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TUlIio orll/illai: LE GOUFFRE DE LA PIERRE
SAINT-MARTlN
Tradllcción de JvIARJA DE Q¡UADRAS
Prefacio de FÉLIX TROJvIBE

Dl~RECHOS REsERVADOS

Prí11lcra ed-iciÓn. 'mayo 1953

IMPREsO EN ~SPAÑA
PRINTED IN SPAIN

. ATENAS A. 'c. - BARCELONA


,
INDICE

PREFACIO Pág. 7

PRÓLOGO P<fg. 15

EN EL FONDO DE LA SIMA Pág. 19

RECORD DE PROFUNDIDAD Pág. 33

REGRESO AL SOL, REGRESO' A LA NOCHE Pág. 45

EXPLORACIONES Pág;'75

UN GRITO BREVE Pág. 87

LA VIDA DE LOUBENS DEPENDÍA DE UNA VUELTA


DE TORNILLO DE ROSCA Pág. 93

EN LAS TINIEBLAS, A LA CABECERA


DE DN MORIBUNDO Pág. 101

"¿NO TIENES ESPEBANZA, TOUBIB?" Pág. 107

INTENTAR LO IMPOSIBLE Pág. 115

UN ÚLTIMO GEMIDO, MÁS LIGERO Pág. 123

"AQUÍ, MARCEL LOUBENS HA VIVIDO


LOS ÚLTIMOS DÍAS... " Pág. 131

ÚLTIMA EXPLORACIÓN Pág. 141

CUATRO HORAS Y MEDIA PENDIENTE


DE UN HILO Pág. 159
PREFACIO

el pequeño macizo calcareo de Arb~s, en _Haute


E
N
Garonne, se llevó a cabo hace ya cmco anos, la
exploración de una sima difícil;que fué durante
muchos años la más profunda de Francia: la Henne-
Morte.
Si me refiero a ella en este prefacio, es porque fué
para Marcel Loubens el objetivo esencial de sus comien-
zos de espeleólogo. También fué allí donde trabé cono-
cimiento con él.
En 1940, explora el primer pozo con Josette Segouf-
fin. En 1943, es herido con uno de sus compañeros, y
Casteret y Delteil logran sacarlo vivo casi por milagro,
de una profundidad de más de doscientos m~tros. En
el año 1947, la décima c...'Cpedición de la Henne-Morte,
organizada por el" Spéléo-club de París, con el concurso
del Ejército, es decisiva y produce una gran alegría a
Loubens: alcanza el fondo de la sima, cuya profundidad
es de 446 metros. La muralla alIado del río, que se pier-
Il·.'
\\
:;

de en un impenetrable sifón, lleva para síempre su


nombre. I1
Desde aquel momento Loubens se siente atacado. ,
'l

como dice él, por el "virus espeleológico" y consagra I
todos sus mementos de libertad a las exploraciones sub-
:1
1\
¡
8 PREF.4CIO

terráneas. Despues de la Henne-Morte busca en sus Pi-


rineos natales otros objetivos importantes, y este es el
principio de su cola~oración con Cosyns, que se siente
atraido hace tiempo por el valle de Licq, en el que con-
vergen los torrentes que surgen de los magnificas desfi-
laderos de Hol~arté y de Kakouetta.
La sima descubierta por LépinelL'<, conocida ahora
con el nombre de sima de la Pierre Saint Martin (1 l, per-
mite todas las esperanzas. Su primera vertical es for-
midable: más de trescientos metros. Es tentador penetrar
en el corazón de la montaña en donde brotan poderosos
torrentes. El atractivo del descubrimiento es estimula-
do todavía por. el interés práctico de una expedición
semejante: encontrar bajo tierra, pero a mucha mayor
altura que el valle, al agua generadora de energia. La
expedición de 1951 revela la amplitud de la caverna
y la presencia de un rÍo subterráneo.
Pero las maniobras resultan muy pesadas, sobre
todo para los hombres del elevador de la superficie, que
realizan un esfuerzo agotador: subir a los hombres y
su materíal (más de cien kilogramos cada vez) por
una vertical de trescientos metros.
De esta dificultad nace el proyecto de construcción
'de un elevador con motor eléctrico que recibiría la co-
rríente de un grupo electrógeno vecino. Esta solución,
que fue adoptada, era seguramente buena y probable-
mente la única válida para dar toda su amplitud a la
expedición. Sin embargo, ante el hecho brutal, la caída

(1) En la yecmdad dd mojón frontenzo 262, nombrado Píen'e


Saint rvIartm, eXIsten muchas Simas, entre las cuales. la que nos ocupa
en este libro es designada de. un modo mas preCISO con el nombre' de
Sima de la Pierre Sa111t IVIartll1.
PREFACIO 9

mortal de Loubens, nos vemos obligados a admitir qt1e. I


ciertos coeficientes de seguridad, suficientes tal vez para I
1
una expedición de mediana importancia, no bastaban i
para las numerosas y largas maniobras queimponia la I
gigantesca vertical de la sima. '1
Haroun Tazieff, recién llegado a la espeleología ¡
en e! momento en que toma parte en la exploración de
la caverna de la, Pierre Saint Martin, se había distin-
guido sobre todo como .especialista en volcanes. Alpi-
nista y geólogo, recorre el mundo para comprobar, so-
bre el terreno y lo mas cerca posible, e! proceso de las
erupciones volcanicas. Ha traido ya documentos de pri-
mer orden sobre los volcanes de África, de! Etna y del
I
Stromboli; en su hermoso libro "Crateres en llamas"
hace un impresionante balance de su actividad y de sus
observaciones.
I
Tazieff era compañero de Loubens en la sima de
la Pierre Saint Martín, a la cual habia bajado ya en
el año 1951; lleno de curiosidad por conocer mejor es-
tos ambientes subterráneos estaba, como sus camara-
das, dispuesto a todo para conseguir e! éxito.
Su libro hace revivir intensamente las horas trá-
gícas de 1952. Escrito con sencillez, incluso a veces
con cierta concisión que acentúa todavía· e! carácter
conmovedor del ambiente, sitúa realmente a la expe-
dición en su marco y pone de relieve e! papel de cada
cual.
Este reducido equipo de exploradores habia em-
prendido una tarea desmesurada, pues hay que recor-
dar que las expediciones decisivas en cavidades muy
grandes exigen casi siempre un considerable desplie-
gue de hombres y de material.
ID PREFACIO

Una magnífica solidaridad se manifiesta ante el


drama.
Pienso en estos "scouts" de Lyon, Louis y Geor-
ges Ballandraux, Danie! y PieHe Epelly, v Michel Le-
trone, que saliendo de una sima cercana participan en
el salvamento de Loubens, Acompañados por Casteret,
estos cinco muchachos, con un material constituido so-
lamente por cuerdas y escaleras, consiguen escalonarse
en la sima a 420 metros de profundidad y permanecen
largo tiempo aferrados a frágiles salientes, en este in-
menso tubo vertical en e! que cada piedra que cae puede
ser un proyectil mortífero.
Pienso en el doctor Mairey, que bajó para atender
a Loubens, sostenido por el cable que acababa de ceder
bajo e! peso de su amigo. Y el mismo doctor Mairey
y Tazieff, los dos últimos que permanecen en la ca-
verna, hallan todavia la suficiente fuerza y valor para
dar a la e.xpedición su verdadero carácter. No volve-
rán a subir hasta haber realizado el proyecto de Lou-
bens' proseguir la exploración. Y en este ambiente trá-
gico es cuando hacen un verdadero descubrimiento: una
sala inmensa, magnífica, la sala Marce! Loubens, pro-
longada por una vasta galeria y un poderoso río sub-
terráneo.
Pienso también en el esfuerzo realizado en la su-
perficie después de! accidente. El1 las cercanias de la
sima, en la montaña, en el valle, y mucho más lejos to-
davía, una muchedumbre que permanece anóníma ha
trabajado denodadamente. ¿ Qué puedo decir ahora,
sino que todos estos esfuerzos y todos estos sacrificios
no han sido vanos? La espeleología tiene sus víctimas,
í demasiado numerosas, por desgracia " y más numero-
PREFACIO Ir

sas, sobre todo, desde que se afrontan cavidades subte-


rráneas muy largas o muy profundas: pero examine-
mos cuáles son los objetivos de los espeleólogos a los
que el gran público considera frecuentemente sólo como
deportistas empeñados en la conquista de un record.
Son deportistas, ciertamente. pues la fuerza física. la
flexibilidad y la habilidad son necesarias bajo tierra.
Son audaces también como los alpinistas, ávidos de
espacio, y como los conquistadores de tierras descono-
cidas. Pero no son solamente esto.
En efecto, muchas veces se olvída que la actividad
del espeleólogo es eminentemente útil tanto en el do-
mlnío científico como desde el punto de vista práctico.
Los numerosos macizos caIcúreos que eXIsten en el
mundo y que representan una superficie inmensa, con-
tienen en sus profundidades simas, galerías, salas y ríos
subterráneos en 2.ctividad. Hoy no conocemos, cierta-
mente, más que una pequeña parte de esas cavidades;
10 que nos traen, sin embargo, constituye ya un impre-
sionante balance.
El macizo calcáreo suele ser una tierra árida; el
agua que contiene es subterránea, a veces muy pro-
funda. Es fundamental conocer los orígenes de esta
agua. su caudal, su itinerario, sus comunicaciones even-
tuales con las emergencias de los valles. Se podrá, por
ejemplo, definir el perímetro de una fuente determina-
da y precisar asi sus posibilidades de emergencia y las
medidas necesarias que deberán adoptarse para su em-
pieo como agua potable. Se podrá también, por medio
de apropiadas perforaciones, llevar a la superficie para
fines agrícolas o industriales, un río que, naturalmen-
te, vería la luz a mucha menOl- altura. IvIuchas per-
I2 PREFACIO

foraciones (Lez, EatL'X-Chauc1es) han sído practicadas


ya y proporcionan saltos de agua de fuerza conside-
rable.
A estas observaciones practicas, útiles a la civili-
zación de un modo directo, se añade tocla una gama de
investigaciones físicas y físicoquímicas, pues los am-
bientes subterráneos, más o menos aislados del mundo
exterior, son la sede de fenómenos y reacciones parti-
culares.
La tarea del espeleólogo es igualmente fructífera
en 111uchos otros dominios.
A la geología le proporciona precisiones sobre el
espesor y la naturaleza de los diferentes terrenos atra-
vesados, sobre los rellenos muy antíguos, testigos de
capas superiores, eliminadas desde hace mucho tiempo
de la superficie del suelo por diferentes factores de ero-
sión y de corrosión.
A la prehistoria le revelan estos magníficos museos
subterráneos, obras .realizadas hace muchas decenas de
millares de años, que expresan la sensibilidad, el sen-
tido artístico e incluso las tendencias rituales de los
prímeros hombres.
Estos vestigios se hallan casi siempre a mucha pro-
ftmdidad bajo tierra y su descubrimiento es muchas
veces el resultado de descensos de simas, de reptacio-
lles, de zambullidas o incluso de temerarias navega-
ciones.
o A la biología, la exploración subterránea propor-
CIona esa fauna minúscula, de innumerables especies,
cuyo estudio justifica la instalación de laboratorios y
la creación de clases en los graneles Institl,.1tos de ·Bstu-
dios Científicos. Los animales cavernícolas, esas bes-
PREFACIO 1]

tias diminutas, son los mayores señores de la tierra, ya


que pueden contar a sus antepasados y su parentela
hasta las razas hoy desaparecidas cuyos restos fósiles
se hallan en los terrenos antiguos.
El e..,plorador, en fin, aunque no sea un especialis-
ta, puede descubrir la e..,istencia de bellezas subterrá-
neas. A la luz del sol se elevan muchos monumentos que
el hombre conserva y repara con gastos considerables.
Eajo tierra la naturaleza construye cada día, gratuita-
mente, verdaderas catedrales, suntuosas galerias, cuyos
adornos y aspectos ostentan una variedad infinita. Se
conocen ya muchas de ellas y algunas son verdaderas
joyas que atraen cada año una muchedumbre humana,
pero existen muchas más todavía por descubrir.
Este breve resumen de la actividad del espeleólogo
no hace más que indicaT la importancia que puede te-
ner, en ciertos casos, la exploración de los subsuelos
calcáreos.
Tomemos, al terminar este prefacio, un único ejem-
plo' el de la Pierre Saint-Martin.
Todas las mesetas calcáreas que dominan Sainte
E,ngrace y se extienden mucho más allá, se convierten,
por la falta de agua y la destrucción l;rogresiva de la
vegetación, debida a los cOl'deros, en verdaderos de-
siertos. En Sainte-Engrace mismo, la carencia de ener-
gía eléctrica hace difícil la vida de la población e im-
posible toda creación de industrias locales,
El agua es muy abundante pero sale a un nivel de-
masiado bajo para poder ser utilizada para la irriga-
dón ele las mesetas o para la producción de energía.
La exploración de la Pierre Saint Martín demues-
tra que el caudaloso río subterráneo vuelve a surgir en
I·i PREFACIO

las fuentes de Benta (.440 metros) en lGS desfiladeros


de Kakouetta. Este túnel hidrogeológico que va desde
Jos 1.750 metros (altitud de la sima) hasta los 440, °
sea más de 1.3do metros de desnivel, es, probablemente,
en la actualidad, el mayor del mundo.
Pero los resultados prácticos de la expedición tie-
nen un alcance mucho más considerable que esta com-
probación. El río subterráneo tiene una potencia de
1 m.' por segundo. Su captación por un túnel lateral
daria un salto de setecientos metros. Puede calcularse
fácilmente la energía que semejante salto podria pro-
porcionar; muchas decenas de millones de kilowatios
por hora como minimo.
Este descubrimiento, susceptible de modificar la
instalación hidroeléctrica y el desarrollo económico de
toda una región, demuestra que hay que tener seria-
mente en cuenta, en la valorización del potencial ener-
gético francés, las aportaciones constituidas por los rios
. del calcáreo. Demuestra también, sin más comentarios,
el interés de ciertas exploraciones.

FÉLIX TROMBE
Director de IOvestlgaclones en el <1Ccntre
NatlOnal' de la Rccl1ercl1e sCientifiqucD
PRÓLOGO

s en un pa.1s de tierra calcárea y -'de retorcidos pi-


E nos, elevado, atormentado y vasto, en un extremo
de Francia, allí en donde la montaña vasca pier-
de sus prados y sus bosques y se hace tan árida que
basta un mojón roído, en este desierto erizado y sin
nombre, para convertirse en España. Al llegar el buen
tiempo, los pastores de Aramíts y de Arette llevan allí
sus corderos blancos o negros, de largo vellón y lar-
gos y retorcidos cuernos. Envueltos en sus pieles de
cabra, que los defienden del viento, y apoyados en sus
largos bastones, los pastores contemplan a los buitres
y las ;iguilas que revolotean sobre los barrancos en la
infinita profundidad del cielo, por el cual vuelan las
plateadas plumas de las nubes. rvluchas veces,' incluso
en verano, la niebla invade estos escarpados pastos,
agujereados por las celadas de extraños derrumba-
mientos. Es el reino de las nubes, de la lluvia y de las
borrascas. N o 'l1W'¡Ú land (1) igualmente c-'Ctranjera a
ía,s dos patrias humanas que su desolación separa.
Más abajo, hacia el norte, se abren unos estrechos
y tortuosos desfiladeros de nombres salvajes como

(1) Tierrél de nadie.


I6 PRóLOGO
ellos: Hol<;;arté, Kakouetta. Desfiladeros bulliciosos de
,repentinos manantiales, llenos de cascadas surgidas
de vertiginosas' murallas. ¿ De dónde viene esta agua,
en seguida tan abundante? La mirada querria tala-
drar las murallas de las que surge, armada ya de
sus reflejos y de sus rugidos, remontar los meandros,
seguir la pista de su curso subterrill1eo, vivir las aven-
turas en el seno de la piedra perforada hasta la fuente
escondida en alguna parte, dentro de la masa terres-
tre ...
Hacia muchos años que Max Cosyns y sus amigos
s,e esforzaban en descubrir el secreto de los desfilade-
ros. A pesar de su tenaz osadía, nunca habian conse-
guido ir muy lejos por los corredores en los que in-
franqueables "sifones", se oponian en seguida a su
avance. Entonces su curiosidad se había trasladado a
las crestas y las mesetas sembradas de musgo y de pie-
dras blancas que recibian los chaparrones de! cie!o, mil
metros más arriba, y parecían absorberlos sin penní-
tirles fluir por la superficie. ¿ Adónde iban a parar es-
tas aguas y las del deshielo? ¿ No serian las mismas
que, penetrando por mil hendiduras en e! espesor de
la capa calcárea, se reunían después de deslizarse obs-
curamente para brotar de nuevo en el fondo de los des-
filaderos?
El equipo empezó a recorrer las áridas regiones que
domínan las siluetas del pico de Arias y del pico de
Anie, frecuentemente envueltas en níeblas. Un día en
que dos de los espeleólogos, Georges Lépineu.'\: y Giu-
seppe Occhíaliní, descansaban cerca de! antiguo mojón
fronterizo llamado Fierre Saint-Martin, el primero se
fijó en una corneja que parecía salir volando de! inte-
PRóLOGO 17

dar de una roca. Era de! fondo de una cavidad, es-


pecie de pozo de unos diez metros de anchura en el fon-
do de un vallejo escarpado. LépinetL"'{ era observador,
y como Newton al ver caer la manzana, reflexionó. Si
la corneja salia de aquella roca era que allí habia un
agujero en el que anidaba, y las cornejas no anidan
más que en los lugares donde tienen un vacio bajo ellas.
y como los exploradores buscaban precisamente los
vacios que podía esconder la montaña, bajaron ágíl-
mente los diez metros de acantilado, corrieron a la pa-
red, hallaron en efecto un agujero, lo' ensancharon y
arrojaron en él unas piedras, que se perdieron en e!
"er tiginoso espacio de un abismo. La sima de la Pierre
Saint-Martin estaba descubierta.
Esto sucedía en 1950. El primer descenso tuvo lu-
gar en e! verano siguiente. ¿ Por qué participaba en él
yo, que hasta entonces nunca habia penetrado en una
caverna? Había cedido a las instancias de mis amigos,
que deseaban que una película fijara las peripecias de
esta primera exploración. Y asi fué como a principios
de agosto de 1951, mientras allá arriba el sol abrasaba
las rocas claras y los retorcidos pinos, yo me hundía en
la profundidad de la tierra.
; ... .....

L "Soum de Leche"
2. Pico de Arias
3 Pico de Anie
4. "Pierre Sain! Marlin"
5, Elevador
6 Plataforma a 80 m.
J. Plataforma a 213 m.
B Plataforma de llegada a 356 ro.
9. Bobina del cable telefónico.
t O. Mausoleo de Marcel Loubens
t 1. Campamento de 1952
t 2. Escalera da cuerda
13. El torrente m,
14" El tia aoo
15, Terreno calcáreo 15 SALA
16. Esquisto
200

SALA 1QO
MARCEl. LOUBENS

100 o
CAPÍTULO PRI1YIER,Q

EN EL FONDO DE LA SIMA

o sé cuánto rato hace que estoy aqui. Necesitaria


N hacer un ligero esfuerzo para desembaraza!' a
mí reloj de las tres mangas que lo recubren,
y este esfuerzo no me tienta.
Hace fria. i Pero no, no hace frío! Yo siento frío ...
Gruesas gotas de agua suenan al caer sobre la piedra
desde la altura, pequeños chorros canturrean en la obs-
cura sala, y éstos son los únicos sonidos que percibo
en este extraño mundo, además del ligero roce de la
gruesa bobina que ayudo a desenrollar· desde hace una
eternidad.
Me insulto a mí mismo. ¿ Por qué me he dejado
mojar? Lépíneu,'C no dejó de advertirme que era im-
posible evitar la interminable cascada de la segunda
mitad del descenso, y Jackie Ertaud también me lo con-
firmó. Entonces, ¿ por qué no me habia provisto de al-
gún impermeable? Pero ¿ quién hubiera podido propor-
cionarme uno?
A la débil luz de la pequeña antorcha, no distingo
bajo mi nariz más que la bobina del hilo telefónico, al-
gunos pedruscos muy próximos y el vago contorno de
20 LA SIivIA DE PIERRE SAINT-MARTIN

gigantescos bloques. El resto es obscuro. No obscuro;


negro. Y noto que es inmenso.
Pienso en las impresiones que me ha causado hasta
~ste momento el caos mineral; la alta montaña, los
volcanes - su trágica, ine..-...;:presable potencia - , Allá
como aquí no había más que roca. Pero allá habia luz
y aquí no hay más que piedra, agua, obscuridad.
Apago la luz. Los minutos transcurren. Lo noto
por el hilo que sube de un modo regular entre mis de-,
dos, huyendo hacia la lejana superficie de la tierra.
Transcurren los minutos y mis ojos no distinguen ab-
solutamente nada, ni siquiera la palma de mi J11anO,
que me acerco al rostr,o hasta tocarme la nariz.
¡ Hola! El hilo se detiene. Ha quedado convenido
que si la parada duraba más de a1gtmas decenas de
segundos establecerla contacto telefónico con la super-
ficie.
-Allo?
Nada.
¿ Qué sucede?
Verifico el contacto, invierto las fichas, pero en
vano. La toma de tierra parece buena... Tal como me
lo habia recomendado Cosyns, he enterrado en arena
húmeda la clavija de acero y el hilo que constituye lu
i' berra".
Para encontrar esta gruesa y húmeda arena me he
visto obligado a abandonar el lugar relativamente seco,
abrigado por un desplome de la enorme pared, en don-
cle Ertaud ha vivaqueado la víspera y en el cual están
colocadas todas mis cosas.
- Allo, a11o? ..
SilenclO. No siento ninguna inquietud, sólo una li-
EN EL FONDO DE LA SIMA 21

gera impaciencia, como cuando en la ciudad se espera


una respuesta telefónica que se retrasa. Nada que se
parezca a la angustía que me ha oprimido hace algunas
horas, en el curso del descenso. cuando el cable se ha
inmovilizado inopinadamente. .

Minutos angustiosos. Ninguna voz me explicaba


las razones de esta parada, y no me respondía más que
el eco de mis propias llamadas sobre las vertiginosas
murallas. Suspendido sobre el vacío, a doscientos me-
tros bajo la superficie de la tierra y a ciento cincuenta
del fondo, con e! cuerpo echado hacia atrás por e! peso
de! material atado a los hombros, y las piernas exten-
didas horizontalmente, tocando apenas la pared con la
punta de los pies, ensordecido por el tamborileo del
agua sobre mi casco de acero, me parecen interminables
estos minutos durante los cuales mis compañeros de
allá arriba, inclinados sobre el elevador, deben de es-
forzarse sin duda en hacer todo lo posible para acortar
mi incertidumbre. Si este cable, si estos cinco milíme-
tros de hilos trenzados se rompieran en la obscuridad...
Por fin llega la voz esperada.
- ¿ AlIo, Tazieff?
- Allo. ¿ Qué ha sucedido?
- Nada de particular, chico. Nos hemos relevado
en el pedaleo.
- ¡Caramba! i Podíais avisar antes de desconectar \.

. Agachado ahora, cerca de cuatrocientos metros bajo


tierra y ocupado en vigilar el desarrollo del cable que
sube, pienso en los que están arriba, en mis compañeros
del elevador, en los ocupados en las tareas de leña, de
22 LA SIMA DE PIERRE S¿lINT-iYIARTIN

agua, de cocina, que trabajan todos para el mismo fin:


el éxito del equipo, del equipo personificado por el "chi-
co del fondo", El chico del fondo soy yo, y siento hasta
qué punto estoy ligado a ellos, tributario de ellos, de su
valor, de su amistad. Pienso en Janssens, cuyo pedaleo
sobre el elevador corresponde a ciento cincuenta kiló-
metros por día. No sólo sus pies, sino también sus ma-
nos accionan la doble manivela acoplada por cadenas
a los pedales. Me parece verle, con los auriculares en
los oidos y la colilla en los labios, rodando y rodando
durante horas ...
Ahora empiezo a sentir mucho fria. Mis dientes se
entrechocan como castañuelas. Me gustaria poder aban-
donar la vigilancia del hilo para ir hasta el vívac, pocos
metros hacia mi derechá... Encendería 'la lámpara de
acetileno. Siento ansia de su llama amarilla, caliente,
vivida. Encendería también una pastilla de alcohol so-
lidificado. Esto ya me calentaría un 'poco, y podría ha-
cer hervir el agua para el té... Pero, ¡ay!, la bobina no
se ha desarrollado más que dos tercios. ¿ Tal vez tres
cuartas partes?, me pregunto, optimista.
Mi mandibula se inmoviliza por momentos. Impre-
sión de descanso. Luego comienza de nuevo. Como los
-roUlzds después de descansos demasiado breves para el
agotado -boxeador.
¡Pensar que podría estar acostado bajo un sol ar-
diente, frente a hermosas montañas! i Ya sabía yo que
su espeleología no acabaria de gustarme!
Hace apenas veinte días que me hallaba, una no-
che, a cuarenta metros del cráter del Stromboli, elel
que cada cuarto de hora surgía, rugiendo, una incan-
descente lámina. En muchas leguas a la redonda no se
EN EL FONDO DE LA SnvIA 23

hubiera podido descubrir a ningún ser humano, y e!


peligro era mucho mayor que aqui, a pesar de lo cual
no experimentaba esta sensación de miserable impo-
tencia.
Sobre un volcán, una montaña, en un desierto de
arena o de hielo, la voluntad y la resistencia han sal-
vado la vida de muchos hombres. En este agujero, mi
salvación no elepende ele mí. Si por cualquier razón
llegara a faltarme la ayuela ele mis compañeros de!
equipo de superficie. necesitaria alas no sólo para ele-
varme hasta el tragaluz abierto en el ·'techo .de la in-
mensa sala, setenta metros más arriba de mi cabeza,
sino también para remontar el túnel vertical de paredes
lisas y chorreantes de agua, en las cuales, en enormes
distancias, ninguna "presa" permitiria la escalada, ni
se hallaria ninguna hendidura en la que pudiera cla-
varse a golpes de martillo una clavija ele seguridad.
Después de un agotador descenso me han depositado
en el fondo ele este pozo, ele! que no podria salir si mis
·compañeros no quisieran.
Sin embargo... i qué sensación tan extraña la de
saberse a trescíentos setenta metros bajo tierra! Claro
que he bajado a mayor profundidad en algunas minas,
pero la impresión aqui es completamente diferente.
El hilo se detiene, Establezco e! contacto.
- AIIo, Tazieff, ¿me oyes?
-AIIo, si.
- El cable ha subido, ¿ Todo marcha bien?
- Sí.
- Entonces interrumpo la comunicación, Loubens
va a bajar. Hasta la vista.
2~ l. .1 SlM.'f DE PlERRE .1I.VT-MARTlV

De pronto, un mido familiar me hace ciConder la


cabeza entre los hombro : una piedra rebota contra las
paredes del pozo. A lo dos o tres segundo estalla con
e:truendo n, 19una parte. muy cerca. en la obscuri-
dad. mientra al~no fragmento pr i~en, ilbando.
Cojo con:lm . brazo- la gran bobina y U soporte
y me precipito hacia el emplazamiento del ·1.'i.. ,ac. De-
trás de este blO/jue de roca, del tamaño de un vauón de
ferrocarril, me hallaré en eguridad. Tropiezo sobre la
pendiente, avanzo dos pasos de rodillas, me levanto y
alcanzo por fin el lugar .e!mro, Aprc.uradamente re-
instalo la bobina. la apuntalo y recojo la cuerda que
ha quedado Aoja ... En seguida empiezo a arrollarla.
i .1ientras n "e hayan hecho nudo !
Otras piedras chocan contra las paredes de la sima
y casi inmecliatamente se de trozan sobre el gig-antesco
cao' del fondo, no lejos de mí. Loubens ha debido de
bajar ya los primeros ochenta metros, y on las pie-
dras de la gran terraza, de una inclinación de cuarenta
grados, la que su paso hace mover y caer en el vacío.
Toesa por toesa, el hilo me llega, y lo voy arrollan-
do. El tiempo pasa, ignoro a qué velocidad. Una parada
de vez en cuando, algunos segundos, algunos minuto.
,le imagino a Loubens esperando, bajo el chorro de
agua glacial, que le vueh'an a poner en marcha. El des-
censo y la subida se llevan a cabo al promedio de unos
cuatro metros por minuto. Al alcanzar algún minúscu-
lo rellano, la araña humana que baja pide que se deten-
gan un momento, deseosa de devolver algo de vida a
,u entumecidas piernas o aflojar por un momento la
opre ión de las cinchas que le oprimen los co tado .
Pero exi ten también las a,'ería : relevo de pedaleador,
olidn de Loubens para el de -en o 1I9ó1).
EN EL FOXOO DE l.A SlJl.i 3j

incidentes técnico. iempre suceden en los lugares me-


nos propicios: en pleno vacío, fuera del alcance de las
paredes, y entonces el que desciende va girando inexo-
rablemente en el extremo del hilo tenso, duro como una
barra de hierro.
Mientras por allá arriba prosigue este misterioso
descenso de Loubens, del que no tengo otro indicio que
el deslizarse entre mi dedos del hilo que "oy arrollan-
do, )', de vez en cuando, la caída de alguna piedra que
silba como una bala, tengo tiempo sobrado para refle-
xionar sobre las singulares tareas que la espeleología
impone a sus adeptos.

Remos pasado ocho días preparando el descenso.


