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No hay combate político sin ideas. El que frunza la nariz porque alguien se dedique a
pensar es un necio. La pelea en el terreno de las ideas es tan importante como el
enfrentamiento de la cotidianeidad oprobiosa que nos atosiga. Ambas batallas hay que
darlas en simultáneo, sin tregua en ninguna de las dos, sin pausa para perder el tiempo.
Nadie puede decir que, en lo personal, no hago ambas tareas.
Tenemos enfrente una oferta de “socialismo del siglo XXI” y hay que producir una
respuesta que he considerado no puede ser otra que “la democracia del siglo XXI”. Al
respecto hemos creado “La sociedad de las ideas”, sin junta directiva, como un
intercambio horizontal de pensamiento político, para analizar las fallas que la
democracia ha presentado y presenta, para incluso modificar conceptos, para tratar de
darle vuelo a un sistema que es el único posible.
Para quienes se burlen del pensamiento recordemos los ejemplos de los “think tanks”
norteamericanos, con numerosas fundaciones y miles de millones de dólares gastados
en la producción de ideas. Ellos son norteamericanos y lo hacen a su manera, pero allí
está en Francia “La república de las ideas”, dirigida por el profesor Rosanvallons, que
dirige este instituto en la universidad de Grenoble y a donde van los intelectuales
franceses a analizar temas como los que hemos propuesto, con influencia y oídos
atentos en las élites dirigentes y en el común de los interesados en los asuntos públicos.
Hemos estado pensando sobre “el socialismo del siglo XXI” y llegado a conclusiones
que van desde el pensamiento político cubano del siglo XIX marcado por el “destino
manifiesto”, desde el pensamiento jacobino pasando por la “filosofía del resentimiento”
del sociólogo francés Pierre Bourdieu con su "teoría de la violencia simbólica" hasta
los viejos moldes vistos en el siglo XX, sumados los elementos populistas y militaristas
propios de América Latina. Si no sabemos lo que enfrentamos no sabremos como
combatir. Por supuesto que nadie ha venido a asistirnos como a las fundaciones
norteamericanas ni nadie nos ha dado cobijo como lo tiene “La república de las ideas”
de Francia. Es así, vivimos en Venezuela, un país donde pensar es una tontería y un acto
banal.
Hemos deliberado, claro está, sobre “la democracia del siglo XXI”, y hemos llegado a
algunas conclusiones. La primera, obviamente, es que no se puede seguir hablando de
democracia pensando que es un sistema donde se vota o donde hay representatividad o
participación. A la democracia tenemos que hincarle los dientes, revisar todo y ahora
mismo estamos sobre el concepto de política. Indispensable entrar en él porque en este
país la gente dice estar “harta de política” cuando en verdad lo que está es harta de falta
de política. Política no es la actividad que realizan los políticos. Política es participar en
la actividad social. Es necesario terminar con la desnaturalización del concepto mismo,
la creencia generalizada de una particularización “profesional”. Ejemplos: La medicina
la ejercen los médicos, la ingeniería los ingenieros, la política los políticos. Toda acción
sobre la vida pública o, dicho de otra manera, sobre los intereses colectivos, es una
acción política. Otra cosa distinta es lo que podríamos denominar “actividad política”
(proselitismo, búsqueda del poder, etc.) que es propia de los políticos.
La sociedad venezolana ha olvidado que es la democracia. Con su rechazo a un
pasado al que no quiere regresar, está incurriendo en un error garrafal de percusión, con
la excepción de valores claves como libertad y limpieza electoral, y es aquí donde se
justifica plenamente el planteamiento de conceptuar la democracia. Lo que no se
renueva perece; lo que ante los ojos de la gente es ya conocido, con sus virtudes y
vicios, carece de la atracción de la novedad. Hay que conceptuar para la demostración
práctica de una democracia sin adjetivos, sólo ubicada en un contexto de tiempo: siglo
XXI, con todo lo que ello implica.
La sociedad venezolana está atomizada por muchas causas: desvío y confusión por la
profusión de “aprendices de brujo” que pululan en los medios radioeléctricos, la
conversión de los encuestadores en analistas con las consecuentes barrabasadas, la
determinación de los medios de “escoger” cuidadosamente quienes asisten a sus
programas de entrevistas, los negociantes que se dirigen a sobrevivir en el actual
régimen. La sociedad venezolana ha perdido la capacidad de reacción, está sentada
frente al televisor esperando que la pantalla le diga como debe comportarse.
Consecuencia: la sociedad venezolana está imposibilitada de generar dirigentes. La
sanación del cuerpo social implica un largo proceso que debe partir de la inserción en la
cotidianeidad.
Sin entrar a discutir si terminó la era de los partidos y su sustitución por cortes
transversales de gente que encuentra elementos de lucha común y objetivos
compartidos), podemos percibir que estamos en un momento que bien puede definirse
como “limbo”: los partidos están minusválidos, pero los grupos emergentes
(denominados tribus urbanas por los sociólogos) no terminan de conformarse. No
obstante, el gobierno prevé la materialización de la nueva forma de organización social
legislando para controlar las ONG. La ausencia de política (la verdadera enfermedad
que nos atosiga) es la causa directa del fatalismo actual de la población venezolana. Se
releva que no hay nadie que encarne los “intereses generales”. La política está ausente,
es necesario bajarla de la ausencia y sembrarla en lo cotidiano, única posibilidad de que
reencontremos lo social.
Manual de uso para venezolanos desarmados
(5 julio 2006)
La sociedad venezolana de hoy está inerme, inerte y opaca. Está representada por esa
muchacha que escuché en Petare gritando alegre: “Me voy `pal bonche’, mientras se
pueda”. Está encarnada vívidamente en esos entrevistados predilectos que repiten y
repiten siempre lo mismo. La denuncia está devaluada porque no hace sino repetir lo
que el gobierno ya ha dicho. Si el Ministro de Educación dice que politizará la
educación, repiten: “Van a politizar la educación”. Si el presidente anuncia fusiles para
15 mil jóvenes aseguran “Eso no está previsto en la Constitución”. No modifican el
discurso ni en una milésima de milímetro. Viven de la denuncia inútil y repetitiva que
no pasa a ser otra cosa que catarsis, que desahogo. Le hacen un gran servicio al
gobierno. Frente a la pantalla la gente se apacigua escuchando la “denuncia”
(entrecomillada de ahora en adelante). Eso no es un ejercicio adecuado de la libertad de
expresión, eso es un maligno juego catártico que prostituye e impide la verdadera
resistencia.
Es asunto de un cambio de “filosofía” en el combate. No se debe desperdiciar nada,
siempre y cuando se sepa claramente hacia donde vamos. Ante el cúmulo de errores
cometidos aquí (vacío de poder o golpe de estado, como se prefiera, huelga general
indefinida y referenda fallidos), son muy pocas las respuestas precisas. Toda la
estrategia debe dirigirse de una buena vez a enfrentar la verdad en las mejores
condiciones posibles.
No se puede hacer de una ilusión, que a la vista del común está secuestrada, el centro
de una acción política. Una población advertida es mejor siempre que una población
sorprendida. Ello implica: abandono del inmediatismo, convicción de una lucha muy
difícil, seguridad de las “consecuencias”, que me abstengo de repetir. Una población
mentalizada e instruida sobre las maneras de ejercer la resistencia. Una población no
abusada en su uso para fuegos artificiales. No hacer de lo tangencial lo principal.
Saltarse las expresiones maniqueas, callar a los abogadillos, ir a la sustancia:
La defensa económica: Para mí fundamental. Nos queda un resto de parque industrial
y una red comercial importante. Al gobierno le será sumamente difícil romper la
estructura de la propiedad privada, aunque para allá vaya. Debemos determinar como
utilizar los restos del parque productivo como mecanismo de defensa. Pero lo que hacen
es desgañitarse porque no fueron consultados para la entrada al MERCOSUR, lo que es
verdad, pero olvidan que siempre fue una aspiración venezolana ingresar a ese bloque
económico (sin salirse de la CAN). Carecen de conducción, como todas las ramas de la
sociedad venezolana. Estudien y procuren la nueva realidad económica integracionista
como una oportunidad de mantener la libertad de empresa que es esencial para estar allí
dentro, en vez de limitarse a asegurar buenos negocios con el gobierno, sin darse cuenta
que estamos frente a uno que los usa para desecharlos.
La defensa cultural: Existen valores propios de esto que llamamos venezolanidad.
Debemos centrarnos en su fortalecimiento. ¿Qué diablos hace el sector educativo, aparte
de reclamar salarios o protestar porque el gobierno limita los aumentos de la matrícula
en los colegios privados? Debemos procurar una integración de los maestros y
profesores a una actividad directa de reforzamiento de los valores que contrastan de
frente las pretensiones del régimen. No se han dado cuenta que existe una política
educativa, la de desmontar las referencias que históricamente han servido de sustento al
comportamiento de los venezolanos y una seriedad absoluta en eso de ideologizar desde
la escuela. Plantéense la forma de utilizar lo que existe para la defensa de una educación
libre en lugar de “llorantinas” que los hacen aparecer como un sector egoísta.
La defensa social: La situación ha llevado a todos a refugiarse en el pequeño círculo
familiar o de amistades, a habilitar el “pequeño refugio”. En este momento no estamos
para una contrarrevolución o contraofensiva sobre la sociología del venezolano, sino
para reforzar ciertos valores básicos. Reúnase con toda la familia, verifique la oscuridad
del momento y la tormenta del futuro inmediato, tome medidas de todo tipo, de
solidaridad alimenticia e intercambio de productos, de comportamiento colectivo frente
a las acechanzas, hasta de defensa mutua contra el hampa; extienda la red hasta los
amigos, creen redes alternas de información, traten de analizar más allá de pendejadas
como “si el CNE cambia las reglas yo voto” o “esto no tiene remedio”. Adopten códigos
de comportamiento colectivo, hablen a los hijos, inculquen valores de libertad,
democracia y respeto. Háganles saber que la fiesta del viernes y el disfrute de la
juventud es una cosa respetable, pero que hay valores superiores a defender.
La defensa política: Afortunadamente los que creyeron que convocando “marchas”,
podían hacerse líderes en sustitución de los anteriores, se han quedado quietos. Este no
es momento de “salgamos a la calle”. Una manifestación sólo se convoca en casos
absolutamente necesarios y sin repeticiones de falta de coraje. Hay que definir una
estrategia frente a la realidad del 3 de diciembre que no será otra que la abstención
masiva. Analicen la forma de usar esa gran victoria para no desperdiciarla como
hicieron con la del pasado 4 de diciembre de 2005. Analicen la entrada al MERCOSUR
como la espada de Damocles que es para el régimen. No crean que desde el exterior nos
van a venir a solucionar el problema, pero mantengan una política coherente de
información y solicitud de respaldo en el exterior, no hacia los gobiernos, sino hacia los
grupos sociales, partidos políticos, intelectuales y organizaciones de todo tipo. Déjense
de ilusorios repartos de cuotas de poder pues el poder no lo tendrán jamás si no
actuamos como debemos. Y, aún así, les será muy difícil, pues estamos hartos de
dirigentillos de pacotilla. Los nuevos líderes, que incipientemente se asoman, deben
aprender que deben embarrialarse los pantalones o las faldas en el contacto directo con
la gente, aprender que este país no es Caracas, saber que el liderazgo no pasa por
mendigar un espacio al dueño del canal de televisión sino que debe brotar desde abajo.
Deben comprender las nuevas formas de organización social y, sobre todo, decir la
verdad, pues en la verdad está la simiente y la savia de un país que debe producir, por
fuerza, nuevos líderes y una coherencia en la lucha, so pena de sentarse a esperar que
llegue el fin del bonche, lo que no está lejos.
Notas sobre integración para empresarios desprevenidos
(11 julio 2006)
La integración no se puede hacer con llanto. La integración hay que afrontarla como
un proceso donde hay sacrificios para obtener ventajas. Europa es el caso más claro,
pero como no pretendo volver a echar el cuento del largo camino desde la Comunidad
del Acero y el Carbón hasta la realidad de hoy de la Unión Europea, me limitaré a dos
relatos personales que me tocó vivir en Italia. El primero con la que entonces era mi
familia política romana: esta familia tenía cinco grandes galpones con miles de buenas
ponedoras de huevos; un día tocó a la puerta la Comunidad Económica Europea para
advertir que no podían seguir en el negocio puesto que había que comer huevos
holandeses cuyo costo de producción era menor; los centenares de metros de
instalaciones metálicas fueron arrancados con dolor y vendidos como chatarra; ante la
pregunta de que hacer la familia no se volteó contra el gobierno italiano ni encabezó una
manifestación contra la CEE: decidió montar una fábrica de salchichas. La otra me tocó
percibirla cuando era Cónsul General de Venezuela en Nápoles y puede visitar la acería
cerrada también por orden europea: no se justificaba aquella siderúrgica de Pozzuoli, los
costos eran insoportables, a pesar de que se iba a dejar en la calle a centenares de
trabajadores en la zona del mezzogiorno, la más deprimida de Italia. A cambio, el
gobierno italiano comenzó a desarrollar planes especiales de empleo.
La integración al MERCOSUR siempre fue una aspiración venezolana con el bloqueo
permanente de Argentina. Ahora se da por razones políticas, pero eso no importa,
bienvenida sea. Venezuela botó una oportunidad única de liderar a la Comunidad
Andina en las negociaciones con MERCOSUR, pero tengo la seguridad de que en un
futuro inmediato retornaremos a la CAN. Los argumentos de las asimetrías entre las
economías no es una justificación para rechazar la integración. Para eso existen las
negociaciones. No olvidemos que el ingreso venezolano realmente va a durar siete años
más, durante los cuales los gobiernos discuten la protección de su propio parque
industrial, agrícola y a sus empresarios. He allí donde he señalado a los dirigentes
empresariales que esta es una oportunidad única de evadir cualquier probable intento del
actual gobierno venezolano por avanzar en su proyecto de reducción de la propiedad
privada. Después de las largas y tediosas negociaciones, donde los gobiernos discuten
ramas industriales y productos agrícolas uno a uno, se establecen algunas restricciones
proteccionistas a ser superadas a plazo fijo. ¿Qué no fueron consultados para el ingreso?
No importa, métanse de alma y corazón en lo que es irreversible y hecho cumplido.
No se puede ser integracionista de la boca para afuera y escurrir el bulto cuando llega
la hora. Los procesos de integración son una realidad mundial. El componente político
del proceso en que estamos no puede ser juzgado porque le compramos bonos de la
deuda pública a Argentina o porque Lula sea el presidente de Brasil. Esa son cosas que,
aparentemente, han ayudado al ingreso venezolano, pero que son superadas
ampliamente por el hecho en sí. Si se produjo la circunstancia favorable, pues adelante,
sin olvidar que en Argentina el actual Jefe del Estado no durará toda la vida y Lula
durará un período más de gobierno, pues es un demócrata que no va a modificar la
constitución de su país para reelegirse más allá de lo permitido. Tampoco hay que
olvidar, a pesar de los pesimistas, que tampoco el actual gobierno venezolano va a durar
indefinidamente a pesar de las bravuconadas que hablan de 2021 o 2031. El proceso de
integración de Sudamérica está por encima de las circunstancias. Tenemos que ponernos
por encima de la inmediatez, sin dejar de usar lo que nos conviene en este momento
político venezolano, esto es, enfrentar a un gobierno totalitario que entre sus objetivos
finales nos quiere imponer una colectivización de la propiedad. Si en la reforma
constitucional que este gobierno intentará en el 2007 se incluyen normas contrarias a los
principios básicos de defensa productiva del MERCOSUR en buen lío se meterá.
Un detalle que no entiendo es el olvido de la interconexión fluvial. El gobierno
venezolano se ha centrado en un proyecto faraónico de gasoducto sobre el cual no
puedo opinar porque no soy conocedor de la materia -al respecto me limito a escuchar a
los expertos- pero no ha hecho mención ni una vez a un proyecto que ya era caro a los
Padres Libertadores: la conversión de nuestros ríos en una gran autopista de agua que
permitiría la circulación de bienes y servicios, amén de personas, a bajo costo. Si no me
equivoco los estudios técnicos de ese proyecto están muy avanzados y muy archivados.
Durante mi breve pasantía por Argentina insistimos en visitar la cancillería de ese país
para pedir, cada vez que había una reunión sudamericana de cualquier tipo, que se
incluyese el tema de la interconexión fluvial. Me parece absolutamente absurdo que no
se mencione más lo que fue un sueño de nuestros fundadores y una extraordinaria forma
de integrarse.
