pero destaca sobre todo la cúpula, con su característica base sobre pechinas (aunque también
se empleó ocasionalmente la cúpula sobre trompas). En cuanto a la planta, la más frecuente en los
templos es la de cruz griega, con una cúpula en la intersección de las naves. Es frecuente que los
templos, además del cuerpo de nave principal, posean un atrio o narthex, de origen paleocristiano, y
el presbiterio precedido de iconostasio, llamada así porque sobre este cerramiento calado se
colocaban los iconos pintados.

En la historia del arte y la arquitectura bizantinos suelen distinguirse tres períodos o «Edades de
Oro». La Primera Edad de Oro tiene su momento más representativo en la época de Justiniano, y
sus edificios más destacados son la iglesia de los Santos Sergio y Baco, la de Santa Irene y, sobre
todo, la de Santa Sofía, todas ellas en Constantinopla.

La Segunda Edad de Oro coincide con el renacimiento macedónico (siglos IX, X y XI). Sigue
siendo la iglesia de planta central cubierta con cúpula el modelo fundamental. Son frecuentes las
iglesias de planta de cruz griega inscrita en un cuadrado, con los brazos de la cruz cubiertos con
bóvedas de cañón, y cinco cúpulas, una en el centro y otras cuatro en los ángulos. El prototipo era la
Nueva Iglesia (Nea) construida por Basilio I, hoy desaparecida. Algunas iglesias destacadas son la
iglesia de los Santos Apóstoles en Constantinopla, Santa Catalina de Salónica, la catedral de Atenas
y la basílica de San Marcos de Venecia.

La Tercera Edad de Oro comienza tras la recuperación de Constantinopla en 1261. Es una época de
difusión de las formas bizantinas, tanto hacia el Norte (Rusia) como hacia Occidente. Las novedades
de este período son más bien decorativas que estructurales. Destacan iglesias como Santa María
Pammakaristos en Constantinopla, las iglesias del monte Athos o el conjunto de iglesias de Mistra,
en el Peloponeso.

Escultura

El estilo bizantino quedó definido a partir del siglo VI. Anteriormente dominaba el estilo romano
tardío, aun en la misma Constantinopla según lo evidencian diversas estatuas erigidas por toda la
ciudad. No obstante, otros monumentos de la época iniciaban ya el gusto bizantino, como Disco de
Teodosio de Madrid que ostenta en bajorrelieve las figuras del emperador y su corte (393).

El estilo bizantino en escultura debe considerarse como una derivación del romano, bajo la influencia
asiática. Le caracterizan, en general, cierto amaneramiento, uniformidad y rigidez o falta de
naturalidad en las figuras junto con la gravedad la cual suele consistir en esmaltes, en imitaciones de
piedras y sartas de perlas, en trazos geométricos y en follaje estilizado o desprovisto de naturalidad.

Cultivó el arte bizantino muy poco el bulto redondo pero abundó en relieves sobre marfil, plata y
bronce y no abandonó del todo el uso de camafeos y entalles en piedras finas. En los relieves, como
en las pinturas y mosaicos se presentan las figuras mirando de frente.

Mosaicos

De la cultura romana Bizancio heredó la decoración mediante mosaicos que llegaron a su máximo
esplendor con este imperio. Los mosaicos eran figuras formadas por pequeños trozos de piedra o
vidrio coloreado (llamadas también teselas). Seguían estrictas normas para ilustrar pasajes de la vida

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de los emperadores y escenas religiosas. Estas últimas cubrían las murallas y cielos rasos de las
iglesias.

De esa habilidad alcanzada con respecto a los mosaicos resurge el interés de los vidrieros de
Bizancio por la imitación de las piedras preciosas, con lo que llegaron a alcanzar una habilidad tan
grande que resultaba bastante difícil poder distinguirlas de las auténticas.

Pintura

Son particularmente destacables los retablos de temática religiosa conocidos como iconos.