,\nte la especie de e trecha ,-entana que constituye la
entrada de la sima, el grupo ha construído una terraza
horizontal de horma (pared de piedra seca). Perot. Ca-
~yn , Janssen~ y Petitjean han montado minuciosa-
mente e! elevador. Luego. durante dos días, han pre-
parado mortero y a -egurado con cemento todas las
piedras flojas, todos los bloques resquebrajados y en
desplome que forman el techo de la síma y podrían
constituir un peligro. Labeyrie, Léví y Occhialini han
"eriticado el material, doblado, arrollado las cuerdas y
escaleras, inspeccionado las lámparas, preparado las ra-
ciones de! fondo.
Rubo luego un día de prueba, después otro durante
el cual fué dispuesto el elevador. Y todos aquellos días
tuvimos tm tiempo infame, llovizna tenaz, espesa nie-
bla. i Yo que había esperado unos Pirineos secos, abra-
sados por el sol!
Quería filmar el paso de Lépineux, el prímer hom-
26 LA SIMA DE PIERRE 5AINT-MARTIN

bre que se puso en camino hacia el fondo del abismo


cuya existencia había descubierto. Me depositaron a
- 80 m. sobre esta terraza de dos metros de ancho por
ocho de largo, en la que el menor paso mío hacia rodar
en la obscuridad una inestable rocalla. ¡ Aquel día el sol
brillaba en un cielo sin nubes! Pero no le vimos más
que por la mañana temprano, y luego al atardecer...
Pasé siete horas encogido contra una pegajosa pared,
sin atreverme a mover desde que LépinelL'C, después
de pasar por delante de mí, estuvo en una zona expues-
ta al desprendimiento de piedras. Empapado completa-
mente y sin otra comunicación con la superficie que al-
gunas palabras a grito pelado, supe que Lépineux,
después de una hora y cuarenta y siete minutos de des-
censo, habia batido en trescientos cincuenta y dos me-
tros el record del mundo de vertical absoluta, y descu-
.bieli:o una sala !o suficientemente grande para contener
Notre Dame de Paris.
Después de largas horas, LépinelL'C habia reapare-
cido ante mis ojos a la luz amarillenta del acetileno,
fatigado, con el rostro demudado y los ojos desmesu-
radamente abiertos.
Me parece oírle todavía:
- Estoy satísfecho ... , estoy tan satisfecho ...
Luego, en cuanto hubo desentumecido las piernas
sobre el incómodo rellano, gritó en el laringofono:
- í Va bien, podéis seguir subiendo!
Una hora más tarde me remontaban a mi vez y en
seguida empezó a bajar Jackie Ertaud.
Después de un descenso particularmente rápido, du-
rante el cual no solicitó ningún descanso, habia pasado
la noche en el fondo, tomando fotografías. Ouando le
EN EL FONDO DE LA SUdA
subieron, a las ocho de la mañana, tenia ese rostro de-
macrado, demudado pero radiante, de los hombres que
vuelven a la luz después de duros esfuerzos en la obs-
curidad.
El tiempo era espléndido, como la vispera, y de bue-
na gana hubiera permanecido en la superficie para tra-
bar más amplio conocimiento con el huidizo sol, pero
me llegaba el turno de penetrar en el fondo de la sima
y pasé sin transición de ese calor seco que tanto habia
deseado, a la omnipresente humedad de las cavernas.
Si, la espeleología es una cosa c'lriosa... Ahora
aprendo a conocerla; obscuridad, humedad, espera...
Sin embargo, sígo ovillando el hilo que me llega
lentamente.
i Por fin, la voz de LoubenslUna voz lejana toda-
via, deformada por el eco. Por medio del laringófono
procura hacerse entender por los de arriba, al parecer
sin gran éxito.
Cuando le oigo por segunda vez, la VOz está más
cercana. Pronto me llegan las palabras con su sabroso
acento gascón:
- í Sí, sí, está bien ¡ ¡ Estoy lauúendo las vi trinas!
Esta roca es lisa como el cristal, y tengo la nariz pe-
gada a ella.
Espero un momento todavía; luego le interpelo:
- i Eh 1 ¡ Loubens 1
- ¡ Eh 1 ¡ Tazieffe! ¿ Estás lejos todavia?
- No te veo, pero me parece que pronto llegarás al
techo de la sala. ¿ Tienes la lámpara encendida?
-¡Síl
Procuro reunir con una mano el material de cme,
tripode, antorcha de magnesio...
28 LA SIMA DE PIERRE SAINT-MARTIN

Después de horas y horas de ininterrumpidas tinie-


blas diviso un punto luminoso: la lámpara frontal de
Loubens, que acaba de franquear el techo de la sala.
- ¡Eh! i Taziefie! i Veo tu luz! j Qué manera de
dar vueltas J
En efecto, la amarillenta luciérnaga colocada en el
casco de mí compañero aparece, desaparece, reaparece,
vuelve a desaparecer.
Abandono el hilo, empuño mis útiles fotográficos y.
me apresuro para llegar a tiempo a la proximidad de!
punto de aterrizaje. Naturalmente, tropiezo, caigo de
rodillas, sobre los codos, me levanto, vuelvo a caer.
j Ya estoy! Coloco cuidadosamente la cámara sobre
su tripode. Ahora las antorchas. La provisión que me
han dado es tan reducida que no me he atrevido a coger
más que tres. No me satisface. La próxima vez me ocu-
paré yo mismo de la iluminación. Coloco las tres antor-
chas en forma de haz, con las mechas juntas, y me pon-
go al acecho.
Sigo sin ver nada, fuera de la aureola de la lámpara
frontal. Ltlego aparece de repente iluminada por mi pila
una forma vaga, apenas perceptible. Enciendo el fós-
foro que tengo en la mano y lo acerco a las mechas
reunidas, que se inflaman en següida, despidiendo una
luz que me deslumbra. Cojo la máquina y aprieto e!
disparador. La violencia de la luz casi me ha cegado,
pero Loubens, a unos doce metros de distancia tan sólo,
no es más que una silueta obscura sobre el fondo negro
que gira y gira al descender lentamente. Sé que las an-
torchas arden un minuto y medio: serán seis o siete
metros de descenso.
Poco a poco se va acercando. Lleva una combina-
EN EL FONDO DE LA SIlVIA 29

Clan de mono y chaqueta impermeable verde obscuro.


Está suspendido por la cintura, tiene las piernas sepa-
radas, ligeramente levantadas, y las manos juntas so-
bre el abdomen. No distingo el rostro, que está vuelto
hacia arriba, y la cabeza está oculta bajo el casco me-
tálico. Parece un extraño maniquí, algo aterrador.
El maniquí ha puesto el pie sobre uno de los enor-
mes bloques del fondo de la sima y cobra vida instan-
táneamente.
-¡Alto!
El cable se detiene al momento, pero Loubens no
puede sostenerse sobre su incomoda plataforma.
- ¡Baja tres metros mas! - le digo.
Transmite es ta orden a la superficie y se acerca de
nuevo, de espaldas a la pendiente, suspendido de su ca-
ble, rebotando blandamente contra los bloques con los
movimientos que tendría en el fondo del mar un buzo
que llevara poco lastre.
- I Salud, hermano! ¿ Ha ido bien el descenso?
- i Oh! Tengo las costillas doloridas. Esto aprieta
mucho.
- No es nada. Ya era ~ora de que llegaras y de
que pudiera moverme... Se queda uno congelado.
- ¡ Sí, ya era hora de que llegara! ¡Si no, se nos
echará encima la noche!
i Es verdad que en alguna parte existen las noches
y los diasl
Bajamos hasta el vívac. Loubens se desembaraza
de su mochila, repleta de material. Antes de desabro-
char las cinchas de su arnés, vacila. Yo había vacilado
también: es preciso poder volvérselas a poner bien, es-
tar seguro de abrochar correctamente esta argolla espe-
30 LA SIMA DE PIERRE SAINT-MARTIN

cial antes de subir. La sola idea de que pudiera abrirse


repentinamente mientras nos izaran en el vacío nos hace
estremecer. .. Con sumo cuidado examinamos el modelo
del ames y el recorrido de cada cincha.
- Bueno, está bien.
Loubens Se desembaraza de la triple tenaza que le
comprimía las costillas y los muslos durante casi dos
horas.
Descanso.
He ido a llenar un cazo a uno de los chorros de '
agua que cantan a nuestro alrededor. Loubens la pone
a hervir. Hemos inspeccionado nuestras provisiones,
l1l.1estro material y los hemos clasificado' y arreglado.
Consulto mi reloj; ¡ las seis de la tarde! i Hace siete
horas y media que he penetrado en la sima y no he
hecho nada más que maniobras de cables t
- Esto te sorprenderá - me dice Loubens - , pero
bajo tierra el tiempo no cuenta.
Realmente, el tiempo aqui transcurre en silencio a
una velocidad e..xtraordinaria, tanto si se está trabajan-
.do como aguardando. ¡ Es curioso 1 Me hubiera ímagi··
nado que, al contrario, la obscuridad, los largos perio-
dos de incómoda inacción, el frío, toclo haría intermi-
nables las horas.
¿ Que es el tiempo? Mi espíritu entumecido por la
fria humedad de la. caverna intenta vanamente com-
prender por qué seis horas pueden ser tanto más cor-
tas que el terrible segundo de una caída en e! vacío,
por qué un año de la vida de un adulto dura tan poco
comparada con la eternidad de una hora de clase fasti-
diosa cuando se acaban de cumplir doce años y afuera
. brilla el sol de junio...
EN EL FONDO DE LA SIMA

Loubens me vuelve a la realidad.


- ¿ Cuáles son tus impresiones?
Es verdad. Esta expedición es mi bautismo de "ca-
vernicola".
- ¿ Mis impresiones?.. La verdad, yo me pregun-
to qué mosca os ha picado. ¿ Es posible que cada año
bajéis a vuestras cuevas "por gusto"?
J Las pasiones, evidentemente, no pueden discutir-
se...
El agua ha consentido por fin en hervir, Con cui-
dado de no quemarnos, bebemos la infhsión azucarada
de café con leche condensada, agradeciendo el calor
que se comunica lentamente a nuestro aterido cuerpo.
- ¿ Qué quieres comer? - me pregunta mi compa-
ñero - . ¿ Bizcochos completos, pasta vitaminada, cho-
colate?
La sola idea de estos alimentos juiciosamente c\osi-
ficados, científicamente preparados, me quita el apetito.
Pienso con nostalgia en un sólido pedazo de pan, un
trozo de queso, un vaso de vino tinto...
Menos e..'<:igente, Loubens mastica concienzudamen-
te su chocolate.
- ¿ Qué vamos a hacer? - dice de pronto.
- ¿ Qué te parece si acabáramos primero la toma
de vistas? Después podriamos proseguír la exploración.
- De acuerdo.
Loubens tiene alma de cineasta. Su primer lujo ha
sido comprar una cámara perfeccionada en seguida que
sus medios se lo han permitido. Por eso nos sentimos a
gusto juntos; no considera tiempo perdido los minutos
dedicados a filmar, Además, vivimos en una época en
la que todo descubrimiento, toda aventura, todo viaje
-----------

J2 L.1 S!JI.l DE PIERRF: S.·IL\'T-.\l,·/RTlN

que ,e alga ue lo corriente, ha de quedar registrado


en una película bajo pena de no ser tomado en consi-
deración.
Loubens levanta la voz, llama a los de la superficie:
- ¿ Allo, Uvi? Aqui, Loubens. o quedamos aba-
jo esta noche.

- ¡Entendido! Entonces, comunicación mañana por


la mañana a la seis ...

- ¡Gracias! Buena noches.


Lentamente se quita los auriculares y se desata el
laringÓfono. De ahora en adelante, durante once horas,
estaremos aislados de todos.
:. lida ti L~I ¡un ux hacia el fundn 1951).
El 'Ump:lI11ent .
CAPITULO II

RECORD DE PROFU, TDIDAD

P
~RTJMOS a la aventura, provistos de nuestro ma-
terial. La pendiente es fuerte pero fácil, de grue-
sa gra\·a. Nuestras lámparas de acetileno, recién
cargadas, iluminan hasta una cincuentena de metros
de distancia. Avanzamos entre dos vallas de piedra
formadas por enormes bloques enclavados unos en otros
en curiosas posiciones. Sobre la roca rojiza o amari-
llenta, la luz movediza hace bailar a las sombras una
fantástica danza.
Hemos dado la vuelta a un torreón, hemos torcido
hacia la izquierda, y ahora seguimos junto a la pared
misma ele la ala.
- ] ackie ha operado aquí - comprueba Loubens.
En efecto, en el suelo unas lalllps-flash quemada
reluccn débilmente cerca ele u envoltorio de carbón
rojo c n puntos blancos.
Caminamos prudentemente por este elédalo ele pie-
dras, metiéndonos bajo bóvedas sostenidas por arcos,
escalando bloques desportillados, deslizándonos por es-
trechos pasadizos.
Durante doce horas, Jackie Ertaud ha recorrido es-
3
34 LA 5[111 A DE PIERRE SAINT-MARTIN

tos mismos lugares, mirado, registrado, fotografiado.


Como estaba solo no se habia atrevido a quitarse Sll
arnés ',de paracaidista, temiendo no poder ajustárselo
de nuevo. Este arnés estaba muy apretado y el agua
que lo empapabJ. aumentaba todavía la presión de las
cinchas, 10 cual obligaba a Jackie a doblegarse con el
cuerpo conlraído; tuvo que conservar esta posición,
fatigosa ya en la inmovilidad, durante doce horas de
una progresión a veces acrobática.
Prisionero voluntario de esta armadura, había em-
pezado por tomárselo·a risa. Pero no se puede reír du-
rante horas enteras... Separado del resto del rn1Uldo,
en un lugar desconocído, lleno de emboscadas. nervioso,
inquieto, agotado por continuos esfuerzos, empezó a
fallar las fotos una tras otra.
- Estaba tan rendido - nos contaba al vo1ver-
que empecé a hacerlas mal adrede...
¿ Se encontrarían muchos hombres capaces de aven-
turarse solos, completamente solos, en 10 desconocído
de esta inmensa sala subterránea?
Una grieta de la pared aparece a la luz de nuestras
lámparas, prometedora de caminos desconocidos. Al
llegar junto a ella vemos un estrecho pasadizo que se
interna en la roca.
- ¿ Voy? - me pregunta Loubens.
-- Espera que filme este momento histórico.
Es preciso encontrar una piedra llana, convenien-
temente inclinada y suficíentemente seca, esparcir la
pólvora y colocar la pequeña mecha. Luego dirijo la
cámara hacia la abertura. La luz bruta,! de las bengalas
ilumina las rocosas paredes y revela mejor todavía las
dimensiones de la sala. Al chisporroteo de la pólvora
RECORD DE PROFUNDIDAD 35
se mezcla el ronroneo del motor de la cámara.
Loubens ha desaparecido, tragado por un recodo
del pasadizo, en el cual se ha deslizado de lado. He
dejado de filmar y aprovecho los últimos segundos lu-
minosos para contemplar 10 qtle me rodea. El techo se
distingue vagamente. Por todos los demás lados enor-
mes y apretadas rocas, apuntaladas por bloques más pe-
queños relucientes de humedad, que se esbozan en los
últimos y vacilantes destellos de la llama.
-¡Eh! ¡Tazieffe!
- ¿ Qué pasa?
- No se puede ir más adelante. Pero oigo correr
el agua.
- ¿ A través de la roca?
- No, hay una hendidura.
- ¿ Entonces?
- Ahora regreso.
Loubens reaparece.
- No creo que sea el viento. Estoy seguro de que
era ruido de agua...
- LépinetL'< y Ertaud lo han oido también. Están
casi seguros de que no era el viento.
- Hay esperanzas. Prosigamos.
Nos ponemos nuevamente en marcha, deslizándo-
nos entre dos grandes bloques enclavados. Escalamos
otro, volvemos a bajar apoyándonos con la espalda en
la pared y me detengo delante de un orificio de algunos
decimetros que hay entre la rocalla. Loubens se reúne
conmigo y se inclina. Nos miramos uno a otro.
- Debe de ser el pozo del que hablaba Lépineux.
Cojo una piedra, me adelanto y la tiro con cuidado
en el centro del pozo.
]6 LA SIMA DE PIERRE SAINT-MARTIN

- Una, dos ... (la piedra choca con algo, rebota)


tres, cuatro, cinco ... Se acabó.
Loubens repite la operación.
- Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seIS, siete ...
- Oye, esto parece serio.
- Si, pero muy peligroso.
Las rocas amontonadas, apoyadas unas contra otras,
constituyen amenazadoras pirámides alrededor del pozo.
Vamos a ver más lejos.
Una singular alegría me invade, una sed de descu-
brir, de hallar el medio de ir más adelante, más abajo ...
Ahora vamos junto a la pared que da vuelta hacia.
la derecha, hacia el Este, marcando asi el fondo de la
sala. Voy delante, tan rápidamente como es posible ha-
cerlo en semejante terreno. Mi lámpara tantea la roca,
mi mirada registra los huecos, los rincones, ansioso de
descubrir alguna abertura.
- ¡ Eh! ¿ Parece que se ha apoderado de ti el "vi-
rus" espeleológico ~
- ¡ Mira, ahora empiezo a comprender a los aficio-
nados a las simas!
Cada uno de nosotros, por separado, busca entre
las rocas como un perro de caza husmea entre los ma-
torrales.
- ¡ Ven a ver esto I
Escalo una roca y me dejo resbalar por el otro lado.
Loubens está inclinado sobre una especie de orificio,
de un metro de ancho por dos de largo, rodeado de pie-
rlras de aspecto poco estable.
Tres metros más abajo una plataforma, lllego 1:1
zambullida vertical prosigue. Arrojamos piedras y con-
tamos los segundos: cuatro, cinco, seis ...
RECORD DE PROFUNDIDAD 3i
Loubens junta los labios y expresa su satisfacción
silbando suavemente.
En pocOs miuutos hemos desembarazado la entrada.
Saco la cuerda de la mochila y Loubens se ,ata, se deja
resbalar por e! pozo y alcanza la plataforma sin di-
ficultad.
Iuclinado sobre el vacío pasea el haz de su lámpara
frontal.
- ¿Ves algo?
- Hay una gran pendiente de rocalla diez metros
debajo de mi. Pero todo parece podrido ...
Desprende algunas piedras y las oigo caer y rodar
al piso inferior. El ruido parece surg'ir por otros pun-
tos de nuestra sala, como si este suelo caótico sobre el
cual hemos caminado estuviera agujereado por todas
partes. Las piedras eaen y de nuevo oigo su estruendo
a mi alrededor.
- Esto promete, chico - le digo - . ¿ Vas tú, o
bajo yo?
- Esto es malo, malo...
Con la cuerda tensa sobre mi espaJda y mi hombro
izquierdo me inclino sobre el pozo: Loubens tantea las
rocas con prudencía, se inclina, vuelve hacia atrás,
prueba más hacia la derecha...
- i Si vieras lo que nos sostiene! Me hace el efec-
to de que si muevo uno de estos pedruscos se delTum-
bará todo este amontonamiento. Tengo miedo ...
,En el tono de su voz comprendo que es verdad. Co-
nozco también ese miedo de! hombre ante la fuerza te-
rrible de la Naturaleza, ese miedo que le sobrecoge a
uno cuando se trata de atravesar una pendiente en la
que pueden producirse aludes o una zona batida por un
38 LA SIlvIA DE PIERRE SAINT-lvIARTIN

bombardeo volcánico. Miedo de ser aplastado, enterra-


do bajo el derrumbamiento de millares de toneladas
de roca.
No digo nada. Es mi compañero quien debe calcu-
lar sus probabilidades de éxito y decidir por si mismo
lo que ha de hacer.
- ¿ Quieres bajarme la escala?
-- Si, aseguro la cuerda y te la mando.
E:"{traigo de la mochila el apretado rollo de la esca-
lera de electrón, en la cual las cuerdas están reempla-
zadas por delgados cables de acero y los barrotes de
mad<;ra, por tubos huecos de una aleación ligera. Los
cables se terminan en cada extremo por una anilla me-
tálica. Paso por ella un mosquetón y, gracias a una
anilla de hilo de acero, 10 ato todo, sólidamente, a un
estribo metálico. Al cabo de un momento la escala pen-
de en el vacio.
- ¡Bueno! Me voy - dice Loubens - , Si no vuel-
vo, tú te encargas de Patrick.
Cogiéndose a 'la escalera, baja prudentemente esca-
lón por escalón, y desaparece de mi vista. Sin embargo
puedo seguir su avance por el deslizamiento de la cuer-
da que sostengo con firmeza y por las ligeras oscila-
ciones de la escalera. Un metro, un descanso, otro me-
tro, un nuevo descanso. Éste se prolonga. Luego me
llega la voz de mi compañero, pero no del pozo sino
como si saliera bajo mis pies.
- i Chico, parece imposible! Si supieras lo que te
sostiene ahi arriba... Esto se aguauta por milagro. Y
yo desconfío de los milagros - añade después de un
corto silencio.
La escalera se agita de nuevo. Oigo resollar a Lou-
,RECORD DE PROFUNDIDAD 39
bens y algunos segundos después está otra vez junto
a mí.
La fatiga empieza a dejarse sentir, pero ahora sa-
bemos que debajo de nosotros tenemos el vacío y que
es preciso descubrir el paso a toda costa.
Debe de ser medianoche cuando localizamos por fin
una pequeña abertura escondida entre la pared princi-
pal de la sala y dos enormes bloques enclavados. Sin
embargo, el sentido común se impone, y en lugar de
lanzarnos en seguida al ataque, decidimos ascender has-
ta el vivac para descansar algo y tamal: un poco de café.
El café caliente nos parece mejor todavia que el de
las seis. Loubens roe, como dice él, alimentación cien-
tífica.
Luego nos ponemos de nuevo en marcha.
Ba sido fácil: nos hemos deslizado entre dos blo-
qu)'s, nos hemos metido por debajo de otro. Algunos
pasos más entre la rocalla y la bóveda y llegamos jun-
to al pozo. Es bastante parecido al otro, pero mucho
menos expuesto.
Después de haber limpiado la entrada, desenrolla-
mos la escalera sobre el vacio. Sin vacilaciones ni tro-
piezos mi compañero baja los diez metros de escalones.
- i Necesito algunos metros más! ¿ Puedes bajar-
me con la cuerda?
Lentamente, centímetro por centímetro, dejo desli-
zar la cuerda por mi mano.
Loubens ha tocado tierra.
- Estoy en una pendiente muy pronunciada, una
pendiente de rocalla, asegúrame.
Al llegar al extremo de la cuerda, Loubens se
desata.
~o LA SIMA DE PIERRE SAINT-MARTIN

- I Esto mar~ha bien 1- grita - . Es una pen-


diente normal, de treinta a cuarenta grados, como la
de la primera sala. Ésta es mayor todavia, según pa-
;'ece. Sigo hacia abajo...
- Muy bien. ¿Te sigo?
- í No! Espera.
Permanezco inmóvil y atento.
- í Es formidable 1 i Un caos fantástico I
Su "fan-tás-ti-co" entusiasta repercute de piedra
en piedra. Pasan algunos segundos...
_.- í Es enorme, enorme 1 He encendido la antorcha
grande y no consigo distinguir ninguna pared. Voy a
bajar un poco más.
Paso a paso, se va internando. Cada treinta segun-
dos nos interpelamos. "¡ Oho 1, oho 1" Pronto está dema-
siado lejos para hablarme y estos gritos, progresiva-
mente ahogados, son el último lazo entre nosotros.
No hago el menor movimiento, esperando con im-
paciencia que vuelva mi compañero para bajar a m;
vez y explorar en otra dirección la gigantesca sala. Pero
él sigue alejándose ...
De pronto ya no le oigo y mis gritos quedan sin
respuesta.
- Bueno - me digo - , seguramente debe de estar
detrás de uno de estos grandes bloques... No tardaré
en oirle otra vez.
Los minutos transcurren. El silencio se hace cada
vez más pesado.
- No está detrás de ningún bloque. ¿Habrá pe-
netrado tal vez en alguna galeria lateraL.. ?
De vez en cuando lanzo una interpelación sonora,
escucho, luego cuento hasta treinta y vuelvo a gritar ...
RECORD DE PROFUNDIDAD
Había lanzado una ojeada al reloj cuando Loubens
se separó de mí. Lo recuerdo bien: las tres y trece.
Ahora son las cuatro y cinco minutos.
Las cuatro y diez, las cuatro y cuarto...
Las cuatro y media.
¿ Tendré que encargarme de Patrick?
Las cuatro y cuarenta.
Generalmente soy optimista, pero esta vez mI op-
timismo se marchita y lo siento disminuir como la llama
de mi lámpara que he colocado sobre la piedra.
Pienso en mil accidentes posibles..
¡ Las cinco! ¿ Qué hacer? Si se hubiera extraviado
oiria sus llamadas ...
Tengo prisa por bajar a mí vez. No para explorar,
ciertamente... Pero en esta enorme sala ¿ qué proba-
bilidades tengo de encontrar a mi amigo? Y. aunque
lo encontrara, ¿ qué podría hacer? Si está muerto, nada.
Si está herido, poca cosa, pues me seria completamente
imposible traerlo conmigo. ¿ Entonces ... ?
No puedo hacer otra cosa que esperar. Esperar,
gritando de vez en cuando, por si acaso se hubiera
sencillamente extraviado. Si a las cinco y media no he
sabido nada, volveré a subir al vivac. Ha quedado con-
venido que a las seis en punto llamaríamos a la super-
ficie. Entonces lo mejor será pedir amülio. Podrán ba-
jar Labeyrie, Janssens y los otros ... Son muchachos
fuertes.
No sé si me he estremecido al oir de repente, a 10
lejos, después de esta hora y media de silencio, el I1a-
mamiento de Loubens.
Mi respuesta es un aullido de alegria. La voz de
Loubens se acerca.
42 LA SIlvIA DE PIERRE SAINT-kIARTIN

- i Ta-zie-ffe! ¿ En dónde estás?


- ¡Aquíííl
- ¿ Dónde es aqui?
- i E)n la Plaza Vendóme, tonto! ¿ En dónde quie-
res que esté? ¡A la entrada de la sala!
- Pues te oigo en cuatro sitios distintos! Resuena
el eco por todas partes.
¿ Qué hacer, en semejantes circunstancias, sino in-
tentar una dirección después de otra hasta dar con
la buena? Se lo aconsejo asi, aumento la frecuencia de
mis llamadas y enciendo una de las últimas antorchas
de magnesio...
Loubens ha probado una dirección, luego otra... De
repente:
--¡Ta-zie-ffe! ¡Veo tu luz! Ya está.. : Reconozco
la pendiente. i Chico, estoy rendido ... !
- ¿ Qt~¿ ha sucedido? ¿Por qué ese silencio?
- Me habia perdido, al tomar notas, tratando de
calcular el camino recorrido. i Qué sala, chico! Tiene
por lo menos quinientos metros por trescientos. ¿ Te la
imaginas?
- ¿ Y de altura?
-Cien.
-¿Yen el fondo?
- En el fondo, un río ...
Ahora es preciso izarle con la cuerda hasta el nivel
de la escalera que pende en el vacío.
Estiro cuanto puedo, haciendo fuerza con la es-
palda, con los brazos, con los hombros. Resuello, jadeo,
como un remero e..-,:tenuado. Luego la escalera oscíla.
. Sin una palabra nos entregamos enteramente a este úl-
timo esfuerzo.
RECORD DE PROFUNDIDAD 43
Por fin la luz de la lámpara frontal aparece bajo
mis pies.
- i No te muevas! Agárrate bien, voy a coger la
caD1ara ...
- Date prisa - murmura JVlarce!-, ya no pue-
do más ...
Cojo la máCjuina. No es cuestión de trípode. El tri-
pode está allí cerrado, sin desdoblar. Pero servirá como.
candelabro. Coloco en él tres antorchas de magnesio.
reúno las mechas, busco la· caja de .fósforos.
La luz brota con una violencía de puñetazo. Con el
ojo pegado al visor filmo la aparición de este rostro
extenuado, vacío de toda energia.
Loubens se iza, rigido y articulado. al parecer, como
un autómata. La cabeza emerge primero, luego los hom-
bros. el torso, y mi amigo se deja caer de brtlces. como
partido por la mitad, con las piernas todavia dentro del
pozo. Le cojo con toda mi fuerza, y le ayudo a salir
completamente.
- Las seis menos veinte. Aprisa, i La comunicación
telefónica es a las seis!
Doblamos las cuerdas. arrollamos la escalera me-
tálica.
- La Henne-Marte ha sido superada - dice 1.ou-
bens, jadeante - , Quinientos cinco metros. Y un rio ...
Entonces, después de la terrible tensión nerviosa
Cjue provocan siempre estas largas marchas solitarias·
a través de la noche total, después de esta lucha de
toda la voluntad para no abandonarse al desaliento,
para reflexionar, para orientarse, después de su largo
derl'Oche de energia física y moral, Marcel Loubens,
mientras arrolla su escalera. rompe a 1I0rar. ..
CAPITULO III

REGRESO AL SOL, REGRESO


A LA NOCHE

-HABÍAMOS pen.sado que, en seguida de regresar


nosotros a la superficie, algunos compañeros
nos relevarian y proseguirían la exploracíón.
Bastaria con dos hombres descansados, mejor aún, con
tres, bien provistos de escaleras flexibles para alcanzar
el rio e intentar seguirlo. Desgraciadamente esto no
fué posible: el elevador con "manivela" y pedales no
tenia la suficiente potencía. Fué muy complicado subir-
nos a Loubens y a mí: el cansancio del elevador, dei
cual ciertas piezas flaqueaban, sólo podia compararse
con el nuestro.
Hacia mucho sol cuando sali a la superficie. Estaba
bajo tierra desde hacía veinticuatro horas y hacía por
lo menos dos que me extraían lentamente de ella. El
primer reflejo del dia se ve, todavía muy lejos sobre
uno mísmo, al llegar a la terraza inclínada de los "me-
nos 80". Ochenta metros de profundidad en una sima
normal es ya, al parecer, algo apreciable. Aqui, en este
abismo de la Pierre Saint Martin tuve la impresión de
46 LA SIMA DE FIERRE SAINT-MARTIN

hallarme casi en la superficie. País conocido ... Aven-


tura terminada.
Veinte minutos más tarde alcanzaba la salida. Mis'
compañeros me esperaban, muchos de ellos asomados
al estrecho hueco de esta ventana abierta en la roca.
Me alentaban y su amistosa ,solidaridad me causaba:
placer. .
Apenas estuve fuera se abalanzaron sobre mí para
quitarme el arnés, desabrocharme la chaqueta, y qui-
I:.:1.rme las mojadas ropas. En pocos instantes me hallé
casi desnudo bajo el cálido sol.
- Entonces, chico, ¿ es verdad que hay un río?
- j Claro que si! En fin, es Loubens quien lo ha
encontrado.. Yo me he quedado en la primera sala...
Hubo que relatar, explicar. Y la esperanza de fu-
turos descubrimientos atenuaba en parte la desilusión
de no poder volver a bajar en seguida.,.
El 'cable se desenrroIló de nuevo para bajar a buscar
a Loubens.
- Tengo hambre - le dije a Levi - . No había
más que productos concentrados y aZÚcar en tus con-
denadas raciones.
- ¡Bueno ! Ven y tendrás asado.
Subí hacía los "cayolars" de pared de piedra seca
de nuestros amigos los pastores. Qué hermoso era el
cielo, las blancas nubes impelidas por el viento, y toda
aquella luz...
- ¡ Un verdadero derroche de luz 1
Me senté sobre la hierba rasa, esquilada por los
corderos. El cansancio se había hecho repentinamente
pesado Jacqueline Cosyns, maternal, me trajo cosas
buenas y sólidas para comer: el pan, la carne jugosa,
REGRESO AL SOL 47
e! queso, el vino tinto en la vieja cantimplora de piel...
- No sé qué es mejor, Jacqueline, ¿comer o dormir?
¡Ah! i Qué alegría, sentir el sol en la piel y en los
ojos!
- ¡Vaya con la espeleología... l Estoy satisfecho de
saber lo que es. Pero ya tengo suficiente.
Jacqueline me hablaba y yo la escuchaba sin com-
prender gran cosa, masticando beatíficamente mi pan:
hacía treinta y dos horas que no había pegado los ojos.
"Tendré que volver a bajar. Me gd,staría filmar la
salida de Marce!. .. "

Me desperté tres horas más tarde, tendido horizon-


talmente sobre la corta y amarillenta hierba ya de fina- ri'·
les de verano. A pocos pasos, cerca de la cabaña, entre
sus camaradas de! equipo,' Loubens relataba su aven-
tura.
- i Oh! i Tazieffe! ¿Te has dormido.? ¿ Qué vamos
a hacer ahora? ¿Pasaremos la noche aqui o bajaremos
al pueblo?
Hacia diez días que estábamos en los rocosos pas-
.tos a r.8oo metros de altura. Diez días de brumas, de
lluvia y de niebla. Sentía nostalgia de una bañera llena
de agua caliente.
- ¡Bajemos! - dije.
) Nos fuimos los dos a grandes pasos. Las siete ...
El sol estaba bajo, casi sobre el infinito mar de nubes
que lo cubría todo más abajo de los mil quinientos me-
tros. Sólo emergian las crestas que ondulaban, armo-
niosas y apacibles, en el aire puro del crepúsculo.
Caminábamos con prisa, alegremente. A nuestra
derecha habíamos dejado los "bracas", ese caos extra-
48 LA SIMA DE PIERRE SAINT-iVIARTlN

