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sy aplo, se lo atribuyen a que un «por een Be 1080 lirigirse Cuba, donde desembarcarfa el 2 de diciembre, ra LHTQIESE EN : sf lo que histéricamente se Conoce omo el estallido elit erie no apelli aay armas Pt anzando cue oe, cathe fe ke revelucion cubar del Ja fecha, ke travesti del Granma en los litorales del golfo de st aN . : ‘ epopeya nutrida por distintas versiones, en algunos México es Una cos muy dispares entre si. ~ non Mass6 Zaniga, por su lado, insiste en que el barco pudo hereto una averia de gravedad, pues nunca hasta la noche de} 2a de noviembre habia sido probado con toda la carga. Quiz porello. Jaembarcaci6n estuvo a punto de zozobrar y, previniendo un posible naufragio, la tripulaci6n prefirié “fondear” a unas cuantas prizas del puerto de Sisal. Los portefios no descartan esa posibilidad, pero les ha sido imposible rememorar los nombres y las fisonomias de los presuntos marinos. Hipotéticamente, los pescadores del lugar habrian asistido a los navegantes y ayudado en las reparaciones del barco, en un periodo no mayor de tres © cuatro dias. Hay un nombre mas: Nazario Novelo, que posiblemente trat6 directamente con los ensopados revolucionarios del Granma, explica Ram6n Mass6 Ziniga. No obstante, Nazario Novelo parece no guardar memoria de lo acontecido. De una u otra manera, el resultado no cambia la historia: Yucatén fue punto definitivo -y definitorio- en la estrategia del recio lider antillano hacia su conquisti, Mientras tanto, en 1956, la realidad. era otra: Lia Camara repasaba cada linea de aquella tiltima carta en la que Alejandro se despedia de ella, y anticipaba sin miramientos que su inminente retorno a la isla, con la promesa de reencontrarse, “el dia que sobreviniera el triunfo”. A la fecha, la maestra no ie olvidado la posdata: “Bueno, llegé la hora, te quiere Alejandro”, : oe Palabras atin estan vivas, frescas en la cabeza de Lia, pese ean . conte alos mas adelante, su marido, Alberto Maceo, un cubano : €volucionario de quien se separ6 posteriormente, habria de § 35 quemar la “correspondencia secreta” en un ataque de celos de ¢,, 5 raiz: a politica y la amorosa javia en 1 Sin embargo, todavia e a Blum ntacto mas con los castristas cuando varios eXiliade, un contd a aparecieron un dia a las puertas de la casa de la apni Vinieray por el respaldo emotivo de la familia, porque asi “se los habj, asegurado el compafiero Fidel”. Estuvieron i aata acasy unas semanas, en tanto la guerrilla vencia al inflexible y obstin; Se eon expenendia, Lia no rescataria ningtn instante inolvidable. Asi, la estadia de los cubanos qued6 rezagada en a yacio del tiempo, €n comparaci6n con los sucesos que el porvenir le deparaba a la maestra 957, la familia Camara Blum sos, , ache Una calle con tu nombre “Cuba amanecié hoy con Fidel Castro como presidente”, 5 titular de la prensa estadounidense habria merecido una mayor celebraci6n, si durante Ja lectura del periddico el yucateco Carlos Hagar Lixa hubiera tenido a alguien junto a él, con quien compartir el triunfo de su amigo. Pero no era asi, pues en esos instantes, precisamente, su hermano Antonio se sometia a diversos estudios clinicos en el Hospital Mercy de Nueva Orleans. Y fue alli, en los pasillos de esa clinica, en la afrancesada ciudad del jazz, donde comprendié en toda su magnitud la coraza de acero que Fidel Castro enarbolaba como voluntad. La noticia no lo habia sorprendido. “Lo hizo, lo hizo”, dijo para sus adentros, orgulloso, y de inmediato sonrié s6lo de imaginar una calle de La Habana con sv nombre. En realidad, “la charloteada de su nombre en una calle” era una anécdota de cuatro anos atras: 1955. En aque] entonces era un empresario pesquero en ciernes, que para afianzar mejor sus negocios viajaba a la ciudad de México constantemente. Una mafiana abord6 en Campeche un vuelo rutinario y 9° le extraid en absoluto descubrirse platicando con su vecino de asiento,-un hombre “elegantisimo con su traje crema”, que casi devoraba un libro de instruccién militar. 