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LA VIDA SECRETA DE FIDEL CASTRO EN YUCATAN Cuando lo descubrié ahi, bajo un laurel de la plaza, en el acto de sentarse en el humilde banquillo del viejo lustrador de calzado, para que le sacara brillo a sus mocasines nuevos, Lia Camara Blum tuvo el presentimiento de que “algo grande iba a pasar en su vida” Nada habria alterado su rutina aquella mafana, de no ser por ese joven extrafio que llam6 su atencion desde el primer momento. De inmediato se sinti6 atraida no solo por su estatura descomunal, sino también por sus ojos, pequeiios y verdes, y por el penetrante aroma de su puro. Era un ordinario sabado en Valladolid, y Lia, junto con las demas profesoras de educaci6n preescolar que venian de Tizimin, esperaba el autobis de las 8, rumbo a Mérida, donde vivia su familia. En aquel tiempo se respiraba un otono inevitable, pues cinco dias atras septiembre se habia instalado con toda su tristeza en el pueblo. Pero en el instante de la revelaci6n Lia ya no reparéen nada ni en nadie mas. Concentré sus sentidos en el atlético muchacho, que parecia desenvolverse con la seguridad de un actor consagrado de la escena decisiva. “Este no es de aqui’, se dijo para sila profesora, pero no pudo continuar el comentario, toda vez que el autobtis, como el otono, habia llegado de pronto. Al subir, el forastero se golped de frente con el cielo raso del vehiculo. Instantes después, entre risas contenidas, las mujeres lo vieron encorvarse para avanzar por el pasillo, buscando asiento. Asus 18 ahos de edad, Lia era duefia de una natural intuicion femenina. Supo entonces que debia arrimarse a la ventana, discretamente. El joven, desde luego, le hizo conversaci6n. Alejandro Gonzalez, cubano. Asi se present6, y sin mas preambulos comenz6 23 a preguntarle sobre la Revolucién Mexicana. La profesor no en advertir que se trataba de una persona culta, de mo, educados, con vastos conocimientos de historia nacional, « Villa, de Madero y de Zapata. Lo que Lia no advirtid fue que su acompafiante, como las figura de la Revolucién de México que mencionaba constantemen, también tenia un precio: 100,000 dolares por su cabeza. Esa Cant estaba dispuesto a pagar el entonces presidente cubano, Pulgenci Batista, a quien le informara de su paradero. Lo queria vivo o Muerto El autobtis se detuvo en Pisté; la charla, no. Entre sandwichesy refrescos, Alejandro narré pormenorizadamente otros episodios de Ja lucha armada en México, que solo evidenciaron la ignorancia de las maestras. De cualquier modo los pasajes revolucionarios quedaron en segundo término, porque para Lia no hubo, desde entonces, mds héroe que su interlocutor, Se bajaron en la estacién de Mérida y, antes de despedirse, Alejandro apunté en una cajita de cerillos “La Moderna” el ntimero telef6nico de la muchacha. Le prometié que la Ilamaria esa misma noche a la casa de sus papas, en la calle 61. La invité a salir. Pas6 por ellaa las nueve. Estaba recién bafiado, vestia una guayabera blanca, pantal6n gris y los mocasines de la mafana, que habia vuelto a Justrar a las puertas del Hotel Reforma, donde rentaba la habitaci6n 27. Natdg ales i de “Tzic” de venado y tequila Tulipanes era el club nocturno de moda. Su variedad artistica, la comida regional y el cenote de aguas tristes sobre el que sus propietarios habian construido dos palapas inmensas, lo habian convertido en corto tiempo en un lugar turistico y tradicional Quiz4 por ello, dofia Socorro Blum de Camara accedi6 en acompafar a Lia, quien durante toda la tarde no habia hecho mas que hablarle de aquel extranjero que la tenia, literalmente, impresionada. En su boca sdlo cabian dos adjetivos: guapo ¥ caballeroso. Cuando lo tuvo de frente, dofia Socorro debié admitit que Su hija no le habia mentido. Ya en el restaurante, ordenaron