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Los acontecimientos de la trágica noche del viernes 18 de agosto de 1989, en la que Luis
Carlos Galán fue asesinado en el municipio de Soacha Cundinamarca, quedaron para
siempre grabados en la memoria de los colombianos. Aquella noche el país había perdido a
una de las personas más influyentes en el acontecer político de finales del siglo XX. Para
muchos, había muerto la esperanza de una nación que parecía agonizar en medio de la
violencia y de los vicios de la clase política tradicional. Un líder visionario que propuso una
“nueva manera de hacer política” que respondía a las aspiraciones de la nueva sociedad.
El comienzo de un ideal
Desde que llegó al uso de razón, Luis Carlos Galán fue sensible a los problemas que vivía
Colombia. Solía repetir que a sus escasos 7 años de edad, cuando tuvo que viajar de su
ciudad natal Bucaramanga a Bogotá junto con su familia huyendo de la persecución política
y la violencia, y en el que fueron detenidos varias veces por retenes de la policía y el
ejercito, palpó por primera vez la anormalidad que se vivía en el país y desde entonces se
dio cuenta de que sus problemas no le podían ser ajenos.
Siempre se destacó en los estudios y desde el momento en que ganó un concurso de oratoria
en el Colegio Antonio Nariño a los 13 años de edad, se sintió en el deber de informarse y
opinar sobre los temas políticos. En 1957 participó en marchas estudiantiles contra el
régimen autoritario del general Gustavo Rojas Pinilla y por cuenta de ello, a pesar de su
corta edad, fue detenido una noche en la plaza de toros de Bogotá.
Estudió economía y derecho en la Universidad Javeriana donde comenzó su actividad
política a principios de la década de los 60 con el movimiento estudiantil que apoyó la
candidatura presidencial de Carlos Lleras Restrepo y descubrió su pasión por el periodismo
al crear la revista universitaria de ideas liberales “Vértice”.
Su exitosa carrera periodística se vio interrumpida en 1970 luego de hacerle una entrevista
al recién electo presidente Misael Pastrana Borrero, quien impresionado por el joven
periodista le pidió que fuera su ministro de educación. Galán aceptó porque la misión que le
encomendó el presidente no fue la de solucionar los problemas de la educación sino la de
denunciarlos. A sus escasos 26 años de edad se convirtió en el ministro más joven de la
historia de Colombia.
Galán asumió este reto con mucho entusiasmo y con el idealismo que siempre lo
caracterizó. Logró avances importantes para la educación nacional a través de la creación
de 250 colegios corporativos, la finalización de las obras de las grandes universidades, la
validación de la educación informal y la introducción en el sistema educativo de los
seminarios de la Iglesia que le dio un nuevo horizonte a la educación campesina. Sin
embargo, tuvo que hacer frente a las protestas generadas por la primera gran movilización
de los maestros y del movimiento estudiantil de principios de los años 70 las cuales
opacaron su labor.
Fue un pacifista que contrastó con muchos jóvenes de su generación para quienes el camino
de la lucha armada fue la única alternativa en un país marcado por las desigualdades, la
injusticia social, la falta de oportunidades y la marginalización de gran parte de la
población, y donde la clase política tradicional se aferró al poder sin dar respuesta a las
nuevas aspiraciones de la sociedad. Recuerdo que solía lamentar cómo cientos de valiosos
líderes de su generación murieron tristemente en esta lucha armada sin que su idealismo
hubiese podido aportarle algo constructivo al país.
Y es en este sentido tal vez que Luis Carlos Galán le dejó su mayor legado y ejemplo al
país. Preocupado por la defensa de ideales liberales como la igualdad, la libertad y la
justicia, que habían sido olvidados por el estéril debate político entre los partidos
tradicionales, adoptó una posición rebelde, inconforme y promotora del cambio social, sin
acudir ni a la violencia ni al marxismo, y condujo su lucha política por el camino de la
razón, el derecho y la democracia. El ex-presidente venezolano Rafael Caldera le dijo en
alguna ocasión que si triunfaba en su propósito de conducir este cambio social por las vías
democráticas, estaría abriendo un camino que serviría de ejemplo para toda América
Latina.
Su proyecto político
Luego del ministerio, Galán se dedicó a estudiar a fondo los problemas del país y a
estructurar su proyecto político. Viajó a Italia en 1972 donde fue embajador ante el
gobierno italiano y representante ante la FAO durante tres años, y luego regresó al país para
codirigir con Carlos Lleras la revista Nueva Frontera.
