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Para ser ricos no basta poseer un tesoro, además es necesario tener el poder suficien-
te para conservarlo. Esto es lo que ocurrió al infortunado pueblo del Sáhara Occidental
cuando en 1949 el geólogo español Manuel Alia Medina descubre los inmensos yacimien-
tos de fosfatos de Bu Craa. Lo que entonces podía considerarse como un augurio de rique-
zas futuras se convirtió en una maldición para un pueblo que carecía de estructuras políticas
y económicas. Desde entonces, una granizada incesante caería sobre el Sáhara Occidental.
En 1958 España se anexiona el Sáhara como una provincia más. Era lo menos que
se podía hacer con un pueblo “hermano”.
En el 1975 Marruecos, apoyado por EEUU, que había tenido unas desavenencias
con España por la explotación de los yacimientos de fosfatos de Bu Craa, invade el Sáhara
“pacíficamente” con su famosa Marcha Verde para “apoyar al pueblo hermano saharaui”
contra el colonizador español. En 1980, Marruecos comienza la construcción del muro que
empieza aislando la zona norte donde se encuentra la mina y termina expulsando del territo-
rio a los saharauis rebeldes. El muro tiene hoy 2 720 km y necesita para su defensa una
imponente fuerza militar.
Estamos habituados a las siglas NPK en los abonos, esto es, nitrógeno, fósforo
(phosphorus), y potasio (kalium). Son los tres elementos fundamentales de que están com-
puestos los abonos. Las sales de nitrógeno las obtiene la industria química a partir del ni-
trógeno del aire y el hidrógeno de los hidrocarburos. El potasio, de sales de potasio como el
cloruro potásico, bastante abundante. El fósforo se obtiene de los minerales fosfatados, fos-
fato cálcico principalmente, pero es escaso, hay muy pocos yacimientos importantes y se
encuentra aún más irregularmente repartido que el petróleo.
Hasta ahora solo nos habíamos preocupado por el pico del petróleo; los avisos so-
bre el agotamiento de las demás materias primas no renovables solo nos habían preocupado
de lejos. Pero he aquí que el fósforo podría ser el siguiente en la lista de nuestros insom-
nios. Sin fósforo no hay cosechas y sin cosechas no hay alimentos, no hay bio-energía. No
olvidemos que hoy somos 6 796 millones de personas, que necesitamos cada uno un gramo
de fósforo al día, para lo que hemos de poner 22,5 kg de fosfatos en los suelos de cultivo al
año, por persona.
Volvamos al desierto
España, mientras tanto, mira hacia otro lado. Desvergonzadamente, importa los fos-
fatos de Bu Craa, que paga a Marruecos y pesca en las costas del Sáhara mediante un
acuerdo pesquero entre la Unión Europea y Marruecos. Solo algunas organizaciones civiles
internacionales, como la Western Sahara Resource Watch (WSRW), se dedica a investigar
las naciones y empresas que comercian con los fosfatos de Bu Craa y los intentan disuadir
con razonamientos éticos. Así han logrado algunos éxitos resonantes como la retirada de
Noruega, con su empresa YARA. En cambio con la empresa FMC Foret de Huelva (España)
aún no han tenido éxito. También el nuevo partido político español UPyD (Unión Progreso
y Democracia) ha enarbolado la bandera de defensa de los derechos del pueblo saharaui, a
quien también apoya IU (Izquierda Unida). Pero la explotación continúa y, según los in-
formes de la WSRW, también compran estos fosfatos países como EEUU, Australia, Brasil,
Venezuela, Colombia, Nueva Zelanda, entre otros. Y empresas químicas como la mencio-
nada FMC Foret española, y su empresa matriz norteamericana, surten de productos elabo-
rados del fósforo a medio mundo.
No nos parece que Marruecos vaya a soltar su presa fácilmente, basta echar un vis-
tazo a su despliegue militar en el Sáhara o a lo acontecido con la activista saharaui Amina-
tou Haidar en Lanzarote (diciembre 2009). El camino requerirá buscar soluciones “diplo-
máticas” al conflicto, y mucho me temo que si los saharauis deciden ser independientes
tendrá que ser a cambio de su tesoro, o de una buena parte de él.