ño y paradójicamente monótono de piedras lisas y cla-


ras, cortadas por grietas profundas, obscuras fallas,
simas. La roca esta descarnada por la erosión y se cree
ver el esqueleto desnudo, los huesos mismos del globo ...
Es mejor no aventurarse por este dédalo cuando se tie-
ne prisa o con insuficiente visibilidad. Por la pendiente
que estamos bajando, una delgada capa de tierra her-
bosa resiste todavia al ca1careo. Pero después de algu-
nos lustros de pastos estos caos habran invadido nue-
vas superficies.
Fué en tiempos de Luis XIV, según creo, cuando la I
degradación del suelo empezó aquí sus devastaciones.
Hasta entonces, espesos bosques de hayas y de pinos cu-
brian las pendientes superiores de la montaña. Pero se
necesitaba madera para construir las carabelas y las
fragatas de la flota real. Los árboles fueron derribados
sin piedad, y las aguas, tan abundantes en este país de
lluvias, arrastraron hacía los valles el mantillo y lao
tierras que ninguna raiz vigorosa retenia. Sólo la hier-
ba subsiste y de vez en cuando un pino aferrado en
algún hueco de la pIedra. Recientemente, un leñador
acaba de encontrar en el bosque, que subsiste más aba-
jo, un conmovedor testigo de lo que en aquella época
se llamaba "el camino de la arboladura", ese camino
por el cual los galeotes encadenados transportaban ha-
cia los valles los troncos de pinos destinados a las can-
teras navales. Este testigo es un "corazón de bronce",
un corazón de bronce que servía para cerrar con un
candado las cadenas de los presidiarios ...
Desde los millones de años que hace que e.'Cisten los
Pirineos, las aguas de lluvia y las del deshielo se han
ido filtrando a través de la tierra. Gran parte de estas
REGRESO AL SOL 49

aguas quedaban acumuladas formando capas y rcapa-


recían en forma de fuentes en diversos puntos de las
pendientes. Otra porción, alcanzando la roca. se insi-
nuaba por estrechas hendiduras. La roca calcárea es
pnícticamente la única que el agua puede disolver, so-
bre todo si es algo ácida. Y, esta agua lo era por haber-
se C<1.rgado de ácidos al atravesar el mantillo, asi es que
en el curso de centenares de milenios ha ido ensanchan-
do poco a poco las grietas del ca1cáreo, socavando pro-
gresivamente la roca. Los cortes se han hecho más
profundos y se han abierto galerias a 10 largo de las
junturas, no ya verticales, sino horizontales u oblictlas.
En los puntos de unión, con capas más solubles que
otras, se han formado salas. Y finalmente, entre la su-
perficie y la base de estos ca1cár'eos que reposan mil
quinientos metros más abajo sobre esquistos impennea-
bies la montaña se ha encontrado agujereada, perfora-
da, por canteras, pozos, hoyas, simas o galerias, ca-
vernas de todas clases y de todas medidas.
Mientras la piedra estaba cubierta por una gruesa
capa terrosa, los abismos subyacentes no se revelaban
más que por algunas depresiones del suelo. Pero cuan-
do, después de talar los bosques, esta tierra fué arras-
trada, las aberturas fueron desapareciendo y las aguas
se precipitaron en estos agujeros abiertos. La cantidad
de agua que fluia por la superficie se hizo insignifican-
te: todo el caudal aportado por las llnvias y el deshielo
penetró en el seno de la montaña. Las cavernas y po-
zos se agrandaron más todavia, horadados por los to-
rrentes que se precipitaban a veces por ellos. En can1-
bio, en el exterior se secaron las fuentes. arroyos y
ríos.
jO LA SI.i\1A DE PIERRE 5AINT-MARTIN

- ¿ En realidad - le digo a Loubens - , 10 que os


interesa a vosotros, los espeleólogos, es hallar el Cllrsó
de los rios subterraneos?
- Eso entre otras cosas. Cuenta también el U<""\..lll-.:··
brimiento de las salas, y su belleza. A veces la
de las estalactitas, estalagmitas y capiteles calcáreos es
extraordinaria... Pero en este caso, lo interesante es. el
rio : no hay ninguno por parte alguna sobre esta monta-
ña, y en cambio salen muchos en la parte baja, en los
desfiladeros de Kakouetta, en el cañón de Hol<;arté...
Queriamos saber de dónde salen y cómo.
- Entonces, ¿ estás satisfecho de tu descubri-'
miento?
- ¿Satisfecho? ¡ Tú dirás!
El atractivo de la espeleología, sin embargo, era
todavía escaso para mí. Recordaba, eso si, la alegre
excitación que me habia invadido al sentir aproximar-
se el momento del descubrimiento del pozo que conduce
a la' sala inferior, Pero de esto a abandonar el cielo,
el sol, las nubes ...
A algunos kilómetros a nuestra izquierda un her-
moso acantilado se alargaba, dibujado en líneas puras
sobre el <Cielo vel-de claro. Ante nosotros, muy cerca-.
no ahora, un mar de nieblas. Apresurábamos el paso,
impelidos por el deseo de llegar al pueblo de Sainte
Engráce antes de la noche. Deseo defraudado: nos per-
climas primero en los pastos, debido a la niebla, y en el
bosque después. La obscuridad nos envolvió y una tenue
llovizna se fué tejiendo el nuestro alrededor. Ya no
,sabíamos por donde íbamos, entre aquellos troncos,
aquellos torrentes, aquellas paredes de rocas lívidas ...
Nosotros, que acabábamos ele pasar veinticuatro horas
REGRESO AL SOL SI

en' unas grutas, cargad0s de lámparas, nos habíamos


marchado tan aprisa del campamento que no nos ha-
bíamos llevado ninguna _otra fuente de luz que una
caja de fósforos.
La fatiga me embrutecía. ¡Estaba muy lejos de pen-
sar en este momento cuál sería el lugar en el que podría
resurgir el río subterráneo t Dormir, dormir..- Estába-
mos calados y sentíamos correr el agua fria a lo largo
ele la espalda, encharcarse un momento en el hueco de
la cintura y fluir de pronto sobre los rinones y los
muslos.
- ¡ Marcel, no pueelo más! Yo me echo a dormir.
Mañana por la manana se verá mejor.
- No, hombre, no ... Dentro de poco llegaremos.
Nunca he sabido si creía verdaderal11.ente que íba-
mos a llegar pronto o si era una pura frase de aliento.
Me la repitió media docena de veces y luego, "llega-
mos". A medianoch~ estábamos en Sainte Engrace.
Hacía dos semanas que nuestro coche dormía en casa
del párroco, el úníco garaje disponible.
-- ¿ Le despertamos?
- j Claro .que le despertamos!
El buen parroco no dormía y nos recibió con toda
la cordialidad vasca, hasta el punto de que cuando cogí
el volante y puse el coche en marcha por la estrecha
y serpenteante carretera, crei prudente ir "en segun-
da". Loubens, riendo, me daba la razón.
- ¡ No, no, por favor, no 'cambíes la marcha: so-
bre todo quédate en segunda!
Llegamos ilesos a Lícq hacia la una de la madru-
gada. Al penetrar en la sala del hotel en la cual las
paredes revestidas ele madera obscura relucían suave-
52 L·} SIMA DE PIERRE SAINT-MARTIN

mente, Loubens declaró con su hablar lento y sabroso


de gascón:
- i Sra. Bouchet, como soy 1'ecórdnzon de profun-
didad, desearía una pipérade digna de este nombre y
de nosotros!
y la amable NIargarita Bouchet, a pesar de 10 insó-
lito de ·la hora, nos preparó ul1a píperadc capaz ele des-
trozar el paladar más resistente.
Voiv-eria de buena gana por la. pípéradc - mUr- .,
muré antes de dormirme - . En cuanto a vuestras ca-
vernas. "
***
El otoño y el invierno transcurrieron sin que pen-
sara en la Pierre Saint lVlartin: no he tenido nunca
tiempo disponible para los recuerdos, y la sima no en-
traba en mis proyectos. Ni cuando me estaba asando al
sol junto a una isb. del r.¡Iar Rojo, ni cuando con mis
.compañeros me afanaba repintando el blanco casco de
la "Calipso~' en el horno elel pl1CI'to de Djeddah, en nin-
gún momento sentí la nostalgia de l<ts frescas cuevas
pIrenaIcas.
Luego regresamos a Europa y volví a encontrar a
algunos ele mis compañeros del grupo espe1eológico'
Janssens, Lévi, Cosyns, Loubens. Todos hablaban del
descenso proyectado para el mes de agosto, establecian
el pb.n de ataque, se' ocupaban en reunir el material.
Esta vez se trataba de bajar en grupo suficientemente
numeroso, seis 11 ocho hombres, para explorar en de-
talle la inmensa sab y seguír el curso del río. Para que
esta exploración fuera eficaz, era preciso que el equipo
pucliera llegar al fondo en la mejor forma posible y,
REGRESO AL SOL 53

por consiguiente, que el descenso fuera rápido y cómo-


do a la vez.
Esto exigía un sistema de suspensión y un elevador
superiores a los del primer intento. Del elevador se en-
cargaba 'l\tI,L,( Cosyns. Gracias a Janssens, parte de las
piezas mecánicas serían proporcionadas por una gran
fábrica. En cuanto a la suspensión, Roberto Lévi~ in-
tendente oficial del equipo, amable y tenaz, flaco pero
infatigable, había establecido ya estrecho contacto con
el ministerio del Aire: el mejor tipo de arnés de para-
caidista nos sería prestado.
Poco a poco, a fuerz;a de discutir 105 pmblemas del
equipo y los proyectos ele exploración, sentí renace!' en
1111 un creciente mterés por aquel negro agujero. Me in-
terrogaban sobre la cm-el-na, sondeaban mis recuerdos,
tanto más cuanto que Loubens estaba poco visible en
aquella epoca, ocupado en la pequeña fábrica de papel
y de materia plástica que acababa de montar, que Jac-
kie Ertaud, el segundo hombre que. había descendido
a la sIma, trabajaba sin descanso en las películas traí-
das de nuestro crucero por el Mar ,Rojo con J. Y. Cous-
tean, y que George Lépineux, después de varios me-
ses, había marchado a Tene Adélie a reunirse con la t,
expedición antártica de Franck Liotard.
y así fue como volvÍ... El pretexto, el motÍvo qth~
me di, fue la insuficiencia ele mi reportaje filmado en
la primera exploración y el interés excepcional de la
sima, que merecía ser mejor conocida. En realidad, me
sentía atacado por la pasión del descubrimiento. Y com-
prendí ele qué modo la espeleología absorbe a sus adep-
tos: actua sobre ellos con el más activo de los fermen-
tos: el atractivo de 10 desconocido.
54 LA SIMA DE PIERRE SAINT-MARTIN

Guardando las debidas proporciones, es la misma


pasión que ha lanzado sobre la inmensidad de los océa-
nos a los hombres de Erick el Rojo (1) Y a los de Maga -
llanes, que ha conducido luego a través de hostiles sel-
vas vírgenes a Stanley y Fawcett, y empuja hoy toda-
vía a los exploradores polares o a los alpinistas. Sobre .
la gran exploración de superficie, la de los abismos sub-
terráneos presenta dos ventajas: su campo de acción
es todavía tan nuevo que las posibilidades de descubri-
miento son más innumerables que en el Antártico, los
Andes o el Himalaya y, por otra parte, pasta recorrer· .
algunas decenas, algunos centenares de kilómetros
como maximo, para llegal- a una región calcárea: Ver-
cors, Causses, Jura, Pirineos, Carso italiano o Karst
yugoeslavo, casi al salir de casa. En el período de un
sencillo wedé-end, el espeleólogo podrá experimentar
todas las dificultades, las angustias y las alegrías de
una expedición en un país virgen. La espeleología o la
exploración dominicaL ..
Este atractivo de lo desconocido. y de lo descono-
cido difícil, no se atreve mucho, sin embargo. a maní··
festarse como tal. En todos los tiempos se ha refugiado
detrás de móviles mas admisibles; razones económiCas,
objetivos científi·cos... Quiero creer que fllé el cebo de
las riquezas fabulosas lo que arrastraba mar adentro
a los navegantes de Cartago o de Cádiz, a Marco Polo
a las estepas o los desiertos del Asia Central, a los
exploradores a los montes del Perú o a las selvas del
Congo.
Éste era al menos el motivo confesado: pero 10 que

(l) Rey escandinavo que descubrió Groenlandia.


REGRESO AL SOL 55
ardía en el fondo de ellos mismos, ¿ no era acaso la
embriaguez del contacto con lo desconocido?
También la espeleologia pone en evidencia unos ob-
jetivos de orden utilitario, incluso estratégico. No se
atreve a confesar su simple amor de lo desconocido
revelado, del riesgo corrido, de las dificultades supe-
radas. Lo mismo que el alpinismo de los primeros tiem-
pos. se reviste de apariencias científicas. Y en realidad
es apasionante, hallar en el fondo de las simas y las
galerías subterráneas, algún indicio sobre la pedal-a-
ción de la corteza terrestre, descubrir vestigios de la
humanidad primitiva y de animales desaparecidos, in-
tentar penetrar el misterio de los rayos cósmicos o es-
tudiarla biología de los cavernícolas ... Pero no creo
que nadie se haya hecho espeleólogo por razones seme-
jantes. En cambio, más de un espeleólogo venido del
deporte a la ciencia, ha sentido crecer en él la curiosi-
dad de ese lTIundo extraño, en el cual sólo la afición a
la acción le había introducido.
No sé cómo se reclutan los otros grupos espeleoló-
gicos, pero el de la Pierre Saint Martin se compone de
gente de diferentes profesiones y nacionalidades. Hay
que decir que nuestro equipo es un poco como aquel
cuchillo, al que le han sido cambiadas sucesivamente las
hojas y el mango, pero que sigue siendo el mismo cu-
chillo. Desde que Cosyns e,.,:plora este macizo calcáreo
en la frontera del Pais Vasco y el Béarn, muchos com-
pañeros de equipo se han ido sucediendo_ Ha habido
ingleses, italianos, belgas y franseses, pero el espiritu
se ha comunicado de unos a otros. Entre los miembros
del equipo actual, algunos vienen del Doubs, otros de
la Haute Garonne, otros incluso de la Haute Sa6ne,
56 L.! SBU DE PIE/(J<E SAINT-.IIARTI.

algunos de B':lgic<l. sin oh-idar París: todos e reúnen


a principio de ag-osto en Licq Aftherey, en los Bajo
Pirineo". El estar ¡¡, í, desparramado , no facilita la
preparación y la puesta en marcha de las c.xpedicione, .. '
A medida que avanzaba la primavera e iban ultiman-
<:0 los detalles. El de\'ildor había ,ido dibujado y GlI-
culado por _lax Co yns, Debía accionar e, no ya caml)
daño precedent por el mú culo humano, sino por me-
tlio de un motor eléctrico alimentado por un grupo elec
trógeno, Su construcción se llevó a cabo en Bruselas.
bajo la v'gilancia de su im'entor, En principio tenia
que bajar un hombre en media hora al fondo de lo,
treo cientos cincuenta metros de pozo vertical. A e ta
velocidad una cadencia de cuatro. inclu o de ,ei des-
censos por día, podían ser calrulado . lo que permitiría
I're\'er un número uficiente de (,<¡uipo, fre.co en el
fondo :i unos rele\'o fáciles,
Cada hombre bajaría con cincuenta o e enta kilo-
~ramo de material: material de campamento, de na-
\'egación, de zambullida , e caleras, cuerdas, y un cam-
pamento de base sería establecido en la parte baja de
la sala Elisabeth Casteret, hacia lo quinientos m tras
de profundidad, en la playa de guijarro que Loubens
no' había dicho que existía en la orilla del río dc<cu-
bierto por él.
En cuanto a Roberto Lévi, a mi pa o por Parí:. le
encontraba iempre negociando con industriales o co-
merciantes, pré 'tamos de material, donativo de vÍ\'e-
res o de equipo. Desde los dos años que hace que I
conozco, no le veo en plena accíón, en plena euforia,
más que durante las semanas que preceden a la reunión
del equipo
Ca:nHlu tic K:t1w I 'IIn. (.\1 pie lit, frl" lo' '1'1·1, agosto 11151.)
Loub '11 n'Jll a u '.1 '11 \ ... U .Irn

., aulllr ... lq'lipa IJar:! I l· cco. ti.


REGRESO Al. SOL

Gracia. a él obtul"imos un material moderno de su.-


pensión paracaidista, monos y chaquetas impermeables.
excelentes cascos, canoa neumáticas, cocinilla de bu-
tano, tiendas dc campaña )' nucvo vívercs en cantidad,
desdc el zumo de fruta basta la galleta de mantcquilla.
Esto no ólo nos aborraba dinero, del que no nos so-
braba mucho, sino que además dejaba pre\-er un des-
cen o y una e tancia en el fondo bastante confortable..
Esta comodidad no podía dejar de contribuir :ll éxito
de la aventura.
El material y las promcsa dc material se acumula-
ban, y las esperanzas de éxito aumentaban in c~_ar.
El primer punto, en seguida que cinco hombres hubic-
ran llegado al fondo del gran pozo vcrtical, ería hajar
a arreglar el paso que conduce a la sala inferior y trans-
portar hasta la orilla del ríq lo necesario para montar
un campamento de ba e obre la playa. Durante e te
ticmpo. utro componentes del equipo debían reunirse
a !J. vanguardia y la exploracíón _c dc arrollaría en-
tonces, por una parte, alrededor de \'a tas sala y, por
otra, a lo largo del curso del agua. Tanto tiempo CQm n
esto ft¡era posible se seguiría una u otra de las orillas
rocosas; lucgo, las canoas neumáticas permitirían na-
"egar por la superficie; las escalera Aexibles, bajar la
cascada -; las "escafandras Cousteau" franquear lo
sifones. e tos túneles inundados en los cuales el agua
llega hasta las bÓ,·edas. En fin, sí todo iba bien e po-
dría. vol\-er a salir de la montaña en alguna parte al
fondo de los desfiladeros de Kakouetta, mil quinientos
metros más abajo, seis kilómetros más lejos.
Geológicamente, la cosa era posible, pues parecía
que esta gruesa "torta" calcárea reposaba, según un
58 LA SIlVIA DE PIERRE SAINT-MARTIN

plano inclinado, sobre una base de esquistos impermea-


bles. En este plano inferior, los numerosos hilillos de
agua que se filtraban a través ,de la roca calcárea al
unirse formaban ríos, y volvian a salir a la luz en el
lugar en donde afloraba el contacto esquistocalcáreo, o
sea en el fondo de los desfiladeros antedíchos.
- Eres l11uy optimista - observaba Labeyrie,
escuchar mis lucubraciones.
Pero a pesar de los esfuerzos de Lévi, quedaban
todavía muchos gastos por cubrir.,. Recurrimos a un
expedíente clásico: vender por anticipado a un diario
el relato de nuestras impresiones y de nuestras aven-'
turas. Tratamos el asunto por teléfono y el precio fija-
do por Léví fué aceptado sin vacilar.
En el Ministerio del Aire pasamos muchas horas
discutiendo con amables técnicos, sob¡'e la calidad de los
arneses de paracaidista y la seguridad de sus argollas.
Acabamos por elegir el modelo que nos pareció mejor
y Lévi y yo, uno ligero y el otro pesado, fuimos suspen-
didos, por turno, a un pórtico. Este sillin hecho de cin-
chas y de nylón nos pareció incomparablemente más
cómodo que el insoportable arnés del año precedcnte, al
que tanto habiamos maldecido en el curso de las horas,
un poco demasiado largas, que permanecimos suspen-
didos en el. interminable pozo, durante las cuales, poco
a poco, nuestras piernas, después de entumecerse, pare-
cían haberse osificado,
A principios de agosto atravesaba toda Francia, ca-
mino de los Pirineos. En el transcurso de este viaje
senti por primera vez una aprensión muy ligera al pen-
sar en nuestra empresa. Resulta muy fácil hablar "des-
pués" ele las intuiciones que se han tenido "antes", Sin
REGRESO AL SOL 59

embargo, es un hecho: me sorpre.ndí varias veces pa-


sando revista a mis compañeros de equipo y sopesando
cuál de los once causaría menos pesar si quedaba en el
fondo de la sima...
HEres idiota - me dije - . El cansancio te da ideas
fúnebres. "
Volví a hallar, encajado entre sus altas grupas casi
excesivamente verdes, al valle de Saison, las blancas
~asitas vascas, diseminadas C01110 juguetes d'e N urem-
berg en medio de los prados, la estrecha y serpenteante
carretera y por fin Licq, agazapado en un recodo del
valle, con el Hotel ele los Turistas, tradicional lugar de
cita de los espeleólogos que desde hace cerca de treinta
años se re~111en allí antes de dispersarse hacia las pro-
fundidades' de la reg-ión. Pensaba en el clásico Hotel
Seiler de Zermatt ele antes del 1900, en el que simpá-
tícos pl"opietarios, más amigos que hoteleros, tomaban
parte en las esperanz8.s, en las alegrías y en los desen-
gaños de los \iVhymper y los MU111mery. Del mismo
modo, volvíamos a encontrar aquí. con placer no disi-
mulado, los rostros abiertos y acogedores de la familia
Bouchet.
Durante dos días, en espera de que todos los miem-
bros del equipo fueran llegando, formamos una rui-
dosa reunión en torno a la mesa del centro del co-
medor.
.Hacía U110S tres días que Lévi estaba allí, marcan-
do el·material y almacenándolo en una gtanja. Todo
debía ser transportado a lomos de mula al collado de la
PieHe Saint-Martin y se preparaban las cargas, Tien-
das, escaleras, conservas, cuerdas, ropa, zumos de f ru-
ta, neumáticos, galletas, antorchas de mag11esio, pelícu-
60 LA SIMA DE PlERRE SAINT-MARTlN

las, clavijas, legumbres secas, herramientas,


café, té, mosquetones, azúcar, sal, cocinillas, pasta
chocolate eran meticulosamente dispuestos en una
pecie de largos cilindros hechos de una delgada
de madera que se cerraba con una tapa del mismo ma-
terial y que Pierre Accoce, el periodista que se había
convertído en un compañero para nosotros,
con un número de orden.
El año anterior, una nube de representantes de los
periódicos más diversos habia caido sobre nosotros, allí
arriba, en el 'ifi<JaC que compartíamos con los pastores,
De momento no comprendimos a qué obedecía aquella
invasión, pero luego nos dimos q¡enta por fin de lo que
les había atraído' era el rumor de que podía ser batído
un "record del mundo". Confesémoslo, esta noción mis-
ma de rcco:rd de profundidad no tiene más que un in-
terés muy relatívo: un día u otro, si las circunstancias
naturales 10 permiten, se descenderá sin' dificultades'
particulares a más de mil o de mil quínientos metros:
todo depende de la configuración de los pozos. En cam~
bio, existen gran número de simas extraordinariamente
duras de vencer que no tíenen una profundidad supe-
rior a los trescientos o cuatrocientos metros. Pero nos'
hallábamos en el mes de agosto, estación de las serpien-
tes de mar. .. Reporteros, amigos míos, dejadme que os
diga que la espeleología tiene más valor que una ser-
piente de mar.
En 1952, Lícq víó surgir, desde antes de nuestra
marcha al collado, dos reporteros, uno de extrema iz-
quierda y otro de extrema derecha. Se entendían como
buenos compañeros y creo incluso que se comunicaban
las informaciones. Informaciones es mucho decir... No
REGRESO AL SOL ó¡

había gran cosa que relatar sino que se empaquetaba,


se hacían listas; que Labeyrie, prudente como siempre,
probaba las cuerdas. Después de sujetarlas por un ex-
tremo al Jec p de Sauveur Bouchet, las hacia pasar por
encima de una viga colocada a gran altura y ataba en
el otro extremo un tonel de 200 litros lleno de arena.
Entre las cuerdas viejas guardadas por· Léví, muy po-
cas fueron las que soportaron la prueba...
El elevador no estaba todavía allí. Venia por carre-
tera, traído desde Bruselas sobre dos coches, por Max
Cosyns y Jimmy Théoclor. Mientras lo esperábamos,
tuvimos un día ele descanso. Sólo trabajó Leví, discu-
,tienelo c0n los arrieros ele Saínte Engrace y de Arette,
sobre el transporte de nuestro equipaje.
Aquella jornada de venlaelero reposo fi.lé agrada-
ble. Haclél meses que no habia conocido nínguna seme-
jante. Durante horas pasamos el rato en una pradera,
CO~l Labeyríc, lanzando el elisco. Las bondadosas vac<1.S
vascas, sorprendidas en el primer momento, se resig-
naron en seguida y fueron a pacer en el fondo del cam-
po, entre un nlllrete de piedra seca y una valla de ar-
bustos. Al disco sucedió la jabalina. Fué Gllillatune
Bouchet quien nos la proporcionó, pues diez años an-
tes casi estuvo a punto de alcanzar el -rccord de FI"an-
cía, y un record de jabalina es, a mi entender, algo mas
serio que un 1"ccord de profundidad ...
Mientras nos ejercitábamos bajo la burlona mi-
rada de la juventud pueblerina, llegó un cabnólct des-
capotable cuyo conductor empezó a lanzar alegres
aullidos mientras agitaba los brazos. í Sólo por el
acento ya hubiéramos reconocído a Loubens! En se-
guida se remiió con nosotros, se despojó de la camisa,
62 LA SIMA DE PIERRE' SAINT-l1;IARTIN

se informé de la técnica del juego, y con toda su ener-


gía proyectó el disco directamente sobre una boñiga
vaca ...
Las llegadas se sucedían: el doctor André Maírey,.
de cabellos rizados y amable y sutil sonrisa; Jirnmy',
Théodor, (Iue nos traía de Bruselas el elevador eléctri..,
ca. ¿ Jimmy ? Un veterano del equipo que no había
dido ser de los nuestros en 1951. Luego, Ma.'\: Cosyns,
con el grupo electrógeno y el motor. Con N orbert Cas-
teret, Jean Janssens, André Treuthard y Pierre Louis~
que habían Ilegado la víspera, el equipo estaba casi COlU- .
pleto. N o faltaba más que Occhialini. Como venía
Brasil, un retraso de veinticuatro o de cuarenta y ocho·
horas era naturaL.. '
La subida del elevador, desde los chalets de Arette
hasta el collado de la Pierre Saint-Martill, fué casi una
proeza. Este elevador ultraligero pesaba de todos mo-
dos ciento tres kilos ... Tenía cerca de dos metros de
longitud y la mitad de altura y anchura. Sólo podía
llevarse al collado en caballerÍa, pues el camino no era,
en algunos lugares, más que una escalera natural en
la, roca. El mulo no tenía capacidad para realizar se-
mejante trabajo, se necesitaba un caballo, y un caballo
acostumbrado a la montaña. Este raro animal fué des-
.cubierto por Lévi en Arette, en el valle del Vert, pa-
ralelo al de Saison.
El jeep de Bouchet llevó el material hasta el naci-
miento del río. Hacía un tiempo magnífico: unas' nu-
becitas blancas fiot:1.ban por el cielo, sobre el cual se
dibujaban los montes, verdeantes de bosques y de pas-
tos. Sobre los prados, más verdes aún, se destacaban
algtUlos chalets de troncos y chapas, obscurecidos y pa-·
REGRESO AL SOL
tinados por el tiempo, y unas vacas de un color ocre
claro que pacían tintineando las esquilas.
Allá nos esperaban las mulas y el caballo. Cargar
a las primeras no ofreció ninguna dificultad, pero fué
preciso mucho tiempo y mucha paciencia para colocar
sobre el caballo el embarazoso y frágil elevador. Final-
mente, se sostuvo, pero con un equilibrio bastante in-
estable, y fué necesario que a cada lado del animal ca-
minara un hombre para mantener la máquina en su
sitio durante las cinco horas que duro la subida. Esto
sólo habria supuesto una pequeña molestia si el camino
hubiera sido fácil, pero, desgraciadamente, el sendero
no era muchas veces más que una pista vagamente per-
ceptible en un caos de rocas claras, y los acompañantes
elel elevador tenían que hacer entonces verdaderas acro-
bacias para permaneccr a la altura del caballo, sobre
todo cuando éste, para franquear los repechos, acele-
raba· de pronto la marcha. Fierre Louis, Treuthard y
Lévi se relevaban por babor; por el otro lado, el pro-
pietario del caballo, un joven bearnés rubio, de ojos
azules, realizaba verdaderos prodigios.
Una vez atravesada la zona de bosques, alcanzamoS
los vastos pastos superiores. sembrados de agujeros y
de depresiones del terreno. La caravana se alargaba en
la extensión de k'lS crestas. Bordeamos el e.:'<traordina-
rio caos del Grand Bracas y, después de haber rodeado
la base del pico ele Arias, lmllamos cerca del collado a
nuestros viejos amigos los pastores, a los hermanos
Tantham primero, luego Henri y por fin Vincent La-
grave, llamado el Juez, que debia ser nuestro paciente
y risueño huésped en aquellas árielas regiones.
Este hombre alto, flaco e infatigable, ele ojos pers-
6¡ f." .\1\1./ nF. PlERRF. •. 1/. 7 ;\fLlRT!.V

picaces entre la eterna boina negra y el bigote, era un


huésped muy genero,o que nos dejaba a nue tra COlU-
pleta di. po. ición dos de sus tre "cayolars". Y todavia
eu d tercero, en el cual habitaba, albergaba a dus o tre
má de no ·otros.
Lo días qu~ siguieron e tuvieron llenos de tran-
quila actividad. Una vez montadas las tienda, cada
uno emprendió 'u tarea; se trataba de transportar el
material y de instalar las máquinas.
La cabaña. e.-tilll ituada debajo mi mu de la
crc ta calcárea, al abrigo de lo "¡ento del norte. Una
pendiente muy rápida de piedra y de hierba rasa des-
ciende ha la un \'alJecito, do ciento: metro má' abajo.
.\ media pendiente hay un fa o de uno diez metros en
la pared del cual, como tina ,-entalla. e abre la eutrada
de b. sima.
Puco a poco, el ele"ador, el motor, el grnpo electró-
geno, la e caleras. el cemento. se hallaron al borde de
la sima.
El elc"ador tenía nn aspecto magnífico: acero mate,
poleas relucientes, ~no y de magnífica da e. Por su me-
canismo de precisión era objeto de todos los cuidados,
de toda la atenciones. Cuando f ué preciso bajarlo en
brazos de de el c liado, todo el llIundo quiso ayudar:
doce pare de brazo, algunos vigoro os, otros no tan-
to. 'e apoderar n de la percha de haya a la cual estaba
. ujeta la máquina, y todos lo hombre'. de frente de -
ceudieron la pendiente paso a pa o.
Cosyn' no permitió que nadie má' que él di pusiera.
una por una, y a:egurara con cemento, la. piedras que
debían formar la bao e. Fué una tarea minuciosa que le
ocupó má de un día. Luego. cuando el cemento se hubo
uh n hah.', la ('a\ id:,,1.
¡j nlnda de J ¡lOa.
REGRESO AL SOL
endurecido por fin. el quintal de acero trabajado fué
levantado por seis o siete hombres y cuidadosamente
colocado sobre este zócalo.
Una cincuentena de metros má' arriba, en el hue-
co de otra cavidad. Pierre Louis, JinU11Y, lIairey y
Treuthard. después de traer la diferentes piezas, las
montaron y pusieron a punto de marcha el grupo elec-
trógeno. Gna linea fué tendida de allí hasta el ele"a-
dor. Un pino muerto y retorcido sirvió de poste.
El motor eléctrico dcIJía accionar la máquina por
medio de un árbol de más de un metro de longitud.
Ajustar tod este conjunto !leyó mucho tiempo. En pie
sobre la cornisas calcáreas que e de tacaban sobre
la yerde hierba con su grisácea blancura, ~larccl, Jim-
my y yo admirábamos el trabajo de los mecánicos.
- Un elevador eléctrico - dijo Loubens - hará el
descenso mucho más agradable.
- Técnicamente, bastará media hora para llegar al
fondo - añadió Jimmy.
- i Media hora solamente y con un arnés de una
comodidad incomparable! - observé yo.
- Con este equipo - prosiguió Marcel-. la ex-
ploración del pozo se ha convertido en una simple for-
malidad ... i 'i no hallamo dificultades en el fondo, no
será más que un paseo en ascensor!
En una de las cabañas, nuestro gran intendente ha-
bía <tcabado de presidir la clasificación de las cuerdas,
escalas, lámparas, escafandras y camas neumática..
Este material bien ordenado era tan impresionante como
un arsenal antes de la batalla.
El segundo "cayolar" había yi~to alinearse las ca-
jas de macarrones y las latas de sardinas. los cestos de
5
66 LA SIAIA DE PIERKB SAINT-lvIARTIN

cebollas y pimientos, las cajas de htlevos, los ",-';_c.co


de galletas y bizcochos, En las vigas, ennegrecidas
el humo de muchos años, quedaron suspendidos dos
manes y el tocino, Y el antiguo hogar hecho con algu-
nas piedras llanas se maravilló ante un moderno
azul, limpio y reluciente.