ees y Debisran algo de tequila, pero Alejandro puso e platica interminable llena de preguntas geogrificas: 24 Les hizo pensar inclusive que, detras de aquella escondia el quisquilloso temperamento de un ins: Cudntos kilémetros tiene la costa yucateca? ;Qué Jas aguas?, preguntaba al muchacho. Lia, sin embargo, deseaba bailar una Pieza, un d: chachacha. Alejandro no demoré en desencantar| era divorciado y que tenia un hijo. No pretendia aventuras amorosa solo una amiga que le ayudara a disminuir la crudeza del exile, eu estancia en México obedecia, principalmente, a problem: oe Entonces el mar volvi6 a la charla. Hablaron del oleaje, de la tranquilidad de los puertos como Chicxulub y Telchac. Por is 7 les pareci6 extrafio que Alejandro las invitara a dar un Paseo por las playas, al dia siguiente, muy temprano, Esa misma noche, don Pedro Camara Lara, que en su juventud habia defendido con ferocidad la causa del Partido Socialista del Sureste, se rasc6 la mejilla con preocupacion, una vez que “el cubano” le pidid permiso para llevar a su esposa e hija al puerto de Progreso. Lo desconcerté el hecho de que Alejandro debia estar acompafiado por una familia, “para no levantar sospechas”. Pero finalmente acept6 de buen talante la propuesta del extranjero, sobre todo cuando supo que los llevaria un taxista amigo suyo, del entonces sitio ntimero uno. gallarda silueta, se aciable explorador. Profundidad tienen, lanzon, un - Le confes6 que as politicos, Un violin de grueso calibre Poco después del amanecer, el automévil ford modelo 44 enfilo hacia la costa, Alejandro Gonzalez, en el asiento delantero, volvié a su tenaz método de preguntas insistentes, mientras dofia Socorro y Lia, en la parte posterior del coche, sélo tenian en los ojos el matiz del desconcierto. Pero la incertidumbre mayor lleg6 poco mis tarde. El carro salié de una curva prolongada y, de repente, frente a los pasajeros, se extendi6 por fin el mar de Yucatén, y de esa manera Alejandro comenz6 un ritual que, sistematicamente, habria de realizar en cada puerto del litoral: pidié al chofer que se detuviera junto al muelle de Chicxulub y, con el lenguaje avezaco de los Marinos expertos, el joven se acerc6 a los pescadores. Asi, los hombres de mar no dilataron en responderle con paciencia, pese era le ran movinnento por el desembarco de I pesca del dt. A la ceouata del muclie, Lia y su madre escucharon, ef mismo cuestionario de slennpres 2A qué hora sopla el Viento? {Cudnto mide la elon dee nun hrarcos? y Otras tantas interrogates contestaran con la parquedad que impone a que end hora que lax pescadores le cualquier forantere. oo “Este muchacho segura Que es cientifico o detective- afirme dona Socorro, COMO buscanda razones esclarecedoras en Lia, que a ver Ia figura del hombre al que admiraba, entre otras cosas, por esa rara terquedad, por ese afan de conocerlo todo Incluso, ahora, 42 aftos denpués, todavia conserva esa imagen lejang y melancélica, simultaneamente. “Cada vez que vuelvo al muelle de Chicxulub me es imposible no verlo ahi, elegante, arrollador, con su puro en las manos, preguntando y replicandoa los pescadores por lus condiciones de mar, No le importaba nada, sdlo el proyecto que tenia en la mente... Quién Jo iba a decir”, recuerda la profesora Lia Camara Blum. Sin embargo, en 1955, la presencia de Alejandro Gonzalez no causaba el mismo impacto favorable. Era, en contraste, una especie de incémodo “sabelotodo”. Eso pensaba dofia Socorro Blum de Camara, durante aquel domingo en la playa, justo en el instante en que hizo otro descubrimiento, para ella, mas aterrador: advirtio, en elasiento delantero, un sobrio estuche de violin, que Alejandro habia llevado consigo, pero sin mostrarle a nadie. En Telchac, aprovechando que el muchacho hablaba con unos pescadores sin suerte, dofta