Música

La música bizantina, de carácter normalmente religioso, estaba fuertemente emparentada con el


canto gregoriano.

Legado
El Imperio bizantino fue un Imperio multicultural, que nació como cristiano y heredero de la
tradición romana, comprendiendo la zona de Oriente y que desapareció en 1453 como un reino
griego ortodoxo. El escritor británico Robert Byron lo describió como el resultado de una triple
fusión: un cuerpo romano, una mente griega y un alma oriental.

Bizancio fue la única potencia estable en la Edad Media. Su influencia sirvió de factor estabilizador
en Europa, sirviendo de barrera contra la presión de las conquistas de los ejércitos musulmanes y
actuando como enlace hacia el pasado clásico y su antigua legitimidad.

La caída del Imperio fue traumática, tanto que durante mucho tiempo se consideró 1453 como la
división entre la Edad Media y la Edad Moderna. El conquistador otomano, Mehmet II, y sus
sucesores se consideraron a sí mismos herederos legítimos de los emperadores bizantinos hasta el
derrumbamiento del Imperio otomano, a principios del siglo XX. Sin embargo, el papel del
Emperador bizantino como cabeza de la ortodoxia oriental fue reclamado por los Grandes Duques de
Moscú empezando por Iván III. Su nieto Iván IV el Terrible se convertiría en el primer zar de Rusia
(el título de zar proviene del latín caesar, 'césar'). Sus sucesores apoyaron la idea que Moscú era la
heredera legítima de Roma y Constantinopla, la Tercera Roma — una idea mantenida por el Imperio
ruso hasta su propio fin a principios del siglo XX.

Desde el punto de vista comercial, Bizancio era el punto de partida de la Ruta de la Seda, el eje
económico que unía Europa con Oriente, importando materias de lujo como seda y especias. La
interrupción de esta ruta con motivo de la desaparición del Imperio bizantino provocó la búsqueda de
nuevas rutas comerciales, llegando españoles y portugueses a América y África en busca de rutas
alternativas. Los portugueses, que acabaron la Reconquista antes y dispusieron de los recursos
necesarios con antelación crearon un Imperio atlántico que permitía alcanzar la India al
circunnavegar África. Los españoles, posteriormente, patrocinarían a Cristóbal Colón y a los
conquistadores, que supondrían la creación de un imperio que transformaría a España en la primera
potencia mundial.

Bizancio desempeñó un papel inestimable para la conservación de los textos clásicos, tanto en el
mundo islámico como en la Europa occidental, donde sería clave para el Renacimiento. Su tradición
historiográfica fue una fuente de información sobre los logros del mundo clásico. Hasta tal punto fue
así, que se cree que el resurgir cultural, económico y científico del siglo XV no hubiera sido posible

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sin la bases establecidas en la Grecia bizantina.

La influencia de Bizancio en asuntos como la teología sería vital para pensadores europeos como
Santo Tomás de Aquino. Asimismo se ha de mencionar que el Imperio fue clave en la extensión del
cristianismo, que definiría Europa durante siglos. De los 4 mayores focos de esta religión, 3
(Jerusalén, Antioquía y Constantinopla) se hallaban en su territorio y hasta que no aconteció el cisma
de Oriente fue su mayor foco espiritual. También fue responsable de la evangelización de los
pueblos eslavos, gracias a misioneros tan célebres como Cirilo y Metodio que evangelizaron a los
pueblos eslavos y desarrollaron un sistema de escritura que aún hoy en día se sigue utilizando en
muchos países, el alfabeto cirílico. Por último es notable su influencia en las iglesias copta, etíope, y
la de armenia.