Los días transcurrieron. Ya no quedaba más


bajo que para los encargados del rancho y los UlC:Lal1l-
cos; Píerre Louis, delgado, enjuto, un poco pnrn,rv"r1"
de mirada viva y dulce a la vez bajo su gorra de
caqui con la visera levantada, trabajaba pacientt~m'cnte.
con sus hábiles manos, dirigido por Max Cosyns. Éste,
callado y con aire distraido cuando no miraba a su ele-
vador, secomia literalmente a la máquina con los
inclinando hacia ella su largo torso y largo rostro.
André Mairey habia agrupado sus m'cdicame:nbas;
StlS drogas, sus vendas y sus instrumentos. Como todos
nosotros, tenia prisa por bajar a la sima y esperaba con
impaciencia que todo estuviera dispuesto para que em-
pezara la verdadera e.."pedición.
Se discutia un poco, por pequeños grupos. ¿ En qué
orden se efectuaría el descenso? Debia darse preferen-
cia a los que no habian podido penetrar en la sima
año anterioL Cada uno a su vez, es natura!. Pero tamc
bién era preciso que el primero fuera un hombre
perfectas condiciones físicas y morales, que contara.
con una gran experiencia de espeleólogo.
Por fin pudieron empezarse los ensayos. Loubens,
que hubiera tenido que ser el último en bajar al fondo,
se propuso para esta prueba preliminar del material y
equipó . casco impresionante de píloto de avión de reac-
REGRESO AL SOL 67

ción, arnés de paracaidista de nylón caqui, una lámpara


en la f rente, otra en el pecho, la mochila en la espalda,
martillo, clavijas y mosquetones en la cintura.
Mientras yo ayudaba a Marcel a colocarse sus com-
plicados arreos, tres o cuatro reporteros gráficos toma-
ban fotografías. Uno de ellos, casi arrodillado, se adelan-
taba hacia él armado con su máquina como si pretendiera
ametrallarle. Marcel esbozaba una sonrisa cortés. Lue-
go, la sonrisa se borraba, dejando lugar a esa gravedad
que impregna siempre el rostro de los más audaces, de
los más aguerridos, en el momento en que van a entre-
garse, una vez mas, a las tinieblas. Tendido oblicua-
mente en la cavidad, entre el elevador y la polea colo-
cada en el orificio de la sima, el delg'ado cable centell~a­
ba al sol. Habia ligeras nubes en el cielo, y unos corde-
ros, como suspendidos encima del acantilado, semeja-
ban también ligeras nubes. Todo hablaba de luz y de
vida, y parecía extraño pensar en el mundo subterráneo.
- El perllnetro de seguridad - ordenó Cosyns,
bajo el toldo en donde estaba sentado junto al elevador.
y Norbert Casteret, con una expresión maliciosa
en su rostro de viejo pastor, se pl1soa rodear toda la
cavidad con una larga cuerda... que periodistas y cu-
riosos saltaron en seguida con desenvoltura.
Mi madre, al subir de Sainte Engrace aquella mis-
ma mañana, habia cogido en los pastos algunos clave-
les de pastor; se los tendió a Loubens, que se los puso
sobre el pecho, murmurando con una sonrisa, que no era
para los fotógrafos:
-Abrace a mi hijo.
En el curso de este primer ensayo, Loubens tenia
por misión colocar un "diávolo", una especie de polea
68 LA SIMA DE PIERRE SAINT-MARTIN

muy ancha, en un punto que habíamos localizado el


anterior hacía - 80 m., donde el cable de suspensión
zaba la roca y había marcado ya en ella una hendichlra
de ·casi un centímetro.
El motor eléctrico no había podido ser
todavía y el elevador tenía que moverse a mano:
grandes manivelas, accionada cada una por un homllre.
El mecanismo soportó perfectamente esta nrlme,'o
prueba, y Loubens también, aunque tuvo que
cinco horas en el pozo, excavando con el buril en
pared calcárea, los cuatro agujeros de fijación de
clavijas a las cuales debía aferrarse el diávolo. No
taba cansado 10 más mínímo cuando reapareció a la
superficie, con las pupilas extremadamente
como las tienen siempre los hombres que salen de
obscuridad.
- i Qué rOca tan dura! - Su acento de Toulouse
resonaba alegremente - . ¡ Pero cuánta agua hay
,año! He oído la cascada desde los - 90 m., y el año pa-
sado no se oia hasta los - 1-50 m.
Bueno, todo habia ido bien. Menos dos ligeros
cidentes en el elevador: uno en el descenso y otro en
subida. Todo quedó reparado bastante
Los descensos verdaderos podrían empezar al día
guiente.
¿ Quién sería el primero en bajar.? El segundo
que ser forzosamente yo, por mi misión de Ulle",
pues tenia que estar presente en el fondo durante toda
la exploración, pero quería que alguien me precediera
en la primera sala, la sala LépinetL'<:, y encendiese una
potente antorcha para poder filmar a esta luz, mien-
tras girase en el vacio de los últímos cien metros,
REGRESO AL SOL

el alucinante desfile de las paredes y las bóvedas.


Pasamos revista a los muchachos del equípo: entre
los que reunían las condiciones requeridas, quiso la
suerte que el más calificado fuera una vez más Marcel
Loubens.
Satisfecho de su suerte, L01.1bellS se equípó, cerró
su mochila y bajó por la escala ele cuerda hasta el fon-
do ele la cavidad.
Un reportero de actualidades le filmaba míentras le
colocaban en el arnés la argolla del extremo del cable.
- Dejadme un poco ele cuerda, por f<;Lvor.
Marce1 introdujo su cabeza en el grueso casco blan-
co, ajustó a sus orejas los auriculares que estaban i11-
cluídos en él y se pUoSO al cuello los discos del larin-
gofono.
- ¡Preparado!
Se deslizó por la estrecha abertura, asiéndose con
las manos al gato enclavado de través, sobre el cual
estaba colocada la polea. Luego, se dejó resbalar hasta
quedar suspendido por los brazos.
- Dejadme bajar un poco.
Casteret y COSY11S, en las "manivelas", soltaron
cuerda.
- j Altol
Marcel estaba en pie sobre el rellano natural, tres
metros más abajo de la entrada.
- Dadme los paquetes.
Jimmy y Mairey habían atado los dos pesados /út-
bags repletos de material a una cuerda de alpinismo.
Uno después ele otro fueron bajados hasta Loubens. Se
oyó el chasquido de los mosquetones.
Marce! deshIZO los nudos.
70 LA SV.JA DE PIERRE SAINT-kIARTIN

- Ya estoy preparado. Eaj adl11e. Hasta la


chicos.
El cable se puso silenciosamente en marcha.
nadas sobre las negras profundidades, de las que
un soplo f río, mirábamos disminuir el punto
de la pequeña lámpara.
Como el elevador no funcionaba todavía con
sino a fuerza de brazos, se necesitó una hora y .",_u."",;
para que Loubens alcanzara el fondo, pero no nrllr'nn
ningún incidente notable.
Desde abajo telefoneo que había encontrado el
tedal' tal como 10 habíamos dejado el año anterior:
bobina de cuatrocientos metros de hilo telefónico, cajas
ele chocolate, ele café, de alcohol solidificado.
Mientras izaban el cable me equipé a mi vez: ropa'
interior de lana, camisa y jersey ligero de lana, panta-,
Ión, mono de hilo y encima otro mono impermeable. Me"
calcé y me puse el casco especial. Mis lámparas esta-
ban revisadas, con pilas nuevas. Bajamos a la cavidad.
Los compañeros estaban satisfechos, todo iba estupen-
damente.
Ante la entrada ele la sima estábamos reunidas 10
menos diez personas. El cable habia subido ya casi por,
completo, era el momento' de colocarse el arnés.
Unos minutos todavía y la e,.-...;:tremidad del cable apa-
reció. Jimmy 10 cogió, me 10 acercó y colgó en él el
mosquetón del arnés.
- ¡ Preparado t
Desde el elevador, diez metros más arriba de donde
yo estaba, vino una breve respuesta.
- í Esperad un momento!
Luego:
REGRESQ·AL SOL
- Debemos rectificar un detalle.
Permanecimos esperando.
Mi memoria ha tenido desde entonces curiosas fluc-
tuaciones y hay vacíos que no consigo llenar. Recuerdo
solamente que todo, en el fondo de la cavidad, trans-
curría en un ambiente agradable. Norbert Casteret, hu-
morista como siempre, Jiml11y y Mairey desbordantes
de buen humor.
Transcurrió casi una hora. Bajo el mono de caucho
se formaba una condensación que no resultaba muy
agradable. Seguíamos ignorando qué manipulaban los
del elevador...
Este elevador era, desde el primer momento, una
especie de objeto sagrado. No podía bromearse sobre él.
- Vaya usted, Casteret - murmuró Mairey-,
A usted no se atreverán a fulminarle con los ojos.
Algunos minutos después, nuestro amigo me hacia
señas de que podía despojarme de mis ropas y efectos
de exploración.
Creo que esto ocurría hacia las dos de la tarde. Mi
descenso no empezó hasta las diez de la noche. El tam-
bor del elevador, sobre el cual se arrollaba el cable, se
habí~ atascado al izarlo y no había sido fácil hallar
remedio a esta importante avería. Pierre Louis y M<L""\:
Cosyns trabajaron sin tregua y por fin pude equiparme
de nuevo. La noche había sobrevenido y con ella una
fina lluvia. André Treuthard y Jimmy permanecieron
a mi lado para ayudarme, mientras los demás se iban
a acostar. El ambiente causaba una impresión más bien
lúgubre.
Abandonando sin pena aquel negro y mojado mun-
do, me deslicé a mi vez hasta el rellano. Mis compañe- .
j.? L.1 snu IJI" PlHRJW S.1f.\T-.\f.JRTI.V

ros hicieron llegar hasta mí con la cuerda los dos lar-


gos y pesados k-it·bags. Los colgué, liberé la cuerda
y me despedí dc André y de Jimmy...
El elevador era accionado por Louis y Cosyn~, y
fué con este último con quien permanecí en comunica-
ción. :1'10 con.igo recordar bien este descenso en el mo-
mento en que escribo e -tas líneas. Tal vez me siento
demasiado fatigado todavía: no hace más que un mes
(lue he vuelto a alir, y no ha sido precisamente un mes
de reposo ...
Ante mis ojos desfilaron inmensas parede' vertica-
les, brillantes de humedad que a mí me parecieron ki-
lómetros de pozo. De vez Ct1 cuando, rompiendo esta
l' 'rtigínosa y li,;a uniformidad, alguna cornisa, alguna
estrecha terraza. A veces unas láminas calcáreas, de
uno diez a veinte centímetros de anchura, formaban
amplías desplomes separados por chimeneas. Esta sima,
este túnel vertical, tiene a veces una sección casi circu-
lar de quínce, de treinta, de cuarenta metros de diáme-
tro, otras, al contrario, se pre enta como una hendidu-
ra prodigiosamente ensanchada que por un lado se ter-
mina en una estrechez vertical de impenetrable obscu-
ridad y por el otro queda cortada por una muralla per-
pendicular completamente lisa: superficie de falla o de
diac1asa. Otras veces el tubo se estrecha y la lámpara
revela la roca alrededor de! que baja, cerca, muy cerca
inclu o. En cambio otras veces el abismo se ensancha
hasta ca i disolverse en la obscuridad.
Al llegar más o menos a la mitad, se penetra en
la "cascada". A pesar de lo anunciado por Loubens, no
era mucho más fuerte que en 1951. Imaginaos senci-
lla1l1tnte un grifo completamente abierto. Era como una
Lou.bcns aterriza.
El l'lIIl1Jl:IlIl nln 11 :UlI nwlr(ls .1" ¡.¡rnfundirla,1 t'I 12 ti· lIRlIln ch' l!l:i:!.
¡, ~ ,RL o .1L 1. 7

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Jl1 d ) n.

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d' hah r

n HU -
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C,APlTULOIV

EXPLORACIONES

A L día siguiente, M.arcel Loubens y yo, volvíamos


1"-\ a sublr penosamente los últimos metros de la
-"- -'- empinada cuesta de rocalla que conducia al
campamento.
La jornada había sido dura. Desde las nueve de la
mañana hasta las siete de la tarde habíamos vuelto a
seguir, metro por metro, la pared de la inmensa sala
ovalada, la caverna que descubrimos el año anterior y
que Loubells, después de haberla recorrido solitaria-
mente, habia bautizado con el nombre de sala Elisa-
beth Casteret.
Buscábamos pacientemente algún agujero, algún
pasadizo, para salir de esta sala y ganar profundidad
para alcanzar una red de galerías y de salas descono-
cidas todavia... Nuestras lámparas registraban las mu-
rallas, los rincones. Nuestros oidos acechaban el lejano
rumor de un torrente nocturno. Hasta la piel de nues-
tro rostro esperaba la reveladora corriente de aire de
un respiradero abierto sobre nuevas profundidades.
Avanzábamos muy lentamente, escalando piedras
altas como casas. La lámpara que llevábamos colgada
76 LA SIMA DE PIERRE SAINT-MARTIN

del cuello iluminaba planos, aristas, hendiduras. Al


gar a la cima de algún montón de rocas nuestra 111''':''':,1,::',,, ,"'"
se sumergía en la obscurídad y era preciso bajar
vez prudentemente para no torcernos el tobillo o
pernos las tibias. De vez en cuando uno de nosotros, ~,.' ",', I

apretaba el botón de su poderosa antorcha y el


haz de luz barría la inmensa obscuridad, chocando,
y acullá, con una pared, una bóveda surgida de la nada;
un caos de rocas amontonadas.
Nuestra inspección había sido desalentadora: nin-
gún pozo, ningún orificío que condujera a los niveles
inferiores ...
Solamente en la bóveda se adivinaban dos o tres
tragaluces, que se abrían seguramente"sobre símas cer-
canas.
Habíamos intentado también seguir el río, o mejor'
dicho el arroyo, que se deslizaba entre los enormes blo-
,ques amontonados en el fondo de la' sala, pero tam-
bién allí nos habíamos encontrado en un callejón sín
salida; el agua desaparecía en un sifón tan estrecho
que hacía imposible pensar en una zambullida: En
cuanto a la playa que Mar.cel, debido a su fatiga, ha-
bía creído ver allí el año anterior, era inexistente: en
toda la sala no se veía el menor espacio llano para po-
cIer acampar.
N o fué hasta las siete de la noche, en el momento
en que, para ser puntuales con la cita fijada por la ma-
ñana con nuestros compañeros, teníamos que abandonar
esta tarea dura y enardecedora a la vez, cuando halla-
mos por fin la entrada ele un pozo: las piedras que arro-
jábamos en él rebotaban y, caían durante largos segun-
dos con resonancias que denotaban la profundidad. CoI-
EXPLORACIONES 77
gar una escala, iniciar un descenso hacia una posible
victoria ... Naturalmente, pero era tarde... -'\.S1 es que,
.a pesar de este hallazgo hecho tn cxtre¡ms, ele esta es-
peranza, la atmósfera seguía siendo pesimista.
- Lo más dramático de todo esto - murmuré-
son esos artículos que hay que escribir. ¿ Qué es 10 que
puedo relatar en ellos, me pregunto yo?
El campamento estaba instalado en la primera sala,
hacia los b-escíentos metms de profundidad, sobre una
pequeña terraza de más o menos cuatro metros por cua-
tro' uno ele los poquísimos resaltos re1ativamente hori-
zontales de este mundo inclinado a 40".
Loubens estaba solo én la tienda "Narvik"; mi cama
de campaña, demasiado grande, no cabía en ella. La an-
tevíspera nos habiamos acostado a las dos de la ma-
drugada. La vispera casi a la misma hora: el día había
transcurrido esperando comunicaciones telefónicas, ase-
gurando el descenso y la subida de André Treuthard
que había bajado sesenta kilogramos de material, aguar-
dando todavía junto a los auriculares horas enteras,
ayudando por fin al descenso ele Jacques Labeyrie, ter-
cer miembro del equipo de vanguardia. Este día, fué él
quien se encargó de las comunicaciones telefónicas y ele
las maniobras ele cable.
Después ele subir la escala y los úl'timos metros de
rocalla volvimos a encontrar en el campamento a nues-
tro compañero y con él a Beppo Occhialini, reciente-
mente descendido.
:Mientras Jacques, con habilidad y paciencia cocía
sobre el hornillo de butano unas lentejas sin materia
grasa (no había ninguna en nuestro stock de provisio-
nes alimenticias), Loubells y yo hacíamos el relato de
78 LA SIMA DE PIERRE SAINT-MARTIN

nuestra exploración mientras veíamos apagarse el


tusias1110 en el expresivo rostro de Occhialini ...
Una conversación con Beppo se orienta inevitable-
mente hacia consideraciones filosóficas, consideracion~s
que nos llevaron, una vez más, hasta las primeras horas
de la madrugada.
Nos metimos entonces en nuestros sacos de dormir,
dos hombres en el interior de la tienda, ]acques.y yo
en el exterior. ]acques empezó a silbar un concierto de
Vivaldi y yo me dormí.
Al día siguiente, ante la idea de salir de los calien-
tes sacos de dormir, de ponernos los vestidos húmedos)
de hacer hervir el agua del desayuno, nuestro entusias:.
mo era bastante moderado. Era tarde ya cuando nos."
pusimos en marcha cargados pesadamente. IvIis com-
pañeros transportaban cincuenta kilogramos de fluo-
resceina, yo una veintena de kilogramos de material
cinematográfico; cámaras, antorchas, películas.
Los veinte metros de escala metálica flexible, que
habíamos colocado la ~íspera y que conducían a la sala
Elisabeth Casteret, fueron bajados Tápidamente y nos
encaminamos a través de los enormes bloques hasta el
lugar en donde se perdía el arroyo.
La fll10resceÍna colorea el agua de una manera in-
tensa, y esta coloración se percibe todavía por diluida
que esté, lo que permite conocer dónde resurgen los
cursos de agua subterráneos: Precisamente nna de las
incógnitas fundamentales de nuestro problema espeleo-
lógico era el lugar de reaparíción al aire libre de aquel
río abisal descubierto por Loubens el año precedente.
Uno después de otro hicimos desaparecer varios bi-
dones de diez kilogramos hasta el fondo del embudo \
EXPLORACIONES 79

rocoso de cuatro o cinco metros en el fondo del cual,


,e1 agua aparecia en un recorrido e.."'{tremadamente corto,
Jacques abría los bidones con un destornillador, y los
sumergia rápidamente para que el impalpable polvo rojo
no tuviera tiempo de esparcirse por el aire y hacerlo
irrespirable,
Vista a la luz la fluoresceina es roja, de un hermo-
so rojo bermellón. Una vez disuelta da al agua, por
,transparencia, un maravilloso color de esmeralda.
Espectáculo sensacional: dos hombres, con las pier-
nas muy abiertas sobre el arroyo, manipulaban con sus
manos escarlata los blancos bidones sobre el verde pro-
digioso que fltlÍa hacía abajo y desaparecía bajo los blo-
ques calcáreos.
- ¡ Éste es el momento de hacer una foto en colores!
- me gritó Loubens.
Encendi una antorcha de magnesio, preparé la Lei-
ca... y me di cuenta de que el disparador no funcionaba.
Cuatro días de humedad ha:bian bastado para poner
fuera de combate a la fiel compañera de tantos víajes.
A las seis de la tarde, mientras Occhialini y yo
recogíamos el material, los otros dos hicieron una ex-
ploración hacía una hendidura observada en el trans-
curso de aquellas últimas horas y cuyo corte negruzco
se adivinaba. Media hora más tarde regresaron porta-
dores de noticias: la hendidura era 10 suficientemente
ancha para poder deslizarse por ella. Penetraba en la
roca por espacio de algunos metros, luego torcía en
ángulo recto hacia la derecha. El suelo era primera-
mente llano, después subia rápidamente y de pronto los
detuvo un corte bastante profundo que se perdía en las
.tinieblas, a sus pies.
80 r.A. nr 4 flF. prERI.:F. S.II.\'T-.IrARTT.·

-.'0 1<'n;amo, nada para hacer un "rappcl", pero


hemos creído que seria po ible penetrar en ese espacio
\'olviendo hacia atrá y rodeando un Ll'>que quc nues-
tra hendidura separa de la roca maciza.
En efecto, así era: hallamos la abertura, a la cual
seguía un ancho corredor de rocalla de pendiente Las-
tante pronunciada. Finalmente. un centenar de metros
más abajo, habian alcanzado un punto de de el cual el
rumor de las agua se percibía claramente. Esto per-
mitía e\'itar el sifón que conocíamo y "oh'er a hallar
el curso del torrente.
~Iejor todavía: el lugar en el cual e habían dete-
nido le hahía parecido la entrada de una sala de co-
nocida, a la cual el optimismo de Loubens atribuía vas-
tas proporciones. El prudente Labeyrie no le concedía
má CJue unas dimen 'iones mediana . Fuera lo que fue-
se, e las perspecti\'as nu tentaban terriblemente y úni-
camente el can ancio y lo avanzado de la hora nos in-
clinaron a dejar para el día siguiente la continuación
de la aventura.
- En cuanto a mí - declaró Loubells - ya he di -
frutado la parle CJue me corresponde. Mañana por la
mañana ubiré para que otro pueda pro eguir en mi
lugar.
A í era el bueno de l\larcel... i lo echaríamos mu-
cho de menos cuando hubiera regresado al mundo de
la luz! E a noche su buen humor nos animaba to-
davía.
Lo cuatro nos entíamos felices. Felice' de estar
juntos, de presentir nuevos descubrimientos. Fué nuestra
primera noche completa de dormir bien, de. pués de una
cena re1atÍ\'amente substanciosa de staglu1/i con to-
I.ouhen :I~ utla :. \.1(i~e Trt:clham 3 31€'rriZ:II".
1. I h n (" 'iona la bobina :t - m.
E,' t

mall: el 'lrdin 11 -
n: i(h .

mblar 1

que
82 LA SIlvIA DE PIERRE SAINT-1VIARTIN

- añade esta vez por el laringófono - , ¡ Hablaba coÍl


los compañeros de abajo!
Subimos algunos metros todavia, luego el cable
detiene.
- ¿AIlo, qué ocurre?

- ¿ Una pequeña verificación en el elevador?


no. ¿No será demasiado largo?

- ¿ Cinco minutos apenas? O. K.


Nos sentan10S los tres sobre las nlojadas rocas y
esperamos pacientemente. Un cuarto de hora transcu-
rre, luego media hora... Es preciso aguardar mucho en
espeleología, esto forma parte del oficio. Muchas ve,.
ces en posíciones incómodas, incluso peligrosas. Esta
vez, no; estamos tranquilamente instalados en nuestros
asientos de húmeda piedra.
- Me hubiera gustado quedarme un día más en el
fondo - observa Loubens, algo pesaroso - , Creo que
,esta sala, aunque a ti, Jacques, no te 10 parezca, es gran-
de, muy grande.
- Puede que sí - responde Labeyrie - , puede que'
tengas razón. Pero en realidad no hemos visto nada muy
positivo ...
Labeyrie tiene la prudencia cartesiana que corres-
ponde a un sabio como él.
- Moderemos nuestro entusiasmo. Orden y méto-
do. Si no, será un desbarajuste.
Lollbens insiste.
- Yo "siento" que hay Ulla sala detrás de esto...
Jacques reflexiona un momento.
- Quizá sÍ. Puede que tengas razón... Evidente-
EXPLORACIONES

mente - añade después de un breve silencio - , tú tie-


nes el sentido de la gruta, la percibes mejor que nos-
otros.
El sentido de la gruta es, como el sentido de la
montaña, del desierto, del mar. Es posible que un don
innato sea necesario. Una larga práctica, la experien-
cia acumulada, el espirítu de observación, sólo pueden
agudizar esa percepción casi intuitiva. Marcel Loubens,
desde la edad de diecisiete años hasta la de veintinue-
ve, había e.,"'(plorado caverna tras caverna, sima tras
sima, iniciado, pilotado, por el mas experImentado, el
más perspicaz de los espeleólogos, N orbert Casteret...
- Si - prosiguió Loubens - , creo que esto conti-
núa. y no me extrañaria que el agua fuera más abun-
dante que la que ya conocemos.
- Como kilowatios tendria. mucha importancia-
dije.
- j Ya lo creo!
La vispera, Jacques Labeyrie habia dejado estallar
ya un repentino entusIasmo al acercarse al aHOYO en el
que debiamos disolver la fluoresceina.
- j Caramba! j Esto es fantástico!
- ¿El qué?
-- Espera... Un metro por segundo, dos metros de
ancho con una profundidad de... una profundidad...
digamos de cíncuenta centímetros de promedio. Esto
sena...
Las cifras vuelan rápidas, claramente articuladas
con la perfecta dicción que caracteriza a Labeyrie.
- .. , Treinta millones de metros cúbicos por año,
por lo menos. En realidad hay más, pues debe de ser
visiblemente el periodo de e~tiaje, no hay más que ob-
84 LA SIMA DE PIERRE SAINT-MARTlN,

servar el nivel de la arcilla, muchos metros más


del punto en que nos hallamos. Creo que regularizando
el suministro, lo que no sería muy difícil en salas como
ésta, se podría contar con cien millones de metros cú-·
bicos por lo menos.
Labeyrie se detiene, mirándonos con una alegre in-
tensidad, con los ojos centelleantes de un entusiasmo al
que se podría denominar técnico.
- Habría que perforar un túnel, una galería ho-
rizontal a partir del flanco de la montaña. No se nece- .
sitaria mucho, tal vez doscientos metros...
- Tresciell~os - digo prudentemente. ,
- Bueno, trescientos: horizontalmente se debe ha-
ber pasado ya, de sobra, el aplomo del Soum de Leche.
Más allá la pendiente es rápida, y no debemos estar
muy lejos de ella. Trescientos metros, a un millón el
metro, nunca serán más que trescientos millones. Una
vez fuera se ~ncierra el agua en una tuberia y se man-
da al valle de Líeq o de Arette.
- Pertenece al municipio de Arette.
- Vaya por Arette. Aqui estamos a unos mil dos-
cíentos metros de altura, .y Arette debe de estar a qui-
nientos: setecientos metros de salto. Transformemos
esto en kilowatios, amigtútos, y los kilowatios en
francos ...
Rehicimos los cálculos. Unos cálculos aproximados,
ciertamente, pero minuciosos y voluntariamente despro-
vistos de optimismo: túnel, tubería, fábrica hidroeléc-
trica, todo debía ser amortizado en cuatro años. Luego,
beneficio Íntegro.
- Tanto más - añadió Labeyrie - cuanto que se
hacen a veces trabajos más considerables por cosas de
EXPLORACIONES

menos importancia: en Tré-Ia-Tete han perforado casi


dos kilómetros de galerías para ir a buscar e! agua de!
deshielo del glaciar. Diez veces más de trabajos subte-
rráneos por dos o tres veces menos de agua, a mi pa-
recer...
CAPÍTULO V.
UN GRITO BREVE
1
p

r, tiempo transcurre, y seglllmos sentados sobre ~


E , nuestros mojados bloques. ¿ Qué diablos estarán
haciendo allá arriba? ¡ Esto sucede así desde el I
primer momento. desde que Loubens' bajó hace cinco
días!
Nunca se les explica a los hombres del fondo qué
es 10 que sucede exactamente, nunca se les dice por qué
se detiene el cable, por qué durante horas nadie res-
ponde al teléfono...
- Somos como los hombres del frente, que siempre
gruñen contra los de la retaguardia - conduye Lou-
bens.
- ¡ y no me e."trañaría que los de la superficie
gruñeran del mismo modo contra nosotros J
- Al fin y al cabo es bastante normal: ¿ cómo quie-
res que la gente se comprenda sin poder hablarse ni .:
decirse claramente todo lo que hay que decir?
- No importa, aquí no estamOS sobre un lecho de
rosas, y si algo falla en el elevador podrían explicár-
noslo francamente, as! como la duración probable de la
reparación.
--..--.. _-_Iii
S L.I SI II DE PlERRE S.Il.7·JURTlV

- Tal \'ez "hran a 'í por no inquietarnos - dice


l.abevri<:. conciliador. in entando apaciguarnos.
- ¿ Por no inquietarnos:' Ya no 011105 críos. bien
una aY<:ria es reparable. dura cierto tiempo y queda
arreglada; " bien no lo es, y en e<te ca.O tampoc hay
'Iue preocupar <:: hasta esperar que traigan otro ele-
\ ador, o que pongan e 'calera - en el pozo...
~le le\'ante" mne\ o las piernas para desentumecer-
la' ) calentarme. LaLeyrie hace lo mismo. L uben~ no
puede imitarnos, enfundado en u armadura. Pre o de
:us pesados arreo, es ca'i tan incapaz de moverse por
'U' propios medio como un buzo fuera dcl agua.
Labeyrie se aparta dos pa os, prepara su máquina
y retrata e ·ta especie de obscura e inmóvil estatua, e te
hombre equipado. egún parece, para algún daje in-
terplanetario. iluminado 'o1amente en e ta obscuridad
por su lámpara eléct rica de pecho. Luego toma desde
I11UY cerca una egunda foto: el re uclto ro tro de nues-
tro amigo, bajo el casco.
En ese momento nos llega la noticia de allí arriba:
todo CSUI a punto, la subida puede empezar.
- Adiós, chico. Feliz ascensión. Recucr los a los
compañeros de arriba. Insiste para que nos manden
má gente, dile que nunca habd\ dema~iada para el
trabajo que hay.
El cable e' tá tensu otra vez. A lo largo de la roca-
lla, de bloque en bloque, Loubens reemprende u mar-
cha lenta, extraña, como curiosamente liberada de las
leyes de la gravedad.
En la mano izquierda lleva la antorcha de magne-
sio, emejante a un grueso bastón de cincuenta centíme-
tro' de longitud. La encenderá cuando lo hayan izado
Loubcns ni borele (ll'l ríu. (Sala Elis41heth euslere!, hm'ia lu, '10 111.)
1,· I:RTTO BREf'¡;

a1¡:ltno' metro:. Su violenta luz me permitirá filmar


e -ta a:c<:n ilÍn c.:·trallrdinaria de un hombre en pleno
vacio, IcntamL-nte atraído hacia el cuadrado ag-uj ro del
techo qUe? acabará por ab orberle.
Jacque r~'1heyrie _e detiene. di:pu lO a tomar fo-
t~afía - d' de el lugar donde se halla. YIl . ubo un
poco 111" tod.wia tra lo talone de L"ubcn:; lue"-".
en el minut ell <¡ue e, izado a lo Iar"o del gran hl ue
li 'C) CJu c r na d pedr=I, me aparto bacia la izquier-
da para poder filmar d' de un punto c 11\' niente.
Ya e-tá, Loubcn, ha despegado.
En t:I h:¡z de mi lámpara di-tingo a diez metro de
di-tancia . u tenebr' 'ilueta que ,e e!c\'a c n I'ntitud,
~irandll s lbr' . i mi:ma al ~'1:rcmo del cable.
Quiero rl'!~i ·trar en mi pelicula e-te impre ionante
\"olte . y no prc. tamo atención a Louben ... Hahitual-
mente .c alcnúa para el lJ,ue ube (o el que baja) e. ta
1l1 ancra tan poco agradable de dar nldtas, 'ostenienrlo
firmcmente ten,,) el hilo telefqnico que lo nne al pe-
(]ueiío tambor de la taraza de salida. E te hil no sirve
para e~te fin humanitario más que de un modo acceso-
rio, Imes su objeto esencial es permitir remontar el
cahle de acero, terminado por una especie de obús de
aluminio que contiene la argolla de fijación y el hilo
telefónico, sin que e encalle ni quede bloqueado en
algún ob -táculo de la roca.
Louben ha llegado a diez metro. de altura.
-¡Alto!
El cable e detiene. n fósforo e encendido, .or-
prendentemente luminoso en esta obscuridad, lueg-o
nlch'e a apagarse. Louben gira bre í mi '¡no y voo
aparecer y desaparecer, como un minú culo faro. el pe-
90 LA SIlvI.ll DE PIERRE SAINT-iVIARTIN

queño disco amarillento de su lámpara de pecho. Un


segundo fósforo, un tercero... A cada instante espero
ver surgir el resplandor deslumbrante del magnesio,
pero éste no funciona.
- i No hay manera de encender la antorcha! - me
grita Loubens - . i Estoy en medio de una corriente de
• ....1
aIre
Un momento de silencio; luego, dirigiéndose a la
superficie:
- ¡No, nada! ¡Me dirigia a Tazieffe!
Me pongo la cámara a la altura del ojo; en el visor
veo distintamente el punto luminoso, la lámpara de
I.oubens, brillar, apagarse, brillar, apagarse... ¿ Tal vez
este vaivén podria impresionar la película y producir
un efecto sorprendente? Aprieto el disparador y la cá-
mara empieza a ronronear de un modo suave.
La antorcha sigue. sin querer encenderse. Sólo el
pequeño faro continúa girando, una vuelta por segun-
do ... Dejo de filmar, pero conservo la cámara pegada
alojo, dispuesto a ponerla de nuevo en marcha.