Socorro tom6 la iniciativa y por su propia mano abrié el curioso estuche del violinista, contrariando a Lia. Era un instrumento, si, pero no un instrumento musical, sino una metralleta de grueso calibre. Livida, sintiendo que “el alma se le escapaba en el aliento”, dofia Socorro contempl6 con estupor el arma impecable, “nuevecita”. La sefiora quiso persuadir a Lia, ante aquel visitante que, nunca como hasta entonces, les habia parecido un desconocido total que al minimo descuido podria revirarse Y, con toda la sangre fria del mundo, disparar contra ellas. Lia, pese @ eee ee Gonzalez sinti6 que se aragsrhba plaza de Telchac. Alejandro con un hueso de pescado, toda vez que las i wer 's mujeres le soltaron con voz temblorosa la incdgnita “del se lim 26 Ta’ bien, sefiora- dijo en tono confesional, refiriéndose a dona Socorro- entiendo su miedo. Yo estoy aqui porque intento hacer, junto con otfos socios, una revolucion en mi pais. Quiero recuperar lo que han robado los dictadores a mi pueblo. lo digo porque sé que no saldra de aqui. A primera instancia, las palabras convincentes de Alejandro. Gonzalez tuvieron el efecto de un sedante. No obstante, el viaje de vuelta a casa fue en silencio, un tenso recorrido. Entonces Lia su puso que la sombra de aquel bochornoso incidente, pondria distancia irremediable entre ella y su nuevo amigo. Esa tarde, cuando abord6 el camiéna Tizimin, donde impartiria clases durante la semana que empezaba, se sintié profundamente confundida. Habian sido muchas emociones en muy breve tiempo. Y lo peor era que ante sus ojos la imagen del cubano habia cambiado: no slo lo sabia guapo, apuesto y caballeroso, sino también un loco desatado. Sus planes revolucionarios sonaban descabellados, absurdos, una sarta de mentiras, ademas qué conocia ella de Alejandro Gonzalez? Tenia apenas un cuestionario sin ningtin viso de respuesta, un insdlito rompecabezas sobre un profugo, pero ;de qué o quiénes huia? Record6 que ni en los momentos de charla seria, Alejandro habia sido capaz de “abrirse de capa”, nunca le habia hablado -ni le hablaria jamds- de sus relaciones con otros cubanos radicados en Yucatan; tampoco estaba enterada si en realidad habia venido solo © acompafiado. Encuentro en Ciudad Sagrada De cualquier modo, Lia ignoraba su futuro inmediato, No sospechaba siquiera que Alejandro Gonzalez se convertiria en “parte de su familia”, pero especialmente en un amigo de su padre, pues durante todas las tardes de aquella semana septembrina que ella estuvo en Tizimin, el exiliado cubano acudié sin fallar a la casa Camara Blum. Don Pedro Camara Lara y el muchacho hicieron buenas migas desde el principio. La suya siempre fue una conversacion fluida, amena, gil. Tuvieron oportunidad de reflexionar acerca de topicos 27 de interés comin: la politica mundial, la guerra fria, el bloque socialista, las revueltas bélicas latinoamericanas, Felipe Carrillo Puerto y, por supuesto, un proyecto todavia germinal de la revolucién cubana. Para don Pedro, Alejandro era un loco intelectual, un idealistg carismatico. Para Alejandro, don Pedro constituia un Teflejg paterno, una suerte de proverbial consultor. Lo veia, dado ¢| antecedente socialista del yucateco, como un correligionario suyo enelretiro. Y le parecia, ante todo, una réplica de Fulgencio Batista, no tanto por su caracter, sino por su fisico e inclusive solia bromear con él, -No hay de otra; usté e Batista, don Pedro, usté e el dictador- replicaba Alejandro Gonzalez. -Mira, hijo, tno vas a cambiar al mundo. Lo Gnico que lograras es que te maten, porque los héroes estén en las tumbas, bien muertos, Dedicate mejor a tu familia -aconsejaba don Pedro. “Realmente odiaba con todo su ser a Fulgencio Batista, lo odiaba como para matarlo,.. Nunca habia conocido a alguien con tanto odio por dentro”, recordaba