Una nota que me gustaría subrayar es el caso de las cooperativas. Ellas no son
invención de este gobierno. Las cooperativas, de todo tipo, desde consumo hasta
producción, tienen una vieja historia que no es el caso relatar ahora. El cooperativismo
es un movimiento universal que implica organización social y sentido del bien
colectivo. Hay que ayudarlas y fundar más. Sí me permito recordar que la primera
persona que en este país se tomó a pecho, desde el gobierno, al movimiento cooperativo
fue la tristemente fallecida Adelita de Calvani, quien aprovechó que su marido era el
Ministro de Relaciones Exteriores y factotum clave del primer gobierno de Caldera,
Arístides Calvani (nunca bien recordado), quien era también un furibundo partidario de
las cooperativas, amén de furibundo partidario de la justicia social. Que este gobierno
les diga a los cooperativistas que no pueden tener beneficios es propio de su criterio de
aplanamiento social, pero eso es otra cosa.
Televisión versus democracia
(14 julio 2006)
El asunto que comienza a plantearse es el de los efectos dañinos del mundo tecno-
mediático sobre la democracia. Ahora vamos más allá del poder massmediático en sí,
para arribar al planteamiento de una eventual incompatibilidad de los valores
democráticos con las normas de la comunicación. Si el hombre se convierte en un mero
animal simbólico este sistema político habrá perdido toda racionalidad. Giovanni Sartori
lo define como “la primacía de la imagen, es decir, de lo visible sobre lo intelegible”. El
hombre que “mira la pantalla” se está convirtiendo en alguien que no entiende. Los
sistemas de medir la llamada “opinión pública” están trasladándose a un botón del
telecomando y quien aprieta ese botón es alguien sin capacidad de pensamiento
abstracto. Ese viejo carcamal llamado partido político depende ahora de fuerzas que
escapan al trabajo de captación de miembros o a los planteamientos profundos sobre
proyectos de gobierno. Las encuestas se hacen cada vez más sofisticadas y, al mismo
tiempo, más erráticas, pero forman parte del conjunto de destrucción de algo que hoy es
una entelequia y, no obstante, se sigue llamando “opinión pública”.
Los contendores de la democracia, en términos absolutos, han cambiado. Los viejos
enemigos se derruyeron, pero muchos nuevos han surgido, el populismo, las nuevas
autocracias constitucionales que se amparan en un Estado de Derecho falsificado y
construido a la medida.
Si la democracia es un ejercicio de opinión, o “gobierno de opinión” conforme a la
definición de Albert Dicey, la democracia es un cascarón vacío, pues como bien lo
observa Sartori las opiniones son “ideas ligeras” que no deben ser probadas. Hemos
visto como los llamados “programas de gobierno” que antes elaboraban los aspirantes al
poder han caído en total desuso, por la sencilla razón de que no influyen electoralmente.
Basta manejar dos o tres cuestiones machacantes para definir a esa debilidad variable
llamada “opinión pública”. Ahora bien, en esta era tecno-mediática las opiniones no son
independientes, no surgen del conglomerado, al contrario, le vienen impuestas por el
ejercicio massmediático. Numerosos analistas han señalado la desaparición de lo
sensible, puesto que la televisión borra los conceptos y hace del hombre un receptor que
ve sin comprender. Ello explica la creciente e indetenible ignorancia de los políticos.
Hemos llegado a una regla massmediática: quien aparece conceptual no puede ganar las
elecciones.
Cuando hablamos de falta de ideas no nos referimos a los pensadores. Los
intelectuales europeos, fundamentalmente, pues fue en Europa donde la democracia
presentó los primeros síntomas de fallas, se han dedicado al tema desde la década de los
60, en una tradición que creemos comenzaron el filósofo italiano Norberto Bobbio y el
británico Raymond William que se extiende hasta nuestros días con Alain Finkielkraut.
Por supuesto que cuando Bobbio comienza sus análisis lo massmediático no había
adquirido el desarrollo actual, sin embargo el italiano lo olfatea. Ya veía venir el mundo
del instante a que nos ha sometido la pantalla-ojo, una instantaneidad ajena a la
conciencia.
Lo que sí está en entredicho desde lejanas décadas es el concepto de “opinión
pública”, la falacia que la envuelve al no ser otra cosa que una inducción, y la
representatividad misma. Un término se puso de moda para señalar un ideal de avance,
la llamada “democracia participativa”, que parece ser algo así como una búsqueda
aproximativa de democracia directa. A ello se sumaron las crisis obvias del Parlamento,
de las elecciones mismas y, a mi entender la más grave de todas las crisis, el ejercicio de
la política condicionada por el poder tecno-mediático.
No es, pues, falta de pensadores ocupándose del tema. Donde no hay ideas es en los
gobernantes, en los gobernados, en los políticos y en las masas fraccionadas y
anarquizadas por el efecto massmediático. La victoria absoluta de la democracia,
proclamada a la caída del muro de Berlín, ha devenido en una crisis de alto riesgo donde
todos los conceptos están siendo sometidos a revisión y donde las instituciones
tradicionales parecen derrumbarse. En Europa puede sentirse más el efecto de la
globalización, a lo interno, pues la experiencia de la unidad externa continúa adelante a
pesar de los lógicos tropiezos, siendo, precisamente esa integración, el experimento más
exitoso iniciado por el hombre en este campo, un asidero que impide la profundización
de la crisis. En los países latinoamericanos es la política la que desaparece y sin ella no
hay estructura social capaz de generar dirigentes y menos gobierno. La concepción
misma de lo que es, o debería ser, un gobierno democrático está bajo cuestionamiento y,
como nunca, una ola de populismo proclama a las mayorías irredentas con el derecho de
gobernar ejerciendo una especie de nueva autocracia de las mayorías. El problema del
ejercicio de la política es también un problema cultural: los sistemas educativos parecen
haber fracasado estrepitosamente y los pueblos se muestran cada vez más ignorantes. La
pantalla-ojo llena de estereotipos, hace de la decisión, o de la simple participación
política, un acto sin ideas. Los políticos, cada vez más mediocres y más torpes, se
rinden ante el poder massmediático y hacen de la política una banal actuación
bochornosa.
Todo nos lleva a los conceptos de poder y de Estado. Es obvia la crisis del Estado-
nación, como obvia la certeza de que una nueva forma de poder está apareciendo, aún
en las nebulosas de la imprecisión, pero fundamentalmente distinto a lo que hasta ahora
hemos entendido por tal. Debemos decir que la era industrial terminó, a la que se asocia
la idea tradicional de democracia, y que estamos en otra, la massmediática, cuyas
imposiciones, obviamente, están desgarrando a la democracia misma. El insurgir de la
defensa de los derechos humanos ha servido para limitar los brotes totalitarios que se
muestran como un mal síntoma, pero la crisis del Estado social ha puesto en evidencia
una economía injusta que ha pasado a ser una fábrica de pobres en los países
dependientes.
A los pensadores de lo político los leemos unos pocos, unos pocos estamos alertas
sobre los males que se ciernen sobre la democracia, algunos pueden escribir en los
periódicos sobre estos temas, otros no, pero ciertamente el pensamiento de la filosofía
política no ha influido en nada en el comportamiento simiesco de los políticos y de todo
lo que de ellos depende. Podemos reconocer que el pensamiento es lento, pero también
que no tiene el poder de los massmedias que convierte todo en instantáneo, en
intrascendente, en banal, incluyendo lo principal, la forma de gobierno. Sobre todo no
se parecen a las ideologías que equivalían a piedras inmodificables o sistemas cerrados,
más bien se parecen a una creciente incultura que se ha apoderado de las sociedades, en
gran parte por el efecto de la pantalla embrutecedora.
La escasa influencia del pensamiento sobre la democracia en la democracia misma se
debe a la crisis de todo pensamiento trascendente en un mundo de bodrios, de
insubstancialidad y a que diagnostica de modo diferente a como se construyeron las
ideologías derruidas. No se trata de un plano que se proclame poseedor de la verdad ni
pretenda proclamar la solución de los problemas del hombre. Se trata de un conjunto de
diagnósticos y de advertencias. Que los políticos no oyen advertencias está claro en
Venezuela desde cuando aparentemente se entendió que era necesario reformar el
Estado y se creó la COPRE, para luego desoír todas y cada una de las recomendaciones
de allí emanadas. Las clases medias, actores claves en toda acción política, sólo se
movilizan cuando creen amenazados sus derechos, son clases bobaliconas y anárquicas
que convierten una asamblea de vecinos en una especie de reunión de condominio de su
edificio. Son las clases medias el ejemplo de inacción funcional inducida por la
pantalla-ojo o el instrumento manipulable para los intereses particulares disfrazados de
colectivos.
Cuando la política desaparece viene la policía
(16 julio 2006)
Las quejas se han hecho, incluso, estadísticas, amén de literatura de ficción. Los
estudios demuestran que los latinoamericanos no confían en la democracia: la
democracia no ha disminuido la pobreza, siguen los problemas básicos de salud,
alimentación y educación, no se ha hecho justicia a fin de cuentas. Si mezclamos lo que
dicen los europeos cultos y los pueblos hambrientos nos topamos de frente con una
crítica que más parece una condena. Ya en alguna otra parte he dicho que la democracia
es un sistema político formal que privilegia la libertad y que, en consecuencia, es apenas
un punto de partida. Uno de los asuntos centrales quizás está en el rol de los políticos,
estos es, los que ejercen la conducción de los asuntos públicos y el manejo de las
finanzas comunes. Podemos encontrar, en cualquier parte, una actitud general de burla y
desprecio hacia ellos. Como nunca la actividad política está desprestigiada: cada vez
menos gente capaz se interesa en la política, aspira a un cargo público o emite
opiniones. Los asuntos públicos huelen mal, la política es una pobretona actividad de
tercera. Hay un deterioro global del interés por lo común. Es también una consecuencia
del éxito descrito como la adquisición de dinero. Al fin y al cabo, lo que importa es ese
éxito tal como nos ha sido impuesto.
La otra conclusión es la de una pobreza intelectual extrema. No hay ideas en el mundo
de la política. Las teorías sociales se desvanecieron, lo que queda es la administración
común y rutinaria. Los soñadores que veían la política como una vocación de servicio
están creando nietos. Se puede preguntar cuántos se interesan realmente por el destino
común. La experiencia venezolana indica que ese desapego es una de las causas por las
cuales vivimos lo que vivimos. Los ciudadanos no son más que individuos exacerbados
que no miden las posibilidades de afectación que tiene sobre su entorno egoísta la apatía
hacia lo colectivo.
Es cierto que vivimos en un economicismo que derrumba cualquier otro parámetro. El
dinero es el nuevo dios y el éxito el nuevo paraíso. La concentración de poder
económico es una realidad hasta el punto de las transnacionales manejar presupuestos
que superan en mucho los correspondientes a varios países tercermundistas sumados. La
plutocracia se concentra en el dominio de las comunicaciones, en la propiedad sobre la
información. Quien domina la información domina al mundo. Ya he nombrado al
régimen italiano de Berlusconi como a una dictadura massmediática, tal como la
describe, por ejemplo, Antonio Tabucchi. Con las realidades reales hay que tratar y no
se puede negar que ese poder económico es poder político. He descrito a los políticos
como intermediarios entre la gente y la mercancía. Aquí y allá se hacen babosas que
mueren por tener delante una cámara de televisión. Y dicen lo que se espera de ellos.
La crisis política es un aspecto o una faceta simple de una crisis más profunda. Lo que
está en crisis es el hombre mismo y, por ende, su forma de organizarse políticamente. La
democracia resiste y lo hace, para paradoja de los manifestantes antiglobalización, en
pasos como los de la unidad europea, aunque en el interior de esos países los
ciudadanos no se distingan en mucho de los demás, en cuanto a aburrimiento, a
cansancio, a automatismo. De resto, el poder de decisión, la real posibilidad de elegir o
de cambiar la dirección de un país, siguen sujetos a la imaginación desarrollada en el
campo de la política. La democracia, como todo, es un labrantío donde la capacidad
inventiva debe estar siempre presente, sobre todo si partimos de la conclusión clara de
que el mundo no puede ser perfecto (la muerte de la utopía) y que el camino está en su
búsqueda permanente.
No obstante, hay y habrá sobresaltos. La crisis va a conducir a brotes totalitarios en
diversas partes. Si no se regenera el tejido político el totalitarismo será de signo
económico, menos en un país como el mío donde la revolución se tiñe de regreso a
procesos genéticos decimonónicos. Esa especie que alguna vez fue llamada
“intelectuales” está en desuso o vía de extinción. No hay tiempo para pensar ni es
productivo hacerlo. O quizás sea más fiera la conclusión: a muy poca gente le interesa
devanarse los sesos en las formas posibles de organización social. Una de las
conclusiones es que necesitamos más que nunca de la democracia, en estos tiempos en
que no se consigue una idea y gobernar se ha convertido en una tarea para mediocres.
De quienes inventaron la democracia y la tragedia
(21 agosto 2006)
En el siglo XVII un aventurero aseguró que en los bulbos de los tulipanes se escondía
una gran riqueza, lo que llevó a millones de personas a comprar tulipanes, nos recuerda
Peter Sloderdijk, a propósito de aquella frase suya donde describe el noticiero de la
noche como 50 millones de personas alfabetizadas que se sientan a ver como el mundo
se ha convertido en diversión.
En los bulbos de los tulipanes sigue escondiéndose una gran riqueza. Entre nosotros
no se trata ni siquiera del noticiero de la noche. Entre nosotros los dueños de los bulbos
de tulipán nos gritan lo que los venezolanos tenemos que hacer. Y nos amenazan con
arrepentimientos dolorosos si no hacemos lo que nos dictan. Quien ha pronunciado
frases que algunos columnistas amigos ponen como epígrafes de sus artículos, ahora
sostiene todo lo contrario. Los recuerdos van hasta el 12 de abril y hasta la huelga
general. Y uno tiene derecho a preguntarle a Teodoro Petkoff sobre su frase donde nos
aseguraba que el mayor mérito de la candidatura de Manuel Rosales era que la política
había regresado a manos de los políticos, cuando, en verdad, sigue en manos de los
dueños de los bulbos de tulipán.
Que la política no esté en manos de los políticos es cosa harto conocida y graves
consecuencias nos ha traído. El tema lo he analizado en profusión y la lista de autores
importantes que se han dedicado al tema es larga. Sin embargo, se han limitado a la
manipulación, ninguno ha hablado del ejercicio directo del poder y del liderazgo por
parte de los dueños de los bulbos de tulipán. Acostumbro citar a Paul Virilio: “Lo que se
dilata…es el globo ocular de un ojo que engloba completamente el cuerpo del
hombre…” En otra parte he hablado de un inmenso condón universal.
Esto se está convirtiendo, simplemente, en una medición para saber si los
alfabetizados que en la noche entran en trance saldrán a comprar bulbos de tulipán.
Apuesta riesgosa, me parece. Si no salen, el aliado circunstancial se quedará frente a sí
mismo. Y entonces los gritos acusatorios no se los creerá nadie. Si salen, volveremos a
recordar el mes de abril y la huelga general. Y los alfabetizados que entran en trance
seguirán esperando las próximas órdenes gritadas por los propagandistas de la riqueza
que se esconde en los bulbos de tulipán. Henry Ramos Allup, al parecer, está en la mira
de quienes buscan culpables por la evasión de Carlos Ortega. ¿Qué se hará en el caso de
que el líder nacional de un partido vaya preso? La pregunta excede los límites de esta
“normalidad” que nos hace vivir el régimen, “controlando” las erogaciones
propagandísticas del gobierno, anunciando la apertura de los medios del Estado,
proclamando austeridad en los gastos del candidato-presidente. Es precisamente esa
“normalidad” la que nos están ratificando.
Los incidentes menores se quedan como incidentes menores. Lo importante es la
“normalidad”. Esta “normalidad” parece una de cartones animados. El Fiscal general se
permite hablar de oposición democrática y de oposición radical no democrática. ¿De
dónde se permite el señor Fiscal General entrar en calificaciones no jurídicas y
evidentemente políticas? ¿De dónde se permite violar el libre albedrío de los electores
en un país donde el voto no es obligatorio y calificar de no democráticos a quienes no
van a votar? El señor Fiscal General comparte la “normalidad” en los largos minutos, a
veces horas, en que se entrega a hablar bajo la aquiescencia de los dueños de los bulbos
de tulipán. Es la “normalidad” democrática. Nada que reprochar.
A una cuadra de mi casa una señora tiene un puesto de venta de flores. Allí están
incluidos los tulipanes. Cuando por las tardes la señora recoge su puesto de venta (a lo
mejor es una ingeniero despedida de PDVSA) quedan por el piso de la plaza que se
llamaba “Rómulo Betancourt” (una empleada de cedulación me aclaró una vez que ya
no se llamaba así) las hojas y los pétalos que se han caído de las flores y de los
tulipanes. En la mañana muy temprano los desarrapados de esta tierra que duermen en
la plaza otrora llamada “Rómulo Betancourt”, y de dónde los maleantes se llevaron el
busto de ese conciudadano, perciben un desagradable olor a podrido. Me niego a pensar
que sea el olor propio del otoño que ahora comienza en el norte de este planeta. El
otoño, lo he dicho, me parece una estación ideal para la creación. Caminar sobre las
hojas caídas siempre me recuerda que volverá la vida.