Los dirigentes del Nuevo Liberalismo trabajaron durante dos períodos legislativos de
manera estudiosa, seria y ordenada. Celebraban juntas parlamentarias periódicamente para
estructurar los proyectos y distribuirse el trabajo de manera eficiente con el objetivo de
cubrir la totalidad de los temas de la agenda legislativa. Fueron una bancada minoritaria
pero su disciplina les permitió frenar la embestida del narcotráfico en el Congreso y sacar
adelante varios proyectos de reforma, muchos de los cuales no se habían podido aprobar
por la desorganización de los grandes partidos a pesar de haber sido parte de las agendas de
reforma durante varios años. Entre ellos, se destacaron la descentralización administrativa,
la elección popular de alcaldes, el proyecto de transferencias del impuesto a las ventas a los
municipios y la reforma al sistema electoral que remplazó la papeleta por el tarjetón
electoral.
Galán llamó esta lucha una “nueva manera de hacer política” basada en la honestidad y en
la recuperación de los valores morales, y estaba convencido de que para lograr los cambios
que requería la sociedad colombiana tenía que darse en el país, no una revolución violenta,
como muchos lo creyeron, sino lo que él llamo “una revolución electoral”, es decir, un
proceso en el que la sociedad se pusiera en pie, se manifestara frente al manejo del país y,
con conciencia crítica y responsable, tomara las riendas de su propio destino.
Para trabajar por este propósito y afirmar los valores democráticos en la conciencia
colectiva, era necesario reconciliar la política con los ciudadanos y promover la cultura
democrática que fue no solamente un método de trabajo de su movimiento sino parte
fundamental de su proyecto político. En cada rincón del país hablaba con la gente no solo
para presentar sus propuestas, sino para movilizarla hacia la participación política y para
concientizarla de que ningún líder salvador podría sacar adelante al país sin que la sociedad
misma promoviera sus propios cambios.
Galán contribuyó a esta “revolución electoral” que apenas comienza. Creyó firmemente en
que el único objeto de este cambio era que los partidos se transformaran, se fortalecieran y
pudieran reinterpretar a la sociedad para asumir la responsabilidad histórica que tienen
cuando la libertad y el orden se ven amenazados por la situación del país.
Ese fue el mensaje que llevó a la convención del Partido Liberal a la cual fue invitado el
Nuevo Liberalismo en 1988, luego de siete años de ausencia. Sus palabras recibieron una
acogida para muchos inesperada, y que contribuyó a que se sellara la unión de un partido
que en ese momento debía responderle al país. Más adelante en la convención de julio de
1989, con el triunfo de la propuesta de Galán de elegir el candidato único del partido por
medio de una consulta popular, el liberalismo quedó comprometido con su modernización y
su democratización interna.
La mafia fue sentenciando uno a uno a los miembros del Nuevo Liberalismo. En 1984 es
asesinado Rodrigo Lara Bonilla luego de haber emprendido una guerra frontal contra los
carteles de la droga desde el ministerio de justicia. En 1986, Alberto Villamizar escapa
ileso a un atentado, y un año más tarde Enrique Parejo sobrevive milagrosamente a otro
atentado en Budapest.
En agosto de 1989, una vez sellada la unión liberal y aprobada la consulta popular para
escoger al candidato único del partido, los colombianos ya tenían claro que el próximo
presidente sería Luis Carlos Galán. Era lo que quería y necesitaba el país. Una encuesta
publicada el 16 de agosto de ese año le daba más del 60% de la intención de voto y
mostraba que era de lejos el personaje más admirado por los colombianos. Pero la mafia lo
tenía sentenciado. Se había frustrado un atentado en su contra a principios de ese mes. El 18
de agosto, en medio de una manifestación multitudinaria en la plaza de Soacha, las balas
asesinas del narcotráfico acabaron con su vida.
Su muerte conmocionó al país y aceleró el proceso de cambio que venía impulsando con su
lucha política de varios años. Las protestas estudiantiles que salieron a las calles después
del magnicidio terminaron convirtiéndose en el movimiento que llevó a la adopción de la
Constitución de 1991 en la cual quedó recogido gran parte de su pensamiento político. El
mejor homenaje que le podemos hacer hoy en día es darle cabal aplicación a estos
principios que tanta sangre y dolor le causaron a Colombia.