don Pedro, muchos afios después, conversando con su hija Lia. Y mientras fomentaba la amistad de los Camara Blum, Alejandro Gonzalez dedic6 aquella semana a consolidar otras relaciones yucatecas: la familia Esquivel Gonzalez, cuya residencia estaba en la calle 62 por 55 y 53, a unos metros de la esquina llamada “El loro”. Las ligas de Alejandro con los Esquivel se debieron a que un allegado suyo, también cubano -por cierto, nadie recuerda su nombre- fue enamorado de Lilia Esquivel, hija del matrimonio. Ella vive actualmente en la ciudad de México y tiene 66 afios de edad. Alejandro habria asistido en varias ocasiones al domicilio de los Esquivel, acompanando a su “amigo”. Un pariente cercano de los Esquivel Gonzalez, don Eduardo Amer Lopez, evocaria en charlas posteriores al joven Alejandro sentado a las puertas de aquella casa, tomando el fresco de la tarde, muy quitado de la pena, en compafiia de su amigo y de Lilia. “En aquel momento era s6lo un cubano mas; con el tiempo, supe de quién se trataba’, Aida Esquivel, hermana de Lilia, no tuvo que enterarse de Ja verdadera identidad de Alejandro para dejarse impresionar. Bast6 que lo viera un dia en la Plaza Grande: . 28 “Yo no sabia cémo se llamaba, pero enseguida percibi que se srataba de alguien importante. Tenfa una personalidad! impacta ae Era muy apuesto. Alto, blanco, ojiverde... Entonces no usaba esa esa barba- Era un joven de fascinante personalidad; se comportabya somo todo un caballero. No recuerdo de qué hablamos, pero su imagen ° la puedo olvidar. Me impresion6 muchisimo. Mas tarde supe Por que". En realidad, Alejandro tenia una vida comin y corriente, de turista con infulas de entablar negocios con los paisanos. Salia del Hotel Reforma muy temprano y enseguida se encaminaba al Café Louvre. Luego compraba los periédicos del dia en los bajos del Palacio de Gobierno, donde entonces estaba el Cine Novedades y se sentaba a leer en una banca del Parque Hidalgo. En ocasiones, también visitaba el edificio de la Universidad de Yucatan, con la consigna obsesiva de sumar nuevos prosélitos a su suefo revolucionario, como lo haria en Tamaulipas, en 1957, cuando alquilé un rancho en las inmediaciones del municipio de Abasolo. Pero en Mérida, de vuelta en 1955, Alejandro Gonzilez todavia no sabia a ciencia cierta lo que buscaba. En esas andaba, el dia que trab6 amistad con un joven lider yucateco, que hoy es gobernador del estado: Victor Cervera Pacheco, reconoce el empresario Ramon. 6 Zafiga, al hablar de los vinculos de la Cuba socialista con Mass Yucatin. ‘Al filo del mediodia, Alejandro volvia al Café Louvre para pla con los parroquianos. Los viejos comensales de ese café acaso lo recuerdan con vaguedad, pero a don Pedro Camara Lara siempre se le hizo curiosa la ausencia de Alejandro, aparentemente sin justificaciOn, una tarde que ya no Ileg6 a su casa. Dias despué Alejandro le dijo a don Pedro que habia ido a Chichen Itad para le la misma causa revolucionaria, Era icar encontrarse con un amigo d argentino, dentista (y médico general) y se llamaba Ernesto Guevara. Habia viajado a la ciudad sagrada de los mayas con la idea de pasar “una segunda luna de miel” con su primera esposa, Hilda Gadea. Asi, Alejandro y Ernesto recorrieron la zona arqueolégica y almorzaron en un restaurante de Pisté. Al despedirse, el dentista le informé que, de Chichén Itz, viajaria a Palenque, Chiapas, pese a sus furtivos ataques de asma. Luego habria de volver a la ciudad de México. Alli fue apresado y reconocido con un nombre tan pequefio, 29 d sola silaba, que ahora eS demasiado grande para la histori, le una SO! iy universal: “El Che”. Al dia siguient hermanas, Socorro y de la antigua termina! de saludo y ellos no t! Era la misma emotiva Ce} a parti os de Tizimin. / Jo, se abrazo de ellos con entusiasmo, pero