Predecesor: Imperio bizantino Sucesor:


Imperio romano 395 - 1453 Imperio otomano

Véase también
 Bizancio
 Imperio romano
 Imperio romano de Occidente
 Títulos y cargos del Imperio bizantino
 Emperadores bizantinos
 Guerras Romano-Sasánidas
 Imperio de Nicea
 Imperio de Trebisonda
 Despotado de Epiro
 Ducado de Atenas
 Ducado de Neopatria
 Caída de Constantinopla
 Imperio otomano

Notas
1. ↑ Curiosamente, una de las acusaciones que hacían los bizantinos a los occidentales eran sus
interminables discursos y su verborrea incontenible.
2. ↑ O bello sudario, o buen sudario. Procopio, en su Historia secreta reproduce así las palabras de
Teodora:

quien ha recibido el poder soberano no debe vivir si se lo deja quitar. Tú César, si quieres
huir, nada es más fácil... en cuanto a mí, Dios no permita que abandone la púrpura y aparezca
en público sin ser saludada como Emperatriz. Aprecio mucho esta antigua sentencia: "La
púrpura es un glorioso sudario".

(Citado por Pilar Benejam, Horizonte, pg. 106)


3. ↑ Valdeón Baruque, Julio y García de Cortázar, José Ángel, en Fernández Álvarez, Manuel; Avilés
Fernández, Miguel y Espadas Burgos, Manuel (dirs.) (1986), Gran Historia Universal, Barcelona: Club
Internacional del Libro. ISBN 84-7461-654-9. Volumen 11,pg. 139
4. ↑ La Pronoia, en Imperio bizantino. Historia de Bizancio enfocada principalmente en el período de los
Comnenos.

Bibliografía

http://es.wikipedia.org/wiki/Imperio_bizantino 17/04/2010
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En español

Historias generales

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195-3.
 BAYNES, Norman H.: El Imperio bizantino. Fondo de Cultura Económica, México D.F., 1996
(séptima reimpresión). ISBN 968-16-0720-1.
 CHRYSOS, Evangelos: El imperio bizantino, 565–1025 (Enciclopedia del Mediterráneo, 21).
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Divulgación

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 ZWEIG, Stefan: Momentos estelares de la humanidad ed. Acantilado, Barcelona (2002).ISBN
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En otros idiomas

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 AHRWEILER, Hélène: Studies on the Internal Diaspora of the Byzantine Empire, Harvard
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 LEFORT, Jacques: Géométries du fisc byzantin, Paris 1991, ISBN 2-283-60454-0.
 LEFORT, Jacques: Les villages dans l'Empire byzantin, IVe – Xve siècle, Paris 2005, ISBN 2-
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 LILIE, Ralph-Johannes: Byzanz und die Kreuzzüge, Stuttgart 2004, ISBN 3-17-017033-3.
 GIANNOPULOS, Panagiotes A.: La société profane dans l'empire byzantin des VIIe, VIIIe et
IXe siècles, Univ., Publ. de Louvain, 1975
 NORWICH, John J.: Byzantium (3 volúmenes), Viking, 1991.
 TREADGOLD, Warren: A History of the Byzantine State and Society, Stanford, 1997.

Enlaces externos
 Wikimedia Commons alberga contenido multimedia sobre el Imperio bizantino.

En español

 Sitio dedicado al Imperio bizantino


 Historia del Imperio bizantino de A. A. Vasiliev, tomo I (324–1081)
 Historia del Imperio bizantino de A. A. Vasiliev, tomo II (1081–1453)

http://es.wikipedia.org/wiki/Imperio_bizantino 17/04/2010
Imperio bizantino - Wikipedia, la enciclopedia libre Página 23 de 23

 Los ejércitos de Bizancio (De este sitio proceden algunos datos del artículo en el apartado de
Demografía)
 Antología de textos de la historiografía bizantina (Sociedad Chilena de Estudios Medievales)
 Lámina sobre arte bizantino.

En inglés

 Byzantium: estudios sobre Bizancio en Internet


 «¿Qué es un bizantino?» por Prof. Clifton R. Fox
 «Doce líderes bizantinos», por Lars Brownworth
 Rome and Romania, 27 BC–1453 AD, extensa página con abundantes mapas y árboles
genealógicos.

En otras lenguas

 Imperio Ortodoxo (en rumano).

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