Se oye un brevisimo y angustiado grito.


y. en seguida, en el profundo silencio, veo el punto
luminoso trazar hacia abajo un rápido rasgo. Una frac-
ción de segundo y luego un choque cuyo horrible es-
truendo me invade por completo. El cuerpo de mi ami-
go, rodando y cayendo, pasa a tres pasos de mi.
Ra ocurrido aquello, aquello que siempre nos ha-
biamos negado a creer, no sólo que pudiera pasar, sino
que siquiera e:¡'."-istiese la menor posibilidad de. que suceo
UN GRITO BREVE 91

diera. Muchas veces la gente me habia hablado de ello.


después de la expedición del año anterior o antes de
ésta: "¿ y no tenéis miedo de suspenderos en un abis-
mo de cerca de cuatrocientos metros, al extremo de un
hilo de algunos milímetros de espesor?" Seguramente '1
hubiéramos tenido miedo de haber dejado correr nues-
tra imaginación, permitiéndole meditar sobre la delga-
I
I
dez de un cable, la ligereza de un eje, la fragilidad de I
un pasador. Cuando se sube a un avión, ¿ se piensa aca-
so en la paja que podría encontrarse en el árbol de la
hélice?
y sucedió... La máquina en la cual el hombre ha-
bia puesto su confianza, la máquina dibujada, calcula-
da, construida, la máquina creada por un especialista,
110S habia traicionado.
Después de diez metros de caida en el vacio y trein-
ta metros de rodar y rebotar de roca en roca, el cuerpo
de Loubens acababa de detenerse como una maSa iner-
te. Labeyrie estaba ya con él y lo sostenía sobre la ro-
calla, impidiéndole continuar la horrorosa caida.
Prudentemente, para evitar que cayeran piedras
sobre mis dos compañeros, y no ,,-,'Cponerme tampoco,
con un intempestivo apresuramiento, a un accidente,
bajé aquellos quince o veinte metros de rocalla.
CAPÍTULO VI
,
LA VIDA DE LOUBENS DEPENDIA
DE UNA VUELTA DE TORNILLO
DE ROSCA'

ounENS yada de bruces a través de la pendiente,

L con la cabeza ligeramente vuelta de lado. Escru-


té ansiosamente a la luz de mi lámpara el ros-
tro manchado ele sangre: la sangre manaba por la boca
y un poco por la nariz. Nada parecía salir por los oídos.
- Tal vez no tenga fractura de crcineo.
Nos aferrábámos a esta esperanza, deseando el mi-
lagro ...
Llamamos a OcchialinÍ, que seguía durmíendo bajo
Io. tienda. Algunos gritos: "¡ Oho! ¡ Oho! í Beppo!"
Luego: "¡ Socorro!" Labeyrie aulló primero para hacer
comprender desde el primer momento a Beppo que
una cosa terrible acababa de ocurrir, y uní mis llama-
das a las suyas.
Sólo se píde socorro cuando uno se siente supera-
do, aplastado, aniquilado por una fuerza contía la cual
ya no se puede luchar solo. Es la confesión de la impo-
tencia, una imploración implícita a la compasión, al
94 LA SIlVIA DE PIERRE SAINT-IviARTIN

apoyo de los otros, una especie de renunciación. Está-


bamos anonadados por aquella fulminante catástrofe.
Occhiali11i se reunió con nosotros, jadeante por ha-
ber subido demasiado aprisa la abrupta pendiente. 'No'
se entretuvo en calzarse y se había precipitado hacia
nosotros, corriendo sobre la húmeda y helada piedra. '
Traía consigo un saco de pluma y la ligera cama de
:campaña de Labeyrie.
- Tendríamos que volverle y acostarle boca arri-
ba - sugerí.
- Sí, pero con mucho cuidado. Si tiene rota la co-
lumna vertebral no hay que moverle.
- De todas maneras debemos sacarlo de aquí. Es
imposible dejarlo en esta zona en donde caen continua-
mente las piedras...
Perplejo, Occhialini reflexionaba, apretando y se-
parando los labios, con la mirada ausente.
- Bajo a buscar una tela de tienda - dijo de pron-'
to, echando a COlTer en calcetines pendiente abajo.
,En pie, algo más abajo del cuerpo, le sosteniamos
con todo nuestro peso, temerosos de que se deslizara
por el reborde del saliente en donde se había detenido y
reemprendiera su horrible caída. Loubens jadeaba, con
una respiración fuerte y apresurada C01110 la iragl1a de
un herrero.
Había perdido sus lentes y yo miraba sus ojos me-
dio cerrados, esperando a la vez estas dos cosas contra-
dictorias: que aquellos ojos se abrieran diciéndonos:
"Voy a vivir", y que permanecieran velados, cerrados,
probándonos que nuestro amigo, privado de conocí-
miento, ignoraba el exceso de sufrimientos acumulados
sobre él...
1/1:
LA VIDA DE LOUEENS... 95 ¡:
¡I
Beppo regresó con la tíenda. No se habla calzado ii
p
todavía para no perder tiempo, y le reñí. :;
- í Estás loco, vas a coger una pulmonia! No ga- E
naremos nada con ello.
Entornando los ojos movió la cabeza, muy italiano.
-¡Eh... !
Nos costó mucho darle la vuelta a Loubens. Era
alto y pesado, terriblemente pesado. Le hicimos desli-
zar sobre la tela de la tienda, esforzándonos en combi-
nar el cuidado y la suavidad, con el mantenimiento del
equilibrio, comprometido continuamente. Luego le trans-
portamos, palmo a palmo, metro por metro, hacia el único
lugar relativamente resguardado de las piedras en don-
de pudíéramos. tenderlo horizontalmente; nuestro an-
tiguo vivac. No teniamos que recorrer más que una
veintena de metros y empleamos media hora. Coloca-
mos a Loubens sobre la cama de campaña y lo cubrimos
con el saco de pluma. Luego cogi con las dos manos las
orejas del casco, las aparté cuanto pude y, mientras
Jasques Labeyrie le levantaba la cabeza, conseguí qui-
társelo. Examinamos ansiosamente el cráneo; no ha-
bia nada de anormal en él. En la superficie del casco,
en la capa de tela de nylón descubierta al estallar la
pintura ~'[terna, habia como dos estrellas; doble pun-
to de impacto. En el término de esta caida libre de diez
metros, el casco de nylón habia resistido. Si hubiese
sido de acero se hubiera aplastado.
- Voy a ver si hay manera de volver a traer el
extremo del cable - dijo Labeyrie.
Hacía un instante que yo pensaba lo mismo. i mien-
tras se les haya ocurrido dejarlo bajar otra vez y po-
damos telefonearles... ! Labeyrie se internó pausada-
96 LA SIMA DE PIERRE SAINT-MARTIN

mente, con largos pasos, en la obscuridad. Occhialini v


yo permanecimos silenciosos. No se oia más que I~'s
pedruscos que rodaban por la pendiente y el ronco y
nipido jadeo del hombre acostado a nuestros pies.
Luego Labeyrie volvió con el cable. En la super-
ficie debían de haber notado que sucedía algo anormal
y habian dejado la cuerda floja. Labeyrie encontró el
cable esparcido en flojas espirales entre los bloques de .
la parte alta de la sala.
Jacques llevaba en la mano el obús de aluminio des-
tinado a proteger de los choques la argolla terminal.
Se acercó a nosotros en silencio, con el rostro triste y "
contraido, nos miró y nos tendió el objeto. El cable en-
traba, tal como estábamos acostumbrados a 'verlo, por
el agujero perforado en la punta, pero no reaparecia
por el otro lado, no formaba ya aquel bucle de dos pul-'
gadas de largo por una de ancho en el cual se cólgaba
el mosquetón del arnés: surgla en un haz de ramales
de acero despeinados en medio de los cuales, dorado
bajo su funda de materia plástica transparente, se veia
el hilo telefónico de rojo cobre.
Atontado, yo miraba sin comprender aquel abanico·
de hilos met,l!icos, apretado en su base por un pequeño
bucle y una tuerca.
¿ Qúé ha sucedido?
Preciso, técnico, Labeyrie explicó:
- El ajuste se ha revelado insuficiente, a la larga.
Vibraciones repetidas, encogimiénto debido al fria, y
el cable se ha escurrido.
Es horrible que la viela de un hombre dependa de
una arandela ele acero, de una vuelta de tornillo... ¡La
vida de un hombre l Treinta años de esfuerzos, de tra-
LA VIDA DE LOUBENS... 97

bajo, de cuidados, de inquietud, de amor. Todo esto des-


vanecido por faltar una clavija, por no dar una vuelta
suplementaria con la llave.
Jacques conectó los auriculares y se colocó el larin-
gófono.
- ¿A110, elevador? ¿Allo, elevador? ¿Allo, ele-
vador?

- Aquí Labeyrie. Loubens ha caido hace cosa de


una hora. Está gravemente herido.
Escuchó la respuesta, luego:
- Muy bien, lIamadlo.
y más bajo, dirigiéndose a nosotros.
- Van a llamar a Mairey.
Mairey, uno de los mejores componentes de nuestro
equipo, era el médico de la e..'(pedición.
Un momento de espera.
- ¿Allo, Mairey? Sí, buenos días.

- Está sin conocimiento desde el primer momento.

- H.espira violentamente, cincuenta y ocho aspira-


ciones-espiraciones por minuto. Echa espuma por la
boca. Tiene la mandibula superior aparentemente frac-
turada y algo en los riñones, pnes intenta inconscien-
temente llevarse a ellos la mano derecha.

- N o te oigo bien. Repite.

- No te oigo bien.

- ¿ Mantenerlo inmóvil?

7
98 LA SIlVIA DE PIERRE SAINT-MARTIN

-¡Repite!
- ¿ Mantenerlo inmóvil sobre una superficie rígida
y horizontal? Bien.

- ¿Y bajarás en seguida que sea posible? Perfec- .


tamente. Hasta pronto. Ponme con Lévi. Bien.
Un momento de silencio, el tiempo necesario para
.que los de arriba se cambien los auriculares y el larin-
gáfono, luego la conversación prosigue, limitada
nosotros a los silencios atentos, a las frases claras y
precisas de Labeyrie.
- Buenos días, Roberto.

- Sí, es terrible. Hay que intentar izarlo lo más


aprisa posible. Supongo que tanto si sobrevive como
si no, es cuestión de horas.

- ¿ Instalar escaleras en el pozo?


Jacques nos dirige una mirada interrogadora. Nues-
tra reacción común es inmediata: j por el momento es
imposible; se ve que no se dan cuenta de cómo se pre-
sentan aquí las cosas!
Labeyrie prosigue:
- No, es absolutamente imposible instalar escaleras
por el momento; Marcel está apenas seguro aquí,
pues casi no hemos podido resguardarle de las piedras
que caen continuamente. Si se empieza a clavar cla-·
vijas y colocar escaleras nos mandarán toneladas de
roca, y hay nueve probabilidades contra una de que cai-·
gan sobre Marce!.
LA VIDA DE LOUBENS... 99

- Sí, lo esencial es mandarnos a Mairey lo mas


pronto posible.

- Muy bien, subid el cable, reparad el bucle ter\]Ú-


nal- es lo que se ha soltado - y mandadnos el médí-
ca. Hasta la vista.
La espera empezó.
CAPITULO VII

EN LAS TINIEBLAS A LA CABECERA


DE UN MORIBUNDO

de se: cerca del mediodía. Impulsado ?~r


D
EBÍA
los de arnba, el cable empezó a subir. Yo vigi-
laba atentamente el desarrollo del hilo telefóni-
co que habiamos atado al obús terminaL El elevador
no necesitó más que una hora para recuperar toda la
longitud del cable. Mi pequeño tambor quedó inmóviL
Jacques volvió a ponerse los auriculares mientras yo le
reemplazaba a la cabecera de MarceL
La comunicación fué laboriosa: la voz tenia que
franquear los cuatrocientos metros de cable, luego los
cuatrocientos metros de hilo. Era mucho. Esta vez La-
beyrie percibía perfectamente lo que le decían, pero era
en la superficie en donde no conseguían oirle.
- Me dícen que están reparando el terminal de ca-
ble. Píerre Louis trabaja sin parar. Coloca muchas abra-
zaderas de ajuste, separadas entre sí. El pais entero
está alerta. La Radiodífusíón francesa se hallaba junto
al elevador en el momento en que llegaba la noticia.
Un helícóptero ha salído esta mañana de Alemania.
- ¿ De Alemania? ¿ Por qué de Alemania?
102 LA SIMA DE PIERRE SAINT-MARTIN

- N o lo sé. Además no he entendido bien sí venía


dé Alelnania o de Inglaterra. Hay también un avión
sanitario, varías grupos de espeleólogos que llegan de
diversos lugares, de Pau, de Mauléon. Los cinco mu-
chachos de Lyon que estaban el otro día en el agujero
Fertel han subido también. Habían bajado para vigi-
lar la reaparición de la fluoresceína.
Un ardiente agradecimiento nos invadía por toda
aquella ayuda espontánea que acudía hacia nuestro ami-
go en peligro.
Pero nos sentíamos terriblemente impotentes, inca-
paces de proporcionarle nada más a Loubens en su trá-
gica lucha con la muerte. Pues esto era aquel prodi-
gioso derroche de energía, aquel furioso resoplido de
fragua: la lucha despiadada de la vida contra la muer-
te. Yo sentía que la muerte era algo implacablement~
paciente, que no tenía que hacer ningún esfuerzo, que
aguardaba allí, plácidamente, detrás de una de las pa-
redes de roca. No tiene 'que ganar, ni siquiera que li-
brar, ninguna batalla. Está allí en permanencia, y sólo
la VIda es una batalla. Esto se percibe inexorablemente
en esta caverna opaca y húmeda, junto al jadeo casi
rugiente del hombre que yace sin conocimiento.
- ¡ Mientras Mairey llegue antes de que haya vuel-
to en sí! - murmuré.
- Sí, sería terrible.
Me helaba la idea de que Marcel saliera' de su des-
vanecimiento y fuera devuelto a los sufrimientos de su
destrozado cuerpo. Por él y por nosotros, incapaces de
proporcionarle el menor alivio, deseaba que el efecto del
golpe subsistiera hasta que llegara el médico C011 sus
calmantes.
A LA CABECERA DE UN lYIORIBUNDO rD3

Las horas transcurrían, el cable seguía todavía en


reparación. Mairey no podía bajar. Loubens luchaba
sin tregua.
- i Qué duro, qué fuerte es un hombre t
- i Cuánta energia pierde respirando así! ¿ Y si in-
tentáramos hacerle tomar algunas gotas de café o de
leche?
- ¿ Cómo quieres hacerlo? Ya tiene la garganta
obstruída por las mucosidades. Tengo miedo. Con el
líquido podría ahogarse.
- ¿ y si le pusiéramos una botella dé agua caliente
sobre el pecho? - sugirió Occhialíni - , Eso le devol-
vería algunas calorías...
Mientras yo bajaba al campamento a buscar el hor-
nillo de butano, Occhialíni se encargó del agua. Hay
relatívamente poca en esta gruta, pues los arroyuelos
son inaccesibles bajo los enormes pedregales que obs-
truyen el fondo de las salas. A causa de ello nos veía-
mos oblígados a recoger Iíteralmente gota a gota el
agua que necesitábamos. El lugar más cómodo se ha-
llaba a una veintena de metros del VLvac, exactamente
debajo del pequeño desplome sobre el cual se había de-
tenido Loubens en su caida. Para recoger un litro de
agua era preciso media hora de paciencia. Occhialini
regresó, hizo hervir un ,cazo lleno del líquido consegui-
do, lo vertió en una cantimplora y 10 colocó bajo el saco
¡:le pluma, sobre el pecho del herido.
Desde arriba no nos enviaban ya muchas noticias
y la transmisión era cada vez peor. Jacques, incansable,
intentaba mantener el contacto, a veces hablando, otras
por alfabeto Morse, por medio de uno de los hilos del
teléfono tomado como manipulador. Sin gran éxito,
1°4 LA SIlvIA DEPIBRRE SAINT-MARTIN

desgraciadamente. Luego hubo un periodo mejor, du-


rante el cual no nos oían mucho desde la superficie, pero
nosotros los entendíamos bastante bien. .'
- Es Jimmy quien habla- nos dijo Jacques-.
Dice que siguen trabajando en el bucle del cable y que .
los gendarmes han instalado un poste de radio para co-
municar con el valle. Norbert Casteret 1m avisado a los
padres de Loubens.
Pensé en aquellos pobres padres con intensa com-
pasión. Debía de ser atroz para ellos saber a su hijo en
gravisimo peligro y.no poder prestarle el menor socorro.
No había más que cuatrocientos metros entre nues-
tro compañero yacente y la salvación posible. Cuatro-
cientos metros más infranqueables que un océano o un
desierto ...
- ¿ y a Huguette, se lo han dicho?
Jacques hizo esta pregunta por medio del laringó-
fono, pero Jimmy no consiguió entenderla. Finalmente
consiguió transmitirla pqr 1\tIorse.
- Sí. Lo ha soportado valerosamente.
J acques siguió comunicándonos todo 10 que conse-
guía entender:
- Allá arriba están muy inquietos, mucho más que
nosotros todavía.
Hacia las cinco de la tarde el silencio se hizo com-
pleto de pronto.
- El circuito ya no está cerrado - diagnosticó La-
beyrie - . ¿ Qué sucede?
Durante más ele una hora se esforzó en reanudar
el contacto, pero arriba todo parecía muerto. Poco a
poco nos sentíamos abandonados, solos en el fondo ele
este abismo, tan incapaces de salir de él como si estu-
A LA CABECERA DE UN MORIBUNDO J05

yiéramos en el fondo de una colosal y obscura botella.


- ¡Ah! í Los idiotas! ¿ Qué estarán fabricando?
¿ Qué estaran... ?
No me atrevía a mirar el reloj. Cinco minutos ha-
bían transcurrido penosamente desde mi última ojea-
da. Llegaron las ocho. las ocho y media. Marce! jadea-
ba siempre con el mismo ritmo. con la núsma violen-
cía. Las mucosidades espumosas le salían ahora de la
nariz tanto como de la boca. De vez en cuando. uno de
nosotros se inclinaba sobre él y le enjugaba los labios
con la toalla mojada...
- Debemos tomar alg·o. amigos míos. No es éste el
momento de perder las fuerzas ...
- ¿ Qué tenemos?
- Mirad... - rebusque entre los objetos esparci-
dos entre los bloques - , tenemos sardinas, galletas,
nescafé y azúcar.
Estos alimentos y la bebida caliente nos reanimaron.
Las nueve de la noche. Seguiamos sin comunicación
telefónica con la superficie. Decidimos irnos a descan-
sar por turno en la tienda del campamento de abajo.
Fui el primero en bajar.
CAPÍTULO VIII

"¿NO TIENES ESPERANZA, TOUBIB?"

~ LTANDO me desperté, las dos agujas de mi reloj es-


~ taban superpuestas en las doce. Vacilé un mo-
mento. ¿Mediodía o medianoche? No, no podía
ser el mediodía: i tenia aún demasiado sueño!
Me habia deslizado sin las ropas de día en el saco
de dormir. Es preciso desnudarse, siempre ·que sea po-
sible hacerlo, para aprovechar un descanso, en la mon-
taña, en el mar o bajo tierra. Ahora reunia todo mi
valor para obligarme a dejar este calor suave y seco,
para ponerme el pantalón húmedo, el mono, el calzado
mojado...
Había dormido bajo la tienda, sobre uno de los col-
chones nemmiticos. Al penetrar en el pequeño recinto
blanco habia prohibido a mi cerebro, demasiado cansa-
do, que indagase por qué habia abandonado mi cama de
campaña por este colchón que no me gustaba... Ahora
que habia entreabierto la estrecha entrada circular de
la tienda, sabia por qué motivo habia huido de mi cama
de gruesa tela instalada en el e.,;;;terior; poderoso, terri-
ble, invadiendo la obscura inmensidad de la gruta, el
jadeo de Loubens llegaba hasta allí, llenando mi mente
Jo8 LA SIMA DE PIERRE SAINT-MARTIN

con el sufrimiento de su cuerpo y el sentimiento de


nuestra espantosa impotencia. Durante tres horas de
un sueño inquieto, habla logrado huir de aquella pesa-
dilla. Ahora era preciso abrír de nuevo los oidos y los
ojos a la dura realidad.
En el vivac volví a encontrar a mis amigos. Habían
conseguido instalarse con la mínima incomodidad, actl-
rrucados sobre un colchón neumatico, a la cabecera de
Loubens. protegiendo sus piernas del' insidioso frío con
una tienda desplegada. Habían pasado las tres horas
intentando vanamente reanudar la comunicación telefó-
nica, recogiendo agua, limpiándole la boca a Marce1.
Jacques me cedió su sitio y se fué a dormir.
La noche se alargo, pesada, interminable, formada
POl- nuestro ansioso silencio y por este resoplido de fra-
gua junto a nosotros. De vez en cuando, yo cogía los
auriculares y conectaba el laringófono.
- ¿ Allo. del elevador? ¿ Allo, del elevador? Aquí,
Tazieff. ¿ Allo, del elevador?
Nada. Ni respuesta ni siquiera un tenue zumbido
que hubiera demostrado que los de allá arriba habían
cen-ado el circuito...
- Pero ¿ qué deben de hacer allá arriba? ¿ Crees
que se habrán largado todos?
- Oye - dijo Occhialini, de pronto - , ¿ Cómo eran
los españoles que vinieron el otro día?
- ¿ Tienes miedo de que los carabineros hayan de-
tenido a todo el mundo? i No, es imposible! Han sido
todos muy amables, sobre todo el que mandaba el des-
k1.camento.
Sí, era un hombre muy simpático, de unos cuarenta
años, con la frente despejada bajo unos cabellos de un

«¿NO TIENES ESPERANZA, TQUBIB?» 109

color castaño claro. Habíamos pasado dos horas juntos


en el fondo del salvaje vallecito, junto al mojón fron-
terízo llamado Pien-e Saint-Martin. Eran cuatro espa-
ñoles, venidos en misión o5.cial, que esperaban paciente-
mente que otros miel11bms de nuestro equipo volvieran
a copiar las cartas de la Embajada certificando que no
habian venido aquí para hacer espionaje. Y dos de 110S-
otl"üS les hacíamos compañía: Marcel, que hablaba 111UY
bien su lengua, y yo, que quería filmarlos.
Loubens y el capítán habían charlado amistosa-
mente, con largos y apacibles silencios durante los cua-
les se oía cantar la tibia brisa entre el ramaje verde es-
meralda de los pinos. Habían bromeado y todo el mun-
do se rió, incluso yo, que no comprendía ni la mitad de
10 que se decía.
No, estoy seguro de que, sabiendo a Loubens en
peligro, ni siquiera por violación flagrante de frontera
hubieran ordenado la evacuación de los horn.bres qLle,
al menos asi 10 esperamos, están haciendo lo imposible
para salvar al herido.
-Si al menos nos dieran algún signo de vida, aun-
que nada más fuera agitando el cable, dejando caer una
piedra... No se dan cuenta de lo que es no saber nada...
i 110 saber nada, aquí \
De vez en cuando enjugábamos la boca ele Loube11s.
le levantábamos la cabeza.
- \Taziefi!
-¿Qué hay?
Me había adormecido ligeramente. La angustiada
voz de mi compañero me volvió bruscamente a la rea-
lidad.
- Ya no le sale nada de la boca. Solamente de
lID LA. SlJ1IA DE PIERRE 5AINT-1VIARTIN

la nariz. La infección sube. ¿ Qué podemos hacer?


Nada. No podiamos hacer nada. Nada más que es-
t~s sacos de dormir, esta botella caliente, esta ternura
angustiada...
A las cinco de la mañana, Labeyrie vino a relevar
a Occhialini. que bajó a acostarse a su vez. Esto me
infundió una nueva esperanza de ver restablecida la
comunicación telefónica, pues tenía gran confianza en.
la paclencia y los conocimientos de Jacques. Pero por
hábil y competente qpe fuera, ¿ qué podía hacer un
hombre aislado en el fondo de un abismo. si los de la
superficie habian cortado el circuito?
- i Que se vayan a la porra!
Jacques vino a acurrucarse a mi lado y nos apreta-
mos uno contra otro, ávidos de un poco de calor...
Horas y más horas todavia...
Con un codazo, Jacques me hizo volver la cabeza,
señalándome con la núrada el hilo telefónico, que su-
bia, tenso. desde el tambor, que la llama del carburo
iluminaba débiÍmente. Este hilo se movia a sacudidas,
como agitado por sobresaltos.
Lancé una ojeada a mi reloj: eran las ocho.
- Por lo visto. los de arriba na se han muerto. ¡Al
menos no todos t
En seg'uída estuvimos en pie. dispuestos a arrollar
en la bobina el hilo que bajaba. i Sí, que bajaba! Quin-
ce horas interminables habían transcurrido. Quince ho-
ras de completo abandono, sin ningún contacto con el
mundo de Jos vivos, sin la menor noción de lo ,que su-
cedía en la superficíe. atenazados por la angustia de no
poder salvar a este hombre que luchaba con la muerte.
Nuestra imaginación se había desbordado hasta unos
«¿NO TIENES ESPERANZA, TOUBIB?" UI

límites inenarrables. Y ahora renacía de nuevo la es-


peranza: el mundo exterior existia aún, se preocupaba
por el herido, pero nosotros sólo lo sabiamos por aquel
sencillo hilo de cobre que consentía por fin en mo-
verse.
Imposible telefonear, pues alguien estaba suspendi-
do del cable, Mairey probablemente, y sólo él podía ha-
blar con la superficie.
El descenso parecía efectuarse con regularidad. A
medida que íbamos arrollando el hílo, crecían las espe-
ranzas de salvar a Loubens.
A Loubens, que seguia batallando éontra la muerte
y jadeaba al mismo ritmo de una aspiración y una es-
piración por segundo, con la regularidad de una má-
quina. Una máquina de vivir.
Pusimos agua a calentar para que el toubib hallara
dispuesto lo poco que podiamos preparar. Durante la
noche' habíamos llenado todos los recípientes que po-
seiamos, cantímploras y cazos, y pusimos a hervir so-
bre el hornillo una marmita de tres litros.
Era André Mairey. Hacia las nueve y media reco-
nodmos su voz gritando indicadones por el laringó-
fono a los de la superficie. Algunos minutos después
su lámpara apareció, pequeño redondel amarillo inten-
so en las inmensas tinieblas. Empezó a girar en el va-
cio, pero tirando del hilo telefónico atado en su cintura
pudimos reducir este volteo a un ritmo insignificante..
Aterrizó por fin, apoyandose primero en el gran bloque
somital, deslizándose luego a lo largo de la pared y re-
botando sobre los bloques inferiores y los pedruscos.
El toubib nos llegaba, con una mochila en la espalda
y una camilla metálica colocada en las correas del arnés.
II2 LA 51111:A DE PIERRE SA1NT-lv1ARTIN

Le ayudamos a aterrizar, a quitarse el arnés y el casco,


que le apretaba las orejas.
Ya no recuerdo si hablamos, pero sé que nos sen-
tíamos felices, Labeyrie y yo, felices de verlo junto a
nosotros ,con su hermoso rostro lleno de bondad. Nos
estrechamos las manos fuertemente, largamente.
Luego, Mairey se .inclinó sobre el herido mientras
nosotros le observábamos ansiosamente. Haciendo una
mueca movió la cabeza.
- ¿ N o tienes esperanzas, toubiiP!'
- No. Está perdido.
Creo que siempre oiré estas palabras pronunciadas
suavemente con ese acento cantarín del Franco Condado
que me recuerda al de Liege: "Está perdido... "
- Pero ¿ por qué? ¡ El cráneo está intacto 1
- No. Fractura del cráneo y fractura de la colum-
na vertebral.
- Pero ha movido las piernas. Al menos un poco,
mientras 10 transportábamos. Y no le ha salido sangre
por los oidos...
- Pero le ha salido por la nariz, y no tiene nin-
guna herida en ella. La columna vertebral también, es-
toy seguro.
Sereno, preciso, sacó su instrumental.
- En fin, si le queda alguna probabilidad de sa1-
liarse debemos dársela. Haremos todo 10 posible.
Yo no quería abandonar toda esperanza. 'Soy opti-
místa por naturaleza, y aunque a veces esto es un error,
tiene tambíén sus ventajas. Me aferraba desesperada-
mente a una de mis experiencias personales, una caída
libre de nueve metros en el curso de una escalada en
las rocas de la Meuse. Había caído de espalda sobre
')

«¿NO TIENES ESPERANZA, TOVBIB?, JI]

una losa horizontal. Nueve metros: poco más o menos,


la altura de la caida de Loubens. Y no me habia cos-
tado más que una hericla insignificante en el brazo y
una espalda de todos los colores ...
- Sí - elijo Maírey - , pero esta vez es grave.

i
H
1:
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¡;

:
1:

8
CAPÍTULO IX

INTENTAR LO IMPOSIBLE
.'
concentrado, sin apresuramientos, Maire.y
S
GRIQ,
puso manos a la obra. Rompió una ampolla, lleno
unas jeringuillas, dió unas inyecciones. Yo lo veia
sin mirarlo.
Ante el cuerpo de nuestro compañero, luchando fe-
rozmente por vivir, ante nuestra total impotencia para
sacarlo de la trampa en la que nos hallábamos con él,
nos había invadido un sentimiento casi de culpabilidad.
Cuanto más duraba el incomprensible silencio de la su-
perficie, cuanto más tardaba la llegada del socorro, mas
cuenta nos dábamos de que las probabilidades de sal-
vación de ~oubens disminuian y la sensación de que su
vida dependia de nosotros pesaba sobre nuestros hom-
bros de un modo más agobiador. Pero ¿ qué podíamos
hacer nosotros para ayudarle? Nada, nada más que enju-
garle la boca, sostenerle la cabeza, mantenerle abrigado...
Ahora el médico estaba allí, y nuestra responsabi-
lidad habia tenninado. Sin embargo, no me sentía ali-
viada, estaba embrutecido, y tan rendido ...
El médico diagnosticó una fractura abierta del codo
izquierdo.
II6 LA SIMA DE PI ERRE S~-'lINT-MARTIN

- Sera mejor enyesarlo antes de moverlo.