sin ningan asombro en la cara. Ia sorpresa vend unos segundos mas tarde, cuando Alejandro Gonzalez, aquel hombre que casi habia borrado de su memoria a Jo largo de la semana, aparecio 7 Pronto para preguntarle con una sonrisa ilusionada cémo se sentia, De nueva cuenta, Alejandro la orillaba al desconcierto, a la incertidumbre. Le inquietaba, en concreto, su forma de reaccionar, ese modo tan raro de presentarse, “asi como asi”, o de desaparecer en los momentos mis inesperados. Pero Lia no pudo esconder su felicidad, cuando la invité al cine. Recinto significativo de la época dorada del celuloide mexicano, escenario de informes de gobierno y otras reuniones Oficiales, el Cine Mérida, con sus acabados en el mas decidido estilo “Art-Deco”, era siempre el abanderado de los estrenos hollywoodenses en la ciudad. Esa noche, el cartel anunciaba la pelicula de la Opera “Carmen”, con Carmen Jones y Harry Belafonte en los papeles protagOnicos. El Cine Mérida habia cobrado popularidad desde que el actor Pedro Infante -radicado ya en esta ciudad, a raiz de su union sentimental con Ja actriz Irma Dorantes- lo consideraba como “su lugar favorito” para ver sus propias peliculas. El caso es que la familia Camara Blum y sus acompafantes legaron al cine en el Ford 42 de don Pedro. Lo estacionaron en un lote que estaba a un costado del Museo de la Plaza Grande, mientras Trinidad Blum Se sorprendia por la estatura de Alejandro y su apenas incipfente ie mujer también repar6 en el bigote, primera vez en suvida “Pero ‘ue ui estaba emperando 2 dejar por antes deventrara la finciée, que alto eres, nifio”, esbozo la senora expres - cn i oscuridad del Cine Mérida, donde el muchacho que en realidad sentia por Lia. Le acariciO Abado, Lia Camara distingui6 a sus padres , e, sal eu Ligia, que la esperaban en el andén i pesuchacha tamboriled los dedos en sea ardaron. en ir, muy dichosos, a su encuentro, yemonia que Se yenia repitiendo desde de que la joven maestra empez0 a trabajar principios de mes, en un jardin de nin Lia bajé del vehicu 30 Ja mano furtivamente, casi con audacia, rememoraria ella. “Ahi inici¢ todo”. ici Al dia siguiente, domingo, el objeto de la expedici6n ya no fue Jacosta. La familia eligié un destino mistico: visitar la iglesia de Unnan, yelextranjero se agrego gustoso a esa inexorable tradicién catolica. Lia todavia tiene “muy fresco en la cabeza’ el instante en que entraron juntos al templo. “Fuimos a rezarle y a orarle al Cristo del Amor. Fl creo yo, se dejé llevar por la atmésfera del sitio. De inmediato se arrodill6 ante Dios y bajé el rostro en sefial de respeto, con devocion. Dijo que era ateo racional, pero catdlico de coraz6n”. Ya en la terminal de autobuses, esa misma tarde, Lia y Alejandro se vieron, frente a frente, por ultima vez en sus vidas, pero no seria el final del amor. Algo le dijo a la muchacha que ya no habia vuelta hacia atras. Antes de que Lia subiera al autobtis que la depositaria en Tizimin, él le pidio un rato a solas. Caminaron por la estacion, haciéndose creer que nada pasaba, que las cosas irfan bien. Miraron los aparadores y a la gente, a los visitantes, hasta que Alejandro tuvo un stibito gesto de delicadeza casi infantil. Le compro unos sunchos que la hicieron reir. A don Pedro le obsequiaria tres puros y unos cuantos cigarros cubanos, que luego “eché de menos’ La despedida fue “normal”. Sin aspavientos, con las emociones soterradas, contenidas no por orgullo; por temor. Simplemente se dijeron “nos vemos’, se besaron larga y profundamente y el cami6n se alej6 del andén. Lia recuerda la presencia de Alejandro dibujando con la mano un adiés en el aire. Don Pedro Camara Lara -fallecido hace varios afios- nunca comenté con nadie cuando vio por tiltima vez al joven. Lo cierto es que Alejandro Gonzalez se esfum6 con la stbita