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MUNDO
DEMONIO
Y
FAUSTO
TRAGICOMEDIA FANTÁSTICA
EN
TRES ACTOS
NUEVE JORNADAS
ENTREGA 4
JORNADA PRIMERA
CATEDRÁTICOS Y ESTUDIANTES
Canción francesa
Sala de estar de la casa del profesor Dupêcher. Fausto y Mefisto sentados en sendos
silloncitos. El profesor, en batín, sentado en una enorme butaca orejera.
DUPÊCHER.- ¿Y bien?
MEFISTO.- Yo diría que definitivo.
DUPÊCHER. - ¿Diría? Y su amigo, ¿no tiene ningún comentario que hacer?
FAUSTO.- No…sí…es que no he entendido…
MEFISTO.- (a Fausto )(Calla o nos aguas la fiesta).
FAUSTO. – No he entendido el significado de la palabra “moderno”. Más bien creo
que mi confusión ha aumentado con la aparición de “modernidad” y
“posmodernidad”.
DUPÊCHER. – Hombre de Dios, ¿es usted sordo o estúpido? Creo que me he
expresado con bastante claridad, o al menos con toda la claridad que la dignidad
profesoral permite. (a Mefisto) Tengo la impresión de que usted tampoco lo ha
entendido, que quizá… ha estado fingiendo…
MEFISTO.- ¿Fingiendo? No, por favor. Lo que pasa es que…bien…reconozco que
la letra resultaba un poco difícil, pero la música ha sido sublime, profesor.
DUPÊCHER.- ¿Música? ¿Se puede saber de qué me habla? Ustedes son extranjeros
¿no? Alemanes. No me digan que no, les he calado enseguida. No sé por qué me han
hecho perder el tiempo. ¡Uf!, alemanes, romanticismo, Wagner, Schopenhauer...
¡puah!. No me extraña que no puedan entenderme. Lo nuestro es la razón y el
método, lo de ustedes la confusión y la barbarie. Nunca nos entenderemos. Señores,
mi tiempo ha terminado.
Los estudiantes van callando poco a poco, y centran su atención, entre curiosa y
divertida, en la persona de Mefisto.
Los dos se apartan a la cuneta. El coche pasa por su lado, pero enseguida reduce la
marcha y se detiene. Un joven (Jean-Paul) y una joven (Catherine) descienden del
coche y se dirigen a hacia los caminantes.
CATHERINE.- ¡Doctor Sabatini! (a Jean-Paul) ¿Ves como eran ellos?
MEFISTO.- (a Fausto) Es la pareja que se amaba tiernamente en la taberna.
FAUSTO.- Entonces, no deben ser de los violentos.
MEFISTO.- No te fíes. No hay que confundir el culo con las témporas, como se decía
en los buenos tiempos.
CATHERINE.- Doctor Sabatini…cuánto lo siento. ¿Estáis bien, tú y tu amigo?
FAUSTO.- Estamos muy bien, eres muy amable…
CATHERINE.- Catherine.
FAUSTO.- Y tu amigo…
JEAN-PAUL.- Jean-Paul.
FAUSTO.- Antes los he visto…Y ahora…ven aquí. (La coge del brazo y la conduce
bajo una farola; la mira a los ojos atentamente) ¿Ves? Eso quería decir…No hay
palabras…Es como un mar en calma donde se reflejan todas las estrellas de la noche,
como un verde prado vestido de las suavidades de la primavera…
CATHERINE.- Sabes hablar, no hay duda. Pero no me mires así. Me das…
FAUSTO.- ¿Miedo?
CATHERINE.- No, miedo no precisamente…
FAUSTO.- ¿Cómo es mi mirada?
CATHERINE.- No es un mar en calma, por supuesto, ni un verde prado. Más bien me
sugiere…un bosque tenebroso…sí, como una selva oscura..
FAUSTO.- Che nel pensier rinova la paura.
CATHERINE.- ¿Italiano?… Mira, nos están esperando.