Occhialini se reunió con nosotros, después de cínco
horas de un sueño inquieto obtenido gracias a narcóti-
cos. Habia llegado muy cansado del Brasil y, aunque
no hacIa más que cuatro días que estaba en el fondo de
la síma) parecia agotado, con el rostro demacrado! la
mandíbula avanzada, los ojos hundidos.
- Mairey - elijo de pronto con su voz de elevado
timbre - , si hay que hacer algo dímelo, porque yo no .
se...
- Si - dijo Mairey - , sí quieres tirar del brazo...
Si, el izquierdo. Cógelo así por la muñeca y tira con
todas tus fuerzas.
Occhialiní cogió la ínel-te muñeca de MarceL Yo le
miraba. cerró los ojos y apretó fuertemente los labios.
Decir que cerró los ojos-no es bastante, sino que apretó
105 párpados tan enérgicamente como apretaba los la-
bios, y estiro.
Mientras trabajaba, ,Anclré nos contaba lo que ba-
bia sucedido en la superficie.
- ¡ Ha sido un g-olpe terrible para nosotros!
- Para nosotros también - dijo Labeyrie.
- Quise bajar ínmediatamente...
- Sí, me 10 dijiste por el iaringofono y te hemos
estado esperando.
- i Podéis imaginar mi impaciencia mientras aguar-
daba [ La reparación del terminal de cable ha sido muy
laboriosa... ¡ Os aseguro que esta vez no se soltara 1
- Así lo espero...
- Luego. hacia las <.:1nco ele la tarde de ayer hubo
lo del paracaidista ...
- ¿ Hacía las cinco ele la tarde? A esa hora fué
INTENT.-''1R LO IMPOSIBLE II7

cuando perdimos definitivamente el contacto telefónico.


- i Claro 1 Cuando el avión empezó a dar vueltas,
todo el mundo se precipitó para hacer señales ...
- i Qué frescura! Sin decirnos nada...
- Sí, parecía que creyeran que un milagroso soco-
rro les iba a llover de aquel aparato que volaba...
- Mejor dicho, que caia del cielo -le interrumpió
Labeyrie.
- Por otra parte, resultaba terriblemente hermoso
el espectaculo de aquel g-rantrimotor dando vueltas y
más vueltas bajo un tormentoso cielo crepuscular, gris,
negro y rOJo.
El enyesado progresaba. Me producía una sensa-
ción de alivio ver convertirse el miembro dislocado en
un cilindro blanco, daro, limpio ...
- ¿ y ha caido lejos?
- Sí. Hacia un viento endemoniado y el paracai-
dista fue arrastrado hasta el lindero del bosque.
- ¡ Cm-amba, es un buen trecho I ¿ Quién fué a bus-
car la caja?
- i Oh, no faltaron voluntarios! Gendarmes, pas-
tores, los muchachos de Mauléon y ele Pau, los de Licq
y los de Arette ...
- e Sauveur y Guillaul11e Bouchet estaban allí?
- ¡ Ya lo creo t i Y han trabajado de una manera!
- Bueno, pero después de lo del paracaidista, ¿por
qué no restablecieron la comunicación?
- En realidad, no lo sé ... Todo lo que puedo de-
círos es que algo faBaba en el laringófol1o y que des-
pués de ese episodio aéreo se pusieron a repal-arlo.
- El1 fin, te aseguro que· desde aquí abajo no es
nada divertido no saber 10 que sucede por arriba.
II8 LA SIMA DE PIERRE SAINT-MARTIN

André no respondió, pero miró a su interlocutor


haciendo un ligero signo de aprobación con la cabeza.
- ¿Y lueg'o?
- Luego, se hizo de noche y se desencadenó una
tempestad formidable, realmente formidable, que ha
arrancado la tienda del elevador. Lluvia, viento, true-
nos, relámpagos, no faltaba nada. En tales condiciones
no se podían llevar a cabo, al menos sin un cierto peli-
gro, las maniobras de descenso. Por eso he tenido que
esperar a la mañana.
- ¿ N o podemos cuidade aqui? - preguntó Occhia-
lini, que hacia rato que permanecía silencioso.
- ¿ Cuidarle aqui? ¿ Cómo queréis hacerlo? Tal
como está, necesita unas condiciones ideales para apro-
vechar la oportunidad, si es que le queda alguna, de
salvarse. Y aqui, como condiciones ideales ...
- Pero tú decias que era absolutamente necesario
evitar todo movimiento para no lesionar la médula.
- Si, pero no .hay ninguna esperanza de salvarle
si no se le sube a la superficie. Habrá que sujetarlo
muy fuertemente en la camilla para evitar toda lesión
en el curso de la subida. Sera difícil, terriblemente di-
ficil.
De pronto percibimos a 10 lejos un ruido que nues-
tros ejercitados oidos reconocieron en seguida: despren-
dimiento de piedras. Una piedra caia en el interminable
pozo vertical, rebotando de una pared a otra. Los cua-
tro nos agazapamos con e! mismo movimiento, con los
brazos replegados detrás de la nuca. Nuestras cabezas
se encontraron a pocos centímetros de! vientre de Lou-
bens. Nuestras cuatro espaldas intentaban cubrir la
parte baja de! cuerpo de nuestro compañero, al cual
INTENTAR LO IiVIPOSIBLE

había sido imposible resguardarlo completamente de-


bajo de la roca.
La piedra percutió brutalmente al alcanzar el fon-
do del abismo y estalló en fragmentos que pasaron,
como de costumbre, hacia el lado de la "fuente", los
mayores roncando y los pequeños silbando suavemente.
Nos enderezamos y Mairey acabó su enyesado.
- Son \los muchachos que bajan para colocar las
escaleras - comentó.
- ¿ Qué muchachos?
- Los de Lyon.
- ¡Good! - gritó Beppo - . í Magnífico! Son estu-
pendos en las escaleras: la semana pasada los vi salir
del Fertel.
- Será cuestión de vigilar los pedruscos - dijo
Jacques - , porque haran caer alg'unos al colocar las
clavijas.
A Mairey le castañeteaban los dientes, cansado por
su descenso con la embazarosa camilla. Sus nervios de- 1
bían de estar extremadamente tensos aunque no 10
demostrara: se había colgado del delgado cable sobre
trescientos cincuenta metros de vacio, siendo el prime- 11
ro en hacerlo después que Maree1 Loubens se hubo es- -.:.1.:•.•
trellado en el fondo.
Terminadas las inyecciones, se enderezó y contem-
pló al herido.
- Hay que dejarle descansar un momento. Dentro
de poco 10 colocaremos en la camilla y podremos remon-
tarlo. Vamos, intentaremos remontarlo...
- No será cosa fáciL..
- ¡ Oh, no, no será cosa fácil J Querria acostarme
un poco para recuperar fuerzas.
120 L-'l SIMA DE PIERRE SAINT-MARTlN

Occhialini le acompañó al campamento guiándole a


través de la inmensa sala. Labeyrie y yo nos acurru-
camos en nuestro sitio acostumbrado a la cabecera de
Marcel, con las piernas abrigadas bajo una tienda des-
plegada.

La dura y agotadora tarea comenzó. De la cama en


la cual yacía desde que el accidente tuvo lugar,era
preciso transportar el cuerpo de Loubens a la camilla.
Habitualmente, se coloca al herido sobre un enrejado
metálico encuadrado de acero, que se coloca sobre la
base de la camilla formada por tubos. Mairey, antes
de bajar, había preparado la camilla para que pudiera
ser adaptada 10 mejor posible a su papel de vehículo de
subida de un abismo. En lugar de acostar a Loubens
sobre esta especie de colchoneta metálica, debíamos co-
locado sobre el espacio hueco preparado debajo, entre
los tubos de acero que formaban los pies de la camilla.
Primeramente colocamos un saco de dormir, luego
intentamos levantar a nuestro amigo. Fué extremada-
mente difícil: alrededor de la cama de campaña y de
la camilla sobr~puestas, no habia lugar en donde colo-
car nuestros propios pies; la plataforma era muy es-
trecha y un gran bloque rocoso, enclavado demasiado
profundamente pal-a que pudiéramos sacarlo, ocupaba
el centro. En estas condiciones, con las escasas fuerzas
que nos quedaban nos costaba mucho levantar a Lou-
bens, que, con el equipo que llevaba, pesaba unos no-
venta kilos. Ademas, era preciso cogerlo con precaucio-
nes infinitas para no moverle las vértebras.
Nos costó mucho, pero por fin 10 logramos.
Otra tarea empezó entonces: se trataba de volver a
INTENT.AR LO l11tIPOSIBLE 121

pasar alrededor del torso de Loubens el arnés de para-


caidista que le habíamos quitado la víspera, pues por
este ames debía ser izado. Una vez hecho esto seria
precíso sujetar estrechamente al herido sobre la cami-
lla, lo mas estrechamente posible, siempre para prote-
ger la médula espinal.
Parece que ponerle a un hombre acostado el arnés
de paracaidista sea una cosa de poca importancia. Pero
cuando este hombre es vuestm compañero, cuando el
accidente que lo ha destrozado ha hecho de él, más que
un amigo, un niño al cual queréis proteger como una
madre protege a su hijo, cuando sabéis que el menor
falso movimiento puede matarle o dejarle paralítico
para siempre; cuando el espado es tan reducido que es
imposible poner los dos pies llanos spbre el accident~do
suelo; cuando los músculos de vuestros brazos y vues-
tros hombros están agotados y en lugar de sentiros
fuertes sólo notáis en vosotros debilidad, entonces os
parecerá sobrehumano colocar a ese cuerpo inerte, que
sigue jadeando cama una fragua, este anlés mas fácil
de poner que un chaleco.
CAPÍTULO X

UN, ,ÚLTIMO GEMIDO, MÁS LIGERO...

toda mi alma hubiera deseado poder darle a


C
JN
Loubens su última oportunidad, que lo sacaran
de aquella obscura sima, que se hallara ya en
una de esas clínicas blancas, limpias, luminosas, ricas
de aparatos milagrosos que defienden la escasa vida
que queda en un hombre en peligro de muerte. Pero no
podíamos apresurarnos. No podíamos hacer más que
esforzarnos penosamente, lentamente, prudentemente, a
la danzante luz de nuestras lámparas.
Cuando Loubens estuvo colocado por fin en su ca-
milla, empezamos a atarlo. Era preciso que no· se enco-
giera sobre si mismo al poner la camilla vertical y al
izarJa hacia arriba, ni tampoco que se desplazara late-
ralmente en caso de choque. Evidentemente, hubiéra-
mos podido sujetarle con tanta energía que tales acci-
dentes no habrian sido de temer. Pero no podíamos
apretarle demasiado. Quedaba el casco. Mairey, antes
de bajar, habia pensado en tocio: para que la cabeza de
Maree! no oscilara, había hecho dos agujeritos en la
parte de la nuca de un casco para pasar por ellos un
hilo metálico que inmovilizara la cabeza sobre la ca-
I24 LA SIMA DE PIERRE SAINT-MARTIN

milla. También habia mandado fijar en ella una tabla


en la que habia ahondado una depresión para apoyar
la parte posterior del casco.
André cogió cuidadosamen te la cabeza de Loubens
entre las palmas de sus manos y la levantó. Yo aparté
el tapaorejas elástico y deslicé el casco.
Loubens estaba dispuesto para la subida. Sólo que-
daba una COsa por hacerle abajo: la transfusión de plas-
ma. También era preciso esperar que en la parte alta
del pozo los hombres que debian ayudar a que la ca-
milla franqueara los desplomes y los pasos estrechos
hubieran acabado de colocar sus flexibles escaleras y
hubieran alcanzado todos las pequeñas plataformas en
las cuales permanecerian de guardia.
Ahora ya los oiamos, mejor dicho, oíamos sus sil-
bidos mientras efectuaban sus audaces maniobras.
Bajar más de cien metros de escalera vertical exige
1111 considerable esfuerzo físico. El equípo de socorro
debia repartirse en doscientos cuarenta metros: dos
hombres a-8o m. uno, a-120 m., otro y el último a
- 240 m. Ataban entre si sus elementos de veinte me-
tros, luego bajaban uno después de otro, asegurados
por cuerdas como en la montaña. Una vez llegados al
lugar previsto, se esforzaban en clavar una clavija en
alguna hendidura, se colgaban de ella con ayuda de un
mosquetón y una anilla de cuerda, esperaban al siguien-
te y lo aseguraban a su vez mientras éste proseguia el
descenso. De vez en cuando, a pesar de sus precaucio-
nes y de SIl habilidad, hacian caer una piedra de su
precario equilibrio, y oíamos, lejano todavía, el cho-
que del proyectil contra la muralla, luego un silencio,
un ruido más fuerte, un nuevo silencio. Nosotros está-
UN ÚLTIMO GEMIDO ... :>-
1 -:J

!,
bamos preparados, con el casCo puesto, inclinados sobre
el cuerpo .de Loubens. Después de un último silencio,
el de los últimos ciento diez metros de 'vacío, el bloque
percutía repentinamente en el fondo y estallaba literal-
mente mientras algunos fragmentos azotaban el aire
cerca de nosotros.
Los silbidos se oían más distmtamente: uno sólo:
"Alto"; dos: "Subid"; tres: "Bajad". El equipo, cohe-
rente y eficaz, se acercaba poco a poco. Pronto estaría el ,.
'1
jefe en la plataforma a-24° m. (a 140 metros sobre ¡:t
iJ
nuestras cabezas). Estos silbidos, algún nuelo de voces '1
que percibiamos por momentos, era todo 10 que sabíamos
de aquellos hombres que exponían deliberadamente su
viela para ayudarnos a salvar a Loubcns.,
El doctor sacó de su mochila algunos frascos, tubos
de goma, jeringuillas, disponiéndolo todo de lll1 modo
metódico sobre el cuerpo lUIsmo de Loubens: no había
ningún otro lugar en donde ponerlo.
Luego se arrodilló junto al herido, sobre una sola
rodilla, apoyando la otra contra la pared. Al otro lado
de la camilla Labeyrie y Occh1a1ini, ansiosos enferme-
ros, se las compusieron como pudieron para hallar una
posición estable. Mairey les entregó los frascos, coloco
las gomas y cogiendo el brazo de Loubens buscó la
vena. La transfusión comenzaba.
Varias veces, en el curso ele las últimas horas, ha-
bíamos reído y bromeado, era necesario hacerlo, era
preciso preservar 10 que nos quedaba de potencial ener-
gético, tanto por .Marce! como por nosotros. Ahora nos
envolvia una seriedad absoluta, casi palpable.
Cogí los aurículares y el laríngófono. En la super-
ficíe habla siempre alg-uien de turno.
Iz6 LA SIMA DE PIERRE SAINT-MARTIN

- ¿ Allo, del elevador? Aqui Tazieff.


- jAllo, Raroun! Aqui Janssens. ¿ Qué noticias
hay?
Le conté brevemente lo que habiamos hecho durante
las últimas horas y le dije que pronto estaríamos dís-
. puestos a "enviar" a Loubens; luego les pregunté si
arríba estaban dispuestos.
Sí, todo está a punto. En seguida que el ú1tímo
de los muchachos de Lyon ocupe su puesto, podéis em-
pezar.
- Bien, hasta pronto.
- Espera, Robert quiere decirte unas palabras.
La transfusión proseguía. Milímetro por milímtero el
incoloro líquido disminuía en el frasco que Occhialini
sostenia a la altura de su rostro.
- ¿ Cómo va eso, chico?
- Vamos pasando, Robert. ¿ Qué hay de nuevo?
- Dime, ¿ has tomado fotos del accídente?
- No, ninguna,
En efecto, no habia tomado ninguna fotografía.
y no porque no se me hubiera ocurrido. Muchas ve-
ces, a lo largo de aquella jornada, habia "visto" fotos
y "enmarcado" patéticas imágenes y sorprendentes do-
cumentos. Pero no toqué mi cámara que tenia al alcan-
ce de la mano. ¿ Por qué? Precisamente, yo habia ba-
jado para eso, para obtener el mayor número de imá-
genes posible. Pero desde que ocurrió la catástrofe
unos escrúpulos más fuertes que la pasión del repor-
taje me contenían. Tal vez algo de superstición tam-
bién: si me abstengo, Marcel sobrevivirá ...
Robert insistía desde arriba.
- Quizá deberias hacer algunas. Unas fotos de re-
UN OLTI1VIO GEMIDO ... ¡/q

portaje nos ayudarían. Los gastos han aumentado te-


rriblemente.
Yo le oia como avergonzado, en el otro extremo
del hilo.
- Bien, Robert. Ahora tomaré esas fotos.
Bajé al cámpamento en donde habia dejado la má-
quina. cuando fui a dormir aquellas tres horas. ¡ Dios
mio, qué lejos estaban aquellas pobres horas de un po-
bre sueño!
Me sentia feliz, si puedo usar esta palabra, al ha-
llarme un momento solo; al no tener que fingir estoi-
cismo, que todo se deslizaba sobre mi indiferencia,
y que, al fin y al cabo, la vida era hermosa. Y me ale-
graba además de alejarme de aquel hombre en estado
comatoso, de su alucinante jadeo.
Pero en seguida algo me hizo prestar atención; me
habia alejado una decena ele pasos y a esta distancia
me parecía que el jadeo habia disminuido ... ¿ O era
quizá mi fatiga?
No me entretuve en el campamento. Cogí la má-
quina, me tendí cuan largo era sobre la amable y elás-
tica tela de mi cama... sólo algunos segundos, el tiem-
po de cerciorarme de que existían todavía cosas agra-
dables en la tierra, y reemprendí el camino hacia
aniba.
No habia caminado todavía veinte metros cuando
mi única lámpara se apagó. La sacudí, la apreté, afiojé
el pulsador, atornillé la bombilla, nada. Una negrura
, perfecta, absoluta. Llamé:
-¡Jacgues! ¡Jacques!
Una respuesta indistinta me llegó. A pesar de la
proximidad del vivac (un centenar de metros), la con-
J,?, 1..1 .\1"'./ /!lo PIERRE .'1./1. T-JI I/<Tl

figuración de la ,ala impedía que pudiéral1lo' oirnu..


"Es \ erdad - me dije - , están bloqueado' aUi arri-
ua por la tral1'fu ión." Permanecí un in 'tante il1D1ó\'il
l n la ob curielad.

.. 'i al mcno lUliera fó-joros ... ··


Lo - tcnía, afurtunadamente. Fué una hazaña bas-
tanle deportiva d remontar aquello, cien metro' de
bloque a la fugíti\a luz de 1..., fó foro: ... i Por suerte
para mi, hULO', d"'''llllé- de una emana, empezaba a
conocer uien el terreno!
.\1 rCl're;ar juntu a Louben' t. mé alguna foto,
ele la operaciún, in mague 'io, a causa del humo tóxico
que de 'prende. Toda la iluminación con -i"tia en débiles
anturcha' eléctricas culgada en el pecho de mi e 01-
pañero' y en do: minúscula llama de acetileno.
La tran fusión concluyó, ~Ii camarada, e 'taban
extenuado por haber mantenido durante una hora una
pusición impu 'ible.• lairey cogio el teléfono.
- ¿ ,\110, superficie? Aquí ~Iairey,

- Cuando queráis.
Se quitó los auriculare y contempló silenciosa-
mente a Louuens. Su bandada o ro 'tro estaba endure-
cido, eñaladu por la fatiga.
El tiempo trall'curría. ¿ Qué má ¡¡odíamos hacer?
Era preciso e perar. Ahora sentiamo' el frío, la hume-
dad, el agobio del esfuerzo realizadu. \ Iguien encen-
dió el hornillo para hacer un poco de café.
Uama azul del butano, :\¡''l.Ia que canturrea. lIu"ión
de dulzura familiar.
. larcd exhaló un débil gt.'lUido, el primero de 'de
"u caída obre la piedras. Luego un 'egundo. un ter-
rt J. ~\1 nu
mi nlr
Lahl'\'ril;." .-aha I l'pilllhll.

Epilallo 111' )larcel Louh 'ns.


(L7/J10 GE tIDO ... I.

r r e d tu·. 11 J.l t r r CT"mid .


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hun° -i-
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- Tare 1 mi n ha mu r .

- l. lar ti Loub n ha mu rt h cm o n11-


nut .
1n ernlllll iú la e municacl n y quit' 1 aun-
ular~ .. !ir ~ el r 1 j: l<l diez y cuart . La aída babía
tenid lu ar treinta y _ i bora ante.
J~cqllc 'fíe e gi' de nuev 1 t l'fono.
- ¿. II . I . de arriba? -o amo a d fmi r.

- ,1, ' nlt1nicaci '11 mañana a la nu v .

9
CAPÍTULO XI

"AQUI, l\rIARCEL LOUBENS HA VIVIDO


LOS ULTIMaS DIAS... "

M .
ETIMOS. en la mochila t.OdO CUaI.ltO podia ser-
nos útil abajo' el hornillo. la marmita, algu-
. nos viveres, un colchón neumatico, las can-
timploras. Mis tres compañeros se internaron en el
pedregal mientras yo me dirigia a buscar agua. Ésta
seguia cayendo gota a gota, bajo la roca contra la cual
Loubens habia chocado al caer. Su sangre se habia es-
parcido allí, a menos de un metro mis arriba del hueco
donde yo me agazapaba, sosteniendo la lata de conser-
vas vacia, en la que iba acumulándose lentamente el
agua.
A pesar del fria de cuatro grados, aquella sangre se
alteraba y un hedor dulzón empezaba a flotar. Yo inten-
taba no pensar en nada y respirar sólo por la boca...
Media hora, treinta largos minutos. Las cantím-
pIaras estaban llenas. Bajé al campamento.
Jacques y André hacian hervir lentejas, abrían
unas latas de sardinas. Beppo y yo, después de des-
montar la pequeña tienda "Narvik", instalamos una
"RacJet" mayor en la que podriamos caber los cuatro
I32 LA SIMA DE PIERRE SAINT-MARTIN

y conservar así las 111~L. . . il11as calorías. No pensábamos,


no deseábamos, más que una sola cosa. dormir.
Pero no pasamos buena noche; ínsl.1ficíencia de col-
chones sobre las piedras demasiado agudas. Ya no te":
nÍamos mas que dos sacos de dormir, de los cuales uno
era muy pequeño, y tuvimos demasiado frío para po- I

der hacer otra cosa que dormitar.


Al día siguiente no hubo que discutir mucho para
decidir que, sí era normal intentarlo todo para izar a
Marcel herido, seria. una locura exponer la vida de unos
hombres aferrados a las platafom1as del abismo para
subir a 1.111 muerto. No sólo el peligro de las -caidas de -
piedras era extremo, S1110 que la resistencia física y sobre
todo los reflejos de estos muchachos debían de haber
disminuido notablemente. La víspera habían realizado
la verdadera proeza de colocar doscientos cincuenta
metros de escaleras completamente verticales, bajarlas
a fuerza ele puños y, después elel anuncio de la muerte
ele Loubens, volver a subir a la superficie. El último,
según nos enteramos por teléfono, no salió de la sima
has ta las cuatro de la mañana.
La imperfecta verticalidad del pozo, que ya cono-
ciamos, era el mayor impedimento para la subida de'
una camilla ele dos metros cargada con un cuerpo de
ochenta -kilos. La única solución satisfactoria hubiera
sido un elevador con suficiente potencia para subir a
la vez la camilla cargada y un hombre válido que la -
guiara en los pasos difíciles. Peroc01110 no disponía-
mos de U11 elevador semejante hubiera sido preciso que
en los rellanos intermediarios se apostaran de nuevo
unos hombres que, subiendo y bajando las escalas de
cuerda, pudieran sacar a la camilla de los lugares donde
«AQUJ UARCEL LOUBENS HA VIVIDO ... ))

se hubiese atascado. Especialmente aquellas hojas cal-


cáreas que ya nos habían estorbado cuando bajábamos
entorpecídos por 105 embarazosos "kit-bags". Conside-
ramos, pues, que seria criminal e..'-poner por un cadá-
ver la vida de los jóvenes exploradores y Labeyrie
conectó el teléfono para exponer nuestro ptU1tO de vista,
Era su mujer, Frant;oise. quien estaba de turno en el
teléfono y transmitió nuestra opinión. Esperamos un
momento, luego nos comunico el asentimiento de los de
la superficie.
- Bien - dijo Jacques - , cortamos la comunica-
ción. Cita para esta noche. De toclas maneras que haya
siempre algmen de turno en el teléfono ... Oye. Fran-
¡;;oise, vuelve a dat' las gracias de parte nuestra a todos
los del equipo de socorro, a los de Lyon sobre todo, y
Bouillol1 y Bonchet. y Laplace. Por 10 que han hecho
por Loubens y por su lucha a nuestro lado. Hasta la
vista.
Una nueva jornada de penoso trabajo iba a empe-
zar. Para nosotros hubiera sido más sencillo colgar la
camilla de1cable, hacer la señal de subida y luego dor-
mir, dormir ...
Mairey fué a dar una vuelta de lllspección por la
caverna en busca de algún lugar donde se pudiese ente-
rrar a Loubens.
- Lo mejor que he encontrado - nos dijo al re-
gresar - es un espacio estrecho, de más o menos un
metro por dos, entre dos grandes losas verticales a me-
dio camino del campamento.
- ¿ El1 dónde?
- Aquí cerca, entre el campamento y la bobina.
Me sentb cansado, molido por fa fatiga. ¿ Por qué
IS.f. LA SIMA DE rJERRE SAINT-MARTIN

ir esta noche? Mañana por la mañana 10 veríamos


meJor.
"¡ Idiota! - me dije - , JYlañana por la mañana ... "
Era la décima vez.que me sorprendía en semejante
irreflexión. Decididamente me era imposíble hacerme
a la idea de que allí no se veía mejor de día que de
noche.
La camilla nos pareció muy pesada, pero consegui-
mos bajilrJa sin tropiezos cogiéndola uno por los pies
y dos por la cabeza. Labeyde, sólidamente aferrado y
apuntalado contra una roca, aseguraba la cuerda que
habiamos colocado en la cabecera de la camilla.
El trabajo de dar sepultura a nuestro amigo fué
larguisimo, y el día transcurrió casi por entero sin que
nos diéramos cuenta. Colocamos el cuerpo de nuestro
camarada en el hueco de una especie de fosa natural
entre dos bloques. Yacia rigido, cubierto por una ver-
dadera armadura; mono y chaqueta impermeable, co-
rreas y hebillas relucientes del arnés de paracaidista,
fuerte y abombado casco blanco. El brazo izquierdo,
enyesado. estaba ~"tendido a 10 largo de su cuerpo, el
derecho doblado sobre el pecho. A su rostro, que siempre
habia sido enérgico, la muerte le daba una tranquila
nobleza. Marcel Loubens semejaba un auténtico caba-
llero yacente de la Edad Media, muerto pero no ven-
cido.
Me costó contener la rebeldía que me invadió ante
el cadáver de nuestro robusto compañero, 'el alegre mu-
chacho por quien habia temblado ya durante una inter-
minable hora, exactamente un año antes, en aquella
nllsma caverna. Tanto amor, su madre, su padre, su
mujer, tantos esfuerzos para hacer de él el hombre
«AQUl! MARCEL LOUBENS HA VIVIDO ..." I35

valeroso que había llegado a ser, y luego, una simple


tuerca que se afloja y...
Tuvimos que resolvernos a entenarle. a separarle
para siempre del mundo de los vivos al cual nosotros
pertenecíamos todavía. Maírey puso sobre él, como
proteccíón, el ligero enrejado de la camilla, lueg'o 10
recubrimos con una blanca tienda de campaña desple-
gada.
En esa gruta no hay tierra. Lo. más fino que pudi-
mos hallar fué una arena de algunos milímetros de es-
pesor, que pusimos, puñado tras puñado; sobre la morta-
ja de gruesa tela.
De pronto Occhialini sintió cierto escrúpulo: ¿ha-
.bíamos hecho todo lo que se debía hacer, tal como lo
hubiera deseado la familia de Maree!? Se 10 habiamos
preguntado a Casteret por teléfono, pero ¿qué es 10
que podía desear todavía el dolor de una madre, la ter-
nura de una esposa?, Occhíalini subíó rapidamente has-
ta el cable, conectó y preguntó de nuevo. Hizo venir a
Casteret, ti quíen Loubens llamaba su "padre espiri-
tual", a Casteret a quíen sabíamos casi tan afectado
como los padres de Loubens.
- Dígame, Casteret, ¿qué debemos hacer para sus
funerales? ¿Hay que fabricar una cruz? ¿Debemos qui-
tarle la alianza?
Cuando una primera capa de arena hubo cubierto
casi completamente la tela, excavamos en la grava para
derramarla con un casco. Jacques empuñó un buril y
empezó pausadamente a martillar la superficie de una
"ncha losa a la izquierda ele la cabeza ele Loubens.
Las horas transcurrieron. A la grava fina sucedió.
otra de mayor tamaño. Lueg'o cogímos piedras gran-
136 LA SIMA DE PIERRE SAINT-iVIARTIN

des como el puño y las fuimos colocando, primero una -


capa, luego otra". Poco a poco las piedras eran más
voluminosas, más pesadas... La forma htunana de nues-
tro amigo habia desaparecido bajo el montón de roca-
lla. El escrúpulo que sentíamos al principio se atenuó
a su vez y seguimos echando, no sé durante cuanto
tiempo, pesados pedruscos sobre el desgraciado Lou-
bens.
Labeyríe terminó el epitafio, sobrio y sencillo como
la tumba misma. Un nombre, nna cruz, una fecha.
En la cima de dos grandes rocas, y sobre una ter-
cera algo más baja, elevamos unos pequeños c(J¡in¡s de
piedras. Occhialini hacia horas que recitaba entre dien-
tes, como para si mismo, unos poemas en español, creo
que de Garcia Larca. Esta poesia murmurada junto a
la muerte era semejante a una oración. Mairey no de-
cía nada, trabajaba de firme manejando bloques de
sesenta kilogramos. A la cabecera de la tumba cons-
truyó una pared en cuya cima colocó un pedazo de roca
calcárea negra atravesada por dos rayas de pura cal-
cita blanca. Luego, con rectángulos de chapa recubier-
ta por materia blanca luminescente, fabriqné nna cruz
irregular puesta sobre una losa inclinada. Reflejaba el
menor destello de luz y se vería desde la entrada de la
sala como una cruz luminosa en medio de la noche.
Habíamos concluido. Recogimos las lámparas, la
cuerda, los cascos, y contemplamos unos instantes este
mausoleo de una grandeza incomparable. Luego, ren-
didos de cansancio, volvimos a bajar hacia nuestra
tíenda.
Mientras Jacqnes y André preparaban una comida
caliente, Beppo coglO una lámpara ele acetileno, acercó
"AQUl MARCEL LOUBENS HA VIVIDO ..." 1"-:'
JI

la llama a la pared que limitaba por abajo nuestra pla-


taforma, y empezó a escribir con humo. Un cuarto de
hora después, fui a relevarle, y acabé la inscripción.