La confusión de los tiempos
(25 septiembre 2006)
Uno no sabe ya en que tiempo vive. Tiene atisbos de siglo XIX, pero, al mismo
tiempo, “sesentosos”. Me parece estar escuchando las consignas electorales de los
tiempos del inicio del período democrático, cuando el asunto era la reforma agraria y se
aclaraba que no se le podía dar sólo tierra a los campesinos, sino también créditos y
asistencia técnica. Pareciera que nunca se hizo la reforma agraria o que sus resultados
no resolvieron nada, pues el planteamiento es de hace 40 años. En cualquier momento
me parece va a sonar en la radio la voz del presidente Kennedy anunciando que se han
descubierto en Cuba misiles capaces de llegar a territorio norteamericano.
Parecemos vivir en un tiempo atemporal, valga la magnífica paradoja, magnífica sólo
como paradoja, puesto que como realidad es muestra de una inconsciencia profunda.
Venezuela parece sumida en una profunda incapacidad para ser de este tiempo. No
hacemos cosa distinta de retroceder. Es siempre hacia atrás que marchamos y todos los
esfuerzos de contemporaneidad parecen caer en un pozo sin fondo donde se deslizan ad
eternum. He repetido, por ejemplo, y hasta el cansancio, que hay que plantearse una
democracia del siglo XXI. Qué alguien lo tome, no cobro royalties, no pretendo la
gloria de haber puesto en el debate esa frase-concepto.
Hay algo que hala a este país hacia el pasado. No pretendo explicaciones de psicología
social, sólo constato. Los letreros que los visitantes que llegan a Maiquetía ven como
primera muestra hablan del “bloqueo” y uno tiene la sensación de que el aeropuerto de
La Habana y el de Caracas se han confundido en uno solo, que aterrizar en Venezuela es
lo mismo que en Cuba. Este es un país “bloqueado” cuando Miami está lleno de turistas
que reproducen aquellos tiempos de “ta barato, dame dos” y que el comercio con
Estados Unidos se multiplica más que los panes bajo el influjo divino. Pero necesitamos
estar “bloqueados”, aún cuando, supuestamente y tras un largo esfuerzo, se entienda que
se trata del apoyo de Estados Unidos a la candidatura de Guatemala al Consejo de
Seguridad.
Lo que vemos es una pasión mimética de Chávez. Él quiere ser como Fidel,
reproducirlo todo, pasar por las mismas circunstancias de Cuba. Quiere que Venezuela
esté “bloqueada”, pues no hay otra manera de imitar al “padre-héroe”. Podría ponerse el
uniforme verde oliva o dejarse la barba, en lugar de pretender acercarnos
peligrosamente a la crisis de los misiles soviéticos. Los informes de inteligencia de los
servicios secretos que publican las páginas web especializadas hablan de contactos en
La Habana para tratar de la oferta iraní de colocar misiles en territorio venezolano.
Chávez sueña con que Washington movilice la flota para detener a los cargueros iraníes
que portarán los famosos artefactos. Así la mimetización habrá tenido éxito:
“bloqueado” y con una crisis misilística. Perfecto, glorioso, igual al “padre-héroe”, la
historia repetida, el heroísmo copiado. Y como Fidel se opondrá al retiro de los misiles
y tendrá serios disgustos con su par iraní, al igual que Fidel con Kruschov por haber
cedido. La megalomanía le dirá que como el “padre-héroe” ha puesto al mundo al borde
del fin, de la guerra nuclear, que su protagonismo es digno de la aprobación del “padre-
héroe”.
Nuestra incapacidad para ser de este tiempo nos lleva hasta Larrazábal y su plan de
emergencia. Nuestra incapacidad para ser de este tiempo se debe a que no tenemos
herramientas para ser de este tiempo. Nos lleva a olvidarnos de lo que conseguimos
como país y así regresar al pasado. Pareciera que nos sentimos cómodos en el pasado.
Nuestros impulsos son hacia atrás, a las viejas consignas, a los viejos procederes, al
mimetismo psicopático, a recomenzar todo imitando lo que sucedió.
Rosanvallon menciona a Marat para ejemplificar una imagen biliosa del mundo. Aún
en las últimas horas hemos escuchado que a Ollanta Humala le robaron las elecciones,
que no reconoceremos al gobierno de México, que el imperio quiere matarlo.
Jacobinismo en este tiempo. Asisto a las masas cautivas que ríen y aplauden cuando
Chávez les dice que ahora sí, que “Mr. Diablo” ha ordenado su asesinato. No puedo
entender como ríen y aplauden cuando su líder y Jefe del Estado les anuncia que un
líder extranjero ha ordenado su muerte. Pero contra el “padre-héroe” fueron cientos los
intentos y hasta ahora ninguno contra él. Eso hay que corregirlo, cómo es posible que
los servicios de seguridad apenas hayan encontrado, hace años, una bazuka con la que
se derribaría el avión presidencial. Algo hay que hacer, montar como se ha develado el
complot asesino, proclamar que el parecido entre ambos es cada día más rotundo.
Esto que nos hala hacia el pasado, esta incapacidad manifiesta de caminar hacia
delante, este gatear hacia atrás como hacen algunos bebés, implica una carencia
intelectual, conceptual, de pensamiento, simplemente abismal. Se nota en el lenguaje, el
primer punto a analizar si se quiere un diagnóstico. Hablamos mal, en todas partes y a
todos los niveles, hablamos con el tono de la ignorancia. El liderazgo que aparece repite
consignas de hace 40 años. El gobierno que tenemos sólo quiere parecerse al pasado.
Veo a Cipriano Castro en el balcón de la Casa Amarilla. Cuando empezó el período
democrático se tocaban los temas oportunos. Rómulo Betancourt soñaba con el Rhin y
ordenaba la construcción del emporio industrial de Ciudad Guayana y del oriente
venezolano y la represa del Guri daría la potencia eléctrica. Ahora hablamos de planes
de emergencia.
Esto no es buscar el futuro, ni siquiera el presente. Esta república desanda, retrocede,
recula, repite. Esta república marcha hacia cuando no era república. Volvemos a ser una
posibilidad de república, una harto teórica, harto eventual, harto soñada por los primeros
intelectuales que decidieron abordar el tema de esta nación y de su camino. Nos están
poniendo en un volver a reconstruir la civilidad y en el camino de retomar el viejo tema
de civilización y barbarie. Por lo que a mí toca tengo una negativa como respuesta. Hay
que plantear una democracia del siglo XXI, hay que dotar a este país de herramientas
que le permitan salir de la inconsciencia de los retrocesos, hay que extinguir la mirada
biliosa. Aquí la única risa que cabe es sobre los esfuerzos miméticos del caudillo, sobre
el viejo lenguaje y los viejos planteamientos regresados como si aquí no hubiese habido
cuatro décadas de gobiernos civiles. Aquí lo que cabe es reconstruir las ideas, darle una
patada en el trasero a la Venezuela decimonónica y a la Venezuela “sesentona” para
hacerle comprender que estamos en el siglo XXI. Este país necesita pensamiento, no
abajo-firmantes; esta nación necesita quien la tiente a la grandeza de espíritu, no
amodorrados en silencio; este país necesita quien proyecte un nuevo sistema político, no
quienes vengan a repetir el viejo lenguaje podrido o a convertirnos en objetos de estudio
psiquiátrico.
Los extravíos nacionales
(30 septiembre 2006)
La política no puede funcionar sin ideas. En buena parte es una ciencia de las ideas,
como lo asoman Fitoussy y Rosanvallon. Así, la política no puede ser una acción que
busca el poder y no más. Ni una administración desconsiderada de la normalidad. La
política sin ideas es una actividad bastarda. La política, en consecuencia, es invención.
Cuando deja de serlo sobreviene el cansancio y se asoman las espaldas de los elementos
sociales. La organización social del hombre no nació como la vida ni crece como las
plantas. La política que carece de empuje proveedor de consistencia es una futilidad.
Dado que las formas políticas son invención del hombre no puede desgajarse de la
política la capacidad renovadora. Bien se dice que el pueblo no existe, lo crea la
política. De esta manera hay que decir que la principal actividad de lo político es dar
sentido y toda democracia pasa a ser un proceso ininterrumpido de transformación.
De esta manera la política y la democracia, es decir, la acción y sus resultados, no
pueden ser otra cosa que inserción constante de nuevas opciones o, dicho en otras
palabras, ampliación permanente de la libertad. Tenemos, pues, que volver a leer lo
político sacándolo del cansancio, del aburrimiento y, sobre todo, de un conservadurismo
que brota ante las ideas y ante la esencia misma de lo político y de la democracia,
puesto que todo lo establecido siempre resiste las ideas innovadoras.
En La nueva era de las desigualdades, Jean Paul Fitoussi y Pierre Rosanvallon, nos
recuerdan que es a través de la política que se constituye el vínculo social. Si no
enfrentamos este proceso creativo la política pasa a ser inepta para explicar las
desigualdades que crecieron paralelas a la libertad y se convierte en algo deleznable
para el común de la gente que nunca podrá entender lo que es ejercicio de la ciudadanía.
Continuar pensando que la democracia es como es, que la justicia se administra como se
administra, que las instituciones son como son y no pueden ser de otra manera, equivale
a un corsé al pensamiento y a la esencia misma de los conceptos política y democracia.
Otra cosa que debemos aceptar es la política como conflicto y los conflictos expresión
del animus político. Y a la democracia como capaz de administrar los conflictos
mediante una renovación permanente. Una cosa son las instituciones básicas, aptas para
administrar el control de estabilización, y otra la permanente manifestación de ideas que
amplían los espacios hasta una libertad transformadora. Está claro que las llamadas
instituciones y los intermediarios sociales ya no responden a las exigencias de los
tiempos y, por tanto, hay que buscar nuevos mecanismos.
Sin ideas insuflando ciudadanía no puede haber ciudadanos. Esos no ciudadanos
generarán formas perversas de poder. Habría que estar atentos a las formas no
convencionales de organización social que se manifiestan en estos tiempos y verificar el
alimento libre que reciben, así como el abono para que florezcan. Nunca fueron
multitudes las que produjeron las ideas.
De vez en cuando aparece algún dirigente político –y es lo que ha ocasionado esta
reflexión- que toma la idea de un pensador. Ocurrió en el debate de los precandidatos
socialistas a la presidencia de Francia. Segolène Royal, debatiendo con Fabius y
Strauss-Kahn, propuso la instauración en Francia de los llamados jurados de
ciudadanos, idea que está en el libro de Pierre Rosanvallon La contre-démocratie. No
mencionó la fuente, pero los periodistas franceses se lanzaron, al día siguiente, sobre
Rosanvallon. Prensa, radio y televisión querían saber lo que pensaba el profesor y este,
discretamente, dijo que no le importaba que sus ideas fueran asumidas por candidatos
presidenciales, pero que mencionaran la fuente. Dos hechos resaltan: la influencia del
pensamiento sobre la política, la presencia de una figura, Segolène Royal, que plantea
en su país la innovación propia de lo que debe ser una democracia del siglo XXI y la
atención e información de la prensa que ante una idea de un pensador asumida por un
político encuentran la esencia de un debate y destacan a más no poder lo que debe ser la
esencia de un periodismo de estos tiempos.
La señora Royal, madre de cuatro hijos, interrogada machistamente por Fabius sobre
quien cuidaría los niños, se está caracterizando por planteamientos que sacuden a los
socialistas y a Francia toda. Ella ya ha lanzado algunas propuestas que han
conmocionado a la modorra: ha planteado la carta escolar (poder escoger el liceo fuera
de su barrio); ha hablado de los menores delincuentes sugiriendo integrarlos en un
servicio civil (en lugar de la cárcel) como bomberos, labores humanitarias y otras
parecidas. La señora Royal no sólo indica una tendencia creciente hacia el poder
político de la mujer. Es también un político que siembra ideas, y no tiene prurito en
tomarlas de los pensadores, no como entre nosotros, territorio de la mediocridad donde
se evita a los pensadores y al pensamiento, donde nada se dice de la democracia del
siglo XXI donde la política debe ser acción de modelaje y la democracia el campo ideal
de los cambios.
Una obsoleta cultura política
(27 noviembre 2006)
El Estado no renuncia
La democracia inclusiva
Esta tesis tiene perfecta concordancia con la que sostiene Takis Fotopoulos analizando
la crisis de la democracia como el efecto de una concentración de poder. Propone como
solución una democracia inclusiva. En mi criterio es precisamente lo que debemos hacer
en los términos de la relación que describo: marchar hacia una economía inclusiva.
Fotopoulos (editor de la revista “Democracy&Nature y profesor de la Universidad de
North London, aunque griego de nacimiento) presenta su proyecto como uno de
modificación de la sociedad a todos los niveles, en el sentido de que la gente pueda
autodeterminarse, lo que implica la existencia de una democracia económica. Si bien no
comparto algunas ideas del profesor Fotopoulos sí me gusta el contexto general
inclusivo, específicamente el tema de la democracia a nivel social o microsocial (lugar
de trabajo, hogar, centro educativo), no como espacio anárquico de falsa igualdad, sino
como la expresión básica del ejercicio democrático pleno. Para Fotopoulos el asunto es
buscar un sistema que garantice las necesidades básicas y, al mismo tiempo, garantice la
libertad de elección propia del mercado. De este planteamiento lo que me interesa es la
idea de la construcción de instituciones alternativas y la expectativa de una transición
que mantenga ambos elementos con vida. A Fotopoulos sus ideas se le van de las manos
–creo- pero es innegable que su aporte –compartido a medias- es interesante en la
búsqueda de posibilidades de construcción de una sociedad más equilibrada.
Se pueden utilizar expresiones diversas -“economía social de mercado” o “economía
con rostro humano”, por ejemplo- pero el punto focal es que una democracia del siglo
XXI no puede estar divorciada de los resultados económicos, en el sentido de la
consecución de una justicia social mediante la redistribución de la riqueza y que la
política contiene en sí a lo económico, no lo económico a lo político, lo que quiere decir
que la democracia asume la búsqueda del nuevo equilibrio y niega la preponderancia del
mercado reasumiendo su función de condición esencial para el desarrollo de una
economía al servicio del hombre.
El desarrollo pleno del Estado Social de Derecho
(10 noviembre 2006)
Si no hay Estado de Derecho no existe democracia, dado que ese Estado de Derecho
excede a un simple conjunto de normas constitucionales y legales, pues involucra a
todos los ciudadanos, no sólo a parlamentarios que legislan o a políticos que gobiernan.
La existencia del Estado de Derecho se mide en el funcionamiento de las instituciones y
en la praxis política cotidiana. El Estado de Derecho suministra la libertad para el libre
juego de pensamiento y acciones y debe permitir las modificaciones y cambio que el
proceso social requiera. El Estado de Derecho excede el campo de lo jurídico para tocar
el terreno de la moral, pues existen derechos naturales inalienables. Así comprendido
podemos hablar de un Estado Social de Derecho, pues comprende los derechos sociales
de los cuales la población ciudadana es titular.
La democracia está hecha de los materiales sociales que componen la sociedad dicha
democrática. Las normas jurídicas no son legítimas sólo por su origen,
fundamentalmente lo deben ser por sus efectos. El asunto es, pues, el, papel del derecho
(Rule of law) en la fundación y regulación de la democracia. La Constitución es el
consenso sobre una concepción de la vida colectiva. En muchas partes no existe un
compromiso hacia las reglas del juego democrático encarnado en el derecho, ni por
parte de las poblaciones ni por parte de las autoridades. El Estado de Derecho implica
principios morales, jurídicos y políticos que deben tener eco en las decisiones judiciales
que fomenten el respeto a las reglas fundamentales del juego político. Cuando no se
puede intervenir para modificar los esquemas de iniquidad no estamos ante un real
Estado de Derecho. Lo que hemos tenido no han sido democracias representativas sino
democracias delegativas. Es indispensable entonces cerrar la brecha entre el orden
jurídico formal y las formas y prácticas de la realidad. Hay que revalorizar el papel del
derecho y de la legalidad haciendo reales los derechos fundamentales. Esto que
podríamos llamar reinstalación del Estado de Derecho pasa por la modificación de la
cultura política que necesariamente debe traducirse en mejores leyes e instituciones.
Hemos tenido la mala costumbre de rellenar las constituciones de enunciados
imposibles ampliando así la brecha entre realidad social y texto jurídico sin que
hayamos hecho el esfuerzo de hacer subir desde el cuerpo social las nuevas formas y
permitiendo el alzamiento de un autoritarismo constitucional. No olvidemos que los
jueces deben ser la línea entre gobierno y ciudadanos.
Toda dominación política se ejerce bajo la forma de derecho y ello explica que
hayamos dado como obviamente inseparables a derecho y política, pero como
pertenecientes a diversas disciplinas. Ha sido Jürgen Habermas (La teoría de la acción
comunicativa, Facticidad y validez, Escritos sobre moralidad y eticidad, entre otros) el
que insistido en un nexo interno y conceptual entre Estado de Derecho y democracia.
