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En este mundo de tantos titulares y protagonistas que brillan en portadas de vez en cuando, se vuelve cada vez ms necesario aprender a valorar lo cotidiano, lo oculto, lo desconocido. En Cuaresma se nos invita a apagar los focos, o descentrarlos y dejar que apunten a esas otras realidades que no siempre brillan. Es una buena ocasin para pensar en lo cotidiano, lo que, da a da, pasa desapercibido.
Uno va desplegando su tarea y su actividad. El estudiante, peleando con papeles, con entregas, con apuntes a veces ms al da, a veces a trompicones. El trabajador tiene sus rutinas que van llenando las horas, aunque haya das ms intensos. Hay pequeos compromisos cotidianos que forman parte de lo que uno hace: preparar la comida, comprar el pan, pasear al perro, visitar a algn ser querido. Es ah, en medio de lo cotidiano, donde aparece y se despliega la vida, la fe, el amor y la justicia. Es ah donde empieza a echar raz la plenitud a la que estamos llamados. Es en lo habitual, lo rutinario, donde crece la semilla que un da dar frutos increbles. Piensa, por un rato, en tus propias rutinas
La buena gente La buena gente no te sonren con blancura dentfrica, desde las pginas de una revista. No acaparan flashes en los eventos de moda. No reciben premios en las galas con ms glamour ni las multitudes corean sus nombres en el concierto de los poderosos. Pero no lo necesitan, para brillar con luz propia en el baile de la historia. Son el hombre justo, y la viuda pobre, el profeta valiente y la mujer perdonada. Son el peregrino que comparte su mesa y su palabra, y el caminante que, en su fatiga, bromea y canta. Son el carpintero y la muchacha, el alfarero y la criada, el emigrante que no pierde la esperanza. Son la buena gente, que en lo discreto, transforma el duelo en danza.