AQUÍ,
MARCP,L LOUBENS
HA VIVIDO LOS ÚLTIMOS DÍAS
DE SU VIDA VALEROSA

***
Aquella noche dormimos muy mal, como la prece-
dente. El día siguiente, 16 de agosto, fué consagrado
por entero a la subida de Labeyrie primero, y de Occhia-
lini después.
J acques Labeyrie es un hombre tan prudente como
audaz.
"Hubiera debido repasarlo todo antes de bajar - nos
habia dicho y repetído después del accidente - , pero temi
qt!e me dijeran que exageraba las precauciones, que te-
nia ll1iedo."
Ahora que, desgraciadamente, sus aprensiones se'
veian justificadas, no quiso dejar nada al azar, al menos
nada de 10 que él pudiera verificar desde el fondo. Pa-
samos horas enteras atando y reforzando con alambres
las argollas que sujetaban el mosquetón al arnés. Cor-
té en varios pedazos la hermosa cuerda denylón y fa-
bricamos con ellos unas anillas de suspensión supleto-
rias que atamos paralelamente a las normales.
- Lástima - observé - una "nylón" de 10 milí-
metros completamente nueva...
- Es que tenemos empeño en salir vivos ele aqui
- replicó Jacques.
J38 LA SIMA DE PIERRE SAINT-MARTIN

Lueg'O se eqmpo con extremo cuidado, examinó


atentamente cada argolla, cada mosquetón.
- Vosotros haréis 10 mismo - ordenó - . ¿Ves
este pasador, Mairey? Asegúrate de que en cada uno
de vosotros está colocado de este modo, y que la cuerda
de nylón está dispuesta as!. .. ¿ te das cuenta?
Cogió una pequeña mochila y metió en ella los ob-
jetos de mas importancia que deseaba llevar consigo a
la superficie: no era cuestión de subir peso inútil. "Es
por el elevador. .. " había dicho André. Le confié mi
Leica, momentáneamente inservible, y todas las pelicu-
las impresionadas que pude hallar; si llegaba a buen
puerto, estos films estarian en seguridad.
J acques se puso el gran casco al que no tenia mucha
afición. Habia sido imposible hallar uno suficientemente
ancho para él, y el que llevaba, a pesar de ser el mayor
ele todos, le pl'Oducia dolor de cabeza.
- ¿Allo, superficie? ¿Estáis dispuestos ... ? Bueno,
tirad entonces. Suavemente.
-¡Adiós, Jacques! Buen viaje ...
Algunos minutos más tarde tuve que cerrar los
OJos: Labeyrie se elevaba lentamente, silueta informe
y anónima en la vaga claridad de nuestras lámparas, y
10 que veia en este preciso momento era exactamente
10 que habia visto tres días antes durante los minutos
que precedieron a la caida de Marce!. Y sentí miedo,
miedo como no creo haberlo sentido nunca, miedo por'
el amigo colgado sobre el vacio. Era algo que se agi-
taba vagamente dentro de mi, algo indefinible y tan poco
habitual... Cerraba obstinadamente Jos páFpados, de-
iando deslizarse a través de! mosquetón que tenía en la
mano el hilo telefónico que Jacques se llevaba consigo.
"AQUi Jl1ARCEL LOUBENS HA VIVIDO.,,» I39

Occhialini y Mairey estaban menos impresionados.


Sin duda porque no habian asistido a la caida de Lou-
bens.
Cuando Jacques estuvo fuera de mi vista, esta
aprensión desapareció también. ¡ Felizmente! El miedo
es una sensación desagradable, y tan inuti!... El hilo
se desarrollaba de un modo regular. Labeyríe subia
bastante lentamente, pero sin intermitencias. Dos o
tres veces tuvo que detenerse para apartar del trayecto
las fle.'Cibles escalas que podian quedar enganchadas. De
esta manera nos preparaba el paso.
Yo iba mirando la gran bobina que se vaciaba pro-
gresivamente. Llegaron por fin las 'últimas vueltas, lue-
go la bobina se detuvo. Jacques habia salido de la
sima.
Entonces fué preciso arreglar algo del elevador, pero
esta vez nos avisaron por teléfono. Además, desde que
Labeyrie estaba arriba nos sentíamos infinitamente más
seguros. Durante los dias que habiamos pasado juntos
pude conocer quién .era este. hombre, qué valor tan só-
lido y seguro representaba. Ahora sabia que si Labey-
rie se ocupaba de algo podíamos estar tranquilos.
Occhialini no se separó de nosotros hasta el final
de la tarde. Cuando hablo de la tarde sólo es para si-
tuarnos en el tiempo, porque para nosotros, sólo e.'Cis-
tió la noche... Le confié la mas pequeña de mis dos ca-
maras: al menos esto estaria a salvo si llegaba bien
arriba. Se puso en marcha muy lentamente, detenién-
dose con frecuencia en ]a pendiente de rocalla para pro-
bar el elevador antes de llegar al vaelo: se colgaba de
los suspensores con todo su peso, encogiendo las pier-
nas, y oiamos que se informaba por medio del teléfono.
I'¡O LA SIMA DE PIERRE SAINT-MARTIN

- ¿ Qué marca el dinamómetro? ¿ Cómo van las po-


leas?
Por fin dejó de tocar tierra. Nosotros tirábamos
del hilo inferíor para que no girara demasiado. Pero
una vez más tuve que cerrar los ojos... Aunque menos
impresionado que por la vista de Labeyrie, sentía de
nuevo en la boca del estómago la angustia de ver la
forma viva suspendida en pleno vacio elevarse !enta-.
mente, demasiado lentamente. A su vez Occhialini se
hallaba en el punto desde donde Loubens se habia es-
trellado contra las rocas ...
La subida de Occhialini fué más larga que la pre-
cedente. La fatiga pesaba dolorosamente sobre nues-
tros omóplatos.
"¿ Acabará por llegar? Dios mio, qué sueño tengo,
-- "
que, sueno...
Por fin, hacia la medianoche, la bobina quedó casi
vacia y nuestra aspiración al reposo creyó poder ser
satisfecha ... Pero, ¡ay... I Durante algunos minutos
todavía Occhialini permaneció quieto en el rellano na-
tural, a menos de dos metros bajo la salida de la sima.
Hasta dos días mas tarde no supimos la raZÓn de esta
interminable espera: .una veintena de reporteros gráfi-
cos esperaban con sus máquinas, prestos a disparar, y
él no tenia ganas de ser retratado ...
CAPITULO XII

ÚLTIMA EXPLORACIÓN

de que nuestros dos compañeros fueran re-


A
NTES
montados, habiamos hablado de un proyecto,
Tímidamente primero, por temor a pasar por
unos inconscientes, Pero nuestro sentimiento se habia
revelado umi.nime. ¿Nuestro proyecto? No volver a su-
bir a la .superficle hasta después de haber descubierto,
si era posíble, un paso que condujera más abajo toda-
·via. Este deseo habia nacído en los días precedentes, y
se fué haciendo ímperioso poco a poco. ¿ Por qué? Sen-
cíllamente porque habiamos percíbido, a través de las
conversaciones telefónicas sostenidas últimamente con
la superficie, que el mundo exterior nos consíderaba
como una especie de. náufragos, unos hombres a la de-
riva, a los que había que socorrer. Sobre todo ahora,
que ya no se podía salvar a Loubens, nos habíamos
convertido en un objeto de solícitud. Pero sí después de
la catástrofe se pidíó auxílío, solícítando hombres y ma-
terial, había sido solamente para que se pudíera retirar
a tiempo al herido, de la sima. Ahora sólo faltábamos
los dos para ser izados a la superficie, y el vasto senti-
míento de compa"ión se habia volcado sobre nosotros.
LA SIMA DE PIERRE SAINT-llIARTIN

Pero ní él ní yo teniamos temperamento de vencidos,


sino todo 10 contrario. N o estábamos abatidos por los
acontecimientos y los esfuerzos de esta larga semana,
y queríamos demostrarlo. Pero deseábamos tambien
darnos cuenta de la prolongación de esta gigantesca
caverna de la cual Loubens sólo logró entrever la en-
trada. Se trataba de demostrar que Loubens habia te-
nido razón, y de' descubrir nuevos pasos, de hacer, en
fin, lo que nuestro compañero hubiera deseado que se
hiciese: proseguir.
Habiamos esperado poder hacer esta exploración
ios cuatro juntos, pero las circunstancias no 10 permi-
tieron. era preCISO pensar en 10 de allá arriba, parien-
tes, amigos, equipos de socorro ...
Quedábamos solamente dos.
- ¿ Allo, de! elevador? i Escuchad, es muy tarde!
Estamos muertos de fatiga.

- ¿Vosotros también? No me extraña. Bueno. Nos


vamos a dormir y no penséis oírnos hasta mañana a
las dos de la tarde. Buenas noches.
Bajamos rápídamente por la pendiente que nos era
ya familíar. Un vaso de tonimalt, espeso y caliente, y.
,nos deslizamos en nuestros sacos de dormir. i Qué bien
estábamos! Cada uno en su saco caliente, sin puntia-
gudas piedras bajo la espalda... Desgraciadamente este
bienestar no. duró mucho. Aunque ya no tuviéramos e!
despertador de Occhialini, nos despertamos hacia las
ocho y media, como estaba previsto.
En semejantes circunstancias no hay que vacilar en
levantarse, si no, la tortura es cada vez mayor. Además
se corre e! peligro de volver a dormirse y por muchas
OLTIMA EXPLORACIóN Li3

horas... Antes de haber tenido tiempo de Iamentar)lOS,


de maldecir la vida, la humanidad, la obscurídad, el
frío, el mundo, nos hallamos en pie de un salto, ponién-
donos la ropa, el mono, el calzado. André puso agua a
hervir y mientras yo reunia y metía en nuestras mo-
chilas el material que pensábamos llevar, cuerda, mos-
quetones, víver~s, cámara, peliculas, antorchas, lámpa:
ras, vertió en aquel litro de agua un bote entero de to-
nimalt. Lo tragamos hirviendo. Estaba tan concentra-
do que nos escocia la garganta, y no por el calor. Yo
hice una mueca; los alimentos azucarados no me han
gustado nunca mucho...
- Tómalo - me dijo André - , te tonificará. Y trá-
gate también esto - añadió tendiéndome un compri-
mido.
- ¿ Crees que debemos tomarlo ya? ¿ No sería me-
jor guardarlo para los momentos decísivos?
Era "lambaréne", un excítante que debia permitir-
nos hallar la fuerza que tanto necesitaban nuestros ago-
tados cuerpos.
- No, no... Tómalo, hay que prevenirse. Luego
iremos tomando otros de un modo regular.
- Bien, doctor.
A las nueve nos cargamos las mochilas a la espalda
y nos pusímos en camíno hacía el fondo de la caverna.

A buena marcha, rodeamos la roca denominada


"Gibraltar", nos deslizamos entre grandes bloques en-
clavados en posiciones impresionantes, al menos para
los que han de pasar por debajo de ellos y llegamos al
borde del pozo que conduce a la sala Elisabeth Caste-
reto Desdoblo lo que queda de la anaranjada y hermosa
JU LA 'llU DI; T'IFJ(J?J; SAINT-MARTIN

cuerda de nylón, me ato para que André pueda asegu-


rarme, y me deslizo por la estrecha abertura en la que
sopla una violenta corriente de aire. Bajo rápidamente
los veinte metros de escalera, cuya parte inferior se
arrastra sobre la rocalla. André me sigue de prisa tam-
bién, recogemos la cuerda y nos vamos a grandes pasos
hacia la parte baja, atra\'esando la ca\'erna en diago-
nal, en dirección al lugar en donde se pierde el arroyo,
a la entrada de la galería descubierta cuatro días antes.
~lairey es feliz. Le gustan las grUL.1.S y las c..,plo-
raciones subterráneas. Hace quince dias que llegó al
collado de la Pierre Saint Martin, y desde entonces ha
e3perado y esperado que la mecánica funcione, luego
que quiera bajarle. Para realizar su deseo ha sido ne-
cesario que ocurriera el accidente. Y su estancia en el
fondo, desgraciadamente, no ha sido consagrada a la
espeleología ...
En la negra inmensidad, en la que nuestras lámpa-
ra~ no revelan más que una pequeña parte de los amon-
tonamientos de roca, reluce de vez en cuando, e.,traño
y difuso, un rectángulo livido, elemento del abalizaje
que Marcel y yo hicimos ocho días antes.
Atravesamos la sala a marcha redoblada, pues la
cita telefónica es para las do de la tarde... Aqui está,
la quebradura, la "diacasa". La galería debe de ha-
llarse un poco más abajo. i Sí, aquí es! ro hemos em-
pleado más que media hora en llegar, la cosa marcha.
Nos internamos en seguida por la abertura y bajamos
una pendiente de pedruscos de una inclinación de 30'
poco más o menos.
- ¿ Oyes el agua?
André se detiene, atento.
Ht'Jllral'iim dl'l el .\ a Jor mi nlrn TU/i·(I ',la u Il ndid I Illr I Ili ro .
OLTlJf.1 EXPLORACfó,'

- Si ... Si, hacía abajo. Cuando ubieron dijeron


que habian oido el río por otro lado. Debieron de bajar
hasta aquí.
Proseguimos, sín hallar dificultade . Una decena de
mctros más abajo, nos tropezamos con un pequeño cairn
construido a la c:ntrada de 1m ensanchamiento que e
abre hacia la derecha y parece subir.
- Hasta aquí es donde llegaron. Y esta bóveda es
la sala sobre la cual no estaban de acucrdo.
Era allí cn donde Loubens entrevió el principio de
una nuc"a sala, pero Labeyrie, prudente, habia descon-
fiado de u cxccsivo optimismo.
A la izquierda el ruido del torrente se percibía aho-
ra de un modo claro. Buscamos un poco, hallamos tm
estrecho pa o y nos internarnos por él, uno detrás de
otro. Galería, gateras, un callejón sin salida que nos
obliga a retroceder un poco y alcanzarnos el agua. Con-
sulto el altímetro: si no se tiene en cucnta la variación
de la presión atmosférica, nos hallamos por lo menos
"eil1te metro má abajo del lugar donde se pierde el
arroyo en la sala Casteret.
- Hay que tener en cuenta la \'ariación diurna. En
realidad c tamos más abajo toda\'Ía - digo -. ¿ Cree
que es el mismo arroyo?
André ha conseguido descender hasta la orilla del
agua que fluye bajo sorprendentes montones de bloque
~mpotrados unos en otros. Está dos metros más abajo
quc yo, con los brazos y las piernas separados.
- Estoy seguro - me responde -. En aquel rin-
cón de allá abajo veo que queda todavía fluorcsceína
pegada en la piedra.
- ¿ Entonce , no se ha desleído del todo?
lO
I46 LA SIMA DE PIERRE SAINT-MARTIN

Me echo de bruces en el suelo y desciendo a rastras


por entre los bloques... i Es verdad! ¡ Ya la veo! La
f1uoresceina ha dejado t1l1 musgo de un color rojo ber-
mellón algunas pulgadas más arriba del nivel actual del
agua.
- En pocos días el nivel ha bajado mucho.
- Podríamos probar a zambullírnos - propone
André - para pasar por debajo de este sifón. Es posi-
ble que luego se ensanche de nuevo...
-¡Brrr. .. !
¡ Tal vez en distintas circunstancias no me habría
negado! Pero en el estado en que me hallo, la perspec-
tiva de una inmersión en el agua a 3° no acaba de se-
ducirme.
l-lemos señalado nuestm camino con tiras desga-
rradas de una pieza de ropa recubierta con pintura lu-
miniscente, y esto nos facilita el regTeso: en cada bifur-
cación sabemos sin vacilar hacia donde debemos diri-
g'lrnos.
Al llegar al ca¡:m, hemos torcido ala izquierda, ha-
cia un orificio bastante ancho abierto a media altura
de la pared, algunos metros más arriba de nuestras ca-
bezas. Después de llegar allí sin esfuerzo franqueamos
una especie de umbral y penetramos en una pequeña
caverna que atravesamos rápidamente.
Un nuevo ensanchamiento, luego nuestras lámpa-
ras no barren más que inmensos espacios negros. En-
ciendo la potente lámpara que Pierre Louis. nuestm
jefe mecánico, nos ha prestado; muy lejos, el haz lumi-
110S0 choca con la roca. Nos miramos. ¡ Es demasiado
hermo~o, demasiada suerte! Una sala nueva, una sala
,realmente enorme, una tercera sala que añadir a las
ÚLTIMA EXPLORACIóN Lit

dos que ya conocemos, y este sin obstáculos, caSI S111


esfuerzo,
- ¿ y si encendieras una de tus antorchas, Harolln?
- Tienes razón, Espera un instante: preparo la ma-
quina y enciendo.
Saco de la mochila la máquina grande de cine. Está
muy fria y para calentarla un poco Ja deslizo bajo mi
chaqueta de plumón, junto a la camisa, y esperamos,
inmóviles, con las lámparas apagadas. No se oye nin-
gún ruido, sólo de vez en cuando el chasquido de las
frias gotas que caen de las invisibles bovedas.
Pruebo el motor de la cámara y veo que funciona,
- í Esto marcha. André! Vaya encender. Ve ha-
cia la derecha y camina sin preocuparte de mi, aprove-
chando la luz de! magnesio para e."aminar la sala.
La antorcha chisporrotea durante un segundo, y la
luz surge, deslumbradora. N os hallamos a la entrada
de una especíe de maravilloso navio de muchos cente-
nares de metros de longitud. Estamos a media altura,
más o menos a cuarenta metros del fondo, y la bóveda
se halla a una veintena de toesas sobre nosotros.
André avanza sin perder altura, prudente y rápido
a la vez, a 10 largo de la muralla de la derecha. Yo le
sigo con el visor. Su gigantesca sombra danza y se de-
forma sobre la rugosa pared. Dejo de seguirle, barrien-
do la saja con mi cámara, con la esperanza de poder
dar alguna idea de su extraordinario tamaño. Acabó
la cuerda, la izo apresuradamente, cambio de diafrag-
ma y vuelvo a rodar. André ha desaparecido, al menos
de mi visor, y no consigo volver a encontrar su silueta
demasiado pequeña, perdida en esta rocosa nave.
La antorcha se apaga, y permanezCO varios minu-
I~8 LA S!J1L1 DE PlERRE SAINT-MARTIN

tos cegado. Cuando mís ojos se han vuelto a acostum-


brar a la obscuridad y soy capaz de nuevo de emplear
mí lámpara eléctrica, guardo la cámara, me coloco la
mochila al hombro y sigo las huellas de mi compañero.
Éste me espera trescientos .metros más lejos, con los
ojos brillantes de entusiasmo.
- i Es formidable, Haroun, formidable!
Realmente, nos sentíamos felices. Con esa alegria
difícilmente traducible para el que río ha podido sen-
tirla, del descubrimiento de espacios vírgenes ... Recuer-
do las maravillosas impresiones experimentadas en el
Congo, cuando pisé por primera vez - siendo el pri-
mer hombre en hacerlo -la lava y la ceniza de un vol-
cán nuevo. "Sabía" que nadie habia pasado por allí
antes que yo, que nadie se habia aventurado por aquel
cráter, y esta certidumbre daba toda su intensidad a
la alegria que me llenaba en medio de aquellos sinies-
tros espacios.
También aqm sabemos que somos los primeros: ni
los hombres del paleolitico ní los modernos espeleólogos
han penetrado hasta este lugar. Somos los primeros
seres humanos que contemplamos estas bóvedas, y esto
es embriagador ... ¿Será esto vanidad? ¡Tal vez lo sea,
aunque no lo creo! Este sentimiento forma parte de
nuestra curiosa naturaleza hum:ma que desea conocer,
comprender.
Habíamos recorrido unos trescientos metros más o
menos y creiamos haber llegado al extremo de la sala,
pues hacia la izquierda se destacaba de la pared una
especie de abrupto dique natUl'al que se hundíá hacia
abajo cosa de cuarenta metros. Pero luego descubrimos
que detrás de aquel dique la sala continuaba todavía.
úLTIMA EXPLORACIóN 149

- Hay lo menos doscientos metros más - dijo


Mairey, barriendo la nueva inmensidad con el haz de
su lámpara.
En mi mochila llevaba una "bomba" de magnesio
particularmente potente, de diez kilogramos de peso,
que puede arder durante diez minutos. Yo la reservaba
para alguna ocasión excepcional. i Ésta era la ocasión!
Preparé la cámara, la calenté otra vez junto a mi cuer-
po, puse la antorcha grande sobre una roca y la encendí.
Las prodigiosas dimensiones de la caverna nos ma-
ravillaron. La sala era más vasta que las otras dos,
cuatrocientos o quinientos metros de longitud por tres-
cientos o cuatrocientos de anchura, y parecia más im-
ponente aún porque el fondo, en lugar de estar repleto
de colosales rocas, se hallaba vacio, hueco como la ca-
rena de un buque ,colosal.
No habia rocas, pero en cambio habia concreciones,
finas estalactitas suspendidas como largas pajas de las
majestuosas bóvedas, drapeados, columnas estalagmiti-
cas anchas y cortas, como setas monstruosas que sacan
la cabeza a través del suelo color ocre de la caverna.
Muy cerca, unas hoyas de agua inmóvil y transparen-
te, delicadas picas de obscura arcilla...
Aprovechando la deslumbrante luz, Mairey avanza
por la cresta del dique. Este paso, visto a la luz de
nuestras lámparas, nos pareció tan estrecho que temia-
mas que fuera impracticable. Filmo a Mairey mientras
camina, hábil y circunspecto. Luego se me encalla el
111otor. ., Ti ':~~fLJ
¡No faltaba más que esto! Con la Leica inutiliza-
ble, y la cámara pequeña en la superficie, sólo me que-
da esta maquina para conseguir algún documento, y
IjO LA SIMA DE PIERRE 5AINT-MARTIN

ahora se me estropea en el preciso momento que des-


cubrimos una maravilla ... A pesar de todos mis esfuer-
zos el motor permanece encallado, vencido por nueve
días de fría humedad. Rebusco en mi bolsillo, cojo la
"manivela" pequeña, la coloco y sigo rodando a mano:
es mejor tomar una película mala, muy mala, que que-
darme sin pelí.cula.
Acabamos de tomarnos nuestro tercer comprimido
de "lambarene" y se nota su efecto tónico. En seguida
que he terminado la bobina de película, cierro la mo-
chila y me aventuro a mi vez por la exigua arista del
dique. André ha desaparecido. Le llamo una, dos ve-
ces, pero se halla ya fuera del alcance de la voz. No me
cuesta ningun trabajo seguir su huella, pues el camino
está perfectamente señalado con cintas luminiscentes
de seoteh-lite colocadas sobi'e relieves rocosos.
Es realmente la mejor manera de señalar un itine-
rario subterráneo, y lo recomiendo de un modo parti-
cular a mis colegas espeleólogos. Una· feliz casualidad
nos habia permitido usar este sistema y apreciar su cua-
lidad excepcional. Algunos días antes de mi salida ha-
cia la sima de la Pierre Saint Martin, tuve que pasar
por la ,comisaria de mi barrio por alguna historia de
e..'<ceso de velocidad. Una vez el acta debidamente fir-
mada, el comisario me dijo:
- ¿Le serviría a usted, en su caverna, un poco de
tejido de seoteh-lite? Me quedan algunos trozos ...
Acepté, pensando que siempre podría ser útil. Lo
habia traído más bien como material de socorro, ya que
teníamos un "stock" de chapas cuadradas recubiertas
de una pintura similar. En realidad las chapas nos de-
cepcionaron. La tela, en cambio, cortada en tiras estre-
OLTIlvIA EXPLORACIóN 15 T

chas y largas se reveló perfecta desde todos los puntos


de vista, tanto por la luminosidad como por la facilidad
de colocarla o colgarla.
- Es una gran cosa estar en buenas relaciones con
las autoridades - me decía André a nuestro regreso,
mientras avanzábamos sin pérdída de tíempo y sin equi-
vocarnos.
Después de hab,er bordeado la cresta del díque, y
alcanzado una ancha terraza de rocaIla, tuerzo hacia la
derecha y sigo una vía descendente que me Ileve sin
díficultad hasta el fondo de la caverna, Al levantar la
cabeza y dirigir hacia arriba el haz de mi lámpara, ad-
vierto que no "toco" ya al techo; éste debe de haIlarse
a unos cien metros sobre mí.
André sigue sín responder. .. Veo en la noche dos o
tres cintas luminíscentes que conducen al lugar eu don-
de la bóveda se une ,con el suelo, una cincuentena de
metros mas lejos: la e..-..;:tremidad de la caverna. ¿ Por
dónde habrá desaparecído André? Me apresuro, anima-
do por el "lambarene", saltando de un bloque a otro
con recuperada agílídad. Y luego comprendo: la sala se
termína, sí, pero un túnel se abre al final de eIla, en el
punto más bajo. Un túnel negro y abierto hacia el cual
me arrastran las brillantes tiras de scotch-lite.
, Penetro en el túnel. Sus proporciones están a la es-
cala de la sala que acabo de dejar; diez metros de altu-
ra, veinte o cuarenta de anchura...
Miro la hora, el altimetro, inscríbo algunas notas en
mi mojado carnet, luego sigo las hueIlas de Maírey.
El enorme túnel, como trazado por un tiralíneas, se
dirige hacia el noroeste. Medía docena de trenes, uno
al lado del otro, podrían pasar por él. La pendiente de
152 LA Slllf,:1. DE PIERRE S.'1INT-MARTIN

pocos grados de inclinación contrasta con los declives


rápidos de las tres salas. No hay agua en el suelo; sólo
graneles bloques amontonados.
-¡Eh!
El llamamiento de Mairey me produce alegria; es-
toy satisfecho de volver a encontrarle y satisfecho ele
poder compartir con él tan extraordinarias impresio-
nes. Me espera allí, doscientos metros al interior del
túnel.
- ¿ Oyes? - pregunta.
Presto atención un momento' un potente rumor
llena la caverna. Es terriblemente impresionante. "¿ De
dónde viene?"
Hay que fijar verdaderamente la atención para de-
terminar de dónde procede el ruido, pues aquel ronco
fragor parece salir de la pared entera. En realidad vie-
ne de abajo.
- El río - dice André.
El túnel prosigue, siempre igual, y nos ponemos
nuevamente en m~rcha. Un poco más lejos, entre las
piedras que obstruyen en fondo, aparece el agua.
En pocos momentos, hemos pasado de una galería
seca a las orillas de un gran río subterráneo. Este cur-
so de agua es más importante, mucho más importante,
que el arroyo que ya conocíamos: su caudal es mucho
mayor y tiene de cinco a diez metros de anchura y. de
uno a tres de profundidad ... Avanzamos rápidamente,
impacientes por descubrir algo más, temiendo la hora
que nos obligará al regreso.
Tan pronto el camino puede seguirse fácilmente,
como es preciso franquear delicados pasos sobre el agua
cristalina, tan límpida que por dos veces, al divisar
CíLTIMA EXPLOR.dCIÓN

una roca a propósito para poner el pie, me mojo hasta


el tobillo por no haberme dado cuenta de que la peña
en cuestión se hallaba debajo de la superficie del agua.
A las 12,45, después de una media hora de progre-
sión en línea recta por este túnel extraordinario, nos
detenemos junto a una ancha laguna de aguas tran-
quilas, ligeramente verdosas. Nuestras lámparas, re-
buscando más allá del peqneño lago descubren el negro
arco de un túnel que parece prolongarse indefinidamen-
te. Enciendo una última antorcha de magnesio y ruedo
alg1l1l0S metros de pelicula con la "manivela". André
aprovecha la luz para inspeccionar la galeria lo más
lejos posible; tanto como alcanza la vista, el túnel pro-
sigue siempre igual.
Dar media vuelta es para nosotros un verdadero
sacrificio" . Nos resignamos a hacerlo únicamente a
causa de los que nos esperan en la superficie y se in-
quietarían de nuestro largo silencio. Pero, ¡cuánto nos
cuesta! Según nuestros cálculos, fundados en la lectu-
ra del altímetro, debíamos encontrarnos cerca de seis-
cientos metros bajo tierra y habíamos recorrido en lí-
nea recta una distancia de mil quinientos metros desde
el lugar donde acaba el cable.
Es un resultado magnífico. Estamos seguramente
en la base del potente macizo de calcáreos terciarios,
allá en donde las rocas están en contacto, siguiendo una
superficie débilmente inclinada, con los esquístas car-
boníferos subyacentes.
A partir de este lugar no habrá, seguramente, mas
pozos, sino una sucesión de galel'ías que coriducirán
probablemente hasta el fondo de los desfiladeros de Ka-
kaouetta, a seis kilómetros ele aquí, y con un elesnivel
154 LA SIMA DE FIERRE SAINT-MARTIN

de seiscientos metros. Ancho y recto el túnel nos 111-


vita...
j Qué sueño tan maravilloso para un espeleólogo,
penetrar en el seno de una montaña por la parte de
arriba y volver a salir por abajo, "mil doscientos me-
tros más abajo" después de haberla atravesado en todo
su espesor ... r Ahora nos hallamos ante la realización
probable de tan audaz sueño. Y es preciso volverse
atrás. No sólo abandonar esta embriagadora explora-
ción, sino también afrontar las fatigas de la subida
hasta el campamento, los azares del gran pozo vertical...
j Pobre Marce!! í Él que había descubierto la entra-
da de todo esto y pidió que le subieran para dejar su
parte a los compañeros!
Nos preparamos nescafé con unas pastillas de al-
cohol solidificado, comemos un paquete de bizcochos,
tomamos otra vez "lambarene" y, volviendo la espalda
al tentador curso del río volvemos a subir hacia las
obscuras inmensidades, guiados por la suave luz de las
cintas luminiscentes.
Alcanzamos el gran dique y franqueamos por se-
gunda vez la estrecha cresta. Me siento cansado y la
paso mal, a caballo sobre la arista.
- ¡ Dios mío, me has asustado! - dice André, que
me estaba contemplando.
Permanecemos un momento inmóviles en esta sala
de admirables proporciones, de pie al lado de las c-'"'(-
trañas protuberancias de reluciente calcita.
- Esta sala es estupenda...
- Estupenda. Se llamará sala lVIarcel Loubens.
- ¡ Naturalmente... 1
Todo va bien hasta la sala Casteret que atravesa-
úLTIMA EXPLORACIóN 155

mas oblicuamente, dirigiéndonos hacia la flexible esca-


lera que cuelga del techo en el rincón sudoeste, Soy yo
quien señalo la dirección que debemos seguir, pues soy
el único de los dos que conozco la sala, ya que André
no ha hecho más que atravesarla a la ida, No hay ya
cintas de scotch-lite, sólo de vez en cuando algunas cha-
pas luminiscentes, de mediana calidad, y un pape! lu-
miniscente rojo, testigo de la exploración de esta sala
por Marce! Loubens un año antes.
A ];lesar de! "lambaréne", empiezo a. sentir dura-
mente la fatiga, y me cuesta escalar los bloques enor e
mes que hay que volver a bajar luego para atacar en
seguida el siguiente. Un insidioso calambre serpentea
por la parte anterior de mis muslos. Mientras no vaya
en aumento ...
y luego, no sé cómo, perdemos el pozo de salida.
Hemos llegado a un punto elevado de la sala donde la
bóveda forma un ángulo y se une con las' gigantescas
ro~as del fondo. N os detenemos proyectando a nuestro
alrededor, como largas antenas, los haces luminosos de
nuestras lámparas. La escalera no aparece por ningún
lado; nos hallamos en un paraje desconocido. Sin em-
bargo, yo habia estado varias veces en esta sala; tres
veces, seis entre ir y volver, lo cual ya constituye una
exploración detallada.
. j\,JIi fatigada mente empieza a aturullarse. Acabo
por dudar de mi lucidez...
- No reconozco este lugar. ¿ Es seguro que esta-
mos en la sala Elisabeth Casteret, André?
Mairey asiente, y esto me tranquiliza.
- Entonces no podemos hallarnos más que en la.
parte superior izquierda ele la caverna - prosigo - , la
I56 LA SIMA DE PIERRE SAINT-MARTIN

que no visitamos con Loubens (1). Total: hay que vol-


ver hacia allí y buscar hacia la derecha.
Nos ponemos nuevamente en marcha. André lVIaí-
rey se adelanta rápido. Hago un esfuerzo para seguír
su paso y entonces, bruscamente, los calambres me ate- .
nazan los muslos. Son tan dolorosos que me doblo vio-
lentamente por la mitad y pierdo el equilibriD. Caigo
del bloque donde me hallo, me tuerzo la muñeca, me
despellejo .
-¡M !
Debo proseguir con las rodillas dobladas, casi a
gatas. Es a la vez grotesco y doloroso. Me síento terri-
blemente riclicu10, al mismo tiempo que me invade una
ligera angustia.
"No conseguiré subir la escalera... Eso, si la en-
contramos. "
Pienso en Loubens, e.c'Ctraviado el año anterior en
esta misma sala, pero solo, mientras yo le esperaba en-
cÍma del pozo que ahora buscamos en vano. Sus dos
lámparas se e..'(tinguían, sus llamadas quedaban sin res-
puesta. Cuando por fin nos volvimos a encontrar y nos
.abrazamos me dijo, extenuado: "He tenido miedo".
Ahora somos dos y sé, mi razón sabe, que no podemos
dejar de encontrar la salida hacia arriba. Y, sin em-
bargo ... Por eso admiro todavía el valor, la sangre fría
gracias a los cuales nuestro amigo se había salvado
aquella vez.
André lanza un grito de alegría.
- ¡ Ya está. Haroun, he hallado la salida!