Hay que plantearse las formas de desarrollo de un discurso práctico en la acción
política que cree condiciones sociales aptas mediante la institucionalización del discurso
ético asumiendo el derecho los desafíos planteados a la política en el ámbito cultural y
socio-político. Este es el nexo estrecho, dado que la complejidad social ha sometido a
presión a los regímenes democráticos. Hay una “pluralización de las formas de vida y
una individualización de las biografías” que imponen una multiplicación de tareas y
roles sociales por lo que hay que liberarse de vinculaciones institucionales demasiado
estrechas. Así surge el planteamiento de una democracia deliberativa. El ciudadano deja
de ser un sujeto que simplemente expresa preferencias (por ejemplo electorales) para
pasar a ser considerado un agente activo en la construcción del proceso político
mediante la modificación del agotado concepto de opinión pública que pasa a ser una
deliberativa. Habermas examina el concepto de “esfera pública” planteando todas las
taras que ya hemos enumerado en otras partes, tales como massmedia definidos por el
marketing, partidos degenerados, etc. para llegar a plantearse una solución que
denomina “la racionalización del ejercicio de la autoridad política y social”, lo que no es
posible en la democracia tal como la hemos conocido. Se plantea entonces una
posibilidad de dominación de tipo racional, la posibilidad de reconstituir un principio
regulativo que restituya a la razón en su dimensión ilustrada, la posibilidad de un
entendimiento que se encuentra en la estructura de la interacción que los seres humanos
poseen para solucionar sus conflictos.
El derecho estuvo sustentado en fundamentaciones religiosas o metafísicas, ya no, por
lo que hay que buscar nuevas formas de legitimación para el derecho positivo, dado que
este no es una mera administración institucionalizada sino un control que busca resolver
los conflictos sociales en procura de un eventual consenso. Habermas comenzó por
plantearse un neocontractualismo, la ética de la compasión y la ética del discurso. Sin
detenernos aquí es obvio que las normas jurídicas son medios para obtener
consecuencias o resultados políticos. La legitimidad de este derecho positivo no se
funda sólo en la moral sino también en la racionalidad de los procedimientos jurídicos,
tanto de fundamentación como de aplicación. Entran en escena así las leyes electorales
y los procedimientos legislativos, pero aún insuficientes pues así está en el juego solo
una pequeña porción de la vida pública. Se dirige Habermas a plantear una racionalidad
procedimental de tipo ético, tema de desarrollo indispensable para la conformación de la
idea de una democracia del siglo XXI. Es evidente que el derecho y la política deben
procurar la reconstitución de una integración social rota por las diferencias mediante un
complejo proceso de mediación social que pasa por las tensiones entre “hechos y
normas” o entre “facticidad y validez”. Partiendo del derecho y de su relación con la
democracia habría que concluir, como ya lo he asomado en trabajos anteriores, que la
democracia es permanente autoprofundización.
Habermas acepta que las condiciones económicas y políticas pueden ser controladas
en la misma medida en que se fortalecen las expresiones de una razón comunicativa, el
espacio público, una política que contempla la deliberación participativa de los
ciudadanos, más allá de la lógica instrumental o estratégica (propia de los subsistemas
dinero y poder); sin embargo, es necesaria una intersubjetividad comunicativa no
mediatizada opuesta a la lógica que prima en los dos subsistemas que amenazan con
colonizarlo: el sistema económico y el político. En Teoría de la acción comunicativa
(1981) asoma que el derecho puede tener el rol de aparecer como la mediación que
cataliza las manifestaciones o reclamaciones ético/morales y políticas. Esto es, el
derecho y la democracia se manejan en un nuevo paradigma de derecho fundado en el
principio de la discusión.
Pierre Rosanvallon estuvo en Caracas unos pocos días. Mientras le veía responder, en
la Alianza Francesa, que no podía emitir aún una opinión sobre lo que sucedía en este
país y agregar que en Francia tenían interés las posturas de política exterior de este
gobierno y no la situación interna, me dejaba llevar por mis propios pensamientos. Otra
cosa no podía decir el profesor del College de France y yo tenía en mis manos La
contre-démocratie, su último libro, de manera que con su rostro tranquilo enfrente y el
libro a medio leer en la mano podía dedicarme a meditar en torno a algunas de sus ideas
y a mis propias conclusiones sobre algunas barbaridades que se dicen en este país.
Pensaba como la población acepta las condiciones de quienes aspiran sus votos sin
someterlas a examen. Es una población falta de cultura política que grita las consignas
pre-elaboradas sin pasarlas por tamiz alguno. Se hacen masa y aceptan que la oferta es
extraordinaria. A medida que la gritan pierden absolutamente la conciencia crítica.
Se nos dice –en una cuña de televisión que es el ejemplo más acabado de la incultura
política- que el que no vote debe callarse. Pensaba como en estos tiempos se han
multiplicado las opciones de participación, incluso por el avance tecnológico, hasta el
punto que el acto de votar, conservando la importancia capital que tiene, es una más
entre el poder de vigilancia del pueblo sobre las acciones de los gobernantes, las formas
de actuar ante las violaciones y la capacidad de juzgar, hasta llegar a emitir opinión por
Internet. La acción política de los ciudadanos tiene, pues, diversas vías y mandar a
callar al que no ejerce alguna es una muestra de limitación de la democracia al acto de
votar, precisamente una de las causas fundamentales de su crisis actual. De manera que
no hemos aprendido de la multiplicidad de canales, que seguimos siendo reduccionistas
y que no tenemos idea del ejercicio democrático.
El profesor francés termina y el acto es cerrado. Me pregunto sobre la real impresión
que tiene en su cabeza, pero llega la hora de tomarse unos vinos. Rosanvallon no tiene
cansancio en el rostro a pesar de haber hablado por horas en diversos sitios, de haber
escuchado algunas peroratas y seguramente algunas cosas interesantes, y de haber
pasado gran parte de su tiempo en largas colas en la autopista del este, tomada por una
multitud víctima de indigestión monetaria por el cobro anticipado de los aguinaldos, de
un nerviosismo electoral que le lleva a adelantar las compras y por un afán de tener
provisiones alimenticias “por si acaso”. Le digo que aquí también se piensa, no sé
porque se lo digo, quizás como un acto reflejo de mi parte. Él, condescendiente, me
anota su correo electrónico y escribe una amable dedicatoria en mi ejemplar de La
contre-démocratie.
Escucho todas las versiones sobre la realidad electoral y me parece que soy un ser
extraño que tiene en la cabeza otro país, uno muy diferente. Quizás se deba a que las
informaciones que recibo son objetivas y pensadas y que provienen de fuentes del
exterior. Muchas de los países donde serví como diplomático y muchas de los tantos
países donde hay intelectuales con los que me escribo. Se habla de las elecciones
francesas. Insisto en que Segolène Royal encarna la puesta sobre la mesa electoral de
cambios profundos y hacia lo que insisto en llamar una democracia del siglo XXI.
Rosanvallon se mantiene prudente, prefiere no opinar sin haber analizado previamente
los detalles.
Su actitud contrasta profundamente con lo que leo en algunos articulistas de prensa y
de Web venezolanos, quienes parecen estar escribiendo sobre este país nuestro el
segundo tomo de El código Da Vinci, mientras el correo electrónico trae amenazas a los
comunicadores, se advierte que un frente armado cuyo nombre no recuerdo dará justas
cuentas de quien se propase llamando a cosas raras el 3 de diciembre. Se lo copio a un
amigo en Europa y me responde sucintamente que eso está hecho “al mejor estilo
bielorruso”.
Esta es la realidad de un país a escasos días de unas elecciones denominadas “la
última oportunidad”, otra aberración, pues la democracia no tiene nunca una última
oportunidad. Basta haberse paseado un poco por los procesos históricos, basta no meter
en una gaveta todos los papeles, basta no fusilar de antemano el juego (utilizada esta
palabra con seriedad) de las posibilidades políticas, para concluir que en este país se
utilizan frases al voleo, se dicen impertinencias a granel, se utiliza muy mal el lenguaje.
La lectura de la prensa confirma que no hay nada. Cero información medianamente
importante a dos semanas de un proceso electoral. Leer o no leer la prensa es
exactamente lo mismo. Me parece que debía haberme encontrado con una arremetida de
propuestas, con un empujón en busca de los votantes indecisos o reacios, pero no hay
nada. Me parece que tal vez no soy un ser tan extraño, sino que esto más que una
campaña electoral es un esfuerzo inconexo sobre una alteración inequívoca de todo
sentido democrático. De manera inexplicable recuerdo a Orhan Pamuk, el premio Nóbel
de este año y compruebo, una vez más, que me simpatiza. Aún estoy golpeado por la
lectura de sus libros, por su amargura, por su ciudad donde no encuentro a la vieja
Constantinopla que tanto he investigado y estudiado. Me vuelve a la mente el rostro
apacible de Pierre Rosanvallon y me pregunto qué conclusiones habrá sacado, cómo
habrá comparado sus tesis con la realidad de este extraño país (es el país el extraño) y
escribo esta especie de “crónica social” de una agradable noche en la Alianza Francesa
escuchando al país y mirando el rostro apacible de un profesor francés.
Del trueque hay que hablar en serio
(1 diciembre 2006)
El caso argentino
La crisis monetaria del país sureño llevó a la aparición del trueque como medio de
cubrir las necesidades básicas. Ante la imposibilidad de un consumo tradicional el
trueque permitió, mediante la participación activa, una nueva formación de los precios.
Tomando la palabra de Alvin Toffler en La tercera ola comenzaron a llamarse
prosumidores. Este sistema paralelo de consumo ha sido adoptado en diversas partes.
Las presiones por una remonetización no faltan, pero la experiencia está allí y no puede
despacharse alegremente. La reaparición del truque o asociacionismo ha ingresado pues
en la lista de grandes temas de la economía moderna.
Detrás del exitoso experimento argentino de prosumidores que ellos llamaron de
"prosumidores urbanos" estaba también la inspiración del economista Silvio Gessel
autor de La economía natural, donde plantea el tema de la oxidación de la moneda.
Como lo dicen sus fundadores en el Club del Trueque se consigue de todo: alpargatas,
zapatos, alimentos, ropa, perfumes, lámparas, cuadros, una torta de cumpleaños,
servicios de albañilería o plomería, médicos, psicólogos, odontólogos, controladores de
plagas, toallas femeninas. Estos clubes funcionan por acumulación de créditos, una
cuasi-moneda.
En otras partes este sistema de trueque revaluado funciona mediante los "bancos de
tiempo". La unidad de intercambio es la hora. Se ofrecen los bienes y servicios y se pide
a cambio lo que se necesita y ello incluye desde recoger a unos niños en la escuela o
hasta reparar una instalación eléctrica. Se pagan con un talonario de tiempo. Es obvio
que el sistema repotencia la solidaridad. Estos sistemas funcionan también en Inglaterra
con el llamado Timebanks, en Estados Unidos con el Timedollar, en Japón con el Time
Dollar Network Japan y en Cataluña con Bancdeltemps, sólo para mencionar algunos
ejemplos. Asociaciones de acción comunitaria pululan por todas partes, muchísimas de
ellas en el seno del capitalismo norteamericano. La situación ha escapado de las
acciones de los consumidores y muchas empresas están aplicando el trueque, los
llamados trueques empresariales donde, obviamente, no se intercambia dinero sino
servicios. Según la Internacional Reciprocal Trade Association sólo en 2004 el 15 por
ciento del total del comercio internacional fue hecho vía trueque. Este asociacionismo
resuelve problemas de corto alcance, pero resulta efectivo.
Economía de solidaridad
Queda así entronizado el concepto de "economía de solidaridad", una para
materializarla en sus diversas fases de producción, distribución, consumo y
acumulación. Una que va, por igual, contra el estatismo y contra el capitalismo puro y
simple. Es evidente que predominan el factor trabajo y el factor solidaridad. En el fondo
es el uso del mercado en otros términos, hasta el punto de que quizás deberíamos hablar
de "reformulación del mercado". Está fundada, obviamente, sobre "dimensiones no
monetarias", es decir, sobre el vilipendiado trueque, lo que lleva a lo que se ha dado en
llamar "personalización del intercambio", una fundada sobre la plataforma de la
inserción. No tiene limitaciones en cuanto a arropar bajo sus normas conceptuales desde
el cooperativismo clásico hasta las experiencias comunitarias.
Los conceptos en la ciencia económica, como en todas las demás, no pueden echarse
al desprecio. Los términos abundan, desde "nueva microeconomía" hasta "economía
alternativa". Allí están y son discutidos.
El dinero electrónico
El dinero plástico o electrónico asume cada día más lo que antes representaba el
dinero real. Tarjetas de crédito y de débito, cheques, transacciones vías Internet,
transferencias de todo tipo. La lectura de cualquier texto sobre la historia del dinero nos
demuestra que nunca ha habido maneras excluyentes y que el dinero ha convivido con
diversas formas para el intercambio de bienes y servicios. Es así como el dinero
electrónico nos plantea la existencia de una economía digital en la que sería absurdo
negar la posibilidad de existencia a otras formas de intercambio, tal el trueque
practicado hoy en día a nivel global. El dinero ha evolucionado gracias a Internet que
resolvió la necesidad de velocidad de los intercambios hasta el punto de que podemos
visualizar un mundo donde el dinero será electrónico y no material. Podemos leer esto
como la desaparición de los medios de pago tradicionales. Entonces, ¿qué alarma causa
que el dinero sea sustituido en la escala en que el trueque ha reaparecido como forma de
economía solidaria?
Reinventando el mercado
La expresión viene del libro del mismo título escrito sobre la experiencia argentina
por Carlos De sanzo, Horacio Covas y Heloísa Primavera. El premio Nobel de la Paz de
este año al banquero de los pobres indica, entre otras muchas cosas, la aparición de un
nuevo concepto del crédito, clave en el trueque renacido. Si se entra a la página del
Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo puede encontrar referencias
claves sobre el tema. Copio al azar: El Microcrédito en funcionamiento:
Primera localización:
Segunda localización:
Los que se la pasan gritando “ahí viene el lobo” y proclaman que el Apocalipsis está a
la puerta de nuestras vidas, pero se quedan allí, no se les ocurre una idea a no ser la de
llorar el pasado perdido y de refocilarse con sus miedos. Los que se dedican a repetir las
mismas frases agresivas en una banal denuncia de la cual no entienden que no produce
el más mínimo resultado. Los que se dedican a lamerse sus propias metidas de pata, por
ingenuos y faltos de criterio político, y olvidan el principios fundamental del Derecho
según el cual “nadie puede alegar su propia torpeza” o, lo que es lo mismo, su propia
imbecilidad.
Los que se mantienen en el territorio de la burla del adversario a quien consideran
enemigo. Los que mantienen una política comunicacional absurda, caricaturesca y
destemplada. Los que proclamándose partidarios de la inclusión visten de rojo-rojito y
quienes no se vistan son excluidos oligarcas, escuálidos y seres detestables a los que hay
que pisotear.
Me he permitido llamar la atención sobre el concepto de política, de participación
ciudadana, de discusión abierta, de concepto de partido, de reorganización social, de
horizontalidad en las nuevas formas sociales, de reconocimiento de las nuevas redes de
redes como contraloras del Estado y como fuente de decisiones. Me he permitido llamar
a la implementación de una República de Ciudadanos.
Tercera localización:
Los ingenuos que creen que diciendo yo no participo, yo no soy pendejo, con mi voto
no cuenten para una Constitución comunista (términos de algunos de los mails
recibidos) han conjurado lo que viene indefectiblemente. Los que proclaman que el
único propósito de la reforma constitucional es permitir la reelección indefinida
ignorando ex profeso que vienen cambios profundos y que la posición correcta no es
rechazarlos de plano sino dar sobre las propuestas las contrapropuestas en una discusión
amplia y correcta, inspiradas, eso sí, en una concepción de justicia social, de avance sin
miedo hacia nuevas formas de organización y de vida en común. Los que se olvidan que
una reforma constitucional tiene que ser sometida a referéndum y que hay que apelar al
pueblo –que no es una masa electora bruta que sólo come demagogia y populismo, sino
una no dispuesta a dejarse cercenar lo que estima y considera derechos fundamentales.
Los que creen ser sabios profesores de Derecho Constitucional y se saltan la
talanquera de todos los principios jurídicos pensando que somos una especie de Poder
Constituyente dormido que basta despertar para someterle cualquier cosa. Esos, esos
son partidarios de una democracia tumultuaria y una democracia tumultuaria sólo
conduce a la explosión de la violencia y de la anarquía, a la manera de Marat y
Robespierre. Los que no tienen prudencia y desoyen a los constitucionalistas de su
propio bando que advierten que para refundar el Estado es absolutamente necesaria la
convocatoria de una Asamblea Constituyente. Los que olvidan que aquí no se puede
plantear una refundación del Estado, que no se puede proclamar a este país un Estado
Socialista, sino avanzar hacia formas socialistas, si es que así insisten en llamarlo,
cuando en verdad se trata de avanzar hacia una democracia del siglo XXI, inclusiva en
todos los aspectos de la vida social e individual.
