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El meme egoísta

Fuente: Suplemento TIME VOL. 2 No.15 Español (publicada el 16 de Abril de 1999


por Casa Editorial EL TIEMPO)

Hace un cuarto de siglo, el autor presentó una idea infecciosa. Ahora examina hasta
que punto ha contaminado la cultura.

Hace años, cuando daba clase en Oxford, tuve una alumna con un hábito singular. Cada
vez que tenía que responder a una pregunta que requería concentración, cerraba los ojos
con fuerza, inclinaba la cabeza sobre el pecho y se quedaba inmóvil durante 30
segundos. Después levantaba el rostro, abría los ojos y respondía con inteligencia y
fluidez. Lo encontré gracioso y un día después de cenar, hice una imitación para que
mis amigos, entre los que se encontraba un distinguido filósofo de Oxford. En cuanto
vio mi actuación, exclamó: "¡Eso es Wittgenstein!". "¿El apellido de esa joven no será
#### por casualidad?". Asombrado respondí afirmativamente. "Ya me parecía", dijo mi
colega. "Sus padres se dedican profesionalmente a la filosofía y son devotos seguidores
de Wittgenstein". Mi alumna había heredado el gesto del gran pensador a través de uno
o ambos padres.

Nuestra vida cultural esta llena de cosas que parecen propagarse como los virus de una
mente a otra: melodías, ideas, frases hechas, modas, el arte de la alfarería o el de
construir arcos. En 1976 acuñe la palabra "meme" para denominar estas unidades
culturales que tienen vida propia y son capaces de autorreplicarse.

Desde entonces, como todo buen meme, el término se difundió por el mundo cultural.
Para cuantificar este enunciado "metamemético", busque en la Web: el adjetivo
"memético" aparece en 5.042 entradas. A modo de referencia, lo comparé con otros
neologismos o expresiones de moda: docudrama apareció 2.848 veces, sociobiología
6.679, zippergate (algo así como "braguetagate, en referencia al escándalo Clinton)
1.752 y post-estructural 577.

Continuando con la búsqueda, di con alt.memetics, un grupo de debate que solo el año
pasado recibió unos 12.000 artículos como "Los memes, los metamemes y la política" y
"Los memes y la sonriente estupidez de la prensa". Hay también sitios especialmente
creados sobre el tema "Memeticistas en la Web" y la "Página de jardinería del meme";
incluso (aunque espero no vaya en serio) ha surgido una nueva religión, "La Iglesia del
Virus", con su correspondiente lista de pecados y virtudes, su santo patrono (San
Charles Darwin) y una alarmante referencia a mi persona como "San Dawkins".

Los memes se desplazan longitudinalmente de una generación a otra, pero también en


sentido horizontal, como los virus en caso de epidemia. Cuando medimos el grado de
difusión, que ha alcanzado una palabra como "memético", "docudrama" o
"sociobiología" en Internet, estamos estudiando precisamente ese contagio horizontal.
Las modas que se imponen entre los niños en edad escolar nos ofrecen excelentes
ejemplos. A los nueve años, mi padre me enseño a hacer un barquito de papel al estilo
origami, una verdadera proeza de embriología artificial, con una evolución por etapas
intermedias bien definidas: de catamarán con dos cascos, se convertía en una alacena
con puertas y en un cuadro, hasta que, por último, el tan ansiado barquito cobraba vida,
digno de hacerse a la mar - o al menos a la bañera - con su respectiva bodega y dos
cubiertas, sobre las cuales se destacaban sendas velas cuadradas.
La historia viene al caso porque a mi regreso al colegio propagué mis conocimientos
entre mis amigos y, enseguida, la moda se difundió por toda la escuela como una plaga
de sarampión. No sé si también habrá llegado a otras escuelas (como foco de
diseminación de memes, los internados son un tanto aislados). Pero lo que sí sé es que
mi padre había adquirido el meme a través de una epidemia de características
prácticamente idénticas en aquel mismo colegio, 25 años antes, iniciada en aquella
ocasión por el ama de llaves. Mucho tiempo después de que ella se fuera, yo fui el
agente infeccioso que reintrodujo el meme a una nueva generación de escolares.

Con alguna frecuencia se me acusa de haberles dado la espalda a los memes, de haber
perdido el entusiasmo y tirado la toalla, de tener dudas. Pero lo cierto es que mis
primeros pensamientos fueron muchos más modestos de lo que algunos memeticos
hubieran deseado. Para mí, la misión original era negativa. La palabra apareció por
primera vez al final de un libro que, de no ser por eso, parecía destinado a consagrar al
gen "egoísta" como el principio y la esencia de la evolución, la unidad fundamental del
proceso de selección.

Existía el riesgo de que mis lectores malinterpretaran el mensaje y pensaran que me


refería específicamente a las moléculas de ADN. Al contrario, el ADN cumplía un papel
incidental. La verdadera unidad de selección natural es cualquier tipo de replicante,
cualquier unidad de la cual se hacen copias, a veces con errores, y con cierta influencia
o poder sobre su propia capacidad de duplicación. Tal vez hiciera falta buscar ejemplos
distintos en otros planetas. ¿No seria posible que tuviésemos ante nosotros una nueva
especie de replicador darviniano? Y al intentar contestar esta pregunta surgieron los
memes.