Casa de Catherine. Una amplia sala con chimenea y sofás bajos. A un lado, una
escalera que lleva a la planta superior. Suena una música suave: una canción
francesa de los años 60. En un sofá en semicírculo, Fausto y Mefisto está sentados
en un lado; en el otro Jean-Paul y Catherine. Se oye el chirrido de una puerta. Por la
escalera empieza a descender lentamente un hombre, de unos 60 años, con melena
hasta los hombros y en batín; lleva los ojos vendados con un pañuelo verde. Todos lo
miran. Tras descender unos escalones, el hombre se detiene y habla:
DENEUVE.- Es hermosa la inocencia, pero nos deja indefensos ante el mal. ¿Dónde
están tus amigos?
CATHERINE.- Si te quitas la venda, los verás.
DENEUVE.- No puedo, sabes muy bien que no puedo.
FAUSTO.- ¿Alguna afección ocular? Si quiere, puedo examinarlo, soy doctor en
medicina.
JEAN-PAUL.- Ve mejor que todos nosotros juntos.
FAUSTO.- ¿Entonces?
JEAN-PAUL.- Siempre va así.
CATHERINE.- Dice que la visión del mundo le hace daño.
MEFISTO.- (He aquí un hombre sensible. Que se aparten los poetas y cuantos
presumen de espíritu delicado.)
FAUSTO.- Pero señor…
CATHERINE.- Deneuve, Albert Deneuve.
FAUSTO.- Pero señor Deneuve, la visión es la puerta más segura al conocimiento de
la realidad. Si renuncia a ella, los fantasmas interiores le devorarán.
DENEUVE.- La realidad me hace daño. La belleza de las formas me hiere; la fealdad
me desgarra. El mundo es un lugar a la vez terrible y maravilloso. No puedo
moverme en él sin que mis nervios se retuerzan o se encabriten. La contemplación de
una flor altera el ritmo de mi corazón de una manera insoportable. La salida del sol
por el horizonte provoca en mis ojos torrentes de lágrimas. La última vez que vi el
rostro bellísimo de mi hija sufrí un síncope. Toda la belleza y la fealdad del mundo
suman para mí un infierno. Mis ojos carecen del filtro que suele proteger a los
hombres de los efectos de la visión pura. Si fuese posible cerrarme del todo…Porque
no hay fantasmas interiores. Los fantasmas vienen de fuera.
MEFISTO.- Muy bien, señor Deneuve. Pero, eliminada la visión, le queda el oído.
¿Qué piensa hacer con el oído, con los sonidos?
DENEUVE.- Esa voz, esa voz… Catherine, ¿quién es este hombre?
CATHERINE.- Es el doctor Sabatini, papá, catedrático de ética de la universidad de
Lucerna.
DENEUVE.- Sabat…Sabat…Lucer…Lucer… ¡Es el Mal! ¡Has dejado entrar el Mal
en esta casa! ¡Condenación! Estamos condenados, condenados. Dios mío, apiádate de
nosotros.
FAUSTO.- Será mejor que nos vayamos.
JEAN-PAUL.- Por favor, no lo toméis en serio. De vez en cuando tiene estos
arranques, pero es inofensivo.
CATHERINE.- ¡Más que inofensivo! Mi padre es la bondad en persona. Aunque la
vida sea para él un martirio, es incapaz de causar el menor daño. Su sensibilidad
enfermiza hace que…a veces…(de pronto, se levanta y se dirige a Fausto) Enrique,
¿qué me has dicho antes del doctor Sabatini?
FAUSTO.- ¿Antes?
CATHERINE.- Has dicho algo terrible de él.
MEFISTO.- Calma, calma. Todo el mundo tranquilo. No hay que ponerse nervioso.
Todo esto no es más que un malentendido. (se levanta y habla dirigiéndose a
Deneuve, que permanece inmóvil, aunque algo tembloroso). Usted, señor Deneuve,
basándose en el tono de mi voz, que sin duda le debe traer recuerdos ingratos, y en las
letras de mi nombre, con las que ha jugado un poquito a la cábala, cosa que se puede
hacer con cualquier nombre de cualquier idioma, se lo aseguro, basándose en sólo eso
ha sacado la conclusión de que yo soy un ser diabólico, quizá el mismo Diablo. Pues
bien, señor mío, nada más alejado de la realidad, como ahora mismo le voy a
demostrar. Primero, mi voz es la adecuada y pertinente a estas horas de la madrugada
después de haber tomado varias copas en la taberna de Deux-aspects, donde por
cierto se produjo un incidente que sin duda también tuvo su efecto en mis cuerdas
vocales. Segundo, yo no me llamo Sabatini; éste es en realidad el nombre de un
novelista italiano de principios de siglo XX, que suelo utilizar en mis
desplazamientos al extranjero por razones que no vienen a cuento. Tercero, como
han demostrado todos los filósofos y el noventa y pico por ciento de los teólogos
(católicos incluidos) el Diablo no sólo no existe sino que nunca ha existido. Y cuarto,
el mal no es ninguna potencia terrible la inicial de cuyo nombre haya de escribirse en
mayúscula; el mal, señor mío, es sólo la manifestación de la miseria intelectual
humana. Yo lo llamo chapuza.