He dicho algunas cosas sobre la superación de la vieja concepción del Estado Liberal
Burgués. He dicho algunas cosas sobre la superación de la vieja concepción liberal del
Estado de Derecho. He planteado, meridianamente, la necesidad de un Estado Social de
Derecho, uno que excede a un simple conjunto de normas constitucionales y legales,
uno que he vinculado a la moral, uno que debe procurar la liquidación de la iniquidad,
uno que mantiene una estrecha relación con la democracia mediante la persecución
inagotable de su perfeccionamiento, uno que abandona la rigidez, uno que busca la
equidad social y la protección de los débiles económicos.
Hay que iniciar una operación de salvamento de los principios. Hay que rescatarlos
de las fauces voraces que los han prostituido. Los principios correctos deben ser
rápidamente reivindicados. Hay que organizar con toda rapidez la operación de
salvamento antes que la nave se hunda y pretenda llevarse al fondo del océano los
planteamientos correctos, de tanto haberlos degenerado, de tanto haberlos utilizado
incorrectamente, de tanto haberlos extrapolado hacia la locura. Los básicos de la
libertad y de la democracia, entendidos no como parabas hechos de granito, sino como
un proceso permanente de vuelo hacia la justicia y la equidad.
Hay que revalorizar los principios de una economía social inclusiva, con diversas
formas de propiedad conviviendo pacíficamente. Hay que sacar a flote al Derecho,
entendido como una construcción jurídica que procura una conformación social para la
equidad. Hay que poner sobre el salvavidas la concepción de ciudadano que interviene y
participa y recurre a toda forma de organización para hacer sentir su voz.
Tenemos que utilizar agua y jabón para devolver su transparencia prístina a todo lo
verdadero que ha sido enlodado con el menjurje de la equivocación, del pasticcio
ideológico mal asimilado, de la arrogancia unipersonal elevada a calidad de dogma.
Hay que salvar la idea del cooperativismo, principio y norma universal, ahora
señalado como generador de empresas que tienen aspiraciones capitalistas de obtener
ganancias y que, por ende, deben entrar en proceso regresivo. Hay que reivindicar al
cooperativismo, como forma de asociación de ciudadanos en procura de objetivos
comunes de producción y de consumo. Hay que decirles a los cooperativistas que el
propósito de ahogarlos no responde sino a una confusión mental del permanente
confundido mental y que la democracia del siglo XXI los rescatará conforme a las
normas correctas, que los apoyará y los estimulará sin establecerle esos límites odiosos
de cero obtención de ganancias.
Hay que advertirle rápidamente a aquellos a quienes han llamado demagógica y
genéricamente “pueblo” que serán elevados a una mejor condición, a la de poder
ciudadano que vigila, controla y castiga o premia las acciones de sus gobernantes. Hay
que aclararles que podrán participar sin ponerse camisas de algún color determinado,
hay que suministrarles la explicación razonada de que los demagogos que gritan
“pueblo” no saben nada de la creación de una República de Ciudadanos, que ser
ciudadanos implica un cúmulo de responsabilidades y decisiones compartidas.
Es la hora de aclarar meridianamente que aquí no hay vuelta atrás, que aquí se
construirá una televisión pública sobre las bases del respeto, del equilibrio y del sentido
de Estado. Es menester llamar a la república a que infle los salvavidas para que algunas
cosas que se han dicho bajo el manto de la arrogancia y del ataque contra la libertad
vuelvan a ser colocadas en su justa dimensión. Hay que reformular la división político-
territorial sobre la base de una concepción sustentable de desarrollo. Hay que buscar
papel lija para quitarle a los conceptos toda la herrumbre decimonónica. Hay que
devolver el respeto a la majestad presidencial, cambiar los discursos por obra tangible.
Hay que devolver a Bolívar a donde siempre estuvo, en el corazón de los venezolanos,
quitándole la esquizofrenia y la utilización indebida. Hay que aprender a leer la realidad
histórica y darnos cuenta que tuvimos hombres de carne y hueso que al lado de gestas
heroicas cometieron errores, como es el caso de Páez.
Hay que educar para la amplitud, para la comprensión de lo que fuimos, somos y
seremos. Hay que llamar a todos los equipos de rescate. La limpieza general de
mutilaciones, equívocos, extrapolaciones, minestrones ideológicos y corrupción de
ideas apropiadas, deberá ser tarea de todos. Hay que aprestar los útiles de limpieza,
devolver el brillo a las ideas, deslastrarlas de este óxido maligno que levanta estatuas de
cien metros, que compra sistemas de misiles antiaéreos, que se lanza a adquirir la
producción de coca, que sueña con aviones no tripulados.
Galimatías como “la dictadura de la democracia verdadera” deben ser echadas al
barril de los elementos tóxicos para ser sustituidas por pensamiento transparente
conductor hacia una democracia de ciudadanos en pleno ejercicio de sus derechos. Los
anuncios de supuesta oposición hecha por algún trasvertido de carnaval deben ser
olvidados, deben ser recordados como muertos del 3 de diciembre, pues otra cosa nunca
fueron. Ya basta del espectáculo lastimoso que algunos cadáveres dan procurando
sobrevivir más allá de la muerte.
De allí la confusión, de allí el desasosiego, de toda esta amalgama de delirios oficiales
y de opositores disfrazados, de allí sólo puede brotar la desesperanza. Este país parece
un burdel; haría falta un Toulouse-Lautrec para que pinte los rostros pintarrajeados, para
que refleje la decadencia, para que deje testimonio de esta hora menguada. Hay que
comprar toneles de cloro, coletos, esponjas de metal y espátulas, para desinfectar, para
raspar, para desintoxicar el piso de esta república. O se produce una reacción colectiva
frente a los desatinos y frente a las impudicias o nos iremos consumiendo bajo un
alzheimer colectivo. Hay que iniciar una operación de salvamento, urgente, acelerada,
de emergencia, antes que esta mezcla fatídica de locura y bolsería nos convierta en
óxido insalvable en las profundidades de la corrosión y de lo inaccesible.
El desarrollo de una nueva cultura política
(Marzo 2007)
Las inclinaciones totalitarias están creando malestar, especialmente donde más falta
hace. Si uno sigue el debate conceptual sobre socialismo que protagonizan numerosos
intelectuales de izquierda encontrará una inocultable tendencia de rechazo a todo
totalitarismo y a una vigencia plena de la libertad y de la democracia.
Coincido plenamente con todos ellos. Dije en su momento –y repito ahora- que el
límite de Chávez era la raya amarilla de la democracia y de la libertad. La reelección
indefinida está dentro de esa raya y allí podemos encontrar otro punto de confluencia.
Tal reelección implica algo inadmisible para estos dos principios, entre otras cosas,
porque bloquea todo ascenso a cualquier líder distinto, oficialista o no, y porque signa al
gobierno como un régimen unipersonal vitalicio.
Quizás haya que recordar la manida frase de “no hay mal que por bien no venga”.
Creo estar asistiendo al despertar de la plena vigencia de un socialismo democrático que
se reivindica a sí mismo sin abjurar de ninguno de los principios de equidad y justicia
social. Sin abjurar de la exigencia de pluralismo, de diálogo y de tolerancia. Quizás sea
el momento de profundizar en los planteamientos teóricos-doctrinarios de esta tendencia
y llevarlos a la constitución de una innovadora plataforma de acción política, de una que
reclama la independencia de sus propios cuadros y la necesidad de existir más allá de
una simple participación burocrática.
La política es paradójica. En efecto, al producirse el reclamo de libertad y democracia,
de pluralismo y diálogo, en el seno mismo del gobierno, se abre una puerta que hay que
cruzar. Al mismo tiempo perjudica a Chávez en sus propósitos de eternizarse en el
poder. El presidente tiene delante de sí una clara advertencia de que no será
acompañado en propósitos contrarios a los principios claves y, en consecuencia, o
comprende de una vez por todas que su gobierno tiene un límite en el tiempo o se lanza
por el despeñadero de la aventura donde sólo le acompañará un puñado de
incondicionales fanáticos.
Bien podemos aprovechar todos la coyuntura para crear una nueva conciencia política
en Venezuela. Los planteamientos que he hecho sobre la concepción de un Estado
Social de Derecho no tienen color socialista ni ideológico particular ninguno. Son
principios que bien pueden ser asumidos por el cuerpo social todo, incluyendo a los
partidos de diverso signo. Los planteamientos que he hecho sobre una economía
inclusiva están reflejados por todas partes como un anhelo nacional, hasta en el buen
documento de la Conferencia Episcopal Venezolana. Sólo algunos sectores venezolanos
demasiado a la derecha se limitan a atacar a Chávez sin decir una palabra sobre la
necesidad de atender a una sociedad de pobres. Lo que sí hace una centro-derecha que
comprende perfectamente los tiempos presentes. He insistido mucho en las formas
horizontales que deben tener los partidos de este siglo, sobre una nueva concepción de
la política que deje en el pasado la de líderes providenciales y la de “direcciones
nacionales” inmunes a los criterios y al pensamiento de las bases populares. Hay, pues,
en los hechos, una nueva cultura política emergente que todos juntos debemos atribuirle
al país –pedagógica y democráticamente- y abrir así un nuevo juego sobre las bases de
la democracia y de la libertad, y también de la concepción de una nueva organización
social que no dependa de las dádivas sino de una convicción profunda de hacer
ciudadanos y no fanáticos estériles.
Tiendo la mano a todos los que andan por este camino. El juego democrático implica
divergencias, contrastes, lucha por el poder, batallas generales y particulares. Podemos
incurrir en todas ellas, el asunto clave está en que mantengamos la posibilidad de
hacerlo. Y después de garantizarnos la base esencial ir –paralelamente, desde ya- a
implementar esta nueva cultura política. Este es el único y verdadero gran esfuerzo
unitario que vale la pena. Los otros son acuerdos de partidos, de facciones, de grupos y
eso no tiene validez trascendente. Lo importante es comprender la oportunidad que el
momento histórico nos brinda a todos y luchar denodadamente por establecer una
cultura política donde podamos diferir.
Reservistas que gritan socialismo o la lectura de un historiador inglés
(12 febrero 2007)
Hay que aprender a deletrear el alfabeto, a conocer cada letra en todas sus
posibilidades, a formar sílabas y de allí pasar a las oraciones. Analfabeta no es sólo
quien no sabe leer y escribir, analfabeta es el incoherente. Hablo de política, claro está.
La forma es tan importante como el contenido. En muchas ocasiones la exploración de
la forma se sobrepone a la realidad aparente. Quien no maneja la forma entierra pilares
en lo inconsistente. Una de las formas sustentables de la política es hacerla capaz de
generar realidad. Hay que notar que la agencia publicitaria que se dedica a asesinar la
política es porque está descontenta con ella y quien está descontento con la política en
verdad está descontento con todo, incluyéndose a sí mismo.
Lo real no puede separarse de la forma. Cuando algo resiste a la mirada de quien
quiere transformar o sustituir hay que aprender a superar la capacidad de resistencia que
opone y ello pasa por sembrar de manera tal que las posibilidades se hagan muchas.
Para ello se requiere creatividad, porque cuando se riegan formas creativas se
multiplican las opciones y las alternativas. La creatividad no puede calificarse como una
excelente forma de defensa, porque la creatividad se convierte en un cuchillo que corta
el analfabetismo, lo paraliza y le quita la iniciativa.
Lo que vivimos en Venezuela se asemeja cada día más a una manifestación de
fidelidad a la miseria. Esta realidad tiene variantes psico-sociales y políticas. Este
régimen se encontró un país naturalmente propenso a ser hipnotizado, es más, se
encontró con un país que quería ser hipnotizado. La protección que sobre él habían
ejercido los gobiernos democráticos se había resquebrajado, diluido y evaporado. El
gran padre es, en la historia universal, el que restituye, el que venga, el que tiende su
manto asistencialista mediante el cambio de nombre de todo y con la cobija verbal
arropa y da calor. Toda la escenografía converge a la creación del ambiente de ilusión,
siendo el teatro “Teresa Carreño” el ejemplo más claro y preciso: ese espacio ha sido
convertido en la gran sala de ópera de la revolución. Lo que quiero decir es que, ante la
incapacidad de construir sus propios escenarios, el proceso-cambia-nombres se apodera
del espacio de lo anterior porque ese espacio ya forma parte de la imago colectiva y con
banderas y el uso monótono de un color transfiere a la masa la sensación episódica de
una aventura revolucionaria de la cual bien vale la pena formar parte. Los códigos son
simples, primitivos diríamos, dado que se recurre más que al uso de las viejas maneras
de los fascismos del siglo XX a un ejercicio propio de lo tribal, en el sentido de hacer
entender a la gente que hay un nuevo manto protector que para ser adquirido sólo
requiere pertenencia, llámese militancia. La mejor prueba de este aserto es la constante
afirmación de que ser rico es malo: con esta afirmación lo que se quiere es retrotraer a la
población venezolana a unos supuestos fundamentos del ser humano, a un supuesto
estado de carencia de las originarias construcciones humanas.
Esto es, estamos ante planteamientos que nos remiten a trasnochos que ya ni siquiera
pertenecen al siglo XIX sino que van más atrás, a los orígenes mismos de la
investigación sociológica cuando comienza a analizar la agrupación de los hombres en
sociedad. Se quiere organizar este país sobre la base de una solidaridad primitiva y para
ello se le advierte a los objetivos del experimento que allí en el horizonte hay una
preñez de peligros que sólo el gran organizador puede conjurar con “camisas rojas”, con
discursos que mantienen a raya a los monstruos que se asoman. Este país se convierte,
entonces, en una tribu apretujada de gente asustada-emocionada-ilusionada que cree
haber encontrado la protección requerida.
Para combatir este brote de sociología primaria se debe aprender a deletrear el
alfabeto. Hay que comenzar por explorar los caminos de la posibilidad frente a los
caminos de la realidad. Si quienes resisten no tienen el planteamiento adecuado es
porque el estado mismo del país genera su discurso. Así, quienes resisten, no pueden
tener la seguridad de convertirse en la nueva opinión dominante sustitutiva de la
protección otorgada por el piache que administra alimentación, seguridad en la
esperanza, (aunque no en la práctica cotidiana), convencimiento de que los monstruos
viejos no volverán ni nuevos monstruos procederán a liquidar la ilusión. Terminamos
conviviendo con el régimen co-hipócritamente y co-histéricamente.
El discurso, la forma, va pues a contracorriente del medio, la realidad. Hemos
regresado tanto que uno nota el brote de los viejos conceptos para oponérselo al rebrote
de lo antiguo disfrazado con adjetivos supuestos de este siglo. Si aquél habla de una
especie de refundación de un ismo, desde el otro lado se recurre a viejos preceptos del
siglo XIX como si la teoría social no hubiese evolucionado, es más, como si no
estuviera en la obligación de evolucionar. Si en este análisis, que no sabe deletrear el
alfabeto, esto es izquierda, pues lo lógico de oponerle es derecha. Si este dice que la
propiedad es mala el discurso de quienes resisten responden reotorgándole valor
absoluto al mercado.
La paradoja de este planteamiento de regreso a lo cuasi-tribal está, en primer lugar, en
que arrastra a su oponente a la misma atmósfera mental y, en segundo lugar, lo que
constituye lo más grande del ángulo paradójico, es que hace imposible el regreso al
pasado que se pregona desde ambas partes. He allí el encierro en un alfabeto con cuyos
elementos no se sabe construir frases y conceptos: no hay códigos sustitutivos, nadie
sabe lo que es el mañana, nadie tiene el manejo de lo que política se llama “los
tiempos”, nadie logra articular frases, la forma, para hacerle entender a un país
cohabitante con un espasmo de retorno temporal y espacial, que la palabra futuro aún se
conserva en el diccionario y en el campo de las posibilidades. Si nadie sabe deletrear
esta palabra, el pueblo está y estará con la nueva ópera que se canta desde el escenario
robado del “Teresa Carreño” y desde el patio de la Academia Militar. Hay que aprender
a deletrear el alfabeto.
No volverán las oscuras golondrinas
(11 junio 2007)
Parafraseo al poeta prerromántico Gustavo Adolfo Bécker: “No volverán las oscuras
golondrinas en tu balcón sus nidos a colgar”.
Las batallas son paralelas y con vasos comunicantes, nunca excluyentes. Tenemos un
asunto político coyuntural y un asunto de igual o mayor trascendencia: la lucha contra
un despotismo de cuño maquillado y la necesidad de construir un país. Debemos
entender que construir un país se integra a la batalla coyuntural: mientras formemos más
ciudadanos y establezcamos nuevas pautas de comportamiento social más se debilitará
el régimen al que nos oponemos.
No podemos plantearnos primero salir del régimen y luego comenzar la construcción.