espontaneidad que habia caracterizado su llegada. Una semana después, la maestra CAmara recibia noticias de su amigo. El estilo fue habitual: sorpresivo, abrupto. Las compafieras profesoras, para no variar, “la trajeron de encargo” entre burlas y bromas, sin intuir que Lia sélo queria olvidarlo, Su corazén le dijo lo que no escucharon sus oidos Quizé la tipica trajinera, La noticia era una postal de Xochimilco. ddel canal. El panorama “Lupita”, navegando solitaria en la inmensida 31 alentador ante Ja ausencia del Temitente “ i: a ag, as dedicadas a Lia estaban escritas con, que entreveraba un pleng o tampoco parec No obstante, las pocas line: Sata, una caligrafia yeloz, bien i sO. . involucramient© ee sa primera misiva en cientos de ocasiones 6 esa La profesora ley‘ 6 sus pertenencias mas intimas, m4s queridas, junto entre Sus dark La guard dos cartas, que el mismo Alejandro le = en los meses ei ‘ i “ " ‘ar a Su is! e| one preparaba su anunciado “golpe” para liberar a su isla de| e dominio de Batista. cio apare, en 1956: Desput a se Ct storia de la tltima carta se 6 5 ono se marchara de Mérida, la vida en la casa Camara Blum queel habja regresado a la monotonia habitual. Lia seguia con i clases en el Jardin de Niflos Otilia Lopez, de Tizimin, donde trabajo hasta diciembre de 1955, pues abandoné esa plaza a partir de un arranque de desesperacion materna. Trinidad Blum le pidi6 que cesistiera de os viajes, “porque toda la semana estaba muy lejos de ella’ Don Pedro Camara, por su parte, atin poseia los suficientes para continuar con sus labores en el aeropuerto de la ciudad, donde se habia convertido en uno de los decanos de los del revers nimos guias turisticos. Iba y venia de Chichén Itza a Uxmal, casi vertiginoso de los dias. Era, eso si, un hombre siempre 2 apegado a la cultura de la prensa y a la oportunidad de la radio, que solia escuchar a cualquier hora con la sensible pericia del cazador de sefias y de silbidos espaciales. Una tarde de noviembre, de vuelta de su ruta, oyé en una estacion de la capital del pais, captada azarosamente por las condiciones del camino, un despacho informativo que lo estremecid por completo, aunque de entrada no supo por qué razon: dos miembros de un grupo cubano antibatista habian sido aprehendidos en la ciudad de México, en el momento en que repartian manifiestos y panfletos precisamente contra la dictadura del viejo militar. El coraz6n le dijo a don Pedro, lo que no escucharon sus oidos. Y sus presagios crecieron a la hora de la cena: “No sé por qué , pero se me hace que Ale} in enterarse del paso ctualizado, jandro tiene algo que ver con estos x in estos pleitos Sin emba s incégnii : ee las brumas de la incognita desaparecieron de stbito \ 's temprano. Una compariera del magisterio le hablo a Lia para que comprara el periodico Fx P célsior, del domingo anterior. Alla esta, tu cubano esta alla”, expli ° icé, 32 una foto borrosa, en la pagina policiaca, revel6 el misterio de meses, 402 dias, para ser exactos. Se descubrié por fin la aidad del muchacho que ella habia conocido en Valladolid, y dee losrpuates suspensivos sobre ld persotilidadlide gu tthe os en realidad, si, era cierto, se llamaba Alejandro, E] comunicado no mentia: los arrestados eran Ramiro Vald quien seria ministro de gobernacién de la primera etapa postrevolucionaria- y un tal Fidel Alejandro Castro Ruz, cabecilla de laguerrilla contra Fulgencio Batista, lider del movimiento subversivo. +26 de julio”, configuraco desde el inoperante intento de golpe al Cuartel Moncada, en Cuba, el 26 de julio de 1953, Alsalir expulsado de La Habana, Fidel habia prometido regresar con el propésito firme de quebrantar el gobierno dictatorial, mediante una revuelta para desestabilizar el aparato politico. Su ncia en Colombia, Venezuela y México habia obedecido al