36 jdel Castro, dijo Ilamarse, habia abordado el avion Eljoven Fi sell srida -tentativamente, luego de despedirse de la familia en a Blum- y estaba ansioso por conocer Veracruz. on jeronave aterrizo en el puerto y Carlos tuvo un toque de enerosidad hacia su nuevo amigo: le prest6 uno de sus 8 moviles, un Dodge 1947 color verde, a fin de que “pudiera Tease con facilidad durante su permanencia en Veracruz”. mov! menos, el cubano le obsequié el libro de para no ser estrategias militares. Carlos Pérez Camara, a la postre gobernador de Campeche uno de los pasajeros de aquel avi6n, habia escuchado el didlogo re los dos, y POF ello trat6 de persuadir al joven industrial pesquero- “No conoces a ese cubano. Ten cuidado”, le advirtio. De cualquier modo, la espontaneidad de Fidel Castro habia oa Carlos que, ademas, lo apoy6 con unos 100 pesos, “por cualquier cosa”. Desconcertado ante las muestras de solidaridad, Castro qued6 “desarmado”. No pudo sino agradecerle la ayuda «g] auto le gust6 mucho. Le encantaba sobre todo la campana del claxon que se accionaba pisando un pedal. Sonaba clinc, clanc. Estoy seguro que se divirtio con el antiguo Dodge en veracruz”, recordara Carlos Hagar, varias décadas adelante. Fl caso es que alld, en el aeropuerto de la costa jarocha, se despidieron sin cortapisas y, dos semanas mas tarde, Fidel llamo para decirle que salia rumbo a los Estados Unidos, a recaudar fondos en favor de la lucha armada que habia estado organizando. ‘Aun es memorable aquella excursion emergente a la Unién Americana. Con unos pocos délares en la bolsa, Castro habia entrado a Nueva York y, en una muestra de sus facultades como hipnotizador de masas, reuniria a 150 mil cubanos exiliados de la etapa Batista y lograria una “caja chica” de casi 160 mil dolares. Dos meses después, Carlos Hagar supo de su amigo. De nuevo, volvia al litoral de las murallas con la misién de repasar el listado de astilleros y embarcaciones adecuadas para sus ent ganad proyectos. Se notaba contento, mas que eso: euférico. Venia acompafiado de un sujeto de baja estatura, ojos azules, cuyo nombre, a la fecha, se ha transformado en un verdadero enigma para Carlos Hagar Lixa. Jamés lo recordaria. Pero aquel dia soleado, los nombres no importaban nada; Fidel tenia una aventura norteamericana que contar. 37 J Luego de registrarse en el Hotel Colonial. ¥# “ ke aac, ae rf etic ientos Ae testimy s le ensefiéasu amigo los recortes periodisticos - Havia de Oni, de los mitines que habia comandade bal 4 Bran manzana. . éxito apareci6 al No obstante, la verdadera proce Ce gt con tapotens ia aletas “est “Un Tato, toda vez que una de las maleta> saltaba por el cuart . oe de dolares $ nO fuelle, mientras una Hamarada resto compraré el bare, D jebo. Con el “ rate lo que te © , Anda, cob 2", dijo en tono dicharachero- Para regresar a cube 1 Lixa y Fidel Castro recorrieron el estado: g. Asi, Carlos Haga jaya y Champoton, casi todos los dig, . bap! sta Palizada, Sey! i i erm ne so, en el afan de conseguir un barco Optimo. ; sin oecush ca s muertas, Carlos y su hermano Alberto solian llevarl, n wy es que nole gustaba la comida del Colonia}, favor de que le llevara, de preferencig Abamos por el malec6n. No en pocas do con él frente al mar de Campeche. elalmuerzoal hotel Entonces me pedia el mariscos. Por las noches, pase: ocasiones, incluso, me vi cantan Tenia buena voz”. Pero la parranda de esa amistad termin6 pronto, porque sus correligionarios le avisaron que, en Veracruz, habia una embarcacién a buen precio. No hubo tiempo para mas. En el aeropuerto, Fidel le haria una promesa en broma que, con los afios, adquiri6 la categoria de las premoniciones caribenas: “El dia que sea presidente le pondré tu nombre a una calle de La Habana”. Fidel , desde luego, alcanzé la presidencia, pero no existe, hasta hoy, ninguna calle en Cuba con el nombre de su amigo yucateco. En 1988, Carlos Hagar redactaria una carta dirigida al comandante Castro, que, en esencia, constituye una evocacion de s en Campeche. Por alguna raz6n, la misiva nunca llegaria a las manos del mandatario. los me: “Siempre se la encomendé a gente que, supuestamente, era cercana a Fidel, pero por alguna cosa de la suerte, esa carta ha seguido a la deriva. En una ocasién, se la di a unas personas de un pueblo agricola llamado Giiira de Melena, adonde Fidel acudia con regularidad. Luego que entregué la carta, me dijeron que ya no iba por alla”, dice con cierta melancolia. Carlos Hagar Lixa est convencido de que la epistola encontrar, algtin dia, un sitio junto al lider guerrillero, De cualquier manera, st ao duda mds grande sigue siendo quién era ese tipo, chaparro y ojiazul, que estuvo con Fidel. En contraste con Jacerteza de que, muy pronto, estaria cerca de Fidel. Los guerrilleros habian triunfado. Cuba entera se revolvia en la locura, en una especie de fluyente carnaval rojo. Hombres y mujeres bailaban sobre la efigie de Fulgencio Batista, el dictador derrotado, y estaba por celebrarse el Congreso de las Juventudes Latinoamericanas al que la maestra teca habia sido invitada. Inesperadamente, habia recibido en su casa un telegrama firmado por el embajador de la isla en México, de apellido Méndez. Primero pens6 que se trataba de una broma cruel. Pero apenas leyO el escueto parrafo, supo que la mano de Castro estaba detras de todo