Debemos hacer ambas cosas a la vez. Si miramos a la gesta de 1928 podremos
encontrar una lucha contra la tiranía gomecista y la siembra de una democracia donde
las mujeres votaran, al igual que los analfabetas, una donde los gobernantes fueran
electos por votación popular y no designados a dedo por quienes ejercían el poder. Fue
precisamente los planteamientos de construcción de un país distinto lo que dio solidez a
la lucha contra Gómez. La generación del 28 no se planteó que el asunto era salir del
dictador, sino que el asunto fundamental eran las formas políticas que habrían de
sustituir a lo existente.
Los movimientos de resistencia a un régimen autoritario no pueden sobrevivir sobre la
base de restaurar lo que existía antes del mismo. Después del régimen totalitario,
especialmente si se disfraza de revolución, no se puede volver atrás. De manera que el
planteamiento de restituir la democracia en contraparte de este aborto militarista es uno
absolutamente vacío y carente de fuerza como para dar al traste con la intentona
recurrente de perpetuar una dictadura. La lucha contra la coyuntura implica un paso
adelante, una oferta de establecimiento de una nueva realidad.
No puede existir una democracia sustitutiva del actual engendro si la política no es
rescatada como valor fundamental. No puede existir una democracia sustitutiva del
actual engendro si no recolocamos el valor de las ideas como pináculo y eje de todo un
movimiento giratorio. Debemos admitir que ahora tenemos un país muy diferente al que
teníamos antes de comenzar este período histórico que terminará. La sacudida ha
permitido un despertar generalizado hacia la participación y el interés en los asuntos
públicos. El tercer escenario es, pues, la construcción de organizaciones de participación
política con carácter horizontal, lo que significa una sacudida total sobre las llamadas
instituciones intermedias que sirven de vasos comunicantes entre el poder y la
población. El cuarto escenario no puede limitarse a una reforma del poder judicial que
le devuelva su independencia, sino un proceso de cambio aún mayor, pues implica una
reformulación del concepto jurídico hacia el establecimiento de un Estado Social de
Derecho que excede, con creces, a una mera preocupación asistencialista. El quinto
escenario pasa por una reformulación de la teoría económica limitada a los problemas
tradicionales de esta ciencia (equilibrio macroeconómico, control de inflación, políticas
monetarias, etc.) para ir más allá y llegar hasta una reformulación del mercado, a la
posibilidad de coexistencia de variadas formas de propiedad y al diseño de una
economía inclusiva, de una que me he permitido definir como subordinada a la política
y no a la inversa como hasta ahora, en que la política ha estado subordinada a la
economía.
Es lo que denominado una democracia del siglo XXI, una sustitutiva de aquella que se
agotó en el corazón y en las mentes de los pueblos por su manifiesta incapacidad, por
sus tortuosos vicios, por las corruptelas ahora maximizadas en el régimen que la
reemplazó. Es así como una lucha centrada sobre la restitución de lo extinto se hace
banal ante el poder comunicacional y represivo de lo que debemos sustituir. Si
paralelamente al combate contra el régimen no decimos con que lo sustituiremos esta
pelea se eternizará y nos encontraremos, cuando llegue su final, ante un vacío pavoroso
que arropó a nuestros grandes ensayistas del pasado dejándoles como voces en el
desierto.
Leo expresiones como “ex-país” o “territorio de mineros” para referirse a lo que
tenemos. Una de las razones que las explican es que nos ha faltado el tiempo para
pensar y la mirada lejana y muchas veces despectiva con que hemos castigado a los
constructores de país, siempre ocupados los venezolanos a tiempo completo en salir del
régimen que nos acogota y siempre sin tiempo para reflexionar sobre el porvenir. Si
vamos al análisis histórico nos encontraremos que todo gran movimiento renovador y
trascendente se basó sobre un cúmulo de ideas que inflamaron las banderas de la
libertad e hicieron posible, paralelamente, la caída del régimen y la apertura hacia el
futuro.
En la lucha contra el presente tenemos de aliados a los representantes y herederos del
pasado. En alguno de mis artículos de los meses anteriores definí la unidad “como
nociva para la salud”; lo que quería significar era que en la batalla que libramos
tenemos aliados provisionales y circunstanciales. Debemos, es cierto, hacer posible el
cambio para que se manifiesten, al igual que deberán manifestarse los que saldrán, pero
algo que debemos tener claro es que la democracia debe ser restituida para derrotarlos.
No podemos permitirnos encauzar nuestra lucha hacia el retorno de los yiddies, por lo
que, paralelamente, debemos saber que los aliados circunstanciales no son más que eso,
aliados circunstanciales, y que es fundamental, imperioso, absolutamente
imprescindible dar aquí, en este momento, la batalla de las ideas. Vamos hacia una
democracia del siglo XXI, clara y precisa, transparente y cristalina, una donde a punta
de ideas y acción combinadas derrotaremos las viejas expresiones y las expresiones
enlodadas. Seguramente gritaremos, junto a los aliados circunstanciales, “libertad”, pero
debemos recordar lo que para ellos esa palabra significaba y significa (manipulación,
poder ejercido en la trastienda, arreglos impúdicos, conculcación a quienes no coinciden
con sus intereses económicos, etc.). Para nosotros, los que debemos hacer la oferta
sustitutiva, “libertad” significa fin de privilegios, claridad y participación, justicia social
e inclusión, en suma, una república de ciudadanos ejerciendo una democracia del siglo
XXI.
La hora menguada
(s/f)
Siempre había pensado que capitalista era una persona acaudalada que coopera con su
capital en uno o más negocios, pero conforme a una contraofensiva ideológica,
palmariamente inepta, capitalista es quien se opone a Chávez. Uno lee al columnista
“A” y se oye recordar que el general Baduel no defendió al capitalismo en su célebre
discurso. Vaya pretensión. Cuando uno va al columnista “B”, pero también al “C”, al
“D”, y seguramente hasta agotar el alfabeto, se encuentra que frente al socialismo del
siglo XXI (endógeno, petrolero, indoamericano, etc.) lo que hay que oponer es una
defensa cerrada del capitalismo.
Más allá, uno escucha al profesor que proclama a los cuatro vientos que uno de sus
propósitos de vida es lograr la eliminación de los estudios de marxismo en todas las
facultades de economía y donde quiera se estudien las ideas de los siglos pasados. Ay,
los conversos. Mientras el único razonamiento “ideológico” que estos Dartagnanes
opongan a los desvaríos del régimen sea capitalismo, la batalla será ganada por el
marketing que nos dice que la palabra ideática que envuelve al régimen es
“solidaridad”, “amor al pueblo”, “pasión por los pobres”.
No soy marxista, no soy socialista, no soy socialcristiano, no soy socialdemócrata, no
soy liberal, no soy comunista. Terminó la era de los cuadros cerrados de pensamiento,
terminó la era de los “libritos” a los cuales ajustarse, se canceló la era de las ideologías,
los manuales se pusieron amarillos e inservibles. Soy un pragmático que cree que en
cada país debe hacerse lo que conviene a los intereses del pueblo que se gobierna. Lo
aprendí hace muchos años en Buenos Aires con John Kenneth Galbraith: “Si conviene
nacionalizar se nacionaliza, si conviene privatizar se privatiza”.
El rechazo a las doctrinas proclamadas o a la ideologías muertas, no excluye para nada
el pensar, el conceptuar, el formarse un propio cuadro de pensamiento que oriente en la
vida pública a la cual se quiere servir. He dicho que uno de los puntos fundamentales
que debe estudiarse es el del sistema político por el agotamiento práctico y teórico que
muestra la democracia. He ido sobre ella y he puesto sobre el tapete ideas para una
“democracia del siglo XXI” (organización social, reformulación de las sociedades
intermedias, renovación total del concepto de política). A mí nadie me venga a decir que
frente al “socialismo” proclamado, y para ser un leal disidente del régimen venezolano
hay que salir en defensa a ultranza del mercado. El mercado debe ser reformulado, he
escrito, y he dicho como. Frente a las pretensiones “socializantes” he manifestado que
no se puede salir a proclamar las virtudes de la propiedad privada y no más, puesto que
es necesario admitir que frente a una propiedad privada que debe ser respetada, debe
admitirse la existencia de otros tipos de propiedad que ayuden con rapidez a la inclusión
y a la justicia social. Frente a las reformas constitucionales y demás hierbas es absurdo
pararse a decir que los viejos principios liberales del capitalismo protestante son la
panacea, puesto que he descrito una capacidad de adaptación del marco jurídico para
conformar un Estado Social de Derecho.
Todo planteamiento –por lo demás- de defensa llana y lisa del capitalismo para
supuestamente confrontar a este enramaje teorizante con que se nos pretende envolver
es una soberana idiotez, porque frente a esta operación de marketing el “socialismo”
siempre será más simpático que el capitalismo. Más aún, frente a la realidad que
transitamos no tendrá ningún chance una postura de derecha para sustituir a la de falsa
izquierda que se nos lanza. Lo repito: sólo una postura pragmática de reconversión
social, de avanzada social, de justicia social, es lo que puede ofrecerse válidamente
como alternativa. ¿Propiedad privada? Sí, pero conviviendo con otros tipos de
propiedad. ¿Mercado? Sí, pero reformulado conforme a exigencias perentorias que he
descrito con claridad cuando he escrito sobre una economía inclusiva donde formas
alternas convivan con las formas capitalistas. ¿Pastiche? No, aprendizaje en las
realidades políticas y sociales de nuestro tiempo. Es posible construir una sociedad
donde las prácticas de la libre empresa convivan pacíficamente con organizaciones
comunitarias que actúen fuera del mercado. Los extremistas no lo entienden ni lo
entenderán nunca. Para ellos hay que gritar “capitalismo” para no estar de acuerdo con
Chávez. Yo estoy en desacuerdo con Chávez sin andar pegando gritos a favor del
sacrosanto “dejar hacer, dejar pasar”.
Cuando era joven, feliz e indocumentado –para usar una expresión del Gabo- y
vagaba por Inglaterra, decidí ir a Westminster a visitar a los poetas y a todos los ilustres
y no tan ilustres que viven allí con sus huesos venerados. Sin embargo, era necesario
subir hasta la tumba de Shakespeare en Stratford-upon-Avon porque allí sus coterráneos
escribieron una maldición a quien se atreviera a tocar esos restos, de manera que nunca
podrán ser trasladados a Westminster. Frente a Shakespeare constaté que estaba vivo,
pero algo me faltaba y era la tumba de Marx en Highgate Cementery in North London.
Hasta allí me dirigí para reflexionar un poco ante los huesos del viejo alemán.
“Karl, eres un clásico -le dije- y tú sabes lo que es un clásico”. No habrá otro Lenin
desde la cresta de la ola bolchevique. El marxismo sigue siendo un universal y atractivo
cuerpo de pensamiento y uno de los más útiles para el conocimiento del conjunto de
relaciones sociales, aunque existan categorías marxistas evidentemente inútiles. “Todos
hemos recibido alguna influencia de ti – le dije- pero ya no lo notamos porque forma
parte de la cotidianeidad”. Eso es un clásico, insisto. Estudiar a Marx es hacerse de
cultura porque su pensamiento es herencia cultural del hombre. Aplicar a Marx sobre las
realidades del siglo XXI es una absoluta extravagancia. Ahora que recuerdo aquel viaje
me provoca decirle al alemán barbudo que “más estúpidos son los que quieren
eliminarlo de los estudios universitarios o que gritan capitalismo para oponérsele,
cuando ya no hay necesidad de oponérsele a no ser en algunos doctores Frankenstein
que andan creando monstruos”. Para infinidad de gente el pensamiento no evoluciona,
no se hace simple y complejo al mismo tiempo, no se renueva, no brilla con nuevas
proyecciones y maravillosos hallazgos. Por eso la democracia languidece y algunos
trasnochados quieren sacar al viejo Marx de su tumba, donde bien muerto está. Y,
además, déjenme decírselos, profundamente feliz de estarlo y de ser un clásico de la
cultura del hombre.
Mensaje a los jóvenes que caminan la historia
(s/f)
Primero los regalos, aumentos de sueldo, becas y halagos y después usurpación de las
funciones del Consejo Nacional de Universidades y de los Consejos Universitarios de
las universidades autónomas. Eso ha sucedido frente a nuestras narices. La zanahoria de
la compra no va a funcionar. Las universidades dirán su palabra. Están obligadas a
decirla.
Los videos nos muestran la verdad de los hechos, sobre todo en materia de represión.
La multitud de estudiantes es la más grande que este columnista ha visto en su vida. Lo
dice quien participó activamente en las luchas estudiantiles de los años calientes de la
década del sesenta. Los “matemáticos” estériles que sacan porcentajes sobre la
población estudiantil y el número de participantes son fofos mentales. Hay una voluntad
que apenas requiere de un grito: ¡Viva la inteligencia!
No pretendo ver a Sartre en una barricada en el barrio de Chacaíto. Aquí no existe un
Sartre. Esto es lo que tenemos, no más. En la Francia del mayo los filósofos y los
intelectuales eran los íconos. Aquí lo son las actrices y los actores. Tenemos lo que los
sesudos sociólogos nos han estado repitiendo, un “imaginario colectivo”. La
oportunidad es buena para proclamar uno nuevo, pero para ello es menester reclamar a
la imaginación su presencia. La imaginación pasa por incluir en el grito una
transformación de las universidades, un mantenimiento de una autonomía renovada, un
grito a la manera de Córdova. Es decir, llenar la palabra libertad.
Allí, en esa multitud de estudiantes, están los líderes. Deben aprender que no necesitan
otros, ni reconocerse en el estereotipo, ni repetir las consignas de otros. Deben abrir la
inteligencia y la imaginación, si es que quieren insurgir como la generación del 28,
aquella histórica donde estaban Rómulo Betancourt y Jóvito Villalba, entre otros
muchos, y marcar la historia de esta república. Nosotros, los de la generación del 58,
insurgimos a la caída de una dictadura a la que los universitarios de entonces supieron
darle un empuje hacia el final. Nos tocó vivir siempre en democracia, hasta ahora. Estos
muchachos de hoy tienen una vaga idea de la tiranía perezjimenista, son hijos de la
democracia, no sabían, hasta ahora, como es el aire de un régimen de fuerza.
Y los entrevistados siguen echándose paladas de tierra: “esto no es político”, “nosotros
no somos políticos”, “no tenemos nada que hacer con la política”. Cometen el peor
error, el más grave de todos. Un ciudadano es un político, no necesariamente un
activista político o un dirigente de partido o alguien que pretende ejercer un cargo
público. Un ciudadano que reclama un derecho es un político. Los estudiantes que están
en la calle están en una acción política, todo el que pelea o emite un grito de defensa o
de protesta o de reclamo es un político por la muy sencilla razón de ser ciudadano. La
ciudadanía implica el ejercicio diario, cotidiano, constante de la política. El dictador lo
que ha pretendido es acabar con la política, definida por mí como el invento de los
hombres para vivir en paz, para resolver los conflictos, para armonizar los intereses
encontrados con justicia y equidad. Este régimen no quiere política, la quiere extirpar,
desaparecer del mapa. Tiene este régimen una contribución valiosa en toda esta cuerda
de opinadores que repiten “estos no es política, “yo no soy político”. Semejante
declaración permanente convierte a los ojos de la gente a la política en una actividad
malsana, detestable y repudiable, para satisfacción del dictador. Los jóvenes deben
gritar ¡Viva la política!
Los muchachos que están en las calles deben saber que no son protagonistas de
disturbios, que no son siquiera protagonistas de una protesta, que por los azares de la
historia se les ha confiado una misión mucho más trascendente: ser parteros de un
nuevo tiempo. No están allí para otra cosa que para un despertar. Están allí para tomar
un comando donde no hay comandantes. No quiero escribir el día de mañana un artículo
titulado “El mayo perdido”. Allí en esa multitud están los estudiantes que hicieron
posible aquella frase: “Aquí vive el presidente y el que manda vive enfrente”. Fue en la
lucha contra la sucesión de Juan Vicente Gómez y el líder estudiantil que la motivó se
llamaba Jóvito Villalba. No puedo saber si esta generación estará a la altura de tamaña
responsabilidad. Sólo cumplo con decírselos.
Mensaje a los viejos que observan la historia
(s/f)
La abuela me contaba las historias del abuelo, seguramente magnificadas por el amor
y la admiración. Él salió –decía- con el pecho descubierto a enfrentar a los soldados que
rodeaban la casa de la hacienda y los soldados huyeron. Los cuentos de la abuela sobre
el abuelo –coronel de guerrillas en los estertores del siglo XIX- estimularon mi
imaginación de adolescente. Esos cuentos fue lo primero que escribí, textos
costumbristas que en su momento lancé a la papelera. Ante mi inocultable inclinación a
la política el abuelo me llamó un día y me lo dejó claro: “Nieto, en este país para
graduarse de hombre hay que haber estado preso”. No me dijo “desiste”, me dijo lo que
en su criterio me esperaba. Era la expresión de un hombre del siglo XIX, de uno que
había vivido guerras y montoneras, de un hombre de un tiempo donde la incivilidad
prevalecía y cada caudillo se alzaba con el pretexto de una “revolución”.