(1) Buscábamos una salida por abajo.


OLTIMA EXPLORACI6N

Vuelvo a tomar "lambarene", :Mientras André tre-


pa por' la escalera me hago masaje en las piernas. Al
cabo de diez minutos me siento mejor y subo a mi vez
sÍn dificultad.
Son más cerca de las cuatro que de las tres y lle-
vamos retraso. Hemos salido por la mañana a las nue-
ve, y prácticamente no nos hemos detenido más que un
cuarto de hora, para tomar café en el punto extrema
que hemos alcanzado. Durante estas seis largas horas)
los esfuerzos, el entusiasmo, la tensión, nos han aleja-
do del drama vivido los días precedentes. Éste se nos
impone de nuevo después de que, tras una última con-
tracción a la salida del pozo, penetramos en la sala
superior: el acre hedor de la sangTe se ha esparcido
por toda la caverna. Es atroz.
Nos apresuramos hacia el campamento. Hay que ir
aprisa para no inquietar a los que esperan en la super-
ficie (creían que dormíamos ... ). Es preciso apresurar-
se por nosotros también, para poder ser izados antes
ele la noche.
Casi todo el material debe ser abandonado. Nos han
prevenido: quince kilogramos por persona, como mú-
ximo. Escoger lo esencial. Para mi, ante todo, la pe-
lícula impresionada. Luego la cámara de gran valor,
el trípode cinematográfico, el saco de dormÍr. André
sólo tiene que llevarse algunos' instrumentos de cirugía,
pues no había traído ningún objeto personal, ni siquie-
ra un jersey de recambio, para pesar menos en el ele-
vador y bajar más aprisa.
Nos repartimos el lote de objetos y COsas que de-
bemos subir. Meto la cámara y el saco de plumón en una
bolsa de goma para lwya-k que }acques me había dejado
158 LA SIMA DE l'lERRE SAINT-MARTIN

v lo encierro todo con las películas impresionadas en


una mochila. Pongo en un kit-bag el tripode y las dos
camas ligeras, la de Labeyrie y la mía, y en cinco mi-
nutos nuestro equipaje está terminado.
- En camino. ¿ Te llevas las flores?
André coge el vaso donde están en remojo desde
hace cinco dias, sorprendentemente bien conservadas,
las ílorecillas campestres que Occhialini le había traido
a Labeyrie. "De parte de tu mujer", habia dicho.
Otra vez, una última vez, trepamos por el enorme
talud de rocalla, camínando entre estos bloques que
ahora conocemos uno por uno. Intentamos apresurar-
nos, pero la fatiga hace más pesadas nuestras mochi-
las y nuestros músculos menos flexibles. Llegamos a la
cabecera de la tumba. André coloca el vaso de flores
junto a la piedra rayada de blanco.
- Adiós, Marcel- hemos murmurado...
Luego proseguimos la marcha.
CAPiTULO XIII

CUATRO HORAS Y NIEDIA


PENDIENTE DE UN HILO

A LLO,.clel elevador? Aquí, Mairey.

- Si, muy bien. Vamos a equiparnos.

- Bueno, dentro de media hora poco más o menos.


Fuimos a explorar hacia abajo esta mañana y hemos
descubierto una tercera sala, muy grande. Luego, un
túnel, muy grande también. Y un importante río a más
de seiscientos metros de profundidad.

- ¿ Esto no os extraña? ¡ A nosotros si! Hasta


áhora.
Nos equipamos. No resulta cosa fácil embutirse en
un mono impermeable, colocarse un arnés de paracai-
dista como los que empleábamos, y colgarse un ha7)/,c-
sac y un J;út-bag SIn atL"\:ilio de nadie, así es que nos
equipamos a la vez para poder ayudarnos mutuamente.
Cometí el error de no ponerme el mono impermea-
ble que había quedado en el campamento. Esperaba su-
160 1-.1 SlU.·/ Di, PTHRI<E S./lXT-UARTl.V

bir rá[liuamente, como lo habian hecho los dos prime-


ros, y no tener que pasar más que un cuarto de hora
u media hora bajo la cascada. Esperanza que debía que-
dar destruída...
- i Y pensar que hace cinco días temíamos no te-
ner nada que contar! Ahora hay demasiado...
- ¡Desgraciadamente 1. ..
Como recordaréis, antes de salir la e.xpedición ha-
bíamos vendido a la prensa la c."clusiva de los artículos
que escribiéramos sobre nuestras a\·enturas. Ahora que
la catástrofe había aumentado enormemente nuestros
ga to era precíso ganar dinero. Este dinero era toda-
vía más necesario, pues habíamos decidido constituir
un pequeño capital para Patrick Loubens, el hijo de
nuestro amigo, de dos años de edad. Artículos, fotos,
películas, debían servir para ello...
]\fe puse el casco, colgué el mosquetón del bucle ter-
minal del cable y conecté el laringófono.
- ¿ A110, del e1e,-auor? Aquí, Tazieff. Estoy dis-
puesto.
- Aquí, Cosyns. Buenos días. Empezamos a re-
montarle.
Me volví hacia Mairey.
- Adiós, André. Esperemos que lodo irá bien.
Procu ra no tener frío y prepá rale con frecuencia al-
guna co a caliente para beber.
El cable se puso tenso. Escalé la pendiente con ese
[la o extraño y lento semejante al de un buzo, caracte-
rístico del hombre izado hacia arriba oblicuamente y
retenido hacia abajo por su peso. Seguía la vía habi-
tual, la que había seguido Loubens. Después de llegar
al gran bloque fuí remolcado verticalmente.
El Ilr 'Iailt'
PJJ..\'DI1~ lE VE HILO 161

- ¿E t fa bien?
a bien, racia.
- Hable a In nudo para que cpamo i el tel~-
fon funciona r gularmcnt - me dij yn .
li ubida e efectua1Ja de pací más dI.: pacio que
la de mi do prede e 01' '.
- .. o 'él muy apri. él - b rvé.
- ~ ~ má prutl nte - re'p ndi6 la:' ¿

\;rificaUlo la t ni' 11 11 el dinamómetr :


má' que Labeyric.
- T atu ralmcnt : j Be\ Q encim toda' la película 1
Uajanc.l la cabeza, lo que e n e~t rran ca eo y tod
1 a ro e 11 ·ti tuía un \'crdader f uerzu di vi t: la
an'k'lrillcnta luz d la lúmpara de Iairey. i u ~ 1 jo
parecía :a! Jir ~ un p o, má o meno' reten' d por
1 hilo elcf 'ni u inferiur. El poder haz de mi lám-
para barría la parcde y la 1art up rior del pedre-
ral: lo bl que aparecían . dcsaparedan e 1110 lívido
fan a 111a .
- f abl - dij yn - . ¿ e' In marcha e t ?
- •a bi n. \'a bi n.
, p -al' del "Iambaren ,'o qu acababa de tomar, no
me clltÍa ab 01 am nU: 11 da locu z. \ r e ntrari hu-
Li ra qu ridu p 'rmanee~r C mplctamcnt ilencio () ara
(ump n t1'a1'111C 1 m j r po ible con aquel prodigioso
hwar, e n tan s rprendentc ituación... • taba a tI' in-
ta, a treinta cinco metro obre 1 "acío, atraído lell-
tament~ hacia arriba p r un d 1 ad eabI 'a i in,,' i-
ble, n el ob cu ro iI ncio d 1 interior de la tierra ilen-
i qu ercibía plenament a pe ar d 1 tamb riL del
agua obr mi case .
J ,ue oí JU nm lej s . muy abajo, f ndr' em-
u
162 LA SIMA DE PIERRE SAINT-ií{ARTIN

pezaba a sílbar el "Himno a la alegría", Era sorpren-


dentemente tónico y lleno de vida. Empecé a acompa-
ñarle, pero no pude silbar mucho rato: el agua que
chorreaba sobre mi rostro y mis labios lo hacia impo-
sible. Entonces empecé a Cc1.ntar.
- ¡Muy bien!
Viniendo de la superficie oí en los auriculares la
apro ba.ción de IVIa.."C Cosyns.
- Muy bien, la "Nov.ena Sinfonía" conviene ad-
mírablemente y así podemos verificar el buen funcio-
namiento del laringÓfono ...
Oincuenta metros, sesenta metros. La lámpara ya
no revelaba nada de la negra inmensidad. Sesenta me-
tros, setenta. Gracias al laringáfono podía estar al co-
rriente de cómo se realizaba la subida. De pronto, el
cable se inmovilizó.
- ¿Allo, qué sucede?
- Una sencilla verificación.
¿ Una sencilla verificación? Esto me inÍtmdió des-
confianza.
- ¿ Verificacián de qué? ¿ Cuánto rato tardará?
Silencio.
- ¿ Allo? ¿ Tvle ois? ¿ Cuánto rato tardará.?
Silencio otra vez. Grité:
-¡Ano! ¡Allo!
- No será largo, no será largo.
- ¿ Cuánto rato? Decídmelo francamente.
- Pues ... - percibí una vacilación - . Diez minu-
tos. Tal vez una hora...
Estallé;
-¡Una hora!
- Tal vez nos veamos obligados a bajarte.
PENDIENTE DE UN HILO IÓ3

- ¿ Cómo? - rugí -, ¿ Cómo?' ¿ 3ajarme? ¡Pero


eso es una locura! ...
Silencio.
Esperé í111 momento, esforzándome en recobrar la
serenidad; luego, prosegui;
- ¿ Allo? ¿Me ois?
-Si.
- Escuchad, estoy en pleuo vacío y en plena cas-
cada. Verdaderamente es el SitiO peor para hacer espe-
rar a nadie. ¿No podríais subirme unos quince metros
hasta la pequeña cornisa de - 290 m.
- No, es imposible.
Murmuré con resignación;
- Bueno, como queráis.
El agua caia sobre mi casco y mis hombros, empe-
zaba a filtrarse por el cuello a pesar de la toalla que
me habia arrollado en él.
"¿ Qué le, debe de haber sucedido al elevador? - me
preguntaba - , Si al menos me lo dijeran... "
Oi a André Mairey que me interpelaba:
- ¡Eh! ¡Haroun!
- ¡André, el elevador tiene avena!
Mairey me dirigió una pregunta que no pude en-
tender a causa de la distancia (un centenar de metros j,
de los auriculares que llevaba puestos en las orejas y
del tamborileo de las gruesas gotas de agua sobre mi
casco.
Miré el reloj' habia transcurrido un cuarto de
hora.
- ¿Allo, Max?
- ¿Allo?
- ¿ Falta mucho todavía?
164 LA SEU DE PIERRE SAINT-MARTJi'v'

Uu corto silencIo, luego:


-Unos diez minutos, si todo va bien.
- Escuche, estoy por completo bajo el ag'ua, S111,
impermeable. Mi chaqueta de plumón empieza a empa-
parse. Todo lo que 11evo pesará más con el agua: 10
menos diez kilos. ¿ Habéis pensado en esto? Tendríais
que subirme hasta la cornisa.
- Es imposible, chico.
- Entonces, tanto peor. hacedme bajar.
- Es imposible.
"Imposible subir - me dije - , imposible bajar.
Esto es excesivo. ¿ Qué debe de teuer el elevador?"
Para ahorrar las pilas apagué la lámpara. La noche
me envolvió. En el fondo, que parecía inlinitamente le-
jos, el reflejo de la lámpara de' André agravaba la im-
presión de inmensidad.
En un momento, mi paciencia se hizo trizas.
- ¿Allo, allo? ¿ Qué sucede ahi arriba? i Decídme-
lo de una vez! Ha soy un chiquillo. Si es algo grave,
es mejor que me lo digáis, ¡demonio! i Allo l. ..
Silencio.
Esperé un momento.
-¿Allo? ¿Allo? .. I Allo I
Silencio.
Yo echaba chispas.
- ¡ Al menos podríais conserv<l:r la comunic~ción!
¿ Pensáis que esto resulta muy divertido? ¿A11o? ...
Nada.
Durante algunos mínutos permanecí silencioso. El
agua me pesaba terriblemente. Pensaba en los kilos que
se añadian a mí propio peso, y en aquel elevador que no
habia tenido sulieíente fuerza para subirme cuando es-
PENDIEi'iTE DE UN RILO 1°5

taba seco ... Ferspecti':a poco halagüeña. Recordé en-


tonces lo que LabeYr1c nos había contado ocho días
antes. En el curso de su descenso ttn·o que veríficar
algún arreglo en el pozo. En un ¡"oncento dado pidió
que le remontaran diez centimetros. D:~z centímetros
solamente. Ciertamente no es mucho. Le respondieron:
"Imposible, no hay manera... " Esto nos habia dejado
algo pensativos.
Esta vez no estaba pensativo, sino loco furioso.
Chillé mil insultos, desgraciadamente perdidos para
siempre, ya que nadie los oia allá ¡¡n·iba...
Envuelto en una capa de agua fria colgaba, inerte,
en la obscuridad.
Por fin me hablaron. Reconod la afable voz de
Janssens.
- ¿ Al1o, Haroun? ¿ Va bien eso?
jAllo, Jean! No, esto no va bien. ¿ Qué es lo que
sncede? Dímelo, ya sabes que no soy cobarde. Explíca-
me qné es lo que falla. Y sobre todo, no me dejéis in-
comunicado. i Es una sensación horrible!
- Ahora 10 estamos arreglando. Beppo ha encon-
trado el sistema. Para disminuir la tensión del cable
hemos atado una docena de hilos eléctricos, y hay doce
hombres que tiran de ellos. ¿ No lo notas?
- N o, no noto nada. Me hace el efecto de que no
me he movido.
- Debe de ser sin duda por la elasticidad del cable.
Pero csto funciona admirablemente.
- ¿ Hay 111ucha gente ahí arriba?
Sentía renacer la tranqnilidad. Mi cólera se habla
ya disipado.
- J Ya lo creo J Todos quieren ayudar: [os g·endal·-
I66 LA SIMA DE PIERRE SAINT-llIARTIN

mes, los periodistas, los chicos de Mauléon, sin hablar


de los compañeros. ¿ Sabes quién ha sido el primero en
bajar al fondo de la cavidad para tirar de! cable en se-
guida que se ha sabido que era preciso aligerarlo?
-No...
-¡Tu padre!
- ¿ Mi padre? ¿ Mis padres están ahi?
- Sí, si, desde ayer.
- ¿ No están demasiado inquietos?
Conozco el temperamento nervioso de mi madre.
- No, no, todo va bien. Son perfectos.
- Abrázalos de mi parte.
El tiempo se deslizaba. El agua también. Pasó una
hora. El efecto del "lambaréne" pasó igualmente ...
Irresistible, la fatiga acumulada por nueve días pa-
sados bajo tierra cayó sobre mi. Nueve días casi sin
dormir, con demasiadas emociones y demasiado poco
alimento. Y este último día, esta carrera desenfrenada
en pos de un descubrimiento. aque]]as seis horas de des-
censos y escaladas sostenidos por el "Iambaréne", este
terrible día añadido a los otros.
Sólo el C-.'(cÍtante nos habla permitido resistir. Una
vez pasado el efecto del último comprimido, y no te-
niendo ya ninguno más, sólo fui un lamentable paquete
de ,carne miserablemente colgado en el extremo de un
hilo, sometido a un movimiento de rotación alternativo,
unas vueltas a la izquierda, unas vueltas a la dere-
cha, unas vueltas a la izquierda.... siempre bajo el gran
grifo abierto sobre mi cabeza en algún lugar de! obs-
curo abismo.
Casi sentia ganas de ]]ol·ar.
Ltlego, empecé i\ tiritar. De momento. me distrajo;
PENDIENTE DE UN HILO I67

luego, fué agotador. Intenté vanamente detener el in-


interrumpido castañeteo de mis mandíbulas: dmó más
de tres horas.
Desde arriba, el bondadoso Janssel1s me repetía pa-
cientemente que sólo faltaban diez minutos. Un cuarto
de hora mas tarde, diez minutos todavia: a la media
hora faltaban diez minutos... Lo que mas me desespe-
raba eran aquellos "diez minutos".
- Pero, J ean, dime cuánto tiempo necesitáis "real-
mente".
No sé cuantas veces le dirigí esta pregunta... Jans-
sens se lo preguntaba a los que trabajaban sin descanso
en el elevador.
- Un cuarto de hora, tal vez veínte minutos. Pierre
Louis está perforando un agujero en e! eje de la polea.
Luego pondrá un tornillo.
Aunque no entendia gran cosa, me alegraba oir es-
tos detalles técnicos, algo que no fuera ni esta obscuri-
dad, ni esta agua, ni este girar, ni esta fatiga horrible,
ni estas piernas que parecían muertas por estar dema-
siado comprimidas en la cabeza del fémur por las cin-
chas de mi arnés.
Fué interminable. En conjunto duró dos horas y
veinte minutos. Hubiera deseado donninne o desma-
yarme, pero habría sido demasiada suerte. En mi vida
me he sentido tan desgraciado.
El episodio de! klt-bag me volvió a la realidad por
un momento. JHa..'< Cosyns me preguntó cuántos kilos
de equipaje llevaba.
- Unos quince - respondí.
- i Quince kilos! - exclamó - , }Iabia dicho: "diez
como 111áximo". ;..Qué lleva?
~
168 T.,-/ Sl.1TA nI; PlERJ?F: .\ATST·M./RT1.·

Se lo dije.
- ¿ Camas de campaña? - e talló -. Había dich'J:
.. :olalJlente lo indi -pensable".
- Lo indí ·pensable.. _-murmuré - . Entonce hu-
I,era podido ubir de-nudo.
\ '(l eguía munnurando: .. )ndi )l\:n able, indi peno
o able... "
- Oe.cm araee- del kit-bag - ordenó.
En ell·/t-blJY. adenú, de las do camas que pesaban
cuatro kil ., habia. entre otra. el)sas. un e.xeelente trí-
pode cinematográfico...
- Hay el trípode C. T. ~1. - dije - . Entre too"
debe de valer uno- do cientos mil franco:. ¿Lo uelto
de todo- modo:?
JIubo un lar ro silencio: lueWJ:
- uéltelo.
Abri I.)s dos mosquetones y sO tU"e el precio o klt-
bay sobre el vado con el brazo extendido.
- ¡ Eh..\ndré!
-¿Qué hay, Haroun?
- Suelto el kit-bag, ¡atención! lo encuentra-,
echa un "istazo al trípode ...
- Entendido. uéltalo.
Abrí la mano.
ilencio. Como si no sncediera nada. Silencio, Ya-
rio egundos de ilencio. A veces, "ario segundo- pa-
recen muy largos. Y de pronto. el "era ", el aplasta-
miento del pesado paquete obre las rocas del fondo.
Entonces me di cuenta de pronto del enorme vacío que
me eparaba del fondo del abi mo.
-f.uí· .on 11 JIa<ln :11 ,Ija ¡gilí 'oh' 11. I ., Ilill.••
.olllpmil'l"1l I1l' LUlIl11'O. ah ;tfJlIrl' ~ pa tor 1111raoll' 1 r '/11 ,ll'l n' l)IIn 11.
J'F..\·D/C\"[¡¡ DE l . ' /1lI.U 16

* * *
¿ Qué 'uccdia allí arriba? ~Iis padre me 111 conta-
ron mi tarele. Habían regresado de Lic'] en donul' e.-
perahan la' noticía.. en . egui<la que ~ trató ele rcmon-
taro< .)' pa al' n vario' día en aquel im'cro imil ''¡''GC'.
me,colanza el' L'luipos dc '(>corro, de gendarm ,de
pa -torc - )' d ' ¡x:riodi. la: que :e habian rennido en ¡r-
no al pequetio grupo de la expediciílll. He aquí CI)IllII
puedo rcpre 'cnlarme la coa,. -e¡.,"lÍn el relalo que -e
me hizo.
• on la cinco y media de la tarde. El tiempo, h 1'-
nlO 'o al ¡,rincipio. ha ido empeorando poco a Jl<>C0 'i'
amenaza 1I1J\'ia. ).0 - a:istente: . iguen la <:>tapa de mi
asccn -iím por la' breve frases que Co. yn< pronuncia
cn el laringófono con 'u monótona \'oz. Ha la ahora
e:ta a:censión . e ha efectuado de un modo regular aun-
que Icnta por mis ochenta kilo y el peso de mi equipaje.
El elevador 'e detiene,
Ca yns ,e quita lo' auriculare y sc inclina hacia el
mecánico. Luego, "uelve a coger el laringófono. habla
de \'Crincación, propone el descenso y finalmente con-
cede:
- Bueno. intenlaremo arreglarlo sin bajarte.
\Irededor de la frágil mAquina encaramada en el
abrul,lo borde de la ca\'idad, Max Co yn.• Louis y u
ayudante: e con. ultan a media voz. l\Iadame ,Iairey
e:tá en ti teléfono que comunica con el campamento.
: e le oye pedir que bu quen entre el material UIk'l po-
le:t de cinco milímetro . Todo el mundo comprende. .
¿ Un:<: verificación? e trata de al~o má~ que e lo.
Pero no encuentran lo que .c nece -ila )' e prl'Ci~o
rio LA SI1VIA DE PIERRE SAINT-IvIARTIN

resignarse a reparar allí mismo la polea del elevador.


Para hacerlo es preciso apartar el cable unos treín-
ta centímetros y mantenerlo separado mientras reem-
plazan el tornillo que ha cedido ... Treinta centímetros
parece que no sea nada. Pero hay que contar con mí
peso, el de mís paquetes, el roce contra la roca y la ten-
síón de casí cuatrocientos metros de cable... ¿ Puede
uno imaginarse 10 difícil que resulta sostener un cable
tenso de cinco milímetros de diámetro?
Para sostener el cable al sacarlo de la polea, sierran
un pedazo de la percha que había servido una decena
de dias antes para transportar la máquina y que, feliz-
mente, rueda todavía por allí. Este rodillo es íntrodu-
cido y empotrado en el armazón del elevador. Para po-
der deslizarlo bajo el cable es preciso aflojar éste y
aguantar también abajo, en el orificio de la síma, este
delgado hilo de acero al cual está suspendido, en algún
lugar de los centenares de metros de tinieblas, el peso
de una vída.
Labeyrie, Treuthard y Occhialini se afanan. Unos
hilos telefónicos servírán de ligaduras de socorro. Los
atan al cable y una docena de hombres se inclinan ha-
cía delante sosteníendo las blancas cuerdecitas, que pa-
recen serrarles el hombro.
- Sostenedlo solamente. No tiréis con demasíada
fuerza porque podría romperse.
Está allí el equípo de Pau y de Ivlauléon, con La-
place, el gran Bouchet, el alegre Bouíllon con su legen-
,daría sombrero agujereado, y otros más. Estos mucha-
chos, que habian venído a relevar a los de Lyon, que se
fueron la antevíspera, se disponían a regresar por la
mañana, creyéndose ya inútiles, Felizmente est~n todac
PENDIENTE DE UN HILO I7f

vía allí, y sus brazos servirán, durante dos largas ho-


ras, para sostener el destino de un hombre. "¿ Cómo va
eso, remeros?" les grita desde aHíba del elevador La-
I

beyrie, que ha tomado instintivamente la dirección del


salvamento con una, decisión y una exactitud de golpe
de vista que no e.."i:c1uyen en él el valeroso buen humor.
El crepúsculo, agravado por la lluvia, se va espe-
sando alrededor del pequeño grupo reunido junto a, la
cavidad. Bajando la escala de cuerda que se balancea
sobre el abismo, mi padre se une a aquellos hombres,
y pronto un robusto periodista que no puede resignarse
a ser unicamente un simple testigo reclama su parte en
la lucha. Todo el tiempo que los técnicos necesiten para
concebir y realizar la delicada reparación permanecerán
rígidos en su esfuerzo, lo mismo que otros cinco hom-
bres que se apuntalan arriba, detrás del elevador.
En la obscuridad, mi madre registra las alforjas de
Louis.
- Un tornillo, por favor. .. No, éste no, un tornillo
de acero, de cinco milímetros. ¿ N o hay ninguno? En-
tonces busque una varilla de metaL
Alguien presta su alLOTak que es extendido sobre
J

el fangoso suelo para vaciar sobre él el contenido de la


caja de herramientas. El mecanico Louis se ha sentado
, ante el elevador, de espaldas al precipicio, asegurado
por la cuerda ele alpinismo. Con su precisión de arte-
sano se ingenia para realizar las sugerencias de Delteil
y de Labeyrie. Entre ellos dos an-eglan y colocan las
piezas necesarias. Louís perfora, corta y lima el metal,
10 ajusta, lo golpea con el martina.
Cada tres o cuatro minutos (de vez en cuando, mi
madrf' lanzaba 1.1n8 oieada
,.' . sobre su reloj, pulsera. des-
I12 LA SIMA DE PIERRE SAINT-MARTIN

pués' de enjugar el cristal, mojado por la lluvia), Co-


syns responde con voz que se esfuerza en conservar
tranquila a unas preguntas que suben del fondo y que
se adivinan apremiantes. Su rostro amoratado por el
fria y la emoción expresa la gravedad del momento.
- Chico, comprendo que no es mny divertido para
ti. pero la seguridad ante todo ...
y da la orden de tirar el kit-bag ... Luego, traspasa
el 1aringófono a Janssens, que, con su brusca y bonda-
dosa voz a la vez, intentará luchar contra la fatiga y la
inquietud del compañero suspendido sobre el abismo.
- Señora Tazieff, díg'ale usted algo. .
Mi madre no quie¡'e hablarme, por miedo a que el
sonido de su voz me turbe.
- Dígale que todo marcha muy bien, que no se im-
paciente, que estoy aquí y que yo traigo suerte.
Con una sangre fria que no se desmiente, los hom-
bres del elevador siguen trabajando.
-¡Ya está!
No falta más Cjue limar los tres milímetros que so-
bresalen... Lueg'o habrá que sacar el rodillo, apoyar
e.."actamente el cable en la polea, con cuidado de no des-
viar el eje, y los quince hombres que sostienen el cable
10 soltarán muy suavemente, uno después de otro, con
infinitas precauciones, pues una sacudida podría ser
fata1.
Como que estas manipulaciones han descentrado li-
geramente la polea, Labeyrie, asegurado por una cue¡'-
da, deberá controlar a mano, con ayuda ele una argolla
suplementaria, el interminable deslizamiento ele! cable
de acero ... Pero la esperanza ha renacido.
Por fin. la lenta ascensión vuelve a empezar. Al
PENDIENTE DE UN HILO ¡ /.;
->

borde de la cavidad llamea un gran fuego en el que po-


nen un enorme tronco de pino que nuestro joven com-
pañero André Laisse se ha esforzado en arrancar de la
tierra. Allá arriba, en una cabaña de pastor, el buen
Morizot está preparando un guisado para reponerme.

'" '" *'


Por milésima vez, ] anssens me había dicho' "Den-
tro de diez minutos". y o respondí con 'voz agotada:
"¡ Ya me 10 has clicho tantas veces ... l'l
Pero por último fué nrdad: el cable se puso de nue-
vo en movimiento.
- Adiós, Anclré, me voy otra vez. í No te enfríes
ahí abajo!

- Hasta la vista, Haronn. j Ánímo 1
Durante hora y media fui arrastrado a 10 largo ele
las paredes verticales, entre las mcas lisas y húmedas
de la sÍma. De vez en cuando, al alcanzar alguna cor-
nisa, pedia. que me detuvieran un momento para Ínten-
tal' hacer circular de nuevo la sangre por mis piernas
dolorosamente anquilosadas. Max Cosyns habia reem-
plazado a ] anssens en el teléfono y me alentaba cons-
tantemente.
- Ya falta poco, chico. ¡ Ánimo!
Y me decía los metros que faltaban todavía.
En la terraza de - 80 m., Robert Lévi y Jimmy Theo-
dar me esperaban, inquíetos, dispuestos a prestarme
ayuda. Llegué allí completamente aniquilado, murmuré
"Alto" en el teléfono y me dejé caer contra la roca, col-
gado 'del cable, como un saco ínerte. ]immy me Ínter-:-
peló. Mi satísfacción fué grandisírna al olr su afable
174 LA SIMA DE PIERRE SAINT-MARTIN

voz, pero no podia ni responder 111 esbozar el menor


gesto; mi cuerpo estaba agotado. Leia perfectamente
la inquietud en los ojos de mis compañeros y hubiera
querido decirles que no era nada, que no se preorupa-
rano Fué imposible. El cerebro funcionaba, pero nIn-
gún músculo, ningún nervio quería ni podía ya obe-
decer.
Luego, me dijeron que les pareció que habia perdi-
do la razón, pues mis esfuerzos para hablar se reducían
a la emisión de sonidos incoherentes que yo mismo no
percibia por tener los oidos tapados por el casco.
Por fin conseguí que funcionase mi voluntad, mo-
verme. ] immy me puso azúcar en la boca y logré mas-
tkarlo y tragarlo. Algunos minutos después pude le-
vantarme y me sostuve en pie.
- Gracias, ]immy. Estoy satisfecho de veros. Ha-
béis sido muy amables bajando a esperarme aqui.
Sus rostros amigos se iluminaron tras la barba de
quince dias.
- Ya podéis subirme dije por el Iqringófono.
Media hora después surgía a la superficie. Era de
noche. Poderosas lámparas iluminaban la cavidad. Los
ansiosos rostros que se inclinaban sobre el abismo eran
incontables. Y sentí en mi pecho un calor maravilloso,
un verdadero sentimiento de amor, de vasto agradeci-
miento por todos aqtlellos hombres, mís hermanos ...
.iVIe sacaron, me desnudaron, me acostaron junto a
un fuego en el que ardía un enorme tronco de pino, die-
ron masaje, pacientemente, a mis músculos, atenazados
por calambres, me dieron de comer. jl/Ií madre, mi pa-
dre, mis amigos, estaban a mi lado. Mis amigos: los
que conocía ya y los que nunca habia visto.
PENDIENTE DE UN HILO

- Mandad inmediatamente el cable a Mairey. ¡En


seguida! No sabéis lo pesado que es esperar allá abajo ...
Desgraciadamente, tuvo que hacerse una nueva re-
paración en el elevador, y Anclré no pudo subir hasta
el día siguiente, sin dificultad, felizmente. Emergió en
pleno sol... _
Pero la última noche la había pasado solo, a tres-
cientos cincuenta metros bajo tierra, solo con nuestro
amigo Marcel Loubens.


t

MIEMBROS DE LAS EXPEDICIONES


A LA SIMA DE LA «P.1ERRE SAINT-MARTIN.

Dos expediciones han explorado la sima Lépincux bajo 1(1


dirección de Max Cosyns. La de agosto de 19SJ comprendía lo
. siguientes miembros:

Max COSYNS Marcel LOUBENS


Jacques .ER'rAuD André MATREY
Jean J"''1SSF.NS Giuseppe OCCBIA""IJ
Jacques LABEYRJl¡ ¡,éon PÉROT
André LAlSSE P¡'TJ'rJF.AN
Georges LÉPJNRUX lfar0\111 T AZI ¡¡PI'
Robert-J. Líwr

La segunda expedición, en agosto de 1952, comprendía:

Max COSYNS Pierre LOUIS


J ean J ANssriNS Anclré MAlRF.Y
Jacques LAB'lWRIF. André MORIzoT
André LAISS1~ Giuseppe OCCHIAL'Nr
Robert-J. U:vr Jacqnes' THÉODOR
Marcel LOUBENS J laroun T AZIF.FF

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