Pero siempre contemplé la posibilidad de que algún meme sirviera de base para
formular una hipótesis adecuada sobre la mente humana. Antes de leer La Conciencia
Explicada: una teoría interdisciplinar y Darwin's Dangerous Idea (La idea peligrosa de
Darwin), de Daniel Dennet, y The Meme Machine (la máquina de memes), el nuevo
libro de Susan Blackmore, no sabía lo ambiciosa que podía ser esta tesis. Dennet pinta
una vívida imagen de la mente, asemejándola a un hervidero de memes. Incluso llega a
defender la hipótesis de que "la conciencia humana es un gigantesco complejo de
memes..".

Cuando surgió el meme, con El gen egoísta, en 1976, el mensaje era negativo: los genes
no eran los únicos responsables de la evolución como afirmaba Darwin. En 1998, en
Unweaving the Rainbow (Destejiendo el Arco Iris), me permití ser mas positivo: "Hay
una ecología de memes, una selva tropical de memes, un hormiguero de memes. Los
memes no se limitan a saltar de una mente a otra por imitación cultural. Eso es solo la
punta del iceberg. También se desarrollan, se multiplican y compiten dentro de nuestras
mentes. Cuando revelamos al mundo una idea, ¿Quién sabe que procesos de selección
subconsciente, cuasi-darviniano , habrán ocurrido en nuestra cabeza? Los memes
invaden nuestras mentes, al igual que una bacteria antiquísima invadió las células de
nuestros antepasados y se convirtió en mitocondria. Y como en el caso de la sonrisa del
gato de Alicia en el País de las Maravillas, que entró a formar parte de la cultura
popular, los memes se incorporan a nuestra mente e incluso terminan por constituir la
mente misma.

¿Es la mente sólo un vehículo para ideas infecciosas?


Dawkins ha creado tanta controversia con sus "memes" como en su época las ideas de
Darwin sobre la selección natural. El libro de Susan Blackmore, The Meme Machine
(La máquina de memes), llega al extremo de sugerir que los seres humanos no somos
más que nuestros propios memes. Con toda seguridad, su tesis hará estallar de nuevo el
debate que sacude periódicamente las páginas del suplemento literario del New York
Times.

Stephen Jay Gould, paleontólogo de la Universidad de Harvard, viene luchando desde


hace tiempo contra lo que él llama "fundamentalismo darwinista" y desecha los memes
como una "metáfora sin sentido". H. Ollen Orr, genetecista evolucionista de la
Universidad de Rochester no se muestra tampoco más amable. "Creo que la memética
es una absoluta tontería", se queja. "No es más que ciencia de salón".

La selección natural, según Orr, explica procesos fortuitos como las mutaciones
genéticas, pero si los animales pudieran mejorar sus crías deliberadamente, la teoría no
podría sostenerse. Por el contrario, las ideas suelen modificarse conscientemente antes
de transmitirse. La evolución memética, a diferencia de la evolución genética, no es
casual. "Cuando Newton inventó el cálculo", explica Orr, "no generó un millón de ideas
al azar y después eligió la mejor". En opinión de sus críticos, el darwinismo no tiene
relevancia alguna en esas condiciones.

Pero los partidarios de la memética no se arredran; basándose en sus propias razones


técnicas, consideran tales objeciones totalmente descaminadas.

De hecho, Blackmore lleva la teoría hasta su extremo lógico y sugiere que los memes
son responsables no solo de la evolución de la cultura, sino de la conciencia misma. La
mente, según el esquema de Blackmore, es poco más que un nido de memes. No solo
ella piensa así. El profesor Daniel Dennett, de la Universidad de Tufts, memético
prolífico y entusiasta, reconoce que se trata de una filosofía inquietante. "La gente teme
que esto les despoje de la autoría y la creatividad, y que acabe con la individualidad".
Ese miedo, argumenta Dennett, explicaría la vehemencia de los opositores de la
memética. "El concepto de individuo que emerge de una auténtica teoría de la
evolución", dice, "es suficientemente distinto del tradicional como para poner nerviosa a
la gente". Según Dennett, la memética aventaja a la tradición porque puede explicar la
conciencia sin recurrir a una especie de duendecillo supremo alojado en nuestra cabeza.

Pero incluso entre las filas de los "ultra-darwinistas" se escuchan voces disidentes. A
Steven Pinker, lingüista del M.I.T. (Instituto Tecnológico de Massachusetts), le parece
una idea sugerente y hasta útil a veces, pero no lo considera ciencia auténtica. Tampoco
acepta el concepto de la conciencia como un mero "nido de memes". "Sinceramente, no
se que significa eso", admite Pinker. El problema, según él, es que los meméticos ven el
cerebro como un órgano esencialmente pasivo, un tubo de ensayo esperando la
infección. Esa concepción no explica las respuestas subjetivas del individuo, ni
sensaciones como el amor y la envidia. "Los bebes son conscientes", señala, "Por eso no
los operamos sin anestesia. Y los memes no han infectado sus mentes".

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