DENEUVE.- Yo no entiendo de teologías ni chapuzas. Me dejo llevar por mis
impresiones. Y te aseguro, Satán, que mis impresiones no engañan.
MEFISTO.- ¿Nunca?
DENEUVE.- Casi nunca.
MEFISTO.- (Enhorabuena, empieza el descenso a la tierra de los hombres)
CATHERINE.- Todo esto es muy raro…¿Quién es usted en realidad, señor Sabatini?
Acaba de decir que ése no es su verdadero nombre.
MEFISTO.- En efecto, pero no veo que sea motivo suficiente para que dejemos de
tutearnos.
CATHERINE.- Es posible que usted llegue a convencer a mi padre, pero…
DENEUVE.- Déjalo, hija. Hoy he tenido un sueño muy extraño…
CATHERINE.- Pero a mí no me convencerá de que usted oculta algo, algo muy
siniestro. Y le recuerdo que ésta es nuestra casa. Así que…
FAUSTO.- Así que nos vamos…Lo siento.
CATHERINE.- Yo también lo siento, Enrique…Jean-Paul, quédate con mi padre. Yo
los acompaño.
Salen Catherine, Fausto y, detrás, Mefisto. En el camino por el jardín hacia la verja
de salida, Mefisto se va quedando cada vez más rezagado, mientras Catherine y
Fausto conversan ajenos a todo. De pronto, Mefisto se gira y vuelve a la casa..
DENEUVE.- ¿Tú otra vez? Te advierto que te conozco, y que no podrás nada contra
mí. ¡Vade retro!
MEFISTO.- No nos pongamos melodramáticos, señor Deneuve, Usted está
confundido. Creo que ya lo he demostrado sobradamente. Pero se obstina en no
creerme y en hacer sufrir a su hija.
DENEUVE.- ¿Qué yo hago sufrir a mi hija?
MEFISTO.- Si, señor, ¿no lo ha visto? Ella, que pensaba pasar una velada agradable
con nosotros, se ha visto obligada a expulsar a sus invitados, ¿le parece bonito? Usted
es muy sensible, muy bueno, muy muy… pero quizá no se da cuenta de que esa
manera tan especial de ser no hace más que causar sufrimientos a los demás. ¿Tan
importante se cree que le resulta inconcebible aceptar el estilo de vida acordado por
la sociedad? Vuelva a la realidad, hombre, a la vida de verdad, donde los hombres se
pisan y se piden perdón y no pasa nada, donde se pueden comprar tantas cosas, donde
se pueden disfrutar de tantos avances técnicos, donde se puede gozar de tantas
maravillas. ¿Ha conducido alguna vez un coche último modelo a doscientos por hora?
Si no lo ha hecho, no sabe lo que es gozar. ¿Ha sentido la emoción de animar a su
equipo en un partido de fútbol? ¡Qué colorido en las gradas! ¡Qué emoción en las
voces! ¡Qué talento en los insultos! ¿Ha disfrutado de los miles de programas que
ofrece la televisión, sobre todos esos tan apasionantes donde hombres y mujeres
reales desnudan sus pequeñas almas para edificación del pueblo espectador?
DENEUVE.- La televisión…sí…recuerdo.
MEFISTO.- ¿Ha gozado de los placeres de la comida y la bebida como corresponde a
un hombre civilizado? ¿Se ha sumergido en los placeres del sexo hasta sentirse el
cuerpo vacío y la garganta reseca? ¿Puedo servirme una copa?
DENEUVE.- Ahí, detrás suyo.
Fausto y Mefisto salen sin decir nada. Suben al taxi. Cuando éste arranca se sigue
oyendo la voz fuerte y algo histérica de Deneuve, que repite rítmicamente la misma
frase.