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Alejandra Lopee Coleccién dirigida por CRISTINA PERI ROSSI ANTONIO VILANOVA. SOLITARIO DE AMOR Editorial Lumen Publicado por Editorial Lumen, S.A., Ramon Miquel i Planas, 10, 08034 Barcelona, Reservados los derechos de edicion ‘en lengua castellana para todo el mundo. © Cristina Peri Rossi, 1998 Depésito Legal: B. 856-1999 ISBN: 84-264-1268-8 Printed in Spain Aida se queja de llamadas telefnicas anénimas; un comunicante clandestino que no osa decir su nombre, ni hablar, ni proponerle citas, que se conforma con su «hola» airado, y luego recibe pasivamente una sarta de improperios. ~{C6mo sabes que es un hombre? ~pregunto, con apa- rente indiferencia, Las mujeres son més valientes ~dice Aida, No sabe que yo seria ese comunicante anénimo; yo podria, también, marcar su niimero, tembloroso, y esperar con ansiedad el sonido de su voz. Y para evitar el spero «hola» de Aida (para evitar sus improperios frente al timido silencio), 1a Hamaria a horas diferentes; entonces, desprevenida, el esponténeo, con timbres, monedas y un pez enel agua. -A veces golpea suavemente el audifono, quizés con las ufias, como si fuera una frase que tengo que descifrar ~agre- ga Aida, Aida no conoce el cédigo Morse. El comunicante anéni- mo no sabe que Aida ignora el morse, y quizas esa posibili- dad lo anima; lo que no dice con la voz lo expresa con menudos golpes cifrados. Citas audaces o imprevistas: «A Jas cinco, en el Habana: yo iré de traje oscuro y camisa blan- 7 ca, llevaré un pafiuelo lila en el bolsillo de la chaqueta, me gustaria que fueras de sandalias». ‘Al amanecer, me entretengo pensando en todas las citas frustradas del comunicante anénimo. —Seguramente no es nada litico lo que me propone —dice ‘Aida, que no puede creer en el lirismo de nadie. Ni en el mio, De modo que estoy condenado a vivirlo en soledad. ‘A.veces, defiendo, sin querer, al comunicante anénimo. ~Sélo el lirismo es secreto, inconfesable —le digo a Afda. Quioscos Henos de revistas, laminas con sexos grandes como fauces de animales bestiales, primarios, antediluvia- nos-. La obscenidad es ptiblica ~agrego-, ya no produce ni excitacidn ni sorpresa. “S610 un loco, un lirico solitario serfa capaz de proponerle a Aida una cita en el umbraculo de la Ciudadela, un paseo por la escalera maritima, una visita al museo de zoologia. En cambio, Aida rechaza varias propuestas para fiestas intimas, con exhibicién de desnudos e intercambios sexuales, Pro- puestas de hombres y mujeres. =No creo que exista algo tan pecaminoso como para no poder ser dicho deelaro. (Sin embargo, Afda, algunas de mis fantasfas son inconfesables. Tendria vergiienza, no de ha- berlas concebido, sino de habértelas confesado.) =No sé lo que desea ese hombre ~dice Afda y, por un momento, me ruborizo: ges a mf a quien ha dirigido, sin querer, esa frase? Mejor te vas, no quiero que el nifio te encuentre al des- pertarse. ‘Amanece color tanino. Todos los dias amanece del mismo color, en esta ciudad de cielos lénguidos, pastosos, que diluyen Jos contomos. Me gustaria quedarme un poco mas en tu casa, rirar la claridad metilica del cielo a través de las ventanas, Los tecihos son de tejas oscuras: el plumaje azul de éguilas gigantes. 8 No me gustan las Aguilas ~le digo a Aida, —Tengo que poner la ropa en la méquina, preparar el desayuno del nifio y hacer las compras. Sale del amor con un extraordinario vigor para las cosas cotidianas. Como i el amor hubiera sido sélo una pausa en los quehaceres, una isla fugitiva en el mar espeso de la ruti- na. Una isla en la que apenas hemos reposado, viajeros intermitentes. Yo, en cambio, naufrago en nebulosas olas fejanas: el amor me traslada, me transporta, me separa de las cosas. Vago, viajero perdido, en vagas holandas, en dina- marcas brumosas. No podria decir cusindo ha comenzado el placer ni cudndo ha terminado. Podria no haber empezado en la piel ni haber terminado en un clitoris encajado a la boca como una lave en la perfecta cerradura. Y nada habria cambiado, Envuelto en sueiios lénguidos como velos, como volutas azules, la veo ponerse de pie, encender un cigarrillo, beber agua, Si me miras asf, no puedo levantarme —dice, ya de pie. Como una fotograffa bien contrastada, en blanco y negro, su cuerpo, desnudo, se dibuja contra el fondo de la pared. La foto, fija, detendria este minuto para siempre: Aida en el acto de calzarse una sandalia, Ievemente inclina- da hacia abajo, dandome la espalda, los muslos gemelos apenas separados por una breve linea (mas oscura), la columna vertebral arqueada con suavidad, la linea casi recta de los hombros, la cavidad a ambos lados del cuello, donde yo hurgo, como en el fondo de un lago antediluviano. Aida no tiene cintura, y eso da a su cuerpo una extraordinaria armonia: no hay cortes abruptos, no hay entradas y salidas, s6lo una leve inclinacién del vientre (pego mi oreja contra su superficie y procuro escuchar el rumor de sus visceras: el lento bullir del higado, tas imperceptibles contracciones del 9

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