Cuando leí por vez primera los poemas de mi bisabuelo italiano de apellido Benso y
nombrado Edoardo, entrado por las Antillas y cambiado su apellido a Penso por algún
escribiente de una revolución triunfante, poemas en el más puro estilo del
romanticismo-modernismo, entendí que aquel emigrante europeo me había traído el
valor de la palabra. En las dos ramas, en la del hombre rudo y en la del delicado y frágil
poeta, entendí que sería ambas cosas, político y escritor. Hoy entiendo los compromisos
generacionales y me permito decirles que a los viejos nos toca evitar que esta
generación que está en la calle termine de formarse, de madurar, de hacerse hombres y
mujeres en la cárcel o en el destierro.
Si los jóvenes tienen una responsabilidad inmensa la de nosotros los mayores no es
más pequeña. En mi familia pasaban los sustos en silencio. Nadie me dijo “no vayas”.
Nadie me preguntó si los golpes recibidos me dolían. Simplemente me respetaban,
tragando grueso. Estamos frente a una generación que emerge. Ese apelo a los padres
para que “controlen” a sus hijos es una estupidez. Lo que tienen que hacer los padres es
respetar a sus hijos, porque los mayores tenemos la obligación de impedir que vivan los
avatares del siglo XIX y los avatares del siglo XX, que sean asesinados como lo fue
Leonardo Ruiz Pineda en una emboscada que privó al país de un líder, y con Ruiz
Pineda a tantos otros, de todas las tendencias y en diversos tiempos.
La falta de líderes no es casualidad. La falta de líderes tiene explicación en dos
vectores: la guerra de guerrillas de los años sesenta llevó al exterminio a una pléyade de
brillantes jóvenes de la izquierda y, del otro lado, la implacable acción contra la
generación socialcristiana del 58 disolvió en el olvido a decenas de líderes
excepcionales. Si ambos errores históricos no se hubiesen materializado no tendríamos
en el poder a estos ignorantes de hoy, sino a una generación estupenda, y en la oposición
a excepcionales líderes, no a estos asomados que salen a la palestra a decir “existo y
propongo un referéndum para que el país decida si vuelve la señal del canal de
televisión”.
Los muchachos de hoy que han caído presos han sido víctimas de una antigua
recurrencia histórica. Les ha tocado graduarse de hombres a la vieja manera. El
imaginario que los mayores debemos transmitir a estos muchachos no es de miedo, es
de respeto. Lo que debemos transmitirles es que estamos dispuestos a impedir que
vuelvan a la cárcel, que deban marcharse al exilio a leer los libros que deben leer y a
patear las universidades del mundo por fuerza mayor y no por el ejercicio impecable de
la búsqueda del conocimiento y del saber. Lo que decimos a los jóvenes es una marca,
lo que le contamos e informamos es una herencia invalorable. Ese es el ejercicio de la
pedagogía con todas sus consecuencias. A los mayores nos toca hacer posible que en el
siglo XXI no sigamos viviendo el peligro que vivimos otras generaciones, nos toca
hacer posible que estos muchachos y muchachas se quemen las pestañas para dirigir a
esta nación en paz y en un aire respirable.
Que la experiencia la tenemos cuando ya no es útil, es algo muy repetido y muy falso.
En algún libro mío la he definido como una acumulación progresiva de recuerdos y que
lo que se sabe sirve apenas para el momento. Los mayores debemos utilizar lo que
sabemos y este es el momento.
Torquemada y su derrotado proyecto religioso
(s/f)
La sociedad española del siglo XV era lo que los historiadores acostumbran llamar
una “sociedad endiablada”. Tomás de Torquemada pasó a la historia por haber sido el
primer Inquisidor General del Tribunal del Santo Oficio y el que hizo poner la firma de
los Reyes Católicos al decreto de expulsión de los judíos de España. En la “sociedad
endiablada” que es la Venezuela de hoy la Asamblea Nacional, a la mejor manera de
Torquemada, ataca a los colegios católicos porque supuestamente pusieron como tarea
escolar la discusión del magnífico documento de la Conferencia Episcopal. Lo que hace
este detestable remedo de Parlamento es exactamente lo mismo que hizo el Gran
Inquisidor, esto es, hacer del chavismo un proyecto religioso para la política.
Del otro lado, un orador plantado con la mayor serenidad en el alto podio de la
Academia Nacional de la Historia pronuncia un denso discurso que titula “Sobre la
responsabilidad social del historiador”. El orador se proclama producto de la “libertad
intelectual”. El poderoso contraste, el del llamado de Torquemada por un lado y el del
hombre lúcido por el otro que hace ejercicio definiendo la conciencia nacional
venezolana, es símbolo de una “sociedad endiablada”, pero de una donde la esperanza
pervive y donde la inteligencia vencerá las sombras. Confieso que hace muchísimo
tiempo no me sentía tan bien y tan contento, no porque el orador se llame Germán
Carrera Damas, un querido amigo a quien se hace justicieramente académico, sino
porque su voz fue la de un país enraizado en los valores y un llamado a la
responsabilidad.
Y por si fuera poco, se suceden las elecciones en la UCV. A veces, metidos en el
berenjenal de la cotidianeidad, perdemos de vista lo obvio, lo que representa esa casa
para este país. Carrera Damas, por ejemplo, es producto de la Escuela de Historia
ucevista. La UCV es el corazón de la república, uno de los centros de creación de
líderes, un punto neurálgico de eterna rebelión y de cruce de ideas. Celebramos los
resultados, que este muchacho Sánchez sea el nuevo presidente de la FCU, la paz con
que se celebraron las elecciones. Sí, todo eso, pero miremos que lo sucedido es un
resultado crucial de un mensaje de la juventud venezolana frente a Torquemada. No se
puede imponer un proyecto que tiene el rechazo de la juventud de un país. Si la
juventud de un país se pone de frente contra una oferta, esa oferta está condenada a
perecer. Podrá sobrevivir circunstancialmente, podrá ejercer la violencia para aplacar la
rebelión juvenil, pero está condenada. Lo peor que le puede pasar a un gobernante que
quiere eternizarse es que una generación se le ponga delante.
No hay duda sobre el nacimiento de una generación. Veo a ese muchachito que en las
calles de Barquisimeto declara a los medios desde su rebeldía y me recuerda a mí
mismo en mis tiempos del liceo “Lisandro Alvarado”. Veo a Stalin González no
lanzándose a la reelección y siento un grato sabor. Veo a Ricardo Sánchez
atropellándose en sus expresiones y me digo que cuando controle la emotividad y
aprenda a modular la palabra será un gran líder. Veo a Eduardo Fernández en el acto de
la Academia de la Historia y le digo “¿Sabes qué? Yon Goicoechea bien puede ser el
equivalente tuyo de estos tiempos”. En realidad las similitudes son muchas: Eduardo
irrumpe en la vida pública con la huelga de la UCAB en 1957. Yon irrumpe en la vida
pública con la resistencia estudiantil de 2007. Las diferencias son también muchas, pero
Yon es un típico producto de este tiempo. Todas sus características así lo dicen.
Estos muchachos deberán estudiar, hacer postgrados en universidades del primer
mundo, prepararse para el líderazgo, no solamente en la política, pues de allí saldrán
científicos, académicos, profesores, amén de presidentes de la república. A mi
generación, la del 58, la “generación frustrada”, aún le caben inmensas
responsabilidades. Una de ellas es la de actuar con gran desprendimiento y amplitud
para cuando esta generación esté lista para asumir el comando. Aún nos quedan grandes
obligaciones, especialmente en la política. Tardíamente creo que se nos llama a un
papel protagónico, no encarnado en burocracia, sino en el de una lección histórica, al de
una transición hacia estos muchachos con los que debemos ser rígidos y comprensivos,
exigentes y generosos, estrictos y benevolentes con sus errores. Quizás la generación
del 58 debería reagruparse, en todas sus expresiones y tendencias, para cumplir con un
papel moroso que la historia parece entregarnos.
El proyecto laico es el de reconstruir esta república. Todos los signos son
esperanzadores. El rescate por parte de la juventud de los valores políticos, el de su
insistencia en los principios de la libertad y de la democracia sobre la base de
instituciones ajenas a los vicios del pasado, su deseo ferviente del uso del voto, todos
son altas barreras que el país naciente coloca frente a la pretensión totalitaria. La lenta,
pero firme maduración de los venezolanos que tardía pero indeteniblemente comienzan
a comprender que hay que votar el 2 de diciembre y la palabra del maestro que nos
habla desde la Academia Nacional de la Historia de “un paréntesis en un desarrollo
democrático que no detienen ni decretos, ni exaltación de valores creados ad-hoc…”,
son signos auspiciosos.
Es así. Torquemada y su proyecto religioso insertado para justificar un proyecto
político, están derrotados. El encuestador Oscar Schémel, de Hinterlaces, nos lo ha
dicho con vehemencia y seguramente ante la incredulidad general. “Este país está en
una adolescencia política, en la que comienza a madurar”. Absolutamente cierto. Parece
mentira, pero una de las consecuencias del período democrático fue el adormecimiento
de la población y la pérdida del sentido crítico, la desaparición del ciudadano que
participaba activamente en la vida pública. A ello se debe el largo sueño de la juventud
que nació y creció en un clima de antipolítica. Pero llegó el momento y ahí está
haciendo y construyendo ciudadanía.
Oscar Schémel, sin ocultar su emoción por lo que dice, y seguramente sin ser
escuchado, nos ha repetido, casi con lágrimas en los ojos, que lo que sus encuestas
reflejan hermosamente es el renacer de una conciencia democrática, de una renovada
voluntad democrática, de una disposición democrática que está allí presta a saltar y
tomar las riendas de la república.
La rebelión de la provincia o la revolución de la inteligencia
(6 septiembre 2007)
¿Cómo hacer para subsanar los años de incuria o de lejanía de la política? Este es el
quid de la cuestión que algunos corresponsales del correo electrónico en el interior me
plantean. La respuesta es manifestarse dispuestos, hablar, ir a los estupendos diarios de
la provincia, a los programa de opinión de las radios y televisoras locales, dejar saber su
opinión, participar en los asuntos que se le van a ir atravesando, pues apenas se vea que
profesionales de diversas áreas están disponibles vendrán los consecuentes
planteamientos de incorporación y de liderazgo. Pensar –les he dicho- que los nuestros
no se limitan a los seres queridos, que los nuestros son todos los habitantes del país y, en
consecuencia, estar disponibles para ellos.
La provincia va a despertar. Aún no he escuchado a ningún zuliano decir con su
particular acento “no acepto el desmembramiento del Zulia”. Ni he escuchado a ningún
caroreño recordarse que dos de los siete generales de división del ejército patriota eran
de Carora, a saber, Pedro León Torres y Jacinto Lara y que, en consecuencia no pueden
aceptar que el municipio Torres sea arbitrariamente adscrito a una Comuna o que el
estado Lara sea partido a voluntad del presidente, puesto que se revolverían los huesos
de todos los hermanos de Pedro León, todos muertos en combate; el mismo Torres
murió a consecuencia de las heridas recibidas en batalla, pues en aquellos tiempos los
generales peleaban.
Así a lo ancho y largo del país. Sabemos bien que nuestra división político-territorial
no responde a criterios de desarrollo, pero ya está sembrada una conciencia local. La
democracia trató de subsanar el asunto mediante la creación de las llamadas
Corporaciones Regionales de Desarrollo (Corpozulia, Corpooriente, Corpocentro,
Corpoocidente, etc.), hasta que llegó un presidente y las eliminó, en lugar de subsanar
su capacidad limitada a la planificación y extenderla a la implementación de programas
en plena ejecución.
De la provincia vendrá la ola que impondrá criterios. No de los estudiantes. Con la
autoridad moral que me da haberlos elogiado a más no poder cuando salieron a la calle
despertando al país, ahora les digo que sus planteamientos del presente son absurdos.
Cuando dicen que el dilema está entre Asamblea Constituyente y referéndum están
haciendo como el que está montado en una camionetita para Petare y está decidiendo si
va para Catia o Caricuao. Los estudiantes parecen no entender que estamos ante una
situación de hecho, una que impone referéndum y punto. Con esa posición están
escurriendo el bulto de la verdadera cuestión de fondo. Ya no les luce seguir
aplaudiendo rítmicamente y gritando “estudiantes”. Ya sabemos lo que son. De esta
manera hay que decírselos muy claramente: son el futuro, son respetados, son
bienvenidos, pero no son el presente. Los estudiantes deberán hacer lo que el país
imponga que debe hacerse y no serán los estudiantes los que le impondrán al país lo que
hay que hacer. Peleen y fórmense, pero para dirigir esta batalla contra la reforma
constitucional no basta hacer ruido, como están haciendo, puesto que se requiere mucho
más que eso.
Esa bendita habladora de pendejadas sobre que esto no es una batalla entre Si y No,
que esto no es una batalla sino una amable discusión, ya me tiene harto. Como esos que
van a la Asamblea Nacional, caso del rector electoral que se presentó allí, a proponer
que se quite la palabra “socialismo”, que se modifique lo referente a los ascensos
militares, que se permita la disponibilidad de la propiedad y no sé cuantas cosas más. La
ingenuidad pretende que las van a quitar, eliminando todos los propósitos del presidente
a plantear la reforma; si ese mismo criterio maneja el rector electoral para defender la
inmensa mayoría que votará No es mejor que desaparezca de la escena. O como la brava
AD que culmina toda su furia abstencionista pidiendo un derecho de palabra ante los
honorables diputados. O como la bendita insistencia en votar por separado 33 artículos
para que la votación dure dos semanas. Lo que más rechaza la población es la reelección
indefinida, de manera que lo que conviene es que el voto sea uno, para que lo de la
reelección vaya en el paquete y decida el voto de miles de miles de chavistas.
La provincia va a despertar. Y la inteligencia nacional establecida en la provincia debe
despertar. Deben asumir voz y compromisos, los colegios profesionales deben ser
llamados al combate, las plumas deben desempolvarse y llenar los periódicos de
artículos, las voces de tanto buen orador deben escucharse en los medios radioeléctricos
de la provincia adentro. Hablando claro, fijando posición sobre lo único que existe para
fijar posición, sin andarse por las alcantarillas ni por los bordes ni con evasivas
similares a las contorsiones de las marionetas. De la provincia debe salir un rugido
imponiendo a Caracas, convertida por obra y gracia de un centralismo asfixiante en un
poder decisorio que nadie le ha otorgado, una decisión irrevocable de preservar la
república. Las voces deben ser tan fuertes que el país, por fin, deje de escuchar esas
rocambolescas ruedas de prensa de los partidos los lunes que afectan la decencia y
producen retorcijones de barriga. Son incomparablemente diestros en el uso de la
pequeñez para atacar, son insólitamente hábiles para no decir nada a no ser sandeces. La
ola que la provincia lance debe pasar intacta por encima de la cabeza de estos
dirigentillos partidistas, arropándolos, sometiéndolos a una decisión nacional,
imponiendo un criterio a su irracionalidad perversa y exhibicionista.
Es la hora de la rebelión de la provincia y es la hora de la revolución de la
inteligencia. Qué la provincia grite y sea conducida por los maravillosos hombres y
mujeres que la pueblan hacia la decisión que todos respetaremos. Es la hora de la gente
que habita pueblos y ciudades interioranos. No es la hora de Caracas ni de los
politiqueros ni de los imberbes. Los caraqueños y quienes habitamos aquí habiendo
nacido en el interior, escucharemos y seguiremos la voz de la provincia y la voz de la
inteligencia que la habita.
De las ideas de lento avance
(1 octubre 2007)
Paradójicamente la palabra griega Theatrón que ha dado lugar a nuestra palabra teatro
se refiere al lugar donde se da el espectáculo, no al espectáculo mismo. Si
mantuviésemos esa derivación tendríamos que decir que los actores somos quienes
vemos el teatro, no quienes actúan. No obstante, la Venezuela de hoy es un teatro con
unos actores que encajan a la perfección en el sentido actual de la palabra. Teatro es el
espectáculo y teatro el lugar donde se escenifica. Así, tenemos al actor que se presenta
solo a las puertas del palacio a desafiar al príncipe con una carta y tenemos al jurista que
se inventa una interpretación para descubrir lo que nadie -válgame Dios- había sido
capaz de entrever. Cuando alguien se inventa un personaje es un actor. La paranoia hoy
es calificada, creo, simplemente como un trastorno delirante.
Este venezolano es un teatro desordenado, uno donde hay dos espectáculos a la vez,
que se entreveran ciertamente, pero se supone que esto es una república y no un teatro.