reclutamiento de gente y a la busqueda de fondos patrocinadores del plan de ataque. En 1962 se ventilaria en la prensa la ayuda que Fidel recibié de intelectuales mexicanos, entre ellos, Fernando Benitez, y del apoyo, se supone monetario, del cine: sta yucateco Manuel Barbachano Ponce. Esa es, hasta ahora, una tesis improbable, En aquella época a Fidel Castro le importaba, sobre todo, alistarse para emprender la senda que, pensaba, debia seguir un caudillo de su calaita. Su aprehensi6n en una de las calles del Distrito Federal se debid auna estrategia de Batista, a través de un Servicio de Inteligencia Militar (SIM). EI retrato, tomado en los separos de una delegacion, lo mostraba con las facciones adi ustas, los ojos penetrantes, y el pie de foto no podia haber sido mas elocuente: “Fidel Castro, uno de los conspiradores del movimiento revolucionario en Cuba”. El calificativo de terrorista, perdido entre el cuerpo de la informacién, alerté a los Camara Poco o nada quedaba en la imagen de aquel muchacho €xtrovertido y caballeroso, desertor de la Escuela de Leyes, hijo del Ballego hacendado Angel Castro y de la cubana Lidia Ruz. No podia ser el mismo del Cine Mérida, el de la iglesia de Uman el charlista curioso de Tulipanes, se dijo Lia. Asi, aquella noche, el Peso del hallazgo impidi6 que la familia conciliara el suenio “Entonces era verdad, El cubano tenia raz6n, es increible, pero tenia razon: resulto guerrillero, resulto, por Dios, jcomunista!”, telataria Posteriormente don Pedro Camara, toda vez, que tuvo ante 33 nombre con el que en Sierra Maes, sila cronica de “Alejandro omar” Santiago de Cuba, Fidel ©, ara" sn durante la avanzada para “t . fa a parapetarse. | ; _ volver a Pi ae astancia Lia no se hacia a la idea de que Alciand,, in primera ins ; . a. No podia creer que su am, y Fidel fuesen [a misma eens soviepotticos de tan grande, estuviese inmerso aa Fred es una mentira, pensé la sia ‘ dimensiones. La ver la Je todo. Sin embargo, durante et fie c y quiso decepcionarse de 7 Ili, en sus manos. a, semana, cambid de parecer, porque alli, en s * alguien acababa de depositar la tercera carta de Alejandro. / Estaba feliz, El joven todavia la tomaba en cuenta. Y asistidg por ese impulso, pretendid contestarle de inmediato, Se contuye Lo reflexioné detenidamente y decidié “mejor no”. Su silencics ng fue tanto por el desengafio, sino por su temor a involucrarse en “asuntos peligrosos”. ‘Ademis, en esa epistola Ja tltima que le enviaria- el muchacho no hablaba en absoluto de los ajetreos en los que participaba. Tampooo mencionaba a los camaradas exiliados, a quienes capacitaba para la “hora cero”. Nada senalaba sobre un centro de acopio de informacién en Mérida, como consigna el libro “Ernesto Guevara, también conocido como Fl Che”, de Paco Ignacio Taibo II. En su carta final, Alejandro ni siquiera aludia a su mas reciente adquisici6n de entonces, un barco varado en el rio Tuxpan, Veracruz, que le compré en cémodos pagos a un estadounidense llamado Robert B. Erickson. Curiosamente, el yate portaba la bandera mexicana porque anteriormente habfa sido propiedad de un yucateco, que es un consumado hombre de empresa: Alfonso Martin Vazquez. “El nombre del Granma le fue puesto a la embarcacién porque el gringo Erickson era casado, en sey mexicana. Y los hijos de su primer matrimonio solian decirle, en vez de madrastra, granma’, afirma Ramon Mass6 Zaniga, cuya familia ha sostenido, en distintas gobierno de la isla, Esta version del origen del Granma contrasta con la tesis de como la guerrilla obtuvo €sa embarcacién, Ninguno de los numerosos documentos con tespecto al tema, reporta el antecedente inicial del yate -su Primer propietario-, gundas nupcias, con una €pocas, relaciones comerciales con el 34

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