eso. Se delataba en el estilo, en las escasas palabras. Las oraciones poseian su sello para enunciar las cosas. Quiza el hombre ya no fuese el mismo, pero el espiritu se conservaba Carlos Hagar, Lia Camara Blum tenia en 1960 yucal intacto. _ En todo ese tiempo, Lia se habia limitado a conocer, con simpatia, los proyectos de su amigo en el poder. Personalmente no habia vuelto a saber nada de Alejandro, desde que los exiliados que le pidieron asilo a su familia retornaron a la patria. La muchacha acept6 la invitacion y enseguida intent6 convencer a sus padres. Don Pedro y dona Trinidad solamente se sintieron tranquilos con el hecho de que ahi, en La Habana, su hija estaria bien cuidada. Asi se preparé su viaje con el tono de la emocion en la cara, y la calurosa tarde del 26 de julio pis6, por fin, suelo antillano. Bajando del avién se topé con la voluntariosa secretaria del comandante, Celia Sanchez, que sin objeciones la incluy6 en los programas del Congreso en Sierra Maestra. “Yo queria ir al mitico campo de batalla”, dirfa. Y no hubo contratiempos. Celia Sanchez también deseaba que, a la brevedad, Lia se uniera a los participantes del evento. Mas que alternar activamente con los revolucionarios y la experiencia de la guerrilla, ella abrigaba otros intereses. Anhelaba ver a Fidel, e inclusive imaginaba que, en algtin instante, el coman- dante apareceria, abriéndose un claro entre la gente, para saludarla y recordar al unisono un pasado no muy distante. 39 Jeron [as sesiones, Lia perdio cl caming 4 escencia Y Ja agitaclon de lon lon. Acababa de entrar, e rumoraba, habia SulFide de una herida en ef wscurr in medio de ta eferv' severa desill jas citais, DUC valeciente Conforme la esperanza. congresistas, (VO FLOs de que Fidel janvis acudiria ah un atentado y ahora yacia con hombro. / “Lst4 bajo protecclon Nov! uno de los allegados de Castro ‘ict sreencucntto. 7 posibilidad de reeney : ag eunions Finalmente: entendio que Jos planes de f ' on se “ : fama, Su amigo cre . snes dé Sul , infructuosos ante las dimensiones de am ro ia las calles hod la celeridad de los incendios, Mientras rec jas calles de fa Habana, pudo, cerciorarse de ta evidente veneracion en tomo aly ; En algunas casas, apenas recién concluida kt luchy tar de los nichos a Jesucristo y, 4 solian qui to. Comprendi asi que era casi un dios, onda", le informé con cara de pa, y la sentencia MAtO CUalquies imagen de Fidel. armada, muchas madres cambio, ponian su retra Imposible hablar ya con él", ‘Ademis, el rostro de Fidel Castro vez: su barba, su puro inagotable y sus metafora de la entrada “en zancos' Occidente. no verlo, Lia fue objeto de una Aunque ya se habia resignado a ible", un regalo espléndido e imperecedero, con el “va ser la excepcidn a la regla eros la Hamaron al frente. asaltaba el mundo por primera botas lustradas parecian una * del bloque comunista a sorpresa “incre! que Alejandro volveri Una tarde, en Sierra Maestra, los guerrill Querian que dirigiera un discurso a la muchedumbre convocada. Estaba a 300 kilometros de La Habana, en el pueblo de Santa Isabel de las Lajas, enclavado en las inmediaciones de Cojimar, “la casa” del legendario Nobel de Literatura Ernest Hemingway. Pero ignoraba esas minucias. Ahora debia aproximarse al micréfono y hablar, hablar. Nerviosa, en un principio, pareciO incapaz de hilvanar ideas, trastabilld. Fue hasta entonces cuando un soldado desvelé lentamente la manta que cubria la entrada de un viejo edificio. La profesora sostuvo la mirada y deletred, poco # poco, con incredulidad: , los eae “ ara Blum”. Sobrevinieron el regalo. El mas valioso obsequio a eee " na Ali = que Fidel o Alejandro podrian 40 e hecho jamas. Lia no daba crédito y sus ojos, bajo las gafas loraron sin contemplaciones. Record6a sus padres, recordé Jladolid, el fracasado baile en Tulipanes, las plegarias ante el Cristo del Amor en Uman. Unoa uno los pasajes se sucedieron u mente: evocé la despedida en la terminal, las cartas con Ja mentira de la identidad y aquella frase de Fidel nto cobraba otro cariz: “Bueno, lleg6 la hora” sco y ella paseé los ojos entre la gente; se acercé haber! oscuras, ! el sdbado en Val ens mensajes cifrados, que en ese mome: Sopl6 un viento fre’ mas al micr6fono. Alejandro no estaba ahi, pero el detalle de poner su nombre a una escuela significaba una manera de estar juntos, el mas hondo en de su amigo. Era un homenaje, una forma de darle las gracias por su presencia en aquel septiembre meridano. Su ae me merecido la pena. Asi que entreabrié los labios para oltar palabra. En ese instante se dij ‘ a ijo, en ho: igo: eseiiboe, ij nor a su amigo: Bueno, 41

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