Ahora bien, afirmar que esto es una república puede resultar una afirmación sujeta a
duda. Si tengo un hueco fiscal por mi dispendio pues invento un nuevo impuesto, dado
que la distribución del producto debe ir a calmar a algún sector que protesta, más cubrir
lo que he derrochado y lo que me mantiene en el poder: un reparto que desconoce todas
las reglas de la economía moderna. Así no se sostuvo ni el Imperio Romano, a pesar de
sus legiones, y baste para ello mirar alguna hambruna que azotó a Roma. Si nadie ha
dado con el argumento, yo jurista y no precisamente romano, -del lugar donde se
ordenaron los códigos gracias a un emperador sabio- me invento una interpretación
extensiva, como chicle pues, y saco de la manga el aseverar que si para derogar leyes se
requiere una participación ciudadana de mayoría, pues la reforma constitucional se irá al
fondo si simplemente nos abstenemos. Olvida el actor que semejante interpretación,
tratándose de un texto planteado como reforma, necesitaría de un Senado romano
absolutamente dócil y amenazado por los cuchillos largos, para ser admitido, aunque tal
vez cabría observar que tal estiraje es simple argumento retórico que no tiene base ni en
la más audaz de las interpretaciones teatrales.
Este país de espectadores aplaude a rabiar. Panem et circenses, cabría decir, sólo que
el pan está por desaparecer. Un manejo de la economía a voluntad de quien desconoce
los principios básicos de esta ciencia y que mueve los hijos para complacer sus políticas
insanas, lleva a inflación y a parálisis. La falta de pan ha sido causa del trastoque de
mucho gobierno en la historia de la humanidad. Muchos espectadores del teatro se han
lanzado sobre los actores porque los gruñidos de sus estómagos le han impedido seguir
riéndose. En el medioevo y en los inicios del renacimiento lanzaban frutas y verduras
sobre los malos actores que no sabían interpretar sus papeles de juristas y de políticos
con pretensiones de liderazgo. Tal vez por ello los italianos inventaron la Commedia,
para tomarse un poco las cosas a lo bufón y marcharse rápidamente con su música a otra
parte, sólo que la palabra evolucionó hasta llegar al poema y elevarla el Dante a la
sublimidad. No era fácil el público que miraba a Shakespeare.
Hay públicos de públicos. Hoy se habla de comedia ligera para referirse a esos
culebrones semi-humorísticos o de baja ralea a que ha sido reducido el teatro en
Venezuela. Tal vez la expresión sea aplicable a esta degradación monumental que, no se
sabe porqué causa, sigue llamándose política nacional. La palabra política no merecía
esta desagradable suerte. Y el público de este teatro se divide entre quienes deliran con
el bochorno que se ejecuta sobre las tablas, entre quienes bostezan y se aseguran que las
puertas están bien cerradas y quienes se suman a los actores produciendo el efecto de
integrar los espectadores a la actuación, vieja aspiración de algún dramaturgo
innovador. No hay la menor duda: este país es un teatro. Hay actores de todo tipo, como
el que ve “desestabilización” por todas partes y se llena la boca con la palabra Estado –
aún no repuesto de la inmensa sorpresa que le causa estar en el poder-, el que se dedica
horas y horas a inventar el argumento que nadie ha entrevisto (este pretende el
honorable título de “original”), el que cree que basta un discurso emotivo y
grandilocuente para alzarse sobre las masas hambrientas de alguien que le cante la
canción del final anticipado.
Aquí no se puede seguir actuando. Esto no puede seguir siendo un teatro en su sentido
más devaluado. La única manera de que esto comience de nuevo a parecer una república
es que los espectadores dejen de serlo y dejen de gritar sandeces en el circo y se alcen a
construir su propio destino, a procurarse dirigentes con sentido de Estado, a luchar por
instituciones que garanticen el imperio del Derecho y no el imperio de la sorna. La
única manera es que la gente se levante de las butacas y señale al bufón de turno y le
diga que aquí queremos estadistas y no actuación. Aquí lo que se necesita es el
abandono del bochorno y dejar a los bufones desnudos y solos en medio de la calle.
Este país tiene que tomar la decisión de seguir echado en una butaca de espectador
rascándose la barriga o hacerse protagonista de su propio destino. Quizás como en
aquella famosa anécdota de nuestra historia, indebidamente edulcorada y falseada,
donde se gritó a los que huían “Vuelvan carajos”.
De hábitos y comportamientos de una sociedad en crisis
(8 octubre 2007)
“Lo que todo el mundo conoce no se llama sabiduría”, habría que recordarles con Sun
Tzu a quienes se lanzan a hacer preguntas y especulaciones arriesgadas sobre Raúl
Isaías Baduel. Tal vez habría que adicionar la distinción del estratega chino entre el
hombre prudente y el ignorante.
El gobierno de Venezuela va dejando lentamente de serlo. Ya no transmite siquiera la
imagen de serlo. Lo que –recordemos aquello de que la mujer del César no sólo debe ser
honesta sino parecerlo- indica un desarropaje de las vestimentas de gobierno. Ya no
asemeja a uno, sino a una camarilla usurpadora. Ya parece más bien un pequeño ejército
de ocupación que recurre a cualquier exceso para mantener bajo su control la fortaleza
provisionalmente ocupada. La vestimenta de rojo de sus “soldados” (llámense
escuadrones paramilitares de motorizados o “batazos”) indica –contrariamente a lo que
antes significaba en cuanto a apoyo irrestricto- la transmutación del otrora gobierno en
una facción. El país lentamente deja de tener gobierno. Si un país deja de tener
gobierno, significa que no hay gobierno. Los que mantienen lealtad lo hacen a una
facción, no a un gobierno. Sin embargo, la falta de gobierno (gobierno no es equivalente
al uso brutal de la fuerza) abre las espitas a la anarquía y tienta a los extremistas de
signo contrario.
El tiempo, así a secas, aún no es manipulable por el hombre, pero el tiempo político sí.
Y ese tiempo se acorta o se estira. Los acontecimientos se retardan o se apresuran. Si
bien tienen su propia dinámica podemos intervenirlos. Si los intervenimos es a nuestro
favor, a favor de nuestra causa. Los desesperados y los extremistas son, en el fondo,
enfermos. La decisión no debe confundirse con pérdida de los estribos. El que pierde los
estribos se cae del caballo, a menos que sea un jinete cosaco que se haya pasado toda la
vida cabalgando. No se trata de ser cosaco, se trata de cabalgar en orden.
La impaciencia en política equivale a desorden. Y a error. Los pueblos desesperados
tienden a oír al que más grita, al que pronuncia frases lapidarias, al que propone las
acciones descabelladas. Ese los conduce al no retorno. Las sabias enseñanzas de Sun
Tzu deben ser recordadas, entre las cuales cabe mencionar que al ejército enemigo hay
que dejarle una vía de escape, porque de lo contrario, si no la tiene, luchará hasta la
muerte. Y la otra sobre la escogencia del momento. Y aquélla sobre no atacar
desesperadamente.
Los estudiantes han ido en perfecto orden en lo que se refiere a sus peticiones y
planteamientos. Ahora han agotado el último escalón de esta etapa, el de la solicitud de
aplazamiento. Todo para que los idiotas que no faltan escriban que todo aquel que lo
pide está financiado por el régimen. Dejando a los estúpidos de lado, el mitin del pasado
sábado fue un ejemplo extraordinario de convergencia entre el movimiento estudiantil y
los partidos políticos del bloque del “NO”, reflejado en el acto conjunto donde sólo
hablaron los jóvenes. El dirigente estudiantil de la UCAB Freddy Guevara dio una
lección al llamar a la política y con todo derecho vistió la franela de “Un nuevo
tiempo”. El mensaje está claro, vamos todos a votar, los jóvenes reivindican la política,
hablan de partidos amplios al servicio de la nación, convergen en un gran movimiento
unitario y, sobre todo, aíslan a los extremistas. Fue un “NO” rotundo, en todos los
sentidos.
A este gobierno que se diluye para pasar a ser una facción de ocupación temporal –por
obra y gracia de sus propias torpezas, de las profusas manifestaciones estudiantiles y de
un sector que parece despertar- sólo le queda huir hacia delante, porque no sabe –a pesar
de las continuas marchas atrás del líder máximo- salir de la táctica y refugiarse en la
estrategia. Un buen ejemplo de medición del tiempo lo dio “Podemos”, avanzando paso
a paso. Un buen ejemplo de medición del tiempo la dio Raúl Isaías Baduel; y el general
la sigue dando. El gobierno, en cambio, no se da cuenta –sólo para poner un ejemplo-
que esos desfiles rojos que se hicieron en Valencia y Maracay dan la impresión de un
caudillo típico del siglo XIX que avanza hacia Caracas con su montonera. En otras
palabras, ha perdido la noción de ser gobierno y la ha perdido porque está dejando de
serlo para pasar a ser exactamente eso, una montonera. Y porque no tiene a Caracas; en
consecuencia se plantea reconquistarla, olvidando que la capital ya no marchará a
Valencia a dar la bienvenida al caudillo alzado, por la sencilla razón de que este es el
siglo XXI y la capital toma conciencia de que no tiene gobierno. La facción no escuchó
el mensaje que yo había solicitado y que fue dado.
Las consecuencias son impredecibles, a menos que tengamos el talento de
organizarlas, porque las consecuencias imprevistas, en buena medida, son obra de las
omisiones y errores. Si se mantienen impredecibles estaremos expuestos a los azares del
destino. Aún ante los azares del destino podremos enfrentar la calma fría de quien
reacciona con la inteligencia y habilidad de un buen estratega. La política no es una
actividad para improvisados o gritones, algunos de los cuales sueñan con llegar primero
a Miraflores. Hay que ser tranquilo y sereno, aún en las circunstancias más difíciles; hay
que ser ponderado y cabeza fría hasta cuando se esté ejecutando un acto de suprema
valentía; hay que mantener la calma hasta cuando se esté ejecutando la maniobra más
arriesgada; hay que mantener la serenidad aún cuando el caos nos orbite.
El gobierno, desdibujado, impreciso, borroso, se debate en los saltos del ahogado. Se
manifiesta en la Asamblea Nacional –en qué otro sitio podía ser- con diputados
agrediendo a la universidad y con pretensiones de tomarla por la fuerza y con diputados
que quieren atacar un canal de televisión. O esa sesión para que los hijitos de mami-papi
Chávez explicaran como esos malvados estudiantes los habían atacado. Falta de aire,
desesperación, consternación, desmoralización. El gobierno va siendo cada día más una
abstracción que una existencia. Las mentiras perversas de los voceros oficiales son la
manifestación patética del ahogo. El animal herido es extremadamente peligroso.
Atacará sin importarle apariencias o condenas. Tratará de llevarse por delante a todo el
que se le atraviese. El animal herido sabe que no podrá vivir sin sus querencias, sin los
oropeles del poder de sus cotos de caza y de los territorios de su depredación.
Esta abstracción –que conserva, por ahora, y todavía- la apariencia de facción
ocupante, se quedará en el delirio diurno. La sordera no escuchó el mensaje, escuchará
los pasos pendientes, los que vienen del campo del socialismo democrático.
Torquemada y su derrotado proyecto religioso
(18 oviembre 2007)
La sociedad española del siglo XV era lo que los historiadores acostumbran llamar
una “sociedad endiablada”. Tomás de Torquemada pasó a la historia por haber sido el
primer Inquisidor General del Tribunal del Santo Oficio y el que hizo poner la firma de
los Reyes Católicos al decreto de expulsión de los judíos de España. En la “sociedad
endiablada” que es la Venezuela de hoy la Asamblea Nacional, a la mejor manera de
Torquemada, ataca a los colegios católicos porque supuestamente pusieron como tarea
escolar la discusión del magnífico documento de la Conferencia Episcopal. Lo que hace
este detestable remedo de Parlamento es exactamente lo mismo que hizo el Gran
Inquisidor, esto es, hacer del chavismo un proyecto religioso para la política.
Del otro lado, un orador plantado con la mayor serenidad en el alto podio de la
Academia Nacional de la Historia pronuncia un denso discurso que titula “Sobre la
responsabilidad social del historiador”. El orador se proclama producto de la “libertad
intelectual”. El poderoso contraste, el del llamado de Torquemada por un lado y el del
hombre lúcido por el otro que hace ejercicio definiendo la conciencia nacional
venezolana, es símbolo de una “sociedad endiablada”, pero de una donde la esperanza
pervive y donde la inteligencia vencerá las sombras. Confieso que hace muchísimo
tiempo no me sentía tan bien y tan contento, no porque el orador se llame Germán
Carrera Damas, un querido amigo a quien se hace justicieramente académico, sino
porque su voz fue la de un país enraizado en los valores y un llamado a la
responsabilidad.
Y por si fuera poco, se suceden las elecciones en la UCV, mi Alma Mater. A veces,
metidos en el berenjenal de la cotidianeidad, perdemos de vista lo obvio, lo que
representa esa casa para este país. Carrera Damas, por ejemplo, es producto de la
Escuela de Historia ucevista. La UCV es el corazón de la república, uno de los centros
de creación de líderes, un punto neurálgico de eterna rebelión y de cruce de ideas.
Celebramos los resultados, que este muchacho Sánchez sea el nuevo presidente de la
FCU, la paz con que se celebraron las elecciones. Sí, todo eso, pero miremos que lo
sucedido es un resultado crucial de un mensaje de la juventud venezolana frente a
Torquemada. No se puede imponer un proyecto que tiene el rechazo de la juventud de
un país. Si la juventud de un país se pone de frente contra una oferta, esa oferta está
condenada a perecer. Podrá sobrevivir circunstancialmente, podrá ejercer la violencia
para aplacar la rebelión juvenil, pero está condenada. Lo peor que le puede pasar a un
gobernante que quiere eternizarse es que una generación se le ponga delante.
No hay duda sobre el nacimiento de una generación. Veo a ese muchachito que en las
calles de Barquisimeto declara a los medios desde su rebeldía y me recuerda a mí
mismo en mis tiempos del liceo “Lisandro Alvarado”. Veo a Stalin González no
lanzándose a la reelección y siento un grato sabor. Veo a Ricardo Sánchez
atropellándose en sus expresiones y me digo que cuando controle la emotividad y
aprenda a modular la palabra será un gran líder. Veo a Eduardo Fernández en el acto de
la Academia de la Historia y le digo “¿Sabes qué? Yon Goicoechea bien puede ser el
equivalente tuyo de estos tiempos”. En realidad las similitudes son muchas: Eduardo
irrumpe en la vida pública con la huelga de la UCAB en 1957. Yon irrumpe en la vida
pública con la resistencia estudiantil de 2007. Las diferencias son también muchas, pero
Yon es un típico producto de este tiempo. Todas sus características así lo dicen.
Estos muchachos deberán estudiar, hacer postgrados en universidades del primer
mundo, prepararse para el líderazgo, no solamente en la política, pues de allí saldrán
científicos, académicos, profesores, amén de presidentes de la república. A mi
generación, la del 58, la “generación frustrada”, aún le caben inmensas
responsabilidades. Una de ellas es la de actuar con gran desprendimiento y amplitud
para cuando esta generación esté lista para asumir el comando. Aún nos quedan grandes
obligaciones, especialmente en la política. Tardíamente creo que se nos llama a un papel
protagónico, no encarnado en burocracia, sino en el de una lección histórica, al de una
transición hacia estos muchachos con los que debemos ser rígidos y comprensivos,
exigentes y generosos, estrictos y benevolentes con sus errores. Quizás la generación
del 58 debería reagruparse, en todas sus expresiones y tendencias, para cumplir con un
papel moroso que la historia parece entregarnos.
El proyecto laico es el de reconstruir esta república. Todos los signos son
esperanzadores. El rescate por parte de la juventud de los valores políticos, el de su
insistencia en los principios de la libertad y de la democracia sobre la base de
instituciones ajenas a los vicios del pasado, su deseo ferviente del uso del voto, todos
son altas barreras que el país naciente coloca frente a la pretensión totalitaria. La lenta,
pero firme maduración de los venezolanos que tardía pero indeteniblemente comienzan
a comprender que hay que votar el 2 de diciembre y la palabra del maestro que nos
habla desde la Academia Nacional de la Historia de “un paréntesis en un desarrollo
democrático que no detienen ni decretos, ni exaltación de valores creados ad-hoc…”,
son signos auspiciosos.
Es así. Torquemada y su proyecto religioso insertado para justificar un proyecto
político, están derrotados. El encuestador Oscar Schémel, de Hinterlaces, nos lo ha
dicho con vehemencia y seguramente ante la incredulidad general. “Este país está en
una adolescencia política, en la que comienza a madurar”. Absolutamente cierto. Parece
mentira, pero una de las consecuencias del período democrático fue el adormecimiento
de la población y la pérdida del sentido crítico, la desaparición del ciudadano que
participaba activamente en la vida pública. A ello se debe el largo sueño de la juventud
que nació y creció en un clima de antipolítica. Pero llegó el momento y ahí está
haciendo y construyendo ciudadanía.
Oscar Schémel, sin ocultar su emoción por lo que dice, y seguramente sin ser
escuchado, nos ha repetido, casi con lágrimas en los ojos, que lo que sus encuestas
reflejan hermosamente es el renacer de una conciencia democrática, de una renovada
voluntad democrática, de una disposición democrática que está allí presta a saltar y
tomar las riendas de la república.
“Mi mamá me ama”
(21 enero, 2008)